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Antecedentes de la Filosofía

Para estudiar los antecedentes de la filosofía debemos comenzar por conocer qué se
entiende por filosofía.

El hombre tiene una mente con unas capacidades enormes. Esta enorme capacidad
de pensar le permite plantearse cosas como cuál es la finalidad de la existencia, el
concepto de libertad, la naturaleza humana y otras consideraciones que son estudiadas
por la filosofía. A lo largo de la historia han sido muchas las escuelas filosóficas que han
intentado dar una respuesta u otra a estas preguntas. A continuación analizaremos cómo
ha sido la evolución histórica de la filosofía desde las premisas más antiguas hasta las
más modernas escuelas filosóficas.

Antecedentes de las escuelas filosóficas


Un filósofo es la persona que desea por naturaleza conocer, encaminarse hacia la verdad
o por lo menos tratar de acercarse lo más posible a ella. En este sentido las primeras
escuelas que se preocuparon por estudiar y pensar con cierto criterio sobre todas estas
cuestiones fue la escuela Griega de filosofía.

Quizá también te interese conocer cuáles son los antecedentes históricos de la física, así
como cuáles fueron los antecedentes históricos de la geopolítica.

Quizá fue el hecho de que los Griegos no tenían unas escrituras religiosas ni una religión
institucionalizada, lo que les hizo comenzar a plantearse preguntas sobre nuestros
orígenes que otras civilizaciones no se habían planteado.

La primera escuela Griega de filosofía son los llamados Presocraticos, o anteriores a


Sócrates, aunque es la figura de Tales de Mileto la que aparece en numerosos
manuales como el auténtico precursor de la ciencia filosófica.

Algunos de los más relevantes exponentes de la Filosofía Clásica Griega


son Platón con la creación de la Academia, y Aristóteles entre muchos otros.

Filosofía durante la edad media y moderna


Tras la escuela clásica hubo unos siglos en las que las tesis filosóficas no avanzaron
demasiado, sobre todo por la fuerte influencia de la iglesia en el medievo y el
sometimiento y falta de libertad que sufría la población en aquellos siglos que reprimían
cualquier planteamiento fuera de los cánones eclesiásticos.
En el siglo XVII hubo una serie de filósofos muy destacados que trataban de plasmar sus
tesis filosóficas basándose en el racionalismo, la lógica y los axiomas. Destacan de
aquella época Descartes, Pascal y Thomas Hobbes.

En la ilustración durante el siglo XVIII y siguientes aparecen corrientes que se cuestionan


absolutamente todo y que se basaban en el empirismo con las aportaciones de Voltaire,
Rousseau y culminando con Kant.

Antecedentes filosóficos contemporáneos


En los últimos dos siglos debemos destacar las contribuciones de Marx y Engels así
como las tesis contrapuestas de Adam Smith. Ambas corrientes tuvieron mucha
influencia no solo en la creación de las diferentes corrientes políticas sino también en la
forma de concebir la economía, la intervención del estado o el libre mercado. Estas tesis
se extendieron por todo el mundo desde occidente hasta Asia y América y en países tan
cercanos a nosotros como México, Argentina, España o cualquiera de habla hispana.

Esperamos haberos ayudado a conocer cuáles son los antecedentes históricos de la


filosofía y su evolución a lo largo de los siglos.

