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Londres 1874
El propósito del gran baile que se celebraría esa noche, con entrada
exclusivamente por invitación, era entretener a los miembros actuales y mostrarles a
potenciales futuros clientes todos los beneficios que ofrecía el establecimiento.
Desde su llegada a Londres dos semanas antes, Rose había descubierto que el club
“Los Dragones Gemelos” era la comidilla de la ciudad.
Haciendo caso omiso a los que la observaban pasar, se familiarizó con el entorno
que le serviría como un segundo hogar durante las semanas siguientes. Una parte de
la habitación contenía las mesas en las que se disputarían diversos juegos de azar.
Sospechaba que el día posterior al baile el resto de la habitación luciría muy
diferente, pero esa noche la zona se había convertido en pista de baile. Los enormes
candelabros de cristal proporcionaban una excelente iluminación. El papel a lo largo
de las paredes era de tonos neutrales, ni particularmente masculino ni femenino.
Le hubiera gustado tener la oportunidad de ver el club antes de las reformas que
buscaban el equilibrio entre lo que seguiría siendo de interés para los hombres pero
que a la vez no ofendiera a las mujeres. No tenía dudas de que lo hubiera encontrado
un poco más decadente y mucho más interesante. Pero no estaba allí por los
adornos. Más bien necesitaba conocer la estructura del local y el alma de aquellos de
los que en adelante dependería su existencia.
Paseando por la multitud, sonriendo, aquí y allá a aquellos que habían hecho un
gesto de reconocimiento, con actitud misteriosa, algunos incluso, al día siguiente
jurarían que la habían visto antes, o que eran viejos amigos. Ninguno admitiría que
nunca la había visto antes en su vida. Había dominado el arte de parecer como si
perteneciera a ese mundo, en realidad había dominado muchas cosas.
Al entrar en el salón de las damas, que después de esa noche estaría fuera de los
límites de los caballeros, Rose sabía que no cogería el hábito de frecuentar esa sala,
pero podría visitarla de vez en cuando para cimentar las relaciones correctas.
— Hola.
Volviéndose, Rose se enfrentó a una pequeña mujer con el pelo y los ojos de
color caoba tan oscuro como el alma del diablo. Otro espíritu afín, tal vez.
— Soy viuda.
— Lo siento mucho.
— Supongo que algún consuelo debe haber en morirse haciendo lo que uno
desea. ¿Eres nueva en Londres, entonces? No quiero entrometerme, pero no estoy
familiarizada con su familia.
— Eso es inusual.
— Antes de la India, viví en el norte, una pequeña ciudad que casi no vale la
pena mencionar ya que pocos han oído hablar de ella.— Ninguna parte en la que
había vivido valía la pena mencionar, especialmente porque se arriesgaría a dejar
huellas para cualquiera que pudiera tener un interés en seguir sus pasos. —Creo que
mi abogado fue muy competente al conseguirme una invitación para la aventura de
esta noche. — Estaba segura de eso, de hecho. Daniel Beckwith se había inclinado a
conceder todas sus demandas desde que había entrado en su despacho. Las viudas
que estaban por heredar las tierras de sus maridos eran raras y muy apreciadas. En
base a lo que le había dicho de la finca, fue muy consciente de que podría sacar una
muy buena ganancia por ayudarla. Quería mantenerla más que contenta. —Estoy
eternamente en deuda con él.
— Pues bien, voy a dejarle para que lo haga a su manera. Espero que disfrute de
su velada.
La señorita Dodger se despidió entonces, y Rose hizo una nota mental para
preguntarle a Beckwith sobre el padre de la niña. Era muy posible que le resultara
conveniente entablar una amistad con la señorita Dodger, aunque no fuera de la
nobleza. A diferencia de la mayoría de la gente, Rose estaba más interesada en la
riqueza que en el rango. Como el nuevo propietario había abierto el establecimiento
a aquellos que no eran pares del reino, parecía que también valoraba la moneda a la
condición de nacimiento. Un sabio principio cuando uno no podía elegir a sus
familiares.
***
La mujer de rojo llamó su atención tan pronto como la vio cruzar las puertas de
entrada como si fuera la reina de Inglaterra. Lo sorprendió su magnetismo, ya que
nada en ella era particularmente llamativo.
Mirando desde las sombras del balcón del club Dodgers, Avendale gruñó. “Los
Dragones gemelos”. ¿Por qué demonios Drake había cambiado el nombre que
durante décadas había identificado a ese infierno de juego? No sólo el nombre, sino
casi todo lo demás. A Avendale no le gustaba. No le gustaba ni un poco. En especial
no le gustaba que ahora se les permitiera entrar a las mujeres, que se paseaban por
el local con toda libertad, tal como la dama de rojo estaba haciendo.
Pero a veces era bueno tener a alguien con quien poder mantener una
conversación medianamente inteligente. Una persona con intelecto. Alguien que
apreciara sus bromas obscenas. Las mujeres por lo general tendían a gemir, suspirar
y susurrar cosas sucias en su oído. No es que no disfrutara de ello. Lo hacía. Pero
eran tan parecidas. Rara vez variaban. Oh, su pelo, sus ojos, sus formas eran
diferentes, pero en el fondo eran todas iguales. Excitantes en su cama, pero
terriblemente aburridas fuera de ella.
Sabía que un muy privado juego de cartas sin mujeres se estaba celebrando en el
pasillo. Debería estar allí. Era adonde había estado dirigiéndose cuando la había visto
entre la multitud.
Lo había cautivado desde entonces. Incluso cuando no estaba visible, ocupaba su
mente. En general, las mujeres que estaban fuera de su vista, también quedaban
fuera de su mente.
Ella estaba muy feliz con su segundo marido, el doctor William Graves. El padre
de Avendale, su primer esposo, había sido una lamentable experiencia.
***
Sabía que estaba siendo vigilada. Podía sentir la mirada clavada en su espalda, a
la vez que pequeños temblores estremecían y convulsionaban su piel. Los vellos finos
de la parte posterior de su cuello se habían erizado. Sin embargo no mostró ninguna
evidencia de malestar por el escrutinio, aunque en su interior el corazón le latía con
la fiereza de un tambor llamando a la batalla.
Había escuchado a alguien mencionar que un inspector de Scotland Yard estaba
presente esa noche. Pero supuestamente se trataba de un invitado, no de alguien
que estaba buscándola. No había estado en Londres el tiempo suficiente para
disparar las alarmas, ni para que alguien pudiera sospe…
El hombre que le extendía la fina copa de cristal sin duda no era un sirviente.
Cada poro de su cuerpo exudaba nobleza, aristocracia, prerrogativa. Cada costura y
cada hilo de exquisita tela que envolvía su magnífica figura gritaban su acaudalada
posición. Los ojos oscuros que la evaluaban descaradamente, hicieron que los vellos
de su nuca se erizaran una vez más. Su mirada poseía una intensidad que le resultaba
un poco inquietante, al punto de que temía que pudiera ver a través suyo.
Pero si pudiera hacerlo, ya habría exigido la presencia del inspector que andaba
por ahí, y no estaría ofreciéndole champagne. No estaría comiéndola con los ojos
como si estuviera tomando medida de cada curva, adivinando que ocultaba cada
protuberancia.
Si tuviera que adivinar el título de ese hombre, diría que era un duque. Exhibía
poder e influencia como si fuera una segunda piel. Muy bien podría conformarse con
un duque.
— ¿No es más bien escandaloso que un caballero se acerque a una mujer que no
conoce sin alguien que pueda hacer las presentaciones?— Preguntó.
Así que la había visto llegar, entonces había estado observándola durante un
buen rato. Casi tres cuartos de hora. Era una buena señal que hubiera logrado
mantener su interés durante tanto tiempo.
— Soy viuda. No necesito un acompañante.
Ella no dejó de notar la manera en que su mirada cayó sobre los montículos de
su pecho. Los hombres se sentían mucho más atraídos por ellos que por su cara, a la
que no le faltaba belleza. Pero servía a su propósito, ya que por admirar sus senos
rara vez se percataban de la astucia implícita en sus ojos.
— Ya han pasado dos años. Estábamos explorando las selvas de la India, cuando
fue atacado por un tigre. Terriblemente horripilante. — Se estremeció visiblemente,
asegurándose de que se distrajera por la carne temblorosa de sus pechos. Los
hombres eran tan fáciles de manipular. Debería estar avergonzada, pero había
aprendido hacía mucho tiempo que uno no debía arrepentirse de lo que se veía
obligado a hacer para sobrevivir. — Ya no quiero pensar en ello.
Tomó otro sorbo del excelente champagne, permitiendo que su mano temblara
ligeramente.
— Te acompaño.
— Seguramente usted tiene una esposa en algún lugar que no apreciaría sus
atenciones hacia mí.
Él ofreció su brazo.
Mientras caminaban, no pudo hacer otra cosa más que seguirlo con confianza a
través de la sala. Saludó a unos pocos, pero fue tratado con deferencia.
— Su gracia.
— Avendale.
— Duque.
Llegaron a una habitación que era mucho más oscura que cualquiera de las otras
que había visto. Las paredes estaban empapeladas con ricos tonos burdeos y el
mobiliario era imponente. Una enorme chimenea dominaba una de las áreas de
descanso. Las vitrinas exhibían un surtido de licores que lacayos de librea servían con
generosidad.
Sonrió como un lobo, y por un momento temió que pudiera leer todos sus
pensamientos. Un escalofrío la recorrió antes de que entendiera su significado. La
había distraído. Normalmente mantenía la cabeza fría en presencia de los hombres,
incluso de los más guapos. O tal vez le estaba dando demasiado crédito, sólo había
sorbido el champagne demasiado rápidamente haciendo que su mente se embotara
por un momento.
Saliendo de una puerta lateral, se encontró cara a cara con el hombre al que
había visto besar a la mujer en la pista de baile. Esa mujer estaba radiante de
felicidad e inapropiadamente aferrada a su brazo. Pero entonces decidió que en un
lugar como ese nada era totalmente inapropiado. En definitiva esa era la
particularidad que más le interesaba.
— Sin embargo, aquí estás, caminando del brazo de una de esas damas— dijo
Drake Darling. — ¿Vas a presentarnos?
Así que sólo tenía un interés temporal en ella. Tal vez sólo por esa noche. Una
cita, algo pecaminoso. Se sintió lo suficientemente insultada como para tomar la
ofensiva, pero no tanto como para pasar por alto el halago. Sin embargo, había sido
entrenada para ocultar sus emociones. Sería mucho más satisfactorio hacerle pagar
por su arrogancia más tarde. Ah, y cómo lo pagaría. Apenas podía contenerse, pero
la espera le proporcionaría una venganza mucho más dulce.
— Mis disculpas, señor Darling— dijo en voz baja. — Yo soy la señora Rosalind
Sharpe.
— Te das cuenta de que vas a tener que casarte con lady Ofelia…— dijo
Avendale —…después del espectáculo que diste.
— Lo haré con mucho gusto. Y estoy siendo grosero. Lady Ofelia Lyttleton,
permítame presentarle a la señora Rosalind Sharpe.
— Estoy segura de que voy a pasarme por aquí de vez en cuando, pero en el
futuro inmediato estaré muy ocupada organizando nuestra boda. — Miró a Drake
Darling con adoración, y Rose se desprendió del pequeño brote de envidia. El amor
no era para ella y lo tenía muy claro.
— Si nos disculpa— dijo el señor Darling— tenemos que terminar de hacer las
rondas.
— Oh, sin dudas. — Miró a su alrededor. — Así que dentro de esta sala, los
hombres beben, fuman, leen y conversan. ¿Dónde juegan a las cartas cuando no
desean mostrarse civilizados?
— Una puerta oculta los lleva a otra habitación donde se juega tranquilamente,
sin damas que puedan ver cómo despilfarran horriblemente sus fortunas en el juego,
y lo mucho que pueden perder sin pestañear.
Le mostró la sala de juego que era sólo para hombres. Era muy parecida a la
anterior: oscura y ominosa. Masculina. Hablaba de poder y riqueza. ¡Cómo le
gustaría ser una mosca entre esas paredes!
— No estoy segura de por qué, pero no pensé que fueras uno de los que gustan
del baile.
Tampoco él. Consideró darle excusas, dejándolo ahora antes de que las cosas
fueran demasiado lejos, antes de que no pudiera pensar con claridad, pero había
pasado un largo tiempo desde que alguien le había intrigado. Él era misterioso.
Basándose en las pocas personas con las que se había detenido a hablar, sospechaba
que no era conocido por meterse en asuntos ajenos ni por compartir los suyos.
Podría aprovechar su tendencia a la privacidad.
— Si tengo que ir tan lejos para bailar, tendrás que concederme dos.
— Estás más allá del bien y del mal. Sospecho que el escándalo no te asusta.
Con una suavidad que hizo galopar su corazón, la condujo hacia las parejas de
bailarines. Se dio cuenta un poco tarde que bailar el vals con él sería un error. La
abrazó firme y posesivamente. Sí, podía ver el peligro ahora. Era un hombre
acostumbrado a adueñarse de lo que deseaba.
Eso lo hacía muy peligroso. Siempre había erigido muros entre ella y los
hombres. Los utilizaba, luego los descartaba. No creía que ese hombre pudiera ser
fácilmente desechado. Tenía que escapar lo antes posible, mientras pudiera. Se
sentía demasiado atraída por él. Eso no ayudaría en absoluto a sus planes. No era el
indicado.
— Fue encantador— dijo ella. — Gracias. Te dejaré para que puedas disfrutar el
resto de la noche.
Debería decir que sí. Pero entonces, sin duda pondría un ojo sobre ella para
discernir quién era el destinatario de su atención. No quería que estuviera
observándola. Mejor darle un poco más de tiempo esa noche y luego seguir
adelante.
— No.
— Entonces bailemos.
La música comenzó. Otro vals. ¿Acaso la orquesta no sabía tocar nada más que
valses? Su piel estaba ansiosa por darle la bienvenida a la presión de sus manos. Sus
efímeras caricias provocaban intensos temblores en su vientre. Era a la vez
desconcertante y emocionante tener esas reacciones debido a su cercanía. ¿Qué
había en él que le afectaba de esa manera? Era más que su hermoso rostro, algo
profundo dentro de él que despertaba algo en ella, algo que había estado latente, y
que ahora quería salir a la superficie. Necesitaba una distracción de esos
pensamientos inquietantes.
— Cornualles.
Sí, podía ver eso. Lo imaginaba parte de la escarpada costa. Tal vez incluso fuera
descendiente de piratas. Bien podía imaginarlo robando y saqueando su patrimonio.
— No, con palabras no. Yo prefiero otros medios de comunicación, sobre todo
cuando una mujer está involucrada en el asunto.
Estaba perdiendo su ventaja con él. No sabía cómo recuperarla.
— Sólo hay una clase de profundidad que me interesa. — Sus ojos ardieron con
la insinuación y casi tropezó.
Estaba fuera de su elemento con él. No iba a ser fácil de manipular. Pero algo
dentro de ella anhelaba aceptar el reto. Las cosas se habían vuelto demasiado fáciles
últimamente. Estaba aburrida. No se había dado cuenta hasta ese momento. No
había vida sin emoción y últimamente ella se limitaba a existir. Pero él le
proporcionaba una chispa vital. Le interesaba. Intuía que podía tener secretos tan
oscuros como los suyos. Descubrirlos sería un reto, uno que podría llegar a jugar a su
favor.
— Me intrigas, Rosalind.
— Creo que tus protestas son falsas. ¿Quieres que me tome libertades?
Seguramente tendrías una rabieta. — Entrecerró los ojos.— No, tú no eres capaz de
algo así. Creo que me lo harías pagar de otra manera.
Oh, sí, tenía razón. Sin duda le haría pagar por otros medios. Aún podría hacerlo.
Pero por ahora mejor concentrarse en su papel.
— Entonces te diré que me siento atraída hacia usted, aunque no estoy segura
de que sea sabio de ninguna de las dos partes.
— Yo creo que lo has visto todo. Tal vez nos hemos quedado sin excusas para
quedarnos.
Ladeó la barbilla.
— No tome esto como una adulación, excelencia, sino más bien como una
apreciación personal. Me pareces la clase de hombre capaz de poseer esa llave.
Ciertamente poseía la llave. Sin duda sería prudente llevarla hasta allí, ya que
quería hacerle cosas que se disfrutaban mejor en las sombras. Había sombras en
abundancia en el balcón, y sus pasiones estaban contenidas por una correa
demasiado débil. No era una señorita inocente, recientemente presentada en
sociedad. Era viuda. Tenía que conocer a los hombres, tenía que saber que estaba
con ella en ese momento debido a su deseo de conocerla en el sentido bíblico. Sin
culpa para ceder a sus deseos.
Llegaron a la puerta que daba a los pasillos donde se encontraban las oficinas y
las salas que proporcionaban entretenimiento privado. Extrajo la llave del bolsillo del
chaleco, y se la extendió.
— Darling no se molestó en restaurar esta parte, cosa que me alegra. Hay algo
reconfortante en lo familiar. Ha sido así durante décadas.
— No tienes edad suficiente para haber estado visitando este lugar durante
décadas — dijo.
— Empecé muy joven. — A pesar de que tenía razón. Lo había visitado por sólo
un poco más de una década. — Conozco su historia. Es legendaria. Las escaleras que
conducen a la terraza están aquí.
Con la mano en la parte baja de la espalda, la guio hasta las escaleras y por el
corto pasillo que terminaba en el balcón.
— Siempre y cuando te quedes detrás de las cortinas, no podrás ser vista— dijo
en voz baja. — Las sombras sirven de cubierta.
— Sí.
— No, estoy bastante segura de que fuiste tú. Tienes esa intensidad en la
mirada. ¿Cuán a menudo vienes aquí a contemplar a los de abajo?
— Darling lo hace. Le gusta ver el dinero que entra. Dodger, el dueño anterior,
también lo hacía así. — Se quitó los guantes, los metió en los bolsillos de su abrigo, y
pasó un dedo desnudo por su nuca. Ella se estremeció por la caricia. — Yo
simplemente estaba tratando de determinar si valía la pena bajar.
— ¿No?
— No.
Metió los dedos entre su cabello grueso, lamentando llevar puestos los guantes.
Degustando la riqueza del brandy de su lengua, suspiró con pesar por no tener más
licor para beber. A medida que el placer la recorría, lamentó no ser libre.
Con ese pensamiento, la culpa la envolvió. No estaba resentida por no estar libre
de ataduras. La libertad costaba un precio que aún no estaba dispuesta a pagar.
Pero una mujer no maduraba sin anhelar las cosas que le eran desconocidas. No
era reacia a los besos, pero este hombre estaba haciendo mucho más que presionar
sus labios contra los de ella. La poseía, marcándola como suya. Siempre recordaría su
sabor, su fuerza, su fragancia.
— Nunca lograremos llegar a mi residencia — dijo con voz áspera.— Hay una
sala vacía a sólo unos pasos por el pasillo.
— No. — dijo ella demasiado bajo. No debía haberla oído porque empezó a
mordisquear el lóbulo de su oreja. Estuvo a punto de caer al suelo por el placer
absoluto que sintió. Podía tomarla allí mismo si insistía. — No— dijo con más
firmeza.
Respiró con dureza, se echó hacia atrás, inmovilizándola con los ojos oscuros.
— No soy una mujer sin moral. No caigo en la cama con un hombre simplemente
porque él me desea.
No tenía ninguna duda, pero el precio era demasiado alto para sus planes, y muy
posiblemente para su autoestima. Tener que alejarse después... siempre era la que
tenía que alejarse, la que tenía que decidir cuando era hora de partir. Tragando
saliva, alejó la tentación que la poseía.
Había dado apenas dos pasos cuando su mano grande la tomó del brazo, le dio la
vuelta, y de nuevo tomó su boca. Con la suficiente habilidad como para hacerle
olvidar sus responsabilidades, sus funciones. ¿Qué daño podría causar si sólo una vez
en su vida hacía algo para sí misma? ¿Si se permitía algo que anhelaba?
— No.
— Los dos sabemos que eso sería más que peligroso. Solos, en un pequeño
espacio, en la oscuridad. No creo que pudiera llegar a casa ilesa. Además, tengo un
carruaje. Así que de nuevo, buenas noches.
— ¿Qué sugieres? ¿Qué podría hacer para obtener los medios que nos permiten
vivir con el lujo que vivimos?
Después de los besos apasionados que le había dado Avendale, apenas podía
recordar el motivo por el que estaba allí. Recién cuando estaba a medio camino de su
casa había sido capaz de pensar correctamente de nuevo. ¿Cómo podía permitirse
que su mente se volviera tan traicionera? Oh, claro que le habían dado besos antes,
pero ninguno tan posesivo, ninguno que la consumiera de esa forma. Se sorprendía
de que no hubiera estallado en llamas en el balcón.
— Sally.
— No sería tan malo si perdieras de vista el trabajo por una noche. ¿Cuándo fue
la última vez que tuvo un poco de diversión?
Rose sonrió.
Pero allí, en su dormitorio, no tanto. Cuando miró su reflejo, vio a una mujer
agradable, que nunca tendría un marido que la amara o hijos a los que adorar. Una
mujer tan extraordinariamente solitaria que lo único que podía hacer era esforzarse
por no llorar. Despreciaba esos momentos de debilidad cuando sus sueños perdidos
le daban codazos para llamar su atención.
No tenía derecho a quejarse, no cuando otros habían sufrido mucho más que
ella.
Deliciosamente tentador.
Tenía que serlo, para garantizar la eficiencia de su trabajo. Había aprendido ese
talento en las rodillas de su padre, no es que aprender nada de él fuera digno de
alarde.
¿Le gustaba?
Las palabras no eran una pregunta sino una declaración, y Rose sabía que Sally
quedaría decepcionada si nada hubiera pasado, ni siquiera un beso en las sombras.
— No.
— Cansada, como dije antes. — Echando un vistazo por encima del hombro,
sonrió. — Estoy bien. Buenas noches.
Esperó hasta que Sally se fue, luego se dirigió a la sala de estar y se acurrucó en
un rincón del sofá inhalando el aroma embriagador. Tomando un trago, lo saboreó
más de lo que nunca había hecho antes. Le recordaba a él. Imaginó de nuevo sus
labios sobre los de ella.
Avendale pensaba que no había nada peor que un hombre que no podía
mantener el control sobre la bebida.
Con una risa encantada, Afrodita se deshizo del abrazo del borracho y se puso de
pie. Se tambaleó hacia él.
Su vestido de gasa revelaba todos sus curvilíneos atributos. Sus ojos azules
brillaban de deseo, poco a poco pasó una mano por su pecho, por encima del
hombro.
Sí, porque le pagaba, no con moneda, sino con regalos. Ropa, joyas, adornos,
perfumes.
— Esta noche no, Afrodita. — Era incapaz de brindarle lo que deseaba esa
noche, y ese pensamiento sólo servía para hacer que quisiera a Rosalind Sharpe aún
más. No podía recordar la última vez que le había sido negado nada, la última vez
que sus pensamientos habían estado tan pendientes de una mujer.
Todo había comenzado cuando era mucho más joven, cuando pasaba más
tiempo perdido entre las mujeres y el vino. Pero en los últimos tiempos, había
empezado a aburrirse. Rara vez aceptaba los ofrecimientos de las damas. Ya no podía
diferenciar una de la otra. Tal vez nunca había podido. Habían sido un medio para
darle tregua a sus lomos doloridos. Habían proporcionado un respiro a sus
pensamientos, tan oscuros como el más añejo de los licores. Parecía que en los
últimos tiempos todo se limitaba a la bebida.
Otro sorbo. Una risa oscura. ¿Realmente había pensado en traer a Rosalind
Sharpe allí? Para ser testigo de su locura, ¿para ver hasta qué punto había caído en la
depravación?
Podría haber explicado sus invitados diciendo que esa noche se estaba
celebrando una fiesta.
La puerta se abrió.
— Quiero que los eches a todos — anunció antes de que su mayordomo hubiera
dado media docena de pasos dentro de la habitación.
— ¿Todos?
— Todas esas personas. Mujeres y caballeros. Diles que firmen con mi nombre si
desean buscar albergue en otro lugar, pero sácalos a todos de aquí.
— Hay que sustituir todos los colchones. Almohadas y cojines. Reemplaza todo
lo que puede ser depuesto, y deshazte de lo que no se puede. Cualquier mueble que
apeste a actividades sórdidas quiero que desaparezca. Esta residencia debe lucir
como si siempre hubiera vivido tan castamente como un monje.
— Sí señor.
Avendale podía oír la pregunta en el tono de Thatcher: ¿El duque estaba a punto
de tomar una esposa?
— Eso es todo.
***
Haría bien en buscar otro benefactor, pero Avendale la fascinaba. —Vas a tener
que ceder— le había dicho. Como no era probable que pudiera evadirlo con facilidad,
bien podía abrazar el desafío de conquistarlo. Podría ser divertido e incluso
placentero. Besarlo ciertamente no le suponía ninguna dificultad. Mientras pudiera
mantener el control pensaba que podía ganar todo lo que quería.
— Hola, querido— le dijo a Harry mientras se acercaba. Era cuatro años menor
que ella, aunque no muchos lo adivinarían, ya que la vida no había sido
particularmente amable con él y las penurias habían hecho mella. Inclinándose, le
dio un beso en la parte superior de la cabeza. — ¿Cómo estás esta mañana?
— Bien— respondió, con los ojos brillantes de alegría mientras le brindaba la
sonrisa que nunca dejaba de calentar su corazón.
— Phee y su tía están manejando eso. Yo solamente tuve que adquirir la licencia,
así que tengo tiempo para supervisar mi local. En este momento el club es una
novedad, y su aceptación sigue siendo cuestionable. Vas a dañar la reputación de mi
negocio si continúas con esta actitud. Me veré obligado a retirarte la llave de acceso.
— ¿Quién?
— Ah, sí, la recuerdo ahora. Me temo que estaba bastante preocupado por otros
asuntos esa noche.
— Entonces, ¿cómo obtuvo la invitación?
— Su abogado me envió una misiva, pensó que podría calificar basándose en los
estándares de admisión.
— ¿Cuáles eran?
Drake suspiró.
— Me refería al hecho de que fuera una mujer atractiva. ¿Por qué te importa?
— Entonces chequéalos.
Avendale frunció el ceño. Para un hombre que promovía el vicio, Drake era
demasiado honrado. E irritante como el diablo, aunque estuviera siendo generoso
con la definición de su relación.
— En realidad no. — Drake levantó una mano antes de que Avendale pudiera
protestar por su falta de voluntad para cooperar.— Yo no la conozco. Como ya he
dicho, la invité por una recomendación.
Los besos que habían compartido indicaban lo contrario. Pero tal vez la atracción
la había asustado. El hecho de que fuera viuda no quería decir que hubiera conocido
la pasión. Su marido podría haber sido uno de esos tipos santurrones que creían que
sólo los hombres debían obtener placer en la cópula. Lo que había ocurrido entre
ellos había sido apasionado y…
—Ella está aquí.— Soltó el aliento por fin. Era inconcebible que le afectara tanto.
Para mantener la ventaja, se quedaría allí por lo menos media hora. Entonces…
lentamente haría su aparición y…
***
Había esperado tres noches antes de volver al club. Mejor no parecer demasiado
ansiosa. Pero habían sido las noches más largas de su vida, a pesar de que las había
pasado con Harry, leyendo, jugando al whist, caminando por los jardines. Prefería los
jardines por la noche. Aunque las flores habían cerrado sus capullos, su fragancia aún
persistía.
Aquí, las fragancias eran muy diferentes. Tabaco, alcohol, colonias masculinas
que luchaban por prevalecer a los ligeros perfumes femeninos. Le sorprendió
comprobar que no muchas mujeres estuvieran presentes, pero luego reflexionó que
el que un lugar fuera accesible a las damas no significaba que debería ser
frecuentado con asiduidad, sobre todo si tenían padres dominantes, hermanos o
maridos que influyeran en sus vidas. Ella tenía la suerte de gobernar su propia vida.
Lo hacía desde los diecisiete años y se había escapado de su padre cruel.
Una mano se posó sobre su cintura, y fue muy consciente de un amplio pecho
contra su espalda. Podría haberse sorprendido si su presencia no fuera tan poderosa,
si no hubiera sentido la mirada penetrante a su llegada.
— ¿Alguna vez has jugado?— susurró Avendale contra su oído, y ella luchó
contra el pequeño escalofrío que le recorrió la espina dorsal.
— Lo que significa que las probabilidades de perder son mayores. — Puso unas
monedas sobre la mesa. El hombre que había hecho girar la rueda le dio una pila de
discos verdes y Avendale le ofreció dos a ella. — Colócalos donde quieras.
Apretó los dientes para retener una réplica mordaz. Sólo era dinero para él. Para
ella era la vida.
Mirando fijamente a través de las pestañas bajas, dándole una sonrisa tímida,
tomó los círculos de madera y los coloca en el número veinticinco, la edad de Harry.
— Puedes repartirlos si quieres— dijo Avendale.
— Como yo— dijo con voz áspera tan baja que sospechaba nadie más pudo
escucharlo.
El croupier hizo un gesto con la mano sobre la mesa, hizo girar la rueda, y dejó
caer la bola.
Rose cerró los ojos, lanzado con un gran resoplido el aliento que había estado
conteniendo. Abrió los ojos, y miró hacia Avendale.
— Lo siento mucho.
— Todavía tengo que probar el comedor del club, pero sí sé que el cocinero es
excelente.
Avendale habló en voz baja con un hombre de librea roja. Luego fueron
escoltados a una esquina lejana que albergaba más sombras que luz.
Tenía la idea irritante de que estaba avergonzado por ser visto en su compañía.
— Quiero poder conocerte mejor— dijo. — Estar lejos de los otros colabora con
mi propósito.
— Todos me conocen lo suficientemente bien como para saber que nunca estoy
haciendo nada bueno.
— Hay que destacarse en algo y sobresalir para ser pasto de los chismes.
¿No tenía vergüenza? Qué maravilloso debía ser poder estar en una posición que
le permitiera no darle importancia a lo que los demás pensaban. Él asintió con la
cabeza hacia el lacayo y rápidamente le acercó la silla.
— Permíteme.
Sus ojos ardían cuando se encontraron con los de ella. Con esa sonrisa diabólica,
¿cómo podía ofenderse? No podía culparlo por su franqueza de expresión cuando ya
había aceptado sus besos la otra noche. De hecho, prefería su honestidad. El juego
que estaba jugando era más noble que el de ella.
— Creo, excelencia, que me has confundido con una mujer de carácter ligero. Te
aseguro que no tengo una moral cuestionable.
Le tomó el otro brazo y le dio las mismas ministraciones a la piel por encima de
su codo, acariciándola con deliberada suavidad antes de sacar el guante. Sólo que
esta vez cuando tomó sus dedos, volvió la palma hacia arriba y le dio un beso en el
centro. Sus pulmones se congelaron. Todo dentro de ella le decía que escapara.
Había escapado sólo dos veces en su vida. La primera vez había terminado en un
fracaso y una paliza. Pero había aprendido la dura lección. La segunda vez, nadie
había sido capaz de atraparla.
— Me está utilizando para dar el ejemplo. Eso podría ser peligroso, excelencia.—
Inclinándose hizo el movimiento de darle un beso en la mejilla, antes de deslizar su
boca a la oreja y susurrarle en voz baja y sensual.— Debes saber que dos pueden
jugar este juego.
El lacayo se acercó y les entregó una tarjeta en la que se detallaban las delicias
de la noche.
— Vino— dijo ella. — Tinto. Prefiero los sabores que persisten en la lengua.
Ordenó el mejor menú. Para ella, sólo quería lo mejor. No era una alcahueta
barata. Era como ninguna otra mujer que hubiera conocido.
— Háblame de esa extraña familia tuya— exigió. — Compuesta de plebeyos y
nobles.
