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LC HISTORIA

LE GOFF 1964.II.3.A CG

CERCA DEL AÑO mil, la literatura occidental presenta a la sociedad


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cristiana con un esquema nuevo que obtiene muy pronto un gran éxito.

Un «pueblo triple» compone la sociedad: sacerdotes, guerrero y

campesinos. Las tres categorías son distintas y complementarias, y cada

una tiene necesidad de las otras. Su conjunto forma el cuerpo armónico

de la sociedad. Este esquema aparece en la traducción libre de la obra

de Boecio De Consolatione, hecha por el rey de Inglaterra Alfredo el

Grande a finales del siglo IX. El rey ha de tener jebedmen, fyrdmen y

weorcmen, «hombres de plegaria», «hombres de caballo» y «hombres

de trabajo». Un siglo después, la estructura tripartita reaparece en

Aelfric y en Wulfstan, y el obispo Adalberón de Laón, en su poema al

rey capeto Roberto el Piadoso, hacia el 1030, da una versión elaborada

de ella: «La sociedad de los fieles no forma más que un cuerpo; pero el

Estado tiene tres. Porque la otra ley, la ley humana, distingue otras dos

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clases: los nobles y los siervos, efectivamente, no se rigen por el mismo

estatuto... Aquéllos son los guerreros, protectores de las iglesias; son

los defensores del pueblo, lo mismo de los grandes que de los pequeños,

en fin, de todos, y aseguran a la vez su propia seguridad. La otra clase

es la de los siervos: esta desgraciada casta no posee nada si no es al

precio de su trabajo. ¿Quién podría, ábaco en mano, calcular las labores

que ejecutan los siervos, sus largas marchas, sus duros trabajos? Dinero,

vestidos, alimentos, los siervos lo proporcionan todo a todo el mundo;

ningún hombre libre podría subsistir sin los siervos. ¿Se ha de hacer un

trabajo? ¿Se quieren hacer gastos? Vemos a reyes y prelados hacerse

siervos de sus siervos; el siervo nutre al amo, él, que pretende

alimentarlo. Y el siervo no ve nunca el fin de sus lágrimas y de sus

suspiros. La casa de Dios, que se cree ser una, está, por lo tanto, dividida

en tres: los unos ruegan, los otros combaten y los otros, en fin, trabajan.

Esas tres partes que coexisten no sufren por verse separadas; los

servicios proporcionados por la una son condición de las obras de las

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otras dos; cada una, a su vez, se encarga de aliviar el conjunto. Así, este

conjunto triple no deja de permanecer unido, y así es como la ley ha

podido triunfar y el mundo gozar de la paz».

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Texto capital y, en alguna de sus frases, extraordinario. En un solo


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flash, la realidad de la sociedad feudal queda reflejada en la fórmula «el

siervo nutre al amo, él, que pretende alimentarlo». Y la existencia de

las clases –y, por consiguiente, su antagonismo–, aunque

inmediatamente enmascarada por la afirmación ortodoxa de la armonía

social, se plantea por la constatación: «La casa de Dios, que se cree ser

una, está, por lo tanto, dividida en tres». Sin embargo, lo que nos

importa aquí es la caracterización, que se hará clásica, de los tres

estamentos de la sociedad feudal: los que rezan, los que combaten y los

que trabajan: oratores, bellatores, laboratores.

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Sería apasionante seguir la suerte de este tema, sus


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transformaciones, sus relaciones con otros temas, por ejemplo, con la

genealogía de la Biblia: los tres hijos de Noé, o de la mitología

germánica: los tres hijos de Rigr.

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Pero, ¿es este tema literario una buena introducción al estudio de la


4 sociedad medieval? ¿Qué relación mantiene con la realidad? ¿Expresa

la verdadera estructura de las clases sociales en el Occidente medieval?

