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Prólogo

Del Diario del Duque de Avendale

Un oscuro secreto me convirtió en el hombre que soy...

Con eso, está todo dicho.


Capítulo 1

Londres 1874

Podría hacer un buen barullo allí.

Rose intentó no revelar su emoción ante el descubrimiento, aunque dudaba que


alguien pudiera intuir lo que se ocultaba detrás de una sonrisa y unos ojos radiantes
de satisfacción. Todas las damas presentes estaban emocionadas ante la magnífica
muestra de opulencia, lujo y caballerosas indulgencias. El sexo débil, finalmente
podía acceder a uno de los más notorios santuarios masculinos de Londres, y estaban
disfrutando de todo lo que hasta entonces les había sido negado.

El propósito del gran baile que se celebraría esa noche, con entrada
exclusivamente por invitación, era entretener a los miembros actuales y mostrarles a
potenciales futuros clientes todos los beneficios que ofrecía el establecimiento.
Desde su llegada a Londres dos semanas antes, Rose había descubierto que el club
“Los Dragones Gemelos” era la comidilla de la ciudad.

No le sorprendía, ya que había visto a su propietario una media hora antes,


cuando había hecho su entrada a través de una puerta que aparentemente llevaba a
las salas de atrás. Le había llamado la atención porque reconocía en él un espíritu
afín. Pero, ni diez minutos más tarde, había tomado a una mujer en sus brazos y la
había besado de manera completamente inapropiada, justo en el centro de una de
las pistas de baile. En base a su fervor y el entusiasmo de la dama, Rose lo eliminó
como alguien que tuviera el potencial para ayudarla en sus esfuerzos. Obviamente,
los hombres sin compromiso eran mucho menos complicados.

Haciendo caso omiso a los que la observaban pasar, se familiarizó con el entorno
que le serviría como un segundo hogar durante las semanas siguientes. Una parte de
la habitación contenía las mesas en las que se disputarían diversos juegos de azar.
Sospechaba que el día posterior al baile el resto de la habitación luciría muy
diferente, pero esa noche la zona se había convertido en pista de baile. Los enormes
candelabros de cristal proporcionaban una excelente iluminación. El papel a lo largo
de las paredes era de tonos neutrales, ni particularmente masculino ni femenino.

Le hubiera gustado tener la oportunidad de ver el club antes de las reformas que
buscaban el equilibrio entre lo que seguiría siendo de interés para los hombres pero
que a la vez no ofendiera a las mujeres. No tenía dudas de que lo hubiera encontrado
un poco más decadente y mucho más interesante. Pero no estaba allí por los
adornos. Más bien necesitaba conocer la estructura del local y el alma de aquellos de
los que en adelante dependería su existencia.

Paseando por la multitud, sonriendo, aquí y allá a aquellos que habían hecho un
gesto de reconocimiento, con actitud misteriosa, algunos incluso, al día siguiente
jurarían que la habían visto antes, o que eran viejos amigos. Ninguno admitiría que
nunca la había visto antes en su vida. Había dominado el arte de parecer como si
perteneciera a ese mundo, en realidad había dominado muchas cosas.

Al entrar en el salón de las damas, que después de esa noche estaría fuera de los
límites de los caballeros, Rose sabía que no cogería el hábito de frecuentar esa sala,
pero podría visitarla de vez en cuando para cimentar las relaciones correctas.

— Hola.
Volviéndose, Rose se enfrentó a una pequeña mujer con el pelo y los ojos de
color caoba tan oscuro como el alma del diablo. Otro espíritu afín, tal vez.

— Buenas noches— dijo Rose con autoridad, como si todos en la habitación


estuvieran a sus órdenes. El control era imprescindible para ganar el juego, tenía que
ejercerlo en todo momento, a cualquier precio. — No creo que hayamos sido
presentadas correctamente. Soy la señora Rosalind Sharpe.

— Soy la señorita Minerva Dodger.

Ocultando su sorpresa, Rose simplemente arqueó una ceja.

— Es usted muy extraña, mi querida. Una acaudalada mujer soltera.

— ¿Por qué sacar tales conclusiones?

— Yo tenía entendido que sólo la nobleza y los poseedores de riqueza habían


sido invitados a este exclusivo evento. Como no pareces ser de la nobleza, entonces
supongo que serás una joven acaudalada.

La mujer sonrió ligeramente.

— Sí, las invitaciones fueron bastante limitadas, pero el acaudalado es mi padre.


Por no hablar de que era el anterior propietario del establecimiento, cuando su
nombre era Dodgers.

Ah, sí, Rose debería haber reconocido el nombre. Se reprendería severamente


más tarde por no hacerlo. Un resbalón descuidado podría costarle muy caro, daría un
giro nefasto a sus planes.

— Sospecho que debe ser un hombre bastante interesante. Espero poder


conocerlo.
La señorita Dodger miró a su alrededor casualmente, aunque hubo una actitud
de alerta que Rose no pudo dejar de notar:

— ¿Está su esposo cerca?, Preguntó la mujer más joven.

— Soy viuda.

Minerva le sostuvo la mirada manifestando evidente tristeza en las


profundidades de sus ojos oscuros y le dijo:

— Lo siento mucho.

— El ataque de un tigre mientras estábamos de excursión en las selvas de la


India. Pero le gustaban las aventuras. Murió como vivió, y en eso encuentro cierto
consuelo. Hubiera odiado morir de viejo, confinado a una cama.

— Supongo que algún consuelo debe haber en morirse haciendo lo que uno
desea. ¿Eres nueva en Londres, entonces? No quiero entrometerme, pero no estoy
familiarizada con su familia.

— No hay necesidad de pedir disculpas, querida. He estado aquí sólo dos


semanas. Es mi primera incursión en la ciudad.

— Eso es inusual.

— Antes de la India, viví en el norte, una pequeña ciudad que casi no vale la
pena mencionar ya que pocos han oído hablar de ella.— Ninguna parte en la que
había vivido valía la pena mencionar, especialmente porque se arriesgaría a dejar
huellas para cualquiera que pudiera tener un interés en seguir sus pasos. —Creo que
mi abogado fue muy competente al conseguirme una invitación para la aventura de
esta noche. — Estaba segura de eso, de hecho. Daniel Beckwith se había inclinado a
conceder todas sus demandas desde que había entrado en su despacho. Las viudas
que estaban por heredar las tierras de sus maridos eran raras y muy apreciadas. En
base a lo que le había dicho de la finca, fue muy consciente de que podría sacar una
muy buena ganancia por ayudarla. Quería mantenerla más que contenta. —Estoy
eternamente en deuda con él.

— ¿Quieres que te muestre los alrededores?

— No podría soportar abusar de tu amabilidad. Además, tengo algo de


aventurera y prefiero explorar por mi cuenta.

— Pues bien, voy a dejarle para que lo haga a su manera. Espero que disfrute de
su velada.

— Oh, ciertamente me esforzaré por hacer exactamente eso.

La señorita Dodger se despidió entonces, y Rose hizo una nota mental para
preguntarle a Beckwith sobre el padre de la niña. Era muy posible que le resultara
conveniente entablar una amistad con la señorita Dodger, aunque no fuera de la
nobleza. A diferencia de la mayoría de la gente, Rose estaba más interesada en la
riqueza que en el rango. Como el nuevo propietario había abierto el establecimiento
a aquellos que no eran pares del reino, parecía que también valoraba la moneda a la
condición de nacimiento. Un sabio principio cuando uno no podía elegir a sus
familiares.

Algo que ella sabía bastante bien.

Entró en un comedor. Una enorme cantidad de alimentos adornaba los


aparadores que estaban en peligro de desborde. Las personas se sentaban en mesas
cubiertas por manteles de lino disfrutando de la cena. Las luces eran tenues. Las
velas parpadeaban en el centro de las mesas. La sala serviría perfectamente para una
cita romántica. Cenaría allí cuando llegara el momento, en realidad haría unas
cuantas cosas allí.
Ellos le habían permitido la entrada. Su habilidad y astucia le asegurarían poder
aprovecharse de su falta de buen juicio.

***

La mujer de rojo llamó su atención tan pronto como la vio cruzar las puertas de
entrada como si fuera la reina de Inglaterra. Lo sorprendió su magnetismo, ya que
nada en ella era particularmente llamativo.

Mirando desde las sombras del balcón del club Dodgers, Avendale gruñó. “Los
Dragones gemelos”. ¿Por qué demonios Drake había cambiado el nombre que
durante décadas había identificado a ese infierno de juego? No sólo el nombre, sino
casi todo lo demás. A Avendale no le gustaba. No le gustaba ni un poco. En especial
no le gustaba que ahora se les permitiera entrar a las mujeres, que se paseaban por
el local con toda libertad, tal como la dama de rojo estaba haciendo.

Su cabello recogido estaba asegurado con peinetas de perlas, y era de un rubio


claro. No de un vibrante rojizo ni dorado. No era el color lo que le llamaba
poderosamente la atención.

Era su semblante. La elegante curva de su cuello, la forma en que cuadraba sus


delgados hombros como si nunca hubieran conocido el peso de una carga. La forma
en que su vestido abrazaba su figura, moldeada para que un hombre deseara
abrazarse a ella. Ella representaba la perfección, sus pechos turgentes acaparaban las
miradas con sus suaves pendientes. Sospechaba que una buena parte de los
caballeros presentes esa noche recordarían a la dama de rojo durante el desayuno,
pero dudaba que uno solo fuera capaz de describir con precisión las características
de su rostro.
Conocía a la mayoría de las mujeres de la aristocracia. No a ella, lo que significa
que con toda probabilidad, era una de las plebeyas ricas que Drake pensaba incluir
en su club. O una americana. Por lo que había sido capaz de averiguar, todas eran tan
ricas como Creso. Sin duda tenía la apariencia de alguien que no era ajena a los
aspectos más refinados de la vida.

En el salón principal, le había hablado a una sola persona, un lacayo. Poco


después, había desaparecido en las cámaras privadas de las damas. Casi había ido
tras ella, pero no le gustaba sucumbir a esa extraña curiosidad que lo aquejaba. No
tenía dudas de que era simplemente el resultado del creciente aburrimiento de los
últimos tiempos. Su compañero de juerga, el Duque de Lovingdon, había tomado
recientemente a Lady Grace Mabry por esposa, dejando paria a Avendale en sus
correrías. No es que necesitara una compañía masculina cuando tenía mujeres en
abundancia.

Pero a veces era bueno tener a alguien con quien poder mantener una
conversación medianamente inteligente. Una persona con intelecto. Alguien que
apreciara sus bromas obscenas. Las mujeres por lo general tendían a gemir, suspirar
y susurrar cosas sucias en su oído. No es que no disfrutara de ello. Lo hacía. Pero
eran tan parecidas. Rara vez variaban. Oh, su pelo, sus ojos, sus formas eran
diferentes, pero en el fondo eran todas iguales. Excitantes en su cama, pero
terriblemente aburridas fuera de ella.

Sin embargo, la dama de rojo no parecía aburrida en absoluto.

Sabía que un muy privado juego de cartas sin mujeres se estaba celebrando en el
pasillo. Debería estar allí. Era adonde había estado dirigiéndose cuando la había visto
entre la multitud.
Lo había cautivado desde entonces. Incluso cuando no estaba visible, ocupaba su
mente. En general, las mujeres que estaban fuera de su vista, también quedaban
fuera de su mente.

No era muy caballeroso de su parte, de verdad, pero tendía a pasar su tiempo


con mujeres fáciles que no esperaban, y probablemente preferían no ser recordadas.
Evitaba exposiciones en sociedad, excepto en ocasiones como bodas o el evento de
esa noche, que involucraba a los amigos de la familia. Por lo general hacía una
aparición cada tanto para guardar las apariencias, cuando su estado de ánimo no se
asemejaba al de un ogro. Así agradaba a su madre y le daba un par de momentos
para ponerse al día.

Ella estaba muy feliz con su segundo marido, el doctor William Graves. El padre
de Avendale, su primer esposo, había sido una lamentable experiencia.

Se sacudió los recuerdos, alejándolos de su mente. No eran del tipo que le


gustaba examinar. Pero la dama de rojo...

Le gustaría mucho examinar cada pulgada de ella.

***

Sabía que estaba siendo vigilada. Podía sentir la mirada clavada en su espalda, a
la vez que pequeños temblores estremecían y convulsionaban su piel. Los vellos finos
de la parte posterior de su cuello se habían erizado. Sin embargo no mostró ninguna
evidencia de malestar por el escrutinio, aunque en su interior el corazón le latía con
la fiereza de un tambor llamando a la batalla.
Había escuchado a alguien mencionar que un inspector de Scotland Yard estaba
presente esa noche. Pero supuestamente se trataba de un invitado, no de alguien
que estaba buscándola. No había estado en Londres el tiempo suficiente para
disparar las alarmas, ni para que alguien pudiera sospe…

— ¿Champagne?— Preguntó una voz profunda detrás de ella.

Le encantaría beber algo, pero necesitaba seguir concentrada y con la mente


despierta. Girando para declinar la oferta del lacayo, se quedó anonadada.

El hombre que le extendía la fina copa de cristal sin duda no era un sirviente.
Cada poro de su cuerpo exudaba nobleza, aristocracia, prerrogativa. Cada costura y
cada hilo de exquisita tela que envolvía su magnífica figura gritaban su acaudalada
posición. Los ojos oscuros que la evaluaban descaradamente, hicieron que los vellos
de su nuca se erizaran una vez más. Su mirada poseía una intensidad que le resultaba
un poco inquietante, al punto de que temía que pudiera ver a través suyo.

Pero si pudiera hacerlo, ya habría exigido la presencia del inspector que andaba
por ahí, y no estaría ofreciéndole champagne. No estaría comiéndola con los ojos
como si estuviera tomando medida de cada curva, adivinando que ocultaba cada
protuberancia.

Si tuviera que adivinar el título de ese hombre, diría que era un duque. Exhibía
poder e influencia como si fuera una segunda piel. Muy bien podría conformarse con
un duque.

Le ofreció la más seductora y sensual de sus sonrisas.

— Estoy sedienta, aprecio muchísimo que te hayas acercado a cumplir mis


deseos. Gracias.
Envolviendo sus dedos enguantados alrededor del pie de la copa, se aseguró de
que sus dedos tocaran los de él por un momento. Sus ojos se abrieron un poco, y la
esquina de su deliciosa boca se elevó casi imperceptiblemente. Cualquier otra
persona no se hubiera dado cuenta, pero ella se había entrenado para discernir hasta
los detalles más pequeños. La gente comunicaba mucho más con sus cuerpos y
expresiones faciales que con sus palabras.

Tocó el borde de su vaso con el suyo.

— Por una noche interesante.

Mirándolo por encima de la copa mientras bebía lentamente, observó que él


hacía lo mismo. Nunca se había sentido tan intrigada por un caballero. La mayoría la
lisonjeaba hasta el hartazgo con cada uno de sus movimientos para llamarle la
atención. Él era más cauto, más evaluativo. Sería todo un reto, pero si estaba en lo
cierto acerca de su posición, estaba más que dispuesta a darle la bienvenida. Se
lamió los labios, con satisfacción logrando que sus ojos castaños se oscurecieran. No
era tan hábil como ella para disimular.

— ¿No es más bien escandaloso que un caballero se acerque a una mujer que no
conoce sin alguien que pueda hacer las presentaciones?— Preguntó.

— Yo no sé ser otra cosa más que escandaloso.

— ¿Debo tener cuidado? ¿Mi reputación está en riesgo?

— Depende de su reputación. Teniendo en cuenta que llegó sin acompañante,


asumo que su reputación es de poca importancia para usted.

Así que la había visto llegar, entonces había estado observándola durante un
buen rato. Casi tres cuartos de hora. Era una buena señal que hubiera logrado
mantener su interés durante tanto tiempo.
— Soy viuda. No necesito un acompañante.

— Mis condolencias por su pérdida, aunque parece que ya no está de luto.

Ella no dejó de notar la manera en que su mirada cayó sobre los montículos de
su pecho. Los hombres se sentían mucho más atraídos por ellos que por su cara, a la
que no le faltaba belleza. Pero servía a su propósito, ya que por admirar sus senos
rara vez se percataban de la astucia implícita en sus ojos.

— Ya han pasado dos años. Estábamos explorando las selvas de la India, cuando
fue atacado por un tigre. Terriblemente horripilante. — Se estremeció visiblemente,
asegurándose de que se distrajera por la carne temblorosa de sus pechos. Los
hombres eran tan fáciles de manipular. Debería estar avergonzada, pero había
aprendido hacía mucho tiempo que uno no debía arrepentirse de lo que se veía
obligado a hacer para sobrevivir. — Ya no quiero pensar en ello.

Tomó otro sorbo del excelente champagne, permitiendo que su mano temblara
ligeramente.

— Me temo que necesito una distracción. Ha sido estupendo conversar con


usted, pero me gustaría visitar el salón de caballeros. Según me han dicho, después
de esta noche, las damas ya no serán recibidas allí. Quiero ver lo que se nos negará
en el futuro.

— Te acompaño.

— Seguramente usted tiene una esposa en algún lugar que no apreciaría sus
atenciones hacia mí.

— No tengo esposa. Ni prometida, ni amante. No tengo ningún interés en las


relaciones de carácter permanente.
— No puedo culparlo. Después de haber pasado por ese estado, me siento de la
misma manera.

Él ofreció su brazo.

— Entonces estamos de acuerdo.

Ella puso su mano en el hueco de su codo y se encontró con unos músculos


firmes que hablaban de un hombre que conocía la actividad física. Su cabeza apenas
le llegaba al hombro. Era un hombre imponente, grande y regio. Pero era algo más
que sus rasgos físicos lo que le hacía parecer poderoso. Sospechaba que si su altura
no se elevara más allá de sus rodillas, aún así dominaría su entorno. Hacía
empequeñecer todo a su alrededor. No recordaba haber conocido a un hombre que
manifestara tal supremacía.

Mientras caminaban, no pudo hacer otra cosa más que seguirlo con confianza a
través de la sala. Saludó a unos pocos, pero fue tratado con deferencia.

— Su gracia.

— Avendale.

— Duque.

Había tenido razón sobre su título. Se preguntó cuántas propiedades habría


heredado. Basándose en la excelente confección de su frac negro, junto con el
pasador de piedras preciosas que trababa su corbata y que valía el rescate de un
príncipe, seguramente su fortuna sería considerable.

Llegaron a una habitación que era mucho más oscura que cualquiera de las otras
que había visto. Las paredes estaban empapeladas con ricos tonos burdeos y el
mobiliario era imponente. Una enorme chimenea dominaba una de las áreas de
descanso. Las vitrinas exhibían un surtido de licores que lacayos de librea servían con
generosidad.

Ella terminó su champagne y dejó la copa en la bandeja de un lacayo que


pasaba. El hombre a su lado, Avendale, hizo lo mismo. No le gustaba notar que
parecía pertenecer allí más que a cualquier otro lugar, estaba hecho para el
libertinaje. Se sentía cómodo con su entorno, brillaría en la sala de juegos tanto
como en el dormitorio. Estaba bastante segura de eso. Incluso en las sombras, se
destacaría, conquistándola sin que pudiera emitir un solo gemido de protesta.

— ¿Te apetece algo más?— Preguntó.

Sonrió como un lobo, y por un momento temió que pudiera leer todos sus
pensamientos. Un escalofrío la recorrió antes de que entendiera su significado. La
había distraído. Normalmente mantenía la cabeza fría en presencia de los hombres,
incluso de los más guapos. O tal vez le estaba dando demasiado crédito, sólo había
sorbido el champagne demasiado rápidamente haciendo que su mente se embotara
por un momento.

— ¿Está permitido?— Preguntó inocentemente.

— Por supuesto. Ese es el propósito de Darling al reestrenar el club, poner a


disposición de las damas toda clase de vicios. Pero ¿no sería mucho más agradable si
no estuviera permitido?

Le sostuvo la mirada y se sintió confundida sobre si en verdad estaban hablando


del licor. Las cosas no permitidas por lo general eran más agradables. ¿Cómo sabía
que eso era lo que prefería? ¿Lo que le atraía en extremo? Lo prohibido siempre era
más atractivo. Sospechaba que muchas de las damas pronto se preguntarían por qué
habrían armado tanto revuelo con la privacidad del club ahora que podían atravesar
las puertas cada vez que deseaban.
— ¿He oído mi nombre pronunciado en vano?— Preguntó una voz profunda.

Saliendo de una puerta lateral, se encontró cara a cara con el hombre al que
había visto besar a la mujer en la pista de baile. Esa mujer estaba radiante de
felicidad e inapropiadamente aferrada a su brazo. Pero entonces decidió que en un
lugar como ese nada era totalmente inapropiado. En definitiva esa era la
particularidad que más le interesaba.

— He estado pronunciando tu nombre en vano desde que se te ocurrió esta idea


espantosa de permitir el ingreso de mujeres en nuestro santuario — dijo Avendale,
claramente disgustado.

— Sin embargo, aquí estás, caminando del brazo de una de esas damas— dijo
Drake Darling. — ¿Vas a presentarnos?

— Me temo que aún no hemos sido presentados. — La mirada de Avendale pasó


por encima de ella. — Los nombres no son importantes para mí.

Así que sólo tenía un interés temporal en ella. Tal vez sólo por esa noche. Una
cita, algo pecaminoso. Se sintió lo suficientemente insultada como para tomar la
ofensiva, pero no tanto como para pasar por alto el halago. Sin embargo, había sido
entrenada para ocultar sus emociones. Sería mucho más satisfactorio hacerle pagar
por su arrogancia más tarde. Ah, y cómo lo pagaría. Apenas podía contenerse, pero
la espera le proporcionaría una venganza mucho más dulce.

— Mis disculpas, señor Darling— dijo en voz baja. — Yo soy la señora Rosalind
Sharpe.

Arqueó una ceja oscura y preguntó:

— ¿Sabes quién soy?


— Recibí una invitación en su nombre. Hice averiguaciones apenas llegué y
alguien me lo señaló. Tenía planeado presentarme ante usted de inmediato pero
parecía bastante ocupado. — Sonriendo, hizo todo lo posible para ruborizarse, y miró
a la mujer a su lado.

— Sí, estaba muy ocupado— admitió.

— Te das cuenta de que vas a tener que casarte con lady Ofelia…— dijo
Avendale —…después del espectáculo que diste.

Rose luchó para no mostrar su sorpresa de que un plebeyo hubiera conquistado


a un miembro de la nobleza.

— Lo haré con mucho gusto. Y estoy siendo grosero. Lady Ofelia Lyttleton,
permítame presentarle a la señora Rosalind Sharpe.

— Un placer— dijo lady Ofelia.

— El placer es todo mío, milady. Espero que podamos tener la oportunidad de


conocernos mejor — dijo Rose. — Estoy fascinada con el lugar. Puedo verme
pasando un tiempo considerable aquí.

— Estoy segura de que voy a pasarme por aquí de vez en cuando, pero en el
futuro inmediato estaré muy ocupada organizando nuestra boda. — Miró a Drake
Darling con adoración, y Rose se desprendió del pequeño brote de envidia. El amor
no era para ella y lo tenía muy claro.

— Si nos disculpa— dijo el señor Darling— tenemos que terminar de hacer las
rondas.

Sus brazos entrelazados, se desviaron.

—Otro que cayó— dijo Avendale sombríamente.


Rose lo miró.

— Ustedes parecen ser amigos, lo que me sorprende considerablemente. Él es


un plebeyo, y basándome en la manera en que la gente te saludaba al pasar, tú eres
duque.

Se encogió de hombros lacónicamente.

— Nuestras familias comparten hechos del pasado y una profunda amistad.

— Eso hace que sea aún más extraño.

— Somos una mezcla de plebeyos y nobles, demasiado complicado de explicar


con pocas palabras. No estoy de humor para hilvanar palabras, pero sí para beber. —
Cogió dos vasos que contenían un líquido de color ámbar de un lacayo que pasaba y
le ofreció una. — Algo más fuerte que el champagne.

— Gracias. — Dijo tomando un pequeño sorbo. — Excelente brandy.

— Una mujer que disfruta de las cosas buenas.

— Oh, sin dudas. — Miró a su alrededor. — Así que dentro de esta sala, los
hombres beben, fuman, leen y conversan. ¿Dónde juegan a las cartas cuando no
desean mostrarse civilizados?

Señaló con la cabeza hacia el fondo de la sala.

— Una puerta oculta los lleva a otra habitación donde se juega tranquilamente,
sin damas que puedan ver cómo despilfarran horriblemente sus fortunas en el juego,
y lo mucho que pueden perder sin pestañear.

— No me pareces alguien acostumbrado a perder.

— No hace falta que me halagues, señora Sharpe. Ya tienes toda mi atención.


— Pero ¿por cuánto tiempo sin adulación?

Él se rió entre dientes.

— Hasta que me aburra. Y la adulación me aburre.

— Bueno, entonces, sin más preámbulos, me gustaría terminar mi recorrido por


el lugar. Te invito a que me acompañes, pero que lo hagas o no tampoco es algo que
me importe. — Podría ser tan fría y distante como deseara. La había tratado como si
no anhelara adulación y eso la dejó un poco trastornada, nunca antes había tratado
con un hombre que no reaccionara a la lisonja.

Le mostró la sala de juego que era sólo para hombres. Era muy parecida a la
anterior: oscura y ominosa. Masculina. Hablaba de poder y riqueza. ¡Cómo le
gustaría ser una mosca entre esas paredes!

En silencio la escoltó de vuelta al salón principal. Pero era un hombre que se


comunicaba sin necesidad de palabras. Con un toque en la parte baja de su espalda,
en el hombro. Caricias ligeras y rápidas, pero con cierto aire de posesividad implícita
en cada una de ellas. No era completamente inmune a sus encantos. Simplemente se
estaba esforzando para no ser presa de su encanto.

— Baila conmigo— dijo.

Sus palabras la sorprendieron. Interiormente se maldijo por haber perdido la


compostura por un momento, y dejar que la tomara con la guardia baja.

— No estoy segura de por qué, pero no pensé que fueras uno de los que gustan
del baile.

— Normalmente, no lo soy, pero mi madre gastó una fortuna en mis lecciones.


Debo ponerlas en práctica alguna que otra vez. ¿Preferirías bailar aquí o en el salón
de baile?
— ¿No hay una habitación específicamente preparada para el baile? No me
gustaría perder…

— Algo me dice que no te perderás mucho.

Tampoco él. Consideró darle excusas, dejándolo ahora antes de que las cosas
fueran demasiado lejos, antes de que no pudiera pensar con claridad, pero había
pasado un largo tiempo desde que alguien le había intrigado. Él era misterioso.
Basándose en las pocas personas con las que se había detenido a hablar, sospechaba
que no era conocido por meterse en asuntos ajenos ni por compartir los suyos.
Podría aprovechar su tendencia a la privacidad.

— Me gustaría ver el salón de baile— dijo.

— Si tengo que ir tan lejos para bailar, tendrás que concederme dos.

— Eso sería bastante escandaloso, ¿no?

— Estás más allá del bien y del mal. Sospecho que el escándalo no te asusta.

— En honor a la verdad trato de evitarlo, pero no he bailado en años, no desde


la muerte de mi marido— se sintió obligada a decir. Envolviendo su mano alrededor
de su brazo, le ofreció una sonrisa encantadora, para que se sintiera el único hombre
en la habitación digno de su atención. — Llévame.

La condujo a través de habitaciones y pasillos, captando miradas especulativas y


las cejas levantadas. Atraer la atención le ofrecía cierta ventaja, pero no en demasía.
Una mujer era más apreciada por mantener un aire de misterio a su alrededor.

El salón de baile era magnífico. Arañas de lámparas brillantes. Espejos en las


paredes. Un balcón con una orquesta de al menos una docena de integrantes. Lirios
emitiendo su fragancia dulce en el aire. Ah, sí, Drake Darling se había esmerado en
proporcionar un lugar fabuloso para que los nuevos ricos socializaran con la nobleza.
Hombre astuto. Había dispuesto todo lo que ella buscaba en un lugar conveniente.
Tendría que enviarle una nota de agradecimiento cuando llegara el momento.

— Pareces impresionada— dijo Avendale.

— Aprecio la elegancia. — Y era importante que recordara cada detalle. Debería


plasmarlos en papel cuando regresara a su casa. —Tendré que hacer algo similar con
mi salón de baile. Necesita un toque más elegante.

— ¿Usted tiene un salón de baile?— preguntó, y ella oyó la sorpresa en su voz.

— Mi esposo, que Dios lo tenga en su santa gloria, me dejó bastante bien


acomodada. Pensaba que sería lo suficientemente inteligente como para discernir
que soy una mujer económicamente independiente. ¿Cómo si no podría haber
obtenido una invitación?

— Es cierto. No estaba pensando. Me olvidé que Darling, tiene ciertos requisitos


que sus miembros deben cumplir. Por lo menos para mantener fuera a la plebe. —
Asintió con la cabeza señalando el centro de la habitación.— ¿Bailamos?

— Por supuesto, encantada.

Con una suavidad que hizo galopar su corazón, la condujo hacia las parejas de
bailarines. Se dio cuenta un poco tarde que bailar el vals con él sería un error. La
abrazó firme y posesivamente. Sí, podía ver el peligro ahora. Era un hombre
acostumbrado a adueñarse de lo que deseaba.

Sus oscuros ojos no se apartaron de ella, dejándola muy consciente de su


descarado escrutinio. Cada hebra de cabello, cada pestaña, cada rubor fueron
meticulosamente examinados. A su vez pudo inferir que ni un mechón de su cabello
castaño oscuro estaba fuera de lugar. A veces, cuando brevemente la luz se reflejaba
en los gruesos mechones percibía ciertas tonalidades rojizas en ellos, pero el tono
oscuro era predominante. Sospechaba que la oscuridad dominaba todos los aspectos
de su vida.

Nada en él parecía ligero o libre de preocupaciones. Todo era intenso. Mientras


que otros hablaban y sonreían a sus compañeras, él se limitaba a estudiar cada una
de sus líneas y curvas. Se dio cuenta de que prefería las curvas. Estaba acostumbrada
al reconocimiento masculino. Su pecho era su mejor activo, y hacía grandes
esfuerzos para demostrar que lo era. Hacía mucho tiempo que se había quitado el
manto de la timidez.

Su rostro tenía carácter y firmeza. Nunca sería considerado hermoso, y sin


embargo había una gran belleza en la rotundez de sus características. Guapo, varonil.
Atractivo. La atraía de manera tal que ningún otro hombre jamás había conseguido
emular.

Eso lo hacía muy peligroso. Siempre había erigido muros entre ella y los
hombres. Los utilizaba, luego los descartaba. No creía que ese hombre pudiera ser
fácilmente desechado. Tenía que escapar lo antes posible, mientras pudiera. Se
sentía demasiado atraída por él. Eso no ayudaría en absoluto a sus planes. No era el
indicado.

Las cepas finales del vals flotaban en el silencio.

— Fue encantador— dijo ella. — Gracias. Te dejaré para que puedas disfrutar el
resto de la noche.

Sus ojos se estrecharon.

— Pensé que habíamos acordado dos bailes.

— No quiero hacerle perder el tiempo.


— No hay nadie más con quién prefiera perderlo. ¿Acaso alguien está
esperándote?

Debería decir que sí. Pero entonces, sin duda pondría un ojo sobre ella para
discernir quién era el destinatario de su atención. No quería que estuviera
observándola. Mejor darle un poco más de tiempo esa noche y luego seguir
adelante.

— No.

— Entonces bailemos.

La música comenzó. Otro vals. ¿Acaso la orquesta no sabía tocar nada más que
valses? Su piel estaba ansiosa por darle la bienvenida a la presión de sus manos. Sus
efímeras caricias provocaban intensos temblores en su vientre. Era a la vez
desconcertante y emocionante tener esas reacciones debido a su cercanía. ¿Qué
había en él que le afectaba de esa manera? Era más que su hermoso rostro, algo
profundo dentro de él que despertaba algo en ella, algo que había estado latente, y
que ahora quería salir a la superficie. Necesitaba una distracción de esos
pensamientos inquietantes.

— ¿Cuál es la procedencia de tu ducado?— Preguntó.

— Cornualles.

Sí, podía ver eso. Lo imaginaba parte de la escarpada costa. Tal vez incluso fuera
descendiente de piratas. Bien podía imaginarlo robando y saqueando su patrimonio.

— No eres de los que gustan de una conversación, ¿verdad?— Preguntó.

— No, con palabras no. Yo prefiero otros medios de comunicación, sobre todo
cuando una mujer está involucrada en el asunto.
Estaba perdiendo su ventaja con él. No sabía cómo recuperarla.

— Ese tipo de comunicación es demasiado superficial. No hay profundidad a una


relación de esa naturaleza.

— Sólo hay una clase de profundidad que me interesa. — Sus ojos ardieron con
la insinuación y casi tropezó.

Estaba fuera de su elemento con él. No iba a ser fácil de manipular. Pero algo
dentro de ella anhelaba aceptar el reto. Las cosas se habían vuelto demasiado fáciles
últimamente. Estaba aburrida. No se había dado cuenta hasta ese momento. No
había vida sin emoción y últimamente ella se limitaba a existir. Pero él le
proporcionaba una chispa vital. Le interesaba. Intuía que podía tener secretos tan
oscuros como los suyos. Descubrirlos sería un reto, uno que podría llegar a jugar a su
favor.

— Me ofendes con tu insinuación — dijo.

— Si eso fuera cierto, me habrías abofeteado. Eres viuda, no una señorita


inocente. Las doncellas no me interesan en lo más mínimo, porque son ingenuas. Yo
prefiero una mujer experimentada.

— ¿Y tú juzgas que yo soy experimentada?

— Me intrigas, Rosalind.

— Te estás tomando demasiado libertades con tu informalidad.

— Creo que tus protestas son falsas. ¿Quieres que me tome libertades?
Seguramente tendrías una rabieta. — Entrecerró los ojos.— No, tú no eres capaz de
algo así. Creo que me lo harías pagar de otra manera.
Oh, sí, tenía razón. Sin duda le haría pagar por otros medios. Aún podría hacerlo.
Pero por ahora mejor concentrarse en su papel.

— Me pareces igual de intrigante, excelencia, pero me temo que he estado


demasiado tiempo lejos de la escena social. Mis habilidades para mostrarme tímida
son tristemente deficientes.

— No necesitas actuar de ninguna manera conmigo. Yo prefiero la honestidad.

— Entonces te diré que me siento atraída hacia usted, aunque no estoy segura
de que sea sabio de ninguna de las dos partes.

— Pero podría ser agradable.

No tenía ninguna duda de eso. No era un hombre que careciera de confianza. Le


podría hacer pasar un buen rato, pero sabía demasiado poco acerca de él. Su
propósito esa noche allí no era otro que acumular muchos admiradores. Y Avendale
la estaba distrayendo de sus planes.

El vals llegó a su fin, pero no la soltó de inmediato. Sólo la sostuvo


escandalosamente cerca, lo que le permitió mantenerla abrazada como si no hubiera
nadie que pudiera verlos, nadie que pudiera hacer correr el chisme sobre su
conducta inapropiada. Si ella fuera una joven de diecinueve años, con un padre o un
hermano que la respaldaran, se encontraría comprometida antes de la medianoche.

— ¿Qué más hay que ver aquí? — Preguntó.

— Yo creo que lo has visto todo. Tal vez nos hemos quedado sin excusas para
quedarnos.

¡Cómo se sentía tentada a aceptar su invitación, para ir con él dondequiera que


la llevara! Pero había planeado su jugada durante demasiado tiempo como para
volverse imprudente justo ahora.
— Pude ver un balcón oculto en un rincón del salón principal. — Sospechaba que
desde allí la había observado antes. — Me gustaría mucho verlo. ¿Cómo se llega
hasta allí?

— Se debe poseer la llave de ingreso.

Ladeó la barbilla.

— No tome esto como una adulación, excelencia, sino más bien como una
apreciación personal. Me pareces la clase de hombre capaz de poseer esa llave.

Ciertamente poseía la llave. Sin duda sería prudente llevarla hasta allí, ya que
quería hacerle cosas que se disfrutaban mejor en las sombras. Había sombras en
abundancia en el balcón, y sus pasiones estaban contenidas por una correa
demasiado débil. No era una señorita inocente, recientemente presentada en
sociedad. Era viuda. Tenía que conocer a los hombres, tenía que saber que estaba
con ella en ese momento debido a su deseo de conocerla en el sentido bíblico. Sin
culpa para ceder a sus deseos.

Pero no era exactamente lo que parecía. De eso estaba bastante seguro. Se


había pasado toda la vida evitando enredos y relaciones. Nunca miraba debajo de la
superficie de una mujer, pero algo en ella le instaba a explorar un poco más allá de lo
superfluo.

No era americana como se había imaginado al principio. Su discurso era


refinado, con acento británico, de vez en cuando dejaba oír una cadencia extraña,
como si estuviera actuando y se olvidara por un momento su papel en la obra.

Ese aspecto le intrigaba, pero no era motivo de alarma. No quería nada


permanente. Simplemente quería explorar todo lo que había debajo del vestido rojo.
Sus manos abarcarían su cintura. Sus pechos desbordarían de sus palmas ahuecadas.
La guio a través de la multitud que aumentaba a medida que pasaban las horas.
¿Cuántas invitaciones habían sido enviadas? Dudaba que volviera a jugar allí después
de esa noche. El club ya no sería tan exclusivo como había sido. Debería encontrar
otros lugares más oscuros en los que dar rienda suelta su vergüenza y su ira.

Llegaron a la puerta que daba a los pasillos donde se encontraban las oficinas y
las salas que proporcionaban entretenimiento privado. Extrajo la llave del bolsillo del
chaleco, y se la extendió.

Ella le dirigió una maliciosa y encantadora sonrisa, llena de picardía y


atrevimiento. Le gustaba hacer cosas incorrectas. Antes de que la noche terminara,
anticipaba que harían muchas cosas inapropiadas.

Insertó la llave, giró el pomo y abrió la puerta. No dudó ni un segundo antes de


entrar y pasarle la llave de nuevo. Después de cerrar la puerta, una vez más le ofreció
el brazo.

— Todo aquí parece más antiguo — dijo.

— Darling no se molestó en restaurar esta parte, cosa que me alegra. Hay algo
reconfortante en lo familiar. Ha sido así durante décadas.

— No tienes edad suficiente para haber estado visitando este lugar durante
décadas — dijo.

— Empecé muy joven. — A pesar de que tenía razón. Lo había visitado por sólo
un poco más de una década. — Conozco su historia. Es legendaria. Las escaleras que
conducen a la terraza están aquí.

Con la mano en la parte baja de la espalda, la guio hasta las escaleras y por el
corto pasillo que terminaba en el balcón.
— Siempre y cuando te quedes detrás de las cortinas, no podrás ser vista— dijo
en voz baja. — Las sombras sirven de cubierta.

Ella se inclinó un poco hacia adelante y miró a los invitados.

— ¿Es aquí donde te encontrabas cuando me divisaste? — Preguntó casi en un


susurro.

Él se acercó por detrás, separado solamente por un milímetro de su cuerpo.

— Sí.

— Es extraño, pero sentí tu mirada en mí.

— Tal vez fue alguien más.

— No, estoy bastante segura de que fuiste tú. Tienes esa intensidad en la
mirada. ¿Cuán a menudo vienes aquí a contemplar a los de abajo?

— Darling lo hace. Le gusta ver el dinero que entra. Dodger, el dueño anterior,
también lo hacía así. — Se quitó los guantes, los metió en los bolsillos de su abrigo, y
pasó un dedo desnudo por su nuca. Ella se estremeció por la caricia. — Yo
simplemente estaba tratando de determinar si valía la pena bajar.

— ¿Qué habrías hecho si no hubieras ido abajo?

— Se realizan juegos privados en una de estas habitaciones. Hay mucho dinero


apostado, pero los que juegan son personas selectas. — Apretó los labios contra la
unión del cuello y el hombro.— Debes ser consciente que empleo cualquier medio a
mi alcance para conseguir lo que quiero.

— Suena cruel, excelencia.


— Eso es demasiado amable. Te deseo, Rosalind. Tengo ganas de ti desde el
momento en que entramos por la puerta. Hay habitaciones aquí. Podemos hacer uso
de ellas. O te puedo llevar a mi residencia.

— No soy tan fácil de convencer.

— ¿No?

Ella se volvió hacia él.

— No.

— Estoy dispuesto a demostrarte lo contrario.

Tomó su boca como si fuera su dueño.

No debería haberse sorprendido de que tomara ventajas de las sombras. Sabía


que estaba jugando con un hombre que era mucho más atrevido de lo que su barniz
civilizado mostraba.

Sin embargo, se sorprendió por su reacción a la boca generosa que la cubrió,


dándole la bienvenida.

Plenamente consciente de sus brazos rodeándole la espalda y la presión de su


cuerpo contra los duros planos de su pecho, debería haber protestado. En cambio, se
entregó a su curiosidad y al flagrante deseo que había mantenido a raya durante
tanto tiempo. No podía recordar la última vez que había tomado algo que realmente
quería, algo que deseaba para sí misma.

Algo que sin duda la llenaba de placer ahora.

Metió los dedos entre su cabello grueso, lamentando llevar puestos los guantes.
Degustando la riqueza del brandy de su lengua, suspiró con pesar por no tener más
licor para beber. A medida que el placer la recorría, lamentó no ser libre.
Con ese pensamiento, la culpa la envolvió. No estaba resentida por no estar libre
de ataduras. La libertad costaba un precio que aún no estaba dispuesta a pagar.

Se obligó a alejar todos esos pensamientos y se concentró en ese momento.


Siempre era mejor centrarse en el presente. El movimiento de su lengua era
persuasivo. Sus grandes manos acariciaban su espalda, su trasero, subiendo a lo
largo de su cadera, apretando su cintura, y descansando justo debajo de sus pechos.
Sintió el roce de su dedo pulgar bordeando la parte inferior. Debería haberse
horrorizado. Debería haberlo golpeado.

Pero una mujer no maduraba sin anhelar las cosas que le eran desconocidas. No
era reacia a los besos, pero este hombre estaba haciendo mucho más que presionar
sus labios contra los de ella. La poseía, marcándola como suya. Siempre recordaría su
sabor, su fuerza, su fragancia.

Sándalo y bergamota. Oscuro y rico.

Recordaría haberse puesto de puntillas para dar la bienvenida a su boca. Su


profundo gruñido retumbando dentro de los pequeños confines de la terraza. El
vértigo. Las sensaciones arremolinándose a su alrededor.

Arrastró su boca a lo largo de su cuello hasta el punto sensible justo debajo de la


oreja.

— Nunca lograremos llegar a mi residencia — dijo con voz áspera.— Hay una
sala vacía a sólo unos pasos por el pasillo.

— No. — dijo ella demasiado bajo. No debía haberla oído porque empezó a
mordisquear el lóbulo de su oreja. Estuvo a punto de caer al suelo por el placer
absoluto que sintió. Podía tomarla allí mismo si insistía. — No— dijo con más
firmeza.
Respiró con dureza, se echó hacia atrás, inmovilizándola con los ojos oscuros.

— No tienes ninguna virtud a la que debas proteger.

— No soy una mujer sin moral. No caigo en la cama con un hombre simplemente
porque él me desea.

— Tú deseas lo mismo. Tus gemidos y suspiros son prueba de ello.

— Desafortunadamente, la vida no siempre nos concede nuestros deseos. He


estado ausente de la fiesta demasiado tiempo. Tengo que volver para que no
empiecen los rumores.

Él curvó la mano alrededor de su cuello y le acarició la mandíbula.

— No me pareces una mujer que se preocupe por los rumores.

— Me preocupo por las oportunidades que esta noche me ofrece. — No podría


haber dicho palabras más sinceras.— Estoy aquí para conocer gente, para integrarme
a la Sociedad. Para ser aceptada y acogida. Sería imprudente de mi parte arriesgar
todo por una noche de placer.

— Prometo que valdría la pena.

No tenía ninguna duda, pero el precio era demasiado alto para sus planes, y muy
posiblemente para su autoestima. Tener que alejarse después... siempre era la que
tenía que alejarse, la que tenía que decidir cuando era hora de partir. Tragando
saliva, alejó la tentación que la poseía.

— Buenas noches, Su Gracia.

Había dado apenas dos pasos cuando su mano grande la tomó del brazo, le dio la
vuelta, y de nuevo tomó su boca. Con la suficiente habilidad como para hacerle
olvidar sus responsabilidades, sus funciones. ¿Qué daño podría causar si sólo una vez
en su vida hacía algo para sí misma? ¿Si se permitía algo que anhelaba?

Separando su boca de la suya, empujó sus enormes hombros, tambaleándose un


poco hacia atrás.

— No.

Sus ojos eran tan intimidantes como su boca.

— Usted ha estado jugando conmigo toda la noche, señora Sharpe. No pensarás


que voy a dejar que te vayas sin hacer mi mejor esfuerzo para convencerte de que te
quedes.

Otro beso avasallador, maldito sea.

— Ha pasado un largo tiempo desde que he estado con un hombre. No estoy


lista para lo que estás proponiendo. — Alzando la mano, le pasó los dedos por el
pelo, acomodando los mechones que había revuelto. — Por favor déjame ir.

Con dolorosa lentitud la soltó.

— Por lo menos permíteme el honor de escoltarte a tu casa.

— Los dos sabemos que eso sería más que peligroso. Solos, en un pequeño
espacio, en la oscuridad. No creo que pudiera llegar a casa ilesa. Además, tengo un
carruaje. Así que de nuevo, buenas noches.

— No voy a renunciar tan fácilmente.

Apenas había dado la vuelta cuando sus palabras la congelaron en el acto.


— Vas a tener que ceder — dijo, con una promesa implícita que le causó un
escalofrío de aprensión, mientras un estremecimiento de placer ondulaba a través de
ella. — Porque quieres esto tanto como yo.

Estuvo a punto de negar las palabras, pero temía que si se demoraba un


segundo más, se encontraría de nuevo en sus brazos, esta vez sin fuerza de voluntad
para negarse, lo que pensaba que podría ser una noche gloriosa. Quería huir, correr,
pero mantuvo su ritmo lento y medido al salir al balcón, sorprendida de que sus
piernas temblorosas lograran conducirla por las escaleras. Girando el picaporte, abrió
la puerta y entró en el salón principal. Había planeado continuar con las rondas,
mostrarse, quizá para hacer algunos otros conocidos, pero él la había perturbado. No
estaba acostumbrada a ser perturbada.

Con la mayor calma posible, se dirigió a la entrada, muy consciente de su mirada


siguiéndola todo el camino. Había cometido un error esa noche, un terrible error.
Tendría que ser más cuidadosa en el futuro. El duque de Avendale tenía el poder
para destruirla.
Capítulo 2

Para cuando Rose cruzó el umbral de la puerta principal de su residencia, ya


había retomado el control de sus emociones, y su corazón ya no golpeaba
ferozmente amenazando con romperle una costilla. Una parte de ella estaba
agradecida por haber logrado escapar. Otra parte, una que rara vez dejaba traslucir,
deseaba estar aún entre las sombras del balcón cautivada por los besos del duque.

Merrick arrastrando los pies fuera de la sala, con el ceño profundamente


fruncido dijo:

— No esperaba que volvieras a casa tan pronto.

Quitándose la capa, se la entregó a él.

— Ve lo que puedes descubrir con respecto al duque de Avendale.— Le había


dado al hombre demasiado poder. Para evitar que ocurriera de nuevo, tenía que
aprender todo lo que pudiera sobre su persona.

— ¿Duque? Eso es un poco atrevido, incluso para ti. Podría ser lo


suficientemente influyente como para verte colgando del extremo de una soga antes
de que puedas darte cuenta de lo que está a punto de suceder.

— Justamente mi labor es garantizar que eso no suceda. ¿Algún problema esta


noche?
— No. — Merrick arrugó un rostro curtido por una vida dura. — Él parece
bastante feliz aquí. Está durmiendo desde hace rato. Tal vez podríamos radicarnos un
tiempo más prolongado en esta ocasión.

— Sabes que eso no es posible. — se dirigió a las escaleras, consciente de que


Merrick venía detrás de ella.

— Tal vez podríamos encontrar la manera.

Se dio la vuelta. Había juzgado mal su cercanía y se tropezó. Agarrando sus


hombros, le impidió caer encima. Cuando recuperó el equilibrio, Merrick, la miró
repitiendo.

— Tal vez podríamos.

— ¿Qué sugieres? ¿Qué podría hacer para obtener los medios que nos permiten
vivir con el lujo que vivimos?

— Tal vez no necesitamos tanto lujo.

— Pero Harry sí lo necesita. Yo debo velar por él.

— No tienes la culpa de la forma en que tu padre lo ha tratado.

Merrick no había sido testigo de todo. No podía entender las consecuencias de


las acciones crueles de su padre.

— Recuerda, Merrick, tú estás aquí para servirme, no para interrogarme. Ahora,


dile a Sally que he regresado para que me ayude a prepararme para la cama.—
continuó subiendo las escaleras, negándose a sentirse culpable por la vida que
llevaba o considerar los problemas que podría acarrearle. La vida estaba llena de
encrucijadas. Ella había elegido su rumbo. Era demasiado tarde para arrepentirse, y
no servía para nada, excepto para distraerse.
En su dormitorio, se quitó los guantes y los arrojó sobre el tocador antes de
caminar hacia la ventana y mirar hacia los jardines envueltos por la niebla. No había
logrado todo lo que había querido esa noche. Había albergado la esperanza de
asociarse con mujeres que pudieran invitarla a sus bailes y cenas. Cuanto más se la
viera entre la alta sociedad, más confianza ganaría, y más personas desearían que
asistiera a sus hogares. Pero el duque la había distraído de su propósito.

Después de los besos apasionados que le había dado Avendale, apenas podía
recordar el motivo por el que estaba allí. Recién cuando estaba a medio camino de su
casa había sido capaz de pensar correctamente de nuevo. ¿Cómo podía permitirse
que su mente se volviera tan traicionera? Oh, claro que le habían dado besos antes,
pero ninguno tan posesivo, ninguno que la consumiera de esa forma. Se sorprendía
de que no hubiera estallado en llamas en el balcón.

Cuando oyó abrirse la puerta, se dio la vuelta y sonrió.

— Sally.

— ¿Qué tal estuvo la noche?— Preguntó la mujer de Merrick.

— El propósito de esta noche era trabajo, no placer. — Caminó hacia el centro


de la habitación y se volvió. Sally se acercó y comenzó a aflojar botones y cintas.

— Pensaba que podrías combinar las dos cosas.

— Yo podría terminar concentrándome demasiado en una y perdiendo de vista


la otra.

— No sería tan malo si perdieras de vista el trabajo por una noche. ¿Cuándo fue
la última vez que tuvo un poco de diversión?

Con el vestido flojo, Rose se apartó de las capas de enaguas.


— Leí un libro entero anoche antes de irme a la cama.

Con el ceño fruncido, tomando el vestido de sus manos, Sally dijo:

— Estoy hablando de diversión con los demás.

Rose sonrió.

— Paso un rato divertido contigo todos los días.

— Estás siendo necia.

— Sí, lo soy, porque no quiero hablar de ello.

Después de retirar el resto de su ropa interior y ponerse el camisón, se sentó en


el banco frente a su tocador. Si pudiera, omitiría los espejos de por vida, pero
necesitaba saber cómo se veía antes de salir cada noche. La apariencia era crucial
para el juego.

Pero allí, en su dormitorio, no tanto. Cuando miró su reflejo, vio a una mujer
agradable, que nunca tendría un marido que la amara o hijos a los que adorar. Una
mujer tan extraordinariamente solitaria que lo único que podía hacer era esforzarse
por no llorar. Despreciaba esos momentos de debilidad cuando sus sueños perdidos
le daban codazos para llamar su atención.

No tenía derecho a quejarse, no cuando otros habían sufrido mucho más que
ella.

— Te ves triste— dijo Sally, mientras comenzaba a cepillar el pelo de Rose.

— Simplemente estoy cansada. Fue una larga noche.

— Merrick mencionó que estás haciendo averiguaciones sobre un duque.


— Bailamos—. La reflexión captó su sonrisa. Al parecer, casi de ensueño, como si
fuera una niña llena de esperanza después de su primer vals. — Fue bastante
encantador.

Deliciosamente tentador.

— ¿Es guapo?— Preguntó Sally.

— ¿Conoces a algún duque que no lo sea?— Preguntó Rose.

— No conozco a ningún duque.

Rose se rió un poco.

— Sí, es guapo. Cabello y ojos oscuros. Ojos atormentados. No es un hombre


alegre.

— Siempre eres tan hábil para juzgar a la gente.

Tenía que serlo, para garantizar la eficiencia de su trabajo. Había aprendido ese
talento en las rodillas de su padre, no es que aprender nada de él fuera digno de
alarde.

— ¿Te gusta?— Preguntó Sally.

¿Le gustaba?

— No lo conozco lo suficiente como para saber si me gusta o no.

— ¿Era un tipo agradable?

— Intenso. No interactuaba demasiado con la gente, a pesar de que es evidente


que todos lo conocían. Creo que estaba allí con un propósito: disfrutar de cualquier
tipo de diversión que le resultara conveniente.
— Y pensó que podría divertirse contigo. — Sally se movió alrededor, cubriendo
el hombro de Rose con el pelo trenzado.— Pero lo mantuviste a raya.

Las palabras no eran una pregunta sino una declaración, y Rose sabía que Sally
quedaría decepcionada si nada hubiera pasado, ni siquiera un beso en las sombras.

— No sería adecuado para mi propósito ceder a la tentación.

— ¿Te sentiste tentada?

Rose se retorció en el banco, lo que la puso a nivel de los ojos de Sally.

— No.

La mentira no debería haber salido tan fácilmente. Era un poco desconcertante


que lo hiciera. ¿Si podía mentirle tan fácilmente a su querida amiga, podía mentirse a
sí misma con la misma facilidad?

— Gracias, Sally. Te veré en la mañana. — Se levantó, se acercó a una mesa


esquinera y se sirvió un poco de brandy, como era su ritual nocturno.

— Estás preocupada — dijo Sally.

— Cansada, como dije antes. — Echando un vistazo por encima del hombro,
sonrió. — Estoy bien. Buenas noches.

Esperó hasta que Sally se fue, luego se dirigió a la sala de estar y se acurrucó en
un rincón del sofá inhalando el aroma embriagador. Tomando un trago, lo saboreó
más de lo que nunca había hecho antes. Le recordaba a él. Imaginó de nuevo sus
labios sobre los de ella.

Y trató de no lamentar haberse negado a su compañía.


***

Avendale entró en su residencia y se detuvo de golpe frente a las escaleras


tropezando con el joven que bajaba muy bien acompañado.

— Su Excelencia— el joven tartamudeó un saludo torpe antes de caer en un


montón en el suelo, arrastrando a la mujer que estaba con él.

Avendale pensaba que no había nada peor que un hombre que no podía
mantener el control sobre la bebida.

Con una risa encantada, Afrodita se deshizo del abrazo del borracho y se puso de
pie. Se tambaleó hacia él.

— Avendale, parece que he perdido a mi pareja. De todos modos te prefiero a ti.

Su vestido de gasa revelaba todos sus curvilíneos atributos. Sus ojos azules
brillaban de deseo, poco a poco pasó una mano por su pecho, por encima del
hombro.

— Soy tuya— dijo con una voz sensual.

Sí, porque le pagaba, no con moneda, sino con regalos. Ropa, joyas, adornos,
perfumes.

— Esta noche no, Afrodita. — Era incapaz de brindarle lo que deseaba esa
noche, y ese pensamiento sólo servía para hacer que quisiera a Rosalind Sharpe aún
más. No podía recordar la última vez que le había sido negado nada, la última vez
que sus pensamientos habían estado tan pendientes de una mujer.

Sin culpa ni remordimiento, dejó a Afrodita para que pudiera encontrar un


nuevo compañero y se dirigió por el pasillo a su biblioteca. Un lacayo en posición de
firmes, estaba haciendo guardia allí, ya que nadie, salvo los sirvientes en esa sala
podían abrir la puerta. Avendale entró. Cuando la puerta se cerró detrás de él, se
acercó a una botella de cristal que albergaba una bebida espirituosa. Una mesa de
mármol descansaba junto a ella con copas y decantadores. Después de llenar un vaso
con whisky, tomó una silla cerca de la chimenea y se bebió la mitad del contenido del
vaso, antes de suspirar y dejar caer su cabeza hacia atrás.

¿Cómo había llegado a esa existencia libertina? Bellezas de carácter cuestionable


y jóvenes de noble cuna estaban siempre a su lado para acompañarlo en sus fiestas
atiborradas de mujeres, alcohol y cartas. No sabía los nombres de la mitad de ellos,
pero todos conocían las orgías que se celebraban dentro de los confines de su
residencia.

Todo había comenzado cuando era mucho más joven, cuando pasaba más
tiempo perdido entre las mujeres y el vino. Pero en los últimos tiempos, había
empezado a aburrirse. Rara vez aceptaba los ofrecimientos de las damas. Ya no podía
diferenciar una de la otra. Tal vez nunca había podido. Habían sido un medio para
darle tregua a sus lomos doloridos. Habían proporcionado un respiro a sus
pensamientos, tan oscuros como el más añejo de los licores. Parecía que en los
últimos tiempos todo se limitaba a la bebida.

Tomó otro sorbo, obligándose a saborearlo como si fuera la respuesta a sus


inquietudes.

Cuando ni siquiera sabía cuál era la maldita inquietud.

Otro sorbo. Una risa oscura. ¿Realmente había pensado en traer a Rosalind
Sharpe allí? Para ser testigo de su locura, ¿para ver hasta qué punto había caído en la
depravación?
Podría haber explicado sus invitados diciendo que esa noche se estaba
celebrando una fiesta.

¿Por qué sentía la necesidad de justificar su manera de vivir? No lo haría. Ni con


ella, ni con nadie. Él hacía lo que quería, cuando quería, como quería.

Se levantó, se acercó a la mesa, y tiró de la campanilla en la pared detrás de él.


Se acercó a la ventana. Lámparas de gas iluminaban los jardines y la gente
prácticamente desnuda que bailaba alrededor de la fuente. Hubo un tiempo en que
se habría unido a ellos. Esa noche se limitó a mirarlos con tedio.

La puerta se abrió.

— Quiero que los eches a todos — anunció antes de que su mayordomo hubiera
dado media docena de pasos dentro de la habitación.

Silencio. Por último.

— ¿Todos?

— Todas esas personas. Mujeres y caballeros. Diles que firmen con mi nombre si
desean buscar albergue en otro lugar, pero sácalos a todos de aquí.

— Sí, Su Gracia. ¿Desea algo más?

Avendale siguió mirando hacia los jardines.

— Hay que sustituir todos los colchones. Almohadas y cojines. Reemplaza todo
lo que puede ser depuesto, y deshazte de lo que no se puede. Cualquier mueble que
apeste a actividades sórdidas quiero que desaparezca. Esta residencia debe lucir
como si siempre hubiera vivido tan castamente como un monje.

— Me ocuparé de ello a toda prisa.


— Y asegúrate de que haya un criado que sepa cómo recibir a una dama.

— Sí señor.

Avendale podía oír la pregunta en el tono de Thatcher: ¿El duque estaba a punto
de tomar una esposa?

— Eso es todo.

— Como usted diga, señor.

Después de que Thatcher se fue, Avendale se apoyó en la ventana abatible.


Planeaba traer a la señora Rosalind Sharpe a su residencia en un futuro muy
próximo. Quería que se sintiera cómoda, para que todo fuera de su agrado, por lo
que los preparativos necesarios deberían comenzar en serio ahora.

No iba a ser una conquista fácil, pero finalmente la conquistaría.

***

Acostada en la cama, Rose se quedó mirando el techo. Había tenido un sueño


terriblemente inquieto.

Avendale se había manifestado tan concretamente en su sueño que por un


momento había considerado la posibilidad de deshacerse de su camisón. Aun
sabiendo que era poco menos que imposible, habría jurado que todavía sentía sus
labios moviéndose decididamente sobre los de ella. No había mostrado ninguna
vacilación mientras pasaba sus manos a lo largo de su costado. Él era un hombre que
sabía exactamente lo que quería. Y la deseaba.
Otros hombres también la habían deseado. Había adquirido habilidad para
atraerlos, pero manteniéndolos a raya. No estaba segura de que Avendale fuera tan
fácil de manipular. Él era peligroso, probablemente no se conformaría con las
migajas de las que estaba dispuesta a desprenderse.

Haría bien en buscar otro benefactor, pero Avendale la fascinaba. —Vas a tener
que ceder— le había dicho. Como no era probable que pudiera evadirlo con facilidad,
bien podía abrazar el desafío de conquistarlo. Podría ser divertido e incluso
placentero. Besarlo ciertamente no le suponía ninguna dificultad. Mientras pudiera
mantener el control pensaba que podía ganar todo lo que quería.

Un rápido vistazo al reloj de la repisa de la chimenea reveló que era media


mañana. Resistió la tentación de tirar de las mantas sobre su cabeza para ver si podía
recuperar un poco del sueño perdido, sabiendo que Harry estaría disfrutando del
desayuno ahora. Debería haberlo visitado la noche anterior, pero había tenido la
idea loca de que si se despertaba sería capaz de saber el tipo de actividades que
había estado practicando con Avendale con sólo mirarla, incluso sospechaba que
podría haber captado la esencia del duque en su piel.

La culpa, sin duda podía hacerla irracional.

Salió de la cama y comenzó a prepararse para el día: lavarse los dientes,


cepillarse el pelo y recogerlo hacia atrás, sosteniéndolo con una cinta, ponerse un
vestido azul simple que no requería la ayuda de su doncella. Tan pronto como estuvo
satisfecha con su apariencia se encaminó hasta la sala de desayuno.

— Hola, querido— le dijo a Harry mientras se acercaba. Era cuatro años menor
que ella, aunque no muchos lo adivinarían, ya que la vida no había sido
particularmente amable con él y las penurias habían hecho mella. Inclinándose, le
dio un beso en la parte superior de la cabeza. — ¿Cómo estás esta mañana?
— Bien— respondió, con los ojos brillantes de alegría mientras le brindaba la
sonrisa que nunca dejaba de calentar su corazón.

Se sentó a la cabeza de la pequeña mesa cuadrada frente a él para que fuera


más fácil mantener una conversación, levantó la tetera y sirvió un poco de la infusión
en su taza. Unos platos cubiertos descansaban sobre la mesa. Como sólo estaban
ellos dos cada mañana, las comidas eran sencillas. No había aparadores repletos de
alimentos. No podían permitirse desperdiciar nada.

— ¿Te divertiste anoche? — Preguntó.

Dejó caer cuatro cubos de azúcar en el té, y revolvió.

— Lo hice por cierto. Aunque te he echado de menos terriblemente, por no


hablar de nuestra lectura. Estoy ansiosa por descubrir a que lugares viajó Gulliver—.
Su lectura era un ritual nocturno. — Me quedaré a tu lado esta noche.

— Cuéntame sobre el lugar que has visitado — instó.

— El edificio era increíble, la gente magníficamente engalanada. Comenzaremos


con la entrada al salón. — Entonces recordando cada detalle, se dedicó a pintar un
retrato vívido de la noche anterior, que esperaba fuera tan vívido como pudiera, ya
que nunca sería capaz de verlo por su cuenta.

— Me gustaría poder verlo— murmuró cuando finalmente terminó su relato.

— A mí también me gustaría mi amor. Voy a bosquejar algunas imágenes más


adelante, si te gusta.

Él hizo un gesto apenas perceptible, antes de volver su atención a la comida.


Sabía que los bocetos eran un pobre sustituto, pero no podía arriesgarse a arruinar
sus planes. Su futuro dependía de ellos.
Capítulo 3

— Estás empezando a incomodar a mis empleados con tu acecho en el balcón.

Avendale había estado allí, recorriendo la multitud, tomando nota de quien


entraba, y quien salía, durante la mayor parte de las tres noches pasadas. Miró a
Drake.

— ¿No deberías estar organizando tu boda?

— Phee y su tía están manejando eso. Yo solamente tuve que adquirir la licencia,
así que tengo tiempo para supervisar mi local. En este momento el club es una
novedad, y su aceptación sigue siendo cuestionable. Vas a dañar la reputación de mi
negocio si continúas con esta actitud. Me veré obligado a retirarte la llave de acceso.

Haciendo caso omiso de la represión y la amenaza, Avendale preguntó:

— ¿Qué sabes de la señora Rosalind Sharpe?

— ¿Quién?

— ¿No sabes quién es, y sin embargo la invitaste a la inauguración?

— El nombre me suena familiar.

— La dama de rojo— dijo Avendale con impaciencia. — Yo los presenté, o más


bien ella se presentó en el salón de caballeros.

— Ah, sí, la recuerdo ahora. Me temo que estaba bastante preocupado por otros
asuntos esa noche.
— Entonces, ¿cómo obtuvo la invitación?

Drake se pasó los dedos por el pelo largo y oscuro.

— Su abogado me envió una misiva, pensó que podría calificar basándose en los
estándares de admisión.

— ¿Cuáles eran?

— Tobillos bien torneados y dinero.

A Avendale no le gustó que el abogado hubiera visto sus tobillos.

— ¿Cómo iba a saber si sus tobillos eran torneados?

Drake suspiró.

— Me refería al hecho de que fuera una mujer atractiva. ¿Por qué te importa?

— ¿Ella ha venido alguna otra vez después del baile? Yo no la he visto.

Cruzando los brazos sobre su pecho, Drake se apoyó contra la pared.

— ¿Tienes interés en ella?

Avendale contestó sin pelos en la lengua.

— Quiero acostarme con ella.

Drake entrecerró los ojos.

— Las damas bienvenidas a mi club no están aquí para ese propósito.

— Yo no voy a obligarla, pero ciertamente tengo la intención de seducirla. Nada


de lo que haga se reflejará negativamente en tu establecimiento.

— Espero que no. No me gustaría revocar tu membresía.


— ¿Ella ha estado aquí?— repitió Avendale de manera sucinta.

— No que me haya dado cuenta.

— ¿Ha comprado una membresía?

— Tendría que revisar mis registros.

— Entonces chequéalos.

— Esa información es privada.

— Hemos sido amigos durante mucho tiempo.

—Nunca hemos sido amigos. Conocidos… debido a nuestras conexiones


familiares y nuestra amistad con Lovingdon. Pero aparte de eso, no me referiría a
nosotros dos como amigos.

