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Del escritorio de Ludovico Gaetani

Tamar (Génesis) Cap 38


Tamar (en hebreo: ‫ָּת ָמ ר‬, ‘palmera’)?, en la Biblia fue dos veces la nuera
de Judá, así como la madre de dos de sus hijos, los gemelos Farés y Zara.

Representación romántica del arreglo de


Tamar y Judá; por Horace Vernet, Wallace
Collection, Londres
El Génesis1 relata el episodio de Judá, el hijo
de Jacob, con su nuera Tamar. Judá se casó
con la hija de un cananeo llamado Súa, la cual
le dio tres hijos en este orden: Er, Onán y
Selá. Er desposó a Tamar, pero murió sin
tener heredero. Onán se casó después de su
muerte con la viuda Tamar según la Ley del
levirato. Más sabiendo que, debido a esa ley
sus hijos no serían suyos, evitó consumar su
relación. La conducta de Onán motivó su
muerte. Judá pidió a Tamar que se quedara
en la casa de su padre, hasta la mayoría de
edad del tercer hijo, Selá, que la desposaría.
Tamar, pasando el tiempo y pensando que Judá nunca le daría a su último
hijo por esposo, se disfrazó de prostituta y tuvo relaciones carnales con su
suegro, que había quedado viudo. Tamar quedó embarazada. Aún sin que
Judá la reconociera, logró que le entregara su sello y su bastón como
prenda hasta que le pagara un cabrito prometido por prestarse a la
relación. A los tres meses, dijeron a Judá que Tamar estaba embarazada,
por lo que ordenó que la ajusticiasen como castigo por su adulterio. No
obstante, Tamar probó gracias al sello y el bastón de su suegro que era él
quien la había embarazado. Judá la perdonó, ya que se sentía culpable
por no haberle dado a su hijo Selá. Tamar alumbró dos gemelos: Farés y
Zara.
En Farés siguió la genealogía de Jesús, como relatan
los Evangelios de Mateo (Capítulo I) y Lucas (Capítulo III-33). Siendo esta
relación conflictiva, y sin embargo es la genealogía de Jesús, los
autores2 subrayan que Tamar, consigue con engaño una descendencia
que Judá le negaba y también el derecho que nace del perdón, después
de una conducta taimada.
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RAHAB HA ZOONAH……fue declarada justa Josue Cap 2 y 6

