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LA NEUROPSICOLOGÍA
DENTRO DEL EJERCICIO
FORENSE
AMAYA NAGORE CASAS
Psicóloga especialista en Neuropsicología Clínica.
Psicóloga Forense.
Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de
Segovia, Ministerio de Justicia.
Grupo de Investigación en Neurociencia Clínica de
Castilla y León (GINCYL).
ISSN 1989-3906
Contenido
FICHA 1 ........................................................................................................... 30
Evaluación de la validez de síntomas cognitivos
FICHA 2 ................................................................................................................................. 35
Indicaciones para la elaboración del informe neuropsicológico forense
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Documento base.
La neuropsicología dentro del ejercicio forense
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Ronald Walker. En este caso, el demandante afectado por el choque del automóvil reclamaba daños contra la compa-
ñía, habiéndose sometido a una valoración neuropsicológica que llevó a cabo Ralph Reitan. Fue discutida la compe-
tencia profesional del discípulo de Warren Halstead y coautor de la Batería de evaluación neuropsicológica
Halstead-Reitan. Finalmente, se consideró la valoración pericial del demandante como afectado de un daño cerebral
traumático, apoyando su opinión experta en la larga trayectoria académica y experiencia profesional de Reitan. Este
caso ha sido considerado como “el caso germinal en nuestra [sub] especialidad” (Puente, 1997, p. 168).
Por otro lado, otra de las actuaciones reseñables, fue la valoración neuropsicológica del senador chileno Augusto
Pinochet, acusado de genocidio y terrorismo internacional por la Audiencia Nacional, en concreto por el Juzgado
Central de Instrucción número 5. Este hecho sucedido en 1998 tuvo relevancia histórica internacional y suscitó un
debate jurídico sobre la capacidad de Pinochet para someterse a juicio. El magistrado Baltasar Garzón dictó orden
para su detención cuando el dictador se encontraba en Londres, a las que se sumaron nuevas denuncias de otros paí-
ses europeos. Se solicitaron diversos informes periciales a Inglaterra sobre su capacidad cognitiva, puesto que su
defensa alegaba padecer problemas de salud. A su vez, se designaron varios peritos españoles, entre ellos un psicólo-
go, cuyo criterio técnico entró en abierta contradicción con la impresión inglesa, criticando la metodología empleada
en Inglaterra así como la falta de nexo causal entre los hallazgos de la valoración cognitiva realizada y la capacidad
para ser juzgado. Finalmente, el ministro británico Jack Straw decretó su liberación en el año 2000 por considerarle
incapaz para comparecer a juicio.
Heaton y Marcotte (2003), establecen que el objetivo de la evaluación neuropsicológica en el contexto de evalua-
ción forense es la determinación, en un sujeto, con una lesión o disfunción cerebral, de las tareas cognitivas deficita-
rias y de las áreas preservadas, el patrón de disfunción cognitiva y las consecuencias de la lesión o disfunción en su
comportamiento, así como el pronóstico de los déficit.
La práctica de la neuropsicología forense está muy extendida en los tribunales en el entorno anglosajón y su incre-
mento en las últimas décadas ha sido exponencial (Quickel y Demakis, 2017). Jim Hom (2003) hace referencia a que
después de los neurólogos y psiquiatras, los abogados son los principales solicitantes de exploraciones neuropsicoló-
gicas para destinarlas a sus argumentaciones legales.
En nuestro país son cada vez más los tribunales que solicitan informes periciales conteniendo preguntas legales que
contienen asuntos de relevancia neuropsicológica. Sin embargo, la neuropsicología forense no se encuentra aún con-
solidada como una disciplina profesional. Tampoco contamos con un itinerario formativo claro, sino que comienzan
a aparecer diversas ofertas formativas en el área, generalmente, insertas en los programas de postgrado en neuropsico-
logía clínica, por un lado, y en psicología forense, por otro. Algunos de los colegios oficiales de la Psicología de Espa-
ña reúnen grupos de trabajo profesionales interesados en la práctica de la neuropsicología forense, como ocurre en
las sedes de Andalucía Occidental, Cataluña, y Valencia. En el año 2018 se fundó la Sociedad Española de Neuropsi-
cología Jurídica y Forense y se celebró el primer congreso nacional sobre la materia en Granada. El crecimiento en
cuanto a investigación y publicaciones es aún modesto, precisándose aún gran impulso en este sentido (Nagore,
2019). Cabe esperar que en los próximos años asistamos a un aumento de la presencia de esta área en las publicacio-
nes y foros de difusión profesionales.
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manera fiable, sensible y específica la posible existencia de alteraciones cognitivas, su relación con disfuncio-
nes del sistema nervioso central y su relación con la ‘cuestión forense’, su pronóstico y probabilidad de recupe-
ración y sus posibles consecuencias funcionales sobre el desempeño diario del sujeto evaluado (pág. 60).
Así pues, el objeto de la valoración pericial para el neuropsicólogo que actúa en al contexto forense consiste en pro-
porcionar información de calidad en cuanto a las variables métricas sobre las posibles alteraciones neurocognitivas
asociadas a una determinada patología orgánica, los posibles nexos causales que le unen a esta, y si tienen relación
con la cuestión forense investigada.
Aunque la neuropsicología pueda asesorar cuando resulte pertinente en cualquier campo jurisdiccional, son funda-
mentalmente tres los contextos en los que habitualmente se solicita su presencia experta.
1. Jurisdicción civil. En el ámbito civil, la neuropsicología puede asesorar, mayoritariamente, en aquellas cuestiones
relativas a la capacidad de obrar. Este término jurídico designa el conjunto de aptitudes para el ejercicio de los
derechos subjetivos y los deberes jurídicos de la persona. Así, para actuar en la vida jurídica, las personas necesita-
mos integridad en nuestras capacidades mentales, y el compromiso de las mismas podría marcar diversos grados de
limitación en la capacidad de obrar, pero no necesariamente. Así, por ejemplo, un individuo puede sufrir un tras-
torno de la salud mental y, sin embargo, conservar parcial o totalmente su capacidad de obrar, en función, nueva-
mente de la relación entre causa que genera dicha disfunción y las consecuencias para su aplicación al mundo
judicial. Según el artículo 200 del Código Civil: “son causas de incapacitación las enfermedades o deficiencias per-
sistentes de carácter físico o psíquico, que impidan a la persona gobernarse por sí misma”. Más adelante, se expli-
can algunos de los ejemplos más representativos relacionados con la capacidad de obrar en los que el
neuropsicólogo puede actuar como experto ante un tribunal. Otra de las áreas con gran relevancia para las valora-
ciones neuropsicológicas, se concentra en la reclamación de daños contra un tercero, como resultado de un agra-
vio resultante de un hecho concreto, como fuera un accidente de tráfico, laboral, negligencia o una agresión.
2. Jurisdicción social o laboral. La esfera del trabajo puede también conllevar muy a menudo litigios entre los trabaja-
dores, organizaciones y compañías de seguros. Las incapacidades laborales, de carácter temporal o permanente,
pueden originarse por enfermedades comunes independientes del puesto de trabajo, o ligadas directamente con el
mismo. En algunas ocasiones, también, se producen enfermedades profesionales ligadas a la actividad profesional,
es decir, que determinados trabajos incrementan el riesgo de padecer algunas patologías (como intoxicaciones o
problemas respiratorios en algunos trabajos relacionados con la minería y la industria). La regulación legal vigente
que establece en España un criterio objetivo en la valoración de secuelas derivadas de los accidentes de tráfico, se
aplica por analogía a otras condiciones indemnizables y procedimientos de valoración y reclamación de daños. Se
trata de la Ley 35/2015 de reforma del sistema para la valoración de los daños y perjuicios a víctimas de accidentes
de tráfico, que fue aprobada en septiembre de 2015 y entró en vigor en enero de 2016 (Boletín Oficial de España,
2015). Este baremo sustituye al anterior (Ley 34/2003), introduciendo importantes modificaciones en los apartados
que interesa conocer desde nuestra subespecialidad, a saber: el capítulo de secuelas del sistema nervioso, neurolo-
gía y psiquiatría/psicología clínica. Pese a la evolución positiva de la nueva norma, las secuelas cognitivas y neu-
ropsicológicas descritas en el anexo, serían aún objeto de una mejor definición y cuantificación (Esbec y
Echeburúa, 2015). De cualquier manera, la capacidad de la neuropsicología en la descripción de la conducta en
relación a una posible patología cerebral va mucho más allá. Así pues, el neuropsicólogo, por su conocimiento
especializado de los procesos cognitivos, puede ser un buen asesor en los perfiles profesionales requeridos por los
empleadores, en la adaptación de puestos de trabajo a situaciones de discapacidad, en el planteamiento de medi-
das de higiene y seguridad laboral, entre otras cuestiones de gran interés.
3. Jurisdicción penal. La tercera gran área de trabajo para la neuropsicología forense, busca ilustrar al tribunal en rela-
ción al funcionamiento cognitivo de una persona acusada, implicada o víctima de un determinado delito, haciendo
así un análisis de su competencia mental. En el caso de personas especialmente vulnerables, como son los menores
de edad y las personas con discapacidad intelectual, abundan las pericias solicitadas acerca de la capacidad para
prestar testimonio y sobre la calidad de este, en tanto en cuanto se necesita obtener muestras de memoria y lengua-
je para analizar. Es de especial relevancia, por tanto, la valoración neurocognitiva de las personas con algún tipo
de daño que afecte a los procesos mnésicos y/o lingüísticos (Diges, 2016; Manzanero, 2010; Orbach, Hershkowitz,
Lamb, Sternberg, Esplin, y Horowitz, 2000). Otro de los objetos de pericia, se trata de la valoración del estado cog-
nitivo, emocional, conductual relacionado con hechos delictivos padecidos en las víctimas. Por otro lado, se
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encuentran todos aquellos dictámenes sobre los fundamentos psicobiológicos de las capacidades cognitivas y voli-
tivas del presunto criminal o, dicho de otra manera, su imputabilidad, como veremos un poco más adelante. Por
último, aunque no se excluyen otras posibles áreas de intervención, pueden solicitarse otro tipo de pericias neurop-
sicológicas, relacionadas con el riesgo de violencia de personas con síndromes orgánicos, como el trastorno orgá-
nico de la personalidad, por ejemplo.
A continuación, se enuncian algunos ejemplos de asuntos con relevancia forense para la realización de un estudio
neuropsicológico, en función de qué posición ocupe la persona protagonista del estudio pericial dentro del procedi-
miento judicial.
