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The Pope by L. P. Lovell
The Pope by L. P. Lovell
Rose
Fassy
Prólogo
1. Delilah
2. Delilah
3. Judas
4. Delilah
5. Judas
6. Delilah
7. Judas
8. Delilah
9. Judas
10. Delilah
11. Judas
12. Delilah
13. Judas
14. Delilah
15. Judas
16. Delilah
17. Delilah
18. Judas
19. Delilah
20. Judas
21. Delilah
22. Delilah
23. Judas
24. Delilah
25. Judas
26. Delilah
Epílogo
“Porque incluso satanás se disfraza de ángel de luz”
Me alejo, paseando unos minutos. Sus dedos agarran el brazo del sofá y noto las
roturas en sus nudillos derechos. De golpearlo. Mirando al otro lado de la habitación,
veo una especie de estatua de bronce en su repisa de la chimenea, una especie de
premio. Lo recojo, lo lanzo hacia arriba y hacia abajo en mi mano, probando el peso.
—Qué vas a…
Mi brazo se arquea hacia arriba en el aire, y derribo la estatua con fuerza sobre
su mano. Juro que puedo oír cómo los huesos se rompen y sonrío. Grita y le tapo la
boca con una mano.
—Estás follando con ella, ¿no es así? —Su voz está rota. No digo nada,
permitiendo que la suposición lo controle—. ¿Ella sabe quién eres? —Cada palabra
es un susurro tenso.
Poniéndome en cuclillas, agarro un mechón de su cabello y le echo la cabeza
hacia atrás.
—Tú sabes quién soy. Y sé exactamente quién eres, para quién trabajas, toda tu
pequeña red. Acércate de nuevo a ella y te destruiré. —Me paro, burlándome de él—
. Deberías estar agradecido que te estoy mostrando misericordia. —Me quito los
nudillos y los meto en mi bolsillo—. Después de todo, soy un hombre de Dios.
Levanto la copa de vino a mis labios, tragando la mitad en varios tragos grandes.
Torpe no se acerca a describir la forma en que me siento. Mi padre corta un trozo de
bistec y se lo mete en la boca, totalmente ajeno a la tensión en la habitación.
Sabrina, también conocida como “esa puta”, una cita directa de mi padre, se
sienta frente a mí con un vestido digno de Elizabeth Taylor. Ella escoge una ensalada
verde y yo pongo los ojos en blanco. La mujer se parece a Skeletor1. Le vendría bien
un bistec decente.
—No debes beber con el estómago vacío. Te emborracharás. —Dios. Si. Por
favor. Esta mierda puede volverse soportable.
Aclarando su garganta, pasa una servilleta sobre su boca y junta sus dedos frente
a él. Sabrina se levanta de un salto como un perro adiestrado y le da un golpe a su
plato vacío, escabulléndose con él.
—Tengo que decir. Me sorprende que hayas llamado. —Sus ojos se encuentran
con los míos, del mismo tono de gris que el mío. Su cabello ralo y salpimentado está
cuidadosamente peinado, su camisa inmaculada, los puños relucientes—. No pensé
que aceptarías mi invitación a cenar.
Lanza un suspiro, y detrás de sus lentes, las arrugas del ceño se hunden en las
esquinas de sus ojos.
—Por favor ahórrame el discurso. —Mi madre no es buena, pero, aun así, a los
quince años, me disgustó descubrir que mi padre se había estado tirando a su
secretaria durante dos años. Se mudó a Londres, se casó con ese pedazo de basura y
1
Skeletor es un personaje de ficción dentro del universo Masters of The Universe.
tuve suerte si tenía noticias de él una vez al mes. Esta es la cuarta vez que lo veo en
tantos años, y la última vez que hablamos fue hace al menos seis meses.
Preferiría no estar aquí, pero él está pagando mi título y espera que asista
cuando me llamen. Para eso es bueno mi padre: dinero. Es uno de los mejores
neurocirujanos del país, por lo que su tiempo y su atención son muy acotados, ¿pero
su culpa es el dinero? No tanto.
—No te necesito.
Una vez afuera, le envío un mensaje de texto a Izzy. Diez minutos después, su
Mini Cooper azul eléctrico llega gritando a la vuelta de la esquina de la calle
adoquinada de mi padre. Se detiene de golpe a mi lado y baja la ventana. Una nube
de humo sale del auto, y ella se ríe, su cabello rojo cobrizo cayendo sobre su rostro.
—¿Cómo fue?
Nos detenemos frente a un bar irlandés que le gusta a Izzy, aunque no tengo idea
de por qué. La clientela son en su mayoría personajes turbios. Pero tienen mesas de
billar, así que supongo que sí. Izzy camina directamente hacia la barra, golpeando su
mano sobre ella.
—¡Tragos de tequila! —prácticamente le grita al barman—. Cuatro. —Su
mirada se eleva por encima de mi hombro, una lenta sonrisa se abre paso por sus
labios—. Que sean seis.
—Si estás pidiendo tequila... —comienza una voz detrás de mí. Mirando por
encima de mi hombro, veo a Ti. Está mirando a Izzy con las manos en las caderas. El
cabello rubio salvaje se derrama por todas partes, y la camisa caída abierta en el
cuello, colgando de su hombro—. Cada vez, le digo que no tomo tequila. Luego me
dice que sea hombre, lo hago y me muero al día siguiente.
Me rio.
—No puedo creer que ya no estés en clases conmigo. Apesta —dice Ti,
arrugando la nariz contra el vil sabor.
—Ti, estamos viviendo juntas este año. Me verás. —Conocí a Ti el año pasado en
una clase de biología. Ella es dulce, cariñosa y divertida. Las tres acabamos de pasar
el verano en Vietnam y, en una semana, nos mudaremos todas juntas para el año
académico. La única diferencia es que he pasado de las ciencias médicas a la filosofía.
De un futuro mapeado a la espontaneidad del aquí y ahora, y nada más.
Me empujan una Corona en la mano por cortesía de Izzy antes que se acerque a
una de las mesas de billar. Ella saluda a un chico y él le saluda con la mano. Lleva una
chaqueta de cuero y una sonrisa que anuncia problemas.
Mi atención se vuelve hacia otro chico apoyado contra la pared, y cuando lo hace,
lo encuentro mirándome. Él es todo músculos magros, tatuajes y actitud. Su cabello
oscuro coincide con el chocolate profundo de sus iris, que actualmente están
enfocados en mí como si fuera una presa. Parece un modelo de Hollister que cumplió
condena en la cárcel. Malo. Peligroso. Rebelde. Y hermoso. Izzy siempre bromea
diciendo que amo a un chico malo, y ella no se equivoca. Éste me está llamando.
Empujando la pared, se acerca, cada uno de sus movimientos grita arrogancia.
—Soy Nate —dice, concentrándose completamente en mí, aunque no fui yo
quien hizo la pregunta.
—Lila —respiro. Sus labios se arquean hacia un lado antes de volver a caer en
esa sonrisa problemática.
—¿Quieres jugar, Lila? —Me entrega el taco de billar y nuestros dedos se rozan
cuando se lo quito. Mi pulso se acelera y mi piel hormiguea.
Llámalo una debilidad, o tal vez son sólo problemas con los papás de los libros
de texto, pero a los chicos como él... parece que no puedo decirles que no. Es casi
como si disfrutara de la emoción, seguida de la angustia, porque siempre, siempre
hay angustia. Los chicos así no pueden ser domesticados, y sólo una chica tonta lo
intenta. ¿Entonces, en qué me convierte eso? ¿Una idiota, o tal vez sólo soy adicta a
esa pequeña prisa que brindan, en el momento en que te miran como si fueras la
única chica en el mundo? Puede que sea fugaz, pero también lo es la vida, compuesta
de cientos de miles de momentos. Por cada bueno, hay uno malo, y eso es lo que son
los hombres como Nate: un arma de doble filo con la que parezco dispuesta a
cortarme.
—¿Qué quieres?
—¿Bebida?
—Si ustedes, chicas, ganan, les invito a un trago. Si gano, quiero un beso.
—¿Qué es esto? ¿Escuela secundaria? —Ti sale del taburete del bar cercano que
adoptó.
Quince minutos más tarde y mi racha ganadora de cinco años se detiene por
completo. Soy una mujer de palabra, así que Nate recibe su beso.
Mi vestido ajustado sube por mis muslos con cada paso, y varios pares de manos
extraviadas rozan mi cintura, mis caderas, mis piernas desnudas. Entre la multitud,
veo a Ti en una de las mesas. Ella saluda, haciéndome señas para que me acerque.
—Viniste. —Ella lanza sus brazos alrededor de mi cuello, con una sonrisa de
borracha en su rostro.
Pongo los ojos en blanco. El nuevo novio de Izzy es Charles Stanley, hijo de un
general de alto rango. Es el chico bueno, el jugador estrella de rugby, inteligente. No
es su tipo habitual, pero Izzy no es quisquillosa. Ella se enamora, luego se aburre y
lo vuelve a hacer. Dice que el alma no tiene un tipo, ni se compromete más allá de un
sólo momento, simplemente siente. Parece que actualmente se siente Charles
Stanley. Entonces otra vez, debajo ese exterior dorado, hay una veta de rebelión, un
animal de fiesta. Y a Izzy le encantan las fiestas.
—¡Ahí tienes! —Mi atención pasa de los chicos a Isabelle. Lleva un vestido
blanco que apenas le pasa por el culo. Su mirada se desplaza por encima de mi
hombro hacia donde estaba mirando—. Ese chico es el mejor tipo de mal, Lila. —
Pongo los ojos en blanco. Ella sonríe y luego acaricia mi entrepierna como si fuera
un maldito gato—. Estoy tan feliz por ti.
—Lo juro por Dios, Izzy, si le hablas a mi vagina... —Se ríe—. Bueno, yo también
estoy feliz por ti.
—Sólo estás tratando de apagar mi brillo. —Ella sonríe—. Ahora bebe, florcita.
—¿Lo adulteraste? —No sería la primera vez. El mes pasado hizo brownies, y
tontamente pensé que se había puesto a hornear al azar.
—No eres divertida, Lila. No desde que encontraste la vida en la calle. —Ella se
ríe, sus cejas suben y bajan. Ella inclina su propia bebida hacia atrás y luego toma mi
mano, tirándome hacia la pista de baile, junto con Tiffany. Bailan juntas y las miro,
pero mi enfoque está en otra parte. Mirando por encima de mi hombro, veo que
Charles y Nate se dan una palmada antes que Charles comience a caminar hacia
nosotros. Nate se encuentra con mi mirada y asiente.
Ojos oscuros me siguen todo el camino, vagando por mi cuerpo como si fuera
dueño de cada centímetro de él. Su camiseta se ajusta sobre su físico musculoso, el
material blanco prístino contrasta con la tinta negra que cubre todo su brazo
derecho. Desde el momento en que lo vi en ese bar sucio, todo cabello oscuro, piel
bronceada, tatuajes y actitud arrogante, fui como un pez en un anzuelo. Deslizando
su palma hacia mi espalda, me empuja contra él, obligándome a sentarme a
horcajadas sobre un muslo.
—Quiero romperle los brazos por tocarte —murmura en mi oído antes que sus
dientes raspen mi cuello. Mi cuerpo se ruboriza y un aliento tembloroso sale de mis
labios.
—Eso no sería muy bueno para tu negocio, ¿verdad? —Agarra mi mandíbula,
empujándome hacia atrás sólo unos centímetros antes de golpear sus labios sobre
los míos. Su lengua invade mi boca, reclamando, exigiendo, tomando lo que
quiere—. Te ves jodidamente caliente con ese vestido, Lila. —Su mano libre se
desliza a lo largo de mi muslo, empujando debajo de mi falda. Él muerde mi labio
inferior y luego da un paso atrás, recogiendo su cerveza de nuevo.
Me estabilizo en el borde de la barra antes que mis piernas amenacen con ceder.
Nate me pide una bebida y la desliza frente a mí con un guiño. Cogiendo el Martini
de frambuesa, tomo un sorbo y disfruto de la dulzura que se mezcla con el bocado
del alcohol.
—Les espera una noche salvaje —dice, sus ojos enfocados hacia un lado de la
habitación. Sigo su mirada hacia Charles, quien ahora está sentado en una mesa con
Isabella. Se lleva algo a la boca y se lo enjuaga con un trago de lo que parece tequila.
Frunzo el ceño, algo incómodo tirando de mi estómago.
—Lo hiciste muy bien, bebé. —Besa mi mandíbula—. Eres buena en esto.
No puedo precisar cuándo decidí que trabajar con Nate era una buena idea.
Pasaron unos meses antes de darme cuenta que pasar días enteros despierto, el
buen auto, la falta de un trabajo convencional, todo equivalía al hecho que él es un
traficante de drogas. Lógicamente, debería haberme alejado, pero esa vena
desafiante en mí sólo lo quería más. Cuanto más malo, mejor, ¿verdad? Entonces
surgió la oportunidad de hacer un pequeño trabajo paralelo y pensé, ¿por qué no?
Mi padre me había cortado y era un dinero excepcionalmente fácil.
Pero, sinceramente, no tiene nada que ver con el dinero en efectivo. Es la prisa,
la emoción de hacer algo ilegal. Esa sensación de adrenalina corriendo por tus venas
porque este podría ser el momento en que te atrapen. Siempre he sido la chica
buena. Dulce Delilah que iba a ser médico. Cuyo papá es neurocirujano. De una
familia perfecta. Sólo que ahora, no soy ninguna de esas cosas, y me encanta. Si me
atrapan... apestaría, pero no puedo evitar sonreír mientras imagino el rostro de mi
padre. El horror. La decepción.
Hay una satisfacción retorcida en todo esto, una sensación de abandono que
disfruto, porque simplemente no me importa. Y eso... es libertad.
La luz brillante de la mañana fluye a través de las ventanas, y parpadeo,
alejándome de ella. Deslizando mi mano por las sábanas, encuentro que todavía
están calientes, y el aroma de la colonia de Nate permanece en ellas.
Cuando bajo, lo encuentro sentado en la barra del desayuno con sólo un par de
jeans, una taza de café en la mano. Está dividiendo su atención entre la televisión en
el mostrador, que está sintonizada en algún programa de desayuno de fin de semana,
y Summer, la prima de Izzy y nuestra cuarta compañera de piso. Ella está flotando
alrededor de él como una mosca, girando un mechón de cabello rubio falso
alrededor de su dedo.
Nate le tiende la mano y ella le quita una pequeña bolsa de pastillas de la palma.
—No soy celosa, Nate. —Pero sí me imagino cómo se vería la cara de Summer
con la nariz rota.
Me alejo de él.
Sus labios golpean mi cuello y mis ojos se desvían hacia la televisión. Y es como
si la misma sangre en mis venas se hubiera convertido en hielo. Mi pecho hace un
nudo tan fuerte que no puedo respirar por completo, y mi corazón deja escapar un
ruido sordo y tartamudeante.
—Está bien. —Esas son las únicas palabras que puedo descifrar. Sin embargo,
no lo es. La realidad choca contra mí como un tren de carga chocando contra mi
pecho. Isabelle está muerta. Isabelle tuvo una sobredosis. Charles tuvo una
sobredosis. Con las drogas que les di.
—Lila.
La luz del sol ilumina mi aliento empañado cuando golpea el aire, y la hierba
helada cruje bajo mis botas. Las lápidas heladas brillan como gemas en el paisaje
helado del cementerio. Es demasiado brillante. Muy bonita.
Las personas reunidas alrededor de la tumba recién cavada parecen demonios,
absorbiendo toda la felicidad del mundo con sus ropas negras.
La gente da un paso al frente, uno a la vez, presenta sus respetos y arroja rosas
sobre la mesa.
Veo a la madre de Isabelle aferrarse a su hijo mayor, sus sollozos son una nota
sombría que resuena en el cementerio. Lo veo tratando de mantenerse fuerte,
tratando de sostener a su madre en su momento de necesidad, y mi corazón se
rompe por él. Por ellos. Yo lo hice. Mis acciones que pensé no tenían consecuencias;
bueno, estoy viendo las consecuencias. Una familia destrozada. Dos familias, de
hecho. E Isabelle, tan joven y salvaje. Ella se merecía algo mejor.
—Lila. —Miro hacia arriba al sonido de la vocecita. Tiffany está a unos metros
de distancia, con las manos anudadas frente a ella, la falda negra de su vestido
ondeando al viento—. ¿Quieres que te lleve hasta el velorio?
—No iré. —Le he presentado mis respetos y le he dicho adiós, me disculpé con
ella mil veces en mi mente y espero que de alguna manera los pensamientos
encuentren su camino hacia el universo. Lo siento no es suficiente, pero es todo lo
que tengo, porque ¿qué vale una vida? Es inconmensurable.
—¿Estás segura?
—Mira, Lila. Todos hemos sido muy afectados por su muerte, pero... pero sé que
Izzy querría que tratara de cuidar de ti. —Ella se acerca, poniendo una mano en mi
brazo—. Por favor, no te escondas de mí.
—Gracias. —La palabra es llana incluso para mis oídos, pero realmente no me
importa. Dándome la vuelta, empiezo a caminar—. Adiós, Izzy —le susurro.
Envolviendo mis brazos con fuerza alrededor de mi cuerpo, me encorvo contra
el frío penetrante que parece haber penetrado mis propios huesos. Los compradores
de los sábados por la mañana y las personas que se dedican a sus vidas llenan las
calles de Londres. Siempre he sido una forastera, un lobo solitario como tal, pero
nunca me he sentido más apartada que ahora. Hasta Izzy y Ti, nunca supe realmente
lo que era tener verdaderos amigos, ser parte de algo. Izzy fue buena conmigo,
amable cuando no tenía que serlo. Y ahora ella se fue por mi culpa. La culpa y el dolor
me han comido viva durante las últimas dos semanas. Pero no puedo soportar la
espera, el no saber.
Cruzando la calle, paso a través de las altas puertas de metal que conducen al
frente de la estación de policía de Thames. Un par de autos de policía pasan a mi lado
antes de aparcar fuera. Miro hacia el edificio de cinco pisos de aspecto monótono
con sus paredes de hormigón gris y ventanas sucias. Respiro hondo y me bajo de la
acera, pero me tiran hacia atrás antes que mi pie se tope con la carretera asfaltada.
Dándome la vuelta, me encuentro cara a cara con Nate, su expresión torcida en un
gruñido.
—Déjame ir.
—Se tomó una pastilla de más, Lila. Sucede. Tu perspectiva está distorsionada.
—Tengo que entregarme. —Él podría vivir así, pero yo no. La culpa es como una
enfermedad, carcomiéndome día tras día. Y la ansiedad; la constante mirada por
encima del hombro, preguntándome cuándo la policía llamará a mi puerta... me está
matando. Soy un desastre.
Me apresura, su mano se desliza alrededor de mi garganta y aprieta lo
suficientemente fuerte como para proporcionar una advertencia adecuada.
—Hasta que te presionan, preguntando quién te dio las pastillas o para quién
trabajas. No quieren a una estudiante universitaria con la conciencia de la maldita
Madre Teresa. Quieren a los distribuidores.
—No te venderé —le digo llanamente. Quizás debería hacerlo porque está mal.
Todo esto está tan mal.
Sus ojos se cruzan con los míos y su mandíbula se tensa. Ahora parece tan frío,
tan despiadado.
¿Y dónde me deja eso? No puedo entregarme, pero tampoco puedo vivir así. Al
salir del callejón, miro a la izquierda y veo el letrero de un bar. Sin pensarlo mucho,
entro y pido un trago de vodka. Sólo necesito ahogar todo.
—Perdóname padre porque he pecado. —La voz gruesa y grave retumba desde
el otro lado del divisor—. Mis pecados son... graves. —Una palabra, completamente
inadvertida para cualquiera que pueda estar escuchando, pero una palabra en
particular que me dice que este hombre está aquí por negocios, no por curación
espiritual.
Tirando de la cortina hacia atrás una fracción, miro mientras se mueve hacia la
parte trasera de la iglesia y se desliza hacia el banco, tercero desde la parte de atrás
a la izquierda. Dejo caer la cortina y me enderezo mientras un nuevo pecador toma
asiento para confesarse.
—Perdóname padre porque he pecado. Han pasado doce días desde mi última
confesión —dice el hombre.
—Escucharé tu confesión.
Hay una pausa y sonrío. Los pecados menores son los que se derraman con
facilidad, buscando ser apaciguados y seguros de su lugar detrás de las puertas de
perlas. ¿Pero esa pausa? Esa es la señal de un verdadero pecador.
—Le fui infiel a mi esposa —susurra. Ah, y ahí está, la oleada de culpa, las
sonrisas de un alma contaminada.
—¿Y te arrepientes?
—Sí. Lo... de verdad lo siento. —No, no lo siente. Hará lo mismo, una y otra vez,
porque algunos de nosotros no podemos evitarlo. Estamos fundamentalmente
defectuosos, atraídos por la oscuridad. Mala gente. Pero a menudo se dice que Dios
ama al pecador. Simplemente odia el pecado.
Recito las palabras que he dicho mil veces, otorgándole un falso perdón.
Mientras la oscuridad invade la iglesia, avanzo por el pasillo, colocando biblias a
lo largo del borde de madera desgastado en la parte posterior de cada banco. Cuando
llego al tercer banco desde la parte de atrás, tomo el primer cojín de oración y lo
abro, sacando un fajo de billetes dentro.
—¿Sí?
—Trae tres kilos. Tercero desde atrás. Lado izquierdo. —Y luego cuelgo, cojo
tres de los cojines de oración y los muevo. En la próxima hora, uno de mis muchachos
colocará tres kilos de cocaína en este mismo banco, el bloque del tamaño exacto de
un cojín de oración y oculto dentro de la horrible tela de ganchillo. Una hora después
de eso, el cliente que realizó y pagó su pedido esta mañana, entrará y lo recogerá.
Miro mi reloj, y cuando veo hacia arriba, mi padre camina por el pasillo central
luciendo como todos los gánsteres de dudosa reputación de todas las películas que
he visto. Su cabello gris oscuro está peinado hacia atrás, su traje de tres piezas en su
lugar y sus zapatos tan brillantes que probablemente podría ver mi reflejo en ellos.
Se detiene frente a mí, sin decir nada mientras se coloca un cigarrillo en los labios e
inhala profundamente.
2
El término se ha expandido para abarcar no sólo a los del este de Londres específicamente, sino también
a los de Londres en general. Este último tiende a ser atribuido por los no londinenses, debido a su
desconocimiento del verdadero significado de la palabra.
se toma prácticamente nada en serio, pero el momento en que lo hace es el momento
en que todos en la sala se sientan y prestan atención.
—¿Puedes concentrarte?