Rahab fue una prostituta de Jericó


que ayudó a los espías israelitas
de Josué. Aparece en textos
bíblicos del Libro de Josué, el
Evangelio según San Mateo, la
Epístola a los hebreos y la Epístola
de Santiago
Cónyuge: Josué
Hijos: Booz
Nietos: Obed
Bisnietos: Jesé
La mujer que Dios tomó del muladar
Las referencias bíblicas-Josué 2:1, 3; 6:17-25, Mateo 01:05, Hebreos
11:31; Santiago 2:25
Rahab vive en Jericó. Ella conoce a su gente, sus calles, sus casas, sus
bulliciosos mercados y tiendas. Puede percibir cómo crece el temor
general conforme pasan los días y los israelitas realizan su extraño ritual
diario: dar una vuelta alrededor de la ciudad. Sin embargo, el rugido de los
cuernos, que hace eco en las calles y plazas de Jericó, no produce en
Rahab el miedo y la angustia que genera en el resto de la gente.
La mujer observa desde la ventana de su casa —la cual está sobre la
muralla— que Israel comienza temprano su séptimo día de marcha.
Alcanza a ver entre los soldados a los sacerdotes tocando sus cuernos y
cargando el arca sagrada que representa la presencia de su Dios, Jehová.
Está sujetando con la mano el cordón rojo escarlata que cuelga de su
ventana. Ese cordón le recuerda que ella y su familia tienen la esperanza
de sobrevivir a la devastación que le espera a la ciudad. ¿Será ella una
traidora? Para Jehová no; para él es una mujer de gran fe. Analicemos la
historia de Rahab desde el principio y veamos qué podemos aprender de
su vida.
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RAHAB LA PROSTITUTA
Rahab era prostituta. Esta idea ha escandalizado tanto a algunos
comentaristas bíblicos que prefieren pensar que se trataba de una simple
encargada de posada. Pero la Biblia es clara y no disfraza la verdad
(Josué 2:1; Hebreos 11:31; Santiago 2:25). Es probable que en la sociedad
cananea la profesión de Rahab fuera, hasta cierto grado, respetable. Aun
así, la cultura no siempre puede acallar la conciencia, ese sentido interno
de lo bueno y lo malo que nos ha dado Jehová (Romanos 2:14, 15).
Quizás Rahab estuviera consciente de que su oficio era degradante.
Quizás, como les sucede hoy a muchas mujeres que están en su misma
situación, se sintiera atrapada, sin más opciones para mantener a su
familia.
De seguro anhelaba una vida mejor. En su tierra abundaban la violencia y
los actos degenerados, como el incesto y el bestialismo (Levítico
18:3, 6, 21-24). Los excesos del país se debían en gran parte a la religión.
Los templos fomentaban la prostitución ritual, y la adoración de dioses
demoníacos como Baal y Mólek exigía la quema de niños vivos.
Jehová conocía muy bien la barbarie que tenía lugar en Canaán. Tanto es
así que dijo: “La tierra está inmunda, y traeré sobre ella castigo por su
error, y la tierra vomitará a sus habitantes” (Levítico 18:25). ¿Qué incluía
dicho castigo? “Jehová, tu Dios, irá expulsando a estas naciones de
delante de ti poco a poco”, fue la promesa que Dios hizo a su pueblo
(Deuteronomio 7:22, Reina-Valera, 1995). En realidad, siglos atrás, él ya
había prometido que daría aquella tierra a los descendientes de Abrahán, y
“Dios [...] no puede mentir” (Tito 1:2; Génesis 12:7).
Sin embargo, había algunos pueblos a los que Jehová había condenado a
desaparecer (Deuteronomio 7:1, 2). Siendo el justo “Juez de toda la tierra”,
él había leído sus corazones y podía ver lo arraigadas que estaban su
maldad y su depravación (Génesis 18:25; 1 Crónicas 28:9). Ese era el
caso de Jericó. ¿Cómo habrá sido para Rahab vivir en una de aquellas
ciudades condenadas? Solo podemos imaginar lo que debió sentir al oír
hablar de los israelitas. Escuchó que décadas atrás Jehová le había dado
a Israel —aquella nación de esclavos oprimidos— una aplastante victoria
sobre el ejército de Egipto, la potencia militar número uno del planeta. ¡Esa
era la nación que estaba a punto de atacar Jericó, y sin embargo sus
habitantes insistían en hacer el mal! Se comprende que la Biblia diga que
los compatriotas de Rahab “obraron desobedientemente” (Hebreos 11:31).
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Pero Rahab era distinta. Es probable que a lo largo de los años hubiera
escuchado los informes que llegaban sobre Israel y su Dios. ¡Qué diferente
era de los dioses cananeos! Este Dios luchaba por sus adoradores, no los
oprimía; elevaba sus normas morales, no las rebajaba. Este Dios valoraba
a las mujeres, no las veía como objetos sexuales que se podían comprar,
vender y humillar en ritos pervertidos. En cuanto Rahab escuchó que Israel
había llegado al Jordán y que estaba preparando un ataque, debió de
sentirse aterrada por lo que le esperaba a su pueblo. ¿Se habrá fijado
Jehová en esta mujer? ¿Habrá leído su corazón?