Avendale frunció el ceño. Para un hombre que promovía el vicio, Drake era
demasiado honrado. E irritante como el diablo, aunque estuviera siendo generoso
con la definición de su relación.

— ¿Hay algo que me puedas decir de ella?

— En realidad no. — Drake levantó una mano antes de que Avendale pudiera
protestar por su falta de voluntad para cooperar.— Yo no la conozco. Como ya he
dicho, la invité por una recomendación.

— Pero debes haberla investigado un poco. Y tendrías que poseer su dirección


para poder enviarle una invitación.

— Una vez más, es algo privado.


— El diablo te lleve. — Avendale volvió su atención a la planta principal. ¿Y si ella
nunca regresaba? ¿Y si no le había intrigado lo que los dragones gemelos tenían para
ofrecer? ¿Y si no se había sentido intrigada por él?

Los besos que habían compartido indicaban lo contrario. Pero tal vez la atracción
la había asustado. El hecho de que fuera viuda no quería decir que hubiera conocido
la pasión. Su marido podría haber sido uno de esos tipos santurrones que creían que
sólo los hombres debían obtener placer en la cópula. Lo que había ocurrido entre
ellos había sido apasionado y…

Unos sedosos mechones rubios atrapados en un peinado perfecto y un cuello


delgado y elegante, capturaron su atención cuando la vio ingresando por la puerta
principal. El aire se le atascó dolorosamente en sus pulmones. Llevaba un vestido de
color violeta oscuro que dejaba sus hombros al descubierto. Guantes blancos la
cubrían hasta más allá de sus codos. Disfrutaría inmensamente de poder quitárselos.

— ¿Qué te ha llamado la atención? — Preguntó Drake.

—Ella está aquí.— Soltó el aliento por fin. Era inconcebible que le afectara tanto.
Para mantener la ventaja, se quedaría allí por lo menos media hora. Entonces…
lentamente haría su aparición y…

Al diablo con eso. No podía arriesgarse a que se retirara antes de cruzarse en su


camino.

—Ordena una partida de cartas privada.— Dijo mientras abandonaba


rápidamente el balcón.

— ¿Acaso el evasivo duque de Avendale ha sido domado?— dijo Drake.

Ignorando el tono burlón, Avendale se alejó. Domado era una palabra


demasiado débil para definir lo que sentía. Lamentablemente no tenía palabras para
describir esa locura que lo estaba poseyendo, porque nunca había experimentado
nada igual. Simplemente sabía que tenía que tenerla. De una manera u otra. A
cualquier costo.

***

Había esperado tres noches antes de volver al club. Mejor no parecer demasiado
ansiosa. Pero habían sido las noches más largas de su vida, a pesar de que las había
pasado con Harry, leyendo, jugando al whist, caminando por los jardines. Prefería los
jardines por la noche. Aunque las flores habían cerrado sus capullos, su fragancia aún
persistía.

Aquí, las fragancias eran muy diferentes. Tabaco, alcohol, colonias masculinas
que luchaban por prevalecer a los ligeros perfumes femeninos. Le sorprendió
comprobar que no muchas mujeres estuvieran presentes, pero luego reflexionó que
el que un lugar fuera accesible a las damas no significaba que debería ser
frecuentado con asiduidad, sobre todo si tenían padres dominantes, hermanos o
maridos que influyeran en sus vidas. Ella tenía la suerte de gobernar su propia vida.
Lo hacía desde los diecisiete años y se había escapado de su padre cruel.

Entregó su abrigo a una mujer joven en el mostrador junto a la puerta, recibió un


trozo de papel con un número impreso y lo guardó en su bolso.

Se preguntó si primero debería visitar el salón y la zona de juego reservado para


las mujeres y esforzarse por fortalecer las conexiones allí. En su última visita, había
conocido muy pocas damas, y aunque su último plan implicaba la figura de un
caballero, sabía que las mujeres tenían bastante influencia sobre los hombres,
incluso si esos hombres eran dominantes.
Por otra parte, estaba segura de llamar la atención siendo tan pocas las mujeres
presentes. Llamar la atención era algo primordial.

Cuando se acercó a una mesa de ruleta, llamó la atención de un caballero.


Guiñándole un ojo, se movió, dejando espacio para que se acercara. Observó la
pequeña bola girando en dirección a una ranura numerada. Cinco, pensó. Aterrizó en
el número veintiuno. Un solo gemido, compuesto por casi una docena de voces, se
levantó. No bien habían reunido las fichas de madera, otras tantas ya estaban siendo
colocadas sobre el tapete.

Una mano se posó sobre su cintura, y fue muy consciente de un amplio pecho
contra su espalda. Podría haberse sorprendido si su presencia no fuera tan poderosa,
si no hubiera sentido la mirada penetrante a su llegada.

— ¿Alguna vez has jugado?— susurró Avendale contra su oído, y ella luchó
contra el pequeño escalofrío que le recorrió la espina dorsal.

— No, pero me parece bastante fácil.

— Lo que significa que las probabilidades de perder son mayores. — Puso unas
monedas sobre la mesa. El hombre que había hecho girar la rueda le dio una pila de
discos verdes y Avendale le ofreció dos a ella. — Colócalos donde quieras.

— Yo no quiero perder su dinero.

— No es más que el dinero.

Apretó los dientes para retener una réplica mordaz. Sólo era dinero para él. Para
ella era la vida.

Mirando fijamente a través de las pestañas bajas, dándole una sonrisa tímida,
tomó los círculos de madera y los coloca en el número veinticinco, la edad de Harry.
— Puedes repartirlos si quieres— dijo Avendale.

— Creo en el todo o nada.

Sintió un endurecimiento sutil de la mano en la cintura.

— Como yo— dijo con voz áspera tan baja que sospechaba nadie más pudo
escucharlo.

El croupier hizo un gesto con la mano sobre la mesa, hizo girar la rueda, y dejó
caer la bola.

Rose era muy consciente de la cercanía inapropiada de Avendale. Debería


clavarle el codo, instarlo a moverse, y sin embargo se quedó inmóvil disfrutando de
su calor, su perfume, el aliento inspirado sobre su cabello. No quería que la bola se
detuviera en la ranura. Quería quedarse como estaba para siempre, lo que era muy
estúpido. Tenía responsabilidades. Un plan.

— Treinta y tres negro— gritó el croupier.

Rose cerró los ojos, lanzado con un gran resoplido el aliento que había estado
conteniendo. Abrió los ojos, y miró hacia Avendale.

— Lo siento mucho.

— Cena conmigo, y te perdonaré.

Soltó una risa ligera.

— ¿Perdonarme? No tengo la culpa de no poder prever el resultado.

— Eligiste el número. Además, si te disculpaste es porque debes estar sintiendo


una medida de culpabilidad. Simplemente quiero que te liberes de ella. ¿Has comido
esta noche?
— No mucho.

— Todavía tengo que probar el comedor del club, pero sí sé que el cocinero es
excelente.

— Supongo que siento un poco de hambre.

— Esplendido—. Le ofreció el brazo, pero la intensidad de su mirada la hizo


detenerse. Podría destruir sus planes con tanta facilidad. Pero tal vez podría llegar a
ser su salvador.

Puso su mano en el hueco de su codo. Merrick había descubierto que Avendale


estaba muy bien establecido. Una creciente actividad se manifestaba en su
residencia, como si estuviera deshaciéndose de una amante anterior con la
esperanza de instalar una diferente. Si estaba pensando en ella para ese papel, se iba
a sentir muy decepcionado, ya que Rose no tenía planes de ser su amante, ni de
visitar su cama. Pero su interés le daba pie para poder jugar con él, hacer lo que
quisiera hasta que estuviera dispuesto a darle todo lo que pidiera. Sólo para
descubrir demasiado tarde que no iba a obtener todo lo que deseaba.

Tenía algunas normas, arbitrarias y morales a pesar de lo que hacía.

Mientras se abrían camino a lo largo de los pasillos, percibió la inquisitiva y


ocasional mirada especulativa de damas y caballeros, pero se sintió aliviada, una vez
que entraron en la sala—comedor de que casi todas las mesas estuvieran ocupadas
por un hombre y una mujer. Dos caballeros estaban sentados juntos. Otras dos
estaban ocupadas por caballeros solitarios. Pero parecía ser un lugar reservado para
parejas.

Avendale habló en voz baja con un hombre de librea roja. Luego fueron
escoltados a una esquina lejana que albergaba más sombras que luz.
Tenía la idea irritante de que estaba avergonzado por ser visto en su compañía.

— ¿No sería mejor no aislarnos?— Preguntó ella, sin molestarse en ocultar su


resentimiento por querer ocultarla.

— Quiero poder conocerte mejor— dijo. — Estar lejos de los otros colabora con
mi propósito.

— Ellos pueden pensar que no estamos haciendo nada bueno.

— Todos me conocen lo suficientemente bien como para saber que nunca estoy
haciendo nada bueno.

— Lo dices con tanto orgullo.

— Hay que destacarse en algo y sobresalir para ser pasto de los chismes.

¿No tenía vergüenza? Qué maravilloso debía ser poder estar en una posición que
le permitiera no darle importancia a lo que los demás pensaban. Él asintió con la
cabeza hacia el lacayo y rápidamente le acercó la silla.

Dudando, consideró la presencia de las otras parejas. Seguramente no todos


estaban casados, cenar con Avendale en un rincón oscuro no causaría daño a su
reputación, ni a sus planes. Por otro lado, sentada en las sombras con él podría
permitirle obtener lo que quería mucho más rápidamente.

Se sentó y comenzó a quitarse un guante. Antes de que pudiera parpadear,


Avendale estaba arrodillado a su lado, tomándole la mano.

— Permíteme.

Luchó por no parecer aturdida.

— Levántate. Las personas pensarán que estás proponiéndome matrimonio.


— Como ya he dicho, me conocen bastante bien aquí, nadie creerá que estoy
proponiéndote algo referido al matrimonio. Aunque antes de que termine la noche
tengo la intención de proponerte algo bastante indecoroso.

Sus ojos ardían cuando se encontraron con los de ella. Con esa sonrisa diabólica,
¿cómo podía ofenderse? No podía culparlo por su franqueza de expresión cuando ya
había aceptado sus besos la otra noche. De hecho, prefería su honestidad. El juego
que estaba jugando era más noble que el de ella.

— Creo, excelencia, que me has confundido con una mujer de carácter ligero. Te
aseguro que no tengo una moral cuestionable.

— Cuento con eso.

¿Qué diablos quería decir? Entonces todos los pensamientos huyeron de su


mente mientras lentamente le acariciaba el interior de la parte superior del brazo,
por encima del guante. Abajo. Arriba una vez más. El placer se deslizó a lo largo de su
piel, y la calentó hasta la médula.

Cuando llegó al guante de nuevo, comenzó lentamente a hacerlo rodar, mientras


con la punta de sus dedos acariciaba su piel, prometiendo más, hasta que la cabritilla
flexible se amontonó en la muñeca. Se preguntó si podría sentir el latido de su pulso
allí.

Suavemente tiró de cada dedo, hasta que finalmente el guante se desprendió.


Mantuvo cogidos sus dedos con fuerza y firmeza en su agarre. No era arrogante. Ni
siquiera podría ser catalogado como soberbio, pero era un hombre que comprendía
que su lugar en el mundo estaba en su apogeo, y no podía ser derrocado de allí.
Imaginó sus antepasados en un campo de batalla. Se habrían lanzado a la lucha;
incluso si hubieran sido los últimos de pie, camino a la derrota. Tenía el
presentimiento de que debería haberse quedado en la sala de ruleta. Las
probabilidades podrían haberse vuelto a su favor. Por otra parte, amaba los desafíos,
y la satisfacción que le traería poder superarlos.

Le tomó el otro brazo y le dio las mismas ministraciones a la piel por encima de
su codo, acariciándola con deliberada suavidad antes de sacar el guante. Sólo que
esta vez cuando tomó sus dedos, volvió la palma hacia arriba y le dio un beso en el
centro. Sus pulmones se congelaron. Todo dentro de ella le decía que escapara.
Había escapado sólo dos veces en su vida. La primera vez había terminado en un
fracaso y una paliza. Pero había aprendido la dura lección. La segunda vez, nadie
había sido capaz de atraparla.

Desde entonces, la sabiduría le había enseñado el valor de la firmeza. Sólo podía


ganar si lo permitía.

— Se está tomando libertades que no debería.

Levantó la mirada hacia ella. Vio la diversión allí, y un toque de victoria. Al


parecer, era de aquellos que se mantenían firmes también.

— Este es un lugar de placer y pecado. Las damas deben comprender eso si


desean entrar aquí.

— Me está utilizando para dar el ejemplo. Eso podría ser peligroso, excelencia.—
Inclinándose hizo el movimiento de darle un beso en la mejilla, antes de deslizar su
boca a la oreja y susurrarle en voz baja y sensual.— Debes saber que dos pueden
jugar este juego.

Su beso casi le hace perder el control. Sus palabras lo paralizaron.

Le tomó un momento recuperar su compostura para poder acomodarse


cómodamente en su silla. Conocía mujeres tímidas. Conocía mujeres que no
pretendían ser otra cosa que lo que eran. Pero ninguna era tan directa como ella.
Rose lo desafiaría a cada paso, pero lo prefería, estaba entusiasmado por esa
perspectiva. Había pasado un largo tiempo desde que alguien lo había excitado de
esa manera.

El lacayo se acercó y les entregó una tarjeta en la que se detallaban las delicias
de la noche.

— ¿Van a querer vino esta noche?— Preguntó.

Con una ceja arqueada, Avendale encontró la mirada de Rosalind.

— Vino— dijo ella. — Tinto. Prefiero los sabores que persisten en la lengua.

Avendale pensó en su lengua persistente, lamiendo su garganta, el pecho, más


abajo. Interiormente, maldijo la ronquera de su voz cuando ordenó la botella más
cara del menú.

Cuando trajeron el vino, levantó su copa hacia ella.

— Por la mejor parte de esta noche.

Sus labios se curvaron ligeramente.

— Porque valga la pena. — Golpeó su copa contra la suya, tomó un sorbo de


vino y cerró los ojos. — Es maravilloso.

Abrió los ojos, y se lamentó de que estuvieran en penumbras, ya que no podía


ver tan claramente el reflejo zafiro de su mirada. Cuando le hiciera el amor, lo haría
con las luces encendidas. Quería ver el fuego en sus ojos, la pasión, y en última
instancia el ápice de placer.

Ordenó el mejor menú. Para ella, sólo quería lo mejor. No era una alcahueta
barata. Era como ninguna otra mujer que hubiera conocido.
— Háblame de esa extraña familia tuya— exigió. — Compuesta de plebeyos y
nobles.

Él giró su copa, observó el vino, y pensó en la vorágine que podía tragarlo si no


tenía cuidado.

— Las personas se conocen, se enamoran sin ninguna consideración por el rango


o el decoro, se casan, tienen hijos. Aburrido. Prefiero hablar de ti.

— Actualmente, soy terriblemente aburrida. He estado de luto respetable


durante dos años. Ahora estoy lista para experimentar la vida de nuevo.

A través de la mesa, le tomó la mano y le acarició los nudillos con el pulgar.

— Puedo ayudarte a lograr ese objetivo.

Una vez más lanzó esa risa sensual que sacudió los bordes de su alma.

— Tú no eres para nada arrogante, ¿verdad?

— Sé lo que quiero y estoy acostumbrado a tenerlo.

Deslizó su mano de la de él.

— ¿Y si descubres que el precio es muy alto?

— Creo que cualquier precio valdría la pena.

— No soy una puta, excelencia.

— Ni una virgen inocente. Ya sabes que estamos inmersos en un juego de


seducción.

Ella ladeó la cabeza, lo miró a través de las pestañas bajas.

— Sí, y también sé que tengo todas las cartas.


Rose se sintió agradecida cuando llegó la sopa de tortuga. No es que su
estómago estuviera lo suficientemente relajado como para disfrutar realmente de la
comida.

Nunca había conocido un hombre que fuera tan audaz como para insinuarle lo
que quería. Le daba miedo y la excitaba. La forma en que la miraba, la forma en que
su mirada vagaba lentamente sobre su cuerpo como si pudiera con toda claridad
imaginarla sin ropas. Lo curioso era que ella misma se preguntaba cómo se vería sin
el traje de caballero.

Nunca se había sentido atraída por un hombre de esa manera, nunca había
deseado desesperadamente para aflojar los botones de una camisa o quitar una
corbata. Nunca había querido ordenarle a alguien que se quedara completamente
inmóvil mientras lo desenvolvía como si fuera un regalo. Tenía pocas dudas de que
Avendale era un regalo, probablemente del propio Lucifer. Ciertamente no era
ningún ángel.

En ciertos momentos, se olvidó de que no estaban solos allí, que sus


pensamientos eran totalmente inadecuados, que sus insinuaciones eran
merecedoras de una bofetada.

Sin embargo, al mismo tiempo, la mujer solitaria dentro de ella se sentía


halagada por sus atenciones, a pesar de que entendía que no era más que una
novedad. Una vez que consiguiera lo que quería, se desharía de ella. Era un hombre
de pasiones, que sospechaba, cambiaban con el viento.

Actualmente el viento soplaba en su dirección y necesitaba poner la mayor


parte. ¿Quién sabe cuándo comenzaría a soplar en sentido contrario?

— ¿Cuál es tu nombre?— Preguntó, notando que apenas había tocado la sopa y


se concentraba otra vez en el vino.
— Avendale.

— Tu madre te dio un nombre cuando naciste. ¿Cuál fue?

— En realidad, sospecho que fue mi padre quién me proporcionó el nombre.


Según tengo entendido era muy específico en cuanto a cómo debían hacerse las
cosas.

— ¿Qué edad tenías cuando murió?

— Cuatro años cuando me dijeron que había muerto en un incendio.

Fraseo extraño, pensó, pero sospechaba que cualquier indagación específica


sobre el tema sería rechazada, así que siguió preguntando.

— ¿Lo recuerdas?

— Benjamin Paul Buckland, conde de Whitson, duque de Avendale— dijo


bruscamente, obviamente, no con la intención de responder a la pregunta acerca de
su padre.— Desde el momento en que nací, llevé el título de cortesía de conde de
Whitson. Hasta el día de hoy, mi madre me llama Whit más a menudo que Avendale.
Nadie, absolutamente nadie, me llama Benjamin o Paul. Eso, querida, es todo lo que
voy a contarte sobre mi familia o mi pasado. Ellos no tienen cabida en mi vida.

— El pasado siempre está ahí— le dijo. — Es posible que puedas ignorarlo, pero
serías un tonto si no reconocieras su influencia, y no me parece que seas un tonto.

— Estoy interesado en ti, ¿no? Eso debería probarte que no soy un tonto.

Al contrario, pensó. Le demostraba lo contrario.

El siguiente plato fue servido. Pato a la naranja, una delicia que deseaba poder
llevar a casa para Harry. Sally cocinaba, pero sus habilidades se inclinaban más hacia
la comida suculenta que ponía carne en los huesos, no es que pudiera determinarse
mirando la figura esbelta de Rose. Ella era bastante consciente de su cuerpo, ya que
consideraba que era su activo más atractivo a la hora de captar la atención de los
machos de su especie.

— ¿Tienes un palco en el teatro? — preguntó.

Él tomó un largo trago de vino, y deseó poder quitarle la corbata del cuello para
observar los movimientos de su garganta mientras tragaba el líquido oscuro. No
sabía por qué tenía esa maldita obsesión de quitarle la ropa. Ningún otro hombre
había provocado esos pensamientos imprudentemente elaborados por su mente,
pero tampoco había conocido de cerca otro ejemplar como el que tenía delante
hasta ahora.

— Creo que es obligatorio para los duques tener un palco en el teatro— dijo
finalmente.

— Nunca he estado en un teatro londinense. Está en la lista de cosas que me


gustaría hacer de ahora en adelante.

— ¿El señor Sharpe nunca te llevó?

Le sorprendió que mencionara a su marido. Pensaba que era una mala idea
mencionar a otro hombre a la mujer que estaba tratando de seducir.

— Nunca hemos visitado Londres. Nos trasladamos a la India inmediatamente


después que nos casamos.

— ¿Por qué a la India?

Ella esbozó una pequeña sonrisa.

— ¿Esperas que te revele mi pasado, mientras que tú te niegas a revelar el tuyo?

— Estoy seguro de que el tuyo es más interesante. ¿Dónde más has viajado?
— Sólo a la India. Mi marido tenía negocios allí.

— ¿Dónde creciste?

— En el norte.

Su boca deliciosa que sin duda sabía a vino ahora se extendió en una sonrisa
lenta.

— Parece que eres bastante parecida a mí.

— Querrás decir terca como tú— dijo ella, sorbiendo su propio vino.— No voy a
revelar mi pasado si no me cuentas nada sobre ti.

— Entonces debemos concentrarnos en el presente.

Le prestó poca atención a la cantidad de platos que circularon, pero sabía que la
cena estaba llegando a su fin cuando un pedazo de pastel de chocolate recubierto de
crema fue puesto ante ella. Mientras disfrutaba del primer bocado, lanzó un
pequeño gemido.

— Esto está para chuparse los dedos.

Estirando el brazo, acarició con el pulgar la comisura de su boca. Ella vio un poco
de chocolate su dedo justo antes de que se lo pusiera entre los labios.

— En verdad que sí.

El calor se disparó en espiral a través de ella. ¿Por qué tenía esas reacciones
cuando apenas la tocaba, simplemente la miraba o le sonreía? ¿Se atrevería a
arriesgarse a otro beso esa noche?

Después de firmar en un pequeño libro que trajo el lacayo, Avendale se puso de


pie y la ayudó a salir de la silla. Mientras caminaban por el comedor, su gran mano
apoyada en la parte baja de la espalda la guiaba con indiferencia y sin embargo
posesivamente. No podía dejar de sentir que marcaba su posesión delante de
cualquiera que estuviera allí.

— Tal vez quieras unirte a mí para un juego de cartas privado— dijo en voz baja
mientras entraban a la zona principal. — He arreglado que apartaran una habitación
en el piso superior.

Se detuvo, y se acercó un poco hacia él luchando para parecer tan inocente


como fuera posible.

— ¿Cuántos jugadores?

Sus ojos se oscurecieron con promesa.

— Sólo tú y yo.

Lo consideró, pero sabía que era demasiado pronto. El beneficio consistía en


dejarlo con las ganas.

— Me siento tentada, Su Gracia. Tú me tientas, pero creo que los dos sabemos
que podría resultar muy peligroso y nos conduciría a lugares que todavía no estoy
lista para recorrer.

— Me gustaría que creyeras que desplegaré mi mejor comportamiento.

— Tu mejor comportamiento podría llegar a ser muy malo por cierto. Realmente
aprecio la cena, pero debo irme ahora. Tal vez otra noche. — De puntillas, poniendo
una mano en el hombro para mantener el equilibrio, Pasó sus labios a lo largo de su
mejilla antes de susurrarle al oído — Estaré en la colina de Hyde Park mañana a las
cuatro.
Luego, sin mirar atrás, lo dejó allí de pie. Una vez más, consciente de su mirada
clavada en su espalda. Estaba tejiendo una red a su alrededor, pero sabía que tenía
que tener cuidado de no quedar atrapada en ella.
Capítulo 4

— La duquesa está aquí para verte, excelencia— anunció Thatcher.

En el escritorio de su biblioteca la tarde siguiente, Avendale levantó la vista de la


nota que había estado escribiendo a su madre. Thatcher continuaba refiriéndose a
ella como la duquesa, aunque no había sido duquesa durante muchos años, no desde
que se había casado con un plebeyo. Pero para Thatcher, que había estado a su
servicio mucho antes que al de Avendale, ella siempre sería la duquesa.

— Infórmale que no estoy en casa.

Thatcher se limitó a mirarlo.

Avendale suspiró.

— Usted está a mi servicio ahora, Thatcher, no al de ella.

— Ella es tu madre.

— Lo sé muy bien. — Pero su relación era tensa, y lo había sido durante años.
Era difícil para él estar con ella y no revelar lo que sospechaba, lo que sabía, lo que
había visto. Había perdido la cuenta del número de veces que casi la había
enfrentado, ¿pero que podría lograr además de poner más distancia entre ellos?

Thatcher no se movió, ni apartó la mirada.

— Considérate despedido— dijo Avendale.


Thatcher alzó una ceja que había sido negra como el alma de Satanás y ahora
estaba casi tan blanca como las alas de un ángel.

— ¿Eso significa que estás en casa?

— Sí. — Pero sólo porque, reconsiderándolo, necesitaba saber si iba a hacer uso
del palco del teatro esa semana. Más fácil era averiguarlo en persona que escribir
una misiva. Él le permitía usarlo, ya que rara vez iba al teatro. La verdad sea dicha, no
podía recordar la última vez que había ido. Cuando era mucho más joven y se había
encaprichado con una actriz mayor. Ella le había enseñado el valor de las mujeres
experimentadas.

Su madre entró en la habitación, irradiando aplomo y confianza en sí misma.

Avendale se levantó, rodeó la mesa, y le dio un beso en la mejilla de su madre.

— Usted no tiene que ser anunciada.

Ella esbozó una sonrisa irónica.

— Me incomodaría interrumpir una escena con una de tus amantes.

— Sí, supongo que podría resultar incómodo. — Se acercó al aparador. — ¿Un


poco de jerez?

— Es apenas pasado el mediodía— lo amonestó.

— Entonces parece que hoy empecé tarde.

Se sirvió un poco de whisky e indicó dos sillas cerca de una ventana que daba a
los jardines. Delicadamente se sentó en el sillón de terciopelo marrón, ubicado
frente al de él.

— La residencia parece diferente de alguna manera— dijo.


— He ordenado a la servidumbre hacer una limpieza a fondo.

Ella se iluminó.

— ¿Significa esto que una agradable dama se ha apoderado de tu corazón?

— Una dama sí. Está por verse cuán agradable es. Espero que mucho.

— Oh, Whit— lo reprendió. — En la vida no sólo existen mujeres traviesas.

— No para mí.

— Es hora de que sientes cabeza. Lovingdon se ha casado, y ahora me enteré


que Drake Darling está prometido a Lady Ophelia Lyttleton. Parece que algo está en
el aire esta temporada.

— Entonces de inmediato comenzaré a contener la respiración con frecuencia y


el tiempo que sea posible para no infectarme con lo que está en el aire y que causa
tal mal juicio— le aseguró.

— ¿Por qué estás tan en contra del amor?

— Seguro que no has venido aquí para discutir el estado de mi corazón.

— No, pero a veces me pregunto dónde está el niño dulce que fuiste.

Su niño dulce había visto algo que le había cambiado irrevocablemente. Nunca
se perdonaría si ella se enteraba.

— Creció— le dijo. — Por cierto, voy a necesitar el palco en el teatro esta


semana.

— Oh Dios mío, no otra actriz.

Él sonrió.
— Por el contrario, ella puede ser la mujer más modesta que he conocido.

— ¿Quién es ella?

— No la conoces. No pertenece a tú círculo.

— Te sorprenderías por la amplitud de mis círculos en estos días.

Eso era cierto. Había conocido a un buen número de gente común a través de su
marido.

— La Señora Rosalind Sharpe.

— ¿Una mujer casada?

Oyó la decepción en su voz, y percibió que iba a sospechar lo peor. No sabía por
qué no, se había entretenido con mujeres casadas en ocasiones, por lo que la
hipótesis de su madre era válida.

— Viuda.

— ¿Mayor?

— Joven.

— Es nueva en Londres.

— Maravilloso. Celebraré una cena el próximo jueves. Vine para hacerte una
invitación. Deberías traerla.

— Mi relación con ella, o lo que yo propongo que sea mi relación con ella no es
algo a lo que desearías exponer a tus otros hijos.

Su madre lo miró para evaluarlo durante un momento tan prolongado que le


dieron ganas de retorcerse en la silla.
— Sé que estás en busca de algo, Whit. Me gustaría saber de qué diablos se
trata.

También él, pero no tenía ni la más remota idea.


Capítulo 5

— ¿Un caballo? ¿Para qué necesita un caballo?— Preguntó Merrick.

Rose observó cómo su cochero, Joseph, que examinaba la hermosa yegua blanca
que el Señor Slattery, acababa de entregar, estaba fuera del alcance del oído, gracias
a Dios, ya que Merrick no tenía control sobre el volumen de su voz.

— Para los paseos en el parque— respondió ella en voz baja.

— Tienes dos piernas. Y parecen funcionar bastante bien.

Suspiró con exasperación y se agachó hasta que quedó a nivel de sus ojos.

— Honestamente, Merrick, estás acabando con mi paciencia. Tengo la intención


de que este sea nuestro último hogar de tránsito por un tiempo. Para que eso
suceda, estoy obligada a dar una determinada imagen. Si tienes que hablar de esto,
lo haremos más tarde.

Se enderezó cuando Joseph se alejó del caballo y le guiñó un ojo.

— Es excelente.

Sonriendo, caminó hacia el patio de la residencia donde se erigía un pequeño


establo. Le tendió la mano.

— Gracias, señor Slattery. Voy a notificar al Señor Beckwith para que le envíe los
fondos tan pronto como haya terminado de traspasarme los bienes de mi marido.

— Gracias, madame— dijo, inclinando su sombrero antes de irse.


Ella no vio razón para alertarlo de que su abogado había ido por la mañana para
informarle que estaba teniendo un momento terrible para localizar a las personas
con las que necesitaba hablar en la India a fin de solucionar la cuestión referente a su
patrimonio y asegurarse que recibiera todo lo que su marido le había dejado.
Invitándolo a tomar té, lo había halagado por sus esfuerzos, alentándolo para que no
se diera por vencido. Él era su última esperanza para obtener lo que era
legítimamente suyo. Sabía que era una molestia tener que trabajar con los
extranjeros, pero esa era su realidad.

Él le había reiterado que no dudara en enviar a los comerciantes a su bufete para


asegurarles que su crédito era bueno y el pago sería inminente. Ella también lo había
convencido de que le prestara dos mil libras en efectivo para cualquier cosa que no
pudiera ser facturada. Después de todo, no se podía esperar que una mujer sola
anduviera por el mundo sin ninguna moneda en el bolsillo.

— Joseph, ensilla la yegua para mí, ¿quieres?— Preguntó. — Voy a ponerme el


traje de montar y luego voy a salir.

— No me gusta esto— murmuró Merrick mientras caminaban hacia la casa.

— No tienes que hacerlo.

— Parece que esta vez estás tomando mucho más riesgos.

— Para mayores recompensas.— lo enfrentó.— Él no es como los otros, Merrick.


No se puede ganar con halagos o palabras diseñadas para inflar su orgullo. Es una red
muy diferente la que estoy tejiendo. Se requiere más delicadeza, un engaño más
elaborado.

— Deberías dejarlo a un lado. Encontrar a otra persona para tus planes.

No podía considerarlo.
— No. Estoy disfrutando este desafío. Además, está demasiado intrigado
conmigo como para alejarme fingiendo haber perdido el interés.

— Suenas como si fuera tu orgullo el que está siendo inflado aquí.

¿Acaso Merrick tenía razón? No podía negar que la compañía de Avendale era
un bálsamo para su alma herida, pero no estaba afectando sus decisiones. Eran como
siempre habían sido: calculadoras y carentes de emoción.

— Mi orgullo no tiene nada que ver con eso. Como ya he dicho, no voy a
renunciar. Pronto llegará el momento en el que necesitaremos partir con urgencia y
asentarnos bastante lejos. Estoy pensando en Escocia, si soy capaz de ganar lo
suficiente para que podamos vivir cómodamente durante un tiempo sin
preocuparnos por los acreedores o la necesidad de obtener más fondos. Si no te
gusta la forma en que consigo alimentos para llenar tu estómago, poner ropa en tu
espalda, y un techo sobre tu cabeza, te invito a que te vayas.

Frunció el ceño.

— Usted sabe que no voy a encontrar nada mejor que esto. Por lo menos
respétame.

— Sólo te pido que hagas lo mismo conmigo.

Una hora más tarde estaba sentada a horcajadas de Lily, el nombre que había
decidido ponerle a la yegua que trotaba en Rotten Row. Era una hermosa tarde. Una
ligera brisa se percibía en el aire, y el sol calentaba su cara. Así que muchas personas
estaban paseando por allí. Reconoció algunos presentes en los Dragones Gemelos.
Tres caballeros se inclinaron quitándose el sombrero ante ella. Un par de señoras le
sonrieron.

Pero necesitaba más.


Paciencia, se advirtió. La clave era la paciencia.

Entonces lo vio. Estaba allí, trotando hacia ella en un gran caballo negro.
Magnífico. Avendale, no el caballo. Aunque el animal también era una belleza.

La emoción de su presencia, la emoción de su cercanía casi la derribó de su silla


de montar. Era lo que más quería, más de lo que nunca había poseído.

Deseó que las circunstancias fueran diferentes, lo lamentó profundamente. Pero


de ser así, no estaría allí ahora, nunca lo habría conocido. Él era un duque y ella era
completamente indigna de su tiempo y atención. Pero no le impedía anhelarlo.

Frenó a Lily hasta avanzar en un ligero trote, sin dar ninguna pretensión de que
estaba haciendo otra cosa que no fuera esperar que la alcanzara. Mientras se
acercaba, tiró de las riendas, y se detuvo.

Con el caballo controlado, se quitó levemente el sombrero en un saludo cordial.

— Rose.

Le encantaba la versión abreviada de su nombre en sus labios. Dos sílabas, pero


dichas de una manera que era a la vez provocativa y sensual. ¿Qué estaba tan mal en
ella para sentirse tan afectada, cuando todos la habían llamado de esa manera la
mayor parte de su vida? Pero nadie le hacía desear abalanzarse hacia él. Nadie más
hacía que su corazón golpeteara contra sus costillas. Nadie más le había hecho
considerar la posibilidad de añadir la fornicación sin el beneficio del matrimonio a su
larga lista de pecados.

— Benjamín.

Él gruñó.

— Sabía que no debería haber compartido ese dato contigo.


— Si vas a tratarme con tanta familiaridad, creo que debería tratarte con igual
familiaridad a ti.

— Si no quieres llamarme Avendale, llámame Whit.

— Tu madre te llama así. Lo último que quiero es que me veas como a tú madre.

— Las cosas que quiero hacer contigo... confía en mí, mi madre va a ser la cosa
más lejana en mi mente, independientemente de cómo me llames.

El flagrante anhelo sexual implícito en sus ojos casi hizo que se deslizara hacia el
suelo convertida en un charco de tórrido deseo. ¿Cómo era posible que pudiera
afectarla con poco más que una mirada? Nunca antes había querido pasar sus manos
por los brazos de un hombre, sobre sus hombros, a lo largo de su pecho y espalda.
Nunca había querido ver que había debajo de su ropa, cómo serían sus músculos,
sentir su olor, su calor.

Con un pequeño empujón instó a su caballo a ir hacia adelante. Avendale— no


podía pensar en él como Whit ni siquiera Benjamin— azuzó a su caballo para que
pudiera avanzar laboriosamente al lado del de ella.

— ¿Cuánto tiempo vas a estar en Londres?— Preguntó.

Ella lo miró con recelo.

— Tengo la intención de radicarme en esta ciudad. He encontrado muchas cosas


aquí... que me atraen—. Con cualquier otro hombre, la última frase habría sido una
mentira, como una forma de alimentar su vanidad. Pero Avendale no era uno que
necesitara de los elogios ajenos, y hablar honestamente acerca de su atracción servía
a su propósito.

— Prefiero que no me golpees con palabras, sino con las manos.— Se inclinó
sobre la montura y se sorprendió de que no la derribara de la silla.— O con la boca.
Estaba bastante segura de que se había puesto tan roja como su vestido de
noche favorito.

— Te tomas demasiadas libertades con tus insinuaciones— se preguntó por qué


había sonado tan agitada, como si hubiera estado galopando sobre el césped.

— Tú no eres virgen. No veo ninguna razón para andar con pelos en la lengua o
pretender que quiero otra cosa de ti.

— El hecho de que ya no sea virgen no quiere decir que no merezco ser


cortejada. Yo también necesito afecto.

— Te aseguro que no vas a encontrarme carente de afecto.

Esos ojos ardientes de nuevo, la promesa de una pasión que temía podía dejarla
chamuscada para toda la vida.

— Vamos a pasear, ¿de acuerdo?— Preguntó.

¿Pasear? ¿Realmente creía que sus piernas podían sostenerla después de la


forma en que la había mirado, y las palabras que había pronunciado? No quería
sentirse tan afectada en su presencia. Confundía sus pensamientos. Por otro lado, tal
vez estar más cerca de él podría marearlo también.

— Sí, eso sería maravilloso. — Por lo menos su respiración se había normalizado,


y sonaba más como ella misma.

A medida que se su caballo se detenía, ella hizo lo mismo, y luego observó


fascinada mientras balanceaba la pierna hacia atrás y desmontaba. ¿Por qué cada
movimiento suyo, no importaba qué tan común o pequeño fuera, la intrigaba? Podía
retener su atención durante horas sin hacer nada más que respirar. Era
completamente ridículo que monopolizara de tal manera sus sentidos.
Se paró enfrente y envolvió sus manos alrededor de su cintura. Manos que
podría efectivamente colocar alrededor de su garganta y quitarle el aliento
definitivamente en caso de que descubriera sus planes y estallara su ira. Debería
haber elegido un hombre pequeño, pero la verdad era que no había tenido otra
opción, una vez que se le había acercado, la había atraído como polilla a la llama.

La deseaba, y sabía que no era de los que daban marcha atrás hasta haber
conseguido lo que quería.

¿Cuál era la razón por la que momentáneamente había considerado hacer frente
a su ira?, porque lo que él quería, ella no se lo daría. Había hecho un buen número
de cosas en su vida, una buena parte de ellas no le provocaba ningún orgullo, pero se
las había arreglado para hacer lo que necesitaba sin tener que abrir las piernas para
obtener lo que quería. Estaba tan decidida a ganar lo que codiciaba como él.

Aunque la ventaja era toda suya. Ella sabía cuál era el verdadero juego que
estaba jugando y sus reglas. Mientras él estaba ocupado en otro tipo de deporte. El
truco consistía en garantizar que no se diera cuenta de que no estaban en el mismo
campo de juego hasta que hubiera ganado.

Dejando caer su mirada hacia los labios deliciosos, pensó en sus besos
anteriores, esas imágenes fueron suficientes para erizarle la piel, y hacer que sus ojos
se tornaran de un azul fundido. Tuvo un momento de satisfacción cuando lo vio
tragar, y sintió que sus manos la apretaban. Ella colocó sus manos enguantadas
sobre sus hombros y disfrutó de su fuerza, aunque sentía temor de que la descargara
en su contra.

Lentamente, muy lentamente, la levantó y la depositó sobre el suelo, tan


estrechamente que sus senos rozaron lo largo de su pecho. Sus pezones se
contrajeron dolorosamente, su corazón latió con fuerza y su estómago convulsionó.
Cerró sus rodillas, asegurándose de permanecer erguida.
Debido a su sombrero, la parte superior de su rostro estaba en sombras cuando
la miró. Quería quitárselo con un golpe rápido, ver sus ojos claramente, conocer sus
pensamientos, sus sentimientos, sus deseos. Con los pulgares, acarició sus costillas,
una vez, dos veces, tres veces antes de soltarla finalmente. Dando un paso atrás,
tomó las riendas de los dos caballos, con una mano, ofreciéndole su brazo libre.

Sería más prudente ignorarlo, pero no podía negarle a sus dedos el placer de la
firmeza de sus músculos. Contra su mejor juicio, pasó la mano por el hueco de su
codo.

Aunque no era particularmente baja, fue muy consciente de que tuvo que
acortar sus pasos para acomodarse a los suyos mientras caminaban tranquilamente a
lo largo del sendero, dejando Rotten Row atrás. Al principio saludó a algunas
personas con una inclinación de cabeza, un toque al ala de su sombrero, pero luego
pareció aburrirse. Nadie se acercó a hablar con él. Se las arreglaba de alguna manera
para emitir el aura de un hombre que no quería ser molestado.

Cualquier esperanza que podría haber tenido de mostrar una reputación


intachable se alejó como las mariposas que revoloteaban a su alrededor. Sabía muy
bien que estaba reclamándola allí. Por la tarde, a plena luz del sol, en un parque lleno
de gente, donde las personas paseaban tranquilamente, tomando nota de quién
pasaba el tiempo con quién. Con su demostración de posesividad, sus opciones se
reducían a nada.

Pero si fuera sincera consigo misma, sus opciones se habían terminado en el


momento en que se volvió para encontrarlo extendiéndole la copa de champán. Bien
podría disfrutar de su compañía durante el tiempo que pasaría allí. Sin acceder a lo
que le insinuaba.

Le había dicho la verdad la noche anterior. Aunque no tenía nada en que basar el
juicio evaluativo de su persona, sabía que no era un hombre que pudiera forzar a una
mujer a hacer algo que no deseaba. Tal vez un beso, una caricia, pero sería ella la que
eligiera el final. Se preguntó por qué ese pensamiento la llenaba de pesar.

— ¿Cuántas propiedades tienes? — Preguntó.

Él la miró y se encogió de hombros.

— Tengo curiosidad acerca de ti pero pareces reacio a discutir nada demasiado


personal. Puedo preguntar por ahí para averiguar acerca de tus propiedades. Me
atrevería a decir que el abogado que se encarga de los bienes de mi marido podría
decírmelo. Él parece conocer muy bien a la aristocracia londinense.

— ¿Quién es tu abogado? — Preguntó.

— Beckwith.

— ¿Cuál de ellos?

— Daniel.

— El más joven.

— ¿Conoces el bufet de Beckwith e hijos?

Él hizo una breve inclinación de cabeza.

— Su padre manejaba gran parte de mis asuntos hasta que se los pasó a su
primogénito. Los otros dos hijos tienen una sólida reputación. No podrías haber
elegido a alguien mejor.

— Me temo que está encontrando un poco frustrante resolver todo. Mi marido


no dejó sus asuntos en orden. Beckwith está intentando enderezar las cosas.
Mientras tanto, yo confío en la bondad de los extraños. Aunque me preocupa que
aquellos con quienes estoy en deuda puedan perder pronto la paciencia.
— Si alguien puede mantenerlos a raya, es Beckwith.

— Voy a depender de ello. ¿Qué me dices acerca de tus fincas?— preguntó con
ganas de dejar a un lado el tema de Beckwith.

— Tengo dos más aparte de mi residencia en Londres. Espantosamente grande,


pero la heredé de mi padre. Sospecho que deberé quedarme con ella para siempre.

— Mencionaste que tu padre murió cuando tenías cuatro años. ¿Tienes muchos
recuerdos de él?

— Muy pocos, ninguno de ellos vale la pena perder tú tiempo.

— Cualquier cosa sobre ti es digna de mi tiempo.

Soltó una risa oscura.

— Esa no. ¿Por qué tantas preguntas, Rose?

— ¿No estás acostumbrado a que las damas pregunten acerca de ti?

— No en realidad no. Las damas cuya compañía prefiero, generalmente están


interesadas en una cosa que requiere poca conversación.

— ¿Nunca has explorado la mente de una mujer?

— Encuentro la mente de las mujeres sumamente aburridas. Prefiero explorar


otros aspectos de ellas.

— Me temo que me siento más bien insultada. No encuentro que mis


pensamientos sean aburridos en absoluto.

— A lo mejor puedes demostrarme que eres la excepción.

Habían llegado a un bosquecillo de árboles. A medida que se dirigía hacia ellos,


Rose miró por encima del hombro. La gente estaba demasiado lejos como para que
prestaran atención al rumbo de Avendale. Pero ¿qué importaba? Estar a solas con él
ya le estaba causando suficiente daño. Aunque al final, nada podría disuadirla de
obtener lo que quería.

Las ramas estaban cubiertas de hojas pero la luz del sol encontraba su camino al
suelo. Avendale envolvió las riendas alrededor de un arbusto bajo, antes de tomarla
en sus brazos y fundir su boca con la de ella. Había percibido el beso que se
avecinaba. Aún así, el impacto del mismo fue un shock, porque no era tierno, más
bien lo sentía como si fuera un hombre que había estado demasiado tiempo sin
sustento.

Inmediatamente sus rodillas se debilitaron por lo que le echó los brazos al


cuello. Retrocedió un paso, luego otro hasta apoyar la espalda contra un árbol y
Avendale fue aplanando sus senos con la amplitud de su pecho. Su lengua la
conquistó, la poseyó, y la disfrutó.

La sedosidad aterciopelada de su lengua la excitó de tal forma que apartó de un


manotazo el maldito sombrero que mantenía su rostro en las sombras, y dejó correr
sus dedos entre su pelo, acercándolo y animándolo a permanecer con ella.

Sus manos rozaron sus costados, las nalgas, las caderas. Abajo y alrededor,
arriba y otra vez abajo, hasta que al fin ahuecó su pecho en la palma. En algún lugar
lejano, oyó un gemido, ¿un gemido propio?, seguido por un gruñido de triunfo
rotundo. Movió el pulgar sobre el pezón erecto, haciendo que se encogiera de
placer, haciendo que todos los puntos álgidos de su cuerpo le punzaran
dolorosamente.

Arrastró su boca sobre su barbilla, hasta llegar al cuello y el hueco de su


garganta.
— ¿Por qué diablos los trajes de montar tienen que cubrirte hasta arriba como si
fueras una maldita monja?— dijo entre dientes.

Gracias a Dios por eso, gracias a Dios, gracias a Dios. Si sentía su boca ardiente
contra su piel una vez más, estaba segura que su determinación podría desaparecer y
se encontraría entregándole todo, antes de que tuviera la oportunidad de sopesar las
consecuencias.

Maldito fuera por tener la capacidad de besarla hasta dejarla sin sentido.
Maldito por hacerla darle la bienvenida.

Le mordió el lóbulo y oyó ese maldito gemido de nuevo. El calor produjo una
profusa humedad entre sus muslos. Sus dedos se apretaron en su pelo.

— Ven conmigo a mi casa ahora — dijo con voz áspera.

Su voz parecía haberla abandonado. Casi asintió en señal de conformidad. Le


daría cualquier cosa, cualquier cosa, pero luego el glorioso placer desaparecería de
repente, y recuperaría la cordura de sus sentidos. Sabía que, sin duda, tenía el poder
de hacerla arder hasta consumirse en cenizas.

— No— dijo con voz áspera y cruda. — Te lo dije. Necesito afecto.

— Te voy a dar más del que nunca hayas conocido.

Sacudiendo la cabeza, de alguna manera encontró la fuerza para empujar sobre


sus hombros.

— No.

El fuego en sus ojos la asustó, no porque brillaran de ira, sino porque ardían de
pasión. Vio la desesperación con que la deseaba. Tuvo un momento de triunfo, antes
de hundirse en un sentimiento de tristeza que no entendía. Este hombre tenía todo:
riqueza, poder, prestigio, influencia. Era el dueño del mundo. Le había entregado sus
monedas para que las perdiera en el juego. Era sólo dinero.

Todo lo que tenía lo daba por sentado. Todo lo que poseía significaba muy poco
para él.

Y quería poseerla. Pero con la posesión, dejaría de importarle, perdería su valor.


Llegaría a ser como las monedas que despilfarraba sin escrúpulos, sin siquiera
tomarse la molestia de contarlas.

— No— repitió, y vio el fuego atenuándose con aceptación.

— Ven al teatro conmigo— dijo. — Esta noche.

Ella parpadeó. Había esperado que la maldijera, que le escupiera su disgusto por
la negativa. No había esperado que le hiciera una invitación.

—No estoy disponible esta noche— le dijo, sin entender donde había
encontrado las fuerzas para no saltar inmediatamente a sus órdenes. Nunca había
estado en el teatro. La idea de ir la excitaba. La idea de ir con él la excitaba aún más.

— Mañana— afirmó sin rodeos de una manera que sonaba como una orden.

Podía concederle esa pequeña victoria.

— Sí, me gustaría eso.

— Dame la dirección de tu residencia. Te recogeré en mi carruaje a las siete y


media.

Ella vaciló, pero ¿qué daño podría causarle si le daba esa información? Aunque
podría parecer lo contrario, ella era tan esquiva como él. Después de que le dio la
dirección, muy lentamente se alejó y se sorprendió de que la huella de su cuerpo
ardiente no hubiera quedado impresa en la lana de color rojo de su atuendo.
Se inclinó, recuperó su sombrero y se lo puso en la cabeza. Entonces esbozó una
lenta sonrisa lobuna que le hizo pensar que podría haberlo juzgado mal, que de
hecho, eso era lo que precisamente había esperado.

— Mañana entonces— dijo. — Viviremos una noche inolvidable.


Capítulo 6

Con afecto.

Rose leyó la nota de nuevo, luego miró las dos docenas de rosas que habían sido
entregadas en un jarrón de cristal exquisito que Avendale debía haber adquirido por
separado. Seguramente las flores no se entregaban normalmente en un recipiente
tan fino.

Le había dicho que necesitaba afecto, cortejo, sin embargo, no podía dejar de
pensar que estaba burlándose de ella, aunque ¿por qué iba a arriesgarse cuando se
esforzaba tanto por atraerla a su cama? Tendiendo la mano, pasó la punta de sus
dedos sobre uno de los pétalos rojos.

— No confío en un hombre que envía flores— dijo Sally.

— Sólo porque Merrick nunca te ha enviado ninguna.

— ¿Por qué debería?— Preguntó. — Ella sabe que la amo.— Dijo el mayordomo.

— A veces una mujer sólo desea que se lo demuestren— dijo Rose.

Cruzó los brazos sobre el pecho.

— Hay mejores maneras de demostrárselo.

— Este duque está tratando de obtener algo más— dijo Sally.

— Tal vez, aunque sospecho que es más hábito que nada, algo que un caballero
hace cuando quiere ganarse el favor de una mujer.
— ¿Qué dice la nota?— Preguntó Merrick. A menudo se interesaba más en los
asuntos de Rose que Sally.

Rose metió el pergamino doblado en el bolsillo de su falda.

— Simplemente firmó su nombre.— No había proporcionado su nombre en


absoluto, y aún así sabía que las había enviado. No porque ningún otro caballero
estuviera compitiendo por su atención. Simplemente estaba segura que había sido
él.

— Iremos al teatro esta noche— anunció.

— ¡Oh! yo siempre he querido ir al teatro— dijo Sally. — ¿Cómo te las arreglaste


para conseguir una invitación para todos nosotros?

Rose sintió un golpe seco en el centro de su pecho. Odiaba decepcionarla.

— Lo siento querida. Me refería a Avendale y yo.

El rostro de Sally se demudó.

— Claro. Qué tonta fui por pensar lo contrario. ¿Qué vestido te pondrás?

— El rojo sin los volantes. Quiero verme elegante esta noche.

— ¿Vas a decirle a Harry adónde vas?— Preguntó Merrick.

— Naturalmente. No guardo secretos para él.

Se pondría cabizbajo. Le encantaría asistir al teatro. Tendría que memorizar


todos los detalles de la estructura y la función.

Si tan sólo Avendale cesara de distraerla.


***

Mientras su coche recorría las calles, a Avendale le parecía extraño estar tan
ansioso por pasar una noche en el teatro. Incluso cuando había estado frecuentando
a la actriz no había esperado una noche en el palco con semejante expectativa.

Era Rose. El reto de conquistarla.

La mayoría de las mujeres que conocía estaría concediéndole todos sus


caprichos con la esperanza de convertirse en su duquesa, mientras que ella lo
desafiaba a cada paso. ¿Porque era un plebeyo?, ¿porque sabía que nunca podría
pedir su mano en matrimonio? Ella coqueteaba con él, le daba tanto como recibía.
Porque no era una señorita de sonrisa tonta. Era una mujer con experiencia. Había
estado casada. Había sobrevivido a la pérdida de un marido.

Al oír la señal que el cochero le hacía a los caballos para que se detuvieran, echó
un vistazo al frente de la residencia. Probablemente era un cuarto del tamaño de la
suya, pero lo suficientemente grande para acomodar varias habitaciones. Parecía
construida recientemente.

Su lacayo abrió la puerta. Avendale salió justo cuando Rose salía elegantemente
de la residencia. Estaba vestida de rojo de nuevo. En verdad no debería vestir ningún
otro color. Sonriendo, se apresuró a bajar las escaleras, acortando el camino hasta
llegar a la puerta.

— Normalmente una mujer espera hasta que el caballero llama a su puerta—


amonestó ligeramente.

El arco de su boca se curvó mientras le apretaba el brazo.

— Yo estaba demasiado excitada para esperar.


— Hubiera tardado menos de un minuto.

— Nunca he estado en un teatro. No quiero perder un segundo más de tiempo.


¿Vamos?

Mirando por encima de su cabeza hacia la residencia, se sintió decepcionado de


que no le hubiera permitido entrar. Quería ver el mobiliario, las pinturas, los
pequeños detalles que seguramente ella habría añadido. Quería saber más, y había
pensado que podría descubrir información adicional cuando viera cómo vivía.

Desde las ventanas a ambos lados de la puerta, la luz se derramaba suavemente


hacia la noche. Aparte de eso, las ventanas estaban envueltas en oscuridad, y sin
embargo, tenía la clara impresión de que estaba siendo observado. Un sirviente
entrometido quizás. ¿Quién más podría ser?

— ¿Avendale? — Le reprendió, apartándolo de sus pensamientos.

— Eres muy perseverante en tu propósito— dijo.

— Sí, absolutamente. He estado esperando esta noche toda mi vida.

Y preparándose para ello, pensó. Su vestido rojo era de un estilo sencillo y


elegante que halagaba sus curvas. Las faldas no eran tan voluminosas como para
ocultar la anchura de sus caderas. Una gargantilla de terciopelo con un pequeño
camafeo en el centro rodeaba su garganta. Necesitaba rubíes, una gran cantidad de
joyas que se extendieran sobre ese escote desnudo. Pensó en lo mucho que podría
disfrutar de volver a quitarle los guantes que llegaban más allá de sus codos. Quería
liberar sus guedejas rubias de las peinetas de perlas que las mantenían prisioneras. A
pesar de que no encontró fallas en los pendientes delgados en sus orejas, sintió que
sus labios podrían encontrar un hogar allí.
Después de ayudarla a subir al coche, miró hacia la residencia, y creyó ver un
aleteo de cortinas en una ventana del piso superior. Tal vez debería echar un vistazo
en el interior cuando la trajera de vuelta.

Saltando en el transporte, tomó asiento enfrente de ella. Había mantenido la


linterna encendida para que pudiera disfrutar de su presencia sin el estorbo de las
sombras intrusas. Le asombraba lo mucho que le gustaba simplemente mirarla.

Con una sacudida, los caballos partieron. Iba sentada formal y correctamente,
mirando por la ventana, observando el barrio como si nunca lo hubiera visto antes.

— Tu casa parece apenas lo suficientemente grande para dar cabida a un salón


de baile— dijo.

Con los ojos entornados, ella lo miró.

— No se debe juzgar nada por su fachada.

— Supongo que tienes razón. Pero el barrio es agradable. Pareces haber logrado
establecerte bastante bien aunque el asunto de tu herencia aún no esté resuelto.

— Eso es todo mérito de lo que Beckwith está haciendo. Ha avalado por mí para
que las empresas me extendieran el crédito.

— Dos años parece un tiempo bastante largo para resolver el traspaso de bienes.

— Me temo que es culpa mía. Me quedé en la India demasiado tiempo tratando


de poner los asuntos de mi marido en orden. Al final tuve que aceptar que estaba
más allá de mis habilidades, así que vine a Londres. Hablé con Beckwith ayer y él es
bastante optimista como para creer que está muy cerca de tener todos los patitos en
fila.
— Eso es bueno. — Pensar en la herencia de su marido le llevó a preguntar:—
¿Tienes hijos?

Ella sonrió con tristeza.

— No. Nosotros no estuvimos casados el tiempo suficiente y, además, tampoco


teníamos la intención de ser padres aun.

— ¿Cuánto tiempo estuviste casada?

— Casi un año.

Luchó para no mostrar su sorpresa. No era lo suficientemente maleducado como


para preguntarle su edad, sobre todo porque la verdad era que no le importaba un
ápice, pero según sus cálculos, ya había pasado la flor de la juventud cuando se había
casado.

— ¿Estuviste casada solo una vez?— Preguntó.

— Sólo una vez. Probablemente sólo una vez por toda la eternidad.

— Eres joven. ¿No quieres casarte de nuevo?

Ella sacudió su cabeza.

— Mi marido era un buen hombre, pero un poco autoritario. Lo echo de menos


terriblemente. Ojalá no hubiera muerto, pero tengo un poco más de libertad
ahora.— Le dedicó una sonrisa deslumbrante.— Para ir al teatro, por ejemplo. Él
pensaba que sería espantosamente aburrido.

— La mayoría de los hombres piensa igual.

— ¿Y tú?— Preguntó.
—Depende de la compañía. Esta noche no creo que pueda aburrirme en
absoluto.

Maldijo la luz por no ser lo suficientemente fuerte para ver si se había sonrojado.
Sospechaba que una tonalidad rosada habría teñido su pecho, su garganta y mejillas
como la marea alta. Ella miró por la ventana.

— A veces me asustas— dijo en voz baja.

Él frunció el ceño.

— ¿Por qué? No soy el tipo de persona que siquiera piense en dañar a las
mujeres.

— Pero vas detrás de lo que quieres. — Se volvió hacia él.— Implacablemente.

— No por lo general— admitió. — No cuando se trata de mujeres. En general,


caen en mi regazo. Literalmente. Toma como un cumplido que siga intentando
conquistarte.

— ¿Y si supieras con certeza que no ganarías lo que quieres?

— No hay certezas en la vida, excepto para la muerte. Así que me limitaré a


trabajar arduamente para hacerte cambiar de opinión.

— Podrías quedar bastante decepcionado, excelencia.

— Lo dudo, cuando me proporciona tanto placer estar en tu compañía, y estar lo


suficientemente cerca para inhalar tu fragancia de rosas.

— Podrías descubrir que soy bastante espinosa.

— No importa pincharse cuando la recompensa es ver tanta belleza desplegada.


Su dulce risa llenó los confines del carruaje, y se instaló en algún lugar dentro de
las profundidades de su alma. Otras mujeres habían reído en su presencia, pero no
podía recordar el sonido de ninguna. Nunca olvidaría la de ella. En las noches
solitarias, recordaría cada detalle como si estuviera presente.

Tuvo un fugaz pensamiento de que una noche con ella no sería suficiente, que
necesitaría explorar todas las facetas de su ser desde diferentes ángulos. Que estaba
compuesta de profundidades desconocidas, que un hombre nunca podría saberlo
todo de su persona. Tuvo una punzada momentánea de celos de que Sharpe la
hubiera conocido, probablemente mucho mejor de lo que Avendale jamás haría.

— ¿Lo amaste?— se oyó preguntar, y deseó haberse mordido la lengua antes,


porque no tenía ganas de mostrarse como un amante celoso.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, su cabeza se volvió hacia atrás ligeramente.

— ¿A mi esposo?

— Sí.

— No me habría casado con él de otra manera.

Apenas una respuesta adecuada. Quería saber la profundidad de su amor.


¿Había llorado desconsoladamente su muerte, había pensado que su vida había
terminado, se habría acostado con su camisa de dormir, pasando los dedos por las
cerdas de su cepillo, oliendo su colonia hasta altas horas de la noche? ¿Había hecho
todas las cosas que ninguna mujer jamás haría por él?

Había conocido a muchas mujeres durante su vida, pero sabía con plena
confianza de que ninguna excepto su madre, lo había amado de verdad. Les gustaba,
sí, sin duda disfrutaban de su compañía, pero nada más. En la despedida podían
sentir un atisbo de tristeza, pero ninguna había llorado, ni rogado por continuar a su
lado. Envidiaba a Sharpe porque esa mujer lo había llorado.

¿De dónde diablos salían esos pensamientos taciturnos? Los alejó de su mente.
No necesitaba su amor ni su afecto. Quería sólo su aceptación, su deseo, su pasión.

El corazón no debía estar involucrado en absoluto. Mejor si su relación era de


corta duración. Como un explorador que exploraba una isla antes de embarcarse en
su nave e ir en busca de algo nuevo y diferente para explorar, Avendale se aburría
fácilmente. Siempre lo hacía.

Era su falta de voluntad para ceder a él fácilmente lo que lo mantenía atado. Una
vez que le diera acceso a sus tesoros, la búsqueda se acabaría, y con ella la emoción
de la persecución. Sin esa emoción, nada podría atarlo.

Vio la emoción desbordante en sus ojos mientras se acercaban a Drury Lane. Su


alegría era casi contradictoria con la mujer a la que había llegado a conocer. Por un
momento loco pensó lo gratificante que sería viajar por el mundo con ella, mostrarle
miles de descubrimientos. ¿Qué estaba pensando? Había viajado por la India. Sin
embargo, nunca había asistido a un teatro. Interesante. ¿Qué otra cosa no habría
vivido? Tenía ganas de descubrirlo y asegurarse que los experimentara con él.

El coche se detuvo; el lacayo abrió rápidamente la puerta. Avendale salió, y


luego la ayudó a bajar. Por un momento, cuando las farolas iluminaron su rostro,
pensó que podría haber juzgado mal su edad. Le recordaba a una niña
desenvolviendo un regalo el día de Navidad y descubriendo la muñeca que había
codiciado. Su mirada cayó en las curvas suaves de sus pechos. No, nada en ella le
recordaba a una niña, pero no le molestaría cruzarse con esa mirada encantada por
el descubrimiento mientras estuviera en su cama.
Con la mano metida en el hueco de su codo, hicieron su camino hacia el teatro, y
él fue muy consciente de que su cabeza giraba extasiado contemplándolo todo,
como si no quisiera que ningún detalle escapara de su atención.

— Me parece inconcebible que nunca hayas asistido a una obra de teatro— dijo.

— He visto algunas actuaciones, pero nada en un lugar tan grande como este. Es
bastante notable.

— No puedo tomar ningún crédito por ello.

— Pero me trajiste, puedes obtener crédito por eso.

Su palco estaba cerca del escenario. Cuando Rose asomó por el balcón, Avendale
se alegró de que fuera capaz de ofrecerle una espléndida vista. Sonriendo, le
devolvió la mirada, con los ojos muy abiertos.

— Esto debe costarte una fortuna.

Se encogió de hombros.

—No puedo recordar. Lo he tenido durante años. Mi administrador simplemente


se asegura de pagar por él.

Su sonrisa se atenuó un poco y algo que no pudo descifrar endureció sus rasgos.

— Debe ser maravilloso no tener que preocuparse por algo tan mundano como
contar las monedas que debes gastar.

¿Había desaprobación en su voz? ¿Envidia? ¿Celos? No podía identificarlo con


precisión, pero estaba bastante seguro de que no estaba contenta por la facilidad
con la que podía obtener cosas. Tampoco entendía por qué sentía esa abrumadora
necesidad de asegurarle que podría tener lo que quisiera.
— Estás invitada a hacer uso de mi palco cada vez que quieras.

Ella ladeó la cabeza, pensativa.

— ¿Incluso después de que dirijas tus atenciones a otra persona?

Él se alejaría, sabía que lo haría. Siempre lo hacía. Y sin embargo, no podía


imaginarse haciéndolo.

— Lo discutiremos cuando llegue el momento. Mientras tanto, vamos a disfrutar


de esta noche, ¿de acuerdo?

— Si por supuesto.

Se ubicaron en sus sillas cuando las luces comenzaron a apagarse. Había


olvidado lo seductor que podría ser el palco cuando quedaba en sombras. No podía
hacer el amor con ella allí, por supuesto, pero ¿quién iba a notar una caricia
ocasional? Podía pasar un dedo a lo largo de su brazo, a través de la nuca, de los
hombros desnudos.

Las cortinas fueron corridas, y ella cambió de silla, en realidad se desplazó como
si estuviera en trance por el escenario. Se encontró igualmente en trance con ella.
Nunca había visto a nadie contemplar un espectáculo con tanta intensidad, tanta
dedicación, como si temiera perderse una sola palabra, un solo movimiento de los
actores en el escenario. Ella no habló, no lo miró, jamás apartó la mirada del
escenario. Tan absorta, que casi parecía una estatua. A mitad de la obra, cuando el
drama se intensificó, se le acercó y envolvió la mano con fuerza alrededor de su
brazo, apretando como si necesitara la tranquilidad de saber que no estaba sola.

Podría haberse inclinado para susurrarle algo malo en su oído, para penetrar esa
delicada cáscara de indiferencia, pero no se atrevió a distraerla. Tampoco podía
entender por qué se complacía en verla disfrutar de la actuación. Ella simplemente
estaba hipnotizada.

Cuando las cortinas estaban terminando de cerrarse, de repente se puso de pie y


comenzó a aplaudir con entusiasmo.

— ¡Bravo! ¡Bravo!

Se puso de pie también. Ella lo miró entonces, con el rostro radiante.

— Gracias— dijo. — ¡Muchísimas gracias!

No recordaba haber recibido tanta gratitud por algo tan simple. Se comportaba
como si hubiera sido el responsable de los actores, la obra, la construcción del
teatro. Su pecho se hinchó de felicidad. Tanto agradecimiento por tan poco. ¿Sería
tan agradecida por todo? De repente quería poder dárselo todo.

A causa de la multitud, que lentamente iba dejando el teatro, mantuvo su mano


en su codo, despejando un camino. Una vez fuera, vio su carro y la condujo a él,
ayudándola a subir. Se instaló frente a ella, pero pasaron un par de minutos antes de
que pudieran iniciar el viaje de regreso.

— Fue realmente maravilloso— dijo en un suspiro. — Más de lo que podía haber


imaginado.

— Me alegro de que te haya gustado. No creo que jamás haya visto a nadie tan
absorto con la actuación.

— Debes pensar que soy muy poco sofisticada para emocionarme por algo que,
sin duda, tú das por sentado.

— Por el contrario, estaba pensando que eres extraordinaria.

Se mordió el labio inferior, y luego lo humedeció con la lengua.


— No creo que sea para tanto.

No pudo dejar de notar el deseo plasmado en su voz, el sensual movimiento de


sus pestañas. A su juicio, debería apagar la llama de la lámpara, pero quería verla.
Con vivacidad, corrió las cortinas cerrando las ventanas.

— ¿Qué estás haciendo?— Preguntó cuándo quedaron envueltos en sombras.


No percibió miedo, ni temor, más bien curiosidad en su tono. O tal vez una inocencia
simulada porque seguramente sabía lo que estaba haciendo. Había sido sincero al
respecto y seguiría siendo así. No quería obligarla, pero tampoco desperdiciaría
oportunidades.

