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Un arte urbano como medio emancipador a la concepción histórica de la

violencia como camino hacia la paz en Colombia: Perspectivas estéticas a

partir de Merleau-Ponty y Jacques Ranciere.

Obispo William Villamil H. O.S.B


Universidad del Norte

Boca abajo entre los pastos altos del potrero,

los primeros en hallarte fueron los ojos tristes de una vaca.

La neblina bajaba lenta por la cordillera y los cristales de agua brillaban en las hojas.

El animal con su espíritu manso y curioso se acercó con humildad.

Te observó largo tiempo, José, allí suspendido en el tiempo,

flotando como un hielo en medio de la mañana.

En el cielo una corona de aves negras se disponía

a posarse sobre tu ancha espalda, cuando otras vacas

vinieron a rodearte, a cuidar del hijo ausente, a espantar las moscas.

(Yezzed & Falquez-Certain, 2019)

Cuando nos damos a la tarea de revisar la historia de la violencia en Colombia, realmente

no hacemos otra cosa que contemplar, a través del tiempo, un sinnúmero de atrocidades y de

víctimas cuyo sufrimiento hace temblar lo más hondo de nuestra humanidad; sin embargo, una

vez superado el choque emocional, y en medio de sentimientos encontrados, lo único que

termina habitando nuestra mente resulta ser una extraña pregunta, que a su vez, va acompañada
de un vacío infranqueable. Un cuestionamiento sin aparente respuesta: ¿Por qué seguimos

recurriendo a la violencia como camino, si nunca hemos visto verdaderos resultados, si no hemos

sido testigos de un verdadero atisbo de paz?

Tratando de acallar el ruido del vacío, podríamos entonces emprender una reflexión

filosófica; adentrarnos en una fenomenología de la violencia que nos ayude a comprender la

esencia de la misma, y así, quizá entenderla; conocer la manera más pura como se da a la

conciencia de cualquier sujeto, y así, transformarla. Podríamos incluso tener también la

pretensión de plantear, ya sea desde la ética o la política, algunas acciones, tal como muchos

filósofos ya lo hicieron; sin embargo, a pesar de todas estas posibilidades, en lo que concierne a

este texto, daremos por supuesto que, indistintamente de la esencia del fenómeno, puede desde lo

estético, pensarse la posibilidad de conducir al sujeto a través de una travesía reflexiva, sin

garantía alguna de otro efecto más que el de “habitar” temporalmente aquello que percibe a

través de sus sentidos, pero con la esperanza de una emancipación a partir de una deconstrucción

interior.

Entiéndase por lo anterior, que el espectador, una vez sometido a la ficción de la obra de

arte que aquí se pretende, podrá ubicarse en el mundo contextual de la violencia y disponerse

voluntariamente a proponerse a sí mismo cuestionamientos sobre este fenómeno en su

subjetividad. Hablamos de la propuesta de un cierto tipo de pintura urbana que actúa a manera

de “espejo de Lacan” para revelar la profundidad del fenómeno de la violencia en la conciencia

de quien está y a la vez no está enfrente de ese espejo.

Libertad, emancipación y violencia como herencia cultural

Para el sociólogo Alfred Schütz, el sujeto nace dentro de un "mundo" formado por una

gran cantidad de símbolos que han sido pre configurados antes que él, contextualizados antes que
él y cargados de un "pasado" o herencia colectiva previa a él, y que no es fija en el tiempo

histórico, pero que, sí lo es para el tiempo en el que ése sujeto nace, es decir, su época.

A su vez, el lenguaje que es común a todos los miembros de su entorno (y que es otra

galería de símbolos), le permite comunicarse sintiendo la plena seguridad de que va a ser

entendido, no porque los demás conozcan el significado de cada palabra que diga y el orden

gramatical correcto de sus oraciones, sino porque todas ellas remiten, en últimas, a una manera

de pensar que ha sido aceptada por todos, o más bien incorporada a la conciencia de manera

espontánea y sin ninguna reflexión crítica; esto a modo de una herramientas vital para la

supervivencia.

Está teoría de Schütz, puede entrelazarse con la teoría del estadio en el espejo de Lacan,

dónde, este "sujeto nuevo en el mundo", viene a hacerse propietario de toda esta herencia

sociocultural que no creó, y que podría decirse que en principio no le pertenece, pero que le es

adjudicada -sin preguntarle-, de mano de aquellos que, valiéndose de su mismo lenguaje, le

explican el mundo en el que está y le asignan su identidad.

