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Crossroad9 12 ES
Crossroad9 12 ES
"Hola, Hollis. Me alegro de que hayas podido venir", dijo Robin. Llevaba
pantalones cortos y un delantal blanco adornado con un baló n de fú tbol en una
brocheta sobre las palabras Serve It Up.
"Gracias. Menuda multitud". Hollis le entregó a Robin el vino que había cogido
de la cocina al salir por la puerta. No había pensado en traer nada hasta entonces:
sus habilidades sociales estaban bastante oxidadas. El patio trasero de la casa
gemela de Robin y Linda estaba lleno de hombres, mujeres, niñ os y perros. Y al
menos un huró n.
"Sírvete lo que quieras. Si necesitas algo, grita".
"Lo haré". Hollis deambuló unos minutos y finalmente se instaló en un banco de
jardín desocupado bajo uno de los grandes arces que salpicaban el patio. Había tres
mesas de picnic dispuestas en forma de herradura y cubiertas con comida, cubos
de hielo y platos y vasos de papel. Observó la reunió n y distinguió a varias
personas que reconocía del hospital, aunque no conocía la mayoría de sus
nombres. Volvió a mirar con má s atenció n, con la decepció n que la invadía. No vio
a Annie. Consultó su reloj. Si se quedaba quince o veinte minutos, podría
escabullirse sin parecer maleducada. Nadie se daría cuenta si se iba.
"Oye, Hollis", dijo Linda, deteniéndose con un brazo cargado de artículos de
plá stico. "Trae algo de beber; la comida estará lista en un minuto. Hay bebidas
alcohó licas y no alcohó licas en las neveras junto a las mesas. Todo lo que veas es
vá lido".
"Vale, gracias", dijo Hollis.
Linda hizo un gesto con los dedos y se apresuró a seguir. Hollis se acercó a una
de las mesas y tomó una Guinness. Como había prometido el hombre del tiempo, el
día estaba despejado y hacía calor. Se esperaban temperaturas de unos 80 grados
por la tarde.
"Hollis, justo la persona que necesito", dijo Robin desde detrá s de ella.
Hollis se giró . "¿Qué pasa?"
"Necesito ayuda para encordar esta red de voleibol. Vamos".
"Claro". Hollis siguió a Robin a lo largo del patio inclinado hasta llegar a una
zona de hierba en el extremo de una gran piscina rectangular.
"Esto se ve bien", dijo Robin. "Tú sostienes uno de los palos aquí y yo meto el
otro frente a ti".
"Lo tengo". Hollis agarró el poste de metal flexible con la red adjunta y lo
estabilizó contra su cadera mientras Robin desenrollaba el resto de la red y se
alejaba seis metros. Robin clavó el poste en el suelo hasta que ese extremo estuvo
firme, y entonces Hollis puso la red en tensió n y clavó su extremo en el suelo.
"Buen trabajo. Escucha", dijo Robin, "¿qué tan bueno eres en el voleibol?"
"Eh, no lo sé. No he jugado desde el instituto, y entonces no era realmente mi
juego".
"¿Pero has jugado antes?"
"Como dije, hace un milló n de añ os".
"Bueno, eso es como un milló n de añ os má s reciente que la mayoría de la gente
aquí. Está s en mi equipo".
"Actual..."
Antes de que Hollis pudiera protestar o inventar una excusa plausible, Robin ya
estaba dando vueltas por el patio, tocando a la gente en el hombro. Parecía que iba
a tener que jugar al voleibol.
Cuarenta minutos má s tarde, su camiseta estaba empapada, su pelo estaba
pegado al cuello y su equipo ganaba por dos puntos. Robin era implacable,
dirigiendo al equipo con una combinació n de entusiasmo y predicciones funestas
sobre lo que podría pasar si perdían. En su mayoría sonaba a que nadie tendría
nada que comer si no salían victoriosos, y por el momento, eso era suficiente
inspiració n. Hollis se moría de hambre.
El saque vino hacia ella, colocó la pelota y Quinn la remató para conseguir un
punto. Robin gritó : "Un punto má s". Los niñ os corrían por el perímetro de la pista,
animando a sus padres. Hollis escuchó su nombre y miró a su derecha. Callie, con
un vestido amarillo brillante y zapatillas verdes, la saludó y Hollis sonrió .
"Hola, Callie". Buscó a Annie pero no la vio. "¿Dó nde está tu...?" Un fuerte golpe
contra su sien la hizo perder el equilibrio y cayó al suelo. Rodó sobre su espalda y
trató de entender lo que acababa de suceder. La hierba olía dulcemente a trébol
machacado y unas nubes blancas y esponjosas se arremolinaban sobre ella.