— Dándonos un poco de intimidad.

— ¿Para qué propósito?

— Para hacer lo que he querido hacer toda la noche. Besarte.— Se quitó los
guantes antes de atraerla a sus brazos.

Ella fue de buena gana, con entusiasmo, con la boca abierta, su lengua de seda
acariciando la suya, avivando las llamas de su deseo. Había tenido mujeres en
abundancia. Pero no a ella. Lo recibía sin artificios, sin dudarlo. Conocía mujeres con
experiencia, pero incluso ellas se habían contenido en algún punto. Ella no retenía
nada. Exploraba, exigiéndole que hiciera lo mismo. Podría ser una plebeya, la
sociedad podría tener la audacia de colocarla por debajo de él, pero referente a la
pasión estaban en igualdad de condiciones.

Le gustaba, le gustaba mucho. Había honestidad en la forma de mover su boca


sobre la suya, al pasar sus dedos por el pelo. Había mucho de verdad en su deseo.
Ella no estaba buscando una chuchería adicional o unas cuantas monedas. Quería lo
que podría suceder entre ellos.
Lo sentía en sus dulces suspiros y gemidos, en el afán de sus labios, en el hechizo
de su perfume, que le calentaba la piel. Su piel, enrojecida ahora, no tenía ninguna
duda.

Arrastró su boca a lo largo de su garganta, y dejó caer la cabeza hacia atrás para
darle más acceso. Él mordisqueó su clavícula, hundió la lengua en el hueco de su
garganta antes de posar la boca sobre las cimas de sus pechos henchidos.

Tirando la seda hacia abajo, tomó un pezón en su boca y succionó. Ella gimió.
Sus dedos se clavaron en sus hombros. Él deslizó la mano por su cadera, muslos, aún
más abajo hasta llegar al borde de su falda, y luego se deslizó por debajo del satén de
las enaguas, por la longitud de sus medias hasta que finalmente llegó al cielo de su
piel. Suave como la seda. Caliente y húmeda. Apartó el tejido hasta que llegó a sus
rizos y su centro ardiente. Mojada, tan húmeda, tan caliente. Miel tibia.

Ella abrió la boca, pero no con indignación. Con asombro. Sus grandes ojos se
encontraron con los de él, sus labios formaron un pequeño círculo. Jadeó con
respiraciones cortas. Se aferró a sus hombros como si temiera volar a través de la
ventana.

La acarició con pasadas largas y lentas, aumentando la presión. Pellizcando, con


los dedos y el pulgar el pequeño botón, antes de regresar a su base, una y otra vez
hasta que…

Con un grito, ella se desmadejó en sus brazos.

La abrazó con fuerza, sintió los temblores que brotaban en cascada a través de
su cuerpo. Enterró la cara en su cuello, y maldijo la tela de su camisa que le impedía
experimentar la sensación de sus labios sobre la piel.

— Oh, Dios mío— susurró con voz áspera y cruda. — Oh, Dios mío, no tenía ni
idea.
Él se quedó completamente quieto, sin siquiera respirar. No podía haber oído...
ella no había querido decir...

— Tu marido nunca…

— ¿Mi esposo?— Repitió, como si se tratara de una palabra extraña y


desconocida.

— Sí, tu marido. ¿Acaso nunca te dio satisfacción?

Ella sacudió su cabeza.

— No.

Se echó hacia atrás hasta que le sostuvo la mirada, con el rostro apagado por el
temor. Sacudió la cabeza de nuevo.

— No.

— Entonces era un bastardo egoísta.

Envolviendo su mano alrededor del brazo que todavía estaba enterrado debajo
de su falda, le dio un pequeño empujón.

— Necesito un momento. Por favor.

Muy lentamente, quitó su mano, enderezó sus faldas y luego su corpiño. Le dio
un beso en la sien, y le dijo en voz baja.

— Vuelve conmigo a mi residencia. Te puedo mostrar mucho más que esto.

— No, no, no puedo. — Se escabulló de vuelta a su asiento y se lamió los labios


deliciosos. — No puedo.

A pesar del hecho de que no tenía ningún deseo de hacerlo, volvió al banco
frente a ella y simplemente la estudió.
— Si yo hubiera sabido…

Levantó una mano para ahogar sus disculpas.

— Por favor no digas que lo sientes. Yo no lo siento.

— Me parece criminal.

— Tal vez mi marido tampoco lo sabía. No creo que tuviera experiencia.— Miró
hacia la ventana con cortinas como si pudiera ver más allá.— Me siento bastante
tonta por haber hecho tanto alboroto, haber gritado.

— Confía en mí, me gustó mucho tu reacción.

— Tengo que confiar en ti para permitir que me tocaras tan íntimamente.

— ¿Estás segura de que no quieres venir a mi casa?

Volvió su atención de nuevo a él.

— Eres muy persuasivo, pero no estoy lista para lo que prometes. Necesito
saborear un poco esta experiencia y quiero estar segura si es que va a haber algo
más entre nosotros.

Casi le aseguró que habría más. No iba a renunciar a ella sin conocerla
plenamente. Así las cosas, su cuerpo le dolía por la necesidad, pero nunca había
obligado a una mujer. Quería que ella lo deseara, como lo había hecho antes de que
comprendiera el destino del viaje que habían iniciado.

La tendría, y sería dulce, tan dulce.

El coche desaceleró, y se detuvo.

— Hazme saber cuándo estés lista para bajar— dijo. — Mi lacayo no abre la
puerta hasta que las cortinas están corridas.
— ¿Acostumbras a tener prácticas indecorosas los carruajes?

— Me porto mal en todas partes. En especial, cuando estoy contigo, ya que me


parece que pierdo el control en tú presencia.

— Sin embargo, te detuviste cuando te lo pedí.

— No soy un bárbaro. Te deseo, te deseo por completo. Pero quiero que estés
bien dispuesta.

Ella lanzó un suspiro largo y lento.

— Debo irme ahora.

Echó atrás las cortinas. Abrió la puerta y salió. Luego la acompañó hasta la
puerta.

— Fue una noche extraordinaria— dijo. — Gracias.

Con una mano, él tomó la barbilla e inclinó su rostro.

— Todavía no terminamos, Rose. Toma el tiempo que necesites, pero debes


saber que una noche muy pronto serás mía, completa y absolutamente mía.

Rozó sus labios sobre los de ella, y luego dio un paso atrás.

— Que duerma bien, Su Gracia— dijo, antes de abrir la puerta e ingresar al


interior.

Mientras caminaba de regreso al coche, dudaba que pudiera dormir en absoluto.


Nunca en su vida había querido poseer a una mujer tanto como quería a Rosalind
Sharpe.

***
Con pequeños temblores recorriéndola en cascada, Rose apretó la espalda
contra la puerta, sorprendiéndose de que sus piernas tuvieran la fuerza suficiente
para sostenerla. Nunca antes había perdido el control de una situación, ni de sí
misma. Nunca antes había estado tan asustada por el poder que un hombre podía
ejercer sobre ella. Era algo que podría costarle muy caro.

Tenía que mirar más allá del placer, pero era muy difícil cuando sus
terminaciones nerviosas se habían transformado en pequeñas estrellas brillantes que
la hacían vibrar. Le encantaba besar a Avendale, le encantaba el juego de sus bocas,
amaba el calor que le generaba. Cuando había deslizado la mano bajo sus enaguas,
sabía que no debía permitirlo, pero no se atrevió a detenerlo, ni poner fin a las
sensaciones maravillosas que tan fácilmente despertaba en ella.

¿Había entendido que la escena vivida en el carruaje no se volvería a repetir?

No lo había detenido. Todavía estaba impresionada por la magnificencia de la


experiencia. ¿Quién lo hubiera pensado? Podía proporcionarle sensaciones tan
gloriosas sin necesidad de copular. No había considerado que fuera posible mientras
viajaban en el coche, pero ahora las posibilidades estaban invadiendo su mente.
Desabrochar su pantalón sería el primer paso, obviamente, y entonces…

— ¿Estás bien? Parece como si estuvieras perpleja.

Se apartó de la puerta, agradecida de encontrar sus rodillas firmes. Dándole a


Merrick una mirada severa dijo:

— Estoy perfectamente bien.

Y esperaba que nada en su rostro delatara lo que había experimentado en el


carruaje. Era demasiado personal, demasiado íntimo, demasiado maravilloso.
— ¿Estás preparada para ir a la cama?— Preguntó.

No estaba segura de que pudiera volver a dormir de nuevo alguna vez.

— No, voy a pasar a ver a Harry por un momento si es que está despierto.

Lo estaba, en la biblioteca sentado en una silla junto a la chimenea. La única luz


en la habitación era la que ofrecía el fuego chisporroteante. En su mano había un
vaso con líquido ambarino, y lo examinó mientras se acercaba. Esperaba que el rubor
hubiera desparecido de su piel, y que no se percibiera el aroma del placer.

Inclinándose, le dio un beso en la mejilla.

— Hola, querido. — Notó el libro que descansaba en su regazo. — ¿Qué estás


leyendo?

— El último mohicano.

Tomando asiento en la silla frente a él, le preguntó:

— ¿Es bueno?

— Es interesante. Puso su mano sobre tu espalda mientras te escoltaba hacia la


casa.

Casi en broma le preguntó si se refería al último de los mohicanos pero pudo


notar que estaba preocupado.

— Estabas viendo desde la ventana, ¿verdad?

Él hizo un gesto sutil con los ojos, del mismo azul penetrante que los de ella, sin
mostrar culpa ni remordimiento.

Con un suspiro, dijo:

— Estaba siendo solícito. Así es como se comportan los caballeros.


— Más bien parecía…— Su mandíbula se tensó. — …posesivo.

— No es así. Él no me posee, Harry.

— Es grande.

Ella esbozó una ligera sonrisa.

— No es tan grande como tú.

— ¿Te parece que podría asustarlo?

Era difícil, pero le sostuvo la mirada, porque no quería que sospechara que
Avendale podría lastimarlo.

— Es un duque. Dudo que tenga miedo a nada.

Harry miró el fuego.

— ¿Vas a reencontrarte con él?

— No, no lo creo. No vamos a estar aquí mucho más tiempo. — Después de


experimentar algunos de los talentos de Avendale, no podía correr el riesgo de
perder el control de nuevo.

Su mirada volvió a caer pesadamente en ella.

— ¿Lo amas?

A pesar de que su corazón se aferró a la pregunta, a pesar de que temía que la


respuesta pudiera ser una mentira, sonrió un poco y dijo:

— No.
No completamente. Pero podía ver el peligro de que eso ocurriera a la brevedad.
Un hombre tan poderoso como él, una vez que se enterara de la verdad, tomaría
todo lo que quisiera de ella sin excusas.

— ¿A causa de mí?— Preguntó Harry.

— No, querido, a causa de él. Su interés es…— Dios, la habitación de repente se


había tornado demasiado caliente al recordar donde había estado su interés, donde
sus manos, sus dedos, y su boca habían viajado. — Él es un hombre que sólo disfruta
de la caza. Es como aquella vez cuando fuimos de pesca e insististe en tirar al agua
los pescados que habíamos cogido. La diversión estaba en capturarlos, no en
quedarnos con ellos.

Su ceño se frunció.

— Podía haberte atrapado entre sus brazos esta noche, pero no lo hizo.

— La cosa entre hombres y mujeres no es tan fácil como con los pescados. —
Necesitaba cambiar de tema antes de que se hiciera más difícil.— ¿Quieres que te
describa el teatro?

Sus ojos brillaron con anticipación.

— Sí por favor.

Los pueblos en los que habían vivido no habían tenido cines ni teatros, no es que
hubiera llevado a Harry de haberlos tenido. Londres ofrecía mucho más que
cualquier otro lugar que hubieran visitado. Iba a lamentar mucho cuando tuvieran
que irse.

— Nuestros asientos estaban en un palco y pude ver todo. Me aprendí de


memoria cada detalle. — Cuando comenzó la descripción, no pudo dejar de recordar
lo difícil que había sido centrarse en la obra mientras estaba muy consciente de la
atención que Avendale le estaba dispensando y de la cercanía de su cuerpo. Estaba
bastante segura de que se había aburrido de la obra. Aún así, había sido incapaz de
abstenerse de tomar su mano durante el momento culminante.

Por mucho que apreciara que Avendale la hubiera llevado, la entristecía que
Harry no hubiera estado allí, se habría sentido cautivado y la visita al teatro habría
sido mucho más placentera.

Una hora más tarde, le dio las buenas noches a Harry y se retiró a su dormitorio.
Sally la ayudó a prepararse para la cama. Cuando terminó y Rose una vez más volvió
a quedarse sola, se sentó junto a la ventana y miró hacia fuera. Repasó en su mente
todos los momentos de la noche. Cada toque sutil, cada mirada hambrienta, cada
caricia determinada, cada susurro. Su jadeo, sus gemidos, la explosión de placer. La
muestra de ternura después, como si hubiera sabido la eficacia con que la había
destrozado y lo duro que sería volver a juntar sus pedazos.

Había luchado para recuperar el control, para no pedirle que la llevara lejos de
todo, para hacer con ella lo que quisiera. Toda su vida había vivido por los demás, y
él la hacía sentir como si por una vez tuviera el primer lugar, aun cuando reconocía
que se trataba de sus propias necesidades egoístas. La deseaba. Haría cualquier cosa
para tenerla, jugaría cualquier juego para conseguir su objetivo, pero no sabía que
ella dominaría cualquier estrategia mejor él.

No podía arriesgar el terreno ganado de nuevo. Sin embargo, mientras estaba


sentaba allí, sentía que lo deseaba desesperadamente. Lo maldijo por haberle dado
esa noche. ¿Qué mujer podría resistirse? Pero ella debería hacerlo, lo haría.

Dejarían Londres antes de lo que había planeado, porque sabía con certeza que
Avendale tenía el poder de cautivarla, y una vez que lo hiciera, todo estaría perdido.
Capítulo 7

Avendale nunca había sido un hombre obsesionado. Nada le importaba lo


suficiente como para obsesionarse con algo. Pero estaba obsesionado con Rose.

Revoloteaba en sus pensamientos, sus sueños, sus fantasías. Su mente la


convocaba en los momentos más extraños: mientras leía el periódico durante el
desayuno, bebiendo whisky, cuando se afeitaba, mirando por la ventana de su
carruaje en la bulliciosa ciudad. La veía de rojo, siempre de rojo. Algunas veces satén
o seda, otras con un velo de gasa que la envolvía y se burlaba insinuándole lo que
podría encontrar debajo de la tela.

No la había visto esa tarde, estaba debatiendo si ir al club esa noche, porque no
quería que supiera que tenía ese poder sobre él. Pero sentado en el escritorio en su
biblioteca, cerrando los ojos, aún podía sentir sus temblores entre sus brazos. Quería
enterrarse profundamente dentro de ella durante ese momento culminante, quería
ser arrojado al abismo junto con Rose y…

— ¿Avendale?

Abrió sus ojos de golpe y se encontró mirando al duque de Lovingdon, un


hombre que una vez había compartido su afición por la vida libertina, pero se había
casado recientemente y se había vuelto tan dócil y poco interesante como una oveja.

Lovingdon arqueó una ceja:

— ¿Te estoy molestando?


— No, simplemente estaba descansando mis ojos. — Hizo un gesto con la mano
sobre los papeles esparcidos sobre el escritorio. — He pasado la tarde repasando los
informes tediosos enviados por los administradores de mis fincas. — Se dio cuenta
de que la tarde estaba menguando mientras la oscuridad se asentaba más allá de las
ventanas. Se levantó del sillón. — ¿Escocés?

— Por supuesto.

Avendale fue a la mesa de mármol, levantó una jarra y vertió su contenido en


dos vasos.

— ¿Qué te trae por aquí? ¿Ya te aburriste de tu esposa?

— Grace nunca podría aburrirme.

Avendale oyó la convicción absoluta en sus palabras. No podía imaginarse


poniendo tanta confianza en una persona, llegar a conocerla tan bien. Una vez había
tenido ese mismo sentimiento hacia su madre, pero había sido una cosa infantil.
Sospechaba que Lovingdon, algún día se encontraría poniendo a prueba su
tolerancia. No se lo deseaba, pero en su experiencia, las personas habían sido
creadas para decepcionar. Se volvió y entregó a Lovingdon su vaso, chocándolo.

— Salud. — Saboreó un trago antes de preguntar — Entonces, ¿qué te trae por


aquí?

— Curiosidad. Te vi en el teatro anoche.

Con un gemido, agradecido por la tenue luz de la tarde, Avendale se dejó caer en
una silla junto a la ventana. Lovingdon se unió a él. Los dos hombres extendieron sus
piernas con comodidad. Habían sido amigos mucho tiempo como para pretender que
los modales tenían alguna importancia entre ellos.
— Era bastante bonita. No puedo recordar alguna vez que te haya visto con una
mujer que se viera respetable a primera vista— dijo Lovingdon.

— Ella es viuda— se sintió obligado a explicar. —Tengo la intención de enseñarle


que la respetabilidad está sobrevalorada.

— ¿Quién era su marido?

— Un tal Sharpe. No pertenecía a la aristocracia. Dudo que lo hayamos conocido.

— Un plebeyo, una viuda, y una mujer que por el momento es respetable. No es


tu rutina habitual.

— Me hace sentir como si me hubiera pasado la vida comiendo pan duro. Ella es
algo mucho más rico, mucho más sabroso.

— ¿De dónde provienen?

— No estoy muy seguro. Su marido murió en la India. Un tigre al parecer lo eligió


para su cena.

— ¿Hace poco?

— Hace dos años. No es para preocuparse. Ya ha pasado adecuadamente el


duelo.

— No estoy seguro de que alguien realmente pueda pasar el duelo.


Simplemente se aprende a vivir sin los que amó y perdió. — Lovingdon lo sabía.
Había perdido a su esposa e hija. Pero entonces había encontrado a Grace y parecía
estar abrazando la vida de nuevo. Se enderezó, plantó los codos sobre los muslos, y
puso la copa entre sus manos. — Sé que no debería decirte…

— Entonces no lo digas— sugirió Avendale.


Lovingdon levantó la mirada.

— Sé que no sería intencional, pero podrías causarle un daño irreparable si no


está lista.

Se preguntó si ya lo había hecho, la noche anterior en el coche. No, no creía que


hubiera sido así. Ella se había sorprendido por lo que había pasado, pero sólo porque
no lo había experimentado antes. No había llorado ni le había dado una bofetada ni
lo había llamado canalla.

— Me parece bastante fuerte. No voy a hacerle daño.

— Como ya he dicho, no sería intencional.

Avendale hizo girar su whisky, y bebió.

— ¿Por qué te importa?

— Desde el tiempo que hace que te conozco, anoche fue la primera vez que te
veías como si estuvieras exactamente donde querías estar.

— ¿El teatro? Aborrezco el teatro.

— Pero no a la mujer con la que estabas.

Avendale salió de la silla, volvió a la mesa de mármol, y rellenó su vaso.

— Porque la deseo, Lovingdon. La quiero en mi cama, como nunca he querido a


nadie más. — En cuanto se encontró con la mirada de su amigo continuó — Y tengo
la intención de tenerla.

Gracias a la visita de Lovingdon, Avendale estaba de mal humor cuando entró


por las puertas de los Dragones Gemelos. Quería un juego de cartas privado donde
las apuestas fueran altas y los hombres despiadados. No le importaba si sus finanzas
recibían una paliza, lo preferiría de hecho. Casi había ido a Whitechapel, en busca de
una pelea. Se sentía como para tomarse a golpes. Sentía como…

Se golpeó con ella.

Su Rose estaba allí. De alguna manera lo había sabido. No era la inocente que
Lovingdon había insinuado, no iba a salir lastimada. Era una viuda que, obviamente,
no había experimentado la vida al máximo, por lo que iba allí, al igual que él, en
busca de algo que llenara su vacío interior.

Le gustaría mucho llenarla. Podría ocupar una de las habitaciones aisladas. Drake
no se opondría. Pero Avendale la quería en su cama. Quería que su fragancia
persistiera en sus sábanas después de que se fuera.

Echó a andar hacia ella. Estaba de pie cerca de la rueda de la ruleta. Lo


suficientemente cerca para observar, pero no lo suficientemente cerca como para
haber colocado una apuesta. Nunca había entendido el placer de encontrarse en una
sala de juego simplemente para observar. Si no había riesgo, ¿dónde estaba la
emoción? Incluso perder era mejor que no haber participado en absoluto.

Mientras se acercaba, ella lo miró, sonrió, pero luego sus labios volvieron a
tensarse. Podría haberlo atribuido a una incomodidad devenida de la experiencia de
la noche anterior, pero si ese fuera el caso, no debería haber asistido, sabiendo con
toda probabilidad, que estaría presente. Pero entonces también pensó que su
orgullo no le permitiría esconderse en su residencia. No, querría enfrentarlo, pero lo
haría con un desafío en sus ojos azules y una elevación de la barbilla.

Algo no andaba bien. Habría apostado su vida que tenía razón.

Se dio cuenta de que su mano enguantada descansaba en la parte baja de su


espalda, que había ido allí por su propia voluntad en cuanto se había acercado.
Resistió el impulso de arrebatársela, en cambio permitió que se asentara allí, como
reclamándola. Sólo se limitó a alzar una ceja por su atrevimiento. Se preguntó si
habría objeciones si se inclinara y capturara sus labios como deseaba
desesperadamente hacer.

Probablemente.

A pesar de que daría la bienvenida a la reacción. Desde el principio su vitalidad lo


había atraído. Pero esa noche parecía haberla perdido. Y eso le molestó. No porque
estuviera ausente, sino por la razón detrás de su desaparición. No le gustaba saber
que algo, o alguien, la habían angustiado. No es que estuviera considerando asumir
el papel de ser su campeón. Esa nunca había sido su intención. La verdad sea dicha,
por lo general era quien causaba la angustia.

No es que estuviera particularmente orgulloso de sí mismo. Pero sabía que su


estado actual, no era a causa de sus acciones la noche anterior, a menos que hubiera
pasado el día luchando contra los demonios de la decencia y la moral.

— ¿Qué pasa? — Preguntó.

Ella negó con la cabeza ligeramente.

— Nada.

Una mentira. Se enorgullecía de su habilidad para leer a las mujeres, no es que


jamás se hubiera molestado en hacerlo, pero en su caso se moría por tratar de
entenderla. No estaba en su naturaleza presionar y hurgar hasta descubrir la razón
detrás del extraño estado de ánimo de una mujer. Por lo general, eso no tenía
ninguna explicación razonable. Los cambios de humor de una mujer nunca le habían
atraído. Por lo general se iba y encontraba a alguien más divertido, más amable,
menos complicado.

Pero no podía alejarse de ella.


Todavía no, al menos, no hasta que la hubiera tenido en su cama. Era esa
necesidad insatisfecha que lo mantenía anclado a su lado.

— ¿Por qué no estás jugando?

Levantó un hombro desnudo.

— No creo que lo haga esta noche. Yo simplemente necesitaba estar rodeada de


personas que pasan un buen rato.

— ¿Qué pasa, Rose? — Repitió, presionándola contra sus mejores instintos.

Algo que parecía asemejarse al remordimiento brilló en sus ojos antes de que
apartara la cara, como si temiera que pudiera leer la respuesta allí.

— No es nada en realidad.

— Si no es nada, entonces ¿por qué te molesta?

Palideció un poco, miró a su alrededor como si estuviera esperando que unas


bestias descomunales descendieran repentinamente sobre ella.

— Este no es el lugar para hablar de ello.

— Entonces vamos a otro lado. Mi carruaje está aquí.

El alivio se apoderó de su rostro. Estaba seguro de que iba a consentir. En lugar


de eso, dijo:

— No es nada por lo que debas preocuparte. Ve a jugar a las cartas.

Fue consciente de las miradas especulativas que se clavaban en ellos. En


cualquier momento serían interrumpidos por curiosos y entrometidos.

— Me temo que debo insistir.


Presionando su mano contra la parte baja de su espalda, se las arregló para
comunicarle su idea de hacer una escena si insistía. No lo hizo. Lentamente lo miró y
dijo:

— Avendale, yo realmente no quiero molestarte.

— No es ninguna molestia— le aseguró.

La acompañó fuera del edificio y ordenó al joven de la puerta que fuera en busca
de su coche. Mientras esperaban, no hablaron una palabra. Aún tenía la mano en su
espalda, y sintió el escalofrío que la traspasó. Era una noche fría, pero no demasiado.
Pasó el brazo por los hombros para ofrecerle una mayor protección de la ligera brisa.

— Esto es inapropiado — dijo.

— Acabamos de salir de un infierno de juego. Parece un poco tarde para


preocuparse demasiado por lo que es apropiado.

— Supongo que tienes razón — dijo, y se acercó más a su lado.

No era conocido por su habilidad para dar consuelo, pero en ese preciso
momento deseó haberle dedicado más de sus energías al dominio de esa habilidad.

Llegó el coche y la ayudó a entrar. Aunque se sintió tentado a sentarse a su lado,


sabía que la elección podría llevar a una distracción que no podía permitirse en este
momento. No hasta que no supiera la verdad. Así que sabiamente tomó asiento en el
banco frente a ella, y estiró las piernas a cada lado de las suyas.

El carruaje se sacudió hacia adelante, mientras los caballos se movían a un ritmo


lento y constante.

— ¿A dónde vamos? — Preguntó.


— A dar una vuelta por la ciudad, de aquí para allá, hasta que nos decidamos por
un destino. — Hasta que ella estuviera dispuesta a ir a su residencia, a su cama. No
podía recordar haber sentido una necesidad tan intensa. La quería, pero sin surcos
en la frente ni nada parecido a la derrota en sus ojos. — Puedo esperar toda la
noche.

Ella levantó la mirada hacia él.

— ¿Por qué estás interesado en mis problemas?

— Es una seducción inútil si tu mente está en otra parte.

— Me sorprende usted, excelencia. Supuse que sólo se preocupaba por los


aspectos físicos de una mujer.

Normalmente lo hacía. Ella era diferente. No sabía por qué. Eso lo irritaba, lo
confundía, pero la verdad era que quería que cada aspecto de su persona estuviera
involucrado. Cada pelo en su cabeza, cada pensamiento en su mente.

— El placer puede ser mucho más intenso cuando es el único foco de los
esfuerzos de uno, cuando no hay distracciones que nos aquejan. Así que si bien
puede parecer que estoy siendo amable, es puro egoísmo de mi parte. Yo creo que el
sexo entre nosotros será una experiencia verdaderamente notable, pero sólo si cada
parte de ti está presente en mi cama.

Sus labios se movieron en una sonrisa.

— Creo que lo que más me gusta de ti es tu franqueza.

— Me gusta ese aspecto de ti también. Así que seamos francos.

Ella juntó las manos enguantadas y entrelazó los dedos con fuerza.

— ¿Vas a apagar la lámpara? En la oscuridad es más fácil sincerarse.


La mayoría de las confesiones también, o al menos era lo que había oído. No era
uno de los que gustaban de escucharlas. Ella estaba poniendo su mundo patas arriba.
Tal vez pasaría dos noches con ella. Apagó la llama, se recostó y esperó.

— Esto es tan difícil, tan tonto— dijo en voz baja, en la oscuridad.

Podía oír cada matiz sutil, y se preguntó por qué nunca se había dado cuenta de
que hablaba con numerosos acentos. Tal vez había viajado más de lo que pensaba, y
sus viajes no se habían limitado a la India como había dejado entrever. Tal vez
debería preguntarle de nuevo, pero, ¿qué más daba?

— No puedo creer que tú te angusties por una tontería — dijo, plasmando la


verdad en sus palabras. Ella podría ser un montón de cosas, pero no creía que ser
tonta fuera una de ellas.

— Ingenua quizás es una palabra mejor. — La oyó tragar, pero pudo ver poco
más que las sombras a la luz de las farolas.— Yo calculé mal el tiempo que tomaría
poder disponer de los bienes de mi marido, y que todo lo que me dejó volviera a mis
manos. He pedido créditos, esperando cubrir la deuda con mi herencia. Pero todavía
no he recibido nada y los acreedores están perdiendo la paciencia.

— ¿Te han amenazado?

Creyó ver un movimiento de cabeza.

— Sí, me temo que sí — dijo.

— ¿Qué dice Beckwith?

— Que no debería llevar mucho más tiempo, y ha ayudado en lo que puede,


incluso me ha prestado una suma considerable, pero no es suficiente. No quiero
esconderme, no quiero ser cobarde. Sé que tengo que enfrentar las consecuencias,
pero la idea de ir a prisión…
— Uno no puede ser encarcelado por deudas.

— Algunos de ellos se han unido y están acusándome de robo. Tengo sólo un día
para pagar lo que debo o han amenazado con ir a Scotland Yard.

No podía recordar haber oído jamás una cosa semejante, pero supuso que
aquellos que le habían extendido el crédito utilizarían hasta el último recurso. En ese
momento, la luz filtrada destacó la tensión en sus dedos entrelazados.

— ¿Cuánto debes? — Preguntó.

— Estoy demasiado avergonzada para decirlo. Hablé con un banco esta tarde,
pero no me quisieron prestar los fondos que necesito. Casi no puedo culparlos ya
que la herencia de mi marido todavía está sin resolver. Él no fue el más organizado
de los hombres. Me ha dejado absolutamente desamparada. Estoy tratando
desesperadamente de no molestarme con su memoria, pero cada vez es más difícil
cuando comprendo la situación en la que estoy por su culpa.

El hombre parecía un tonto gilipollas. Inclinándose hacia adelante, Avendale


envolvió sus dedos con sus manos grandes y dijo:

— Deja que te ayude, Rose.

— Yo sólo estaría intercambiando un tipo de deuda por otra. — A través del


oscuro interior podía sentir su aguda mirada sobre él. — Sé cuál sería el tipo de pago
que exigirías.

Sus palabras lo picaron. Una primera vez para él. Nunca le había importado lo
que la gente pensara o dijera de él. Se había hecho impermeable a la calumnia. Vivía
una vida libertina, no ostentaba ninguna autoridad moral porque era
condenadamente difícil de defender. Nunca le había importado cómo se percibían
sus acciones, pero comprender que ella pensaba que iba a ayudarla a cambio de
recibirla en su cama...

Le dolió.

Liberando sus manos, se echó hacia atrás.

— No estoy tan desesperado como para tener que pagarle a una mujer para que
venga a mi cama. Si te unes a mí o no, Rose, será porque quieres estar ahí, sólo
porque quieres estar allí. Tengo los medios para prestarte el dinero que necesitas.
Sin obligaciones, sin expectativas. Si te da tranquilidad, podemos esperar hasta que
me hayas devuelto el dinero antes de que avancemos en esta relación.

— ¿No crees que eso puede manchar nuestra relación? He oído que lo peor que
una persona puede hacer es prestarle dinero a un amigo.

— No estoy seguro de que te haya etiquetado como una amiga, pero estoy
bastante seguro de que te puedo prestar el dinero. No lo necesito. Puedes devolver
el dinero cuando te sea posible.

La oyó tomar una respiración profunda.

— No sé, Avendale. ¿No estoy saltando de la sartén al fuego? Me gustas, mucho.


No quiero tomar ventaja de lo que sientes por mí.

— Podemos escribir los términos si quieres, firmar un contrato.

Ella se rió.

— Yo no creo que sea necesario. A menos que tú lo desees, por supuesto.

— No, yo confío en ti, Rose. — Le dio una sonrisa diabólica.— Y sé dónde


encontrarte.
Ella sacudió su cabeza.

— Sin embargo, no estoy segura. Es una cantidad espantosa.

— ¿Cuánto?

— Cinco mil libras.

— Una miseria.

Ella se rió más fuerte y con su mano enguantada se tapó la boca.

— Eres un regalo del cielo. Tan generoso. Casi no puedo creerlo. Si estás seguro
de que no va a cambiar las cosas entre nosotros, con mucho gusto acepto tu oferta.

Con un golpe en el techo, hizo una seña a su chofer para volver a su residencia.

— Tendrás el dinero en una hora.


Capítulo 8

Agarrando su bolso, Rose entró en su residencia.

— ¡Merrick!— Avendale la había conducido al gran estudio de su magnífica


mansión y después de abrir una caja fuerte ubicada detrás de un paisaje marino, le
había entregado cinco mil libras con la misma facilidad con la que le hubiera
entregado un centavo a un niño para comprar caramelos. Sin exigir nada de ella, ni
siquiera un beso, la había vuelto a los Dragones Gemelos. Con prontitud había
presentado sus excusas de que necesitaba ponerse en contacto con aquellos a los
que le debía dinero, prometiendo jugar a las cartas con él en una habitación privada
la noche siguiente. Luego un joven había traído su carruaje, y rápidamente había
vuelto a su casa. El carro de moda y los cuatro caballos por los que había prometido
pagar una generosa suma estaban esperando en la parte delantera.— Merrick—
Llevando una taza, el hombre finalmente se acercó desde el pasillo que conducía al
comedor y la cocina.

— Llegas temprano a casa.

— Empaca. Nos vamos.

Abriendo sus ojos marrones dijo:

— ¿Esta noche?

— Sí, esta noche. Enseguida, tan pronto como nos sea posible.

— ¿Qué debo preparar?


— Sólo lo que quepa en los baúles que tenemos. Deja el resto.

Él corrió hacia ella.

— ¿Cuánto le has sacado?

— Basta. Arregla la partida de prisa. — Corrió por el pasillo del que había
surgido. Fuera de la puerta de la biblioteca, se detuvo por un momento, respiró
hondo para calmarse. No podía imaginar que Avendale le hubiera entregado más de
cinco mil libras sin siquiera un parpadeo. Por un instante casi se sintió culpable por
ello, pero sabía que era una emoción que no podía permitirse el lujo de sentir. Se
negaba a sí misma la mayoría de las emociones, sobre todo las que podrían
disuadirla de su propósito. Otra pausa. Estaba a punto de hacer frente a la parte más
crítica del plan. Al abrir la puerta, mientras se acercaba, se puso contenta de ver que
Harry estaba todavía despierto. Sentado en el escritorio, con la pluma sobre el papel,
la miró. Ella sonrió con confianza. — Hola, querido.— Moviéndose por detrás de él,
abrazó sus hombros, y le besó la cabeza. Entonces fue a pararse frente a él porque
era imperativo que entendiera el significado de lo que estaba a punto de decir.—
Pido disculpas por molestarte, pero tienes que empacar tus cosas. Nos iremos esta
noche.

— ¿Es a causa del duque? — Preguntó. — ¿Te lastimó?

La tomó por sorpresa por un momento que llegara a esa conclusión. Avendale
nunca le haría daño. Lástima que no pudiera pagarle con la misma moneda.

— ¡Oh, no. Simplemente decidí que me gustaría ver Escocia. — Podrían perderse
allí. — Las calles de Londres están tan llenas durante el día que partiremos ahora,
para poder viajar con rapidez. — Le apretó la mano. — Toma tus materiales de
escritura y tus libros favoritos. Sólo tenemos un carro así que no podemos llevarnos
todo, sólo los elementos que realmente desees atesorar. ¿Puedes empacar
rápidamente?

— Sí, está bien. — Escuchó la vacilación, la tristeza en su voz. Nunca habían


vivido en un sitio durante demasiado tiempo. También sabía que se movería con
lentitud. Tan pronto como hubiera terminado de reunir sus cosas, ella le ayudaría. —
Gracias, querido. Creo que te gustará Escocia. No es que hubiera estado antes allí
para asegurarlo, pero había oído cosas. Dejándolo entonces, corrió a su alcoba.
Consideró en ponerse algo más práctico para viajar, pero no quería perder el tiempo.
Tirando de su pequeño baúl contra la pared, echó hacia atrás la tapa y se puso
manos a la obra en juntar su ropa. A diferencia de sus instrucciones dadas a los otros,
ella empacaría las cosas que aún no había estrenado. Deseaba poder llevarse todo,
pero no era posible, así que seleccionó sólo los mejores vestidos, ya que podrían ser
útiles en el futuro. Media hora más tarde, el cochero llegó hasta la puerta. Joseph era
muy alto y tan delgado como un junco. Temía que sus huesos se partieran cuando
levantara el baúl pero lo llevó sin ningún problema. Deseó tener joyas. No ocuparían
mucho espacio y su venta les habría proporcionado más dinero que cualquier otra
cosa que pudieran vender, pero los joyeros no se desprendían de sus tesoros cuando
sólo se podía ofrecer una carta de crédito a cambio. Dio una última mirada alrededor
de la habitación. Estaba demorándose demasiado pero quería asegurarse de que
Harry tuviera todo el espacio que necesitaba. Bajó rápidamente por las escaleras y
salió a verificar el estado de las cosas. Joseph estaba acomodando el baúl sobre el
techo. Varias bolsas y cajas ya estaban allí. Parecía que estaban haciendo grandes
progresos. Ahora bien, si pudiera apremiar de alguna manera a Harry…

— ¿Escurriéndose furtivamente hacia alguna parte, señora Sharpe?— Preguntó


una voz profunda, una que conocía demasiado íntimamente. Girando, se encontró
de lleno frente a Avendale. Que Dios la ayudara. Le sorprendía que la furia que ardía
en sus ojos no la fulminara en el acto.
***

Avendale estaba lívido. Lo fastidiaba, que nunca hubiera sido capaz de analizarla
con precisión hasta esa noche. De repente había sido como si hubiera abierto el libro
de su alma a él para una entrevista privada. Había sido lo suficientemente vanidoso
como para pensar que poseía increíbles poderes de observación, que había llegado a
conocerla, entenderla. Incluso se había atrevido a considerar que podría haber algo
más entre ellos que lo físico, que podía devolver a la vida algo que había estado
muerto durante demasiado tiempo. Había estado jugando con varios caballeros
además de Lovingdon, y su esposa, Grace. Grace, que era tan condenadamente hábil
en el engaño, que podía hacerle apostar todo lo de valor convencido de que ganaría,
sólo para ver con una maldición entre dientes mientras volvía sus cartas, sonriendo
victoriosamente, como juntaba la pila de ganancias mal habidas. La sospecha se
había anidado en su cabeza y había empezado a sospechar que podría haber estado
jugando otro juego completamente distinto desde el momento en que había visto a
la dama de rojo en el club. Si una mujer quería estafar a alguien, sería prudente
seleccionar un tipo que no hiciera demasiadas preguntas, alguien cuyo interés se
centrara en lo que su falda ocultaba, un mujeriego conocido, un granuja con la
reputación de tener un propósito singular en la vida: el placer. Esa moza traicionera
ahora estaba elevando la barbilla para decirle:

— Volví a casa y me encontré con una misiva de la madre de mi marido. Se


encuentra terriblemente enferma.

— No lo hagas— ordenó, en voz peligrosamente baja. — No me insultes con más


mentiras.
— No te mentí. Estoy en deuda. Es sólo que cinco mil libras no son suficientes. —
El hombre alto que había estado cargando baúles, bolsas y cajas en la parte superior
del carro, parpadeó con asombro. Obviamente no había estado al tanto de la
cantidad.

— ¿Cuánto sería? — Preguntó Avendale. Podía ver la astucia en sus ojos


mientras calculaba. Perra. Apostaría todo lo que tenía que no estaba calculando su
deuda, sólo las probabilidades de poder convencerlo de que era una mujer asustada
en lugar de una ladrona. Se lamió los labios, abrió la boca y un pequeño hombre salió
de detrás de sus faldas. Un enano y un gigante. Avendale era el tonto que había
añadido a su extraña mezcla de curiosidades.

— Devuélvele el dinero, Rose — dijo el hombrecillo.

— Merrick — comenzó.

— El dinero es tuyo por una semana— interrumpió Avendale, decidido a


recuperar y conservar la ventaja de esa situación. Ella se echó a reír.

— ¿De qué me sirve si lo tengo sólo por una semana?

— Me refería a una semana en mi compañía.

— En tu cama, supongo.

— Tú dirás.

— ¿Quieres que sea tu amante por una semana?

— Mejor que ser denunciada por ladrona. Scotland Yard se ocupa muy bien de
los ladrones. — Parecía que tenía la intención de demostrar la magnitud de su
idiotez. Si le devolvía el dinero todavía podía irse y él perdería su ventaja. Tenía la
sensación de que ese hombre Merrick, podía convencerla de devolver cada penique.
Algo en la voz del pequeño compañero cuando habló con Rose alertó a Avendale que
habían sido amigos por mucho tiempo. No quería pensar que podían llegar a ser algo
más que eso. No importaba. No importaba cuántos hombres había tenido. Había
disfrutado de incontables mujeres. No sería tan hipócrita como para echarle en cara
que hubiera recibido a otros hombres en su cama. Además, cuando se trataba de dar
placer, ya había ganado ese concurso. Su reacción en el coche había sido demasiado
genuina como para haber formado parte de un ardid. Ningún otro hombre la había
hecho sentir como él. Odiaba que casi rompiera los botones de su pantalón ante el
recuerdo. Su barbilla se acercó de nuevo y ella estabilizó su mirada en él.

— Tres condiciones.

— Siempre y cuando no interfieran con nuestro arreglo de negocios.

— No lo hagas, Rose — instó el hombrecito de nuevo. — Sólo dale el dinero. Lo


conseguiremos de otra manera.

Ella se frotó el hombro, como para aliviar el dolor que debería soportar por no
aceptar su consejo. Avendale sabía que no lo haría. Veía la determinación en sus
ojos, la mirada de una guerrera, una que sabía que la batalla estaba perdida, pero
aún no se daba por vencida en el resultado final de la guerra. Podía haberle dicho la
verdad: que iba a perder. Pero estaba demasiado enojado, así que mantuvo ese
detalle para sí mismo. Lo había tomado por tonto, y tenía la intención de garantizar
que lamentara cada segundo que pasara en su compañía. Juntando las manos
delante dijo:

— En primer lugar, como hemos estado viviendo aquí con una promesa de pago,
tendrás que pagar lo que debo en el contrato de arrendamiento de esta residencia
hasta el final del mes para que mis compañeros tengan un lugar en el que vivir sin
miedo a ser expulsados. Tenemos algunos otros acreedores que necesitan ser
apaciguados y deberás pagarles todo lo que se les debe. Y por último, cada tarde,
durante una hora, podré volver aquí sin compañía.

— Puedes pagarle a tus acreedores con las cinco mil libras.

— No. Me iré con las cinco mil libras intactas. Todos los gastos que se produzcan
durante la próxima semana, se cubrirán sin cuestionar los costos.

— No estás en condiciones de negociar.

— Si no he juzgado mal lo mucho que quieres lo que quieres, creo que lo


considerarás un buen precio.— ¿Realmente le había dicho que estaba lo
suficientemente desesperado por ella como para aceptar cualquier condición? Le
cobraría hasta el último centavo, la pequeña bruja. Si poseía una pizca de
inteligencia, le diría que se fuera al diablo y le devolviera su dinero. Al parecer, no
tenía ni siquiera un ápice de inteligencia ya que le dijo:

— ¿Uno de esos baúles es tuyo?

Ella asintió.

— El rojo.

— Mi carruaje se encuentra al final de la calle. Llevaremos el baúl con nosotros.

— ¿Esperas que me vaya en este preciso momento?

— Sí, si quieres quedarte con el dinero.

— ¿Estás de acuerdo con las condiciones? — preguntó.

— Sí.

— Necesito diez minutos.


— No. He hecho todas las concesiones que tengo intención de hacer. — Hizo una
seña para que su cochero adelantara el carruaje. — Nos vamos ahora o me entregas
el dinero inmediatamente. E incluso entonces es probable que te denuncie en
Scotland Yard. Un viejo amigo de la familia es inspector, y voy a ordenar que te cacen
como a un perro. Como muchos criminales pueden dar fe, sé que tiene las
habilidades para hacerlo. — Inclinándose, ella le susurró algo al pequeño caballero.
Avendale casi la agarró del brazo para apartarla. Bastantes secretos le había
ocultado. Cuando el coche se detuvo, se irguió y caminó hasta pararse junto a la
puerta. Ella arqueó una ceja.

— ¿Su Gracia? — El enano dio un paso hacia él. — Si le haces daño, yo…

— No voy a hacerle daño — cortó Avendale. Volviéndose a Rose le obsequió su


sonrisa más diabólica. — Causarle dolor es lo último que se me ocurriría.

Sentados en el coche bien separados, Rose no estaba muy segura de que pudiera
confiar en las palabras de Avendale o en su sonrisa.

— Sé que estás enojado.

— Enojado ni siquiera empieza a describir mi furia por haber sido engañado.


Aunque casi no puedo quejarme. Inicialmente te presté el dinero para mantenerte
cerca. Ahora estarás lo más cerca que alguien puede estar. — Cruzó hacia su banco,
arrinconándola, pero ella se negó a dejarse intimidar. Lo enfrentó con la mirada. —
Debería ponerte sobre mis rodillas, alzarte las faldas, y darle a tu trasero desnudo
una paliza— dijo entre dientes. — Pero creo que pasaremos momentos más
agradables si aparto las amenazas de daño corporal. Sé que no vas a tratar de
irritarme haciendo ninguna tontería. Soy mucho más peligroso de lo que piensas.

Ella acunó su mandíbula con la palma de su mano.


— Sé exactamente lo peligroso que eres.— Había sido parte del razonamiento
detrás de su decisión alejarse rápidamente, no tanto por el miedo de que
descubriera lo que había hecho, sino por lo cerca que estaba de ceder a su
encanto.— Sospecho que a finales de la semana tendré más cicatrices, y marcas de
las que podría imaginar. A pesar de que me da miedo el dolor, creo que voy a
disfrutar cada momento que pase contigo. Tienes el poder de destruir mi esencia, y
sin embargo, aquí estoy. A tu merced.

— Maldita seas— gruñó. — Maldita seas. — Sus brazos la estrecharon mientras


su boca descendía a reclamarla. Pensó que no debería sorprenderse por la fuerza de
atracción hacia él, y sin embargo, lo hacía. El placer se extendió por su cuerpo, el
hambre rugió saliendo a la superficie. De repente, sus manos se perdieron en su pelo
y sintió su peso aplanándola contra el asiento. Sus manos recorrieron su cabello. —
Glorioso, glorioso— murmuró mientras dejaba caer una lluvia de besos sobre su cara
antes de regresar a su boca. Dentro de ella se encendieron las llamas que
comenzaron en las puntas de los dedos del pie y siguieron hacia arriba. Pasando las
manos sobre sus hombros, su pecho, ella disfrutó de la sensación de sus músculos
ondulándose por los movimientos. Se preguntó si lo haría sentir igual de caliente,
atormentado, y desesperado por obtener más. Era una tonta por no haber devuelto
el dinero, y haber negociado con ese demonio que ya antes le había mostrado lo que
podía ofrecer. También pensaba que sería más que tonta si no daba la bienvenida a
la oportunidad de compartir su cama. Ya estaba arruinada. No tenía nada más que
perder. Deslizando sus manos debajo de sus solapas, trató de quitarle la chaqueta. Él
se echó hacia atrás, y de forma rápida se libró de la prenda infractora arrojándola
hacia el otro banco. Con dedos ágiles, se desató la corbata, desenrolló la tela del
cuello, y lo echó a un lado. Sin pedir permiso, enterró la cara en su cuello e inhaló el
aroma rico que lo identificaba. Besó, mordisqueó, y chupó la piel suave. Él gimió,
bajo y profundo. Sus dedos se cerraron. — Durante mucho tiempo he querido hacer
esto— susurró ella con voz ronca. — Más de una vez he envidiado el pañuelo de tu
cuello. — Su risa resonó seductora.

— Nunca más vuelvas a negarte nada en lo que a mí respecta. — Una vez más,
reclamó su boca, y las sensaciones se arremolinaron en sus venas. Debería temer la
tormenta de pasión que se estaba gestando entre ellos, pero únicamente se sintió
capaz de enfrentarla y dejar que siguiera su curso. Había estado anhelando ese
momento desde el primer instante esa primera noche en el club, su primera palabra,
su primera mirada apreciativa, su primera caricia. Cada encuentro había sido un
preludio para ese viaje de placer. El carruaje se detuvo y Avendale salió por la puerta
en un instante. Hizo que ella lo siguiera, y de repente se encontró en sus brazos,
mientras a grandes zancadas la llevaba hacia su gran mansión. Antes había pensado
que era magnífica, pero dado el propósito de su visita había prestado poca atención
a los detalles. Ahora su boca sobre la de ella también le servía como distracción. Fue
vagamente consciente de la puerta de entrada, del eco de sus botas sobre el mármol
mientras subían las escaleras. La llevaba con facilidad, como si no pesara más que
una hoja de sauce. Agarrando su hombro con una mano, pasando los dedos de la
otra sobre su cuero cabelludo, entre el pelo grueso, nunca se había sentido tan
protegida, tan segura. Cosa tan extraña, cuando sabía dónde se dirigían, donde iban
a terminar. Pensó que debería estar temblando de miedo; en cambio, temblaba de
anticipación. Entrando en una alcoba que sin duda era su dormitorio, pateó la puerta
cerrándola detrás de ellos. La arrojó sobre la enorme cama con dosel y aterrizó sobre
su cuerpo con un rebote suave. Agarrando su corpiño, lo arrancó, desgarrándolo en
pedazos, haciendo saltar los botones que cayeron repiqueteando al suelo. Ella trató
de hacer lo mismo con su chaleco, pero no poseía la misma fuerza así que tuvo que
desabrocharlos mientras sus manos vagaban salvajemente sobre su pecho, y su
estómago tenso.
Con una risa apagada, le arrancó el corsé, y lo arrojó a un lado. Su camisola fue a
parar al mismo lugar, sus manos lograron tomar posesión de la extensión cálida y
maravillosa de su pecho y enterró el rostro entre sus senos.

— Eres tan hermosa— dijo con voz áspera mientras los acariciaba y amasaba con
los dedos y la lengua. Dejó un rastro de pequeños mordiscos a lo largo de su
garganta hasta zambullirse otra vez en su boca. Había una especie de salvajismo en
sus acciones, cierta desesperación. Ella no podía tener suficiente de tocarlo, pensó
que nunca iba a tener bastante de él. — Te prometo que vamos a ir más lento la
próxima vez— gruñó, mientras su boca caliente se arrastraba a lo largo de su
garganta. De repente, las faldas y enaguas se agruparon en su cintura, mientras sus
dedos se deslizaban por la abertura de sus calzones. Su aliento fue cálido contra su
oído. — Dios, estás mojada, tan condenadamente mojada y tan caliente. —
Apartándose un instante, se apresuró a desabrochar sus pantalones. Apenas vio lo
que había puesto en libertad, tuvo menos de un segundo para preguntarse si debería
tener miedo antes de que él empujara en su interior. Trató de retener el grito de
dolor, pero un gemido escapó entre sus labios. — Maldita seas— dijo con los dientes
apretados mientras su cabeza se echaba hacia atrás, su cuerpo convulsionaba, y
emitía un profundo gemido. Luego se quedó inmóvil, tan abismalmente silencioso
que sólo su respiración agitada hacía eco entre ellos. Cautelosamente ella buscó sus
ojos llenos de furia. — Dijiste que eras viuda— gruñó.

— Mentí.
Capítulo 9

Sin decir una palabra, la dejó tumbada en la cama en medio de un montón de


faldas húmedas, manchadas de sangre, mientras la habitación hacía eco del golpe de
la puerta golpeando a su espalda. Se sorprendió de que no hubiera perdido las
bisagras. El ardor de las lágrimas contenidas le dolió más que el ardor entre sus
muslos. Nunca se había sentido tan sola, tan abandonada, tan desesperada.
Luchando, se incorporó y trató de asegurar su corpiño con los pocos botones que
habían resistido su frenesí. ¿Habría terminado con ella? ¿Dónde se suponía que
debería quedarse ahora? ¿Acaso su virginidad habría alterado el trato? Seguramente
no. No permitiría que renegara de su acuerdo. El dinero era suyo, aunque nunca más
quisiera volver a verla. ¿Por qué se había mostrado enfadado como si hubiera hecho
algo terrible? Había pensado que estaría encantado de saber que no había existido
ningún otro hombre antes que él. ¿No era eso lo que los hombres querían? ¿Lo que
valoraban? ¿La virtud? Al otro lado de la pared que contenía una puerta pequeña se
escucharon diversos sonidos. ¿Sería otra alcoba? ¿Estaría allí, lavándose la sangre?
¿Dónde podría lavarse ella? Saliendo de la cama, hizo una mueca ante el leve
malestar. De puntillas avanzó hasta el lavabo, ¿por qué quería evitar que escuchara
que estaba moviéndose por la habitación? No había agua. Dios, necesitaba agua. Se
sentía tan sucia. Las lágrimas amenazaron con caer de nuevo, y las obligó a retraerse.
No iba a llorar por la pérdida de lo que había sido tomado tan cruelmente, aunque
hubiera sido ofrecido libremente. Un suave crujido sonó en la puerta que llevaba a la
otra habitación. Poco a poco se abrió y una jovencita con una cofia que cubría su
cabello castaño sonrió tímidamente a Rose.
— Le he preparado un baño, señorita.

— Oh. — Ella necesitaba decir más que eso. — Gracias. — Con cautela entró en
la cámara de baño recubierta de azulejos. Tenía una inmensa bañera de cobre en la
que prácticamente podía nadar.

— Soy Edith— dijo la joven doncella, obviamente, tratando de no mostrarse


desconcertada ante la visión de la blusa desgarrada de Rose ni de la ausencia de
botones. — ¿Estás herida?

— No. No me ha forzado si eso es lo que estás pensando.

El alivio se apoderó de los rasgos de Edith.

— Yo sé que no es tu culpa, pero él parecía bastante molesto. Estaba ladrando.


Discúlpame quise decir dando órdenes. He hablado lo que no debía. — Se aclaró la
garganta y enderezó los hombros. — Voy a empezar de nuevo. Será un placer
ayudarle. Un lacayo está trayendo sus cosas ahora. Voy a acomodarlas en el ropero
mientras usted toma un baño.

En definitiva, parecía que finalmente se quedaría.

— Gracias — dijo de nuevo. Con la ayuda de Edith, se las arregló para quitarse la
ropa sin incidentes y se metió en la bañera, dándole la bienvenida al agua caliente.

Edith puso una pequeña almohada debajo de la cabeza de Rose.

— Trate de relajarse un poco — dijo Edith en voz baja, como si Rose estuviera en
su lecho de muerte. — Volveré a ayudarla una vez que me haya ocupado de sus
cosas. — Rose se preguntó qué le habría dicho Avendale a la doncella para que se
mostrara tan solícita. Respiró hondo, exhaló, y se hundió más profundamente en el
agua. Tomándose un momento, dio cuenta de los accesorios de oro que formaban
parte de la bañera y el lavabo cercano. Esa grifería debía costar un dineral. Cerró los
ojos y dejó que el agua la calmara. Había una tranquilidad casi antinatural dentro de
la residencia. Oyó movimientos en su dormitorio, sin duda, el baúl debía haber
llegado y Edith estaría ordenando sus cosas. Pero ¿dónde estaría Avendale? Lo quería
a él. Quería que la tomara en sus brazos, la abrazara, la besara. Con un gemido,
enterró el rostro entre las manos. Era tan estúpida. Desde el momento en que había
huido de su casa, no había confiado en nadie más que en sí misma. Su astucia, su
estrategia, su determinación. Ella era fuerte. No necesitaba a Avendale. Pero lo
deseaba. De alguna manera eso parecía mucho peor que necesitarlo. Le daba el
control. Sin embargo, tenían un arreglo. No se basaba en el amor, el cuidado, o el
afecto. Era pura lujuria, cierta atracción animal que los poseía ni bien se acercaban.
Era una locura. Tenía que reconocerlo como lo que era, y mantener su corazón
alejado, sin involucrarse. Un golpe suave.

— ¿Sí? — Gritó esta vez. La puerta se abrió.

— ¿Está lista para mí, señorita? — Preguntó Edith suavemente como si esperara
que Rose se rompiera. Le irritaba que Avendale pensara que era una niña consentida,
sólo porque había tomado su virginidad. Maldito sea. Ella no era débil.

— Sí— respondió con un poco más de firmeza en su voz. Mientras se


incorporaba, la almohada cayó en el agua. Edith la recuperó, antes de comenzar a
lavarle el pelo. No pasó mucho tiempo antes de que Rose se encontrara en camisón,
sentada en un sofá delante del fuego con el pelo trenzado. Supuso que no debería
haberse sorprendido por la experiencia de Edith como ayudante. No tenía la menor
duda de que Avendale alojaría un montón de señoras allí. Pensó en preguntar pero
no estaba de humor para confirmar que era una de ese montón. Tal vez era porque
esa noche quería sentirse especial. A pesar de que sabía que no lo era. Otro golpe
suave en la puerta. Merrick y Sally nunca llamaban con tanta suavidad a la puerta de
su dormitorio. De repente, deseó estar de vuelta con los que la amaban en su propia
residencia alquilada. Edith entró con una bandeja con platos y cubiertos que colocó
sobre una mesa baja en frente de ella.

— Su cena, señorita.

— ¿Dónde está el duque?

Enderezándose, Edith entrelazó sus dedos con fuerza.

— En la biblioteca.

Rose se puso de pie.

— Me gustaría verlo. — Edith palideció. — Lo siento, pero nadie está autorizado


a molestarlo cuando está encerrado allí.

Parpadeando, Rose la miró fijamente. Seguramente no había oído


correctamente.

— ¿Él se encerró allí?

— Sí, señorita. Es lo que hace cuando está de mal humor.

Rose nunca había oído algo similar.

— Llévame a la biblioteca.

— ¡Oh, no, señorita. Me ordenaron asegurarme de su comodidad y de meterla


en la cama.

— ¿Meterme en la cama? — Rose se rió. — No soy una niña para que me metan
en la cama. Maldición, me acostaré cuando lo desee.— Los ojos de Edith casi saltaron
del asombro. Rose supuso que era porque nunca había oído una blasfemia
semejante en boca de una dama. — Si no me llevas a la biblioteca, la encontraré por
mi cuenta.
Se dirigió a la puerta. El golpeteo de las pisadas resonó en la habitación cuando
Edith la abrió para ella.

— Yo te llevaré — dijo Edith — pero a Su gracia no le va a gustar ni un poco.

A Rose no le importaba un comino si le gustaba o no.

***

Melancólico, Avendale estaba sentado en una silla frente al fuego del hogar
tomando un largo trago de whisky. Entre todos sus pecados, nunca había hecho daño
a una mujer, nunca había lastimado a nadie. Hasta esa noche. Hasta Rose. ¿Por qué
demonios no se había detenido, o al menos había ido más lento? No entendía esa
obsesión, esa necesidad de poseerla que lo poseía. Nunca antes en su vida había
pensado: “Si no tengo a esta mujer ahora, moriré”. En su presencia perdía la razón.
¿Cómo podía haberle propuesto ser su amante por cinco mil libras en vez de haberla
detenido por estafarlo? Pero, sin embargo, ella lo había estafado una vez más. No era
viuda, sino una mujer virtuosa. Su risa hizo eco a su alrededor. No, no era virtuosa.
Tal vez nunca había tenido un hombre entre sus piernas, pero no era virtuosa. En
realidad no sabía que era. ¿Quién era Rose Sharpe? ¿Qué sabía de ella en realidad?
Alguien que podía manipular sus genitales con tanta rapidez que se sentía mareado.
Pero aparte de eso… Un fuerte golpe sonó.

— Avendale, abre la puerta. — Maldita sea, ¿qué estaba haciendo allí?

— Vete a la cama, Rose.

— He enviado a alguien a buscar la llave de la biblioteca. Es mejor que me dejes


entrar.
Él era el amo aquí, no ella. Y sus siervos sabían que no debían entrometerse
cuando se encontraba de mal humor. Había visto a su padre en esa condición
demasiadas veces, como para saber que no quería testigos. Su personal era
plenamente consciente de que si abrían esa puerta, alguien perdería su trabajo.
Traqueteo. Crujidos. Rose dio un paso a través de la puerta abierta y la cerró tras
ella. ¿Qué diablos? ¿Todo el mundo se había vuelto loco o sólo él? Se puso de pie y la
enfrentó.

— Tú no quieres estar aquí.

— No estoy de acuerdo— dijo con calma. — Si yo no quisiera estar aquí, no


estaría.

Sirviendo más whisky en su vaso, lo tragó de golpe.

— Debes irte antes de que haga algo que ambos lamentaremos.

—¿Puedo servirme un vaso?— preguntó. Señalando con la cabeza el


decantador, y se preguntó en qué momento se había acercado. ¿Acaso no veía que
su temperamento estaba a punto de estallar? Mirando sus ojos azules, sintió que su
furia dimitía.

— Si puedes— dijo, y la furia lo abandonó. Se fue. Le entregó su vaso, y alcanzó


otro. — Mientras estés aquí, espero que obedezcas lo que te digo.

— Me gustaría que entendieras que no tengo ninguna intención de convertirme


en tu esclava. — Cuando el vaso estuvo lleno, lo chocó con el de él en un brindis.—
Por una noche de sorpresas.— Tomando un sorbo, asintió con la cabeza en señal de
aprobación. — Muy agradable.— Luego se acercó a la zona de estar junto a la
chimenea y se sentó en su silla.

Se acercó.
— Yo estaba sentado allí.

Con una sonrisa traviesa, ella lo miró.

— Sí, lo sé. Todavía puedo sentir el calor de tu cuerpo. Es bastante bonito. —


Dobló sus piernas, y las metió debajo de ella. Cualquier otra mujer habría corrido a
buscar otra silla. Pero no había ninguna otra mujer. Lo había sabido desde el
momento en que había puesto los ojos en ella. Dejándose caer en la silla de enfrente,
estiró las piernas, tomó un sorbo de su whisky, y la estudió. Su pelo trenzado caía
sobre un hombro, y llevaba un camisón de muselina sin formas. De inmediato le
compraría algo en satén y seda. ¿Con que necesidad? Dos segundos después de que
se lo pusiera, él se lo arrancaría. Le irritaba que la deseara de nuevo con una fiereza
que casi lo aniquilaba.

— Así que tu condición de viuda — empezó — era parte del truco.

— Sí.

— ¿No existe ninguna herencia que vayas a recibir?

— No.

— Pero tenías a Beckwith saltando por el aro como un perro bien entrenado.

— No creas, estaba empezando a sospechar, y muy cerca de averiguar que lo


envié en una búsqueda inútil. Que no existió un marido, que no tengo ninguna
herencia, que nunca he estado en la India. En realidad nunca puse un pie fuera de
Inglaterra, para ser honesta. Por lo tanto, era hora de partir, un poco antes de lo que
me hubiera gustado, pero era necesario.

— ¿Por qué no me dijiste acerca de tu virginidad? — preguntó en voz baja—


tuviste una gran oportunidad en el coche.
— En realidad no, ni una sola vez tu boca se despegó de la mía. Todo
pensamiento razonable parece dispersarse cuando me tocas. Además, no pensé que
te importaría.

— Te penetré como un ariete tratando de romper los muros de un castillo.

— Fuiste bastante civilizado, y no fue tan malo.

— Gritaste.

— No esperaba que fuera molesto ni que me causara dolor.

— Este juego que hemos estado jugando... Pensé que tenías más experiencia,
que sabías que…

— Yo sabía. La falta de experiencia no me hace ignorante.

— Pero la falta de conocimiento me hizo actuar así. Si hubiera sabido…

— ¿Qué habrías hecho diferente? — preguntó con una ceja levantada.

— Tengo la intención de demostrártelo cuando ya no esté enojado contigo. —


Ella le obsequió una lenta y sensual sonrisa, y los últimos restos de ira que había
estado albergando se derritieron. Maldición, iba a demostrárselo antes del
amanecer. — ¿Quién eres, Rosalind Sharpe?

— Soy la mujer que va a calentar tu cama durante una semana. Luego seguiré mi
camino. — Su intestino se retorció ante el pensamiento de su partida.

— ¿Así de fácil? — Preguntó.

— Ninguno de nosotros está buscando algo permanente.


Tenía razón en eso. Él se cansaría muy pronto de ella, definitivamente no era el
tipo de mujer que tomaría por esposa. Necesitaba una mujer respetable que pudiera
ostentar su virtud.

— No creo que jamás haya conocido a nadie como tú…— Se detuvo, sacudió la
cabeza. —…hablas de una manera directa, pero me temo que estás llena de engaños.

— Mi deseo por ti no es falso. — Esta vez el endurecimiento de su miembro casi


lo dobló. — ¿Cómo te las has arreglado para permanecer intacta?

— Nunca conocí a nadie con quien haya querido intimar. Podrías haberme
metido la mitad de la cantidad.

Él se rió.

— Me gustas, Rose. Maldita sea si no.

— Tú también me gustas mucho Su Gracia.

— No tanto como para mostrar reparos a la hora de estafarme.

Levantando un hombro, lo miró por encima del borde de su copa.

— Como ya he dicho, los acreedores estaban respirando sobre mi cuello. Estaba


un poco desesperada, y me confesaste que el dinero no significaba nada en absoluto
para ti.

— No habrías sido tan tonta como para creerme si te decía lo contrario, ¿no?

Ella miró a su alrededor.

— Cuando se tiene tanto es fácil olvidar que muchos tienen tan poco.

Él no se sentiría culpable por todo lo que poseía. A pesar de su vida errante, se


las había arreglado para asegurarse de que sus propiedades fueran rentables.
— Hago contribuciones considerables a la caridad.

Ella le ofreció una sonrisa traviesa.

— ¿Es el nombre de alguna de las rameras que frecuentas?

Él soltó la risa. Nunca había conocido una mujer tan abierta en los asuntos de los
cuales las damas nunca hablaban.

— Eres una contradicción. Hasta hace una hora, eras virgen, y sin embargo no
tienes ningún reparo en vomitar esta charla indecente.

— He llevado una vida singular, no voy a negarlo. He estado sola desde que tenía
diecisiete años, sin chaperonas para asegurar que sigo siendo pura en pensamiento e
ignorante de todo lo que ocurre entre hombres y mujeres.

Él conocía muchas mujeres que se habían casado a los diecisiete años. ¿Por qué
le resultaba tan terrible pensar que había tenido que valerse por sus propios medios
a tan tierna edad?

— ¿Cómo hiciste para sobrevivir?

— Con habilidad, astucia y perseverancia.

— Y una buena cantidad de estafas.

— Nunca tomo nada de los que difícilmente pueden darse el lujo de perder.

— ¿Tú crees que de alguna manera eso te vuelve una causa noble?