Hoy día, muchas personas se sienten como Rahab: atrapadas por un estilo
de vida que les roba la dignidad y la alegría; sienten que son invisibles,
que no valen nada. La historia de esta mujer es un consuelo para todas
ellas, pues nos deja ver que ninguno de nosotros pasa desapercibido para
Dios. No importa lo bajo que hayamos caído, él “no está muy lejos de cada
uno de nosotros” (Hechos 17:27). Dios está cerca, listo para dar esperanza
a quienes confían en él. ¿Fue ese el caso de Rahab?
Recibió a los espías

Unos cuantos días antes de que los israelitas marchen alrededor de Jericó,
dos forasteros llaman a la puerta de Rahab. Quieren pasar desapercibidos,
pero los habitantes de Jericó están en alerta, tratando de descubrir a
posibles espías de Israel. Para Rahab no es raro recibir a extraños en
casa, pero estos hombres solo quieren alojamiento, no los servicios de una
prostituta. La avispada mujer no debe tardar en atar cabos.
Rahab los recibe hospitalariamente (Santiago 2:25). Les permite la entrada
en su hogar, y si tiene sospechas sobre quiénes son o qué hacen allí, eso
no la detiene. Quizás quiere aprender más sobre su Dios.

De pronto llegan unos mensajeros del rey de Jericó. Corre el rumor de que
hay unos espías israelitas en casa de Rahab. ¿Qué hará ella? Si protege a
estos enemigos, ¿no pondrá en peligro a su familia entera? ¿No los
matarán a todos por su traición? Por otro lado, Rahab sabe a ciencia cierta
quiénes son estos hombres. Si reconoce que el Dios de Israel es mejor
que el suyo, ¿no será esta una buena oportunidad de ponerse de parte de
él?
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Aunque no hay mucho tiempo para pensar, Rahab es ingeniosa y actúa


enseguida. Esconde a los espías entre los tallos de lino que tiene
secándose en la azotea. Entonces les dice a los mensajeros del rey: “Sí,
es cierto que los hombres vinieron a mí, y yo no sabía de dónde eran.
Y aconteció que, al tiempo de cerrar la puerta, al oscurecer, los hombres
salieron. Simplemente no sé adónde se habrán ido los hombres. Corran
tras ellos rápidamente, porque los alcanzarán” (Josué 2:4, 5). Imagine a
Rahab mirando a los emisarios a la cara. ¿Percibirán el miedo que siente
por dentro?

¡El engaño funciona! Los hombres del rey salen corriendo hacia los vados
del Jordán (Josué 2:7). Rahab debe de dar un tenue suspiro de alivio. Con
esa sencilla estrategia ha logrado despistar a aquellos asesinos que
no tienen derecho a conocer la verdad. Y así ha salvado la vida de dos
siervos del Dios verdadero.
Rahab sube corriendo a la azotea y les cuenta a los espías lo que ha
hecho. Pero además les revela un dato crucial: Jericó está desmoralizada
y tiembla de miedo a causa de los invasores. ¡Qué buenas noticias para
estos dos israelitas! ¡Los malvados cananeos están aterrados ante el
poder de Jehová, el Dios de Israel! Luego, la mujer dice algo que es de
mucha más trascendencia para nosotros. Ella asegura: “Jehová su Dios es
Dios en los cielos arriba y en la tierra abajo” (Josué 2:11). Los informes
que ha escuchado le han bastado para entender que el Dios de
Israel merece su confianza, así que decide poner su fe en él.
No hay dudas en la mente de Rahab: Jehová le dará la victoria a su
pueblo. De modo que pide misericordia a los espías; les ruega que les
perdonen la vida a ella y a su familia. Ellos aceptan, pero con una
condición: tiene que guardar su secreto y debe colgar un cordón rojo
escarlata de su ventana, sobre la muralla de la ciudad. De ese modo, los
soldados podrán protegerla (Josué 2:12-14, 18).
El caso de Rahab nos enseña una verdad fundamental sobre la fe. Como
indica la Biblia, “la fe sigue a lo oído” (Romanos 10:17). Rahab oyó
informes confiables sobre el poder y la justicia de Jehová, lo cual la llevó a
ejercer fe y confiar en él. Nosotros tenemos muchísima más información
disponible sobre Jehová. ¿Nos esforzaremos por llegar a conocerlo? ¿Nos
impulsará lo que hemos aprendido en la Biblia a poner fe en él?
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LA PODEROSA CIUDAD SE DESPLOMA