En procedimientos civiles:
4 En cuanto a las competencias jurídicas y las capacidades de la persona, para la valoración cognitiva relacionada
con su estado mental para ejercer con eficacia, autonomía y seguridad los diversos derechos civiles, como: contraer
matrimonio, realización de contratos, prestar testamento, manejo de sus propias finanzas, consentimiento de trata-
mientos sanitarios, la conducción, etc.
4 Relacionado con la competencia parental. El derecho de familia es el ámbito donde las pericias psicológicas se
encuentran más consolidadas. En el caso de que uno o ambos progenitores presentaran una merma en este sentido,
cabría el asesoramiento al tribunal acerca de las capacidades para el ejercicio de la crianza de los hijos menores de
edad o personas dependientes a su cargo.
4 En cuanto a las necesidades filiales, cuando uno de los hijos menores de edad inmerso en un procedimiento civil
presenta una situación de dependencia o simplemente de afectación por una patología neurológica o neuropsiquiá-
trica (por ejemplo, la epilepsia).
4 En las reclamaciones de daños. Es motivo de valoración neuropsicológica cuando la víctima de un accidente que
haya podido causar una alteración de las funciones cerebrales, presenta sintomatología atribuible a tal daño, en qué
grado este resulta incapacitante, y si, llegado el momento, precisara de la asistencia de un tercero para ejercer de
manera autónoma sus actividades de la vida diaria.
En procedimientos penales:
4 Acerca de la imputabilidad del encausado. El término jurídico de imputabilidad se refiere a la integridad o altera-
ción de las capacidades cognitivas y volitivas, en tanto en cuanto tenemos la posibilidad de conocer el significado
de las normas y de actuar con arreglo a esa comprensión. Otra manera de entenderlo es la “capacidad para actuar
culpablemente” (Saínz Cantero, 1990). En el estudio neuropsicológico ha de resaltar el análisis de las funciones
cognitivas que permitan concluir sobre la capacidad de conocimiento de la persona sobre la implicación de sus
decisiones y actuaciones en el momento en que estas ocurrieron.
4 Sobre la capacidad del testigo, de la víctima o del encausado. Interesa conocer si en el momento de celebración del
juicio, algunas de las personas implicadas en el mismo, presentan suficientes aptitudes para atender y comprender
el proceso judicial al que se le somete. En este apartado se engloban desde procesos más básicos como la capaci-
dad atencional, lenguaje receptivo y expresivo, hasta procesos complejos de recuperación de la información de la
memoria o el desarrollo y mantenimiento (o modificación en caso de ser preciso) de una estrategia y plan de actua-
ción, requerimientos que vendrían a englobarse dentro de las funciones ejecutivas.
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4 En cuanto a la calidad del testimonio prestado por un testigo cuando este, además, ocupa el papel víctima (doble
rol condicionado por la naturaleza de los hechos enjuiciados, como por ejemplo, un abuso sexual que presunta-
mente sucede en la intimidad y sin presencia de otros testigos), en orden a asesorar al tribunal sobre su credibilidad
del relato de hechos emitido.
4 En relación al comportamiento de la persona encausada y a las circunstancias concretas que la rodean, para la emi-
sión de un determinado pronóstico sobre el riesgo de aparición de una determinada conducta, como por ejemplo,
un comportamiento violento.
4 En relación a una persona encausada por un delito, sobre la valoración neurocognitiva específica si aquella presen-
ta alguna queja cognitiva, como amnesia o disminución de su capacidad intelectual.
En la siguiente tabla se expone un resumen de las áreas de actuación, ligadas a sus aspectos de interés en la evalua-
ción neuropsicológica:
TABLA 1
ASPECTOS LEGALES Y NEUROPSICOLÓGICOS RELEVANTES
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en el juicio. Por tanto, tal como el derecho procesal exige, las pruebas deben practicarse legalmente, ser reveladoras y
permitir fundamentar los hechos probados en sentencia.
Anteriormente explicamos que la cuestión forense, extraída de las preguntas formuladas por el operador jurídico,
debe ser el eje central del informe pericial y debe, además, fundamentarse en los postulados mayormente aceptados
por la comunidad científica del área de conocimiento de la que estemos hablando. Solo de esta forma, será un docu-
mento científico que consiga apoyar la argumentación legal, y que resulte completo e informativamente útil.
La labor del perito, nada sencilla, es plasmar de manera sintética y clara la opinión técnica obtenida mediante méto-
dos fiables, válidos y adecuados al contexto forense. Para ello debe apoyarse en datos sólidos, resultantes de las
exploraciones, que ayuden al tribunal a realizar sus razonamientos jurídicos. Además, la prueba pericial debe contar
con transparencia, esto es, presentar el proceso de toma de decisiones de la forma clara para permitir que otro perito
pueda replicar el estudio y, con ello, reiterar o no las conclusiones del mismo. Deben evitarse, por tanto, los saltos
inferenciales que no han sido demostrados paso a paso mediante ejemplos representativos de conducta.
Y ¿cómo podemos esperar que el juez valore la prueba pericial? El juez actuará como perito de peritos. Según la Ley
de Enjuiciamiento Civil (BOE, 2000) los jueces valorarán la prueba pericial según las “reglas de la lógica y de la
razón” (artículo 218.2). Este criterio de libre valoración judicial se recoge en la doctrina y la jurisprudencia del Tribu-
nal Supremo. Sin embargo, esto no quiere decir que no estén sujetos a la justificación de sus decisiones con el apoyo
de la opinión de expertos más convincente y objetiva. Es cierto que, en ocasiones, la valoración judicial se basa en
elementos indirectos relativos a la figura del perito (Manzanero, A., y Muñoz, J.M., 2011), de ahí la importancia en la
transmisión de los resultados de modo imparcial, objetivo y coherente.
Para cumplir con este requisito, el método científico implica considerar las diversas explicaciones alternativas, su
grado de aceptación y el razonamiento de su elección o rechazo. Esto implica el uso del modelo hipotético-deductivo
cuidando en todo momento el proceso de interpretación de los resultados obtenidos.
Los neuropsicólogos en general tienden a la utilización del método de recolección mecánica de datos para, poste-
riormente, proceder a una interpretación clínica. Sin embargo, en este ámbito de la neuropsicología forense, la mera
exposición de resultados sin explicar de dónde proceden y qué implican, no es suficiente. Será necesario también
exponer el proceso lógico – deductivo por el que se han alcanzado las conclusiones, en relación con los conocimien-
tos disponibles en esta área de investigación. Todo ejercicio competente de la profesión precisa conocer las históricas
críticas al ejercicio de la neuropsicología forense que contribuyen al error diagnóstico (Wedding y Faust, 1989).
Para Glenn Larrabee (2011) el contraste de hipótesis en las evaluaciones neuropsicológicas debería seguir una toma
de decisiones articulada por cuatro preguntas, cuyo uso a modo de guía apoyará el análisis de consistencia:
4 ¿Son consistentes los datos entre los diferentes dominios neuropsicológicos?
4 ¿Es consistente el perfil neuropsicológico obtenido con la etiología sospechada del daño?
4 ¿Son consistentes los datos neuropsicológicos con la severidad documentada del daño o lesión?
4 ¿Son consistentes los datos neuropsicológicos con la presentación conductual del sujeto?
Mediante este análisis de convergencia trataremos de reducir muchos de los sesgos que fácilmente se presentan en
la labor pericial. Uno de ellos, consiste en la tendencia demasiado extendida a deducir desde una determinada pun-
tuación o dato concreto, un significado crucial en la explicación del comportamiento. Ejemplo de ello sería la inter-
pretación a partir del fracaso en el Test de clasificación de tarjetas de Wisconsin y en la realización de la Torre de
Hanoi, dos de las pruebas neuropsicológicas clásicas en la evaluación de las funciones ejecutivas, de que la persona
evaluada necesariamente tendrá dificultades para la planificación de sus actividades en la vida diaria. Esto supone la
sobregeneralización de los datos y nos puede hacer incurrir en errores.
Otro de los esfuerzos de la prueba pericial neuropsicológica debe estar centrado en la recogida de información a
partir de múltiples fuentes. Con este sistema fomentamos un mejor diagnóstico y minimización de posibles falsos posi-
tivos y negativos. Además, en nuestro ámbito específico de la alteración orgánica cerebral, hemos de ser conscientes
de la posibilidad de que se produzcan problemas de conciencia del déficit o anosognosia.
La precisión de las exploraciones periciales neuropsicológicas puede verse comprometida por el riesgo de subjetivi-
dad que cualquier labor diagnóstica conlleva, siendo una de las premisas del perito el deber de objetividad. Por tanto,
es responsabilidad del perito garantizar el máximo grado de control mediante un planteamiento metodológico sólido,
preferentemente de tipo cuantitativo y mecanizable. En nuestro caso concreto, las variables que explora la neuropsi-
cología tienen la ventaja de ser más objetivas y difíciles de manipular. Así ocurre por ejemplo con la medida del tiem-
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El perito de oficio es aquel que depende de las Administraciones públicas, ya sea del Ministerio de Justicia dentro del
ámbito estatal, o de las respectivas Consejerías de Justicia según la Comunidad Autónoma. Al margen del tipo de contra-
tación que le vincule con la Administración, realiza su labor pericial, en la mayoría de ocasiones, motivado por la peti-
ción del juez, aunque no son pocas veces las que actuará por solicitud del Ministerio fiscal o de uno de los abogados en
la causa judicial (cuando el juez admita la propuesta de pericial realizada por este). El perito podrá ser objeto de recusa-
ción en aquellos casos que contemplan las leyes de enjuiciamiento civil y penal en materia de peritos.
El perito privado o “de parte” inicia sus funciones en el momento en que la representación legal de una de las partes
involucradas en el litigio se lo demanda. La prueba será aprobada al procedimiento siempre que el juez se sirva admi-
tirla. Se establece así una relación privada entre la parte y el perito. La legislación prevé su retirada del procedimiento
mediante la tacha. Esto puede producirse en caso de que aquel incurriera en alguna de las situaciones legalmente
establecidas que hicieran cuestionar su imparcialidad.
Por último, en los casos en los que la Administraciones públicas no pueden o no disponen de medios para cubrir el
encargo pericial, se podrá solicitar el informe mediante la designación judicial de peritos. Normalmente, estos provie-
nen de las listas que los colegios profesionales tienen a disposición de sus colegiados y de los servicios públicos para
cubrir este tipo de situaciones. En este caso, el técnico funcionaría, a efectos prácticos, como un perito oficial.