"¡Santo cielo!" Robin se inclinó sobre ella. "Realmente te han clavado. ¿Está s
bien?"
"Sí, eso creo. Supongo que debería haber estado viendo el partido". Hollis se
frotó la sien y se palpó una zona sensible del tamañ o de un limó n sobre el ojo
izquierdo. "Inteligente".
"Oye, Hollis", dijo Honor, arrodillá ndose a su otro lado. "Eso fue bastante
impresionante. Excepto que creo que cuando golpeas la pelota con la cabeza se
supone que tienes que apuntar para que vuelva a pasar por encima de la red. O tal
vez eso sea el fú tbol. ¿Có mo es tu visió n?"
"Todos los sistemas listos". Hollis se levantó para sentarse. "De verdad, estoy
bien. Me ha pillado por sorpresa, eso es todo".
"Bueno, será mejor que le pongamos hielo". Honor cogió la barbilla de Hollis e
inclinó su cara hacia arriba, estudiá ndola atentamente. "Creo que vas a tener un ojo
morado".
"Oh, eso es ridículo". Hollis se puso en pie y se balanceó , un poco mareada.
"Whoa". Robin la agarró del brazo. "¿Seguro que está s bien?"
"Sí, de verdad, lo estoy". Hollis se sintió como un idiota, feliz ahora que Annie no
estaba allí. ¿Qué tan mala onda podía ser?
"Bueno, al menos siéntate a la sombra y yo traeré hielo", dijo Robin.
"No, puedo conseguirlo. Tienes que ganar un partido". Hollis le dio a Robin un
pequeñ o empujó n hacia el campo. "No quiero que todos los de nuestro bando
pasen hambre só lo porque no estaba prestando atenció n".
"Si está s seguro", dijo Robin.
"Estoy seguro. De verdad, estoy bien". Hollis se apresuró a salir del campo para
que el juego pudiera continuar y vio a Callie mirá ndola con una expresió n de
incertidumbre. Se arrodilló junto a ella. "Hola, Callie. No estaba viendo el partido y
me golpeé con el baló n, pero estoy bien".
"Te derribó ".
"Sí, lo hizo".
"¿Duele?"
"Bueno, pica un poco, pero estará bien. ¿Dó nde está tu madre?"
"Tuvo una llamada de bebé anoche. Me quedé con Suzy y Dan y Gillian y Mark.
Vine con ellos".
"¿Te diviertes?"
"Sí. Voy a nadar pronto".
"Eso es genial". La ola de decepció n había vuelto, má s fuerte que antes. Hollis
no sabía qué hacer con ella. Le gustaba Annie y tenía ganas de verla, pero la
intensidad de su reacció n no era propia de ella. "Voy a ir a por hielo. Pá salo bien
hoy, ¿vale?"
"De acuerdo".
Hollis encontró una tumbona vacía y, tras guardar unos cubitos de hielo en una
bolsa de plá stico, se estiró y se puso la improvisada compresa fría en la frente. Le
ayudó a aliviar el escozor, pero no la vergü enza. No podía creer que se hubiera
dejado golpear por el baló n. Le dolía la cabeza, pero se sentía bastante bien. El
esfuerzo había sido un cambio bienvenido con respecto a su entrenamiento
habitual en la bicicleta, y había disfrutado formando parte del equipo. Cerró los
ojos y se dejó llevar por la luz del sol. Cuando un peso en el saló n le indicó que
alguien se había instalado a su lado, abrió los ojos. Annie le sonrió . El corazó n de
Hollis dio un pequeñ o respingo.
"Hola", dijo Hollis.
"Hola a ti". Annie apartó la compresa fría de la frente de Hollis y la estudió con
seriedad. "Callie me ha dicho que te has hecho dañ o. ¿Está s bien?"
"No estoy realmente herida", dijo Hollis apresuradamente, dejando caer la
bolsa de hielo en la hierba junto a la silla. Se apartó el pelo hú medo de la cara. "Só lo
un accidente tonto. No es gran cosa".
"Hmm", dijo Annie, trazando ligeramente el moretó n en la cara de Hollis. "Creo
que está s subestimando las cosas. Tienes un bulto en la frente y el pá rpado
superior está empezando a ponerse morado".
Hollis se quedó muy quieta. No quería que Annie dejara de acariciarla. La ligera
caricia hizo que le recorrieran zarcillos de calor. "Todo por un juego amistoso en el
patio trasero".