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Georges Dumézil ha mantenido con éxito la tesis de que la triple


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partición de la sociedad es una característica de las sociedades

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indoeuropeas, y el Occidente medieval quedaría así vinculado sobre

todo a la tradición itálica: Júpiter, Marte, Quirino, probablemente con

un intermediario celta.

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Otros, entre ellos recientemente Vasilij I. Abaev, piensan que la


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«triple partición funcional» es «una etapa necesaria en la evolución de

toda ideología humana» o, mejor aún, social. Lo esencial es que ese

esquema aparece o reaparece en un momento que se puede considerar

oportuno para la evolución de la sociedad occidental. Georges Duby ha

sido el brillante historiador de esos tres órdenes.

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Entre el siglo VIII y XI la aristocracia se constituye en orden militar,


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como hemos visto, y al miembro por excelencia de esta clase se le

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denomina miles –caballero–, denominación que parece extenderse

hasta las fronteras de la cristiandad, puesto que en una inscripción

funeraria del siglo XI, descubierta recientemente en Gniezno, se habla

de un miles. En la época carolingia, los clérigos se transforman en casta

clerical, como lo ha puesto bien de manifiesto el canónigo Delaruelle,

y la evolución de la liturgia y de la arquitectura religiosa expresan esta

transformación: clausura de los coros y de los claustros, reservados al

clero de los capítulos, y cierre de las escuelas exteriores de los

monasterios. El sacerdote celebra en adelante la misa de espaldas a los

fieles, éstos ya no van en procesión a levar al celebrante las

«oblaciones», ya no están asociados a la recitación del Canon que, en

adelante, recita el sacerdote en voz baja, la hostia ya no es de pan

natural, sino de pan ázimo, «como si la misa se convirtiese en algo

extraño a la vida cotidiana». En fin, la condición de los campesinos

tiende a uniformarse en el nivel más bajo: el de los siervos. Así pues,

emplearé el término de clase para designar las tres categorías del

esquema.

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Basta comparar ese esquema con los de la alta Edad Media para
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darse cuenta de la novedad.

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Entre los siglos V y XI hay dos imágenes de la sociedad que se


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entremezclan muy a menudo. Se trata, a veces, de un esquema múltiple,

diversificado, que enumera un cierto número de categorías sociales o

profesionales donde se pueden hallar los restos de una clasificación

romana que distingue las categorías profesionales, las clases jurídicas y

las condiciones sociales. Así el obispo de Verona, Rathier, en el siglo

X, nombra diecinueve categorías: los civiles, los militares, los

artesanos, los médicos, los comerciantes, los abogados, los jueces, los

testigos, los procuradores, los patronos, los mercenarios, los consejeros,

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los señores, los esclavos (o siervos), los maestros, los alumnos, los

ricos, los de fortuna media y los mendigos. En esta lista se encuentra

mejor o peor representada la especialización de las categorías

profesionales y sociales características de la sociedad romana y que

quizá habían sobrevivido en cierto modo en la Italia del norte.

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Pero con más frecuencia la sociedad se reduce a la confrontación de


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dos grupos: clérigos y laicos en una cierta perspectiva, poderosos y

débiles o grandes y pequeños, o ricos y pobres si sólo se tiene en cuenta

la sociedad laica, libres y no libres si uno se sitúa en el plano jurídico.

Este esquema dualista corresponde a una visión simplificadora de las

categorías sociales en el Occidente de la alta Edad Media, eso es seguro.

Una minoría monopoliza las funciones de dirección: dirección

espiritual, dirección política, dirección económica; la masa lo soporta.

La triple partición funcional que aparece alrededor del año mil expresa

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otra ideología. Corresponde a la función religiosa, a la función militar

y a la función económica y es característica de un cierto estadio de

evolución de las sociedades que los sabios como Georges Dumézil han

denominado indoeuropeas. Es un testimonio del parentesco entre la

imaginación social de la sociedad medieval y la de otras sociedades más

o menos arcaicas.

