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TRABAJO DE DERECHO DE DAÑOS

“Lucha. Tú deber es luchar por el Derecho, pero el día


que encuentres en conflicto el Derecho con la Justicia,
lucha por la Justicia”. Eduardo J. Couture. (1904 – 1957)

TEMA SELECCIONADO:
RESPONSABILIDAD CIVIL DEL ESTADO POR DILACIONES INDEBIDAS EN
EL PROCESO PENAL

➢ Palabras Preliminares………………………………………………………………....2
➢ Derecho a ser juzgado dentro de un plazo razonable……………………………….. 5
➢ Antecedentes jurisprudenciales……………………………………………………... 9
➢ Indemnización por prisión preventiva ilegítima……………….................................13
➢ Derecho a ser indemnizado del procesado………………..........................................18
➢ Ley 26.944 de Responsabilidad del Estado………………........................................20
➢ Responsabilidad del Estado por actividad o inactividad judicial...............................30
➢ Principio Pro Homine……………………………………………………………… 35
➢ Conclusiones……………………………………………………………..………… 39

ALUMNO: Ermindo Edgardo Marcelo Llanos – DNI 20.327.752


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PALABRAS PRELIMINARES
DERECHO A SER JUZGADO DENTRO DE UN PLAZO RAZONABLE

El artículo 14, inc. 3°, letra C, del Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos establece taxativamente que todo acusado de un delito tiene derecho “A SER
JUZGADA SIN DILACIONES INDEBIDAS”, a ello podemos agregar que el mismo cuerpo
sostiene en su art. 9° inc. 3° que “Toda persona detenida o presa a causa de una infracción
penal será llevada sin demora ante un juez u otro funcionario autorizado por ley para ejercer
funciones judiciales, tendrá derecho a ser juzgada dentro de un plazo razonable o a ser puesta
en libertad…”.
Por su parte la Convención Americana de Derechos Humanos dispone en
su art. 7°, inciso 5°, que: “Toda persona detenida o retenida […] tendrá derecho a ser juzgada
dentro de un plazo razonable o a ser puesta en libertad, sin perjuicio de que continúe el
proceso. Su libertad podrá estar condicionada a garantías que aseguren su comparecencia
en el juicio”.
La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, a su
vez, establece en artículo 25 también que: “todo individuo que haya sido privado de su
libertad tiene derecho a que el juez verifique sin demora la legalidad de la medida y a ser
juzgado sin dilación injustificada o, de lo contrario, a ser puesto en libertad”. Todas estas
normativas son ley suprema de la Nación Argentina por expresa incorporación al texto
constitucional en el artículo 75, inc. 22, mediante la reforma del año 1994.
El Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos lo
prevé en su artículo 6.1 estableciendo que: “Toda persona tiene derecho a que su causa sea
oída equitativamente, públicamente y dentro de un plazo razonable”. Como se observa, sin
mayores esfuerzos, no solo el mandato es el mismo, sino la terminología, por lo que a los fines
de la interpretación, alcances, fundamentos y demás cuestiones atinentes al instituto, son de
valiosa utilidad los pronunciamientos jurisprudenciales europeos y, fundamentalmente, del
Tribunal Europeo de Derechos Humanos.1

Jauchen sostiene que esta garantía abarca un doble aspecto: la celeridad


que importa que dentro de un plazo razonable el órgano jurisdiccional debe decidir en forma
definitiva la posición, de una persona sometida a enjuiciamiento penal, frente a la ley y a la
sociedad, posición esta de la SCJN en los leading case Mattei y Mozatti (entre otros), y la del
imputado que estuviera en prisión preventiva deberá otorgársele la libertad sin perjuicio de la
continuidad de la causa. Así el jurista sostiene “Lo relevante del distingo radica en que la
garantía no sólo rige para los supuesto de prisión preventiva, sino para toda persona que
aun en estado de libertad sea enjuiciada penalmente, también tiene derecho a
2 que
su situación se resuelva con celeridad, sin dilaciones indebidas.”

1 Cfme. Eduardo M. Jauchen, Derechos del Imputado p. 317


2 Ibídem.
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Uno de los tópicos en donde más polémica se genera por el reclamo de


justicia en un plazo razonables es el que involucra a funcionarios públicos, y ello por cierto,
encuentra legitimas razones en que la sociedad necesita se demuestre la probidad o no de
quienes administran los recursos públicos, incluso esta temática encuentra apoyatura en que
es el propio Estado quien adhirió a compromisos internacionales para combatir la corrupción;
modestamente no encuentro incompatibilidad entre el juzgamiento de delitos cometidos por
quienes ejercen responsabilidades estatales y la garantía de hacerlo en un plazo razonable.
Los Pactos Internacionales con rango constitucional observan que esta
garantía abarca a “toda persona” o “todo individuo”. No existe entonces por qué arrogarse,
por parte de quienes tiene la tarea de administrar justicia, facultades de legislador y menos aún
de constituyentes, y pretender hacer decir a la ley lo que no dice y distinguir allí donde no se
distingue.
Si hacemos una exegesis de las normativas que se procura hacer entrar en
conflicto veremos que el artículo 67 del CP en su segundo párrafo establece que: "La
prescripción también se suspende en los casos de delitos cometidos en el ejercicio de la
función pública, para todos los que hubiesen participado, mientras cualquiera de ellos se
encuentre desempeñando un cargo público" lo dispuesto no tiene por objeto garantizar el buen
desempeño de los funcionarios públicos “sino aventar toda posibilidad de que,
permaneciendo en el cargo uno de los implicados pueda usar su influencia para impedir o
entorpecer la investigación contra él o cualquiera de sus compinches” 2, con este criterio un
tribunal casatorio revocó una sentencia de un juez inferior, así dijo que “de suspenderse el
curso de la prescripción de la acción penal por el mero hecho de que esté involucrado un
simple empleado público se podría llegar al absurdo de extender los plazos de prescripción
de los tipos penales perpetuando la acción penal hasta eventualmente tornarla
imprescriptible, lo que atenta contra las garantías constitucionales que asisten a todo
imputado”4

Profundizando lo sostenido en el párrafo que antecede, una simple ley no


puede solapar una garantía resguardada por una norma constitucional. Una simple aplicación
de prelación de derecho avente cualquier posibilidad de alguna torcida interpretación en
contrario.

Un conflicto entre el principio constitucional de supremacía de la


constitución dispone que la constitución es superior en jerarquía a cualquier otra norma del
ordenamiento jurídico y, por lo tanto, debe aplicarse su texto por encima de cualquier
disposición contraria contenida en cualquier otra norma de menor nivel y por aplicación del
principio “pro homine” o “pro personae ” (sobre el que me explayare más adelante) propio
de las teorías de derechos humanos, que plantea que ante una posible antinomia entre normas
jurídicas, debe aplicarse aquella que presente un mayor beneficio al individuo o gobernado.
Por lo demás, es grave que algunos pretendan asimilar dos institutos
totalmente diferentes. Resalto una de las características que los diferencian totalmente, y es el
nacimiento en la aplicación de los mismos. En la prescripción el plazo empieza a computarse

2http://www.diariojudicial.com/nota/27501 4
Ibídem
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desde la medianoche que se ha cometido el delito, en tanto que el plazo razonable se cuenta
desde que el órgano jurisdiccional tiene conocimiento el mismo.
La verdadera cuestión que deja perplejo a no pocos juristas, está dada
porque en numerosos fallos se utilizó el instituto de la prescripción para finiquitar procesos
que se habían dilatado más allá de lo prudencial. En estos casos, sería más correcto ordenar la
absolución del inculpado por haberse trasgredido el principio de plazo razonable, y con ello,
disipar cualquier controversia que pudiera ocasionarse.

Se me podrá advertir de usar el término “absolución”, cuando en


determinado estado del proceso se debería dictar el “sobreseimiento”, a lo que se deberá
contestar que esto último equivale a “absolución”, pues no hay nada que diga lo contrario.
Del fallo que a continuación citamos se podrá analizar con claridad el
tópico en estudio, así se ha dicho: “El tribunal ha reconocido varias veces „la relación
existente entre duración del proceso y prescripción de la acción penal „ (cfr. Causa Baliarde,
CSJN – Fallos, 306:1688 y 316:1328 – en los que se consideró que constituía un apego ritual
injustificado la postergación del planteo de prescripción al momento de la sentencia -;
312:2075 – caso en el que se admitió por analogía la aptitud de prescripción, a pesar de no
encontrase expresamente prevista en la norma entonces en discusión, para producir los
efectos de otras formas de finalización del proceso favorable al imputado -). De estos
preceptos se desprende que el derecho del imputado a que se ponga fin a la situación de
indefinición que supone el enjuiciamiento penal puede encontrar tutela en la prescripción de
la acción” (del dictamen del Procurador General de la Nación).

Como se destacó en CSJN – Fallos, 312:2705 el „pronunciamiento


garantizador del art. 18 de la Const. Nacional…puede consistir naturalmente en la
declaración de prescripción de la acción penal‟. Y „aun cuando la inteligencia del concepto
de secuela de juicio sea un artículo que excede la jurisdicción extraordinaria, si la duración
indefinida del procedimiento provoca una lesión a un derecho de rango constitucional, la
decisión que rechaza la extinción de la acción penal por haber existido actos procesales
interruptivos de la prescripción puede y debe ser revisada en esta instancia, a fin de evitar
que so color de que se trata de interpretaciones de derecho común se esquive la intervención
de la Corte en asuntos, que, como se ha dicho afecta derechos federales – (del voto citado en
CSJN – fallos, 322:360, consid. 9° - (del dictamen del Procurador General de la Nación).
El tiempo empleado por el Estado para dilucidar los hechos investigados
resulta incompatible con el derecho a un juicio sin demoras indebidas, amparado por el art.
18 de la Const. Nacional y los tratados internacionales que la integran. El único remedio
posible a dicha trasgresión constitucional es la declaración de la extinción de la acción penal
por prescripción, en la medida que ella constituye la vía jurídica idónea para determinar la
cesación de la potestad punitiva estatal por el transcurso del tiempo y salvaguardar de este
modo el derecho fundamental vulnerado (del voto del Juez Vázquez).”3

Se nos dirá que ésta interpretación favorece la realización de conductas


venales, pero como operadores del derecho, deberemos observar las cuestiones desde todos
los aspectos, y si nos ponemos de la otra vereda (aun cuando no sea lo más simpático),

3CSJN, 9/3/04, “Barra, Roberto Eugenio Tomás s/defraudación por administración fraudulenta – causa 2053-W31”
(CSJN – Fallos, 327:327”
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podremos ver que será mucho más despreciable poder atacar la honorabilidad de una persona
y tenerlo como rehén con una acusación por largo tiempo sin que pueda definirse su situación
procesal.
Lamentablemente ello ocurre y se han utilizado estos métodos para
neutralizar adversarios de los circunstanciales ostentadores del poder. Éste fenómeno se
produce con mucha mayor frecuencia en aquellas provincias con sistemas políticos cuasi
feudales, en donde los jueces y fiscales son puestos a dedo y se tornan en mansos instrumentos
de políticos sin valla moral alguna (vgr. Jujuy); por encima de todo.

La lectura que hacemos no es más que la que surge de la propia letra y


espíritu de las normativas superiores que deben primar en la aplicación del derecho punitivo
estatal.
Sería mucho más propicio para los acusados, y la sociedad toda, que se
conozca en los tiempos estipulados en la ley, si alguien cometió o no delitos contra las arcas
públicas, en cuyo caso y de demostrarse la conducta infiel, aplicar las penas que correspondan,
y en caso contrario emitir fallo, que en todos los casos deben ser debidamente fundados, para
tranquilidad de todos, para liberar de cualquier cargo cuando no se encuentren elementos que
incriminen.
En diversas oportunidades es penoso observar cómo son juzgados ancianos
con dudosa plenitud intelectual por delitos que ya la sociedad ni recuerda, estas personas ya
carecen de cualquier influencia política y son abandonados a su merced para que sirvan de
ejemplo de que en la justicia también se comete a quienes ostentaron en alguna oportunidad
responsabilidades públicas.