Annie se rió . "He estado viendo algo de ese juego. Si no supiera que son todos
amigos, no me lo creería. Hablando de competencia".
"Bueno, supongo que hay que tener en cuenta el pú blico. Casi todo el mundo
aquí es competitivo por naturaleza".
"Me alegro de que no sea má s grave". Annie dejó caer su mano y se apartó .
"¿Has comido algo?"
"No llegué a hacerlo antes de que Robin me mandara a jugar".
"Estaba a punto de prepararnos un plato a Callie y a mí. Te traeré uno también.
¿Algo que no puedas comer?"
"No, créeme, cualquier cosa que traigas será bienvenida". Hollis se frotó el
estó mago. "En realidad me muero de hambre".
"Yo también".
"Callie me dijo que te llamaron anoche. ¿Estuviste despierto toda la noche?"
"No del todo", dijo Annie sin comprometerse. "He dormido un poco esta
mañ ana".
"Otra típica noche de sá bado, entonces", dijo Hollis.
Annie asintió . "Supongo que sabes có mo es eso".
"Oh, absolutamente. Puedo tener la semana má s tranquila del mundo, pero en
cuanto llega el viernes por la tarde, se llena de trabajo. Los bebés parecen saber
cuá ndo se pone el sol, sobre todo si es fin de semana".
"Tienes razó n". Annie se levantó bruscamente. "Bueno, déjame traerte esa
comida".
Hollis la vio abrirse paso entre la multitud hasta la mesa, coger los platos de
una pila y empezar a llenarlos, rá pida y eficazmente. Nadie la atendía si no estaba
en casa. Nadie se preocupaba de si había dormido o comido lo suficiente o si había
podido relajarse después de un caso importante. A ella le gustaban las cosas así y
no las había echado de menos. Hasta ahora, cuando Annie le recordó lo bueno que
era tener a alguien que se preocupara.
Capítulo 10
Annie se quedó mirando el plato. Había apilado nueve alas de pollo en él sin
siquiera darse cuenta. Mirando a su alrededor, aliviada de que nadie la observara,
redistribuyó las alitas entre los tres platos. Había examinado a cientos de pacientes
en su vida -mujeres que le importaban, mujeres a las que había llegado a querer- y
nunca había sentido nada parecido al breve roce de sus dedos sobre la frente de
Hollis. Un calor tan intenso como un relá mpago de verano había atravesado su
mano, subido por su brazo y golpeado en algú n lugar alrededor de su corazó n. Su
cuerpo aú n latía. El azul oscuro de los ojos de Hollis seguía amenazando con
hundirla. Tenía miedo de pensar en lo que significaba su reacció n. Su mente
conjuró las respuestas, pero sus emociones, su corazó n, retrocedieron ante la
explicació n obvia. No tenía experiencia en algo tan simple que la conmoviera tanto.
Creía haber entendido la pasió n, el deseo y el amor cuando estaba con Jeff, y había
aprendido por las malas que estaba totalmente equivocada. Ahora no se fiaba de
nada de lo que sentía, sobre todo cuando no tenía ninguna buena razó n para
sentirse así por alguien a quien ni siquiera estaba segura de conocer. Cuando
miraba a Hollis, veía a dos mujeres: una de su pasado, enredada en la desilusió n, la
decepció n y la pérdida abrumadora, y la otra, una desconocida que acababa de
conocer y que la conmovía de un modo que desafiaba el sentido comú n. Ambas
Hollis eran peligrosas, y prometió ser má s cuidadosa a la hora de cruzar los límites.
"¿Mamá ?" Callie tiró de la mano de Annie. "¿Vamos a comer ensalada de
patatas? ¿Y qué pasa con el maíz? ¿Y gelatina?"
"Definitivamente, gelatina, después de la cena". Annie acarició las ondas rojas y
doradas que revoloteaban alrededor del inocente rostro de Callie. Haría cualquier
cosa para preservar su confianza y su fe, aunque sabía que no podría proteger su
inocencia para siempre. "Y sí, ensalada y maíz también. Ven aquí". Callie levantó los
brazos y Annie la levantó . "¿Puedes alcanzar la cuchara grande? Pon la ensalada en
los platos".
Callie sirvió cuidadosamente la ensalada en los tres grandes platos de plá stico
rojos.
"Excelente". Annie dejó a Callie en el suelo y terminó de llenar los platos. "Aquí
está el tuyo".
"¿Puedo ir a comer con Mike, Jack y Sandy?"