Rahab prepara el escape de los espías:


cuelga una soga de su ventana para
que puedan bajar por el muro y
escabullirse hacia las montañas. En las
empinadas laderas que hay al norte de
Jericó abundan las cuevas donde
podrán esconderse hasta que sea
seguro volver al campamento israelita con las buenas noticias que les ha
dado la mujer.

Rahab puso fe en el Dios de los israelitas


Poco después, Jehová detiene el curso del río Jordán e Israel cruza sobre
suelo seco (Josué 3:14-17). De seguro, Jericó se sacude de terror al
enterarse de lo ocurrido. En cambio, a Rahab esta noticia le confirma que
ha hecho bien en poner su fe en Jehová.
Llegan entonces los largos días de las marchas de Israel alrededor de
Jericó: seis días, seis marchas. Pero el séptimo día es diferente. Tal como
se mencionó al inicio del artículo, la marcha comienza al amanecer, y tras
rodear la ciudad una vez, el ejército continúa caminando (Josué 6:15).
¿Qué está pasando?
Los soldados rodean la ciudad siete veces y se detienen en seco. Los
cuernos dejan de sonar. Se hace un silencio sepulcral. Dentro de las
murallas, la tensión es casi insoportable. De pronto, a la señal de Josué, el
ejército alza sus voces por primera vez. ¡Qué grito tan poderoso! Pero solo
están gritando. “¿Qué clase de ataque es ese?”, quizás se pregunten los
guardias apostados sobre la muralla. La respuesta no tarda en llegar.
La gran estructura de piedra comienza a temblar bajo sus pies. Se sacude,
se resquebraja y se derrumba por completo. Pero ocurre algo curioso: al
asentarse la nube de humo, se observa una sección de la muralla que ha
quedado en pie. Es la casa de Rahab, un monumento solitario a la fe de
una mujer sobresaliente. Imagine cómo debe sentirse al ver que Jehová la
ha protegido. * ¡Su familia está sana y salva! (Josué 6:10, 16, 20, 21.)
El pueblo de Jehová también actuó con respeto ante la fe de Rahab. Al ver
que su hogar sobresalía entre las ruinas de la muralla como una palmera
en el desierto, los israelitas reconocieron que Jehová estaba con ella.
Rahab y su familia sobrevivieron a la ejecución de aquella impía ciudad.
Tras la batalla, se le permitió a Rahab acomodarse cerca del campamento
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de Israel, y con el tiempo se integró a la nación. Se casó con un hombre


llamado Salmón, y su hijo, Boaz, fue un hombre de gran fe que se casó
con Rut, la moabita (Rut 4:13, 22). * De hecho, el rey David y hasta
Jesucristo —el Mesías— descendieron de esta extraordinaria familia
(Josué 6:22-25; Mateo 1:5, 6, 16).
La historia de Rahab demuestra que nadie es insignificante a la vista de
Jehová. Él nos ve a todos y lee nuestros corazones. Y cuando descubre
una chispa de fe, como la que había en el corazón de Rahab, se llena de
alegría. La fe de esta mujer la movió a actuar. Tal como dice la Biblia, “fue
declarada justa por [sus] obras” (Santiago 2:25). ¡Sin duda, un ejemplo de
fe digno de imitar!