Actuar en contrario de la postura que sostengo sería entender que la


corrupción es un problema tan serio, en donde los órganos de contralor y de aplicación del
derecho son decididamente inútiles en reprimirla, que obliga al Estado a no aplicar las
garantías constitucionales; ello es totalmente descabellado, pero no cabe otra interpretación.
Respecto al derecho a la celeridad del proceso, se debe tener presente que
dentro del mismo derecho procesal, incluso en cualquier rama del derecho, uno de las
directrices fundamentales gira en torno a la celeridad en la sustanciación de las causas, sin lo
cual no puede existir eficacia y seguridad en la justicia. Se erige de este modo como un derecho
subjetivo público de todo habitante de la Nación; y, en virtud de los supremos, bienes
comprometidos específicamente en el proceso penal, su importancia se agudiza aún más.
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ANTECEDENTES JURISPRUDENCIALES

Un fallo que con claridad meridiana determinan el alcance de la garantía


de ser juzgado sin dilaciones indebidas lo constituye el dictado por la Cámara de Casación
Penal en la causa ARANO 4, allí la mayoría sostuvo “Que la decisión que se impugna causa
un perjuicio irreparable o de imposible reparación ulterior, manteniendo el estado de
incertidumbre y sospecha sobre el imputado, al que no se le puede imputar las irregularidades
en el proceso, ni la demora en la sustanciación de los actos procesales, porque es
responsabilidad de los jueces asegurar las garantías constitucionales, el debido proceso, el
derecho de todo imputado a ser juzgado sin dilaciones indebidas, en un plazo razonable y el
cumplimiento del derecho judicial eficaz.
En efecto, un proceso de duración excesiva no lesiona exclusivamente el
derecho de toda persona perseguida penalmente a ser juzgado rápidamente, sin dilaciones
indebidas o injustificadas y dentro de un plazo razonable, sino que afecta el conjunto de
derechos de imputado y sus garantías judiciales, sobre el punto no puede obviarse que el
plazo máximo de dos años reconoce los precedentes de la tradición románica por enseñanzas
de Justiniano (Mommsen, Theodor, Derecho penal Romano, trad. De Pedro Dorado, Temis,
Bogotá, 1991, p. 308) y es recogido en las siete partidas (setenta partida. Título XXIX, Ley
VII): “otrosí mandamos que ninguntpleyto criminal non pueda durar más de dos años; et si
en este comedio non podiere ser sabida la verdad del acusado, tenemos por bien que sea
sacado de la cárcel en que estaba preso et dado por quito; ed den pena al acusador” - “Las
siete partidas del Rey Don Alonso El Sabio”, cotejadas con varios códices antiguos por la
Real Academia de la Historia y glosadas por el Lic. Gregorio López, del Consejo real de
Indias de S. M., Nueva Edición, Librería de Rosa y Bouret, parís, 1961, Tomo Cuarto, pp.
680/81).
Desde esta perspectiva, no debe perderse de vista la cuestión de la
responsabilidad de distinto orden que pudiera caberles a los magistrados causantes de las
demoras injustificadas –por cierto ajenas a esta sala en su integración actual, a partir de las
recientes incorporaciones- que perjudicaron, directa o indirectamente, al propio Estado, al
encausado cuya situación de incertidumbre fue indebidamente diferida e, inclusive –como
podría predicarse para otras hipótesis- a las propias víctimas del hecho”.
En el mismo sentido nuestro cimero tribunal ha expresado: “Que esta Corte
ha dicho reiteradamente que la garantía constitucional de la defensa en juicio incluye el
derecho de todo imputado obtener un pronunciamiento que, definiendo su posición frente a
la ley y la sociedad, ponga término del modo más breve a la situación de incertidumbre y de
restricción de la libertad que comporte el enjuiciamiento penal. Por lo tanto, es una necesidad
lograr una administración de justicia rápida dentro de lo razonable, evitando así que los
procesos se prolonguen indefinidamente; pero además –y esto es esencial- atento a que los
valores que entran en juego en el juicio penal obedecen en el imperativo de satisfacer una
exigencia consustancial con el respeto debido a la dignidad del hombre, cual es el
reconocimiento del derecho que tiene toda persona a liberarse del estado de sospecha

4 Causa N° 12932 – Sala II – “ARANO, Miguel Ariel s/recurso de casación”


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que importa la acusación de haber cometido un delito, mediante una sentencia que establezca
de una vez para siempre, su situación frente a la ley penal”5

De lo dicho por la Corte se desprende que los plausibles y acertados


fundamentos se sustentan en la garantía constitucional de la defensa en juicio y en el respeto
a la dignidad del hombre, ello obedece a que el mismo se dictó en septiembre del año 1993
cuando aún no había operado la última reforma constitucional, y por ende, no se habían
incorporado los instrumentos internacionales señalados supra, los cuáles prevén en forma
expresa y autónoma la garantía a la celeridad en los procesos penales. No obstante, se
mantiene actualmente con la vigencia de tales normativas, los fundamentos de la Corte
continúan rigiendo en razón de su sustento filosófico invariable, por lo que en modo alguno
son excluyentes sino complementarios, enlazándose entre sí de un modo inescindiblemente
armónico.

En el mismo precedente la Corte agregó que: “No puede olvidarse que si


los tribunales pudieran dilatar sin término la decisión referente al caso controvertido, los
derechos podrían quedar indefinidamente si su debida aplicación, con grave e injustificado
perjuicio de quienes los invocan y vulneración de la garantía de la defensa en juicio”. Así,
“La garantía constitucional de la defensa en juicio incluye el derecho de obtener un
pronunciamiento rápido dentro de lo razonables, circunstancia que no se cumple en el caso”.
Además, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha dicho
“…que el Estado proceda al enjuiciamiento penal de todos los delitos, no justifica que se
dedique un período de tiempo ilimitado a la resolución de un asunto de índole criminal. De
otro modo, se asumiría de manera implícita que el Estado siempre enjuicia a culpables y que,
por lo tanto es irrelevante el tiempo que utilice para probar la culpabilidad”6.

La Corte argentina añade como sustento “Que la garantía a obtener un


pronunciamiento judicial que defina de una vez y para siempre a la situación ante la ley y la
sociedad, se basa en que el Estado con todos sus recursos y poder no tiene derecho a llevar
esfuerzos repetidos para condenar a un individuo por un supuesto delito, sometiéndolo así a
las molestias, gastos y sufrimientos, y obligándolo a vivir en un continuo estado de ansiedad
e inseguridad, y a aumentar también la posibilidad de que, aun siendo inocente, sea hallado
culpable”7.

Cuando se analiza el concepto de plazo razonable, que debe observarse a


fin de respetar los derechos de la persona indicada de cualquier modo como posible
responsable de un hecho ilícito, la Corte sostuvo: “Que ratificada una vez más la inserción
constitucional del derecho a obtener un juicio sin dilaciones indebidas, corresponde señalar
que la propia naturaleza de dicha garantía impide que esta Corte pueda determinar con
precisión a partir de qué momento o bajo qué circunstancias comenzaría a lesionarse, pues
ese lapso que puede ser razonable para el trámite judicial por un hurto puede no serlo para
una asociación ilícita compleja. En otras palabras, la duración de un plazo razonable de un
proceso depende en gran medida de diversas circunstancias propias de cada caso, y en este

5 CSJN, causa “Administración Nacional de Aduanas”, Fallos: 316:2063, consid. 7°, E.D. 157-190, Fallos: 272:188;
297:486; 298:50 y 32; 300:226 y 1102; 305:913; 306:1705, entre otros.
6 Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en el caso 11.245, informe 12/96 del 1-3-96, cit. En CSJN,

“Kipperband, Benjamín”, fallos: 322:360, consid. 7°, L. L. 2000-B-831.


7 CSJN, “Kipperband, Benjamín”, Fallos: 322:360, consid. 17, L. L. 2000-B-831.
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punto, esta Core comparte la conclusión del a quo en cuanto a que el derecho a ser juzgado
sin dilaciones indebidas, no puede traducirse en un número de días, meses o años”8.
No obstante, la dificultad expresada por el Tribunal en cuanto a determinar
con exacta precisión el lapso temporal que debe entenderse como plazo razonable, este
sostuvo: “Que, sin perjuicio de los inconvenientes fácticos y jurídicos señalados, este tribunal
puede identificar al menos algunos factores insoslayables para saber si se ha conculcado la
garantía a obtener un juicio sin dilaciones indebidas; la duración del retraso, las razones de
la demora y el perjuicio concreto que al imputado le ha irrogado dicha prolongación. Tales
factores si bien son de imprescindible consideración, no pueden ser valorados aisladamente
como una condición suficiente, sino que deben ser ponderados y sopesados uno frente a otro,
atendiendo a las circunstancias concretas de la causa”9.
En este mismo sentido el Tribunal Europeo de Derechos Humanos señaló
en el caso “König” que la duración de un proceso penal, a la luz del artículo 6.1 del Convenio
Europeo, había que considerarlo según las particularidades de cada caso, y para ello debía
considerarse la complejidad del asunto, la conducta del imputado y la manera que la cuestión
fue llevada por las autoridades administrativas y judiciales. También dijo al resolver la causa
“Neumeister” que “…siete años largos trascurridos desde la inculpación sin que se haya
resuelto sobre el fundamento de la acusación, condenando o absolviendo, suponen,
ciertamente, una duración excepcional que en la mayoría de los casos, deberá considerase
que supera el plazo razonable previsto en el artículo 6.1”10.

El Tribunal Europeo de Estrasburgo al resolver la causa “König”, el 28 de


junio de 1978, declaró que la estimación de lo que debe entenderse como plazo razonable no
es susceptible de un concepto único y rígido sino que habrá de estarse a cada caso en concreto
ponderando las particularidades del mismo; pero estableció algunas pautas a tener en cuenta
a tales efectos, tales como: la complejidad del asunto, el comportamiento del demandado y la
manera en que el problema fue llevado por las autoridades judiciales.

Tal antecedente fue receptado por el Tribunal Constitucional español al


definir el alcance del artículo 24.2 de la Constitución española, que establece el derecho “…a
un proceso público sin dilaciones indebidas”, declarando que dicha norma debe ser entendida
“a la luz de los criterios generales enunciados por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
al interpretar el concepto de plazo razonable contenido en el artículo 6.1 del CEDH” 11 .
También expresó que la violación al derecho a tener un proceso sin dilaciones indebidas “…no
consiste en el mero incumplimiento de los plazos procesales, sino que se trata de un concepto
indeterminado, que debe ser concretado en cada caso, atendiendo, entre otros extremos, a las
circunstancias del proceso, su complejidad objetiva, la duración normal de procesos
similares, la actuación procesal del órgano judicial en el supuesto concreto y la conducta del
recurrente, al que les es exigible una conducta diligente…”12.

8 Ibídem consid. 8°
9 Ibídem consid. 9°
10 Sentencia en el caso “König” del 28-6-78 y del caso “Neumeister” del 27-6-68, publ. En Tribunal de Derechos

Humanos, Jurisprudencia 1959-1983, B.J.C., Madrid, ps. 450/466, párr. 99, y 68/87, párr. 20, respectivamente,
citados por CSJN, “Kipperband, Benjamín”, Fallos: 322:360, consid. 10, L. L. 2000-B-831.
11 Auto 219/1993 del 1-7-93 en Jurisprudencia Constitucional, Madrid, 1994, t. XXXVI, B. O. E. , p. 1446.
12 Sent. 313/1993 del 25-10-93, en Jurisprudencia Constitucional, tomo XXXVII, B. O. E., ps. 471/478; ver también

sent. 24/1981, del 14-7-81, en ob. Cit., T. II, ps. 113/121.


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La Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de Norteamérica al


interpretar el alcance de la VI Enmienda de la Constitución que prevé el derecho a un juicio
rápido, enfatizó que ”es uno de los derechos más básicos conservados por la Constitución”
13
, y , luego de poner de manifiesto lo complicado de establecer estándares sobre tal extremo,
se declaró que “aunque algunos podrán expresarlo de manera diferente, nosotros
identificamos cuatro factores: la duración del retraso, las razones de la demora, la aserción
del imputado de su derecho y el perjuicio ocasionado al acusado […] cuando el derecho a un
juicio rápido ha siso privado, ello lleva al remedio severo de rechazar la acusación […] Está
es una consecuencia seria porque significa que un imputado que puede ser culpable de un
crimen quedará libre. Semejante remedio es aún más grave que la regla de la exclusión o una
orden para realizar un nuevo juicio, pero es el único remedio posible”14.