Tal como lo plantea Rousseau, el hombre puede nacer libre, sin embargo tal libertad queda

inmediatamente extinta con el simple hecho de que su madre, al verlo por primera vez, le

adjudica casi por instinto sus primeros símbolos envolviéndolo en una manta rosada o azul según

sea la cuestión. Sin embargo, es precisamente esa libertad inicial aunque efímera, la que justifica

y da cuentas en el hombre de otra cualidad inagotable, infranqueable e indomable: la capacidad

de emanciparse. Capacidad que es potencia en cada instante y que se torna en acto al decidirlo.

A propósito de lo anterior, y a manera de suscitar una mayor reflexión, pensemos en el

relato bíblico del jardín del Edén; sería interesante cuestionarnos si el “fruto prohibido” era un
símbolo del poder de elegir, es decir, de la libertad, o más bien del poder emanciparse frente a la

prohibición; rechazar lo impuesto.

¿Es la libertad, la comprensión en nuestra conciencia de que se está bajo un dominio y que

estamos en capacidad de decidir entre emanciparnos o seguir sometidos? ¿Puede un sujeto llegar

a este estado de conciencia sobre la libertad por sus propios medios?¿Qué necesita?

Ciertamente la historia nos ha mostrado casos donde el sujeto se ha logrado emancipar una

vez que ha sido consciente de su condición de dominado; los afrodescendientes en Norteamérica

son un vivo ejemplo. Pero esto no suele ser en principio un fenómeno colectivo, sino más bien

muy puntual y particular. Aparece de pronto ese sujeto, que en una profunda reflexión sobre sí

mismo logra ver la luz, y consciente de que un cambio es necesario, empieza a transformar a su

entorno, a liderar la masa hacia el establecimiento de un nuevo paradigma social, político,

económico y/o cultural.

El arte y su ficción seductora

Si existe una creación humana capaz de transformar al hombre casi de manera inmediata, y

de influir en su más profundo yo inconsciente, a fin de extraer aquellas potencialidades que

yacen en el fondo de su ser, esa creación es el arte. Ya sea como literatura, escultura, pintura,

poesía o cualquier otra de sus formas, la ficción que se nos sitúa enfrente nuestro, nos abre la

posibilidad a un mundo alterno de infinitas posibilidades, donde nos dejamos seducir por una

extraña mezcla de fantasía, recuerdos, anhelos, realidades, sueños, deseos; pero también donde

nuestra mente puede ser invadida por una actitud crítica frente a la vida y sus fundamentos éticos

y morales, frente a “mi posición” en el sistema y lo que estoy haciendo por cambiarlo.

Es el arte ese espejo que, aunque a primera vista, pareciera otro cuadro más adornando

alguna pared, me invita a mirarlo, y entre más lo contemplo, más refleja mi yo, mi realidad, y la
cuestiona. El arte es revelación y noticia de esa revelación. Es una invitación a la

deconstrucción, a la creación, a sumergirse en ese río de Heráclito para evidenciar que una vez

volvemos a la superficie, ya nada es lo mismo en nosotros. Y es este efecto el que se busca, un

despertar en medio de una historia que reclama su dominio sobre el sujeto, una historia que a

manera del gran hermano de George Orwell nos manipula a su antojo y dicta nuestro actuar y

nuestra conciencia.

El tipo de arte que nos conduce a la emancipación

Es cierto que el arte por sí mismo habla, nos contextualiza y nos conmueve, pero

normalmente el arte al que estamos históricamente acostumbrados a contemplar, generalmente

del tipo clásico, no posee toda la potencia que necesitamos para intentar mover al espectador a

su emancipación. Ya Adorno (2005), lo había manifestado en su crítica del arte; habló

precisamente de una cierta intrascendencia del mismo frente a la política de su mundo; sin

embargo recordemos que el mundo ha experimentado una apertura y una mutación del arte,

posteriores a la llamada época de la reproductibilidad técnica de Walter Benjamin. (1936)

No hablamos de un arte de museos, no hablamos de un arte asociado al sujeto culto,

refinado, intelectual y con acceso económico a las obras de los grandes maestros. No hablamos

de un arte restringido a ciertas élites sociales que se gozan en realizar ejercicios hermenéuticos

que en últimas hacen a un lado la intención legítima del autor, de su mundo y de eso que: “tira de

él y de su obra a la vez'' (Merleau-Ponty, 2015).