Las dudas sobre el deber de neutralidad de los peritos, podrían dar lugar a la recusación o a la tacha, en función del
tipo de perito. Mientras el perito designado y el de oficio podrían ser recusados, la tacha afectaría al trabajo que reali-
zan los peritos presentados por las partes en el procedimiento. Los motivos están especificados, entre otros códigos,
en el artículo 124 de la LEC, y consisten en:
4 Haber emitido anteriormente dictamen contrario a la parte recusante en el mismo asunto.
4 Haber prestado servicios periciales al litigante contrario o estar asociado o dependiente de él.
4 Tener participación en sociedad, establecimiento o empresa que sea parte del proceso.
En cuanto al perito propuesto por la parte, su dictamen podría ser objeto de tacha según los supuestos estipulados en
el 343 de la LEC, que señala como motivos para la alegación de tacha los siguientes, a saber:
1) Ser cónyuge o pariente por consanguinidad o afinidad, dentro del cuarto grado civil una de las partes o de sus abo-
gados o procuradores.
2) Tener interés directo o indirecto en el asunto o en otro semejante.
3) Estar en situación de dependencia o de comunidad o contraposición de intereses con alguna de las partes o con sus
abogados o procuradores.
4) Tener amistad o enemistad con cualquiera de las partes o sus procuradores o abogados.
5) Cualquier otra circunstancia, debidamente acreditada, que les haga desmerecer en el concepto profesional.
La nueva LEC, en su artículo 370, regula la figura del testigo-perito. En este caso quedan reguladas las intervenciones
de aquellos profesionales del ámbito clínico que tienen conocimiento de determinados hechos por una relación con
su paciente pasada o presente. Lo que ocurre es que, este testigo, además, tiene “conocimientos científicos, técnicos,
artísticos o prácticos sobre la materia”. Por tanto, se admitirán sus manifestaciones acerca de sus conocimientos técni-
cos con las mismas precauciones que establece la tacha.
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experto. Podría, entonces, incurrir en faltas a su responsabilidad civil y penal, al margen de la posible responsabilidad
disciplinaria que le fuera exigible.
En materia civil, el perito será responsable de los daños que, por una falta de diligencia en la realización de su traba-
jo o por el incumplimiento de un contrato, su actuación causara a las partes o a terceros. Se trata de la responsabili-
dad civil, concepto jurídico según el cual, una persona debe satisfacer a otra por la pérdida o daño que le hubiera
causado, incluso aunque su actuación no hubiera sido negligente ni culposa (no intencional). Para exigir este tipo de
responsabilidad, el agraviado por la acción del perito tendría que demostrar que el dictamen incurrió en un error
manifiesto o inexcusable.
En el artículo 335.3 de la LEC, se especifica que el perito que reciba el encargo, salvo acuerdo de las partes, no
podrá ser aquel que hubiera realizado previamente intervenciones relacionadas con el mismo asunto, lo cual tiene
implicaciones muy importantes a la hora de aceptar el encargo por parte del neuropsicólogo clínico. Como se explicó
anteriormente con la figura del testigo-perito, proporcionar un testimonio experto sobre un paciente inmerso en un
asunto legal, no supone la realización de una pericial. Sin embargo, su testimonio es insustituible por la relación
directa con el paciente, y además es relevante para la decisión legal en materia de incapacidad laboral, competencias
parentales, análisis de elementos cognitivos y volitivos para la consideración de la responsabilidad penal, entre otros
asuntos (APA, 2013).
En cuanto a la responsabilidad penal, se encuentran regulados en el Código Penal (1995) los supuestos en los que se
sanciona al perito en su desempeño de la función profesional:
a) Artículo 419: si el perito público cometiera cohecho. Esto implica que, en provecho propio o de un tercero, recibie-
re o solicitare dádiva, favor o retribución de cualquier clase o aceptare ofrecimiento o promesa para realizar en el
ejercicio de su cargo un acto contrario a los deberes inherentes al mismo o para no realizar o retrasar injustificada-
mente el que debiera practicar.
b) Artículo 460: sobre la emisión de falso testimonio en la prueba pericial. Puede imputarse cuando el perito, ya fuera de
forma maliciosa o resultado de inexactitudes, alterara la verdad con reticencias o silenciando datos relevantes conocidos.
En general, los preceptos más destacables que, a día de hoy, podrían guiar la actuación del neuropsicólogo en los
tribunales engloban los siguientes aspectos:
4 Tener la experiencia apropiada y la preparación sobre las reglas judiciales del contexto en el que desarrolla su tra-
bajo. Debería estar presente, por lo tanto, una doble competencia profesional, tanto en lo relativo al conocimiento
especializado de la materia a tratar, como en la experiencia práctica que avale la aplicación de técnicas de evalua-
ción y diagnóstico neuropsicológico. En ausencia de protocolos específicos, el neuropsicólogo elegirá la metodolo-
gía usando un criterio técnico adaptado al caso. Usará, además, aquellos instrumentos más refrendados a nivel
internacional por la literatura científica.
4 Comprender las bases del supuesto legal discutido. Ello es fundamental para el respeto de los derechos de la perso-
na o personas evaluadas. Además, de cara a la práctica de la exploración, se debe explicar convenientemente a
estas personas el rol profesional encomendado.
4 Defender la metodología de forma empírica y lógica. Ya que no hallaremos estudios científicos tan específicos
como para explicar toda la casuística que pueda ser objeto de disputa legal, será preciso hacer un análisis hipotéti-
co-deductivo y funcional de cada caso.
4 Usar la recogida de información de múltiples fuentes fiables. En la medida de lo posible, se procederá de esta
manera, sin necesidad de reducir la evaluación neuropsicológica a la aplicación de una batería estructurada, como
veremos más adelante en el documento.
4 Evitar el uso de etiquetas devaluadoras o de juicios de valoración personal. Atendiendo al Código Deontológico del
psicólogo, en su artículo 12, los informes de evaluación serán prudentes y objetivos. Las conclusiones, además, se
reflejarán en términos probabilísticos y no absolutas, haciendo así mismo explícitas las posibles limitaciones exis-
tentes en el estudio pericial (de acuerdo con el artículo 48 del Código Deontológico).
4 Redactar el informe de manera directa y comprensible. Para lograr este objetivo, será útil tener en mente que el/los
destinatario/s del estudio, aunque tengan una amplia instrucción, no tienen porqué comprender los tecnicismos.
Esto mejorará, además, la comunicación inter-profesionales. Así pues, el uso de términos técnicos debería acompa-
ñarse de su explicación y, a ser posible, de ejemplos y descripciones representativas de la conducta evidenciada y
sus implicaciones para el estudio forense. Se usarán, en consecuencia, únicamente aquellos datos relevantes para la
cuestión forense, prescindiendo de otros datos accesorios o no pertinentes para su consideración.
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4 Reducir a lo imprescindible la cantidad de exploraciones. Especialmente con los menores de edad y las víctimas
vulnerables, por el principio de mínima intervención, es conveniente racionalizar las acciones dirigidas a la obten-
ción de resultados. A su vez, esta práctica contribuye a la minimización del riesgo de victimización secundaria, que
puede tener lugar durante la tramitación del proceso judicial. Por ello se hace imprescindible un buen planteamien-
to inicial de hipótesis y una correcta planificación de la metodología. Tengamos en cuenta, que la evaluación peri-
cial es un estudio transversal y no longitudinal, con las inevitables limitaciones que ello conlleva.
4 El neuropsicólogo forense evitará la duplicidad o incompatibilidad de roles. De esta manera, se aclarará al interesa-
do la diferencia entre función terapéutica (marcada por el principio de beneficencia, alianza terapéutica y relación
de confianza empática), frente a la de experto en la materia (escéptico e interesado por la investigación técnica),
como veremos a continuación.
TABLA 2
CARACTERÍSTICAS DIFERENCIALES DEL EJERCICIO DE LA NEUROPSICOLOGÍA CLÍNICA Y FORENSE
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también de los procesos indemnes o funcionales. Ya que las neurociencias no pueden desligarse del principio de plas-
ticidad, no debemos olvidar que los procesos cognitivos funcionan de forma interdependiente, conectados unos con
otros, en forma de redes de trabajo distribuidas por toda la estructura cerebral (cortical y subcortical).
Pero, además, la neurocognición necesita entenderse dentro de un entramado de relaciones psicosociales que se
produce en un contexto cultural concreto. Las expectativas, valores, creencias y normas sociales en el entorno de
cada individuo, marcarán en buena medida su comportamiento.
Por ello, de nuevo, hemos de insistir en la necesidad de plantear valoraciones de tipo integral basadas en diversas
fuentes de datos: las referencias del propio sujeto evaluado, la valoración técnica con instrumentos de medida y el
empleo de códigos diagnósticos, la observación de su comportamiento, la evaluación de su funcionamiento psicoso-
cial y capacidades funcionales, las entrevistas con fuentes allegadas del contexto familiar, profesional y social, y la
integración en el marco cultural de la persona.
Debemos también distinguir entre los conceptos de capacidad y competencias. Mientras que el término capacidad
se refiere más a la evaluación del estado clínico de la persona y vendría mejor definido por parte del entorno terapéu-
tico, el concepto competencia se relaciona con una condición que determina el juez y que engloba, además, otros
estatutos y normas.
Para la práctica del neuropsicólogo es fundamental conocer cómo la persona evaluada funciona en los diversos
dominios y subdomnios cognitivos, por ejemplo, la memoria semántica, episódica, operativa, su capacidad de apren-
dizaje procedimental, etc. En lo que se refiere a la competencia legal para realizar testamento, por ejemplo, el juez
necesitará conocer, en sentido amplio, cómo la persona puede conducirse de forma autónoma en cuanto a la com-
prensión y expresión de sus decisiones en este sentido. Por lo tanto, de poco le servirá conocer que la capacidad de
memoria semántica es adecuada, si esto no se pone en relación con el aspecto competencial para testar.
Así, la función del neuropsicólogo se complejiza, para concluir acerca de un aspecto global para el cual no existen
instrumentos específicos. Siguiendo como referencia a Adolfo Jarne (2013), sabemos que es relativamente fácil rela-
cionar funciones cognitivas con estado cerebral; que es relativamente difícil relacionar estado cerebral con competen-
cia; y que es muy difícil hacer una correspondencia entre función cognitiva y competencia estableciendo la
causalidad.
En la línea de investigación de Marson y su equipo (Marson, Ingram, Cody, y Harrell, 1995; Marson, Huthwaite, y
Hebert, 2004; Marson, Hebert, y Solomon, 2012; Marson, Kerr, y McLaren, 2015), cada problema legal implica una
serie de competencias, que podrían ser desgranadas en funciones y procesos cognitivos, para operativizar las evalua-
ciones periciales cuando existen dudas sobre la integridad mental de la persona.