Como observamos el plazo razonable en que el Estado debe decidir la


conclusión de los procesos varía, en la jurisprudencia, en relación a la complejidad de las
causas, y una de sus principales aristas está dada por la conducta del encausado. Sin embargo,
debe hacerse hincapié que la Corte en caso “Barra,” el cual es entendible a partir del
precedente “Kipperband”, “entendieron que si bien la conducta del concurrente puede ser
tenida en cuenta al evaluar la duración razonable del proceso, las peticiones realizadas
durante el juicio no deben ser evaluadas en su contra, pues ello afectaría la libertad de
defensa prevista en el art. 18 de la Constitución Nacional”15

13 “Klopfer vs. North Carolina”, 386 U. S. 213-1963-


14 “Barker vs. Wingo”, 407 U. S. 514 -1972-
15 Leonardo G. Pitvelnik – dirección – Jurisprudencia Penal de la Corte Suprema de Justicia de la Nación – T. 1 – p.
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INDEMNIZACIÓN POR PRISIÓN PREVENTIVA ILEGÍTIMA

La Corte Suprema de Justicia de la Nación admitió la responsabilidad de


Estado por el daño ocasionado por la actividad de sus jueces con sustento en los artículos
1112 y 1113 del Código Civil. En el caso “Hotelera Río de la Plata c/Provincia de Buenos
Aires” el cimero tribunal pronunció que “era responsable la provincia por la orden
irregularmente impartida por uno de los magistrados integrantes del Poder Judicial, toda vez
que ella implicó el cumplimiento defectuoso de funciones que le son propias […] esa idea
objetiva de la falta de servicio encuentra fundamentos en la aplicación por vía subsidiaria
del artículo 1112 del Código Civil […] y que ello pone en juego la responsabilidad
extracontractual del Estado en el ámbito del Derecho Público, la cual no precisa, como
fundamento positivo, recurrir al artículo 1113 del Código Civil al que han remitido desde
antiguo, exclusiva o concurrentemente, las sentencias anteriores de esta
Corte”.
Así también en otro fallo dijo: “La pretensión indemnizatoria del
demandante se sustenta en la responsabilidad del Estado Nacional derivada de la dilación
indebida del proceso penal al que fue sometido. No se ha puesto en tela de juicio una decisión
jurisdiccional sino que lo que se le imputa a la demandada es un funcionamiento anormal del
servicio de justicia a su cargo. En consecuencia, el planteo no debe encuadrarse en el marco
de la doctrina elaborada por esta Core en materia de „error judicial‟ sino que deberá
resolverse a la luz de los principios generales establecidos para determinar la
responsabilidad extracontractual del Estado por actividad ilícita”, más adelante agrega: “El
vicio de denegación de justicia se configura, según lo ha resuelto reiteradamente esta Corte,
cuando a las personas se les impide acudir al órgano judicial para la tutela de sus derechos
– derecho a la jurisdicción – y cuando la dilación indebida del trámite del proceso se debe,
esencialmente, a la conducta negligente del órgano judicial en la conducción de la causa,
que impide el dictado de la sentencia definitiva en tiempo útil.
El art. 75 inc. 22 de la Const. Nacional que reconoce con jerarquía
constitucional diversos tratados de derecho humanos, obliga a tener en cuenta que el art. 8°,
inc. 1° del Pacto de San José de Costa Rica, referentes a las garantía judiciales, prescribe no
solo el derecho a ser oído sino también el de ejercer el derecho con las debidas garantías y
dentro de un plazo razonable; y a su vez, el art. 25 al consagrar la protección judicial, asegura
la tutela judicial efectiva cintra cualquier acto que viole derechos fundamentales reconocidos
por la Constitución Nacional, la ley o la Convención, aun cuando tal violación sea cometida
por personas que actúen en ejercicio de sus funciones oficiales.
La garantía a no ser sometidos a un desmedido proceso penal impone al
Estado la obligación de impartir justicia en forma tempestiva. De manera que existirá un
obrar antijurídico que comprometa la responsabilidad estatal cuando se verifique que el plazo
empleado por el órgano judicial para poner fin a un pleito resulte, de acuerdo a las
características particulares del proceso, excesivo e irrazonable”16

16 CSJN, 8/11/11, “Mezzadra, Jorge Oscar c. E. N. M° Justicia y DD. HH. s/Daños y perjuicios”, M. 1181.XLIV
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Estos fundamentos se ven reforzados actualmente atento a lo normado por


el inciso 22 del artículo 75 de la Constitución Nacional, que incluye la Convención Americana
sobre Derechos Humanos con jerarquía constitucional; consecuentemente, el derecho a la
indemnización por error judicial previsto en el artículo 10 de la Convención, tiene ahora rango
constitucional. Sin embargo, es preciso enfatizar el claro distingo que surge de lo allí
establecido, ya que esa norma no puede fundar el derecho a la indemnización por daños
derivados de la prisión preventiva, pues la disposición sólo se refiere al error proveniente de
condena firme.
Por el contrario, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de
las Naciones Unidas, también incorporado al artículo 75 inciso 22, sí prevé el derecho a la
reparación por prisión preventiva ilegítima, ya que su artículo 9°, inciso 5°, expresa: “Toda
persona que haya sido ilegalmente detenida o presa, tendrá derecho efectivo a obtener
reparación”. Esta disposición comprende el supuesto de la prisión preventiva ilegítima. Ello
es así no sólo porque no corresponde distinguir donde la ley no lo hace, sino además porque
la interpretación contextual de sus términos, propiciada por el artículo 31 de la Convención
de Viena sobre Derecho de los Tratados, así lo indica, ya que el mismo artículo 9°, inciso 3°,
de aquél Pacto alude específicamente a la prisión preventiva 17.

Reconocida doctrina, la cual fue seguida en fallos judiciales, establece que


para la procedencia del reclamo indemnizatorio “No puede considerarse que el juez de una
causa penal actuó erróneamente por el hecho de haber decretado una prisión preventiva, si
en el momento que la dispuso existía racional y fundada creencia de que un hecho delictivo
se había producido y resultaba imputable al procesado. En tal caso, lo que constituiría una
conducta ilegítima, sería que el juez no decretara la prisión preventiva” 20. Así se ha
sostenido, que para que el juez decida la prisión preventiva se requiere que exista como
mínimo un grado cognoscitivo de probabilidad respecto a la participación del imputado en el
hecho objeto del proceso, de modo que bien puede surgir de las ulterioridades de la causa, que
si bien al resolverse la prisión preventiva el material probatorio sustentaba la probabilidad, el
mismo no alcanzó a dictar sentencia para edificar la certeza que justifique una condena. Por
ello la absolución no indica perse que la prisión preventiva haya sido necesariamente impuesta
en forma ilegítima.
Es por eso que, siempre siguiendo la línea anteriormente apuntada, será
preciso que la ilegitimidad de la imposición de la prisión preventiva tenga como origen un
error del órgano jurisdiccional, ya sea en cuanto a la apreciación de los hechos conforme a los
principios de la lógica elemental, la razonabilidad y no contradicción evidente, o bien en la
aplicación del derecho, cuyo error a estos efectos sólo será ponderable cuando la norma
escogida importe un grosero y evidente desatino.
Lo antes explicado puede sustentase en la línea doctrinal que venimos
siguiendo: “El error judicial se dará cuando, en el contexto del auto que decretó la prisión
preventiva, la realidad de los hechos, sus circunstancias y la apreciación de la prueba, por
una parte, y, por otra, de la confrontación entre la solución dada y la que jurídicamente
correspondía al caso, resulte manifiesta la materialidad de la equivocación, ya sea de facto
o de iure, es decir, sea en el análisis de los hechos o del marco […]En la prisión preventiva
decretada, habrá error inexcusable respecto del marco normativo cuando, por ejemplo, el
17Cfme. Bosert, Gustavo A. y Márquez Urtubey, Luis O., Indemnización por prisión preventiva ilegítima, en
Responsabilidad por daños en el tercer milenio, AbeledoPerrot, Bs. As., 1997. 20 Ibídem.
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tipo penal imputado no le corresponde pena privativa de la libertad; también podría haber
derecho al resarcimiento cuando el juez, por error grosero e inexcusable, no estimó prima
facie que al imputado, no reincidente, aun en caso de condena podría caberle una pena
inferior a tres años –por ser ése el máximo previsto para el tipo, o por los elementos de la
causa- sin que existieran circunstancias que hicieran „presumir fundadamente, que el
imputado intentará eludir la acción de la justicia o entorpecer las investigaciones‟, como
también si, por tal tipo de error, en el análisis que prima facie hizo, el juez no tuvo en cuenta
circunstancias que, ya en ese momento procesal, desvinculaban al imputado del hecho, o lo
tornaban inimputable, o permitían advertir la existencia de una excusa absolutoria” 18.

También se ha procedido a reconocer el resarcimiento cuando la prisión


preventiva se extiende más allá del plazo razonable que determinan las previsiones legales. Al
respecto la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se expidió en relación a una
denuncia iniciada por un ciudadano argentino que fue sometido a prisión preventiva durante
cuarenta y nueve meses, estableciéndose que la Argentina había violado “el plazo razonable”
que exige el artículo 7.5 de la Convención expresando que “…para determinar si una
detención es razonable, se debe hacer, inevitablemente, un análisis de cada caso. Sin
embargo, esto no excluye la posibilidad de que se establezca una norma que determine un
plazo general más allá del cual la detención sea considerada ilegítima prima facie,
independientemente de la naturaleza del delito que se impute al acusado o de la complejidad
del caso. Esta acción seria congruente con el principio de presunción de inocencia y con
todos los derechos asociados al debido proceso legal […] cualquier detención preventiva que
se prolongue más allá del plazo estipulado debe ser ilegítima prima facie”. Este
pronunciamiento internacional cambia el criterio anteriormente sustentado por la corte
argentina en cuanto a la opinión parcial, aunque mayoritaria, sobre la automaticidad de los
plazos legales de la prisión preventiva.
En síntesis, la prisión preventiva no puede extenderse más allá de dos
años, salvo que haya mediado prórroga conforme a la ley, si se sobrepasa el plazo legal; no
mediando prórroga, la prisión preventiva resultará, en principio, ilegítima.
Solamente en casos excepcionales se admite prolongar la prisión
preventiva, y es exclusivamente para cuestiones de lesa humanidad, la cuestión fue analizada
por la Corte en el caso “Acosta” 19, así sostuvo que “La interpretación literal de la conjunción
de los arts. 1° y 3° de la ley 24.390 en su actual redacción, sería inadmisible frente a la
Constitución Nacional (Convención Americana) y a la jurisprudencia reiterada de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, pues dejaría de existir cualquier criterio rector sobre
la materia, dejando caer en saco roto la letra del art. 7.5 de la mentada Convención
Americana de Derechos Humanos.
Descartada la interpretación que considera la existencia de un plazo legal
fatal, pues ello implicaría desconocer la letra de la ley, y descartada una interpretación literal
de la ley modificada que dejaría librado al arbitrio del juez en cada caso la fijación del plazo
sin ningún tipo de condicionamiento – consagración de un no plazo -, corresponde hallar otra
que, a la vez de reconocer la existencia de una remisión a la valoración judicial de cada

18 Ibídem.
19 CSJN, 8/5/12, “Acosta, Jorge Eduardo y otros s/Recurso de Casación”, A. 93.XLV
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caso, haga que esta sea razonable en razón de la compatibilidad con otras normas también
de máxima jerarquía.
El principio republicano de gobierno impone entender que la voluntad
dela ley, cuando permite exceder el plazo ordinario, no es la de abarcar cualquier delito, sino
los delitos más graves y complejos de investigar, o sea, en particular aquellos contra la vida
y la integridad física de las personas, cuya protección penal debe privilegiarse y cuya
impunidad acarrea gran alarma social y desprestigia en máxima medida la función tutelar
del Estado.
Resulta obvio que la Nación tiene del deber de juzgar estos delitos de
extrema gravedad, en particular los que afectan la vida y la integridad física de las perdonas.
También tiene del deber de hacerlo en un plazo razonable, o sea, en no incurrir en negligencia
lesiva del principio de inocencia. Ambos deberes deben compatibilizarse en la interpretación
de la ley 25.430. La reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad ha puesto en
funcionamiento procesos por delitos contra esos bienes jurídicos, cometidos en muchos casos
en concurso real de múltiples hechos, cuya complejidad es mucho mayor que los caos
corrientemente conocidos por los jueces de la Nación e incluso de hechos únicos con
asombrosa y extraordinaria acumulación de graves resultados. Se suma a ello que la Nación
Argentina tiene el deber internacional de sancionarlos y de impedir legal y
jurisdiccionalmente su impunidad.”
El fallo en análisis establece sin dudas que solo se admite prolongar la
prisión preventiva para cuestiones extremadamente graves, realizarlo por fuera de estos
estrechos márgenes, convertiría al acto en antijurídico, y por ende daría nacimiento al derecho
a reparar las consecuencias que produzca.
Como regla general que gobierna el derecho resarcitorio, para obtener la
indemnización será menester demostrar el perjuicio. Para que la prisión preventiva sea
considerada ilegitima, el error debe ser, además, obviamente, inexcusable (o sea, ser producto
de dolo, negligencia, imprudencia o impericia antijurídica sin que medie una causa de
justificación).

Por otra parte, se sostuvo que “Tampoco será procedente la pretensión


resarcitoria cuando el error al que ha sido inducido el juez tenga por origen elementos
incorporados a la causa por la parte que pretende el reclamo”20.

Se ha establecido un arduo debate en torno a si es estrictamente


indispensable obtener la absolución definitiva a los efectos de la pretensión indemnizatoria,
o si por el contrario tal requisito no resulta exigible; al respecto Jauchen sostiene“A mi juicio,
si tal derecho reposa en la ilegitimidad de la resolución que impuso la prisión preventiva
como producto de un error judicial que así lo dispuso, resulta a todas luces irrelevante que
luego el mismo imputado pueda ser condenado, aun cuando tal condena no merezca reproche,
porque un acto válido posterior no subsana la antijuricidad ni la irreparabilidad de los daños
provocados por otro anterior, máxime cuando si precisamente la ilegitimidad dela prisión
preventiva indica que el imputado debió permanecer en libertad durante el proceso a pesar
de su definitiva condena. Puede incluso acontecer que la condena lo sea por delito cuya pena

20Eduardo Jauchen, Ob. Cit. P. 334. 24


Ibídem. Ps. 335
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sea de ejecución condicional, de modo que el cambio de calificación legal operado al


momento de la sentencia pone de manifiesto el error de la resolución que durante la
investigación la impuso prisión preventiva con el consecuente perjuicio” 24.