Una vez más lanzó esa risa sensual que sacudió los bordes de su alma.
Nunca había conocido un hombre que fuera tan audaz como para insinuarle lo
que quería. Le daba miedo y la excitaba. La forma en que la miraba, la forma en que
su mirada vagaba lentamente sobre su cuerpo como si pudiera con toda claridad
imaginarla sin ropas. Lo curioso era que ella misma se preguntaba cómo se vería sin
el traje de caballero.
Nunca se había sentido atraída por un hombre de esa manera, nunca había
deseado desesperadamente para aflojar los botones de una camisa o quitar una
corbata. Nunca había querido ordenarle a alguien que se quedara completamente
inmóvil mientras lo desenvolvía como si fuera un regalo. Tenía pocas dudas de que
Avendale era un regalo, probablemente del propio Lucifer. Ciertamente no era
ningún ángel.
— ¿Lo recuerdas?
— El pasado siempre está ahí— le dijo. — Es posible que puedas ignorarlo, pero
serías un tonto si no reconocieras su influencia, y no me parece que seas un tonto.
— Estoy interesado en ti, ¿no? Eso debería probarte que no soy un tonto.
El siguiente plato fue servido. Pato a la naranja, una delicia que deseaba poder
llevar a casa para Harry. Sally cocinaba, pero sus habilidades se inclinaban más hacia
la comida suculenta que ponía carne en los huesos, no es que pudiera determinarse
mirando la figura esbelta de Rose. Ella era bastante consciente de su cuerpo, ya que
consideraba que era su activo más atractivo a la hora de captar la atención de los
machos de su especie.
Él tomó un largo trago de vino, y deseó poder quitarle la corbata del cuello para
observar los movimientos de su garganta mientras tragaba el líquido oscuro. No
sabía por qué tenía esa maldita obsesión de quitarle la ropa. Ningún otro hombre
había provocado esos pensamientos imprudentemente elaborados por su mente,
pero tampoco había conocido de cerca otro ejemplar como el que tenía delante
hasta ahora.
— Creo que es obligatorio para los duques tener un palco en el teatro— dijo
finalmente.
Le sorprendió que mencionara a su marido. Pensaba que era una mala idea
mencionar a otro hombre a la mujer que estaba tratando de seducir.
— Estoy seguro de que el tuyo es más interesante. ¿Dónde más has viajado?
— Sólo a la India. Mi marido tenía negocios allí.
— ¿Dónde creciste?
— En el norte.
Su boca deliciosa que sin duda sabía a vino ahora se extendió en una sonrisa
lenta.
— Querrás decir terca como tú— dijo ella, sorbiendo su propio vino.— No voy a
revelar mi pasado si no me cuentas nada sobre ti.
Le prestó poca atención a la cantidad de platos que circularon, pero sabía que la
cena estaba llegando a su fin cuando un pedazo de pastel de chocolate recubierto de
crema fue puesto ante ella. Mientras disfrutaba del primer bocado, lanzó un
pequeño gemido.
Estirando el brazo, acarició con el pulgar la comisura de su boca. Ella vio un poco
de chocolate su dedo justo antes de que se lo pusiera entre los labios.
El calor se disparó en espiral a través de ella. ¿Por qué tenía esas reacciones
cuando apenas la tocaba, simplemente la miraba o le sonreía? ¿Se atrevería a
arriesgarse a otro beso esa noche?
— Tal vez quieras unirte a mí para un juego de cartas privado— dijo en voz baja
mientras entraban a la zona principal. — He arreglado que apartaran una habitación
en el piso superior.
— ¿Cuántos jugadores?
— Sólo tú y yo.
— Me siento tentada, Su Gracia. Tú me tientas, pero creo que los dos sabemos
que podría resultar muy peligroso y nos conduciría a lugares que todavía no estoy
lista para recorrer.
— Tu mejor comportamiento podría llegar a ser muy malo por cierto. Realmente
aprecio la cena, pero debo irme ahora. Tal vez otra noche. — De puntillas, poniendo
una mano en el hombro para mantener el equilibrio, Pasó sus labios a lo largo de su
mejilla antes de susurrarle al oído — Estaré en la colina de Hyde Park mañana a las
cuatro.
Luego, sin mirar atrás, lo dejó allí de pie. Una vez más, consciente de su mirada
clavada en su espalda. Estaba tejiendo una red a su alrededor, pero sabía que tenía
que tener cuidado de no quedar atrapada en ella.
Capítulo 4
Avendale suspiró.
— Ella es tu madre.
— Lo sé muy bien. — Pero su relación era tensa, y lo había sido durante años.
Era difícil para él estar con ella y no revelar lo que sospechaba, lo que sabía, lo que
había visto. Había perdido la cuenta del número de veces que casi la había
enfrentado, ¿pero que podría lograr además de poner más distancia entre ellos?
— Sí. — Pero sólo porque, reconsiderándolo, necesitaba saber si iba a hacer uso
del palco del teatro esa semana. Más fácil era averiguarlo en persona que escribir
una misiva. Él le permitía usarlo, ya que rara vez iba al teatro. La verdad sea dicha, no
podía recordar la última vez que había ido. Cuando era mucho más joven y se había
encaprichado con una actriz mayor. Ella le había enseñado el valor de las mujeres
experimentadas.
Se sirvió un poco de whisky e indicó dos sillas cerca de una ventana que daba a
los jardines. Delicadamente se sentó en el sillón de terciopelo marrón, ubicado
frente al de él.
Ella se iluminó.
— Una dama sí. Está por verse cuán agradable es. Espero que mucho.
— No para mí.
— No, pero a veces me pregunto dónde está el niño dulce que fuiste.
Su niño dulce había visto algo que le había cambiado irrevocablemente. Nunca
se perdonaría si ella se enteraba.
Él sonrió.
— Por el contrario, ella puede ser la mujer más modesta que he conocido.
— ¿Quién es ella?
Eso era cierto. Había conocido a un buen número de gente común a través de su
marido.
Oyó la decepción en su voz, y percibió que iba a sospechar lo peor. No sabía por
qué no, se había entretenido con mujeres casadas en ocasiones, por lo que la
hipótesis de su madre era válida.
— Viuda.
— ¿Mayor?
— Joven.
— Es nueva en Londres.
— Maravilloso. Celebraré una cena el próximo jueves. Vine para hacerte una
invitación. Deberías traerla.
— Mi relación con ella, o lo que yo propongo que sea mi relación con ella no es
algo a lo que desearías exponer a tus otros hijos.
Rose observó cómo su cochero, Joseph, que examinaba la hermosa yegua blanca
que el Señor Slattery, acababa de entregar, estaba fuera del alcance del oído, gracias
a Dios, ya que Merrick no tenía control sobre el volumen de su voz.
Suspiró con exasperación y se agachó hasta que quedó a nivel de sus ojos.
— Es excelente.
— Gracias, señor Slattery. Voy a notificar al Señor Beckwith para que le envíe los
fondos tan pronto como haya terminado de traspasarme los bienes de mi marido.
No podía considerarlo.
— No. Estoy disfrutando este desafío. Además, está demasiado intrigado
conmigo como para alejarme fingiendo haber perdido el interés.
¿Acaso Merrick tenía razón? No podía negar que la compañía de Avendale era
un bálsamo para su alma herida, pero no estaba afectando sus decisiones. Eran como
siempre habían sido: calculadoras y carentes de emoción.
— Mi orgullo no tiene nada que ver con eso. Como ya he dicho, no voy a
renunciar. Pronto llegará el momento en el que necesitaremos partir con urgencia y
asentarnos bastante lejos. Estoy pensando en Escocia, si soy capaz de ganar lo
suficiente para que podamos vivir cómodamente durante un tiempo sin
preocuparnos por los acreedores o la necesidad de obtener más fondos. Si no te
gusta la forma en que consigo alimentos para llenar tu estómago, poner ropa en tu
espalda, y un techo sobre tu cabeza, te invito a que te vayas.
Frunció el ceño.
— Usted sabe que no voy a encontrar nada mejor que esto. Por lo menos
respétame.
Una hora más tarde estaba sentada a horcajadas de Lily, el nombre que había
decidido ponerle a la yegua que trotaba en Rotten Row. Era una hermosa tarde. Una
ligera brisa se percibía en el aire, y el sol calentaba su cara. Así que muchas personas
estaban paseando por allí. Reconoció algunos presentes en los Dragones Gemelos.
Tres caballeros se inclinaron quitándose el sombrero ante ella. Un par de señoras le
sonrieron.
Entonces lo vio. Estaba allí, trotando hacia ella en un gran caballo negro.
Magnífico. Avendale, no el caballo. Aunque el animal también era una belleza.
Frenó a Lily hasta avanzar en un ligero trote, sin dar ninguna pretensión de que
estaba haciendo otra cosa que no fuera esperar que la alcanzara. Mientras se
acercaba, tiró de las riendas, y se detuvo.
— Rose.
— Benjamín.
Él gruñó.
— Tu madre te llama así. Lo último que quiero es que me veas como a tú madre.
— Las cosas que quiero hacer contigo... confía en mí, mi madre va a ser la cosa
más lejana en mi mente, independientemente de cómo me llames.
El flagrante anhelo sexual implícito en sus ojos casi hizo que se deslizara hacia el
suelo convertida en un charco de tórrido deseo. ¿Cómo era posible que pudiera
afectarla con poco más que una mirada? Nunca antes había querido pasar sus manos
por los brazos de un hombre, sobre sus hombros, a lo largo de su pecho y espalda.
Nunca había querido ver que había debajo de su ropa, cómo serían sus músculos,
sentir su olor, su calor.
— Prefiero que no me golpees con palabras, sino con las manos.— Se inclinó
sobre la montura y se sorprendió de que no la derribara de la silla.— O con la boca.
Estaba bastante segura de que se había puesto tan roja como su vestido de
noche favorito.
— Tú no eres virgen. No veo ninguna razón para andar con pelos en la lengua o
pretender que quiero otra cosa de ti.
Esos ojos ardientes de nuevo, la promesa de una pasión que temía podía dejarla
chamuscada para toda la vida.
La deseaba, y sabía que no era de los que daban marcha atrás hasta haber
conseguido lo que quería.
¿Cuál era la razón por la que momentáneamente había considerado hacer frente
a su ira?, porque lo que él quería, ella no se lo daría. Había hecho un buen número
de cosas en su vida, una buena parte de ellas no le provocaba ningún orgullo, pero se
las había arreglado para hacer lo que necesitaba sin tener que abrir las piernas para
obtener lo que quería. Estaba tan decidida a ganar lo que codiciaba como él.
Aunque la ventaja era toda suya. Ella sabía cuál era el verdadero juego que
estaba jugando y sus reglas. Mientras él estaba ocupado en otro tipo de deporte. El
truco consistía en garantizar que no se diera cuenta de que no estaban en el mismo
campo de juego hasta que hubiera ganado.
Dejando caer su mirada hacia los labios deliciosos, pensó en sus besos
anteriores, esas imágenes fueron suficientes para erizarle la piel, y hacer que sus ojos
se tornaran de un azul fundido. Tuvo un momento de satisfacción cuando lo vio
tragar, y sintió que sus manos la apretaban. Ella colocó sus manos enguantadas
sobre sus hombros y disfrutó de su fuerza, aunque sentía temor de que la descargara
en su contra.
Sería más prudente ignorarlo, pero no podía negarle a sus dedos el placer de la
firmeza de sus músculos. Contra su mejor juicio, pasó la mano por el hueco de su
codo.
Aunque no era particularmente baja, fue muy consciente de que tuvo que
acortar sus pasos para acomodarse a los suyos mientras caminaban tranquilamente a
lo largo del sendero, dejando Rotten Row atrás. Al principio saludó a algunas
personas con una inclinación de cabeza, un toque al ala de su sombrero, pero luego
pareció aburrirse. Nadie se acercó a hablar con él. Se las arreglaba de alguna manera
para emitir el aura de un hombre que no quería ser molestado.
Le había dicho la verdad la noche anterior. Aunque no tenía nada en que basar el
juicio evaluativo de su persona, sabía que no era un hombre que pudiera forzar a una
mujer a hacer algo que no deseaba. Tal vez un beso, una caricia, pero sería ella la que
eligiera el final. Se preguntó por qué ese pensamiento la llenaba de pesar.
— Beckwith.
— ¿Cuál de ellos?
— Daniel.
— El más joven.
— Su padre manejaba gran parte de mis asuntos hasta que se los pasó a su
primogénito. Los otros dos hijos tienen una sólida reputación. No podrías haber
elegido a alguien mejor.
— Voy a depender de ello. ¿Qué me dices acerca de tus fincas?— preguntó con
ganas de dejar a un lado el tema de Beckwith.
— Mencionaste que tu padre murió cuando tenías cuatro años. ¿Tienes muchos
recuerdos de él?
Las ramas estaban cubiertas de hojas pero la luz del sol encontraba su camino al
suelo. Avendale envolvió las riendas alrededor de un arbusto bajo, antes de tomarla
en sus brazos y fundir su boca con la de ella. Había percibido el beso que se
avecinaba. Aún así, el impacto del mismo fue un shock, porque no era tierno, más
bien lo sentía como si fuera un hombre que había estado demasiado tiempo sin
sustento.
Sus manos rozaron sus costados, las nalgas, las caderas. Abajo y alrededor,
arriba y otra vez abajo, hasta que al fin ahuecó su pecho en la palma. En algún lugar
lejano, oyó un gemido, ¿un gemido propio?, seguido por un gruñido de triunfo
rotundo. Movió el pulgar sobre el pezón erecto, haciendo que se encogiera de
placer, haciendo que todos los puntos álgidos de su cuerpo le punzaran
dolorosamente.
Gracias a Dios por eso, gracias a Dios, gracias a Dios. Si sentía su boca ardiente
contra su piel una vez más, estaba segura que su determinación podría desaparecer y
se encontraría entregándole todo, antes de que tuviera la oportunidad de sopesar las
consecuencias.
Maldito fuera por tener la capacidad de besarla hasta dejarla sin sentido.
Maldito por hacerla darle la bienvenida.
Le mordió el lóbulo y oyó ese maldito gemido de nuevo. El calor produjo una
profusa humedad entre sus muslos. Sus dedos se apretaron en su pelo.
— No.
El fuego en sus ojos la asustó, no porque brillaran de ira, sino porque ardían de
pasión. Vio la desesperación con que la deseaba. Tuvo un momento de triunfo, antes
de hundirse en un sentimiento de tristeza que no entendía. Este hombre tenía todo:
riqueza, poder, prestigio, influencia. Era el dueño del mundo. Le había entregado sus
monedas para que las perdiera en el juego. Era sólo dinero.
Todo lo que tenía lo daba por sentado. Todo lo que poseía significaba muy poco
para él.
Ella parpadeó. Había esperado que la maldijera, que le escupiera su disgusto por
la negativa. No había esperado que le hiciera una invitación.
—No estoy disponible esta noche— le dijo, sin entender donde había
encontrado las fuerzas para no saltar inmediatamente a sus órdenes. Nunca había
estado en el teatro. La idea de ir la excitaba. La idea de ir con él la excitaba aún más.
— Mañana— afirmó sin rodeos de una manera que sonaba como una orden.
Ella vaciló, pero ¿qué daño podría causarle si le daba esa información? Aunque
podría parecer lo contrario, ella era tan esquiva como él. Después de que le dio la
dirección, muy lentamente se alejó y se sorprendió de que la huella de su cuerpo
ardiente no hubiera quedado impresa en la lana de color rojo de su atuendo.
Se inclinó, recuperó su sombrero y se lo puso en la cabeza. Entonces esbozó una
lenta sonrisa lobuna que le hizo pensar que podría haberlo juzgado mal, que de
hecho, eso era lo que precisamente había esperado.
Con afecto.
Rose leyó la nota de nuevo, luego miró las dos docenas de rosas que habían sido
entregadas en un jarrón de cristal exquisito que Avendale debía haber adquirido por
separado. Seguramente las flores no se entregaban normalmente en un recipiente
tan fino.
Le había dicho que necesitaba afecto, cortejo, sin embargo, no podía dejar de
pensar que estaba burlándose de ella, aunque ¿por qué iba a arriesgarse cuando se
esforzaba tanto por atraerla a su cama? Tendiendo la mano, pasó la punta de sus
dedos sobre uno de los pétalos rojos.
— ¿Por qué debería?— Preguntó. — Ella sabe que la amo.— Dijo el mayordomo.
— Tal vez, aunque sospecho que es más hábito que nada, algo que un caballero
hace cuando quiere ganarse el favor de una mujer.
— ¿Qué dice la nota?— Preguntó Merrick. A menudo se interesaba más en los
asuntos de Rose que Sally.
— Claro. Qué tonta fui por pensar lo contrario. ¿Qué vestido te pondrás?
Mientras su coche recorría las calles, a Avendale le parecía extraño estar tan
ansioso por pasar una noche en el teatro. Incluso cuando había estado frecuentando
a la actriz no había esperado una noche en el palco con semejante expectativa.
Al oír la señal que el cochero le hacía a los caballos para que se detuvieran, echó
un vistazo al frente de la residencia. Probablemente era un cuarto del tamaño de la
suya, pero lo suficientemente grande para acomodar varias habitaciones. Parecía
construida recientemente.
Su lacayo abrió la puerta. Avendale salió justo cuando Rose salía elegantemente
de la residencia. Estaba vestida de rojo de nuevo. En verdad no debería vestir ningún
otro color. Sonriendo, se apresuró a bajar las escaleras, acortando el camino hasta
llegar a la puerta.
Con una sacudida, los caballos partieron. Iba sentada formal y correctamente,
mirando por la ventana, observando el barrio como si nunca lo hubiera visto antes.
— Supongo que tienes razón. Pero el barrio es agradable. Pareces haber logrado
establecerte bastante bien aunque el asunto de tu herencia aún no esté resuelto.
— Eso es todo mérito de lo que Beckwith está haciendo. Ha avalado por mí para
que las empresas me extendieran el crédito.
— Dos años parece un tiempo bastante largo para resolver el traspaso de bienes.
— Casi un año.
— Sólo una vez. Probablemente sólo una vez por toda la eternidad.
— ¿Y tú?— Preguntó.
—Depende de la compañía. Esta noche no creo que pueda aburrirme en
absoluto.
Maldijo la luz por no ser lo suficientemente fuerte para ver si se había sonrojado.
Sospechaba que una tonalidad rosada habría teñido su pecho, su garganta y mejillas
como la marea alta. Ella miró por la ventana.
Él frunció el ceño.
— ¿Por qué? No soy el tipo de persona que siquiera piense en dañar a las
mujeres.
Tuvo un fugaz pensamiento de que una noche con ella no sería suficiente, que
necesitaría explorar todas las facetas de su ser desde diferentes ángulos. Que estaba
compuesta de profundidades desconocidas, que un hombre nunca podría saberlo
todo de su persona. Tuvo una punzada momentánea de celos de que Sharpe la
hubiera conocido, probablemente mucho mejor de lo que Avendale jamás haría.
Sus ojos se abrieron con sorpresa, su cabeza se volvió hacia atrás ligeramente.
— ¿A mi esposo?
— Sí.
Había conocido a muchas mujeres durante su vida, pero sabía con plena
confianza de que ninguna excepto su madre, lo había amado de verdad. Les gustaba,
sí, sin duda disfrutaban de su compañía, pero nada más. En la despedida podían
sentir un atisbo de tristeza, pero ninguna había llorado, ni rogado por continuar a su
lado. Envidiaba a Sharpe porque esa mujer lo había llorado.
¿De dónde diablos salían esos pensamientos taciturnos? Los alejó de su mente.
No necesitaba su amor ni su afecto. Quería sólo su aceptación, su deseo, su pasión.
Era su falta de voluntad para ceder a él fácilmente lo que lo mantenía atado. Una
vez que le diera acceso a sus tesoros, la búsqueda se acabaría, y con ella la emoción
de la persecución. Sin esa emoción, nada podría atarlo.
— Me parece inconcebible que nunca hayas asistido a una obra de teatro— dijo.
— He visto algunas actuaciones, pero nada en un lugar tan grande como este. Es
bastante notable.
Su palco estaba cerca del escenario. Cuando Rose asomó por el balcón, Avendale
se alegró de que fuera capaz de ofrecerle una espléndida vista. Sonriendo, le
devolvió la mirada, con los ojos muy abiertos.
Se encogió de hombros.
Su sonrisa se atenuó un poco y algo que no pudo descifrar endureció sus rasgos.
— Debe ser maravilloso no tener que preocuparse por algo tan mundano como
contar las monedas que debes gastar.
— Si por supuesto.
Las cortinas fueron corridas, y ella cambió de silla, en realidad se desplazó como
si estuviera en trance por el escenario. Se encontró igualmente en trance con ella.
Nunca había visto a nadie contemplar un espectáculo con tanta intensidad, tanta
dedicación, como si temiera perderse una sola palabra, un solo movimiento de los
actores en el escenario. Ella no habló, no lo miró, jamás apartó la mirada del
escenario. Tan absorta, que casi parecía una estatua. A mitad de la obra, cuando el
drama se intensificó, se le acercó y envolvió la mano con fuerza alrededor de su
brazo, apretando como si necesitara la tranquilidad de saber que no estaba sola.
Podría haberse inclinado para susurrarle algo malo en su oído, para penetrar esa
delicada cáscara de indiferencia, pero no se atrevió a distraerla. Tampoco podía
entender por qué se complacía en verla disfrutar de la actuación. Ella simplemente
estaba hipnotizada.
— ¡Bravo! ¡Bravo!
No recordaba haber recibido tanta gratitud por algo tan simple. Se comportaba
como si hubiera sido el responsable de los actores, la obra, la construcción del
teatro. Su pecho se hinchó de felicidad. Tanto agradecimiento por tan poco. ¿Sería
tan agradecida por todo? De repente quería poder dárselo todo.
— Me alegro de que te haya gustado. No creo que jamás haya visto a nadie tan
absorto con la actuación.
— Debes pensar que soy muy poco sofisticada para emocionarme por algo que,
sin duda, tú das por sentado.
— Para hacer lo que he querido hacer toda la noche. Besarte.— Se quitó los
guantes antes de atraerla a sus brazos.
Ella fue de buena gana, con entusiasmo, con la boca abierta, su lengua de seda
acariciando la suya, avivando las llamas de su deseo. Había tenido mujeres en
abundancia. Pero no a ella. Lo recibía sin artificios, sin dudarlo. Conocía mujeres con
experiencia, pero incluso ellas se habían contenido en algún punto. Ella no retenía
nada. Exploraba, exigiéndole que hiciera lo mismo. Podría ser una plebeya, la
sociedad podría tener la audacia de colocarla por debajo de él, pero referente a la
pasión estaban en igualdad de condiciones.
Arrastró su boca a lo largo de su garganta, y dejó caer la cabeza hacia atrás para
darle más acceso. Él mordisqueó su clavícula, hundió la lengua en el hueco de su
garganta antes de posar la boca sobre las cimas de sus pechos henchidos.
Tirando la seda hacia abajo, tomó un pezón en su boca y succionó. Ella gimió.
Sus dedos se clavaron en sus hombros. Él deslizó la mano por su cadera, muslos, aún
más abajo hasta llegar al borde de su falda, y luego se deslizó por debajo del satén de
las enaguas, por la longitud de sus medias hasta que finalmente llegó al cielo de su
piel. Suave como la seda. Caliente y húmeda. Apartó el tejido hasta que llegó a sus
rizos y su centro ardiente. Mojada, tan húmeda, tan caliente. Miel tibia.
Ella abrió la boca, pero no con indignación. Con asombro. Sus grandes ojos se
encontraron con los de él, sus labios formaron un pequeño círculo. Jadeó con
respiraciones cortas. Se aferró a sus hombros como si temiera volar a través de la
ventana.
La abrazó con fuerza, sintió los temblores que brotaban en cascada a través de
su cuerpo. Enterró la cara en su cuello, y maldijo la tela de su camisa que le impedía
experimentar la sensación de sus labios sobre la piel.
— Oh, Dios mío— susurró con voz áspera y cruda. — Oh, Dios mío, no tenía ni
idea.
Él se quedó completamente quieto, sin siquiera respirar. No podía haber oído...
ella no había querido decir...
— Tu marido nunca…
— No.
Se echó hacia atrás hasta que le sostuvo la mirada, con el rostro apagado por el
temor. Sacudió la cabeza de nuevo.
— No.
Envolviendo su mano alrededor del brazo que todavía estaba enterrado debajo
de su falda, le dio un pequeño empujón.
Muy lentamente, quitó su mano, enderezó sus faldas y luego su corpiño. Le dio
un beso en la sien, y le dijo en voz baja.
A pesar del hecho de que no tenía ningún deseo de hacerlo, volvió al banco
frente a ella y simplemente la estudió.
— Si yo hubiera sabido…
— Me parece criminal.
— Tal vez mi marido tampoco lo sabía. No creo que tuviera experiencia.— Miró
hacia la ventana con cortinas como si pudiera ver más allá.— Me siento bastante
tonta por haber hecho tanto alboroto, haber gritado.
— Eres muy persuasivo, pero no estoy lista para lo que prometes. Necesito
saborear un poco esta experiencia y quiero estar segura si es que va a haber algo
más entre nosotros.
Casi le aseguró que habría más. No iba a renunciar a ella sin conocerla
plenamente. Así las cosas, su cuerpo le dolía por la necesidad, pero nunca había
obligado a una mujer. Quería que ella lo deseara, como lo había hecho antes de que
comprendiera el destino del viaje que habían iniciado.
— Hazme saber cuándo estés lista para bajar— dijo. — Mi lacayo no abre la
puerta hasta que las cortinas están corridas.
— ¿Acostumbras a tener prácticas indecorosas los carruajes?
— No soy un bárbaro. Te deseo, te deseo por completo. Pero quiero que estés
bien dispuesta.
Echó atrás las cortinas. Abrió la puerta y salió. Luego la acompañó hasta la
puerta.
Rozó sus labios sobre los de ella, y luego dio un paso atrás.
***
Con pequeños temblores recorriéndola en cascada, Rose apretó la espalda
contra la puerta, sorprendiéndose de que sus piernas tuvieran la fuerza suficiente
para sostenerla. Nunca antes había perdido el control de una situación, ni de sí
misma. Nunca antes había estado tan asustada por el poder que un hombre podía
ejercer sobre ella. Era algo que podría costarle muy caro.
Tenía que mirar más allá del placer, pero era muy difícil cuando sus
terminaciones nerviosas se habían transformado en pequeñas estrellas brillantes que
la hacían vibrar. Le encantaba besar a Avendale, le encantaba el juego de sus bocas,
amaba el calor que le generaba. Cuando había deslizado la mano bajo sus enaguas,
sabía que no debía permitirlo, pero no se atrevió a detenerlo, ni poner fin a las
sensaciones maravillosas que tan fácilmente despertaba en ella.
— No, voy a pasar a ver a Harry por un momento si es que está despierto.
— El último mohicano.
— ¿Es bueno?
Él hizo un gesto sutil con los ojos, del mismo azul penetrante que los de ella, sin
mostrar culpa ni remordimiento.
— Es grande.
Era difícil, pero le sostuvo la mirada, porque no quería que sospechara que
Avendale podría lastimarlo.
— ¿Lo amas?
— No.
No completamente. Pero podía ver el peligro de que eso ocurriera a la brevedad.
Un hombre tan poderoso como él, una vez que se enterara de la verdad, tomaría
todo lo que quisiera de ella sin excusas.
Su ceño se frunció.
— Podía haberte atrapado entre sus brazos esta noche, pero no lo hizo.
— La cosa entre hombres y mujeres no es tan fácil como con los pescados. —
Necesitaba cambiar de tema antes de que se hiciera más difícil.— ¿Quieres que te
describa el teatro?
— Sí por favor.
Los pueblos en los que habían vivido no habían tenido cines ni teatros, no es que
hubiera llevado a Harry de haberlos tenido. Londres ofrecía mucho más que
cualquier otro lugar que hubieran visitado. Iba a lamentar mucho cuando tuvieran
que irse.
Por mucho que apreciara que Avendale la hubiera llevado, la entristecía que
Harry no hubiera estado allí, se habría sentido cautivado y la visita al teatro habría
sido mucho más placentera.
Una hora más tarde, le dio las buenas noches a Harry y se retiró a su dormitorio.
Sally la ayudó a prepararse para la cama. Cuando terminó y Rose una vez más volvió
a quedarse sola, se sentó junto a la ventana y miró hacia fuera. Repasó en su mente
todos los momentos de la noche. Cada toque sutil, cada mirada hambrienta, cada
caricia determinada, cada susurro. Su jadeo, sus gemidos, la explosión de placer. La
muestra de ternura después, como si hubiera sabido la eficacia con que la había
destrozado y lo duro que sería volver a juntar sus pedazos.
Había luchado para recuperar el control, para no pedirle que la llevara lejos de
todo, para hacer con ella lo que quisiera. Toda su vida había vivido por los demás, y
él la hacía sentir como si por una vez tuviera el primer lugar, aun cuando reconocía
que se trataba de sus propias necesidades egoístas. La deseaba. Haría cualquier cosa
para tenerla, jugaría cualquier juego para conseguir su objetivo, pero no sabía que
ella dominaría cualquier estrategia mejor él.
Dejarían Londres antes de lo que había planeado, porque sabía con certeza que
Avendale tenía el poder de cautivarla, y una vez que lo hiciera, todo estaría perdido.
Capítulo 7
No la había visto esa tarde, estaba debatiendo si ir al club esa noche, porque no
quería que supiera que tenía ese poder sobre él. Pero sentado en el escritorio en su
biblioteca, cerrando los ojos, aún podía sentir sus temblores entre sus brazos. Quería
enterrarse profundamente dentro de ella durante ese momento culminante, quería
ser arrojado al abismo junto con Rose y…
— ¿Avendale?
— Por supuesto.
Con un gemido, agradecido por la tenue luz de la tarde, Avendale se dejó caer en
una silla junto a la ventana. Lovingdon se unió a él. Los dos hombres extendieron sus
piernas con comodidad. Habían sido amigos mucho tiempo como para pretender que
los modales tenían alguna importancia entre ellos.
— Era bastante bonita. No puedo recordar alguna vez que te haya visto con una
mujer que se viera respetable a primera vista— dijo Lovingdon.
— Me hace sentir como si me hubiera pasado la vida comiendo pan duro. Ella es
algo mucho más rico, mucho más sabroso.
— ¿Hace poco?
— Desde el tiempo que hace que te conozco, anoche fue la primera vez que te
veías como si estuvieras exactamente donde querías estar.
Su Rose estaba allí. De alguna manera lo había sabido. No era la inocente que
Lovingdon había insinuado, no iba a salir lastimada. Era una viuda que, obviamente,
no había experimentado la vida al máximo, por lo que iba allí, al igual que él, en
busca de algo que llenara su vacío interior.
Le gustaría mucho llenarla. Podría ocupar una de las habitaciones aisladas. Drake
no se opondría. Pero Avendale la quería en su cama. Quería que su fragancia
persistiera en sus sábanas después de que se fuera.
Mientras se acercaba, ella lo miró, sonrió, pero luego sus labios volvieron a
tensarse. Podría haberlo atribuido a una incomodidad devenida de la experiencia de
la noche anterior, pero si ese fuera el caso, no debería haber asistido, sabiendo con
toda probabilidad, que estaría presente. Pero entonces también pensó que su
orgullo no le permitiría esconderse en su residencia. No, querría enfrentarlo, pero lo
haría con un desafío en sus ojos azules y una elevación de la barbilla.
Probablemente.
— Nada.
Algo que parecía asemejarse al remordimiento brilló en sus ojos antes de que
apartara la cara, como si temiera que pudiera leer la respuesta allí.
— No es nada en realidad.
La acompañó fuera del edificio y ordenó al joven de la puerta que fuera en busca
de su coche. Mientras esperaban, no hablaron una palabra. Aún tenía la mano en su
espalda, y sintió el escalofrío que la traspasó. Era una noche fría, pero no demasiado.