Annie buscó a los amigos de Callie. Robin y Linda estaban sentadas en una gran
mesa de picnic con un puñ ado de niñ os, no muy lejos de donde Hollis se estiraba en
la sala. "Sí, pero no te levantes de esa mesa. Estaré allí con Hollis".
"De acuerdo". Callie se apresuró a alejarse, con su plato cuidadosamente
equilibrado delante de ella.
Annie empezó a acercarse a Hollis, su cara se calentó cuando se dio cuenta de
que Hollis la estaba observando, con una expresió n sombría e intencionada en su
rostro. Annie se sintió expuesta y no sabía por qué. Sonrió y puso su cara sociable.
"Espero que tengas tanta hambre como has dicho".
Hollis también sonrió , pero sus ojos contenían preguntas. Fugazmente, Annie se
preguntó si Hollis podría ver a través de su má scara de confianza y distancia
educada. Todos los demá s aceptaban su fachada autosuficiente y segura de sí
misma con tanta facilidad. Hollis la hacía sentir desnuda, como si sus pensamientos
y sentimientos má s íntimos se mostraran en su cara como imá genes en una gran
valla publicitaria parpadeante. Se sentía alternativamente incó moda y atraída por
la sensació n de estar tan abierta. De ser vista. Buscando algo que distrajera la
atenció n ininterrumpida de Hollis, señ aló el plato. "Me he pasado un poco".
"Bien". Hollis se sentó má s erguida y puso las piernas a ambos lados de la
tumbona, haciendo sitio a Annie. "Me muero de hambre".
Cuando Annie se sentó , estuvo a punto de estar en el regazo de Hollis, pero no
se le ocurrió una buena manera de cambiar de posició n sin hacerlo evidente. Así
que mantuvo con cuidado su rodilla desnuda lejos de la pierna de Hollis, aunque
éste llevaba vaqueros y probablemente no notaría el contacto de refiló n. Ella lo
notaría. El mero hecho de estar tan cerca de Hollis la había electrizado hasta el
punto de que temía que le saltaran chispas de la piel.
"No nos he traído nada para beber", dijo Annie, poniendo su plato en la hierba.
Tenía que moverse. "Iré a buscar algo ahora".
Hollis se agarró al brazo de Annie. "Quédate, es mi turno de cazar y recolectar.
¿Qué te apetece? ¿Cerveza, vino...?"
"Só lo agua con gas, o si no tienen eso, cualquier tipo de refresco dietético". Los
mú sculos de Annie se convirtieron en piedra: no podría moverse ahora aunque
quisiera. Y no lo hizo, a pesar de que su cabeza gritaba "Corre". Los dedos de Hollis
eran fuertes y cá lidos. La ligera presió n de sus dedos aprovechó toda la
electricidad errante que recorría el cuerpo de Annie y la envió directamente a la
boca del estó mago. El cosquilleo en sus entrañ as le nublaba la razó n, y lo ú nico que
sabía era que no quería que aquello terminara.
"¿No bebes?" preguntó Hollis, con sus dedos agarrando sin apretar la muñ eca
de Annie.
"No". Annie se quedó mirando la mano de Hollis. Nadie la había tocado tan
íntimamente en añ os, y Hollis ni siquiera sabía lo que estaba haciendo. Annie
apartó suavemente el brazo. "O fumar. Aunque me permito todos los demá s
tabú es: el baile, la mú sica, la fornicació n".
Hollis la miró solemnemente. "Pensé que tu... lo siento, no conozco el término".
"La comunidad es buena. O la secta".
"Pensé que su comunidad era menos restrictiva que la de los Amish".
"En general, sí, pero las comunidades religiosas tienden a aislarse y, al hacerlo,
también se vuelven má s insulares. La nuestra era una comunidad de só lo unos
cientos de personas, y los ancianos eran muy rígidos en muchas cosas, incluyendo
los roles de género. Las mujeres estaban destinadas a tener hijos y a atender las
necesidades de los hombres".
"Debe haber sido frustrante", dijo Hollis.
Annie se rió suavemente, sorprendida. "Es la primera vez que alguien lo dice
así. No hablo mucho de ello, ¿para qué? Las pocas personas que lo saben han
intentado comprenderlo, pero la mayoría de las veces tengo la sensació n de que les
repugna má s. Y me culpan en silencio, como si debiera haberme rebelado antes".
"No lo siento así", dijo Hollis. "Puedo ver lo mucho que has logrado, y só lo
puedo imaginar lo que debe haber sido para alguien tan brillante y extrovertido y
con ganas de hacer una contribució n como tú ser retenido. Me alegro de que hayas
encontrado tu camino".
