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Desde los más remotos tiempos hemos anhelado comprender el universo, las causas de
los movimientos y su dirección. Las nociones de azar, destino y con éste último la
posibilidad de libertad, han estado en la primera fila de las inquietudes humanas y han
sido las incógnitas de nuestro conocimiento más repetidamente interrogadas. Nietzsche
no es una excepción:
“Las tempestades son mi peligro: ¿tendré mi tempestad a la que sucumbiré como Oliver
Cromwell sucumbió a la suya? ¿O me extinguiré como una luz a la que no apaga el viento
sino que se ha fatigado y hartado de sí misma, una luz que se ha consumido hasta el
final? O por último ¿me apagaré yo mismo para no consumirme hasta el final?”.
De forma poética hay en esta reflexión las dos cuestiones básicas, tanto la pregunta por
la existencia de un destino: ¿Cuáles son mis opciones: tener o no tempestad, sucumbir a
ella, tener una vida anodina, entregarme a ella hasta el final o no?, así como la inquietud
sobre si usaré de mi libertad y yo mismo decidiré mi destino.
Uno de los estoicos más citados por Nietzsche es Epícteto que fue esclavo en Roma.
Asistía a las clases del estoico Musonio Rufo. Su maestro le enseñó que todos los
hombres, tirano, césar o esclavo, eran iguales, ya que todo ser humano tenía la
capacidad de cultivar su libertad interior. Después de ser libre físicamente, se dedicó a
enseñar la importancia de la libertad interior, de la libre voluntad en la vida, más allá de
las incertidumbres de un mundo condicionado a avatares naturales y al poder político.
Afirma Epicteto:
“Encadenarás mi pierna, pero mi libre albedrío ni Zeus puede vencerlo”.
En esta aceptación del destino encontramos también a Nietzsche, pero aquí varía del
ideal estoico y no sólo porque no acepta a ninguna divinidad rectora. Aun así, hay un
nexo de unión entre Nietzsche y los estoicos: la afirmación del poder de la voluntad. Por
ejemplo, en Séneca sus héroes confrontan con las desgracias enviadas por la Fortuna, no
siempre vencen pero consiguen aceptar el destino, Medea es un buen ejemplo de esta
tensión cuando afirma que “la Fortuna puede quitarme los recursos pero no los ánimos”.
Afirma Epícteto:
“Los dioses hicieron que dependiese sólo de nosotros lo más poderoso de todo y lo que
dominaba a lo demás: el uso correcto de las representaciones, mientras que lo demás no
depende de nosotros”.
Creo poder afirmar que Nietzsche suscribiría que éstos son los valores por los que se
guía el hombre nihilista. La mayoría de los hombres quieren cosas equivocadas, ya que
sus intenciones se basan en la ignorancia. La voluntad se ata a querencias que no
están en su propio poder sino en el ámbito de poder de otros, y como consecuencia
pierde toda la libertad. El hombre únicamente es libre si su voluntad subjetiva se
armoniza con la heimarmenē universal, esta es una enseñanza clave en Epícteto.
Y dice Nietzsche en esta misma línea, tanto reafirmando la libre decisión de cada uno
como el amor al destino: hay que aprender a amar, también habrá que aprender a
amar al destino. Cierro con la cita de Zaratustra en el discurso “El caminante” cuando
parafrasea a Marco Aurelio:
“¡Y qué podría ocurrirme todavía que no fuera ya algo mío!”
“A ningún hombre puede sucederle cosa que no sea humana; nada al buey que no sea
peculiar del buey; nada a la vid que no corresponda a la vid; nada a la piedra que no sea
propio de la piedra.”