— No, en absoluto. Y sé que voy a pagar un alto precio por ello. Simplemente
todavía no puedo dejar de hacerlo.

— Por el contrario, creo que es hora de que pagues por hacerme creer que eras
mucho más experimentada de lo que en realidad eres. — Dejando a un lado su copa,
se puso de pie. No vio miedo en sus ojos, sólo curiosidad y deseo. Siempre deseo.
Nunca había conocido a una mujer que le hiciera sentir que anhelaba estar con él.
Oh, las mujeres sin duda buscaban su compañía, coqueteaban con él, lo tentaban.
Pero nunca le hacían sentir como si algo profundo los uniera desde el corazón. Tomó
su vaso y lo puso sobre la mesa. Ella no se opuso, apenas se movió, su mirada nunca
se apartó. Ya no confiaba en sí mismo para leer sus estados de ánimo, para leer lo
que podría estar comunicándole. Ya lo había engañado una vez. Podría estar
haciéndolo de nuevo. Sin embargo, había venido a su guarida, para azuzar el tigre.
Tenía que saber que no la hubiera molestado de haberse quedado en su habitación
durmiendo. Podría haberse sentido diferente en la mañana. Su temperamento
podría haberse enfriado para entonces. En cambio, lo había buscado. Tenía que
haber sabido donde la llevarían sus acciones. Poniendo los brazos a cada lado de ella
sobre los costados de la silla, se inclinó y tomó su boca. Ella respondió como si
estuviera encendiendo un fósforo. A pesar de su impaciencia y aspereza, abrió la
boca para él, arremolinando la lengua sobre la suya. No era tímida. De ningún modo.
No ganaba nada, fingiendo deseo. Ya tenía el dinero. Había accedido a sus términos,
a pesar de que ya estaba lamentando haber permitido que tuviera una hora a solas
en la tarde. Quería estar con ella cada momento, cada segundo hasta que el plazo
estipulado llegara a su fin. Deslizando un brazo debajo de sus piernas, otro alrededor
de su espalda, la levantó y la acunó contra su pecho. No quería tener en cuenta lo
bien que se moldeaba contra él, lo bien que encajaba. Nada en la vida era perfecto.
Nada encajaba exactamente. Sin embargo, casi podía jurar que así era mientras la
acomodaba en sus brazos. — Yo sé cómo subir las escaleras — dijo.

— Pero mis piernas son más largas, nos llevarán más rápido.

Dejó caer la cabeza hacia la curva de su hombro.

— ¿Por qué te encierras en tu biblioteca cuando estás de mal humor?


— No me gusta que otros vean mi temperamento. — Empezó a subir la escalera.
— Lo veo como una debilidad.

— No veo ninguna debilidad en ti.

En eso no tenía razón. En lo que a ella se refería, no era tan fuerte como tenía
que ser. Dos veces esa tarde había disipado su ira con poco más que una sonrisa. Si
no tenía cuidado, podría hacerlo cambiar de manera irrevocable. No podía
arriesgarse.

***

Rose pensó que podría acostumbrarse a sus fuertes brazos rodeándola,


llevándola donde quería que fuera. El pensamiento la enfureció. No había necesitado
a nadie desde que se había escapado de su padre cuando tenía diecisiete años. Era la
responsable de otros que estaban a su cargo porque creían en ella, porque era la
única dispuesta a hacer cualquier cosa para verlos a todos a salvo. ¿No era esa la
razón por la que estaba en la habitación del duque mientras la depositaba sobre el
suelo alfombrado? Tenía que ser la razón, la única razón. No iba a permitir que fuera
otra, como pensar que tal vez una semana no fuera suficiente para él. Eso podría ser
demasiado caro. Se iría de allí sólo con su recuerdo. Ella lo sabía. Él no le daría
ninguna parte de sí mismo que pudiera llevarse. Todo lo que le daría sería placer.
Nada más profundo que eso.

Sus grandes manos lentamente desprendieron los botones de su camisón. Una


cosa barata que podía reemplazar fácilmente si la rasgaba. Pero no, había elegido
arruinar algo que le había costado un dineral. Ella sonrió. No, no le costaría nada ya
que estaba incluido en los gastos que él tendría que afrontar. Y también pagaría las
comprar que hiciera durante esa semana. Supuso que debería haber esperado hasta
que todos los acreedores hubieran recibido su pago antes de acceder a estar con él,
pero era un canalla con códigos. Un duque que pagaba sus deudas, incluso si esas
deudas eran de ella. Era extraño como confiaba en él, en su palabra. Una pequeña
voz le instaba a que le confiara todo, pero no podía. El tiempo a su lado sólo cumplía
una función. Cuando su camisón se deslizó al suelo, no pensó en nada más que en
Avendale. La satisfacción en sus ojos, la admiración, el calor.

— Dios, eres tan hermosa— dijo, con voz ronca por el deseo.— Tendría
azotarme una y otra vez por haber ido tan rápido antes y negarme el placer de verte
completamente sin ropa.

— Tal vez sea yo quien deba azotarte por negarme la visión de tu desnudez.—
No sabía de donde salía su audacia. Sólo sabía que se sentía bien, que con él no había
vergüenza, ni mortificación en lo que iban a compartir. No tenía tantas barreras
como la vez anterior. Sólo tenía que soltar un par de botones en la parte delantera
de su camisa, ni siquiera los puños estaban abrochados. Entonces arrastrando la tela
sobre sus hombros, sobre su cabeza, fue revelando poco a poco el estómago y el
pecho esculpido. Bronceado. Y se preguntó qué haría para exponerse al sol. Sus ojos
brillaron con satisfacción. Sabía que era hermoso. Sus dedos temblaron ligeramente
mientras cautelosamente tocaba la piel tibia. Avendale gimió y se sintió poderosa
por ser capaz de afectarlo de modo. Apoyó las manos justo debajo de las costillas y
lentamente lo acarició hacia arriba. Toda firmeza y suavidad. ¿Cómo podía ser ambas
cosas a la vez? Dejó que sus manos viajaran sobre el pecho, a lo largo de los
hombros, y sobre sus poderosos brazos. Sus músculos eran como granito.

— Yo diría que eres magnífico — dijo mirándolo a los ojos — pero sospecho que
bastantes mujeres te lo han dicho como para inflar tu vanidad.
— Ninguna que me importara.— Su mandíbula se tensó, un músculo se contrajo,
y se preguntó si se había contenido para no decir que le importaba. ¡Qué
pensamientos tontos y fantasiosos! Sólo le importaba lo que tendrían allí. Podría
haberle pedido un par de semanas, y se las habría concedido. Pero por mucho que
deseara lo contrario, ella era una más. Una que al final, no le importaba más que
otras. Pero no pensaría en eso. No esa noche. Deslizó sus manos por sus brazos,
hasta posarlas sobre su estómago plano y más abajo pudo ver el bulto, latiendo
contra la tela de sus pantalones. Sabía lo que se sentía tenerlo enterrado en su
interior, pero apenas lo había visto. Bajando la mirada, liberó un botón. Luego otro.
Otro más hasta dejarlo en libertad. Al presionar los dedos temblorosos contra su
tibieza, le resultó difícil retener el aliento.

— Si hubiera conseguido darle un buen vistazo antes, podría haberme


aterrorizado bastante.

— Si hubiera sabido que eras virgen, habría aliviado tus temores. — Fácilmente
le bajó los pantalones, inhalando el almizclado y embriagador aroma de él. Cuando
hizo la tela a un lado, deslizó sus manos por sus muslos musculosos y más arriba.

Interrumpiendo con las manos bajo sus brazos, él la instó:

— Podrás explorarme más tarde. Ahora voy a darte todo lo que consumido por
la necesidad no pude brindarte antes. — Una vez más, la levantó y la puso sobre la
cama, sólo que esta vez de espaldas le colocó una almohada debajo de la cabeza.
Estirándose a su lado, tomó su boca tan suavemente que casi lloró. Siempre había
habido tanta hambre entre ellos, que percibió su contención y el esfuerzo que estaba
haciendo por controlarse, tratando de premiarla cuando no había nada que lo
obligara a recompensarla. Sin embargo, tampoco podía negar que le gustaba la
lentitud de su lengua acariciando la suya. Le echó los brazos alrededor de sus
hombros, disfrutando de su cercanía.
Agarrando sus muñecas, puso las manos sobre su cabeza y las sujetó con fuerza.

— No puedes tocarme — ordenó. — Esta vez, te toca a ti.

— Pero me gusta tocarte. Me da mucho placer hacerlo. — Su rostro se detuvo a


media pulgada del de ella, y su mirada se adentró en sus ojos.

— Eres única.

— Seguramente otras damas han querido tocarte.

— Por obligación, creo. Porque es lo que se espera de ellas.

Le obsequió una sonrisa seductora.

— Es posible que hayan querido que pienses eso, pero sospecho que estaban
encantadas por la oportunidad de recorrerte entero. Eres espléndido.

Sus ojos se estrecharon.

— No es adulación, es la verdad— añadió.

— Por ahora, disfruta lo que voy a darte. — Tomando el control, pasó la boca a
lo largo de la barbilla, hasta la garganta, provocando pequeñas burbujas de placer
que hicieron que los dedos de sus pies se contrajeran. Lamió el camino entre sus
pechos, sorbiendo su piel como si estuviera recubierta de azúcar. Ella trató de
mantener sus manos donde las había colocado, pero cuando él ahuecó su pecho y
cerró la boca alrededor de su pezón, no pudo dejar de enterrar los dedos en los
gruesos mechones de su cabello oscuro. Tampoco pudo retener el gemido cuando
arqueó la espalda de puro placer. Él chupó, enroscando la lengua sobre la cima
erecta y succionó de nuevo, todo el rato amasándolo suavemente. Era tan
maravilloso, podía tocarla en un solo lugar y sin embargo parecía sentirlo por todas
partes. Pensó que podría volverse loca con las sensaciones, y tal vez esa era su
intención: conducirla a la locura para que ya no pudiera cuidarse de sí misma, y
tuviera que entregarse a su custodia por el resto de su vida. ¡Qué pensamiento tan
tonto! No la quería para siempre a su lado. Lo había dejado lo suficientemente claro.
La quería sólo por una semana, siete noches. Entonces la liberaría. Y volvería a su
casa convertida en una mujer cambiada para siempre. Pero sin resentimiento ni
lamentos. No cuando él tenía el poder para llevarla a tales alturas como lo había
hecho esa noche en el coche, y sospechaba que tenía la intención de repetir ahora.

Con él podía volar, podía ser libre como nunca lo había sido antes. Una vez más,
puso las manos sobre la almohada. Casi lo maldijo. Sin duda lo haría cuando la dejara
en libertad. La arruinaría para cualquier otra persona, y una pequeña voz resonó en
su mente diciendo que ese era realmente su plan. Darle placer como ningún otro
hombre podría hacerlo jamás. Tomarla como ningún otro podría imitar. Contempló
su cuerpo increíblemente esculpido y vio sus músculos en movimiento.
Contrayéndose, relajándose, en agónica tensión. Quería verlo sin ropa, dedicado a
todo tipo de actividades imaginables. Él era la perfección, si creyera en los dioses del
Olimpo, sin duda lo consideraría uno de ellos, pero lo había visto con sus propios ojos
y sabía que no era una deidad displicente, él llevaba las cicatrices profundamente
marcadas en su interior como el más sufrido de los mortales. Sin embargo, a pesar de
la oscuridad que se cernía por debajo de la superficie, todavía tenía la capacidad de
recrear la belleza del placer.

Enclavado entre sus muslos, aferró la curva de sus caderas con las manos y
arrastró sus labios sobre su estómago, lamiendo, besando a medida que descendía
hasta el ombligo. Lo rodeó con la lengua, y la sumergió en su interior.

— Voy a servirme brandy aquí más tarde — dijo con voz áspera, y el calor la
recorrió con la imagen de él lamiendo su carne. Luego siguió más abajo, hasta que su
respiración agitó los rizos en el vértice de sus muslos. Parecía decadente ver la parte
superior de su cabeza entre sus piernas abiertas. Inclinándose, Rose le pasó los
dedos por el pelo. Se había resistido a tocarlo lo más que pudo. Entonces su lengua
avanzó provocativamente entre los pliegues de su femineidad y ella apretó los
muslos contra su cabeza, mientras tironeaba de las hebras de su cabello. Había
pensado que usaría sus dedos de nuevo. No había esperado que la excitara
directamente con la boca.

Mordisqueó, chupó, lamió y tiró suavemente de su carne, hasta que la hizo


levantar la cabeza de la almohada, y sus hombros la impulsaron hacia adelante.

— Avendale, ¿qué estás haciendo?

Él alzó la cabeza. Dentro de sus ardientes ojos oscuros, vio pasión, deseo y algo
similar a la posesión. Él la poseía por completo en ese momento y lo sabía
condenadamente bien.

— Lo que debería haber hecho antes. Lo que quiero hacer ahora. Lo que
pretendo hacer cien veces antes de dejarte ir.

— No creo que sea un comportamiento adecuado.

— ¿Quieres que me detenga? — El reto estaba allí, pero también percibía un


atisbo de duda. Él cesaría sus caricias si se lo pedía. No confiaba del todo en sus
acciones en todo lo referente al trato, pero confiaba en él sin reservas a la hora de
entregarle su cuerpo.

— No. — Fue un sonido sordo, más bajo que un susurro, y sin embargo, sonó
como un disparo a través de la habitación.

Avendale le dirigió una sonrisa diabólica.

— Entonces disfruta.
Ella se dejó caer y se quedó mirando el dosel de terciopelo, mientras su lengua
lamía y se arremolinaba en círculos. No quería atesorar el recuerdo de su dosel de
terciopelo. Quería recuerdos de él.

Entornando los ojos, disfrutó de la visión de su cabeza morena entre sus muslos
abiertos. El calor se desplegó desde su centro hasta envolverla. El placer creció en
espiral. Deslizando sus manos entre el colchón y su trasero, la levantó un poco como
si estuviera ofreciéndose un sabroso banquete, y las sensaciones se dispararon como
si la hubiera atravesado un rayo. Apretó los dedos en su pelo. Su respiración se volvió
superficial, áspera. El placer iba y venía como si fuera el comandante de las mareas
del hedonismo. Ella susurró su nombre, y luego gritó mientras una ola de éxtasis la
envolvía, haciéndola estallar para luego dejarla caer al vacío. Se estremeció con una
fuerza que amenazó con desbaratar sus huesos.

— Oh Dios, Oh Dios. — Rápidamente la tomó en sus brazos y la acunó,


enterrando su rostro en la curva de su hombro, pasando una mano a lo largo de su
columna vertebral. Después de todo lo que le había dado, ¿cómo podía encontrar
aún más placer en algo tan simple, tan reconfortante como un abrazo? Estaba
cansada, y había tenido razón acerca de sus huesos. Se habían disuelto. Nunca más
sería capaz de salir de esa cama. De alguna manera se las arregló para cubrir su
mano sobre su cadera. — Deberías poseerme… ahora — dijo con voz entrecortada.

Le dio un beso en la frente.

— Más tarde.

— Pero yo quiero sentirte ahora.

— Ya te dije: esta vez es para ti. No volveré a ser tan egoísta, así que disfruta y
trata de dormir un poco. — Apretó su trasero y le dijo en voz baja: — Aun falta lo
mejor.
En el carruaje, había pensado que había experimentado el pináculo del placer,
ahora no sabía si estar contenta o aterrada al descubrir que se había equivocado.
Antes de que terminara con ella, pensó que bien podría morir a causa de las gloriosas
sensaciones que tan hábilmente le prodigaba. Le dolía el cuerpo con la necesidad de
sentirlo enterrado en su interior.

Avendale no tenía la costumbre de negarse lo que deseaba, pero en lo que a ella


se refería, todos sus hábitos estaban condenados al fracaso. Siempre había
disfrutado el placer por el placer, pero con Rose había otra cosa implicada que no
podía identificar, que no quería examinar muy de cerca. Examinarla a ella, sin
embargo, era harina de otro costal. Sosteniéndola tan cerca, era muy consciente de
sus miembros relajados, a medida que sucumbió a la tentación del sueño.

Hizo lo que debería haber hecho antes, y con cautela comenzó a peinar
suavemente los largos mechones con sus dedos sin molestarla. Apenas podía
concebir que hubiera acudido a su santuario, convencido a su ama de llaves para que
le abriera la puerta, y le cuestionara su actitud como si se tratara de la dueña de su
casa por no decir de su vida. Con ninguna otra mujer hubiera consentido semejante
comportamiento. Encontraba ese aspecto en ella, tan tentador como la piel de
alabastro que había revelado cuando finalmente se había tomado el tiempo para
desnudarla. Iban a pasar una semana increíble, a pesar de que ya se estaba
lamentado de no haber estipulado un plazo más largo.

Su respiración suave agitó el vello de su pecho. Su mano en la cadera quedó


inerte, y sus dedos se aflojaron. Nunca antes se había conmovido tanto. Casi había
confesado que podría haberle pedido cualquier suma y gustosamente se la habría
pagado. Moviéndose lentamente, para no molestarla, se estiró, tomó las sábanas, y
las acomodó sobre ella. Entonces, con toda la cautela posible, salió de la cama, se
puso la bata de seda, y se dirigió a una mesa cercana a la chimenea. Después de
servirse un vaso de whisky, se sentó en el sofá y observó los rescoldos del fuego
agonizante. ¿Quién era esa mujer y por qué estaba tan obsesionado con ella? Tenía
un millón de preguntas que quería que respondiera, pero sabía que no iba a
contestarle ni una sola. Pensó que podría estar a su lado durante el resto de su vida y
aun así no le alcanzaría para saber todo sobre ella. ¿Por qué un enano? ¿Por qué un
gigante? ¿Por qué Londres? ¿Por qué él? ¿A quiénes había estafado antes? ¿Por qué
había decidido vivir esa vida? Consideró pedirle a su amigo James Swindler de
Scotland Yard que hiciera averiguaciones para descubrir lo que pudiera sobre ella. El
hombre era hábil sonsacando información, pero de esa manera podría enviarla sin
querer a la cárcel. Además, no quería que otro le proporcionara los detalles de su
vida. Quería que ella lo hiciera.

Acomodándose en el sillón, apoyó sus largas piernas en la silla que tenía


enfrente y tomó el vaso entre las dos manos para darle calor. ¿Qué le importaba
quién era ella en realidad?

Le importaba.

Como nunca nada le había importado en la vida.

Pero no quería que le importara. No quería necesitarla. Quería considerarla


como a cualquier otra mujer que hubiera pasado por su vida: algo conveniente. Pero
¡maldita sea!, no estaba seguro de eso. Apurando el licor de un trago, dejó a un lado
el vaso y se levantó. Estaba acostumbrado a pronosticar sus relaciones. Ésta sería
corta y dulce. No tendrían tiempo suficiente como para ahondar en los sentimientos.
Nada lo persuadiría de cambiar esa postura. Era una criminal, una estafadora... una
mujer llena de secretos. Bastante tenía con los suyos.

Rose se despertó en la oscuridad, con el calor de un cuerpo acurrucado sobre el


suyo, un pecho musculoso presionando su espalda, brazos fuertes rodeándola y una
mano con la palma posada sobre su estómago. Se le había deshecho la trenza del
cabello. Se vería como una maraña en la mañana. No le importaba. En realidad no le
importaba nada más allá del placer que tan hábilmente le proporcionaba. Contra su
trasero, la gruesa y dura longitud de su virilidad cobró vida.

Giró la cabeza y le dijo:

— ¿Estás despierto? — preguntó en voz baja, como si no quisiera molestarlo.

— Mmm. Lo estoy ahora. — El tono de su voz la hizo estremecer. Todo en él la


hacía estremecer. Apartando a un lado su cabello, apretó la boca contra su cuello. —
¿Sigues dolorida?

— No. — No era del todo cierto, pero la recompensa hacía que valiera la pena.

Él era una silueta envuelta en sombras, delineado por la débil luz que se colaba a
través de las ventanas, pero lo suficientemente clara como para percibir el contorno
de su cabeza mientras descendía para posar su boca sobre la de ella.

Olía a sueños e ilusiones y se preguntó de dónde vendrían esos pensamientos


fantasiosos. Normalmente era demasiado pragmática para permitirse semejante
extravagancia, pero su deseo por él era totalmente inocente. La dama que
finalmente tomara por esposa sería de la nobleza, Lady Esto o Lady Aquello. Nunca
besada, nunca acariciada. Inocente de las crueldades del mundo, y Avendale se
aseguraría de que permaneciera así. Él la protegería, y ella cuidaría de él. Rose
estaba segura de que su esposa se encargaría de hacerlo, porque ella misma sentía la
imperiosa necesidad de cuidarlo incluso en ese momento, mientras descansaba
entre sus muslos.

Él acarició su cuello. Parecía un acto tan perverso en la oscuridad. Pero en


realidad, todo en él parecía deliberadamente perverso. Esta vez, no permitiría que le
negara participar en el acto, no permitiría que le negara nada.
Deslizando la mano entre sus cuerpos, sintió el acero cubierto de terciopelo de
su virilidad y suspiró mientras lo oía gemir. Elevó las caderas, apenas notando la
incomodidad, y le dio la bienvenida en sus profundidades, estirándola, haciéndola
consciente de su plenitud mientras la penetraba. Plantó los pies contra el colchón
elevando su pelvis mientras el placer la recorría lentamente, motivándola a echar la
cabeza hacia atrás.

Apoyado sobre los codos, soportando la mayor parte de su peso, continuó


saqueando su boca. Clavando los dedos sobre sus hombros, se preguntó si alguna vez
se cansaría de sus atenciones. Cada encuentro era diferente al anterior y le mostraba
otro aspecto de su persona. La languidez de sus movimientos le hacía preguntarse si
no estarían sumidos en el letargo del sueño. Temía despertarse y descubrir que todo
estaba en su imaginación, que no era más que el producto de su fantasía.

Pero las hermosas sensaciones que la recorrían le aseguraban que todo era muy
real.

Arrancó su boca de la de ella, y su respiración áspera irrumpió en la tranquilidad


que los rodeaba. Ella apretó sus hombros, y pasó sus uñas a lo largo de su espalda.
Su gemido gutural la excitó y el placer comenzó a crecer en espiral hasta culminar en
un cataclismo desesperado que la sacudió.

Con un gruñido salvaje, Avendale echó la cabeza hacia atrás, empujó una última
vez contra ella y se arqueo hacia atrás mientras su cuerpo se vaciaba
convulsionando. Podía sentir los temblores que lo sacudían. Sin separarse, rodó
llevándola con él. Su respiración se calmó, pero temió que su corazón nunca pudiera
normalizar su ritmo.

— Serás la causa de mi muerte — dijo.

— Por lo menos es una bonita forma de morir.


— Mucho mejor que ser la cena de un tigre, supongo.

Ella le mordisqueó la piel.

Él simplemente lanzó una risa cansada, la atrajo con más fuerza, y la sostuvo
mientras se quedaba dormida.
Capítulo 10

Cuando Rose despertó, descubrió que Avendale todavía permanecía con ella, su
mano sobre su cadera, como para mantenerla cautiva debajo de las sábanas hasta
que estuviera dispuesto a dejarla ir. Se había quedado dormido sin cerrar las cortinas
así que la luz del sol entraba a través de las muchas ventanas de una habitación que
era casi tan grande como el piso que albergaba las alcobas en su residencia. Estaba
de frente a ella, con sus largas y oscuras pestañas descansando sobre los pómulos
bien definidos. Tratando de no molestarlo, tan discretamente como le fue posible,
apoyó la palma de la mano en el centro de su pecho, y sonrió ante el recuerdo de sus
vellos sedosos, tal como los había sentido durante la mayor parte de la noche
anterior.

No había esperado que se quedara con ella, pero había sido una agradable
sorpresa. Una buena parte de sí misma se regocijaba por ese hecho. La alegría la
invadía por tenerlo a su lado y a la vez le daba miedo porque sabía que al final de la
semana, la montaría en su coche sin remordimientos, sin lamentar su partida. Por su
parte, estaba segura de que lo echaría terriblemente de menos, que sufriría
numerosos arrepentimientos, que tendría que lidiar con un dolor agonizante en el
pecho. Abrió los ojos. Las profundidades marrones parecían más cálidas que las que
hubiera visto nunca. Una esquina de su boca se inclinó ligeramente.

— Hola. — Su voz, áspera por el sueño, la hizo vibrar.

Tragó saliva.
— Hola. — Movió su mano sobre su trasero antes de deslizarla hasta su espalda.

— ¿Tienes hambre?

Si fuera una casquivana, probablemente le hubiera dicho, “Hambre de ti”. Casi


dijo las palabras de todos modos, porque era verdad, pero sonaba tan tonto, tan
diferente a ella.

— Un poco, sí.

— Entonces, tomaremos el desayuno en la cama, ¿de acuerdo?

Asintió con la cabeza.

— Eso suena encantador. — Presionando la palma de la mano en la cintura, la


acercó hasta que sus cuerpos quedaron ensamblados, pero todavía podía mirarla a
los ojos cuando le preguntó:— ¿Sigues dolorida esta mañana?

— Apenas — admitió de mala gana.

— Mmm — murmuró mientras se inclinaba y le acariciaba el cuello.

Ella suspiró.

— No demasiado.

Su aliento le erizo la piel del cuello cuando rompió a reir.

— Después del desayuno, entonces.

— ¿Por qué no antes? — Su risa se hizo más profunda antes de apartarse un


poco hacia atrás.

— Porque quiero que te recuperes un poco más para poder disfrutarlo al


máximo. No soy un completo bastardo.
— Me gustó mucho lo de anoche.

— Yo estaba en medio de la bruma del sueño cuando empezamos, sin fuerza


para poder resistirme a ti.

— ¿Ahora sí puedes resistirte? ¿Acaso ya te has aburrido de mí?

Su boca formó una sonrisa maliciosa.

— No, en absoluto. — Afirmó mientras aumentaba la presión de su abrazo. —


Será a tu manera entonces. Desayunaremos más tarde.

Le hizo el amor lentamente, con ternura. Aunque experimentaba un cierto


malestar, no era suficiente para hacerla renunciar al placer. Le encantaba el peso de
su cuerpo sobre el de ella, la plenitud que seguía llenándola. Amaba esas
sensaciones. Le encantaba la luz del sol que le permitía verlo con claridad mientras la
cabalgaba con pasión. Cuando los dos finalmente saltaron al abismo y quedaron
completamente saciados, la acercó a su pecho y la abrazó como si nunca fuera a
querer soltarla. Sí, iba a tener remordimientos cuando lo dejara, pero de la clase que
los años posteriores la harían sonreír con cariño al recordarlo. Debería odiarlo por el
trato que había insistido en celebrar. Pero entonces él debería odiarla por la ventaja
que había sacado de su generosidad. Cada uno había conseguido lo que quería. Por
extraño que pareciera, se dio cuenta de que necesitaba algo completamente distinto.

— ¿Me das una recorrida por tu casa? — Preguntó Rose, envuelta en su bata de
seda, con la espalda apoyada contra las almohadas de la cabecera. Encima de su
regazo, una bandeja exhibía un surtido de platos colmados de exquisiteces. Un
pequeño ejército de siervos había marchado para disponer de los alimentos, sobre
una larga mesa contra una pared de la habitación. Podrían permanecer allí por una
semana y no pasar hambre. Ella se debatía entre la expresión de asombro ante la
fastuosidad y la rabia por todas las veces que había pasado hambre, mientras que los
ricos desperdiciaban esos manjares que finalmente terminaban en la basura.

Avendale estaba estirado a los pies de la cama, vistiendo nada más que
pantalones y una camisa suelta, terminando de masticar el pastel más pequeño que
jamás había visto.

— Si lo deseas.

— ¿Esta casa tiene un nombre? — La nobleza siempre bautizaba sus residencias.

— Palace Buckland, por mi apellido.

— ¿Así que tú eres Benjamín Palace?

— Buckland, pequeña bruja, como bien sabes. — Le encantaba burlarse de él, le


encantaba el brillo en sus ojos. No sonreía lo suficiente para su gusto, no con una
sonrisa verdadera y genuina. Sus sonrisas eran diabólicas, traviesas o escépticas.
Pero las que se originaban en el centro de su corazón eran raras. — Nunca he estado
en un palacio antes — dijo, masticando una uva.

— No estoy seguro de que este edificio realmente califique como un palacio. La


gente considera sus residencias como le da la gana.

Para ella, sin duda era un palacio, pensó mientras caminaban por la inmensa
mansión después de terminar el desayuno. Todavía llevaba la bata puesta.
Sospechaba que tendrían otro revolcón en la cama antes de que llegara la tarde.

Le mostró todos los dormitorios de la sección de la casa donde él habitaba.


Luego el ala alejada donde se quedaban los huéspedes. Le enseño el comedor formal
que pensaba podría dar cabida a la Cámara de los Lores, un comedor más pequeño,
un desayunador, uno más pequeño aún, donde se celebraban cenas íntimas. Ella
estaba familiarizada con su biblioteca, pero también le enseñó la biblioteca de la
duquesa, a pesar de que actualmente no había ninguna duquesa. Todos esos libros.
Demasiados. Incluso las habitaciones que no estaban designadas como bibliotecas
contenían decenas de libros en los estantes. A Harry le encantaría vivir allí. Ahora
estaban paseando a través de una galería de retratos. Una casa con un pasillo
diseñado específicamente para exhibir retratos. Era opulenta y otra vez sintió que
era un desperdicio. Salas de estar dispersas aquí y allá, con pinturas dominando los
muros. Podía ver sus facciones hidalgas en cada uno de los hombres. Durante el
recorrido, a menudo le acariciaba ligeramente la parte baja de la espalda, el hombro,
la cadera, como si no pudiera soportar la idea de pasar demasiado tiempo sin tener
algún tipo de contacto. Ella lo disfrutaba, sabiendo que la semana siguiente no
volvería a gozar de sus caricias. Se detuvo junto a un gigantesco retrato colgado
sobre la chimenea.

— Tu padre, supongo.

— Sí. — Su mano se posó justo por encima de su trasero.

— Puedo verte en sus rasgos, pero contiene una dureza que a ti te falta.

— Si crees eso, entonces no me conoces tan bien.

Sacudiendo la cabeza, Rose se puso fuera de su alcance.

— Creo que estás enojado por algo, algo más de mis decepciones. Me di cuenta
de eso desde la primera noche, algo que está en plena ebullición por debajo de la
superficie. Algo que me instaba a desistir de ti, pero te encontré demasiado guapo
para soltarte.

Él soltó la risa.

— ¿Lo hiciste? Creo que debes haber pensado: “He aquí un hombre con bolsillos
demasiado pesados que me gustaría aliviar”.
— Eso vino después de que hice algunas averiguaciones.

Él se puso serio.

— Probablemente deberías hacerle saber a Beckwith que cese sus esfuerzos por
obtener tu herencia.

Ella suspiró.

— Sí, iré a verlo de camino a mi residencia esta tarde.

— Yo me encargaré de él. Es probable que sea más indulgente si se trata de mí.


— Arqueó una ceja oscura. — Además, tengo que pagarle por sus servicios prestados
de todos modos.

Con una sonrisa, ella se acercó al siguiente retrato. La mujer tenía unos
conmovedores ojos marrones y pelo caoba.

— ¿Tu madre?

— Sí.

— Ella parece infeliz.

— Yo creo que lo era.

Ella miró por encima del hombro.

— ¿Y ahora?

— Se siente bastante decepcionada por mí, pero aparte de eso yo creo que está
muy feliz respecto a los otros aspectos de su vida.

— ¿Porque eres un sinvergüenza?

Él asintió ligeramente con la cabeza.


— Ella no aprueba mi vida.

— Y eso te molesta.

— En realidad no. — Estaba mintiendo, pero no estaba segura de que se diera


cuenta. Se abstuvo de presionarlo. La suya era una relación superficial, uno que
involucraba la carne, las sensaciones y el placer. Era mejor no profundizar
demasiado. Sus pasos lo acercaron.

— ¿Qué hay de tu madre? — Preguntó.

— Ella murió cuando yo era muy joven.

— ¿Tu padre?

— No estoy realmente segura. Lo dejé cuando tenía diecisiete años. Nunca más
volví a verlo.

— ¿Cómo te las arreglaste en un principio? Tuvo que ser difícil.

Ella pasó un dedo por el borde de un marco dorado. Ni una mota de polvo.

— ¿Cuántos sirvientes tienes?

— ¿Aquí en Londres? Treinta más o menos. Estás evitando la pregunta.

Ella se apoyó en el respaldo alto de una silla de felpa.

— Mi padre tenía escondido algo de dinero. Lo robé antes de irme. Esto fue
suficiente para mantenerme durante un par de años.

— Entonces empezaste a sobrevivir engañando gente.

— Yo prefiero llamarlo astucia. El mundo está lleno de tontos. — Alejándose de


la silla, se frotó contra su pecho y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. —
Algunos tienen bolsillos muy pesados de hecho. Aunque tú no resultaste ser el tonto
que pensé que eras.

Él la levantó en sus brazos y comencé a llevarla de vuelta a su habitación.

— Oh, sospecho que soy tan tonto como pensabas.

Mordisqueando su oreja, ella disfrutó de su gemido. Él no era el único tonto, al


parecer. Debido a que su propio corazón se aceleró por la caricia y su cuerpo vibró
con anticipación por lo que estaba deseando desde hacía más de una semana.

— ¿Por qué tienes que volver a tu residencia?— Preguntó Avendale,


descansando en la cama, desnudo bajo las sábanas, saciado y parcialmente
contenido. Se sentiría completamente satisfecho si ella se quedara en la cama con él,
pero poco después de hacer el amor, había hecho sonar la campana para llamar a
Edith. Le irritaba que pudiera prescindir de él tan fácilmente y lo airaba aún más no
ser capaz de hacer lo mismo con ella. Debería desearla menos ahora que se había
sacado las ganas, pero descubrió que la quería con más intensidad. Observando
como Edith la ayudaba a vestirse, había maldecido cada pieza de tela que había
comenzado a ocultar su carne. Ahora la doncella estaba ordenando el pelo de Rose y
lo único que él quería hacer era quitar los pasadores y verlo caer una vez más hasta
su cintura.

— Quiero asegurarme de que todo el mundo esté bien después de mi abrupta


partida de anoche — dijo finalmente Rose.

— Iré contigo.

— No— le espetó, por fin quitando la mirada de su reflejo en el espejo para


mirarlo. Ella suavizó su expresión, y su tono. — La condición era que yo debía ir sola.

— ¿Por qué?
— Porque es lo que prefiero. — Ella volvió su atención hacia el espejo.

—¿Qué significan esas personas para ti?— Despreciaba los celos que se
percibían en su voz. No lo estaba, pero en ese preciso momento no estaba dispuesto
a compartirla.

— Son mis amigos.

— ¿Por qué tienes que ir sola? — preguntó de nuevo.

Con un profundo suspiro, ella se dio la vuelta en el banco del tocador que había
sido trasladado temporalmente desde otra alcoba, y lo miró. Con un movimiento de
su mano, despidió a Edith. Una vez que la chica se había ido, dijo:

— No voy a tener una cita si eso es lo que estás pensando.

No sabía qué pensaba.

— Simplemente me parece extraño.

— Me gustaría tener un poco de tiempo para mí. Además, estoy segura de que
vas a apreciar liberarte una hora de mi presencia.

No lo haría. No es que fuera a confesárselo y darle poder absoluto sobre él.


También se dio cuenta que estaba la cuestión de la confianza. Se había dado tan
libremente, tan fácilmente. No confiaba en ella. Conocía algunas mujeres
verdaderamente diabólicas. Ella no encajaba en el molde y sin embargo las demás
parecían más dignas de confianza.

— Si no regresas aquí como prometiste, iré a buscarte.

Ella apretó las dos manos en una cruz sobre su corazón.

— Tienes mi palabra. Puedo jurártelo con prosa romántica.


— Lo digo en serio, Rose.

Ella se puso de pie y fue hasta el pie de la cama.

— Hemos hecho un pacto, y voy a cumplirlo hasta el final.

— ¿Por qué debo creerte cuando me dijiste tantas mentiras antes?

Ella no parecía ni un poco ofendida o herida.

— Había un propósito detrás de las mentiras. Nada ganaría ahora mintiéndote.

¿Por qué no podía tener fe en esas palabras, y por qué le importaba tanto no
poder hacerlo?

Con un movimiento de cabeza, Rose esbozó una pequeña sonrisa y le dijo:

— Te echaré de menos mientras estés fuera.

— No estoy muy seguro de creer eso.

— Voy a tratar de convencerte cuando regrese. No tengo tiempo ahora. — Cruzó


la habitación, recogiendo su bolso en el camino. — ¿Por qué eres tan reservado?—
Preguntó.

Al detenerse en la puerta, se volvió a mirarlo.

— ¿Por qué? — Su estómago se contrajo.

— No lo soy.

— Por supuesto que sí. Nuestras conversaciones sólo describen la superficie de


nuestras vidas. Creo que ambos estamos interesados en explorar más allá de la
superficie de cada uno.
Ella mostró una sonrisa de complicidad. Tenía razón. Él lo sabía. Ella sabía que él
lo sabía.

— Tráeme una lista de todos tus acreedores para que pueda enviarles a mi
hombre de negocios. Él se encargará de que todos reciban su paga.

— Sé que tienes dudas sobre mi honestidad, pero ten en cuenta esto. Te di lo


que querías antes de que pagaras mis deudas. Porque yo confío en ti, de manera
implícita.

— ¿Alguna vez he hecho algo para hacerte pensar que no cumpliría mi parte del
trato?

— No es eso, supongo. Sé que te he dado muchas razones para no confiar en mí,


sin embargo, aquí estamos participando en algo que creo que requiere confianza
absoluta. Al menos para mí. Nos vemos en un rato.

Ella se fue cerrando la puerta sin hacer ruido. Sacudió las mantas, saltó de la
cama y llamó a su ayuda de cámara. Mientras ella estuviera fuera, él tenía asuntos
que necesitaba atender. Arreglar las cuestiones con Beckwith encabezaba la lista.

***

Beckwith enterró su cara entre las manos.

— Una mujer estafadora. ¿Cómo pude ser tan tonto?

Sentado en una silla frente al escritorio del abogado, Avendale confesó:

— Si te sirve de consuelo, también caí en su estratagema.


Beckwith levantó la cabeza, sus ojos azules magnificados por las gafas.

— Mis hermanos van a morirse de risa por mi ingenuidad.

— No hay razón para que ellos lo sepan. Estoy aquí para restituir los gastos en
los que hayas incurrido y los honorarios que se te deben.

Beckwith frunció el ceño.

— Debería denunciarla a Scotland Yard.

— Preferiría que no lo hicieras. Puedes duplicar tus honorarios si es necesario


con el fin de hacer que te sientas menos tonto.

Beckwith tenía un orgullo desmedido de sí mismo, pero Avendale pagaría su


precio sin sutilezas. Parecía que había muchos estafadores en el mundo cuando se
les daba la oportunidad. Avendale luego se dedicó a resolver la cuestión del alquiler
de la residencia de Rose. Por razones que no profundizó, pagó lo que se debía y un
adicional de tres meses. Sabía con toda probabilidad, que se iría de Londres a finales
de la semana, pero si quería quedarse un poco más, tendría la oportunidad de
hacerlo. Estaba con él debido a su deseo de evitar graves consecuencias. Ese
conocimiento lo enloquecía. La quería con él por voluntad propia, motivada por el
deseo de estar allí. Lo que pasaba entre ellos era increíble, casi estremecedor. Pero
arañaba su conciencia haberla obligado a meterse en su cama. Si fuera un caballero,
la hubiera eximido de su deuda. Pero él había sido un sinvergüenza durante
demasiado tiempo como para renunciar a nada de lo que tanto deseaba. Y él la
deseaba. Estaba condenado de todos modos. Obligarla también le garantizaba tener
los mejores recuerdos de esa aventura para llevarse al infierno con él. Hasta ahora
estaba demostrando ser la mejor de todas sus aventuras.
***

— ¿Te lastimó? — preguntó Merrick cuando Rose salió del carro con la ayuda del
lacayo. Había salido corriendo de la casa como si los perros del infierno estuvieran
pisándole los talones. Sus palabras la noche anterior habían sido: “Dile a Harry que
ha habido un cambio de planes y nos quedaremos en Londres un poco más, y que lo
veré mañana a las dos de la tarde”, asegurándose de que la estaría esperando.

— No seas absurdo— respondió mientras caminaba junto a él hacia la casa.

— No me gusta. — Se inclinó, frotándose el hombro.

— No tiene que gustarte, aunque creo que en otras circunstancias te gustaría


mucho.

— Él se aprovechó de ti.

Ella arqueó una ceja.

— Me atrevo a decir que no es el único. Partiremos con cinco mil libras y todo lo
que queremos, ya que está todo pago.

— Pero ¿a qué precio?

—Uno que estuve más que dispuesta a pagar. Ahora termina con tu
cuestionamiento. Quiero pasar algún tiempo con Harry. No puedo estar ausente más
de una hora o Avendale me vendrá a buscar. No tengo ninguna duda de que lo hará
ya que no confía en mí. No lo culpo. Supongo que Harry está en la biblioteca.

— Sí. Pero su estado de ánimo no es el mejor. Tuve que explicarle un poco más
de lo que quería cuando amenazó con ir a buscarte.
Eso habría sido desastroso.

— Confío en tu juicio, Merrick. Dile a Sally que nos traiga un poco de té y


galletas.

Con un rápido giro y sus tacones haciendo eco a través del pasillo, rápidamente
se dirigió a la biblioteca. La puerta estaba abierta. Era una buena señal. Él no tenía un
estado de ánimo tan atribulado como Merrick había indicado, aunque tal vez así
fuera, pero sabiendo que su tiempo sería corto, había decidido no perderlo tratando
de derribar la puerta. Recordó la puerta de otra biblioteca cerrada la noche anterior.
Parecía que todos los hombres tenían algo en común cuando sentían su orgullo
herido: la necesidad de lamer sus heridas a solas. Ella todavía estaba sorprendida de
que Avendale se hubiera molestado al descubrir que era virgen. Lo había juzgado
como un hombre cuyo orgullo le haría arder de ira, pero no de remordimiento o
culpa. Había pensado que se consideraría a sí mismo por encima de ese tipo de
emociones. Nunca había juzgado tan mal a una persona. Lamentablemente también
había juzgado mal lo que esa semana en su compañía iba a costarle. Al final de la
misma, su vida cambiaría irrevocablemente. Pero eso era algo que debería enfrentar
la semana siguiente. Por ahora, se concentraría en Harry. Entrando en la biblioteca,
lo encontró en su escritorio, con la pluma en la mano.

— Hola, querido. ¿Cómo va avanzando esa historia?— Preguntó.

Se echó hacia atrás, la estudió con sus cristalinos ojos azules que mostraban una
gran pesadumbre.

— Me abandonaste... sin decir una palabra.

— No tuve elección, pero ya estoy aquí. Aunque tengo menos de una hora. No
vamos a gastarlo en riñas. — Tirando, se quitó los guantes, y los metió en su bolso.—
Ven y siéntate conmigo junto a la ventana. Es un día precioso.
— Va a llover.

Ella miró el cielo sin nubes.

— ¿Te parece?

— Sí. Esta noche. Tarde.

Era muy hábil para predecir el tiempo. Pensó en lo bonito que sería acurrucarse
en la cama con Avendale mientras la lluvia repiqueteaba sobre el techo y las
ventanas. Sacudió la cabeza. No podía estar pensando en Avendale ahora. Sentada
en un extremo del largo sofá, se sintió agradecida cuando Harry se unió a ella en el
otro. Sally trajo té y galletas en una bandeja y la puso sobre la mesa delante de ellos.
Miró fijamente a Rose como si eso fuera suficiente para descifrar todo lo que había
ocurrido desde que Rose los había dejado. Rose blanqueó su expresión, y trató de
hacerlo lo más inocente posible. Con un estrechamiento de sus ojos, Sally resopló
antes de salir. Rose preparó el té y puso una taza frente a Harry, aun sabiendo que
probablemente no lo tocaría. A veces sólo tenían la necesidad de comportarse
civilizadamente.

— Fue ese duque, ¿no? — preguntó Harry finalmente. — Él te obligó.

Rose tomó un sorbo de té, e hizo a un lado su taza.

— No, cariño, no lo hizo. Yo quería ir con él. Que Dios me ayude, pero me gusta,
Harry.

— ¿Por qué?

Ella repitió.

— ¿Por qué? Debería preguntármelo, ¿no?


Harry tenía una insaciable curiosidad, querría saberlo todo. Cogió su taza de té, y
la puso de vuelta sobre la mesa. ¿Cómo podía explicarle lo que tampoco entendía?

— Me gusta la forma en que me mira, como si no hubiera conocido otra mujer


antes que yo. Aunque sé que probablemente a tenido decenas de mujeres.

— ¿Qué aspecto tiene? No pude verlo claramente la otra noche. — El placer la


recorrió cuando conjuró una imagen de su desnudez.— Es alto, no tan alto como tú.
Tiene los hombros anchos. Le gusta llevarme a todas partes, lo que me hace sentir
protegida. Su pelo es de un profundo color marrón oscuro. Como el abrigo de piel de
Sally. A veces, la luz de las velas lo vuelve de un color rojizo. Sus ojos son casi del
tono exacto de su cabello. Es solemne. Pasa mucho tiempo dedicado a la búsqueda
de placeres, pero no estoy segura de que realmente lo disfrute. Parece estar un poco
solitario. Es lo más extraño, aún cuando estamos en una habitación llena de gente
parece solitario. Todos lo saludan, con una sonrisa, pero nadie se detiene a hablar
con él o preguntar por su bienestar. No es que él intente revertir esa situación. Es
como si no quisiera ser molestado con otra cosa que no sean sus propias
necesidades, pero creo que eso es sólo una fachada. Creo que ha sido lastimado. Es
muy cauteloso.

Se sorprendió por su descripción.

— Tú lo amas— dijo Harry.

Rose casi se cayó del sofá ante sus palabras, y se rió.

— No, absolutamente no.

Harry la miró como si no acabara de creerle.

— Por ese camino te encontrarás con el desastre — le aseguró. — Reconocer los


peligros no siempre impide que las cosas sucedan.
— Eso es muy cierto. — Inclinándose, le apretó la mano.— Deberías ver su
residencia, Harry. Tantos libros. En todas las habitaciones hay libros. Bueno, no en los
comedores. Pero las filas llegan hasta el techo. Voy a ver si puedo pedir prestado
alguno para que puedas leer. Podrías leerlo en una semana. — Desearía haber
pensado en eso antes.

— ¿Cómo es su residencia?

— Se llama Buckland Palace. Él dice que no es realmente un palacio pero yo creo


que sí lo es. Está tan acostumbrado a la opulencia que no puede verlo. Pero es
grandioso. Pinturas sobre los techos, marcos dorados a lo largo del revestimiento de
las paredes. Habitaciones monstruosamente enormes. Su dormitorio...

Vaciló, deseando no haber llegado allí, esperando no haberle dado motivos para
evocar imágenes de ella en la cama del duque. Él era bastante inocente respecto a
las cuestiones carnales, por lo que sus palabras probablemente no le dieron ningún
indicio perverso. —... es casi tan grande como todas nuestras alcobas juntas. Él me
llevó a recorrerlo. Fue fascinante. — Hablaron entonces de cuánto tiempo más
podrían estar en Londres. No había razón para partir de inmediato, ya que sus
deudas estaban pagas. Aunque sospechaba que no le gustaría quedarse demasiado
tiempo una vez que dejara al duque. Le contó a Harry todo lo que sabía de Escocia,
por qué pensaba que sería feliz allí. Antes de irse, lo abrazó con fuerza, y le prometió
volver a las dos de la tarde siguiente. No se sentiría culpable por dejarlo allí. Tenía su
historia para mantenerse ocupado. Daría la bienvenida a la tranquilidad.

Intentó ordenar sus pensamientos mientras el carruaje retumbaba por las calles
de regreso. No le gustaba lo mucho que estaba deseando volver a Buckland Palace,
ni lo mucho que deseaba estar con Avendale de nuevo. Era algo más que el hecho de
que él supiera cómo hacer que su cuerpo estallara de placer. Le gustaba estar en su
compañía, le gustaba la forma en que la mantenía abrazada. Le gustaba el timbre de
su voz, aunque no discutieran nada de importancia. Incluso le gustaba que fuera un
poco celoso.

Se sintió más que decepcionada cuando regresó a su residencia para encontrar


que él no estaba y que su mayordomo, Thatcher, no tenía idea a qué hora Su Gracia
regresaría. Sin saber si su noche incluiría más jugueteos en la cama, tampoco estaba
segura de cómo prepararse. Sacudiendo la cabeza de pie en el vestíbulo, casi se rió
en voz alta. Estaba allí por una razón, porque la quería en su cama. Allí era, donde sin
duda pasarían la noche. Supuso que podría bañarse, y ponerse tan atractiva como
fuera posible. Pero en primer lugar, mientras estuviera sola, quería buscar en los
estantes de las distintas salas y ver si podía determinar qué libros podría disfrutar
Harry. Una vez que Avendale regresara, ocuparía todo su tiempo y pensamientos. No
es que le importara, en realidad no. Sólo esperaba que no tardara demasiado
tiempo, sólo lo suficiente para que pudiera encontrar un material de lectura para
Harry, algo que Avendale no se diera cuenta que faltaba. Sacarlo furtivamente iba a
ser el reto, pero podría encontrar la manera. Siempre había sido ingeniosa. Se
detuvo en una mesa estrecha que contenía un cuenco de plata lleno de sobres de
vitela. No eran su preocupación, y sin embargo, a sabiendas de que probablemente
eran invitaciones a bailes, no pudo evitar tomar uno y abrirlo. Después de sacar la
invitación dorada, pasó su dedo sobre las palabras formales. Cuando había entrado la
primera vez en los dragones gemelos, su plan había sido hacerse conocida entre los
que enviarían invitaciones como esas. Tenía la misiva que Drake Darling le había
enviado, pero había querido asistir a los bailes celebrados dentro de las residencias,
de ser aceptada, para tomarse su tiempo en la selección de su presa. Había
disfrutado de algunos bailes en casa de comerciantes, banqueros, y panaderos. Las
ciudades que había visitado tenían su encanto, pero nunca había imaginado lo que
encontraría en Londres. Con los años, había perfeccionado sus habilidades en los
pueblos aledaños, entre los que no se codeaban con la aristocracia. Su objetivo
siempre había sido Londres, para quedarse, para disfrutar, para moverse en círculos
muy por encima de sus raíces humildes. Asistir a todo tipo de bailes imaginables: de
disfraces, vestida de Cenicienta. Pero no experimentaría ningún baile aristocrático
ahora porque había permitido que Avendale sacara lo mejor de ella. Sin embargo, no
parecía lamentarlo. Estaba en la biblioteca de la duquesa analizando los libros que se
encontraban allí cuando tuvo la sensación de ser observada. Era como lo había
sentido la primera noche en los Dragones Gemelos. Poco a poco se volvió para
encontrar a Avendale apoyado en la jamba de la puerta, con los brazos cruzados
sobre el pecho.

— Volví rápidamente como te había prometido sólo para encontrar que no


estabas aquí — dijo.

— Suenas decepcionada.

Ella se encogió de hombros.

— Si hubiera sabido que no estarías esperándome, podría haberme demorado


un poco más.

— Tuve que arreglar las cosas con Beckwith.

Su estómago se contrajo.

— ¿Te dio algún problema?

—Nada que no pudiera manejar.— Su confianza, su arrogancia. Tampoco


debería haberla molestado y, sin embargo, lo hacía. — También saldé el contrato de
arrendamiento de tu residencia — continuó. El alivio la inundó, una carga que hasta
ese momento no se había dado cuenta que había resultado increíblemente pesada.

Había hoteles y alojamientos que no podrían volver a pisar, al menos por un


tiempo.
— Parece que estuviste muy ocupado.

— Incluso encontré tiempo para algo más agradable. — Con largas zancadas
cruzó hacia ella. Inhaló su magnífico aroma masculino, y se apoyó en él. También
quería cobijar su cabeza en ese amplio pecho, y sentir sus fuertes brazos alrededor
de su cintura. Ridícula por querer tanto lo que sólo disfrutaría por un poco de tiempo
más. Tal vez eso era lo que lo hacía tan atractivo. Si supiera que lo tendría para el
resto de sus días, seguramente se aburriría de él tanto como él lo haría con ella. Era
la circunstancia, las horas que pasaban marcadas por un tictac, demasiado rápido.
¿Por qué estaban todavía allí abajo de todos modos? ¿Por qué no la había llevado a
la cama ya? ¿Por qué estaban todavía vestidos cuando ella anhelaba sentir su piel de
seda? Sin prisa, como si tuviera el poder de detener los relojes, y los minutos no
siguieran avanzando, él deslizó su mano dentro de la chaqueta y como por arte de
magia, sacó un estuche de terciopelo negro que parecía demasiado grande para
haber sido ocultado de manera eficaz dentro del bolsillo de su chaqueta. Lo sostuvo
hacia ella. — Para ti.— Ahora fue ella la que se movió, como si el tiempo se hubiera
detenido, como si nada la motivara a apresurarse. Poco a poco abrió la caja y se
quedó mirando con asombro el más hermoso conjunto de rubíes intercalados con
diamantes diminutos que hubiera visto en su vida. Se imaginó el collar alrededor de
su garganta, descansando sobre su clavícula. Sacudiendo la cabeza, cerró la tapa de
terciopelo y extendió la caja hacia él.

— No puedo.

— ¿Qué quieres decir con que no puedes? — Preguntó, frunciendo el ceño tan
profundamente que pareció doloroso.

— Es como si estuvieras premiándome por estar en tu cama. Aceptar este regalo


me haría sentir como una puta.
— Debes recordar que ya te di cinco mil libras. Por no mencionar el pago de tu
maldita deuda.

Ella lo había encolerizado, y no era el estado de ánimo que quería para esa
noche. No quería peleas. Simplemente quería... paz. Quería lo que había pasado
entre ellos en la oscuridad de la noche anterior.

— No lo he olvidado, pero esto se siente diferente. No puedo explicarlo.

Se dejó caer en una silla cercana y la miró.

— Eres la persona más extraña que jamás haya conocido. He regalado joyas a un
sinnúmero de mujeres. No significa nada para mí. — Sus palabras la picaron, fueron
como diminutas púas punzantes en su corazón. Por un momento había pensado que
era especial, le había atribuido un profundo significado al regalo, valorándolo más,
porque venía de él.

— Supongo que eso es todo. Regalas joyas a todas las mujeres que visitan tu
cama. Soy como todas los demás.

— Confía en mí, Rose, no eres ni cerca comparable con cualquiera de las otras.—
Poco a poco se dejó caer en una silla.

— ¿Por qué?

Su mandíbula se tensó.

— ¿Por qué… qué?

— ¿Por qué soy diferente?

Estrechando los ojos, tamborileando los dedos en los brazos de la silla, uno a la
vez, rodando a lo largo de uno y otro.
— Por un lado, no estás tratando de complacerme todo el tiempo. Azuzas mi
temperamento. Eres desafiante. Tú…

— ¿Quieres que sea sumisa?— Preguntó. —La vida, excelencia, no es tan sencilla
para todo el mundo.

— ¿Tú crees que mi vida es fácil?

— ¿Qué otra cosa puedo pensar cuando no compartes nada de importancia


conmigo?

— Lo que deberías pensar es agradecerme el regalo y el hecho de que no te


cargue con los problemas que afectan mi vida. — De repente se levantó y arrojó el
estuche de terciopelo de nuevo en su regazo. —No tienes que aceptarlo, pero quiero
que lo luzcas mientras estés aquí.

Ella se disparó, sin intentar recoger el estuche cuando lo dejó caer al suelo.

— Los términos de nuestro acuerdo fueron muy claros. Estuve de acuerdo en


estar contigo durante una semana, pero no voy a hacer nada por obligación. Lo que
me ponga durante el tiempo que pasemos juntos es mi decisión.

— Está bien, haz lo que te plazca. Iremos al club esta noche. Iba a pedirte que
usaras el vestido rojo que llevabas la noche que nos conocimos. Pero ponte lo que
quieras, en realidad me da lo mismo.

Cuando abandonó la sala, las lágrimas le escocían los ojos amenazando


derramarse.

¿Qué demonios había pasado?


Capítulo 11

Dentro de su biblioteca, Avendale sirvió whisky descuidadamente en un vaso y lo


bebió de un solo trago. Dio la bienvenida al calor que lo recorrió quemándole la
garganta pero no sirvió para contrarrestar la ira que hervía en su interior. Ira contra
sí mismo, por la aguda decepción que había sentido cuando había rechazado su
regalo. Lo sentía como un rechazo hacia él. Especialmente porque había pasado casi
una hora tratando de encontrar el collar perfecto para ella. Los rubíes tenían que ser
del tono adecuado, los diamantes no demasiado grandes. La pieza no debía resultar
abrumadora y sin embargo lo suficientemente llamativa como para ser notable.
Apenas.

Se sirvió más whisky, y volvió a tomarlo de golpe. Generalmente cuando


necesitaba una joya para una dama, compraba la primera pieza que veía. No le
importaba si era chillona o demasiado pequeña. No le importaba si caía debajo de su
cuello. No pensaba si le gradaría o no.

Había tardado horrores en decidirse esa tarde. ¡Diablos! Ahora lo enfurecía


haberle dado tanta importancia.

¿Estaba con él por cinco mil libras y rechazaba un collar que valía más del doble?
Nunca la entendería, y ¡maldita sea! nunca había deseado nada tan
desesperadamente como entenderla. Conocer sus pensamientos y no dudar de que
cuando estaba con él era la verdadera Rose y no la estafadora.

Quería algo real entre ellos y eso lo transformaba en un completo tonto.


Usaría su cuerpo, tan a menudo, tan duro y tan rápido como pudiera mientras
estuviera allí. Haría valer su dinero. Si no hubiera hecho los arreglos para un juego
privado en el club esa noche, no saldría de la casa. Simplemente la arrastraría
directamente a la cama. Pero sus amigos estarían esperando y quedaría peor que un
tonto si lo cancelaba.

Después de esa noche, a excepción de sus visitas por la tarde, durante el poco
tiempo que les quedara, no abandonarían la cama. La tomaría tantas veces como le
fuera físicamente posible. ¿Había pensado que aceptar el collar como regalo la hacía
sentir como una puta? Se aseguraría de que así fuera.

— Lo siento.

Casi se dio la vuelta de golpe por la sorpresa de escuchar el tono suave de su


voz. Tan perdido estaba en sus furiosos pensamientos, que no había oído la puerta,
ni percibido su presencia. No la miró. Sólo sirvió más whisky y lo vació.

— Nunca me han dado un regalo tan exquisito antes— continuó.— Creo que le
he dado un significado que no corresponde.

Tomó un vaso, lo llenó, y girando levemente, se lo ofreció.

— Yo no te veo como una puta.

Ella tomó el vaso.

— Entre nosotros no hay nada más que lo físico.

— Disfruto de tu compañía, Rose. Excepto cuando estamos en desacuerdo. —


dijo lanzando una áspera carcajada autocrítica. — Diablos, ni siquiera entonces.
Tienes la capacidad de disipar mi ira. Ninguna otra mujer ha hecho eso. Es extraño.
Las cosas que descubro cuando estoy contigo. Las cosas que me haces considerar. Tú
eres mucho más que unos hermosos pechos y unos muslos deleitables.
Los labios que había tenido la intención de besar el momento después de darle
el collar se cerraron en una “o” sorprendida.

— Estás haciéndome sonrojar con tan encantadora prosa.

Con una sonrisa irónica dijo:

— Nunca he tenido que recurrir a la poesía barata para conseguir una mujer en
mi cama. Título, riqueza, poder, prestigio, influencia, cuando esas cualidades
conforman el manto que te recubre no se necesita nada más. Todo lo que tienes que
hacer es curvar un dedo. Aunque tú estás aquí por el dinero, no creo que estés
impresionada por nada más.

— Estoy muy impresionada, excelencia, pero como bien dices, eso conforma el
manto que te recubre, yo estoy mucho más interesada en lo que escondes debajo de
él.

La sonrisa esta vez fue la diabólica que había practicado a la perfección en su


juventud.

— Yo creo que la última noche te lo he mostrado todo.

Un tono rojo trepó por sus mejillas.

— Hay más en ti que eso.

— No mucho más, me temo. — Dejando a un lado su copa, se acercó a una


ventana, y miró hacia los jardines perfectamente cuidados. — ¿Cómo fue la visita a
tu residencia?

Ella se unió a él en la ventana.

— Demasiado corta.
Deslizó la mirada hacia ella.

— Ni siquiera consideres que renegociaremos esa parte de nuestro trato.


Nuestro tiempo juntos no es suficiente dejando las cosas como están.

— Supuse que te aburrirías rápidamente de mí.

— Para ser honesto, yo también ¡Qué suerte que los dos hayamos estado
equivocados.

Se rió, un sonido que lo estremeció hasta los talones. Luego se puso seria.

— Voy a usar el collar, pero no puedo llevarlo conmigo cuando me vaya.


Después de todo lo que he hecho, no merezco un regalo tuyo.

— Es una pieza costosa. Podrías venderla por una cuantiosa suma.

— Creo que me gustaría conservarlo como un tesoro, demasiado valioso como


para venderlo.

Sus palabras habrían apaciguado su decepción si pensara que sus sentimientos


estaban involucrados a la joya, pero era demasiado pragmático para considerarlo
siquiera. Podría atesorarlo por su valor monetario, tal vez por su belleza. Sin
embargo, dijo.

— Entonces tómalo como un recuerdo de nuestro tiempo juntos.

— No voy a necesitar ningún recordatorio. — Poniéndose de puntillas, rozó sus


labios, antes de colocar la mano detrás de su cabeza e inclinarlo hacia abajo para que
su boca se fundiera posesivamente sobre la suya, su lengua persuadiéndolo a ir por
más.

Era la primera vez que tomaba la iniciativa en un beso y ese pensamiento le


causó un dolor opresivo en el pecho tan fuerte, que pensó que podría matarlo.
Ninguna mujer había sido tan atrevida con él, ni lo había tomado como si tuviera
derecho a hacerlo. Siempre era él quien iniciaba, guiaba e imprimía el ritmo. Le
gustaba que no se contuviera, que le hiciera saber lo que quería, cuando quería.

Tomándola en sus brazos, la apretó contra su pecho, pasando sus manos arriba y
abajo por su esbelta espalda. Podía avivar las llamas de su deseo con tanta facilidad.
Lo llevaba a la locura con el más mínimo esfuerzo. Lo estaba arruinando. Nunca se
había sentido complacido de esa manera.

Aunque si era honesto, no estaba seguro de que alguna vez lo hubiera sido. No
como se sentía con ella.

Con ella todo era diferente: las sensaciones, la pasión, el hambre. Diez minutos
después de que devorarla, quería devorarla de nuevo. Sin despegar su boca de la de
ella, no es que pensara hacerlo, ya que sus labios quedaron fundidos con los suyos, la
levantó y caminó hacia el escritorio. Cuando llegó allí, barrió torpemente con un
brazo, tratando de no dejarla caer en el proceso, y envió todo lo que cubría la mesa
estrepitosamente al suelo.

Con una sonrisa, ella rompió su conexión.

— ¿Aquí?

— Aquí.

Sus ojos brillaron mientras comenzaba a aflojar su corbata. Él le subió la falda.


Rápidamente se desabrochó el chaleco y la camisa. Luego sus manos fueron
deslizándose sobre su piel, acariciando, perfilando. Se desabrochó el pantalón, antes
de pasar una mano por su muslo hasta que sus dedos se perdieron en el calor de su
miel que estaba lista y a punto para él.
Colocando las manos detrás de la cabeza, ella lo atrajo de nuevo, volviendo a
recuperar esa maravillosa boca con la suya. Se movió para ubicarse, antes de
sumergirse profundamente en su interior, gruñendo mientras sentía como se
contraía apretadamente a su alrededor.

Rose lanzó una lluvia de besos sobre su cuello y pecho mientras él se mecía en
su contra. Más duro, más rápido. Sus respiraciones hacían eco en la habitación.

Agarrándose fuertemente a sus hombros, ella gritó su nombre, en una bendición


o una maldición, no podía decir cuál. Su nombre en sus labios era definitivamente
una maldición, como el placer que lo invadía implacable y furioso. La abrazó con
fuerza mientras los espasmos lo recorrían, y su refugio todavía lo estimulaba,
extrayendo hasta su última gota con las contracciones de su propia liberación.

¿Por qué todo era siempre tan intenso con ella? ¿Por qué se sentía debilitado
después, pero increíblemente poderoso? Con un suspiro largo y tembloroso, presionó
su frente contra la de ella.

— Vamos a llegar tarde a nuestro compromiso.

— ¿Tenemos que ir?

Nunca había conocido una mujer que alcanzara su disfrute con la ferocidad que
ella lo hacía.

— Nos están esperando.

Ella se echó hacia atrás hasta que pudo sostenerle la mirada.

— ¿Quién?

— Algunos amigos. Hemos organizado un juego privado. Las apuestas son muy
elevadas, lo que lo hace más emocionante.
— Así que sólo voy a observar.

— No, tú vas a jugar.

— No voy a arriesgar un solo penique de mis cinco mil libras.

Metió los mechones de pelo detrás de la oreja. Le gustaba su piel enrojecida y el


aspecto descuidado.

— Todos los gastos corren por mi cuenta esta semana, ¿recuerdas?

— ¿Y si gano?

— Cualquier cosa que obtengas por tu cuenta es tuya para siempre.

— No veo cómo puedo decir que no.

No podía sin renegar de su empresa. Tenía la intención de sacar el máximo


provecho de ella.

— Me has estafado a mí — dijo Avendale, sentado frente a ella en el coche. —


Bien puedes engañarlos a ellos. Nunca des señales de cuando has recibido cartas
sean buenas o malas. Mantén tu expresión neutral, indiferente. Serás como un
salteador de caminos.

Había elegido el rojo porque era el que deseaba que se pusiera. El collar pesaba
contra su garganta, ya que, también, era lo que él quería. Aunque ella deseara todo
lo contrario, la verdad era que anhelaba complacerlo.

— Jamás habría esperado una actitud tan deshonesta de su parte, excelencia.

— El juego de esta noche va mucho más allá de las cartas. Quiero que disfrutes.
— Es importante que las personas no sepan la verdad sobre mí. No puedo
permitirme responder las preguntas que me hagan, así que ¿cómo voy a explicar mi
presencia?