De manera muy sintética repasamos las diversas áreas cognitivas a evaluar por parte del neuropsicólogo forense:
4 Atención y concentración. Es un concepto complejo, no unitario, que consume gran cantidad de recursos cogniti-
vos y ha sido definido de múltiples maneras, comenzando por aquella célebre y amorfa de Williams James (1890)
Principios de psicología: “todos sabemos lo que es la atención”. La atención se encuentra presente, en un modo u
otro, en toda aquella acción humana. Nos ayuda a orientarnos hacia el procesamiento de la enorme cantidad de
información heterogénea, a seleccionarla adecuadamente filtrando solo aquellos elementos que nos resulten útiles
para nuestra función actual, y a preparar y contribuir a otros procesos cognitivos simultáneos en curso, generando
conductas coordinadas. Actividades diarias ejemplo de ello serían el hecho de seguir el argumento de una película,
escuchar una canción, localizar una información en un panel informativo, o conducir un vehículo. De entre los
múltiples modelos teóricos que han sido desarrollados sobre la atención, destacaremos el de Posner y Petersen
(1990), que resulta integrador y coherente con la neuroanatomía. Considera la atención como un sistema de tres
redes integradas, como son la red de vigilancia, y las redes atencionales anterior (más dedicada al control) y poste-
rior (especializada en la orientación). Implica principalmente la corteza parietal, la unión temporoparietal, el lóbulo
(pre)frontal y los colículos superiores. Otro modelo, el de Sohlberg y Mateer (1987), resulta muy práctico a la hora
de describir los aspectos conductuales de los procesos atencionales: alerta o arousal, atención focal, atención soste-
nida, atención selectiva, atención alternante y atención dividida. Los problemas atencionales de naturaleza orgáni-
ca se suelen manifestar en síntomas como la distraibilidad y dificultades de concentración, problemas para focalizar
la información adecuada, fatiga, disminución de la velocidad de procesamiento de la información con aumento de
los tiempos de latencia, incapacidad para inhibir distractores y superar interferencias ambientales, y empeoramiento
en general del resto de procesos cognitivos. Con cierta frecuencia, las lesiones cerebrales de la confluencia entre
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los lóbulos parietal, temporal y occipital del hemisferio derecho, producen un síndrome muy característico conoci-
do como heminegligencia. La persona que lo padece no es capaz de dar entrada sensorial a la información situada
en su hemiespacio izquierdo, ya provenga de su propio hemicuerpo o del espacio externo. Muestran, en cambio,
preferencia por los estímulos situados en el hemiespacio derecho. A esto se le suma el déficit de conciencia que
suele asociarse a este fenómeno, por lo que el afectado difícilmente pone remedio con estrategias espontáneas,
como rastrear hacia la izquierda.
4 Percepción. La percepción también se encuentra distribuida a lo largo de la estructura cerebral, tanto de forma
ascendente como descendente. Desde la estructura ocular (retina) en que se producen los primeros esbozos
para la percepción de forma y color, pasando por el tálamo (núcleo geniculado lateral) donde se modula la
señal visual recibida, hasta la corteza visual primaria (lóbulo occipital), que procesa los estímulos y los integra
con la corteza visual secundaria, y otras áreas que ayudan a aportar significado, localizar los estímulos en el
espacio y, en definitiva, integrar todo el proceso perceptivo. Esto ocurre con los estímulos visuales, pero de
forma análoga y sintética, la corteza temporal se encarga de los inputs auditivos, la parietal de los somatosen-
soriales, propioceptivos y táctiles, siendo la percepción del olfato y gusto mucho más primitiva y profunda a
nivel neuroanatómico. La integridad de la percepción dentro del mundo jurídico es básica para la considera-
ción de la persona como capaz y responsable. De hecho, las alteraciones graves de la percepción desde el
nacimiento o la infancia, si conllevan dificultades para conocer, comprender o apreciar adecuadamente la rea-
lidad, podrían llegar a eximir de responsabilidad penal. La mayoría de las experiencias sensoriales que experi-
mentamos son polimodales, es decir, percibimos de manera unitaria un escenario aunando sensaciones
olorosas, táctiles, visuales y auditivas, como, por ejemplo, el recuerdo de un concierto de música. Las altera-
ciones de los procesos perceptivos se conocen en semiología neurológica como agnosias. Estas suponen un
importante grupo de síndromes que consisten, en esencia, en la dificultad para conocer o interpretar una expe-
riencia sensorial en ausencia de déficit sensorial. Lissauer describió a finales del S. XIX dos tipos fundamentales
de agnosia: aperceptiva y asociativa (recogido en Shallice y Jackson, 1988). La primera suele producirse cuan-
do se daña el lóbulo occipital y la vía ventral; sin haber problemas visuales significativos, la persona sería inca-
paz de reconocer la forma y constancia de los objetos. El segundo tipo suele producirse por lesiones en la
corteza ventral del lóbulo temporal; en estos casos, los pacientes son capaces de copiar un dibujo de un estí-
mulo pero no pueden reconocerlo, asignándole un significado erróneo, incluso por muy familiar que sea.
4 Funciones motoras. Pudiera parecer que este grupo de funciones no se encuentran asociadas con la cognición, pero
esto no es exactamente así. En las últimas décadas es frecuente hablar de la cognición motora, para referirse a todo
el conjunto de conocimientos presentes en la producción del movimiento, en el lenguaje, e incluso en la visión.
Una gran contribución a esta nueva concepción, es el descubrimiento por parte de Giacomo Rizzolatti y su equipo,
de las denominadas “neuronas espejo” (Di Pellegrino, Fadiga, Fogassi, Gallese, y Rizzolatti, 1992), importantes en
el control motor, pero en total sintonía con los procesos cognitivos. Se asume que su función consiste en permitir-
nos comprender las acciones que vemos en el otro. Gazzaniga describió en 2008 las interacciones entre las diferen-
tes estructuras del sistema nervioso central implicadas en la producción de movimiento: áreas premotoras, área
motora primaria, ganglios basales, cerebelo, tronco del encéfalo y médula espinal (citado en Gazzaniga, 2014).
Pues bien, los individuos realizamos movimientos y gestos basándonos en complejos planes motores que aprende-
mos progresivamente desde el nacimiento. Las relaciones corticales-subcorticales son esenciales para la producción
del acto motor. Ejemplo de ello es su disfunción en patologías como el Parkinson. Las praxias fueron descritas ini-
cialmente por Liepmann (1900) y se definen como la capacidad de realizar movimientos coordinados y aprendidos
en respuesta a determinados estímulos, como hablar, arreglarse, caminar, manipular objetos, etc. Su alteración, o
apraxia, supone el trastorno de la actividad gestual que no se explica por lesiones motoras ni tampoco sensitivas. En
neuropsicológica clínica distinguimos, además de las visuoconstructivas, fundamentalmente, dos tipos de apraxias:
ideatorias e ideomotoras. La apraxia ideatoria se caracteriza por la alteración de la representación mental del acto
motor complejo; de esta forma la persona elige fragmentos de la secuencia correcta de movimientos para la realiza-
ción completa del proyecto motor, por lo que la acción resulta desordenada o incompleta. Este tipo de fenómenos
se relacionan con la región temporoparietal bilateral. La apraxia ideomotora, por su parte, supone la dificultad para
la realización de gestos comunicativos, acciones propositivas, o para realizar una orden fuera de contexto espontá-
neo. Suelen aparecer en lesiones del lóbulo parietal y regiones subcorticales talámicas.
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4 Memoria y aprendizaje. La memoria nos permite acceder e interactuar con nuestro mundo, adaptarnos a las necesi-
dades presentes y futuras, así como también recuperar la información que precisamos para reconstruir nuestro pasa-
do, ya que constituye, en última instancia, la base de nuestra propia identidad. Supone un sistema formado por
múltiples redes y ampliamente distribuido por todo el cerebro, que fue concebido inicialmente como una estructura
multialmacén: una breve memoria sensorial, la memoria a corto plazo, y la memoria a largo plazo (Atkinson y Shif-
frin, 1968). Tulving (1972) propuso un sistema de organización de la memoria que diferencia memoria semántica –
para permitir conocimientos acerca del mundo, comunes al resto de individuos de nuestra sociedad – y episódica –
relativa a los hechos y acontecimientos que hemos vivido en primera persona –. Squire añadió el concepto de
memoria no declarativa para hablar de la adquisición de habilidades no conscientes, que, a su vez, han sido subdi-
vididas en memoria perceptiva y procedimental. Más adelante, este modelo se amplió a cinco subsistemas, aña-
diendo la memoria primaria (que después daría lugar al concepto de memoria operativa) y un sistema de
representación perceptiva que subyace al fenómeno de priming. Baddeley y Hitch (1974) introdujeron el concepto
de memoria operativa o de trabajo, de suma importancia para el procesamiento cognitivo. Es un constructo que
recientemente ha recibido mucha atención por parte de la investigación. Puede definirse como la capacidad para
mantener temporalmente activa la información para su uso en diferentes actividades cognitivas, resultando así ope-
raciones mentales como pensar, calcular, o deducir. Esta se ha redefinido por el modelo de Cowan (1988), que
intenta superar la concepción multialmacén para sustituirla por procesos integrados de la memoria de trabajo,
incluyendo algunos no accesibles a la conciencia. En general, conocemos diversas fases en el funcionamiento de la
memoria, que se refieren a la codificación, al almacenamiento, y la recuperación de la información (Craik y Lock-
hart, 1972). Sin embargo, el almacenamiento y recuperación de nuestra memoria no es como una secuencia cine-
matográfica, sino que grabamos datos de forma idiosincrásica (a menudo aportamos información particular según
nuestras experiencias e intereses) y no siempre bien ordenados. A partir de ahí, las huellas de memoria se debilitan
con el paso del tiempo, pudiendo constituir un olvido, en este caso, completamente normal. A grandes rasgos, el
funcionamiento normal de la memoria depende de cuatro grandes áreas cerebrales que funcionan en red: a) los
lóbulos temporales incluyendo el cerebro límbico (circuito de Papez) tan importante en la consolidación de nuevos
aprendizajes y en el procesamiento de memorias emocionales, b) el diencéfalo, formado por tálamo e hipotálamo,
cuya alteración puede producir fenómenos de contaminación mnésica, c) el cerebro anterior basal, que nos permite
recoger una experiencia unitaria multisensorial, y d) los lóbulos frontales, clave para la generación de estrategias de
codificación y de recuperación de información. El estudio de la memoria tiene gran trascendencia en el contexto
jurídico y forense. Así, desde la obtención de las declaraciones mediante interrogatorios, procesos de identificación,
las diferencias individuales, la influencia de los procesos perceptivos en la interpretación de la información, las fal-
sas memorias, el efecto de la atención en los procesos de codificación, o los factores que influyen en la retención y
recuperación de información, forman parte del estudio de la memoria de testigos.