En el mismo sentido, se sostiene: “el derecho a la reparación no es un


derecho exclusivo del imputado que resulta declarado inocente, sino que también lo tiene todo
aquel que ha sufrido prisión preventiva que conforme a la ley, no merecía soportar, y su
imposición sólo fue el resultado de un error judicial”21.

La cuestión fue suficientemente debatida por la Corte en el caso


“Mezzadra” , allí dijo: “La pretensión indemnizatoria del demandante se sustenta en la
22

responsabilidad del Estado Nacional derivada de la dilación indebida del proceso penal al
que fue sometido. No se ha puesto en tela de juicio una decisión jurisdiccional sino que lo que
se imputa a la demandada es un funcionamiento anormal del servicio de justicia a su cargo.
En consecuencia el planteo no debe encuadrarse en el marco de la doctrina elaborada por
este Corte en materia de „error judicial‟ sino que deberá resolverse a la luz de los principios
generales establecidos para determinar la responsabilidad extracontractual del Estado por
actividad ilícita.
Este Tribunal ha resuelto en reiteradas oportunidades que no
corresponde responsabilizar al Estado Nacional por la actuación legítima de los órganos
judiciales, pero consideró procedente el resarcimiento cuando durante el trámite de un
proceso la actuación irregular de la autoridad judicial había determinado la prolongación
indebida de la prisión preventiva efectiva del procesado, y ello le había producido graves
daños que guardaban relación de causalidad directa e inmediata con aquella falta de servicio.
De ahí que corresponde examinar si en el caso concreto de autos –prolongación irrazonable
de la causa penal- se ha producido un retardo de justicia de tal magnitud que pueda ser
asimilado a un supuesto de denegación de justicia pues de ser así se configuraría la
responsabilidad del Estado por falta de servicio del órgano judicial. A tal fin debe examinarse
la complejidad de la causa, el comportamiento de la defensa del procesado y de las
autoridades judiciales.
El vicio de denegación de justicia se configura, según lo ha resuelto
reiteradamente esta Corte, cuando a las personas se les impide acudir al órgano judicial para
la tutela de sus derechos –derecho a la jurisdicción- y cuando la dilación indebida del trámite
del proceso se debe, esencialmente, a la conducta negligente del órgano judicial en la
conducción de la causa, que impide el dictado de la sentencia definitiva en tiempo útil.
El art. 75, inc. 22 de la Const. Nacional reconoce con jerarquía
constitucional diversos tratados de derechos humanos, obliga a tener en cuenta que el art. 8°,
inc. 1 del Pacto de San José de Costa Rica, referente las garantías judiciales, prescribe no
solo el derecho a ser oído sino también el de ejercer tal derecho con las debidas garantías y
dentro de un plazo razonable y, as u vez, el art. 25 al consagrar la protección judicial, asegura
la tutela judicial efectiva contra cualquier acto que viole derechos fundamentales reconocidos

21 Bosert, Gustavo A. y Márquez Urtubey, Luis O., Indemnización por prisión preventiva ilegítima,... ob. Cit.

22 CSJN, 8/11/11, “Mezzadra, jorgeOsacar c. E. N. M° Justicia y DDHH. s/Daños y perjuicios”, M. 1181. XLIV
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por la Constitución Nacional, la ley o la Convención, aun cuando tal violación sea cometida
por personas que actúen en ejercicio de sus funciones oficiales.
La garantía a no ser sometido a un desmedido proceso penal impone al
Estado la obligación de impartir justicia en forma tempestiva. De manera que existirá un
obrar antijurídico que comprometa la responsabilidad estatal cuando se verifique que el plazo
empleado por el órgano judicial para poner un final al pleito resulte, de acurdo a las
características particulares del proceso, excesivo o irrazonable”.

DERECHO A SER INDEMNIZADO DEL PROCESADO

Con la excepcionalidad con la que se ha receptado en nuestra


jurisprudencia, el derecho de la persona que sufrió prisión a ser indemnizada -poniendo en
cabeza de éste demostrar la error judicial, a pesar de contar en muchos casos con absolución
definitiva, lo cual es ir contra del principio de inocencia puesto que es el indicado el encargado
de demostrar su inocencia - puede parecer una utopía pretender avanzar sobre la justicia que
significaría procurar resarcir a quien debió soportar un proceso prolongado ostentando la
calificación legal de imputado o procesado, cuando al final del camino, el propio Estado con
todos sus recursos no ha podido demostrar la culpabilidad del acusado.
Los Tratados incorporados al artículo 75 inc. 22 de nuestra Carta Magna
reconocen la reparación de daños a quien sufrió injustamente prisión, pero no se encuentra
norma expresa para salvaguardar derecho de los que son sometidos, arbitrariamente, a
proceso.
En el derecho comparado merece destacarse la Constitución Chilena en su
artículo 19 inciso 7° cuando dice “…una vez dictado el sobreseimiento definitivo o sentencia
absolutoria, el que hubiere sido sometido a proceso o condenado en cualquier instancia que
la Corte Suprema declare injustificadamente errónea o arbitraria, tendrá derecho a ser
indemnizado por el Estado de los perjuicios patrimoniales y morales que haya sufrido. La
indemnización será determinada judicialmente, en procedimiento breve y sumario”.
En nuestra jurisprudencia ha quedado aceptado constitucionalmente el
principio del neamenleadere, como una derivación de los principios sustentados en los
artículos 19 y 33 de la Constitución Nacional. Así la Corte Suprema ha afirmado que tal
principio no es propio de ninguna disciplina jurídica, sino común a todas ellas, en tanto enraíza
en el artículo 19 de la CN. 23

De los propios fallos que referenciáramos supra nuestros tribunales hablan


de “…molestias, gastos y sufrimientos, y obligándolo a vivir en un continuo estado de
ansiedad e inseguridad,…”24, si sostenemos que “hay daño cuando se lesiona un derecho o
un interés no reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga por objeto la persona, el
patrimonio, o un derecho de incidencia colectiva”25, surge evidente que una persona sometida
a proceso injustamente sufre un menoscabo que el derecho debería obligar a reparar.

23 CSJN, 5-8-86, “Gunther, Raúl F. c/Ejército Argentino”, Fallos: 308:1118, L. L. Online, AR/JUR/2036/1986.
24 CSJN, “Kipperband, Benjamín”, Fallos: 322:360, consid. 17, L. L. 2000-B-831.
25 CC art. 1737.
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A los que sostienen que en este caso faltaría la antijuricidad puesto que el
Estado tiene permitido perseguir y reprimir delitos, habrá que recordarles que “Cualquier
acción u omisión que causan daño a otros es antijurídica si no está justificada”26.

El derecho manda a definir la situación de una persona acusada de


trasgredir las normas tipificadas “sin dilaciones indebidas”, pues bien, en aquellos casos en
donde los procesos perduran décadas se hace difícil sustentar que los órganos encargados de
la persecución penal no han infligido el mandado constitucional de llevar adelante una causa
sin dilaciones indebidas, y es allí en donde nace la conducta antijurídica.
La doctrina especializada analizando el caso “Mezzadra” ya visto
anteriormente sostuvo que “No sólo la disciplina jurídica brinda argumentos para debatir en
tornos a las consecuencias del fallo…una de sus principales aristas, se sostenía
anteriormente, resulta considerar mucho más gravosa la extensa duración del proceso –más
de veinte años- que la imposición preventiva por el plazo de ocho meses”27.
Esto no excusa a quien pretenda ser indemnizado por las circunstancias
apuntadas, deberá siempre y en todos los casos, demostrar el daño y el nexo causal (demás,
no bastará con ello, como será explayado en los párrafos siguientes) así se elimina cualquier
posibilidad de que se pudieran producir multiplicidad injustificada de reclamos.

26 CC art. 1717
27 León G. Pilevnik – dirección – Jurisprudencia Penal de la Corte Suprema de Justciai de la nación – T. 15 p. 316.
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LEY 26.944 DE RESPONSABILIDAD DEL ESTADO

La norma de reciente sanción28 establece un sistema propio en los casos en


que se endilgue responsabilidad al Estado por hechos dañosos, y más allá de que se podrá
plantear su inconstitucionalidad por transgredir la disposición flagrantemente el derecho de
igualdad -cuyos principios tienen raigambre constitucional, y por lo tanto, son de orden
supralegal- las dudas que surgen de la norma en análisis serán despejadas, tarde o temprano
por nuestros tribunales, pues se plantearan controversias sobre la compatibilidad de la ley con
la CN.
Pues a mi modesto punto de vista, las normas invaden el marco de los
poderes delegados por las provincias a la Nación, de acuerdo a lo establecido por el juego de
los artículos 1°, 75, inciso 12, 123 y 126 de la Carta Magna. También la restricción con que
se ha legislado la responsabilidad del Estado podrá conducir a su inconvencionalidad en
muchos casos concretos, en los que en virtud de los obstáculos colocados por la norma y sus
silencios, se pueda dar lugar a que no resulte eficaz la garantía de los derechos humanos.
Acá se realiza un esfuerzo que pretende demostrar que aún con la norma
puesta en crisis, se torna procedente el reclamo de personas sometidos a proceso penal durante
plazos más allá de lo razonable.

“Art. 1° esta ley rige la responsabilidad del Estado por los daños que su
actividad o inactividad les produzca a los bienes o derechos de las personas.
La responsabilidad del Estado es objetiva y directa.
Las disposiciones del Código Civil no son aplicables a la responsabilidad
del Estado de manera directa ni subsidiaria….”
La interpretación literal del primer párrafo no deja lugar a dudas. Se podrá
responsabilizar al Estado por los daños que su actividad o inactividad produzca. En el tema
singular que nos ocupa, es claro que la dilación indebida de un proceso penal configura el
presupuesto necesario para hacer procedente la reparación.
Un tema relevante es el hecho que la responsabilidad del Estado sea
objetiva, lo cual supone que la atribución de la conducta dañosa no se afirma en la culpa o
dolo del sujeto-autor.

28La ley 26.944 fue promulgada el 07/08/2014, al día siguiente publicado en el Boletín Oficial, con vigencia a partir
del 17/08 del mismo año.
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El fundamento de la responsabilidad de base objetiva se encuentra en la


necesidad de asegurar a las victima una reparación por el perjuicio sufrido, solución que en
muchos casos la teoría de la culpa es incapaz de proveer.
La cláusula en comentario debe combinarse con la del artículo 9°, en
especial el párrafo que dispone, luego de estatuir que “La actividad o inactividad d los
funcionarios y agentes públicos en el ejercicio de sus funciones por no cumplir sino de una
manera irregular, incurriendo en culpa o dolo, las obligaciones legales que les están
impuestas, los hace responsable de los daños que causen”.

“Art. 2° Se exime de responsabilidad al Estado en los siguientes casos:


a) Por los daños y perjuicios que se deriven de los casos fortuitos o fuerza
mayor, salvo que sean asumidos por el Estado expresamente por ley
especial.
b) Cuando el daño se produjo por el hecho de la víctima o de un tercero
por quien el Estado no debe responder”.

El apartado no presente ninguna dificultad interpretativa, plantea que para


eximirse de responsabilidad el Estado, debe probar el rompimiento del nexo causal, cuestión
que no se aparta de las previsiones que dispone el derecho de daños para los caos en donde el
factor de atribución es objetivo.
Al analizar el punto b (culpa de la víctima) la redacción de la cláusula
permite concluir que si la culpa de la víctima no es la única causa que generó el daño sino que
también converge la culpa del Estado, podrá haber responsabilidad concurrente ,y en este caso,
se calculará la incidencia de las conductas en la configuración del daño para determinar la
indemnización de los daños y perjuicios y/o para llegar a una compensación.

En concreto la responsabilidad concurrente y/o parcial del Estado


encuentra fundamento en esta cláusula:“Art. 3° Son requisitos den la responsabilidad del
Estado por actividad e inactividad ilegítima:
a) Daño cierto debidamente acreditado por quien lo invoca y mesurable
en dinero;
b) Imputabilidad material de la actividad o inactividad a un órgano
estatal;
c) Relación de causalidad adecuada entre la actividad o inactividad del
órgano y el daño cuya reparación se persigue;
d) Falta de servicio consistente en una actuación u omisión irregular de
parte del Estado; la omisión solo genera responsabilidad cuando se
verifica la inobservancia de un deber normativo de actuación expreso y
determinado”.