— Nadie requerirá una explicación. Además no tengo ningún deseo de que


sepan que me enamoré de tu astucia.

— No completamente. De lo contrario, no estaría aquí.

Miró por la ventana.

— Me duele el orgullo al saber que podrías haberme abandonado tan fácilmente


con tanto sin resolver entre nosotros.

— No tan fácil, y ciertamente me habría arrepentido.

Su mirada la atravesó como si pudiera ver a través de las sombras, a través de su


ropa y directamente su alma.

— ¿Los demás fueron más fáciles de dejar?

— Sí.

— Supongo que puedo tomar un poco de consuelo en eso. ¿Cuántos corrieron


esa suerte?

— Te dije anoche que no voy a hablar de mi pasado.

— Sin embargo, estoy fascinado por lo que podría descubrir.

Con un suspiro, miró por la ventana, negándose a morder el anzuelo. Sabía


demasiado, lo suficiente para verla encarcelada si quería. Tenía que confiar en que
cuando se cumpliera el plazo de su trato, no buscara justicia a través de los
tribunales, y que mantendría su palabra de dejarla ir.
El coche se detuvo. Salió antes de que parara por completo y descubrió que
estaban en el callejón detrás de los dragones gemelos.

— ¿Avergonzado de que te vean conmigo? — Preguntó, molesta por saber que


su pasado era un impedimento para tener algo más que una cita pasajera con un
hombre de su posición.

— Por el contrario, pero así es como ingresamos en noches como ésta, cuando
queremos que el juego sea muy exclusivo.

En el interior, subieron las escaleras y recorrieron los pasillos oscuros hasta que
Avendale se detuvo frente a una puerta y golpeó varias veces, tal como hacían los
niños para jugar.

Una pequeña mirilla se abrió en la puerta.

— ¿Cuál es la palabra? — Preguntó una voz áspera.

— Feagan — respondió.

La puerta se abrió y él la condujo al interior. La habitación estaba en sombras,


pero distinguió varias salas de estar y mesas que albergaban decantadores.

— ¿Quién es Feagan? — Preguntó.

— El nombre de un viejo sinvergüenza que les enseñó a los fundadores del club
cómo sobrevivir en las calles.

— Suena como el preludio de una historia — dijo.

— De varias historias, de hecho.

Con la mano en la parte baja de la espalda, la guio hacia las cortinas, luego entró
en una habitación bien iluminada donde había otras personas reunidas.
— Ah, ahí estás— dijo un hombre de pelo oscuro. A su lado estaba una mujer
con el pelo rojo más sorprendente. — Pensamos que tal vez habías cambiado de
opinión.

— No cuando tengo la oportunidad de quitarte dinero— dijo Avendale. —


Permítanme presentarles la señora Rosalind Sharpe. Rose, el duque y la duquesa de
Lovingdon.

Rose hizo una reverencia.

— Es un placer.

— Veremos cómo te sientes al final de la noche, cuando me retire con todo su


dinero— dijo la duquesa con una sonrisa burlona.

— Sé buena con ella, Grace. — Dijo acercándola a su lado como si pensara que
necesitaba protección. — Conoces a Drake, por supuesto.

Debería haber sospechado que Drake Darling estaría allí.

— He estado disfrutando mucho de su establecimiento.

Él le dirigió una astuta mirada, dejándola una vez más con la impresión de que
podía ver mucho más de lo que aparentaba.

— Estoy contento de escuchar eso — dijo.

Avendale volvió la atención de Rose a un caballero alto.

— El marqués de Rexton.

Antes de que pudiera hacer una reverencia, el marqués llevó su mano a los
labios, pero el diablo bailaba en sus ojos azules, y sospechó que estaba divirtiéndose
a costa del Avendale, porque sentía los dedos del duque tensionados en su espalda.
— Siempre es un placer tener a una mujer hermosa con nosotros.

— Eres muy amable de decirlo, mi señor, pero poseo un espejo y soy muy
consciente de que no soy ninguna belleza.

— Creo que tu espejo está roto. Tal vez tenga que comprarte uno nuevo.

Se dio cuenta por su coqueteo, que sin duda comprendía cuál era su papel en la
vida de Avendale. Probablemente todos lo sabían.

— Ella no necesita ningún espejo — dijo Avendale.

— Todas las mujeres necesitan cantidades de espejos. — Soltó Rexton. Parecía


bastante agradable pero no la fascinaba como lo hacía Avendale.

— Por último, el vizconde Langdon— dijo Avendale.

Con ojos color peltre, Langdon le sonrió.

— Nunca pensé conocer a una mujer que pudiera llevar a Avendale de puntillas.

— No creo que pueda llevarlo de ninguna manera.

— Supongo que eso está por verse.

— Pensé que asistiríamos a una partida de cartas— ladró Avendale, casi


haciéndola saltar. —Podemos ir a otro lugar si los caballeros van a seguir
comportándose como solteronas chismosas.

— Entonces, empecemos a jugar — dijo Rexton.

Con Avendale a su lado, Rose se encontró sentada frente a la duquesa, con los
otros caballeros a cada lado de ella. Se sorprendió por la cantidad obscena de dinero
que se cambiaron por fichas.

— Sin trampas, Grace — dijo Avendale.


— Ciertamente no es necesario mencionarlo cuando tenemos una invitada—
dijo la duquesa, como si se hubiera sentido terriblemente ofendida porque pensara
de otra manera.

— ¿Haces trampas? — no pudo evitar preguntarle.

La duquesa sonrió.

— Claro.

— Hace poco descubrí que mi hermana es muy hábil en eso — dijo Rexton, y
recién allí Rose pudo notar las similitudes en sus rasgos.

Sus habilidades de observación estaban menguando. Normalmente se habría


dado cuenta de inmediato del Parentesco. Podía echarle la culpa a Avendale por
distraerla. Apenas percibía lo que la rodeaba ya que la mayor parte de su atención
estaba puesta en él. ¿Cómo podría relatarle todo eso a Harry si no ponía su mejor
empeño en observar hasta el mínimo detalle?

— No puedo creer que no te hayas dado cuenta antes— dijo Darling, mientras
barajaba. Al parecer, su papel era simplemente repartir las cartas, ya que no había
tomado ninguna ficha.

— Nunca esperé semejante duplicidad de alguien tan dulce — murmuró Rexton.

— Mi duplicidad es lo que enamoró a Lovingdon — dijo colocando su mano


sobre la de su marido. Sonriéndole, él volvió la palma hacia arriba y entrelazó sus
dedos con los de ella.

Avendale se acercó más a Rose y le susurró:

— Están asquerosamente enamorados. Necesito imperiosamente un whisky.


¿Qué te sirvo?
— Voy a tomar lo mismo. — Después de que él llamara a un lacayo, murmuró —
Yo los encuentro encantadores.

Frunció el ceño, pero no había enojo en su ceño. Se sentía muy halagada de que
quisiera pasar una noche con sus amigos en su compañía. Halagada y nerviosa,
rodeada de la nobleza, y sin embargo no se sentía tan diferente a ellos.

— ¿Juega póker, señora Sharpe? — Preguntó Darling.

— Por favor, llámame Rose. Todos ustedes. Y no, no lo hago. En realidad, no


juego muy a menudo a los juegos de azar. Mis monedas son ganadas duramente.

Avendale hizo un ruido estrangulado que sonó como si estuviera ahogándose. Se


aclaró la garganta.

— Es por eso que jugará con mis fichas esta noche.

— ¿No vas a jugar? — Preguntó ella, cuando los lacayos comenzaron a poner los
vasos de líquido ámbar delante de todos.

— No, te ayudaré hasta que me asegure de que entiendes el juego.

La duquesa levantó su copa.

— Un brindis, por nuestro miembro más reciente. Que la fortuna le sonría esta
noche, Rose.

— ¡Salud! — Los caballeros brindaron a coro, levantando sus copas y tomando el


contenido de un solo trago.

Ella hizo lo mismo, saboreando el fuego que la invadió.

Las fichas fueron arrojadas al centro de la mesa. Darling comenzó a repartir las
cartas. Rose esperó hasta que se detuvo. Tomando sus cartas, las abrió en abanico.
Avendale se inclinó, con el brazo apoyado en el respaldo de la silla, mientras con los
dedos le acariciaba arriba y abajo el brazo. No estaba segura de que fuera consciente
de sus actos, mientras que ella estaba muy pendiente de ellos. ¿Cómo esperaba que
se concentrara cuando estaba tan cerca, con su fragancia a sándalo y bergamota
flotando hasta su nariz?

Observó sus largos dedos ordenando sus cartas de forma diferente, y pensó en
sus caricias, apretando sus pechos, pellizcando su pezón. Tenía unas manos
hermosas. Masculinas. El poder que tenían sobre ella era ridículo.

Con sus labios cerca de su oído, en voz baja y acariciante, le explicó las diversas
combinaciones, cómo se clasificaban, recordándole las cosas que le había explicado
en el coche en el viaje de ida. Recordaba cada palabra, y pensó que sería capaz de
recordarlas hasta en su lecho de muerte. Deseó que no tuviera ese efecto en ella,
incluso mientras disfrutaba el hecho de que lo hiciera.

Él le permitió seleccionar las cartas para descartar, no pareció en absoluto


decepcionado cuando perdieron la ronda a favor de la duquesa.

— Nosotros vamos a ganar la próxima — le dijo.

Nosotros. El corazón le martilleaba en su pecho con tanta fuerza, con un clamor


tan ominoso que estaba segura de que todos en la habitación eran conscientes de
ello. Se sintió orgullosa de que su mano no temblara cuando cogió el vaso y bebió
una buena parte de su contenido.

Nunca antes había sido parte de un “nosotros”. Aunque no estaba sola en la


vida, ya que tenía a Harry, Merrick, Sally, era ella la que tomaba todos los riesgos,
determinaba todos los planes, trabajando sola, enfrentando sus desafíos. Nunca
implicaba a los otros. Harry no tenía ni idea de cómo se las arreglaba para conseguir
alojamiento, comida o ropa. No sabía que era una estafadora. Ese aspecto de su vida,
era sólo para ella.

Si la descubrían, y tenía que ser encarcelada, ella sería la que pagaría. Jamás
arriesgaría a los demás. Sola llevaría la carga de sus pecados.

La siguiente mano fue repartida. Levantó las cartas y miró fijamente los tres diez.
No hizo más que fruncir la frente en la confusión, mientras Avendale las movía como
si no encontrara la manera de ubicarlas como quería. Lentamente dejó vagar la
mirada sobre los otros jugadores.

Tenían un rostro increíblemente inmutable. Ninguna sonrisa, ninguna indicación


respecto a si estaban satisfechos o decepcionados de sus cartas. Ese, pensó, era el
motivo por qué les gustaba jugar entre ellos. No era por el dinero ni por ganar una
mano. Se trataba de ver quién era el más astuto. ¿La había traído porque la
consideraba más lista que a los demás?

Sólo que no lo era, no al final, no cuando la había atrapado. Ella nunca había sido
descubierta antes. Mucha gente terminaba por comprenderlo cuando todo había
pasado, pero nunca durante la artimaña. ¿Por qué había fracasado con él? No quería
contemplar la idea de que tal vez lo había hecho a propósito, que había querido que
la cogiera. Eso no tenía sentido. En ese momento, no lo conocía lo suficiente como
para saber que no la entregaría a las autoridades.

Sus tres diez ganaron esa mano. Recogió las monedas. Podría obtener una
pequeña ganancia esa noche. Se preguntó por qué no se llenaba con el mismo
sentido de logro que por lo general experimentaba cuando sacaba ventaja de los que
podían permitirse el lujo de perder. Ninguna de las personas en esa mesa sufriría
porque ella tomara algunas de sus monedas.
Sin embargo, no se encontró sintiéndose particularmente triunfal con la idea de
tomar su dinero. Era un juego honesto de azar. Estaban todos en igualdad de
condiciones, su fortuna determinada por el capricho de una carta, pero no quería
ganarles.

Siempre había visto la aristocracia como algo muy lejano, sentados encima de
pedestales que llegaban a las nubes. En medio de las manos, vio cómo sus caras
dejaban de mostrarse imperturbables y se tomaban un momento para reír, bromear,
y burlarse unos de otros. A pesar de ser amigos de Avendale, rara vez lo incluían en
las bromas. Se dio cuenta de que no era porque no lo quisieran, sino porque de
alguna manera él se mantenía aparte, como si no se sintiera lo bastante cómodo
dentro de su círculo.

Sin embargo, ella se sentía fascinada por ellos. Eran amables, divertidos y
generosos, aunque les había ganado tres manos seguidas.

— Parece que los orfanatos no se van a beneficiar esta noche, Grace— anunció
Rexton.

— Grace siempre dona sus ganancias a los orfanatos que fundaron nuestros
padres— explicó Darling.

Rose luchó para no mostrarse sorprendida. ¿Drake era parte de su familia?

— No por mucho tiempo — dijo la duquesa.

Alrededor de la mesa, varias cejas se arquearon por la sorpresa. Aunque


Lovingdon no hizo más que poner su mano sobre la de su esposa, que descansaba
sobre la mesa. Ella le sonrió suavemente, antes de dirigirse a los demás.

— Voy a construir un Hogar en las tierras que forman parte de mi dote.

— ¿Para qué? — Preguntó Langdon.


— Para proporcionar refugio a las mujeres que han tenido que someterse a
cirugías devastadoras. Un lugar para que se recuperen y donde no se sienten tan
solas.

— Bravo— dijo Langdon, levantando su copa. — A partir de esta noche, mis


ganancias irán destinadas a apoyar tu obra.

Ella le honró con una sonrisa beatífica, y Rose se preguntó si esperarían que
donara las suyas también. ¿Por eso Avendale había estado tan dispuesto a dejar que
se las quedara? ¿Porque no podía llevarlas con ella? No se sentiría culpable porque
nunca hubiera compartido sus ganancias mal habidas con nadie más que los que
estaban dentro de su círculo cercano. No poseía tanto como esas personas. Podrían
dar sin sufrir las consecuencias. Sin embargo, eso no disminuyó su respeto por ellos,
ya que parecían dar como cosa natural. No eran egoístas como ella originalmente
había pensado, ni dilapidaban su dinero sólo por el mero placer.

Saber eso, le hizo sentir más curiosidad por Avendale. ¿Cómo encajaba allí?
¿Cuánto lo apreciaban? En muchos sentidos, parecía ser muy diferente.

Dejó de organizar sus cartas, aunque se quedó cerca. Cuando ella perdió una
mano, le explicó cómo las probabilidades la habrían favorecido si hubiera jugado de
manera diferente, cuales debería haber guardado y cuales descartado. A veces,
incluso cuando ganaba, le señalaba cómo podría haber aumentado sus
probabilidades.

— Muy fácil de descifrar una vez que has visto todo lo que se ha jugado — dijo
con aspereza.

Con una sonrisa, él pasó su dedo a lo largo de la nuca y los hombros.

— Me agradecerás un día las lecciones que te estoy enseñando esta noche.


Se preguntó si se refería a las cartas solamente.

— Lo dudo. Nunca jugaré con mi propio dinero.

Su sonrisa creció.

— Veremos cómo te sientes cuando se termine la noche, especialmente si ganas


un bote especialmente grande. Una vez que has experimentado esa sensación de
victoria, siempre querrás volver a repetirla.

— Entonces prefiero no experimentarla.

— He dicho a menudo — comenzó Darling — que lo peor que le puede pasar a


una persona es ganar la primera vez que juega.

— Me doy cuenta de que usted no apuesta— dijo Rose.

Él se encogió de hombros.

— No permitimos que juegue — dijo Avendale. — Es el tramposo más hábil de


todos.

Rose se echó a reír.

— Usted ha mencionado el engaño antes. ¿En serio? ¿Todos ustedes hacen


trampas cuando juegan?

— A veces— dijo la duquesa, dando a su marido una mirada de reojo y


sonriendo. — Pero si te pillan haciéndolo, debes renunciar a todas tus ganancias.

— Nunca hago trampas— anunció Rexton.

— Es por eso que rara vez ganas — dijo Darling. — Estaré más que feliz de
enseñarte.
— ¡Madre se horrorizaría! ¿Estás libre para darme una lección mañana por la
noche?

Rose se echó a reír. No quería que esos “snobs” le gustaran, pero lo hacían. No
quería recordar que había entrado en ese establecimiento en busca de un blanco
fácil. Ciertamente los había juzgado mal.

Jugaron un poco más, luego Darling hizo crujir los nudillos.

— Vamos a tomar un pequeño descanso, ¿de acuerdo? Tengo que comprobar


algunas cosas.

— El personal te hará saber si algo anda mal — dijo Lovingdon.

— Me gustaría verlo por mí mismo. No tardaré más de diez minutos.

Las sillas fueron corridas hacia atrás cuando todo el mundo se puso de pie. Rose
necesitó unos segundos para salir de su aturdimiento. Miró su vaso. Estaba casi
lleno. Había estado bebiendo whisky mientras jugaban, pero no tanto como para
marearse.

— ¿Estás bien? — Preguntó Avendale, tomando su codo.

Ella le sonrió.

— Sí, me siento bastante bien, en realidad. Me gustan tus amigos.

— A ellos también le gustas.

— ¿Cómo lo sabes?

— Porque no están haciendo trampa.

— Tal vez lo hacen, al dejarme ganar. Sospecho que la gente hace trampa por
muchos motivos.
— Si estás buscando un acto noble, no vas a encontrarlo aquí. — Ella sospechaba
que podría estar equivocado. Era buena leyendo a la gente. Ellos parecían...
genuinos. Se preocupaban por los demás, se cuidaban el uno al otro. Se alegró de
que Avendale los tuviera, aunque no estaba segura de que apreciara exactamente lo
que sostenía.

— Avendale, ¿puedo hablarte un momento? — Preguntó Lovingdon.

— Sí, por supuesto. — Él la miró. — ¿Te importa?

— No, en absoluto.

Se alejaron varios metros. Rose deseó tener la capacidad de leer los labios, se
preguntó qué podría ser tan urgente para Lovingdon.

— Lo hizo por mí— dijo la duquesa.

Volviéndose, Rose se encontró mirando unos inquisitivos ojos azules.

— Quería un momento a solas contigo— explicó la duquesa.— Fue bastante


evidente la rapidez con la que Avendale salió a defenderte. Nunca lo he visto tan
fascinado por alguien.

— Si usted está dando a entender que está fascinado por mí, me temo que está
juzgando mal las cosas.

— ¿Cómo se conocieron?— Preguntó.

— En el baile aquí, la noche de apertura.

— ¿Es usted un miembro desde entonces?

— Sí. — Quería alejar cualquier sospecha sobre su persona. — Me sorprendió


que usted y el señor Darling tengan los mismos padres.
La duquesa sonrió cálidamente.

— Mis padres lo adoptaron cuando era un muchacho. Crecí sintiéndolo como mi


hermano.

— ¿Sus padres son...?— Interiormente gimió por el hábito de tratar de averiguar


detalles que pudieran ayudarle a identificar la mejor manera de aprovecharlos a su
favor.

— El duque y la duquesa de Greystone.

— Con tantos duques revoloteando, no estoy segura de haber disfrutado de su


compañía en algún momento.

— Son bastante comunes, en un sentido muy poco común, supongo. Mi madre y


el padre de Langdon nacieron en las calles y lograron sobrevivir a ellas. Somos muy
conscientes de que no todo el mundo es tan afortunado como ellos.

— ¿Es esa la razón por la que desea construir el refugio?

— Es por una razón un poco más personal. — Sus ojos se abrieron un poco y
sonrió. — Aquí están los caballeros de regreso.

Lovingdon colocó su brazo alrededor de la cintura de su esposa y la atrajo contra


su costado. Avendale puso la mano en la parte baja de la espalda de Rose. No iba a
desear más. Era una tontería querer más.

Estoy aburrido del juego— dijo Avendale. — Vayamos a pasear a Cremorne.

— ¿Los Jardines del placer?— Preguntó Rose. Había oído hablar de ellos. Eran
decadentes. Algunos estaban abogando porque se cerraran. — Nunca he estado allí.

— Es un lugar perverso… donde personalmente, me siento muy bien. — Miró a


Lovingdon. — ¿Vienes con nosotros?
Lovingdon negó con la cabeza.

— No.

Avendale se volvió a la duquesa.

— Lo has transformado en alguien terriblemente aburrido.

— Ella me ha transformado en alguien terriblemente feliz — dijo Lovingdon.

— Nos vamos antes de que me arrepienta.

Algo andaba mal. Rose no estaba segura de qué se trataba.

— Fue un placer conocerte — dijo.

— Tenemos que juntarnos a tomar el té en algún momento — dijo la duquesa.

— Eso suena encantador.

Entonces Avendale comenzó a alejarla de ellos.

— Te estás olvidando del dinero — le dijo mientras se alejaban de la mesa.

— Darling se ocupará de mis fichas, y me guardará el dinero.

— ¿Tanto confías en él?

— Él no puede hacerme trampas. Yo sé exactamente cuánto dinero dejé.


Ganaste más de quinientas libras. Te las daré más tarde.

— Dáselas a la duquesa.

Él la miró fijamente.

— ¿Qué duquesa? ¿Te refieres a Grace?


Asintió con la cabeza, sintiendo un endurecimiento en el estómago. Podía
comprar libros para Harry con ese dinero. ¿En qué estaba pensando al regalarlo? Tal
vez quería hacer las paces, tratando de salvar su alma. Como si sus fechorías no
fueran bastante más onerosas.

— Para su refugio.

— Hablaremos de eso mañana — dijo — cuando seas capaz de pensar con más
claridad.

— Estoy pensando claramente ahora.

Él sonrió.

— Sólo crees que lo estás haciendo. Me sorprende que todavía seas capaz de
caminar.

— No he bebido mucho. Mi vaso está casi lleno.

— A los lacayos se les paga por ser discretos, y para mantener los vasos casi
llenos todo el tiempo. Confía en mí, has bebido mucho más de lo que cree. Y antes
de que termine la noche beberemos mucho más.

Mientras el coche cruzaba las calles envueltas en la niebla de la medianoche,


Avendale tuvo que admitir que había disfrutado más viendo a Rose jugar a las cartas
que lo que disfrutaba jugando personalmente. Le produjo mucho placer la forma en
que su rostro se iluminaba cuando ganaba, quedó impresionado por la forma en que
disfrazaba su decepción cuando perdía. Pensó que podría ganarse la vida en el
escenario.

— ¿Estás seguro de que debemos ir? — Preguntó. Se sentó frente a él. Si


estuviera a su lado, podría tomarla antes de llegar a su destino. Debería llevarla
inmediatamente a su residencia. No sabía por qué quería pasar tiempo con ella en
Cremorne, cuando sería más gratificante tenerla en su cama.

— Sé de buena fuente que va a llover antes de que termine la noche.

Burlándose, miró rápidamente por la ventana. La neblina aún cubría la ciudad.

— No va a llover.

— Te apuesto quinientas libras que llueve esta noche. Si no llueve antes de que
el sol asome sobre el horizonte, son tuyas. Si llueve, me quedo con quinientas libras
que deberás darme de tu bolsillo y la misma cantidad que deberás entregarle a la
duquesa diciéndole que es de mi parte.

— Puedo ver el timo detrás de esa apuesta — le dijo. — Pero no tengo ninguna
necesidad del dinero. Si no llueve, me darás una noche adicional al trato inicial.

— Hecho.

A Avendale le sorprendió que capitulara tan fácilmente. ¿Sería porque le daría la


bienvenida a otra noche en su cama o era lo suficientemente arrogante como para
creer que no podía perder ahora que había tenido el placer de ganar? No importaba.
La apuesta estaba ganada. El olor a lluvia ni siquiera estaba en el aire.

— Me gustan tus amigos, pero tengo la impresión de que tu amistad no es


demasiado profunda para con ellos.

Era demasiado astuta. Debería haber prestado más atención a las cartas.

— Soy más allegado a Lovingdon. Él era el único con quien salía de correrías
antes de que Grace pusiera sus garras en él.

— ¿No apruebas a la duquesa?


— Yo no apruebo a ninguna mujer que lleva a un hombre alegremente hacia el
altar.

— Con el tiempo tú también te casarás.

— Lo dudo.

— Pero… eres un duque. Necesitas un heredero. Tus hijos bastardos no pueden


heredar.

— Yo no tengo ning…— Se detuvo, sonrió. — Muchacha lista. Si querías saber si


tenía hijos, ¿por qué no me lo preguntaste directamente?

— No eres demasiado pródigo con las respuestas cuando te planteo preguntas.

—Siempre he tomado precauciones para asegurarme de no dejar descendientes.


— Excepto con ella, se dio cuenta ahora. Y Rose no tenía el menor conocimiento para
evitar la concepción. Condenación. Había estado tan obsesionado con ella, la había
deseado tanto, que no había pensado en usar protección alguna. — Si quedaras
embarazada, deberás hacérmelo saber.

— ¿Realmente crees que soy de la clase de mujeres que vendría a ti


mendigando?

La luz de una farola quedó atrapada en las piedras del collar que le cubría el
cuello, un regalo que tampoco aceptaría. No, jamás vendría a mendigarle nada.
Después de esa semana, nunca volvería a verla. Una oleada de ira lo envolvió ante
ese pensamiento pero lo alejó de su mente. No la necesitaba, no necesitaba a nadie.
Se negaba a reconocer que en realidad podría extrañarla cuando se hubiera ido.

— Aún así, me gustaría saberlo.


— Como desees. Entonces, ¿visitas Cremorne a menudo?— Preguntó, y él quedó
agradecido de que dirigiera la discusión lejos de la posibilidad de un embarazo. No
quería analizar por qué la idea de tener hijos con ella no le resultaba detestable.

— Casi todas las noches — dijo. No entendía esa loca necesidad que sentía de
saber cómo vivía.

— ¿Qué vamos a hacer allí?

— Beber, bailar. Besarnos entre las sombras.

— Podríamos haber hecho todo eso en los Dragones Gemelos.

Él se rió entre dientes.

— Podríamos haberlo hecho, sí, pero todo es demasiado correcto allí, por el
contrario nada en absoluto es adecuado en los jardines de Cremorne.

Grace tenía razón, pensaba Rose, mientras caminaba a su lado, con la mano
ubicada en el hueco de su codo. No estaba segura de por qué sentía tanta melancolía
imaginándolo allí noche tras noche, en busca de algo que sospechaba que nunca
encontraría dentro de esos jardines. La música pendía en el aire. La gente bailaba, en
el pabellón y al aire libre. El vino y las bebidas fluían. Mujeres, sin duda, de las que
tenían una clase de vida liviana, se pavoneaban revoloteando de un hombre a otro,
algunas exhibiendo audazmente sus placeres a la intemperie. Ella no quería
contemplar la idea de que podría terminar como algunas de esas mujeres, poseída
contra las paredes o los árboles.

Nadie lo saludó, aunque seguramente mucha gente allí lo conocía. Supuso que
era una regla no escrita: lo que ocurría dentro de esos límites, no salía más allá de
ellos y las identidades se mantenían en secreto. De vez en cuando Avendale se
detenía, ahuecaba su cara, y se inclinaba para besarla. Aquí besar en público era
aceptable. Aunque, por lo que parecía, muchos estaban fornicando. No iba a llegar
tan lejos. Lo que compartían era para ellos solamente. Era personal, privado. Pero un
hombre podía traer a su amante allí sin experimentar censura. Se agitaba en su
mente la pregunta de ¿cuántas noches una mujer necesitaba estar con un hombre
para calificar como su amante? Avendale podría compartir con ella todos esos
lugares de mal gusto porque no era decente ni respetable. Podría tener cualquier
clase de diversión que no podía tener con una dama. Esa idea la entristeció, la hizo
querer salir corriendo. Sin embargo, quería quedarse, compartir esa parte de su vida
con ella, incluso si no hablaba bien de él. Se preguntó por qué se esforzaba tanto
para convencerla de que no era más que un libertino vicioso. Desafortunadamente
su mente no estaba lo suficientemente clara para discernir su razonamiento. Al día
siguiente, tal vez. Habían estado bebiendo desde temprano y el alcohol estaba
haciendo estragos en su equilibrio. Se tambaleó contra él. Su brazo la rodeó, para
mantenerla cerca. Ella rió.

— No eres tú.

Él bajó la mirada hacia ella, y se preguntó cuándo se había vuelto tan borroso.
Entrecerrando los ojos, fue capaz de distinguir su ceño fruncido.

— Creo que en verdad soy yo— dijo. — No me he transformado en otra persona.

Ella negó con la cabeza. El mundo giró.

— No, me refiero a este lugar. No eres tú. No perteneces aquí.

— Te equivocas aquí. Es donde encajo.

— No, es dónde vienes cuando quieres perderte. — Se levantó de puntillas y le


dio un beso en sus deliciosos labios. — ¿Por qué quieres perderte? ¿De qué estás
luchando por escapar?
— No sabes lo que estás diciendo.

Pero ella lo sabía.

— Aquí, toma esto— dijo. Sintiendo una brisa fresca, dio la bienvenida a la
calidez que el whisky traería. Ella lo bebió de un trago. El vidrio se deslizó de sus
dedos, y se hizo añicos. Avendale se limitó a reír y la alejó del lugar. De pronto otro
vaso apareció en su mano. No recordaba cómo llegó a allí. — Bebe — ordenó.

— Estoy un poco mareada, creo.

— Quiero que estés completamente ebria.

— ¿Por qué?

— Porque este lugar lo requiere.

Ella bebió profundamente, pensando que nada le había sabido tan


maravillosamente. Lanzando el vaso a un lado, se paró frente a Avendale y pasó sus
brazos alrededor de su cuello.

— Voy a ganar la apuesta.

— No lo creo. — Un trueno le impidió oír el resto de sus palabras. Los cielos se


abrieron, liberando un diluvio. Alejándose de él, levantando los brazos en el aire, giró
una y otra vez.

— ¡Gané! ¡Gané! ¡Te dije que iba a llover!

Pasando un brazo alrededor de su cintura, la atrajo hacia él.

— Nunca he besado a una mujer bajo la lluvia.

— Entonces dame un beso, para que nunca puedas olvidarme.


De repente, le pareció imprescindible no olvidarse nunca de ella, de que fuera
tan diferente de las otras innumerables mujeres que habían calentado su cama.

— Yo nunca te olvidaré. — Tomó su boca con un salvajismo que la sorprendió.

¿Sería ese lugar? ¿La decadencia del mismo, la locura de las personas que
buscaban cualquier placer que pudieran encontrar? No importaba. Era vagamente
consciente de los gritos, el golpeteo de los pies mientras la gente corría en busca de
refugio, sin embargo, ella y Avendale se quedaron como estaban, sin importarle un
ápice quedar empapados. Pensó lo bonito que sería cuando regresaran a su
residencia y pudieran calentarse ante el fuego. Pero por ahora, no quería nada más
que eso: sus labios haciendo estragos en su cordura, como si nunca pudiera tener
suficiente de ella, como si nada en el mundo fuera más importante en ese momento.

***

Rose se acurrucó bajo las mantas hasta que estuvo pegada contra Avendale,
absorbiendo su calor. Comenzó lentamente acariciando su espalda, lo que debería
haberle resultado calmante, pero su cabeza se sentía como si hubiera estallado en
algún momento durante la noche y sólo ahora empezara a juntar los pedazos, cada
pieza ajustándose en su lugar con un chasquido que causaba un penetrante dolor
detrás de sus ojos. No podía recordar haber caído hasta ese punto. ¿Por qué
Avendale se hacía eso a sí mismo noche tras noche? Aunque tenía que admitir que la
mayor parte de la noche le había parecido muy divertida, no estaba segura de que
valiera la pena esa agonía. Podría haber tenido la misma diversión con mucho menos
alcohol. Incluso podría haber recordado los detalles. En ese preciso momento, sólo
tenía efímeros flashes de lo sucedido. Al llegar allí. Avendale la había desnudado y le
había dado un masaje deliciosamente cálido. Acurrucándose más contra él. El mundo
giró cuando cerró los ojos, tirando de ella hacia abajo en un vórtice, donde su pasado
bailaba en círculos a su alrededor, y un millar de cuervos pinchaba su conciencia
hasta hacerla sangrar. Avendale comenzó a arrullarla, prometiéndole que todo iría
bien. Habría querido decirle muchas cosas, pero un instinto de supervivencia más
fuerte que el encanto de una conciencia limpia quedó anulado por el efecto del
whisky. Ahora estaba sufriendo las consecuencias. Ni siquiera podía disfrutar de la
lluvia, ya que era como si cada gota retumbara en su cerebro en lugar de la ventana.

Una lluvia constante con sonidos irritantes. Pero, al menos, había ganado su
apuesta con Avendale. Había llovido, estaba lloviendo todavía. Avendale ahuecó su
trasero, la apretó contra él. Estaba caliente y duro. De repente, todas las molestias
disminuyeron.

— Pensé que nunca te despertarías — dijo con la voz áspera por el sueño.

— No suenas como si hubieras estado esperándome todo ese tiempo—


respondió ella, mordiendo su clavícula. Él se rió, un sonido rico y profundo que disipó
las telarañas persistentes en su mente.

— Oh, he estado esperándote el tiempo suficiente y muy dolorido por tu culpa—


Rodando sobre ellos, la metió debajo de él y pasó la boca a lo largo de su garganta y
sus hombros desnudos. No se habían molestado con la ropa cuando llegaron a la
cama. Oyó las campanadas distantes de un reloj. Cuatro veces. El reloj que está en el
vestíbulo, pensó en sueños. Se preguntó brevemente por qué los sirvientes no
habrían parado las campanadas de la noche.

— Pensé que era más tarde — murmuró cuando Avendale se deslizó hacia abajo
y comenzó a darle atención a sus pechos.

— ¿Mmm?
— Parecía que habíamos dormido más tiempo.

— No estoy seguro de cuánto tiempo podríamos haber dormido. Es tarde.

Ella frunció el ceño. Las cortinas estaban corridas, la habitación oscura, pero sin
duda era de mañana más allá de las ventanas. Por supuesto que era tarde. Eran las
cuatro de la tarde.

— No puede ser.

Él bajó más y pasó la lengua alrededor de su ombligo.

— Estoy bastante seguro de que si, cariño. Hemos dormido todo el día.

Ignorando el dolor que sacudía su cabeza, salió a gatas de debajo de él.

— ¿Por qué no me lo dijiste?

Tomándola del brazo, trató de impedir que saliera de la cama.

— ¿Qué sucede Rose? Estamos teniendo una agradable sesión de…

— Se suponía que debía estar en la casa a las dos.

— ¿Qué diferencia hacen un par de horas?

— Mucha. Lo prometí. — Liberándose de su abrazo, salió de la cama y corrió


hacia el armario. Eligió un vestido simple que no requería la asistencia de la doncella.
Sin corsé, una sola enagua. — ¿Puedes por favor pedir que me preparen un carro?

Sin prisa, salió de la cama como si tuviera todo el tiempo del mundo.

— ¿Por qué esta obsesión por ver a tus sirvientes todas las tardes?

— Ya te lo he dicho antes: No son mis siervos. Son mis amigos. — Después de


asegurar el último de los botones, cogió un cepillo y comenzó a desanudar los
enredos de su cabello. Captó su mirada contrariada en el espejo. — Por favor,
Avendale.

Cogió su bata del pie de la cama.

— No me gusta esta parte de nuestro acuerdo.

Agarrando una cinta, echó hacia atrás su cabello, lo aseguró, y lo enfrentó.

— No obstante, es parte del acuerdo. Si quieres que regrese voluntariamente


esta tarde, debes respetarlo. — Vio la furia familiar en sus ojos y se preguntó por qué
no la asustaba.

— Que Dios me ayude — gruñó — Ya debería haber tenido suficiente de ti, pero
sin embargo no es así. — Con eso se fue a ordenar un carruaje.

Después de buscar una pelliza para protegerse de la lluvia, y su bolso, lo siguió.


Llegó a su residencia para descubrir inmediatamente que sus peores temores se
habían hecho realidad: Harry se había marchado.
Capítulo 12

Avendale estaba sentado despatarrado en su biblioteca, saboreando lentamente


su whisky, mirando el reloj en la repisa de la chimenea mientras los minutos se
arrastraban lentamente. Había contado ciento veinte. El doble de lo que habían
acordado. La única razón por la que todavía estaba allí era porque consideraba el
hecho de que la lluvia podía ocasionar que el carro se viera obligado a viajar más
lento.

Lo irritaba sobremanera que estuviera ausente, cuando se suponía que debía


estar en su compañía. Le había dicho que debía permanecer a su lado durante una
semana. Le descontaría las horas que pasaba alejada durante esa semana e insistiría
en que le devolviera el tiempo que se había privado de su compañía. Tal vez debería
deducir el tiempo que pasaba durmiendo también.

Con un gruñido, saltó de la silla, cruzó hacia la chimenea, apretó el antebrazo


contra la repisa de la chimenea, y se quedó mirando el fuego. ¿Qué le pasaba? ¿Por
qué estaba tan molesto por su tardanza? Pronto regresaría y todo continuaría como
de costumbre. Cenarían y luego caerían sobre las sábanas donde podría acariciar
cada pulgada de su cuerpo. Tenía algunos aceites de Oriente. Tal vez podría usarlos
para enloquecerla primero.

Era justo, ya que ella estaba haciendo lo mismo que él.

¿Por qué no había vuelto? Su chofer tenía órdenes específicas de no tomar


ningún desvío. ¿Y si se había escapado por el jardín trasero? Tal vez esa era una
represalia porque no la había despertado a tiempo para cumplir con su visita
obligada. ¿Cómo iba a saber que la hora de su visita era tan crucial? ¿Por qué iba?
¿Por qué frecuentaba a un hombre pequeño y a uno gigante?

Todo dentro de él se quedó quieto. Asumió que el hombrecillo y el gigante eran


los únicos ocupantes de la residencia ahora. Supuesto estúpido por su parte, ya que
eran los únicos que había visto. ¿Y si había alguien más? ¿Alguien a quien amaba?

El hecho de que hubiera llegado virgen la primera noche no significaba que no


tuviera otro hombre en su vida. Levantó la mirada al reloj. Diez minutos más habían
pasado. La sospecha comenzó a clavarles sus dientes agudos.

Quería confiar en ella, pero no lo hacía. Era una estafadora. Le había mentido, lo
había engañado antes. ¿Por qué demoraba tanto? La hora permitida se había
convertido en más de dos.

Oyó un suave golpe y abrió la puerta para encontrar a su cochero, mirándolo


como si estuviera a punto de cortarle la cabeza.

— Su Gracia, he demorado mucho más tiempo de lo que debería y me disculpo


por ello. Finalmente, cuando la dama no salió, yo llamé a la puerta y me informaron
que la señora no estaba lista aun. Decidí que lo mejor sería venir a informarle. La
lluvia retrasó mi viaje.

— Vamos a volver.

— Es lo que pensé que haríamos, señor.

Había roto los términos de su acuerdo. No debería sentirse sorprendido, pero no


dejaría que se saliera fácilmente con la suya. Estaba en todo su derecho de buscarla y
exigirle una explicación, además de la devolución de su dinero.
Aunque en realidad no le importaba un comino el dinero. Quería venganza por
ocasionarle una decepción más. Tendría que darle un mes de su tiempo, un mes sin
visitas de una hora por la tarde a su residencia.

Atravesando lentamente las calles con la lluvia torrencial golpeando su carruaje,


se aferró a su ira, negándose a reconocer la decepción de que fuera tan poco fiable,
de que pudiera abandonarlo tan fácilmente. Se despreciaba a sí mismo por disfrutar
tanto de su compañía, por preocuparse de que hubiera sufrido un posible accidente.
¿Cuántas veces iba a caer en sus mentiras?

Su carro apenas se había detenido frente a su residencia, cuando saltó a la acera


irrumpió por las escaleras, abrió la puerta y entró. El hombrecillo llamado Merrick,
dio un paso atrás en la sala.

— No puede entrar aquí — indicó.

— Yo pago el alquiler de este maldito lugar. Puedo hacer lo que quiera, incluso
sacarte a patadas a la calle. ¿Dónde está ella?

Él levantó su barbilla.

— Fue a dar un paseo.

— ¿Con esta lluvia?

— Le encanta la lluvia.

Se le ocurrió que tal vez la persona que Rose necesitaba visitar esa tarde no vivía
realmente en esa residencia. Debería inspeccionar el lugar para verificarlo y luego
encontrarla a toda costa. Empezó a avanzar por un pasillo.

— ¡Váyase!, ¡no tiene derecho a invadir nuestra casa!— Gritó Merrick.


Lo tenía y lo haría. Se dio cuenta de que era la primera vez que estaba en el
interior de la residencia. No estaba ricamente decorada. No había retratos, ni
pinturas. Nada en el pasillo. Se detuvo frente a un comedor. No había aparadores, ni
nada excepto una pequeña mesa cuadrada cubierta con una tela blanca rodeada por
cuatro sillas.

Siguió por el pasillo hasta que vio otra puerta. Cerró los dedos alrededor del
pomo.

— No puede entrar ahí.

Miró a Merrick.

— Me proporcionaría un placer desenfrenado que trataras de detenerme. No


sabía por qué le resultaba imperativo inspeccionar cada pulgada de la vivienda. Entró
en lo que obviamente era la biblioteca. Una docena de libros adornaba las
estanterías. Un amplio escritorio y una silla estaban situados cerca de una ventana.
Un sofá estaba colocado ante las ventanas, y por un instante se imaginó la luz del sol
iluminando a Rose sentaba allí. En una esquina de la sala, cerca de la chimenea se
había establecido una especie de dormitorio. En el lado opuesto de la habitación
había una inmensa cama, perfectamente hecha. ¿El cuarto del gigante? No, no era lo
suficientemente espacioso como para él. Era más adecuado para el tamaño de un
hombre como Avendale. Hubiera querido preguntarle a Merrick, pero el indignado
hombrecillo no lo había seguido. De todos modos dudaba que fuera a decírselo.

Lentamente caminó por la habitación, tratando de elaborar una idea de la


situación. Notó una alta pila de papeles sobre el escritorio. Al acercarse pudo ver
tinta corrida por el papel pero desde allí no podía distinguir las palabras. Una roca,
como la que uno podía encontrar en cualquier jardín, estaba ubicada sobre la parte
superior, como si eso fuera suficiente para evitar miradas indiscretas.
Avendale estaba demasiado enojado con Rose como para respetar la privacidad
de cualquier persona que viviera allí. Haciendo la roca a un lado, tomó la primera
página.

“Las memorias de Harry Longmore”

¿Quién demonios era Harry Longmore? ¿Por qué vivía allí? ¿Quién era para
Rose?

Apartando la página, comenzó a leer la segunda.

Mi historia es tanto sobre Rose como sobre mí. Éramos inseparables...

Apretando la mandíbula ante el pensamiento de que otro hombre tuviera tanta


importancia en la vida de Rose, Avendale quiso arrugar el papel y prenderle fuego.
En vez de eso, regresó la página con mucho cuidado a su lugar antes de salir a
zancadas de la habitación. No le producía ninguna satisfacción saber que había
separado a ese Harry Longmore de Rose. Ella, obviamente, se preocupaba por él, de
lo contrario no iría a visitarlo todos los días. Una vez que cumpliera con su obligación
en compañía de Avendale, seguiría adelante en su relación con ese hombre bestial,
dejaría la ciudad con cinco mil libras en el bolsillo, y la risa haciendo eco entre ellos.
Qué tonto era por ceder a ese condenable anhelo que sentía por ella.

— ¿Feliz ahora? — Preguntó Merrick mientras Avendale emprendía el regreso


por el pasillo.

— Apenas.

Una conmoción en la entrada, el estrépito de una puerta golpeando con fuerza y


voces airadas le hicieron acelerar el paso, alargando sus zancadas hasta que Merrick
no pudo equiparar su ritmo.
— Está bien querido — escuchó la voz de Rose hablándole dulcemente a alguien.
No pudo distinguir las palabras que siguieron, pero eran en un tono más profundo,
obviamente masculino, y su ira volvió a aflorar al imaginarla con otro hombre. Podría
haber sido virgen, pero evidentemente tenía un amor. Él estaba más que listo para
una acalorada confrontación que incluso podría implicar puñetazos. Irrumpió en la
habitación y…

Detuvo su marcha como si se hubiera estrellado contra un muro de piedra.

Si no hubiera pasado su vida ejercitándose para no revelar su forma de pensar, y


sus sentimientos, podría haber jadeado, retrocedido y huido del lugar. En vez de eso,
no mostró ninguna reacción en absoluto. Estudió el cuadro como si fuera algo que
acostumbraba ver todos los días.

Rose y el gigante estaban allí, entre ellos se apoyaba… no estaba seguro de que
era… un hombre tal vez. Casi con toda seguridad. Pero grotescamente deformado. Su
cabeza demasiado grande para su cuerpo, un cuerpo que, obviamente desfigurado,
se curvaba de una forma absolutamente antinatural y se mantenía erguido de una
manera que debería haber sido imposible.

¿Habría sufrido un accidente? La sangre manaba de una herida en lo que podría


haber sido su cráneo y le salpicaba la ropa. Raspaduras y moretones estropeaban la
piel de un rostro horriblemente distorsionado.

Por alguna razón, su mano derecha y el brazo que Rose aferraba parecían
normales. El otro tenía la forma de la aleta de una foca, los dedos apenas
reconocibles como tales.

Rose no parecía horrorizada de que Avendale estuviera allí, pero obviamente


estaba muy concentrada tratando de ayudar a su compañero a atravesar el vestíbulo.
Avendale sospechaba que sentiría el peso de su ira a la brevedad. Sin pensarlo, cruzó
hacia ella.

— Te aliviaré del peso de su carga.

— No es una carga— le espetó, y se dio cuenta de que la había juzgado mal.


Estaba furiosa.

Y reacia a confiar en él. Se envaró. También pudo ver el moretón formándose en


su mejilla, y su vestido con las costuras rasgadas. Llevaba el pelo suelto, sin cinta que
lo sujetara. Alguien la había herido, y él no había estado allí para protegerla.

— Va a ser más fácil para él que alguien más a su altura le pueda proporcionar
apoyo.

Ella vaciló sólo un instante antes de decir:

— Sí, está bien. Sólo ten cuidado de no lastimarlo.

Como si fuera posible causarle más dolor. Avendale deslizó su hombro bajo... el
brazo de la persona. El hombre gruñó.

— Lo siento, amigo — dijo Avendale mientras Rose se adelantaba.

— Por aquí — dijo ella, y comenzó a guiarlo por el pasillo familiar.

— ¿Qué le pasó? — preguntó Merrick mientras la alcanzaba.

— Fue atacado por bandidos — dijo Rose.

Avendale ahora comprendía su estado descuidado. Ella había tomado parte en la


refriega. Tenía una terrible necesidad de golpear algo con el puño, o a alguien.

— Le dije que no saliera, pero escapó cuando no estaba mirando — murmuró.


— Está bien, Merrick— dijo ella. — Trae algunas toallas y agua caliente. Tenemos
que ponerle ropa seca.

Ella los guió a la biblioteca. Con la mayor delicadeza posible, Avendale y el


gigante apoyaron al hombre en la cama. Cerca de la cabecera, el gigante depositó un
bastón que había estado sujetando con una mano esquelética.

— Él tiene que sentarse sobre las almohadas — les dijo Rose. — No puede
respirar bien si está acostado.

Cuando el hombre estuvo acomodado, Rose se sentó en el borde de la cama y


tomó suavemente lo que en algún momento podría haber sido una mejilla.

— Todo va a estar bien mi cielo.

El hombre no dijo nada, pero su mirada azul, muy similar a la de Rose, se clavó
en Avendale. Era inquietante la intensidad de su escrutinio.

— Voy a enviar a mi cochero en busca de mi médico — anunció Avendale. — Es


uno de los mejores de Londres.

Ella lo miró.

— No puedo permitirme llamar al mejor.

— Nuestro tiempo juntos aún no ha terminado, Rose. Ese gasto me corresponde


a mí.

— Esto no es lo que esperaba.

— Prometiste quedarte conmigo durante una semana. No empieces a echarte


atrás ahora. — Sentía una necesidad irracional de reclamarla, de asegurarse de que
entendiera que las cosas entre ellos aún no habían terminado. Que el hombre en la
cama comprendiera que ella era suya.
— Muy bien, entonces, sí, gracias. Supongo que debería presentarlos. —
Envolvió sus dos manos alrededor de la buena del hombre. — Su Excelencia,
permítame el honor de presentarle al señor Harry Longmore…

El hombre de quien supuestamente era inseparable.

— …mi hermano.
Capítulo 13

Rose se sentó en el sofá de la sala, una de las grandes manos de Avendale cubría
las suyas, que descansaban en su regazo. Qué ganas tenía de esperar en un banco en
el pasillo fuera de la habitación de Harry. El médico estaba con él ahora. Sir William
Graves. Al parecer, no sólo era el mejor, también había estado al servicio de la reina.
Tenía una apariencia muy tranquila, sin embargo, inspiraba confianza. Harry no se
sentía muy cómodo con los extraños, sin embargo, con Sir William se había mostrado
calmo y satisfecho.

— ¿Tú apellido es Longmore verdad? — preguntó Avendale en voz baja.

Había sabido que tendría preguntas. Que la primera fuera sobre su nombre la
tomó por sorpresa.

— Sí. Rosalind Longmore. Siempre cambio el apellido, no el nombre. Es más fácil.

— Quiero que Sir William te revise cuando termine con tu hermano.

— Yo estoy bien.

— Tienes una contusión formándose en la mejilla. Me atrevería a decir que


tendrás un ojo negro para mañana. Tienes raspaduras, y la ropa hecha jirones.

— Estoy bien — insistió.

— ¿Podrías reconocerlos?

Ella se quedó mirándolo fijamente.


— ¿Reconocer a quién?

— A los rufianes que los atacaron a ti y a tu hermano.

— ¿Cuál es tu intención parea con ellos?

— Denunciarlos para que los detengan después de que les haya dado
personalmente una lección. — No, no era todo lo que pensaba hacerles a los
malditos delincuentes.

— Eran unos idiotas. No le presté mucha atención a sus rasgos. Harry sabe los
peligros a los que se enfrenta al salir. Incluso bajo la cobertura de una capa con
capucha no pasa desapercibido para la gente. Estaba buscándome porque me había
demorado, preocupado de que pudiera estar envuelta en algún tipo de problemas.
No sé cómo pensó que podría encontrarme.

— ¿Por qué no me habías hablado de él? ¿Por qué tuve que venir aquí para
enterarme?

Ella sacudió la cabeza. ¿Cómo explicárselo?

— No sabía cómo ibas a reaccionar. — Él era un hombre poderoso. Podría haber


intentado llevarse a Harry, y utilizarlo para su propio beneficio. Otros lo habían
intentado antes. Confiaba solamente en Merrick, Sally, y Joseph para el cuidado de
Harry.— Estaba tratando de protegerlo.

— ¿Siempre ha sido así? — Preguntó Avendale.

Rose se había sorprendido al notar la delicadeza con la que había ayudado a


Harry a meterse en la cama, y aún más por su falta de reacción ante la primero
impresión de su hermano. La mayoría quedaba horrorizada por el temor. Una buena
parte comenzaba a reírse de él.
— No — dijo en voz baja. — Era perfecto cuando nació. Yo tenía cuatro años,
pero todavía recuerdo lo bello que era. Mi padre trabajaba en el campo, mi madre
tenía sus tareas, por lo que siempre me quedaba para cuidarlo. Tenía alrededor de
dos años cuando mi madre notó el primer... bulto en su cabeza. Mis padres pensaron
que yo lo había descuidado y lo había dejado caer. En represalia mi padre me cruzó
sobre su regazó y me azotó en las piernas desnudas y la espalda hasta que me sacó
sangre, y no pude sentarme por una semana. — La mano de Avendale se cerró
alrededor de la suya, y percibió la rabia que le provocaba saber que había sido
maltratada. — Mi padre estaba tan orgulloso de tener un hijo, un varón. Pensaba
que eso lo hacía más hombre, creo.

— ¿Sabes dónde está ahora? — Preguntó Avendale rotundamente.

Ella lo miró.

— ¿Mi padre? — Él asintió bruscamente. — No. Puede estar pudriéndose en


algún lugar, por lo que me importa.

— Me gustaría agarrarlo a puñetazos.

— Jamás he oído palabras más dulces que esas.

Con ternura pasó suavemente su dedo sobre su mejilla hinchada y amoratada.

— ¿Sabes qué fue lo que causó la condición de tu hermano?

— No. Con el tiempo comenzaron a aparecer otros bultos. Algunas partes de su


cuerpo comenzaron a crecer de manera extraña. Su mandíbula se torció, su cuerpo
se volvió deforme. Mis padres lo llevaron a un médico, pero no tuvo respuestas. Mi
padre decidió creer que mi madre lo había concebido con el diablo, porque estaba
seguro de que nada de la deformidad de mi hermano sería producto de su sangre.
Metió a mi madre en un manicomio. Murió allí.
— ¿Tú también crees en la participación del diablo?

Ella sacudió la cabeza.

— Absolutamente no. Creo que la naturaleza es simplemente cruel. Escoge a la


gente al azar y le confiere horrores que no merecen. No creo en un dios que castiga a
la gente. Harry era un bebé. ¿Qué podría haber hecho para enojar a dios? ¿Por qué él
y no yo? No tiene ningún sentido.

— Hay muchas crueldades en el mundo que no tienen sentido. Asumo que la ira
de tu padre no disminuyó una vez que tu madre estuvo encerrada.

— Por el contrario, pareció recrudecer. Ocultó a Harry durante un tiempo, pero


aún así la gente oyó hablar de él. Visitaban la granja, ofreciendo pagar un centavo
por echar un vistazo. Finalmente mi padre decidió que podía hacer una fortuna de la
rareza de Harry. Comenzó a exhibirlo. La gente pagaba dos peniques para ver al
muchacho. Estaba vestido con un taparrabos, por lo que se podía apreciar
plenamente su deformidad. Harry se paraba allí con tanto orgullo como podía
mientras que las personas quedaban boquiabiertas. Eso rompió mi corazón. La gente
veía una curiosidad, algo horrible. Yo veo un alma gentil que merece mucho más.
Con el tiempo nos unimos a un tour de rarezas, que es donde conocí a Merrick y su
esposa, Sally, eran llamados: “la novia y el novio más minúsculos del Mundo”. Y
Joseph, el hombre palillo. Cuando cumplí diecisiete años, le propuse a Harry llevarlo
a vivir una gran aventura y accedió de inmediato. Los otros vinieron con nosotros.

— Has estado al cuidado de ellos desde entonces.

En su voz, le pareció oír admiración teñida de tristeza.

— Es más fácil para mí. Soy la menos rara.

Su ceño se frunció.
— ¿La menos rara? Tú no eres rara en absoluto.

Su sonrisa fue autocrítica.

— Mi cara es normal. No despierta el interés de ningún hombre, pero mis senos


grandes si lo hacen. Pronto aprendí cómo usarlos a mi favor. Es la primera cosa que
los hombres notan en mí. Es el lugar donde sus miradas permanecen más tiempo. No
prestan atención a mis ojos mientras hago cálculos sagaces para medir su valor y
credulidad. Calculé mal el tuyo. Eso picó mi orgullo.

Él le apretó la mano justo antes de comenzar a pasar su pulgar sobre sus


nudillos. Ella quiso llorar ante ese gesto amable.

— No presté atención a tus senos en primer lugar — dijo en voz baja. — Lo que
me llamó la atención fue la forma en que entraste en la habitación, como si fueras la
dueña. — Su mirada capturó la suya, y dentro de sus ojos, vio la verdad absoluta.
Había asumido que era como todos los demás, fascinados por el aspecto de un
cuerpo sobre el que no tenía ningún control. Pero a medida que pensaba realmente
en ello, se daba cuenta de que nunca se demoraba demasiado apreciando su busto.
Él apreciaba toda su persona. Incluso sus dedos no pasaban desapercibidos. — No
pensé que fueras de la nobleza — continuó — sin embargo, tenías un porte regio.
Estaba en trance y eso era algo que no me había pasado nunca. Se sentía bien
experimentar curiosidad, estar intrigado. Al igual que yo, parecías estar escondiendo
algo. Eso me intrigó aún más.

— ¿Qué es lo que estás escondiendo tú? — Preguntó.

Él se limitó a mover la cabeza.

— ¿Tu hermano nunca sale de la casa, entonces?


Ella se dio cuenta de que no iba a compartir su secreto, al menos no ahora.
Probablemente era lo mejor. Su atención debía centrarse en Harry, siempre había
sido su prioridad.

— No. Ni siquiera al jardín durante el día porque nuestros vecinos podrían verlo
desde sus ventanas. No queremos atraer a los curiosos. Él se transporta mediante los
libros. Lee vorazmente cuando no está escribiendo. Le gusta escribir, pero no
comparte sus esfuerzos conmigo. Su escritura es privada.

Al oír pasos, se levantó mientras Sir William entraba en la habitación. Avendale


se movió para ponerse de pie junto a ella, colocando su mano sobre su espalda como
si necesitara apoyo para lo que estaba por venir. Se preguntó si sería consciente de la
frecuencia con que la tocaba.

— ¿Sentémonos, si? — Dijo Sir William. Ese principio no auguraba nada bueno.
Aún así, Rose volvió a su lugar en el sofá, con Avendale a su lado. Sir William tomó
una silla frente a ellos. Por un breve instante, pareció quedarse estudiando fijamente
a Avendale, como si el duque de repente fuera desconocido para él, lo que parecía
extraño teniendo en cuenta que era su médico. Se aclaró la garganta, y cambió su
atención a Rose. — Las lesiones que su hermano sufrió durante la pelea son bastante
menores. Unos pocos cortes, raspaduras, magulladuras. Nada que no se cure en
poco tiempo.

El alivio se expandió dentro de Rose.

— Bien. Estaba muy preocupada. Parecía tener más dificultades para respirar
que lo normal.

Sir William asintió lentamente.

— Él mencionó que debía soportar un par de cosas más difíciles que este
incidente.
Rose sonrió.

— ¿Usted le entendió? La mayoría de la gente no puede debido a la rigidez con


que su boca emite las palabras.

— Eso es debido a que los bultos se han desarrollado dentro de su boca al igual
que en otras partes de su cuerpo.

— Pero usted puede eliminarlos — afirmó Avendale.

En los ojos azules de Sir William, Rose vio un pozo de tristeza.

— Hay tantos riesgos involucrados... Casi no sabría por dónde empezar. Para ser
honesto, no creo que pudiera sobrevivir a una cirugía, ni siquiera en manos del
médico más experto.

— ¿Cuál es la causa de su condición? — Preguntó Avendale.

Sir William negó con la cabeza.

— No tengo ni idea. Nunca he visto nada similar. Me gustaría examinarlo más a


fondo en el hospital, consultar con algunos de mis colegas.

— ¿Debido a su rareza? — Preguntó Rose. — Porque ya sabe que no se le puede


curar, ¿verdad?

— No lo puedo curar, no. — Se inclinó hacia delante. — Pero puede que haya
algo que podríamos aprender de su caso.

Las lágrimas le hacían arder los ojos.

— No. Ya ha sido contemplado, pinchado y cortado lo suficiente. No lo voy a


hacer pasar por eso de nuevo. Ni siquiera para beneficio de la medicina.
— No te puedo culpar por eso, supongo. — Lanzó un largo y lento suspiro. —
Probablemente debería comenzar a prepararse mentalmente para una pronta
despedida, ya que no creo que pueda quedarse mucho más tiempo en este mundo.

Las palabras fueron como un golpe sólido en el centro del pecho de Rose. Se
sorprendió de que sus pulmones aún pudieran mantener la respiración y que su
corazón todavía latiera. Las lágrimas que había estado conteniendo se liberaron y
rodaron por sus mejillas.

—Me di cuenta que estaba empeorando. Siguen creciendo, ¿verdad? Esas cosas.

— Creo que sí, basándome en lo que me dijo. Pude sentir algo dentro de él, pero
para saber con certeza la magnitud de los bultos, tendría que cortarlo. No creo que
ganaríamos nada, basándome en lo que puedo ver superficialmente.

— Sabe usted cuánto tiempo queda antes...— No se atrevió a decir las palabras.
Él podría ser un monstruo para todos los demás, pero para ella, era su hermano.

—Lo siento — dijo Sir William, —pero eso no está en mis manos. Puedo dejar un
poco de láudano para ayudar a aliviar sus molestias. Puedo venir a ver cómo sigue
con cierta frecuencia. Cuanto más lo observe, más luz podría arrojar sobre el asunto.
Quiero hablar de su condición con otros médicos que conozco. — Ella empezó a
protestar. — No voy a molestarlo — le aseguró rápidamente. — Voy a ser prudente y
no mencionar que lo estoy viendo. Voy a hacer discretas averiguaciones, y tal vez
pueda encontrar algo para aliviar su sufrimiento.

—Sí, está bien.

Sir William se puso de pie. Ella y Avendale hicieron lo mismo.

— Gracias por venir — dijo Avendale.

— Aprecio que enviaras a buscarme. Significó mucho para tu madre.


— ¡Asegúrese de enviar una factura por sus servicios!

— Ahora me has insultado. — Sir William dirigió su atención a Rose. — Siento no


haberlo encontrado en mejores circunstancias.

— No puedo agradecerle lo suficiente todo lo que ha hecho.

Él hizo un gesto con la cabeza hacia Avendale.

— Mantenerlo alejado de los problemas es suficiente compensación.

Con Avendale a su lado, Rose acompañó a Sir William a la puerta, y se quedaron


mirándolo hasta que se metió en un pequeño carro, de un solo caballo que conducía
él mismo.

— ¿Qué puede importarle a tu madre que enviaras por él? — Preguntó Rose,
cerrando la puerta y girando de nuevo hacia Avendale.

— Debido a que es su marido.

Inclinando la cabeza, ella lo estudió. Había sentido algo de tensión entre los dos.

— ¿Tiene algo que ver con tu secreto?

— Tiene mucho que ver con ella, y eso es todo lo que diré al respecto. Asumo
que deseas pasar la noche aquí.

— Sí, sí. — Quería estar enfadada con él por haber venido sin invitación, por
forzar su ingreso a su vida, y la de Harry, pero no tenía nada en su interior para
alimentar su ira. En cambio, pasó los brazos alrededor de su cintura, sintiendo una
inmensa comodidad envuelta en su abrazo. Él le dio un beso en la parte superior de
su cabeza.
— No soy la clase de tipo que sabe cuidar de otro, así que estoy bastante
perdido aquí, Rose. Dime qué puedo hacer para que te sientas mejor.

Ella se limitó a abrazarlo más fuerte, debido a que su presencia en ese momento
era suficiente. Si Avendale tenía alguna duda de que Harry era un hombre, ésta se
disipó cuando entraron en la biblioteca para encontrar a Harry sentado en una silla
junto al fuego. Se puso de pie. Tenía que haber sabido que Rose iría a verlo antes de
irse y que Avendale podría estar con ella. El orgullo le había sacado de la cama. Su
ropa era similar a la que había estado usando antes, pero seca y limpia. Eran un poco
holgadas, ¿pero cómo podía llevar ropa ajustada sobre su deformidad? Apoyado en
un bastón, murmuró algo. Avendale no pudo distinguir las palabras.

— Harry pregunta si quieres beber un poco de whisky con él — dijo Rose como si
comprendiera su incapacidad para descifrar las palabras.

— Soy un libertino — dijo Avendale. —Nunca rechazo la bebida. — Pensó que


los labios del hombre se habían movido, y se dio cuenta que el hermano de Rose
tenía impedimentos para esbozar una sonrisa adecuada debido a la rigidez de su
boca, pero sus ojos brillaban con diversión.

— Yo les sirvo — dijo Rose. — Avendale, ¿puedes traer la silla de detrás del
escritorio, así tengo un lugar para sentarme?— Él hizo lo que le pidió, pero no tenía
ningún plan para dejar que se sentara en ella ya que la otra silla parecía más lujosa y
cómoda. Ella trajo los vasos en una bandeja pequeña. Avendale tomó uno, y luego
observó cómo Harry hacía lo mismo con una mano que era hermosa y elegante, y se
preguntó si no habría nada más en él que luciera la misma perfección. Rose levantó
su copa.

— Por el mejor médico de Londres. — Hicieron chocar sus copas, y cada uno
tomó un sorbo. Avendale indicó a Rose, donde debía sentarse, y una vez que lo hizo,
él y Harry se acomodaron en sus sillas.
— Siento mucho no haber llegado esta tarde como te había prometido — dijo
Rose. — El duque y yo fuimos a los jardines de Cremorne anoche, y bebimos un poco
más de lo debido. Me temo que me quedé dormida. — Se acercó hasta el borde de la
silla. — No se parece en nada a nuestro jardín. Es un lugar para disfrutar de todo tipo
de placeres. ¿Quieres que te los describa? — Él hizo un gesto exagerado, y Avendale
se dio cuenta de que su cabeza era demasiado grande para hacer movimientos
sutiles. Escuchó mientras Rose describía Cremorne tan minuciosamente que podía
verlo en su mente casi tan claramente como lo había hecho la noche anterior. No,
con mayor claridad aun. Vio todas las cosas que había pasado por alto, y que daba
por sentado. Los colores, los sonidos, los olores, los sabores, incluso las cosas que
había tocado. Barandillas, bancos, el pabellón. Pensó en cómo había estado absorta
en el teatro. Entendía la razón de su comportamiento ahora. Rose se esforzaba por
llevar el mundo a su hermano, un mundo que no podía visitar sin consecuencias.
Harry hacía preguntas casi inarticuladas, sin embargo, ella le proporcionaba
respuestas que parecían satisfacerlo. Avendale se concentró en los sonidos, hasta
que fue capaz de descifrar las palabras, hasta reconocer las respuestas de Harry, y
sentir que había conseguido dominar el murmullo gutural. Pero sobre todo la miraba
a ella: la luz que brillaba en sus ojos mientras describía los lugares que había visitado,
la emoción en su voz. La alegría en su rostro, como si verdaderamente adorara a su
hermano. Avendale se sentía pequeño e insignificante porque se había enojado ante
la decisión de pasar tiempo lejos de su compañía por la tarde, había querido negarle
esto. Si tan sólo le hubiera dicho…. Pero, por supuesto, no lo había hecho y ¿por qué
lo haría? Desde el momento en que se conocieron, de palabra y obra, la había
llevado a creer que no quería saber nada más de ella que un revolcón en la cama.
Debido al bastardo que era, eso había sido todo lo que quería. Había querido
perderse en su calor, su fuego, su pasión. Y lo había conseguido, sólo para descubrir
que no era suficiente. Nunca en su vida había estado tan seguro en cuanto a
exactamente qué era lo que quería. Había estado enfocado en obtener placer a
cualquier precio. Ahora se preguntaba si el precio había sido demasiado alto. Habían
estado reunidos durante menos de una hora, cuando Harry pareció marchitarse y
encogerse. Dejando a un lado su copa, Rose se levantó, cruzó hacia él, y le dio un
beso en la frente.