Aristóteles
(Estagira, 384 - Calcis, 322 a.J.C.) Filósofo
griego. Hijo del médico real de Macedonia,
estuvo veinte años en la Academia de Platón,
primero como discípulo y luego como
investigador y como tutor. Candidato a ser el
sucesor del maestro, se afirma (aunque es dudoso) que quedó despechado por el
nepotismo de la elección de Espeusipo y marchó a Assos (Asia Menor), donde escribió su
diálogo Sobre la filosofía (la «carta de Assos») y fundó un centro de estudio bajo la
protección de su amigo Hermias, gobernador de Atarnea, con una de cuyas parientes,
llamada Pitias, se casó.
Muerto Hermias (capturado y crucificado por el sátrapa Mentor), partió hacia Lesbos como
huésped de Teofrasto; fiel a la amistad, compuso la Oda a la virtud, en memoria de
Hermias y por la que veinte años después sus enemigos intentaron procesarle por
impiedad. Aceptó luego de Filipo II de Macedonia el cargo de preceptor de Alejandro
Magno (de 13 años), quien siempre conservaría un gran respeto por su maestro, le
apoyaría económicamente e incluso le mandaría desde el Indo ejemplares de la fauna y
de la flora de su imperio.
Aristóteles se había trasladado mientras tanto de nuevo a Atenas y había fundado el
Liceo, donde enseñaba paseando (de ahí el nombre de escuela «peripatética»), seguía
sus investigaciones y análisis de datos, correspondientes a los más diversos campos (arte
dramático, constituciones políticas, deportes olímpicos, zoología), y elaboraba una
veintena de obras. Sin embargo, al morir Alejandro (a los 33 años), el clan
de Demóstenes (autor de las Filípicas y, por tanto, enemigo de Aristóteles) se envalentonó
y el Estagirita volvió a decidir su partida, para «ahorrar a los atenienses un segundo
atentado contra la filosofía» (el primero lo habían cometido con Sócrates). Al año
siguiente, moría en Eubea de úlcera de estómago.
Escondidas en una bodega (para protegerlas de los proveedores de Pérgamo), sus obras
fueron olvidadas, descubiertas por azar, ordenadas y editadas por Andrónico de Rodas en
la Roma de Cicerón, redescubiertas como totalidad en la Edad Media por los árabes,
cristianamente interpretadas (bautizadas) por los tomistas y neoescolásticos, relegadas
por los modernos y, por último, definitivamente rehabilitadas a partir de Hegel.
De ellas, la tradición ha recogido con el nombre de Órganon las obras de
lógica: Categorías, De la interpretación, Primeros y Segundos
analíticos, Tópicos y Refutaciones de los sofismas. Además de la Retórica, de la Poética (en
parte) y de Sobre el alma, la «antropología» de Aristóteles comprende la Ética a Eudemo,
la Ética a Nicómaco, la Política y la Constitución de Atenas. Sus obras sobre la naturaleza
son Del cielo, De la generación y corrupción, los Meteoros, la Mecánica, De las partes de los
animales, De la generación de los animales , Sobre el caminar, Sobre el movimiento, etc. Los
varios libros de la Física y de la Metafísica fundamentan y coronan el conjunto.

Gracias a él, sabemos de la ciencia positiva de la época y de los trabajos y concepciones


de sus predecesores y contemporáneos. Aristóteles aporta siempre agudas y originales
observaciones y no pocas de sus adquisiciones lo han sido de las ciencias naturales de
todos los tiempos (algunas, incluso, no confirmadas hasta el siglo XIX): describió unas
400 especies (de las que disecó unas 50), distinguió entre animales «sanguíneos»
(vertebrados) y «exangües» (invertebrados), clasificó a los murciélagos como mamíferos,
describió la vida social de las abejas, distinguió entre insectos dípteros e himenópteros y
entre rocas y minerales y aportó la noción capital de especie.

Clasificador y analista universal (de regímenes políticos, de géneros literarios, de


categorías y de modos de razonar e, incluso, del ser y de las causas) y tan atento al
fenómeno del lenguaje como reticente con los abusos del habla, Aristóteles se planteó
además y sobre todo las grandes cuestiones de fondo: la estructura de la materia, la
organización de la vida, el poder del espíritu y sus límites, la libertad del hombre y su
sentido y la trascendencia misma de la divinidad y su misterio.
Arquímedes
(Siracusa, actual Italia, h. 287 a.C. - id., 212
a.C.) Matemático griego. Los grandes
progresos de las matemáticas y la astronomía
del helenismo son deudores, en buena
medida, de los avances científicos anteriores y
del legado del saber oriental, pero también de
las nuevas oportunidades que brindaba el
mundo helenístico. En los inicios de la época
helenística se sitúa Euclides, quien legó a la
posteridad una prolífica obra de síntesis de los
conocimientos de su tiempo que
afortunadamente se conservó casi íntegra y se
convirtió en un referente casi indispensable
hasta la Edad Contemporánea.

Pero el más célebre y prestigioso matemático fue Arquímedes. Sus escritos, de los
que se han conservado una decena, son prueba elocuente del carácter polifacético de
su saber científico. Hijo del astrónomo Fidias, quien probablemente le introdujo en las
matemáticas, aprendió de su padre los elementos de aquella disciplina en la que
estaba destinado a superar a todos los matemáticos antiguos, hasta el punto de
aparecer como prodigioso, "divino", incluso para los fundadores de la ciencia
moderna. Sus estudios se perfeccionaron en aquel gran centro de la cultura
helenística que era la Alejandría de los Tolomeos, en donde Arquímedes fue, hacia el
año 243 a.C., discípulo del astrónomo y matemático Conón de Samos, por el que
siempre tuvo respeto y admiración.