Esta cláusula estipula los requisitos para viabilizar la responsabilidad del


Estado por sus acciones u omisiones ilegítimas. Acciones cando hace lo que la norma prohíbe,
omisiones cuando no hace lo que la ley manda.
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1. El daño
La palabra “daño” expresa un detrimento, perjuicio o menoscabo que por
acción u omisión de algo o alguien se padece en la persona o en los bienes.
El daño resarcible (o sea el daño considerado como perjuicio
económicamente valuable) delimita las consecuencias que deben ser indemnizadas sobre la
base de una evaluación de consecuencialidad, previsibilidad y evitabilidad, abarcando
potencialmente el daño emergente, el lucro cesante, la pérdida de chance y el daño moral.

Caracteres legales del daño resarcible. a)


Daño cierto.

Que el daño sea “cierto” significa que no sea meramente hipotético o


conjetural, sino real y efectivo; dicho de otra manera, que de no mediar su producción la
condición de la víctima del evento dañoso sería mejor de lo que es a consecuencia del mismo.
Es necesario recordar que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha
sostenido al respecto que los jueces deben actuar con suma prudencia cuando se trata de
resarcir daños ocasionados en el cumplimiento de funciones estatales, debiendo verificar con
antelación si efectivamente se han producido. 29

b) Daño acreditado.
La “acreditación” es la forma de comprobar la existencia del daño, de
darle certeza, pues cuando se trata del Estado no es admisible –salvo que la ley diga
expresamente lo contrario- reconocer su existencia presunta.
c) Daño mensurable.
La “mensurabilidad” en dinero es la operación por la cual se computa lo
inicialmente cuantificable (V. gr.: lo erogado para reparar un objeto dañado, dejándolo
nuevamente en condiciones, tal como estaba antes del evento dañoso) y se convierte lo
inicialmente no cuantificable (v. Gr.: daño moral, pérdidas de chances futuras, etc.) en
cuantificable, a los efectos de lograr una indemnización completa o plena a las consecuencias
del daño.
Aunque al hablar de daño la ley lo circunscribe en la cláusula analizada
al mesurable en dinero, la reparación estala puede (y debería ser así entendido) comprender
satisfacciones no mensurables en dinero, tal como ocurre cuando se lo obliga a aclarar
situaciones provocadas por la acción u omisión susceptible de comprometer injustamente la
honorabilidad de las personas.

2. Imputación material
La imputabilidad material establecida por la ley 26.944 tiene por objeto
atribuir al ente público los actos de sus agentes en función de la teoría del órgano, la cual es
en definitiva, una teoría de imputación; ella determina bajo qué circunstancias el acto u
omisión de un agente público puede ser imputado al ente estatal en el que presta servicios.

29 Fallos 310:2824; 310:190; 311:319; entre otros.


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En la estructura de la ley, la combinación del artículo 3° con el artículo


6° (“El Estado no debe responder, ni aun en forma subsidiaria, por los perjuicios ocasionados
por los concesionarios o contratistas de los servicios públicos a los cuales se le atribuya o
encomiende un cometido estatal, cuando la acción u omisión sea imputable a la función
encomendada”) admite concluir que la teoría del órgano se aplica en sentido estricto e
institucional, pues el individuo responsable debe formar parte – como condición para
responsabilizar al Estado- de los cuadros de la Administración.
Pero la vinculación de este artículo 3° ahora con el artículo 9° primer
párrafo (“La actividad o inactividad de los funcionarios y agentes públicos en el ejercicio de
sus funciones por no cumplir sino de una manera irregular, incurriendo en dolo o culpa, las
obligaciones legales que le están impuestas, los hace responsables de los daños que cause”)
puede ser entendida como una excepción a la teoría del órgano en la medida que introduce
una vía de subjetivación de la responsabilidad.
3. Relación de Causalidad
La “relación de causalidad” consiste en la necesaria conexión fáctica que
debe mediar entre la acción u omisión y el resultado dañoso producido.
A partir de ella se vincula materialmente, de manera directa, al evento
(activo u omisivo) con el daño y, en forma similar e indirecta, a éste con el factor de atribución.
La “causalidad” cumple dos funciones: una relativa a la imputación del
hecho dañoso a su autor, tendiente a la individualización del responsable, denominada por
buena parte de la doctrina como “causalidad material”; y otra consistente en determinar el
contenido de la obligación resarcitoria, conocida como “causalidad jurídica”. En el primer
caso, se responde al interrogante ¿Quién causo el daño?, mientras que en el segundo se
contesta a la pregunta ¿Cuánto debe pagar el responsable?
Con frecuencia el daño deriva de una serie concatenada de
acontecimientos, o de unas pluralidades muy diversas de causas; y todas ellas con
independencia de que sean directas o indirectas, remotas o próximas, constituyen un
antecedente sin el cual el resultado final no se habría verificado. Cuando esto sucede, debe
discernirse a cuál de todas estas causas corresponde atribuir relevancia jurídica.
La complejidad del tema se acentúa pues los hechos no aparecen
perfectamente delineados; es común que integren un conjunto de acontecimientos que actúan
como factores preponderantes, que condicionan o coadyuvan a sucesivos fenómenos que se
interrelacionan recíprocamente en sus respectivas derivaciones, ofreciendo un panorama
confuso que hace difícil el descubrir el nexo de causalidad buscado.
Con el fin de establecer un criterio jurídico valorativo que permita
delimitar la cuestión y erigir a la categoría de causa uno o varios de los antecedentes que
coadyuvan a la producción del resultado final nocivo (daño), se han formulado diversas teorías
como la de la causa próxima, la causa eficiente, la condición preponderante, la condición
necesaria, la causalidad adecuada, etc.
En el proceso de determinación de responsabilidad, la relación de
causalidad “es un paso previo a cualquier indagación, cuando menos en la función que tiene
que imputar materialmente el daño al sujeto, pues el contacto entre el nacimiento y el
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proceder humano confirmará la existencia de autoría […] Entonces efectuada esta operación
(que es un prius) se hará el juicio objetivo y de menosprecio al acto respecto de la norma
(antijuricidad); y luego se analizará la culpabilidad o la aposición ex lege de un factor de
atribución objetivo”30

Atendiendo a la previsibilidad del resultado, puede establecerse un


esquema predeterminado de imputación de consecuencias, haciendo el distingo entre
consecuencias inmediatas (las que acostumbran suceder según el curso natural y ordinario de
las cosas), mediatas (las que resultan solamente de la conexión de un hecho con un
acontecimiento distinto) y causales (aquellas consecuencias mediatas que no pueden
preverse).

La norma acá analizada adopta la teoría de la relación de la causalidad


adecuada, de consolidada tradición en la teoría y jurisprudencia sobre responsabilidad del
Estado. La teoría de la causalidad adecuada se construye con criterios de normalidad,
habitualidad y regularidad de las consecuencias que suceden según el curso natural y ordinario
de las cosas, lo cual constituye el fundamento de la previsibilidad abstracta u objetiva para
atribuirlas a un hecho culposo o al vicio o riesgo de alguna cosa.
Entonces, para determinar la causa del daño, es necesario formular un
juicio de probabilidad, o sea, considerar si tal acción u omisión del presunto responsable es
idónea para producir regular o normalmente un cierto resultado. Ese juicio de probabilidad
que deberá hacerlo el juez, lo será en función de lo que un hombre de mentalidad normal,
juzgada ella en abstracto, habría podido prever como resultado de su acto u omisión. La
previsibilidad es el límite de la responsabilidad por el daño que se cause a un tercero, o sea
que la idoneidad del hecho para adecuarle la consecuencia está dada por la previsibilidad
abstracta del resultado nocivo 31.

En el tema que tratamos, se debe analizar en abstracto si quien soporta el


estado de imputado o procesado durante muchos años es pasible de sufrir perjuicios. Es
insostenible el hecho de que se aduzca que quien ostenta tal categoría no sobrelleva mella
alguna en su buen nombre y honor; se deberá tomar como paradigma al hombre medio, al
ciudadano común, al trabajador, padre de familia, y partiendo de esa base no es complejo
dirimir si alguien que se presenta como postulante para un cargo cualquiera y debe presentar
su planilla de antecedentes y ostenta un situación de incertidumbre en cuanto al futuro de un
proceso de índole penal, si estará en mejores o peores condiciones de acceder al puesto laboral.
En nuestra comunidades y pueblos del interior aquel que es indicado
como posible partícipe de un delito sufre la discriminación, “el por algo será” todavía está
enraizado de manera firme en la cultura popular; ¿Se podrá borrar los padecimientos,
molestias (según las propias palabras de la Corte) mostrando luego una sentencia absolutoria?

4. Falta de servicio

a. Caracterización
Es el factor de atribución que se configura cuando una violación de un

30Bueres Alberto, El acto ilícito, Hammurabi, p. 43.


31Bustamante Alsina, Jorge, La relación de causalidad y la antijuricidad en la responsabilidad extracontractual, en L.
L. 1996-D-23.
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contenido obligacional a cargo del Estado por la acción u omisión de sus funcionarios o
agentes causa un daño a terceros. Dicho contenido obligacional puede entenderse de derivado
de tipos cerrados de definición de prestaciones estatales (tesis restrictiva) o abarcar también
el incumplimiento derivados de las funciones genéricas que tiene el Estado, tales como el
poder de policía, la vigilancia y control, el fomento y bienestar etc., es decir potestades
estatales que no necesariamente generan un deber de actuación concreto respeto de
determinados sujetos (tesis amplia).
La falta de servicio suscita una responsabilidad de base objetiva, ya que
no es necesario indagar en la subjetividad del empleado o funcionario estatal para que aquella
se configure. No es la culpa o dolo del funcionario empleado lo que determina la
responsabilidad estatal, sino la falta o falla del sistema prestacional o del aparato o circuito
administrativo. La imputación no se efectúa sobre el agente determinado que ocasiona
materialmente el daño; se reprochará la falta de servicio público entendido como actividad
jurídica o material emanada de los poderes públicos.
La premisa sobre la que sido elaborado este concepto es que quien
contrae la obligación de prestar un servicio público lo debe realizar en condiciones adecuadas
para cumplir el fin para el que ha sido establecido, y es responsable de los perjuicios causados
por su incumplimiento o ejecución irregular. Tres son los presupuestos que pueden
presentarse:
a) Que exista un mal o defectuoso funcionamiento del servicio;
b) Que exista un funcionamiento tardío del servicio;
c) Que no exista funcionamiento del servicio.
La norma en análisis que tiende a “objetivizar la falta de servicio alude a
la comparación entre la gestión efectiva del servicio y un estándar legal o razonable de
cumplimiento de la función pública”. Se trata de una valoración de elementos objetivos, tales
como la naturaleza de la actividad y del vínculo que une a la víctima con una autoridad
administrativa, los medios disponibles, las posibilidades de prever el incidente y las
circunstancias de tiempo, modo y lugar en el que el mismo aconteció.
Se requiere del daño causado:
a) Que no sea separable del servicio, o sea que se encuentre unido o
ligado al funcionamiento del servicio;
b) Que adopte un parámetro de gravedad determinado, fundado en la
complejidad intrínseca del desarrollo de la actividad pública
concernida.
Sobre este particular, existe un criterio de graduación relacionado con el
nivel de dificultad de la actividad específica que realiza el servicio del que se trate, además se
considera, para apreciar la dificultad de la actividad, las circunstancias propias de tiempo,
modo y lugar en que se desarrolla. El parámetro de la gravedad va desde la existencia de una
falta simple, que en principio compromete la responsabilidad del Estado; la existencia de una
falta grave, que es necesaria para imputar responsabilidad en aquellas actividades complejas,
y por último una falta particularmente grave, en aquellas actividades muy difíciles. Así, los
servicios públicos (especialmente policiales, penitenciarios, hospitalarios) en lo que atañe a
su función esencial (realización de diagnósticos y ejercicio de procedimientos).
Pag. 23 de 41

c) Que corresponda a un incumplimiento en el funcionamiento normal,


medio o esperado del servicio.

b.- Falta de servicio y falta personal


Debe quedar aclarado que el concepto de responsabilidad objetiva se
emplea al referirse a la falta de servicio no es de responsabilidad desligada del obrar del agente
del hecho dañosos, pues la falta de servicio se predica de conductas y no de resultados 32.