Pasó el brazo por los hombros para ofrecerle una mayor protección de la ligera brisa.
No era conocido por su habilidad para dar consuelo, pero en ese preciso
momento deseó haberle dedicado más de sus energías al dominio de esa habilidad.
Normalmente lo hacía. Ella era diferente. No sabía por qué. Eso lo irritaba, lo
confundía, pero la verdad era que quería que cada aspecto de su persona estuviera
involucrado. Cada pelo en su cabeza, cada pensamiento en su mente.
— El placer puede ser mucho más intenso cuando es el único foco de los
esfuerzos de uno, cuando no hay distracciones que nos aquejan. Así que si bien
puede parecer que estoy siendo amable, es puro egoísmo de mi parte. Yo creo que el
sexo entre nosotros será una experiencia verdaderamente notable, pero sólo si cada
parte de ti está presente en mi cama.
Ella juntó las manos enguantadas y entrelazó los dedos con fuerza.
Podía oír cada matiz sutil, y se preguntó por qué nunca se había dado cuenta de
que hablaba con numerosos acentos. Tal vez había viajado más de lo que pensaba, y
sus viajes no se habían limitado a la India como había dejado entrever. Tal vez
debería preguntarle de nuevo, pero, ¿qué más daba?
— Ingenua quizás es una palabra mejor. — La oyó tragar, pero pudo ver poco
más que las sombras a la luz de las farolas.— Yo calculé mal el tiempo que tomaría
poder disponer de los bienes de mi marido, y que todo lo que me dejó volviera a mis
manos. He pedido créditos, esperando cubrir la deuda con mi herencia. Pero todavía
no he recibido nada y los acreedores están perdiendo la paciencia.
— Algunos de ellos se han unido y están acusándome de robo. Tengo sólo un día
para pagar lo que debo o han amenazado con ir a Scotland Yard.
No podía recordar haber oído jamás una cosa semejante, pero supuso que
aquellos que le habían extendido el crédito utilizarían hasta el último recurso. En ese
momento, la luz filtrada destacó la tensión en sus dedos entrelazados.
— Estoy demasiado avergonzada para decirlo. Hablé con un banco esta tarde,
pero no me quisieron prestar los fondos que necesito. Casi no puedo culparlos ya
que la herencia de mi marido todavía está sin resolver. Él no fue el más organizado
de los hombres. Me ha dejado absolutamente desamparada. Estoy tratando
desesperadamente de no molestarme con su memoria, pero cada vez es más difícil
cuando comprendo la situación en la que estoy por su culpa.
Sus palabras lo picaron. Una primera vez para él. Nunca le había importado lo
que la gente pensara o dijera de él. Se había hecho impermeable a la calumnia. Vivía
una vida libertina, no ostentaba ninguna autoridad moral porque era
condenadamente difícil de defender. Nunca le había importado cómo se percibían
sus acciones, pero comprender que ella pensaba que iba a ayudarla a cambio de
recibirla en su cama...
Le dolió.
— No estoy tan desesperado como para tener que pagarle a una mujer para que
venga a mi cama. Si te unes a mí o no, Rose, será porque quieres estar ahí, sólo
porque quieres estar allí. Tengo los medios para prestarte el dinero que necesitas.
Sin obligaciones, sin expectativas. Si te da tranquilidad, podemos esperar hasta que
me hayas devuelto el dinero antes de que avancemos en esta relación.
— ¿No crees que eso puede manchar nuestra relación? He oído que lo peor que
una persona puede hacer es prestarle dinero a un amigo.
— No estoy seguro de que te haya etiquetado como una amiga, pero estoy
bastante seguro de que te puedo prestar el dinero. No lo necesito. Puedes devolver
el dinero cuando te sea posible.
Ella se rió.
— ¿Cuánto?
— Una miseria.
— Eres un regalo del cielo. Tan generoso. Casi no puedo creerlo. Si estás seguro
de que no va a cambiar las cosas entre nosotros, con mucho gusto acepto tu oferta.
Con un golpe en el techo, hizo una seña a su chofer para volver a su residencia.
— ¿Esta noche?
— Sí, esta noche. Enseguida, tan pronto como nos sea posible.
— Basta. Arregla la partida de prisa. — Corrió por el pasillo del que había
surgido. Fuera de la puerta de la biblioteca, se detuvo por un momento, respiró
hondo para calmarse. No podía imaginar que Avendale le hubiera entregado más de
cinco mil libras sin siquiera un parpadeo. Por un instante casi se sintió culpable por
ello, pero sabía que era una emoción que no podía permitirse el lujo de sentir. Se
negaba a sí misma la mayoría de las emociones, sobre todo las que podrían
disuadirla de su propósito. Otra pausa. Estaba a punto de hacer frente a la parte más
crítica del plan. Al abrir la puerta, mientras se acercaba, se puso contenta de ver que
Harry estaba todavía despierto. Sentado en el escritorio, con la pluma sobre el papel,
la miró. Ella sonrió con confianza. — Hola, querido.— Moviéndose por detrás de él,
abrazó sus hombros, y le besó la cabeza. Entonces fue a pararse frente a él porque
era imperativo que entendiera el significado de lo que estaba a punto de decir.—
Pido disculpas por molestarte, pero tienes que empacar tus cosas. Nos iremos esta
noche.
La tomó por sorpresa por un momento que llegara a esa conclusión. Avendale
nunca le haría daño. Lástima que no pudiera pagarle con la misma moneda.
— ¡Oh, no. Simplemente decidí que me gustaría ver Escocia. — Podrían perderse
allí. — Las calles de Londres están tan llenas durante el día que partiremos ahora,
para poder viajar con rapidez. — Le apretó la mano. — Toma tus materiales de
escritura y tus libros favoritos. Sólo tenemos un carro así que no podemos llevarnos
todo, sólo los elementos que realmente desees atesorar. ¿Puedes empacar
rápidamente?
Avendale estaba lívido. Lo fastidiaba, que nunca hubiera sido capaz de analizarla
con precisión hasta esa noche. De repente había sido como si hubiera abierto el libro
de su alma a él para una entrevista privada. Había sido lo suficientemente vanidoso
como para pensar que poseía increíbles poderes de observación, que había llegado a
conocerla, entenderla. Incluso se había atrevido a considerar que podría haber algo
más entre ellos que lo físico, que podía devolver a la vida algo que había estado
muerto durante demasiado tiempo. Había estado jugando con varios caballeros
además de Lovingdon, y su esposa, Grace. Grace, que era tan condenadamente hábil
en el engaño, que podía hacerle apostar todo lo de valor convencido de que ganaría,
sólo para ver con una maldición entre dientes mientras volvía sus cartas, sonriendo
victoriosamente, como juntaba la pila de ganancias mal habidas. La sospecha se
había anidado en su cabeza y había empezado a sospechar que podría haber estado
jugando otro juego completamente distinto desde el momento en que había visto a
la dama de rojo en el club. Si una mujer quería estafar a alguien, sería prudente
seleccionar un tipo que no hiciera demasiadas preguntas, alguien cuyo interés se
centrara en lo que su falda ocultaba, un mujeriego conocido, un granuja con la
reputación de tener un propósito singular en la vida: el placer. Esa moza traicionera
ahora estaba elevando la barbilla para decirle:
— Merrick — comenzó.
— En tu cama, supongo.
— Tú dirás.
— Mejor que ser denunciada por ladrona. Scotland Yard se ocupa muy bien de
los ladrones. — Parecía que tenía la intención de demostrar la magnitud de su
idiotez. Si le devolvía el dinero todavía podía irse y él perdería su ventaja. Tenía la
sensación de que ese hombre Merrick, podía convencerla de devolver cada penique.
Algo en la voz del pequeño compañero cuando habló con Rose alertó a Avendale que
habían sido amigos por mucho tiempo. No quería pensar que podían llegar a ser algo
más que eso. No importaba. No importaba cuántos hombres había tenido. Había
disfrutado de incontables mujeres. No sería tan hipócrita como para echarle en cara
que hubiera recibido a otros hombres en su cama. Además, cuando se trataba de dar
placer, ya había ganado ese concurso. Su reacción en el coche había sido demasiado
genuina como para haber formado parte de un ardid. Ningún otro hombre la había
hecho sentir como él. Odiaba que casi rompiera los botones de su pantalón ante el
recuerdo. Su barbilla se acercó de nuevo y ella estabilizó su mirada en él.
— Tres condiciones.
Ella se frotó el hombro, como para aliviar el dolor que debería soportar por no
aceptar su consejo. Avendale sabía que no lo haría. Veía la determinación en sus
ojos, la mirada de una guerrera, una que sabía que la batalla estaba perdida, pero
aún no se daba por vencida en el resultado final de la guerra. Podía haberle dicho la
verdad: que iba a perder. Pero estaba demasiado enojado, así que mantuvo ese
detalle para sí mismo. Lo había tomado por tonto, y tenía la intención de garantizar
que lamentara cada segundo que pasara en su compañía. Juntando las manos
delante dijo:
— En primer lugar, como hemos estado viviendo aquí con una promesa de pago,
tendrás que pagar lo que debo en el contrato de arrendamiento de esta residencia
hasta el final del mes para que mis compañeros tengan un lugar en el que vivir sin
miedo a ser expulsados. Tenemos algunos otros acreedores que necesitan ser
apaciguados y deberás pagarles todo lo que se les debe. Y por último, cada tarde,
durante una hora, podré volver aquí sin compañía.
— No. Me iré con las cinco mil libras intactas. Todos los gastos que se produzcan
durante la próxima semana, se cubrirán sin cuestionar los costos.
Ella asintió.
— El rojo.
— Sí.
— ¿Su Gracia? — El enano dio un paso hacia él. — Si le haces daño, yo…
Sentados en el coche bien separados, Rose no estaba muy segura de que pudiera
confiar en las palabras de Avendale o en su sonrisa.
— Nunca más vuelvas a negarte nada en lo que a mí respecta. — Una vez más,
reclamó su boca, y las sensaciones se arremolinaron en sus venas. Debería temer la
tormenta de pasión que se estaba gestando entre ellos, pero únicamente se sintió
capaz de enfrentarla y dejar que siguiera su curso. Había estado anhelando ese
momento desde el primer instante esa primera noche en el club, su primera palabra,
su primera mirada apreciativa, su primera caricia. Cada encuentro había sido un
preludio para ese viaje de placer. El carruaje se detuvo y Avendale salió por la puerta
en un instante. Hizo que ella lo siguiera, y de repente se encontró en sus brazos,
mientras a grandes zancadas la llevaba hacia su gran mansión. Antes había pensado
que era magnífica, pero dado el propósito de su visita había prestado poca atención
a los detalles. Ahora su boca sobre la de ella también le servía como distracción. Fue
vagamente consciente de la puerta de entrada, del eco de sus botas sobre el mármol
mientras subían las escaleras. La llevaba con facilidad, como si no pesara más que
una hoja de sauce. Agarrando su hombro con una mano, pasando los dedos de la
otra sobre su cuero cabelludo, entre el pelo grueso, nunca se había sentido tan
protegida, tan segura. Cosa tan extraña, cuando sabía dónde se dirigían, donde iban
a terminar. Pensó que debería estar temblando de miedo; en cambio, temblaba de
anticipación. Entrando en una alcoba que sin duda era su dormitorio, pateó la puerta
cerrándola detrás de ellos. La arrojó sobre la enorme cama con dosel y aterrizó sobre
su cuerpo con un rebote suave. Agarrando su corpiño, lo arrancó, desgarrándolo en
pedazos, haciendo saltar los botones que cayeron repiqueteando al suelo. Ella trató
de hacer lo mismo con su chaleco, pero no poseía la misma fuerza así que tuvo que
desabrocharlos mientras sus manos vagaban salvajemente sobre su pecho, y su
estómago tenso.
Con una risa apagada, le arrancó el corsé, y lo arrojó a un lado. Su camisola fue a
parar al mismo lugar, sus manos lograron tomar posesión de la extensión cálida y
maravillosa de su pecho y enterró el rostro entre sus senos.
— Eres tan hermosa— dijo con voz áspera mientras los acariciaba y amasaba con
los dedos y la lengua. Dejó un rastro de pequeños mordiscos a lo largo de su
garganta hasta zambullirse otra vez en su boca. Había una especie de salvajismo en
sus acciones, cierta desesperación. Ella no podía tener suficiente de tocarlo, pensó
que nunca iba a tener bastante de él. — Te prometo que vamos a ir más lento la
próxima vez— gruñó, mientras su boca caliente se arrastraba a lo largo de su
garganta. De repente, las faldas y enaguas se agruparon en su cintura, mientras sus
dedos se deslizaban por la abertura de sus calzones. Su aliento fue cálido contra su
oído. — Dios, estás mojada, tan condenadamente mojada y tan caliente. —
Apartándose un instante, se apresuró a desabrochar sus pantalones. Apenas vio lo
que había puesto en libertad, tuvo menos de un segundo para preguntarse si debería
tener miedo antes de que él empujara en su interior. Trató de retener el grito de
dolor, pero un gemido escapó entre sus labios. — Maldita seas— dijo con los dientes
apretados mientras su cabeza se echaba hacia atrás, su cuerpo convulsionaba, y
emitía un profundo gemido. Luego se quedó inmóvil, tan abismalmente silencioso
que sólo su respiración agitada hacía eco entre ellos. Cautelosamente ella buscó sus
ojos llenos de furia. — Dijiste que eras viuda— gruñó.
— Mentí.
Capítulo 9
— Oh. — Ella necesitaba decir más que eso. — Gracias. — Con cautela entró en
la cámara de baño recubierta de azulejos. Tenía una inmensa bañera de cobre en la
que prácticamente podía nadar.
— Gracias — dijo de nuevo. Con la ayuda de Edith, se las arregló para quitarse la
ropa sin incidentes y se metió en la bañera, dándole la bienvenida al agua caliente.
— Trate de relajarse un poco — dijo Edith en voz baja, como si Rose estuviera en
su lecho de muerte. — Volveré a ayudarla una vez que me haya ocupado de sus
cosas. — Rose se preguntó qué le habría dicho Avendale a la doncella para que se
mostrara tan solícita. Respiró hondo, exhaló, y se hundió más profundamente en el
agua. Tomándose un momento, dio cuenta de los accesorios de oro que formaban
parte de la bañera y el lavabo cercano. Esa grifería debía costar un dineral. Cerró los
ojos y dejó que el agua la calmara. Había una tranquilidad casi antinatural dentro de
la residencia. Oyó movimientos en su dormitorio, sin duda, el baúl debía haber
llegado y Edith estaría ordenando sus cosas. Pero ¿dónde estaría Avendale? Lo quería
a él. Quería que la tomara en sus brazos, la abrazara, la besara. Con un gemido,
enterró el rostro entre las manos. Era tan estúpida. Desde el momento en que había
huido de su casa, no había confiado en nadie más que en sí misma. Su astucia, su
estrategia, su determinación. Ella era fuerte. No necesitaba a Avendale. Pero lo
deseaba. De alguna manera eso parecía mucho peor que necesitarlo. Le daba el
control. Sin embargo, tenían un arreglo. No se basaba en el amor, el cuidado, o el
afecto. Era pura lujuria, cierta atracción animal que los poseía ni bien se acercaban.
Era una locura. Tenía que reconocerlo como lo que era, y mantener su corazón
alejado, sin involucrarse. Un golpe suave.
— ¿Está lista para mí, señorita? — Preguntó Edith suavemente como si esperara
que Rose se rompiera. Le irritaba que Avendale pensara que era una niña consentida,
sólo porque había tomado su virginidad. Maldito sea. Ella no era débil.
— Su cena, señorita.
— En la biblioteca.
— Llévame a la biblioteca.
— ¿Meterme en la cama? — Rose se rió. — No soy una niña para que me metan
en la cama. Maldición, me acostaré cuando lo desee.— Los ojos de Edith casi saltaron
del asombro. Rose supuso que era porque nunca había oído una blasfemia
semejante en boca de una dama. — Si no me llevas a la biblioteca, la encontraré por
mi cuenta.
Se dirigió a la puerta. El golpeteo de las pisadas resonó en la habitación cuando
Edith la abrió para ella.
***
Melancólico, Avendale estaba sentado en una silla frente al fuego del hogar
tomando un largo trago de whisky. Entre todos sus pecados, nunca había hecho daño
a una mujer, nunca había lastimado a nadie. Hasta esa noche. Hasta Rose. ¿Por qué
demonios no se había detenido, o al menos había ido más lento? No entendía esa
obsesión, esa necesidad de poseerla que lo poseía. Nunca antes en su vida había
pensado: “Si no tengo a esta mujer ahora, moriré”. En su presencia perdía la razón.
¿Cómo podía haberle propuesto ser su amante por cinco mil libras en vez de haberla
detenido por estafarlo? Pero, sin embargo, ella lo había estafado una vez más. No era
viuda, sino una mujer virtuosa. Su risa hizo eco a su alrededor. No, no era virtuosa.
Tal vez nunca había tenido un hombre entre sus piernas, pero no era virtuosa. En
realidad no sabía que era. ¿Quién era Rose Sharpe? ¿Qué sabía de ella en realidad?
Alguien que podía manipular sus genitales con tanta rapidez que se sentía mareado.
Pero aparte de eso… Un fuerte golpe sonó.
Se acercó.
— Yo estaba sentado allí.
— Sí.
— No.
— Pero tenías a Beckwith saltando por el aro como un perro bien entrenado.
— Gritaste.
— Este juego que hemos estado jugando... Pensé que tenías más experiencia,
que sabías que…
— Soy la mujer que va a calentar tu cama durante una semana. Luego seguiré mi
camino. — Su intestino se retorció ante el pensamiento de su partida.
— No creo que jamás haya conocido a nadie como tú…— Se detuvo, sacudió la
cabeza. —…hablas de una manera directa, pero me temo que estás llena de engaños.
— Nunca conocí a nadie con quien haya querido intimar. Podrías haberme
metido la mitad de la cantidad.
Él se rió.
— No habrías sido tan tonta como para creerme si te decía lo contrario, ¿no?
— Cuando se tiene tanto es fácil olvidar que muchos tienen tan poco.
Él soltó la risa. Nunca había conocido una mujer tan abierta en los asuntos de los
cuales las damas nunca hablaban.
— Eres una contradicción. Hasta hace una hora, eras virgen, y sin embargo no
tienes ningún reparo en vomitar esta charla indecente.
— He llevado una vida singular, no voy a negarlo. He estado sola desde que tenía
diecisiete años, sin chaperonas para asegurar que sigo siendo pura en pensamiento e
ignorante de todo lo que ocurre entre hombres y mujeres.
Él conocía muchas mujeres que se habían casado a los diecisiete años. ¿Por qué
le resultaba tan terrible pensar que había tenido que valerse por sus propios medios
a tan tierna edad?
— Nunca tomo nada de los que difícilmente pueden darse el lujo de perder.
— ¿Tú crees que de alguna manera eso te vuelve una causa noble?
— No, en absoluto. Y sé que voy a pagar un alto precio por ello. Simplemente
todavía no puedo dejar de hacerlo.
— Por el contrario, creo que es hora de que pagues por hacerme creer que eras
mucho más experimentada de lo que en realidad eres. — Dejando a un lado su copa,
se puso de pie. No vio miedo en sus ojos, sólo curiosidad y deseo. Siempre deseo.
Nunca había conocido a una mujer que le hiciera sentir que anhelaba estar con él.
Oh, las mujeres sin duda buscaban su compañía, coqueteaban con él, lo tentaban.
Pero nunca le hacían sentir como si algo profundo los uniera desde el corazón. Tomó
su vaso y lo puso sobre la mesa. Ella no se opuso, apenas se movió, su mirada nunca
se apartó. Ya no confiaba en sí mismo para leer sus estados de ánimo, para leer lo
que podría estar comunicándole. Ya lo había engañado una vez. Podría estar
haciéndolo de nuevo. Sin embargo, había venido a su guarida, para azuzar el tigre.
Tenía que saber que no la hubiera molestado de haberse quedado en su habitación
durmiendo. Podría haberse sentido diferente en la mañana. Su temperamento
podría haberse enfriado para entonces. En cambio, lo había buscado. Tenía que
haber sabido donde la llevarían sus acciones. Poniendo los brazos a cada lado de ella
sobre los costados de la silla, se inclinó y tomó su boca. Ella respondió como si
estuviera encendiendo un fósforo. A pesar de su impaciencia y aspereza, abrió la
boca para él, arremolinando la lengua sobre la suya. No era tímida. De ningún modo.
No ganaba nada, fingiendo deseo. Ya tenía el dinero. Había accedido a sus términos,
a pesar de que ya estaba lamentando haber permitido que tuviera una hora a solas
en la tarde. Quería estar con ella cada momento, cada segundo hasta que el plazo
estipulado llegara a su fin. Deslizando un brazo debajo de sus piernas, otro alrededor
de su espalda, la levantó y la acunó contra su pecho. No quería tener en cuenta lo
bien que se moldeaba contra él, lo bien que encajaba. Nada en la vida era perfecto.
Nada encajaba exactamente. Sin embargo, casi podía jurar que así era mientras la
acomodaba en sus brazos. — Yo sé cómo subir las escaleras — dijo.
— Pero mis piernas son más largas, nos llevarán más rápido.
En eso no tenía razón. En lo que a ella se refería, no era tan fuerte como tenía
que ser. Dos veces esa tarde había disipado su ira con poco más que una sonrisa. Si
no tenía cuidado, podría hacerlo cambiar de manera irrevocable. No podía
arriesgarse.
***
— Dios, eres tan hermosa— dijo, con voz ronca por el deseo.— Tendría
azotarme una y otra vez por haber ido tan rápido antes y negarme el placer de verte
completamente sin ropa.
— Tal vez sea yo quien deba azotarte por negarme la visión de tu desnudez.—
No sabía de donde salía su audacia. Sólo sabía que se sentía bien, que con él no había
vergüenza, ni mortificación en lo que iban a compartir. No tenía tantas barreras
como la vez anterior. Sólo tenía que soltar un par de botones en la parte delantera
de su camisa, ni siquiera los puños estaban abrochados. Entonces arrastrando la tela
sobre sus hombros, sobre su cabeza, fue revelando poco a poco el estómago y el
pecho esculpido. Bronceado. Y se preguntó qué haría para exponerse al sol. Sus ojos
brillaron con satisfacción. Sabía que era hermoso. Sus dedos temblaron ligeramente
mientras cautelosamente tocaba la piel tibia. Avendale gimió y se sintió poderosa
por ser capaz de afectarlo de modo. Apoyó las manos justo debajo de las costillas y
lentamente lo acarició hacia arriba. Toda firmeza y suavidad. ¿Cómo podía ser ambas
cosas a la vez? Dejó que sus manos viajaran sobre el pecho, a lo largo de los
hombros, y sobre sus poderosos brazos. Sus músculos eran como granito.
— Yo diría que eres magnífico — dijo mirándolo a los ojos — pero sospecho que
bastantes mujeres te lo han dicho como para inflar tu vanidad.
— Ninguna que me importara.— Su mandíbula se tensó, un músculo se contrajo,
y se preguntó si se había contenido para no decir que le importaba. ¡Qué
pensamientos tontos y fantasiosos! Sólo le importaba lo que tendrían allí. Podría
haberle pedido un par de semanas, y se las habría concedido. Pero por mucho que
deseara lo contrario, ella era una más. Una que al final, no le importaba más que
otras. Pero no pensaría en eso. No esa noche. Deslizó sus manos por sus brazos,
hasta posarlas sobre su estómago plano y más abajo pudo ver el bulto, latiendo
contra la tela de sus pantalones. Sabía lo que se sentía tenerlo enterrado en su
interior, pero apenas lo había visto. Bajando la mirada, liberó un botón. Luego otro.
Otro más hasta dejarlo en libertad. Al presionar los dedos temblorosos contra su
tibieza, le resultó difícil retener el aliento.
— Si hubiera sabido que eras virgen, habría aliviado tus temores. — Fácilmente
le bajó los pantalones, inhalando el almizclado y embriagador aroma de él. Cuando
hizo la tela a un lado, deslizó sus manos por sus muslos musculosos y más arriba.
— Podrás explorarme más tarde. Ahora voy a darte todo lo que consumido por
la necesidad no pude brindarte antes. — Una vez más, la levantó y la puso sobre la
cama, sólo que esta vez de espaldas le colocó una almohada debajo de la cabeza.
Estirándose a su lado, tomó su boca tan suavemente que casi lloró. Siempre había
habido tanta hambre entre ellos, que percibió su contención y el esfuerzo que estaba
haciendo por controlarse, tratando de premiarla cuando no había nada que lo
obligara a recompensarla. Sin embargo, tampoco podía negar que le gustaba la
lentitud de su lengua acariciando la suya. Le echó los brazos alrededor de sus
hombros, disfrutando de su cercanía.
Agarrando sus muñecas, puso las manos sobre su cabeza y las sujetó con fuerza.
— Eres única.
— Es posible que hayan querido que pienses eso, pero sospecho que estaban
encantadas por la oportunidad de recorrerte entero. Eres espléndido.
— Por ahora, disfruta lo que voy a darte. — Tomando el control, pasó la boca a
lo largo de la barbilla, hasta la garganta, provocando pequeñas burbujas de placer
que hicieron que los dedos de sus pies se contrajeran. Lamió el camino entre sus
pechos, sorbiendo su piel como si estuviera recubierta de azúcar. Ella trató de
mantener sus manos donde las había colocado, pero cuando él ahuecó su pecho y
cerró la boca alrededor de su pezón, no pudo dejar de enterrar los dedos en los
gruesos mechones de su cabello oscuro. Tampoco pudo retener el gemido cuando
arqueó la espalda de puro placer. Él chupó, enroscando la lengua sobre la cima
erecta y succionó de nuevo, todo el rato amasándolo suavemente. Era tan
maravilloso, podía tocarla en un solo lugar y sin embargo parecía sentirlo por todas
partes. Pensó que podría volverse loca con las sensaciones, y tal vez esa era su
intención: conducirla a la locura para que ya no pudiera cuidarse de sí misma, y
tuviera que entregarse a su custodia por el resto de su vida. ¡Qué pensamiento tan
tonto! No la quería para siempre a su lado. Lo había dejado lo suficientemente claro.
La quería sólo por una semana, siete noches. Entonces la liberaría. Y volvería a su
casa convertida en una mujer cambiada para siempre. Pero sin resentimiento ni
lamentos. No cuando él tenía el poder para llevarla a tales alturas como lo había
hecho esa noche en el coche, y sospechaba que tenía la intención de repetir ahora.
Con él podía volar, podía ser libre como nunca lo había sido antes. Una vez más,
puso las manos sobre la almohada. Casi lo maldijo. Sin duda lo haría cuando la dejara
en libertad. La arruinaría para cualquier otra persona, y una pequeña voz resonó en
su mente diciendo que ese era realmente su plan. Darle placer como ningún otro
hombre podría hacerlo jamás. Tomarla como ningún otro podría imitar. Contempló
su cuerpo increíblemente esculpido y vio sus músculos en movimiento.
Contrayéndose, relajándose, en agónica tensión. Quería verlo sin ropa, dedicado a
todo tipo de actividades imaginables. Él era la perfección, si creyera en los dioses del
Olimpo, sin duda lo consideraría uno de ellos, pero lo había visto con sus propios ojos
y sabía que no era una deidad displicente, él llevaba las cicatrices profundamente
marcadas en su interior como el más sufrido de los mortales. Sin embargo, a pesar de
la oscuridad que se cernía por debajo de la superficie, todavía tenía la capacidad de
recrear la belleza del placer.
Enclavado entre sus muslos, aferró la curva de sus caderas con las manos y
arrastró sus labios sobre su estómago, lamiendo, besando a medida que descendía
hasta el ombligo. Lo rodeó con la lengua, y la sumergió en su interior.
— Voy a servirme brandy aquí más tarde — dijo con voz áspera, y el calor la
recorrió con la imagen de él lamiendo su carne. Luego siguió más abajo, hasta que su
respiración agitó los rizos en el vértice de sus muslos. Parecía decadente ver la parte
superior de su cabeza entre sus piernas abiertas. Inclinándose, Rose le pasó los
dedos por el pelo. Se había resistido a tocarlo lo más que pudo. Entonces su lengua
avanzó provocativamente entre los pliegues de su femineidad y ella apretó los
muslos contra su cabeza, mientras tironeaba de las hebras de su cabello. Había
pensado que usaría sus dedos de nuevo. No había esperado que la excitara
directamente con la boca.
Él alzó la cabeza. Dentro de sus ardientes ojos oscuros, vio pasión, deseo y algo
similar a la posesión. Él la poseía por completo en ese momento y lo sabía
condenadamente bien.
— Lo que debería haber hecho antes. Lo que quiero hacer ahora. Lo que
pretendo hacer cien veces antes de dejarte ir.
— No. — Fue un sonido sordo, más bajo que un susurro, y sin embargo, sonó
como un disparo a través de la habitación.
— Entonces disfruta.
Ella se dejó caer y se quedó mirando el dosel de terciopelo, mientras su lengua
lamía y se arremolinaba en círculos. No quería atesorar el recuerdo de su dosel de
terciopelo. Quería recuerdos de él.
Entornando los ojos, disfrutó de la visión de su cabeza morena entre sus muslos
abiertos. El calor se desplegó desde su centro hasta envolverla. El placer creció en
espiral. Deslizando sus manos entre el colchón y su trasero, la levantó un poco como
si estuviera ofreciéndose un sabroso banquete, y las sensaciones se dispararon como
si la hubiera atravesado un rayo. Apretó los dedos en su pelo. Su respiración se volvió
superficial, áspera. El placer iba y venía como si fuera el comandante de las mareas
del hedonismo. Ella susurró su nombre, y luego gritó mientras una ola de éxtasis la
envolvía, haciéndola estallar para luego dejarla caer al vacío. Se estremeció con una
fuerza que amenazó con desbaratar sus huesos.
— Más tarde.
— Ya te dije: esta vez es para ti. No volveré a ser tan egoísta, así que disfruta y
trata de dormir un poco. — Apretó su trasero y le dijo en voz baja: — Aun falta lo
mejor.
En el carruaje, había pensado que había experimentado el pináculo del placer,
ahora no sabía si estar contenta o aterrada al descubrir que se había equivocado.
Antes de que terminara con ella, pensó que bien podría morir a causa de las gloriosas
sensaciones que tan hábilmente le prodigaba. Le dolía el cuerpo con la necesidad de
sentirlo enterrado en su interior.
Hizo lo que debería haber hecho antes, y con cautela comenzó a peinar
suavemente los largos mechones con sus dedos sin molestarla. Apenas podía
concebir que hubiera acudido a su santuario, convencido a su ama de llaves para que
le abriera la puerta, y le cuestionara su actitud como si se tratara de la dueña de su
casa por no decir de su vida. Con ninguna otra mujer hubiera consentido semejante
comportamiento. Encontraba ese aspecto en ella, tan tentador como la piel de
alabastro que había revelado cuando finalmente se había tomado el tiempo para
desnudarla. Iban a pasar una semana increíble, a pesar de que ya se estaba
lamentado de no haber estipulado un plazo más largo.
Le importaba.
— No. — No era del todo cierto, pero la recompensa hacía que valiera la pena.
Él era una silueta envuelta en sombras, delineado por la débil luz que se colaba a
través de las ventanas, pero lo suficientemente clara como para percibir el contorno
de su cabeza mientras descendía para posar su boca sobre la de ella.
Pero las hermosas sensaciones que la recorrían le aseguraban que todo era muy
real.
Con un gruñido salvaje, Avendale echó la cabeza hacia atrás, empujó una última
vez contra ella y se arqueo hacia atrás mientras su cuerpo se vaciaba
convulsionando. Podía sentir los temblores que lo sacudían. Sin separarse, rodó
llevándola con él. Su respiración se calmó, pero temió que su corazón nunca pudiera
normalizar su ritmo.