—Chantaje es una palabra tan fea —digo, luchando contra una sonrisa. Él
irrumpe en la habitación y cierro la puerta detrás de él—. Harold Dawson, este es
William Kingsley. —No ofrezco más explicaciones que esa. Los ojos de mi padre se
encuentran con los míos, una sonrisa divertida jugando en sus labios. Me llamo
Kavanagh, el apellido de soltera de mi madre, simplemente porque el apellido
Kingsley tiene cierta reputación. Mi padre, en particular, es infame, con una carrera
criminal que se extendió por décadas, no probada y sin control. Un sacerdote con el
nombre de Kingsley, bueno, eso llamaría demasiado la atención y derrotaría toda mi
fachada. Sin embargo, Harold ya tiene tratos con Kingsley. Si él realmente lo sabe o
no, no puedo estar seguro.
Harold cambia de un pie al otro, y puedo ver su mente girar, las ruedas giran
mientras trata de juntarlo todo.
—Es obvio, blanquea dinero a través de la caridad de sus hijos. —Asiento con la
cabeza hacia el sobre en su mano que contiene una simple hoja de cálculo de cifras
extraídas de su propia computadora—. Tsk, tsk, no te tomé por un pecador así.
Se burla de mí.
—Dice el sacerdote que está tratando de chantajearme.
—No hay ningún intento. Esto es simple, o nos vende una participación del
veinte por ciento en Global Aid y limpia nuestro dinero, o le entrego esas cifras a la
policía.
Sus ojos se agrandan, pero mi expresión permanece fría como una piedra.
Hago crujir mi cuello hacia un lado y los ojos de mi padre se encuentran con los
míos. Él da un pequeño movimiento de cabeza, tratando de controlar el
temperamento que estoy seguro que puede ver en mis ojos. No soy un hombre
paciente y no estoy acostumbrado a pedir las cosas dos veces. Agarrando el rosario
del escritorio, agarro a Harold por el hombro y lo empujo hacia la silla.
—Qué…
—Deberías haber ido por este camino en primer lugar. Te habría ahorrado
algunos problemas. —Él sonríe, pero no estoy de humor.
—Harold. —Le doy una palmada en el hombro, pero está demasiado ocupado
agitándose, arañándose la garganta—. Traté de ser amable, pero lo que no viste es
que esto no era una solicitud. —Libero las cuentas y él aspira un jadeo a los
pulmones.
—Se obtiene por encima del valor de mercado por su veinte por ciento. Usted
gana más dinero como un recorte, nosotros limpiamos nuestro dinero y sus clientes
actuales continúan limpiando el suyo. No hay daño, no hay falta.
—No tienes idea —murmura. Lo arrastro a sus pies y lo empujo hacia la puerta.
Hace una pausa por un momento, sacudiendo la cabeza una vez más antes de abrir
la puerta y desaparecer.
Miro a mi padre y enarco una ceja.
—Sabes que él confía en que tengamos una bala en la cabeza antes que termine
el día.
—No tenemos muchas opciones. No hay señales que Fire abra pronto, y ya
perdimos la mitad de nuestra base de clientes por esos cabrones
italianos. —Necesito que las operaciones vuelvan a estar en su lugar. No puedo
vender cocaína sin distribuidores o un lugar donde limpiar el dinero. Con mi club
nocturno más grande caído, el dinero sucio se está acumulando y me pone nervioso.
—La policía está involucrada. —Se encoge de hombros—. Las distribuciones son
como ratas que huyen de un barco con un agujero. Si tapa el agujero, se ahogarán en
el mar.
—Siempre puedes hablar con Saint. Acelera las cosas. No recuperará a sus
clientes, pero arreglará su agujero.
Me río.
—No le estoy pidiendo una mierda a Saint. —Mi hermano tiene la mayor parte
de la fuerza policial de Londres en su bolsillo trasero, principalmente porque les
paga más que nosotros. Sin embargo, preferiría degollarme antes de pedirle un
favor—. Esto funcionará. —Estoy absolutamente jugando con fuego porque Saint es
la persona con la que me estoy jodiendo. Yo salto y paso mi mano por mi cara—.
Puedo manejarlo. —Pero ambos sabemos que es mentira porque mi hermano no
puede ser manejado. Por cualquiera.
—¿Sí?
—Mira, no es…
Me muevo a través de los cuerpos danzantes hasta que llego a la parte trasera
de la iglesia y me deslizo por la puerta hacia un pasillo. Al final hay una sola puerta
con un detalle de seguridad. He visto a uno de los chicos aquí antes, pero incluso si
nunca me hubieran visto, sabrían que soy pariente de Saint. Nos parecemos mucho.
Los mismos ojos azules, el mismo cabello casi negro, la misma sonrisa. Sólo me falta
la injusticia fundamental que se aferra a Saint como una segunda piel.
Sin una palabra, el primer tipo escanea una tarjeta sobre la puerta. Suena y él da
un paso atrás, lo que me permite abrirlo hacia un conjunto de escaleras: el descenso
al infierno.
Me muevo por las catacumbas hasta llegar a la enorme puerta de madera al final.
Golpeando una vez, la abro. Llego temprano y sé que Saint odiará eso, pero una parte
insignificante de mí adora terminar con él. Ver a ese pequeño demonio en su cabeza
arrojarse contra los barrotes de su jaula y probar los límites de esa restricción
religiosa que se impone.
La habitación literalmente parece una sala del trono, y sé que es deliberada. Mi
hermano es tan desquiciado que realmente se cree una deidad entre los hombres.
Hay una chimenea al otro lado de la habitación. Y en el centro hay una sola silla, la
madera intrincadamente tallada y el respaldo alto: un trono. Frente a la silla hay un
sofá largo, por lo que, por supuesto, puede sostener la corte.
—Ah, Judas, pasó un tiempo. —Una figura se aleja de un rincón oscuro donde se
encuentra una pequeña barra.
—Jase. —Mi medio hermano se acerca y el cálido resplandor del fuego baña un
lado de su rostro, encendiendo los mechones cobrizos de su desordenado cabello.
Jase es la vergüenza de mi madre, como le gusta decir. El fruto del amor de una de
las amantes de William, de los cuales hay muchos, estoy seguro. No comparte el
mismo cabello oscuro y ojos azules que Saint, William y yo, pero la manzana
definitivamente no cayó lejos del árbol. Cuando papá se enteró de él, Jase tenía
catorce años y acababa de ser arrestado por robar un automóvil.
Él y yo nunca hemos tenido muchas razones para seguir adelante, pero él y Saint
están cerca. Muy cerca. Jase es la mano derecha de Saint, y posiblemente la única
persona en la que realmente confía. Acercándose, me entrega un vaso de whisky y
se lo tomo antes que se mueva hacia el sofá.
—¿Dónde está?
—Bueno, llegas temprano y sabes cómo es él con sus citas. —Lo sé. Saint cumple
sus citas exactamente. Ni un minuto antes ni después. Si llegas temprano y él está
aquí, te ignorará.
Cinco minutos después, Saint entra en la habitación como la realeza que regresa
al imperio. Sus dos guardaespaldas se detienen fuera y cierran las pesadas puertas
detrás de él. La música de jazz de más allá corta y el silencio que antes pasaba
desapercibido se siente ensordecedor con mi hermano en la habitación.
Todo en Saint hace que la gente se sienta incómoda, incluso yo. Es demasiado
quieto, su mirada demasiado intensa, sus movimientos demasiado depredadores,
porque eso es exactamente lo que es; un depredador y todos los que lo rodean son
presas.
Desliza una mano lentamente por la parte delantera de su traje impecablemente
hecho a medida, negro, por supuesto. Su cabello oscuro contrasta con la piel pálida,
haciéndolo parecer un vampiro. No está muy lejos, ya que estoy bastante seguro que
nunca abandona esta cueva. Los ojos azules, del mismo tono que los de mi padre me
devuelven la mirada, pero más fríos, mucho, mucho más fríos.
—Saint.
—Hermano.
—No es…
—Es un negocio global por el amor de Dios. Hay mucho margen para dinero
extra. —Me niego a decirle exactamente por qué me empujan a esos extremos.
—Tu dinero está igual de sucio, Saint —digo con un bufido. Está tan en su caballo
por su maldito dinero falso, predicando sobre cómo las drogas son pecaminosas, y
el negocio está por debajo de él. Mientras tanto, vierte millones de dinero falso en
una economía que ya está en crisis.
—Yo también.
Hace una pausa y aprieta los labios. Puedo ver las posibilidades disparando a
través de su mente a ciento sesenta kilómetros por hora. Le encantaría la idea de
ganar dinero con el imperio de mi padre, del que se negaba a formar parte. Saint no
está por encima de la alegría.
—No. —Me acerco a él, incapaz de evitar sonreír—. Pero estás pensando en eso,
Saint, porque es algo por nada. Es un dedo medio para papá y para mí, y es un grado
de control.
Sus ojos se encuentran con los míos, esa locura siempre persistente sólo debajo
de la superficie.
—No.
Aquí vamos.
—Te lo debo.
—¿Qué me debes?
Sabe lo que voy a decir porque es la moneda que siempre usamos cuando
éramos niños, cuando yo temía el infierno tanto como él. Una lenta sonrisa se dibuja
en sus labios antes que siquiera haya dicho las palabras.
Sus ojos se iluminan con el mismo deleite salvaje que solían hacer cuando
éramos demasiado pequeños para apreciar realmente la gravedad total de para qué
se podía usar un pecado. Aunque ahora... ahora lo sabe. Ahora lo sé. Demasiado bien.
—Piensa en ello como una promesa. Está en tu piel, así que sé que lo honrarás.
—¿Contento?
—¿Tenemos un trato?
He hecho mucho por el negocio familiar a lo largo de los años, pero arrinconar a
Saint Kingsley es, con mucho, lo más peligroso.
Me despierto con un fuerte dolor de cabeza y mi estómago se revuelve como una
hormigonera. Parpadeando y abriendo los ojos, me estremezco contra la tenue luz
del final de la mañana que se filtra a través de las cortinas abiertas. Hay un momento,
un momento perfecto en el que me olvido, y luego, al igual que todas las mañanas
durante el último mes, todo vuelve a estrellarse. Todas las emociones que reprimí
temporalmente con alcohol anoche me invaden como una ola rompiendo. Ese peso
de plomo que parece instalarse en mi estómago a diario hace acto de presencia, y la
tentación de emborracharme de nuevo es más que atrayente.
No es hasta que bajo las escaleras para hacer un poco de café que veo el
calendario en la pared. La fecha de hoy está encerrada en un círculo con una pluma
roja gruesa con estrellas dibujadas a su alrededor y los garabatos de la letra de Izzy.
El cumpleaños de Izzy. ¡Cómprame pastel! Mierda, ¿cuánto tiempo pasó desde el
funeral? ¿Dos semanas? Siento que he perdido dos semanas de mi vida en coma
alcohólico. He estado pasando por los movimientos, incluso yendo a la universidad
algunos días. Sólo borracha. Y ahora hoy es el que habría sido el cumpleaños de Izzy.
Murió un mes antes de los veintidós. Si eso no es una tragedia, entonces no sé qué lo
es.
Culpa por encima de la culpa. Sirvo una taza de café y le echo una buena dosis de
Baileys3 porque estar sobria no me atrae en este momento.
—Lila.
Me vuelvo al oír la voz de Tiff. Sus ojos recorren mi rostro, sus cejas se fruncen
con preocupación silenciosa.
—Oye.
Tiff se apoya en el mostrador del fondo y cruza los brazos sobre el pecho. Sus
ojos se posan en el café que tengo en la mano antes de cambiar a la botella que está
a un lado.
—Bueno, ella no está aquí para preguntar, ¿verdad? —Y eso depende de mí. Pero
Ti no lo sabe. Ella no sabe que le di esas drogas al novio de Izzy, o, de hecho, que
3
El Baileys es una mezcla de leche irlandesa fresca y procesada para ser crema, mezclada con el más
puro y fino alcohol, adicionada con chocolate y unos toques de vainilla
alguna vez he traficado con drogas. Nadie lo sabe. Izzy fue la única a la que se lo dije,
y sólo porque sabía que ella nunca lo desaprobaría. Izzy era demasiado salvaje para
juicios mezquinos. Ti es preciosa, pero está estudiando para ser doctora. Claro, a
veces se pone de fiesta y se emborracha, pero es buena. Ella no me entiende como lo
hacía Izzy.
—Fue un accidente. Es triste y espantoso, pero se fue. Todavía estás aquí. —Ti
niega con la cabeza—. Y estás perdiendo la vida emborrachándote todo el tiempo.
Pongo otro café en una taza para llevar y salgo. Me estremezco porque el día es
brillante y ruidoso, y mi cabeza todavía late con fuerza.
En el metro, veo a la gente que sigue su vida normal y los envidio. Ojalá pudiera
volver a la normalidad. Amaba a Izzy, pero desearía poder olvidar que este peso de
plomo desaparecería.
—Aquí está para ti, Izzy. Feliz cumpleaños. —Levanto la botella antes de
inclinarla hacia atrás, mirando las burbujas subir mientras el rancio sabor a gasolina
me quema la garganta. Entonces, me siento, bebo y veo la cera gotear sobre el
glaseado porque no tengo el corazón para apagar esa estúpida vela.
—¿Qué quieres?
—¿En serio?
—¿Estas borracha?
Cerrando los ojos con fuerza, haré que mi cabeza deje de dar vueltas.
Sus palmas acarician mis mejillas y un cálido aliento se precipita sobre mis
labios.
Sin previo aviso, Nate me acerca y envuelve sus brazos alrededor de mí. Sé que
debería odiarlo, que debería luchar contra esto, pero no lo hago. Simplemente lo
acepto porque, en mi borrachera, creo que lo necesito. Por un sólo momento, quiero
sentir que no estoy completamente sola con esto, y dado que él es la única persona
que sabe lo que realmente sucedió, él es todo lo que tengo. Escucho el clic de la
puerta principal cerrándose, y luego me levanta, sosteniéndome contra su pecho
mientras me lleva a mi habitación. Me siento en su regazo, llorando en su camisa
hasta que una gran mancha de humedad mancha la tela.
—Lo haré.
Me abraza con más fuerza, pero no hace nada para combatir el temblor de mi
cuerpo.
—Así es como funciona el mundo, Lila. No obligaste a que las píldoras le bajaran
por la garganta. Ni siquiera sabes si eso fue todo. Ella podría haber tomado otra cosa.
En el borde del parque hay un antiguo muro de piedra, y más allá yacían lápidas,
esparcidas a través de las sombras de la enorme iglesia, tan olvidadas como las
personas muertas enterradas debajo de ellas. Me deslizo por la pequeña puerta y me
muevo entre las piedras, empapándome del silencio absoluto que parece perdurar
en un cementerio más que en cualquier otro lugar. Es como si el mundo estuviera
conteniendo la respiración, pagando sus respetos. Paso mis dedos sobre una piedra,
la parte superior cubierta de musgo y la cara tan desgastada por la intemperie que
la escritura se erosionó hace mucho tiempo.
No estoy segura de creer en nada más que lo correcto frente a nosotros, pero
hay algo que decir a favor de una iglesia. Una sensación de serenidad que casi podría
hacer que un no creyente se sintiera como si algo más grande hubiera extendido una
mano y le hubiera ofrecido un refugio seguro de sus demonios. Aunque no tengo una
explicación para ello, por primera vez en semanas, siento que no estoy sola en mi
angustia.
Por un momento, olvido por qué vine aquí. Tomando asiento en un banco en la
parte delantera de la iglesia, miro hacia la estatua de la Virgen María, sus brazos
abiertos y su expresión tierna. Quizás ella me entienda.
Me despierto de un salto y gimo cuando mi cuello grita en protesta.
—El collar lo sugiere. —Los ojos de un azul profundo se encuentran con los míos,
brillando divertidos—. Y la iglesia. —Extiende sus manos, señalando nuestro
entorno.
—Bien.
Lo miro.
Se ríe, el sonido como un trueno rodando a través de los altos arcos de la iglesia
de piedra.
Él ríe.
4
El collar de perro es un collar rígido, redondo y blanco que se abrocha en la espalda y que llevan los
sacerdotes y ministros cristianos.
—Hueles a destilería. No creo que necesites más.
Me pongo de pie.
—Delilah.
Su mirada se cruza con la mía, tan llena de promesas, tan intensa que siento que
podría ahogarme en ella.
—¿Te gustaría confesar, Delilah? —pregunto. Quiero saber qué atormenta a este
corderito perdido para que se aleje tanto del rebaño.
—Es entre tú y Dios. Soy simplemente el mensajero —recito las palabras que he
dicho cientos de veces antes. La gente quiere confesar sus pecados, comprar su
camino al cielo, pero no quieren que sus pequeños secretos sucios salgan a la luz. Sin
embargo, tengo curiosidad por lo que Delilah tiene que decir que podría justificar su
pregunta. La confidencialidad implica vergüenza en el mejor de los casos e ilegalidad
en el peor, y eso siempre me emociona.
Ofreciéndole mi mano, desliza fríos dedos sobre mi palma antes que la levante.
Le muestro el confesionario, y ella entra. Tomando posición, me acomodo en el duro
banco de madera.
—Yo... —Hace una pausa y toma un suspiro tembloroso—. Hice algo horrible y
no puedo perdonarme a mí mismo.
—¡No!
—Sí.
—Por supuesto.
—No sé lo que hiciste. Lo haría, aun así. —Hay un latido de silencio—. ¿Crees
que eres digna de redención?
—No. —Ah, un pecador que no busca el perdón, sólo la aceptación. Una joya rara.
Salgo del confesionario, decepcionado que no me haya contado más. Que ella no
derramó su alma.
—Lo sé.
—Y no eres religiosa.
—Muy bueno.
Arrugo la frente.
—¿Bien?
Una pequeña sonrisa toca sus labios, pero no llega a sus ojos.
—Te ves como una mierda, y has estado borracha durante el último mes. —Ella
encoge un hombro—. Necesitas algo. —Me muerdo el labio inferior, sintiéndome
como un fracaso porque ella tiene razón: soy un desastre—. Oye, mira, si la iglesia
ayuda… Millones de personas recurren a la fe en busca de una guía. No pueden estar
todos equivocados.
Es ridículo porque, por primera vez desde la mañana en que escuché que Izzy
estaba muerta, siento una sensación de paz. La iglesia hizo eso por mí. Lo hizo por
mí, con su voz tranquila y su presencia reverente.
No consigo dormir, pero mi mente está un poco más despejada, y esa pequeña
ventana a través de la niebla me da tantas esperanzas de poder llorar. El problema
es que me aterroriza el momento en que vuelve a nublarse. Así que busqué en Google
la Iglesia de Santa María, Hammersmith. Abre un sitio web y miro el calendario.
Unas horas más tarde, preparo un café para llevar, menos el Bailey, y tomo el
metro para ir a la universidad. Me duele la cabeza y no estoy segura si es por el vodka
de anoche o por mi repentina abstinencia del alcohol después de semanas de
depender de él. Apenas asimilo lo que vuelve a decir el conferencista, y puedo sentir
que me pongo ansiosa. Es como si hubiera una horrible, oscura, fangosidad viviendo
en mí, y hubiera sido temporalmente empujada hacia abajo, pero está aumentando
de nuevo. No sé qué hacer, pero este parece un camino razonable por ahora. ¿Seguro
que tiene que mejorar? Sólo un día a la vez. Supere y pase al siguiente.
Al ver el confesionario, me acerco como una polilla a la llama. Esa pequeña caja
de repente se siente como mi único lugar seguro. Busqué en su sitio web, así que sé
que toman confesión entre las dos y las cinco de la tarde. Al entrar, cierro la cortina.
Es sólo una pieza de material, pero tan pronto como se dibuja, el mundo exterior
desaparece y todo se encoge. A esta cabina de madera, a mí y al hombre al otro lado
de la partición, a ese vínculo secreto que compartimos en este momento. No soy un
creyente, pero siento el poder en ello.
Tropezando con el confesionario, salgo de la iglesia sin mirar atrás. Me voy sin
mi corrección, sin el perdón que tanto necesito.
Mis botas de tacón resuenan sobre el suelo de piedra irregular y mis pasos
vacilan cuando miro el confesionario. Es algo tan discreto, la madera oscura de la
cabina empequeñecida por el tamaño colosal del edificio en el que se encuentra. La
pesada tela de terciopelo verde de las cortinas ahora se desvaneció casi a gris, años
de luz solar robando su vitalidad.
Respiro hondo, espero hasta que una señora mayor abandone la cabina y ocupo
su lugar. Una vez más, me sumerjo en la tranquilidad, el aislamiento y la abrumadora
sensación de algo diferente. Mi corazón late en mi pecho y estoy nerviosa, pero no
sé por qué.
Me persigno.
—Perdóname, padre, porque he pecado —le susurro—. Han pasado dos días
desde mi última confesión.
—Escucharé tu confesión.
Esa voz profunda y melódica invade mis sentidos como un bálsamo relajante, y
suelto un suspiro que no me había dado cuenta que estaba conteniendo. Casi olvido
por qué vine, como si mi propósito fuera simplemente escuchar su voz.
—Lo recuerdo, Delilah. —Mi corazón late con fuerza y no digo nada durante
largos momentos hasta que el silencio comienza a sentirse opresivo.
—Vine ayer, para confesar, pero no fuiste tú, así que... —Tropecé
torpemente—. Me fui.
—Me alegro de poder ayudar. —Odio no poder verlo, no puedo juzgar sus
reacciones.
—Lo hiciste.
—¿Vas a confesar?
—Él cree en ti. —Y en esas palabras, escucho que él cree en mí; el sacerdote
misterioso con la sonrisa cautivadora y una extraña calma para él. Por alguna razón,
su creencia tiene mucho valor.
—Gracias Padre.
Me paro y abro la cortina antes de salir de la iglesia. Quiero dar la vuelta y volver.
Quiero obligar al sacerdote a que me diga que todo estará bien porque en este
momento parece ser la única persona que puede hacerme sentir como si realmente
lo fuera. Llámalo mecanismo de afrontamiento, corrección, curita, pero, ahora
mismo, es todo lo que tengo. Y así es como sé que realmente lo estoy perdiendo
porque me dirijo a un hombre de fe que ni siquiera puede ayudarme.
—Perdóname padre porque he pecado. Han pasado dos días desde mi última
confesión.
Cinco días. Ella estuvo aquí durante los últimos cinco días como un reloj. Ni
siquiera se supone que deba estar aquí esta tarde, pero entré. Para esto. Por ella.
Porque en tan poco tiempo, se convirtió en una especie de obsesión. Ella vino la
última vez que el padre Daniels estaba confesando, pero no se confesó. Sólo conmigo.
Y eso me hace algo. Cinco días y ella siempre dice lo mismo. Hice algo horrible y no
puedo perdonarme. Y todos los días, le doy la misma respuesta de mierda,
esperando. Esperando pacientemente el momento en que me cuente sus oscuros
secretos.
Hasta entonces, ambos estamos fingiendo, ambos jugando un papel. Tal vez ella
lo necesite ahora mismo, ser el cordero perdido, buscando a su pastor. Lo que sea
que la carcome día tras día, nunca le da voz, pero lo hará. Un día. Y, oh, cómo he
llegado a añorar ese momento.