Son dos vías distintas; apelar a la hermenéutica del arte, y emanciparse a través del arte que

aquí se propone. En última instancia, el arte se reconocerá como tal, en la conciencia de quien

interactúe con él; cada sujeto tiene sus propias intencionalidades (producto de sus propias

vivencias), las cuales serán sus elementos de juicio, y que su vez, serán la materia prima para la
propuesta de emancipación frente a esa idea de la violencia como naturalidad y a la vez herencia

que aquí se discute.

La apuesta, entonces, es por un arte con fines emancipatorios, que se sustenta en su

condición de “ficción seductora” y que pretende al mundo como escenario; cada pared es un

lienzo en potencia, cada espacio resulta un perfecto escenario; cada transeúnte puede ser Vermeer

o Kandinsky.

Se trata de un arte urbano en cuanto a su posibilidad de acceso por parte del espectador,

pero que no tiene nada que ver con grafitis, o imágenes que dan cuenta de un presente y un

pasado a manera de crítica política o caricaturesca. Se trata de un arte incompleto, que se

completa cuando el espectador se incorpora en la misma obra de arte, cuando es juez y parte,

cuando el resultado de la obra lleva algo de él, algo de su visión de mundo, de su sentir la

violencia, de los contenidos de su conciencia, de su ética y de su estilo.

Se trata de una incorporación del espectador a la participación y culminación de la obra

inacabada, es la invitación de que a través de su cuerpo, el espectador, sea también creador, sea

pintor, sea observador; que los ademanes de sus manos, sus brochazos y sus surcos, revelen su

existencia en ese mundo, que aunque parezca ficción, al incorporarse a él en carne y hueso, al

hacerse uno con y dentro de la obra, deja de serlo, para convertirse en artista y obra al mismo

tiempo.

Es en términos de Merleau-Ponty (2015) “un retorno al individuo; saber cómo puede

establecerse una comunicación sin el auxilio de una naturaleza preestablecida. Cómo puede darse

una comunicación antes de la comunicación y una razón antes de la razón.

Esta forma de expresión artística busca hacer del sujeto dentro de la pintura un objeto de

significación para él en primera instancia, y para aquellos que son espectadores de sus trazos. El
espectador que ahora es pintor se emancipa a sí mismo al significarse a sí mismo dentro de la

obra, al ser parte del acontecer de un nuevo camino, de una nueva opción. No es contemplar al

sujeto de la protesta lanzando rosas en vez de rocas en una obra de Banksy, sino, ser un

nuevo/otro Banksy; ser quien decide qué debe lanzar ese sujeto en la pared, ser ese sujeto de la

pared, ser quien lanza lo que él mismo decide; y esto, ante la mirada de sí mismo y de sus

espectadores. Es romper con lo típico del arte.

Se trata de “Construir un espacio público, donde hay política; transformar los espacios

materiales de la circulación de personas y bienes en espacios disensuales, introduciendo en ellos

un objeto incongruente, un tema suplementario, una contradicción”. (Ranciére, 2005).

Para Ranciere este arte, capta la intencionalidad de esa masa con potencial emancipatorio y

la revela al sujeto mismo a manera de ficción, alterando algunos de sus componentes de manera

que más allá de ser captada como realidad, lo sea como un ideal posible de conseguir. Es un arte

que genera un malestar con el presente al mismo tiempo que potencializa una solución. Un arte

que expone las voluntades de poder e invita a hacer historia.

Esta propuesta de una nueva manera de arte disensual y emancipador puede entenderse

también como una apuesta pedagógica constructivista de carácter primeramente social; y no hay

nada de malo en ello. Ciertamente las palabras antes mencionadas por Schutz presentan el

“entorno” del cual se pretende realizar la emancipación, como un medio pedagógico; por otra

parte, los resultados de la investigación fenomenológica sobre la violencia, los cuales no son

materia de este documento, revelaron la esencia de dicho fenómeno como un lenguaje de

cambio, de trascendentalidad inmediata y al mismo tiempo de primera posibilidad

transformadora del entorno.


Por tanto, dado que el lenguaje habita dentro del cúmulo de las posibilidades de

aprehensión y uso de los símbolos y referentes para favorecer la interacción entre sujetos, no es

difícil pensar en educar al sujeto que inicialmente fluye en ese lenguaje llamado violencia, para

que ceda su territorio a maneras menos dañinas, menos caóticas y menos destructivas. Para que a

través del arte emancipador, pueda alcanzar esa mayoría de edad que plantea Kant (2022), o bien

la autenticidad a la que se refiere Husserl (1997).


Bibliografía

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