Él simplemente lanzó una risa cansada, la atrajo con más fuerza, y la sostuvo
mientras se quedaba dormida.
Capítulo 10
Cuando Rose despertó, descubrió que Avendale todavía permanecía con ella, su
mano sobre su cadera, como para mantenerla cautiva debajo de las sábanas hasta
que estuviera dispuesto a dejarla ir. Se había quedado dormido sin cerrar las cortinas
así que la luz del sol entraba a través de las muchas ventanas de una habitación que
era casi tan grande como el piso que albergaba las alcobas en su residencia. Estaba
de frente a ella, con sus largas y oscuras pestañas descansando sobre los pómulos
bien definidos. Tratando de no molestarlo, tan discretamente como le fue posible,
apoyó la palma de la mano en el centro de su pecho, y sonrió ante el recuerdo de sus
vellos sedosos, tal como los había sentido durante la mayor parte de la noche
anterior.
No había esperado que se quedara con ella, pero había sido una agradable
sorpresa. Una buena parte de sí misma se regocijaba por ese hecho. La alegría la
invadía por tenerlo a su lado y a la vez le daba miedo porque sabía que al final de la
semana, la montaría en su coche sin remordimientos, sin lamentar su partida. Por su
parte, estaba segura de que lo echaría terriblemente de menos, que sufriría
numerosos arrepentimientos, que tendría que lidiar con un dolor agonizante en el
pecho. Abrió los ojos. Las profundidades marrones parecían más cálidas que las que
hubiera visto nunca. Una esquina de su boca se inclinó ligeramente.
Tragó saliva.
— Hola. — Movió su mano sobre su trasero antes de deslizarla hasta su espalda.
— ¿Tienes hambre?
— Un poco, sí.
Ella suspiró.
— No demasiado.
— ¿Me das una recorrida por tu casa? — Preguntó Rose, envuelta en su bata de
seda, con la espalda apoyada contra las almohadas de la cabecera. Encima de su
regazo, una bandeja exhibía un surtido de platos colmados de exquisiteces. Un
pequeño ejército de siervos había marchado para disponer de los alimentos, sobre
una larga mesa contra una pared de la habitación. Podrían permanecer allí por una
semana y no pasar hambre. Ella se debatía entre la expresión de asombro ante la
fastuosidad y la rabia por todas las veces que había pasado hambre, mientras que los
ricos desperdiciaban esos manjares que finalmente terminaban en la basura.
Avendale estaba estirado a los pies de la cama, vistiendo nada más que
pantalones y una camisa suelta, terminando de masticar el pastel más pequeño que
jamás había visto.
— Si lo deseas.
Para ella, sin duda era un palacio, pensó mientras caminaban por la inmensa
mansión después de terminar el desayuno. Todavía llevaba la bata puesta.
Sospechaba que tendrían otro revolcón en la cama antes de que llegara la tarde.
— Tu padre, supongo.
— Puedo verte en sus rasgos, pero contiene una dureza que a ti te falta.
— Creo que estás enojado por algo, algo más de mis decepciones. Me di cuenta
de eso desde la primera noche, algo que está en plena ebullición por debajo de la
superficie. Algo que me instaba a desistir de ti, pero te encontré demasiado guapo
para soltarte.
Él soltó la risa.
— ¿Lo hiciste? Creo que debes haber pensado: “He aquí un hombre con bolsillos
demasiado pesados que me gustaría aliviar”.
— Eso vino después de que hice algunas averiguaciones.
Él se puso serio.
— Probablemente deberías hacerle saber a Beckwith que cese sus esfuerzos por
obtener tu herencia.
Ella suspiró.
Con una sonrisa, ella se acercó al siguiente retrato. La mujer tenía unos
conmovedores ojos marrones y pelo caoba.
— ¿Tu madre?
— Sí.
— ¿Y ahora?
— Se siente bastante decepcionada por mí, pero aparte de eso yo creo que está
muy feliz respecto a los otros aspectos de su vida.
— Y eso te molesta.
— ¿Tu padre?
— No estoy realmente segura. Lo dejé cuando tenía diecisiete años. Nunca más
volví a verlo.
Ella pasó un dedo por el borde de un marco dorado. Ni una mota de polvo.
— Mi padre tenía escondido algo de dinero. Lo robé antes de irme. Esto fue
suficiente para mantenerme durante un par de años.
— Iré contigo.
— ¿Por qué?
— Porque es lo que prefiero. — Ella volvió su atención hacia el espejo.
—¿Qué significan esas personas para ti?— Despreciaba los celos que se
percibían en su voz. No lo estaba, pero en ese preciso momento no estaba dispuesto
a compartirla.
Con un profundo suspiro, ella se dio la vuelta en el banco del tocador que había
sido trasladado temporalmente desde otra alcoba, y lo miró. Con un movimiento de
su mano, despidió a Edith. Una vez que la chica se había ido, dijo:
— Me gustaría tener un poco de tiempo para mí. Además, estoy segura de que
vas a apreciar liberarte una hora de mi presencia.
¿Por qué no podía tener fe en esas palabras, y por qué le importaba tanto no
poder hacerlo?
— No lo soy.
— Tráeme una lista de todos tus acreedores para que pueda enviarles a mi
hombre de negocios. Él se encargará de que todos reciban su paga.
— ¿Alguna vez he hecho algo para hacerte pensar que no cumpliría mi parte del
trato?
Ella se fue cerrando la puerta sin hacer ruido. Sacudió las mantas, saltó de la
cama y llamó a su ayuda de cámara. Mientras ella estuviera fuera, él tenía asuntos
que necesitaba atender. Arreglar las cuestiones con Beckwith encabezaba la lista.
***
— No hay razón para que ellos lo sepan. Estoy aquí para restituir los gastos en
los que hayas incurrido y los honorarios que se te deben.
— ¿Te lastimó? — preguntó Merrick cuando Rose salió del carro con la ayuda del
lacayo. Había salido corriendo de la casa como si los perros del infierno estuvieran
pisándole los talones. Sus palabras la noche anterior habían sido: “Dile a Harry que
ha habido un cambio de planes y nos quedaremos en Londres un poco más, y que lo
veré mañana a las dos de la tarde”, asegurándose de que la estaría esperando.
— Él se aprovechó de ti.
— Me atrevo a decir que no es el único. Partiremos con cinco mil libras y todo lo
que queremos, ya que está todo pago.
—Uno que estuve más que dispuesta a pagar. Ahora termina con tu
cuestionamiento. Quiero pasar algún tiempo con Harry. No puedo estar ausente más
de una hora o Avendale me vendrá a buscar. No tengo ninguna duda de que lo hará
ya que no confía en mí. No lo culpo. Supongo que Harry está en la biblioteca.
— Sí. Pero su estado de ánimo no es el mejor. Tuve que explicarle un poco más
de lo que quería cuando amenazó con ir a buscarte.
Eso habría sido desastroso.
Con un rápido giro y sus tacones haciendo eco a través del pasillo, rápidamente
se dirigió a la biblioteca. La puerta estaba abierta. Era una buena señal. Él no tenía un
estado de ánimo tan atribulado como Merrick había indicado, aunque tal vez así
fuera, pero sabiendo que su tiempo sería corto, había decidido no perderlo tratando
de derribar la puerta. Recordó la puerta de otra biblioteca cerrada la noche anterior.
Parecía que todos los hombres tenían algo en común cuando sentían su orgullo
herido: la necesidad de lamer sus heridas a solas. Ella todavía estaba sorprendida de
que Avendale se hubiera molestado al descubrir que era virgen. Lo había juzgado
como un hombre cuyo orgullo le haría arder de ira, pero no de remordimiento o
culpa. Había pensado que se consideraría a sí mismo por encima de ese tipo de
emociones. Nunca había juzgado tan mal a una persona. Lamentablemente también
había juzgado mal lo que esa semana en su compañía iba a costarle. Al final de la
misma, su vida cambiaría irrevocablemente. Pero eso era algo que debería enfrentar
la semana siguiente. Por ahora, se concentraría en Harry. Entrando en la biblioteca,
lo encontró en su escritorio, con la pluma en la mano.
Se echó hacia atrás, la estudió con sus cristalinos ojos azules que mostraban una
gran pesadumbre.
— No tuve elección, pero ya estoy aquí. Aunque tengo menos de una hora. No
vamos a gastarlo en riñas. — Tirando, se quitó los guantes, y los metió en su bolso.—
Ven y siéntate conmigo junto a la ventana. Es un día precioso.
— Va a llover.
— ¿Te parece?
Era muy hábil para predecir el tiempo. Pensó en lo bonito que sería acurrucarse
en la cama con Avendale mientras la lluvia repiqueteaba sobre el techo y las
ventanas. Sacudió la cabeza. No podía estar pensando en Avendale ahora. Sentada
en un extremo del largo sofá, se sintió agradecida cuando Harry se unió a ella en el
otro. Sally trajo té y galletas en una bandeja y la puso sobre la mesa delante de ellos.
Miró fijamente a Rose como si eso fuera suficiente para descifrar todo lo que había
ocurrido desde que Rose los había dejado. Rose blanqueó su expresión, y trató de
hacerlo lo más inocente posible. Con un estrechamiento de sus ojos, Sally resopló
antes de salir. Rose preparó el té y puso una taza frente a Harry, aun sabiendo que
probablemente no lo tocaría. A veces sólo tenían la necesidad de comportarse
civilizadamente.
— No, cariño, no lo hizo. Yo quería ir con él. Que Dios me ayude, pero me gusta,
Harry.
— ¿Por qué?
Ella repitió.
— ¿Cómo es su residencia?
Vaciló, deseando no haber llegado allí, esperando no haberle dado motivos para
evocar imágenes de ella en la cama del duque. Él era bastante inocente respecto a
las cuestiones carnales, por lo que sus palabras probablemente no le dieron ningún
indicio perverso. —... es casi tan grande como todas nuestras alcobas juntas. Él me
llevó a recorrerlo. Fue fascinante. — Hablaron entonces de cuánto tiempo más
podrían estar en Londres. No había razón para partir de inmediato, ya que sus
deudas estaban pagas. Aunque sospechaba que no le gustaría quedarse demasiado
tiempo una vez que dejara al duque. Le contó a Harry todo lo que sabía de Escocia,
por qué pensaba que sería feliz allí. Antes de irse, lo abrazó con fuerza, y le prometió
volver a las dos de la tarde siguiente. No se sentiría culpable por dejarlo allí. Tenía su
historia para mantenerse ocupado. Daría la bienvenida a la tranquilidad.
Intentó ordenar sus pensamientos mientras el carruaje retumbaba por las calles
de regreso. No le gustaba lo mucho que estaba deseando volver a Buckland Palace,
ni lo mucho que deseaba estar con Avendale de nuevo. Era algo más que el hecho de
que él supiera cómo hacer que su cuerpo estallara de placer. Le gustaba estar en su
compañía, le gustaba la forma en que la mantenía abrazada. Le gustaba el timbre de
su voz, aunque no discutieran nada de importancia. Incluso le gustaba que fuera un
poco celoso.
— Suenas decepcionada.
Su estómago se contrajo.
— Incluso encontré tiempo para algo más agradable. — Con largas zancadas
cruzó hacia ella. Inhaló su magnífico aroma masculino, y se apoyó en él. También
quería cobijar su cabeza en ese amplio pecho, y sentir sus fuertes brazos alrededor
de su cintura. Ridícula por querer tanto lo que sólo disfrutaría por un poco de tiempo
más. Tal vez eso era lo que lo hacía tan atractivo. Si supiera que lo tendría para el
resto de sus días, seguramente se aburriría de él tanto como él lo haría con ella. Era
la circunstancia, las horas que pasaban marcadas por un tictac, demasiado rápido.
¿Por qué estaban todavía allí abajo de todos modos? ¿Por qué no la había llevado a
la cama ya? ¿Por qué estaban todavía vestidos cuando ella anhelaba sentir su piel de
seda? Sin prisa, como si tuviera el poder de detener los relojes, y los minutos no
siguieran avanzando, él deslizó su mano dentro de la chaqueta y como por arte de
magia, sacó un estuche de terciopelo negro que parecía demasiado grande para
haber sido ocultado de manera eficaz dentro del bolsillo de su chaqueta. Lo sostuvo
hacia ella. — Para ti.— Ahora fue ella la que se movió, como si el tiempo se hubiera
detenido, como si nada la motivara a apresurarse. Poco a poco abrió la caja y se
quedó mirando con asombro el más hermoso conjunto de rubíes intercalados con
diamantes diminutos que hubiera visto en su vida. Se imaginó el collar alrededor de
su garganta, descansando sobre su clavícula. Sacudiendo la cabeza, cerró la tapa de
terciopelo y extendió la caja hacia él.
— No puedo.
— ¿Qué quieres decir con que no puedes? — Preguntó, frunciendo el ceño tan
profundamente que pareció doloroso.
Ella lo había encolerizado, y no era el estado de ánimo que quería para esa
noche. No quería peleas. Simplemente quería... paz. Quería lo que había pasado
entre ellos en la oscuridad de la noche anterior.
— Eres la persona más extraña que jamás haya conocido. He regalado joyas a un
sinnúmero de mujeres. No significa nada para mí. — Sus palabras la picaron, fueron
como diminutas púas punzantes en su corazón. Por un momento había pensado que
era especial, le había atribuido un profundo significado al regalo, valorándolo más,
porque venía de él.
— Supongo que eso es todo. Regalas joyas a todas las mujeres que visitan tu
cama. Soy como todas los demás.
— Confía en mí, Rose, no eres ni cerca comparable con cualquiera de las otras.—
Poco a poco se dejó caer en una silla.
— ¿Por qué?
Su mandíbula se tensó.
Estrechando los ojos, tamborileando los dedos en los brazos de la silla, uno a la
vez, rodando a lo largo de uno y otro.
— Por un lado, no estás tratando de complacerme todo el tiempo. Azuzas mi
temperamento. Eres desafiante. Tú…
— ¿Quieres que sea sumisa?— Preguntó. —La vida, excelencia, no es tan sencilla
para todo el mundo.
Ella se disparó, sin intentar recoger el estuche cuando lo dejó caer al suelo.
— Está bien, haz lo que te plazca. Iremos al club esta noche. Iba a pedirte que
usaras el vestido rojo que llevabas la noche que nos conocimos. Pero ponte lo que
quieras, en realidad me da lo mismo.
¿Estaba con él por cinco mil libras y rechazaba un collar que valía más del doble?
Nunca la entendería, y ¡maldita sea! nunca había deseado nada tan
desesperadamente como entenderla. Conocer sus pensamientos y no dudar de que
cuando estaba con él era la verdadera Rose y no la estafadora.
Después de esa noche, a excepción de sus visitas por la tarde, durante el poco
tiempo que les quedara, no abandonarían la cama. La tomaría tantas veces como le
fuera físicamente posible. ¿Había pensado que aceptar el collar como regalo la hacía
sentir como una puta? Se aseguraría de que así fuera.
— Lo siento.
— Nunca me han dado un regalo tan exquisito antes— continuó.— Creo que le
he dado un significado que no corresponde.
— Nunca he tenido que recurrir a la poesía barata para conseguir una mujer en
mi cama. Título, riqueza, poder, prestigio, influencia, cuando esas cualidades
conforman el manto que te recubre no se necesita nada más. Todo lo que tienes que
hacer es curvar un dedo. Aunque tú estás aquí por el dinero, no creo que estés
impresionada por nada más.
— Estoy muy impresionada, excelencia, pero como bien dices, eso conforma el
manto que te recubre, yo estoy mucho más interesada en lo que escondes debajo de
él.
— Demasiado corta.
Deslizó la mirada hacia ella.
— Para ser honesto, yo también ¡Qué suerte que los dos hayamos estado
equivocados.
Se rió, un sonido que lo estremeció hasta los talones. Luego se puso seria.
Tomándola en sus brazos, la apretó contra su pecho, pasando sus manos arriba y
abajo por su esbelta espalda. Podía avivar las llamas de su deseo con tanta facilidad.
Lo llevaba a la locura con el más mínimo esfuerzo. Lo estaba arruinando. Nunca se
había sentido complacido de esa manera.
Aunque si era honesto, no estaba seguro de que alguna vez lo hubiera sido. No
como se sentía con ella.
Con ella todo era diferente: las sensaciones, la pasión, el hambre. Diez minutos
después de que devorarla, quería devorarla de nuevo. Sin despegar su boca de la de
ella, no es que pensara hacerlo, ya que sus labios quedaron fundidos con los suyos, la
levantó y caminó hacia el escritorio. Cuando llegó allí, barrió torpemente con un
brazo, tratando de no dejarla caer en el proceso, y envió todo lo que cubría la mesa
estrepitosamente al suelo.
— ¿Aquí?
— Aquí.
Rose lanzó una lluvia de besos sobre su cuello y pecho mientras él se mecía en
su contra. Más duro, más rápido. Sus respiraciones hacían eco en la habitación.
¿Por qué todo era siempre tan intenso con ella? ¿Por qué se sentía debilitado
después, pero increíblemente poderoso? Con un suspiro largo y tembloroso, presionó
su frente contra la de ella.
Nunca había conocido una mujer que alcanzara su disfrute con la ferocidad que
ella lo hacía.
— ¿Quién?
— Algunos amigos. Hemos organizado un juego privado. Las apuestas son muy
elevadas, lo que lo hace más emocionante.
— Así que sólo voy a observar.
— ¿Y si gano?
Había elegido el rojo porque era el que deseaba que se pusiera. El collar pesaba
contra su garganta, ya que, también, era lo que él quería. Aunque ella deseara todo
lo contrario, la verdad era que anhelaba complacerlo.
— El juego de esta noche va mucho más allá de las cartas. Quiero que disfrutes.
— Es importante que las personas no sepan la verdad sobre mí. No puedo
permitirme responder las preguntas que me hagan, así que ¿cómo voy a explicar mi
presencia?
— Sí.
— Por el contrario, pero así es como ingresamos en noches como ésta, cuando
queremos que el juego sea muy exclusivo.
En el interior, subieron las escaleras y recorrieron los pasillos oscuros hasta que
Avendale se detuvo frente a una puerta y golpeó varias veces, tal como hacían los
niños para jugar.
— Feagan — respondió.
— El nombre de un viejo sinvergüenza que les enseñó a los fundadores del club
cómo sobrevivir en las calles.
Con la mano en la parte baja de la espalda, la guio hacia las cortinas, luego entró
en una habitación bien iluminada donde había otras personas reunidas.
— Ah, ahí estás— dijo un hombre de pelo oscuro. A su lado estaba una mujer
con el pelo rojo más sorprendente. — Pensamos que tal vez habías cambiado de
opinión.
— Es un placer.
— Sé buena con ella, Grace. — Dijo acercándola a su lado como si pensara que
necesitaba protección. — Conoces a Drake, por supuesto.
Él le dirigió una astuta mirada, dejándola una vez más con la impresión de que
podía ver mucho más de lo que aparentaba.
— El marqués de Rexton.
Antes de que pudiera hacer una reverencia, el marqués llevó su mano a los
labios, pero el diablo bailaba en sus ojos azules, y sospechó que estaba divirtiéndose
a costa del Avendale, porque sentía los dedos del duque tensionados en su espalda.
— Siempre es un placer tener a una mujer hermosa con nosotros.
— Eres muy amable de decirlo, mi señor, pero poseo un espejo y soy muy
consciente de que no soy ninguna belleza.
— Creo que tu espejo está roto. Tal vez tenga que comprarte uno nuevo.
Se dio cuenta por su coqueteo, que sin duda comprendía cuál era su papel en la
vida de Avendale. Probablemente todos lo sabían.
— Nunca pensé conocer a una mujer que pudiera llevar a Avendale de puntillas.
Con Avendale a su lado, Rose se encontró sentada frente a la duquesa, con los
otros caballeros a cada lado de ella. Se sorprendió por la cantidad obscena de dinero
que se cambiaron por fichas.
La duquesa sonrió.
— Claro.
— Hace poco descubrí que mi hermana es muy hábil en eso — dijo Rexton, y
recién allí Rose pudo notar las similitudes en sus rasgos.
— No puedo creer que no te hayas dado cuenta antes— dijo Darling, mientras
barajaba. Al parecer, su papel era simplemente repartir las cartas, ya que no había
tomado ninguna ficha.
Frunció el ceño, pero no había enojo en su ceño. Se sentía muy halagada de que
quisiera pasar una noche con sus amigos en su compañía. Halagada y nerviosa,
rodeada de la nobleza, y sin embargo no se sentía tan diferente a ellos.
— ¿No vas a jugar? — Preguntó ella, cuando los lacayos comenzaron a poner los
vasos de líquido ámbar delante de todos.
— Un brindis, por nuestro miembro más reciente. Que la fortuna le sonría esta
noche, Rose.
Las fichas fueron arrojadas al centro de la mesa. Darling comenzó a repartir las
cartas. Rose esperó hasta que se detuvo. Tomando sus cartas, las abrió en abanico.
Avendale se inclinó, con el brazo apoyado en el respaldo de la silla, mientras con los
dedos le acariciaba arriba y abajo el brazo. No estaba segura de que fuera consciente
de sus actos, mientras que ella estaba muy pendiente de ellos. ¿Cómo esperaba que
se concentrara cuando estaba tan cerca, con su fragancia a sándalo y bergamota
flotando hasta su nariz?
Observó sus largos dedos ordenando sus cartas de forma diferente, y pensó en
sus caricias, apretando sus pechos, pellizcando su pezón. Tenía unas manos
hermosas. Masculinas. El poder que tenían sobre ella era ridículo.
Con sus labios cerca de su oído, en voz baja y acariciante, le explicó las diversas
combinaciones, cómo se clasificaban, recordándole las cosas que le había explicado
en el coche en el viaje de ida. Recordaba cada palabra, y pensó que sería capaz de
recordarlas hasta en su lecho de muerte. Deseó que no tuviera ese efecto en ella,
incluso mientras disfrutaba el hecho de que lo hiciera.
Si la descubrían, y tenía que ser encarcelada, ella sería la que pagaría. Jamás
arriesgaría a los demás. Sola llevaría la carga de sus pecados.
La siguiente mano fue repartida. Levantó las cartas y miró fijamente los tres diez.
No hizo más que fruncir la frente en la confusión, mientras Avendale las movía como
si no encontrara la manera de ubicarlas como quería. Lentamente dejó vagar la
mirada sobre los otros jugadores.
Sólo que no lo era, no al final, no cuando la había atrapado. Ella nunca había sido
descubierta antes. Mucha gente terminaba por comprenderlo cuando todo había
pasado, pero nunca durante la artimaña. ¿Por qué había fracasado con él? No quería
contemplar la idea de que tal vez lo había hecho a propósito, que había querido que
la cogiera. Eso no tenía sentido. En ese momento, no lo conocía lo suficiente como
para saber que no la entregaría a las autoridades.
Sus tres diez ganaron esa mano. Recogió las monedas. Podría obtener una
pequeña ganancia esa noche. Se preguntó por qué no se llenaba con el mismo
sentido de logro que por lo general experimentaba cuando sacaba ventaja de los que
podían permitirse el lujo de perder. Ninguna de las personas en esa mesa sufriría
porque ella tomara algunas de sus monedas.
Sin embargo, no se encontró sintiéndose particularmente triunfal con la idea de
tomar su dinero. Era un juego honesto de azar. Estaban todos en igualdad de
condiciones, su fortuna determinada por el capricho de una carta, pero no quería
ganarles.
Siempre había visto la aristocracia como algo muy lejano, sentados encima de
pedestales que llegaban a las nubes. En medio de las manos, vio cómo sus caras
dejaban de mostrarse imperturbables y se tomaban un momento para reír, bromear,
y burlarse unos de otros. A pesar de ser amigos de Avendale, rara vez lo incluían en
las bromas. Se dio cuenta de que no era porque no lo quisieran, sino porque de
alguna manera él se mantenía aparte, como si no se sintiera lo bastante cómodo
dentro de su círculo.
Sin embargo, ella se sentía fascinada por ellos. Eran amables, divertidos y
generosos, aunque les había ganado tres manos seguidas.
— Parece que los orfanatos no se van a beneficiar esta noche, Grace— anunció
Rexton.
— Grace siempre dona sus ganancias a los orfanatos que fundaron nuestros
padres— explicó Darling.
Ella le honró con una sonrisa beatífica, y Rose se preguntó si esperarían que
donara las suyas también. ¿Por eso Avendale había estado tan dispuesto a dejar que
se las quedara? ¿Porque no podía llevarlas con ella? No se sentiría culpable porque
nunca hubiera compartido sus ganancias mal habidas con nadie más que los que
estaban dentro de su círculo cercano. No poseía tanto como esas personas. Podrían
dar sin sufrir las consecuencias. Sin embargo, eso no disminuyó su respeto por ellos,
ya que parecían dar como cosa natural. No eran egoístas como ella originalmente
había pensado, ni dilapidaban su dinero sólo por el mero placer.
Saber eso, le hizo sentir más curiosidad por Avendale. ¿Cómo encajaba allí?
¿Cuánto lo apreciaban? En muchos sentidos, parecía ser muy diferente.
Dejó de organizar sus cartas, aunque se quedó cerca. Cuando ella perdió una
mano, le explicó cómo las probabilidades la habrían favorecido si hubiera jugado de
manera diferente, cuales debería haber guardado y cuales descartado. A veces,
incluso cuando ganaba, le señalaba cómo podría haber aumentado sus
probabilidades.
— Muy fácil de descifrar una vez que has visto todo lo que se ha jugado — dijo
con aspereza.
Su sonrisa creció.
Él se encogió de hombros.
— Es por eso que rara vez ganas — dijo Darling. — Estaré más que feliz de
enseñarte.
— ¡Madre se horrorizaría! ¿Estás libre para darme una lección mañana por la
noche?
Rose se echó a reír. No quería que esos “snobs” le gustaran, pero lo hacían. No
quería recordar que había entrado en ese establecimiento en busca de un blanco
fácil. Ciertamente los había juzgado mal.
Las sillas fueron corridas hacia atrás cuando todo el mundo se puso de pie. Rose
necesitó unos segundos para salir de su aturdimiento. Miró su vaso. Estaba casi
lleno. Había estado bebiendo whisky mientras jugaban, pero no tanto como para
marearse.
Ella le sonrió.
— ¿Cómo lo sabes?
— Tal vez lo hacen, al dejarme ganar. Sospecho que la gente hace trampa por
muchos motivos.
— Si estás buscando un acto noble, no vas a encontrarlo aquí. — Ella sospechaba
que podría estar equivocado. Era buena leyendo a la gente. Ellos parecían...
genuinos. Se preocupaban por los demás, se cuidaban el uno al otro. Se alegró de
que Avendale los tuviera, aunque no estaba segura de que apreciara exactamente lo
que sostenía.
— No, en absoluto.
Se alejaron varios metros. Rose deseó tener la capacidad de leer los labios, se
preguntó qué podría ser tan urgente para Lovingdon.
— Si usted está dando a entender que está fascinado por mí, me temo que está
juzgando mal las cosas.
— Es por una razón un poco más personal. — Sus ojos se abrieron un poco y
sonrió. — Aquí están los caballeros de regreso.
— ¿Los Jardines del placer?— Preguntó Rose. Había oído hablar de ellos. Eran
decadentes. Algunos estaban abogando porque se cerraran. — Nunca he estado allí.
— No.
— Dáselas a la duquesa.
Él la miró fijamente.
— Para su refugio.
— Hablaremos de eso mañana — dijo — cuando seas capaz de pensar con más
claridad.
Él sonrió.
— Sólo crees que lo estás haciendo. Me sorprende que todavía seas capaz de
caminar.
— A los lacayos se les paga por ser discretos, y para mantener los vasos casi
llenos todo el tiempo. Confía en mí, has bebido mucho más de lo que cree. Y antes
de que termine la noche beberemos mucho más.
— No va a llover.
— Te apuesto quinientas libras que llueve esta noche. Si no llueve antes de que
el sol asome sobre el horizonte, son tuyas. Si llueve, me quedo con quinientas libras
que deberás darme de tu bolsillo y la misma cantidad que deberás entregarle a la
duquesa diciéndole que es de mi parte.
— Puedo ver el timo detrás de esa apuesta — le dijo. — Pero no tengo ninguna
necesidad del dinero. Si no llueve, me darás una noche adicional al trato inicial.
— Hecho.
Era demasiado astuta. Debería haber prestado más atención a las cartas.
— Soy más allegado a Lovingdon. Él era el único con quien salía de correrías
antes de que Grace pusiera sus garras en él.
— Lo dudo.
La luz de una farola quedó atrapada en las piedras del collar que le cubría el
cuello, un regalo que tampoco aceptaría. No, jamás vendría a mendigarle nada.
Después de esa semana, nunca volvería a verla. Una oleada de ira lo envolvió ante
ese pensamiento pero lo alejó de su mente. No la necesitaba, no necesitaba a nadie.
Se negaba a reconocer que en realidad podría extrañarla cuando se hubiera ido.
— Casi todas las noches — dijo. No entendía esa loca necesidad que sentía de
saber cómo vivía.
— Podríamos haberlo hecho, sí, pero todo es demasiado correcto allí, por el
contrario nada en absoluto es adecuado en los jardines de Cremorne.
Grace tenía razón, pensaba Rose, mientras caminaba a su lado, con la mano
ubicada en el hueco de su codo. No estaba segura de por qué sentía tanta melancolía
imaginándolo allí noche tras noche, en busca de algo que sospechaba que nunca
encontraría dentro de esos jardines. La música pendía en el aire. La gente bailaba, en
el pabellón y al aire libre. El vino y las bebidas fluían. Mujeres, sin duda, de las que
tenían una clase de vida liviana, se pavoneaban revoloteando de un hombre a otro,
algunas exhibiendo audazmente sus placeres a la intemperie. Ella no quería
contemplar la idea de que podría terminar como algunas de esas mujeres, poseída
contra las paredes o los árboles.
Nadie lo saludó, aunque seguramente mucha gente allí lo conocía. Supuso que
era una regla no escrita: lo que ocurría dentro de esos límites, no salía más allá de
ellos y las identidades se mantenían en secreto. De vez en cuando Avendale se
detenía, ahuecaba su cara, y se inclinaba para besarla. Aquí besar en público era
aceptable. Aunque, por lo que parecía, muchos estaban fornicando. No iba a llegar
tan lejos. Lo que compartían era para ellos solamente. Era personal, privado. Pero un
hombre podía traer a su amante allí sin experimentar censura. Se agitaba en su
mente la pregunta de ¿cuántas noches una mujer necesitaba estar con un hombre
para calificar como su amante? Avendale podría compartir con ella todos esos
lugares de mal gusto porque no era decente ni respetable. Podría tener cualquier
clase de diversión que no podía tener con una dama. Esa idea la entristeció, la hizo
querer salir corriendo. Sin embargo, quería quedarse, compartir esa parte de su vida
con ella, incluso si no hablaba bien de él. Se preguntó por qué se esforzaba tanto
para convencerla de que no era más que un libertino vicioso. Desafortunadamente
su mente no estaba lo suficientemente clara para discernir su razonamiento. Al día
siguiente, tal vez. Habían estado bebiendo desde temprano y el alcohol estaba
haciendo estragos en su equilibrio. Se tambaleó contra él. Su brazo la rodeó, para
mantenerla cerca. Ella rió.
— No eres tú.
Él bajó la mirada hacia ella, y se preguntó cuándo se había vuelto tan borroso.
Entrecerrando los ojos, fue capaz de distinguir su ceño fruncido.
— Aquí, toma esto— dijo. Sintiendo una brisa fresca, dio la bienvenida a la
calidez que el whisky traería. Ella lo bebió de un trago. El vidrio se deslizó de sus
dedos, y se hizo añicos. Avendale se limitó a reír y la alejó del lugar. De pronto otro
vaso apareció en su mano. No recordaba cómo llegó a allí. — Bebe — ordenó.