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¿Qué quiere decir triple partición funcional? Y en primer lugar,


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¿qué relaciones mantienen entre sí las tres funciones, o mejor, las clases

que las representan? Está claro que el esquema tripartito es un símbolo

de armonía social. Como el apólogo de Menenio Agripa, Los miembros

y el estómago, es un instrumento lleno de imágenes del cese de la lucha

de clases y de la mixtificación del pueblo. Pero, si bien se ha visto

claramente que ese esquema se orientaba a mantener a los trabajadores

–la clase económica, los productores– en la sumisión a las otras dos

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clases, no se ha puesto suficientemente de manifiesto que el esquema,

que es clerical, se orienta también a someter los guerreros a los clérigos,

a hacer de ellos los protectores de la Iglesia y de la religión. Representa

también un episodio de la antigua rivalidad entre hechiceros y guerreros

y va de la mano con la reforma gregoriana, la lucha entre el sacerdocio

y el Imperio. Contemporáneo de los cantares de gesta, terreno literario

de la lucha entre la clase clerical y la clase militar, como lo fue en la

Iliada –tal como lo ha demostrado brillantemente, partiendo del

episodio del caballo de Troya, Vasilij I. Abaev–, es un testimonio de la

lucha entre la fuerza chamánica y el valor guerrero. Piénsese en la

distancia que separa a Roldan de Lancelote. Lo que se ha dado en llamar

la cristianización del ideal caballeresco, probablemente, no es más que

la victoria del poder sacerdotal sobre la fuerza guerrera. Roldan, aparte

lo que se haya podido decir, tiene una moral de clase, piensa en su

linaje, en su rey, en su patria. No tiene nada de santo, salvo que sirve de

modelo al santo de su época –siglos XI y XII– definido como miles

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Christi. Todo el ciclo de Arturo, por el contrario, termina con el triunfo

de la «primera función» sobre la «segunda». Ya en la obra de Cristian

de Troyes, el difícil equilibrio entre «clerecía» y «caballería» acaba, a

través de la evolución de Perceval, con la metamorfosis del caballero,

la búsqueda del santo Grial, la visión del Viernes Santo. El Lancelote

en prosa remata el ciclo. El epílogo de la muerte de Arturo es un

crepúsculo de los guerreros. El instrumento simbólico de la clase

militar, la espada Excalibur, acaba siendo arrojada por el rey a un lago

y Lancelote se convierte en una especie de santo. El poder chamánico,

bajo una forma, por lo demás, muy depurada, ha absorbido el valor

guerrero.

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Por otra parte, uno puede preguntarse si la tercera categoría, la de


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los trabajadores, laboratores, se confunde por completo con el conjunto

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de los productores, si todos los campesinos representan la función

económica.

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Se podrían acumular una serie de textos y demostrar que, entre el


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final del siglo VIII y el XII, las derivaciones de la palabra labor,

empleadas en un sentido económico –pero raramente, de hecho, en su

estado puro, porque esos términos se hallan casi siempre más o menos

contaminados por la idea moral de fatiga, de penalidad–, responden a

un significado preciso, el de una conquista agrícola: ya sea mediante

una extensión de la superficie cultivada, o bien mediante la mejora de

la cosecha. La capitular de los sajones de finales del siglo VIII distingue

substantia y labor, el patrimonio, la herencia, y las adquisiciones

debidas a su explotación. Labor incluye la roturación y su resultado. La

glosa de un canon manuscrito de un sínodo noruego de 1164 precisa

que labores equivale a novales, es decir, las tierras roturadas. El

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laborator es aquel cuya fuerza económica basta para producir más que

los demás. Ya en el 926, un acta de Saint-Vincent del Macones nombra

illi meliores qui sunt laboratores («esa élite que son los laboratores»).

De ahí procederá, en francés, la palabra laboureurs que, ya en el siglo

X, designa la capa superior del campesinado, la que posee al menos una

yunta de bueyes y sus correspondientes aperos de labranza. Así, el

esquema de la triple partición –incluso aunque algunos, como

Adalberón de Laón, hagan entrar en él al conjunto de los campesinos e

identifiquen a los laboratores con los siervos– representa más bien de

manera exclusiva el conjunto de las capas superiores: la clase clerical,

la militar y la capa superior de la clase económica. En una palabra, sólo

comprende la melior pars, las élites.

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Piénsese, además, en la forma en que esta sociedad tripartita va a


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transformarse durante la baja Edad Media. En Francia se convertirá en

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los tres estados: clero, nobleza y tercer estado. Ahora bien, este último

no se confunde con el conjunto de los campesinos. Ni siquiera

representa a toda la burguesía. Está compuesto por las capas superiores

de la burguesía, por los notables. El equívoco que existe desde la Edad

Media sobre la naturaleza de esta tercera clase, que es teóricamente el

conjunto de todos los que no figuran en las dos primeras y que, de

hecho, se limita a la parte más rica o la más instruida del resto,

desembocará en el conflicto planteado durante la Revolución francesa

de 1789 entre los que quieren concluir la revolución con la victoria de

la élite, del tercer estado, y quienes quieren hacer de ella el triunfo de

todo el pueblo.

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De hecho, en la sociedad de lo que se ha llamado la primera edad


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feudal, hasta mediados del siglo XII aproximadamente, la masa de los

trabajadores manuales –un texto del siglo XI de Saint-Vincent del

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Macones opone aún los pauperiores qui manibus laboran («los más

pobres que trabajan con sus manos») a los laboratores– sencillamente

no existe. Marc Bloch ha observado con sorpresa que los señores laicos

y eclesiásticos de esta época transformaban los metales preciosos en

piezas de orfebrería y que las hacían fundir, como hemos visto, en caso

de necesidad, considerando como nulo el valor económico del trabajo

del artista o del artesano. Pero la tendencia a considerar que el esquema

comprendía toda la sociedad y que, por consiguiente, los laboratores

comprendían la masa de los trabajadores, también tuvo su difusión

después del siglo XI.

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Acabamos de hablar de clase y de aplicar este término a las tres


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categorías del esquema tripartito, mientras que, tradicionalmente, en

esa palabra se veía el concepto de «órdenes», y a las tres funciones

corresponderían en la época medieval tres órdenes.

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Ese vocabulario es ideológico, normativo, incluso si, para ser más


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eficaz, tenga que ofrecer una cierta concordancia con las «realidades»

sociales. El término ordo, más carolingio que propiamente feudal,

pertenece al vocabulario religioso y se aplica, por lo tanto, a una visión

religiosa de la sociedad, a los clérigos y a los laicos, a lo espiritual y a

lo temporal. Así pues, no puede haber en ese vocabulario más que dos

órdenes: el clero y el pueblo, clerus y populus, y los textos, por lo

demás, dicen con suma frecuencia: utraque ordo («ambos órdenes»).

Algunos juristas modernos han querido establecer una distinción entre

la clase, cuya definición sería económica, y el orden, cuya definición

sería jurídica. De hecho, el orden es un término religioso pero, igual que

la clase, se apoya en bases socioeconómicas. La tendencia de los

autores y los utilizadores del esquema tripartito de la Edad Media a

hacer de las tres «clases» tres «órdenes», responde a la intención de

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sacralizar esta estructura social, de hacer de ella una realidad objetiva y

eterna creada y querida por Dios y de imposibilitar cualquier género de

revolución social.

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FICHA BIBLIOGRÁFICA

LE GOFF, J. (1964). La civilización del occidente medieval. Parte II: La


civilización medieval, Cap. 3: «La sociedad cristiana (siglos X-XIII)», pp.
231-236. Buenos Aires: Editorial Paidós Ibérica, 349 págs.

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