Annie apartó la mirada, con la garganta apretada. Si Hollis supiera lo mal que se
había perdido, no sería tan amable. Pero no quería contarle los errores que había
cometido. "Ojalá fuera la persona que pareces creer que soy".
"¿En qué parte me he equivocado?" Preguntó Hollis en voz baja.
"No era fuerte, ni inteligente, ni siquiera valiente. Era ingenua, insensiblemente
inocente. Y, me da un poco de vergü enza admitirlo, abrumado por el mundo
cuando por fin me di cuenta de lo mucho que había en él".
"No puedes culparte por eso. No tuviste la oportunidad de prepararte.
Cualquiera estaría desequilibrado".
"Sí, pero la mayoría de la gente no habría perdido el sentido de la realidad.
Acabé agarrá ndome al primer ancla que pude encontrar, só lo para mantener el
equilibrio. Mi insensatez, mi debilidad, podría haberme costado todo".
Hollis dejó su plato a un lado. "¿Qué quieres decir?"
Suspirando, Annie buscó a Callie sentada en la mesa con los otros niñ os. Estaba
riendo, con un tenedor de plá stico blanco en una mano y un vaso rosa lleno de
leche en la otra. Estaba radiante, alegre y milagrosa. "Conocí a un hombre y pensé
que estaba enamorada".
Hollis siguió la mirada de Annie y vio a Callie con los otros niñ os. "El padre de
Callie".
"Sí", dijo Annie, dirigiendo su mirada a la de Hollis. Encontrando sus ojos
directamente. "Era uno de mis profesores".
Hollis apretó las mandíbulas, conteniendo un juramento. Só lo podía imaginar lo
perdida que se debía sentir Annie, viniendo de un entorno en el que no había
tenido opciones, ni había estado expuesta a los hombres excepto en circunstancias
rígidamente controladas. "Y te enamoraste de él".
"Pensé que lo había hecho", dijo Annie, sin amargura en su tono, só lo
resignació n. "Ahora sé que lo que realmente sentía era necesidad y gratitud: que
un hombre como él prestara atenció n a alguien como yo...".
"¿Alguien como tú ?" Hollis no pudo callarse. "Está s bromeando, ¿verdad? Eres
hermosa. Eres brillante, cá lida y sexy. ¿Quién no se sentiría atraído por ti?"
Annie se sonrojó y una sonrisa recorrió sus labios rojos. "Bueno. No creo que
me haya dicho ninguna de esas cosas".
"Entonces debería haberlo hecho".
Annie rió suavemente y parte de la tristeza abandonó sus ojos. "Me mostró
cosas, me llevó a lugares que nunca había imaginado. Así que cuando quiso
mostrarme cosas físicas, me pareció natural".
Hollis se esforzó por ignorar la sensació n de hundimiento que se extendía por
ella. Nunca había tenido ninguna razó n explícita para pensar que Annie era
lesbiana, pero había dejado que su propia atracció n le hiciera pensar que así era.
En ocasiones se había sentido atraída por mujeres heterosexuales, pero rara vez.
No era una cuestió n de atractivo físico, sino má s bien de personalidad. Las sutiles
diferencias en los deseos y las expectativas siempre parecían aparecer, pero esta
vez había leído mal las señ ales. Dejó de lado su propia decepció n. No se trataba de
ella o de lo que quería o esperaba o no. Se trataba de Annie. "Me parece bastante
natural, sentirse físicamente atraído por alguien que se ha interesado por ti y te ha
mostrado cosas nuevas, nuevas experiencias".
"Supongo", dijo Annie pensativa. "Nunca se me ocurrió -ni una sola vez- que no
quisiera estar con un hombre cuando llegara el momento. Esas cosas no se hablan
en nuestra comunidad".
"¿Te refieres a ser gay?"
"Sí. Nunca se me ocurrió que fuera lesbiana. Y luego conocí a Jeff y... bueno,
cometí bastantes errores". Annie se rió con pesar. "Pero también aprendí mucho.
Tengo a Callie, sé quién soy y sé que no volveré a cometer los mismos errores".
"¿Cuá ndo te diste cuenta de que eras lesbiana?" preguntó Hollis, el peso de la
decepció n se desvaneció .
"No hasta varios añ os después de que naciera Callie. Varios de mis colegas son
homosexuales, y cuando vi a algunos de mis pacientes con sus parejas, vi una vida
diferente a la que había imaginado, una que despertó algo en mí. Me di cuenta de
que la razó n por la que me sentía tan có modo con ellos, tan compenetrado, era
porque yo era como ellos. Entonces lo supe y otra pieza cayó en su sitio para mí".