Cada vez que ella viene aquí, estoy al borde, esperando, desesperado por
escuchar la verdad salir de sus labios. Quiero saber lo que hizo. Quiero creer que
esta chica, la chica bonita de ojos tristes, es, de hecho, corrupta. ¿Tan corrupta como
yo, incluso? El pensamiento no debería ser tan emocionante.
—Me arrepiento.
—¡No puedo!
Sonrío.
—No, porque si les digo que están perdonados, les concedo la libertad de una
conciencia libre de culpa.
—Pero ¿y si merezco la culpa? —No hay nada que ame más que alguien que se
pone en la cruz.
—Me voy. —Levanto la vista del papeleo que tengo frente a mí. El padre Daniels
permanece en la puerta con una sonrisa amistosa en su rostro sonrosado. Sospecho
que ataca el vino con demasiada fuerza. Su cabello canoso está afeitado cerca de su
cabeza y su collar de perro corta su cuello regordete—. ¿Estás bien haciendo eso? —
Asiente con la cabeza hacia los papeles.
—Buenas noches. —Él se aleja y yo vuelvo a los periódicos, que parecerían ser
obra de la iglesia, pero de hecho son míos.
Esta vez es el financiamiento de una escuela en Puerto Rico, lo que por supuesto
nunca sucederá. Pasar dinero por una iglesia es como quitarle un caramelo a un
bebé, como suele decirse. Ponga dinero en un extremo como donaciones anónimas,
sale por el otro como un proyecto de caridad y el dinero va a la cuenta
extraterritorial de una empresa general.
—Judas, soy Reno. —Reno dirige una de las bandas callejeras del sur de Londres.
Él mueve mucho producto para mí, un eslabón crucial en la cadena.
—Mira, tengo que ser sincero contigo, los italianos me ofrecieron un trato —dice
con su tosco acento cockney5. La puta familia Moretti me está violando a diario en
este momento.
—¿Cuánto?
Arrastrando ambas manos por mi cabello, inclino mi cabeza hacia atrás y suelto
un largo suspiro. Sólo hay una persona a la que puedo pedir ayuda con esto y,
afortunadamente, me debe un favor.
—Es Judas Kingsley. Necesito hablar con Myrina —digo. La línea se corta y
espero.
Toda mi familia está loca y paranoica, pero eso es lo que nos mantiene, en la cima
de la cadena alimentaria.
Myrina Kingsley es, para el mundo exterior, la mujer que todos quieren ser o
tener: hermosa, encantadora y rica. Ese lado de la familia posee la mitad de Londres:
5
Se trata de una jerga tradicional en la parte este de Londres y que tradicionalmente (sobre todo a
partir de los años 60) se ha vinculado a clases trabajadoras.
hoteles, clubes nocturnos, bares, restaurantes y propiedades. Myrina incluso posee
una participación del cincuenta y uno por ciento en una compañía farmacéutica, por
lo que puede proporcionar medicamentos baratos a su organización benéfica, que
ayuda a los países del tercer mundo. Para todos los que miran, ella es la dulce
heredera que usa el dinero de su familia para hacer el mundo un lugar mejor. Poco
saben... que Myrina Kingsley es una fuerza de la naturaleza disfrazada de arco iris.
Un capo de la droga. Hija de Richard Kingsley, ex capo de la droga y ahora postulante
para alcalde. Cómo cambian los tiempos. De cualquier manera, Myrina sólo necesita
hacer una llamada telefónica al tío Rick, y él hará lo que ella quiera. Incluido la
reapertura de mi club.
—¿Hola?
—Debe ser malo si vienes a mí. ¿Tú y Saint todavía no se han besado y arreglado?
—Pensé que lo había dejado claro. Me debes. Cinco años para ser exactos.
—Nunca te pedí nada, Judas —espeta. No, no lo hizo. Nunca tuve la intención de
usar esto en su contra, pero conozco a Myrina. Ella comercia con sangre y favores.
—Entonces llámalo un obsequio para tu primo favorito.
—Bueno, si te doy favores, tendré que hacerlo por todos. Entonces me veo débil
y la gente hace preguntas. —Hace una pausa—. Me lo prometiste, Judas.
—Bien, pero voy a necesitar algo a cambio. Tú tendrás que ir a ver a papá y él
me lo pedirá.
Ella se ríe, el tintineo de las notas altas como campanillas de viento atrapadas en
la brisa.
—Diez por ciento. Él sabe que sólo actúo en mi propio interés, así que... el diez
por ciento de Fire. —Hace una pausa, liberando un largo suspiro—. Recuerda, tengo
una reputación que mantener. —Una reputación de perra fría como una piedra. Mi
primita no es la frágil adolescente que alguna vez fue.
—Cinco.
Ella jadea.
—No lo harías.
Ella resopla.
—Me conformaré con tomar tus cosas —dice arrastrando las palabras. Lo último
que necesita es más propiedad—. Bueno, como siempre Judas, es un placer. Cuida tu
espalda —dice como una última amenaza antes de colgar.
Tiff entra y tira su bolso al lado del sofá antes de colapsar en los cojines. Su
cabello rubio se cae de una cola de caballo y se ve estresada.
—¿Ciencias Sociales?
—Seguro.
—Esta es Trisha —dice Summer, con la voz baja—. Trisha, esta es Tiffany y
Delilah. Trisha se mete nerviosamente las gafas por la nariz y encorva los hombros.
Rizos oscuros en forma de sacacorchos salen de su cabeza, y lleva una camiseta con
Yoda en la parte delantera.
—Hola. —Le ofrezco un pequeño saludo y Ti sonríe, pero sus ojos se dirigen
hacia mí. Entonces noto que Summer me lanza miradas fugaces. Hay tensión en el
aire—. ¿Qué pasa? —pregunto.
Ay Dios mío.
—Ella era tu prima —le digo bruscamente a Summer—. ¿Cómo puedes sólo...
reemplazarla?
—¡Actúas como si fueras la única que se preocupaba por ella, Delilah! Como si
fuéramos malas personas para seguir con nuestras vidas. ¿Preferirías que nos
endeudáramos?
La están reemplazando. ¿Por qué eso me molesta tanto? Quiero decir, es lógico
y racional. La habitación está vacía. Pero no debería ser así, ¿verdad?
El asiente. Hay otro largo silencio antes que deje escapar un suspiro.
Nos miramos el uno al otro durante unos segundos y algo cambia físicamente.
Mi corazón salta sobre sí mismo y mi estómago se anuda con fuerza. El aire crepita
entre nosotros como si la Virgen se tapara los ojos y el Señor mismo contuviera la
respiración.
—Ya veo, bueno... estaba a punto de volver a casa. —Se pone de pie y la
decepción se hunde en mis entrañas—. Iba a parar a comer sushi. ¿Te importaría
unirte a mí? —Extiende su mano.
—Sí. —Mis dedos se deslizan sobre el calor de su palma y las lágrimas estáticas
sobre mi piel, haciéndome enrojecer con la piel de gallina.
Judas desaparece por la parte de atrás por un momento, y cuando regresa, lleva
un abrigo de lana negro y pantalón de traje. Se ve… muy profano, y nunca me di
cuenta de cuánto hicieron esas túnicas para ocultar lo atractivo que es.
Ninguno de nosotros dice cualquier cosa mientras nos movemos por las aceras
húmedas, caminando uno al lado del otro. Cuando llegamos a la barra de sushi, me
abre la puerta y me hace entrar. Nos sentamos en la barra y una cinta transportadora
de platos en pequeñas cúpulas de plástico gira frente a nosotros.
Una camarera se acerca justo cuando se quita el abrigo, revelando una camisa
negra abotonada que se adhiere a unos músculos que no esperaba que tuviera. El
cuello blanco está ausente, y me pregunto si eso significa que está “fuera de servicio”.
¿Realmente los sacerdotes cumplen alguna vez? ¿No dicen que Dios siempre está
mirando?
—Uh, sólo agua, por favor. —Ella se va y yo apoyo un codo en la barra—. Pensé
que los sacerdotes no bebían.
Él sonríe.
Yo sonrío.
—¿Oh?
La camarera trae nuestras bebidas y él toma la suya, la hace girar y hace que el
hielo tintinee contra el vaso.
Me río y me tapo la boca con una mano mientras el agua me rocía los labios.
Estoy tosiendo y limpiando el desorden con una servilleta. Simplemente me da una
palmada en la espalda, y cuando lo miro, una sonrisa maliciosa se dibuja en sus
labios.
—Entonces, ¿por qué viniste a la iglesia esta noche? No estabas buscando vino.
—Para verte. —Cuando miro hacia arriba, sus ojos están ahí, esperándome. Hay
algo en ellos que hace estallar mariposas en mi pecho.
Sus labios se arquean.
—¿Ya terminaste con tu 'estar'? —Una sonrisa descarada asoma por sus labios
y le doy un manotazo en el brazo—. Vamos, cuéntame una mierda mundana. ¿En qué
trabajas?
—Soy estudiante.
—Kings.
—¿Qué estudias?
—¿Así de mal?
—¿No? ¿Lo estoy haciendo mal? —Se inclina más cerca y nuestros brazos están
tan cerca que puedo sentir el calor de su piel.
Toma su bebida y toma un sorbo lento, sus labios carnosos presionan contra el
borde del vaso y su nuez se balancea mientras traga. Hay una pausa, ese crujido en
el aire, y luego deja el vaso en la mesa.
—Escuché que todos los sacerdotes también son corruptos. —Su sonrisa se
ensancha.
Lo sigo afuera y el aire frío de la noche se encuentra con la piel cálida de mis
mejillas, haciéndolas sentir un hormigueo.
—Gracias. Vine a la iglesia porque pasó algo de mierda y... lo hiciste mejor.
Siempre lo haces mejor —murmuro.
Hay una pausa embarazosa y sus labios se abren como si fuera a decir algo, pero
luego se cierran de nuevo.
Cada semana es como una actuación culminante, para hacer que una iglesia llena
de gente crea que yo soy su propio mensajero personal de Dios. Hacerles pensar que
soy un buen hombre, digno de la adoración que veo en sus ojos cuando me hablan
porque claro, soy mejor que ellos. Un hombre devoto. Una mentira.
Ellos se presentan, haciendo sus propios actos, fingiendo que son tan santos
como la farsa que les puse.
Los saludo uno por uno, pero mi sonrisa flaquea cuando veo a Angela Dawson.
Mis ojos se mueven alrededor, buscando a su esposo, pero no lo veo por ningún lado.
No vino aquí durante semanas, no desde el trato que hicimos con Harold. Me imagino
que le advirtió que se alejara del sacerdote corrupto, pero poco sabe... Nunca me
preguntó cómo conseguí esas cifras. Cifras guardadas en su propia computadora
personal. En su casa. Me lanza una amplia sonrisa y yo gimo porque no quiero lidiar
con esto. Requiere cierto grado de tacto porque no tiene ni idea de exactamente
quién soy, o cuánto la usé. Si Harold se enterara que me follé a su esposa, bueno... mi
castillo de naipes cuidadosamente construido podría derrumbarse. Un hombre que
perdió su dignidad es una cosa, pero añadir a la ecuación una mujer despreciada…
no, gracias.
Avanza hasta quedar parada frente a mí. Su cabello rubio está peinado en un
toque francés, acentuando los pómulos afilados de su rostro. Tiene al menos veinte
años más que yo, pero el dinero sucio de su marido se gastó bien en mantenerla
inmaculadamente conservada.
Mira por encima del hombro y ofrece una pequeña sonrisa educada a una mujer
que está cerca.
—Mejor que no. —Pinto lo que espero que parezca arrepentimiento en mi cara.
Delilah.
Leo las oraciones y recito de las páginas bíblicas marcadas frente a mí, aunque
apenas registro mis propias palabras. La gente asiente y mira fijamente, embelesada
por las palabras del libro sagrado, decidida a vivir sus vidas con él durante la
próxima semana. Hago los movimientos de la misa, que podría recitar con los ojos
cerrados.
Angela cae de rodillas. Una pequeña sonrisa de complicidad tira de sus labios.
—El cuerpo de Cristo —digo, y ella separa los labios. Prácticamente clavé el
trozo de pan, negándome a tocarla. Puedo ver por la mirada en sus ojos que está
confundida. Ella piensa que la deseo, que compartimos una lujuria prohibida de
algún tipo, obstaculizada sólo por su esposo.
Unas cuantas personas más y luego Delilah se mueve frente a mí, moviéndose
nerviosamente. Esperó hasta el final y es la última persona. Una sonrisa tímida se
dibuja en sus labios.
—Ponte de rodillas —le digo, y ella lo hace de inmediato. Lucho contra el gemido
que persiste en el fondo de mi garganta y me obligo a no imaginarla con mi polla en
la boca, adorándome como una buena pequeña discípula. Sus ojos se fijan en mí,
mirando a través de esas largas y oscuras pestañas, y sé que ella sabe lo que está
haciendo. Debajo de esa fachada de inocencia, ella es una cosita malvada. Una
tentadora.
—El cuerpo de Cristo. —Levanto el trozo de pan y ella lo mira antes que su
mirada se encuentre con la mía una vez más. Y ahí es donde permanece mientras
abre sus labios carnosos, esperando. Pongo el pan en su lengua, pero dudo antes de
retirar mis dedos. Cierra la boca, sus labios rozan mis dedos en una caricia ligera
como una pluma, y luego su lengua se desliza sobre su labio inferior, agarrando mi
pulgar.
Mi pulso se dispara por el techo y un aliento silba a través de mis labios. Hay una
pausa en la que ninguno de los dos reacciona. Como si ambos nos olvidáramos de
quiénes se supone que somos por un momento. Se supone que debo actuar como si
eso fuera claramente un error y no me dieran ganas de follármela en el suelo frío y
duro de la iglesia. Pero lo hace. Todo en ella lo hace.
Después de la misa, veo a todos afuera, pero nunca veo a Delilah. Ella debe
haberse escapado. Voy a la oficina y me cambio la túnica blanca de los domingos. En
un segundo estoy solo, y luego, como una aparición, cuando me pongo el material
por encima de la cabeza, aparece Angela. La miro antes de darme la espalda y colgar
la túnica.
Mi mente da vueltas a través de todas las palabras que puedo decir además de
joder. Lo último que necesito es que se enfade y me golpee, o peor, que se lo cuente
a Harold. Ahora, de todos los tiempos, lo necesito a bordo.
—Lo sé, y para mi vergüenza. Rompí mis votos y traicioné al mismo Dios. Fui
tentado, tanto como Adán con la manzana. —Dejo que mis ojos recorran su
cuerpo—. No puedo permitir que vuelva a suceder otra vez. Así que, por favor, no te
interpongas en mi camino. No me desviaré de nuevo, y no deseo lastimarte.
—Lo siento. Debería haber sido más fuerte. Estuvo mal por mi parte.
Ella lo compra, y como sé cómo trabajan las mujeres como Angela, sé que se está
pavoneando que logró tentar a un hombre de Dios para que se perdiera. Bueno.
Déjala tener su momento y que se marche con su ego intacto y la boca firmemente
cerrada.
6
Manera satírica de referirse a mujeres conformistas y que no cuestionan su supuesto rol al servicio de
su esposo.
Da un paso vacilante hacia adelante y luego duda. Sólo date la vuelta. Finalmente
gira sobre sus talones y se queda en la puerta un segundo.
—Adiós, Judas.
—Adiós, Angela.
Gracias por eso. La única gracia salvadora aquí es que mi mamá no se presentó
a misa esta semana.
—Sólo estaba…
—¿Leyendo?
—Algo como eso. —Se pone de pie y alisa la tela de color amarillo brillante de
su vestido sobre sus muslos.
Casi sonrío. Tsk tsk, dulce Delilah. Líneas que se cruzan. Pero no quiero caminar
con ella, cenar o jugar al buen cura. Quiero su pecado, y cuanto más pongo esa
sonrisa en su bonito rostro, más se aleja de él.
Mis ojos se desvían a sus labios, y ahora todo lo que puedo pensar es en ella
comiendo helado, lamiéndolo. Mierda.
—Fue... esclarecedor.
—No, no lo fue. Estabas aburrida la mayor parte del tiempo. —La diversión tira
de sus rasgos.
Me río.
—A los católicos les gusta hacer una canción y bailar, sobre todo. Debería asistir
a un funeral católico. Es una mierda.
Caminamos por el parque hasta donde hay una pequeña furgoneta de helados
escondida debajo de las ramas de un sauce. Un pequeño arroyo se encuentra un poco
más allá, y un par de niños están encaramados en el borde con redes de pesca.
Y así nos sentamos, comemos helado y vemos pasar el mundo. La gente pasea a
los perros, los niños juegan, las parejas caminan de la mano. Es tan... normal. Y me
pregunto si esto es lo que la gente hace con su tiempo.
Estoy bastante seguro que ella podría tentar a un santo, y yo no soy un santo.
La luz del sol parece empapar su piel expuesta, dándole un tono dorado. Él mira
el helado en su mano, sus pestañas sombrean los pómulos definidos. Mi corazón late
con torpeza mientras me obligo a no mirarlo. Él es hermoso. A menudo pienso que
Judas se parece más al arte que a la realidad, una de las esculturas de Miguel Angel
cobra vida. Un ángel apenas disfrazado, puesto aquí para atraer a la tentación a
chicas tontas como yo. Nunca encajó ese molde más que cuando estaba de pie en ese
púlpito, predicando la palabra de Dios a su congregación. Podría haber oído caer un
alfiler, tan absortos estaban por las palabras que salían de sus perfectos labios. Me
encuentro deseando conocerlo, deseando que me regale pequeños pedazos de su
vida. Hay algo en él, un borde misterioso que me lleva a creer que hay mucho más
en él que ese collar de perro.
—¿Qué? —susurro.
—Sólo diré esto una vez, así que escúchame cuando digo que no soy el hombre
para salvarte de tus pecados.
Yo me tenso.
No se acerca más.
O tal vez todo esto está mal. Quizás él piensa que soy horrible. Realmente no
quería caminar conmigo, pero es un buen hombre. Un hombre amable. Es un
sacerdote. Hizo un voto. Como una bofetada en la cara, esa fría dosis de realidad me
saca del abismo. Enderezándome, me aparto y me aclaro la garganta.
—Yo uh... tengo que irme. —Poniéndome de pie, dejo caer el resto de mi helado
en un recipiente cercano antes de enfrentarme a una mirada—. Pero gracias. Por
caminar conmigo.
—Nate.
—Yo…
—No respondes a mis llamadas. He sido paciente, pero no me gusta tener que
perseguirte. —Él retrocede, su mirada se encuentra con la mía. Puedo ver la ira
arremolinándose en sus iris—. Sabes que no persigo, bebé.
—Lo sé.
Se pasa una mano por el pelo. La luz del sol se asoma por encima de la parte
superior de la casa al otro lado de la calle, pintándolo con un brillo cálido. Todo sobre
Nate grita mal, y por primera vez en mi vida, no lo quiero.
—Háblame, Lila —dice en voz baja. Cuando sus ojos se encuentran con los míos,
son sorprendentemente serios—. Puedes hablar conmigo.
Hay una pausa y doy un paso atrás lentamente porque no estoy segura de lo que
hará ahora. Inclina el rostro hacia el cielo y cierra los ojos, apretando y soltando los
puños.
—No, no me… siento mal. —Siento que mi vida se fue a la mierda, ¿y dónde has
estado? Dios, lo odio. Me recuerda todo lo que está mal, pero también es mi único
consuelo porque lo sabe. Cuando estoy con Nate, es la única vez que no estoy sola
con este desagradable secreto.
Toma mi cara con ambas manos, pero hay una aspereza en su toque. Una
sensación de malestar se instala en mi estómago.
—Tú… ¿Ahora, Nate? ¿Me vas a decir eso ahora? —Le doy una palmada en el
pecho y la ira burbujea hasta que siento que estoy rebosante de eso.
—Puedo sentirte resbalando, bebé. Pero eres mía. Necesito que lo sepas.
Loco. Esto es una locura. No puedo hacer esto. Cierro los ojos con fuerza y cuento
hasta diez, pero no funciona. Las lágrimas se deslizan por mis párpados cerrados, y
mi pecho se aprieta hasta el punto que estoy esperando que se abra y deje que toda
esta fea y oscura supuración se derrame de mí. Mi vida es una broma. Perdí de vista
a quienquiera que pudiera haber sido una vez, y ella estaba perdida para empezar.
Me siento como un impostor simplemente haciendo los movimientos.
—Deberías irte.
—Lila...
—Judas.
El confesionario está abarrotado, pero está de pie con la espalda pegada a la pared
más lejana, dejando un pie de espacio entre nosotros. Sin siquiera permitir que mis
piernas se muevan, me encuentro cerrando ese espacio. Me mira, pero no dice nada.
Luego, lentamente, estira la mano y me acaricia la mejilla con un nudillo.
—Tú —repite.
—Hola, soy Lydia Thomas. Deje un mensaje y me pondré en contacto con usted.
No.
Yo: Necesito que encuentres a alguien para mí. Nombre: Delilah. Asiste a
Kings College. Estudiante de Filosofía.
La casa de Delilah está a cinco minutos en auto, pero cuando entro en su calle,
veo una figura familiar en la acera. Me detengo y apago el motor, sumergiendo el
auto en la oscuridad. Se abre camino por la carretera, las farolas iluminan su figura.
El cabello oscuro se derrama alrededor de su rostro, haciendo que su piel se vea aún
más pálida de lo que ya es. Una gabardina cubre su cuerpo, el cinturón ceñido a la
cintura y acentúa sus pequeñas curvas. Incluso desde esta distancia, hay algo trágico
y desamparado en ella, una tristeza que parece penetrar el mismo aire que la rodea.
Cuando cierro los ojos, todavía puedo imaginarme la expresión de su rostro en
el parque, esa chispa de deseo, un anhelo por algo que ella misma no pudo
identificar. Tan cerca. Estuve tan cerca de hacer algo estúpido. Me está contagiando
como una enfermedad, una adicción para la que no hay cura. Esa mirada me dijo que
ella quiere ser mi pequeña y sucia obsesión. Y aquí estoy yo. Ella tiene su deseo.
—No puedo hablar contigo en este momento. —Ella niega con la cabeza y va a
poner la llave en la puerta, pero ahora le tiemblan las manos.
Él la agarra del hombro, la hace girar y la empuja contra la puerta. Doy un paso
adelante fuera de las sombras, mi puño ya apretado y listo para romperle la
mandíbula simplemente por tocarla. Pero luego me obligo a dar un paso atrás,
decepcionado por mi momentánea falta de autocontrol.
Ella le habla en voz baja al chico antes que sus dedos le acaricien la mejilla. Luego
se inclina y la besa, y algo parecido a la rabia se retuerce en mis entrañas. No es digno
de la dulce Delilah.
—Si, soy yo. La tengo bajo control. Ella no hablará. —Una pausa—. No llegará a
eso. Y llamarás más la atención sobre el negocio —sisea, su voz se apaga a medida
que se aleja.
Tan rápido como se desnudó, empuja una camiseta holgada sobre su cabeza.