Allí, después de aprender la no despreciable cultura matemática de la escuela (hacía


poco que había muerto el gran Euclides), estrechó relaciones de amistad con otros
grandes matemáticos, entre los cuales figuraba Eratóstenes, con el que mantuvo
siempre correspondencia, incluso después de su regreso a Sicilia.
A Eratóstenes dedicó Arquímedes su Método, en el que expuso su genial aplicación
de la mecánica a la geometría, en la que «pesaba» imaginariamente áreas y
volúmenes desconocidos para determinar su valor. Regresó luego a Siracusa, donde
se dedicó de lleno al trabajo científico.

Al parecer, más tarde volvió a Egipto durante algún tiempo como "ingeniero" de
Tolomeo, y diseñó allí su primer gran invento, la "coclea", una especie de máquina
que servía para elevar las aguas y regar de este modo regiones a las que no llegaba
la inundación del Nilo. Pero su actividad madura de científico se desenvolvió por
completo en Siracusa, donde gozaba del favor del tirano Hierón II. Allí alternó inventos
mecánicos con estudios de mecánica teórica y de altas matemáticas, imprimiendo
siempre en ellos su espíritu característico, maravillosa fusión de atrevimiento intuitivo
y de rigor metódico.

Sus inventos mecánicos son muchos, y más aún los que le atribuyó la leyenda (entre
estos últimos debemos rechazar el de los espejos ustorios, inmensos espejos con los
que habría incendiado la flota romana que sitiaba Siracusa); pero son históricas,
además de la "coclea", numerosas máquinas de guerra destinadas a la defensa militar
de la ciudad, así como una "esfera", grande e ingenioso planetario mecánico que, tras
la toma de Siracusa, fue llevado a Roma como botín de guerra, y allí lo vieron
todavía Cicerón y quizás Ovidio.
Epicuro
(Isla de Samos, actual Grecia, h. 342
a.C.-Atenas, h. 270 a.C.) Filósofo
griego. Perteneció a una familia de la
nobleza ateniense, procedente del
demo ático de Gargetos e instalada en
Samos, en la que muy probablemente
nació el propio Epicuro y donde, con
toda seguridad, pasó también sus años de
infancia y adolescencia.

Cuando los colonos atenienses fueron expulsados de Samos, la familia se refugió en


Colofón, y Epicuro, a los catorce años de edad, se trasladó a Teos, al norte de
Samos, para recibir las enseñanzas de Nausifanes, discípulo de Demócrito. A los
dieciocho años se trasladó a Atenas, donde vivió un año; viajó luego a Colofón,
Mitilene de Lesbos y Lámpsaco, y entabló amistad con algunos de los que, como
Hemarco de Mitilene, Metrodoro de Lámpsaco y su hermano Timócrates, formaron
luego el círculo más íntimo de los miembros de su escuela.

Ésta, que recibió el nombre de escuela del Jardín, la fundó Epicuro en Atenas, en la
que se estableció en el 306 a.C. y donde transcurrió el resto de su vida. El Jardín se
hizo famoso por el cultivo de la amistad y por estar abierto a la participación de las
mujeres, en contraste con lo habitual en la Academia fundada por Platón y en el Liceo
de Aristóteles. De hecho, Epicuro se opuso a platónicos y peripatéticos, y sus
enseñanzas quedaron recogidas en un conjunto de obras muy numerosas, según el
testimonio de Diógenes Laercio, pero de las que ha llegado hasta nosotros una parte
muy pequeña, compuesta esencialmente por fragmentos. Con todo, el pensamiento
de Epicuro quedó inmortalizado en el poema latino La naturaleza de las cosas, de Tito
Lucrecio Caro.

La doctrina epicúrea preconiza que el objetivo de la sabiduría es suprimir los


obstáculos que se oponen a la felicidad. Ello no significa, sin embargo, la búsqueda
del goce desenfrenado, sino, por el contrario, la de una vida mesurada en la que el
espíritu pueda disfrutar de la amistad y del cultivo del saber. La felicidad epicúrea ha
de entenderse como el placer reposado y sereno, basado en la satisfacción ordenada
de las necesidades elementales, reducidas a lo indispensable.
El primer paso que se debe dar en este sentido consiste en eliminar aquello que
produce la infelicidad humana: el temor a la muerte y a los dioses, así como el dolor
físico. Es célebre su argumento contra el miedo a la muerte, según el cual, mientras
existimos, la muerte todavía no existe, y cuando la muerte existe, nosotros ya no, por
lo que carece de sentido angustiarse; en un sentido parecido, Epicuro llega a aceptar
la existencia posible de los dioses, pero deduce de su naturaleza el inevitable
desinterés frente a los asuntos humanos. La conclusión es la misma: el hombre no
debe sufrir por cuestiones que existen sólo en su mente.