"Como dije", dijo Hollis en voz baja, "eres increíble".
"¿Sigues pensando eso, incluso después de que te haya contado esta historia?"
"Má s aú n".
"Gracias".
"No merezco ningú n agradecimiento. Tú hiciste todo lo difícil".
"Todo lo mismo..." Un trueno estalló en lo alto y Annie levantó la vista. "Uh-oh".
Enormes nubes negras de trueno se dirigieron hacia ellos desde el este,
borrando el sol.
Alguien gritó : "Se avecina una tormenta", y un rayo irregular partió el cielo.
Annie se levantó de un salto y se dirigió hacia Callie. Hollis apenas se puso en
pie antes de que empezaran a caer gotas de lluvia gigantescas sobre ella. En
cuestió n de segundos, les cayeron hojas de agua. Los padres corrieron a buscar a
sus hijos, los truenos rugieron y los relá mpagos estallaron. Hollis corrió
directamente hacia Annie, que tenía a Callie en brazos, y cogió una toalla de playa
del respaldo de una silla desocupada en el camino. La pasó por los hombros de
Annie y por encima de la cabeza de Callie. Envolviendo su brazo alrededor de los
hombros de Annie, gritó : "Sígueme".
Los guió hacia la casa de la piscina, que era el refugio má s cercano que no era
un á rbol. Casi todos los demá s habían corrido hacia la casa o el garaje cercano.
Hollis empujó la puerta del pequeñ o cobertizo y se apiñ aron en el espacio de tres
metros cuadrados junto al equipo de la piscina y las estanterías llenas de
contenedores de productos químicos cuidadosamente apilados. Accionó el
interruptor de la luz, pero no ocurrió nada. "No hay electricidad".
Otro trueno pareció sacudir la estructura que los rodeaba.
"Mami", dijo Callie, con la voz vacilante, "tengo miedo".
Annie apartó el pelo hú medo de la cara de Callie y se colocó con ella en la
puerta abierta. "No pasa nada, cariñ o. Es só lo una gran tormenta. A veces, cuando
llueve tan fuerte, truena muy fuerte. Estamos a salvo aquí dentro". Utilizó la toalla
para secar la cara y los brazos de Callie. Cuando terminó , se la entregó a Hollis.
"Está bastante empapada. Pero quizá puedas secarte un poco el pelo".
"Gracias". Hollis se secó el pelo con una toalla. Su camiseta no tenía remedio:
estaba mojada y pegada a ella con pliegues anegados. Sin embargo, no le
preocupaba estar mojada, estaba demasiado absorta con Annie.
El pelo de Annie se extendía en forma de tirabuzones a lo largo de las mejillas y
el cuello, y cuando un relá mpago iluminaba su rostro, su perfil se asemejaba al de
un camafeo tallado en marfil. Su top verde pá lido se ceñ ía a sus pechos y al arco de
sus clavículas, una elocuente invitació n para que los dedos siguieran sus delicadas
curvas. Era tan hermosa que a Hollis le dolía el pecho.
Annie se apartó de la tormenta, con una expresió n interrogante. "¿Está s bien?"
"Estoy bien", dijo Hollis, aunque el viento enérgico que soplaba a través de la
puerta abierta le puso la piel de gallina. "Pero está s empapada". Utilizó la esquina
má s seca de la toalla para limpiar el agua de la cara de Annie y el á ngulo de su
mandíbula. Los labios de Annie se separaron y sus pupilas parpadearon cuando
Hollis se inclinó hacia ella. "¿Mejor?"
"Sí, gracias", dijo Annie, con la voz ronca.
Callie se retorció en los brazos de Annie. "Quiero bajar ahora. Quiero ver los
relá mpagos".
"Está bien. Quédate a mi lado". Annie mantuvo una mano en la cabeza de Callie
pero su mirada se fijó en Hollis. "Te agradezco que nos lleves al refugio".
"De nada", susurró Hollis, retrocediendo un paso, con la toalla apretada en el
puñ o. Má s allá del hombro de Annie, el cielo se iluminó . "Está amaneciendo".
"Sí. Estas tormentas de verano nunca duran mucho".
"No". Hollis esperaba que siguiera lloviendo. Nada en el mundo fuera de este
pequeñ o capullo la había hecho sentir tan viva.
Annie se dio la vuelta y se asomó al exterior, inclinando la cabeza para ver el
cielo. "Tengo que llevarla a casa y secarla antes de que llegue otra ola". Cogió la
mano de Callie. "Vamos, cariñ o".