¿Qué diablos estoy haciendo? Empujándome contra la pared, me obligo a alejarme
de su casa cuando, sinceramente, todo lo que quiero hacer es volver allí y llamar a la
puerta. Quiero profanar su cuerpo en todos los sentidos porque no puedo recordar
la última vez que vi algo tan hermoso, tan absolutamente puro, pero tan
devastadoramente contaminado.
Juro que puedo sentirla en el segundo en que entra. Sin siquiera ver a Delilah, sé
que está aquí en la iglesia. No puedo explicarlo, pero ella es como una tormenta. Hay
una estática reveladora en el aire cuando ella está cerca.
Una vez más, me detengo en la puerta que separa la iglesia de las oficinas del
fondo. Ella se sienta en el banco delantero. Sus manos se apoyan en sus muslos y su
cabeza se inclina hacia adelante. Parece como si tuviera el peso del mundo sobre sus
hombros y la está aplastando lentamente. Bueno. La quiero rota y desmoronada.
Quiero que se ponga de rodillas por mí, suplicando por la salvación que sólo yo
puedo darle.
Han pasado cinco días desde la última vez que hablé con ella. Uno desde que la
vi. Pero sabía que ella vendría. Sus demonios se lo exigen. Los veo bailando en sus
ojos, pero se calman cuando estoy cerca porque reconocen a su dueño.
Digo las palabras que me han estado quemando durante los últimos seis días.
—Dios pone a las personas en tu camino por una razón. —Quiero que ella crea
eso.
—Sólo por hoy, no seas sacerdote. Por favor. Vine a ver a un amigo.
—¿Oh?
Hay una mirada en sus ojos, un dolor tan profundamente arraigado que es como
si estuviera marcado en su alma, y eso... eso me interesa, así como una llama atrae a
una polilla. Ah, dulce y corrompida Delilah. Ella cree que puedo salvarla, pero poco
sabe que le pide al diablo que la salve.
—Estaba a punto de volver a casa. Vamos. —Me paro y le ofrezco mi mano. Como
siempre, cuando desliza su palma sobre la mía, hay esa sensación inherente de
calidez, como volver a casa después de haber estado fuera durante mucho tiempo.
Su paso vacila y luego se detiene hasta que nos quedamos quietos en medio de
la calle con la gente partiéndose a nuestro alrededor.
—¿Alguna vez pasaste tanto tiempo huyendo de tus demonios que ya no puedes
ver una salida?
—Por supuesto no. No tienes demonios. Eres sacerdote. —Ella deja caer la
cabeza avergonzada y sus hombros se hunden. Extendiendo la mano, presiono mi
dedo debajo de su barbilla, llevando su mirada a la mía.
—Todos tenemos demonios, Delilah. —Ah, sí, ahí están, bailando en esos bonitos
y tristes ojos suyos. Sólo déjalos jugar, corderito.
—De alguna manera no creo que tú lo creas. —Nos quedamos en silencio, la
gente pasa a nuestro lado y, sin embargo, es como si fuéramos las únicas dos
personas en el mundo en este momento.
—Vamos. Hace frío aquí. —Me muevo para agarrar su brazo, pero en cambio,
agarro su mano. Sus dedos se mueven a través de los míos y no los suelto. En cambio,
ella se aferra a su vida. Y la dejo.
Caminamos así hasta mi apartamento junto al Támesis. Una vez dentro, cierro la
puerta y tomo su abrigo, deslizándolo sobre sus hombros. Se inclina, se desabrocha
las botas hasta las rodillas y hace que la tela de su vestido negro de manga larga suba
por sus lechosos muslos. Estoy de pie, arraigado, mis ojos enfocados en el lugar
exacto donde termina el material y comienza su piel. Mierda. Apretando mis puños,
me detengo de extender la mano y tocarla. En cambio, me obligo a pasar junto a ella,
cruzar el pasillo y entrar en la cocina. Saco los artículos de la nevera, empiezo a
ponerlos en la encimera y coloco cacerolas en el fuego. Puedo sentir sus ojos
haciendo un agujero en mi espalda, pero necesito un minuto para recomponerme.
Quiero ser la debilidad de Delilah, pero no sin costo porque seguramente se está
convirtiendo en la mía.
Cuando finalmente la miro, no ayuda. Se quitó las botas, pero en su lugar hay
calcetines de lana hasta la rodilla.
—¿Tienes vino?
Para cuando he cocinado los bistecs y los coloco sobre la mesa del comedor,
estoy tenso, nervioso y me pregunto por qué diablos me estoy molestando en
mantenerme bajo control. Que se joda la cena. Debería arrojarla sobre la isla del
desayuno y hundirme en ella. Ella lo quiere. Está escrito en todo su rostro inocente.
Lo único que lo detiene soy yo. ¿Y por qué? Porque no quiero romper la ilusión.
Necesito que ella crea la mentira. Confiar en mí, confesar. Ella debe confesar.
—No estaba seguro de que volverías —le digo—. Pensé que te había asustado.
—Estaba avergonzada. —Su tenedor tintinea contra su plato, y no estoy seguro
de si está a punto de levantarse y salir. En cambio, se pasa ambas manos por el pelo
y cierra los ojos. Un largo suspiro se escapa de sus labios—. Judas, has sido un buen
amigo para mí. Y realmente necesito un amigo ahora mismo. —Esos iris grises
arremolinados chocan con los míos—. Entonces, lamento si fui inapropiada el
domingo. Prometo que no volverá a suceder. —¿Un amigo? Mis ojos se posan en sus
labios, su pecho, luego su pequeña cintura. No hay nada amistoso en esto.
—Entonces, déjame hacer esto bien. Te llamas Judas y tu hermano se llama Saint.
—Asiento y ella niega con la cabeza.
—Cuando mamá tuvo a Saint, dijo que nuestro padre era un pagano y que el niño
necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir. —Me río porque es tan cierto.
—Podrías decirlo.
—¿Son cercanos?
—Saint es... un poco extraño. —Ella inclina la cabeza hacia un lado, girando
delicadamente el pie de la copa de vino en su mano—. Él piensa de manera diferente
al resto de nosotros. —Ella asiente, aparentemente satisfecha con mis medias
verdades y mis tonterías—. Y tú, Delilah, me pareces hija única.
—Sólo un sentimiento.
Sin decir palabra, se levanta y lleva ambos platos a la cocina, dejándolos debajo
del grifo. La veo lavar los platos y me la imagino haciendo esto; cenando, lavando
platos, en la casa de otro hombre. Tengo un pequeño vistazo de la vida que podría
llevar un día si la dejara en paz. Si la dejara vivir en su continua negación. Ella podría
seguir siendo la dulce Delilah, sus pecados enterrados y su oscuridad encadenada.
Podría casarse con un buen hombre y vivir una buena vida, una mentira. El
pensamiento me molesta.
Moviéndome detrás de ella, extiendo la mano, mis dedos rozan su cadera. Ella se
queda quieta antes de volverse lentamente hacia mí. Existen apenas un par de
pulgadas de espacio entre nosotros, y ella está enjaulada contra el fregadero.
Sus ojos se encuentran con los míos; la paleta de grises arremolinándose como
un tornado.
—No sé. —Sinceramente, por una vez, no lo hago. Sólo... necesito tocarla.
Necesito sentir el calor de su piel, oler el dulce aroma de vainilla que se adhiere a su
cabello.
—Lo sabes. —Ella se estira, arrastrando sus uñas sobre la barba incipiente de
mi mandíbula.
Estamos al borde de un precipicio porque una vez que esto comienza, no hay
forma de detenerlo. Estoy demasiado comprometido para apartarme de este
camino.
—Deberías decirme que pare, Delilah —le advierto. Una última oportunidad.
—No —susurra.
Mis ojos se abren de golpe y le permito ver la advertencia en ellos, para ver un
destello del hombre que realmente soy. Ella no se inmuta, así que agarro un puñado
de su cabello y cierro mis labios sobre los de ella. Dios, ella es todo lo que pensé que
sería: dulzura y calidez, y pura sumisión. Se queda quieta por un momento antes de
ablandarse en mi agarre. Tomo todo lo que puedo de la dulce Delilah. Su cuerpo se
inclina y se contorsiona a mi voluntad, sus labios se abren en respiraciones
desesperadas y sin saberlo me permiten la entrada. Sabe a vainilla, azúcar y la
frescura del vino blanco. Mi agarre en su cabello se aprieta, y mis dientes raspan su
labio inferior hasta que el más mínimo indicio de sangre cobriza explota sobre mi
lengua. Es violento y desenfrenado, pero no tengo nada dulce que darle, sólo ruina.
Y a pesar de todo esto, sus manos permanecen suaves, ahuecando mi rostro,
acariciando mi pecho. Somos oscuridad y luz, lo duro contra lo suave, lo
contaminado contra la perfección. Somos una tormenta, y quiero echar la cabeza
hacia atrás y disfrutar el profundo retumbar del trueno, la irónica emoción de ser
impotente y entregarse a algo más grande.
Cuando me aparto, ella está jadeando por respirar y sus labios están hinchados
y enrojecidos. Se ve escandalizada y violada, y eso me está poniendo dura la polla.
Sus dedos presionan sus labios, y cuando los aparta, la sangre tiñe las puntas.
—No te disculpes. —Le muerdo la yema del dedo y deja caer la mano. Estoy así
de cerca de tirarla por encima de la barra de desayuno y sacarle ese vestido. Sólo la
quiero a ella. No sé por qué, y no sé cómo llegó a esto, pero estoy perdiendo el
control. Aún no es tiempo. Soy un hombre que siempre consigue lo que quiere, pero
sé que este corderito aún no está preparado para ser devorado por el lobo feroz.
Sus ojos se abren de par en par antes que vea el dolor crecer en ellos.
Ella asiente.
Judas no me quiere. ¿O tal vez lo hace? Me besó como si quisiera meterse dentro
de mí y vivir allí. Como si me devorara y disfrutara cada segundo. Se sentía como un
hombre al límite, poseído, y Dios, cómo quería que ese demonio dentro de él se
partiera en dos e invadiera cada centímetro de mí.
Pero ahora no sé qué hacer. Las líneas se han difuminado y estoy aterrorizada
porque lo necesito. Él es la única persona que no puedo perder, y aunque la atracción
que siento hacia él va mucho más allá de la amistad, tomaré lo que pueda conseguir.
Tengo miedo que no quiera volver a verme. Después de todo, es un sacerdote. Hizo
un voto. No quiero ser un punto de angustia, una tentación no deseada.
Dejo mi lectura final del día y voy a la biblioteca a buscar un libro que necesito
para un trabajo de investigación. Cojo la puerta y la abro, pero se cierra de golpe
frente a mí. Girando la cabeza hacia un lado, me encuentro cara a cara con Nate.
—¿Has vuelto a ignorar mis llamadas? —Hay un brillo salvaje en sus ojos y sus
acciones son nerviosas.
—Summer dijo que estuviste fuera todo el domingo. Dijo que sales todas las
noches y vuelves a casa tarde.
—Oh, no, Lila. Eres mía. Terminamos cuando digo que terminamos. —Libera mi
garganta y da un paso atrás—. Te dije que te amo, y lo dije en serio. Te arreglas tú
misma y todo puede volver a ser como antes. —Presiona sus labios contra los míos,
pero giro la cabeza hacia un lado.
Sin otra palabra, gira sobre sus talones y se aleja. Me quedo ahí, mi boca se abre
y se cierra porque las palabras se me han escapado por completo. Nate se volvió
loco. Me deslizo por la pared, sintiendo que la parte superior se engancha y los hilos
tiran, pero no me importa. Toda mi vida se siente como una bomba de tiempo
esperando a implosionar, y cuando lo haga, me quedaré sin nada, ni siquiera yo
misma.
Empujo la puerta para abrirla con un fuerte gemido de las bisagras. El incienso
instantáneamente calma mis nervios, y exhalo, soltando la tensión que convirtió mis
hombros en piedra.
—Dime tus pecados, Delilah —dice Judas, sonando más como el diablo que como
el sacerdote que sé que es.
—Entonces deberías confesarlos, purgarte el alma. —Su voz tiene ese toque
sensual del que no creo que sea consciente.
—Sigue.
—Es un buen amigo para mí, sus intenciones son puras. Siento que lo puse en
una posición incómoda.
—Porque está obligado por un voto que sé que no desearía romper. Creo... creo
que soy simplemente una tentación no deseada para él. —Ojalá pudiera ver su
rostro.
—¿Y si lo fuera?
—Sí. Dime el tuyo y yo te diré el mío. ¿Piensas en mí? —Mis músculos están tan
tensos que me duele, y quiero derramar mis pensamientos más profundos y oscuros.
Sólo para ella.
—Judas…
—Dios, sí. —Su mano se presiona contra la partición, los dedos se encrespan en
la malla como si pudiera atravesarla.
—Adiós, padre. —Eso no debería ser caliente, pero lo es. La niña es el diablo
disfrazado, y oh, cómo la quiero.
Al salir de la iglesia, el aire fresco me baña las mejillas acaloradas. Rodeando el
costado del edificio, me deslizo hacia las sombras del cementerio. No veo la figura
frente a mí hasta que choco con un pecho duro.
—Lo siento —murmuro, mirando hacia arriba. Me toma unos segundos procesar
la profunda mirada color chocolate de Nate centrada en mí—. ¿Nate? ¿Qué estás
haciendo aquí?
—Te seguí.
—Tú... —Mis ojos se agrandan, y mis manos tiemblan levemente, así que las
meto en mis bolsillos—. Tomé el autobús aquí —digo, más para mí que para él. No
dice nada, dejándome a mí para poner las piezas juntas. Siguió el autobús. Y luego
mi estómago cae como un globo de plomo. ¿Es posible que haya escuchado mi
confesión?
Observo sus puños apretados, la rigidez de sus hombros y sus labios apretados
con fuerza. Extendiendo la mano, me agarra del brazo y me arrastra hasta el auto.
Estoy tan sorprendida que no reacciono hasta que estoy en el auto y él se está
alejando.
Sus dedos se envuelven alrededor del volante con tanta fuerza que sus nudillos
se ponen blancos. Acelera el motor y lo acelera a través del ajetreado tráfico de
Londres. Los neumáticos chirriaron mientras doblaba una esquina, sin cesar nunca.
Él ríe.
—¡Nate!
—Cállate la boca —gruñe, tirando de mí hacia el frente del edificio. Mi corazón
late tan fuerte y rápido que prácticamente me ahogo. Lucho contra él mientras me
empuja en el ascensor, pero no tiene sentido. Si grito, ¿alguien me ayudará? ¿O
simplemente lo volverá loco? Sin embargo, no tengo tiempo para pensar en ello.
Estamos en la puerta de su apartamento, y en el siguiente instante estamos dentro,
y estoy solo.
Cuando vuelvo en sí, Nate está a unos metros de distancia, caminando por la
habitación.
—¿Qué diablos...
—¿Delilah? —Cerrando los ojos, sonrío. Judas. Su voz se siente como el propio
Señor susurrándome al oído, tranquilizándome—. ¿Delilah? —Se pone en cuclillas
frente a mí y veo que su mano aterriza entre las gotas de sangre. Levanto la cabeza
y sus ojos se fijan en mi rostro, ampliándose lentamente con horror—. Mierda. —Va
a tocarme, pero duda, luego su mirada se posa en mi mano. Con cuidado envuelve
sus dedos alrededor del trozo de vidrio ensangrentado que ni siquiera me había
dado cuenta que todavía estaba agarrando—. Suéltalo. —Lo hago, haciendo una
mueca cuando mis dedos se despliegan, abriendo los profundos cortes en mi palma.
Más sangre golpea la piedra y me pregunto si la Virgen lo considerará suficiente para
perdonar mis pecados ahora—. ¿Quién te hizo esto? —Abro la boca para hablar,
pero el dolor se irradia a través de mi mandíbula, y mi labio se abre más, haciendo
que la sangre se acumule en mi boca—. Necesitas ir a un hospital.
—Si voy a un hospital así, la policía estará involucrada. Harán preguntas. Nate
podría pensar que lo he entregado. Él vendrá por mí. —Me estremezco al pensarlo.
Cuando termina, sus ojos se encuentran con los míos. Se fue el pánico y ahora
puedo ver algo más acechando en esas profundidades azul claro: rabia. Con un
suspiro entrecortado, levanta la mano y baja con cuidado la bolsa de hielo.
—Necesito saber quién te hizo esto, Delilah. —Cierro los ojos, inhalando un
fuerte suspiro. Sus dedos recorren suavemente el lado ileso de mi cara y me inclino
hacia su calor—. No me importa en qué problemas te encuentres. Sólo déjame
ayudarte.
Levanta la cara, presionando sus labios contra mi frente en un beso ligero como
una pluma.
Dudo, pero no puedo ocultárselo. ¿Cómo puedo? Le daría a Judas cualquier cosa
que me pidiera.
—Nate —respiro—. Mi exnovio. Él... él sabe sobre ti. —Judas se detiene—. Sobre
nosotros.
—Gracias.
—Un poquito.
Él levanta mi mano que está agarrando la bolsa de hielo que gotea y la presiona
contra mi cara.
—¿Puedes caminar? —Asiento con la cabeza y él se aleja, tomando su abrigo de
la parte de atrás de la puerta—. Ponte esto. Te estás congelando. —No me doy cuenta
del frío que tengo hasta que él lo dice. Me levanto y deslizo mis brazos en el material
pesado, tirando del abrigo de gran tamaño a mi alrededor. Huele a él: cítricos e
incienso.
—Deberías quedarte aquí un tiempo. Puedo llevarte a casa más tarde. —Mi
respiración se acorta ante la idea de volver a casa. Nate sabe dónde vivo. ¿Y si
aparece? Poniendo mi mano en mi pecho, trato de tragarme el miedo
debilitante—. Oye. Oye. —Judas ahueca mi cara—. No te tocará, te lo prometo.
Sus palabras son tranquilas, suaves, pero su expresión es el polo opuesto. Hay
algo salvaje e incontrolado detrás de sus ojos, y estoy asustado y emocionado por
eso porque sé que Judas nunca me haría daño. Lo sé en el fondo de mi alma porque
es un buen hombre.
—Gracias —le susurro, luchando por contener aún más lágrimas. Como si no
fuera un desastre antes, ahora soy un desastre.
A medida que la adrenalina que corría por mis venas disminuye, más comienza
a sentirse el dolor. Judas saca algo de un cajón y me sirve un vaso de agua antes de
entregarme varias pastillas.
—Toma esos. Ayudarán. —Hago lo que dice sin dudarlo y una pequeña sonrisa
asoma a sus labios—. Deberías acostarte.
Una vez más, como el corderito obediente como me llama, lo sigo por un pasillo
hasta un dormitorio. El cítrico de su colonia flota en el aire y sé que esta es su
habitación. Me quedo allí de pie, incómoda, por un momento, sin saber qué hacer.
—Gracias.
Intento jugar a tientas con los pequeños botones de mi camisón, pero con una
mano vendada, los botones delicados son casi imposibles. Finalmente, me empuja y
se hace cargo. Levanto los ojos de los botones a su rostro y encuentro su mirada fija
firmemente en la mía. Y ahí es donde se queda, incluso cuando el material se separa,
y siento la ráfaga de aire frío sobre mi estómago. Me aparta de él y me encojo de
hombros con el vestido, dejándolo caer a mis pies. Se oye el sonido audible de una
respiración aguda y me estremezco antes de deslizar su suave camiseta sobre mi
cabeza. Apartando las mantas, me meto en su cama, mi cabeza ya está embotada y
mis párpados pesados.
Yo no estoy segura que un hombre alguna vez fuera más perfecto. Apenas
kilómetros de piel bronceada sobre músculos tensos y afilados. Un enorme tatuaje
de un ángel se posa en su pecho, las alas se arquean hacia arriba y se extienden hasta
sus hombros. Cuando vislumbro su espalda, veo una simple cruz negra que se
extiende por sus hombros y se detiene aproximadamente a la mitad de su columna
vertebral. No es bonito ni ornamentado, sólo líneas simples, gruesas y negras. Todo
en él es sólo... arte. Si se da cuenta que estoy mirando, no dice nada. En cambio, se
desliza en la cama a mi lado y suavemente me acerca. Mi mejilla buena aterriza en
su pecho y el calor de su piel me quema como una marca porque en este punto,
honestamente creo que Judas se está imprimiendo en mí: mente, cuerpo y alma.
La niebla en mi cabeza nada espesa y rápida, y el ritmo pesado de los latidos del
corazón de Judas es como el tic-tac del reloj de un hipnotizador, adormeciéndome,
más, más profundo... hasta que el sueño me supera.
Me quedo allí un rato, escuchando la suave respiración de Delilah. Su pecho sube
y baja suavemente, sus dedos se contraen contra mi estómago de vez en cuando. Se
siente tan pequeña metida en mí así, tan confiada. Cierro los ojos y todo lo que veo
es a ella, sus manos y de rodillas en el suelo de la iglesia, con sangre por todas partes.
Mirando hacia abajo, todavía puedo distinguir los moretones que están floreciendo
sobre su mejilla, su garganta.
Yo: Oye. Necesito que encuentres todo lo que puedas sobre este tipo.
Adjunto la imagen y luego hago lo que dije, inicio sesión en la aplicación y envío
tres mil dólares. La tarifa del buscador.
Diez minutos más tarde y suena un correo electrónico. Hay una imagen de una
licencia de conducir, un registro de arresto por cargos menores de drogas y la
dirección de una casa. Nathaniel Hewitt. Veinticuatro años. También me envió un
número de teléfono móvil y un enlace. Al hacer clic en él, aparece un mapa con un
punto verde parpadeante. Está en Soho.
Jase: Atención. Estoy bastante seguro que este tipo trabaja para los Moretti.
Agarro el volante, mis dientes rechinan uno sobre el otro mientras observo el
edificio de apartamentos. Es casi medianoche y la calle está tranquila. Mi teléfono
está conectado al automóvil y la pantalla del tablero muestra un mapa del área
circundante. Observo cómo se mueve ese punto verde parpadeante, lo
suficientemente rápido como para ser un automóvil. Más cerca, más cerca, hasta que
finalmente veo venir un BMW negro chillando a la vuelta de la esquina en la parte
superior de la carretera. El motor es desagradablemente ruidoso, rompiendo la
tranquilidad de la calle. Se estaciona en dos líneas amarillas y alguien sale
caminando hacia el frente del edificio. Salgo del auto y cruzo la calle antes que llegue
a la puerta. Justo cuando desliza la llave en la cerradura, me acerco detrás de él, saco
el cuchillo de mi bolsillo y lo presiono contra el costado de su garganta. Se queda
quieto, levantando las manos.
Me echo a reír por lo bajo, pero no digo nada. El niño no tiene idea de lo que se
avecina y, sinceramente, tampoco estoy seguro que yo la sepa. Esta rabia me está
dominando con tanta fuerza que sé que no puedo confiar en mí mismo para ser
racional o moderado, pero estoy aquí porque no me importa. No planeo matarlo
porque matar gente es complicado. Hay limpieza y coartadas, bla, bla, bla. Dicho esto,
si muere, me ocuparé de eso.