4 Lenguaje y pensamiento. El lenguaje es el método de comunicación por excelencia en el ser humano, más allá de
otras formas de comunicación no lingüística. Al comprender el lenguaje se producen otros procesos cognitivos de
manera casi simultánea. Así, percibimos y reconocemos fonemas, segmentamos las palabras en sílabas, reclutamos
información del almacén semántico para relacionar el significado, y procesamos la estructura sintáctica de la frase.
Trousseau denominó con el término afasia el conjunto de alteraciones neurológicas o desorganizaciones del len-
guaje. A su descripción clínica, contribuyó Paul Broca, con cuyo nombre conocemos algunos trastornos cerebrales
del polo expresivo. Los trastornos también pueden afectar al polo receptivo, a los aspectos orales más motrices, y a
la lecto-escritura. Las funciones lingüísticas se han asociado anatómicamente al hemisferio dominante, generalmen-
te el izquierdo. Remitimos al lector al libro Las Afasias, de Alfredo Ardila (2005), para una caracterización más deta-
llada de los diversos cuadros de afasia. Pero la evaluación del lenguaje es mucho más amplia: habrán de explorarse
las características expresivas del sujeto en cuanto a nivel y calidad de producción del discurso, la prosodia (ritmo,
timbre, inflexión de la voz, tono emocional), su capacidad de denominación (desde la falta de vocablo en la ano-
mia, especialmente presente en la afasia anómica, a las sustituciones o parafasias), y las características de la gramá-
tica y sintáctica. Los trastornos del lenguaje en las enfermedades neurodegenerativas, especialmente Alzhéimer,
párkinson y demencias frontotemporales, están generando cada vez mayor investigación en España. El lenguaje es
la base de la capacidad de pensamiento. Los procesos subjetivos de pensamiento, solo pueden explorarse, además
de mediante algunas formas de conducta manifiesta, a través del lenguaje hablado y escrito. Pueden presentar alte-
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raciones en el flujo (demasiado rápido o lento, así como bloqueos), en la forma (fugas de ideas, las perseveraciones,
la tendencia a la prolijidad o circunstancialidad), y en el contenido, pudiendo dar a las ideas obsesivas y, en casos
más graves, a las ideas delirantes.
4 Funciones ejecutivas. Las funciones ejecutivas pueden definirse como las capacidades mentales esenciales para lle-
var a cabo una “conducta eficaz, creativa y aceptada socialmente” (Lezak, 1982, p. 281). Representan la mayor
capacidad evolutiva de la especie humana. Es un constructo amplio, que durante décadas ha servido de cajón de
sastre para explicar una multitud de procesos cognitivos que se asocian a las regiones cerebrales del lóbulo frontal.
Lo cierto es que el compromiso frontal en lesiones y disfunciones cerebrales es muy frecuente y puede producir
múltiples manifestaciones y conductas muy heterogéneas; por mencionar solo algunas: dificultades en el control de
movimientos, distraibilidad, incapacidad para detectar errores, desorganización, disfunción en la iniciativa, desinhi-
bición, problemas para formular planes, modificar la acción, o analizar y responsabilizarnos de nuestras propias
acciones. Sin embargo, la investigación más reciente ha mostrado que la asociación disfunción ejecutiva-lóbulo
frontal, no es tan exclusiva, hablando de las llamadas “redes cerebrales a larga escala” (Koziol, Barker, Joyce, y
Hrin, 2014). Así, hoy sabemos que las funciones ejecutivas se distribuyen, una vez más, formando extensas redes.
Existe una especial implicación de la zona prefrontal en la conducta ejecutiva, dado que esta región está conectada
con estructuras subcorticales de gran relevancia en la regulación de la emoción, así como en la activación y moti-
vación del individuo. Se han propuesto multitud de modelos teóricos acerca del funcionamiento de las funciones
ejecutivas, destacando el de Stuss y Benson (1984), que representa una organización jerárquica, según el cual el
córtex prefrontal ejerce una función supra modal e interactiva sobre procesos cognitivos más básicos asociados a
estructuras retrorrolándicas o basales. Para una revisión más exhaustiva de los diversos modelos remitimos a la lec-
tura de Tirapu-Ustárroz y colaboradores (2008a). Se ha discutido mucho acerca de la existencia del síndrome dise-
jecutivo y cómo puede ser evaluado y conceptualizado con precisión (Stuss y Alexander, 2008). Tradicionalmente
se han distinguido tres subtipos de síndromes disejecutivos relativamente independientes, según el circuito fronto-
cerebral afectado: a) síndrome desorganizado, que afecta a la región dorsolateral, b) síndrome apático, que cursa
con alteración en la región ventromedial, y c) síndrome desinhibido, asociado a la zona órbitofrontal. Sería desea-
ble que la evaluación neuropsicológica forense de las funciones ejecutivas en su vertiente más conductual-emocio-
nal incorporase variables relacionadas con la cognición social.
4 Metacognición. Si concibiéramos los procesos cognitivos de manera jerárquica en función de su complejidad, la
orientación, percepción, funciones motoras, lenguaje y memoria estarían en la base, mientras que la regulación y
control ejecutivo en un nivel intermedio, y en la cúspide situaríamos la metacognición. Supone así, una parte más
de la identidad. George Prigatano considera que son el medio para percibirnos en términos relativamente objetivos,
manteniendo un sentido de subjetividad (Prigatano, Altman y O’Brien, 1990). Las habilidades metacognitivas inte-
gran toda la información que recibimos sobre el medio y nuestro grado de interacción con el mismo, para monitori-
zar, interpretar, evaluar, organizar y regular nuestra conducta. Incluyen la auto-reflexividad, la capacidad de
mentalización, y la cognición social que engloba, entre otros constructos, el de teoría de la mente. En gran parte se
trata de un funcionamiento condicionado por variables estables propias de los rasgos de personalidad, que será de
gran importancia conocer. Pero, además, para la evaluación de este conjunto de habilidades son relevantes las alte-
raciones de la conciencia de déficit presentes en muchas lesiones cerebrales. El modelo de Daniel Schacter (Schac-
ter, Adis y Buckner, 2007) sobre la experiencia consciente contempla que esta depende de la acción de un
mecanismo específico: un sistema de experiencia consciente que interactúa con mecanismos modulares que proce-
san diversos tipos de información. Esto produce un conocimiento implícito conectado con el sistema ejecutivo de
control que dirige las acciones voluntarias. Las regiones posterobasales del cerebro son responsables del bucle de
retroalimentación, por lo que la desconexión de un área concreta con la corteza prefrontal puede producir una falta
de conciencia de un tipo de déficit específico.
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encuestas allí practicadas con neuropsicólogos ejercientes, reflejaron que la inmensa mayoría, unas tres cuartas partes
de los profesionales, hacían uso de baterías flexibles (Sweet, Nelson y Moberg, 2006; Rabin, Barr, y Burton, 2005) y
solo un pequeño número de participantes, usaban baterías fijas.
Por batería flexible entendemos aquella en la que el evaluador enfoca la cuestión de estudio, desarrollando hipótesis
y seleccionando un conjunto de pruebas que cree que pueden confirmar o refutar dichas hipótesis; aunque estas prue-
bas tengan una estandarización independiente, cada paciente será valorado con un conjunto diferente de pruebas, lo
cual dificulta las comparaciones y estudios de validación. Por batería fija nos referimos a aquella conformada de tal
manera que los tests han sido validados de individualmente y también unos con otros, como ocurre por excelencia
con la Halstead-Reitan Battery (HRB en adelante). En nuestro país, no disponemos de encuestas similares.
Las baterías fijas, aunque presentan ventajas como la exhaustividad y alta sensibilidad para discriminar alteraciones
cognitivas leves, no consiguen un uso tan extendido en la práctica evaluadora. Esto podría deberse a su longitud y
duración para su aplicación, entrenamiento técnico requerido, así como a una fuerte yuxtaposición de subpruebas. El
Programa Integrado de Exploración Neuropsicológica Barcelona, que fue revisado y publicado en 2004 por Masson
como Test Barcelona Revisado (TBR), del equipo de Peña Casanova, es un significativo ejemplo en nuestro entorno.
Por otro lado, hemos de admitir que los neuropsicólogos en el ámbito clínico no siempre prestan la suficiente aten-
ción a los principios de construcción de las pruebas, ni a su interpretación cuantitativa, dejando de lado en muchas
situaciones la evaluación fundamental de aspectos como la posibilidad de simulación en entornos clínicos (Dandachi-
FitzGerald, Merckelbach y Ponds, 2017).
Este debate sobre la metodología a emplear en el contexto forense en Estados Unidos es el que se establece entre los
partidarios de un enfoque flexible de evaluación neuropsicológica para su uso válido en la sala de justicia (Bigler,
2007), negando el argumento legal de que la única batería que cumpliría estándares científicos (criterios Daubert)
fuera la HRB. Los defensores de las baterías fijas (Hom, 2008), en cambio, reclaman que la neuropsicología en el
ámbito forense, como el resto de argumentos legales, está sujeta a un férreo escrutinio, que la neuropsicología por sí
misma puede dar una respuesta independiente al objeto de estudio (al margen de los registros médicos), y que la HRB
puede dar respuesta a la cuestión forense, a diferencia de los planteamientos flexibles. Por último, en medio de este
debate, se escuchan posturas más moderadas, como es el caso de Larrabee (2008), quien afirma que la neuropsicolo-
gía forense debe representar nuestro grado de mayor excelencia en cuanto al ejercicio práctico. Este autor añade que
la HRB no es el único método estructurado que puede cumplir condiciones de evidencia admisible, sino que las esca-
las Wechsler de inteligencia también tienen bondades psicométricas similares; si bien, a las baterías neuropsicológi-
cas fijas habría que añadir la evaluación de funciones no suficientemente exploradas por aquellas, como son las
pruebas de aprendizaje verbal y visual, lenguaje, velocidad de procesamiento y memoria de trabajo. Por último, enfa-
tiza sobre dos cuestiones más: la primera, hacer uso de baremos normativos ajustados al sujeto de estudio (en edad,
género, y nivel educativo), y la segunda, que las evaluaciones neuropsicológicas no son del todo independientes de la
información que proporcionan las entrevistas personales y los registros médicos, con los que debe combinarse el
planteamiento metodológico.