Por ello, la responsabilidad por falta exige efectuar una valoración en


concreto de la actuación desplegada por la Administración en el caso y no respecto de los
resultados alcanzados.
Así la falta objetivada está enfocada en el hecho de ser una
responsabilidad corporativa más que individual, empero subsistir el reproche al supuesto
sujeto activo del daño. Existirá una falta personal y no de servicio si la falta se comete en una
actividad privada del agente, y en caso de cometerse en el servicio, si está desprovista de todo
vínculo con éste, se trate de una separación material o psicológica.
Ambas clase de faltas, la personal y la de servicio, pueden coexistir y aun
acumularse. Desde un punto de vista procesal, la falta personal es justiciable por un tribunal
ordinario del Poder Judicial, considerando fundamentos civiles, al contrario de la falta de
servicio que –por ser producida en virtud del ejercicio de la actividad propia del servicio- es
revisada jurisdiccionalmente por los tribunales de lo contencioso administrativo.
A partir de lo expuesto, para dar lugar al pago de una indemnización por
falta de servicio no basta acreditar la existencia de un perjuicio y su vínculo causal con la
actuación estatal, sino que es menester probar el anormal o irregular funcionamiento de la
Administración; de ahí que se haya descartado la existencia de una falta de servicio cuando, a
pesar de producirse un perjuicio, la Administración obra con la diligencia y la previsión
adecuadas a las circunstancias de tiempo y lugar.
Por tal motivo, como afirma la Corte Suprema de Justicia, pesa sobre
quien pretende ser indemnizado por una falta de servicio la carga procesal de individualizar
del modo más claro y concreto cuál ha sido la actividad que específicamente se reputa como
irregular, no bastando al efecto con hacer referencia a una secuencia genérica de hechos y
actos, sin calificarlos singularmente tanto desde la perspectiva de su idoneidad como factor
causal en la producción de perjuicios, como en lo atinente a su falta de legitimidad 33

5. La omisión
Establecer en qué medida el Estado y sus entidades deben responder por

32 Perrino, Pablo E., los factores de responsabilidad extracontractual del estado, en AA. VV., Responsabilidad del
Estado y del funcionario público, jornadas organizadas por la universidad Austral, Ciencias de la administración,
2001, p. 59.
33 CSJN, in re “Hisisa Argentina SAICIyF c/La Nación Argentina. M. Economía y otros s/Daños y perjuicios”,

Fallos: 331:1730
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los daños ocasionados por la omisión de sus órganos en adoptar las medidas que impidan la
producción de los perjuicios resarcibles ha sido (y es) un tema de candente actualidad y
marcada opinabilidad 34

La omisión se enmarca dentro del tipo de responsabilidad objetiva, que


encuentra su fundamento en el principio de igualdad y juridicidad, siéndole aplicables los
criterios generales de atribución de responsabilidad por acción, sobre la base de la noción de
falta de servicio. La omisión se diferencia de la abstención; esta última trae aparejada la idea
de inactividad general, en tanto aquella encierra un concepto normativo que sólo se entiende
en referencia a una norma que impone una determinada actividad 35

Existen tesis más o menos exigentes en orden a la definición de los


presupuestos de procedencia de la responsabilidad por omisión.
Así, para una tesis amplia la responsabilidad, puede surgir por la omisión
en la observancia de cualquier deber jurídico impuesto al Estado, aun los más generales y que
–aunque no provenientes de una fuente normativa específica- se consideren necesarios o
conducentes para cumplir con la función asignada. En el tema tratado cobra especial
importancia lo sostenido por esta postura doctrinaria, en esta dirección se ha caracterizado la
omisión antijurídica como aquella que es fuente de responsabilidad cuando transgrede una
obligación jurídica de obrar, tanto en los caos en que existen normas legales expresas o cuando
se hallan impuestas por otras fuentes como las buenas costumbres, el orden público, la buen
fe, o los principios generales del derecho, en cuyos casos la omisión es antijurídica por ilicitud
“Existirá responsabilidad estatal por omisión cuando el Estado, en ejercicio de las funciones
que le son propias, omita antijurídicamente la realización de actos o hechos que, de haberse
llevado a cabo, hubieren resultado razonablemente idóneos para evitar el daño en definitiva
sucedido”36, y aún se ha reconocido la existencia de omisión antijurídica por ser abusiva 37

Para una tesis restringida el Estado sólo será responsable en el caso de la


violación (por omisión) a un deber expresamente determinado en una fuente normativa
específica, así en el caso “Zacarías”38 la Corte Suprema de Justicia de la Nación diferenció
entre omisiones a deberes específicos y genéricos. Conforme a lo allí sostenido en el caso de
las primeras, la mera inacción configura la falta de servicio que sustenta la responsabilidad;
por el contrario, ante el incumplimiento de un deber genérico debe existir un juicio estricto,
basado en: 1) la ponderación de los bienes jurídicos protegidos, y 2) las consecuencias
generalizadas de la decisión por tomar. Asimismo, la Corte no ha reconocido responsabilidad
por omisión cuando existe un deber altamente genérico, como el de seguridad in re “Mosca”
43

La ley 26.944 ha optado por un criterio exigente al disponer que para que

34 Cochia, Juan J., Las omisiones del estado generan responsabilidad, Universidad Nacional del Nordeste,
Comunicaciones Científicas y Tecnológicas, 2004, Resumen: S-002.
35 Trigo Represas, Félix A., Hecho ilícito por omisión, en R. C. y S. 2006-27.
36 Canda Fabián, La responsabilidad del estado por omisión [estado de situación en la jurisprudencia de la CSJN],

en VV. AA., Cuestiones de Responsabilidad del estado y del funcionario público, Rap, Bs. As., 2008, p. 147.
37 Bustamante Alsina, Jorge, El Estado es responsable del daño que cause a terceros en el ejercicio lícito del poder

de policía de seguridad, en L. L. 1995-D-88 y en Responsabilidad civil, Doctrinas esenciales, t. IV, del 1-1-2007, p.
1253.
38 CSJN Fallos 321:1124. 43

CSJN Fallos 330:563.


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surja la responsabilidad es necesario que se trate de un deber concreto de obrar y no de un


deber genérico, es decir que el Estado debe encontrarse en situación de poder ser constreñido
al cumplimiento de esa obligación derivada de un deber normativo de actuación expreso y
determinado.
Ahora bien, el legislador no exigió que dicho “deber normativo” esté
impuesto por una ley formal, por lo que puede deducirse que basta con que la Administración
incumpla de manera irregular sus deberes u obligaciones impuestos por la Constitución, la ley
o el reglamento para poder achacarle responsabilidad. En cuanto al criterio según el cual
habría incumplimiento (en este caso por omisión) cuando el Estado no actúa conforme a lo
que se espera de él “para evitar los daños en la persona o en los bienes de los particulares”39
sería necesario que dicha expectativa surgiera de normas específicas (Constitución, ley,
reglamento) de funcionamiento del servicio concernido. No puede haber antijuricidad por
omisión ilícita sin una conducta obligatoria que el Estado haya dejado de realizar,
produciéndose, favoreciéndose o creándole las condiciones para la realización de un daño.

Y es que “la omisión antijurídica no puede responder a un principio


amplísimo cual es el del no dañar a otro…” siendo necesario “diferenciar entre el mero deber
administrativo, genérico e indeterminado ante el cual los particulares tienen un poder
destinado a promover su cumplimiento por parte del Estado, pero sin una acción para
exigirlo, y la obligación que traduce el poder jurídico de exigir de manera directa su
cumplimiento”45.

“Art. 4° Son requisitos de la responsabilidad estatal por actividad


legítima:
a) Daño cierto y actual, debidamente acreditado por quine lo invoca y
mensurable en dinero;
b) Imputabilidad material de la actividad a un órgano estatal;
c) Relación de causalidad directa, inmediata y exclusiva entre la
actividad estatal y el daño;
d) Ausencia del deber jurídico de soportar el daño;
e) Sacrificio especial en la persona dañada, diferenciado del que sufre el
resto de la comunidad, configurando por la afectación de un derecho
adquirido”

La Corte Suprema de Justicia de la nación tiene dicho, como


principio, que “el ejercicio regular por el Estado de sus poderes propios no constituye fuente
de indemnización para los particulares” 40

La excepción a esta regla en una regla que se sigue hoy aplicando en


el ámbito administrativo, lo que no es óbice para que pueda traspolarse al campo de la
administración de justicia dado los valores axiológicos que contiene, así se ha dicho
“cuando la actividad lícita de la autoridad administrativa, aunque inspirada en propósitos de
interés colectivo, se constituye en causa eficiente de un perjuicio para los particulares – cuyo
39 Salomón, Jorge, La responsabilidad del estado por omisión en la República Argentina, en J. A. 205-IV-1350. 45 SA
Zeichen, Gustavo, la responsabilidad del estado por omisión, 13 años después, en Revista de Derecho
Administrativo, p. 155.
40 Fallos: 258:322, 305:1045, entre otros.
Pag. 26 de 41

derechos se sacrifica por aquel interés general-, esos daños deben ser atendidos en el campo
de la responsabilidad del Estado por su obrar lícito”41

No se trata de consagrar una hipótesis en la cual bastaría la mera


existencia de nexo causal suficiente entre la actividad legitima del Estado y los perjuicios de
los particulares para suscitar la obligación de indemnizarlos, así la Corte sostuvo que “sólo
comprende a los perjuicios que, para constituir consecuencias anormales significan para el
titular del derecho un verdadero sacrifico desigual que no tiene la obligación de tolerar sin
la debida compensación económica, por imperio de la garantía consagrada en el artículo 17,
CN” 48

Como se puede deducir se habla de actividad legítima del Estado y


de consecuencias patrimoniales (ya me explaye en párrafos que anteceden que la dilación
indebida del proceso es claramente una actividad ilegitima), y además los valores que entran
en juego, más allá de las lógicas y normales consecuencias patrimoniales, trascienden los
bienes materiales, estando impregnado de esenciales derechos consagrados en los
instrumentos internacionales incorporados a nuestra Carta Magna; con lo que se impone con
mayor fuerza la necesariedad de su reparación en el caso de que sean menoscabados.

41Fallos: 293:617, 301:403, 306:1409, 312:649, 312:2266 48


Fallos: 306:2626.
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RESPONSABILIDAD DEL ESTADO POR ACTIVIDAD O


INACTIVIDAD JUDICIAL

Lo dicho precedentemente, referido a los primeros cuatro artículos de la


ley 26.944, perfila sobre los lineamientos básicos de la responsabilidad del ente estatal en el
deber de responder.
Analizaremos ahora el artículo 5° in fine por tratar el mismo de manera
específica la temática seleccionada en el presente trabajo, además de que seguramente será el
principal argumento a utilizar para pretender rebatir el reclamo de indemnización por la
omisión del Estado de juzgar sin dilaciones indebidas.

El párrafo dice: “…Los daños causados por la actividad judicial legítima


del Estado no generan derecho a indemnización.”
a) Nexo causal
Conforme a la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación
el presupuesto en cuestión debe ser probado por el pretendiente de modo palmario,
describiendo “….de manera objetiva en que ha consistido la irregularidad que da sustento al
reclamo, sin que baste al efecto con hacer referencia a una secuencia genérica de hechos y
actos, sin calificarlos singularmente tanto desde la perspectiva de su idoneidad como factor
causal en la producción de los perjuicios, como en punto a su falta de legitimidad”42.

Esto se debe a que la complejidad propia de los procesos judiciales,


donde se dirimen intereses contrapuestos, lleva a la posibilidad de que cohabiten
responsabilidades de distintos sujetos y en diverso grado, ya sea entre el órgano juzgador y
las partes –tanto el damnificado como su contraria- o entre aquél y terceros ajenos a la causa.

42 Fallos: 323:1981.
Pag. 28 de 41

Esta es la línea en la que se ubica el precedente judicial recaída en autos


“Etcheverry, Luisa María y otros c/Provincia de Buenos Aires, Nación Argentina y otros”43,
de fecha 16/12/1986. Se trataba aquí del levantamiento por error de un embargo decretado
sobre bienes que integraban el acervo hereditario. Habiéndose omitido la citación de los
actores pese a estar ordenado judicialmente, se hizo posible la venta de bienes cuyo valor era
objeto de reclamo en una causa incoada por colación hereditaria.
La Corte Suprema de Justica atribuyó la responsabilidad del Estado
Nacional por la conducta del juez que autorizó el levantamiento de las medidas cautelares
dictadas; pero sin perjuicio de ello, estipuló que dicha responsabilidad no excluía la
participación del letrado que requirió el embargo, quien por su actuación procesal debió
advertir que su pedido no se correspondía con lo fallado oportunamente. De modo que
estableció una condena conjunta que recayó sobre el profesional y el Estado.

En la causa “Lindoro ICSA y otro c/Estado Nacional, Administración


Nacional de Aduanas s/Daños y perjuicios”51, del 17 de mayo de 2005, se analizó la acción
seguida contra la Administración General de Aduanas por daños derivados de la omisión de
verificar, clasificar y valorar adecuadamente mercaderías importadas. La actuación del
organismo de contralor aduanero derivó originariamente en un sumario de prevención que
dispuso la clausura de locales de la empresa y la prohibición de importar y exportar. La
investigación generó una causa penal por contrabando ante el Juzgado Federal de Ushuaia,
donde luego de dictada la prisión preventiva del demandante se concluyó en el sobreseimiento
definitivo al cabo de dos años de trámite, la Corte confirmó la procedencia parcial de la
pretensión y ponderó, para así decidir, que el error en que incurrieron inicialmente los agentes
aduaneros y la consiguiente sospecha de adquisición y giro injustificado de divisas al exterior
en que se basó el auto de prisión preventiva, se debió en parte a la propia conducta del
imputado, quien –en oportunidad de la indagatoria- formuló declaraciones que el juez penal
calificó como evasivas y lindantes con el desvarío.