Sonrío, mi pulso se calma y el calor en mis venas se apaga. La rabia sigue ahí,
pero se vuelve helada, calculadora. Empiezo a imaginar todas las formas en que
podría lastimarlo. Todas las formas en que podría hacer miserables sus últimos
momentos.
—¿Crees que Delilah te hará ganar dinero? —Deja escapar una carcajada—. Eres
bienvenido a ella.
Meto la mano en el bolsillo y deslizo los dedos por el frío metal de mis nudillos
de bronce. La parte de la familia de mi padre me enseñó negocios, pero la parte de
la familia de mi madre son los gitanos irlandeses. Me enseñaron que la violencia
siempre debe ser brutal y memorable. Pon a un hombre en el suelo una vez
correctamente y nunca más se levantará.
Me alejo, paseando unos minutos. Nate simplemente yace ahí. Jadeo a través de
pulmones ruidosos. Sus dedos agarran el brazo del sofá y noto las roturas en sus
nudillos derechos. De golpear a Delilah. Mirando al otro lado de la habitación, veo
una especie de estatua de bronce en la repisa de la chimenea, una especie de premio.
Lo recojo, lo lanzo hacia arriba y hacia abajo en mi mano, probando el peso.
—Qué vas a…
Mi brazo se arquea hacia arriba en el aire, y derribo la estatua con fuerza sobre
su mano. Juro que puedo oír cómo los huesos se rompen y sonrío. Grita y le tapo la
boca con una mano.
—Estás follando con ella, ¿no es así? —Su voz está rota. No digo nada,
permitiendo que la suposición no se controle—. ¿Ella sabe quién eres? —Cada
palabra es un susurro tenso.
—Tú sabes quién soy. Y sé exactamente quién eres tú, para quién trabajas, toda
tu pequeña red. Acércate de nuevo a ella y te destruiré. —Me paro, burlándome de
él—. Deberías estar agradecido que te estoy mostrando misericordia. —Me quito los
nudillos y los meto en mi bolsillo—. Después de todo, soy un hombre de Dios.
Cuando por fin salgo de la ducha, los primeros rayos del amanecer comienzan a
asomarse por el horizonte, volviendo gris el cielo nocturno. Me meto en la cama
junto a Delilah, tirando de ella contra mí. Se acomoda de espaldas a mi pecho, y beso
un lado de su cuello, inhalando el persistente toque de vainilla que permanece en su
piel. Envuelvo mi brazo alrededor de su cintura y ella desliza su mano sobre la mía,
sujetándola.
Mi pecho se aprieta con fuerza y cierro los ojos, sintiéndome en paz y caótico al
mismo tiempo. Y ella es la fuente de ambos, la causa y la consecuencia. Ella irrita a
mi demonio y luego lo calma, acariciándolo como un gatito inofensivo.
Su mirada está fija en la pared, los ojos distantes. Los moretones en su rostro
son más oscuros esta mañana, púrpuras y azules se mezclan y empañan su suave
piel.
—Hola.
—Hola.
Ninguno de los dos dice nada más durante largos minutos, y desearía no tener
que hacerlo, pero la noche anterior permanece ahí entre nosotros. Puedo ver que
está sufriendo y puedo ver que todavía está asustada. Ella va a morderse el labio
inferior, pero hace una mueca. Una nueva gota de sangre brota de la hendidura y la
aparto con el dedo.
Miro la pared, la obra de arte abstracta que Saint me regaló cuando me mudé
aquí por primera vez. Amo su arte.
—No soy quien crees que soy. —Los secretos se encuentran entre nosotros
como un campo de minas, y de repente se siente inexpugnable. Quiero contarle todo,
pero no está lista. Está forzando mi mano. Delilah puede ser una pecadora atribulada
y quebrantada, pero es una chica normal con una vida normal. Pero luego recuerdo
el comentario de Nathaniel. ¿Crees que ella te hará ganar dinero? O quizás la dulce
Delilah está mucho más contaminada de lo que yo le he dado crédito. Su mano se
desliza a lo largo de mi espalda—. Hice... —Ella inhala un fuerte suspiro—. ¿Nate dijo
algo?
Hay un temblor en su voz.
—¿Sabe qué?
—Tu pecado.
Sus ojos se cierran y deja caer la barbilla sobre su pecho. Es toda la respuesta
que necesito. Él sabe. ¡Él lo sabe y yo no!
—No puedo.
—Por favor. —Nunca he rogado por nada en mi vida, pero lo necesito. Necesito
su pecado como necesito aire.
Ella deja caer la cabeza hacia adelante y, mientras parpadea, una lágrima se
adhiere a sus pestañas antes de caer a su mejilla.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Cómo es posible que seas malo? —Ella levanta la mano, acariciando mis
labios con dedos ligeros como una pluma—. No podrías.
Tomo su mano derecha, trazando mis dedos sobre la piel en carne viva con
costras que rodea cada dedo. No estaba allí anoche, estoy segura.
—Tú primero.
Yo sonrío.
—Por favor, no me odies cuando esto termine —le susurro, más al universo que
a él.
—Nunca.
Oh Dios. Creo que me voy a enfermar. Mi corazón late más fuerte y más rápido
hasta que está sacudiendo físicamente mi cuerpo. El aire se siente delgado y mi
visión nada.
—¿Diste?
—Fui una tonta. Quería salir con el chico malo y ser rebelde. —Se queda quieto
por un momento y luego continúa acariciando mi cabello. Levanto la cara de su
pecho, necesitando ver sus ojos. Espero que se vea horrorizado o repulsivo, pero
parece… ¿aliviado?—. Traté de ir a la policía, pero Nate dijo que la gente para la que
trabajaba me mataría si lo hacía. Sé que me lo merezco, pero tenía miedo. ¿Me odias?
—pregunto.
—Pero no es su perdón lo que necesitas, ¿verdad? —La sonrisa torcida cruza sus
labios—. Creo que deberías escuchar mi confesión.
—Está bien.
—Perdóname, Delilah, porque he pecado —dice—. Han pasado trece años desde
mi última confesión.
Nuestras miradas chocan y, por primera vez desde que lo conozco, veo algo...
malo. Sus ojos bailan peligrosamente y cruza los brazos sobre su pecho tatuado,
haciéndolo lucir más ancho e incluso más musculoso. Se ve así de natural, y me doy
cuenta que todo lo que he visto de él antes fue muy antinatural, forzado.
Todavía.
Los dientes le raspan el labio inferior, y su pecho sube y baja con una respiración
profunda.
—Sigue…
Nos miramos el uno al otro y, por supuesto, sé lo que va a decir porque siempre,
siempre me enamoro del chico malo. Siempre.
Para su crédito, Judas abre la puerta y sale. Cuando lo sigo con cautela, él está de
pie junto a la puerta principal, con las llaves en la mano.
Estoy atrapada en una caída libre de culpa y odio, incapaz de seguir adelante, y
justo cuando creo que he encontrado a alguien que finalmente puede ayudarme,
finalmente me absuelve de alguna manera; es peor que yo. Satanás disfrazado de
ángel de luz. Nunca se dijo algo más cierto.
Asiento y agarro la manija de la puerta, tirando de ella. Pero dudo antes de salir.
—Gracias por ayudarme, Judas. Eres un buen hombre. —Y luego salgo del auto,
esas palabras resuenan en mi mente porque realmente las creo.
Cuando entro, tiro mi bolso en la encimera de la cocina y voy al frigorífico. Hay
una nota pegada.
Ti x
Mierda. Golpeo la puerta del frigorífico con la frente. Tengo suficiente dinero
para pagar este mes, pero ¿qué pasa el próximo mes? Negocié por Nate porque era
una pasada, pero el subproducto de eso fue el dinero. Nunca tuve que preocuparme
por conseguir un trabajo para pagar el alquiler. Pero ahora... han pasado casi dos
meses.
Tomando asiento en el borde de la cama, dejo que mi cabeza caiga en mis manos.
Soy una criminal, una traficante de drogas y una asesina. No tengo dinero ni trabajo,
mi exnovio me acaba de dar una paliza, y el amable cura del barrio, en quien confiaba
para que me ayudara, es, de hecho, un capo de la droga. Excelente.
Un vestido camisero azul marino y unas botas hasta la rodilla, y estoy lista para
irme. Ni siquiera me molesto en secarme el pelo antes de salir de casa.
Llego demasiado tarde para el último autobús, así que tendré que caminar a
casa.
—¿Delilah? —Judas me frunce el ceño. Nunca he sido tan feliz de ver a alguien.
—¿Qué pasa?
Abro los ojos para encontrarlo sonriendo con ironía, la diversión bailando en sus
ojos. Golpeo su pecho.
—¡No es gracioso!
—Sí…
Lo golpeo de nuevo.
—¿Qué diablos, Judas? ¿No pensaste en decírmelo? Pensé que estaba con Nate.
—Mi cuerpo tiembla y él da un paso hacia adelante, apiñándome contra el tabique.
Lleva su camisa negra con el collar de perro blanco, pero ahora sé quién y qué es
realmente, hay algo depravado en ello. Levanto la mirada del cuello a sus ojos y sus
manos se presionan contra el divisor, a cada lado de mi cabeza. Una mirada a él hace
que mi corazón se tambalee en mi pecho como un borracho.
—¿Y si yo…?
—Estás aquí.
—No te tengo miedo, Judas. Lejos de eso. —Eso es lo que hace que esto sea tan
conflictivo. Se inclina hacia mi toque antes que su frente roce la mía. Debería
temerle, pero tal vez mi cerebro no esté programado correctamente. Parece que
carezco de instintos fundamentales de supervivencia. O quizás mi mente no se dio
cuenta del hecho que Judas no es el héroe de esta historia, es el villano.
—Bien.
Él se ríe de eso.
—Ah, corderito, eso es sólo una ilusión. No soy bueno, pero tú tampoco. No en el
fondo. —Sus ojos se encuentran con los míos y algo pasa entre nosotros, una especie
de comprensión. Trago saliva, sintiéndome incómoda bajo su escrutinio como si
pudiera ver todas esas partes feas de mí que mantengo enterradas. Pero no veo
desaprobación ni disgusto en sus ojos. De una manera deformada, se siente como un
encuentro de almas gemelas. O tal vez sólo estoy tratando de justificar este retorcido
deseo que tengo por él. En este momento, aquí mismo, ahora mismo, no estoy segura
que me importe. Las repercusiones se sienten sin sentido. Sólo lo necesito a él.
Inclino mi barbilla hacia arriba como si fuera empujada por fuerzas invisibles,
rozando mi boca con la esquina de la suya. Esa chispa crepita entre nosotros cuando
una mano se desliza por mi cabello. Tirando, fuerza mi cabeza hacia atrás hasta que
sus labios pueden trazar la línea de mi mandíbula, y lo dejo, porque en el segundo
en que sus labios se encuentran con mi piel, todo lo demás deja de existir. Mi cuerpo
se pone de piel de gallina, mis pulmones fallan y mi corazón se acelera. Y apenas me
tocó.
Mi mente y mi corazón se pelean entre sí, uno demandando que huya de este
hombre, el otro rezando para que nunca me deje ir.
Cierra el espacio entre nosotros de nuevo hasta que cada línea dura de él está
delineando mi cuerpo más suave. Los labios se rozan justo debajo de mi oreja y
tiemblo cuando un aliento cálido acaricia mi piel.
—Sí lo soy.
Mis dedos agarran la parte delantera de su camisa mientras mis ojos se cierran.
Mi corazón se tambalea sobre sí mismo, hipando.
Lo paso y salgo de la iglesia. Duele. Cada paso duele, pero lo que mi frágil corazón
no comprende es que lo que sea que sienta, no es por este hombre. Es una mentira.
Ya es tarde cuando llego a casa y la casa está sumida en la oscuridad.
Encendiendo la luz de la cocina, arrugo la nariz.
Hay platos sin lavar en el fregadero, cereal derramado a un lado y una nota
pegada al refrigerador con un rotulador garabateado.
Lila
Está bien, esto es una mierda, pero es controlable. Puedo conseguir un trabajo.
Puedo arreglar esto. Extrañamente, siento cierto poder en eso. Debido a toda la
mierda que está pasando en mi vida recientemente, he tenido muy poco control
sobre todo eso.
Está oscuro como boca de lobo, pero sé que estoy en el confesionario. El aroma del
pulimento para madera, la sensación de confinamiento, la absoluta quietud del aire
restringido a un espacio pequeño. Mi propia respiración es el único sonido que resuena
a través del espacio, y miro a mi alrededor, esperando. Poco a poco, mis ojos se
adaptan, o tal vez se está volviendo más claro como la luz gris del pico del amanecer
sobre el horizonte. Distingo la silueta de una figura presionada contra la malla del
divisor. Acercándome, distingo el tinte de pelo rojo. Mi ritmo cardíaco se acelera y
cierro los ojos cuando una lágrima se libera.
Cuando abro los ojos, veo una mano en la garganta de Isabelle, apretándola,
ahogándose. Ella se agarra los dedos con los ojos muy abiertos.
—¡No! —Golpeo con mis puños el tabique, pero bien podría estar hecho de acero.
El brillante sol de la mañana me ciega y levanto una mano para protegerme los
ojos. Arrastrándome de la cama, me ducho y me visto para la universidad antes de
revisar rápidamente mis correos electrónicos.
Saludos,
Sonrío y el alivio me invade. No puedo creer que tenga un trabajo sin siquiera
tener una entrevista. Finalmente, algo va bien.
Se deja caer en la silla, su cuerpo alto y musculoso la llena al máximo. Mis ojos
recorren la biblioteca con nerviosismo. ¿Por qué estoy tan nerviosa? No es como si
tuviera “narcotraficante” escrito en la frente.
Sólo han pasado dos días desde la última vez que lo vi, pero parece una
eternidad. He pensado en él constantemente. Mis ojos se mueven rápidamente sobre
el traje gris carbón, su camisa blanca abierta en el cuello. Todo le queda muy bien, y
de repente se ve cada centímetro como el despiadado hombre de negocios, el
hermoso y despiadado hombre de negocios.
Sus labios se tuercen en esa sonrisa irónica que lo lleva de buen chico a muy
malo. Su mirada se desplaza por encima de mi hombro y la sigo hasta mi propio
acosador personal. El hombre mira a Judas, asiente y luego simplemente se va.
Niego con la cabeza y me pongo de pie, poniendo mis libros en mi mochila. Judas
se ríe para sí mismo mientras me sigue fuera de la biblioteca. Coloca una mano en
mi espalda y me abre el camino a través del campus hasta uno de los aparcamientos.
—No te dije.
—No.
Lo miro fijamente.
—No, no es.
—De acuerdo. Para que lo sepas, no me gustan las sorpresas que involucran una
pala.
Los suaves sonidos de un piano fluyen a través del restaurante de lujo, las notas
se filtran por mis sentidos. La luz de las velas se balancea hacia adelante y hacia
atrás, jugando sobre los tonos dorados de la piel de Judas. Echo un vistazo al
pequeño rincón oscuro del restaurante al que nos llevó. Estamos en algún lugar
fuera de Covent Garden, y una mirada al lugar me dice que no puedo permitirme
estar aquí. Demonios, ahora mismo apenas puedo comerme un McDonald's normal.
Hago girar la aceituna en mi Martini antes de llevarla a mis labios y sacarla del
palillo de cóctel. Los ojos de Judas se fijan en mi boca, su expresión se oscurece.
Tomo un sorbo de mi bebida, bueno, más como un trago fuerte, y vuelvo a dejar
el vaso sobre el mantel blanco inmaculado.
—Todo esto.
—¿Por qué eres sacerdote? —Abre la boca para hablar, pero lo corto—. Y no me
des la versión a medio cortar. Te conté mis secretos. Yo confiaba en ti. —Me estudia,
sus ojos buscan los míos, ahondando profundamente en los recovecos de mi
ser—. En este momento, todo lo que sé de ti es que vendes drogas. —Bajo la voz—.
Todo lo racional me dice que huya de ti, Judas. Tan lejos y tan rápido como pueda.
Necesito que me cuentes todo. —Muerdo mi labio inferior—. Necesito que me des
una razón para quedarme.
—Y, sin embargo, aquí estás, corderito porque si es racional o no, quieres estar
aquí. Te atraigo a mí, a esto.
Cierro los ojos por un momento, tragándome el pánico ciego que amenaza con
consumirme mientras camino por la cuerda floja que atraviesa el negro vacío de lo
desconocido. Él tiene razón. Estoy indefensa. He llegado a necesitar a Judas. Cuando
estoy con él, la vida parece un poco más llevadera. La culpa de la muerte de Isabelle
sigue ahí, pero está silenciada. Es como una curita para todo lo que está mal en mi
vida. Me hace sentir completo. Un poco menos roto. Más fuerte. Sin embargo,
representa precisamente lo que me puso de rodillas en primer lugar. Fue mi muleta,
pero a esa muleta le han salido espinas y estoy sangrando. Gotas carmesí gordas
sobre el blanco prístino de lo que una vez tuvimos. Había cierta inocencia en ello,
pero ahora...
—Por ahora. Tengo gente preparada para hacer las cosas por mí. —Sus ojos se
mueven hacia arriba y hacia abajo de nuevo antes de clavar un trozo de queso con
un palillo de cóctel y llevárselo a la boca—. Y la iglesia tiene sus usos.
—¿Estás usando la iglesia? —No soy religiosa, pero incluso yo creo que hay algo
sacrílego en eso.
—No es lo más corrupto que hizo la fe católica. Que no cunda el pánico. —Una
pequeña sonrisa tira de sus labios, y dejo caer mi cabeza entre mis manos.
—¿Por qué?
—Sin embargo, si crees en Dios, debes ver que está mal. —Casi le estoy
suplicando, deseando que diga las palabras que tanto necesito escuchar.
—Dios nos prueba, corderito. Soy su prueba para los demás. Eliminé a sus
pecadores. Eras la prueba de tu amiga. Ella falló.
—No. Las drogas mataron a Izzy. —Me encuentro con su mirada, las lágrimas se
aferran a mis pestañas—. Y tengo que vivir con eso.
—No puedo hacer eso bien para ti, Delilah. Un acto no es igual a otro. Vender
esas píldoras no es diferente a que le des una botella de tequila y luego ella se ponga
al volante y se mate. —Se encoge de hombros—. Es una mierda, mala suerte. Y si no
hubiera aceptado entregar esas pastillas, otra persona lo haría. De cualquier manera,
tu amiga termina muerta. Es la misma historia. Llámalo destino si quieres.
Paso las lágrimas que han comenzado a rodar por mis mejillas en un flujo
constante.
—Me siento tan culpable todo el tiempo. —Mis ojos se encuentran con los suyos,
tan intensos, de un hermoso tono de azul—. ¿Cómo puedo estar de acuerdo con esto,
Judas? No eres mejor que Nate.
Veo que sus ojos se cierran, sus rasgos se endurecen. Se pone de pie, arroja algo
de dinero en efectivo y se mueve alrededor de la mesa, agarrándome del brazo, su
agarre firme, pero sin magulladuras. Sin decir palabra, prácticamente me lleva a
través del restaurante, dejando intacta la fuente de comida y los vasos a medio
beber.
Hay una tensión en él que me asusta. Afuera, un ligero golpeteo de lluvia golpea
el pavimento, y una brisa fresca nos rodea, haciéndome temblar. Su auto está
estacionado en un callejón escondido al lado del restaurante, y cuando lo
alcanzamos, me suelta.
—¿Crees que soy como él? —pregunta, su voz tranquila, demasiado tranquila.
—No sé.
—Dime que pare. —Extendiendo la mano, desliza sus dedos sobre mi cuello y en
mi cabello. Un aliento cálido me recorre la cara e inclino la barbilla hacia arriba,
invitándolo, necesitándolo—. Dime que no quieres esto —murmura, cerrando la
pequeña brecha entre nosotros. Su boca roza la mía, y mi cuerpo se siente como un
cable vivo, chispeando por todas partes. Mis labios se abren, invitándolo a entrar,
buscándolo. Aceptando mi rendición. Acogiendo con beneplácito su
destrucción—. Te quiero, pero no me disculparé. No pediré perdón y nunca
cambiaré. —Cerrando los ojos, coloco una mano temblorosa en su pecho. ¿Puedo
hacer esto? ¿Puedo aceptar lo que es mientras me odio a mí misma por lo
mismo?—. Somos dos caras de la misma moneda, Delilah. Deja ir esa moralidad a la
que te aferras con tanta fuerza.
—¿De qué te sirvió alguna vez? Eres una forastera. Nadie te entiende porque no
eres como ellos. —Sus labios susurran sobre mi sien—. Lo hago porque eres como
yo.
—No lo soy. —Mi voz no es más que un susurro fugaz sobre los latidos de mi
corazón. El miedo hace que mis manos tiemblen y mi respiración se vuelva rápida.
Estoy aterrorizado por sus palabras, asustado por la verdad.
Los latidos de mi corazón son tan fuertes que resuenan contra mis tímpanos.
—Shh. —Se apresura hacia adelante, sus manos ahuecan mis mejillas, sus
pulgares secaron las lágrimas perdidas—. No tiene nada de horrible. Eres quién eres,
Delilah. Envuelta en sombras. Tan bellamente impregnada de pecado. —Echando mi
cara hacia atrás, roza sus labios sobre los míos y lo dejo. Mi estúpido corazón
tropieza sobre sí mismo y se ralentiza como un animal asustado al que su amo
tranquiliza. Las lágrimas continúan cayendo, cubriendo ambos labios—. Baila
conmigo en la oscuridad, corderito —susurra, como un demonio que me tienta al
infierno—. Te haré sentir tan bien.
Debería resistir, pero sin él, ¿qué sería yo en este punto? Esto no es racional ni
cuerdo. Simplemente es. ¿Y la razón por la que me molesta tanto? Él tiene razón. No
sé si me siento realmente culpable por la muerte de Izzy, y de ahí proviene mi culpa.
Yo debería. Acabo de pasar uno por otro, me castigué porque es todo lo mismo,
¿verdad? Pero Judas. Él sabe. No sé si creo en almas gemelas, pero este tirón
inexplicable, la forma en que lo necesito... casi podía creerlo.
Inclinándome, presiono mis labios contra los suyos, apretando su rostro entre
mis manos. Nunca quiero dejarlo ir, pero necesito tiempo para lidiar con esto.
Tiempo de pensar.
Ya siento que me falta una parte de mí. ¿Cómo es que un hombre al que sólo
conozco desde hace unas semanas, un hombre del que realmente no sabía nada, se
arraigó tanto en mí?
Una semana. Pasó una semana y, honestamente, me imagino que así es como se
siente un drogadicto cuando deja su hábito por elección.
Todo se siente tan oscuro, tan sin sentido. Siento que me estoy muriendo
lentamente.
Llamo a la puerta de la oficina del consejero estudiantil y espero.