"Bien", dijo Hollis siguiéndola en la ligera llovizna. Annie cruzó corriendo el
patio en direcció n a la entrada, y Hollis se metió las manos en los bolsillos,
temblando por la fresca brisa.
Capítulo 11
A las ocho de la mañ ana del martes, Annie se dirigió a la casa de Kathy Murphy
en West Mt. Airy, a diez minutos en coche de su apartamento. A Kathy aú n le
quedaban casi cuatro meses para dar a luz a su segundo hijo. Hoy era una revisió n
rutinaria. A Annie le gustaba ver a las pacientes en sus casas: la futura madre
estaba má s relajada y confiada en un entorno familiar, y esa seguridad ayudaba a
situar todo el proceso del parto en una perspectiva positiva, desde la evolució n del
embarazo hasta el parto y los cuidados posteriores. Kathy esperaba en el porche en
un columpio de madera blanca colgado de unas coloridas cuerdas trenzadas en el
techo, con su hijo de cinco añ os a su lado y un libro infantil abierto cubriendo sus
regazos.
"Hola", llamó Kathy, sonriendo alegremente. Su hija Grace saludó con
entusiasmo cuando Annie se acercó al paseo.
"Hola". Annie sonrió y saludó a Grace. "Hermosa mañ ana".
"¿Verdad que sí? Me encanta esta época del añ o", dijo Kathy. "Es un gran
momento para estar embarazada".
Annie se rió . "Ese es el espíritu. ¿Có mo va todo?"
"Bien. Bueno, casi". Kathy frunció el ceñ o un segundo y señ aló sus pies. "Todo
menos eso. Esperaba no volver a ver eso hasta má s cerca del final. Todavía no es
junio y me estoy hinchando".
Annie mantuvo una expresió n neutra mientras miraba los tobillos de Kathy.
Ambos estaban hinchados varios centímetros por encima de la articulació n. El
edema pediá trico era comú n en los ú ltimos meses del embarazo, cuando la presió n
en el abdomen por la expansió n del ú tero y el crecimiento del feto impedía el
retorno de la sangre y la linfa desde las extremidades inferiores. Sin embargo, seis
meses era pronto para empezar a ver esa acumulació n de líquido y podía ser una
señ al de problemas. Annie se acomodó en el columpio al otro lado de Grace.
"¿Cuá ndo empezaste a verlo la ú ltima vez?"
"Oh, no hay mucho que notar hasta casi el ú ltimo mes, supongo". Kathy cerró el
libro de ilustraciones y levantó a Grace al suelo. "Cariñ o, Nana está en la cocina.
Creo que le gustaría que la ayudaras con el desayuno, ¿vale?"
"De acuerdo". Grace entró corriendo en la casa.
"¿Có mo te has sentido por lo demá s?" Preguntó Annie.
"Un poco má s cansada de lo que recuerdo haber estado con Grace, pero
entonces no tenía un niñ o de cinco añ os para seguir corriendo, y soy cinco añ os
mayor". Kathy se rió . "No puedo ir todo el día como antes; tengo que echar una
siesta".
"Créeme, sé lo que quieres decir". Annie charló con ella durante unos minutos
sobre la familia de Kathy y el nuevo trabajo de su marido y luego dijo: "Vamos
dentro para que pueda revisarte. También quiero hacerte un par de aná lisis de
sangre, para asegurarme de que la hinchazó n no nos va a dar problemas en el
futuro".
"De acuerdo", dijo Kathy.
Annie volvió a su coche y cogió su botiquín. Dentro, siguió a Kathy hasta el
dormitorio, comprobó su presió n y sus constantes vitales, le auscultó el corazó n y
los pulmones y le extrajo muestras de sangre para hacer aná lisis químicos. "Te
llamaré cuando tenga los resultados, si no, te veré el mes que viene. ¿Te viene bien
la misma hora?"
"No pienso ir a ninguna parte", dijo Kathy. "Que llamen como la ú ltima vez, con
un par de días de antelació n". Se acarició la barriga. "Estaremos aquí".
"Entonces yo también lo haré".
Después de hacer unas cuantas visitas má s a domicilio, Annie se dirigió al
centro de partos para ver a las pacientes que tenían programadas ecografías u
otras pruebas. Terminó a las once y media y se dirigió a su pequeñ o cubículo en la
zona de personal para escribir sus notas. Consultó su reloj. Las once y cuarenta y
cinco. Vería a Hollis a la una.