Heilbrun, Rogers y Otto (citados en Otto y Heilbrun, 2002) propusieron la existencia de tres tipos de instrumentos de
evaluación forense:
1. Los instrumentos de evaluación forense son medidas relevantes en sí mismas para el contexto legal y reflejan capa-
cidades psico-legales específicas como puedan aplicarse a las competencias para manejar finanzas, decidir asuntos
jurídicos o sanitarios.
2. Los instrumentos de relevancia forense, trasladan constructos de evaluación clínica al sistema legal; algunos ejem-
plos de estos instrumentos y técnicas incluyen aquellos que exploran la simulación, el riesgo de violencia o la psi-
copatía.
3. Los más utilizados en las evaluaciones forenses son los instrumentos clínicos derivados del contexto terapéutico;
así, todas aquellas técnicas para valorar el rendimiento intelectual, la psicopatología o la personalidad, son ejem-
plos de este tipo de técnicas. No se cuestiona aquí su rigor en la construcción psicométrica, sino que la finalidad
para la que fueron creadas es diferente de la necesidad de inferir y concluir sobre asuntos legales partiendo de
situaciones clínicas. Estos instrumentos importados del campo clínico no fueron diseñados para su empleo dentro
del sistema de confrontación judicial.
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Otro debate diferente es el relativo al uso de pruebas de cribado frente a las baterías extensas (ya sean estas flexibles
o estructuradas). Los test de screening son altamente útiles para clasificar de un modo rápido y eficiente, separando
grupos susceptibles de algún tipo de tratamiento clínico o medida preventiva. Por tanto, su uso en el contexto forense,
amén de incumplir, de nuevo, con los estándares requeridos para un instrumento en este ámbito, tienen el inconve-
niente de ser poco sensibles por sí solos para detectar un deterioro cognitivo, por ejemplo, o para detectar trastornos
leves del rendimiento. La precisión diagnóstica de estos test de cribado por sí solos tiene importantes limitaciones,
necesitando mejorar su sensibilidad mediante evaluaciones neuropsicológicas complementarias (Roebuck-Spencer, et
al., 2017). El prototipo de test de screening es el Mini Mental State Examination de Folstein (1975), adaptado al espa-
ñol por Lobo y editado en TEA. Otras alternativas, que valoran con un cierto nivel de detalle mayor podrían ser el
Addenbrooke´s Cognitive Examination, ACE-R (Mioshi, 2006), el Test de los 7 minutos de Solomon (adaptación espa-
ñola de del Ser, T., y cols., 2003), o la Repeatable Battery for the Assessment of Neuropsychological Status, RBANS
(Randolph et al., 1998).
La elección del protocolo de evaluación dependerá directamente del objetivo de evaluación y será cuidadosamente
planificado en función de la cuestión forense de estudio, de las hipótesis formuladas, de los recursos disponibles y,
sobre todo, en función de los criterios de elección que tratamos en el siguiente subapartado.
La investigación más reciente promueve el uso de múltiples medidas de validez de síntomas y de rendimiento para mejo-
rar la precisión de las clasificaciones (Larrabee, Rohling y Meyers, 2019). Los autores destacan la importancia de seleccio-
nar adecuadamente los puntos de corte utilizando niveles elevados de especificidad (aunque producen menor precisión de
la clasificación global), reduciendo la sensibilidad para reducir también los falsos positivos al mínimo posible (10%).
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La selección de herramientas va a depender de las cuestiones a responder. En último término siempre se necesitará
realizar inferencias para contestar al objetivo pericial.
Por el momento, lamentablemente, disponemos de pocos instrumentos de evaluación forense específicos, según la
clasificación de Heilbrun, Rogers y Otto, para su directa aplicación al ámbito jurídico. Esta carencia ha sido progresi-
vamente implementada en el contexto anglosajón, pero apenas en población española. Se trataría de que, sin estos
instrumentos, en palabras de Verdejo y cols., (2004): “en ausencia de los procedimientos más óptimos, se deben utili-
zar aquellos instrumentos que han mostrado en la literatura especializada mayores niveles de fiabilidad, validez y
valor predictivo”.
4. EVALUACIÓN DE LA SIMULACIÓN
4.1. Concepto de simulación
La simulación se centra, habitualmente, en uno o más de los siguientes tres tipos de respuesta: los trastornos menta-
les y síntomas psicopatológicos, el deterioro cognitivo y las quejas médicas.
Pero cuando nos referimos al concepto de simulación, no siempre estamos haciendo referencia a la misma conduc-
ta. Existe una tendencia distorsionada a pensar, en la línea del sesgo confirmatorio, que cualquier distorsión en las res-
puestas de la persona evaluada corresponde a una acción deliberada. En este punto, restaremos peso a las etiquetas o
juicios morales acerca de la acción de falsear. La posibilidad de fingir forma parte del repertorio de conducta del ser
humano, siendo un fenómeno muy frecuente, multidimensional y complejo. En muchas ocasiones no se consigue evi-
denciar a qué motivación responde, puesto que se trata de una alternativa de respuesta escogida ante una determina-
da circunstancia y en un momento o contexto concreto. Por eso resulta tan importante realizar un análisis funcional
de los factores específicos que rodean a la posible conducta de simular. De hecho, el mayor reto, por el momento no
resuelto, al que se enfrenta el evaluador es el de objetivar la intencionalidad y motivación de la persona que está sien-
do evaluada y que genera sospecha de simulación.
El concepto de simulación está definido en el DSM5, en la categoría V65.2 (Z76.5) Simulación, en el apartado:
“otros problemas que pueden ser objeto de atención clínica”. Está definida como la producción intencionada de sín-
tomas físicos o psicológicos falsos o exagerados motivados por un incentivo externo identificable, como eludir res-
ponsabilidades laborales e incluso legales, obtener una compensación económica, u obtener un beneficio sanitario,
entre otros ejemplos. Estos son los criterios diagnósticos para la sospecha de simulación:
1. Contexto médico legal de la presentación.
2. Marcada discrepancia entre las quejas o discapacidad que cita el individuo y los hallazgos y observaciones objetivos.
3. Falta de cooperación durante el proceso diagnóstico y para cumplir la pauta de tratamiento prescrito.
4. Presencia de un trastorno de personalidad antisocial.
No obstante, como en cualquier otro diagnóstico del código nosológico, es preciso realizar un diagnóstico diferen-
cial con otras hipótesis diagnósticas, como son el trastorno facticio, el trastorno de conversión y de los síntomas somá-
ticos generados por trastornos mentales. Contemplando qué otras alternativas explicativas existen, enunciadas en la
Tabla 3, estamos contribuyendo a la concepción dimensional y no categorial del fenómeno de la simulación.
TABLA 3
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL ENTRE DIFERENTES FORMAS DE PRESENTACIÓN DE SÍNTOMAS NO GENUINOS
Trastornos somatoforme, disociativo o conversivo No intencional, inconsciente Motivación interna, inconsciente (pero también
puede haber ganancia secundaria)
Conducta de fingimiento, no especificada Combinada, intencional y no intencional Combinada, motivación interna y externa
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MND primaria:
Definitiva
1. Presencia de incentivo externo sustancial para exagerar o producir síntomas (criterio 1).
2. Uno o más indicadores claros de exageración o producción de déficit neuropsicológicos (uno o más de los criterios
2.1.- 2.3.).
3. Los comportamientos que cumplen los criterios necesarios no se explican únicamente por otros factores psiquiátri-
cos, neurológicos o del desarrollo.
Probable
1. Presencia de incentivo externo sustancial para exagerar o producir síntomas (ganancia secundaria médico-legal).
2. Tres o más indicadores claros de exageración o producción de déficit neuropsicológicos (tres o más de los criterios
3.1.-3.7.).
Criterios específicos
1. Presencia de un incentivo externo sustancial para exagerar o producir síntomas (ganancia secundaria médico-legal).
2. Indicadores muy sólidos de exageración o producción de problemas o deficiencias neuropsicológicas:
2.1. Rendimiento por debajo de la probabilidad del azar (<.05) en una o más medidas de elección forzada.
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2.2. Alta probabilidad (>.95) de que el rendimiento sea sustancialmente inferior al nivel de habilidad real en una o
más medidas psicométricas validadas.
2.3. Los síntomas autoinformados son incompatibles o evidentemente contradictorios con el comportamiento
observado y con el rendimiento en las pruebas.
3. Posibles indicadores de exageración o producción de problemas o deficiencias neuro-psicológicas:
3.1. Los datos de una o más medidas psicométricas validadas, aunque no son suficientes para cumplir el Criterio
2.1. o 2.2., son más consistentes con el incumplimiento que con el cumplimiento.
3.2. Diferencia marcada e inverosímil entre el rendimiento de la prueba y el nivel de función esperado basado en
el desarrollo y la historia clínica.
3.3. Discrepancia marcada e inverosímil entre el rendimiento de la prueba y el comportamiento y las capacidades
observadas directamente.
3.4. Discrepancia marcada e inverosímil entre el rendimiento de la prueba y los informes colaterales sobre el com-
portamiento y capacidades.
3.5. Diferencia marcada e inverosímil entre la historia auto-informada y documentada, consistente con la exagera-
ción del nivel de función y capacidades previas a la lesión, minimización o lesiones preexistentes o problemas
neuropsicológicos, y/o exageración de la gravedad de nuevas lesiones.
3.6. La discrepancia marcada y no plausible entre los síntomas auto-informados y el nivel de función esperado se
basa en el desarrollo y la historia clínica.
3.7. Discrepancia marcada e inverosímil entre los síntomas auto-informados y la información obtenida de fuentes
colaterales fiables.
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C. Evidencia basada en el reporte original del sujeto o en entrevistas colaterales de que la motivación del individuo
para fingir no es exclusivamente adoptar el rol de enfermo.
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cientificidad de la prueba en el proceso judicial (Vázquez-Rojas, 2014). Los estudios periciales deben ser, esencial-
mente, replicables; cuando las conclusiones adoptadas fuesen similares en diversas repeticiones del estudio, podre-
mos estar hablando de fiabilidad. No obstante, hablar de replicar las evaluaciones en condiciones similares con
personas afectadas por algún tipo de patología orgánica, tampoco es cuestión fácil.
La evidencia que aporta la neuropsicología a las ciencias jurídicas está sustentada en hallazgos de naturaleza fac-
tual, es decir, basada en la evaluación y observación del comportamiento, ya sea espontáneo o motivado por la situa-
ción específica de evaluación. Esta evidencia, aun minimizando los sesgos enumerados al comienzo del documento,
se encuentra condicionada por la subjetividad, que hemos de contrarrestar con rigor metodológico, a poder ser, de
tipo cuantitativo y automatizable, garantizando así la replicabilidad.