En el caso “Tortorelli, Mario Nicolás c/Buenos Aires, Provincia de Bs As


y otros s/Daños y perjuicios”44, en mayo del año 2006, el conflicto se originó cuando el actor
se disponía a cruzar la frontera con la República de Chile por la localidad de Uspallata, ocasión
en que la Dirección de Migraciones informó que pesaba sobre su persona la prohibición de
salida del país.
La medida, que había sido ordenada por un Juzgado Civil y Comercial
del departamento de Lomas de Zamora, refería en realidad a un homónimo que había caído en
quiebra. La Corte Suprema de Justicia de la Nación consideró que la actividad jurisdiccional
cumplida con la justicia provincial y nacional, en concurrencia con la de algunos de los
restantes demandando, se constituyó en causa eficiente del daño. Por lo tanto, hizo lugar a la
demanda seguida contra el Estado Nacional (en un 40%), contra la Provincia de Buenos Aires
y el magistrado de Lomas de Zamora que había prestado su conformidad para someter al actor
a los tribunales ordinarias (en un 40%) y contra el apoderado de quien inició el juicio ejecutivo
contra el damnificado (en un 20%).
Finalmente, con relación a la responsabilidad derivada de la actividad

43 Fallos: 308:2494. 51
Fallos: 328:1466.
44 Fallos: 329:1881.
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judicial ilegítima, especialmente por actos in iudicando, la jurisprudencia ha sido uniforme al


señalar que debe evidenciarse un perjuicio irreparable cuyas consecuencias no hayan logrado
hacerse cesar por los medios procesales ordinariamente previstos a ese fin 45. En este sentido,
la responsabilidad estatal se excluirá o morigerará de acuerdo con el grado de eficacia y
celeridad con que el damnificado utilice las medidas procesales correctivas de la actividad
ilegitima del juzgador.
b) Extensión del resarcimiento.
Los alcances del resarcimiento del perjuicio ocasionado por la
actividad ilegítima del Estado en materia judicial incluyen el daño emergente, el lucro cesante,
la pérdida de chance y el daño moral. En este contexto de reparación integral, el último ítem
adquiere particular relevancia, máxime cuando se trata de una medida privativa de libertad
dictada irregularmente por un órgano judicial.

Se ha sostenido que a los fines de la fijación del quantum del daño


moral debe tenerse en cuenta el carácter resarcitorio de este rubro, la índole del hecho
generador de la responsabilidad y la entidad del sufrimiento causado, que no tiene
necesariamente que guardar relación con el daño material, pues no se trata de un accesorio de
este último.

Al respecto resulta ilustrativa la sentencia del Superior Tribunal de


Justicia de la Nación recaída en autos “De Gandia, Beatriz Isabel c/Buenos Aires, Provincia
de s/Indemnización por daño moral”46 del 4 de mayo de 1995. En el caso se ventilaba la
responsabilidad de la provincia de Buenos Aires por la detención e incomunicación padecida
por la actora en la frontera con la República del Uruguay, por el lapso de un día, en razón de
la orden de secuestro que pesaba sobre el vehículo que conducía.

La falta de servicio imputable al Estado consistió en la omisión de


dictar el levantamiento del secuestro del rodado, que había sido sustraído y luego devuelto
definitivamente al anterior propietario. La Corte ponderó, para fijar la indemnización, el
desempeño docente e intelectual de la actora para así apreciar“…en su verdadera entidad la
repercusión negativa de esos hechos sobre su reputación en esos campos…” (consid. 5).

En el caso “Rosa, Carlos Alberto c/Estado Nacional, Ministerio de


Justicia y otro s/daños y perjuicios varios”55, del 1 de noviembre de 1999, donde la actividad
judicial ilegítima se caracterizó por la excesiva e irrazonable duración de la prisión preventiva
padecida por el demandante.

c) Responsabilidad judicial “in procedendo”


Surge como consecuencia del daño generado por hechos, actos,
dilaciones u omisiones acaecidos durante la sustanciación del proceso, debido al
funcionamiento anormal o defectuoso del servicio de justicia. Suele definirse de manera
residual y comprende una amplia gama de supuestos, que sin ser específicamente sentencias

45Fallos: 326:1941.
46Fallos: 315:2309. 55

Fallos: 322:2683.
Pag. 30 de 41

definitivas o resoluciones provisionales/cautelares, se vinculan con el proceso y posibilitan el


avance del trámite judicial hasta la decisión definitiva.

El fundamento de la responsabilidad estatal in procedendo es la falta


de servicio.

En el citado caso “Rosa, Carlos Alberto” la prisión preventiva


decretada originariamente por la justicia no se exhibía como irrazonable, pero su
mantenimiento durante un plazo prolongado, sin que se hubieran expuesto las razones que lo
sustentaban, derivó en una conducta ilegítima del Estado.

d) Responsabilidad Judicial “In iudicando”.


Surge como consecuencia del daño ocasionado por:
- El acto jurisdiccional por excelencia, que es la sentencia,
mediante la que se expresa la decisión final del tribunal con relación a
la controversia puesta a su consideración.
- La Resoluciones que con algún grado de provisionalidad, en
tanto pueden ser revocadas en cualquier momento del pleito, son
dictadas en el curso del proceso judicial y que fijan, en un lapso
temporal acotado y sin adquirir fuerza de verdad legal, derechos y
obligaciones transitorias para las partes (medidas preliminares
tendientes a asegurar medios de pruebas, medidas cautelares, embargos
preventivos, inhibiciones o, en materia penal, el auto de prisión
preventiva).
- Los restantes actos vinculados al proceso (principal o
accidental) que tienden a que se decida con fuerza de verdad legal una
controversia entre las partes, aun cuando su aplicación no esté
exclusivamente a cargo de un magistrado, sino también de
funcionarios, empleados, auxiliares de justicia.

La responsabilidad del Estado por actividad judicial in iudicando se


caracteriza por la configuración de un erro judicial y puede suceder cuando se verifica una
equivocación por la inadecuada interpretación, encuadre o desconocimiento de las normas
aplicables al asunto juzgado (error de derecho) o cuando se resuelve conforme a hechos que
no se corresponde con la realidad o mediante una deficiente apreciación de las circunstancias
fácticas de la controversia (error de hecho). En cualquier caso, lo que se pondera es el resultado
injusto que se deriva del error, con independencia del dolo o culpa del sentenciante.

Para generar responsabilidad estatal, el “error judicial” debe representar


una grave equivocación habida cuenta de la naturaleza opinable de la praxis jurídica; la
diferente interpretación del ordenamiento legal en el debate de una materia controvertida o
novedosa no causará por si misma responsabilidad. Es necesario para ello de la confrontación
entre la solución dada por el Juez y la que razonablemente corresponda decidir en el caso de
que surja una manifiesta equivocación47.

47La Cámara Nacional Federal en lo Contenciosos Administrativo, sala 2°, manifestó que sólo
cabe admitir la responsabilidad d del estado cuando el error judicial es “…evidente, manifiesto,
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Asimismo, no todo error tiene relevancia en la decisión judicial; es


necesario no solo que sea grave sino que sea decisivo, es decir que haya influido en el proceso
de formación de la voluntad interna del juzgador de manera determinante.
Finalmente, en materia de responsabilidad estatal, es conveniente
distinguir la emergente revocación de las medidas cautelares que contengan errores judiciales
en una causa penal con relación a una causa no penal. En los procesos no penales, las medidas
en cuestión son acordadas a petición de parte y mediando contra cautela a fin de responder
ante los eventuales perjuicios que cauce su concesión; por ello, la responsabilidad del Estado
por actos in iudicando provisionales o cautelares en materia civil quedaría reducida a su
mínima expresión, aun cuando expresen un pronunciamiento errado.

Con el riesgo de ser reiterativos, insistimos que la prolongación excesiva


del Estado en la resolución en un conflicto, máxime de índole penal, no puede considerase
actividad legitima, con la salvedad de lo que ya se explicó en cuanto a las circunstancias de
cada caso en particular, la redacción del artículo 5° de la ley 26.944 no puede blindar de
responsabilidades funcionales a quienes tienen la cara tarea de administrar justicia, si ya es
cuestionable que existan ciudadanos con exención de cumplir con sus obligaciones tributarias,
so pretexto de la intangibilidad de sus salarios, que en realidad es otra cosa muy distinta,
otorgarles el privilegio insoportable de la irresponsabilidad funcional es rayano a crear una
casta con privilegios que repudia al propio artículo 16 de la CN.
El Estado debe responder cuando se lesiona los más esenciales derechos,
de quien habido inocente debió soportar angustias y padecimientos, debiendo entonces
obligatoriamente repetir contra los funcionarios culpables en las demoras, de lo contrario, y
como pasa casi siempre, la sociedad toda se convertiría en una gran compañía seguradora ante
la eventual ineficiencia de sus agentes.

inopinable […]-ya que-[…] no siempre son escasos los actos o pronunciamientos judiciales que
se dictan ante una circunstancia que admite más de una interpretación controvertida o posiciones
antagónicas…” (“Jorge Grande”, 1997)
Pag. 32 de 41

PRINCIPIO PRO HOMINE

La aplicación de este principio permite superar la tenue justificación que


se pretende realizar para justificar la violación del plazo razonable o el instituto de la
prescripción en causas que afectan entre otros a funcionarios públicos, pues se acude al
pretexto dispuesto en el art. 67 segundo párrafo del CP, o a disposiciones procesales, todas
ellas con rango inferior al del principio que acá analizamos, el mismo tiene por finalidad
acudir a la norma más protectora y/o a preferir la interpretación de mayor alcance de ésta al
reconocer/garantizar el ejercicio de un derecho fundamental; o bien, en sentido
complementario, aplicar la norma y/o interpretación más restringida al establecer
limitaciones/restricciones al ejercicio de los derechos humanos.

En este sentido, se ha definido el principio Pro Homine como un criterio


hermenéutico que informa todo el derecho internacional de los derechos humanos, en virtud
del cual se debe acudir a la norma más amplia, o a la interpretación más extensiva, cuando se
trata de reconocer derechos protegidos, e inversamente, a la norma o a la interpretación más
restringida, cuando se trata de establecer restricciones permanentes al ejercicio de los derechos
o su suspensión extraordinaria.
Por ello, cuando el operador jurídico se encuentra frente a una norma de
derechos humanos que puede tener varias interpretaciones, deberá optar por aquella que
conduzca a una mejor y más amplia protección de los derechos fundamentales, descartando
así las que restrinjan o limiten su ejercicio.
Lo antes explicitado conlleva a la aplicación de Sub-principios:
- In dubio pro reo: En caso de duda se favorecerá al imputado.
- Favor libertatis: A favor de la libertad de un detenido. -
Favor rei: Condena más favorable al reo.
- Favor debilis: A favor de las víctimas o del más débil.
- In dubio pro operatio: En caso de duda se favorecerá al trabajador.
- In dubio por libertate: En la duda a favor de la libertad.
Las reglas en cuanto preferencias de las normas a aplicar permite al juez
o intérprete legal, seleccionar de entre varias normas concurrentes o al menos de entre dos
normas, aquella que su contenido ofrezca una protección más favorable a la persona o aquella
que contenga de manera más especializada la protección que se requiere para el individuo o
víctima en relación con sus derechos humanos, sin importar la ubicación jerárquica que ocupe
ésta en el sistema jurídico.
Así se añade un elemento de temporalidad, ya que se trata de casos en los
que una norma posterior puede desaplicar o incluso derogar una norma anterior de igual o
inferior jerarquía, ya sea de manera expresa o tácita, con el fin de proteger de mejor manera
los derechos humanos. Modifica tradicionales interpretaciones de derecho interno, que
aceptan que la norma posterior deroga a la anterior (lex posterior derogat priori).
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Lo que se denomina derecho de los derechos humanos es, esencialmente,


un conjunto de normas internacionales e internas que, en más de una ocasión, se superponen
en el tratamiento de una misma cuestión o de cuestiones que presentan aspectos análogos.
Tal situación deviene del hecho de la evolución rápida del tema en los últimos 30 años. De
esta suerte, normas consuetudinarias internacionales -necesariamente amplias, flexibles- bajo
la forma de declaraciones de derechos contenidas en resoluciones de organismos
internacionales, tratados universales con fórmulas susceptibles de generar el consentimiento
de la mayoría de los Estados y tratados regionales con proposiciones más acotadas a realidades
parciales, se acomodan en el orden jurídico vigente en un país al lado de normas internas de
distinta data que contemplan desde libertades públicas lato sensu hasta la última versión de
los derechos humanos.