— Te vamos a dejar dormir ahora. — Después de que se apartó, Avendale le


extendió la mano.

— Fue un placer conocerlo, señor Longmore.

— Harry — respondió él, arrastrando las palabras, pero los oídos de Avendale
debieron estar en sintonía con los sonidos guturales porque entendió claramente lo
que dijo.

– Harry, entonces. — La mano del hombre, cálida y fuerte, se cerró alrededor de


la de Avendale, y pensó que era más que injusto que el resto del cuerpo de Harry lo
hubiera traicionado como lo había hecho. La naturaleza podía ser a la vez maravillosa
y cruel, creando una inmensa belleza y luego reemplazándola con tanta fealdad. Tal
vez lo hacía para que la gente nunca diera la belleza por sentada. Avendale siguió a
Rose fuera de la habitación, cerrando la puerta a su paso. En el pasillo, se volvió hacia
él y se cruzó de brazos.

— ¿Vas a venir mañana? — Preguntó.

— No voy a irme, Rose. — Ella estiró la cabeza hacia atrás para encontrar su
mirada como si no se fiara del todo de sus palabras, como si no entendiera su
significado. Deslizó el pulgar suavemente sobre la contusión en su mejilla. — Me
siento insultado de que pensaras que lo haría. — Poco a poco, sacudió la cabeza,
mirándolo como si no encontrara las palabras. Envidiaba la facilidad con que había
pasado una hora hablando con su hermano, y sin embargo, con él, medía las palabras
como si pensara que iba a juzgar cada una de ellas.
— No tengo lo que necesitas aquí.

— Tú estás aquí.— En lugar de pasión, sus palabras sonaron mucho más


sentimentales y tontas de lo que pretendía, ella pareció aún más preocupada. — No
tengo sirvientes, ni nadie para que te atienda.

— Sospecho que puedo manejar eso. No me vas a convencer de que me vaya, así
que también podrías ahorrarte el esfuerzo.

— No tienes que preocuparte de que pueda irme de Londres. Harry está


demasiado débil para viajar. Ahora lo veo. Creo que tratar de llevarlo a Escocia lo
habría matado.

Así que ahí es donde había estado planeando viajar la noche en que la descubrió
cargando su carruaje. ¿Había alguien allí que pudiera cuidar de ella? No, de ser así, se
habría ido hacía mucho. Su dinero le habría servido durante un tiempo, pero habría
tenido que recurrir a otra estafa con el fin de sobrevivir. O tal vez habría encontrado
medios legítimos. Lo agarró por los brazos, le dio una pequeña sacudida, como para
que reconociera que necesitaba su completa atención.

– Se está muriendo. Sir William dijo lo mismo. No le queda mucho más en este
mundo. Ayúdame, Avendale, ayúdame a hacer que el tiempo que le queda sea lo
más agradable posible. Después, podrás pedir cualquier cosa de mí y la cumpliré. Me
quedaré contigo todo el tiempo que desees. Voy a firmar documentos que acrediten
eso. Los firmaré con mi sangre. La vida ha sido tan injusta con él. No quiero que
tenga que preocuparse nunca más.

— ¿Cualquier cosa? — Repitió.

— Cualquier cosa.

— ¿Durante el tiempo que quiera?


— Durante todo el tiempo que desees. — No podía imaginar cómo sería querer a
alguien tan profundamente, como para estar dispuesta a renunciar a sus propias
esperanzas, planes, sueños por la felicidad de otra persona. Estaba más allá de los
límites, más allá de su alcance. Lo que no estaba fuera de su alcance, sin embargo,
era lo mucho que todavía la quería. Ya había empezado a lamentar que su oferta
hubiera sido sólo por una semana. Ahora ella le presentaba la oportunidad de
abrazarla hasta que se hartara. Un hombre mejor se hubiera sentido culpable por
tomar ventaja de la situación. Se suponía que había algo que criticar a su carácter por
no sentir ningún remordimiento. Pero ella estaba ofreciendo lo que quería, y él no
tenía que renunciar a nada que le importara con el fin de adquirirlo. Sólo un tonto
podría haber rechazado su oferta. Él no era ningún tonto.

— Parece que he encontrado otra ganga — dijo. Su sonrisa de gratitud era tan
brillante como mil estrellas radiantes en los cielos.

— No te arrepentirás, te lo prometo — dijo ella. Sin embargo, todavía quiero


quedarme aquí esta noche, para poder echarle un vistazo a Harry.

— Como ya he dicho, me quedaré contigo. Envié mi conductor de vuelta a


Buckland después de que fue a buscar a Sir William. Volverá por mí en la mañana.

— Sabías que te iba a pedir que me permitieras quedarme. — Lo dijo con


sorpresa. No es que la culpara, ya que la había tomado con la guardia baja también.
Lo había sabido. En realidad no había pensado mucho en ello, y era inquietante
ahora darse cuenta de que no había tenido ninguna duda en cuanto a lo que ella
querría hacer. No había tenido necesidad de preguntarle. Simplemente lo había
sabido.

— Era lógico.

Ella le echó una mirada escéptica antes de decir:


— ¿Quieres que te muestre la casa?

— El piso superior, tal vez. Ya he visto todo lo que hay aquí abajo.

Enderezó los hombros, y se convirtió en la mujer segura y audaz con la que


estaba familiarizado.

— Debería estar enfadada porque rompiste los términos de nuestro acuerdo. No


debías molestarme cuando estuviera aquí.

— Por el contrario, tenía derecho a buscarte, no estabas en tu tiempo libre.


Puede que sea un sinvergüenza, pero cumplo con mis tratos y espero que otros
hagan lo mismo.

Ella comenzó a caminar hacia el vestíbulo, y él se puso a caminar a su lado.

— ¿Me emborrachaste a propósito anoche? — Preguntó.

— ¿Para asegurarme de que durmieras todo el día? — Le avergonzaba admitir la


verdad. — Podría haberme pasado por la cabeza que con suficiente bebida no
necesitarías salir hoy.

Con una sonrisa irónica, deslizó su mirada hacia él.

— ¿A pesar de que eran los términos de nuestro arreglo original?

— Soy un bastardo egoísta, Rose. Quiero lo que quiero cuando lo quiero.

Llegaron a la escalera. Ella subió dos escalones, antes de girar para enfrentarse a
él, deteniéndolo en seco. A nivel de los ojos, no fue tímida en su evaluación. Había
hecho lo mismo la primera noche, y al igual que esa vez, ahora quería volver a
hinchar el pecho.
— Te das cuenta que con nuestro nuevo trato voy a pasar más de una hora al día
con Harry y una buena cantidad de mis tardes con él.

— Entiendo los términos y me conformaré con las sobras. — Pero con el tiempo
sería toda para él. Se preguntó por qué lo invadía una sensación de tristeza, no por sí
mismo, sino por ella. No quería que sufriera en esas visitas, pero lo haría, y quería
estar allí para consolarla, lo que también lo confundía porque siempre había evitado
como la peste los enredos emocionales. — Pero tengo la intención de permanecer
cerca. Estoy invirtiendo aquí, y tengo el hábito de mantener una estrecha vigilancia
sobre mis intereses. — Sus labios se curvaron en una sonrisa lo que produjo una rara
sensación de alivio. Había temido que pasarían días, semanas antes de volver a verla
sonreír. Que lo hiciera a costa suya era irrelevante.

Ella deslizó una mano alrededor de su cuello y se inclinó.

— Tus órdenes plagadas de dulces palabras me sigue asombrando. Estoy


sorprendida de que las mujeres no caigan desmayadas a tus pies.

Apretó los labios sobre los suyos, y pensó que tenía más que palabras dulces,
ella le había enseñado a dominar el arte de la bondad. La levantó en sus brazos.

— No aquí — dijo en voz baja.

— No, no aquí.— Había sabido que era incapaz de resistir su proximidad.


Continuó, avanzando por las escaleras. Cuando llegó a la cima, preguntó: — ¿Qué
habitación?

— La primera de la derecha.

Debería haber sabido que preferiría la que daba a los jardines con vista a la calle.
Debería haber sabido muchas cosas sobre ella. Debería haber notado la tristeza en
sus ojos, las pequeñas líneas que marcaban la preocupación en su frente. Debería
haber reconocido que sus muros eran más gruesos y más fuerte que los suyos, que
contenían a otros.

Entró en una habitación que lo asombró por su sencillez, especialmente


comparada con la biblioteca. Muy lentamente la puso sobre el suelo de madera y se
apartó dirigiéndose al centro de la habitación. Muebles baratos. Una cama simple, un
armario, un tocador, un banco, un taburete, un sofá. Una pequeña mesa sobre la que
reposaba una botella de coñac y una copa. Nada más. Cuando se dio la vuelta, ella
estaba de pie apoyada en el basto espaldar de la cama.

— Te dije que no estaba a tu altura — dijo.

— Podré sobrevivir por una noche. — Se acercó a la ventana y contempló que la


oscuridad había caído. No pudo distinguir en detalle el jardín, pero pudo vislumbrar
un muro de ladrillos. Aunque estaba ubicada en una zona cara, la propiedad era
pequeña. Los vecinos de hecho podrían espiarlos con toda libertad.

— Cuando entré no encontré ningún salón de baile en la planta baja — dijo.

— Mentí sobre eso también. Quería que pensaras que poseía más que lo real.

Cerrando los ojos, se preguntó si no llegaría el momento en que descubriría


algún engaño que los apartara definitivamente. Para obtener lo que quería, mentía
tan fácilmente como quien revolvía el azúcar en el té. No podía olvidar que, sin
embargo, quería confiar en ella, para tener una oportunidad real de confirmar si
podría existir algo entre ellos. Sus pasos resonaron sobre la madera. Al mirar hacia
atrás, la vio arrodillada ante el hogar.

— Yo me ocuparé de eso — dijo, y se acercó a la chimenea.

— Puedo manejarlo.

— Me haré cargo de ello — dijo, desestimando sus palabras.


— ¿Tienes hambre? Puedo pedirle a Sally que prepare la cena.

— Pensé que no tenías ningún criado— dijo mientras encendía una cerilla y
acercaba la llama a la leña.

— Ella no es una sirvienta, pero está allí para ayudarme si es necesario. Es


mucho mejor cocinera que yo.

Le dio la bienvenida al calor del fuego en el hogar y dijo:

— Quizás más tarde.

— ¿Brandy entonces?

— Por supuesto.— Observó mientras vertía el líquido en el vaso. Había cierta


familiaridad en sus acciones, plasmadas de soledad. ¿Cuántas noches él mismo se
habría servido una copa? ¿Cuántas noches había bebido solo en su cuarto? ¿Acaso
estaba tan solo cómo ella? Llenaba sus noches con mujeres, vino y apuestas, pero
sólo eran un medio para tratar de evitar el tremendo vacío de la soledad.

Ella le dio el vaso, antes de sentarse en un extremo del sofá. Se reunió con ella
allí, ubicándose en el otro extremo, manteniendo cierta distancia entre ellos, cuando
todo lo que realmente quería era estar tan cerca como fuera posible. Pero no era el
momento. No era lo que necesitaba o quería. Si se acercaba demasiado, la llevaría a
la cama donde podría aliviar su angustia brindándole placer. Si bien le había dado a
entender que no quería que estuviera allí, sabía que el sexo podría ser una excelente
distracción de pensamientos oscuros, temores y dudas. Lo había comprobado con
frecuencia a través de los años.

Tomó un sorbo del excelente coñac antes de entregarle la copa vacía. Odiaba la
preocupación y la tristeza que se percibía en sus ojos. No quería tener en cuenta el
número de sonrisas que no iba a concederle, la cantidad de risas que no podría
escuchar en los próximos días. Pero no podía limitar sus visitas a una hora cada día.
Tendría que darle todo el tiempo que necesitara aunque eso significara tiempo lejos
de él. Debería sentirse resentido. Pero prefería renunciar a todo lo que poseía para
evitarle el dolor que estaba por venir.

Le ofreció más brandy. Lo tomó, y bebió profusamente.

— No vas a estar cómodo en la cama — dijo.

— Podré soportarlo.

Se volvió ligeramente hasta que lo enfrentó de lleno.

— Realmente no hay razón para que te quedes, deberías irte.

El sofá no era tan grande como para que al pasar el brazo por detrás de su
espalda, no pudiera pasar los dedos por su mejilla.

— No voy a irme Rose.

Ella puso su mano sobre la suya y le dio un beso en el centro de la palma, y él


habría jurado que lo sintió en el centro de su pecho.

— No te juzgaría si no desearas quedarte conmigo. No te consideraría como


alguien egoísta.

— Pero lo soy. Increíblemente egoísta. Estoy aquí porque es donde quiero estar.
Si no lo deseara, nada me lo impediría.

— ¿Tu permanencia no tiene nada que ver conmigo?

— Por supuesto que no.— Metió algunos mechones de su pelo detrás de la


oreja. —Como bien sabes, sólo me importan mis propios placeres y deseos.

Ella le obsequió una media sonrisa.


— Me he dado cuenta de eso. Sin embargo, es extraño comprobar cómo tus
placeres y deseos a menudo parecen reflejar mis necesidades.

Tomando otro sorbo de brandy, pensó que debería mencionar que en verdad se
preocupaba por ella. No estaba seguro exactamente de cuándo había ocurrido. De
alguna manera se había convertido en una parte de su vida que se resistía a
abandonar. Él le ofreció la copa, vio cómo su delicada garganta se movía mientras
tomaba un pequeño sorbo. Se humedeció los labios, sin duda, saboreando el licor.
Tuvo la tentación de inclinarse y lamer su boca. Pero temía aumentar su melancolía.

— Me preguntaba — dijo en voz baja, dando golpecitos con el dedo contra el


cristal — si me permitirías traer algunos de tus libros aquí para que Harry los pueda
leer. Ama tanto la lectura, que ya ha leído todo lo que tenemos.

— ¿No sería mejor llevarlo a él hacia los libros?

Ella lo miró como si le hubiera propuesto subir a su hermano sobre una alfombra
voladora.

Sin embargo, él siguió diciendo:

— Cuando volvamos a mi residencia en la mañana, tal vez debería venir con


nosotros. Podría quedarse en el ala de invitados. Tendría un dormitorio, una
pequeña biblioteca, la asistencia de mis sirvientes.

— No, no voy a permitir que tus empleados se queden con la boca abierta frente
a él.

Él pasó el nudillo del dedo índice a lo largo de su mejilla.

— Soy un duque, Rose. Mi personal no se queda con la boca abierta ante nadie.
Se levantó y se acercó más al fuego, mirándolo, sosteniendo la copa con las dos
manos.

— Él se siente cómodo aquí.

— Me atrevo a decir que estaría más cómodo allí. Tendría espacio para moverse,
un millar de libros a su disposición. Sirvientes atendiendo sus necesidades. — Ella
comenzó a sacudir la cabeza. Poniéndose de pie, se reunió con ella junto al fuego. —
Me pediste que te ayudara a hacerlo feliz en sus últimos días. Mi cocinero podría
preparar deliciosos platos para él. Mis jardines son lujosos. Podría caminar a través
de ellos, disfrutarlos sin temor a que los vecinos puedan espiarlos desde las
ventanas. Lo tendrías al alcance de la mano en cualquier momento del día o de la
noche. Tu preocupación disminuiría.

— ¿Por qué estás haciendo esto?

Debido a que mi corazón está sobrecogido por verte tan herida, tan triste.

— Considero que es la mejor manera de poder controlar el cumplimiento del


nuevo trato. — Quería tocarla con desesperación, pero eso lo mostraría vulnerable,
algo que no podía permitirse, ni siquiera ante ella.

— Creo que te preocupas por mí — dijo en voz baja, como si la idea acabara de
filtrarse en su mente.

— Las emociones, los sentimientos, y las sensibilidades no van conmigo. El


placer sí. Todos los placeres. El placer del paladar cuando una comida bien preparada
toca mi lengua, el placer de la fragancia al inhalar el aroma de un vino añejo, el
placer de la vista cuando contemplo una obra de arte magistralmente pintada, el
placer del sonido cuando un arpista arrastra sus dedos sobre las cuerdas, el placer
del tacto. Creo que tu hermano ha visto poco del mundo exterior. Entiendo tu miedo
y la necesidad de protegerlo de los que podrían juzgarlo y hacerle daño. Mi
residencia es más un museo que una casa. Podría pasar horas recorriéndola. Poseo
baratijas traídas desde todos los rincones del mundo que podría tocar, y examinar.

— No digo que sea descuidado, pero es algo torpe. Si rompiera algo de…

— Son baratijas. Su valor está en la felicidad que producen, no en lo que


cuestan. Si se rompen, se rompen.

— Las he visto, Avendale. Algunos son tesoros invaluables.

— No significan nada para mí, Rose. — Tú sí. ¿Por qué esas palabras eran tan
difíciles de articular?— No voy a molestarme si se rompen. Tal vez incluso podríamos
colar a Harry en los dragones gemelos para que pueda jugar póquer.

Su mirada vagó por su cara, y vio sus ojos maravillados por las posibilidades de
todo lo que podría compartir con su hermano.

— No quiero que Harry sufra ningún daño.

— Te doy mi palabra.

— No puedes controlar a los demás.

— Creo que podrías sorprenderte por lo que un duque puede lograr y lo que la
gente está dispuesta a hacer para agradarle. Incluso en el caso particular de un
réprobo como yo.

Depositando la copa sobre la chimenea, lo enfrentó de lleno.

— ¿Cómo podemos conducir a Harry a tu residencia?

— Tienes un coche. Lo sacaremos antes del amanecer. Nadie lo verá salir de aquí
ni llegar a mi residencia.

Tomó sus manos delgadas, y frunció el ceño delicadamente.


— Si mi mayor deseo se hace realidad y el médico está equivocado, y la muerte
no está esperando a Harry a la vuelta de la esquina... ¿debemos limitar su estadía a
una semana en tu casa?

— No hay límites.— Pasó un dedo a lo largo de su mejilla.

— ¿Y si te cansas de nosotros?

— No lo haré. — Lo sabía sin lugar a dudas.

— ¿Qué hay de Merrick, Sally, y Joseph?

— Se quedarán aquí.

Ella asintió.

— Eso creará menos discordia. A Merrick no le gustas.

— El sentimiento es mutuo.

— Pero tal vez podrían visitarlo.

— De vez en cuando, tal vez. — Con una mano, le acarició la mejilla. — Has
llevado el peso del cuidado de tu hermano durante muchos años tú sola. Ahora deja
que yo te ayude.

Las lágrimas brotaron de sus ojos, y su sonrisa se estremeció.

— Me temo que no estoy acostumbrada a no ser responsable.

Con el pulgar, limpió una de las lágrimas que rodaron por la mejilla.

— La noche que hicimos el primer trato dijiste que confiabas en mí. Confía en mí
ahora.
Ella asintió con la cabeza, inhaló profundamente y contuvo las lágrimas. Sintió un
pinchazo agudo y doloroso en el pecho. Si no se conociera tan bien, pensaría que sus
muros estaban derrumbándose. Bajando la cabeza, apretó sus labios contra los de
ella y probó la sal de las lágrimas persistentes.

— Voy a tomar prestado el carro para regresar a mi residencia y ver que todo
esté listo para la llegada de tu hermano. Estaré de vuelta esta noche, pero no es
necesario que me esperes.

— Estaré despierta cuando regreses.

— Entonces, voy a volver a toda prisa.

La besó de nuevo, preguntándose por qué le resultaba tan difícil dejarla. Había
dejado un sinnúmero de mujeres, sin siquiera mirar atrás. Pero ella era diferente. Lo
había sabido desde el principio.

Retrocediendo, la tomó de la barbilla.

— ¿Dónde puedo encontrar al gigante?

— En la cocina, sin duda.

— No te preocupes. Todo va a estar bien.

— Si… yo…— tragó, se lamió los labios. — Me comprometo a mantener mi parte


del trato. Lo que desees durante el tiempo que desees.

De repente tuvo una clara comprensión de por qué no había querido aceptar el
collar. No quería deberle favores. No estaba muy seguro de qué diablos quería.

— No esperaba menos— dijo brevemente, antes de salir a zancadas de la


habitación, deseando haber utilizado palabras más suaves.
— No me gusta — dijo Merrick.

Una vez que Avendale se fue, Rose volvió a la habitación de Harry, agradecida de
encontrarlo todavía despierto. Sospechaba que dormía poco esas últimas noches
debido a sus ataques y dolores. Sabía que tenía dificultad con la respiración, de vez
en cuando escuchaba una sibilancia como el sonido del aire corriendo a través de los
estrechos confines de una caverna. Le había pedido a Merrick y Sally que se
reunieran con ella. Sólo les había explicado que llevaría a Harry a la residencia del
duque por un tiempo.

La cara de Harry se había iluminado como la de un niño a la que le dan un


caramelo por primera vez. No era de sorprender que la cara de Merrick hubiera
tomado la apariencia de una nube de tormenta.

Ahora se paseaba frente a la chimenea.

— ¿Qué sabes de ese duque? Se aprovechó la noche que nos íbamos. Podría
estar haciendo lo mismo ahora. Tal vez tiene la intención de exhibir a Harry frente a
todos sus amigos aristocráticos. Le gustaría tener algo especial para mostrar a la
nobleza.

— Él no tiene ninguna intención de exhibir a Harry — insistió Rose. — Pero tiene


mejor posición que nosotros para suplir las necesidades de Harry. Tiene sirvientes, y
personal muy eficiente. Me atrevo a decir que contrataría a una enfermera si es
necesario. — Aunque él no lo había dicho, apostaría sus cinco mil libras a que lo haría
sin dudar. Trataba de dar la apariencia de no preocuparse, y sin embargo no había
hecho otra cosa que mostrar su bondad. Y ahora estaba extendiéndosela a Harry.

— Nosotros no lo hemos hecho tan mal durante todo este tiempo— insistió
Merrick, con las manos en sus caderas.
Se dio cuenta de que había herido su orgullo. No había considerado eso. Había
pensado que todos querrían lo que era mejor para él.

— Cuidaron de él maravillosamente, pero esta es una oportunidad para que


pueda experimentar un aspecto nuevo de la vida. El duque tiene una sala de billar.
Harry nunca ha podido jugar.

— Es una razón tonta para llevárselo.

— Pueden venir a visitarlo, todos los días, si quieren. — Luchó para no hacer una
mueca. A Avendale probablemente no iba a gustarle.

— Debe ser con el consentimiento de Harry— dijo Merrick.

— Sí, por supuesto. No vamos a sacarlo dando patadas y gritos de aquí. — Miró
a su hermano. — ¿Quieres venir con nosotros?

— ¿Lo amas?

¿Qué tenía eso que ver con nada?

— El me gusta mucho.

— Me gusta, también. — Se volvió ligeramente para poder observar a Merrick


con mayor claridad. — Lo siento, Merrick. Pero yo quiero ir.

— No hay necesidad de que te disculpes — se quejó Merrick. — Si yo fuera tú,


probablemente me querría ir también.

— Creo que es maravilloso— dijo Sally. Merrick la fulminó con la mirada, y Rose
supo que estaba pensando que era una traidora. — Piensa en todo lo que va a
experimentar. Desayunos deliciosos en lugar de mis huevos duros.

— Me gustan tus huevos pasados por agua — dijo Harry.


Sally sonrió.

— Eres un chico muy dulce. Pero, pasar el tiempo en presencia de un duque... es


un sueño para unos pocos elegidos, ya sabes.

— ¿Lo es para ti? — Espetó Merrick.

Ella frunció el ceño.

— No, por supuesto que no. — Pero cuando Merrick miró hacia otro lado, Sally
hizo un guiño y asintió a Rose.

Rose casi se rió, luego sus pensamientos se pusieron serios. Una vez había
juzgado a Avendale por su rango, dando poca importancia al hombre detrás del
título. Ahora casi no veía su rango. Sólo veía al hombre.
Capítulo 14

Harry se sentía como el cachorro que había tenido de niño. Una criatura
excitable, saltarina, que estaba moviendo continuamente la cola. Su padre se lo
había regalado antes de que se convirtiera en un monstruo ante sus ojos. Cuando se
convenció de que Harry no era hijo suyo, sino un engendro del diablo, había ahogado
al perro.

Rose había consolado a Harry. Le había prometido que nunca dejaría que
volvieran a hacerle daño. Pasaron muchos años antes de que pudiera cumplir esa
promesa. Harry a menudo deseaba poder hacer lo mismo por ella, cuidarla e impedir
que alguien le cause daño.

Estaba casi seguro que el duque iba a hacerlo por él. No es que pensara que el
duque era consciente de ello mientras el coche viajaba a través de las calles de
Londres. Pero Harry lo sabía. Era capaz de sentir esas cosas. Tal como sabía que
estaba por llover de nuevo.

El baúl que Merrick le había ayudado a empacar estaba en la parte superior del
carro. Rose viajaba sentada junto a él. Sospechaba que el duque hubiera preferido
que se sentara a su lado, pero ella estaba preocupada de que Harry tuviera miedo de
que alguien pudiera lastimarlo. No tenía miedo, al menos no por sí mismo, pero se
preocupaba por ella. Estaba al tanto de que a menudo había hecho cosas que no
debería, que podía ir a la cárcel si alguna vez la descubrían. Ella no lo sabía. Cuando
el habla se le atrofió, tuvo que comunicarse con simples palabras ya que la boca
deforme tenía dificultades para emitir sonidos y la gente a menudo pensaba que su
cerebro también estaba atrofiado. Pero era más perspicaz, más despierto de lo que
las personas creían.

Y también era consciente de que muy pronto iba a morir.

Cada día se sentía un poco más cansado. A veces apenas podía levantar la
cabeza a causa de los bultos que continuaban multiplicándose. Estaban creciendo
dentro de su pecho también; hacía un tiempo que lo había notado. El médico lo
había confirmado cuando había presionado sobre su estómago. Estaba seguro de
que los había sentido. No había dicho nada, pero sus ojos se habían llenado de
tristeza.

Harry había querido quedarse con Merrick, pero era más importante que Rose
estuviera al lado del duque. Harry sabía todo sobre duques y el poder que ejercían.
Podía proteger a Rose como Harry nunca podría.

Llevaba puesta su capa con capucha. Había mantenido la capucha puesta,


incluso después de instalarse en el carro. Era más fácil observar al duque de esa
manera sin que el hombre pudiera darse cuenta de que estaba siendo estudiado. La
mirada del duque rara vez se apartaba de Rose.

— Debes saber — comenzó el duque — que di instrucciones a mi mayordomo


para que escoja un asistente que esté a tu disposición en todo momento. En caso de
necesitar algo, sólo es necesario que lo pidas.

— Eso es muy amable — dijo Rose.

El duque frunció el ceño.

— Les pago, Rose. Así es cómo deben ganar su salario.

Al duque no le gustaba la gratitud. Harry encontró ese detalle más que


interesante.
— Puedes pasar tu tiempo en cualquiera de las habitaciones, con la frecuencia y
el tiempo que quieras — dijo el duque. — Excepto en mi dormitorio.

— Harry tiene dificultades para subir las escaleras — dijo Rose.

— Lo supuse, por esa razón he ordenado que una de las habitaciones de la


planta baja sea convertida en un dormitorio. Allí encontrarás todo lo que necesitas,
pero no tengas miedo de pedir cualquier otra cosa que sientas que te hace falta. No
quiero sonar vulgar, pero el dinero no es un problema para mí.

Junto a él, Rose se puso rígida. No le gustaba cuando la gente daba por sentado
su poder adquisitivo.

— Aprovecha, Harry. Puede que sea la única vez en nuestras vidas que el dinero
no sea un problema.

Pero todo tenía un precio, aunque Rose nunca le diría el costo de tanta
generosidad.

El carruaje se detuvo en la calle sobre un camino empedrado. Ante ellos se


extendía Buckland Palace. Harry se quedó boquiabierto porque Rose tenía razón.

Era un palacio, y durante un tiempo, él viviría allí.

Rose se agarró al brazo de Harry mientras él utilizaba su bastón para trasladarse


desde el carro a la residencia. Avendale estaba cerca, observándola cuidadosamente
como si temiera que su hermano pudiera caer sobre ella. Pero cuando atravesaron la
puerta y entraron al vestíbulo, sintió la emoción de Harry mientras observaba el
techo alto, la escalera, las pinturas, el glamour de todo lo que lo rodeaba.

Dos hombres avanzaban presurosamente por un pasillo cargando el baúl de


Harry. Si habían vislumbrado la figura debajo de la capucha, no dieron ninguna
indicación. Pero la mañana recién empezaba y la niebla dificultaba el paso de la luz
del sol. Tal vez no se habían detenido a observarlo.

Thatcher dio un paso adelante; un joven lacayo a quien nunca había visto, de pie
en posición de firmes ligeramente por detrás de él. Sospechaba que Avendale tenía
un buen número de servidores que no había alcanzado a ver en su estancia en la
mansión.

— Su Gracia, todo se ha preparado como solicitó — dijo Thatcher, antes de


dirigirse a Rose. — Bienvenida de nuevo, señorita.— Movió ligeramente su mirada.—
Bienvenido a Buckland Palace, señor Longmore.

Harry se quitó la capucha.

— Estoy contento de estar aquí.

Ni Thatcher ni el joven lacayo mostraron una reacción anormal. No hubo jadeos,


ni ensanchamiento de los ojos, tampoco dieron un paso atrás. Ambos mantuvieron
absoluta compostura.

Girando ligeramente, Thatcher dijo.

— Este es Gerald. Él asistirá sus necesidades mientras esté en la residencia.

— Gracias.

Rose estaba sorprendida de que no hubiera sentido ninguna incomodidad. Se


preguntó precisamente “qué” habría dicho Avendale a su personal. Dudaba que se lo
dijera si le preguntara.

— Harry, ¿te gustaría un recorrido por el lugar antes de sentarnos a desayunar?


— Preguntó Avendale.
Harry asintió levemente, y Rose luchó para no ponerse nerviosa. Todo iba
maravillosamente bien, pero estaba alerta a los problemas que descansaban justo
debajo de la superficie.

— ¿Me permite tomar su capa, señor Longmore? — Preguntó Gerald, dando un


paso adelante, con la mano extendida.

Cambiando su bastón a su mano mala, Harry logró aflojar el botón de su capa


con la mano buena. Rose quería ayudarlo, pero respetó su orgullo, y esperó
pacientemente mientras se lo quitaba torpemente y se lo tendía al lacayo.

Gerald la tomó, la colgó de su brazo y dijo:

— Mientras hace el recorrido, me ocuparé de ordenar sus cosas de inmediato si


usted no tiene ninguna objeción.

— Gracias.

Gerald intercambió un movimiento de cabeza con Avendale antes de dirigirse al


pasillo que conducía al ala donde residiría Harry.

— Voy a asegurarme de que todo está preparado para el desayuno — anunció


Thatcher, antes de marcharse.

— Vamos a empezar tratando de familiarizarte con el lugar, ¿de acuerdo? —


Preguntó Avendale. — Aunque sugiero que te mantengas cerca de Gerald si decides
inspeccionar por tu cuenta. Es muy fácil perderse en el laberinto de pasillos.

Abrió el camino con un modo de andar pausado que no dejó a Harry atrás.
Explicándole las cosas a su paso, tal como lo había hecho con ella. Mientras Harry se
acercaba a su costado, Rose fue muy consciente de su asombro y maravilla. Deseaba
poder llevarlo a hacer un viaje alrededor del mundo.
Luego entraron en la biblioteca de Avendale. Harry se quedó sin aliento. Rose se
dio cuenta de que a través de las páginas de todos esos libros Harry podría viajar a
los lugares más remotos de la tierra. Con cautela se acercó a los estantes, colocando
su mano buena en el lomo de cuero de varios libros.

— Míralos, Rose.

— Ellos son tuyos para leer mientras estás aquí — le aseguró ella.

— Tienes que dejar que Gerald coja los que están demasiado altos para tu
alcance— dijo Avendale.

— Nunca conseguir a través de todos ellos.

— Encontrarás una biblioteca más pequeña en el ala de tu residencia — dijo


Avendale — pero me temo que la mayoría de los libros que hay allí son historias de
amor y puede que no sean de tu agrado.

Volviéndose un poco, Harry le otorgó su interpretación de una sonrisa.

— Disfruto mucho de las historias románticas. Nunca tienen un final triste.

— Mi madre prefiere el mismo tipo de historias. Encontrarás muchas de ese


género.

Rose no había esperado que se desarrollara semejante camaradería entre


Avendale y Harry. Todas sus dudas acerca de llevarlo allí se fueron suavizando a
medida que asumía que Avendale realmente estaba dándole la bienvenida en su
casa.

Cuando llegaron a la sala de desayuno, los ojos de Harry se abrieron al ver el


surtido de comida exhibida a lo largo del aparador.

— Es una gran ostentación, ¿no es así Harry? — preguntó Rose.


Él negó con la cabeza, y miró a Avendale.

— Nunca podría comer todo eso.

— No tienes que hacerlo — dijo Avendale. — Lo que queda es distribuido entre


los necesitados.

Rose se quedó mirándolo. Él levantó una ceja y la increpó:

— ¿Acaso creías que se desechaban las sobran?

— ¿Por qué debería haber pensado cualquier otra cosa? Vives con tanta
opulencia.

— Un buen número de personas se ganan la vida gracias a mis excesos — dijo.

Nunca había considerado eso. Había tantas cosas acerca de él que nunca había
considerado. Creía que su relación no era más que superficial porque se había
negado a facilitarle los detalles de su vida, pero tal vez se debía a que no había
estado tan atenta como pensaba.

Sosteniendo un plato, Gerald dio un paso adelante, y Rose se preguntó cuándo


habría llegado.

— ¿Qué le apetece, señor? — Preguntó a Harry.

— Todo.

— Como usted desee. — Se abrió camino a lo largo del aparador, colocando una
variedad de comida en el plato, mientras que Harry lo seguía.

Avendale se le acercó.

— Parece que lo está disfrutando. Espero que se siente a gusto en su estancia


aquí.
Asintiendo con la cabeza, ella le tocó el brazo.

— Nunca podré pagarte todo esto.— Sin importar cuánto tiempo se quedara con
él.

— No te preocupes por eso ahora.

No le dijo que en lo que a Harry se refería siempre estaría preocupada. Cuando


todos estuvieron acomodados en la mesa, vio como Harry tomaba su primer bocado
de huevos revueltos. Con un suspiro, cerró los ojos y pensó que iba a disfrutar más
aún con la cena.

Gerald colocó discretamente pequeños pedazos de jamón en el plato de Harry,


le preparó el té, y rápidamente repuso su vaso de agua. Rose pensaba que Avendale
debería estar pagándole muy bien al hombre. Miró al otro lado de la mesa. El duque
estaba concentrado en empujar la comida con el tenedor. Los rasgos de Harry a
menudo terminaban con el apetito de los otros. Incluso Merrick, Sally, y Joseph rara
vez se reunían con él para compartir las comidas. Avendale no parecía estar molesto
en lo más mínimo.

Su pecho se apretó. Tendría que pagar por la mantención de sus servidores


también. Era un hombre de riqueza, pero no era tacaño. Había abierto su casa y sus
libros a Harry, contribuyendo al crecimiento intelectual de su hermano. Tal vez
incluso se prestara a jugar una partida de ajedrez o a charlar con él.

No era un hombre que la juzgara ligeramente. Incluso sabiendo que sobrevivían


estafando a los demás, nunca la había hecho sentir como la criminal que reconocía
ser. Hasta le podría perdonar por la noche deliberada de libertinaje que había dado
lugar a la escapada de Harry debido a su tardanza. Nunca le había hablado sobre su
hermano, no porque se avergonzara de Harry, sino porque había juzgado que el
duque era un hombre sin compasión. Se preguntó qué otra cosa podría haber
juzgado mal.

Cuando Harry anunció que estaba a punto de reventar sus botones, lo llevaron al
ala de invitados, y una vez más fue como un niño rodeado de maravillas. Entraron a
la habitación y allí, descansando sobre la mesa, estaban las páginas de su
manuscrito.

Se acercó lentamente, como si dentro de esas paredes no se reconociera. Con la


cabeza inclinada, apretó la mano sana sobre la pila de papeles bien ordenados.

— Podrás trabajar en tu historia aquí— le dijo Rose. —Tal vez podrías


terminarla.

Asintiendo, levantó la cabeza, y clavó su mirada en Avendale.

— ¿Le gustaría leerlo?

Rose dio un paso adelante.

— ¿La has terminado? Qué maravilloso.

Sacudió la cabeza.

— No, pero me pareció que el duque podría encontrarlo... interesante. Pero no


puedo dejar que tú lo leas. No hasta que esté terminado.

Con un resoplido, Rose plantó las manos en las caderas.

— ¿Apenas lo conoces y vas a dejar que lo lea? ¿Y yo no? ¿La hermana que más
te quiere en la vida?

La mirada de Harry nunca dejó a Avendale.

— Creo que debería leerlo.


— Voy a estar más que encantado de hacerlo.

Harry empujó las hojas hacia el borde de la mesa. Avendale las recogió.

— Gracias por confiar en mí.

— No deje que ella lo lea.

— Sinceramente — dijo Rose, indignada — si no quieres que lo lea, no lo haré.

— Está mintiendo — dijo Harry.

Avendale rió en voz baja.

— Tú la conoces mejor que yo.

— Me siento insultada. Harry, nunca he mentido.

Él giró la cabeza buscando su mirada azul intenso, y se dio cuenta de que no


había hecho tan buen trabajo ocultándole la realidad como pretendía. Él sabía que
ella era una estafadora, y que no siempre había sido honesta.

— Siéntete como en tu casa — dijo Avendale. — Voy a ocuparme de que tu


hermana se acueste un rato. No durmió bien anoche.

¿Cómo sabía eso? ¿Era consciente de que estaba tan agotada que pensaba que
podría caer desmayada en cualquier momento? Las preocupaciones habían hecho
mella.

Abrazó a Harry, le dijo que enviara a Gerald por ella si era necesario, y dejó la
habitación con Avendale a su lado. Con la orden de llevar el manuscrito a su
biblioteca, le entregó las páginas a un lacayo que pasaban por el pasillo. Luego, con
su mano en la parte baja de la espalda, la llevó al dormitorio.
Rose había esperado que desgarrara sus ropas, para tomarla antes de que
incluso hubiera llegado a la cama. En su lugar, se limitó a decir:

— Enviaré a Edith para que te ayude con la ropa. Descansa un poco.

Se sentó en el borde de la cama.

— ¿Cómo sabes que no dormí anoche?

— Debido a que estaba sosteniéndote y fui muy consciente de lo tensa que te


sentía. Nunca relajaste ni un músculo.

— Pensé que venir aquí podría ser un desastre.

Cruzó hacia ella y le acarició la mejilla.

— ¿A pesar de que te dije que no lo sería?

— He estado a cargo de Harry durante tanto tiempo. Me resulta difícil entregar


las riendas en lo que a mi hermano se refiere.

— No las has entregado. Sólo tienes a alguien más para ayudarte a sostenerlas.

Acercándose pasó los dedos a lo largo de su mandíbula áspera por el crecimiento


de la barba.

— Cada vez que pienso que te conozco, descubro que no es así. ¿Por qué no te
recuestas conmigo ahora?

— Porque tengo algunos asuntos a los que debo atender. Aunque puede parecer
que vivo una vida de ocio, sólo se me permite vivir de esa manera porque atiendo
mis intereses cuando debo hacerlo.

— ¿Vas a salir entonces?


— No, voy a estar en la biblioteca, estudiando los informes, tomando decisiones.
Es aburrido y tedioso, pero hay que hacerlo. Cuando termine me reuniré contigo
aquí.

— Sé que te lo he dicho antes, pero no puedo creer lo amable que estás siendo
con Harry.

— Lo dices como si estuvieras a punto de recomendarme para la santificación.


Estoy lejos de ser un santo. Simplemente estoy cumpliendo con mi parte del
acuerdo.

Él rozó sus labios sobre los de ella, antes de salir de la habitación. Su corazón se
mantendría a salvo si le creyera.

El problema era que no lo hacía.

Pero incluso si le profesaba amor eterno, ¿qué podría resultar de eso? Él era un
duque. Ella una criminal, con un pasado sombrío que algún día podría salir a la luz.
Hasta entonces, podría servirle de amante durante todo el tiempo que pudiera, o
hasta que tomara una mujer que la reemplazara. Sus transgresiones eran muchas,
pero tener un hombre casado en su cama no iba a ser una de ellas.
Capítulo 15

Siempre supe el dolor que le estaba causando, aun sin ver tristeza ni lágrimas en
sus ojos. A veces me imaginaba que podía escuchar su corazón rompiéndose en
pequeños fragmentos.

Por ella, luché duramente para soportar con orgullo que las personas se
reunieran a mí alrededor, señalándome sorprendidas y boquiabiertas. Una vez una
mujer vomitó su desayuno sobre mis pies al verme. Después de eso, mi padre decidió
que lo mejor sería esparcir heno a mí alrededor, como si fuera un animal sin control
sobre mis funciones corporales. Cuando en realidad eran los curiosos quienes
necesitaban de su servicio.

Nunca hablé, nunca dejé entrever que estaba mortificado por la forma de exhibir
mi rareza, mostrándome casi desnudo. Debido a la dificultad que tenía para articular
palabras, mi padre pensó que me había vuelto mudo. Pero Rose sabía la verdad. En
las horas más oscuras de la noche, se arrastraba en silencio por el suelo y se
arrodillaba junto a mi cama.

—Un día, nos iremos muy lejos — me prometió con tanta seriedad que hasta los
cantos rodados sobre los que me hallaba acostado habían llorado. — Tan pronto
como resuelva cómo podemos sobrevivir fuera de aquí.

Luego me contaba historias de un lugar hermoso con gente hermosa, donde era
amado, y me quedaba dormido con la sensación de que no era tan feo.

— ¿Su gracia?
Avendale levantó la cabeza de las palabras que había estado leyendo,
sorprendido al descubrir que había pasado casi una hora. Simplemente había querido
leer una página, pero había leído docenas. Era desconcertante haber estado tan
absorbido por la historia que no había oído que su mayordomo entraba en la
biblioteca.

— ¿Sí, Thatcher?

— Excelencia, el señor Watkins está aquí.

— Bien. Hazlo pasar. — Avendale se levantó, se acercó a una mesa auxiliar y


sirvió un chorrito de whisky en dos vasos. Se volvió hacia la puerta mientras entraba
un hombre de altura y anchura media, con ropa impecable.

— Watkins. — Avendale extendió un vaso hacia él.

El hombre se detuvo.

— Todavía no es mediodía, Su Gracia.

— Confía en mí, Watkins, lo vas a necesitar.

Su sastre tomó el vaso y bebió con cautela, mientras Avendale apoyaba sus
caderas contra el borde de la mesa. Tomó su propio whisky y suspiró.

— Un caballero se está hospedando en mi casa. El Señor Harry Longmore.


Necesita ropa. Algo simple para moverse durante el día, y un traje de tarde.

— Mi especialidad, excelencia.

— Es por eso que te he mandado llamar. Necesito un hombre de tus habilidades,


pero me temo que la tarea va a ser todo un reto. Para decirlo sin rodeos el hombre
es horriblemente deforme.
Watkins terminó su bebida y se humedeció los labios.

— Ya veo.

— Dudo que puedas ajustarlo a la perfección, pero una gran proximidad sería
bien recompensada. Y la prisa por partida doble. Necesitamos los elementos dentro
de la semana.

— Voy a hacer mi mejor esfuerzo. Puedo empezar de inmediato si lo desea.

— Excelente. Te lo voy a presentar.

Harry estaba ocupado tomando notas en su escritorio cuando el duque entró


con un hombre que tenía una gruesa melena blanca, patillas espesas y un bigote que
ocultaba gran parte de su boca. Por un momento, Harry sintió una chispa de
desesperación. ¿Acaso el duque lo había llevado allí para mostrarlo como una
curiosidad a sus amigos como había pensado Merrick? Si lo hubiera hecho, Rose no
debería estar al tanto; estaba seguro de ello. Se pondría furiosa cuando descubriera
la traición. Se llevaría a Harry, y tendría que dejar todos esos libros maravillosos, sin
leer.

Pero los ojos del hombre ni siquiera se abrieron por el asombro cuando posó su
mirada sobre Harry.

— Harry — comenzó el duque — te presento a Watkins, mi sastre. Es uno de los


más idóneos que Londres tiene para ofrecer. Me gustaría que le permitieras tomar
tus medidas para confeccionarte ropa nueva.

La cara de Harry se puso roja de vergüenza porque había saltado a la conclusión


equivocada respecto a las intenciones del duque. Él era diferente de los que lo
miraban juzgando lo que era. Debería haber sabido que el duque sólo trataba de
hacer que se sintiera más cómodo en ese entorno. Sabía que no estaba cómodo con
la ropa que le colgaba como un saco de patatas, por encima de su cuerpo disímil.
Sally era una buena costurera, pero no una de las más idóneas de Londres. Asintió
con entusiasmo ante la perspectiva de lucir ropa adecuada.

— Esplendido — dijo el duque. Levantó un dedo. — Pero debemos mantener


esto en secreto, sólo entre nosotros los caballeros. Tengo una sorpresa planeada
para tu hermana, y yo no quiero que sepa nada por el momento.

A Harry le gustaba dar sorpresas a Rose. Cuando era un niño iba a recoger flores
y piedras bonitas para ella. Pero no había sido capaz de darle nada desde que había
empezado a pasar tanto tiempo en el interior de la casa. Su manuscrito era para ella,
sería un regalo personal cuando llegara el momento. Estaba llenando las páginas con
todo el amor que le tenía para que la acompañara cuando se hubiera ido.

Sin embargo, estaba bastante seguro de que sería una sorpresa que le gustaría
porque los ojos del duque estaban brillantes de una cierta malicia mezclada con
anticipación. Él tenía ganas de sorprender a Rose. Harry se llevó un dedo a los labios.

— Shh.

— Exacto. Los dejo solos entonces.

A medida que el duque salía de la habitación, Harry se preguntó si Avendale se


habría dado cuenta de lo mucho que le gustaba Rose.

***

Después de un sueño maravilloso, Rose quería pasear tranquilamente por los


jardines con Harry, pero sólo llegaron hasta la fuente donde una pareja desnuda
tallada en piedra se abrazaba de tal manera que dejaba muy poco librado a la
imaginación.

— En realidad es muy escandalosa — se sintió obligada a señalar. — Los


detalles…—las tensas nalgas del hombre; los firmes y erguidos pechos de la mujer—
están diseñados para impactar a aquellos con sensibilidades adecuadas.

— Creo que es hermoso.

— Estoy de acuerdo — resonó una voz detrás de ella, y estuvo a punto de dar un
salto dentro de la fuente.

Avendale se ubicó al otro lado de Rose, y tuvo que luchar para no pegarse contra
su costado. Su resistencia en lo que a él se refería era inexistente. No sabía si podía
contentarse con ser su amante durante el resto de su vida. Teniendo en cuenta su
pasado, el matrimonio no era factible.

— No hay más belleza, verdad y honestidad que en la desnudez— dijo Avendale.


— Creo que es un delito que la sociedad esté tan molesta como para que deba ir por
la vida cubierta por la ropa.— Con una sonrisa, sacudió su falda, como para
demostrar lo que implicaba la ropa, en caso de que no hubiera sido consciente de
ello.

— ¿Las partes íntimas no pierden su atractivo si siempre están visibles? —


Preguntó ella, aún sabiendo que nunca se cansaría de verlo sin ropa. — Tal vez
empezaríamos a dar la belleza por sentada.

— Sigo encontrando a esta pareja muy excitante y ha estado aquí por años.

— Pero entonces estás en un problema. Estoy seguro de que tu futura esposa los
hará quitar de inmediato.
— No hay duda, por eso debo disfrutar de ellos mientras pueda. ¿Qué opinas,
Harry? ¿Debería haber elegido una fuente con peces retozando en el agua?

— No va a estar de acuerdo contigo — reprendió.

— ¿Por qué? Él tiene una opinión propia, ¿verdad? Me gustaría escucharlo.

Harry sonrió, su cara se puso roja, y no trató de encontrarse con la mirada de


Rose.

— Me gusta mucho así como está.

— A todos los hombres le gusta. Creo que a las mujeres también, pero han sido
educadas para negarlo. A ti te gusta, ¿no es así, Rose?

Ella no podía creer que estuviera parada allí discutiendo sobre estatuas
desnudas delante de su joven hermano.

— Voy a admitir que es provocativo, pero decadente.

— ¿Sabes Harry que he organizado reuniones en las que las mujeres han bailado
desnudas dentro de esa fuente?

La mandíbula de Harry se entreabrió ligeramente, un poco menos que la de


Rose.

— Sospechaba que eras un libertino — dijo.

— Nunca lo he negado. — Le tocó la mejilla. — ¿Quieres que haga quitar la


fuente? Lo haré de inmediato si te hace sentir incómoda.

Sólo le hacía sentir incómoda estar parada allí discutiendo delante de su


hermano. De lo contrario, hubiera pensado que era la obra de arte más bella que
había visto en su vida.
— Me gusta mucho, pero más me gustan las rosas. Vamos a explorar las flores
Harry.

— Sí, antes de que llueva.

— ¿Va a llover de nuevo, entonces?

— Sí.

—Espera un momento— dijo Avendale, sus ojos marrones oscuros se


estrecharon. — ¿Es la razón por la que sabías que iba a llover la otra noche?

Ella no pudo evitar sentirse un poco presumida.

— Él tiene una extraña habilidad para predecir el tiempo.

Se rió.

— Entonces, voy a dejar que disfruten de los jardines mientras puedan.

Se alejó, aunque prefería seguir con ellos. Le estaba dando un poco de tiempo a
solas con Harry. Era una tontería extrañarla a cada segundo. Necesitaba apuntalar su
corazón, de lo contrario podría salir lacerado.

Ella deslizó su mano dentro del hueco del brazo de Harry.

— ¿Vamos a explorar?

Usando el bastón de apoyo, él arrastró los pies lentamente, admirando cada flor.
Ella pensó que todas las especies imaginables debían estar en esos jardines. Harry se
detuvo a sentir la suavidad de los pétalos, a inhalar los aromas, admirar los colores.
Las otras residencias de la zona estaban lo suficientemente lejos como para que
nadie fuera capaz de verlo con claridad. Y si lo hicieran, sospechaba que Avendale
manejaría el asunto de manera admirable.
Harry estaba examinando una rosa rosa cuando le preguntó en voz baja:

— ¿Quieres bailar en la fuente para él?

— ¿Qué? ¡No! En verdad no.

Él le dio una mirada sagaz, aunque su hermano nunca había sido sagaz en su
vida.

Siempre lo había considerado ingenuo, había asumido que no sabía lo que


pasaba entre un hombre y una mujer, pero por supuesto que lo sabía. Después de
todo, era un hombre. La entristecía pensar que nunca experimentaría la cercanía de
una mujer o la clase de amor que podía existir entre dos personas que no estaban
relacionadas por la sangre. ¿Por qué lo compadecía? Ella tampoco iba a
experimentar ese tipo de amor.

—Avendale y yo tenemos un acuerdo. — dijo bastante segura de que sus


mejillas se habían puesto del mismo tono que la rosa.

— ¿Qué clase de acuerdo?

— Que sólo estaremos juntos por un tiempo.

— Por mí.

Sí.

— No. Disfrutamos de la compañía del otro, pero ninguno de nosotros quiere


algo permanente.

— Está haciendo mucho por nosotros, Rose.

— Sí, bueno, sin duda es algo que se puede permitir hacer.

— No creo que sea por eso.


No quería tener en cuenta que si su hermano tenía razón, que tal vez significara
algo para Avendale.

— No debemos analizar seriamente el por qué de nuestra estadía aquí.


Simplemente debemos disfrutarla.

***

Cuando llegaba el invierno, nos gustaba vivir en la granja. Rose era más feliz
entonces. Creo que parte de esa felicidad era porque con el frío pocos eran los que
venían a verme, pero más por la posibilidad de ver a Phillip. Su familia tenía una
granja próxima a la nuestra y a menudo venía a visitar a Rose.

Una noche, yo estaba buscándola, y oí voces detrás de un cobertizo.

— Me iré a Manchester para trabajar en una fábrica. Quiero que te cases


conmigo. Que me acompañes. Será una buena vida, Rose— dijo Phillip.

La oí dar un gritito de felicidad, la imaginaba abrazándolo por el cuello como la


había visto hacer antes. Tal vez incluso lo estaba besando.

— ¡Sí! ¡Sí! Te amo, Phillip. Creo que Harry amará Manchester.

— ¿Por qué te importa su opinión?

— Debido a que viene con nosotros.

— No.

— Phillip, no puedo dejarlo.

— Él no es tu hijo, no es tu responsabilidad.
— Él es mi hermano. Mi padre lo trata horriblemente. Cada vez peor. Le prometí
que lo llevaría conmigo cuando me fuera.

— Él no viene con nosotros. Se me revuelve el estómago. No puedo comer


durante un día después de mirarlo.

— Pensé que me amabas.

— Te amo, a ti, pero no a él.

Rose no se fue. A menudo pienso en la vida que podría haber tenido si se hubiera
ido. Hubiera sido mucho más fácil. A veces me siento culpable de ser una carga, pero
soy lo suficientemente egoísta como para estar contento de que no me haya
abandonado. Si nuestros papeles se hubieran invertido, no sé si hubiera tenido la
fuerza para quedarme.

Un poco más de seis meses después nos fuimos juntos.

— ¿Su gracia?

Cuando captó la voz de su mayordomo, le tomó un momento deshacerse de las


imágenes que las palabras habían puesto en su mente. No era de extrañar que Rose
no le hubiera hablado de su hermano. A él le gustaría encontrar a Phillip y golpear
con su puño en el rostro del hombre por el dolor que le había causado, y el dolor que
había causado sin duda a Harry por sus palabras poco amables.

— ¿Qué pasa, Thatcher? — ¿Tendría que cerrar la puerta sólo para poder leer en
paz?

— Un pequeño hombrecito que insiste en que se le permita ver al señor


Longmore se encuentra en el vestíbulo. Bastante formidable para un caballero de su
tamaño. Como usted dio instrucciones al personal de proteger al señor Longmore de
cualquiera que podría hacerle mal, no estaba muy seguro de qué hacer con alguien
como él que no parece entrar en esa categoría, y sin embargo tampoco es del tipo
agradable.

Con un suspiro, Avendale empujó su silla hacia atrás y se levantó. Descartar su


cochero la noche anterior había significado depender del coche de Rose para el
transporte y por lo tanto el gigante sabía su dirección. Así que ahora Merrick había
sabido dónde encontrarlo.

— Me ocuparé personalmente del asunto.

Thatcher había olvidado mencionar que una mujer también estaba en el


vestíbulo. Sin duda, la novia más pequeña del mundo y su novio. Ella era sólo un
poco más baja que el hombre que estaba echando humo a su lado, su pelo negro,
ojos de color marrón, con una expresión esperanzada que era todo lo contrario de la
de su beligerante marido.

— Exijo ver a Harry.— Merrick despedía espuma por la boca. Su esposa


simplemente bajó los ojos. A Avendale inmediatamente le gustó muchísimo la mujer.

— Dentro de mi residencia no está en condiciones de exigir nada. Asumo que el


gigante que te trajo todavía está aquí.

Merrick parecía que estaba a punto de tener un ataque de apoplejía.

— Sí— dijo la mujer. —Joseph nos trajo.— Dió un pequeño paso hacia adelante.
— Usted debe entender que hemos cuidado de Harry durante tanto tiempo que sólo
queremos ver que esté feliz en su nuevo entorno.

Incluso sin su explicación, había planeado que su siguiente frase fuera:

— ¿Les gustaría unirse a nosotros para la cena?


***

Las sillas habían sido suplementadas por libros para que la pareja más pequeña
se elevara lo suficiente como para llegar a la mesa con comodidad. Se sentaron
juntos en un lateral, Harry y el gigante en el otro. Avendale había tomado su lugar a
la cabeza de la mesa, mientras que Rose se sentaba frente a él. Ella parecía bastante
divertida por sus invitados a la cena, o quizás era él quien la divertía. Debido a que
había sido complaciente, porque no había despedido de una patada al pequeño
hombre.

Por otra parte, se encontró con un entorno bastante entretenido. Si Rose no


quería revelar su pasado, estaba bastante seguro de que podría reunir información
de ellos. Ese había sido su plan original, y sin embargo, no pudo decidirse a invadir la
privacidad a la que se aferraba tan tenazmente. Tal vez ni siquiera debería estar
leyendo los escritos de su hermano.

— Desearía poder cocinar así — dijo Sally mientras disfrutaba de la perdiz asada.

Avendale dio un sorbo de su vino. Él estaba más abocado a la bebida que a la


comida. — Estoy seguro de que mi cocinero estará encantado de compartir sus
recetas.

— Eso sería encantador.

Tocó la copa.

— Asumo que su vida de antes fue muy difícil.


— No ha sido tan mala — dijo Sally, aparentemente más conversadora que el
resto. — Merrick y yo sólo debíamos estar de pie mientras que las personas nos
observaban. Mucho más difícil fue para el pobre Harry, al ser tan diferente.

Tan diferente. Esa era una forma gentil de describirlo.

Estudió a Rose, sus mejillas estaban sonrosadas y sus ojos brillantes. Se había
sorprendido al enterarse que había invitado a sus amigos para la cena, pero también
le había dado las gracias. No quería su agradecimiento. Quería saber todo acerca de
su vida. Sospechaba que iba a descubrir mucho más de lo que quería saber dentro de
las páginas que Harry había escrito, pero quería que fuera Rose quien le contara más
de sí misma. Lo que no era justo, ya que él no pensaba revelar nada sobre su pasado.

— ¿Alguna vez quiso exhibirte a ti? — Las palabras salieron antes de que pudiera
detenerlas. Pensó que podría destruir algo si su respuesta era sí.

Con delicadeza, se secó los labios con la servilleta antes de colocarla en su


regazo.

— No exactamente. Mi padre embotellaba un elixir que afirmaba que impediría


cualquier tipo de deformidades si una mujer lo bebía antes de que naciera su bebé.
Decía que lo había descubierto después de que Harry había nacido y que su esposa lo
había tomado antes de concebirme. Entonces me subía al escenario y me hacía girar
para que me contemplaran. No importaba que Harry hubiera nacido cuatro años
después de mí. Debido a su condición era difícil juzgar su edad. Así que cobraba dos
peniques para ver a Harry, y un chelín por el elixir mágico.

— ¿Y de que estaba compuesto, precisamente, el elixir mágico?

— De agua de río con un chorrito de ginebra.

— ¿De un río en particular?


Ella sacudió su cabeza.

— Cualquiera que encontraba en el camino.

— Muy charlatán, tu padre.

— Él pensó que Dios se lo debía, y estaba en su derecho de hacer lo que pudiera


para hacer de su vida algo mejor. No importaba a quien perjudicaba en el intento.

Al igual que su padre, ella había elegido el camino de estafar a los demás, sin
embargo, le costaba pensar en ella como una estafadora. No era el egoísmo quien la
motivaba a delinquir. No podía decir lo mismo. Desde el momento en que la había
conocido sólo se había centrado en su necesidad de poseerla.

— ¿Invitó a otras personas a unirse a ustedes?

— No, eso requería demasiado trabajo. Lidiar con los animales. Hubiéramos sido
como un pequeño circo itinerante de rarezas. Un elefante, un camello….

— Una jirafa — soltó el gigante, y Avendale se le quedó mirando. Parecía como si


su voz hubiera salido de las profundidades de sus suelas. Era la primera vez que
Avendale le había oído hablar. Había empezado a pensar que era mudo.

— A Joseph le gustan las jirafas — dijo Rose, sacudiendo la cabeza. — El mundo


está lleno de rarezas. Me atrevería a decir que todos somos peculiares de una
manera u otra.

Ella podría estar en lo cierto, aunque no encontraba nada peculiar en ella. Al


contrario la encontraba bastante notable.

Después de la cena, prescindió de la costumbre de que los señores se retiraran a


beber oporto, e invitó a las mujeres a unirse a ellos en su biblioteca. Estaban
sentados junto al fuego, disfrutando de un poco de bebida, cuando se dio cuenta del
golpeteo de la lluvia contra la ventana. Se encontró con la mirada de Rose. Ella
esbozó una suave sonrisa, un momento de complicidad compartido mientras los
demás hablaban y se reían.

Él nunca había sido de los que se preocupaban por la tranquilidad doméstica o


las noches tranquilas y en paz. Siempre había sido proclive a la diversión procaz y
decadente. Nunca había querido examinar los aspectos de su vida que había
abandonado.

Era extraño verse ahora, experimentando un destello de alegría, rodeado de ese


surtido inusual de personas.

“Creo que he visto a Tinsdale acechando por las calles.”

De pie en el balcón de la alcoba, con la fragancia de la lluvia flotando en la brisa


ligera, con los dedos aferrados a la barandilla de hierro, Rose repitió las palabras que
Merrick le había susurrado en la despedida, dejando que repicaran una y otra vez en
su mente, sorprendida de que después de más de una docena de repeticiones,
todavía tuvieran el poder de causarle ese frío interior y anudarle los intestinos.

El individuo que ahora vendía sus habilidades de investigación a aquellos que


estuvieran dispuestos a pagar por ellos, había estado tras su pista desde hacía varios
años, exactamente desde que había engañado a un abogado en Manchester, más o
menos de la misma manera que había engañado a Beckwith. No ayudaba en nada
que en el norte se hubieran emitido dos órdenes de detención en su contra. Por no
hablar de la promesa de una pequeña recompensa ofrecida por una viuda
acaudalada a la que había esquilmado después de que le hubiera provisto de una
residencia por tres meses. La primera vez que se desempeñó como estafadora, había
sido demasiado joven e ingenua como para darse cuenta de que sus esfuerzos
debían ser dirigidos a los hombres que tenían demasiado orgullo como para hacer
público el hecho de que habían sido engañados.
Con el pasar de los años, eludir a Tinsdale se había convertido en algo tan difícil
como estafar.

No creía que fuera tan astuto como para buscarla dentro de la nobleza. No era lo
suficientemente audaz como para prever esa táctica. Él la buscaría entre los
inversores, los comerciantes, y los ricos empresarios ferroviarios sin título nobiliario.
Brevemente se preguntó si no debería adoptar medidas para que los demás se
trasladaran a otra parte. No eran culpables de nada y Tinsdale no se arriesgaría
intencionadamente alertando su presencia acercándose a ellos. Joseph no hubiera
viajado hasta allí sin asegurarse de que no lo siguieran.

Aún así, si no fuera por Harry, empezaría a hacer planes para su partida. Si no
fuera por su trato con Avendale…

Cerró los ojos. En verdad era por sí misma no por Avendale que se mostraba
reacia a marchar. La negociación tenía poco que ver con su deseo de quedarse. Era el
hombre que despertaba algo profundo dentro de ella, el hombre que sin ni siquiera
ser consciente de ello le había hecho notar el vacío en la vida que había llevado.
Siempre mirando detrás de ella, esperando a que en cualquier momento la
despidiera de su lado, a no aspirar a ser más que su amante, relegada a las sombras.

— No esperaba encontrarte aquí — dijo en voz baja Avendale.

Echando un vistazo por encima del hombro, esbozó una suave sonrisa. La había
invitado a unirse a él para beber coñac después de decir buenas noches a Harry, pero
necesitaba unos minutos de soledad para deshacerse del impacto de las
preocupantes noticias de Merrick. Por eso había fingido un fuerte dolor de cabeza y
la necesidad de retirarse. La sospecha había brillado en los ojos oscuros de Avendale.
¿Por qué era tan inepta para mentirle a él?
— Pensé que querías evitar mi dormitorio estando tu hermano en la residencia
— continuó. — Yo estaba preparado para escaparnos a otro lado.

Escapar cuando llegara el momento implicaría una magistral planificación. Había


roto mil promesas en su vida, pero romper el pacto que había hecho con él le
causaría el más profundo pesar. Pero si Tinsdale la descubría, no tendría otra opción.

— Tu residencia es lo suficientemente grande como para que aun estando Harry


en la otra ala, no seamos escuchados — dijo ahora.

Dando un paso adelante, cerró los brazos alrededor de su cintura y posó su


cálida boca contra su nuca, humedeciendo la piel y marcándola como si la hubiera
chamuscado con un hierro ardiente.

— ¿Está desafiándome a que no puedo hacerte gritar una y otra vez?

El calor de la vergüenza le inundó la cara.

— Absolutamente no. Si me dieras más placer, puede que acabara con mi vida
en el acto.

— ¿Qué hay de tu dolor de cabeza?

— Se ha ido. Prepararme para la cama parece haberlo aliviado. — Mientras la


estuviera ayudando a cuidar de Harry, ella le daría a Avendale todo lo que le pidiera,
incluso lo que no le pedía.

— Ese horrible camisón es muy poco favorecedor — dijo.

— Pero es familiar y reconfortante, como un viejo amigo.

Se movió hasta ponerse a su lado y la miró con tal intensidad que se imaginó que
la había fulminado.
— Hablando de viejos amigos, ¿qué dijo Merrick cuando te hizo a un lado antes
de irse?

Se había dado cuenta del intercambio rápido de palabras, ¿verdad? Se daba


cuenta de todo. Esa era una de las cosas que amaba de él: que no iba por la vida
ignorando los pequeños detalles.

— Lo que dice siempre. No le gustas.

— ¿Por qué no te creo?

— ¿Qué otra cosa podría haber dicho? — Preguntó tan inocentemente como le
fue posible.

— No sé, pero parecía demasiado preocupado y por un momento te noté al


borde del pánico.

Ella se dio la vuelta para mirarlo de frente. “Enfrenta a tus rivales mirándolos
directamente a los ojos al mentir. Eso era lo que Elise, una adivina, había afirmado.

— No soy de la clase de mujeres que entra en pánico por nada.

Una vez más percibió la duda en su expresión, entonces él cerró lejos a las
emociones.

— ¿No crees que después de todo lo que estoy haciendo por ti, y por Harry,
merezco la verdad?