Abriendo la puerta, entro. Una mujer de mediana edad con un elegante bob
marrón me sonríe desde detrás de su escritorio.
—Hola. —Ella mira algunos papeles frente a ella, los anteojos de montura roja
se deslizan por su nariz mientras lo hace—. ¿Delilah Thomas?
—Sí.
—Estoy luchando.
—No. —Niego con la cabeza—. Yo uh... —Dios, ¿por qué estoy aquí? No puedo
decirle nada. Una vez más, ese sentimiento de impotencia se apodera de mí. Estoy
atrapada aquí, obligada a soportar, incapaz de avanzar, incapaz de retroceder. Estoy
en el limbo y me estoy alejando lentamente.
Recuerdo la analogía de Judas y me doy cuenta que no tengo que decirle toda la
verdad, sólo parte de ella.
Trago alrededor del nudo en mi garganta y las lágrimas punzan en mis ojos.
—Sí. No. No lo sé. —La miro—. Sin embargo, debería sentirme culpable,
¿verdad? Eso es normal.
—Delilah, hay varias etapas en el duelo. No hay nada normal. Todos manejan
estas cosas de manera diferente. Es de esperar que te sientas culpable.
Escucho las palabras que ella no dice allí. Sería normal sentirse culpable por
matar a su amiga. ¡Por supuesto que sí! Pero sé que en algún punto del camino me
aparté de él porque no soy normal. Como dijo Judas.
—Gracias por tu tiempo. Yo... tengo que irme. —Agarrando mi bolso, giro hacia
la puerta.
—Delilah. —Hago una pausa con mis dedos envueltos alrededor de la manija de
la puerta. La escucho soltar un suspiro audible—. Se amable contigo misma. —Eso
es todo lo que dice.
Mi teléfono emite un pitido con un mensaje de texto, así que lo descuelgo y abro
el mensaje de un número desconocido.
No lo conozco en absoluto.
Miro el reloj y golpeo con los nudillos sobre la encimera de la cocina. Son las
ocho de la mañana.
Delilah nunca apareció en el club anoche. Lo que podría ser sólo una
coincidencia. Podría haber encontrado otro trabajo o simplemente haber decidido
no hacerlo. Pero tengo la sensación que hay más. ¿Podría haber descubierto que soy
el dueño? ¿Estaría lo suficientemente decidida a mantenerse alejada de mí como
para rechazar un empleo?
Ha pasado una semana desde la última vez que la vi. Necesitaba tiempo para
aceptar la verdad de quién es, y pensé que podría darle eso. Que podría esperar
pacientemente a que ella viniera a mí, pero se está volviendo cada vez más difícil.
Extraño esos ojos tristes, la capa de inocencia que intenta desesperadamente
aferrarse a su alma oscura.
Nunca pensé que a mi vida le faltaba algo hasta que esta cosita bonita con esa
jodida mirada rota entró en mi iglesia. Soy un hombre de negocios, un hombre duro,
pero ella encontró un punto débil, y clavó sus garras. Quiero odiarla por eso, pero
no puedo.
Por primera vez en mi vida, anhelo algo más que dinero y poder, y eso hace que
todo lo demás se sienta intrascendente. Ella es una obsesión ciega y no puedo parar.
Pero necesita un trabajo. No puedo ayudarla con muchas cosas, pero puedo
ayudarla con eso. Me preocupa que vuelva a arrastrarse hasta ese parásito de novio
suyo porque se siente vulnerable, pero también porque buscará la oscuridad,
necesitándola para equilibrarse. Nathaniel es como un pequeño golpe para un adicto
al crack.
Hago el corto trayecto en auto hasta su casa, la llovizna gris y sombría sangra
por mi parabrisas como lágrimas. Cuando me detengo frente a su casa, corro por la
calle y bajo la cubierta del porche que sobresale.
—Uh Hola.
—¿Está Delilah aquí? —pregunto. Ella asiente en silencio antes que su mirada
recorra lentamente mi cuerpo y sus dientes se hundan en su labio inferior. Ella hace
girar un mechón de cabello alrededor de su dedo.
Su expresión se vuelve amarga y pone los ojos en blanco antes de salir al pasillo.
—Judas. —Me vuelvo al oír la voz de Delilah, frunciendo el ceño ante el temblor.
—Porque eres el dueño de Fire. —Sus ojos se encuentran con los míos—. Sé tu
nombre real.
Me acerco a ella hasta que estoy a sólo un par de centímetros de distancia. Ella
levanta su mano, congelándome en su lugar. Pase lo que pase entre nosotros, ella
nunca me miró de la forma en que lo hace ahora; como si me tuviera miedo, o incluso
disgustada. Me molesta.
—¿Porque no soy el sacerdote piadoso que pensabas que era? ¿Porque soy
malo? —me burlo, acortando la distancia aún más hasta que su mano presiona mi
pecho. Sus dedos se curvan, las uñas se clavan en mi piel a través de mi camisa.
Apenas la veo moverse antes que su palma choque contra el costado de mi cara.
El escozor reverbera sobre mi piel mientras vuelvo la mirada hacia ella.
—Ahí está. —Sonrío—. Déjalo salir, corderito. Deja que la violencia y la ira te
dominen.
Las lágrimas se acumulan en sus ojos antes de derramarse y correr por sus
mejillas.
—¿Sabes qué? —pregunto, pero no es necesario. Ella sabe mi nombre. Sólo hay
un acto atroz que se asocia públicamente con ese nombre.
—¡Todo! —Sus ojos sostienen los míos, las lágrimas continúan fluyendo—. Yo
sé lo que hiciste. Sé lo de Brent James. —Doy un paso hacia atrás y me siento en el
borde de la cama, dándole espacio.
—Cumplí mi condena.
—Nada menos de lo que se merece. —Su boca se abre y luego se cierra de nuevo
mientras niega con la cabeza—. El mundo no es sol ni arcoíris. Es feo y los pecados
requieren castigos.
—Lo golpeé con una palanca. Está en silla de ruedas y me condenaron a diez
años por agresión con agravantes. Me hice sacerdote mientras estaba en prisión y
sólo cumplí cinco por buen comportamiento. —Junta mis manos frente a mí—. Eso
es todo. No soy tu príncipe azul, Delilah porque el mundo no es un maldito cuento
de hadas. —Odio esa expresión en su rostro en este momento.
—¿Por qué lo hiciste? —No dije nada. Le prometí a Myrina que nunca le diría a
nadie lo que le pasó, y no lo he hecho. No cuando me interrogaron, no frente a un
jurado, y no cuando estaba adentro. ¿Habría ayudado a mi caso? Quizás. Pero soy un
hombre de palabra y siempre he sentido debilidad por mi prima menor—. ¿Te robó?
¿Drogas? ¿Dinero?
—Judas. —Parpadeo y miro a Delilah. Ella niega con la cabeza, la luz abandona
sus ojos como si yo personalmente la hubiera extinguido. Me he mordido la lengua
durante ocho largos años, pero no puedo contenerme con ella.
—Yo…
Camino hacia la puerta, mis músculos se tensan y mis puños apretados a mis
costados. Puedo sentir su juicio y me molesta más de lo que puedo decir.
—Yo también.
El club está lleno de pared a pared. Parece que un cierre debido a una sobredosis
sólo hace que un lugar sea más popular en estos días. La cola se extiende alrededor
de la cuadra y el bar tiene una profundidad de cinco personas esperando bebidas.
Una de las chicas la vistió y joder, desearía haberles dicho para mantenerla
cubierta. Lleva unos pantalones cortos de mezclilla negros que son tan pequeños y
ajustados que la mitad de su culo está a la vista. Medias de rejilla cubren la longitud
de su muslo entre los pantalones cortos y botas de combate hasta la rodilla. Su
camiseta blanca rota está atada en la parte inferior y desgarrada en la parte superior,
exponiendo tanto su estómago como su escote. Ella es como el sueño húmedo de
todo hombre, con todo eso en exhibición y su sonrisa brillante como el sol que
esconde tanta tragedia.
Odio que sus ojos estén sobre ella, pero mis ojos también están sobre ella. Un
movimiento en falso y sus cuerpos se irán a la orilla de un río a unas pocas millas
por el Támesis.
Ella entrega la botella y uno de los chicos intenta meter algo de dinero en
efectivo en la cintura de sus pantalones cortos. Ella se agacha tomando el dinero de
su mano con una sonrisa educada. Es carne fresca con un aire de ingenuidad. Lo
sienten. Ellos la quieren: profanar y destruir. ¿No es esa la naturaleza humana?
¿Tomar y profanar cosas hermosas?
Aparto mi mirada lejos de ella, mis ojos recorren el piso del club, pero me
detengo cuando veo una figura familiar. Nathaniel. Me pregunto si no sabe que soy
el dueño del lugar, o si simplemente le gusta bailar con la muerte.
Él está hablando con una chica, sus cabezas se inclinan cerca mientras se apiñan
contra la pared del fondo. Saco la radio del bolsillo de mi chaqueta.
Se tambalea lejos de mí; su rostro palidece. Apenas le dedico una mirada fugaz
antes de seguir adelante, siguiendo a Nathaniel. Cuando pasa por la puerta que
conduce al sótano, me muevo. Caminando hacia él, lo agarro por la nuca y le doy un
golpe en la mejilla contra la puerta.
—¿Qué carajo? —Escupe, pero la música está alta, demasiado alta para que
nadie escuche su lucha, e incluso si lo hacen, están demasiado borrachos para
reaccionar rápidamente. Deslizo mi tarjeta llave sobre la cerradura y se abre, lo que
nos permite salir al pasillo más allá.
Agarra su rodilla con una mano, apretando la enyesada contra su pecho. Tose y
se ahoga, arrastrando respiraciones forzadas. Su rostro sigue siendo un mapa de
azules y púrpuras de nuestro último encuentro, y su nariz definitivamente ya no es
recta.
—Y, sin embargo, aquí estás, en mi club. Relación comercial. —Aprieto mi puño,
los nudillos emiten un satisfactorio crujido.
—Estás aquí. Ella está aquí. Yo diría que está cerca, ¿no?
—¿Cómo iba a saber eso? Sin embargo, vengo por las chicas calientes, y Delilah
está caliente. —Deja escapar una risa ronca. Mi agarre en su cuello se aprieta—. Un
buen polvo también.
—Judas, déjalo ir. —Mi agarre permanece y puedo sentir su pulso disminuyendo
bajo mis dedos. Ella acaricia mi mejilla.
—No importa.
Su mirada se desvía de nuevo hacia mí, sus ojos se suavizan mientras coloca su
mano en mi brazo.
—Le advertí —le explico, mi voz no es tan firme como me gustaría. La rabia corre
por mis venas, aumentando mi adrenalina hasta que es todo lo que puedo hacer para
permanecer plantado frente a ella.
—Lo sé. —Sus dedos rozan mis labios, las uñas rascando mi mandíbula—. Pero
no voy a dejar que vuelvas a la cárcel. Tienes que dejarlo salir de aquí.
Lo quiero muerto, pero no voy a apretar el gatillo por ella. Ésta debe ser su
decisión. Nathaniel es su problema, y llegará un momento en que podrá manejarlo.
tengo que dejarla para que pueda florecer en todo lo que está destinada a ser.
Hay una risa cortante y ahogada detrás de mí, y cierro los ojos, rechinando los
dientes uno sobre el otro.
Doy un paso hacia adelante, pero ella aprieta su agarre, agarrándose a mi brazo.
—Déjalo ir —susurra.
—Tic, tac, Nathaniel. Es sólo cuestión de tiempo —digo con una sonrisa.
Tan pronto como sale por la puerta, Delilah me suelta y da un paso atrás. Sus
manos cubren su rostro y sus hombros tiemblan.
—Oye. —Le paso el pelo por detrás de la oreja y lentamente baja las manos de
su rostro manchado de lágrimas.
—Ya no puedo hacer esto —Se atraganta—. ¡Yo no soy esta persona, Judas! No
soy la chica atrapada entre narcotraficantes rivales y siendo golpeada por su novio,
o... o... —Se derrumba, hundiéndose contra la pared.
—Lo siento —susurra—. Debería haberte dicho que era yo, que estaba aquí...
—¿No se supone que debes matarme o algo así? —Suspira—. Por jugar con tu
negocio.
—Has estado viendo demasiado a El padrino.
Respira hondo, pone su mano en la mía, y la tiro hacia adelante, llevándola por
el pasillo hasta la salida de incendios al final. Cuando la abro, empieza a sonar una
alarma, pero no me importa. Mi auto está en el estacionamiento a sólo unos metros
de distancia.
—Puedes ponerte eso. —Ella mira entre las prendas a su lado y a mí, sus cejas
surcando de confusión—. Más para mi beneficio —digo.
—Delilah.
—No es un secreto que te quiero, corderito. —Mis ojos están fijos en su pecho,
mi pene se endurece con cada paso que da, cada movimiento letal de esas caderas.
—Judas.
Mis ojos se fijan en su rostro y ella se sonroja, su mirada se posa en el suelo por
un momento. Me encanta lo insegura que está de sí misma, que todavía duda de este
control que parece tener sobre mí.
—He terminado de luchar contra esto. —Cuatro palabras. Cuatro palabras que
lo cambian todo. Estoy golpeando con un mazo este muro que he forzado entre
nosotros porque ya no me importa. Todo está a la vista ahora. Él sabe lo que hice, las
partes más profundas y oscuras de mí. Sé lo que hizo y sé por qué.
—Tengo miedo de quién soy cuando estoy contigo. —Una chica sin moral. Una
chica que ve cosas que alguna vez estuvieron mal, como aceptables.
—No lo tengas. Ella es tu verdadero yo, la que escondes de todos los demás. Pero
no puedes esconderla de mí. —Una pequeña sonrisa depredadora se dibuja en sus
labios.
—No quiero.
Cierra la distancia restante, acariciando con sus dedos mi mejilla mientras sus
ojos se posan en cada centímetro de mi rostro, estudiándome.
Se mueve al mismo tiempo que yo, nuestros cuerpos chocan y nuestros labios se
sellan. Me roba el aliento. Él roba cada parte de mí hasta que siento que existo
únicamente para él. Sus brazos rodean mi cintura, protegiéndome del mundo, y
nunca me había sentido tan segura, tan querida. Quiero cada parte de él. Quiero ser
poseída y marcada, que él siempre me quiera, que siempre me mantenga a salvo. Él
es mi lobo. Mi salvaje domesticado.
Mis dedos tocan a tientas los cierres de su camisa hasta que pierdo la paciencia
y arranco la tela. Los botones se esparcen por el suelo de madera como gruesas gotas
tintineando en la tierra. Agarrándome por la cintura, me levanta del suelo y me tira
en el sofá. Lo miro como un halcón mientras se desabrocha los pantalones y se los
baja junto con la ropa interior. El calor se desliza por mis mejillas y luego se extiende
por todo mi cuerpo. Realmente es la cosa más hermosa que he visto en mi vida, y
decido en ese mismo momento que Judas nunca debe usar ropa.
Me quita la ropa, una pieza dolorosa a la vez hasta que estoy jadeando de
anticipación. Su sola mirada me hace sentir adorada de la manera más reverente.
—Te sientes como en el cielo, Delilah —respira contra mi boca. Y luego sus
manos están en mis caderas, forzándome sobre él, contorsionando mi cuerpo como
un maestro de marionetas. No reconozco los sonidos que salen de mis propios
labios, o la forma en que mis uñas raspan la piel de su pecho. Estoy poseída... por él.
—Mírame —exige, y mis ojos se abren de golpe, encontrándome con los suyos.
Tan intenso, tan lleno de deseo. Arrastra su pulgar sobre mi labio inferior antes de
inclinarse y pellizcarlo—. Eres tan hermosa así —gime.
Sus brazos se deslizan por mi espalda, los bíceps bloqueando cada lado de mi
cintura mientras sus dedos se enrollan en mi cabello. Mi cabeza está torcida hacia
atrás, mi columna vertebral se inclina y mi cuerpo lo permite más profundo. Suave
se vuelve duro. La ternura se vuelve brutal, y la doy la bienvenida porque quiero la
tormenta que es Judas. Quiero lluvia torrencial y viento aullador. Quiero que mis
cimientos sean sacudidos y destrozados. Necesito que me saque de los escombros y
me permita renacer: más fuerte, mejor.
Me aferro a él, aguanto la tormenta con él, su nombre sale de mis labios como
una oración.
—Tan hermosa. —Sus manos ahuecan mi cara, sus pulgares se deslizan debajo
de mis ojos, atrapando lágrimas sueltas que ni siquiera sabía que estaban allí—. Tan
lindo cuando lloras —susurra sobre mis labios.
Soltándome, echa la cabeza hacia atrás contra el sofá, su pecho sube y baja con
respiraciones profundas. Sus pestañas proyectan sombras sobre sus mejillas y sus
labios carnosos se abren mientras aspira profundamente. Todavía lo estoy mirando
cuando sus ojos se abren de golpe y levanta la cabeza. Los dedos se arrastran por mi
estómago, haciéndome temblar y enrojecer con la piel de gallina. El latido constante
de mi corazón late contra mis tímpanos tan fuerte que estoy seguro debe poder oírlo.
—Eres mía ahora, Delilah. No hay ningún lugar donde puedas esconderte. Te
veo.
Empujando la encimera, acecha hacia mí, deslizando sus dedos debajo del
dobladillo de los bóxers y ahuecando mi trasero.
—Me gustas con mi ropa —murmura contra mi oído, haciéndome temblar. Pasa
a mi lado y lo miro por encima del hombro—. Sírvete lo que quieras —dice antes de
salir de la habitación.
Escucho que la ducha comienza justo cuando abro la nevera y veo la botella de
vino blanco. Me sirvo un vaso y me siento en la barra del desayuno, tomando varios
tragos grandes mientras pienso en la gravedad de mi nueva situación. Tal vez
debería tener miedo, estar tan consumida por un hombre como Judas... pero no lo
estoy. Se siente bien.
—Lo sé. —Sus dientes raspan su labio inferior en una media sonrisa—. Vamos.
— Me tira del taburete y me lleva al sofá, sentándome y colocándome en su regazo.
Agarro mi vino entre nosotros como un arma, y él se ríe, me lo arranca de la mano y
toma un sorbo antes de colocarlo en la mesa lateral.
—Se supone que debes estar nerviosa. —Su mano cae a mi pecho y la coloca
sobre mi corazón—. Esa risa nerviosa en tu estómago, el corazón acelerado; tu
instinto de supervivencia. Es tu mente quien te dice que corras.
—Porque lo sabe.
—¿Sabe qué?
Levanta la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos. Sus ojos captan cada
detalle de mi rostro como si lo memorizara.
—Que eres mía. Que somos iguales, tú y yo. —El pequeño nudo de ansiedad en
mi estómago se libera levemente. Besa mi frente—. Te dije. No te dejaré ir, Delilah.
Enrollo mis brazos alrededor de su cuello y presiono mis labios contra los suyos.
Este sentimiento desesperado y debilitante envuelve mi corazón, apretándolo con
fuerza.
Una pequeña sonrisa toca sus labios y una cierta paz se apodera de sus rasgos.
—¿De qué?
—Un cuchillo. —Se pasa la palma de la mano por los pectorales—. Una marca
por cada pecado.
Mis ojos se abren y miro las marcas desde una perspectiva diferente.
—¿Por qué?
—Nuestro padre era un gánster, nuestra madre era católica de culto fronterizo
y mi hermano es un psicópata. Saint pensó que era mejor que sus pecados
estropearan su cuerpo en lugar de su alma. Simplemente lo seguí porque significaba
que tenía que llevarle un cuchillo a mi hermano. —Querido Dios, ¿qué tan
desordenada está su familia?
Él sonríe.
—Creo en Dios. Simplemente no creo del todo en el mismo camino que otros lo
hacen.
—Bueno, la Biblia quiere hacerles creer que el mundo es blanco y negro. Bien y
mal. Dios y el diablo. Pero siempre hay oscuridad en la luz. —Me aparta el pelo de la
cara y desliza los dedos delicadamente sobre mi piel. Eres el ejemplo perfecto de
eso, Delilah. Tanta depravación entre tanta pureza.
—No. Te lo dije antes. Dios nos prueba. Piensa en mí como una prueba en el
camino de la vida.
—O eso.
—Según tu teoría, creo que no pasé mi prueba. —Paso las yemas de mis dedos
sobre sus labios carnosos, tan perfectos, tan besables—. Me voy a ir al infierno.
—Ahora sólo le estás robando líneas a Lewis Carol. —Me río—. ¿Eras religioso...
antes?
—Oh, lo siento, no conozco la etiqueta para ir a la cárcel y salir del armario. Estoy
bastante segura que eso no es normal.
—No, pero me sacó cinco años de mi sentencia. —Otra sonrisa—. ¿Cómo puede
alguien discutir que un sacerdote se arrepintió y cambió sus caminos?
—No fue difícil. Pasé años yendo a la iglesia, escuchando versículos bíblicos y
sermones. Mamá nos hizo leer el buen libro antes de acostarnos todas las noches.
—Guau.
—Sí.
El resopla.
—Mi padre y mi tío han dirigido esta ciudad desde los años ochenta. Todo el
mundo sabe lo que hacemos, pero nadie puede probarlo. Aunque mis cargos no
tenían nada que ver con el negocio familiar, seguían siendo una atención no deseada.
—¿Y tu prima?
Encuentra mi mirada.
—¿Nadie?
Trago saliva.
—No me hago ilusiones sobre quién eres, Judas, pero no eres un animal.
Desearía… desearía que hubiera alguien en mi vida que hiciera todo lo posible por
mí. Tu prima tiene mucha suerte.
—Yo haría todo lo posible por ti, Delilah. —Mi corazón pierde un latido vital
antes de volver a caminar a trompicones.
Sus ojos se encuentran con los míos, sosteniendo mi mirada. Todo está ahí en su
rostro, aunque no se pronuncian palabras. Algunas cosas van más allá de las
palabras.
Me paro en el fregadero, me lavo los dientes y miro en el espejo empañado la
perfección de la forma de Delilah. Echa la cabeza hacia atrás, permitiendo que el
agua acaricie su cuerpo. Ella es como el arte. Pasó una semana desde que rompió
conmigo. Dos semanas desde que todo cambió, y cada día ella desciende un poco
más en mis brazos, más en la oscuridad porque los dos son mutuamente inclusivos.
Esa persona que una vez fue es un recuerdo fugaz, cada vez más pequeño, y en su
aceptación, encontró la paz. El caos en sus ojos se atenuó, y la tristeza que solía
definirla no es más que un susurro en su mente. Me encanta verla retorcerse
mientras se transforma de una oruga inocente en una mariposa con alas oscuras.
—Sólo póntelos.
—Día libre.
—Sí.
—No —respira. A ella le gusta esto. Puedo verlo en sus ojos. Ella ama mi
obsesión porque contrarresta la suya. Somos el reflejo del otro, ambos de pie frente
al vaso, presionando nuestras palmas contra él, tratando de meterse dentro del otro.