La investigación acerca de las tasas base de ocurrencia de los síntomas dentro de la patología orgánica estudiada,
presenta el inconveniente de que los grupos de estudio son muy heterogéneos, por la naturaleza de los trastornos neu-
ropsicológicos. Además, este tipo de evaluaciones requieren un alto nivel de formación técnica.
Otra dificultad radica en el problema clásico de la neuropsicología (y no exclusivamente del campo forense) rela-
cionada con la validez ecológica de los test. Así pues, por ejemplo, cuando tratamos de inferir que un mal rendi-
miento en pruebas como el efecto Stroop, la parte B del Trail Making Test, el Wisconsin Card Sorting Test, y la torre
de Hanoi, han de conllevar necesariamente dificultades para tomar decisiones relevantes para la autonomía perso-
nal, como las sanitarias o financieras, estamos dando un salto lógico-deductivo demasiado grande. Las valoracio-
nes de las competencias jurídicas deben ser evaluadas atendiendo a la metodología multi-método y multi-fuente,
como se ha enfatizado.
Aún es necesario implementar diseños de investigación para solucionar el problema de los grupos de análogos en la
simulación de síntomas cognitivos.
Uno de los problemas clásicos de la neuropsicología es la estimación del nivel de funcionamiento premórbido, o
anterior a la lesión, normalmente basado en medidas de puntuación CI, que ha de ser también sometido a análisis en
nuestro campo. Para una revisión sobre la situación de su estimación, remitimos a Bilbao y Bombín (2010).
Resultará, por todo ello, mucho más riguroso, incluir en las consideraciones y conclusiones forenses el alcance y
limitaciones de las mismas, como ocurre en cualquier estudio de investigación, como veremos en la Ficha 2 dedicada
a una propuesta práctica para la elaboración de los informes periciales neuropsicológicos.
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Ficha 1.
Evaluación de la validez de síntomas cognitivos
Se ha escogido el Consenso de la Academia Americana de Neuropsicología Clínica para la evaluación específica del
esfuerzo, el sesgo de respuesta y la simulación desde el punto de vista neuropsicológico (Heilbronner et al., 2009),
que se resume a continuación, puesto que representa una relevante guía de actuación ante la valoración de este tipo
de condiciones para cumplir con los requerimientos dentro del ámbito forense.
El documento final sobre la evaluación específica del esfuerzo, sesgo de respuesta y simulación, fue el resultado de
una conferencia de consenso celebrada en junio de 2008 en Boston, y fue publicado algo después en la revista The
Clinical Neuropsychologist. El objetivo de la conferencia era desarrollar, por parte de los neuropsicólogos más influ-
yentes en el área, un consenso en cuanto a los principios para la práctica, atendiendo a la extensa literatura científica
al respecto de estas medidas.
Dentro del amplio espectro de conductas asociadas a este tipo de fenómenos, los autores distinguen entre:
4 Detección: puede ocurrir durante la evaluación neuropsicológica de las capacidades cognitivas, valoración de sín-
tomas y/o de la funcionalidad de un individuo. De los diversos términos encontrados en la literatura para referirse a
este tipo de cuadros, seleccionan el que alude a los problemas relacionados con el grado de esfuerzo, que se conci-
be como un continuo, y en sus niveles más bajos pudede ser calificado como insuficiente, inadecuado, o pobre. Las
medidas que se acercan al grado de esfuerzo subóptimo tienen que ver con el sistema de medición de validez de
síntomas (en inglés denominado symptom validity testing, SVT). Estas medidas requieren en realidad escaso esfuer-
zo o capacidad para el sujeto, ya que se trata de tareas que suelen construirse en función variables bien cristaliza-
das o aprendidas en el sistema cognitivo. Estas medidas, que tratan de identificar un sesgo negativo de respuesta,
equivaldrían a la validez de respuesta o de rendimiento. Por otro lado, se incluyen en la detección los indicadores
de exageración o magnificación de síntomas, posibilidad que contemplan para su estimación muchas pruebas de
autoinforme psicológico. Se trata de conceptos complejos, ya que engloban múltiples dimensiones de comporta-
miento que diferencian la simulación de otras entidades como el trastorno facticio, el trastorno de conversión, y el
trastorno de síntomas somáticos y relacionados.
4 Diagnóstico: considerado como la determinación explícita de la exageración intencional de síntomas y/o la objeti-
vación de la reducción intencional de la capacidad, con el objetivo de obtener una recompensa externa. En este
apartado capta un papel central el diagnóstico diferencial entre las condiciones de comportamiento intencional
(correspondientes a las situaciones de simulación y trastorno facticio), de aquellas no intencionales (trastorno de
síntomas somáticos u otros). Obviamente, deben tenerse en cuenta los registros y fuentes de información externos,
así como las medidas de sesgo de respuesta y evaluación neuropsicológica. Más allá de los criterios del DSM, se
han generado algunos sistemas diagnósticos específicos (como el de Slick, Sherman, y Iverson, 1999, y el de Bian-
chini et al., 2005). Dado lo controvertido del diagnóstico de simulación, que implica una intencionalidad de enga-
ño con la finalidad de obtener un beneficio secundario, el documento de consenso, insta a considerar el contexto
de evaluación, resaltando el contexto forense. Así, diferencia los tipos de beneficios que pueden subyacer a la moti-
vación de la conducta: primarios (de tipo emocional, que suelen presentarse en los trastornos facticios), y secunda-
rios o meramente instrumentales (económicos, que pretenden eludir una responsabilidad o deber laboral, militar,
evitar consecuencias legales, obtener narcóticos o medicación). Por todo ello, también enfatizan la necesidad de
diferenciar aquellas situaciones en las que la simulación resulta adaptativa. El proceso de diagnóstico de simulación
requiere: 1) un detenido análisis del examinador, 2) estar basado en criterios objetivos, 3) incorporar indicadores
que establezcan una clasificación precisa, y 4) combinar el juicio clínico con medidas científicamente validadas a
este efecto. Se recalca al neuropsicólogo la diferencia entre emitir decisiones clínicas basadas en criterios científi-
cos, y su correlación en el contexto legal.
El sesgo negativo de respuesta, que implica el rendimiento en la evaluación de capacidades, se entiende del siguien-
te modo: si no se superan los umbrales definidos o indicadores de validez incorporados en las pruebas de capacidad
y/o de respuesta dentro de las medidas de auto-informe. También puede detectarse a través de una importante dispari-
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dad entre el rendimiento en la vida real y el resultado obtenido en las pruebas. En relación a esto, la presentación
inválida: 1) no se explica del todo por la posible disfunción cerebral, 2) no se puede atribuir razonablemente a varia-
bles mediadoras (educación, edad, fatiga, condiciones psicológicas), 3) es significativamente peor o presenta un
patrón diferente de aquellos estándares clínicos conocidos que se asocian a un rendimiento alterado.
Podemos distinguir dos tipos de test relativos a la validez de respuesta: por un lado, los que miden la validez de la
ejecución tratando de descartar el bajo rendimiento en la realización de test de tipo cognitivo, es decir, las medidas
específicas, y por otro, las no específicas, con la valoración que auto-informa el propio evaluado sobre su estado, que
valoran la sobre-representación sintomática.
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miento de sintomatología deben ser muy cautas. En todo caso, el consenso propone el uso de los siguientes criterios
de observación: 1) la gravedad de la lesión inicial aumenta con el tiempo, 2) el evaluado informa con imprecisión u
omite información sobre sus capacidades o estado de salud premórbido, y 3) una escasa evolución o presentación clí-
nica estática a través del tiempo puede sugerir sospecha, pero por sí sola no indicaría simulación.
El consenso ofrece al neuropsicólogo recomendaciones concretas en diversas cuestiones de interés:
4 Para valorar las capacidades cognitivas:
● El uso de indicadores psicométricos consiste en el planteamiento más válido para identificar la validez de res-
puesta neuropsicológica.
● Deben usarse medidas independientes de esfuerzo e indicadores de validez implícitos en las pruebas.
● En los informes neuropsicológicos deben detallarse todos los procedimientos empleados en las valoraciones. En el
contexto forense, se explicarán así las bases para fundamentar conclusiones o valoraciones, evitando incluir
información específica relacionada con estas medidas que pudiera invalidar su uso futuro.
● La evaluación de los síntomas auto-informados es más precisa mediante el uso de instrumentos psicométricos que
diaria, y entre el auto-informe y los registros documentados en el historial. Al integrar varias fuentes de informa-
ción, debe tenerse en cuenta el sesgo negativo de respuesta presente en los reportes falsos o incompletos.
● Considerar el contexto de evaluación y la posibilidad de que la evaluación llegue a un litigio, por el mayor riesgo
de validez que cubran diversos dominios durante el proceso de evaluación. Cuando esto no sea posible, en el
informe se harán explícitas las limitaciones interpretativas.
● A medida que aumenta el número y alcance de los resultados consistentes con el sesgo de respuesta, la fuerza
sesgo de respuesta.
4 Para la investigación futura sobre la valoración de las capacidades cognitivas:
● Sobre la forma de ponderación de las medidas de esfuerzo cognitivo y las medidas de validez implícitas en las
● Las pruebas de capacidad deben tener indicadores de validez creados en el momento de construcción de la prueba.
● Se debe analizar la relación coste-beneficio de la evaluación del sesgo de respuesta y los métodos de detección
de la simulación.
● Estudio sobre la aplicación en muestras pediátricas de las medidas de esfuerzo.
● Identificación de los umbrales para descartar definitivamente el riesgo del sesgo de respuesta.
del: auto-informe, rendimiento, y validez de síntomas. A medida que el número y alcance de los hallazgos es
mayor, también las conclusiones ganan fuerza.
● Descartar cuidadosamente hipótesis alternativas, aparte de la simulación, para la presentación sintomática, con el
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● Enfatizar el uso de instrumentos actuariales, junto con el juicio clínico formulado a partir del auto-informe del
sujeto evaluado, a la hora de hacer consideraciones sobre la presencia o no veraz de dolencias somáticas.
● En relación con la evaluación de la validez de los síntomas somáticos, la información del historial debe evaluarse
caso ideal sería aquel sobre el que: a) no existe evidencia clínica de patología o esta es escasa, y b) tiene historial
de síntomas atípico de una presentación clínica razonable.
● Las investigaciones pasadas han incluido en los grupos de comparación sujetos que buscan o reciben compensa-
ción, sin ningún examen para descartar distorsión de síntomas en ellos. Al igual que en los grupos de estudio, los
grupos de comparación deberían cuidar estas variables.