— ¿Por qué?
¿Sería ese lugar? ¿La decadencia del mismo, la locura de las personas que
buscaban cualquier placer que pudieran encontrar? No importaba. Era vagamente
consciente de los gritos, el golpeteo de los pies mientras la gente corría en busca de
refugio, sin embargo, ella y Avendale se quedaron como estaban, sin importarle un
ápice quedar empapados. Pensó lo bonito que sería cuando regresaran a su
residencia y pudieran calentarse ante el fuego. Pero por ahora, no quería nada más
que eso: sus labios haciendo estragos en su cordura, como si nunca pudiera tener
suficiente de ella, como si nada en el mundo fuera más importante en ese momento.
***
Rose se acurrucó bajo las mantas hasta que estuvo pegada contra Avendale,
absorbiendo su calor. Comenzó lentamente acariciando su espalda, lo que debería
haberle resultado calmante, pero su cabeza se sentía como si hubiera estallado en
algún momento durante la noche y sólo ahora empezara a juntar los pedazos, cada
pieza ajustándose en su lugar con un chasquido que causaba un penetrante dolor
detrás de sus ojos. No podía recordar haber caído hasta ese punto. ¿Por qué
Avendale se hacía eso a sí mismo noche tras noche? Aunque tenía que admitir que la
mayor parte de la noche le había parecido muy divertida, no estaba segura de que
valiera la pena esa agonía. Podría haber tenido la misma diversión con mucho menos
alcohol. Incluso podría haber recordado los detalles. En ese preciso momento, sólo
tenía efímeros flashes de lo sucedido. Al llegar allí. Avendale la había desnudado y le
había dado un masaje deliciosamente cálido. Acurrucándose más contra él. El mundo
giró cuando cerró los ojos, tirando de ella hacia abajo en un vórtice, donde su pasado
bailaba en círculos a su alrededor, y un millar de cuervos pinchaba su conciencia
hasta hacerla sangrar. Avendale comenzó a arrullarla, prometiéndole que todo iría
bien. Habría querido decirle muchas cosas, pero un instinto de supervivencia más
fuerte que el encanto de una conciencia limpia quedó anulado por el efecto del
whisky. Ahora estaba sufriendo las consecuencias. Ni siquiera podía disfrutar de la
lluvia, ya que era como si cada gota retumbara en su cerebro en lugar de la ventana.
Una lluvia constante con sonidos irritantes. Pero, al menos, había ganado su
apuesta con Avendale. Había llovido, estaba lloviendo todavía. Avendale ahuecó su
trasero, la apretó contra él. Estaba caliente y duro. De repente, todas las molestias
disminuyeron.
— Pensé que nunca te despertarías — dijo con la voz áspera por el sueño.
— Pensé que era más tarde — murmuró cuando Avendale se deslizó hacia abajo
y comenzó a darle atención a sus pechos.
— ¿Mmm?
— Parecía que habíamos dormido más tiempo.
Ella frunció el ceño. Las cortinas estaban corridas, la habitación oscura, pero sin
duda era de mañana más allá de las ventanas. Por supuesto que era tarde. Eran las
cuatro de la tarde.
— No puede ser.
— Estoy bastante seguro de que si, cariño. Hemos dormido todo el día.
Sin prisa, salió de la cama como si tuviera todo el tiempo del mundo.
— ¿Por qué esta obsesión por ver a tus sirvientes todas las tardes?
— Que Dios me ayude — gruñó — Ya debería haber tenido suficiente de ti, pero
sin embargo no es así. — Con eso se fue a ordenar un carruaje.
Quería confiar en ella, pero no lo hacía. Era una estafadora. Le había mentido, lo
había engañado antes. ¿Por qué demoraba tanto? La hora permitida se había
convertido en más de dos.
— Vamos a volver.
— Yo pago el alquiler de este maldito lugar. Puedo hacer lo que quiera, incluso
sacarte a patadas a la calle. ¿Dónde está ella?
Él levantó su barbilla.
— Le encanta la lluvia.
Se le ocurrió que tal vez la persona que Rose necesitaba visitar esa tarde no vivía
realmente en esa residencia. Debería inspeccionar el lugar para verificarlo y luego
encontrarla a toda costa. Empezó a avanzar por un pasillo.
Siguió por el pasillo hasta que vio otra puerta. Cerró los dedos alrededor del
pomo.
Miró a Merrick.
¿Quién demonios era Harry Longmore? ¿Por qué vivía allí? ¿Quién era para
Rose?
— Apenas.
Rose y el gigante estaban allí, entre ellos se apoyaba… no estaba seguro de que
era… un hombre tal vez. Casi con toda seguridad. Pero grotescamente deformado. Su
cabeza demasiado grande para su cuerpo, un cuerpo que, obviamente desfigurado,
se curvaba de una forma absolutamente antinatural y se mantenía erguido de una
manera que debería haber sido imposible.
Por alguna razón, su mano derecha y el brazo que Rose aferraba parecían
normales. El otro tenía la forma de la aleta de una foca, los dedos apenas
reconocibles como tales.
— Va a ser más fácil para él que alguien más a su altura le pueda proporcionar
apoyo.
Como si fuera posible causarle más dolor. Avendale deslizó su hombro bajo... el
brazo de la persona. El hombre gruñó.
— Él tiene que sentarse sobre las almohadas — les dijo Rose. — No puede
respirar bien si está acostado.
El hombre no dijo nada, pero su mirada azul, muy similar a la de Rose, se clavó
en Avendale. Era inquietante la intensidad de su escrutinio.
Ella lo miró.
— …mi hermano.
Capítulo 13
Rose se sentó en el sofá de la sala, una de las grandes manos de Avendale cubría
las suyas, que descansaban en su regazo. Qué ganas tenía de esperar en un banco en
el pasillo fuera de la habitación de Harry. El médico estaba con él ahora. Sir William
Graves. Al parecer, no sólo era el mejor, también había estado al servicio de la reina.
Tenía una apariencia muy tranquila, sin embargo, inspiraba confianza. Harry no se
sentía muy cómodo con los extraños, sin embargo, con Sir William se había mostrado
calmo y satisfecho.
Había sabido que tendría preguntas. Que la primera fuera sobre su nombre la
tomó por sorpresa.
— Yo estoy bien.
— ¿Podrías reconocerlos?
— Denunciarlos para que los detengan después de que les haya dado
personalmente una lección. — No, no era todo lo que pensaba hacerles a los
malditos delincuentes.
— Eran unos idiotas. No le presté mucha atención a sus rasgos. Harry sabe los
peligros a los que se enfrenta al salir. Incluso bajo la cobertura de una capa con
capucha no pasa desapercibido para la gente. Estaba buscándome porque me había
demorado, preocupado de que pudiera estar envuelta en algún tipo de problemas.
No sé cómo pensó que podría encontrarme.
— ¿Por qué no me habías hablado de él? ¿Por qué tuve que venir aquí para
enterarme?
Ella lo miró.
— Hay muchas crueldades en el mundo que no tienen sentido. Asumo que la ira
de tu padre no disminuyó una vez que tu madre estuvo encerrada.
Su ceño se frunció.
— ¿La menos rara? Tú no eres rara en absoluto.
— No presté atención a tus senos en primer lugar — dijo en voz baja. — Lo que
me llamó la atención fue la forma en que entraste en la habitación, como si fueras la
dueña. — Su mirada capturó la suya, y dentro de sus ojos, vio la verdad absoluta.
Había asumido que era como todos los demás, fascinados por el aspecto de un
cuerpo sobre el que no tenía ningún control. Pero a medida que pensaba realmente
en ello, se daba cuenta de que nunca se demoraba demasiado apreciando su busto.
Él apreciaba toda su persona. Incluso sus dedos no pasaban desapercibidos. — No
pensé que fueras de la nobleza — continuó — sin embargo, tenías un porte regio.
Estaba en trance y eso era algo que no me había pasado nunca. Se sentía bien
experimentar curiosidad, estar intrigado. Al igual que yo, parecías estar escondiendo
algo. Eso me intrigó aún más.
— No. Ni siquiera al jardín durante el día porque nuestros vecinos podrían verlo
desde sus ventanas. No queremos atraer a los curiosos. Él se transporta mediante los
libros. Lee vorazmente cuando no está escribiendo. Le gusta escribir, pero no
comparte sus esfuerzos conmigo. Su escritura es privada.
— ¿Sentémonos, si? — Dijo Sir William. Ese principio no auguraba nada bueno.
Aún así, Rose volvió a su lugar en el sofá, con Avendale a su lado. Sir William tomó
una silla frente a ellos. Por un breve instante, pareció quedarse estudiando fijamente
a Avendale, como si el duque de repente fuera desconocido para él, lo que parecía
extraño teniendo en cuenta que era su médico. Se aclaró la garganta, y cambió su
atención a Rose. — Las lesiones que su hermano sufrió durante la pelea son bastante
menores. Unos pocos cortes, raspaduras, magulladuras. Nada que no se cure en
poco tiempo.
— Bien. Estaba muy preocupada. Parecía tener más dificultades para respirar
que lo normal.
— Él mencionó que debía soportar un par de cosas más difíciles que este
incidente.
Rose sonrió.
— Eso es debido a que los bultos se han desarrollado dentro de su boca al igual
que en otras partes de su cuerpo.
— Hay tantos riesgos involucrados... Casi no sabría por dónde empezar. Para ser
honesto, no creo que pudiera sobrevivir a una cirugía, ni siquiera en manos del
médico más experto.
— No lo puedo curar, no. — Se inclinó hacia delante. — Pero puede que haya
algo que podríamos aprender de su caso.
Las palabras fueron como un golpe sólido en el centro del pecho de Rose. Se
sorprendió de que sus pulmones aún pudieran mantener la respiración y que su
corazón todavía latiera. Las lágrimas que había estado conteniendo se liberaron y
rodaron por sus mejillas.
—Me di cuenta que estaba empeorando. Siguen creciendo, ¿verdad? Esas cosas.
— Creo que sí, basándome en lo que me dijo. Pude sentir algo dentro de él, pero
para saber con certeza la magnitud de los bultos, tendría que cortarlo. No creo que
ganaríamos nada, basándome en lo que puedo ver superficialmente.
— Sabe usted cuánto tiempo queda antes...— No se atrevió a decir las palabras.
Él podría ser un monstruo para todos los demás, pero para ella, era su hermano.
—Lo siento — dijo Sir William, —pero eso no está en mis manos. Puedo dejar un
poco de láudano para ayudar a aliviar sus molestias. Puedo venir a ver cómo sigue
con cierta frecuencia. Cuanto más lo observe, más luz podría arrojar sobre el asunto.
Quiero hablar de su condición con otros médicos que conozco. — Ella empezó a
protestar. — No voy a molestarlo — le aseguró rápidamente. — Voy a ser prudente y
no mencionar que lo estoy viendo. Voy a hacer discretas averiguaciones, y tal vez
pueda encontrar algo para aliviar su sufrimiento.
— ¿Qué puede importarle a tu madre que enviaras por él? — Preguntó Rose,
cerrando la puerta y girando de nuevo hacia Avendale.
Inclinando la cabeza, ella lo estudió. Había sentido algo de tensión entre los dos.
— Tiene mucho que ver con ella, y eso es todo lo que diré al respecto. Asumo
que deseas pasar la noche aquí.
— Sí, sí. — Quería estar enfadada con él por haber venido sin invitación, por
forzar su ingreso a su vida, y la de Harry, pero no tenía nada en su interior para
alimentar su ira. En cambio, pasó los brazos alrededor de su cintura, sintiendo una
inmensa comodidad envuelta en su abrazo. Él le dio un beso en la parte superior de
su cabeza.
— No soy la clase de tipo que sabe cuidar de otro, así que estoy bastante
perdido aquí, Rose. Dime qué puedo hacer para que te sientas mejor.
Ella se limitó a abrazarlo más fuerte, debido a que su presencia en ese momento
era suficiente. Si Avendale tenía alguna duda de que Harry era un hombre, ésta se
disipó cuando entraron en la biblioteca para encontrar a Harry sentado en una silla
junto al fuego. Se puso de pie. Tenía que haber sabido que Rose iría a verlo antes de
irse y que Avendale podría estar con ella. El orgullo le había sacado de la cama. Su
ropa era similar a la que había estado usando antes, pero seca y limpia. Eran un poco
holgadas, ¿pero cómo podía llevar ropa ajustada sobre su deformidad? Apoyado en
un bastón, murmuró algo. Avendale no pudo distinguir las palabras.
— Harry pregunta si quieres beber un poco de whisky con él — dijo Rose como si
comprendiera su incapacidad para descifrar las palabras.
— Yo les sirvo — dijo Rose. — Avendale, ¿puedes traer la silla de detrás del
escritorio, así tengo un lugar para sentarme?— Él hizo lo que le pidió, pero no tenía
ningún plan para dejar que se sentara en ella ya que la otra silla parecía más lujosa y
cómoda. Ella trajo los vasos en una bandeja pequeña. Avendale tomó uno, y luego
observó cómo Harry hacía lo mismo con una mano que era hermosa y elegante, y se
preguntó si no habría nada más en él que luciera la misma perfección. Rose levantó
su copa.
— Por el mejor médico de Londres. — Hicieron chocar sus copas, y cada uno
tomó un sorbo. Avendale indicó a Rose, donde debía sentarse, y una vez que lo hizo,
él y Harry se acomodaron en sus sillas.
— Siento mucho no haber llegado esta tarde como te había prometido — dijo
Rose. — El duque y yo fuimos a los jardines de Cremorne anoche, y bebimos un poco
más de lo debido. Me temo que me quedé dormida. — Se acercó hasta el borde de la
silla. — No se parece en nada a nuestro jardín. Es un lugar para disfrutar de todo tipo
de placeres. ¿Quieres que te los describa? — Él hizo un gesto exagerado, y Avendale
se dio cuenta de que su cabeza era demasiado grande para hacer movimientos
sutiles. Escuchó mientras Rose describía Cremorne tan minuciosamente que podía
verlo en su mente casi tan claramente como lo había hecho la noche anterior. No,
con mayor claridad aun. Vio todas las cosas que había pasado por alto, y que daba
por sentado. Los colores, los sonidos, los olores, los sabores, incluso las cosas que
había tocado. Barandillas, bancos, el pabellón. Pensó en cómo había estado absorta
en el teatro. Entendía la razón de su comportamiento ahora. Rose se esforzaba por
llevar el mundo a su hermano, un mundo que no podía visitar sin consecuencias.
Harry hacía preguntas casi inarticuladas, sin embargo, ella le proporcionaba
respuestas que parecían satisfacerlo. Avendale se concentró en los sonidos, hasta
que fue capaz de descifrar las palabras, hasta reconocer las respuestas de Harry, y
sentir que había conseguido dominar el murmullo gutural. Pero sobre todo la miraba
a ella: la luz que brillaba en sus ojos mientras describía los lugares que había visitado,
la emoción en su voz. La alegría en su rostro, como si verdaderamente adorara a su
hermano. Avendale se sentía pequeño e insignificante porque se había enojado ante
la decisión de pasar tiempo lejos de su compañía por la tarde, había querido negarle
esto. Si tan sólo le hubiera dicho…. Pero, por supuesto, no lo había hecho y ¿por qué
lo haría? Desde el momento en que se conocieron, de palabra y obra, la había
llevado a creer que no quería saber nada más de ella que un revolcón en la cama.
Debido al bastardo que era, eso había sido todo lo que quería. Había querido
perderse en su calor, su fuego, su pasión. Y lo había conseguido, sólo para descubrir
que no era suficiente. Nunca en su vida había estado tan seguro en cuanto a
exactamente qué era lo que quería. Había estado enfocado en obtener placer a
cualquier precio. Ahora se preguntaba si el precio había sido demasiado alto. Habían
estado reunidos durante menos de una hora, cuando Harry pareció marchitarse y
encogerse. Dejando a un lado su copa, Rose se levantó, cruzó hacia él, y le dio un
beso en la frente.
— Harry — respondió él, arrastrando las palabras, pero los oídos de Avendale
debieron estar en sintonía con los sonidos guturales porque entendió claramente lo
que dijo.
— No voy a irme, Rose. — Ella estiró la cabeza hacia atrás para encontrar su
mirada como si no se fiara del todo de sus palabras, como si no entendiera su
significado. Deslizó el pulgar suavemente sobre la contusión en su mejilla. — Me
siento insultado de que pensaras que lo haría. — Poco a poco, sacudió la cabeza,
mirándolo como si no encontrara las palabras. Envidiaba la facilidad con que había
pasado una hora hablando con su hermano, y sin embargo, con él, medía las palabras
como si pensara que iba a juzgar cada una de ellas.
— No tengo lo que necesitas aquí.
— Sospecho que puedo manejar eso. No me vas a convencer de que me vaya, así
que también podrías ahorrarte el esfuerzo.
Así que ahí es donde había estado planeando viajar la noche en que la descubrió
cargando su carruaje. ¿Había alguien allí que pudiera cuidar de ella? No, de ser así, se
habría ido hacía mucho. Su dinero le habría servido durante un tiempo, pero habría
tenido que recurrir a otra estafa con el fin de sobrevivir. O tal vez habría encontrado
medios legítimos. Lo agarró por los brazos, le dio una pequeña sacudida, como para
que reconociera que necesitaba su completa atención.
– Se está muriendo. Sir William dijo lo mismo. No le queda mucho más en este
mundo. Ayúdame, Avendale, ayúdame a hacer que el tiempo que le queda sea lo
más agradable posible. Después, podrás pedir cualquier cosa de mí y la cumpliré. Me
quedaré contigo todo el tiempo que desees. Voy a firmar documentos que acrediten
eso. Los firmaré con mi sangre. La vida ha sido tan injusta con él. No quiero que
tenga que preocuparse nunca más.
— Cualquier cosa.
— Parece que he encontrado otra ganga — dijo. Su sonrisa de gratitud era tan
brillante como mil estrellas radiantes en los cielos.
— Era lógico.
— El piso superior, tal vez. Ya he visto todo lo que hay aquí abajo.
Llegaron a la escalera. Ella subió dos escalones, antes de girar para enfrentarse a
él, deteniéndolo en seco. A nivel de los ojos, no fue tímida en su evaluación. Había
hecho lo mismo la primera noche, y al igual que esa vez, ahora quería volver a
hinchar el pecho.
— Te das cuenta que con nuestro nuevo trato voy a pasar más de una hora al día
con Harry y una buena cantidad de mis tardes con él.
— Entiendo los términos y me conformaré con las sobras. — Pero con el tiempo
sería toda para él. Se preguntó por qué lo invadía una sensación de tristeza, no por sí
mismo, sino por ella. No quería que sufriera en esas visitas, pero lo haría, y quería
estar allí para consolarla, lo que también lo confundía porque siempre había evitado
como la peste los enredos emocionales. — Pero tengo la intención de permanecer
cerca. Estoy invirtiendo aquí, y tengo el hábito de mantener una estrecha vigilancia
sobre mis intereses. — Sus labios se curvaron en una sonrisa lo que produjo una rara
sensación de alivio. Había temido que pasarían días, semanas antes de volver a verla
sonreír. Que lo hiciera a costa suya era irrelevante.
Apretó los labios sobre los suyos, y pensó que tenía más que palabras dulces,
ella le había enseñado a dominar el arte de la bondad. La levantó en sus brazos.
— La primera de la derecha.
Debería haber sabido que preferiría la que daba a los jardines con vista a la calle.
Debería haber sabido muchas cosas sobre ella. Debería haber notado la tristeza en
sus ojos, las pequeñas líneas que marcaban la preocupación en su frente. Debería
haber reconocido que sus muros eran más gruesos y más fuerte que los suyos, que
contenían a otros.
— Mentí sobre eso también. Quería que pensaras que poseía más que lo real.
— Puedo manejarlo.
— Pensé que no tenías ningún criado— dijo mientras encendía una cerilla y
acercaba la llama a la leña.
— ¿Brandy entonces?
Ella le dio el vaso, antes de sentarse en un extremo del sofá. Se reunió con ella
allí, ubicándose en el otro extremo, manteniendo cierta distancia entre ellos, cuando
todo lo que realmente quería era estar tan cerca como fuera posible. Pero no era el
momento. No era lo que necesitaba o quería. Si se acercaba demasiado, la llevaría a
la cama donde podría aliviar su angustia brindándole placer. Si bien le había dado a
entender que no quería que estuviera allí, sabía que el sexo podría ser una excelente
distracción de pensamientos oscuros, temores y dudas. Lo había comprobado con
frecuencia a través de los años.
Tomó un sorbo del excelente coñac antes de entregarle la copa vacía. Odiaba la
preocupación y la tristeza que se percibía en sus ojos. No quería tener en cuenta el
número de sonrisas que no iba a concederle, la cantidad de risas que no podría
escuchar en los próximos días. Pero no podía limitar sus visitas a una hora cada día.
Tendría que darle todo el tiempo que necesitara aunque eso significara tiempo lejos
de él. Debería sentirse resentido. Pero prefería renunciar a todo lo que poseía para
evitarle el dolor que estaba por venir.
— Podré soportarlo.
El sofá no era tan grande como para que al pasar el brazo por detrás de su
espalda, no pudiera pasar los dedos por su mejilla.
— Pero lo soy. Increíblemente egoísta. Estoy aquí porque es donde quiero estar.
Si no lo deseara, nada me lo impediría.
Tomando otro sorbo de brandy, pensó que debería mencionar que en verdad se
preocupaba por ella. No estaba seguro exactamente de cuándo había ocurrido. De
alguna manera se había convertido en una parte de su vida que se resistía a
abandonar. Él le ofreció la copa, vio cómo su delicada garganta se movía mientras
tomaba un pequeño sorbo. Se humedeció los labios, sin duda, saboreando el licor.
Tuvo la tentación de inclinarse y lamer su boca. Pero temía aumentar su melancolía.
Ella lo miró como si le hubiera propuesto subir a su hermano sobre una alfombra
voladora.
— No, no voy a permitir que tus empleados se queden con la boca abierta frente
a él.
— Soy un duque, Rose. Mi personal no se queda con la boca abierta ante nadie.
Se levantó y se acercó más al fuego, mirándolo, sosteniendo la copa con las dos
manos.
— Me atrevo a decir que estaría más cómodo allí. Tendría espacio para moverse,
un millar de libros a su disposición. Sirvientes atendiendo sus necesidades. — Ella
comenzó a sacudir la cabeza. Poniéndose de pie, se reunió con ella junto al fuego. —
Me pediste que te ayudara a hacerlo feliz en sus últimos días. Mi cocinero podría
preparar deliciosos platos para él. Mis jardines son lujosos. Podría caminar a través
de ellos, disfrutarlos sin temor a que los vecinos puedan espiarlos desde las
ventanas. Lo tendrías al alcance de la mano en cualquier momento del día o de la
noche. Tu preocupación disminuiría.
Debido a que mi corazón está sobrecogido por verte tan herida, tan triste.
— Creo que te preocupas por mí — dijo en voz baja, como si la idea acabara de
filtrarse en su mente.
— No digo que sea descuidado, pero es algo torpe. Si rompiera algo de…
— No significan nada para mí, Rose. — Tú sí. ¿Por qué esas palabras eran tan
difíciles de articular?— No voy a molestarme si se rompen. Tal vez incluso podríamos
colar a Harry en los dragones gemelos para que pueda jugar póquer.
Su mirada vagó por su cara, y vio sus ojos maravillados por las posibilidades de
todo lo que podría compartir con su hermano.
— Te doy mi palabra.
— Creo que podrías sorprenderte por lo que un duque puede lograr y lo que la
gente está dispuesta a hacer para agradarle. Incluso en el caso particular de un
réprobo como yo.
— Tienes un coche. Lo sacaremos antes del amanecer. Nadie lo verá salir de aquí
ni llegar a mi residencia.
— ¿Y si te cansas de nosotros?
— Se quedarán aquí.
Ella asintió.
— El sentimiento es mutuo.
— De vez en cuando, tal vez. — Con una mano, le acarició la mejilla. — Has
llevado el peso del cuidado de tu hermano durante muchos años tú sola. Ahora deja
que yo te ayude.
Con el pulgar, limpió una de las lágrimas que rodaron por la mejilla.
— La noche que hicimos el primer trato dijiste que confiabas en mí. Confía en mí
ahora.
Ella asintió con la cabeza, inhaló profundamente y contuvo las lágrimas. Sintió un
pinchazo agudo y doloroso en el pecho. Si no se conociera tan bien, pensaría que sus
muros estaban derrumbándose. Bajando la cabeza, apretó sus labios contra los de
ella y probó la sal de las lágrimas persistentes.
— Voy a tomar prestado el carro para regresar a mi residencia y ver que todo
esté listo para la llegada de tu hermano. Estaré de vuelta esta noche, pero no es
necesario que me esperes.
La besó de nuevo, preguntándose por qué le resultaba tan difícil dejarla. Había
dejado un sinnúmero de mujeres, sin siquiera mirar atrás. Pero ella era diferente. Lo
había sabido desde el principio.
De repente tuvo una clara comprensión de por qué no había querido aceptar el
collar. No quería deberle favores. No estaba muy seguro de qué diablos quería.
Una vez que Avendale se fue, Rose volvió a la habitación de Harry, agradecida de
encontrarlo todavía despierto. Sospechaba que dormía poco esas últimas noches
debido a sus ataques y dolores. Sabía que tenía dificultad con la respiración, de vez
en cuando escuchaba una sibilancia como el sonido del aire corriendo a través de los
estrechos confines de una caverna. Le había pedido a Merrick y Sally que se
reunieran con ella. Sólo les había explicado que llevaría a Harry a la residencia del
duque por un tiempo.
— ¿Qué sabes de ese duque? Se aprovechó la noche que nos íbamos. Podría
estar haciendo lo mismo ahora. Tal vez tiene la intención de exhibir a Harry frente a
todos sus amigos aristocráticos. Le gustaría tener algo especial para mostrar a la
nobleza.
— Nosotros no lo hemos hecho tan mal durante todo este tiempo— insistió
Merrick, con las manos en sus caderas.
Se dio cuenta de que había herido su orgullo. No había considerado eso. Había
pensado que todos querrían lo que era mejor para él.
— Pueden venir a visitarlo, todos los días, si quieren. — Luchó para no hacer una
mueca. A Avendale probablemente no iba a gustarle.
— Sí, por supuesto. No vamos a sacarlo dando patadas y gritos de aquí. — Miró
a su hermano. — ¿Quieres venir con nosotros?
— ¿Lo amas?
— El me gusta mucho.
— Creo que es maravilloso— dijo Sally. Merrick la fulminó con la mirada, y Rose
supo que estaba pensando que era una traidora. — Piensa en todo lo que va a
experimentar. Desayunos deliciosos en lugar de mis huevos duros.
— No, por supuesto que no. — Pero cuando Merrick miró hacia otro lado, Sally
hizo un guiño y asintió a Rose.
Rose casi se rió, luego sus pensamientos se pusieron serios. Una vez había
juzgado a Avendale por su rango, dando poca importancia al hombre detrás del
título. Ahora casi no veía su rango. Sólo veía al hombre.
Capítulo 14
Harry se sentía como el cachorro que había tenido de niño. Una criatura
excitable, saltarina, que estaba moviendo continuamente la cola. Su padre se lo
había regalado antes de que se convirtiera en un monstruo ante sus ojos. Cuando se
convenció de que Harry no era hijo suyo, sino un engendro del diablo, había ahogado
al perro.
Rose había consolado a Harry. Le había prometido que nunca dejaría que
volvieran a hacerle daño. Pasaron muchos años antes de que pudiera cumplir esa
promesa. Harry a menudo deseaba poder hacer lo mismo por ella, cuidarla e impedir
que alguien le cause daño.
Estaba casi seguro que el duque iba a hacerlo por él. No es que pensara que el
duque era consciente de ello mientras el coche viajaba a través de las calles de
Londres. Pero Harry lo sabía. Era capaz de sentir esas cosas. Tal como sabía que
estaba por llover de nuevo.
El baúl que Merrick le había ayudado a empacar estaba en la parte superior del
carro. Rose viajaba sentada junto a él. Sospechaba que el duque hubiera preferido
que se sentara a su lado, pero ella estaba preocupada de que Harry tuviera miedo de
que alguien pudiera lastimarlo. No tenía miedo, al menos no por sí mismo, pero se
preocupaba por ella. Estaba al tanto de que a menudo había hecho cosas que no
debería, que podía ir a la cárcel si alguna vez la descubrían. Ella no lo sabía. Cuando
el habla se le atrofió, tuvo que comunicarse con simples palabras ya que la boca
deforme tenía dificultades para emitir sonidos y la gente a menudo pensaba que su
cerebro también estaba atrofiado. Pero era más perspicaz, más despierto de lo que
las personas creían.
Cada día se sentía un poco más cansado. A veces apenas podía levantar la
cabeza a causa de los bultos que continuaban multiplicándose. Estaban creciendo
dentro de su pecho también; hacía un tiempo que lo había notado. El médico lo
había confirmado cuando había presionado sobre su estómago. Estaba seguro de
que los había sentido. No había dicho nada, pero sus ojos se habían llenado de
tristeza.
Harry había querido quedarse con Merrick, pero era más importante que Rose
estuviera al lado del duque. Harry sabía todo sobre duques y el poder que ejercían.
Podía proteger a Rose como Harry nunca podría.
Junto a él, Rose se puso rígida. No le gustaba cuando la gente daba por sentado
su poder adquisitivo.
— Aprovecha, Harry. Puede que sea la única vez en nuestras vidas que el dinero
no sea un problema.
Pero todo tenía un precio, aunque Rose nunca le diría el costo de tanta
generosidad.
Thatcher dio un paso adelante; un joven lacayo a quien nunca había visto, de pie
en posición de firmes ligeramente por detrás de él. Sospechaba que Avendale tenía
un buen número de servidores que no había alcanzado a ver en su estancia en la
mansión.
— Gracias.
— Gracias.
Abrió el camino con un modo de andar pausado que no dejó a Harry atrás.
Explicándole las cosas a su paso, tal como lo había hecho con ella. Mientras Harry se
acercaba a su costado, Rose fue muy consciente de su asombro y maravilla. Deseaba
poder llevarlo a hacer un viaje alrededor del mundo.
Luego entraron en la biblioteca de Avendale. Harry se quedó sin aliento. Rose se
dio cuenta de que a través de las páginas de todos esos libros Harry podría viajar a
los lugares más remotos de la tierra. Con cautela se acercó a los estantes, colocando
su mano buena en el lomo de cuero de varios libros.
— Míralos, Rose.
— Ellos son tuyos para leer mientras estás aquí — le aseguró ella.
— Tienes que dejar que Gerald coja los que están demasiado altos para tu
alcance— dijo Avendale.
— ¿Por qué debería haber pensado cualquier otra cosa? Vives con tanta
opulencia.
Nunca había considerado eso. Había tantas cosas acerca de él que nunca había
considerado. Creía que su relación no era más que superficial porque se había
negado a facilitarle los detalles de su vida, pero tal vez se debía a que no había
estado tan atenta como pensaba.
— Todo.
— Como usted desee. — Se abrió camino a lo largo del aparador, colocando una
variedad de comida en el plato, mientras que Harry lo seguía.
Avendale se le acercó.
— Nunca podré pagarte todo esto.— Sin importar cuánto tiempo se quedara con
él.
Cuando Harry anunció que estaba a punto de reventar sus botones, lo llevaron al
ala de invitados, y una vez más fue como un niño rodeado de maravillas. Entraron a
la habitación y allí, descansando sobre la mesa, estaban las páginas de su
manuscrito.
Sacudió la cabeza.
— ¿Apenas lo conoces y vas a dejar que lo lea? ¿Y yo no? ¿La hermana que más
te quiere en la vida?