—Todo es tuyo, Judas. —Poniéndose de puntillas, roza sus labios sobre los míos,
tan gentil, tan dulce.
Ella gime.
Paso mis dedos por sus muslos y debajo de la toalla, separándola lentamente.
—Bueno, eso no es cierto. —Su piel se ruboriza, y obligo a mis ojos a permanecer
en su rostro mientras rozo mis dedos sobre su estómago—. Puedes ser muy físico.
—Su respiración se entrecorta, sus labios se abren, y cuando me inclino, se balancea
hacia mí como si estuviera borracha.
Estoy sentado en la barra del desayuno con una taza de café en la mano cuando
ella entra. Y maldita sea, esos leggings le quedan bien. Para una niña que no hace
actividad física, es una bendición.
Pongo una taza de café para llevar en su mano y me paro, dirigiéndome hacia la
puerta. Ella me sigue sin decir palabra hasta el gimnasio en el sótano del edificio.
Nadie lo usa aparte de mí, y está vacío.
—¿Qué?
—Le tienes miedo a Nathaniel. —Traga saliva, sus hombros se ponen tensos.
Intenta quedarse en la mía casi todas las noches si puede, y aunque sé que está tan
consumida con esto como yo, no es eso. Tiene miedo que la encuentre. Al principio,
simplemente lo iba a matar, pero este es su demonio y sólo ella puede
matarlo—. ¿Porque estas asustada?
—Mi nombre sólo debería ser suficiente para protegerte, pero Nathaniel… esto
es más que un negocio para él. Entonces, te voy a enseñar cómo defenderte.
Yo sonrío.
—Voy a ser suave contigo, corderito. Básicos: ojos, garganta, entrepierna. Golpea
a cualquiera de ellos y luego corres.
Me lanzo hacia ella y ella se desvía, llevándome el puño a la garganta con más
fuerza de la que esperaba. Toso y su rostro se pone pálido.
Me río.
—¿De verdad crees que Nate vendrá por mí? —ella susurra.
—Creo que siempre debes estar preparada. Ahora… —Tomo su mano, doblando
la hoja—. Voy a ir a por ti. En lugar de evitarme, acércate, acércame y empuja el
cuchillo hacia mi estómago.
Lo hacemos una y otra vez hasta que veo esa pequeña luz en sus ojos, el ansia de
poder; la voluntad de sacar sangre.
—Sí, haciendo el trabajo del diablo. —Aquí vamos—. No sé cómo puedes servir
al Señor Todopoderoso en un aliento y alimentar al diablo con el siguiente. —Sacude
la cabeza con decepción y quiero golpear mi cabeza contra la pared más cercana.
—Mamá, ¿por qué no entras y tomas asiento? Sin embargo, no reservé uno
porque no sabía que vendrías. —Levanta la barbilla y pasa a mi lado hacia la iglesia.
Sé que está a punto de echar a una anciana del banco delantero sin una pizca de
vergüenza.
—Amén.
Pasa toda la congregación, y exactamente igual que antes, Delilah espera hasta
el final.
—Ponte de rodillas, corderito —le susurro. Una sonrisa irónica tira de sus labios,
y cae de rodillas fácilmente, manteniendo sus ojos fijos en mis pies—. Mírame. —
Ella mira hacia arriba a través de sus pestañas, tan bonita, tan tortuosa—. Abre. —
Sus labios se abren y mi polla se contrae en respuesta. Pongo el pan en su lengua y
ella cierra sus labios alrededor de mis dedos, sus dientes raspan la yema de mi
pulgar antes que su lengua lo chupe. Mi polla se convierte en piedra y lucho contra
un gemido.
—Creo que se supone que debes decir algo —pide con una sonrisa de suficiencia.
—Amén.
Debería salir, pero Delilah todavía está sentada en ese banco trasero, una pierna
cruzada sobre la otra mientras lee una de las Biblias. Me muevo hasta el final de su
banco y me detengo.
Sus dientes raspan su labio inferior y empuja su pecho hacia adelante hasta que
roza contra mí.
—Joder, te extrañé. —Tuve que tomarme un par de días y reunirme con nuevos
distribuidores. Casi me la llevo conmigo porque a pesar que han pasado semanas,
no confío en que Nathaniel o sus jefes no hagan un movimiento. Sin embargo, por
mucho que anhelo corromper a Delilah, no deseo darla a conocer a nadie que pueda
estar buscando una debilidad. Ella no necesita estar en mi mundo.
Me besa, sus labios suaves y cálidos, complacientes y dispuestos. Mis dedos van
a su cabello mientras sus palmas ahuecan mi mandíbula. Y luego una garganta se
aclara detrás de mí.
Gimo y echo la cabeza hacia atrás, rezando por fuerza. Haciéndome a un lado,
revelo a Delilah, esperando por Dios que su falda ya no esté alrededor de sus
caderas.
Delilah se sienta en el escritorio, una pierna cruzada sobre la otra. Sus mejillas
se tiñen de un rojo intenso mientras sonríe tímidamente a mi madre.
Le ofrece una sonrisa, no, esa sonrisa; el “Soy una buena católica, y te salvaré de
mi sonrisa de hija pagana”.
—Pareces una buena muchacha. Joven. Bonita. —Me lanza una mirada de juicio
como si acabara de secuestrar a una virgen para un sacrificio satánico—. Amo a mi
chico, pero si fuera tú, me mantendría alejado.
—¡Mamá!
—Te llamaré. —Cierro la puerta y apoyo mi espalda contra ella. Delilah estalla
en carcajadas—. Sí, ríete a carcajadas.
Joder, si hay algo que nunca debía suceder, era que Delilah conociera a mi madre
o a alguien de mi familia.
Los días parecen mezclarse en semanas, y la vida adquiere una nueva
normalidad. Trabajo en Fire. Voy a la uni. Veo a Judas, y se convirtió en una salvación
más de lo que podría haber predicho. Ya no es una curita, se convirtió en las mismas
células que se unen y sellan todas mis heridas. Él es parte de mí, tan arraigado que
perderlo sería como arrancar mi corazón de mi cuerpo y desear que aún latiera. Me
hace abrazarme y soltar todas las cosas a las que me estaba aferrando, todas las
cosas que me hacían sentir que no era lo suficientemente bueno. He aceptado que
tal vez no sea bueno. Me aterroriza tanto como me emociona.
Salgo de la trastienda de Fire con una botella nueva de vodka. Tan pronto como
abro la puerta del club principal, la música golpea a través de mi cuerpo, vibrando
mis huesos. Los diminutos pantalones cortos de cuero que llevo me suben por el culo
y soy consciente de las miradas persistentes dirigidas hacia mí. Judas lo odia. Trató
de hacerme trabajar en la oficina, o simplemente encubrir más, pero hay una razón
por la que las chicas VIP ganan tanto dinero. Él también lo sabe, por eso, en primer
lugar, les pide que usen los trajes.
Un par de chicos se inclinan el uno hacia el otro, con amplias sonrisas en sus
rostros mientras uno habla al oído del otro. Sus ojos recorren todo lo largo de mis
piernas y fijo mi rostro en una expresión de fría indiferencia. Demasiadas sonrisas y
comienzan a preguntarse qué estás preparado para hacer por los buenos consejos.
—Aw, vamos bebé —insulta—. ¿No hemos sido amables contigo toda la noche?
—Cierto, Dan. Creo que debería ser muy amable con nosotros —dice su amigo.
Me aparto de ellos, pero su dedo atrapa mis medias de red, haciendo un agujero
en ellas. Me congelo, miro hacia el agujero y luego al tipo.
Y luego, como para probar un punto, me agarra el culo de nuevo. Sin pensarlo,
arremeto, mi puño chocando con su nariz. La sangre explota y él grita, liberándome
de inmediato.
—¿Estás bien, Delilah? —Me vuelvo hacia Stacey, una de las otras chicas. La
preocupación estropea su bonito rostro.
Unos minutos más tarde, alguien golpea la puerta y Stacey asoma la cabeza.
Me pongo de pie y la sigo; su largo cabello rubio decolorado se balancea con cada
paso. Me ofrece una pequeña, casi comprensiva sonrisa antes de volver a subir las
escaleras a VIP, y yo me dirijo hacia las escaleras que conducen a la oficina de Judas.
En la parte superior, hay una puerta que se abre a un pasillo corto, y tan pronto como
la puerta se cierra detrás de mí, puedo escuchar a Judas gritar.
—¿Para qué te pago si las chicas tienen que defenderse? ¿Qué diablos estabas
haciendo? Obviamente no estabas prestando atención.
—Sal.
La puerta frente a mí se abre, mientras Jackson se para frente a mí, con su metro
noventa.
Respiro hondo, entro en la oficina y cierro la puerta detrás de mí. Me siento como
una niña a la que llaman a la oficina principal y la idea me enfada.
Acercándome, deslizo una pierna entre sus piernas abiertas, a horcajadas sobre
su muslo. Tomando su rostro, lo obligo a mirarme. La rabia se arremolina en sus iris,
haciendo que los ángulos agudos de su rostro parezcan fríos y duros.
—Lo manejé —le susurro, rozando mis labios sobre los suyos.
—¿Tu viste?
Cierro los ojos y sus dedos se clavan en mis mejillas con más fuerza.
—Nunca estuviste aquí antes. Se supone que debes estar oculto. Me preocupa
que hagas algo para llamar la atención. —Como matar a alguien por mirarme de
forma incorrecta—. Esto no es propio de ti. No eres irracional.
—Siempre. —Presiono un prolongado beso en sus labios por la única razón que
lo necesito. Siento que esta conexión entre nosotros se hace más fuerte día a día,
como si nos estuviéramos fusionando—. Pero no quiero que te metas en ningún
problema. Te necesito.
Sus ojos recorren los diminutos pantalones cortos y el bralette7 que estoy
usando. —Si usaras ropa...
—No, no lo harás porque me pagas diez libras la hora, y ellos —Señalo el área
VIP—, me dan una propina de cientos por noche.
—Lo igualaré.
—No.
—Absolutamente nada.
—Te juro que quieres que vuelva a prisión —gruñe, deslizando su mano sobre
la mía. Nuestros dedos se entrelazan y él aprieta, haciéndome estremecer. Frunce el
ceño mientras toma mi mano, inspeccionándola. Mi pulgar está hinchado ahora, la
piel es tan morada que bordea el negro—. ¿Le pegaste? —Asiento con la cabeza—.
Mantuviste tu pulgar dentro de tu puño, ¿no es así?
—No sé.
—Entré en pánico.
7
El bralette es una prenda de ropa femenina que combina elementos de un sostén tradicional con la
forma de un top deportivo o un 'crop top'
—Excelente. Una herida más. —Su mandíbula se mueve hacia adelante y hacia
atrás—. Estoy bien.
—Bien.
—Tan gruñón.
—Sabes por qué. —Porque no me inclinaré ante él—. No puedes ser tan
posesivo. No es normal.
Yo retrocedo.
Él sonríe.
—Por supuesto que no. No tengo que pagarte para follarte, dulce
Delilah. —Suelta el botón de mis pantalones cortos y baja lentamente la cremallera.
—Estoy trabajando.
—Adelante.
—Oye, la policía está aquí. —Reconozco el fuerte acento cockney de Marcus.
¿Policía? Oh Dios, finalmente lo descubrieron. Ellos lo saben qué maté a Isabelle. Mi
corazón se acelera un poco, y los imagino arrastrándome por la discoteca con las
manos esposadas, todos mirando, sabiendo lo que hice.
—No sé.
—Judas…
—No están aquí por ti, Delilah. Cálmate. —Sus dedos acarician mi cara, sus cejas
se juntan con fuerza—. Aquí. —Me entrega sus llaves—. Toma mi auto. Vete a mi
casa. Estaré ahí pronto.
Para cuando Judas regresa, es tarde y mis nervios están tan tensos que siento
que estoy perdiendo la cabeza.
—¿Y bien?
—Sólo querían algunas imágenes de CCTV de una pelea que tuvimos anoche.
—Fue afuera.
—Está bien.
—Dios ama a un luchador. —Esa sonrisa deslumbrante cruza sus labios y casi
me dan ganas de llorar porque me aterroriza que llegue un momento en que no
volveré a ver su rostro.
Él se ríe.
Y me lo da. Sus brazos me rodean, una mano acaricia mi cabello, y aquí mismo,
ahora mismo, siento que Judas me protegería de cualquier cosa. Pero en el fondo sé
que no puede protegerme de mí misma.
Hay un ligero golpe en la puerta de mi habitación. Cruzo la habitación y la abro.
Ti está allí, su rostro pálido y sus ojos muy abiertos.
—Lila, hay policías aquí. Quieren hablar contigo. —Siento que toda la sangre se
me escapa de la cara y mi pulso se acelera. Un escalofrío recorre mi cuerpo y mis
palmas se ponen húmedas.
¿La estación? Quieren que vaya a la estación. Mi pulso late contra mis tímpanos,
ahogando todo lo demás.
—¿Estoy en problemas?
—Sólo necesitamos hacer algunas preguntas y que usted haga una declaración.
—Me ofrece una sonrisa tranquilizadora, pero no me siento tranquila porque soy
culpable. ¿Y no se descubre siempre la gente culpable al final?
Cuando la puerta finalmente se abre con un clic, estoy lista para salir
arrastrándome de mi piel.
Entra un hombre mayor con una sonrisa amable y arrugas en las esquinas de los
ojos. Tiene una carpeta de papel debajo del brazo mientras camina alrededor del
escritorio.
Sus ojos se encuentran con los míos, y aunque están desprovistos de cualquier
tipo de emoción, siento que me está gritando que sabe lo que hice.
—¿Abrazas así a todos los novios de tus amigas? —Señala con la cabeza la
imagen. Siento que mi cara se calienta cuando me pone en un aprieto.
Los labios del detective se aprietan con fuerza. No está convencido. Toma otra
imagen de su archivo y la desliza frente a mí. Otra imagen de circuito cerrado de
televisión, esta vez de Nate y yo. Estoy tan apretada contra él que estoy a horcajadas
sobre uno de sus muslos y él está enterrando su rostro en mi cuello.
—¿Era?
—Ya no estamos juntos. —Se inclina hacia atrás en su silla, apoyando un codo
en el respaldo mientras su otra mano golpea la mesa. Voy a ir a la cárcel y luego los
jefes de Nate van a hacer que me maten. No quiero morir. No quiero ir a la cárcel.
Saca otra foto de su archivo, luego otra y otra. Todas las imágenes de Nate con
varias personas, dándoles un medio abrazo, golpeando las palmas de las manos y
una en la que están encorvados, obviamente intercambiando algo, pero la oscuridad
de la imagen hace que sea difícil ver con claridad.
Lo miro y por un momento no sé qué decir. Siento que puede ver la verdad
escrita en mi rostro, él puede leer mi mentira.
Sus labios se dibujan en una pequeña sonrisa que dice que me tiene y lo sabe.
—Sin embargo, no parece sorprendida por eso. Eso sugeriría que, de hecho, sí lo
sabía.
Presiono mis dedos contra mis sienes y cierro los ojos por un segundo. No puedo
vender a Nate.
—Mira, Nate no era el tipo más agradable. Nunca le pregunté cómo ganaba su
dinero ni qué hacía. Nuestra relación no fue algo a largo plazo. —Encojo un
hombro—. No me sorprendería que lo fuera, pero nunca vi nada.
—No. —Mi voz tiembla y mis nervios están ahí en el punto de ruptura.
Deja escapar un largo suspiro y se frota la mandíbula bien afeitada con una
mano.
—Lo siento. Realmente no sé nada. —Sé que sueno hueca, mi voz es un graznido
ronco. Veraz Estoy aterrorizada, pero probablemente debería estarlo. Incluso una
niña inocente estaría asustada de esas acusaciones, ¿verdad? Y no soy inocente. Hice
exactamente lo que él dice que hice.
Para cuando llego a casa desde la comisaría, estoy en pánico a gran escala. Tanto
es así que no me doy cuenta del BMW negro estacionado justo afuera de mi casa
hasta que es demasiado tarde. La puerta del conductor se abre y Nate sale,
enderezándose en toda su altura. Yo todavía, levantando mi mano. Es pleno día, pero
no confío en él. Cuando lo miro, todo lo que veo es la rabia loca que pintó su rostro
esa noche, y todo lo que siento son sus manos en mi garganta, el golpe en mi cara.
—¿Qué les has dicho? —él dice. ¿Cómo diablos sabe que estaba con la policía?
—Tócame y gritaré —le advierto. Sus fosas nasales se inflaman, sus puños se
aprietan a los costados. No va a ir a ninguna parte—. Les dije que no sabía nada, ¿de
acuerdo? Tenías razón. Querían que me volteara sobre ti. Les dije que no podía
ayudarlos. Ahora vete.
Él sonríe.
—¿Sí? Está jodiendo contigo, Lila. Jugando contigo. ¿Qué interés podría tener un
chico así con una chica como tú?
—Por supuesto que podrías darle la vuelta, usarlo, jugar con él... —Frunzo el
ceño y froto mis palpitantes sienes.
—¿Qué?
—Estaba tan enojado cuando pensé que estabas trabajando para él. —Su
mandíbula se tensa—. No pensé que estuvieras follando con él —escupe. Y si lo
hubiera hecho, estoy seguro que probablemente me habría matado, a pesar que no
estaba durmiendo con Judas en ese momento.
—¿Es el dinero, Lila? ¿Las discotecas y los autos rápidos? ¿Pensaste que
ascenderías en el mundo?
—Vete a la mierda, Nate —espeto, cada vez más valiente—. Él me está ayudando.
Tengo un trabajo que no implica...
—Ah, sí, en Fire. El mismo lugar que ayudaste a cerrar. —Él sonríe—. Ese coño
dorado debe estar funcionando como un regalo para que él lo pase por alto. —Me
mira de arriba abajo—. Pero todo está arreglado ahora, ¿verdad? Un par de niños
muertos no son suficientes para reprimir a un Kingsley. —Hay algo en la forma en
que lo dice, la mirada maníaca en sus ojos, la sonrisa torcida en sus labios.
Cerrando los ojos, suelto el aliento que tiene mis pulmones gritando.
—¿Lila?
Yo sonrío.
—Eso es algo. Gracias. Pero está bien. Fue sólo una confusión.
—Lila, has estado en la estación por más de dos horas. No tienes que mentirme.
—Ellos saben que Nate trata, digo. —No es información nueva para ella. La
mayoría de los fiesteros en el campus saben que Nate trata, pero no que yo lo
ayudé—. Ellos pensaron que yo todavía era su novia, y ahora quieren que lo delate.
Encojo un hombro.
—No quiero tener nada que ver con nada de eso, Ti.
—Gracias.
—Gracias. —Ti es una buena chica. Supongo que en un momento fui una buena
chica, o al menos intenté serlo, pero ahora apenas puedo recordar ese momento.
Honestamente, creo que siempre he estado un poco contaminada, y con cada terrible
novio chico malo, empeoraba progresivamente. Hasta Nate. Ni siquiera supe lo malo
que era hasta que estuve unos meses adentro, y en ese momento, Nate se había
convertido en una especie de droga. Una prisa progresiva. Cada paso que daba con
él era como avanzar hacia algo más difícil hasta que finalmente estaba en ese
destructivo punto sin retorno. Punto más bajo. Traficar con drogas, vivir para las
prisas, secretamente esperando que tal vez, sólo tal vez me atrapen. Imaginando la
expresión del rostro de mi padre cuando se dio cuenta de lo lejos que había caído su
hija perfecta. Había una cierta satisfacción en ello.
Elegí a Nate porque era malo. Y luego está Judas, que nunca fue una elección. Me
encontró en el fondo y en lugar de levantarme, me susurró que profundizara un poco
más, que abrazara la miseria de mi maldita alma.
Colapsando en mi cama, dejo escapar un largo suspiro y cierro los ojos, tratando
de bloquear todo.
Mi teléfono vibra y miro la pantalla y veo un mensaje de texto de Judas. El sólo
pensar en él ahuyenta un poco el pánico, y levanto el teléfono y leo el mensaje.
—Hola.
—Nada. —Me froto la cara con una mano. No quiero verlo porque necesito estar
sola en esto, pero luego me golpea el pensamiento: podría ir a la cárcel. No hay nada
como un hacha inminente colgando sobre tu cabeza para hacerte sentir que la vida
es corta—. ¿Dónde estás?
—En la iglesia.
Hoy no hay nadie aquí, pero sé que Judas estará en el confesionario. La cortina
del otro lado está abierta. Con pasos silenciosos, me acerco a la cabina y tiro de la
cortina para cerrarla, antes de ir al lado en el que se sienta el sacerdote. Espero
encontrarlo sentado allí, pero en cambio, está de pie, con la espalda apoyada en la
partición y una sonrisa sexy tirando de sus labios.
Dejándome caer, me sube la falda del vestido y engancha los dedos en el encaje
de mi ropa interior. Recolectando el material de mis caderas, tira, destrozándolos.
La emoción corre por mis venas, y la anticipación hace que mi corazón palpite como
una estampida de caballos salvajes. Aquí, en este lugar, esto se siente tan mal, y me
encanta. Busco a tientas su cinturón, abro el cuero de un tirón y alcanzo el botón de
sus pantalones. Los dedos se enrollan en mi cabello de nuevo, pero esta vez usa su
agarre para darme la vuelta, empujando mi pecho contra el divisor. Dios mío, si
alguien entra al otro lado del confesionario, sabrá exactamente lo que estamos
haciendo. No debería excitarme tanto, pero creo que me encanta la idea de profanar
la tierra sagrada tanto como me encanta que Judas me profanara. Quiero un testigo
de nuestra depravación. Dos almas malas que no deberían estar en la casa del Señor,
ensuciándola. Judas me separa las piernas y arrastra sus dedos por el interior de mi
muslo. Casi no puedo respirar cuando llega a la cima.
—Paciencia. —Luego golpea dos dedos dentro de mí con tanta fuerza que me
veo obligada a ponerme de puntillas dentro de mis botas. Mi palma golpea contra la
partición, buscando algún tipo de agarre. Gime contra mi oído, y giro la cabeza
contra su brutal agarre de mi cabello, sus labios golpean los míos y trago el sonido
salvaje—. Tan jodidamente húmeda, Delilah —sisea contra mis labios,
empujándome aún más fuerte.
—Joder, Delilah.
En sus brazos, estoy perdida y reencontrada. Los pedazos de mí que alguna vez
se rompieron ahora son simplemente suyos.
Todo crece dentro de mí como si esta presión suplicara ser liberada. Judas
manipula cada movimiento hasta que estoy desesperada por algo que sólo él puede
darme.
Por un momento ninguno de los dos se mueve. Mi cabeza cuelga hacia adelante
derramando el pelo largo entre las rodillas separadas de Judas frente a mí. Sus
palmas se deslizan sobre mi trasero y mis muslos. Nuestras respiraciones
demasiado fuertes se mezclan, sonando como el epicentro de una tormenta en el
silencio de la iglesia. Si hay alguien aquí, no hay forma que no lo hayan escuchado.