La ética epicúrea se completa con dos disciplinas: la canónica (o doctrina del


conocimiento) y la física (o doctrina de la naturaleza). La primera es una teoría de tipo
sensualista, que considera la percepción sensible como la fuente principal del
conocimiento, lo cual permite eliminar los elementos sobrenaturales de la explicación
de los fenómenos; la causa de las percepciones son las finísimas partículas que
despiden continuamente los cuerpos materiales y que afectan a los órganos de los
sentidos.

Por lo que se refiere a la física, se basa en una reelaboración del atomismo


de Demócrito, del cual difiere principalmente por la presencia de un elemento original,
cuyo propósito es el de mitigar el ciego determinismo de la antigua doctrina: se trata
de la introducción de una cierta idea de libertad o de azar, a través de lo que Lucrecio
denominó el clinamen, es decir, la posibilidad de que los átomos experimenten
espontáneamente ocasionales desviaciones en su trayectoria y colisionen entre sí.

En este sentido, el universo concebido por Epicuro incluye en sí mismo una cierta
contingencia, aunque la naturaleza ha sido siempre como es y será siempre la misma.
Éste es, para la doctrina epicúrea (y en general para el espíritu griego), un principio
evidente del cosmos que no procede de la sensación, y la contemplación de este
universo que permanece inmutable a través del cambio es uno de los pilares
fundamentales en los que se cimienta la serenidad a la que el sabio aspira.
Hipócrates de Cos
(Llamado el Grande; Isla de Cos, actual Grecia, 460 a.C.
- Larisa, id., 370 a.C.) Médico griego. Según la tradición,
Hipócrates descendía de una estirpe de magos de la isla
de Cos y estaba directamente emparentado con
Esculapio, el dios griego de la medicina. Contemporáneo
de Sócrates y Platón, éste lo cita en diversas ocasiones
en sus obras. Al parecer, durante su juventud Hipócrates
visitó Egipto, donde se familiarizó con los trabajos
médicos que la tradición atribuye a Imhotep.

Aunque sin base cierta, se considera a Hipócrates autor de una especie de


enciclopedia médica de la Antigüedad constituida por varias decenas de libros (entre
60 y 70). En sus textos, que en general se aceptan como pertenecientes a su escuela,
se defiende la concepción de la enfermedad como la consecuencia de un
desequilibrio entre los llamados humores líquidos del cuerpo, es decir, la sangre, la
flema y la bilis amarilla o cólera y la bilis negra o melancolía, teoría que desarrollaría
más tarde Galeno y que dominaría la medicina hasta la Ilustración.

Para luchar contra estas afecciones, el corpus hipocrático recurre al cauterio o bisturí,
propone el empleo de plantas medicinales y recomienda aire puro y una alimentación
sana y equilibrada. Entre las aportaciones de la medicina hipocrática destacan la
consideración del cuerpo como un todo, el énfasis puesto en la realización de
observaciones minuciosas de los síntomas y la toma en consideración del historial
clínico de los enfermos.

En el campo de la ética de la profesión médica se le atribuye el célebre juramento que


lleva su nombre, que se convertirá más adelante en una declaración deontológica
tradicional en la práctica médica, que obliga a quien lo pronuncia, entre otras cosas, a
«entrar en las casas con el único fin de cuidar y curar a los enfermos», «evitar toda
sospecha de haber abusado de la confianza de los pacientes, en especial de las
mujeres» y «mantener el secreto de lo que crea que debe mantenerse reservado».

Aunque inicialmente atribuida en su totalidad a Hipócrates, la llamada colección


hipocrática es en realidad un conjunto de escritos de temática médica que exponen
tendencias diversas, que en ciertos casos pueden incluso oponerse entre sí. Estos
escritos datan, por regla general, del período comprendido entre los años 450 y 350
a.C., y constituyen la principal fuente a través de la cual es posible hoy hacerse una
idea de las prácticas y concepciones médicas anteriores a la época alejandrina.

En esta colección, la llamada «Antigua medicina» es uno de los tratados más antiguos
y más célebres y en él sugiere el autor, entre otras propuestas, investigar el origen del
arte que practica, origen que halla en el deseo de ofrecer al ser humano un régimen
de vida y, en especial, una forma de alimentación que se adapte de una manera
completamente racional a la satisfacción de sus necesidades más inmediatas. Por
este motivo, considera por ejemplo el aprendizaje de la correcta cocción de los
alimentos como una primera manifestación de la búsqueda de una existencia mejor.