Harry empujó las hojas hacia el borde de la mesa. Avendale las recogió.
¿Cómo sabía eso? ¿Era consciente de que estaba tan agotada que pensaba que
podría caer desmayada en cualquier momento? Las preocupaciones habían hecho
mella.
Abrazó a Harry, le dijo que enviara a Gerald por ella si era necesario, y dejó la
habitación con Avendale a su lado. Con la orden de llevar el manuscrito a su
biblioteca, le entregó las páginas a un lacayo que pasaban por el pasillo. Luego, con
su mano en la parte baja de la espalda, la llevó al dormitorio.
Rose había esperado que desgarrara sus ropas, para tomarla antes de que
incluso hubiera llegado a la cama. En su lugar, se limitó a decir:
— No las has entregado. Sólo tienes a alguien más para ayudarte a sostenerlas.
— Cada vez que pienso que te conozco, descubro que no es así. ¿Por qué no te
recuestas conmigo ahora?
— Porque tengo algunos asuntos a los que debo atender. Aunque puede parecer
que vivo una vida de ocio, sólo se me permite vivir de esa manera porque atiendo
mis intereses cuando debo hacerlo.
— Sé que te lo he dicho antes, pero no puedo creer lo amable que estás siendo
con Harry.
Él rozó sus labios sobre los de ella, antes de salir de la habitación. Su corazón se
mantendría a salvo si le creyera.
Pero incluso si le profesaba amor eterno, ¿qué podría resultar de eso? Él era un
duque. Ella una criminal, con un pasado sombrío que algún día podría salir a la luz.
Hasta entonces, podría servirle de amante durante todo el tiempo que pudiera, o
hasta que tomara una mujer que la reemplazara. Sus transgresiones eran muchas,
pero tener un hombre casado en su cama no iba a ser una de ellas.
Capítulo 15
Siempre supe el dolor que le estaba causando, aun sin ver tristeza ni lágrimas en
sus ojos. A veces me imaginaba que podía escuchar su corazón rompiéndose en
pequeños fragmentos.
Por ella, luché duramente para soportar con orgullo que las personas se
reunieran a mí alrededor, señalándome sorprendidas y boquiabiertas. Una vez una
mujer vomitó su desayuno sobre mis pies al verme. Después de eso, mi padre decidió
que lo mejor sería esparcir heno a mí alrededor, como si fuera un animal sin control
sobre mis funciones corporales. Cuando en realidad eran los curiosos quienes
necesitaban de su servicio.
Nunca hablé, nunca dejé entrever que estaba mortificado por la forma de exhibir
mi rareza, mostrándome casi desnudo. Debido a la dificultad que tenía para articular
palabras, mi padre pensó que me había vuelto mudo. Pero Rose sabía la verdad. En
las horas más oscuras de la noche, se arrastraba en silencio por el suelo y se
arrodillaba junto a mi cama.
—Un día, nos iremos muy lejos — me prometió con tanta seriedad que hasta los
cantos rodados sobre los que me hallaba acostado habían llorado. — Tan pronto
como resuelva cómo podemos sobrevivir fuera de aquí.
Luego me contaba historias de un lugar hermoso con gente hermosa, donde era
amado, y me quedaba dormido con la sensación de que no era tan feo.
— ¿Su gracia?
Avendale levantó la cabeza de las palabras que había estado leyendo,
sorprendido al descubrir que había pasado casi una hora. Simplemente había querido
leer una página, pero había leído docenas. Era desconcertante haber estado tan
absorbido por la historia que no había oído que su mayordomo entraba en la
biblioteca.
— ¿Sí, Thatcher?
El hombre se detuvo.
Su sastre tomó el vaso y bebió con cautela, mientras Avendale apoyaba sus
caderas contra el borde de la mesa. Tomó su propio whisky y suspiró.
— Mi especialidad, excelencia.
— Ya veo.
— Dudo que puedas ajustarlo a la perfección, pero una gran proximidad sería
bien recompensada. Y la prisa por partida doble. Necesitamos los elementos dentro
de la semana.
Pero los ojos del hombre ni siquiera se abrieron por el asombro cuando posó su
mirada sobre Harry.
A Harry le gustaba dar sorpresas a Rose. Cuando era un niño iba a recoger flores
y piedras bonitas para ella. Pero no había sido capaz de darle nada desde que había
empezado a pasar tanto tiempo en el interior de la casa. Su manuscrito era para ella,
sería un regalo personal cuando llegara el momento. Estaba llenando las páginas con
todo el amor que le tenía para que la acompañara cuando se hubiera ido.
Sin embargo, estaba bastante seguro de que sería una sorpresa que le gustaría
porque los ojos del duque estaban brillantes de una cierta malicia mezclada con
anticipación. Él tenía ganas de sorprender a Rose. Harry se llevó un dedo a los labios.
— Shh.
***
— Estoy de acuerdo — resonó una voz detrás de ella, y estuvo a punto de dar un
salto dentro de la fuente.
Avendale se ubicó al otro lado de Rose, y tuvo que luchar para no pegarse contra
su costado. Su resistencia en lo que a él se refería era inexistente. No sabía si podía
contentarse con ser su amante durante el resto de su vida. Teniendo en cuenta su
pasado, el matrimonio no era factible.
— Sigo encontrando a esta pareja muy excitante y ha estado aquí por años.
— Pero entonces estás en un problema. Estoy seguro de que tu futura esposa los
hará quitar de inmediato.
— No hay duda, por eso debo disfrutar de ellos mientras pueda. ¿Qué opinas,
Harry? ¿Debería haber elegido una fuente con peces retozando en el agua?
— A todos los hombres le gusta. Creo que a las mujeres también, pero han sido
educadas para negarlo. A ti te gusta, ¿no es así, Rose?
Ella no podía creer que estuviera parada allí discutiendo sobre estatuas
desnudas delante de su joven hermano.
— ¿Sabes Harry que he organizado reuniones en las que las mujeres han bailado
desnudas dentro de esa fuente?
— Sí.
Se rió.
Se alejó, aunque prefería seguir con ellos. Le estaba dando un poco de tiempo a
solas con Harry. Era una tontería extrañarla a cada segundo. Necesitaba apuntalar su
corazón, de lo contrario podría salir lacerado.
— ¿Vamos a explorar?
Usando el bastón de apoyo, él arrastró los pies lentamente, admirando cada flor.
Ella pensó que todas las especies imaginables debían estar en esos jardines. Harry se
detuvo a sentir la suavidad de los pétalos, a inhalar los aromas, admirar los colores.
Las otras residencias de la zona estaban lo suficientemente lejos como para que
nadie fuera capaz de verlo con claridad. Y si lo hicieran, sospechaba que Avendale
manejaría el asunto de manera admirable.
Harry estaba examinando una rosa rosa cuando le preguntó en voz baja:
Él le dio una mirada sagaz, aunque su hermano nunca había sido sagaz en su
vida.
— Por mí.
Sí.
***
Cuando llegaba el invierno, nos gustaba vivir en la granja. Rose era más feliz
entonces. Creo que parte de esa felicidad era porque con el frío pocos eran los que
venían a verme, pero más por la posibilidad de ver a Phillip. Su familia tenía una
granja próxima a la nuestra y a menudo venía a visitar a Rose.
— No.
— Él no es tu hijo, no es tu responsabilidad.
— Él es mi hermano. Mi padre lo trata horriblemente. Cada vez peor. Le prometí
que lo llevaría conmigo cuando me fuera.
Rose no se fue. A menudo pienso en la vida que podría haber tenido si se hubiera
ido. Hubiera sido mucho más fácil. A veces me siento culpable de ser una carga, pero
soy lo suficientemente egoísta como para estar contento de que no me haya
abandonado. Si nuestros papeles se hubieran invertido, no sé si hubiera tenido la
fuerza para quedarme.
— ¿Su gracia?
— ¿Qué pasa, Thatcher? — ¿Tendría que cerrar la puerta sólo para poder leer en
paz?
— Sí— dijo la mujer. —Joseph nos trajo.— Dió un pequeño paso hacia adelante.
— Usted debe entender que hemos cuidado de Harry durante tanto tiempo que sólo
queremos ver que esté feliz en su nuevo entorno.
Las sillas habían sido suplementadas por libros para que la pareja más pequeña
se elevara lo suficiente como para llegar a la mesa con comodidad. Se sentaron
juntos en un lateral, Harry y el gigante en el otro. Avendale había tomado su lugar a
la cabeza de la mesa, mientras que Rose se sentaba frente a él. Ella parecía bastante
divertida por sus invitados a la cena, o quizás era él quien la divertía. Debido a que
había sido complaciente, porque no había despedido de una patada al pequeño
hombre.
— Desearía poder cocinar así — dijo Sally mientras disfrutaba de la perdiz asada.
Tocó la copa.
Estudió a Rose, sus mejillas estaban sonrosadas y sus ojos brillantes. Se había
sorprendido al enterarse que había invitado a sus amigos para la cena, pero también
le había dado las gracias. No quería su agradecimiento. Quería saber todo acerca de
su vida. Sospechaba que iba a descubrir mucho más de lo que quería saber dentro de
las páginas que Harry había escrito, pero quería que fuera Rose quien le contara más
de sí misma. Lo que no era justo, ya que él no pensaba revelar nada sobre su pasado.
— ¿Alguna vez quiso exhibirte a ti? — Las palabras salieron antes de que pudiera
detenerlas. Pensó que podría destruir algo si su respuesta era sí.
Al igual que su padre, ella había elegido el camino de estafar a los demás, sin
embargo, le costaba pensar en ella como una estafadora. No era el egoísmo quien la
motivaba a delinquir. No podía decir lo mismo. Desde el momento en que la había
conocido sólo se había centrado en su necesidad de poseerla.
— No, eso requería demasiado trabajo. Lidiar con los animales. Hubiéramos sido
como un pequeño circo itinerante de rarezas. Un elefante, un camello….
No creía que fuera tan astuto como para buscarla dentro de la nobleza. No era lo
suficientemente audaz como para prever esa táctica. Él la buscaría entre los
inversores, los comerciantes, y los ricos empresarios ferroviarios sin título nobiliario.
Brevemente se preguntó si no debería adoptar medidas para que los demás se
trasladaran a otra parte. No eran culpables de nada y Tinsdale no se arriesgaría
intencionadamente alertando su presencia acercándose a ellos. Joseph no hubiera
viajado hasta allí sin asegurarse de que no lo siguieran.
Aún así, si no fuera por Harry, empezaría a hacer planes para su partida. Si no
fuera por su trato con Avendale…
Cerró los ojos. En verdad era por sí misma no por Avendale que se mostraba
reacia a marchar. La negociación tenía poco que ver con su deseo de quedarse. Era el
hombre que despertaba algo profundo dentro de ella, el hombre que sin ni siquiera
ser consciente de ello le había hecho notar el vacío en la vida que había llevado.
Siempre mirando detrás de ella, esperando a que en cualquier momento la
despidiera de su lado, a no aspirar a ser más que su amante, relegada a las sombras.
Echando un vistazo por encima del hombro, esbozó una suave sonrisa. La había
invitado a unirse a él para beber coñac después de decir buenas noches a Harry, pero
necesitaba unos minutos de soledad para deshacerse del impacto de las
preocupantes noticias de Merrick. Por eso había fingido un fuerte dolor de cabeza y
la necesidad de retirarse. La sospecha había brillado en los ojos oscuros de Avendale.
¿Por qué era tan inepta para mentirle a él?
— Pensé que querías evitar mi dormitorio estando tu hermano en la residencia
— continuó. — Yo estaba preparado para escaparnos a otro lado.
— Absolutamente no. Si me dieras más placer, puede que acabara con mi vida
en el acto.
Se movió hasta ponerse a su lado y la miró con tal intensidad que se imaginó que
la había fulminado.
— Hablando de viejos amigos, ¿qué dijo Merrick cuando te hizo a un lado antes
de irse?
— ¿Qué otra cosa podría haber dicho? — Preguntó tan inocentemente como le
fue posible.
Ella se dio la vuelta para mirarlo de frente. “Enfrenta a tus rivales mirándolos
directamente a los ojos al mentir. Eso era lo que Elise, una adivina, había afirmado.
Una vez más percibió la duda en su expresión, entonces él cerró lejos a las
emociones.
— ¿No crees que después de todo lo que estoy haciendo por ti, y por Harry,
merezco la verdad?
Casi le dijo que la honestidad entre ellos no era parte del trato.
— Te dije que nunca volvería a hablar de mi pasado, sin embargo, esta noche
indagaste a mis amigos en busca de información. Conténtate con eso.
— ¿Y si no lo hago?
Todo dentro de ella se quedó quieto, tranquilo, y sintió como si el balcón se
hubiera desintegrado bajo sus pies y estuviera cayendo. Casi se estiró para aferrarse
a él, pero había aprendido hacía mucho tiempo que era responsable de salvarse a sí
misma.
— ¿Qué pasa con todas las cosas que deseas para Harry?
— Estás bromeando.
Por supuesto que no, maldita sea, pero no iba a confirmarlo, no iba a confirmar
que podía tener otra opción. Ni siquiera así podía jurar que se quedaría. Con la
esperanza de cambiar el rumbo de la conversación, le puso la mano sobre el pecho.
— Puedo ser honesta contigo respecto a mis sentimientos por ti, mis deseos en
lo que a ti se refiere. Pero no sobre mi pasado. Soy una criminal, Avendale. No es
necesario saber nada más que eso.
— Ayer por la noche, yo estaba molesta, bajé mis defensas un poco más de lo
habitual. — Estúpidamente había bajado sus muros, revelando demasiado. Era tan
amable y generoso, que nunca podría comprender verdaderamente todas sus
transgresiones. — He recuperado el control, y el puente levadizo funciona de manera
efectiva, los muros vuelven a estar protegidos.
— ¿Y si no lo fuera? — Preguntó.
— No veo cómo puede ser de cualquier otra manera. Eres un duque. Soy una
estafadora. Es posible que te sientas cómodo presentándome a algunos de tus
amigos íntimos en la trastienda de un antro de juego, ¿pero públicamente? ¿A cada
par del reino? ¿A la reina? Sé exactamente lo que soy, Su Gracia, y el lugar que
podría ocupar en tu vida. Estoy relegada a ser tu amante. A esperar que cuando te
cases, el interés por tu esposa te motive a hacerme gentilmente a un lado, para
ahorrarme el tormento de tener que compartirte. — Dios mío, eso sería peor que ir a
la cárcel.
— Mientras que yo soy todo lo contrario. Brutalmente honesto con los demás, y
rara vez honesto conmigo mismo.
— Porque sería como atizar con un hierro ardiente mi conciencia y tengo una
especial aversión al dolor. Lo que supongo que es la razón por la que me centro en el
placer. Si no deseas deshacerte de ese horrible camisón andrajoso, vas a tener que
quitártelo aquí. Porque una vez que entres en mi dormitorio voy a arrancártelo.
Tardó tres latidos del corazón en darse cuenta de que renunciaba a la discusión.
Que se estaban centrando en cosas más agradables, más atrevidas. Cuando la luz de
la lámpara se apoderó de él, todavía pudo ver el desafío en sus ojos. ¿Qué había en él
que le daba ganas de recoger cada guante que le tiraba? Quería que la recordara
cuando hubiera desaparecido de su vida, cuando se metiera en la cama con una
mujer de excelente reputación y le diera hijos.
Cuando desprendió el botón superior, lo oyó contener el aliento y vio que sus
ojos se oscurecían.
— Supongo que lo próximo que me pedirás es que baile desnuda en tu fuente —
dijo.
— ¿Lo harías? — Preguntó él, con voz rasposa por la necesidad sexual.
El calor se amontonó entre sus piernas, y pensó que podría llevarla a la cima del
placer sin necesidad de acariciarla. Sólo con oír su voz, y ver su mirada ardiente. El
hecho de saber que aún anhelaba poseerla. Otro botón liberado.
— ¿Pero?
Sacudió la cabeza.
— Todavía no aclaró.
— Ponte éste.
— ¿A dónde vamos?
— A un lugar en el que dudo que hayas estado antes. Ahora vístete lo más
rápido posible.
Ella quería confiar, pero él hacía muy poco que había sabido de Harry. No
entendía las limitaciones, ni su necesidad de protegerlo. Se arrodilló delante de él, y
se quedó inmóvil, con los ojos profundamente clavados en ella.
Eso no sonaba como algo que pudiera lastimar a Harry. Inclinándose le dio un
beso en la parte superior de la cabeza.
— Gracias.
Comenzó a vestirse. Como terminó antes que ella, la ayudó con sus ataduras,
pero su boca se mantuvo en una línea recta. Odiaba que le hubiera arruinado la
sorpresa.
Siguió a Avendale a la sala, lo tomó del brazo, y comenzó a bajar las escaleras.
Esperaba que se dirigiera hacia la puerta principal, pero una vez que llegaron al
vestíbulo, la condujo por el pasillo hacia su biblioteca.
— No.
Mirando por encima del hombro, vio que estaba sonriendo. El día de campo no
había sido una sorpresa, pero el globo sí que lo era. La llevaría a un lugar en el que
nunca había estado. A las nubes.
— ¿Rose?
— Piensa en la vista.
— Piensa en la catástrofe cuando nos caigamos a pique.
— Sí, está bien. — Nunca había sido capaz de negarse a conceder sus deseos, y
detectó una mínima decepción en los ojos de Avendale porque habían sido las
palabras de Harry las que la habían convencido.
Gerald soltó los amarres. Granger hizo algo y oyó un silbido de aire, al tiempo
que la cesta era ligeramente levantada y se balanceó. Se agarró el brazo de
Avendale, deseando poder sujetar a Harry, pero eso habría requerido que soltara el
dominio de la cuerda, y estaba segura de que de alguna manera mientras la sujetara
podría mantener el globo flotando.
Por alguna razón, aún sabiendo que él no tenía poder sobre el aire ni el cielo ni
el movimiento de ese artilugio, ella le creyó.
Ella hizo lo que le dijo. Todo se sentía tan tranquilo, el estruendo de abajo era
débil y apagado A pesar de que sabía que se estaban moviendo, lo hacían a un ritmo
muy lento y casi podía imaginar que no se movían en absoluto.
— Hoy no — respondió.
Mirando por encima del hombro, vio la sonrisa más grande que Harry había
esbozado nunca. Echando la cabeza hacia atrás, se rió como nunca lo había oído reír.
Su pecho se apretó dolorosamente. Nunca le había dado una alegría como esa.
Incluso si se lo pudiera permitir, nunca habría pensado en darle algo como eso.
Pero sabía que era mentira. Los arrepentimientos siempre persistían; formaban
parte de uno para siempre.
***
Rose se sentó en una manta, y Avendale se estiró junto a ella. Harry caminaba
por la campiña con el señor Granger. El piloto había llevado el globo hasta un
hermoso campo, inundado de flores con pétalos de color púrpura, amarillo y azul.
Plenamente consciente de la mirada de Avendale en ella, arrancó una flor, y la hizo
girar.
— Como si pudiera.
— Casi.
Miró a su alrededor.
Levantándose sobre un codo para poder verlo con más claridad dijo:
— Sí.
— ¿Por qué? ¿Una dote para tu hija, tal vez? — Podía verlo con una niña a su
lado, protegiéndola de cualquier persona que quisiera aprovecharse de ella. A pesar
de su rudeza y sus reivindicaciones de no ser cariñoso ni alguien que pudiera cuidar
de otro, podía ver fácilmente a una niña pequeña manejándolo con su dedo más
pequeño sin ningún problema en absoluto.
Un lugar para ubicar a su amante de por vida, pensó, porque eso era en lo que se
convertiría, durante todo el tiempo que quisiera. No quería pensar en eso ahora, no
quería reconocer que sabía con certeza cuál sería su lugar en el futuro. No se
arrepentiría de su papel, ni del precio que debía pagar. Ya había demostrado que su
parte del trato sería superada con creces, y que todo lo que podía darle a su
hermano, sería muy superior a cualquier cosa que ella pudiera brindarle a Avendale.
Pero no le daría bastardos, sin embargo, que Dios la ayudara, le encantaría ser la
madre de un hijo suyo. Aunque no sería justo para el niño. Incluso si Avendale lo
reconocía, nunca podría heredarlo, ni tendría una posición adecuada en la sociedad.
— Soy la misma mujer que no te aceptó una joya como regalo. ¿De verdad crees
que aceptaría una casa?
Poco a poco sacudió la cabeza y miró hacia el arroyo donde Harry estaba
lanzando piedras en el agua.
— ¿Qué vas a hacer cuando se haya ido? — Preguntó en voz baja Avendale, pero
Rose se sintió como si la hubiera apaleado.
— Debes haber pensado en ello. Y nadie te culparía por hacerlo. Eres realista,
Rose, y ayer por la noche juraste que nunca te mentirías a tí misma, por lo que
seguramente has pensado en eso.
Maldito sea. La conocía muy bien, podía leerla con demasiada facilidad. Su poder
radicaba en resultar un enigma para él. Y si tenía que dejarlo antes de que se hiciera
la negociación, ¿cómo podría lograrlo si le resultaba tan simple descubrir sus
mentiras?
Llorar sin control por días, noches, semanas. No, era demasiado pragmática para
esas tonterías. Lloraría por unas horas, luego enderezaría la columna y continuaría.
Rodando sobre su espalda, se quedó mirando el cielo azul, todavía resultaba difícil de
creer que hubiera viajado a través de él. Nunca olvidaría ese día. Estaba creando
tantos recuerdos para ella como para Harry. ¿Cómo podría en mil años pagar esa
deuda?
— Despertaré cada mañana e iré adonde quiera ir. Tal vez incluso a la India. No
tendré ninguna responsabilidad, ni deberes, ni obligaciones. Voy a pasear, sin nada
que me ate. No voy a tener que idear ningún plan, ni estrategias, ni una necesidad
imperiosa de hacer otra cosa más que respirar.
Cuando se acercó, le tapó el azul brillante del cielo. Sólo vio su cara mientras la
observaba ceñudo.
— Pensé que lo hacías por necesidad.
— Aun así tengo que comer. — ¿No había afirmado que siempre era honesta
consigo misma? — No sé si podré renunciar a eso. El desafío es más fuerte. — Le
apartó el pelo de la frente y dijo: — Siento decepcionarte.
Pasó suavemente los dedos sobre su cara, observando las líneas profundas que
un hombre de su edad no debía poseer.
— Sí lo hice.
— Éstas sí.
Las palabras la devastaron. ¿Por qué tenía que ser tan bueno cuando estaba tan
podrida?
— No estoy mintiendo.
Su control era casi una caricia física. Le tomó toda su energía no mirar hacia otro
lado.
— Espero que no — dijo finalmente, y lentamente pudo soltar el aliento que
había estado conteniendo. — Pero me resulta difícil creer que aprendiste todo de tu
padre.
Ella sonrió.
— ¿Y qué te auguró?
— Harry.
— En dos meses. — Tomó una respiración profunda. — Así que sí, he pensado
en lo que sería mi vida después de que cumpla treinta. Y usted, excelencia, ¿qué ve
en su futuro?
— Al menos debería darle ese gusto, ya que no he sido un buen hijo — dijo en
voz baja.
Se rió oscuramente.
— Está organizando una cena esta noche. Desea que pudieras asistir.
A Rose le encanta ir, para ver el esplendor de cenar con la familia del duque,
pero era muy consciente de que no podía compartir la mesa con personas
irreprochables.
Sacudió la cabeza.
— No puedo ir.
— Ella es tu madre.
Él nunca había dicho las palabras en voz alta. Haciendo eco a su alrededor
sonaron duras, crueles, y falsas.
Su familia estaba lejos de ser perfecta, pero cuando la veía con su hermano, era
testigo del amor y la devoción que se mostraban.
Tenía tres hermanos y dos hermanas, medios hermanos, y dudaba de que fuera
capaz de reconocerlos. No podía recordar la última vez que los había visto. Se
quedaba apartado porque no quería ser una mala influencia, no es que sus razones
fueran completamente nobles.
Él quería quitársela de encima, así como quería abrazarla. Se dio cuenta cuando
se tropezó, y comenzó a caer…
Girando rápidamente, la cogió, la estabilizó, la miró a los ojos que habían visto
crueldades peores de las que podría haber imaginado, y sin embargo se había sido
transformado en una mujer notable que no se dedicaba a despotricar contra lo
injusta que era la vida, sino que simplemente trataba de buscar el equilibrio.
— Eso es lo que me quiso hacer creer. — Pasó los dedos por su pelo. — No te
traje aquí para esto.
— Cuéntame — instó.
— Sé que suena absurdo. Es la razón por la que nunca lo he hablado con ella. En
ese momento yo no comprendí que significaba la muerte. Sólo sabía que no iba a
volver a ver a mi padre, porque se había ido al cielo. Pero yo lo vi. Tres años después.
Él negó lentamente, enternecido de que ella pudiera creer en cosas como esas.
— No, él era de carne y hueso y estaba muy vivo. Se mantenía en las sombras:
en el parque, en los jardines zoológicos. Una noche me desperté para encontrarme
con él al pie de mi cama.
— ¿Te vio?
— No. Estaba escondido en las sombras de la terraza. Durante horas no hice
ningún sonido. Mis lágrimas cayeron en silencio. Tal vez incluso me quedé dormido.
Sólo puedo recordar fragmentos de esa noche. Graves estaba allí con el inspector de
Scotland Yard, Swindler. Pensé que iba a detenerla, pero no lo hizo. Luego regresé a
la casa de Lovingdon. Mi madre vino a buscarme y actuó como si no pesara la sangre
de mi padre en sus manos. Pensé que habría otro funeral. Pero no lo hubo. Nada se
dijo de lo que pasó esa noche.
Tomando la mano de su mejilla, trazó las líneas a lo largo de su palma. Era más
fácil hablar con una distracción.
— No completamente.
Su boca formó una pequeña mueca de disgusto y quiso besarla. ¿Por qué
siempre, sin importar lo que hiciera, quería besarla? Se deslizó hacia ella hasta que su
cadera tocó la suya, y con una mano libre acunó su rostro.
— Probablemente no, pero deberías hablar con tu madre acerca de esa noche.
Tal vez haya una explicación para todo lo que viste.
— Creo que ella se sentiría mejor si te tuviera de nuevo en su vida. Y creo que tú
te beneficiarías de conocer la verdad.
Ella había aceptado quedarse con él durante todo el tiempo que quisiera, pero
ya lamentaba el acuerdo, porque estaba descubriendo que no la quería a menos que
ella lo deseara. Y Rose ya le había dicho lo que deseaba. Una vida sin preocupaciones
que no encontraría a su lado. Desafortunadamente, él no era lo suficientemente
altruista como para dejarla ir.
***
— Sí, supongo que eso es todo. No estoy de ánimo para ver algo tan
permanente. Todo es demasiado fugaz.
Ella sonrió, para suavizar sus palabras, para asegurarse de que no le provocaran
culpa dijo:
N o sabría qué hacer.— Por ahora estaba con ganas de seguir adelante con su
vida nómada.
Harry miró por encima de su hombro, hacia el retrato que ocupaba una gran
parte de la pared, más grande que cualquier otra pintura, como si el ego del hombre
así lo exigiera.
— Sí.
— No me gusta — susurró.
Qué desastre sería tener una imagen que le proporcionaría a la policía una pista
exacta de su identidad.
Se dio la vuelta.
— ¿Qué?
— Todo es posible. Es sólo una hipótesis, pero quiero que sepas que aunque no
pueda estar contigo, te quiero más que a nada en el mundo.
— No, no lo hará.
— Lo hago, sí.
— Y te gusta el duque.
— ¿Es por las cosas que has hecho, la forma en que vivimos?
De mala gana, ella asintió, sin sorprenderse de que hubiera percibido tan bien
las cosas. Era astuto y observador.
— No soy una persona muy buena, en realidad no. Un duque requiere una
esposa que sea irreprochable.
— Creo que no tendrá ningún problema en encontrar a alguien que lo ame una
vez que se proponga hacerlo.
Rose había alquilado para nosotros una pequeña casa junto al mar. Por la noche,
el sonido de las olas me adormecía y cuando había luna llena salía a caminar por la
orilla del agua. Yo quería adentrarme en el mar, pero tenía miedo de que una ola me
golpeara, no fuera capaz de volver a levantarme, y terminara ahogándome. Mi lado
izquierdo había desarrollado más bultos, y había empezado a tener dificultades para
mantener el equilibrio.
Aunque nunca dijo nada, creo que Rose sabía de mis paseos a medianoche. Un
día, me regaló un hermoso bastón de ébano con la cabeza de un perro tallado en el
extremo. El tallado me recordó el perro que una vez había poseído.
Rose comenzó a salir por las tardes. Pensé que tal vez tenía un pretendiente. Una
noche, mientras caminaba, se apareció en la oscuridad y me pregunté cuántas
noches había estado en las sombras mirándome.
— Podría caerme.
— Tenemos que dejar este lugar — dijo Rose en voz baja, pero aún así la escuché
por encima del estruendo del mar.
A medida que el leve golpe del bastón y el sonido de pies arrastrándose por el
parqué perturbaba su concentración, Avendale levantó la vista para ver a Harry
ligeramente asomado hacia el interior de la puerta de la biblioteca. Parecía que no
era el único que no podía dormir esa noche. Su conversación con Rose al principio
del día pesaba sobre su mente. ¿En verdad había sido injusto con su madre todos
esos años? ¿Estaba siendo injusto con Rose ahora?
— Harry.
— Lamento molestarte. No pensé que alguien más estaría despierto a esta hora
de la noche.
— Quédate por favor. Toma asiento junto al fuego. Únete a mí para tomar un
trago. — Harry asintió y Avendale se acercó a la mesa de mármol sirviendo whisky en
dos vasos. Después de tomar asiento, Avendale levantó su copa. — Por un día de
aventuras y conseguir que tu hermana accediera a subir al globo.
— Rose.
— Por supuesto.
Harry preguntó:
— ¿Perdón?
— ¿Soy tu amigo?
Avendale había utilizado el término, sin pensarlo, sin tener en cuenta el peso del
mismo. Sin tener en cuenta cómo Harry, que escribía con tanta honestidad, podría
interpretarlo.
— Todo es cierto.
— Nunca me hubiera imaginado. Tu hermana es una mujer extraordinaria.
Quiero que sepas que me encargaré de cuidarla.
A pesar de sus limitadas expresiones faciales, Harry dio a Avendale una sonrisa
que sólo podía describirse como maliciosa.
— Lo sé.
— ¿Cómo se llega hasta los libros de allí? — Señaló los estantes más altos,
cargados de tesoros literarios que rodeaban la habitación. — La escalera no es lo
suficientemente alta.
— No, sólo sirve para llegar a los libros que están en los estantes superiores a
este nivel. Te voy a mostrar cómo se llega a los otros. — Dejando el vaso a un lado,
tomó el de Harry y lo colocó al lado del suyo. Luego se quedó allí, luchando por no
ayudarlo a ponerse en pie. Tenía un muy profundo conocimiento del orgullo, y podía
verlo reflejado en la lucha de Harry. Llegaría un momento en que no sería capaz de
levantarse por sí mismo, pero no aun.
— Por aquí.
Llevó a Harry a una sección de estantes cerca de la chimenea.
— Ahora mira.
Accionó una palanca oculta entre los estantes que separaban una sección de la
otra. Se oyó un clic, cuando se liberó un pestillo interior y los estantes se adelantaron
un poco. Metió la mano detrás de la apertura que había quedado al descubierto y
abrió la puerta completamente para revelar una escalera de caracol situada dentro
de una pequeña alcoba.
Con un suspiro, Harry abrió los ojos con asombro mientras susurraba.
— Un pasaje secreto.
Con una inspiración profunda, Harry entró como si pensara que la pequeña
habitación le transportaría hacia alguna parte. En cierto modo, tal vez así era. Tocó la
barandilla de metal negro con asombro, haciendo un sonido que podría haberse
confundido con una risa apagada. Luego miró por encima de Avendale.
