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La Psicología Educativa, como área aplicada de la psicología. Utiliza los métodos generales
de la misma. El procedimiento general de intervención engloba los siguientes pasos:
evaluación inicial y diagnóstico, intervención, seguimiento y evaluación final, y valoración,
con la toma de decisiones que se deriva de la misma.
Las tareas propias de la Psicología Educativa pueden dividirse en dos grandes bloques:
Las psicólogas y los psicólogos de la educación deben prestar atención a los aspectos
deontológicos en todas las fases de su actuación, tanto en la selección de pruebas y
técnicas para la evaluación y la intervención (rigor, validez) como en la toma de decisiones
que se derivan de su trabajo y en la transmisión de la información.
Los psicólogos educativos pueden trabajar junto con el profesorado para motivar a
todos los estudiantes a participar en su proceso de aprendizaje. Este tipo de
intervenciones reducen las tasas de abandono escolar en educación secundaria
(Reschly & Christenson, 2006; Sinclair, Christenson, Evelo, & Hurley, 1998) y
mejoran el rendimiento académico (Catalano, Haggerty y cols., 2004; Battistich,
Schaps y Wilson, 2004).
Los psicólogos educativos pueden trabajar con los estudiantes y familiares, como
parte de un equipo multidisciplinar, para evaluar la necesidad de servicios de
educación especial y diseñar intervenciones a este respecto. La investigación ha
demostrado que este tipo de estrategias psicológicas producen un impacto
positivo y substancial en los resultados académicos de los estudiantes (Forness,
2001).
Los psicólogos educativos pueden trabajar con los profesores para diseñar e
implementar intervenciones académicas y conductuales. Las intervenciones que
inciden en la promoción de conductas positivas en el aula han demostrado mejorar
el rendimiento académico y disminuir los problemas de conducta (Luiselli, Putnam,
Handler y Feinberg, 2005; Nelson, Martella y Marchand-Martella, 2002).
Los psicólogos educativos pueden trabajar con las administraciones para diseñar,
implementar y conseguir su apoyo, en relación al desarrollo de programas de salud
mental integral en los centros educativos. Estos programas de salud mental han
demostrado su eficacia para mejorar los resultados académicos mediante la
disminución del abstentismo escolar, la eliminación de los problemas de conducta,
y aumentando nota final (President’s New Freedon Commission on Mental Health,
2003).
Los psicólogos educativos trabajan con los estudiantes y familiares para mejorar los
aspectos asociados a la salud conductual, social y emocional de los niños. La
investigación ha demostrado que los estudiantes que reciben este tipo de apoyo
alcanzan un mayor éxito académico en la escuela (Fleming y cols., 2005; Greenberg
y cols., 2003; Welsh, Parke, Widaman & O'Neil, 2001; Zins y cols., 2004).
Los psicólogos educativos pueden trabajar con los padres para que desarrollen
estrategias eficaces de educación. Existe un importante cuerpo de evidencia
científica sobre la eficacia de las intervenciones diseñadas a prevenir el desarrollo
de conductas agresivas y antisociales y problemas relacionados en el ámbito
familiar (National Research Council and Institute of Medicine, 2009).
Los psicólogos educativos pueden trabajar con las administraciones para promover
políticas educativas y prácticas que aseguren la seguridad de todos los estudiantes,
mediante la reducción de la violencia escolar, el bullying, y el acoso escolar. Las
intervenciones psicológicas proporcionan apoyo a cada una de las áreas de la vida
del estudiante, incluida la seguridad escolar (Bear y Minke, 2006; Brock, Lazarus y
Jimerson, 2002)
Los psicólogos educativos pueden trabajar con las administraciones para mejorar la
respuesta ante situaciones de emergencia en los centros escolares, mediante el
desarrollo de habilidades de liderazgo, servicios específicos y coordinación con
otros agentes comunitarios. La evidencia muestra que las intervenciones en crisis
realizadas por psicólogos educativos han proporcionado una ayuda muy
importante en situaciones específicas (Watkins, Crosby y Pearson, 2007).
Los psicólogos educativos trabajan con los estudiantes y sus familias para mejorar
la educación y aplicar las estrategias aprendidas también en el hogar. La
investigación ha demostrado que la colaboración familia-escuela ejerce un impacto
positivo en el éxito escolar (Chirstenson, 2004) y en el bienestar general del niño en
la etapa adulta (Reynolds y cols., 2007).
Los psicólogos educativos también pueden trabajar con los estudiantes y sus
familias para identificar y tratar los problemas de conducta y aprendizaje que
puedan estar interfiriendo con el éxito escolar. Las consultas psicológicas realizadas
desde el entorno escolar han mostrado su eficacia para actuar de manera temprana
sobre los problemas de conducta en niños y reducir las derivaciones a evaluaciones
psicoeducativas (MacLeod, Jones, Somer y Havey, 2001).
Los psicólogos educativos pueden realizar programas de intervención temprana,
diseñados a proporcionar a los padres conocimiento sobre el desarrollo infantil y
estrategias para manejar el problema que presenta el niño. Los programas de
intervención temprana dirigidos a los estudiantes en situación de riesgo, han
demostrado su eficacia en relación a la disminución de casos de derivación a
servicios de educación especial, reducción de las tasas de repetidores de curso, el
disminución del número de asignaturas suspendidas, entre otras (National
Research Council and Institute of Medicine, 2000).
Finalmente, la NASP señala que los psicólogos educativos pueden trabajar con las
administraciones y el profesorado para recoger y analizar los datos relacionados
con la mejora del clima escolar, los resultados de los estudiantes y los compromisos
de cambio adoptados por el centro educativo (Watkins, Crosby y Pearson, 2007).
Además, pueden trabajar en la identificación concreta de factores de riesgo y de
protección para el rendimiento escolar. La evidencia científica muestra que la
identificación y el manejo de estos factores en la escuela mejora el bienestar
emocional del niño y su capacidad de resiliencia (Baker, 2008).
Referencias