Sin perjuicio de la autonomía de cada orden jurídico para determinar los


modos de su integración, para establecer el orden jerárquico de sus normas y, por lo tanto,
individualizar los criterios para resolver y superar los eventuales conflictos que puedan
plantearse, la pluralidad de fuentes apuntada impone una compatibilización respecto del
alcance de los derechos protegidos y las obligaciones asumidas por los Estados.
El principio pro homine es un criterio hermenéutico que informa todo el
derecho de los derechos humanos, en virtud del cual se debe acudir a la norma más amplia, o
a la interpretación más extensiva, cuando se trata de reconocer derechos protegidos e,
inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida cuando se trata de establecer
restricciones permanentes al ejercicio de los derechos o su suspensión extraordinaria. Este
principio, coincide con el rasgo fundamental del derecho de los derechos humanos, esto es,
estar siempre a favor del hombre.
Esta pauta se encuentra consagrada positivamente. Así, en general, los
instrumentos internacionales de derechos humanos establecen que alguna de sus disposiciones
no autoriza a limitar los derechos protegidos en mayor medida de la prevista, a limitar el goce
y ejercicio de cualquier derecho o libertad que pueda estar reconocido en otra norma
internacional o interna en vigor, ni a excluir o limitar el efecto que puedan producir las normas
consuetudinarias en materia de derechos humanos.

Nuestro cimero Tribunal ha seguido los lineamientos acá desarrollados,


así ha sostenido que para la interpretación de la ley penal se debe conciliar entre los principios
de legalidad, ultima ratio y pro homine, sostuvo que “Para determinar la validez de una
interpretación, debe tenerse en cuenta que la primera fuente de exégesis de la ley es su letra,
a la que no se le debe dar un sentido que ponga en pugna sus disposiciones, sino el que las
concilie y conduzca a una integral armonización de sus preceptos. Este propósito no puede
ser obviado por los jueces con motivo de las posibles imperfecciones técnicas en la redacción
de un texto legal, las que debe ser superadas en procura de una aplicación racional, cuidando
que la inteligencia que se le asigne no pueda llevar a la pérdida de un derecho” 48 , el
mencionado antecedente jurisprudencial cita más adelante “la observancia de estas reglas
generales no agota la tarea de interpretación de las normas penales, puesto que el principio
de legalidad (art. 18, Const. Nacional) exige priorizar una exégesis restrictiva dentro del
límite semántico del texto legal, en consonancia con el principio político criminal que
caracteriza al derecho penal como la última ratio del ordenamiento jurídico, y con el

CSJN, 23/4/08, “Acosta, Alejandro esteban s/ Infracción, art. 14, párr. 1° de la ley 23.737 –c.28/05-“, A. 2186.
48

XLI (del voto de los jueces, Lorenzetti, Fayt, Maqueda y Zaffaroni). 58 Ibídem.
Pag. 34 de 41

principio pro homine que impone privilegiar la interpretación legal que más derecho acuerde
al ser humano frente al poder estatal” 58
Analizando este fallo Fernando Díaz Cantón manifiesta “este criterio de
interpretación (pro homine), proveniente del Derecho supranacional iushumanista, conduce
a que cualquier interpretación inadecuada de una norma de Derecho, efectuada de un modo
tal que conduzca a la pérdida de ese derecho, se convierte en una causa definida de
arbitrariedad y, antes que ello, desde luego y aunque no lo diga la Corte en forma expresa,
en una violación de la ley sustantiva constitutiva de un vicio in iudicando, motivo típico de
casación penal.
El principio antes señalado indica que se debe acudir a la norma más
amplia, o a la interpretación más extensiva, cuando se trata de reconocer derechos protegidos
e, inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida cuando se trata de
establecer restricciones al ejercicio de derechos.
El principio indica que el intérprete ha de seleccionar y aplicar la norma
o la interpretación que en cada caso resulte más favorable para la persona humana, para su
libertad y sus derechos, cualquiera sea la fuente que la suministre, ya sea interna o
internacional.
En efecto se trata de un criterio hermenéutico que informa todo el
derecho de los derechos humanos, en virtud del cual se debe acudir a la norma más amplia,
o a la interpretación más extensiva, cuando se trate de reconocer derechos protegidos e,
inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida, cuando se trate de establecer
restricciones permanentes al ejercicio de los derechos o su suspensión extraordinaria”49

Por ello se ha dicho con razón que: “El principio prohominis opera con
rango constitucional, en razón de su ubicación estratégica en el vértice del ordenamiento
jurídico – constitucional, vgr., art. 75 inc. 22 de la Const. Nacional. En este sentido, nuestro
principio hermenéutico adopta la forma jurídica de verdadera cláusula constitucional,
adquiriendo jerarquía superior a las leyes. Este principio coincide con el rasgo fundamental
del derecho de los derechos humanos, eso es, estar siempre a favor del hombre”60.

EI principio pro homine como una pauta de hermenéutica


En un ordenamiento jurídico como el hoy vigente en la Argentina,
plantea la coexistencia de múltiples normas referidas a derechos, que presentan, las más de
las veces, contenidos parecidos mas no necesariamente exactos o iguales. La pluralidad de
fuentes, internas e internacionales, del derecho de los derechos humanos obliga a una
compatibilización respecto del alcance de los derechos protegidos y de las obligaciones
asumidas por el Estado.

Se impone, por lo tanto, recurrir a una serie de principios generales de


derecho internacional y de principios propios del derecho internacional de los derechos
humanos que permitan brindar pautas claras de interpretación. Resulta necesario encontrar

49Jurisprudencia penal de la Corte Suprema de Justicia de la Nación – Leonardo G. Pitlevnik, T. 6 – ps. 189/190. 60
Cfr. Ariza Clerici, Interpretación constitucional, Principio pro hominis, en www.ciruclodoxa.org/documentos.
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criterios que posibiliten optar entre la aplicación de una u otra norma o entre una u otra
interpretación posible de estas.

Estas pautas son particularmente importantes cuando en un mismo


ámbito coexisten normas internacionales de distinto alcance. En este sentido, no se encuentran
discrepancias en que la aplicación e interpretación de las normas de derechos humanos debe
hacerse a la luz del principio pro homine, del principio de no discriminación y teniendo en
cuenta su objeto y fin.
Dado que el objeto de este apartado pretende circunscribirse al ámbito
del principio pro homine, solo se enunciara el concepto de los demás.
El principio de no discriminación, a la vez que un derecho en sí mismo,
es un criterio que determina la forma de aplicación de las normas sobre derechos humanos.
Por otra parte, la interpretación teleológica de los instrumentos de derechos humanos significa
que debe darse prioridad a la consideración del objeto y fin de las normas, esto es a la
protección de los derechos humanos fundamentales.
Por ejemplo el principio Pro Homine impone que una norma específica
sobre tortura – que enuncia detalladamente los derechos de la víctima y las obligaciones
asumidas por el Estado- supere y prevalezca sobre las obligaciones genéricas sobre el tema
contenidas, por ejemplo, en el Pacto internacional de Derechos Civiles y Políticos o en la
Convención Internacional sobre Derechos Humanos.
Por otra parte, este mismo principio supone que las normas
consuetudinarias que explicitan los derechos protegidos en los tratados deben tener cabida en
el orden jurídico de un país siempre que enriquezcan sus sistemas.
En el mismo sentido nada obsta que en el derecho interno se consagren
esos derechos con un mayor alcance, pues los tratados internacionales consagran un estándar
mínimo de garantías que los Estados adherentes pueden ampliar.
El principio pro homine como una pauta para la regulación jurídica de los derechos humanos

Los derechos humanos consagrados por el orden jurídico son


esencialmente relativos, y por ello, susceptibles de ser “reglamentados” razonablemente,
asimismo algunos derechos pueden ser “restringidos” en forma legítima en su ejercicio, e
incluso, pueden ser “suspendidos” en su aplicación temporariamente.
Distinguir los tres conceptos enunciados parece importante; la
reglamentación razonable es aquella regulación legal en el ejercicio de un derecho, sin
desvirtuar su verdadera naturaleza, teniendo en miras su pleno goce y ejercicio en sociedad.
Son restricciones legítimas los límites de tiempo permanente que se imponen al ejercicio de
algunos derechos en atención a la necesidad de preservar o lograr determinados fines que
interesan a la sociedad toda. Finalmente, la suspensión apunta a la situación extraordinaria en
la cual se encuentra en peligro la vida de la Nación, que haga necesario decidir la suspensión
de determinados derechos por el tiempo y en la medida estrictamente limitada que demande
la situación.
De acuerdo a lo ya expresa el principio pro homine impide extender más
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allá el campo de las restricciones, y con mayor razón, el de las suspensiones, por ello resulta
indispensable determinar ciertos criterios que permitan verificar la legitimidad de una
regulación.
Con ello se pone de manifiesto que no existen razones jurídicas válidas que autoricen
a que este principio sea restringido o suspendido en cuanto a su aplicación en causas en donde
se juzgue a particulares por periodos más allá de lo razonable, por lo que aún de oficio y en
cualquier estadio del proceso, el operador jurídico puede y debe aplicar el instituto en análisis
ordenando y sobreseer al acusado.
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CONCLUSIONES

De todo lo expuesto, puede colegirse la indudable responsabilidad que le


cabe al Estado por incumplir el mandato constitucional de definir la situación de una persona
sometida a proceso penal sin dilaciones indebidas.

Pues, como sostiene nuestro máximo tribunal, en especial atención a los


esenciales valores en juego en este tipo de procesos, se debe definir de una vez y para siempre
y en el menor tiempo posible, la situación de un individuo ante el propio Estado y la sociedad.
El debido proceso garantizado por los arts. 18 y 75 de la Constitución
Nacional, no es más ni menos que la aplicación de lo dispuesto en los modernos códigos de
procedimientos imperantes en la mayoría de los Estados provinciales, y en el CPP de la
Nación, pues siguiendo a Maier esto es derecho constitucional sistematizado, la invención
pretoriana de que se trata en muchos casos de plazos ordenatorios y no perentorios es ilegítima,
pues no cabe a los jueces interpretar más allá de lo que en forma clara y sin lugar a segundas
exegesis, sostiene el legislador; de lo contrario sería una verdadera utopía la seguridad
jurídica, elemento esencial para que el ser humano pueda proyectar su vida en sociedad.
No debe dejarse de lado que la incorporación de Tratados de Derechos
Humanos al plexo constitucional trajo aparejado, de manera obligatoria, la aplicación de
principios como el Pro Homine; el acusado no es un enemigo del sistema, es una persona que
mantiene su estado de inocencia, a la cual se pretende achacarle un delito y si en plazo
razonable no se logra reunir elementos de convicción que sustenten, seriamente, la incoación
y seguimiento del proceso, debe definirse su situación con el sobreseimiento definitivo, al
menos esta es la conducta a seguir si estamos realmente convencidos de los postulados que
nutren nuestras leyes fundamentales.
Para el caso de que ello no sucediera cabe al Estado el resarcimiento por
los perjuicios que su conducta antijurídica hubiera producido, no existiendo óbice legal para
que ello sea así.
Es inentendible como con el desarrollo actual que ha adquirido el
derecho de daños, abonado por la jurisprudencia y doctrina aún antes de la sanción del nuevo
Código Civil y Comercial, se pretenda desconocer el elemental derecho a ser compensado que
le asiste a quien se ha visto sometido a un largo proceso en su contra, sostener que esto no
produce un detrimento en quien lo padece, es ir francamente en contra de la sana critica
racional, criterio éste a que está obligado a ceñirse el órgano jurisdiccional.
Ya se ha dicho en este ensayo que el acusado no es un enemigo del
sistema, hay quienes se resisten a ver que la evolución social, cuestión que alimenta y renueva
el derecho, establece nuevos paradigmas, ya se habla de derechos de cuarta generación, de la
era de la universalización de los derechos humanos.
No es un fracaso el no condenar a un presunto culpable, la verdadera
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frustración se produce cuando vemos atiborrados de causas nuestros juzgados, superada la


capacidad de los recursos humanos con los que cuenta el poder judicial, en donde se mantienen
vivos añosos procesos a la espera de que con alguna excusa o elemento nuevo que apareciera
se pueda, sino juzgar, al menos evitar el cerrar las causas.

En relación a los delitos denunciados, un mínimo porcentaje llega a la


última etapa del juicio oral, en donde acusados y testigos en no pocas ocasiones muestran
evidentes signos de senilidad, a estos últimos más que testificar sobre hechos sobre los que
tengan conocimientos, habrá que invitarlos a que nos cuenten sobre sus memorias.
Es pavoroso, tanta evolución jurídica, tanto curso y perfeccionamiento, y
parecemos volver al principio a la época de las cavernas; será tiempo entonces de una
renovación en la mentalidad de quienes tienen la cara tarea de administrar justicia y de todos
los operadores jurídicos, porque sin justicia no habrá sociedad organizada en condiciones de
afianzar sus principios y valores.

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