EUNICE

Loaida y Eunice mujeres de fe no fingida

Introducción
Estos dos nombres se mencionan juntos en la Biblia en 2 Timoteo 1:5,
pero ¿quiénes eran
estas dos mujeres?
Eunice era la madre de
Timoteo y Loida la
abuela, eran madre e
hija. El nombre de Loida
significa “agradable o
deseable”, y el de
Eunice “feliz o buena
victoria”. Vamos a ver
no solo que eran
mujeres de fe, sino su
gran ejemplo de vida y
la gran influencia que
tuvieron sobre su hijo y
nieto Timoteo.
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Ambiente familiar
La primera vez que se habla de Eunice es en Hechos 16:1-3: “Después
llegó a Derbe y a Listra; y he aquí, había allí cierto discípulo llamado
Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego”.
Pablo en su primer viaje misionero llegó a Listra y allí fundó una pequeña
iglesia. Quizá en esa ocasión fue donde se convirtieron Loida y Eunice,
aunque no se puede estar seguro. Lo que sí dice la Escritura es que
Eunice era una mujer judía, temerosa de Dios que llegó a aceptar a Cristo
como el Mesías y su Salvador.
Es curioso como Eunice se había casado con un hombre griego, pagano.
Esto era contrario a la ley judía, porque solo podían casarse con judíos.
Aquí podemos especular que Eunice antes de casarse no era temerosa de
Dios o estaba en rebeldía espiritualmente hablando.
Me gustaría hacer un inciso y aconsejar a las mujeres más jóvenes que
todavía no se han casado a que pongan mucho interés al escoger al
hombre con el que se van a casar. Sabemos como creyentes, que no
podemos casarnos con un no creyente porque qué comunión hay la luz
con las tinieblas (2 Corintios 6:14-15). Conozco de muchos casos que se
han casado con inconversos pensando que algún día se convertirían al
Señor, pero esto es un engaño. Aunque así lo hicieran por la gracia de
Dios, eso no implica que debamos desobedecer a Dios en sus mandatos.
Sabemos las que están casadas con maridos que no son creyentes lo
difícil que es la convivencia diaria. Por lo tanto, sed sabias y orad al Señor
para que os muestre un hombre que ama y vive para el Señor en primer
lugar.
La enseñanza a Timoteo
Aun a pesar de que el marido de Eunice no era creyente, éste permitía que
ella y su madre enseñaran las Escrituras a Timoteo desde su niñez (2
Timoteo 3:14-15). Podemos pensar que el marido de Eunice nunca fue
creyente o que ya había muerto, porque solo se menciona la fe de la
madre de Timoteo y su abuela. Quizás al morir el padre, Loida la abuela se
fue a vivir a casa de Eunice a ayudarla con el pequeño Timoteo. De
cualquier manera, fuera como fuera, las dos, madre y abuela enseñaron
las Escrituras a Timoteo desde su niñez.
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Veamos la importancia de la enseñanza de la Palabra de Dios a los niños.