Casi le dijo que la honestidad entre ellos no era parte del trato.

— Te dije que nunca volvería a hablar de mi pasado, sin embargo, esta noche
indagaste a mis amigos en busca de información. Conténtate con eso.

— ¿Y si no lo hago?
Todo dentro de ella se quedó quieto, tranquilo, y sintió como si el balcón se
hubiera desintegrado bajo sus pies y estuviera cayendo. Casi se estiró para aferrarse
a él, pero había aprendido hacía mucho tiempo que era responsable de salvarse a sí
misma.

— No debería haber traído a Harry aquí. Mañana nos iremos.

— ¿Qué pasa con todas las cosas que deseas para Harry?

— Tengo las cinco mil libras.

— No, a menos que cumplas con el acuerdo de una semana. De lo contrario,


todo lo que tienes es un viaje a Scotland Yard.

— Estás bromeando.

— Tú estás bromeando conmigo. No vas a irte. No vas a renunciar a esto, no


cuando tu sacrificio es en beneficio de tu hermano. Si no fuera por eso, ni siquiera
estoy seguro de que cumplirías la promesa de quedarte a mi lado.

Por supuesto que no, maldita sea, pero no iba a confirmarlo, no iba a confirmar
que podía tener otra opción. Ni siquiera así podía jurar que se quedaría. Con la
esperanza de cambiar el rumbo de la conversación, le puso la mano sobre el pecho.

— No me gusta cuando estamos en desacuerdo.

— Entonces, al menos sé honesta conmigo.

— Puedo ser honesta contigo respecto a mis sentimientos por ti, mis deseos en
lo que a ti se refiere. Pero no sobre mi pasado. Soy una criminal, Avendale. No es
necesario saber nada más que eso.

— ¿Qué tan criminal eres?


Ella se rió.

— Eso es como preguntar: ¿Cuán inmoral eres? Se es inmoral o no.

— Hay grados de criminalidad. El asesinato es peor que hurtar el pañuelo de


seda del bolsillo de un caballero. ¿A cuántas personas has estafado?

— A las suficientes como para sobrevivir todos estos años.

— Anoche fuiste mucho más sincera.

— Ayer por la noche, yo estaba molesta, bajé mis defensas un poco más de lo
habitual. — Estúpidamente había bajado sus muros, revelando demasiado. Era tan
amable y generoso, que nunca podría comprender verdaderamente todas sus
transgresiones. — He recuperado el control, y el puente levadizo funciona de manera
efectiva, los muros vuelven a estar protegidos.

— No me gusta que tengas secretos para mí.

— El nuestro es un arreglo temporal. Mis secretos no tienen ningún impacto en


el acuerdo. — Otra mentira.

— ¿Y si no lo fuera? — Preguntó.

Otra vez se sintió golpeada con la sensación de caer al abismo.

— No veo cómo puede ser de cualquier otra manera. Eres un duque. Soy una
estafadora. Es posible que te sientas cómodo presentándome a algunos de tus
amigos íntimos en la trastienda de un antro de juego, ¿pero públicamente? ¿A cada
par del reino? ¿A la reina? Sé exactamente lo que soy, Su Gracia, y el lugar que
podría ocupar en tu vida. Estoy relegada a ser tu amante. A esperar que cuando te
cases, el interés por tu esposa te motive a hacerme gentilmente a un lado, para
ahorrarme el tormento de tener que compartirte. — Dios mío, eso sería peor que ir a
la cárcel.

Deslizó su mano alrededor de su cuello y con su pulgar acarició la cara inferior de


la mandíbula.

— Parece que has estado pensando mucho.

— He pasado una buena parte de mi vida calculando las consecuencias de mis


actos. Puede que no sea honesta con los demás, pero siempre he sido honesta
conmigo misma.

— Mientras que yo soy todo lo contrario. Brutalmente honesto con los demás, y
rara vez honesto conmigo mismo.

— ¿Por qué no eres honesto contigo?

— Porque sería como atizar con un hierro ardiente mi conciencia y tengo una
especial aversión al dolor. Lo que supongo que es la razón por la que me centro en el
placer. Si no deseas deshacerte de ese horrible camisón andrajoso, vas a tener que
quitártelo aquí. Porque una vez que entres en mi dormitorio voy a arrancártelo.

Tardó tres latidos del corazón en darse cuenta de que renunciaba a la discusión.
Que se estaban centrando en cosas más agradables, más atrevidas. Cuando la luz de
la lámpara se apoderó de él, todavía pudo ver el desafío en sus ojos. ¿Qué había en él
que le daba ganas de recoger cada guante que le tiraba? Quería que la recordara
cuando hubiera desaparecido de su vida, cuando se metiera en la cama con una
mujer de excelente reputación y le diera hijos.

Cuando desprendió el botón superior, lo oyó contener el aliento y vio que sus
ojos se oscurecían.
— Supongo que lo próximo que me pedirás es que baile desnuda en tu fuente —
dijo.

— ¿Lo harías? — Preguntó él, con voz rasposa por la necesidad sexual.

El calor se amontonó entre sus piernas, y pensó que podría llevarla a la cima del
placer sin necesidad de acariciarla. Sólo con oír su voz, y ver su mirada ardiente. El
hecho de saber que aún anhelaba poseerla. Otro botón liberado.

— Deberías haberlo pedido antes de que tuviéramos un invitado.

— Desde su habitación no se ve la fuente.

— Pero a él le gusta caminar a cualquier hora de la noche. — Otro botón.

— Debería hacer arreglos para mantenerlo ocupado, por una noche…

Sus dedos se detuvieron en un botón.

— ¿Pero?

Sacudió la cabeza.

— No estoy seguro de que quiera que bailes en la fuente. Me aburrí de las


mujeres que lo hicieron.

— También te aburrirás de mí con el tiempo.— Soltó el botón final, y bajó el


camisón de sus hombros para que pudiera deslizarse por su cuerpo. Observó la caída
de la prenda hasta que se detuvo arrugada a sus pies. Luego levantó la mirada.

— Con el tiempo. Pero no esta noche.

Tomándola de la mano, la condujo al dormitorio.


Capítulo 16

— Rose, tenemos que levantarnos.

Al presionar la nariz en el hueco del pecho de Avendale, trató de ignorar el


atractivo de su voz ronca, todavía cargada de sueño. Después de llevarla a la cama, le
había hecho el amor tan lentamente que casi había llorado. Hacer el amor. Esa era la
palabra que parecía encajar cuando estaban juntos.

Entrecerrando los ojos, lo miró.

— Todavía no aclaró.

— Lo sé. Debemos partir mucho antes de que amanezca. Ahora, vamos,


levántate. — Dijo golpeándole el trasero antes de bajar de la cama.

Aún así, ella gritó su indignación mientras se alejaba para sentarse en la


cabecera.

— ¿Qué está sucediendo?

Sacó un vestido sencillo del armario y lo arrojó sobre la cama.

— Ponte éste.

— No me pondré nada hasta que me expliques que está pasando. ¿Estás en


problemas? ¿Estamos huyendo? ¿Has decidido deshacerte de nosotros? — dijo,
agarrándose de las mantas.
Se acostó sobre su cuerpo con las manos apoyadas a ambos lados de su cintura,
enjaulándola eficazmente.

— Tengo planeada una sorpresa.

Soltando las mantas, le tocó la mejilla.

— Podría ser demasiado pronto para dejar a Harry solo.

— Él vendrá con nosotros.

— ¿A dónde vamos?

La besó en la punta de la nariz.

— A un lugar en el que dudo que hayas estado antes. Ahora vístete lo más
rápido posible.

Alejándose bruscamente de su lado, se dejó caer en una silla y comenzó a


ponerse las botas. ¿Cuándo se había puesto los pantalones?

Se arrastró fuera de la cama.

— ¿Por qué tienes que ser tan misterioso?

— Porque es más divertido.

Ella quería confiar, pero él hacía muy poco que había sabido de Harry. No
entendía las limitaciones, ni su necesidad de protegerlo. Se arrodilló delante de él, y
se quedó inmóvil, con los ojos profundamente clavados en ella.

— ¿Habrá otras personas presentes?

Suspiró, obviamente disgustado con ella.


— Si quieres saberlo, iremos más allá de Londres para hacer un picnic en el
campo.

Eso no sonaba como algo que pudiera lastimar a Harry. Inclinándose le dio un
beso en la parte superior de la cabeza.

— Gracias.

Comenzó a vestirse. Como terminó antes que ella, la ayudó con sus ataduras,
pero su boca se mantuvo en una línea recta. Odiaba que le hubiera arruinado la
sorpresa.

— Nunca he estado en un picnic — dijo en voz baja, con la esperanza de aliviar


algo de su decepción.

— Espero que éste sea uno que nunca puedan olvidar.

No creía que jamás pudiera olvidar ningún momento pasado en su compañía.


Debido a que iba a ser un día de campo, decidió usar un sombrero de paja para
obtener cierta protección contra el sol.

Siguió a Avendale a la sala, lo tomó del brazo, y comenzó a bajar las escaleras.
Esperaba que se dirigiera hacia la puerta principal, pero una vez que llegaron al
vestíbulo, la condujo por el pasillo hacia su biblioteca.

— ¿No deberíamos buscar a Harry? — Preguntó.

— Gerald debería tenerlo esperando por nosotros. Estamos un poco retrasados.


— Le echó una mirada significativa. Al parecer, no había esperado tantas preguntas
cuando había trazado sus planes para la mañana. Pasaron junto a su biblioteca hacia
una puerta que daba a los jardines.
Se tambaleó hasta detenerse al ver la imagen que la recibió. La mañana se había
aclarado lo suficiente para que pudiera ver a Harry caminando alrededor de una
cesta atada a un globo gigantesco. Había visto uno en una de las ferias, donde su
padre había exhibido a Harry.

— ¿Qué hace eso aquí? — Preguntó ella, temerosa de saber la respuesta.

— Será nuestro medio de transporte.

Envolvió su mano alrededor de su brazo y comenzó a guiarla hacia adelante.

— ¿Le pasó algo malo a tu carruaje? — Preguntó.

— No.

Mirando por encima del hombro, vio que estaba sonriendo. El día de campo no
había sido una sorpresa, pero el globo sí que lo era. La llevaría a un lugar en el que
nunca había estado. A las nubes.

— ¡Rose, mira! — Exclamó Harry mientras se acercaba. En la oscuridad, pensó


que Gerald se veía más pálido que nunca.

— Sí, querido, es bastante sorprendente, ¿verdad?

— ¿Te gustaría dar un paseo en él? — Preguntó Avendale.

Harry asintió con tanto entusiasmo como sus limitaciones le permitían.

Avendale se volvió hacia ella.

— ¿Rose?

— No esperarás seriamente que nos subamos en una cesta de mimbre y nos


echemos a volar.

— Piensa en la vista.
— Piensa en la catástrofe cuando nos caigamos a pique.

— El Señor Granger — señaló con la cabeza a un hombre parado cerca del


globo—es un piloto excepcional. He volado con él antes. Te aseguro que es una
experiencia extraordinaria. — La giró hasta que la puso de frente a él. — ¿No es eso
lo que querías para Harry? Tendrá la posibilidad de ver la salida del sol sobre Londres
como pocos la han visto. Iremos sin ti si debemos hacerlo, pero preferiría tenerte con
nosotros.

— Ven con nosotros, Rose, por favor — rogó Harry.

— Sí, está bien. — Nunca había sido capaz de negarse a conceder sus deseos, y
detectó una mínima decepción en los ojos de Avendale porque habían sido las
palabras de Harry las que la habían convencido.

— Bueno— dijo Avendale. —Ahora debemos partir o nos perderemos la mejor


parte. — La tomó en sus brazos, la levantó sobre el costado de la cesta, y la colocó en
el interior. Ella se agarró a una cuerda que sostenía el globo sujeto al mimbre.
Después ayudó a subir a Harry, él siguió, y el señor Granger finalmente se unió a
ellos. Pensó que debería haber sido el primero. ¿Qué pasaba si la maldita cosa
despegaba sin él?

Avendale deslizó su brazo alrededor de su cintura y la apretó contra su costado.

— Pensaba que eras valiente.

— Soy pragmática. Si estuviéramos destinados a volar naceríamos con alas.

— Si estamos destinados a volar, debemos experimentar cómo hacerlo.

Gerald soltó los amarres. Granger hizo algo y oyó un silbido de aire, al tiempo
que la cesta era ligeramente levantada y se balanceó. Se agarró el brazo de
Avendale, deseando poder sujetar a Harry, pero eso habría requerido que soltara el
dominio de la cuerda, y estaba segura de que de alguna manera mientras la sujetara
podría mantener el globo flotando.

Y se sentía como si estuvieran flotando... arriba, arriba, arriba. Hasta que se


encontró mirando el techo de la residencia de Avendale.

— Ya hemos subido lo suficiente, ¿no te parece? — Preguntó.

— Relájate, Rose. No voy a permitir que te caigas.

Ella se apoyó contra el pecho, y su otro brazo la rodeó también.

— ¿No deberías estar aferrado a algo?

— Estoy aferrado a ti.

— Sí, pero si empezamos a caer…

— Si empezamos a caer, nada de lo que podamos aferrar nos va a mantener


arriba.

— Gracias por la confianza.

— Nada va a suceder. — Se inclinó y le dio un beso en la nuca. — No voy a


permitirlo.

Por alguna razón, aún sabiendo que él no tenía poder sobre el aire ni el cielo ni
el movimiento de ese artilugio, ella le creyó.

— Sólo cierra los ojos — dijo. — Absorbe la paz del viaje.

Ella hizo lo que le dijo. Todo se sentía tan tranquilo, el estruendo de abajo era
débil y apagado A pesar de que sabía que se estaban moviendo, lo hacían a un ritmo
muy lento y casi podía imaginar que no se movían en absoluto.

— ¡Rose, mira! — gritó Harry.


Abrió los ojos, y vio el Támesis por debajo de ellos. Los barcos y las barcazas. El
sol asomando en el horizonte, pintando el paisaje en gloriosos tonos rojizos.

— Podemos ver todo. ¿Daremos la vuelta al mundo? — Preguntó Harry al


duque.

— Hoy no — respondió.

Mirando por encima del hombro, vio la sonrisa más grande que Harry había
esbozado nunca. Echando la cabeza hacia atrás, se rió como nunca lo había oído reír.
Su pecho se apretó dolorosamente. Nunca le había dado una alegría como esa.
Incluso si se lo pudiera permitir, nunca habría pensado en darle algo como eso.

Inclinando la cabeza hacia atrás, se encontró a Avendale mirándola a ella en


lugar de observar todo lo que se extendía por debajo.

— ¿Haces esto a menudo?

— Un par de veces al año. No hay preocupaciones aquí, ni quejas, ni


arrepentimientos.

— ¿De qué te arrepientes?

Él negó con la cabeza ligeramente.

— De nada que pueda llegar hasta aquí.

Pero sabía que era mentira. Los arrepentimientos siempre persistían; formaban
parte de uno para siempre.

***
Rose se sentó en una manta, y Avendale se estiró junto a ella. Harry caminaba
por la campiña con el señor Granger. El piloto había llevado el globo hasta un
hermoso campo, inundado de flores con pétalos de color púrpura, amarillo y azul.
Plenamente consciente de la mirada de Avendale en ella, arrancó una flor, y la hizo
girar.

Habían disfrutaron de un delicioso desayuno, embalado en una cesta de mimbre.

— Voy a extrañar a tu cocinero cuando termine nuestro acuerdo.

— ¿Ni siquiera contemplas la posibilidad de robármelo? — se quejó.

Ella miró por encima.

— Como si pudiera.

— Sospecho que puedes hacer cualquier cosa que te propongas.

— Incluso volar en un globo. No puedo creer que lo haya hecho.

— Lo disfrutaste, sin embargo, ¿no es así?

— Inmensamente. Aunque no tanto como Harry. Nunca olvidaré el asombro en


su rostro cuando esa bandada de pájaros voló sobre él.

Extendiendo la mano, pasó su dedo índice por la frente, la mejilla, a lo largo de la


barbilla, y se preguntó cómo era posible que su caricia aún pudiera lograr que su
corazón latiera con fuerza. Casi deseaba que estuvieran solos, para inclinarse y
besarlo.

— Nunca olvidaré el asombro en tus ojos — dijo.

— Puedo imaginármelo. Probablemente se me salieran por las órbitas.

— Casi.
Miró a su alrededor.

— Espero que el dueño de estas tierras no irrumpa sobre el lugar obligándonos a


marchar.

— Sé de buena tinta que está demasiado atiborrado de pastel de carne como


para irrumpir en cualquier lugar.

Levantándose sobre un codo para poder verlo con más claridad dijo:

— Son tus tierras.

— Sí.

— ¿Una parte de tus propiedades? — Estaba bastante segura de que no habían


viajado a Cornwall. Le encantaría hacer un recorrido por su casa de campo.

— Las vi y de inmediato me gustaron, así que las compré.

— ¿Por qué? ¿Una dote para tu hija, tal vez? — Podía verlo con una niña a su
lado, protegiéndola de cualquier persona que quisiera aprovecharse de ella. A pesar
de su rudeza y sus reivindicaciones de no ser cariñoso ni alguien que pudiera cuidar
de otro, podía ver fácilmente a una niña pequeña manejándolo con su dedo más
pequeño sin ningún problema en absoluto.

— No, simplemente para ocasiones como esta cuando quiero escapar de


Londres. Mis propiedades están muy lejos para un corto retiro.

— ¿Vas a construir algo aquí? — Preguntó.

Él pasó su dedo dibujando sobre su mano.

— Estaba pensando en eso.

— Me gustaría verlo cuando lo hayas terminado.


Él levantó su mirada hasta la de ella, y con la intensidad de la misma sintió como
si una lanza le hubiera atravesado el corazón.

— Tal vez sea para ti.

Un lugar para ubicar a su amante de por vida, pensó, porque eso era en lo que se
convertiría, durante todo el tiempo que quisiera. No quería pensar en eso ahora, no
quería reconocer que sabía con certeza cuál sería su lugar en el futuro. No se
arrepentiría de su papel, ni del precio que debía pagar. Ya había demostrado que su
parte del trato sería superada con creces, y que todo lo que podía darle a su
hermano, sería muy superior a cualquier cosa que ella pudiera brindarle a Avendale.
Pero no le daría bastardos, sin embargo, que Dios la ayudara, le encantaría ser la
madre de un hijo suyo. Aunque no sería justo para el niño. Incluso si Avendale lo
reconocía, nunca podría heredarlo, ni tendría una posición adecuada en la sociedad.

Se obligó a dejar a un lado todos esos pensamientos, descartando que


estuvieran juntos el tiempo suficiente como para justificar la edificación de una casa,
y simplemente se rió.

— Soy la misma mujer que no te aceptó una joya como regalo. ¿De verdad crees
que aceptaría una casa?

— Supongo que no, no discutirlo largamente.

— No definitivamente, sin lugar a discusión alguna. Tendrás que buscar otro


propósito para esta tierra. Compartirla con tu familia tal vez.

Poco a poco sacudió la cabeza y miró hacia el arroyo donde Harry estaba
lanzando piedras en el agua.

— En verdad, tiene suerte de tenerte como hermana.


— Yo soy la afortunada. Aunque mi padre no fue un ejemplo de nada, Harry
encarna todo lo que una familia debería ser.

El señor Granger pasó a Harry otra piedra. Se preguntó si se habría percatado de


que si Harry se inclinaba para recoger una, con toda probabilidad se caería al agua.

— ¿Qué vas a hacer cuando se haya ido? — Preguntó en voz baja Avendale, pero
Rose se sintió como si la hubiera apaleado.

Le lanzó su mirada más amenazadora. Había pensado que la comprendía y al


final…

— Debes haber pensado en ello. Y nadie te culparía por hacerlo. Eres realista,
Rose, y ayer por la noche juraste que nunca te mentirías a tí misma, por lo que
seguramente has pensado en eso.

Maldito sea. La conocía muy bien, podía leerla con demasiada facilidad. Su poder
radicaba en resultar un enigma para él. Y si tenía que dejarlo antes de que se hiciera
la negociación, ¿cómo podría lograrlo si le resultaba tan simple descubrir sus
mentiras?

— No quiere decir que no me sienta culpable cuando lo hago.

— ¿Entonces qué vas a hacer?

Arqueando una ceja, inclinando la barbilla, dijo sucintamente:

— Honraré el trato que hice contigo.

— ¿Y si no hubiera ningún trato que debiera ser honrado?

— ¿Qué caso tiene especular sobre situaciones teóricas?


— Simplemente soy curioso. Antes de conocerme, ¿cuáles eran tus planes para
cuando llegara el momento de partir?

— ¿Por qué te importa?

Él pasó la punta de su dedo de punta a lo largo del dorso de la mano, y ella se


quedó asombrada como siempre de que su leve caricia en un área tan pequeña
pudiera conmoverla hasta provocarle ganas de besarlo.

— Si no te sientes cómoda pensando en qué harías cuando Harry se haya ido,


dime, ¿qué vas a hacer cuando estés libre de mí?

Llorar sin control por días, noches, semanas. No, era demasiado pragmática para
esas tonterías. Lloraría por unas horas, luego enderezaría la columna y continuaría.
Rodando sobre su espalda, se quedó mirando el cielo azul, todavía resultaba difícil de
creer que hubiera viajado a través de él. Nunca olvidaría ese día. Estaba creando
tantos recuerdos para ella como para Harry. ¿Cómo podría en mil años pagar esa
deuda?

— Despertaré cada mañana e iré adonde quiera ir. Tal vez incluso a la India. No
tendré ninguna responsabilidad, ni deberes, ni obligaciones. Voy a pasear, sin nada
que me ate. No voy a tener que idear ningún plan, ni estrategias, ni una necesidad
imperiosa de hacer otra cosa más que respirar.

— ¿Cómo vas a sobrevivir?

Ella se encogió de hombros.

— Recurriré a la estafa de vez en cuando.

Cuando se acercó, le tapó el azul brillante del cielo. Sólo vio su cara mientras la
observaba ceñudo.
— Pensé que lo hacías por necesidad.

— Aun así tengo que comer. — ¿No había afirmado que siempre era honesta
consigo misma? — No sé si podré renunciar a eso. El desafío es más fuerte. — Le
apartó el pelo de la frente y dijo: — Siento decepcionarte.

— La vida tiene otros desafíos que podrías abrazar.

— Pero ninguno me daría la libertad de vivir acorde a mis propios términos,


preocupándome únicamente por satisfacer mis propios caprichos y fantasías. —
Tragó con fuerza, obligando a las palabras a pasar por su garganta anudada.— He
pasado un poco más de un cuarto de siglo el cuidado de Harry. — Se lamió los labios,
tragó de nuevo, empujó las lágrimas. — No me molestó.

De pronto se sentó, apenas consciente de tocar su hombro contra su barbilla.

— Nunca lo consideré una carga — insistió de nuevo. — Pero a veces desearía


no estar en deuda con nadie, sólo para tener que pensar en mí. En mis deseos, mis
necesidades, mis sueños. Voy a separarme de Merrick y los demás. Soy egoísta,
terriblemente egoísta. No quiero hijos, ni marido, ni nadie que me reclame. Quiero
responder solamente a mí misma.

Avendale la alzó y, con el pulgar, limpió de su mejilla una lágrima no se dio


cuenta que había escapado.

— Sin embargo, accediste a responder a mí.

Pasó suavemente los dedos sobre su cara, observando las líneas profundas que
un hombre de su edad no debía poseer.

— Sí lo hice.

— Y seguirás haciéndolo por Harry.


Más que nada lo había hecho por él, pero no podía darle ese poder sobre ella. El
instinto de conservación la obligó a dejarlo creer que sus palabras eran ciertas.

— Voy a mantener mi palabra.

— ¿A pesar de que no tienes el hábito de pagar tus deudas?

— Éstas sí.

— ¿Por qué no te creo?

— En realidad debes creerme o no estaríamos aquí ahora.

— Estoy seguro de que te quedarás conmigo, siempre y cuando Harry respire.


Después de eso, creo que te irás en el momento en que te dé la espalda.

— Entonces, ¿por qué haces todo esto?

— Porque me gusta verte sonreír.

Las palabras la devastaron. ¿Por qué tenía que ser tan bueno cuando estaba tan
podrida?

— No voy a romper mi promesa. — Se refería a las palabras, y la intención de


mantenerlas, si pudiera. Siempre estaba la advertencia. Las palabras podrían resultar
falsas.

— ¿Cómo aprendiste a mentir tan bien? — Preguntó.

— No estoy mintiendo.

Su control era casi una caricia física. Le tomó toda su energía no mirar hacia otro
lado.
— Espero que no — dijo finalmente, y lentamente pudo soltar el aliento que
había estado conteniendo. — Pero me resulta difícil creer que aprendiste todo de tu
padre.

Ella sonrió.

— Tienes razón en ese aspecto. He aprendido algunas habilidades de una


adivina. Elise. Era parte del circo itinerante de rarezas. Afirmaba que era gitana. No
sé si eso era cierto. Pero tenía el pelo y los ojos negros. Cuando te miraba, sentías
como que veía tu alma.

— ¿Alguna vez te dijo la fortuna?

— Al menos una vez por semana. Me fascinaba el ritual de la misma. De ella


aprendí la importancia de la puesta en escena. Con sus bufandas y velas
parpadeantes y susurros, no podía evitar creer que podía ver mi futuro.

— ¿Y qué te auguró?

— Siempre me daba una variación de lo mismo: antes de cumplir treinta años,


voy a perder algo que valoro mucho.

— Harry.

— No veo que pudiera ser otra cosa.

— ¿Cuándo cumples los treinta?

— En dos meses. — Tomó una respiración profunda. — Así que sí, he pensado
en lo que sería mi vida después de que cumpla treinta. Y usted, excelencia, ¿qué ve
en su futuro?

— Una mujer honesta que pueda brindar respetabilidad a mí y a mi apellido. Una


dama a la que la Sociedad trate con reverencia por haber logrado doblegarme.
Una mujer con una excelente reputación, una muy diferente de la de ella.

— Alguien a quien tu madre apruebe.

Asintiendo con la cabeza, miró hacia el arroyo.

— Al menos debería darle ese gusto, ya que no he sido un buen hijo — dijo en
voz baja.

A pesar de que todavía estaba mirando el agua, no estaba segura de que


estuviera contemplando el paisaje. En su expresión vio pesar, tal vez la razón detrás
de su actitud. Ya no estaban entre las nubes, por lo que pensaba que una vez más
volvía a sentir una pesada carga sobre los hombros.

Ella no estaba sorprendida por su declaración. Había confesado que había


decepcionado a su madre.

— Sospecho que eres un mejor hijo de lo que crees.

Deslizó su mirada hacia ella. Fácilmente podía caer en esas profundidades


oscuras y perder su camino. Tal vez ya lo había hecho.

— ¿De dónde sacas tanto optimismo? — Preguntó.

— ¿Por qué no encuentras el tuyo?

Se rió oscuramente.

— Porque yo reconozco mi culpa.

— Tu culpa puede ser perdonada.

— Pero jamás olvidada.

— Creo que elegimos la forma en que recordamos dependiendo de la óptica con


que lo percibimos. Toma a mi padre por ejemplo. Podría optar por recordar su trato
hacia Harry excusándolo por su ignorancia bajo el lente de la misericordia. Podría ser
más tolerante con sus actitudes. En lugar de eso lo veo a través del lente de la
crueldad. Nunca lo perdonaré. Con mi último aliento, voy a maldecirlo. Sé que hace
que una parte de mi alma sea negra y fea, pero hay otras partes que son más
brillantes gracias a Harry. Tu madre no tendrá más remedio que mirar a través de la
lente del amor. Ella te perdonará porque puedes hacer mucho más.

— Está organizando una cena esta noche. Desea que pudieras asistir.

A Rose le encanta ir, para ver el esplendor de cenar con la familia del duque,
pero era muy consciente de que no podía compartir la mesa con personas
irreprochables.

— Deberías ir. Harry y yo podemos entretenernos solos.

Sacudió la cabeza.

— No puedo ir.

— Ella es tu madre.

— Ella mató a mi padre.

Él nunca había dicho las palabras en voz alta. Haciendo eco a su alrededor
sonaron duras, crueles, y falsas.

Lo habían impulsado a pararse y caminar a grandes zancadas sobre el campo,


aplastando los pétalos bajo sus botas. No sabía por qué se lo había dicho. Por qué lo
había confesado.

Su familia estaba lejos de ser perfecta, pero cuando la veía con su hermano, era
testigo del amor y la devoción que se mostraban.
Tenía tres hermanos y dos hermanas, medios hermanos, y dudaba de que fuera
capaz de reconocerlos. No podía recordar la última vez que los había visto. Se
quedaba apartado porque no quería ser una mala influencia, no es que sus razones
fueran completamente nobles.

— Avendale, más despacio — dijo Rose caminando detrás de él.

No podía. Necesitaba dejar atrás sus pensamientos. Estaban viajando atrás en el


tiempo y él no quería ir allí, nunca quería volver allí.

— Avendale. — Lo agarró del brazo. — Detente.

Él quería quitársela de encima, así como quería abrazarla. Se dio cuenta cuando
se tropezó, y comenzó a caer…

Girando rápidamente, la cogió, la estabilizó, la miró a los ojos que habían visto
crueldades peores de las que podría haber imaginado, y sin embargo se había sido
transformado en una mujer notable que no se dedicaba a despotricar contra lo
injusta que era la vida, sino que simplemente trataba de buscar el equilibrio.

— Me dijiste que tu padre murió en un incendio — dijo en voz baja.

— Eso es lo que me quiso hacer creer. — Pasó los dedos por su pelo. — No te
traje aquí para esto.

Tomándolo de la mano, como si fueran niños, lo llevó hasta un árbol, se deslizó


por el tronco, y se sentó en el suelo, sin importarle que su falda se manchara. Ella lo
miró, invitándolo a su lado. Él debería anunciar que había llegado el momento de
partir. En su lugar, se sentó, levantó una rodilla, y puso el brazo sobre ella.

— Cuéntame — instó.

Arrancó una flor, y quitó un pétalo.


— Le digo. — Arrancó otro. — No le digo. — Otro. — Le digo.

Ella arrancó la flor entre sus dedos y la tiró a un lado.

— Ya sabes mis secretos — dijo.

— ¿Los sé? — dudaba conocerlos a todos.

— Al menos los que importan.

En parte, debido a los escritos de Harry, sabía mucho más de lo que


probablemente Rose pudiera imaginar. Le parecía justo revelarle algunos de los
suyos, pero los había bloqueado durante tanto tiempo que le resultaba difícil
compartirlos ahora, incluso con ella. Sin embargo, si iba a compartirlos con alguien,
debía ser ella. Era más sabia de lo que había creído posible. Él siempre se había
mantenido insensible a sus sentimientos, porque había sabido desde el principio que
no podía confiar. Por mucho que quisiera confiar en ella, que no podía. No del todo,
pero tal vez lo suficiente como para que pudiera desahogarse un poco.

Esperó pacientemente, como si supiera exactamente lo difícil que era desnudar


secretos. Tomó otra flor y se encontró sosteniéndola firmemente, como si pudiera
proporcionarle fuerza, mientras sus ojos azules ahondaban en los suyos. Se aclaró la
garganta y comenzó.

— Los recuerdos de mi juventud están hechos jirones, y bastante borrosos. No


recuerdo cómo, pero cuando conocimos al doctor William, él no era Sir William en
ese momento sino simplemente el doctor Graves, llegó la noticia de que mi padre
había muerto en un incendio. Mi madre no lloró cuando me lo dijo, más bien había
una sensación de alivio en su rostro. Recuerdo la mayoría de los detalles. Graves
estaba con ella, abrazándola. Creo que eran amantes. Yo era demasiado joven en ese
momento como para hacer esa suposición. Fue sólo a medida que fui creciendo,
cuando comprendí lo que pasaba entre los hombres y las mujeres, que pude mirar
hacia atrás en el pasado y especular con lo que realmente había sucedido.

— ¿Crees que planearon su muerte para poder estar juntos?

— Sé que suena absurdo. Es la razón por la que nunca lo he hablado con ella. En
ese momento yo no comprendí que significaba la muerte. Sólo sabía que no iba a
volver a ver a mi padre, porque se había ido al cielo. Pero yo lo vi. Tres años después.

Sus ojos se abrieron.

— ¿Quieres decir que viste su fantasma?

Él negó lentamente, enternecido de que ella pudiera creer en cosas como esas.

— No, él era de carne y hueso y estaba muy vivo. Se mantenía en las sombras:
en el parque, en los jardines zoológicos. Una noche me desperté para encontrarme
con él al pie de mi cama.

— Debes haberte aterrorizado.

— Por extraño que parezca no lo estaba. Había empezado a pensar en él como el


hombre de la sombra, porque no podía ver su rostro con claridad. Esa noche, me dijo
que mi madre y su amante habían tratado de matarlo, pero que no se librarían tan
fácilmente de él. Se los haría pagar. Nada de eso tenía sentido para mí en ese
momento, ya que no sabía qué era un amante o dónde había estado mi padre todo
ese tiempo. También me dijo que estaba allí para protegerme, que mi madre no me
quería, que pensaba envenenarme y que no debía contarle a nadie. Pero hice dibujos
de mi padre y mi madre los vio. Una tarde me llevó a la casa de Lovingdon y me
ordenó que pasara la noche allí. Pero cuando oscureció, corrí a casa y la vi
golpeándolo con el atizador de la chimenea. Él no se levantó más.

— ¿Te vio?
— No. Estaba escondido en las sombras de la terraza. Durante horas no hice
ningún sonido. Mis lágrimas cayeron en silencio. Tal vez incluso me quedé dormido.
Sólo puedo recordar fragmentos de esa noche. Graves estaba allí con el inspector de
Scotland Yard, Swindler. Pensé que iba a detenerla, pero no lo hizo. Luego regresé a
la casa de Lovingdon. Mi madre vino a buscarme y actuó como si no pesara la sangre
de mi padre en sus manos. Pensé que habría otro funeral. Pero no lo hubo. Nada se
dijo de lo que pasó esa noche.

Inclinándose hacia él, acunó su rostro.

— ¿Y luego se casó con Graves?

Tomando la mano de su mejilla, trazó las líneas a lo largo de su palma. Era más
fácil hablar con una distracción.

— Poco después. A veces me miraba, y yo veía la culpa en sus ojos y me


preguntaba cuando me mataría, también.

La sorpresa congeló su expresión.

— No puedes realmente haber creído que tu madre te haría daño.

— Yo era un niño. Sus palabras, sus acciones me perseguían. Vivía en el miedo


hasta que fui a la escuela. Incluso entonces no estaba completamente seguro estar a
salvo. Me encerré en mí mismo, no confiaba en nadie. Con el tiempo, eso se
convirtió en un hábito. Por lo que, supongo, no confié demasiado en ti al principio.

— Pero confías en mí ahora.

— No completamente.
Su boca formó una pequeña mueca de disgusto y quiso besarla. ¿Por qué
siempre, sin importar lo que hiciera, quería besarla? Se deslizó hacia ella hasta que su
cadera tocó la suya, y con una mano libre acunó su rostro.

— ¿Debo confiar en ti?

Ella esbozó una sonrisa de desaprobación.

— Probablemente no, pero deberías hablar con tu madre acerca de esa noche.
Tal vez haya una explicación para todo lo que viste.

— ¿Crees que me sentiría mejor si sabe lo que vi?

— Creo que ella se sentiría mejor si te tuviera de nuevo en su vida. Y creo que tú
te beneficiarías de conocer la verdad.

Pero ¿y si era peor de lo que jamás había imaginado?

— He dejado pasar demasiado tiempo. Nada bueno saldría de ello.

— No habría pensado que eras un cobarde.

Sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago; el desafío en sus ojos


casi lo hizo caer.

— Cuidado. No querrías tener un enemigo en mí.

— Te conozco lo suficientemente bien. — Con los dedos, rozó suavemente el


pelo de la frente.— Vamos a cenar a casa de tu madre.

No se sintió muy complacido, sólo la quería a su lado. No quería llevar a su


amante, situación que transgredía la ley, a la mesa del comedor de su madre.
Aunque los amigos de su madre tampoco eran ajenos a las transgresiones legales.
Aún así, la cena no era el lugar donde debería comenzar la reconciliación.
— Ya habrá tiempo para reparar el daño más tarde.

Cansado de volver a visitar el pasado, queriendo centrarse en el presente donde


la pasión se alzaba, le cubrió la boca con la suya. Una imagen del futuro se dibujó en
su mente, y la vio allí, paseando por sus tierras, con sus hijos tirándole de la falda.
Querida por todos los sirvientes y amada por los demás.

Ella había aceptado quedarse con él durante todo el tiempo que quisiera, pero
ya lamentaba el acuerdo, porque estaba descubriendo que no la quería a menos que
ella lo deseara. Y Rose ya le había dicho lo que deseaba. Una vida sin preocupaciones
que no encontraría a su lado. Desafortunadamente, él no era lo suficientemente
altruista como para dejarla ir.

***

De pie en la galería, Rose estudió el retrato del anterior duque de Avendale.

Después de regresar de su excursión, Avendale se había excusado para atender


algunos negocios en la ciudad. Le asombraba descubrir que no era el hombre ocioso
que había pensado. Parecía que siempre había algún detalle que requería su
atención.

Al oír el roce familiar, se volvió hacia su hermano y sonrió.

— Deberías haberme enviado a llamar, querido. No hay necesidad de que subas


las escaleras.

— Quería hacerlo. — Le dio una sonrisa casi tímida. — Además, no estaba


buscándote. Sólo me gusta explorar.
— Es un lugar increíble. Trato de imaginar el trabajo que implica el
mantenimiento de cada habitación, y me resulta difícil de comprender.

— Es una residencia permanente, con cuidado continuo.

— Sí, supongo que eso es todo. No estoy de ánimo para ver algo tan
permanente. Todo es demasiado fugaz.

La tristeza tocó sus ojos.

— Tú deberías vivir aquí para siempre.

Ella sonrió, para suavizar sus palabras, para asegurarse de que no le provocaran
culpa dijo:

N o sabría qué hacer.— Por ahora estaba con ganas de seguir adelante con su
vida nómada.

Harry miró por encima de su hombro, hacia el retrato que ocupaba una gran
parte de la pared, más grande que cualquier otra pintura, como si el ego del hombre
así lo exigiera.

— ¿El padre de Avendale?

— Sí.

— No me gusta — susurró.

— Hay algo siniestro en sus ojos, ¿no crees?

— Al artista no le gustaba tampoco. No ocultó que el padre de Avendale no era


agradable.

En pocas palabras, se preguntó qué tipo de representación podría hacer un


artista de Harry, si tuviera la oportunidad. Podría ser interesante. Su padre había sido
dotado con rasgos atractivos, pero su odio y egocentrismo los había torcido y su
comportamiento cruel lo había vuelto muy poco atractivo. Harry podría haber sido
agraciado con las mismas características agradables debajo de las masas deformes,
pero incluso sin ellas lo encontraba bastante bonito.

— Tú deberías tener un retrato — dijo Harry.

Qué desastre sería tener una imagen que le proporcionaría a la policía una pista
exacta de su identidad.

— Tal vez algún día.

Harry se acercó cojeando a estudiar el retrato de la madre de Avendale.

— Harry, si despertaras una mañana y yo no estuviera aquí…

Se dio la vuelta.

— ¿Por qué no habrías de estar aquí?

— Algo puede suceder y tal vez tendría que irme.

— ¿Qué?

— Todo es posible. Es sólo una hipótesis, pero quiero que sepas que aunque no
pueda estar contigo, te quiero más que a nada en el mundo.

— Al duque no le va a gustar que lo dejes.

— No, no lo hará.

— ¿Vas a decirle que lo abandonarás?

— No, pero en caso de que suceda…

— No será necesario. — Volvió su atención hacia el retrato.


— Pero si sucede y Avendale quiere que te vayas, deberás volver con Sally y
Merrick. No deberás intentar encontrarme.

— No va a pasar — repitió. — Pero si pasa…— le dio una mirada sagaz — no voy


a tener que ir detrás de ti, porque el duque te encontrará.

Un escalofrío la recorrió reconociendo que Avendale sería implacable en su


búsqueda.

— Le das demasiado crédito.

— Tú no le das el suficiente. — Volvió a concentrarse en el retrato. No era


frecuente que quisiera golpear a su hermano, pero en ese preciso momento pensó
que podía darle un buen golpe.

— Puedes ser muy provocador cuando te lo propones — dijo, sin molestarse en


ocultar su irritación.

— Pero me amas de todos modos.

Ella le frotó el hombro, lo perdonaba mucho más fácilmente de lo que debería.

— Lo hago, sí.

— Y te gusta el duque.

Sus dedos se sacudieron, y retiró rápidamente su mano antes de que pudiera


sentir su tensión.

— Eso sería un disparate.

— ¿Por qué? — Se había dado la vuelta completamente clavándole su intensa


mirada.

— Nunca podría casarse conmigo.


— ¿Por qué?

Suspiró con exasperación.

— Honestamente, Harry, tenemos que trabajar para ampliar tu vocabulario.

— ¿Es por las cosas que has hecho, la forma en que vivimos?

De mala gana, ella asintió, sin sorprenderse de que hubiera percibido tan bien
las cosas. Era astuto y observador.

— No soy una persona muy buena, en realidad no. Un duque requiere una
esposa que sea irreprochable.

— Él necesita una esposa que lo ame.

— Creo que no tendrá ningún problema en encontrar a alguien que lo ame una
vez que se proponga hacerlo.

No tendría ningún problema en absoluto. Tenía la esperanza de que para ese


entonces ya se hubiera ido. Una pequeña voz en la parte posterior de su mente le
advertía que debía tener cuidado con lo que deseaba.
Capítulo 17

Rose había alquilado para nosotros una pequeña casa junto al mar. Por la noche,
el sonido de las olas me adormecía y cuando había luna llena salía a caminar por la
orilla del agua. Yo quería adentrarme en el mar, pero tenía miedo de que una ola me
golpeara, no fuera capaz de volver a levantarme, y terminara ahogándome. Mi lado
izquierdo había desarrollado más bultos, y había empezado a tener dificultades para
mantener el equilibrio.

Aunque nunca dijo nada, creo que Rose sabía de mis paseos a medianoche. Un
día, me regaló un hermoso bastón de ébano con la cabeza de un perro tallado en el
extremo. El tallado me recordó el perro que una vez había poseído.

Rose comenzó a salir por las tardes. Pensé que tal vez tenía un pretendiente. Una
noche, mientras caminaba, se apareció en la oscuridad y me pregunté cuántas
noches había estado en las sombras mirándome.

— ¿Te gustaría meterte en el mar? — Preguntó.

— Podría caerme.

— Yo podría ayudarte.— Yo tenía quince años, aunque seguía siendo un


muchacho, estaba en la cúspide de la edad adulta, y no era tan alto como me hubiera
gustado. Se arrodilló y se quitó los zapatos. Luego tomó mi mano, y conté los pasos a
medida que nos metíamos en el mar.
Seis. El agua se arremolinaba alrededor de mis tobillos, y me imaginaba que esas
mismas olas habían tocado costas lejanas, que el agua era libre para viajar donde
quisiera. Por un momento le tuve envidia.

— Tenemos que dejar este lugar — dijo Rose en voz baja, pero aún así la escuché
por encima del estruendo del mar.

A la mañana siguiente ya habíamos partido.

A medida que el leve golpe del bastón y el sonido de pies arrastrándose por el
parqué perturbaba su concentración, Avendale levantó la vista para ver a Harry
ligeramente asomado hacia el interior de la puerta de la biblioteca. Parecía que no
era el único que no podía dormir esa noche. Su conversación con Rose al principio
del día pesaba sobre su mente. ¿En verdad había sido injusto con su madre todos
esos años? ¿Estaba siendo injusto con Rose ahora?

Después de la cena, se habían perdido uno en brazos del otro durante un


tiempo, pero después de que ella se durmiera había ido a la biblioteca para perderse
en su pasado, porque era más fácil hacerlo a solas. O debería haberlo sido. Estaba
descubriendo que lo atormentaba mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Ella había sido fuerte durante tanto tiempo. Pero sin querer, había tenido que tomar
decisiones que iban más allá de su elección. Se puso de pie.

— Harry.

— Lamento molestarte. No pensé que alguien más estaría despierto a esta hora
de la noche.

Era más de medianoche, las sombras se cernían en las esquinas.

— ¿Dónde está Gerald?


— Dormido.

— No deberías vagar sin él.

Aunque sólo una lámpara solitaria sobre el escritorio proporcionaba luz,


Avendale pudo distinguir la sonrisa de Harry.

— No me perderé. Sólo quería llegar a esta habitación, ya que tiene la mayor


cantidad de libros. El aroma del papel es más fuerte aquí. Me gusta como huelen los
libros. Pero puedo volver más tarde.

— Quédate por favor. Toma asiento junto al fuego. Únete a mí para tomar un
trago. — Harry asintió y Avendale se acercó a la mesa de mármol sirviendo whisky en
dos vasos. Después de tomar asiento, Avendale levantó su copa. — Por un día de
aventuras y conseguir que tu hermana accediera a subir al globo.

Harry sonrió y bebió. Avendale hizo lo mismo.

Quedaron en un cómodo silencio, mientras Harry miraba atentamente alrededor


de la habitación y Avendale lo observaba. Por último, preguntó.

— ¿Cómo aprendiste a leer? No creo que haya sido en un aula.

— Rose.

— Por supuesto.

— Fui a la escuela por un corto tiempo antes de que mi padre decidiera


exhibirme al mundo.

“Decidiera exhibirme al mundo”. Ese enunciado hacía que su padre sonara


menos siniestro, menos inconcebible.
— También aprendí matemáticas — dijo Harry. — Aunque no me gustan tanto.
Hay belleza y magia en las letras y las palabras y la forma en que se conectan.

— Hay belleza y magia en los números también amigo. Ellos se conectan de


manera que me permiten hacer lo que no sería capaz de realizar otra manera.

Harry preguntó:

— ¿En verdad lo soy?

Avendale ladeó la cabeza.

— ¿Perdón?

— ¿Soy tu amigo?

Avendale había utilizado el término, sin pensarlo, sin tener en cuenta el peso del
mismo. Sin tener en cuenta cómo Harry, que escribía con tanta honestidad, podría
interpretarlo.

— Sí, por supuesto que lo eres.

Harry sonrió, asintió con la cabeza.

— Tú eres mi amigo también.

Avendale levantó su copa.

— Me siento honrado. Por la amistad.

Ambos bebieron y saborearon. Con un dedo, Avendale tocó el vidrio.

— Estoy disfrutando mucho de la lectura de tu escrito.

— Todo es cierto.
— Nunca me hubiera imaginado. Tu hermana es una mujer extraordinaria.
Quiero que sepas que me encargaré de cuidarla.

A pesar de sus limitadas expresiones faciales, Harry dio a Avendale una sonrisa
que sólo podía describirse como maliciosa.

— Lo sé.

Avendale se dio cuenta de lo mucho que se parecía al hermano de Rose. Él


podría haber logrado todo lo que quería si el mundo hubiera sido más tolerante con
los que eran diferentes.

Harry estiró la cabeza un poco hacia atrás.

— ¿Cómo se llega hasta los libros de allí? — Señaló los estantes más altos,
cargados de tesoros literarios que rodeaban la habitación. — La escalera no es lo
suficientemente alta.

— No, sólo sirve para llegar a los libros que están en los estantes superiores a
este nivel. Te voy a mostrar cómo se llega a los otros. — Dejando el vaso a un lado,
tomó el de Harry y lo colocó al lado del suyo. Luego se quedó allí, luchando por no
ayudarlo a ponerse en pie. Tenía un muy profundo conocimiento del orgullo, y podía
verlo reflejado en la lucha de Harry. Llegaría un momento en que no sería capaz de
levantarse por sí mismo, pero no aun.

Avendale nunca se habría considerado como un hombre paciente. Era extraño


que lo fuera ahora.

Cuando Harry finalmente estuvo de pie, apoyado en su bastón, Avendale señaló


con la cabeza la dirección detrás de él.

— Por aquí.
Llevó a Harry a una sección de estantes cerca de la chimenea.

— Ahora mira.

Accionó una palanca oculta entre los estantes que separaban una sección de la
otra. Se oyó un clic, cuando se liberó un pestillo interior y los estantes se adelantaron
un poco. Metió la mano detrás de la apertura que había quedado al descubierto y
abrió la puerta completamente para revelar una escalera de caracol situada dentro
de una pequeña alcoba.

Con un suspiro, Harry abrió los ojos con asombro mientras susurraba.

— Un pasaje secreto.

—Ciertamente. Era mi lugar favorito para esconderme cuando era un muchacho.


Ven.

Con una inspiración profunda, Harry entró como si pensara que la pequeña
habitación le transportaría hacia alguna parte. En cierto modo, tal vez así era. Tocó la
barandilla de metal negro con asombro, haciendo un sonido que podría haberse
confundido con una risa apagada. Luego miró por encima de Avendale.

— ¿Puedo subir?

Condenación, no había considerado que Harry haría esa petición. Tendría que
haberle informado de antemano que la terraza era ornamental.

— Me dieron a entender que tienes dificultades para subir las escaleras.

La decepción atenuó el brillo de los ojos de Harry.

— Soy torpe y lento.


— ¿Eso es todo? — Preguntó Avendale. — No tengo ninguna cita apremiante. ¿Y
tú?

***

Rose estaba en la puerta de la biblioteca, silenciosa como un lirón, y observó a


su hermano explorando el balcón mientras Avendale con suma paciencia respondía a
sus preguntas. De vez en cuando sus risas llegaban flotando a través de la habitación,
haciendo que las lágrimas le picaran los ojos.

Había despertado en una neblina de letargo para descubrir que Avendale no


estaba en la cama, y había ido en su busca, suponiendo que estaría en la biblioteca.
Pero no había esperado encontrarse con semejante escena.

Eran una extraña pareja: el apuesto duque y su deforme hermano, pero verlos
juntos, estrechando un lazo de amistad, le causó una opresión en el pecho que temió
le resultaría muy difícil recuperar la capacidad de volver a respirar. Era obvio que
Harry adoraba a Avendale, que era como el hermano mayor que nunca había
poseído.

La bondad de Avendale... era algo inesperado. Había imaginado una actitud


tolerante, jamás hubiera pensado que sería capaz de abrazar a Harry como lo había
hecho. A pesar de sus imperfecciones, Harry hacía gala de su encanto cuando se le
daba la oportunidad. El problema era que muy pocos lo hacían. Demasiados eran los
que sólo juzgaban su apariencia y sus limitaciones.

A pesar de que lo mismo se podría decir de ella: los hombres se centraban en sus
curvas y asumían que eso era todo. Excepto Avendale. Él no.
Bajó un gran libro, lo puso sobre una mesa pequeña, y lo abrió, luego señaló
algo, se apartó y Harry se acercó para mirar lo que exhibía la página. Incluso desde
esa distancia pudo percibir la sorpresa en su rostro antes de que ambos se echaran a
reír.

Con una amplia sonrisa masculina que evidenciaba un secreto compartido entre
hombres, Avendale le dio una palmada de advertencia en el hombro. Harry la miró
desde arriba.

— ¡Rose! — Incapaz de ocultar su deleite al descubrirla espiándolos. Ella más


bien deseaba que no la hubiera visto. Se habría quedado días de pie escondida
viéndolos interactuar.

Harry se apoyó en la barandilla y Rose se quedó sin respiración, por la


posibilidad de que cayera desde las alturas.

— ¡Cuidado querido!

— Hay una escalera oculta — dijo señalando el lugar. — Sube.

Entonces vio que entre los estantes había una puerta entreabierta. A Harry debía
haberle encantado descubrir la alcoba oculta para explorarla. Estaba agradecida a
Avendale por compartirlo con su hermano.

Subiendo por las escaleras sinuosas, experimentó tal sensación de vértigo y


mareos, que se sorprendió de que Harry hubiera podido acceder a la planta superior
donde Avendale la estaba esperando.

— Me temo que tu hermano ha decidido que esta es su parte favorita de la


residencia — dijo, envolviendo sus cálidos dedos alrededor de los de ella mientras la
escoltaba a la terraza. Sus pasos resonaban sordamente su alrededor mientras el
techo cavernoso replicaba los sonidos.
— Me atrevería a decir que casi no lo puedo culpar.

— Mira todo esto, Rose — dijo Harry mientras se reunía con él. — Algunos de
estos libros son muy antiguos. Huelen diferente a los de abajo.

Sólo él era capaz de hacer semejante apreciación. Era consciente de tantas


sutilezas.

— En verdad que sí.

Vio que la mesa estaba vacía.

— ¿Cuál era el libro que Avendale estaba compartiendo contigo?

Harry se sonrojó; Avendale se aclaró la garganta antes de nivelar su mirada con


la de ella.

— Sólo un poco de picardía. Te lo mostraré luego si te gusta.

— ¿Está corrompiendo a mi hermano?

— Absolutamente.

Incapaz de contenerse, se rió. No mostraba contrición alguna. Había intentado


trabajado tan duramente para proteger a Harry que dudaba de haberle hecho un
bien. Era un hombre joven, con las curiosidades normales de un hombre joven. En
ese sentido, Avendale sin duda sería el tutor perfecto.

— Tal vez debería regalárselo — dijo.

Los ojos de Harry se abrieron con sorpresa, mientras Avendale simplemente le


mostraba su sonrisa diabólica.

— Creo que hemos terminado por esta noche. Harry me dice que a menudo lees
para él. Tal vez quieras hacerlo ahora.
Se instalaron en un muy acogedor rincón de la terraza, cerca de las ventanas. Las
sillas eran grandes y lujosas, perfectas para leer, aunque Rose no fue la única en
notarlo. Harry se inclinó hacia adelante, siempre alerta, mientras que Avendale se
recostaba a su lado.

Se sentía muy feliz de que Avendale hubiera sugerido traer a Harry allí.

Tomó el libro de “Las mil y una noches” y empezó a leer “La lámpara maravillosa
de Aladino” Por un momento se encontró deseando poder tener mil y una noches
como ésa.
Capítulo 18

Rose no podía dejar de reconocer que Harry la estaba pasando bastante bien
desde que había llegado a Buckland Palace hacía una semana. Devoraba los libros,
caminaba por el jardín, y dos veces Merrick, Sally, y Joseph se les habían unido para
la cena. Cada tarde, Avendale lo sorprendía con algo diferente: un payaso acrobático
a cuerda; una pista de carreras mecanizada que ocupaba una buena parte de la sala y
que entusiasmaba a Harry haciendo apuestas sobre el resultado a pesar de que
siempre ganaba el mismo caballo; un calidoscopio, un telescopio. La noche anterior
el cielo había estado despejado y lo habían llevado a los jardines para observar las
estrellas. Así que cuando Avendale le había pedido que lo acompañara al teatro esa
tarde, ni siquiera había pensado en rechazar la invitación. Estaba dando mucho más
de su tiempo a Harry de lo que esperaba, y no era justo que sólo estuviera un tiempo
a solas a altas horas de la noche, cuando se retiraban a dormir. Se merecían una
noche juntos. Harry había sido terriblemente comprensivo. Cuando había sugerido
enviarle a Merrick para hacerle compañía, Harry le había dicho que prefería estar
solo. El duque le había concedido permiso para desmontar la pista de carreras, y
Harry estaba interesado en descifrar cómo funcionaba.

Mirando más allá de su imagen en el espejo, observó mientras Avendale se


vestía con la chaqueta de tarde. No debería sentir tanta alegría al observarlo
mientras se vestía, ya que lo prefería ausente de ropas. ¿No tendría que haber
desaparecido la emoción de verlo desnudo?, ¿no deberían estar cansados el uno del
otro?
Edith aseguró la última perla en el cabello de Rose, y a continuación, cogió el
collar.

— Yo me encargo de eso — dijo Avendale, que estaba detrás de Rose. Con una
rápida reverencia, Edith se marchó. Rose apenas se movió mientras Avendale
colocaba la preciosa pieza alrededor de su cuello. Rose vio la luz apreciativa en sus
ojos, y decidió llevarse la joya cuando se marchara, porque sería un recordatorio
perfecto de su tiempo juntos. Sería capaz de recordar las caricias que le propiciaba.
—Gracias— dijo cuando hubo terminado mientras comenzaba a tirar de un guante, y
él daba un paso hacia atrás.

En el espejo, vio un pliegue que le surcaba la frente.

— Hmm — murmuró.

Cuando el guante estuvo en su lugar por encima de su codo, comenzó con el


siguiente.

— ¿Qué sucede? — Preguntó.

— Algo no parece del todo bien.

Con el último ajuste de la pieza de cabritilla, se puso de pie y se acercó al espejo


de cuerpo entero. Se volvió a un lado y al otro.

— No veo nada extraño.

— Tal vez sea esto. — Tomando su mano, le colocó un brazalete de diamantes y


rubíes sobre su muñeca antes de fijarlo.

— Avendale…

— No digas que no — dijo, cortando su objeción, y levantando su mirada hacia la


de ella. — Déjalo cuando te vayas, si es lo que quieres, pero es un regalo de Harry.
— Harry no tiene dinero para comprar algo como esto.

— Yo le enseñé a jugar al póquer esta tarde. Me dio una paliza.

Ella sabía más allá de toda duda que él había permitido que le diera esa paliza.
Acunando su mandíbula dijo:

— No esperaba que fueras tan amable.

— Ni siquiera yo estoy seguro de lo que esperaba de mí mismo pero estoy


totalmente desinteresado. Si no nos vamos pronto, vamos a perdernos el comienzo
de la obra. Se arruinará la noche si no vemos la función desde el principio.

Colocando el manto sobre su brazo, ella lo siguió hasta el pasillo y comenzó a


bajar las escaleras.

— ¿Qué obra veremos? — Preguntó.

— Un drama de Shakespeare sin duda. ¿Importa?

— No, pensaba que…— Se detuvo de golpe al ver a Harry de pie en el vestíbulo


sonriéndole. Llevaba pantalones negros, una chaqueta negra de cola de golondrina,
camisa blanca, chaleco gris y una corbata perfectamente anudada. Tenía la mano
apoyada en el bastón sosteniendo un sombrero de castor de copa. — Avendale —
susurró. Se había detenido un escalón por debajo, y se volvió hacia él. Su corazón se
deshizo ante su bondad, pero también por la crueldad a la que lo estaba sometiendo
sin querer. — No podemos llevarlo con nosotros. — Susurró.

— Confía en mí, Rose. — Con la garganta obstruida por las lágrimas, negó con la
cabeza. No quería enfrentar la reacción de la gente cuando vieran a Harry. Había
creado un refugio seguro para él dentro de la residencia, pero no podía controlar a
los demás y sus reacciones. No podía salvar a su hermano de la vergüenza de ser
diferente. Avendale acunó su cara con una mano. — Mi palco estará en sombras. Él
va a sentarse en la parte de atrás, y nadie lo verá.

— Pero tiene que llegar allí.

— Una vez estuve involucrado con una actriz. Conozco un camino de ingreso por
la parte trasera. Los únicos que lo verán son aquellos a los que pagué para que no
mostraran ninguna reacción y para mantener sus lenguas inmóviles. — Su mirada se
profundizó en la de ella. — Recuerdo la forma en que escudriñaste todos los
pormenores aquella noche. Ahora sé que estabas tratando de llevarle tu impresión a
Harry sin omitir detalle. Dale la oportunidad de experimentarlo por su cuenta.

Era su naturaleza ser protectora de su hermano, tratar de evitarle todo el


sufrimiento posible, pero incluso los pájaros no volarían nunca si no eran forzados a
salir del nido. Ella tomó una respiración profunda, maldijo su corsé por no permitirle
respirar tan profundamente como necesitaba.

— Está bien.— Colocando su mano en el hueco del codo de Avendale,


absorbiendo su fuerza hasta que sus dedos temblorosos se calmaron, comenzó a
bajar por las escaleras. Alcanzando el vestíbulo, le sonrió. — ¡Oh, Harry, te ves tan
apuesto!

Él asintió con la cabeza, su mirada viajando entre ella y Avendale.

— El duque conoce un sastre consumado que vino a verme.

— Debo decir que en verdad es excelente en su trabajo.

— Tenemos que irnos— dijo Avendale en voz baja, descansando su mano en la


parte baja de la espalda para apaciguar cualquier temor restante de que esa era una
idea horrible. Harry puso su sombrero en la cabeza, pero Rose se lo enderezó lo
mejor que pudo, y luego declaró: — Perfecto.— Una vez que estuvieron en el
carruaje, se encontró sentada en el banquillo a solas con los dos caballeros frente a
ella.

Obviamente, Avendale había dado instrucciones a Harry con respecto a dónde se


sentaban los caballeros. La lámpara estaba encendida, pero las cortinas estaban
corridas sobre las ventanas.

— ¿Te sorprendiste Rose? — preguntó Harry.

— Absolutamente.

— Harry ha estado ansioso todo el día de romper el silencio — dijo Avendale.—


¿Por qué te crees que lo entretuve con las cartas toda la tarde?

— Le gané. Todas las manos — dijo con un poco de arrogancia, y se abstuvo de


informarle que era de mal gusto presumir las victorias de uno.

— Eres muy inteligente, Harry. — Pero también lo era Avendale. Inteligente y


amable. Mientras que proclamaba no saber nada en absoluto sobre querer y
proteger, parecía que sabía mucho de hecho. Y se dio cuenta del miedo que sentía al
descubrir que se estaba enamorando de él. ¿Cómo iba a sobrevivir cuando ya no
estuviera en su vida? No era su persona la que estaba preocupada, sino su corazón,
su alma. Él los nutría, los alimentaba. Se había mantenido distante de todos, salvo de
los integrantes de su pequeño círculo. Ella los quería mucho, pero no de la misma
manera que a Avendale. Era como si se hubiera convertido de alguna forma en parte
de ella. Estaba empezando a adivinar las cosas que diría antes de que las dijera. Cada
vez que lo veía, se llenaba de alegría. No importaba si sólo cinco minutos habían
pasado desde que lo había visto por última vez. Todo el tiempo quería tocarlo,
abrazarlo, acunar la cabeza en su hombro.

— ¿Cuánto tiempo has estado planeando esto? — Le preguntó.


— Casi desde el principio.

— ¿Es posible que ni siquiera lo hayas mencionado?

— ¿Y arruinar mi diversión? No es probable.

— No tenía ni idea de que mi hermano pequeño era tan hábil para guardar
secretos.

— Soy el mejor — dijo Harry.

— Entre el globo y este secreto, estoy empezando a pensar que no debería


dejarlos solo para maquinar las cosas.

— El duque y yo somos amigos. Compañeros de aventuras.— Las palabras


fluyeron a través de ella, y se preguntó si Harry era consciente de lo extraordinario
que era que un hombre de la talla de Avendale fuera su amigo. Pero ¿era consciente
el duque de que Harry lo aceptaba como su amigo por la única razón de que le
gustaba? Harry no se sentía influenciado por la riqueza, el rango o la posición.
Juzgaba a la gente por lo que veía en su interior.

El carruaje se detuvo, se balanceó, y Rose sintió una sacudida de nerviosismo.

— Espera aquí — ordenó Avendale, antes de salir del coche. Rose se asomó
detrás de la cortina para verlo marchar subiendo algunos escalones hasta una
puerta. Usando la cabeza de su bastón, golpeó, esperó, y miró casualmente
alrededor.

— ¿Qué está haciendo? — preguntó Harry.

— Está esperando que alguien responda a su llamada. Parece que estamos en un


callejón.— Vio que la puerta se abría, y escuchó voces, aunque no podía descifrar las
palabras intercambiadas. Entonces Avendale se dirigió hacia ellos.
Un lacayo abrió la puerta del coche mientras Avendale tomaba la mano de Rose.

— Todo está dispuesto. — La ayudó a bajar antes de ayudar a Harry. Los condujo
por las escaleras y a través de la puerta a una pequeña habitación en penumbras. Un
caballero finamente vestido que sostenía una lámpara les dio la bienvenida.

— Si son tan amables de venir conmigo. — Con Avendale brindándole apoyo a su


hermano, Rose siguió al caballero por unas estrechas escaleras. En la parte superior,
esperaron con ansiedad mientras separaba las pesadas cortinas y se asomaba entre
ellas. Haciendo la tela a un lado, salió al pasillo y les indicó que podían precederlo. Se
dirigieron al palco de Avendale sin incidentes. Soltando el aliento no se dio cuenta de
que había estado conteniéndolo, Rose se instaló en su silla entre Harry y Avendale,
muy consciente de la emoción zumbando a través de Harry mientras escudriñaba los
alrededores.

— Es tal como lo describiste — susurró — sólo que mejor.

— Yo sabía que mis descripciones no le hacían justicia.

— ¿Cómo se puede capturar el alma de aquello que sólo puede ser


experimentado? — Harry se inclinó un poco hacia delante. — Todas esas personas,
¿no pueden verme?

— No, siempre y cuando nos mantengamos aquí— dijo Avendale. — Pero incluso
si nos ven, no permitiré que nos molesten.

Harry lo miró.

— ¿Porque eres un duque?

Avendale esbozó una sonrisa confiada.

— Precisamente.
Pero Rose se dio cuenta de que era más que eso. Era porque no lo toleraría. Se
mantendría firme al igual que sus antepasados lo habían hecho en los campos de
batalla. Hubiera preferido que nunca se hubiera enterado acerca de Harry, porque
todo había cambiado, porque había estado tan preocupada por protegerlo que había
dejado de tomar las precauciones para proteger su corazón. Avendale había
derribado la pared de sus defensas. Sin embargo, no era capaz de lamentarlo, aún
sabiendo el dolor que su separación podría causarle. Pero ese momento aún no
había llegado.

Tomando la mano que descansaba sobre su muslo, dirigió su mirada oscura a la


ella, le levantó la mano y muy lentamente le quitó el guante, pulgada a pulgada en
agonizante lentitud. Todo dentro de ella se quedó inmóvil. Cuando terminó, se quitó
sus dos guantes antes de entrelazar sus dedos. Este hombre no le temía nada, ni a la
censura de la Sociedad ni a hacer cosas que no convenían. Por un momento se
atrevió a soñar que podría reclamarla. Que se asomaría por el borde del balcón,
abrazándola, y gritaría que la amaba, que se convertiría en su duquesa. En el
siguiente momento se imaginó a Tinsdale en la multitud, poniéndose de pie,
señalándola y revelando el fraude que era. Una ladrona, una estafadora, una
embustera. Ni un ápice mejor que su padre con su elixir mágico. La vergüenza que su
juicio traería a Avendale. El dolor que le supondría no tenerlo a su lado, la agonía, si
lo hacía. La esposa de un duque no podía desaparecer en las sombras.