—¿Qué se supone que debo hacer con eso? —Él sonríe— ¿Recuerdo?
—Eres asqueroso.
Se ríe y me besa una vez más antes de abrocharse los pantalones y tirar de la
cortina del confesionario. Me aprieto contra el banco, tratando de esconderme, por
si acaso hay alguien ahí fuera.
Agacho la cabeza.
—Me arrestaron.
Siento el cambio en el aire. El coqueto y divertido Judas desaparece, y sin
siquiera mirar, sé que ahora tengo al Judas malo. El tipo que tiene la capacidad de
asustarme, aunque sé que nunca me haría daño.
—¿Qué? —Su voz es como el hielo que se raspa de un parabrisas en una mañana
de enero.
Levanto la mirada.
—Ellos lo saben.
—¿Y no pensaste en decirme esto por teléfono? ¿Pensaste que deberíamos follar
primero?
—¿Qué dijiste?
—Que no sé nada. ¡No soy estúpida! Sé que sus jefes vendrán por mí. Pero Nate
sabe que me interrogaron. —Oh Dios, ahora parece enojado.
—Dijo algo...
—Nate está enojado porque estamos juntos. Estaba tratando de llegar a mí, y
dijo: “Supongo que se necesitan más de un par de niños muertos para mantener a
un Kingsley en el suelo” —Niego con la cabeza y veo sus ojos entrecerrarse—. Puede
que no sea nada, pero la forma en que lo dijo... Fue como si le molestara que Fire
estuviera abierto de nuevo. Pero se ocupa de Fire. Fue su principal fuente de
negocios antes que cerrara. ¿Por qué querría que permaneciera cerrado?
—¿Te tocó? —Niego con la cabeza y él se acerca, sus ojos buscan los míos.
—No puedes prometer eso, Judas. Soy culpable. —Niego con la cabeza y levanto
la cara de su pecho. Me mira, una pequeña sonrisa jugando en sus labios.
—Corderito, olvidas quién soy. —Presiona sus labios contra los míos—. Soy un
Kingsley. Dirigimos esta ciudad.
Y mientras él dice las palabras, le creo, de la misma manera que siempre le creo
a Judas. Confío en él cuando dice que me protegerá, y nunca me siento más segura
que cuando estoy aquí, en sus brazos.
—Jase —gruño.
Él exhala un suspiro.
Él ríe.
—¿Que necesitas?
—Difícil, pero se puede hacer. Dame un par de días. ¿De quién es el informe?
—Isabelle Wright.
—Hecho. Como eres tú, y somos familia, te cobraré lo de siempre. —Se ríe de
nuevo y cuelga. Lo de la familia es una broma corriente para Jase. Si Saint no le
pagara tan bien, estoy seguro que su lealtad caería en otra parte.
—Judas.
—Saint.
—¿Qué quieres?
Yo suspiro.
—Ven aquí.
Ella levanta la cabeza y coloca sus brazos sobre mis hombros. Los labios
carnosos se inclinan en una sonrisa juguetona mientras sus ojos se posan en mi boca.
—Bueno, si eso fuera cierto, entonces todavía estaría en la cama con el sacerdote
caliente. —Inclinándose, roza con sus labios la comisura de mi boca—. En cambio,
estoy aquí con este jefe de drogas de aspecto poco fiable.
Gimo, y ella se sienta hacia atrás, mirándome a través de esas largas pestañas.
Un lado de su labio inferior desaparece entre sus dientes y no tiene idea de lo que
me hace esa mirada. La chica puede convertir mi polla en piedra con una mirada.
Colocando mis labios en su cuello, paso mi lengua por su piel. Mis dedos se
encuentran con el encaje de su ropa interior y el pequeño jadeo que la deja es el
sonido más dulce. Empujando el cordón hacia un lado, meto dos dedos dentro de
ella, y es hermoso, realmente lo es. Sus labios se abren, sus pestañas recorren sus
pómulos mientras ondas de cabello oscuro caen hasta su cintura. Todo se detiene
por un segundo, el mundo contiene la respiración para presenciar su perfección.
—Necesito un favor.
Finalmente vuelve su mirada hacia mí, sus ojos helados en busca de debilidades.
—Entonces te lo debo.
—No puedes deber más de un pecado a la vez. —Pusimos estas reglas en su
lugar cuando teníamos doce años después que yo le debía tantos pecados a Saint que
decidió cobrarlos todos en un sólo día. Íbamos a una escuela católica estricta y
constantemente intentábamos que expulsaran al otro. Me hizo cortar los neumáticos
del director, prender fuego en la cafetería, darle un puñetazo a David Loughton en
la nariz y que me pillaran follando con el dedo a Daisy Johnson en el vestuario de
chicas. Ese último hizo que me expulsaran.
—Las reglas son las reglas. —Levanta una ceja—. Dime lo que quieres y lo
consideraré.
—Ah, sí, la chica que tomó una sobredosis en tu club. Descuidado, Judas.
—Hay una chica a la que están investigando. Está vinculada a Nathaniel Hewitt.
Creo que trabaja para la familia Moretti.
—¿Cuál es su nombre?
—Delilah Thomas.
—¿Por qué? ¿Qué es ella para ti? Sus ojos se entrecierran. No puedo hablarle de
Delilah. Saint no ama más que una debilidad, y dándole esto; Básicamente le estoy
mostrando mi garganta.
—Sospecho que hay más en esta sobredosis. Tengo un plan para joder a los
italianos. Sólo la necesito para sacarla de… —Él no dice nada, simplemente mira,
esperando. Pongo los ojos en blanco—. Ella sabe mucho sobre la operación de
Moretti.
Sé a dónde va con esto. La idea que Delilah pueda saber algo será suficiente para
poner nervioso a Saint. Una palabra incorrecta a la policía y tienen una orden judicial
para revisar todo. Él y yo estamos unidos por algo más que sangre gracias a Harold
Dawson.
Me mira fijamente hasta que se vuelve incómodo, pero estoy acostumbrado con
Saint. Sé que no debo demostrarle que me inquieta.
—¿Es por negocios o por placer?
Una lenta sonrisa se dibuja en sus labios, y sé por esa mirada que he cometido
un error.
Sus ojos se cruzan con los míos, nada más que puro cálculo brillando a través de
ellos.
—¿Por qué?
—Entonces no debería ser una gran pérdida. Consigue lo que necesitas y mátala.
Mierda. ¡Mierda!
—No voy a matarla, Saint. —Hace una pausa en la mitad del pasillo y se vuelve
hacia mí.
—Una semana debería ser suficiente —dice sin darse la vuelta. Dios, es un idiota.
Cuando salgo de clase, cruzo el campus y empiezo a caminar hacia la estación de
metro. Un auto se detiene a mi lado y la ventanilla se baja.
—Necesitamos hablar.
—Eso no suena bien. —Judas estuvo distante durante los últimos días,
constantemente ocupado. Ni siquiera me he alojado en su casa durante las últimas
dos noches. Nate dijo que se cansaría de mí. ¿Sabe algo que yo no?
—Delilah. No seas ridícula. —Sus dedos agarran el volante con fuerza mientras
mira a través del parabrisas a un par de niños pateando una pelota de fútbol.
—¿Qué?
8
Son dos tipos de sustancias estimulantes que tienen efectos psicodélicos parecidos, sin embargo, su
composición es diferente y puede resultar más tóxica. Lo más peligroso de estas sustancias es que en
algunos casos su efecto se demora y esto hace puede hacer que las personas consuman más y
tengan una sobredosis.
—¿Las pastillas eran malas?
—Un rastro de PMA en una pastilla podría ser un error, una mala pastilla, pero
esto no es un error.
—¿Entonces las pastillas que Nate me dio fueron puestas deliberadamente para
matar?
—Sí, pero podrían haberlas comprado en otro lugar después que los viste. O…
—¿O qué?
Acerco mis rodillas a mi pecho y apoyo la frente sobre ellas. Esto no está
ocurriendo.
—Eres su chivo expiatorio. Él te amenaza, así que sabe que te callarás. La policía
obtendrá lo que necesita y te enviará por su crimen.
Limpio con enojo las lágrimas que corren por mis mejillas. Estoy loca. Estoy
enojada con Nate por ser tan idiota, por hacerme creer que se preocupaba por mí
cuando yo no era más que un peón ingenuo. Estoy enojada por Isabelle porque todos
están pensando que ella es sólo una chica estúpida que se tomó demasiadas pastillas
y se suicidó. En realidad, ella era sólo una chica que pasaba un buen rato. Estoy
enojada por la injusticia de todo esto, por el hecho que Nate probablemente se saldrá
con la suya.
—Necesitamos algo más que ese informe de toxinas. —Me mira por un
momento—. Vamos a darles lo que quieren.
—¿Y qué es eso?
Mi pecho se contrae y, de repente, el aire del auto se vuelve más fino. Abriendo
la puerta, salgo y camino un poco hacia el parque. Escucho el portazo de un auto
detrás de mí.
—¡Delilah!
—¿Por qué estás haciendo esto? —Me doy la vuelta y lo miro. Está de pie con las
manos en los bolsillos de los pantalones de su traje. Quiero creer que él haría esto
por mí, pero todo lo que sé de hombres como Judas Kingsley me dice que no sea tan
malditamente ingenua, como lo fui con Nate. Si hago esto... le confiaré mi
vida—. ¿Quieres vengarte de Nate por joderte?
—Estás tan lejos de los negocios, corderito. —Su voz es cortante y tensa.
Dios, tengo tantos problemas con él. Tiene mi corazón en su mano y ni siquiera
lo sabe. Me pregunto cuándo Judas se volvió tan vital para mí. ¿Cuándo se convirtió
en el centro de mi mundo?
—Mírame. —Me encuentro con el azul profundo de su mirada, pero por una vez,
no hay ningún destello travieso, ninguna fachada endurecida, sólo... él. Y creo que
nunca me di cuenta de lo cauteloso que suele ser hasta este punto. Siento que puedo
ver su alma, su verdad—. Estoy caminando por una línea delgada aquí, Delilah. Está
en mi naturaleza destruir todo lo que se interponga en mi camino. Nathaniel
normalmente no sería un destello en mi radar, pero ahora tu destino está
entrelazado con el suyo. Él está apuntando con una pistola a tu cabeza y, a su vez, a
la mía.
Respiro profundamente.
—Te diré lo que necesitas saber sobre Nathaniel Hewitt. Pero quiero inmunidad
total. Quiero salir de aquí hoy, y quiero que me asegures que Nate nunca sabrá que
fui yo.
—Gracias.
Me encojo de hombros.
Por una vez, espero no haber puesto la fe en el tipo equivocado. Sin embargo,
honestamente, en este punto, si Judas me traicionara, creo que preferiría morir
antes que vivir las secuelas. Esos son los extremos a los que he caído bajo su hechizo.
Se siente como mi razón de existir ahora.
Funcionó perfectamente. El detective principal recibió el informe de toxicología
y arrestó a Nathaniel pocas horas después que Delilah hiciera su declaración. Por
supuesto, quiero más tiempo, pero me he quedado sin opciones. Tengo a Saint
respirando en mi cuello con un reloj que hace tictac, y Delilah está en varios puntos
de mira. Pensé que tendría tiempo para ver crecer a mi pequeña pecadora, para
nutrirla, pero el tiempo se acabó. Es ahora o nunca. Hazlo o muere. O tendrá éxito o
fracasará.
—Tommy.
El asiente.
—Judas. —Su padre trabajaba para mi papá y mi tío. El mejor abogado del país,
solía decir mi papá. El hombre los mantuvo fuera de la cárcel, por lo que no podía
ser mucho menos que un hacedor de milagros.
Asiente con la cabeza y sale del auto sin decir una palabra. Tommy es extraño,
pero es muy bueno en lo que hace. Se parece a su padre.
—Corderito.
—Delilah, cálmate. Los Moretti ni siquiera sabrán que Nathaniel fue arrestado
todavía. Estás más segura allí con tus amigas que sólo. —Odio esto; que le estoy
haciendo esto, pero tengo que hacerlo. Ella necesita lo que está por venir tanto como
yo. Puedo arreglar todo esto, pero necesito que ella evolucione—. Quédate donde
estás. Te veré más tarde. —Cuelgo el teléfono, agarrándolo con fuerza en mi mano.
Este es mi camino. Esta es la voluntad de Dios, su prueba. Tenemos que pasarlo.
Horas más tarde, Tommy finalmente sale por el frente del edificio. Cruzando la
calle, se sube a mi auto.
—¿Bien?
Consulta su reloj.
Otro asentimiento entrecortado y sale del auto. Miro por el espejo retrovisor
mientras desaparece en la noche como una sombra que nunca fue.
Me siento y espero, hasta bien entrada la noche, hasta que, finalmente, Nathaniel
se tambalea desde el frente del edificio. Por un momento, se queda ahí parado, como
supongo que haría si mi vida entera hubiera sido destruida. Hasta que fui tras la
persona que pensé que era responsable, en este caso, la única persona cuya
“evidencia” me había obligado a ir a ese rincón de mierda.
La emoción corre por mis venas. Este es el momento donde Delilah descenderá
a los humeantes pozos de la oscuridad, donde se bañará en sangre y depravación.
O... ella morirá, y nosotros nunca debimos ser. Ahora peca por mí, corderito.
Demuestra que eres digna.
Me despierto con un sonido. Sentada muy erguida, me esfuerzo por escuchar por
encima de mi corazón martilleando. Nada. Mirando el despertador, veo que son las
dos de la mañana. Todavía no he sabido nada de Judas. ¿Y si le pasa algo? ¿Y si los
Moretti se enteraran de lo que hicimos?
Algo se enreda en mi cabello y estoy tirado hacia atrás contra un cuerpo duro.
—Sólo iba a matarte, pero creo que me debes una, ya que arruinaste mi puta
vida —sisea. Su mano libre se arrastra por mi muslo y gimo, giro la cabeza hacia un
lado y cierro los ojos con fuerza—. ¿Me lo vas a entregar por última vez, Lila? ¿O
simplemente lo tomo? —Se ríe, su aliento me baña la mejilla. Cuento hasta diez en
mi cabeza, tratando de mantener la calma. Espero. Al abrir los ojos, me concentro en
la mesita de noche, en la tenue luz roja del despertador.
—Mierda. —Se echa hacia atrás un poco, pero no lo suficiente. Algo cambia en
mi neblina de pánico ciega y cargada de adrenalina. El miedo se convierte en ira y el
pánico se convierte en determinación. Envolviendo mi mano alrededor de la parte
de atrás de su cuello, lo acerco a él, clavando la hoja en cualquier lugar disponible.
Lo odio. Lo quiero muerto. Un grito desigual se escapa de mi garganta mientras lo
apuñaló una y otra vez, encontrando una cierta satisfacción en cada golpe. Sigo
avanzando hasta que me duele el brazo y ya no puedo respirar correctamente.
—Um, Lila, deberías dejar el cuchillo —dice Ti. Todavía sostengo el cuchillo en
mi mano, la sangre gotea de la hoja, mis manos están pintadas de rojo—. ¿Quieres
que llame a Judas? —Ella susurra.
Asiento con firmeza, y mis rodillas ceden mientras colapso al suelo de espaldas
a la cama. Me siento empoderada, pero también entumecida como si mis emociones
se hubieran vuelto tan revueltas que ya no puedo encontrarlas.
—Lo siento, señorita Thomas. —Eso es todo lo que dice. Luego, con un
movimiento de cabeza, sale de la habitación.
Una hora más tarde, estoy libre para irme. Una de las enfermeras me trae unos
jeans y una sudadera con capucha, cortesía de Ti. Cuando salgo a la sala de espera,
Judas está esperando. Lo identifico de inmediato como si no hubiera una sola
persona más en la concurrida sala de espera.
Cruza la habitación hacia mí y desliza sus dedos por mi mejilla. La policía sólo
me dio algunas toallitas húmedas para bebés y sé que todavía tengo sangre. Puedo
sentirla pegada a mi piel, adherida a la línea de mi cabello. Sus ojos recorren mi
rostro y una suave sonrisa toca sus labios. No necesitamos decir nada.
—Aquí no. —Tomando mi mano, me lleva fuera del hospital hacia su auto. No
hablamos hasta que estamos dentro de su apartamento, parados en el baño.
Me quito la sudadera con capucha y luego los jeans, dejándolos caer al piso del
baño. Judas toma mi forma desnuda, su mirada se desvía gradualmente hacia el sur.
Sé cómo debo lucir, algo salido de una pesadilla. También sé que a Judas no le
importará. No me juzgará. La sangre forma una costra sobre mi estómago, mi pecho,
mi garganta e incluso mis piernas.
—Trató de matarme. Primero quería violarme. —Mi voz suena casi robótica.
Totalmente distanciado.
Judas cierra ese pequeño espacio entre nosotros y presiona su cuerpo contra el
mío. Sus manos ahuecan mis mejillas, e inclina mi cabeza hacia atrás, obligándome
a encontrarme con su mirada.
—Pero no lo hizo.
—No.
Esos hermosos ojos azules se fijan en los míos mientras acaricia mi mejilla, mi
mandíbula; mi garganta.
—Tan hermosa —susurra.
Empujándome de puntillas, presiono mis labios contra los suyos. Necesito que
me conecte a tierra, que ruede en la depravación conmigo. Tal vez debería sentir
algún tipo de remordimiento u horror, pero no es así, porque mientras estoy aquí,
cubierta de sangre y mirándolo a los ojos, todo lo que veo es adoración.
Lo beso de nuevo, pero esta vez me golpea contra el azulejo, sus labios caen con
fuerza sobre los míos. Hay un aire repentino de desesperación, una especie de
necesidad frenética. Sus manos están en todas partes, reclamándome, marcándome
y poseyéndome de la manera más reverente. Siempre hemos sido eléctricos, pero
esto, es más. Mucho más. Todo cambió. Yo creo. En Dios, en él, en nosotros. Se siente
como si me estuviera adorando, dándome la bienvenida en su propio templo
personal.
—Bautízame —le suplico contra sus labios. Se echa hacia atrás, encontrando mi
mirada—. Aquí mismo. Ahora.
—Ah, pero eso lavaría tus pecados, y los llevas tan hermosamente.
Él sonríe.
Sus labios chocan contra los míos con tanta hambre que me roba el aliento. Los
dedos agarran mis muslos, me levantan y los separan. Y luego está enterrado dentro
de mí. Mi cabeza cae hacia atrás contra la pared y un gemido se escapa de mis labios.
Sólo una vez que estamos en la cama, con los primeros rayos del amanecer
entrando por la ventana, finalmente hablamos racionalmente.
—¿Pero no lo estaba?
—Les pagué.
—No, corderito. Quería crearte. —Él rueda encima de mí, su mano ahuecando
mi rostro—. Lo sientes, ¿no? ¿El poder? —Asiento con la cabeza—. Te lastimó,
Delilah.
—Lo sé.
—¿Judas?
—¿Pensé que era para estropear tu cuerpo para no estropear tu alma? ¿Qué pasa
si quiero que mi alma se estropee?
—Ese es Saint. Pienso en la mía como una representación externa de mi alma.
No escondo lo que soy. Lo acepto. —Tomo el cuchillo de su palma y él se posa en el
borde de la cama, mirándome fijamente—. Considéralo un regalo de bodas tuyo para
mí, corderito.
—¿Qué?
¿Y cómo podría decir que no? ¿Por qué habría? Soy suya: mente, cuerpo, corazón
y alma. Él es dueño de cada fibra mía. Él me hizo, me creó, me moldeó. Confío en él
con todo lo que soy.
No tengo idea de por qué me han llamado, y no estaría aquí si la solicitud hubiera
venido de alguien más que de mi madre. Caminando por el pasillo, veo a mi madre,
mi padre y Judas, todos acurrucados frente a la Virgen.
—Judas tiene un anuncio que hacer. —Está sonriendo como si acabara de ganar
la lotería, y sólo puedo pensar en una cosa que la haría feliz así: la posibilidad de
tener nietos.
—Me voy a casar —dice Judas, y mamá chilla, agitando las manos y llorosa.
—¿Y quién, por favor dime, es la desafortunada mujer? —Aunque, por supuesto,
no necesito preguntar. Me doy la vuelta al oír pasos sobre el suelo de piedra de la
iglesia.
Una mujer entra por la puerta, la luz del sol se derrama a su alrededor como una
aparición sagrada. A medida que avanza más adentro, veo un vestido crema, no
blanco, que termina justo por encima de sus rodillas. El cabello oscuro cae alrededor
de sus hombros en suaves ondas, contrastando con la piel pálida. Ella es bonita.
Delilah Thomas. Por supuesto, sé exactamente quién es ella. No le pediría a mi
hermano que la matara y luego no miraría cada sórdido centímetro de su patética
vida. Ella no es nadie. Promedio en todos los sentidos. Otra chica rubia va detrás de
ella, sonriendo a todos y agachándose en un banco al otro lado del pasillo.
Delilah mira a mi hermano, y sus ojos se ponen vidriosos. Ella es como una puta
drogadicta que sólo busca un golpe. Yo sonrío. Oh, está bien. La tiene enredada con
tanta fuerza que ella cree que él mismo es Dios. Sí, puedo ver los pecados pegados a
ella como un manto. Apesta a la blasfemia de Judas.
Ella lo alcanza y toma su mano. Otro sacerdote sale de algún lugar y me siento
en el banco junto a mi madre. Ella hipa, secándose las lágrimas mientras se repiten
los votos. Miro atentamente; la forma en que Judas la mira mientras profesa amarla
y apreciarla. Oh, esto es demasiado bueno. Él realmente la ama. No estaba seguro
que mi hermano fuera capaz; después de todo, somos muy parecidos. Él es débil por
ella.
Y así, como su tocaya, Delilah, que le cortó el pelo a Sansón y le robó su fuerza,
ella es su debilidad. Interesante.
—Oh. —Madre se aferra a su pecho mientras se besan—. Estoy tan feliz por él.
Ella hará de él un hombre honesto.
No sé por qué pierde el aliento, o por qué cree que se atenderán esas peticiones.
Ella lo sabe mejor ahora. Madre se pone de pie y se apresura a avanzar tan pronto
como Judas y Delilah se separan. Ella abraza a la niña y el padre le da la mano a Judas.
Entonces mi hermano camina hacia mí, con esa sonrisa engreída todavía en su lugar.
—Bien jugado. —Me acerco a él, bajando la voz—. Pero ahora me debes dos
pecados.
—Estoy cambiando las reglas. —Abre la boca para hablar, sin duda para decirme
que no puedo—. Y yo puedo. Anda con cuidado, hermano. Ahora tienes un punto
débil. —Asiento con la cabeza hacia Delilah, que todavía está junto a mi madre. La
mandíbula de Judas se tensa y sonrío—. Dos pecados, hermano. Disfruta de tu luna
de miel. Pronto estaré para sellar con sangre esa segunda deuda.
Sus ojos se encuentran con los míos, una tregua tentativa pasando entre
nosotros.