— ¿Puedo subir?
Condenación, no había considerado que Harry haría esa petición. Tendría que
haberle informado de antemano que la terraza era ornamental.
***
Eran una extraña pareja: el apuesto duque y su deforme hermano, pero verlos
juntos, estrechando un lazo de amistad, le causó una opresión en el pecho que temió
le resultaría muy difícil recuperar la capacidad de volver a respirar. Era obvio que
Harry adoraba a Avendale, que era como el hermano mayor que nunca había
poseído.
A pesar de que lo mismo se podría decir de ella: los hombres se centraban en sus
curvas y asumían que eso era todo. Excepto Avendale. Él no.
Bajó un gran libro, lo puso sobre una mesa pequeña, y lo abrió, luego señaló
algo, se apartó y Harry se acercó para mirar lo que exhibía la página. Incluso desde
esa distancia pudo percibir la sorpresa en su rostro antes de que ambos se echaran a
reír.
Con una amplia sonrisa masculina que evidenciaba un secreto compartido entre
hombres, Avendale le dio una palmada de advertencia en el hombro. Harry la miró
desde arriba.
— ¡Cuidado querido!
Entonces vio que entre los estantes había una puerta entreabierta. A Harry debía
haberle encantado descubrir la alcoba oculta para explorarla. Estaba agradecida a
Avendale por compartirlo con su hermano.
— Mira todo esto, Rose — dijo Harry mientras se reunía con él. — Algunos de
estos libros son muy antiguos. Huelen diferente a los de abajo.
— Absolutamente.
— Creo que hemos terminado por esta noche. Harry me dice que a menudo lees
para él. Tal vez quieras hacerlo ahora.
Se instalaron en un muy acogedor rincón de la terraza, cerca de las ventanas. Las
sillas eran grandes y lujosas, perfectas para leer, aunque Rose no fue la única en
notarlo. Harry se inclinó hacia adelante, siempre alerta, mientras que Avendale se
recostaba a su lado.
Se sentía muy feliz de que Avendale hubiera sugerido traer a Harry allí.
Tomó el libro de “Las mil y una noches” y empezó a leer “La lámpara maravillosa
de Aladino” Por un momento se encontró deseando poder tener mil y una noches
como ésa.
Capítulo 18
Rose no podía dejar de reconocer que Harry la estaba pasando bastante bien
desde que había llegado a Buckland Palace hacía una semana. Devoraba los libros,
caminaba por el jardín, y dos veces Merrick, Sally, y Joseph se les habían unido para
la cena. Cada tarde, Avendale lo sorprendía con algo diferente: un payaso acrobático
a cuerda; una pista de carreras mecanizada que ocupaba una buena parte de la sala y
que entusiasmaba a Harry haciendo apuestas sobre el resultado a pesar de que
siempre ganaba el mismo caballo; un calidoscopio, un telescopio. La noche anterior
el cielo había estado despejado y lo habían llevado a los jardines para observar las
estrellas. Así que cuando Avendale le había pedido que lo acompañara al teatro esa
tarde, ni siquiera había pensado en rechazar la invitación. Estaba dando mucho más
de su tiempo a Harry de lo que esperaba, y no era justo que sólo estuviera un tiempo
a solas a altas horas de la noche, cuando se retiraban a dormir. Se merecían una
noche juntos. Harry había sido terriblemente comprensivo. Cuando había sugerido
enviarle a Merrick para hacerle compañía, Harry le había dicho que prefería estar
solo. El duque le había concedido permiso para desmontar la pista de carreras, y
Harry estaba interesado en descifrar cómo funcionaba.
— Yo me encargo de eso — dijo Avendale, que estaba detrás de Rose. Con una
rápida reverencia, Edith se marchó. Rose apenas se movió mientras Avendale
colocaba la preciosa pieza alrededor de su cuello. Rose vio la luz apreciativa en sus
ojos, y decidió llevarse la joya cuando se marchara, porque sería un recordatorio
perfecto de su tiempo juntos. Sería capaz de recordar las caricias que le propiciaba.
—Gracias— dijo cuando hubo terminado mientras comenzaba a tirar de un guante, y
él daba un paso hacia atrás.
— Hmm — murmuró.
— Avendale…
Ella sabía más allá de toda duda que él había permitido que le diera esa paliza.
Acunando su mandíbula dijo:
— Confía en mí, Rose. — Con la garganta obstruida por las lágrimas, negó con la
cabeza. No quería enfrentar la reacción de la gente cuando vieran a Harry. Había
creado un refugio seguro para él dentro de la residencia, pero no podía controlar a
los demás y sus reacciones. No podía salvar a su hermano de la vergüenza de ser
diferente. Avendale acunó su cara con una mano. — Mi palco estará en sombras. Él
va a sentarse en la parte de atrás, y nadie lo verá.
— Una vez estuve involucrado con una actriz. Conozco un camino de ingreso por
la parte trasera. Los únicos que lo verán son aquellos a los que pagué para que no
mostraran ninguna reacción y para mantener sus lenguas inmóviles. — Su mirada se
profundizó en la de ella. — Recuerdo la forma en que escudriñaste todos los
pormenores aquella noche. Ahora sé que estabas tratando de llevarle tu impresión a
Harry sin omitir detalle. Dale la oportunidad de experimentarlo por su cuenta.
— Absolutamente.
— No tenía ni idea de que mi hermano pequeño era tan hábil para guardar
secretos.
— Espera aquí — ordenó Avendale, antes de salir del coche. Rose se asomó
detrás de la cortina para verlo marchar subiendo algunos escalones hasta una
puerta. Usando la cabeza de su bastón, golpeó, esperó, y miró casualmente
alrededor.
— Todo está dispuesto. — La ayudó a bajar antes de ayudar a Harry. Los condujo
por las escaleras y a través de la puerta a una pequeña habitación en penumbras. Un
caballero finamente vestido que sostenía una lámpara les dio la bienvenida.
— No, siempre y cuando nos mantengamos aquí— dijo Avendale. — Pero incluso
si nos ven, no permitiré que nos molesten.
Harry lo miró.
— Precisamente.
Pero Rose se dio cuenta de que era más que eso. Era porque no lo toleraría. Se
mantendría firme al igual que sus antepasados lo habían hecho en los campos de
batalla. Hubiera preferido que nunca se hubiera enterado acerca de Harry, porque
todo había cambiado, porque había estado tan preocupada por protegerlo que había
dejado de tomar las precauciones para proteger su corazón. Avendale había
derribado la pared de sus defensas. Sin embargo, no era capaz de lamentarlo, aún
sabiendo el dolor que su separación podría causarle. Pero ese momento aún no
había llegado.
— Estoy agradecida por esta noche. — Sus ojos se estrecharon, y supo que no le
había creído. Se hacía cada vez más difícil ocultar sus mentiras. Al oír un suspiro, vio
a Harry inclinándose mientras caía el telón para revelar el escenario. Casi le advirtió
que tuviera cuidado, pero no fue capaz de decidirse a correr el riesgo de acallar su
excitación. Esa noche era una oportunidad increíble, una que ella nunca podría
haberle dado. Pero Avendale tenía el poder, la riqueza, y la influencia de hacer que
casi cualquier cosa sucediera. Así que Harry por primera vez asistía a un teatro. Al
comenzar el primer acto, se inclinó hacia Avendale.
— ¿Esa actriz que mencionaste está en el escenario esta noche?— no sabía por
qué le había preguntado eso, por qué sentía esa chispa de celos que le hacía pensar
en los momentos pasados con otra mujer.
— Hace un mes, podría haberla descrito en detalle, pero ahora palidece. Todas
ellas palidecen, Rose. — Estaba tratando de tranquilizarla, dándole a entender que
de alguna manera era especial, pero ella sabía que algún día, para él, también
palidecería. Mientras que en su mente, sus recuerdos, siempre seguirían siendo
sorprendentemente vibrantes. No podía imaginar, sin importar cuántos años viviera,
sin importar cuántos hombres conociera, que alguna vez volvería a encontrar a
alguien para llenar el hueco que había tallado en su corazón. Injusto tal vez para
cualquier caballero cuya fantasía podría atrapar, pero había aprendido hacía mucho
tiempo que no todo era justo. Apretando su mano, volvió su atención a Harry, que
estaba cautivado, absorbido por la pompa, la acción, y la grandeza. Ni una sola vez
sus ojos se desviaban del escenario delante de él. Ni una sola vez habló. No hizo ni un
solo sonido. Por un momento deseó poder retratarlo perdido en ese mundo de
fantasía. Cuando las cortinas cayeron marcando el final, se puso de pie con el resto
de la audiencia, y aplaudió locamente, mientras sonreía. Se inclinó y la abrazó como
si esa noche maravillosa hubiera sido mérito suyo. Ella miró a Avendale para
encontrar una expresión de inmensa satisfacción.
— Fue por ti. — Se quedó sin aliento, su pecho se apretó con el conocimiento de
que todo lo que estaba haciendo era por ella, para aliviar su sentimiento de culpa por
no poder darle a su hermano una vida mejor.
Esperaron hasta que el pasillo quedó desierto y los autorizaron a hacer el camino
de regreso a las escaleras de la parte trasera. Harry no habló hasta que estuvieron
una vez más en el coche, viajando de regreso a la casa. Sólo que esta vez Avendale se
sentó a su lado, como si, no estuviera dispuesto a separarse de ella, entrelazando sus
dedos, y lamentando que se hubiera puesto el guante de nuevo.
— Es un placer.
— ¿Qué te parece que estará haciendo la gente que estuvo sobre el escenario
ahora?
— No, querido. Una cosa es tener la pasión de darle vida a una obra de teatro, y
tener el deseo de hacerlo. Es algo completamente distinto a ser forzado a hacer algo
que no quieres.
— Me conoces lo suficientemente bien, Harry, para saber que no hago nada que
no me gustaría hacer.
Ella lo vio caminar por el pasillo, con su paso un poco más lento, su modo de
andar más desequilibrado, incluso con el bastón.
— Gracias. — Se volvió y se enfrentó a él. Nunca tendría con qué pagar lo mucho
que le debía. Si lo expresaba con palabras, sabía que iba a irritarse, su mandíbula se
apretaría, sus labios se cerrarían en una línea dura. Lo conocía tan bien, que era casi
como si fuera parte de él. Podía leer sus estados de ánimo como nunca había sido
capaz de leer a otro. — Me parece interesante que Harry no hiciera ningún
comentario sobre la pulsera, teniendo en cuenta que era un regalo suyo. Pensaba
que estaría contento de verme usándola.
Harry abotonó la camisa a medida que el Duque había hecho confeccionar para
él para andar por la casa. El material blando contra su piel, le hacía sentir como si
estuviera siendo continuamente acariciado por una sedosa y gentil mano.
— No, no creo.
— Entonces no necesita saber qué tan pronto será, ni lo mal que están las cosas
ahora.
***
— Confío en ti.
Las palabras cayeron sobre él con tal fuerza que casi le hizo tambalearse. No se
había dado cuenta de lo desesperadamente que deseaba su confianza, lo
desesperadamente que deseaba eso de lo que no estaba seguro de poder adquirir.
Estaba allí con él ahora a causa de su hermano. Se quedaría con él durante el tiempo
que deseara debido a todas las cosas que hacía para garantizar que los últimos días
de su hermano fueran memorables. No se resentiría de sus razones, pero se
encontró deseando que hubiera más entre ellos. Incluso si ignoraba su pasado para
hacerla su duquesa, las responsabilidades eran mucho más de las que podía
imaginar. ¿Cómo podía preguntarle si aceptaría las funciones que conllevaba el ser
su esposa cuando descubrió que ella ansiaba la libertad? toda su vida adulta había
sido un bastardo egoísta, atendiendo sus propios deseos y necesidades. Era un ajuste
incómodo pensar en cambiar para ella, pensar en dejarla ir cuando tan
desesperadamente todavía la deseaba. No sabía cómo había hecho todos esos años,
cuidando de su hermano, a expensas de sus propios deseos.
— Excelente — dijo alegremente, sin querer revelar las dudas que se arrastraban
a través de su conciencia. — Vamos a mantenerlo en secreto de Harry por ahora, ¿de
acuerdo?
***
Cruzando hacia él, le dio un rápido abrazo, y luego lo miró a los ojos para
estudiarlo como si tuviera el poder de leer sus pensamientos. Se preguntó por qué
no había percibido durante su última visita cómo su pelo se estaba tornando
plateado en las sienes y que las líneas en los ojos y la boca se habían profundizado en
pequeñas arrugas. Rose se habría dado cuenta de todo.
— Tienes buen aspecto — dijo su madre ahora. — Sin embargo presiento que
estás en problemas. ¿Qué es lo que anda mal?
— Oh, sí, por supuesto. Perdona mi falta de modales. ¿Quieres que pida que nos
sirvan té?
— No, yo…— Casi le dijo que no iba a quedarse tanto tiempo, pero lo que quería,
no podía explicarse fácilmente. —…tomaré un whisky si tienes.
— Tengo que pedirte un favor. Aunque creo que podría conseguir la ayuda de un
amigo…— Rose tenía razón. Su único amigo era Lovingdon. Los otros eran meros
conocidos. —…tendría más éxito si la solicitud proviene de ti.
— ¿Qué necesitas? — Sin vacilación, sin duda, como si hubiera sido un buen hijo,
como si mereciera su lealtad, como si no estuviera tomando ventaja de su influencia,
y la buena voluntad que los demás tenían hacia ella. Su rostro estaba exultante con
la esperanza de poder ayudarlo, de ayudarle a encontrar lo que buscaba. Durante la
última década muchas veces lo había mirado con la misma esperanza de que
accediera a acudir a una cena especial, o meramente visitarla para saber de ella.
¿Cuántas invitaciones había pasado por alto? Una vez que había sido lo bastante
mayor como para irse a vivir solo, rara vez había vuelto a cruzar el umbral. Dejando a
un lado su copa, se levantó.
— Whit, hijo querido, lo que necesites, sea cual sea el problema que podrías
estar enfrentando, estoy aquí para ti.— Parándose en seco, supo que si en ese
momento salía por la puerta, nunca, nunca más volvería. Ya no podía vivir sin la
verdad. Sólo que no estaba seguro si quería saberlo. Pensó en la verdad con la que
Rose debía enfrentarse. Iba a perder a su hermano. Sin embargo, se enfrentaba a ello
con coraje cada día. En comparación con ella era un cobarde. Se volvió y se enfrentó
a su madre, vio como la esperanza volvía a sus ojos. Lo escupiría todo de golpe, sin
rodeos y cruelmente. Era la mejor manera. Sin escatimar palabras, sin darle vueltas a
algo que debería haber enfrentado años atrás, cuando había sucedido.
— Te vi matar a mi padre.
—Me habías llevado a casa de Lovingdon pero después de que nos pusieron en
la cama, salí y corrí a casa, porque te echaba de menos. Atravesé los jardines, pero
sentía que algo no estaba bien y me asusté. Abrí la puerta de la biblioteca. Mientras
me acercaba, te vi golpearlo con un atizador.
Ella sacudió la cabeza con más energía, levantó una mano como si tuviera el
poder de corroborar sus palabras.
— ¿Debido a que usted y mi madre eran amantes? — Escupió. — ¿Por esa razón
tramaron librarse de mi padre?
— ¿Qué más podía pensar cuando Sir William estaba siempre rondando nuestra
casa?
— Que usted y ella necesitaban protección. Su padre era una bestia. Tratamos
de librar a tu madre de su presencia una vez; pero no funcionó.
— No recuerdo que Sir William haya estado allí. Le recuerdo más tarde,
diciéndome que mi padre estaba muerto.
Él asintió con la cabeza. Gran parte de los recuerdos de sus primeros años eran
borrosos, por lo que muchas cosas que no había querido recordar comenzaban a salir
a la luz con la confesión de su madre. Recordó a su padre golpeándola.
— ¿Es por eso que te has mantenido alejado todos estos años? — Preguntó su
madre. — ¿Debido a que sabías lo que había hecho y no podías perdonarme?
Pensó en todas las cosas que Rose había hecho para proteger a su hermano. Le
había dicho que sabía que tendría que pagar un precio por ello. Su madre había
hecho lo mismo, pagar un precio para protegerlo. Se arrodilló ante ella.
— Él vino a mí una noche, me dijo que estabas tratando de librarte de él, que
también deseabas hacerme daño.
— ¡No!
— Cuando vi que lo matabas, temí ser el próximo.
— Oh, Dios mío, Whit. — Las lágrimas anegaron sus ojos y se desbordaron por
sus mejillas. Ella acunó su rostro entre las manos. — Nunca te lastimaría. Eres mi
niño precioso, siempre lo fuiste.
¿Cómo pudo haberla juzgado tan mal? Envolvió sus brazos alrededor de su
cintura, y apoyó la cabeza en su regazo.
— No es tu culpa. Maldito sea tu padre por poner esas ideas en tu cabeza. Juro
que si estuviera vivo lo mataría de nuevo.
Se enderezó y la miró a los ojos que no eran los de una asesina, sino más bien los
de una leona protegiendo a su cachorro. Apenas podía tolerar lo que había creído a
la edad de siete años, los temores que había permitido que marcaran su vida.
— A medida que fui creciendo, entendía que no tenía sentido, pero el daño ya
estaba hecho.
— Sospecho que habría pensado lo que pienso ahora: Que eres una mujer
extraordinaria.
¿Cómo sabe uno, se preguntó, cuáles son las opciones, cuando uno debe hacer
una elección?
Él sabía que era mentira, pero prefirió creerle. Inclinándose hacia atrás, apartó el
pelo de la frente de la misma forma que cuando era un niño pequeño.
Esta vez, cuando Rose bajó las escaleras para ver a Harry vestido con traje, sintió
cierto temor, pero continuó y obligó a su mente descartar los pensamientos
negativos. Confiaba en Avendale, absolutamente, incondicionalmente.
— Vamos entonces — dijo Avendale, y ella pensó que nunca lo había visto más
guapo, más a gusto, más confiado.
Algo había cambiado en los últimos días, pero no sabía qué. Se sentó a su lado
en el coche. Saboreando su cercanía, decidida a disfrutar de la noche, para soñar con
la creencia engañosa de que su tiempo juntos nunca llegaría a su fin. Desde luego, no
daba señales de cansancio, pero sin duda esa novedad pronto desaparecería. Apartó
esos pensamientos preocupantes. El coche se detuvo. Las cortinas estaban corridas,
y sin embargo, parecía que escuchaba muchos más sonidos de lo que había oído en
el callejón la última vez que estuvieron allí: el relincho de los caballos, el zumbido de
las ruedas de los carros, pisadas rápidas, sin prisa, las voces. La puerta se abrió.
Avendale salió y extendió su mano hacia ella. Al salir, su mirada cayó en la fachada
frontal de los dragones gemelos, y tuvo que luchar con el pánico. Confía en él. Confía
en él.
— Supuse que entraríamos por la parte de atrás donde tendríamos más
privacidad — dijo.
— Nunca lo consideré por qué aborrezco el nombre. Para mí, siempre será el
salón de los Dodgers. ¿Estás listo para explorarlo?
— Sí, de hecho.
Ella lo miró.
— ¿A pedido tuyo? — Antes de que pudiera responder, Harry proclamó.
— ¡Merrick!
Rose se volvió para ver a Merrick, Sally, y Joseph saludando a Harry. Los señores
estaban vestidos con traje de noche tan finamente adaptados como los de Harry.
Sally llevaba un vestido de noche de seda azul que no se veía nada ordinario. Sonrió a
Avendale.
— Una noche con amigos es mucho más agradable que una sin ellos.
— Además, gracias por el precioso vestido. Nunca antes he tenido nada tan
hermoso.
— Merrick.
El hombre sonrió.
— Me gusta eso.
Avendale rio.
— Oh, lo dudo mucho. — Lady Dodger se volvió hacia Harry. — Sr. Longmore, he
notado que está muy interesado en el edificio. Mi padre una vez fue propietario de
este establecimiento, así que estoy muy familiarizado con él. Espero que me conceda
el placer de mostrárselo.
Harry parpadeó, parecía demasiado aturdido para hablar, y Rose lamentó que no
hubiera contado con la atención de las mujeres casaderas durante su corta vida.
— Harry, siempre debes decir que sí cuando una joven te ofrece algo — explicó
Avendale.
— Excelente, pero debe llamarme Minerva, ya que sospecho que vamos a ser
amigos rápidamente antes de que termine la noche. — Envolvió su mano alrededor
de la curva de su brazo. — Voy a presentarle a algunos bribones que sin duda
tratarán de atraerlo a un juego de cartas privado, bajo su propio riesgo me atrevo a
informarle.
Rose observó como la joven se alejaba con Harry, charlando mientras lo hacía.
Su hermano se notaba un poco dolorido.
— Sólo le dije a Harry que eran amigos míos para que se sintiera a gusto. La
gente presente aquí esta noche es más obra de mi madre.
— No diría eso, más bien él ha sido muy amable con respecto a la situación de
mi hermano.
— La vida puede ser tan injusta que a menudo nos da lo que no merecemos.
— Bueno, sí. He descubierto que es más difícil para las personas rechazar una
solicitud cuando se mira a los ojos.
— Ella te ama, quiere que seas feliz. Eso es probablemente lo que la mayoría de
las madres quieren para sus hijos, aunque no he podido experimentarlo de primera
mano. No deberías darlo por sentado.
— Estoy pensando en que quiero una bebida. Vamos a ver que podemos
encontrar, ¿sí?
Pero ella estaba demasiado molesta por la conversación y las posibles
implicaciones, como para recordarse a sí misma cuál era su lugar.
— ¿Perdón?
— Estoy cansado de las mentiras, los engaños, y todos los secretos que no hacen
más que dar lugar a malentendidos y poner distancia entre las personas. — Dio un
paso atrás. — ¿Acaso pesa sobre la señorita Rosalind Longmore una recompensa
sobre su cabeza?
Ella no lo dudó.
— No— Pero la señora Rosalind Sharpe sí. Al igual que la señora Rosalind Black.
— Entonces, es hora de que lo hagas. Vamos a buscar una bebida, y luego quiero
presentarte a todos.
Ella no creía que fuera tan especial. Los que se tomaban el tiempo para llegar a
conocer a Harry se enamoraban inmediatamente de él. ¿Cómo no hacerlo cuando
tenía un corazón tan generoso?
Harry se sentía abrumado por la noche, la gente, los juegos de azar, la suerte
asombrosa que parecía tener con ellos. Todo el mundo fue amable, pero todo era
demasiado. Había conocido a dos mujeres jóvenes que eran exactamente iguales. No
podía recordar su nombre de pila ahora, sólo su apellido: Swindler. Su padre era un
inspector de Scotland Yard, y por un momento se había preocupado por Rose, pero
luego la había visto paseando con su duque, y supo que nada le pasaría.
Las dos damas le habían dicho que les gustaría conversar un momento con él,
por lo que habían sido tan amables de escoltarlo hasta el salón de baile. Sólo unas
pocas parejas estaban bailando en el magnífico salón mientras la orquesta tocaba en
el balcón. Rose y su duque estaban en la pista bailando un vals. Harry sabía que baile
era porque una vez Rose había dado la vuelta en una habitación con él, mostrándole
los pasos cuando todavía era capaz de caminar sin bastón, antes de perder
completamente el equilibrio. Ahora simplemente le gustaba ver la gracia de sus
movimientos, la alegría reflejada en su rostro mientras el duque la mantenía cerca.
Era feliz, y Rose lo merecía. Y eso lo hacía feliz. Más feliz de lo que jamás había
sido.
— ¿De verdad? — Graznó, preguntándose qué había pasado con su voz para
hacer que sonara tan profunda, tan áspera.
— Así es. Soy Afrodita. — No le sorprendió que tuviera el nombre de una diosa.
Él la imaginó con un vestido diáfano, el viento remolinando alrededor de su túnica
como si el resto del mundo no necesitara la brisa suave. Ella era digna de poesía, y
las palabras comenzaron a desfilar por su mente.
***
Bailar con Avendale era diferente de cuando había bailado con él la primera
noche, cuando se conocieron. Era consciente de su presencia, pero no estaba
asustada de que descubriera sus secretos, de que tuviera el poder de arruinar todos
sus planes. Antes había sido un enigma, una curiosidad, un posible medio para un fin.
Ella había querido utilizarlo. Ahora deseaba que nunca hubiera habido ningún
engaño entre ellos, ni acuerdos pactados. Deseaba haber podido confiar en él antes
de llegar a donde estaban con sus necesidades mutuas. Por otra parte, era lo
suficientemente pragmática para darse cuenta de que nunca sería más que un
adorno en su vida. Mientras que los más cercanos a él podrían haber sido lo
suficientemente audaces para echar a un lado las reglas sociales y casarse con
alguien ajeno a su clase, Avendale no querría tener nada que ver con ella si
comprendía el alcance total de sus engaños y estafas. Oh, todavía podría querer sus
dulces pechos y sus estilizados muslos, todavía podrían anhelar pasar sus manos
sobre cada pulgada de su carne, todavía podía desear su cuerpo meciéndose debajo
de él, pero no la querría por esposa. Se cansaría de su presencia. Y ella se cansaría de
la vida que le daría. No es que no apreciara todas las comodidades, pero su rutina
diaria no ofrecería otro desafío que no fuera simplemente agradarle, hacer lo que
quisiera, incluso si lo que deseaba era exactamente lo que deseaba darle. Se
aburriría de la connivencia. Cuando llegara el tiempo señalado, debería desprenderse
de todo lo que había tenido, excepto de las memorias. Los maravillosos, gloriosos,
maravillosos recuerdos. La forma en que sus ojos no se apartaban de ella mientras
bailaban. La leve sonrisa que prometía otra especie de danza más tarde en la noche,
en su cama, donde la música sería un crescendo de gemidos, suspiros, y sollozos de
placer. Oh, ella lo iba a extrañar. Aunque sabía que podrían pasar años antes de que
sucediera, no podía evitar creer que su partida llegaría demasiado pronto.
Por el rabillo del ojo, vio a Harry en los brazos de una belleza. Bailaban, al menos
tanto como podían. Su corazón se apretó, le preocupaba que la mujer pudiera pedir
más de él de lo que podía ofrecer.
Avendale ni siquiera se molestó en mirar hacia ese lado, de modo que supo que
tenía que ser consciente de su presencia. ¿Desde cuándo lo sabría? se preguntó.
— Su nombre es Afrodita.
— ¿En verdad?
Él se encogió de hombros.
— Probablemente no. Del mismo modo que tú no eres la señora Sharpe. Las
personas cambian sus nombres por todo tipo de razones, así que no la juzgaría
demasiado severamente si fuera tú.
— Qué le has proporcionado sin ninguna duda. ¿Es ella una de las organizaciones
benéficas a la que has aportado a lo largo de los años? — Despreciaba los celos que
su voz dejaba traslucir.
— Ella es una de las mujeres con las que me aburría, a pesar de que tiene un
gran talento y es bastante libre con sus afectos.
En su voz, su tono de voz, no percibió ningún deseo persistente por esa Afrodita.
Bien podría estar explicando cómo un caballero se ponía los pantalones. Sin
embargo, había llegado a valorar su relación con su hermano lo suficiente para
indagar el incentivo detrás de la apariencia de la mujer.
Cuando le echó un vistazo, vio que Harry había dejado de bailar, y que estaban
dejando el salón de baile, tomados del brazo.
— ¿Y si lo lastima?
Ella sacudió la mirada hacia Avendale. Él le dio una suave sonrisa, una que nunca
había visto, que capturó su corazón, la abrazó y le dijo.
— No siempre deberás protegerlo, corazón. Deja que sea un hombre esta noche,
que disfrute de los placeres que se encuentran en compañía de una mujer dispuesta.
Ella tomó su mandíbula, pasando sus dedos por entre su cabello. A veces
deseaba no haber tenido que madurar a una edad tan joven, verse obligada a huir y
sobrevivir por cualquier medio posible, pero si no lo hubiera hecho, tal vez nunca lo
hubiera conocido. Y siempre hubiera sentido que algo faltaba en su vida. Hubiera
sentido su ausencia sin comprender verdaderamente lo que era. Ese hombre le había
enseñado lo que era compartir un objetivo con alguien, trabajar juntos, tener un
vínculo común.
— En lo que respecta a mi hermano, le has dado cosas que podría querer o
necesitar y que nunca se me habían ocurrido.
— Tal vez puedas decírselo más tarde. Mientras tanto, vamos a terminar el baile,
y luego encontraremos un rincón oscuro. Estoy necesitando otro beso.
***
— Un placer.
— Cuídate.
Rose pensó que nunca, nunca podría agradecer a Avendale lo suficiente por el
don de esa noche. Sin importar lo que le prometiera, sin importar lo que le pidiera,
nunca sería suficiente.
— La mía.
— Un caballero…
No discutió más, y se dejó caer en el sillón de felpa. Avendale trajo las bebidas y
guio a Rose hasta el sofá. Ella vio cómo su hermano lentamente bebía su whisky,
saboreándolo.
— Me gustaria eso.
— Ella nunca compartió ese dato conmigo. Yo diría que le gustas mucho.
— Debemos dejar que duerma un poco. — Dijo a medida que se ponía de pie. —
Vamos a dormir hasta tarde por la mañana. Es lo que se hace después de una noche
como ésta.
— Fue un regalo maravilloso, Rose. Un regalo maravilloso. Por una noche, yo fui
normal.
Ella lo abrazó con fuerza.
— Te amo, Rose.
Extendiendo la mano, Rose apretó la mano de Harry. No sabía por qué estaba
tan reacia a dejarlo. No lo hubiera hecho si el brazo de Avendale no la hubiera
impulsado hacia delante.
— Una buena parte de las personas que asistieron esta noche también lo han
sido en un momento u otro. Uno puede cambiar, Rose.
***
Como lo hacía todas las noches, escribió una carta a Rose y la puso en la parte
superior de la páginas.
Por si acaso.
Capítulo 21
Avendale había dormido sólo un par de horas cuando se despertó con Rose
acurrucada contra él. No quería molestarla, pero no pudo resistir la tentación de
pasar ligeramente la mano arriba y abajo por la piel desnuda de su brazo. Ella no se
movió. Había estado tan preocupada por el agotamiento de Harry que había pasado
por alto el hecho de que ella también lo estaba. Una lámpara en la mesilla de noche
seguía ardiendo, y fue capaz de mirar hacia abajo en su perfil. ¿Cómo es que ella
consideraba sus rasgos ordinarios? ¿Cómo había sido la primera vez que la había
espiado? Si era honesto, tenía que reconocer que una armada de buques no volvería
a navegar para reclamarla por su belleza, pero condenadamente bien podría navegar
para reclamarla por su valor, su garra, su determinación, su falta de voluntad para
ser intimidada. Siempre se mantuvo firme con él. No estaba seguro de que alguna
vez hubiera conocido una mujer semejante. Y malditos sean todos los demonios, se
había enamorado de ella. Probablemente la primera noche cuando se había vuelto a
rechazar el champán que le estaba ofreciendo. Había reconocido la negativa en sus
ojos antes de que lo hubiera evaluado, aceptándolo después. O tal vez había sido
cuando le había dicho que tenía todas las cartas. Tal confianza engreída. Amaba ese
aspecto de ella. Había empezado a enamorarse mucho antes de que supiera la
verdad sobre ella, pero después de descubrir sus secretos, sus sentimientos se
habían fortalecido. ¿Haría honor a la negociación en toda su extensión? ¿Si la
deseaba con él para siempre, estaría dispuesta a quedarse tanto tiempo? ¿O
esperaría que su relación fuera más corta? Un golpe suave en la puerta le impidió
profundizar en las preguntas y especulaciones. Dejando la cama, tomó su bata de
seda y se dirigió a la puerta. Al abrirla, se encontró a Gerald allí de pie. La cara del
hombre lo decía todo.