Dejó el bolígrafo sobre la tabla abierta. No, hoy no iba a ver a Hollis. Se iba a
reunir con la Dra. Monroe. Tenía que tenerlo en cuenta. A pesar de lo encantador y
sorprendentemente dulce que podía ser Hollis, su relació n debía ser estrictamente
profesional. Lo que tenían que conseguir era demasiado importante como para
complicarlo con sentimientos personales, sobre todo porque era muy probable que
la Dra. Monroe fuera má s una adversaria que la mujer que la había escuchado con
tanta atenció n dos días antes. Hollis casi le había hecho creer que su experiencia
con Jeff había sido má s un triunfo que el desastre que ella siempre había pensado
que era.
No podía olvidar que Hollis y los médicos como ella a menudo necesitaban
convencerse de que las comadronas eran capaces y competentes y tenían un
importante papel que desempeñ ar en el cuidado de las mujeres y sus hijos, como
mínimo. Algunos eran abiertamente hostiles. Annie cerró los ojos y se frotó las
sienes. Debería llamar a Barb y decirle que no era la persona adecuada para este
trabajo. Para empezar, ella no quería colaborar con médicos obstetras y ahora
tenía que lidiar con alguien que la enredaba por dentro y le hacía olvidar lo que
siempre había sido un camino claro y seguro.
"¿Dolor de cabeza?" Barb preguntó desde detrá s de ella.
Annie dio un salto y giró sobre su silla. "No, só lo estaba pensando".
Barb se apoyó en el tabique que separaba el espacio de Annie de las dos zonas
de trabajo contiguas. Ambas estaban vacías en ese momento. Como directora
administrativa, Barb tenía su propio despacho al final del pasillo. Iba vestida como
de costumbre, con pantalones planchados y una camisa bien planchada, tacones
bajos y sin má s joyas que su alianza y su reloj. A sus cuarenta añ os, era una á vida
defensora de los derechos de las matronas a formarse y ejercer de forma
independiente. Saber que Barb creía con tanta pasió n como ella en la causa ayudó a
Annie a aceptar que a veces el compromiso era un paso necesario para lograr un
objetivo.
"¿Algo que informar sobre el grupo de trabajo?" Preguntó Barb.
"Todavía no", dijo Annie. "Nos desviamos el viernes y nos reunimos de nuevo
hoy. Tengo que decir, sin embargo, Barb, que todavía no estoy convencida de que
sea una buena idea. Tan pocos de nuestros pacientes necesitan ser derivados, que
no veo por qué..."
"El mes pasado, cuando el St. Vincent's cerró en Manhattan", le recordó Barb,
"trece comadronas de Nueva York perdieron el derecho legal a ejercer porque no
tenían ningú n grupo de médicos dispuesto a apoyarlas en caso de emergencia.
Puede que ahora sea una cuestió n de papeleo, pero no podemos quedar atrapadas
en una situació n así. Tenemos que tender nuestros puentes ahora para asegurar
nuestra prá ctica".
"Tal vez, en lugar de gastar nuestros esfuerzos en conseguir el apoyo de un
grupo que nos desprecia, deberíamos dar a conocer los datos que demuestran que
proporcionamos una atenció n mejor y má s segura a las mujeres embarazadas".
Barb suspiró . "Sabes que las estadísticas son só lo nú meros que muestran
resultados generales. No se pueden aplicar a todos los médicos. Hay muchos
obstetras maravillosos. No queremos empañ arlas má s de lo que queremos que nos
desestimen".
"Lo sé". Annie se apartó el pelo de los ojos y pasó los dedos por los gruesos
mechones. "Lo sé. Tienes razó n. Sinceramente, lo entiendo. Es que me da mucha
rabia".
"Y lo entiendo". Barb apretó el hombro de Annie. "Pero es a ti a quien quiero en
esto. Hazme saber si esta doctora parece que va a ser un obstá culo. No estamos
completamente sin recursos, sabes. El presidente de allí nos apoya y, si es
necesario, le presionaré para que su gente se ponga a tono".
"Te haré saber có mo va. Espero que no tengamos que ir allí", dijo Annie. La idea
de presionar a Hollis o de ir a sus espaldas la hizo sentir instantá neamente
incó moda, y ese era otro de sus problemas. No podía estar preocupada por Hollis
cuando debía estar concentrada en lo que tenía que lograr.
"Te dejaré volver al trabajo", dijo Barb. "Recuerda que mi puerta siempre está
abierta".
"Gracias". Annie regresó a su escritorio y cogió su bolígrafo. Tenía trabajo que
hacer. Luego tenía una reunió n con la Dra. Monroe. Só lo tenía que seguir pensando
en Hollis de esa manera y todo estaría bien.