No se deja esta enseñanza a los maestros o maestras de la escuela
dominical, sino que es responsabilidad y obligación de los padres
(Deuteronomio 4:9; 6:4-9). Si el responsable y cabeza del hogar es el
padre, y este no lo hace, la madre debe coger las riendas y enseñar a sus
hijos, como lo hizo Eunice conjuntamente con Loida, su madre. Debemos
reconocer la importancia y gran influencia que tienen las abuelas piadosas.
No solo darán cariño o regalos a los nietos, sino el regalo más importante,
la Palabra de Dios.
Creo que es una de las mayores y más graves negligencias que tienen los
padres cristianos si no enseñan a sus niños la Palabra de Dios. Si como
madre ves que no lo estás haciendo, ponlo ya en tu vida familiar. Haz
cambios y empieza con cosas sencillas, con libros con ilustraciones y
dibujos que es más atractivo para los niños, pero enséñales la Palabra y
aun cuando fuere viejo no de apartará de ella (Proverbios 22:6).
Cuéntales las historias bíblicas, saca lecciones para su vida y que vea que
las aplicas tú en tu vida, en primer lugar. Ora con ellos, amonestadles en el
Señor. Que sepan lo que agrada a Dios y lo que no. Que les muestres su
pecado y señala a Cristo como el único remedio y salvador de sus almas.
Es el mejor tiempo invertido con los hijos, el enseñarles las grandes cosas
que Dios ha hecho.
¿Por qué podían enseñar a Timoteo las Escrituras? Porque había en ellas
una fe no fingida. Esto ¿qué quiere decir? Que su fe era genuina y
verdadera, no “hipócrita”. Se puede tener una fe falsa, dar una cara
cuando uno va a la iglesia o reuniones, pero luego en casa no vivir lo que
se dice creer en el corazón.
Cuidado con la falsedad, los niños la huelen a la legua. Una fe sincera no
quiere decir que tengas una vida perfecta, pero se tiene que ver en tu día a
día. Tiene que haber un deseo de vivir para agradar a Dios y no pecar, un
deseo de tener comunión con Dios y leer la Palabra, cuando se ofende a
algún miembro de la familia debe pedirse perdón y buscar la reconciliación,
se debe luchar con las debilidades y pecados que arrastramos, esa fe
genuina se mostrará en los momentos más difíciles y cruciales de nuestra
vida, en fin, se tiene que oler nuestra fe.
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¿Cómo es tu fe? ¿Es genuina, o falsa?


Los resultados de la enseñanza y fe genuina
Sabemos que la fe de Loida y Eunice no se pueden heredar. Podían
enseñar al pequeño Timoteo, pero él tenía que ver su necesidad del
Salvador y venir en arrepentimiento y fe. Pero lo que sí podemos ver es el
fruto de esa enseñanza y esa fe no fingida de su madre y abuela. Timoteo
tenía las bases bien puestas en su mente y corazón y Dios usó toda esa
enseñanza y ejemplo para confirmarle que necesitaba un cambio en su
vida.
Pablo le llama “amado hijo” (2 Timoteo 1:2), porque Pablo le guió al Señor,
pero los cimientos estaban ya bien colocados. Pablo por el buen testimonio
que tenía Timoteo, lo llevó consigo para ser su ayudante, su compañero, y
acabó como pastor de la iglesia en Éfeso. Para Eunice tuvo que ser duro
quedarse sin su hijo, pero imagino también el gozo que sentiría al saber
que su hijo estaba dedicado a predicar el evangelio, y servir al Señor. Creo
que para una madre piadosa, no hay mayor gozo que ver a sus hijos
andando en el Señor y sirviéndole.
Conclusión
Podemos aprender varias cosas de la vida de estas dos mujeres:
- En primer lugar fueron mujeres de fe genuina, no falsa. Creyeron en
el Señor Jesucristo y se podía ver en su testimonio diario, eran mujeres
piadosas.
- Las dos vieron la importancia de enseñar las Escrituras a su hijo y
nieto Timoteo. Eran obedientes a los mandatos de Dios, y para poder
enseñar ellas mismas tenían que conocer bien la Palabra de Dios.
- Sabían que su fe no se hereda y que Timoteo mismo tenía que creer
por sí mismo.
Quizás te estás mirando a ti misma y estás viendo un fracaso de madre y
de vida. Bien, eso es muy buena señal, porque todavía hay tiempo para
rectificar. Ve al Señor, a tu marido y/o a tus hijos y pídeles perdón por no
ser la mujer creyente que deberías ser. Si nunca has enseñado a tus niños
la Palabra o lo has hecho de vez en cuando, empieza ya mismo.
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Explícales porqué no lo has hecho antes y que quieres hacerlo ahora,


quieres poner en práctica la enseñanza de Dios en tu hogar. El Señor te
perdonará tu negligencia y a la vez te dará las fuerzas para seguir
adelante.
Necesitamos a muchas Loidas y Eunices en nuestras congregaciones.
Empieza por ti misma con la ayuda del Señor.

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