— Su Gracia…
Al cerrar la puerta, presionó su frente contra la madera. ¿Por qué le dolía tanto?
Si tan sólo pudiera evitarle eso a Rose.
Echando un vistazo por encima del hombro, la vio sentada en la cama, con las
sábanas apretadas contra su pecho.
— Lo siento, Rose.
Se sentó en el borde de la cama, con cuidado le pasó las manos sobre los
hombros.
— Avendale...
Él le sostuvo la mirada.
***
Harry encontró la paz. Eso fue lo que pensó Rose mientras se sentaba en un
taburete junto a la silla donde su hermano había comenzado el viaje para su
descanso final. Había estado sosteniendo su mano durante casi media hora. Por lo
menos el doble de ese tiempo, había llorado en los brazos de Avendale. Tendría que
enviarle un mensaje a Merrick y los otros, pero aún no estaba preparada para
escribir la misiva. No, ella no les escribiría. Se lo diría en persona. Habían querido a
Harry casi tanto como ella. Él los había amado.
— Rose, el forense está aquí — dijo en voz baja Avendale, pero con firmeza.
Asintiendo con la cabeza, se puso de pie, se inclinó y depositó un beso en la frente de
Harry. —No más bultos, mi amor. No más dolor. Pero, cómo serás echado de menos.
— Miró a Avendale. — Debería ir a ver a Merrick ahora.
Mi querida Rose,
Hace algún tiempo todas las noches te he escrito una carta. Por la mañana, si es
que no era necesaria, la rompía. Supongo que si estás leyendo ésta es porque fue
necesaria.
La vida que he compartido contigo ha llegado a su fin. No voy a ser tan egoísta
como para pedirte que no llores, pero espero que también puedas sonreír. Porque he
partido hacia ese hermoso lugar sobre el que siempre hablamos.
Sé que crees que la vida no ha sido amable conmigo, pero lo fue, porque me ha
dado tu amor.
Terminé mi historia, Rose. Ayer por la noche, en las primeras horas. A pesar de
que es realmente nuestra historia, tal vez es aún más tu historia, que es el motivo por
el que quería que el duque la leyera.
Creo que lo amas. También creo que te quiere, aunque no estoy seguro de que
sea un hombre que pueda hacerse eco de esas palabras. Tú no le creerías si lo hiciera.
No sé por qué siempre pensaste que no eras digna de ser amada, mientras que
alguien tan horrible como yo, nunca me he considerado así. Pero siempre tuve tu
amor y pude verme a través de tus ojos. Deseo haber podido hacer lo mismo por ti.
Siempre tuyo,
Harry.
Sin mirar a Avendale, Rose dobló el papel y lo guardó en su bolsillo. Harry estaba
equivocado acerca del amor de Avendale. No había sabido del convenio que había
pactado con el duque.
— Atesoraba su amistad.
— Y yo la suya.
En realidad, no había esperado que se llevaran tan bien. Mirando hacia abajo la
pila de papeles, tocó con los dedos el último.
— Pensé que estaba cerca del final. Me pidió que le devolviera lo que me había
dado. Supuse que quería ponerlo todo junto. ¿Vas a leerlo?
Tomó la primera página, y las lágrimas llenaron sus ojos al leer las palabras.
— Yo no soy perfecta.
— Para él lo eras.
— Sin embargo, te he visto un centenar de veces comerlas con la vista. Cada vez
que entramos al vestíbulo, tu mirada lanza dardos a la pila de tarjetas. Y me he
preguntado: ¿Es la belleza de la bandeja o su contenido lo que te fascina?
Creyó que podía oír cada gota de agua repiqueteando en la fuente. No es que lo
culpara por haberse aburrido de ella. No estaba cumpliendo con su parte del trato,
dándole lo que quería, porque seguramente no querría a la triste criatura en la que
se había convertido.
— Entonces, alegra los corazones de las madres que aguardan esperanzadas la
noticia de que estás en busca de una esposa.— Aunque el suyo dejara de latir al
mismo tiempo.
— No estoy en busca de una esposa, sino más bien de algo que pueda brindarte
un poco de felicidad. ¿Has estado alguna vez en un baile, que no fuera el de los
dragones gemelos?
Le extendió la bandeja.
— Confía en mí, entonces. Sería una gran decepción para él.— Sacudió la
bandeja.
Con eso, se dio la vuelta y se marchó dejándola atónita. Hombre terco. Utilizar
en su contra la excusa del arreglo. Aun así, un hilo de emoción vibró a través de ella,
la sensación de estar viva otra vez. Miró de nuevo la fuente dirigiendo su atención a
la pareja perdida en un abrazo ardiente. Tal vez esa noche también bailaría debajo de
la cascada.
Era extraño sentir lo que la influencia de una persona podía lograr en tan poco
tiempo.
Aunque no sabía por qué estaba sorprendido. No le había llevado mucho tiempo
a Rose ejercer dominio absoluto sobre él. La amaba. Era una emoción que nunca
había pensado poder experimentar, y, a veces deseaba no haberlo hecho, debido el
inmenso dolor que le producía no verla feliz. Sufría cuando la veía sufrir. Pero cuando
sonreía, era como si esa sonrisa abarcaba todo su cuerpo, su ser entero. Haría lo que
fuera necesario para devolverle la sonrisa, incluso si tenía que soportar asistir a un
aburrido baile.
Le había agradado descubrir que había leído con precisión el deseo en su mirada
cada vez que miraba la bandeja de plata. Podía darle una vida increíble, llena de
bailes, cenas y diversión. Sin embargo, sospechaba que para ella un baile sería
suficiente. Luego volvería a anhelar su libertad.
— Necesitaba esta salida, creo — dijo finalmente. — Siento como que puedo
respirar de nuevo, como si el peso opresivo de la pena se estuviera levantando.
Ella se sonrojó.
— He tenido mucha práctica. Sospecho que me has mentido más que a él.
— Sólo cuando era necesario. Pero tienes razón. Siempre he considerado la ropa
como una herramienta, algo que serviría a mis propósitos. Ahora quiero algo que te
agrade. Será una nueva experiencia.
Lo haría, buscando algo para regalarle. Aunque fuera a decírselo. Quería darle
una sorpresa.
— Sospecho que Merrick y los demás tendrán que buscar empleo— dijo
casualmente.
— Sí. Necesito hablar con ellos, explicarles que no voy a poder seguir
cuidándolos. Es hora de que emprendan su propio camino de nuevo, aunque
sospecho que ya lo saben. Harry era quien nos mantenía juntos. Mientras lo
cuidaban, yo estaba más que feliz de velar por sus necesidades. Pero él ya no
necesita más de su cuidado.
— El contrato de arrendamiento de la residencia está pago durante dos meses
más.
Él se encogió de hombros.
Su sonrisa se amplió.
…el pánico la invadió cuando vio a un hombre salir de un coche tirado por dos
caballos, pero mantuvo una expresión neutra con una leve sonrisa. Ni demasiado
grande, ni demasiado pequeña.
— Hay una librería cercana — dijo Avendale. — Esperaré allí y estaré de vuelta
dentro de una hora. ¿Será suficiente?
— Lo que has hecho por Harry, es todo para mí. — En realidad quería decir que
él era todo para ella, pero no podía soltar esas palabras. Podría pensar que era una
mentira, y no quería que pensara que sus palabras de despedida eran una mentira.
— Rose…
— ¿Lo conoce?
— Me pidió que hiciera un vestido de fiesta para una mujer muy pequeña.
Parece tener gustos muy diversos respecto a las mujeres.
Rose no tenía tiempo para negar o confirmar tal acusación. Al mirar por la
ventana, vio al hombre apoyado en una farola estudiándose las uñas. Enderezando
su columna, se plantó frente a la mujer y dijo:
A medida que avanzaba hacia la parte trasera, hizo caso omiso de las mujeres
que cosían y tomaban medidas. La puerta apareció a la vista. Sin vacilar se adentró
en un sombrío callejón. Corrió por él hasta que llegó a una calle, dobló…
— Con la muerte de tu hermano, los otros no fueron tan cuidadosos con sus idas
y venidas a consolarte, además te seguí al cementerio. Una vez que descubrí dónde
estabas, sólo tuve que esperar pacientemente hasta encontrarte sin la compañía del
tío ese. Vives estupendamente, pero ahora eres mía.
***
Mientras Avendale hojeaba libros, se dio cuenta de que no sabía qué tipo de
género prefería Rose. Le hubiera gustado comprarle un libro, pero sospechaba que
sus selecciones se basarían en las preferencias de su hermano. Era mejor una joya.
Algo simple esta vez. Un cameo. Un broche. Una gargantilla. Un anillo.
El coche se detuvo y saltó tan pronto como se abrió la puerta. Entró en la tienda,
sorprendido de no ver a Rose examinando las muestras de tela.
— Sí. Dio a entender que estaba teniendo problemas con su amante. Supuse que
se refería a usted después de ver el beso desde la ventana. Bastante escandaloso por
cierto.
Dio un paso hacia ella, sin saber que le transmitía su expresión, pero la costurera
saltó hacia atrás.
Casi le preguntó por qué, pero la mujer no lo sabría. Pero él sí. Ayúdame a
cumplirle los sueños a mi hermano el tiempo que le queda de vida, después, podrás
pedirme cualquier cosa. Me quedaré contigo todo el tiempo que desees. Incluso se
había ofrecido a firmar con sangre. Se había acercado en su momento de necesidad y
él había sido lo suficientemente tonto como para caer otra vez en sus mentiras. Era
inconcebible, inconcebible que lo estafara de nuevo.
***
— ¿Dónde está ella?
Pero lo sabía. Había leído los escritos de Harry. Tal vez se había fugado para
estar con ese estúpido trabajador de la fábrica en Manchester. Ya sabía que iba a
dejarlo, por eso le dio el beso en la calle fuera del taller de costura. Podía verlo
ahora, en retrospectiva, en su voz, sus ojos. Pensó que había aprendido a leerla, que
nunca podría estafarlo de nuevo. Era una actriz increíble y él era un increíble tonto.
— Si viene por aquí…— ¿Qué haría? ¿Obligarla a quedarse con él? —… dile que
llame a la puerta de servicio en mi residencia, y Edith le entregará sus cosas. No
tendrá que verme. — Y así no tendría oportunidad de pedirle que se quedara.
No había ido a buscar sus cosas. ¿Cómo iba a sobrevivir sólo con la ropa que
llevaba puesta? ¿Por qué no le había dicho que se quería ir? Debido a que había
hecho el estúpido comentario de que iría tras ella si se iba. Debía haberse sentido
prisionera, de luto no sólo por Harry, también por la pérdida completa de libertad, de
elección.
¿Swindler? ¿Qué diablos querría? ¿Un marido para una de sus hijas?
— No estoy seguro de que sea una opción, señor. Dice que está aquí por asuntos
relacionados con Scotland Yard.
— Está bien. Hazlo pasar. — Contó doce segundos antes de que Swindler entrara
en la habitación. — Swindler.
— Su gracia.
— Cuando... ¿cómo?
— Me lo imaginaba.
***
Rose estaba sentada frente a una mesa en una pequeña habitación, sola, con
muy poco más que sus pensamientos, meditando pesarosamente en su vida. Había
sido tan joven cuando empezó a andar en ese camino, que había pensado que podría
atravesarlo con éxito. Tal vez Merrick había tenido razón, y debería haber buscado
otra forma, pero había sido más fácil seguir como había empezado.
Al menos Harry no había sido testigo de su caída. Avendale sin duda creería que
se había fugado. No, no pensaría eso. Él se preocuparía hasta que viera la noticia de
su detención en el periódico. Sin duda sería una noticia para los grandes titulares.
Así, todas las personas que había estafado, caerían como demonios vengativos para
cortar una libra de su carne, sin darle la oportunidad de pagarle a Avendale todo lo
que había hecho por Harry.
Oyó su tono contenido. Ella quería que estuviera enojado, que la odiara. Sería
más fácil para ellos de esa manera.
— Rose…
— No. — Al no sucumbir a sus peticiones, los ojos oscuros que tan a menudo se
habían calentado con pasión cuando la miraba, se volvieron penetrantemente duros.
La mandíbula que tantas veces había besado sobresalía rígida por la ira.
— Sí puedo. Una vez que se les haya pagado, van a retirar los cargos.
Ella se rió.
— Soy una criminal, Avendale. Acéptalo. Déjalo así. Pero tengo que pedirte un
favor.
— No. Si no me vas a dar lo que quiero. ¿Por qué diablos debo hacer algo más
por ti?
— ¿Y luego qué? ¿Seguimos como si nada hubiera pasado? ¿No crees que esto
saldrá en los periódicos? Tinsdale se va a ocupar de ello, de lo contrario los que lo
contrataron para encontrarme, no van a pagarle. Así que tu madre sabrá el tipo de
mujer que ha estado retozando con su hijo. ¿Y tus amigos? ¿Crees que estarán
encantados de saber que una mujer que no tenía reparo alguno acerca de tomar las
cosas y no pagar se sentó en medio de ellos, se rió con ellos, y tomó su dinero?
Quedarán horrorizados, y así debería ser.
— Qué tonto eres. Te juro, Avendale, que has sido mi estafa más exitosa. Dios
querido, probablemente tenías planes de casarte conmigo, has solicitado una licencia
especial.
— No, Rose.
— ¿No qué? ¿Qué no sea honesta contigo? Desde el principio fuiste mi marca.
Te mentí esa primera noche en los dragones gemelos y te he mentido desde
entonces en todo menos sobre Harry. ¿De verdad creías que me iba a quedar
contigo, hacer lo que quisieras, sin importar el tiempo que querías retenerme? Dije
esas palabras, porque sabía que responderías a ellas, al igual que respondiste a mis
caricias Nunca planeé que mi estancia fuera excesivamente larga.
— Estás mintiendo.
— ¿Cómo pensabas pagar por ese taxi? No llevabas los cinco mil contigo.
— No te creo.
— Sea como fuere, son las palabras más honestas que te he dicho.
— Gracias.
Él hizo un gesto brusco antes de salir de la habitación. Con su partida, sintió que
se marchitaba, que las lágrimas que había estado conteniendo empujaban para ser
puestas en libertad. Pero si se ponía a llorar por todo lo que había perdido, temía no
poder parar jamás. Él nunca sabría lo mucho que le había dado, nunca sabría que lo
amaba más que a la vida misma. Nunca sabría lo que le había costado mentir para
alejarlo. No iba a ser una prueba de sangre. Si le daba hasta el último centavo que
poseía, todo los favores adeudados, debía vender su alma al diablo.
Debería alejarse y dejar que se pudriese en la cárcel. Pero no podía porque había
llegado a significar todo para él. La conocía, la comprendía. Sabía que había lanzado
todas esas mentiras en un intento de protegerlo. Eso era exactamente lo que había
hecho. Sabía lo escandaloso que sería para él tener una mujer estafadora a su lado.
— ¿Y ahora qué? — Preguntó Swindler.
***
Silencioso como una tumba, Joseph se sentó en una silla cercana, con las rodillas
casi tocando el pecho.
Merrick asintió.
— La primera noche que cenamos en su casa, no fuimos para ver a Harry, sino
para hacerle saber que Tinsdale nos estaba espiando.
— También queríamos ver a Harry — dijo a Sally, pero Avendale todavía estaba
procesando la revelación de Merrick.
— Pero deberíamos — dijo Sally. — Eres un duque. Puedes hacer que Rose salga
de allí.
— Tengo los nombres de las cuatro personas que han presentado cargos contra
ella. Necesito saber los nombres de los demás que puede haber estafado.
— ¿Por qué? ¿Para que puedas informar a las autoridades de todo y tenga que
pasar el resto de su vida en la cárcel? — preguntó
— Así puedo ofrecerles la restitución de su dinero, les pagaré lo que se les debe
para que no puedan levantar ningún cargo en su contra.
— Oh.— Dijo Merrick, con una expresión testaruda que Avendale pensó que
podría pensar que pasaba por constricción.
— ¿Nombres?
— Bueno, entonces, entre los dos, tal vez podamos obtener todos los nombres y
dónde podría encontrarlos— dijo Avendale. Sacó un lápiz del bolsillo. —
¿Empezamos?
***
— Recoja sus cosas. Es hora de ir — ladró. En una bolsa de tela, Rosa colocó una
toalla, un peine, y una manta. Beckwith le había ofrecido llevarle otras cosas para
hacer su estancia más cómoda, pero ella le había pedido que no. No estaba segura
de que no fuera a expensas de Avendale y el hombre ya había hecho suficiente por
ella. Cogió el libro de Harry. — ¿Es hora del juicio?
— ¿Dónde?
— Pero podría…
Rose apretó los labios con fuerza. Había aprendido bastante rápido que no tenía
absolutamente ningún poder allí. Comía cuando traían su comida, se lavaba cuando
le traían un recipiente con agua. Pero no se quejaba, porque sus transgresiones le
habían llevado a eso. Siempre había sabido que lo harían. La mujer abrió la puerta.
Rose la siguió a través en una habitación más grande. Allí estaba Avendale. Quería
darle un escarmiento, gritarle, decirle que se fuera, incluso cuando quería correr
hacia él, lanzar sus brazos alrededor de su cuello y pedirle que la llevara lejos de eso.
Pero se quedó allí como si se hubiera convertido en piedra, una estatua que podía
colocar en la fuente de su jardín. Parecía como si hubiera perdido peso. Las líneas en
su rostro eran más profundas. Odiaba ser la responsable de su cansancio.
Conscientemente, acarició su cabello, deseando llevarlo recogido en vez de trenzado.
Ese pensamiento absurdo casi la hizo reír histéricamente. No había tenido un buen
baño desde que había llegado. Su vestido estaba sucio. Ella estaba sucia.
Con pasos largos y seguros, se dirigió hacia ella, deslizó su brazo alrededor de su
cintura, y la condujo hacia otra puerta.
— Salir de aquí.
— Pero, el juicio…
Plantándose con firmeza sobre sus pies, logró detener su avance a dos pasos de
la puerta principal que los llevaría lejos de esa locura.
Él la enfrentó.
— ¿Todo?
— Todo. Merrick, Joseph, y Sally me ayudaron a encontrarlos. Tomó más tiempo
de lo que esperaba, pero ahora ya está hecho. Habíamos hecho un trato, tú y yo
¿Cómo diablos piensas que vas a cumplir con tu parte desde el interior de las
paredes de la prisión?
Ella estudió su rostro amado, la seriedad en sus ojos, tal vez incluso una chispa
de ira.
— Avendale…
Ella suspiró.
La primera cosa que hizo fue deshacerse de la ropa para disfrutar del lujo de un
baño de caliente. El agua debía estar muy caliente para ella. Si Avendale no le
hubiera advertido de que cualquier cosa más caliente podría pelar la piel de sus
huesos, habría pedido que fuera aún más caliente.
— Solitaria. Fría, dura. Desagradable. Pero me merecía todo eso y más. — Tomó
un sorbo de vino, y gimió por lo bajo. — Debemos avisarle a Merrick que estoy aquí.
— Ya lo sabe. Podrás verlos a todos por la mañana.— Puso una fresa roja,
madura contra sus labios. Ella dio un mordisco a la fruta suculenta, y gimió de nuevo.
— Todo sabe tan maravilloso, mucho más rico que antes. Nunca daré nada por
sentado de nuevo.
— He pagado por ellas con dinero, Rose. ¿De qué sirve el dinero si no se gasta?
— Pero tuviste que gastar tanto. Yo sé lo que debía. Debe haber costado hasta
tu último centavo.
— Hay algo que quiero que hagas esta noche, no menciones nunca más lo que
me debes.
Ella asintió con la cabeza. Nunca estaría en deuda con nadie más de lo que
estaría con él.
Ella había esperado que llamara a Edith para esa tarea. En lugar de eso, puso el
plato a un lado, se ubicó detrás de ella y la lavó él mismo, masajeando lentamente su
cuero cabelludo mientras lo hacía. Deseó poder eliminar la culpa que sentía por todo
lo que había pasado en su nombre. Quizás ayudaría si le decía que lo amaba, pero
¿creería en ella? Sabiendo lo mucho que le debía, que su deuda con él era ahora una
que nunca podría ser reembolsada, pensaría que estaba soltando palabras sin
sentido, tratando de halagarlo, para otorgarle un falso regalo. ¿Realmente la amaba,
o habían sido palabras dichas al azar? ¿Se habría arrepentido, sobre todo cuando ella
le había dicho cosas tan crueles?
Sus dedos se detuvieron, y la giró hasta que pudo mirarla a los ojos, y esperó.
— Cuando dije que todo había sido un engaño — continuó. — Que había estado
huyendo de ti. Fue una mentira. Cuando estaba saliendo del coche, vi a Tinsdale. En
realidad estaba huyendo de él.
— Por vergüenza. Nunca hablé sobre mi pasado porque no quería que supieras
las cosas horribles que había hecho. Pero ahora lo sabes. No sé por qué no me has
dejado pudrirme en la prisión.
Su boca, su maravillosa boca la tomó con una ferocidad que debería haberla
asustado, pero sólo sirvió para avivar las llamas de su deseo. Cada pulgada de su
cuerpo lo deseaba. Quería tocarlo y probarlo, acariciarlo y lamerlo. Muchas noches
habían pasado pensando en él. Desde el momento en que había esquilmado su
primer caballero, había sabido que finalmente pagaría por sus crímenes, pero
después de haber conocido a Avendale, la dureza de su castigo había parecido
multiplicada por diez. Conocerlo se había convertido en una bendición y una
maldición... y terminó siendo realmente una bendición. Él la había salvado de mucho
más que una prisión. La había liberado de una vida de arrepentimiento cuando se
trataba de Harry. Todos los preciosos momentos que habían compartido, todas las
experiencias que nunca le había dado. Avendale la había rescatado de una existencia
solitaria. La vida con él nunca sería aburrida. Harían el amor apasionadamente a
menudo, violentamente y locamente. Visitarían salas de juego y jugarían a las cartas.
Apostarían entre sí, riendo y hablando. Durante el tiempo que quisiera. Por
desgracia, también sabía que el tiempo que quisiera nunca sería lo suficientemente
largo. Nunca querría dejarlo, nunca querría dejar que se vaya. Disfrutaría cada día,
con el conocimiento agridulce de que ese podría ser su último. Que cualquier
mañana podría despertar y decidir que ya no la quería. Que otra había reclamado su
amor. Algún día. Pero esa noche ella estaba allí. Sus manos mojadas acariciaban su
piel resbaladiza. Las sensaciones empezaron a crecer. Su lengua profundizó en la
aterciopelada cavidad, la reclamó y la conquistó. Podía vencerla tan fácilmente, y sin
embargo, sentía como si fuera su propia victoria. Apartó la boca de la de ella.
— No importa.
Él sonrió.
— Parece que en realidad lo he hecho.— Deslizó sus dedos sobre su cara. — No
es mi intención que pases esta noche muerta de frío.
La ayudó a salir del agua. Su corazón casi se rompió por la dulzura con que
pasaba la toalla sobre su cuerpo. Entonces la levantó en brazos, la llevó al
dormitorio, y la dejó en la cama de manera que apenas agitó las sábanas. A
diferencia de la primera vez que la había tirado allí.
Poco a poco se fue diluyendo ante sus caricias, entonces, presionando sus
hombros, lo instó a darse la vuelta. Tomó sus muñecas, llevó sus manos sobre su
cabeza, y procedió a atormentarlo tal como él había hecho antes. Con besos, golpes
de lengua, y caricias. Ahora estaba mapeando su cuerpo. La extensión de su torso, la
firmeza de sus brazos, la solidez de sus muslos. La dureza tibia de otras partes.
Acariciándolo, sus dedos se cerraron alrededor de su longitud. Magnífico, audaz,
fuerte. Tomándolo en su boca, lo succionó profundamente.
Levantó la mirada hacia su rostro, y vio una mezcla de agonía y éxtasis. Sintió la
presión que su miembro ejercía contra su lengua anticipando el estallido, y observó
mientras él cerraba los ojos apretadamente y echaba la cabeza hacia atrás,
derramándose en su boca, pero ella tragó su esencia y continuó besándolo y
atormentándolo. Mientras estaba presa, había tenido momentos en los que había
pensado en eso, había lamentado no retribuirle tantas veces que le había dado
placer con la boca pegada a su intimidad. Se había preguntado si le gustaría, cómo se
sentiría.
—Ha pasado demasiado tiempo— dijo, tomándola por los brazos. — No puedo
estar un momento más sin ti.
— Te amo.
El placer estalló una vez más. Él gruñó cuando se resistió debajo de ella. La
abrazó con fuerza por la cintura. Ella bajó la cabeza contra su pecho, podía oír el
golpeteo rítmico de su corazón.
Se despertó con la luz del sol que entraba por las ventanas y una cama ausente
de Avendale. Se irguió y lo vio sentado en una silla junto al lecho y dio un suspiro de
alivio.
Ella estudió sus finas ropas: pantalones color canela, su chaleco de brocado de
color marrón, la camisa blanca, la chaqueta negra, su paño de cuello perfectamente
anudado. Algo no estaba bien. Un escalofrío de miedo la recorrió.
— ¿Por qué estás vestido? — Levantó las sábanas un poco para revelar su
cuerpo desnudo. — Vuelve a la cama.
Extendió algo hacia ella. Un pergamino estrecho. Desató la cuerda, que doblaba
hacia atrás el papel para revelar boletos. Los estudió. Pasaje en ferrocarril a Escocia.
Miró a Avendale, sin saber por qué una cólera inexplicable la invadió.
— Dado lo mucho que te debo, esperaba poder servirte por más de una noche.
Quería llorar, gritar, rogarle que no la despidiera. Le había dicho que la amaba.
Ella se había atrevido a mostrarse vulnerable repitiéndoselo. Luego, un frío intenso la
recorrió. La noche anterior no le había dicho que la amaba. Ni una sola vez. ¿Por qué
iba a hacerlo? Durante el tiempo que había tardado para conseguirle la libertad,
había descubierto todos sus secretos, todas sus acciones vergonzosas.
Con la mayor altivez posible, luchando por contener el dolor, inclinó la barbilla.
— En una hora.
***
Salir de esa habitación fue lo más difícil que Avendale había hecho en su vida,
pero sabía que no tenía otra opción, lo había sabido desde el momento en que le
había pagado al hombre que había estafado en primer lugar. Y el que siguió después
de él, y el siguiente, mientras su deuda se iba acumulando cada vez más. Él quería su
amor para toda la vida. Pero no era algo que pudiera pedirle. Maldijo los condenados
tratos. Si se quedaba, siempre tendría dudas de las palabras susurradas en voz baja
en medio de la pasión. No podía vivir con esa incertidumbre, con dudas sobre sus
verdaderos sentimientos. Tampoco podía preguntarle si quería renunciar a la vida sin
preocupaciones que anhelaba. Como su duquesa, tendría más responsabilidades de
las que podía imaginar. Tenía que dejarla ir, renunciar a sus propias esperanzas,
planes, sueños con el fin de garantizar su felicidad. La entendía plenamente ahora, el
sacrificio, el dolor de dejar de lado todo lo que uno quisiera con el fin de asegurarse
de que alguien más pudiera cumplir sus sueños. Era extraño que, con el dolor de la
pérdida también tuviera un poco de alegría al saber que sería feliz. Que no se sentiría
como una esclava. Que alejándola, se aseguraría de que no despertara cada día
sintiéndose en deuda con él.
— No fue nada. — Su voz sonó igual de desinteresada. Pero había pasado toda
una vida dominando el arte fingir.
— Te acompañaré a la estación.
Por un momento, casi fue presa del pánico, pero luego una vez más todas las
emociones se borraron de su rostro.
— Insisto.
A pesar de que las cosas entre ellos eran tensas, todavía quería unos minutos
más en su compañía. Ofreciendo su brazo, se sorprendió cuando ella deslizó su mano
en el hueco de su codo. Sin pronunciar una palabra, salieron de la habitación, por el
pasillo. Era extraño sentir esa tensión natural entre ellos que nunca había sentido
antes. Desde el momento en que se conocieron, incluso si estaba enfadado o irritado
con ella, nunca había sentido ese abismo cada vez mayor. Sabía que en poco tiempo
sería demasiado grande como para superarlo. Era lo mejor. Se dijo que era lo mejor
para ella. En el coche, se sentó enfrente. Si se sentaba a su lado, podría debilitar su
resolución. Ya era bastante duro resistir su fragancia llenando el interior del coche,
provocándolo. Sólo podía ver su perfil, porque estaba mirando por la ventana como
si el paisaje que pasara fuera infinitamente fascinante.
Ella lo miró.
— No sé, pero reconozco que me has dado un gran regalo. Mi vida es una pizarra
en blanco. Voy a sacar ventaja de eso para hacer algo que valga la pena. Tal vez voy a
escribir. Aunque a diferencia de Harry, me gustaría escribir ficción. La verdad es
demasiado triste. ¿Qué vas a hacer tú?
— Volver a los jardines de Cremorne. — Era una mentira. Ir con ella los había
arruinado para él. Siempre la vería allí. Dondequiera que mirase.
Como si fácilmente pudiera darse a otra cuando lo mataba pensar en ella con
otro hombre.
— Deberías hacerlo.
Eso implicaría casarse con una mujer que no amaba, porque no podía imaginar
que alguna vez pudiera amar a otra.
— Gran elogio.
— Es un placer.
— Si alguna vez necesitas algo — dijo Joseph. Necesitaba a Rose, pero no podía
tenerla, no bajo las circunstancias que habían acordado. Incluso con las
declaraciones de amor, las deudas seguirían allí. Dio un paso adelante, su bella,
valiente Rose.
— No esperaba tener que decirte adiós tan pronto. Pero parece que tengo que
hacerlo.
— Se lo prometí a Harry.
Él lo había hecho sin prometerle nada a Harry, pero diciéndoselo sólo retrasaría
lo inevitable. Un silbato sonó.
— Oh, Dios mío. — El tren comenzó a moverse. Ella empujó para ponerse de pie.
— Bajen en la próxima estación.
— Estoy enamorada.
Luego se fue corriendo por el pasillo. Llegó a la puerta, la abrió, y, cuando el tren
tomó velocidad, saltó.
***
— Te amo.
— No. Lo digo porque es lo que siento. Me importa un bledo tu dinero. Algo que
pensé que nunca diría. Podrías ser un indigente. Es cierto que has pagado mi deuda...
Avendale, nunca podré pagarte eso. Aunque viviera mil años. Pero te amaba antes
de que la pagaras. Te amaba antes de que me llevaran detenida. Te amaba antes de
que Harry muriera. Ojalá nunca hubiéramos hecho un trato para que pudieras
creerme. Soy tan hábil para convencer a la gente de mis mentiras, pero no sé cómo
convencerte de la verdad. Te amo con todo mi corazón y toda mi alma. Te amaré
hasta que gaste mi último aliento. Por favor créeme.
— Te hubieras lastimado.
— No, porque tú me habrías atrapado. — Alzándose sobre las puntas de los pies,
lo besó.
— Te amo, Rose.
Sonrió.
— Te quiero mucho. Voy a ser la mejor esposa que cualquier Duke haya tenido.
— Me gustaría mucho, pero les dije a los demás que nos esperaran en la
siguiente estación.
— Rose, la mujer que amo ha aceptado casarse conmigo. No puedo esperar para
decírselo a Merrick.
Ella se rió.
— No creo que vaya a objetarme. Creo que has llegado a gustarle.
— Eres mucho más que eso — dijo ella, pasando sus brazos alrededor de su
cuello. —Eres el hombre que amo.
Epílogo
Suelo leer las palabras finales de la historia que Harry escribió: “Mi cuento debe
llegar a su fin, pero Rose continuará. Aunque no puedo ver el futuro, creo que Rose y
su Duque vivirán felices para siempre”.
Y de hecho lo hicimos.
FIN
Nota de la Autora