Por otro lado, los textos de la colección hipocrática demuestran sin lugar a dudas que
la práctica de la observación precisa no era en el conjunto de la medicina griega una
conquista de la época clásica, sino que más bien constituía una tradición sólidamente
afianzada en el pasado y que a mediados del siglo V había alcanzado ya un notable
nivel de desarrollo.
Homero
(Siglo VIII a.C.) Poeta griego al que se
atribuye la autoría de la Ilíada y la Odisea, los
dos grandes poemas épicos de la antigua
Grecia. En palabras de Hegel, Homero es «el
elemento en el que vive el mundo griego
como el hombre vive en el aire». Admirado,
imitado y citado por todos los poetas, filósofos y
artistas griegos que le siguieron, es el poeta
por antonomasia de la literatura clásica, a
pesar de lo cual la biografía de Homero
aparece rodeada del más profundo misterio,
hasta el punto de que su propia existencia
histórica ha sido puesta en tela de juicio.
Las más antiguas noticias sobre Homero sitúan su nacimiento en Quíos, aunque ya
desde la Antigüedad fueron siete las ciudades que se disputaron ser su patria:
Colofón, Cumas, Pilos, Ítaca, Argos, Atenas, Esmirna y la ya mencionada Quíos.
Para Semónides de Amorgos y Píndaro, sólo las dos últimas podían reclamar el honor
de ser su cuna.
Aunque son varias las vidas de Homero que han llegado hasta nosotros, su contenido,
incluida la famosa ceguera del poeta, es legendario y novelesco. La más antigua,
atribuida sin fundamento a Herodoto, data del siglo V a.C. En ella, Homero es
presentado como el hijo de una huérfana seducida, de nombre Creteidas, que le dio a
luz en Esmirna. Conocido como Melesígenes, pronto destacó por sus cualidades
artísticas, iniciando una vida bohemia. Una enfermedad lo dejó ciego, y desde
entonces pasó a llamarse Homero. La muerte, siempre según el seudo Herodoto,
sorprendió a Homero en Íos, en el curso de un viaje a Atenas.
Los problemas que plantea Homero cristalizaron a partir del siglo XVII en la llamada
«cuestión homérica», iniciada por François Hédelin, abate de Aubignac, quien
sostenía que los dos grandes poemas a él atribuidos, la Ilíada y la Odisea, eran fruto
del ensamblaje de obras de distinta procedencia, lo que explicaría las numerosas
incongruencias que contienen. Sus tesis fueron seguidas por filólogos como Friedrich
August Wolf. El debate entre los partidarios de la corriente analítica y los unitaristas,
que defienden la paternidad homérica de los poemas, sigue en la actualidad abierto.
La obra de Homero
La iconografía grecorromana ha consagrado el noble rostro barbado de un anciano
ciego como el de Homero. Esta es la imagen que ha atribuido la tradición al poeta que
escribió la Ilíada y la Odisea, los dos poemas épicos con que se inaugura la literatura
griega y la occidental y cuyo vigor lírico y narrativo permanece fresco desde hace
miles de años. Su nombre y sus obras han alcanzado la gloria y alimentado mitos,
narraciones y leyendas a través de los siglos, sin que hayan perdido su fuerza
original.
La mayor parte de la literatura griega se nutrió del inmenso caudal de leyendas y
tradiciones que desde tiempos remotos se transmitía oralmente de generación en
generación. También la poesía épica se transmitía oralmente en sus orígenes: un
aedo o un rapsoda la cantaba o recitaba de memoria ante un público que desconocía
la escritura. Los aedos eran músicos ambulantes que cantaban poemas épicos
acompañándose con instrumentos de cuerda; los rapsodas recitaban sin cantar,
llevando el ritmo con los golpes de un bastón.
La perfección y la calidad de la Ilíada y la Odisea, considerados obras maestras de la
literatura occidental, sólo se explica por la existencia de toda una tradición previa
sobre la Guerra de Troya que aedos y rapsodas fueron elaborando y refinando
durante siglos y que culmina en los grandiosos poemas homéricos. A pesar de que
Homero se sirve de los procedimientos de la tradición oral, es indudable que en
ambos poemas hay un propósito poético, un plan y una estructura que revela la
actividad de un poeta consciente de su arte.

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