● La investigación futura debería contemplar el uso de medidas de capacidad funcional, en conjunto con otras dis-
ciplinas complementarias.
● La influencia de variables demográficas, como el género, deben seguir siendo objeto de investigación.
forense.
● Los evaluadores podrían beneficiarse de implementar una base de datos propia sobre las entrevistas en profundi-
dad, observación de comportamiento, entrevistas a informantes allegados, y evaluación formal psicológica y neu-
ropsicológica.
● Deben usarse instrumentos y escalas de evaluación que proporcionen la metodología más actualizada científica-
mente.
● Usar varias medidas de validez de síntomas durante la evaluación, ya que puede producirse la coexistencia de
psicopatología genuina y síntomas exagerados, y delimitar en lo posible la presencia relativa de cada una de
ellas.
● Los examinadores deben estar familiarizados con las tasas base de trastornos y síntomas mentales en población
general.
● Usar las mejores prácticas y metodologías de evaluación disponibles, según la literatura científica más relevante y
actualizada.
● No perder de vista las variables culturales y étnicas diferenciales e individuales, que pueden estar influyendo en la
presentación de la psicopatología.
4 Para la investigación futura sobre la valoración de los síntomas psicológicos:
● Sobre los problemas de validez de respuesta emocional y cognitiva en grupos psiquiátricos conocidos y continuar
● Sobre las diferencias individuales que pueden contribuir a los auto-informes no válidos en cuanto a personalidad
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Ficha 2.
Indicaciones para la elaboración del informe
neuropsicológico forense
El informe pericial neuropsicológico será el resultado de todo el proceso de valoración forense sobre los procesos
cognitivos, emocionales y conductuales relacionados con algún tipo disfunción cerebral.
La relevancia que implican las decisiones judiciales, sea cual sea la jurisdicción en la que nos encontremos como
peritos, así como la admisibilidad de los criterios clínicos y la valoración científica de la prueba en el entorno legal,
requieren un máximo esfuerzo en el rigor metodológico empleado en estos informes.
Uno de los obstáculos de relieve para el neuropsicólogo, consiste en la dificultad de acercar y explicar el lenguaje
técnico de una manera comprensible y representativa de las consecuencias funcionales en la vida del individuo para
el jurista. En este sentido, se recomienda el uso limitado de tecnicismos, describiendo conductas de una manera lo
más operativa posible, reservando aquellos para cuando resulten imprescindibles, acompañándolos de su correspon-
diente explicación según el consenso científico.
Como ya se ha señalado en el Documento Base, Larrabee (2011) plantea que, para la integración de resultados que
permita contrastar las hipótesis planteadas y plasmarlas así en su informe final, el perito encontrará útil formularse las
siguientes preguntas: 1) ¿hay consistencia entre los datos y los diferentes dominios neuropsicológicos?, 2) ¿es consis-
tente el perfil neuropsicológico obtenido con la etiología sospechada?, 3) ¿son consistentes los datos neuropsicológi-
cos resultantes con la severidad documentada del daño?, y 4) ¿son consistentes los datos neuropsicológicos con la
presentación conductual del sujeto?. La organización de la información en torno a este esquema de razonamiento,
ayudará a plasmar los hallazgos de manera ordenada, lógica y útil.
No obstante, el informe neuropsicológico forense no debe seguir el esquema de informe clínico donde habitualmen-
te se analizan uno o varios diagnósticos o condiciones clínicas, sino que su finalidad es asesorar sobre la relevancia
forense de tales diagnósticos (en caso de su presencia), en función de las preguntas legales. Sobre la presencia o
ausencia de déficit deberá realizarse un oportuno diagnóstico diferencial, contemplando las diversas hipótesis diag-
nósticas, así como la posibilidad de distorsión de sintomatología, como hemos tratado en la Ficha 1.
Por tanto deben discutirse aspectos como: si el estado del evaluado es normal o alterado, en caso de hallarse altera-
ción en qué grado de severidad se encuentra presente, cuál es el curso evolutivo evaluado y su comparación con con-
diciones clínicas similares, incluyendo consideraciones sobre el tratamiento y la eficacia documentada en la
literatura, qué posibles causas explicarían la presencia de la alteración, si existen cambios y en qué medida sobre el
estado premórbido del individuo, si el cuadro sintomático es susceptible de mejorar, es decir, información pronóstica,
la compatibilidad del cuadro neuropsicológico con los patrones conocidos, las repercusiones funcionales que conlle-
van las alteraciones en la vida y entorno de la persona evaluada, y todos aquellos aspectos relevantes para poner en
relación los resultados de la evaluación neuropsicológica con la cuestión forense estudiada (i.e. capacidad y compe-
tencias civiles, responsabilidad penal, capacidad procesal, calidad del testimonio, lesiones y secuelas neuropsicológi-
cas, incapacidad para el trabajo, etc.). Aquellas descripciones sobre la adaptación del peritado y su funcionamiento
psicológico-emocional que habitualmente se incluyen en los informes de tipo clínico, solo serán relevantes en el
informe neuropsicológico forense si sirven para describir la situación premórbida y los cambios atribuidos a la altera-
ción cerebral en cuestión.
El esquema de un informe pericial neuropsicológico, desde un punto de vista integrador, podría ser el siguiente:
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Identificación: datos sobre el perito firmante, pudiendo incluir una breve referencia a la formación específica en el ámbito.
Motivo de informe: de forma sucinta y clara, especificar el hecho que motiva la evaluación.
Metodología: incluyendo todas las fuentes de información recabadas con su correspondiente fecha, y todos los procedimientos de evaluación empleados (añadiendo
su referencia bibliográfica), cuyos resultados serán reflejados y cuyas implicaciones discutidas.
De las entrevistas con el examinado sobre los aspectos recabados de importancia para la cuestión forense: desarrollo psicobiográfico, situación actual, origen
y curso de la alteración, percepción del propio estado cognitivo, reporte del funcionamiento en las diversas esferas vitales, etc.
De los instrumentos psicométricos aplicados, con un anexo de puntuaciones para facilitar la fluidez en la redacción y la comprensión del lector, al tiempo
que garantizar posibles réplicas de evaluación.
De las fuentes externas disponibles recabadas: servicios sociales, informes médico-legales, escolares, informes contemporáneos sobre la condición médica
/ clínica / (neuro)psicológica / neuroimagen / laboral.
Integración de resultados: con una síntesis de la información recogida, en orden a buscar la convergencia o divergencia entre los diversos hallazgos.
Discusión neuropsicológica forense: en base a los resultados expuestos, y a las diversas hipótesis explicativas al alcance, se pondrán en relación los conocimientos
del área científica con los datos de la evaluación presente, para una ulterior realización de inferencias mediante un proceso de razonamiento deductivo guiado por
la cuestión forense discutida.
Conclusiones: pocas, claras, y concisas, contemplando solo aquellos aspectos que han sido argumentados a lo largo del informe, y dando respuesta a la pregunta
objeto de examen inicial.
Fórmula final en la que se exprese el alcance de la evaluación, contexto temporal de realización, y limitaciones de la misma para extrapolar las conclusiones
expresadas.
El uso de las múltiples fuentes y métodos de evaluación, será sin duda, el método escogido para realizar un adecua-
do contraste de hipótesis. De esta manera, toda recomendación práctica incluirá el manejo de: entrevistas con el suje-
to evaluado, observación de su comportamiento, evaluación neuropsicológica y psicológica psicométrica,
exploración psicopatológica, estudio y análisis de historial médico y de neuroimagen, reportes de familiares y allega-
dos, así como de fuentes colaterales procedentes de servicios públicos (sanitarios, sociales, escolares), y del entorno
laboral.
Con el objetivo de facilitar la selección de instrumentos según los criterios de elección resaltados en el Documento
Base, y solo de modo orientativo, se aporta en la Tabla 1 una propuesta de evaluación para el acercamiento a la valo-
ración neuropsicológica de las diversas funciones y procesos cognitivos. En la misma, se incluyen subpruebas de bate-
rías fijas de evaluación y, sobre todo, pruebas neuropsicológicas clásicas, siendo todos ellos instrumentos adaptados
para población española.
TABLA 1
PROPUESTA PARA LA EVALUACIÓN NEUROPSICOLÓGICA FLEXIBLE DE APLICACIÓN AL CONTEXTO FORENSE
Orientación Subtest de Orientación del Test Barcelona Revisado, TB-R. Peña Casanova y cols., (Masson, 2004).
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TABLA 1
PROPUESTA PARA LA EVALUACIÓN NEUROPSICOLÓGICA FLEXIBLE DE APLICACIÓN AL CONTEXTO FORENSE (Continuación)
Velocidad de Procesamiento Índice Velocidad de Procesamiento de la Escala de inteligencia de Wechsler Pearson Clinical y Talent Assessment.
para adultos, WAIS-IV.
Praxias y habilidades Diagnóstico Neuropsicológico de Adultos Luria-DNA (Christensen, 2001). TEA Ediciones.
visuoconstructivas Rey, Test de copia de una Figura Compleja (Rey, 1959). TEA Ediciones y Proyecto Neuronorma.
Índice Razonamiento Perceptivo del WAIS-IV. Pearson Clinical y Talent Assessment.
Gnosias y habilidades Visual Object and Space Perception Battery, VOSP (Warrington y James, Proyecto Neuronorma.
visuoespaciales 1991. Pearson UK).
Memoria y aprendizaje Test Auditivo Verbal España Complutense, TAVEC. TEA Ediciones.
Rey, Test de copia de una Figura Compleja (Rey, 1959). TEA Ediciones y Proyecto Neuronorma.
Escala de Memoria de Wechsler, WMS-IV. Pearson Clinical y Talent Assessment.
Habilidades aritméticas y cálculo Subtest de Aritmética del WAIS-IV. Pearson Clinical y Talent Assessment.
Funciones ejecutivas
Inhibición Índice Memoria de Trabajo del WAIS-IV. Pearson Clinical y Talent Assessment.
Test de Stroop: Colores y Palabras (Stroop, 1935). TEA Ediciones y Proyecto Neuronorma.
Cambio y Flexibilidad Test de los Cinco Dígitos, FDT (Sedó, M., 2008). TEA Ediciones.
Test de Clasificación Tarjetas de Wisconsin, WCST (Heaton, 1981). TEA Ediciones.
Rendimiento intelectual Escala de inteligencia de Wechsler para adultos, WAIS-IV. Pearson Clinical y Talent Assessment.
Matrices, Test de inteligencia general (Sánchez, Santamaría y Abad, 2015). TEA Ediciones.
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Notas: