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Y para ejemplificar este estatus jurídico adverso al que estaban sometidas las mujeres en
el antiguo régimen encontramos a las mujeres portuguesas.
Los derechos de las mujeres portuguesas durante la Edad Moderna eran iguales a los
de los hombres, salvo declaración expresa de lo contrario, iguales en cuanto a la mayoría
de edad legal (25 años) a los derechos de propiedad y a su transacción, a heredar, testar,
negociar o migrar y a rasgos comunes,
las viudas y solteras mayores de edad no estaban sometidas a tutela alguna.
Las casadas, como sucedía en toda Europa, por el hecho de estarlo perdían derechos
importantes, como la administración de los bienes comunes y propios, y la elección de
residencia y los maridos podían vender los bienes muebles sin su intervención, pero
carecían de permiso para la enajenación de inmuebles sin su autorización. Las esposas
estaban legalmente obligadas a obedecer a sus esposos, pero mantenían los derechos de
propiedad, que pasaban al patrimonio familiar al casarse en régimen de gananciales.
Generalmente, se tiende a ver la dote como única forma de acceso que tuvieron las
mujeres casadas a la propiedad en la Europa mediterránea pero, lejos de la realidad, había
territorios donde la ley estipulaba el reparto igualitario de la herencia entre todos los hijos
e hijas, como era el caso de Portugal y Castilla, donde, además, se priorizaron los
gananciales en lo relativo a los bienes adquiridos en el matrimonio, pudiendo aumentar
el patrimonio personal de la mujer ya que el patrimonio matrimonial pertenecía, a partes
iguales, a los cónyuges.
En Portugal, los esposos no heredaban el uno del otro, y todas las mujeres casadas sin
herederos legítimos podían no dejar a sus maridos la mitad de los bienes de la pareja, por
lo que una viuda podría aventajar económicamente a alguno de sus hijos en lugar de a su
cónyuge. Las viudas readquirían —si se hubiesen casado mayor de edad, que era lo más
común— el derecho de administrar una propiedad que ya era suya. A la muerte del
marido, siempre que su mitad permanecieses indivisa, la viuda se convertía en cabeza de
casa de casa de todos los bienes.
Tan solo escapan del control del marido ciertos bienes dotales, que contaban con
regímenes especiales de propiedad, gestión y transmisión, y que eran una propiedad
inalienable y exclusiva de la esposa dotada.
Para el ejercicio laboral, las comerciantes y artesanas no precisaban el consentimiento
marital para cada acto que llevasen a cabo, considerándose en esto legalmente solteras,
siempre que sus maridos no lo prohibiesen y no ejerciesen la misma actividad. Como
veremos, estar casada no impedía el desempeño de una profesión de forma autónoma.
Jurídicamente, las mujeres tenían prohibido únicamente ser testigo instrumental, es
decir, testificar en actos notariales como escrituras y testamentos, donde solo podrían ser
testigos verbales, ser apoderada en juicios; ser tutora de no descendientes o ser fiadora.
Además, Por el derecho común, estaban apartadas de los oficios civiles o públicos, de
juzgar y sentenciar e impedidas de jurisdicción, aunque hay conocimiento de mujeres que
estuvieron al frente de jurisdicciones