— ¿Qué pasa? — Susurró. Sacudiendo la cabeza, levantó sus manos unidas y le


dio un beso en los nudillos.

— Estoy agradecida por esta noche. — Sus ojos se estrecharon, y supo que no le
había creído. Se hacía cada vez más difícil ocultar sus mentiras. Al oír un suspiro, vio
a Harry inclinándose mientras caía el telón para revelar el escenario. Casi le advirtió
que tuviera cuidado, pero no fue capaz de decidirse a correr el riesgo de acallar su
excitación. Esa noche era una oportunidad increíble, una que ella nunca podría
haberle dado. Pero Avendale tenía el poder, la riqueza, y la influencia de hacer que
casi cualquier cosa sucediera. Así que Harry por primera vez asistía a un teatro. Al
comenzar el primer acto, se inclinó hacia Avendale.

— ¿Esa actriz que mencionaste está en el escenario esta noche?— no sabía por
qué le había preguntado eso, por qué sentía esa chispa de celos que le hacía pensar
en los momentos pasados con otra mujer.

— No — dijo en voz baja.

— Ella debe haber sido muy bonita.

— Para ser honesto, apenas recuerdo cómo era.

Dentro de un tiempo, después de que su relación hubiera terminado, ¿diría lo


mismo de ella?

— Eso no habla bien de tus sentimientos.

— Hace un mes, podría haberla descrito en detalle, pero ahora palidece. Todas
ellas palidecen, Rose. — Estaba tratando de tranquilizarla, dándole a entender que
de alguna manera era especial, pero ella sabía que algún día, para él, también
palidecería. Mientras que en su mente, sus recuerdos, siempre seguirían siendo
sorprendentemente vibrantes. No podía imaginar, sin importar cuántos años viviera,
sin importar cuántos hombres conociera, que alguna vez volvería a encontrar a
alguien para llenar el hueco que había tallado en su corazón. Injusto tal vez para
cualquier caballero cuya fantasía podría atrapar, pero había aprendido hacía mucho
tiempo que no todo era justo. Apretando su mano, volvió su atención a Harry, que
estaba cautivado, absorbido por la pompa, la acción, y la grandeza. Ni una sola vez
sus ojos se desviaban del escenario delante de él. Ni una sola vez habló. No hizo ni un
solo sonido. Por un momento deseó poder retratarlo perdido en ese mundo de
fantasía. Cuando las cortinas cayeron marcando el final, se puso de pie con el resto
de la audiencia, y aplaudió locamente, mientras sonreía. Se inclinó y la abrazó como
si esa noche maravillosa hubiera sido mérito suyo. Ella miró a Avendale para
encontrar una expresión de inmensa satisfacción.

— Gracias — dijo en voz baja.

Él deslizó su mano alrededor de su cuello, le dio un beso ligero en la sien, y


susurró:

— Fue por ti. — Se quedó sin aliento, su pecho se apretó con el conocimiento de
que todo lo que estaba haciendo era por ella, para aliviar su sentimiento de culpa por
no poder darle a su hermano una vida mejor.

Esperaron hasta que el pasillo quedó desierto y los autorizaron a hacer el camino
de regreso a las escaleras de la parte trasera. Harry no habló hasta que estuvieron
una vez más en el coche, viajando de regreso a la casa. Sólo que esta vez Avendale se
sentó a su lado, como si, no estuviera dispuesto a separarse de ella, entrelazando sus
dedos, y lamentando que se hubiera puesto el guante de nuevo.

— Gracias, Duque — dijo Harry.

— Es un placer.

— ¿Qué te parece que estará haciendo la gente que estuvo sobre el escenario
ahora?

— Preparándose para otra actuación mañana.

— ¿No les importa que otros los miren?

— No, en realidad es lo que quieren.


— No es como lo que pasó contigo, Harry — trató de explicar Rose. — Ellos
disfrutan entreteniendo a la gente.

— ¿Está mal que yo no lo disfrutara? — Preguntó.

— No, querido. Una cosa es tener la pasión de darle vida a una obra de teatro, y
tener el deseo de hacerlo. Es algo completamente distinto a ser forzado a hacer algo
que no quieres.

Él asintió con la cabeza, y ella esperó que en verdad hubiera entendido.


Ciertamente no quería que justificara el intento de su padre de tomar ventaja de la
condición inusual de Harry.

— ¿Tú también estuviste obligada a hacer cosas que no querías?

A su lado, Avendale se puso rígido, sin duda, a la espera de que diera


explicaciones acerca de sus tratos. Pero ella no había sido obligada. La primera vez
podía haberse alejado. No, no la había obligado. Lo había deseado tanto como él la
deseaba. La segunda vez también había tenido la oportunidad de negarse. O tal vez
estaba refiriéndose a la totalidad de su vida, y cómo se había involucrado en el
cuidado de Harry desde que tenía cuatro años de edad.

— Me conoces lo suficientemente bien, Harry, para saber que no hago nada que
no me gustaría hacer.

Parpadeó asombrado, luego dijo.

— Fue una noche espléndida.

— Sí, lo fue — respondió, agradecida de que no siguiera indagando sobre las


cosas que había hecho. El hecho de que a menudo se había sentido que no tenía
elección no quería decir que se sentía como si hubiera sido forzada. Cuando llegaron
a la casa, Gerald estaba esperando para ayudar a Harry. Besó a su hermano en la
mejilla.

— Hasta mañana, querido.

— Buenas noches Rose, Duque.

Ella lo vio caminar por el pasillo, con su paso un poco más lento, su modo de
andar más desequilibrado, incluso con el bastón.

— Tal vez Sir William debería verlo mañana.

— Voy a enviarle una nota.

— Gracias. — Se volvió y se enfrentó a él. Nunca tendría con qué pagar lo mucho
que le debía. Si lo expresaba con palabras, sabía que iba a irritarse, su mandíbula se
apretaría, sus labios se cerrarían en una línea dura. Lo conocía tan bien, que era casi
como si fuera parte de él. Podía leer sus estados de ánimo como nunca había sido
capaz de leer a otro. — Me parece interesante que Harry no hiciera ningún
comentario sobre la pulsera, teniendo en cuenta que era un regalo suyo. Pensaba
que estaría contento de verme usándola.

— Creo que estaba demasiado entretenido con su aventura de ir al teatro.

Acercándose, le echó los brazos alrededor del cuello.

— Creo, excelencia, que no soy la única que estafadora.

— Es cierto. — No parecía en absoluto molesto por eso cuando la levantó en sus


brazos y comenzó a llevarla escaleras arriba. Con dedos ágiles, desató su pañuelo de
cuello, plenamente consciente de que la anticipación vibraba a través de ella.

— Supongo que no necesitaré a Edith esta noche.


— Seré yo quien tenga el honor de desnudarte.— En verdad le hacía sentir como
si fuera un honor mientras la desnudaba lenta y provocativamente, presionando
besos en la piel que revelaba. La había arruinado para cualquier otro hombre.
Cuando hubo terminado con ella, pasaría el resto de su vida en soledad y no
lamentaría un solo minuto vivido con él. Atesoraría esos momentos hasta que la
locura de su unión la abrumara. Pero a partir de ahora, y durante los años venideros
sería capaz de recordar hasta el más pequeño de los detalles, porque se obligaría a
no olvidar nada, para poder rememorar lo que había vivido como cuando se
entrenaba para poder describir sus vivencias a Harry. No es que pensara compartir
nada de eso con él. No, esos recuerdos eran sólo para ella, para mantenerla caliente
cuando sus huesos fueran frágiles y su piel como pergamino. Recordaría la forma en
que descansaba en la cama, observándola mientras se quitaba la ropa, sin apartar los
ojos. La manera en que se le acercaba como un gato enorme, con sus piernas
musculosas estiradas a su lado. Hermosa perfección. Él podría haber servido de
modelo para la parte masculina de la escultura en la fuente. Se sorprendió por la
certeza de que probablemente lo había sido. En su juventud, arrogante y atrevido, y
seguro de su masculinidad. Había estado tan absorbida por la forma atractiva del
cuerpo esculpido en mármol que apenas había notado su rostro. Ella que siempre
había odiado que su cuerpo distrajera a los hombres, era culpable de la misma
actitud. Pero por qué iba a reparar en la cara de cualquier otro hombre, ya sea de
carne o piedra, cuando uno increíblemente guapo y bien formado estaba sobre ella.
Sus oscuros ojos ardían de deseo y volvió a extrañarse de que todavía anhelara estar
en su compañía, después de tantas noches en que la pasión estallara caliente e
inflexible. Bajando la cabeza, tomó su boca. Levantando sus caderas, le dio la
bienvenida a la maravillosa plenitud de su virilidad. Se movieron a contrapunto. Las
sensaciones subieron en espiral, consumiéndolos hasta que se hicieron añicos. Y
supo, una vez más, que llegaría un día en que su corazón correría la misma suerte.
Capítulo 19

Harry abotonó la camisa a medida que el Duque había hecho confeccionar para
él para andar por la casa. El material blando contra su piel, le hacía sentir como si
estuviera siendo continuamente acariciado por una sedosa y gentil mano.

— No me queda mucho tiempo, ¿verdad? — Preguntó en voz baja.

Sir William cerró el bolso negro.

— No, no creo.

— No le diga nada a Rose. — Sus ojos reflejaban pesar y el médico encontró su


mirada, y asintió.

— Si eso es lo que deseas, no lo haré.

—Normalmente me gusta darle sorpresas. Esta no va a ser una agradable, pero


es mejor de esta manera.

— ¿No cree que sería más amable prepararla?

— Ella sabe que estoy muriendo. Usted se lo dijo ya.

— Sí, me temo que ya lo hice.

— Entonces no necesita saber qué tan pronto será, ni lo mal que están las cosas
ahora.

— Me gustaría poder hacer más por ti.


— Usted ha hecho mucho.

— Voy a dejar un poco de láudano adicional. — Harry no se opuso, a pesar de


que no iba a usarlo. Le producía somnolencia. No quería pasar el tiempo que le
quedaba dormido. Era imperativo que terminara de escribir su historia, muchos
libros estaban esperando para ser leídos, así que muchas cosas le quedaban por
hacer. No sabía si era una bendición o una maldición saber que le quedaba tan poco
tiempo.

***

“Llegamos a Londres en la oscuridad de la noche, como siempre que llegábamos


a algún lugar, como si fuéramos malhechores, determinados a causar daño, pero yo
sabía que era mi deformidad lo que impulsaba nuestras llegadas secretas. A pesar de
que llevaba una capa con capucha siempre, no tenía el poder de defenderme de
aquellos que se empeñaban en hacerme daño. La gente le temía a lo que no conocía,
y rara vez se tomaban el tiempo de conocerme. Nuestra residencia era la mejor en la
que alguna vez habíamos morado. Una noche Rose salió y a la mañana siguiente, me
describió un antro de juego. Me sentí impresionado e intrigado de que visitara un
lugar así. Pero no parecía ella misma mientras intentaba plasmar con palabras un
retrato vívido de todo lo que había visto. Tenía la sensación de que había muchos
datos de su aventura que no compartía, una parte que incluso la asustaba. Traté de
no preocuparme, ya que sabía que no había nada que pudiera hacer, sin embargo,
me preocupé igual”.

— Thatcher dijo que deseabas verme.


Avendale apartó su atención de la historia, mientras Rose entraba en la
biblioteca parándose delante de su escritorio. Habían pasado unos pocos días desde
su incursión al teatro. Estaba aburrido. Se imaginó que a Harry le pasaba lo mismo.
Los juguetes mecánicos podían mantener su interés sólo por un tiempo.

— Me gustaría llevar a Harry a los Dragones Gemelos el próximo martes.

— Confío en ti.

Las palabras cayeron sobre él con tal fuerza que casi le hizo tambalearse. No se
había dado cuenta de lo desesperadamente que deseaba su confianza, lo
desesperadamente que deseaba eso de lo que no estaba seguro de poder adquirir.
Estaba allí con él ahora a causa de su hermano. Se quedaría con él durante el tiempo
que deseara debido a todas las cosas que hacía para garantizar que los últimos días
de su hermano fueran memorables. No se resentiría de sus razones, pero se
encontró deseando que hubiera más entre ellos. Incluso si ignoraba su pasado para
hacerla su duquesa, las responsabilidades eran mucho más de las que podía
imaginar. ¿Cómo podía preguntarle si aceptaría las funciones que conllevaba el ser
su esposa cuando descubrió que ella ansiaba la libertad? toda su vida adulta había
sido un bastardo egoísta, atendiendo sus propios deseos y necesidades. Era un ajuste
incómodo pensar en cambiar para ella, pensar en dejarla ir cuando tan
desesperadamente todavía la deseaba. No sabía cómo había hecho todos esos años,
cuidando de su hermano, a expensas de sus propios deseos.

— Excelente — dijo alegremente, sin querer revelar las dudas que se arrastraban
a través de su conciencia. — Vamos a mantenerlo en secreto de Harry por ahora, ¿de
acuerdo?

— Te gustan los secretos.


— Me gustan las sorpresas.— Los secretos no hacían más que llevar a un
hombre a la ruina.

***

Avendale estaba de pie en la modesta sala de la residencia de su madre y esperó


a que el mayordomo le informara de su llegada. Por encima de la chimenea había un
retrato de ella con su marido y sus hijos. Le había pedido ser parte de la reunión para
el retrato, pero había estado demasiado ocupado en aquel momento, con el whisky,
la necesidad de beber, las mujeres y el placer. Ahora se lamentaba porque le hubiera
pedido tan poco y le hubiera fallado. Y ahora estaba a punto de solicitarle un
inmenso favor.

— ¡Whit! — Al escuchar la alegría en su voz, volvió su mirada del retrato. —


Madre.

Cruzando hacia él, le dio un rápido abrazo, y luego lo miró a los ojos para
estudiarlo como si tuviera el poder de leer sus pensamientos. Se preguntó por qué
no había percibido durante su última visita cómo su pelo se estaba tornando
plateado en las sienes y que las líneas en los ojos y la boca se habían profundizado en
pequeñas arrugas. Rose se habría dado cuenta de todo.

— Tienes buen aspecto — dijo su madre ahora. — Sin embargo presiento que
estás en problemas. ¿Qué es lo que anda mal?

— En realidad, nada. ¿Puedo tomar asiento?

— Oh, sí, por supuesto. Perdona mi falta de modales. ¿Quieres que pida que nos
sirvan té?
— No, yo…— Casi le dijo que no iba a quedarse tanto tiempo, pero lo que quería,
no podía explicarse fácilmente. —…tomaré un whisky si tienes.

Su boca formó una mueca de desagrado. Sin embargo, llamó al mayordomo.


Cuando el té, galletas, y whisky se hubieron dispuesto sobre la mesa baja, Avendale
saboreó el líquido de color ámbar, mientras que su madre tomaba un sorbo de té.
Inclinándose hacia adelante, con los codos sobre sus muslos y el vaso entre las
manos, dijo:

— Tengo que pedirte un favor. Aunque creo que podría conseguir la ayuda de un
amigo…— Rose tenía razón. Su único amigo era Lovingdon. Los otros eran meros
conocidos. —…tendría más éxito si la solicitud proviene de ti.

— ¿Qué necesitas? — Sin vacilación, sin duda, como si hubiera sido un buen hijo,
como si mereciera su lealtad, como si no estuviera tomando ventaja de su influencia,
y la buena voluntad que los demás tenían hacia ella. Su rostro estaba exultante con
la esperanza de poder ayudarlo, de ayudarle a encontrar lo que buscaba. Durante la
última década muchas veces lo había mirado con la misma esperanza de que
accediera a acudir a una cena especial, o meramente visitarla para saber de ella.
¿Cuántas invitaciones había pasado por alto? Una vez que había sido lo bastante
mayor como para irse a vivir solo, rara vez había vuelto a cruzar el umbral. Dejando a
un lado su copa, se levantó.

— Lo siento. He cometido un error al venir aquí hoy.

Con movimientos rápidos, se dirigió a la puerta.

— Whit, hijo querido, lo que necesites, sea cual sea el problema que podrías
estar enfrentando, estoy aquí para ti.— Parándose en seco, supo que si en ese
momento salía por la puerta, nunca, nunca más volvería. Ya no podía vivir sin la
verdad. Sólo que no estaba seguro si quería saberlo. Pensó en la verdad con la que
Rose debía enfrentarse. Iba a perder a su hermano. Sin embargo, se enfrentaba a ello
con coraje cada día. En comparación con ella era un cobarde. Se volvió y se enfrentó
a su madre, vio como la esperanza volvía a sus ojos. Lo escupiría todo de golpe, sin
rodeos y cruelmente. Era la mejor manera. Sin escatimar palabras, sin darle vueltas a
algo que debería haber enfrentado años atrás, cuando había sucedido.

— Te vi matar a mi padre.

Ella se tambaleó hacia atrás como si le hubiera lanzado un golpe de puño.


Probablemente se sentía como si lo hubiera hecho. Con lágrimas en los ojos, posó la
mano temblorosa sobre su boca, sacudió la cabeza y se dejó caer en el sofá. ¿Dónde
estaba su rabia, su repudio? Lo enfurecía que la pequeña semilla de duda que había
alimentado todos esos años fuera aplastada por el peso de la máscara de terror
grabada en su rostro.

— ¿No vas a negarlo?

Su boca se movió, pero las palabras no brotaron, como si ella no pudiera


encontrar por dónde empezar. Por último, en un tono apenas audible, le preguntó:

— ¿Cómo es… que piensas que viste... algo tan horrible?

—Me habías llevado a casa de Lovingdon pero después de que nos pusieron en
la cama, salí y corrí a casa, porque te echaba de menos. Atravesé los jardines, pero
sentía que algo no estaba bien y me asusté. Abrí la puerta de la biblioteca. Mientras
me acercaba, te vi golpearlo con un atizador.

Ella sacudió la cabeza con más energía, levantó una mano como si tuviera el
poder de corroborar sus palabras.

— No fue mi intención matarlo, sólo quise detenerlo.

— Pero ¿por qué…


— Ella me estaba protegiendo — una voz profunda resonó con fuerza. Avendale
dio la vuelta y se encontró frente a la iracunda expresión de Sir William. Siempre
había pensado que era un hombre gentil, casi demasiado amable, pero en ese
momento, Avendale vio a un hombre que mataría para proteger lo que era suyo. Y la
duquesa era suya. — Ella me estaba protegiendo — repitió Sir William.

— ¿Debido a que usted y mi madre eran amantes? — Escupió. — ¿Por esa razón
tramaron librarse de mi padre?

— ¡No! — Gritó su madre. — ¿Eso es lo que pensaste todos estos años?

— ¿Qué más podía pensar cuando Sir William estaba siempre rondando nuestra
casa?

— Que usted y ella necesitaban protección. Su padre era una bestia. Tratamos
de librar a tu madre de su presencia una vez; pero no funcionó.

— ¿Nosotros? — Miró de nuevo a su madre.

— Ella no tuvo nada que ver con ello la primera vez.

Él volvió su atención a Sir William.

— ¿Quién lo hizo? — La cara de Sir William se quedó en blanco. — No importa.

— ¿Fue la vez en la que supuestamente había muerto en un incendio?

— Me gustaría invitarte a sentarte, pero sospecho que prefieres escuchar todo


esto de pie — dijo Sir William. — Hubo un incendio, que él mismo inició, pero fue
rescatado a tiempo. Hubiera sido mejor para todos si lo hubieran dejado morir allí,
pero no lo hicieron. Se hicieron arreglos para enviarlo como un preso en una prisión
flotante hasta el otro lado del mundo. Hombre inteligente, su padre. Se las arregló
para escapar y volver aquí.
— Una vez que me enteré de que estaba vivo y de vuelta en Londres, sabía que
vendría por mí — dijo su madre en voz baja, con tristeza en sus ojos. — Envié a los
criados y a ti fuera de aquí. Durante su ausencia mi vida había cambiado. Era feliz. No
podía permitir que me robara eso; ni que te alejara de mí. Pero cuando entró a la
casa, amarró a Sir William como un pavo de Navidad. Me dijo que iba a matarlo y que
me enviaría a Bedlam. ¿Quién podría protegerte de él, entonces?

Avendale negó con la cabeza.

— No recuerdo que Sir William haya estado allí. Le recuerdo más tarde,
diciéndome que mi padre estaba muerto.

— El trauma puede afectar la memoria — dijo Sir William. — Y han pasado un


poco más de veinte años.

Él asintió con la cabeza. Gran parte de los recuerdos de sus primeros años eran
borrosos, por lo que muchas cosas que no había querido recordar comenzaban a salir
a la luz con la confesión de su madre. Recordó a su padre golpeándola.

— ¿Es por eso que te has mantenido alejado todos estos años? — Preguntó su
madre. — ¿Debido a que sabías lo que había hecho y no podías perdonarme?

Pensó en todas las cosas que Rose había hecho para proteger a su hermano. Le
había dicho que sabía que tendría que pagar un precio por ello. Su madre había
hecho lo mismo, pagar un precio para protegerlo. Se arrodilló ante ella.

— Él vino a mí una noche, me dijo que estabas tratando de librarte de él, que
también deseabas hacerme daño.

Ella se quedó sin aliento.

— ¡No!
— Cuando vi que lo matabas, temí ser el próximo.

— Oh, Dios mío, Whit. — Las lágrimas anegaron sus ojos y se desbordaron por
sus mejillas. Ella acunó su rostro entre las manos. — Nunca te lastimaría. Eres mi
niño precioso, siempre lo fuiste.

¿Cómo pudo haberla juzgado tan mal? Envolvió sus brazos alrededor de su
cintura, y apoyó la cabeza en su regazo.

— Lo siento, siento haberme alejado. Estaba enojado, no entendía lo que había


sucedido, pero era demasiado cobarde para preguntar.

— No es tu culpa. Maldito sea tu padre por poner esas ideas en tu cabeza. Juro
que si estuviera vivo lo mataría de nuevo.

Se enderezó y la miró a los ojos que no eran los de una asesina, sino más bien los
de una leona protegiendo a su cachorro. Apenas podía tolerar lo que había creído a
la edad de siete años, los temores que había permitido que marcaran su vida.

— A medida que fui creciendo, entendía que no tenía sentido, pero el daño ya
estaba hecho.

Ella tomó su mejilla.

— No estoy completamente exenta de falta. Me abrumaba cierto sentido de


culpabilidad. Siempre tuve miedo de que de alguna manera descubrieras la verdad.
Ahora ya lo sabes. Si tan sólo te lo hubiera dicho todo hace años. Pero temía lo que
podrías pensar de mí.

— Sospecho que habría pensado lo que pienso ahora: Que eres una mujer
extraordinaria.

Una vez más, las lágrimas llenaron sus ojos.


— No tan extraordinaria. Sólo defendí mi vida y la de mis seres queridos. Mis
acciones no fueron lo que hubiera elegido, pero a veces la vida no te da opciones.

¿Cómo sabe uno, se preguntó, cuáles son las opciones, cuando uno debe hacer
una elección?

— ¿Si él te hubiera dado la oportunidad de escapar, te hubieras ido?

— Sí — dijo en voz baja. — Mi amor por él había muerto. William entró en mi


vida y curó mi corazón. Siempre voy a elegir el amor por encima de todo. Es la única
cosa que importa. Mi mayor deseo es que ninguno de mis hijos vea pasar la vida sin
amor.

— Lo siento, no he sido un buen hijo.

— Oh, Whit, no podría haber pedido un hijo mejor que tú.

Él sabía que era mentira, pero prefirió creerle. Inclinándose hacia atrás, apartó el
pelo de la frente de la misma forma que cuando era un niño pequeño.

— Ahora dime, viniste a pedirnos un favor. ¿Qué es?

Los años de separación se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Su


corazón se llenó de todo el amor que sentía por su madre. Entonces le dijo lo que
necesitaba hacer.
Capítulo 20

Esta vez, cuando Rose bajó las escaleras para ver a Harry vestido con traje, sintió
cierto temor, pero continuó y obligó a su mente descartar los pensamientos
negativos. Confiaba en Avendale, absolutamente, incondicionalmente.

— ¿Estás listo para una noche de juerga? — Le preguntó a su hermano mientras


se acercaba. Asintiendo con la cabeza, sonrió. Ella sospechaba que no tenía miedo de
ser condenado por algún pecado cometido esa noche, ya que había pasado la mayor
parte de su vida en un infierno. Seguramente las puertas del cielo se abrirían para
darle la bienvenida cuando llegara el momento.

— Vamos entonces — dijo Avendale, y ella pensó que nunca lo había visto más
guapo, más a gusto, más confiado.

Algo había cambiado en los últimos días, pero no sabía qué. Se sentó a su lado
en el coche. Saboreando su cercanía, decidida a disfrutar de la noche, para soñar con
la creencia engañosa de que su tiempo juntos nunca llegaría a su fin. Desde luego, no
daba señales de cansancio, pero sin duda esa novedad pronto desaparecería. Apartó
esos pensamientos preocupantes. El coche se detuvo. Las cortinas estaban corridas,
y sin embargo, parecía que escuchaba muchos más sonidos de lo que había oído en
el callejón la última vez que estuvieron allí: el relincho de los caballos, el zumbido de
las ruedas de los carros, pisadas rápidas, sin prisa, las voces. La puerta se abrió.
Avendale salió y extendió su mano hacia ella. Al salir, su mirada cayó en la fachada
frontal de los dragones gemelos, y tuvo que luchar con el pánico. Confía en él. Confía
en él.
— Supuse que entraríamos por la parte de atrás donde tendríamos más
privacidad — dijo.

— No esta noche — dijo, nivelando sus miradas. ¿Confiaba en él? Tragando


saliva, asintió. Hizo una seña al lacayo, que se acercó al carruaje. — Amo Harry. —
Luego procedió a ayudar a Harry. Una vez que su hermano estuvo de pie en la acera,
con los ojos como platos dijo: — Hermosa arquitectura.

— Siempre me pareció bastante gótica de aspecto — dijo Avendale.

— Se adapta al nombre — dijo Harry.

— Nunca lo consideré por qué aborrezco el nombre. Para mí, siempre será el
salón de los Dodgers. ¿Estás listo para explorarlo?

— Sí, de hecho.

— Señores — dijo Avendale, antes de ofrecer su brazo a Rose, y se dio cuenta de


que había dos hombres adicionales. Uno ayudó a Harry a subir los escalones,
mientras los otros los flanqueaban. Eran hombres grandes y voluminosos que
proporcionaban la protección de un escudo. Nadie iba a acercarse a Harry. Ella
dudaba de que alguien consiguiera echarle una buena mirada. A medida que se
acercaban a la puerta, un lacayo se inclinó ligeramente.

— Su Gracia. — Luego abrió la puerta. Sólo ella, Avendale, y Harry entraron. La


cara de su hermano estaba demudada de asombro, mientras que Rose se sorprendía
por la ausencia de la multitud, y aún más de que nadie pareciera tomar nota de su
llegada. — No hay mucho movimiento — dijo Rose. Esperando que el negocio no
estuviera decayendo.

— Esta noche es sólo por invitación — dijo Avendale.

Ella lo miró.
— ¿A pedido tuyo? — Antes de que pudiera responder, Harry proclamó.

— ¡Merrick!

Rose se volvió para ver a Merrick, Sally, y Joseph saludando a Harry. Los señores
estaban vestidos con traje de noche tan finamente adaptados como los de Harry.
Sally llevaba un vestido de noche de seda azul que no se veía nada ordinario. Sonrió a
Avendale.

— Gracias, Su Gracia, por la invitación.

— Una noche con amigos es mucho más agradable que una sin ellos.

Ella dio una sacudida rápida a modo de reverencia.

— Además, gracias por el precioso vestido. Nunca antes he tenido nada tan
hermoso.

— Es un placer. Y permítame decir que el color la favorece. — Sus ojos se


abrieron y cerraron repetidamente y luego se dirigió a Rose.— Él envió una costurera
a la residencia. Y un sastre para los caballeros. Merrick nunca ha lucido más guapo.

— Me atrevo a decir que es obvio que el duque es bastante generoso y goza


sorprendiendo a la gente — admitió Rose.

Merrick se acercó y le tendió la mano.

— Duque. — Avendale la tomó y le dio una sacudida.

— Merrick.

— Maravilloso lugar este.

— Yo no coincido con eso. — Joseph se acercó y le dirigió una mirada dura.—


Este es un lugar de comportamiento indebido.
— Es cierto.

El hombre sonrió.

— Me gusta eso.

Avendale rio.

— A mí también. Para asegurarme de que todos disfruten al máximo, he


reservado una buena cantidad de fichas para ustedes. Cualquier cosa que ganen es
suya para siempre.

— Bueno, entonces — dijo Merrick, frotándose las manos de alegría, —…


tenemos que tentar a la diosa Fortuna para que nos sonría. ¿Vienes con nosotros,
Harry?

— En un momento. — A medida que los demás se marcharon, Rose apretó la


mano de Harry. — Ve y disfruta de la noche con ellos.

— Lo haré, es sólo que...— Miró a su alrededor. — Nadie me está mirando.


Nadie me está prestando mucha atención en absoluto. Es como estar en una obra de
teatro. — Astutamente estudió a Avendale. — Ellos son tus amigos.

— Ahora son amigos tuyos también.

La mirada de Harry se lanzó sobre Rose antes de posarse en el duque. No parecía


muy convencido.

— Pero ellos no me conocen.

— Lo harán antes de que termine la noche. — Dando un paso adelante, Rose


apoyó la palma de la mano contra la mejilla deformada del hermano. — ¡Qué cosa
maravillosa es que tengan la oportunidad de conocerte, de verte como una persona
y no como algo en exhibición. No tengo ninguna duda que te amarán tanto como yo.
— ¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí?

— Hasta que te canses del entretenimiento — dijo Avendale. — El club no cierra


nunca, así que nos quedaremos hasta que estés de ánimo para irte. En este mismo
momento si quieres.

— No, yo quiero quedarme.

Lady Minerva Dodger, resplandeciente con un vestido lila, se acercó.

— Su Gracia — dijo con una leve inclinación de cabeza.

— Minerva — dijo Avendale. — Permítame el honor de presentar a la señorita


Longmore y su hermano, Harry.

— Miss Longmore — dijo la señorita Dodger. — Yo sospechaba que no fuiste


suficientemente sincera la noche que nos conocimos. Afortunadamente para ti, no
soy nadie para juzgarte, aunque espero que compartas tu historia conmigo en algún
momento.

— Me temo que es bastante aburrida — le aseguró.

— Oh, lo dudo mucho. — Lady Dodger se volvió hacia Harry. — Sr. Longmore, he
notado que está muy interesado en el edificio. Mi padre una vez fue propietario de
este establecimiento, así que estoy muy familiarizado con él. Espero que me conceda
el placer de mostrárselo.

Harry parpadeó, parecía demasiado aturdido para hablar, y Rose lamentó que no
hubiera contado con la atención de las mujeres casaderas durante su corta vida.

— Harry, siempre debes decir que sí cuando una joven te ofrece algo — explicó
Avendale.

Ruborizado visiblemente dijo:


— Estaría encantado, lady Dodger.

— Excelente, pero debe llamarme Minerva, ya que sospecho que vamos a ser
amigos rápidamente antes de que termine la noche. — Envolvió su mano alrededor
de la curva de su brazo. — Voy a presentarle a algunos bribones que sin duda
tratarán de atraerlo a un juego de cartas privado, bajo su propio riesgo me atrevo a
informarle.

Rose observó como la joven se alejaba con Harry, charlando mientras lo hacía.
Su hermano se notaba un poco dolorido.

— Tienes amigos extraordinarios, excelencia.

— Sólo le dije a Harry que eran amigos míos para que se sintiera a gusto. La
gente presente aquí esta noche es más obra de mi madre.

Sorprendida por sus palabras, se volvió hacia él.

— ¿Has hablado con ella?

— He enfrentado al pasado, más bien. Ya te contaré más tarde. De momento,


creo que voy a presentártela. — Rose miró a Sir William que se acercaba con una
diminuta mujer a su lado. A pesar de que su cabello se veía más deslucido que en los
retratos, Rose la reconoció. Poseía una elegancia y refinamiento que Rose nunca
podría igualar sin importar el número de horas que pasara practicando delante de un
espejo. Dios mío, no podía recordar la última vez que había considerado la
posibilidad de ser algo que no era. Avendale abrazó a su madre, antes de
enderezarse e incluir a Rose en el acogedor círculo. —Madre, me gustaría
presentarte la señorita Longmore.

— Es un placer, señorita Longmore.

— Su Gracia, por favor, llámeme Rose — dijo con una reverencia.


— Por favor, nada de su Gracia, Ha pasado mucho tiempo desde que dejé de ser
duquesa. Señora Winifred está bien. Soy consciente de que le ha dado propósito a la
vida de mi hijo.

— No diría eso, más bien él ha sido muy amable con respecto a la situación de
mi hermano.

— La vida puede ser tan injusta que a menudo nos da lo que no merecemos.

— Tengo entendido que usted es responsable de la presencia de las amables


personas aquí esta noche.

— Oh no valore mis esfuerzos más de lo que merecen. Simplemente escribí las


invitaciones.

— En persona— dijo Avendale.

— Bueno, sí. He descubierto que es más difícil para las personas rechazar una
solicitud cuando se mira a los ojos.

— Esa misma táctica ha funcionado a la perfección para recolectar una gran


cantidad de dinero para obras de caridad — dijo Sir William, con evidente orgullo en
su voz. Ella palmeó el brazo de su marido antes de volver su atención a Rose.

— Tenemos que terminar de saludar. Esperamos que tu hermano se sienta


cómodo. A pesar de estar segura de que Minerva le hará pasar un rato alegre. No
entiendo por qué la niña aún no consigue marido. Los hombres jóvenes de estos días,
a veces pueden ser muy ciegos. — Acusó posando su mirada sobre su hijo.

— Perdona a mi esposa— dijo Sir William. —También le gusta hacer de


casamentera.

— Sólo porque la combinación perfecta es crucial para la felicidad.


— Asegúrate de apuntar hacia otra parte tu flecha de Cupido — dijo Avendale.
Su madre se levantó, le dio un beso en la mejilla, y murmuró en voz baja —Sólo si
abres los ojos, querido.— Luego hizo un guiño a Rose. — Es un placer, querida. Debe
unirse a nosotros para cenar en algún momento. Me encantaría que conozcas a mis
otros hijos. Estaban desesperados por venir esta noche, pero todavía son demasiado
jóvenes para una noche llena de diversiones escandalosas.

— Gracias, mi señora. Me gustaría conocerlos.— Aunque a decir verdad, no


sabía si la mujer entendía cuál era el papel de Rose en la vida de su hijo, si se
enteraba de su pasado, se horrorizaría por la idea de tener a Rose en su casa y
presentarla a los niños. Cuando Sir William y su esposa se alejaron, Rose no pudo
evitar pensar que eran una pareja perfecta. — Me gusta tu madre — dijo.

— Ella es digna de admiración, excepto cuando trata de manejar mi corazón.

— Ella te ama, quiere que seas feliz. Eso es probablemente lo que la mayoría de
las madres quieren para sus hijos, aunque no he podido experimentarlo de primera
mano. No deberías darlo por sentado.

— No lo haré, no otra vez, pero eso no significa que permita su intromisión.

— Ella te va a encontrar una esposa adecuada.

Se volvió a mirar a Rose.

— No estoy seguro de que sea adecuado para una esposa adecuada.

— Pero estás pensando en conseguir una esposa. — A pesar de sus afirmaciones


de no querer una esposa adecuada, también sabía que era demasiado inadecuada
para llenar ese lugar en su vida.

— Estoy pensando en que quiero una bebida. Vamos a ver que podemos
encontrar, ¿sí?
Pero ella estaba demasiado molesta por la conversación y las posibles
implicaciones, como para recordarse a sí misma cuál era su lugar.

— Utilizaste mi nombre real.

Había dado dos pasos, se detuvo y la miró.

— ¿Perdón?

— Cuando me presentaste esta noche, lo hiciste como la señorita Rosalind


Longmore.

— Estoy cansado de las mentiras, los engaños, y todos los secretos que no hacen
más que dar lugar a malentendidos y poner distancia entre las personas. — Dio un
paso atrás. — ¿Acaso pesa sobre la señorita Rosalind Longmore una recompensa
sobre su cabeza?

Ella no lo dudó.

— No— Pero la señora Rosalind Sharpe sí. Al igual que la señora Rosalind Black.

— ¿Entonces por qué la preocupación?

— El hábito, supongo. Nunca uso mi nombre real.

— Entonces, es hora de que lo hagas. Vamos a buscar una bebida, y luego quiero
presentarte a todos.

Rose comenzó a sentirse mareada, abrumada, mientras las presentaciones


continuaron: el conde y la condesa de Claybourne, los Duques de Greystone, Sir
James y lady Emma, Jack Dodger y Olivia. A lo largo de la noche, se encontró con
algunos de sus hijos aunque no estaba del todo segura de que, si estuviera
presionada para hacerlo, podría haberlos ordenado a todos en sus familias
respectivas. Estaba agradecida de tener un momento tranquilo en el balcón para
recuperar el aliento, y mirar hacia abajo en la sala de juego y ver a su hermano tirar
los dados. Aquellos que lo rodeaban lo vitorearon, Jack Dodger le dio una palmada
en la espalda. La alegre risa de Harry resonó, y llegó a donde estaba, calentándole el
corazón.

— Jamás ha sido tan aceptado — dijo.

— Siempre fue aceptado por ti.

Ella miró hacia Avendale rodeando su espalda y apretándolo contra su pecho.

— Eso es diferente. Es mi hermano.

— Tendría poca diferencia para algunos.

Ella no creía que fuera tan especial. Los que se tomaban el tiempo para llegar a
conocer a Harry se enamoraban inmediatamente de él. ¿Cómo no hacerlo cuando
tenía un corazón tan generoso?

— Estoy dividida entre pasar esta noche a su lado y darle la oportunidad de


pasar la noche en compañía de los demás.

— Que disfrute de los demás por un tiempo. Ven a bailar conmigo.

Ella podría haber considerado su petición egoísta si no estuviera tan consciente


de que durante casi dos semanas había estado dándole las sobras de su atención y
tiempo.

— Me gustaría mucho, pero antes...— Volviendo a sus brazos, se levantó de


puntillas y lo besó, él le dio la bienvenida acercándola más. Casi le dijo que lo amaba,
pero dudaba que recibiera felizmente esa declaración. También existía la posibilidad
de que no le creyera, que pensara que lo decía obligada a causa de todo lo que había
hecho. En cierto modo todo lo que había hecho era responsable de sus sentimientos,
pero sólo porque servían como prueba de su bondad y generosidad. Las cuales
estaban descubriendo que no tenían límites. Ella había tratado de aprovecharse de
él, sólo para encontrarse locamente enamorada.

Harry se sentía abrumado por la noche, la gente, los juegos de azar, la suerte
asombrosa que parecía tener con ellos. Todo el mundo fue amable, pero todo era
demasiado. Había conocido a dos mujeres jóvenes que eran exactamente iguales. No
podía recordar su nombre de pila ahora, sólo su apellido: Swindler. Su padre era un
inspector de Scotland Yard, y por un momento se había preocupado por Rose, pero
luego la había visto paseando con su duque, y supo que nada le pasaría.

Las dos damas le habían dicho que les gustaría conversar un momento con él,
por lo que habían sido tan amables de escoltarlo hasta el salón de baile. Sólo unas
pocas parejas estaban bailando en el magnífico salón mientras la orquesta tocaba en
el balcón. Rose y su duque estaban en la pista bailando un vals. Harry sabía que baile
era porque una vez Rose había dado la vuelta en una habitación con él, mostrándole
los pasos cuando todavía era capaz de caminar sin bastón, antes de perder
completamente el equilibrio. Ahora simplemente le gustaba ver la gracia de sus
movimientos, la alegría reflejada en su rostro mientras el duque la mantenía cerca.

Era feliz, y Rose lo merecía. Y eso lo hacía feliz. Más feliz de lo que jamás había
sido.

— Sr. Longmore. — Su nombre sonó como un ronroneo suave y lento.


Volviéndose un poco, vio a la mujer más bella que jamás había visto. Su pelo parecía
entretejido con rayos de luna, sus ojos chispeaban como zafiros. Era alta, pero con
curvas. Sintió el calor arrebolándole la cara. El duque no reaccionaría de esa manera.
El duque no haría más que mirarla con educación. No, su amigo la llevaría a las
sombras y la abrazaría y besaría. Harry quería hacer lo mismo. Estaba avergonzado,
avergonzado de tener tales pensamientos. Ella gritaría, sin duda, si se acercaba
demasiado. Le sonrió, y la alegría invadió su rostro cuando le sostuvo la mirada. —
He estado buscándote para pasar un rato contigo.

— ¿De verdad? — Graznó, preguntándose qué había pasado con su voz para
hacer que sonara tan profunda, tan áspera.

— Así es. Soy Afrodita. — No le sorprendió que tuviera el nombre de una diosa.
Él la imaginó con un vestido diáfano, el viento remolinando alrededor de su túnica
como si el resto del mundo no necesitara la brisa suave. Ella era digna de poesía, y
las palabras comenzaron a desfilar por su mente.

— ¿Quieres bailar conmigo? — Preguntó.

Las palabras poéticas, y todo pensamiento se detuvieron. Quería lo que le pedía


más de lo que quería respirar, pero nada pudo hacer excepto sacudir la cabeza con
pesar.

— Lo siento, pero no puedo. Podría perder el equilibrio.— Y la noche maravillosa


estaría arruinada cuando todo el mundo fuera testigo de su torpeza. Ya no sería
capaz de fingir que no era un gran patán.

— Soy muy hábil en asegurarme de que los hombres no pierdan el equilibrio. —


Colocó una delicada mano sobre su hombro, otra en el brazo, en su horrible brazo,
pero no pareció en absoluto horrorizada. —Nosotros no tenemos que seguir la
música. Sólo podemos mecernos, si gustas.

A él le gustaba mucho, le gusta su cercanía. Olía a naranjas.

— ¿Eres amiga del duque? — Preguntó.

— A veces. Pero esta noche soy tu amiga.


Harry estaba relativamente seguro de que era debido a que el duque le había
pedido que lo fuera. El duque había respondido a una buena parte de las preguntas
de Harry respecto a las mujeres, pero cada descubrimiento llevaba a otra pregunta
hasta que sintió como si estuviera siendo absorbido en un vórtice donde mil
consultas se arremolinaron en su cabeza, esperando a ser resueltas. El duque le
había asegurado que aunque viviera hasta los cien años, nunca podría descubrir
todas las respuestas. —Las mujeres son un misterio, amigo, que sólo sirve para
hacernos quererlas aún más — le había dicho el duque.

Finalmente, mientras se mecía con extrema lentitud con esa mujer


increíblemente cerca, sus pechos rozando contra su pecho, sus largas y delgadas
piernas en peligro de enredarse con las suyas; Harry finalmente comprendió lo que el
duque había estado esforzándose por enseñarle. No había una respuesta aplicable a
todas las mujeres. Cada mujer era única, cada una provista de una experiencia muy
diferente. Él conocía muy poco acerca de Afrodita, pero descubrió que quería saber
todo, aunque una vida no bastaba para dar todas las respuestas. Pero no había duda
de la aventura que suponía tratar de descubrirlas.

***

Bailar con Avendale era diferente de cuando había bailado con él la primera
noche, cuando se conocieron. Era consciente de su presencia, pero no estaba
asustada de que descubriera sus secretos, de que tuviera el poder de arruinar todos
sus planes. Antes había sido un enigma, una curiosidad, un posible medio para un fin.
Ella había querido utilizarlo. Ahora deseaba que nunca hubiera habido ningún
engaño entre ellos, ni acuerdos pactados. Deseaba haber podido confiar en él antes
de llegar a donde estaban con sus necesidades mutuas. Por otra parte, era lo
suficientemente pragmática para darse cuenta de que nunca sería más que un
adorno en su vida. Mientras que los más cercanos a él podrían haber sido lo
suficientemente audaces para echar a un lado las reglas sociales y casarse con
alguien ajeno a su clase, Avendale no querría tener nada que ver con ella si
comprendía el alcance total de sus engaños y estafas. Oh, todavía podría querer sus
dulces pechos y sus estilizados muslos, todavía podrían anhelar pasar sus manos
sobre cada pulgada de su carne, todavía podía desear su cuerpo meciéndose debajo
de él, pero no la querría por esposa. Se cansaría de su presencia. Y ella se cansaría de
la vida que le daría. No es que no apreciara todas las comodidades, pero su rutina
diaria no ofrecería otro desafío que no fuera simplemente agradarle, hacer lo que
quisiera, incluso si lo que deseaba era exactamente lo que deseaba darle. Se
aburriría de la connivencia. Cuando llegara el tiempo señalado, debería desprenderse
de todo lo que había tenido, excepto de las memorias. Los maravillosos, gloriosos,
maravillosos recuerdos. La forma en que sus ojos no se apartaban de ella mientras
bailaban. La leve sonrisa que prometía otra especie de danza más tarde en la noche,
en su cama, donde la música sería un crescendo de gemidos, suspiros, y sollozos de
placer. Oh, ella lo iba a extrañar. Aunque sabía que podrían pasar años antes de que
sucediera, no podía evitar creer que su partida llegaría demasiado pronto.

Por el rabillo del ojo, vio a Harry en los brazos de una belleza. Bailaban, al menos
tanto como podían. Su corazón se apretó, le preocupaba que la mujer pudiera pedir
más de él de lo que podía ofrecer.

— ¿Quién es esa mujer que está bailando con Harry? — Preguntó.

Avendale ni siquiera se molestó en mirar hacia ese lado, de modo que supo que
tenía que ser consciente de su presencia. ¿Desde cuándo lo sabría? se preguntó.

— Su nombre es Afrodita.

— ¿En verdad?
Él se encogió de hombros.

— Probablemente no. Del mismo modo que tú no eres la señora Sharpe. Las
personas cambian sus nombres por todo tipo de razones, así que no la juzgaría
demasiado severamente si fuera tú.

— No estoy juzgándola, pero quiero asegurarme de que no se aproveche de


Harry.

— Oh, sospecho que no le importaría si lo hiciera.

— ¿Es ella la clase de persona que haría?

— Con el incentivo adecuado.

— Qué le has proporcionado sin ninguna duda. ¿Es ella una de las organizaciones
benéficas a la que has aportado a lo largo de los años? — Despreciaba los celos que
su voz dejaba traslucir.

Él le dio una sonrisa comprensiva y eso la irritó aún más.

— Ella es una de las mujeres con las que me aburría, a pesar de que tiene un
gran talento y es bastante libre con sus afectos.

En su voz, su tono de voz, no percibió ningún deseo persistente por esa Afrodita.
Bien podría estar explicando cómo un caballero se ponía los pantalones. Sin
embargo, había llegado a valorar su relación con su hermano lo suficiente para
indagar el incentivo detrás de la apariencia de la mujer.

— La trajiste aquí para entretener a Harry.

— Es un hombre, Rose. Hablamos de un buen número de cosas a altas horas de


la noche en mi biblioteca. Es curioso acerca de las mujeres. Me pareció un pecado
que su curiosidad no fuera saciada. — la inmovilizó con una mirada audaz. — Dijiste
que confiabas en mí.

— Lo hago. Pero no estoy segura de si puedo confiar en ella.

— Ella tiene un corazón de oro.

Cuando le echó un vistazo, vio que Harry había dejado de bailar, y que estaban
dejando el salón de baile, tomados del brazo.

— ¿Y si lo lastima?

— ¿Qué pasa si el edificio se derrumba encima de nosotros?

Ella sacudió la mirada hacia Avendale. Él le dio una suave sonrisa, una que nunca
había visto, que capturó su corazón, la abrazó y le dijo.

— No siempre deberás protegerlo, corazón. Deja que sea un hombre esta noche,
que disfrute de los placeres que se encuentran en compañía de una mujer dispuesta.

— Me duele verlo crecer.

— Lo sé. Pasé años de mi vida tratando de no madurar. Pero a pesar de su dolor,


tendrá recompensas en abundancia.

Ella tomó su mandíbula, pasando sus dedos por entre su cabello. A veces
deseaba no haber tenido que madurar a una edad tan joven, verse obligada a huir y
sobrevivir por cualquier medio posible, pero si no lo hubiera hecho, tal vez nunca lo
hubiera conocido. Y siempre hubiera sentido que algo faltaba en su vida. Hubiera
sentido su ausencia sin comprender verdaderamente lo que era. Ese hombre le había
enseñado lo que era compartir un objetivo con alguien, trabajar juntos, tener un
vínculo común.
— En lo que respecta a mi hermano, le has dado cosas que podría querer o
necesitar y que nunca se me habían ocurrido.

— Él es tu hermano pequeño. Lo protegerías con tu último aliento. Para mí, él es


un recordatorio de la juventud, lo fugaz que es, a menudo lleno de opciones
desafortunadas y sin embargo algunas nos proporcionan los mejores recuerdos. Y él
es alguien con quien puedo compartir todas las cosas malas que he hecho a través de
los años. Ha reemplazado a Lovingdon como mi socio para el libertinaje.

— Has demostrado mi punto — dijo. — ¿Sabe usted cuánto le agradaría saber


que lo tienes en tan alta estima? Lo haría sentir siempre tan viril, siempre tan
aceptado.

— Tal vez puedas decírselo más tarde. Mientras tanto, vamos a terminar el baile,
y luego encontraremos un rincón oscuro. Estoy necesitando otro beso.

Y se enamoró un poco más de él.

***

Era la una y treinta cuando Rose encontró a Harry sentado en la sala de


caballeros con Merrick, Sally, y Joseph. Y Afrodita estaba sentada junto a él en el
sofá, sosteniendo su mano buena, acariciándolo con sus dedos largos y delgados,
mientras que su sonrisa irradiaba calidez y dulzura. Cuando Harry la miraba, Rose
podía ver que él, también, se había enamorado un poco.

— ¿Es hora de irnos? — Preguntó Harry.


Sonaba como una consulta a los otros, pero percibió el cansancio en su voz,
sabía que estaba listo para volver, sin importar cuán desesperadamente podría
desear quedarse. También sabía que no tenía ningún deseo de herir los sentimientos
de nadie, que no quería aguar la fiesta. Así que tomó la responsabilidad.

— Me temo que sí — dijo amablemente. — Es bastante tarde, me duelen los


pies, y estoy terriblemente cansada.

Volvió su atención a Afrodita.

— Tengo que irme ahora.

Ella le tomó el rostro, lo besó en la mejilla y dijo:

— Gracias por una agradable velada.

Luego con gracia y elegancia, ella comenzó a alejarse. Avendale la detuvo e


intercambió palabras silenciosas que Rose no pudo descifrar.

Sally se levantó de su silla y le dio a Harry un abrazo donde estaba sentado.

— Gracias, por una noche de diversión. Extrañamos no tenerte con nosotros,


pero hemos disfrutado en grande esta aventura.

— Ha sido la mejor noche, Sally, pero yo los he extrañado también.

— Vamos a ir a cenar mañana — dijo Merrick mientras le daba una palmada en


el hombro.

Harry asintió, aunque sus movimientos parecían más laboriosos y lentos.

— Sí está bien. Eso sería grandioso.

Joseph se levantó y ayudó a Harry a pararse. Se limitó a sacudir la cabeza, antes


de que Harry caminara hacia Rose.
— Estoy listo.

Avendale les estaba esperando en la puerta que conducía al salón principal de


juegos de azar. Cuando llegaron, Rose vio el grupo de personas, croupiers, músicos,
plebeyos y nobles en fila al otro lado de la sala de juego apostados hasta la entrada.

— A ellos les gustaría darte las buenas noches — dijo Avendale.

Y así lo hicieron. Los caballeros le estrecharon la mano, las mujeres lo besaron en


la mejilla o le dieron un abrazo y amables palabras fluyeron entre ellos.

— Fue encantador conocerte.

— Gracias por estar con nosotros.

— Un placer.

— Cuídate.

Rose pensó que nunca, nunca podría agradecer a Avendale lo suficiente por el
don de esa noche. Sin importar lo que le prometiera, sin importar lo que le pidiera,
nunca sería suficiente.

Permanecieron en silencio en el coche, de camino a la casa. Rose estaba


memorando la noche. Sospechaba que Harry estaba haciendo lo mismo. Gerald
estaba esperando en el vestíbulo cuando llegaron.

— Amo Harry, ¿puedo entrever que ha tenido una noche entretenida.

— Lo hice. — Miró a Rose. — Me gustaría una bebida, sin embargo.

— ¿No bebiste suficiente en el club?

Él asintió con la cabeza.

— Pero yo quiero un trago más contigo y el Duque.


— ¿En mi biblioteca o la tuya? — Preguntó Avendale.

— La mía.

Caminaron por el pasillo hasta la biblioteca más pequeña de Harry. Gerald se


ocupó de que un pequeño fuego ardiera en la chimenea.

— Llámame cuando esté listo para la cama, señor — dijo Gerald.

— Lo haré — prometió Harry. — Gracias, Gerald, por todo.

— Es mi mayor placer, señor.— Con la espalda recta y rígida, salió de la


habitación.

— Aquí, Harry — dijo Rose, tirando de su chaqueta. — Vamos a ponerte cómodo


mientras Avendale sirve las bebidas.— Le ayudó a quitarse la chaqueta,
desabrochado el chaleco, y aflojando el cuello de tela. — Escoge una silla.

— Un caballero…

— Yo sé lo que hace un caballero, pero eres mi hermano, y puedo ver lo cansado


que estés. Siéntate.

No discutió más, y se dejó caer en el sillón de felpa. Avendale trajo las bebidas y
guio a Rose hasta el sofá. Ella vio cómo su hermano lentamente bebía su whisky,
saboreándolo.

— ¿Disfrutaste de esta noche, querido? — Preguntó.

— Realmente mucho.— Asintió hacia Avendale. — Me gustan todos, sus amigos.


Especialmente Afrodita. A pesar de que sé que le pagaste para que me hiciera
compañía.
— Yo le ofrecí pagarle. Pero ella lo rechazó. Parece que nunca había conocido a
alguien que le gustara tanto como tú. Tal vez pueda disfrutar de tu compañía alguna
tarde.

— Me gustaria eso.

— Voy a enviarle un mensaje mañana.

Rose no debía preocuparse de que Harry pudiera sentirse decepcionado, las


atenciones de esa noche habían sido simplemente un resultado de la ocasión. Poseía
una inocencia, un encanto que atraía a la mujer más endurecida.

— Cuando lo hagas, la misiva debe ser remitida a Annie — dijo Harry.

— ¿Quién diablos es Annie? — Preguntó Avendale.

— Ese es su verdadero nombre.

Sonriendo, Avendale inclinó ligeramente la cabeza y levantó su copa, un


guerrero que saluda a un rival que lo había superado.

— Ella nunca compartió ese dato conmigo. Yo diría que le gustas mucho.

Harry se sonrojó, pero pareció notablemente satisfecho de sí mismo. También se


veía muy cansado. Rose podía verlo en la caída de sus hombros, y la inclinación de la
cabeza hacia un lado.

— Debemos dejar que duerma un poco. — Dijo a medida que se ponía de pie. —
Vamos a dormir hasta tarde por la mañana. Es lo que se hace después de una noche
como ésta.

— Fue un regalo maravilloso, Rose. Un regalo maravilloso. Por una noche, yo fui
normal.
Ella lo abrazó con fuerza.

— Para mí, siempre has sido normal. Te amo Harry.

Ella sintió el apretón de sus brazos.

— Te amo, Rose.

Inclinándose hacia atrás, ella le sonrió.

— Que duermas bien, querido.

— Lo haré. — Luego le dio la mano a Avendale. — Buenas noches amigo.

— Buenas noches, Harry. Voy a enviarte a Gerald.

— Aún no. Voy a escribir un poco. Yo lo llamaré cuando lo necesite.

— Como desees. Nos vemos en la mañana.

Extendiendo la mano, Rose apretó la mano de Harry. No sabía por qué estaba
tan reacia a dejarlo. No lo hubiera hecho si el brazo de Avendale no la hubiera
impulsado hacia delante.

— La noche le cansado — dijo mientras se dirigían al vestíbulo y a las escaleras


que conducían a su dormitorio.

— Creo que todos estamos cansados.

— No del todo — dijo, mientras se acurrucaba contra su pecho. — Me queda


suficiente energía para que me cuentes acerca de la visita a tu madre. Me gustó
mucho conocerla.

— La próxima vez que me invite a cenar, iremos juntos.

Ella soltó una risa cansada.


— No puedo entrar en la casa de tu madre, ni sentarme en su mesa. Soy una
criminal.

— Una buena parte de las personas que asistieron esta noche también lo han
sido en un momento u otro. Uno puede cambiar, Rose.

— No nuestro pasado, no lo que ya está hecho.

— Me gustaría que me dijeras todo lo que has hecho.

— Ahora no. — Nunca, si se salía con la suya. — No quiero arruinar lo que ha


sido una noche maravillosa.

— Pero para nosotros no ha terminado aún.

La levantó en sus brazos y la llevó por las escaleras.

***

Después de sumergir la pluma en el tintero, Harry garabateó las palabras finales,


que pertenecían al principio de la historia, pero que había esperado hasta lo último
para escribirlas. Había terminado en más de un sentido. Contento por haberlo
logrado. Contento de haber escrito la historia. Triste porque, por ahora no tenía fin.

Como lo hacía todas las noches, escribió una carta a Rose y la puso en la parte
superior de la páginas.

Por si acaso.
Capítulo 21

Avendale había dormido sólo un par de horas cuando se despertó con Rose
acurrucada contra él. No quería molestarla, pero no pudo resistir la tentación de
pasar ligeramente la mano arriba y abajo por la piel desnuda de su brazo. Ella no se
movió. Había estado tan preocupada por el agotamiento de Harry que había pasado
por alto el hecho de que ella también lo estaba. Una lámpara en la mesilla de noche
seguía ardiendo, y fue capaz de mirar hacia abajo en su perfil. ¿Cómo es que ella
consideraba sus rasgos ordinarios? ¿Cómo había sido la primera vez que la había
espiado? Si era honesto, tenía que reconocer que una armada de buques no volvería
a navegar para reclamarla por su belleza, pero condenadamente bien podría navegar
para reclamarla por su valor, su garra, su determinación, su falta de voluntad para
ser intimidada. Siempre se mantuvo firme con él. No estaba seguro de que alguna
vez hubiera conocido una mujer semejante. Y malditos sean todos los demonios, se
había enamorado de ella. Probablemente la primera noche cuando se había vuelto a
rechazar el champán que le estaba ofreciendo. Había reconocido la negativa en sus
ojos antes de que lo hubiera evaluado, aceptándolo después. O tal vez había sido
cuando le había dicho que tenía todas las cartas. Tal confianza engreída. Amaba ese
aspecto de ella. Había empezado a enamorarse mucho antes de que supiera la
verdad sobre ella, pero después de descubrir sus secretos, sus sentimientos se
habían fortalecido. ¿Haría honor a la negociación en toda su extensión? ¿Si la
deseaba con él para siempre, estaría dispuesta a quedarse tanto tiempo? ¿O
esperaría que su relación fuera más corta? Un golpe suave en la puerta le impidió
profundizar en las preguntas y especulaciones. Dejando la cama, tomó su bata de
seda y se dirigió a la puerta. Al abrirla, se encontró a Gerald allí de pie. La cara del
hombre lo decía todo.
— Su Gracia…

— Está bien. Bajaré enseguida.

Al cerrar la puerta, presionó su frente contra la madera. ¿Por qué le dolía tanto?
Si tan sólo pudiera evitarle eso a Rose.

— ¿Es Harry? — preguntó en voz baja.

Echando un vistazo por encima del hombro, la vio sentada en la cama, con las
sábanas apretadas contra su pecho.

— Lo siento, Rose.

Apretando los labios en una línea recta, ella asintió.

— Está bien. Hay cosas que hay que hacer.

Se sentó en el borde de la cama, con cuidado le pasó las manos sobre los
hombros.

— Durante años has fingido mantener la compostura en todas las situaciones,


sospecho que desde que fuiste acusada de abandonar a tu hermano. Pero no tienes
que mantener la compostura frente a mí.

Ella sacudió la cabeza.

— Avendale...

Él le sostuvo la mirada.

— No necesitas mostrarte fuerte frente a mí.

— Si no lo hago — dijo con voz ronca, — voy a desmoronarme.

— Entonces yo voy a sostenerte y a ayudarte a que te pongas de pie otra vez.


Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Un fuerte sollozo, que sonó como
si viniera desde el fondo de su alma se liberó. Luego otro. Otro más. Sujetándola con
fuerza mientras sus hombros se agitaban por la fuerza de su dolor, la meció y arrulló
susurrando su nombre. Mientras que su propio corazón se rompía por la angustia.

***

Harry encontró la paz. Eso fue lo que pensó Rose mientras se sentaba en un
taburete junto a la silla donde su hermano había comenzado el viaje para su
descanso final. Había estado sosteniendo su mano durante casi media hora. Por lo
menos el doble de ese tiempo, había llorado en los brazos de Avendale. Tendría que
enviarle un mensaje a Merrick y los otros, pero aún no estaba preparada para
escribir la misiva. No, ella no les escribiría. Se lo diría en persona. Habían querido a
Harry casi tanto como ella. Él los había amado.

— Rose, el forense está aquí — dijo en voz baja Avendale, pero con firmeza.
Asintiendo con la cabeza, se puso de pie, se inclinó y depositó un beso en la frente de
Harry. —No más bultos, mi amor. No más dolor. Pero, cómo serás echado de menos.
— Miró a Avendale. — Debería ir a ver a Merrick ahora.

— Tengo que mostrarte algo primero.

Con su brazo alrededor de los hombros la llevó desde la habitación de su


hermano hasta la pequeña biblioteca donde Harry había escrito, leído, y entregado a
los espíritus.

— Realmente espero que haya terminado su historia, dijo.

—Creo que lo hizo.


La acompañó al escritorio. En la parte superior de la pila ordenada de
documentos había un trozo de pergamino doblado con su nombre en él. Con mucho
cuidado lo abrió.

Mi querida Rose,

Hace algún tiempo todas las noches te he escrito una carta. Por la mañana, si es
que no era necesaria, la rompía. Supongo que si estás leyendo ésta es porque fue
necesaria.

La vida que he compartido contigo ha llegado a su fin. No voy a ser tan egoísta
como para pedirte que no llores, pero espero que también puedas sonreír. Porque he
partido hacia ese hermoso lugar sobre el que siempre hablamos.

Sé que crees que la vida no ha sido amable conmigo, pero lo fue, porque me ha
dado tu amor.

Terminé mi historia, Rose. Ayer por la noche, en las primeras horas. A pesar de
que es realmente nuestra historia, tal vez es aún más tu historia, que es el motivo por
el que quería que el duque la leyera.

Creo que lo amas. También creo que te quiere, aunque no estoy seguro de que
sea un hombre que pueda hacerse eco de esas palabras. Tú no le creerías si lo hiciera.

No sé por qué siempre pensaste que no eras digna de ser amada, mientras que
alguien tan horrible como yo, nunca me he considerado así. Pero siempre tuve tu
amor y pude verme a través de tus ojos. Deseo haber podido hacer lo mismo por ti.

Por favor, agradece al duque el tiempo que pasé en su compañía. Me dio


muchos regalos, pero el mejor de todos fue su amistad. Que por encima de todo he
atesorado y he llevado conmigo. Eso y tu amor. Con suerte el mío se quedó contigo.
Lee el libro ahora, Rose.

Siempre tuyo,

Harry.

Sin mirar a Avendale, Rose dobló el papel y lo guardó en su bolsillo. Harry estaba
equivocado acerca del amor de Avendale. No había sabido del convenio que había
pactado con el duque.

— Atesoraba su amistad.

— Y yo la suya.

En realidad, no había esperado que se llevaran tan bien. Mirando hacia abajo la
pila de papeles, tocó con los dedos el último.

— Dijo que la terminó.

— Pensé que estaba cerca del final. Me pidió que le devolviera lo que me había
dado. Supuse que quería ponerlo todo junto. ¿Vas a leerlo?

Miró el título escrito en su caligrafía perfecta. Siempre había estado tan


orgulloso de ella.

— Me dijo que debía leerlo ahora.

Tomó la primera página, y las lágrimas llenaron sus ojos al leer las palabras.

“Esta historia está dedicada a mi hermana, mi perfecta Rose”

Ella sacudió su cabeza.

— Yo no soy perfecta.
— Para él lo eras.

Al entrar en el abrazo de Avendale, le dio la bienvenida al calor de su cercanía y


se preguntó si llegaría el día en que su corazón dejara de doler.
Capítulo 22

En los días siguientes el dolor no disminuyó nada ya que el personal de Avendale


le recordaba constantemente la pérdida al ofrecerle repetidamente sus
condolencias. Merrick, Sally, y Joseph lloraron casi tanto como ella. La habían
acompañado en la sala de duelo junto a las personas que habían compartido la
maravillosa noche de Harry en los dragones gemelos. Se habían ocupado de ayudar
con la comida para la familia, amigos y conocidos de Avendale que habían estado allí
esa noche. Habían hablado con entusiasmo del tiempo que habían compartido con
Harry, episodios de esa noche que Rose no había percibido, como juegos de cartas
privados, tragos y risas. Habían estado en su vida por un corto periodo de tiempo y,
sin embargo, parecía que había dejado una marca indeleble que nunca olvidarían.

Rose pensó que era una preciosa herencia.

Harry fue enterrado en un cementerio jardín rodeado de belleza. No se


sorprendió, ya que Avendale se había encargado de los arreglos. Parecía que en lo
que se refería a su hermano, estaba decidido a no escatimar ningún gasto.

Cuando lloraba, él la consolaba. Cuando no podía dormir, la abrazaba. Cuando


deambulaba por los jardines, le proporcionaba un brazo sobre el cual podía
apoyarse. Un día dio paso al siguiente hasta que pasó una quincena, y supo que era
hora de que se obligara a dejar atrás la melancolía. Había hecho un trato con
Avendale de estar con él todo el tiempo que quisiera, pero sin duda, no querría a una
amargada mujer de luto.
Estaba de pie frente a la fuente cuando oyó pisadas sobre los adoquines.
Echando un vistazo a Avendale, sonrió. A pesar de su tristeza, siempre estaba
contenta de verlo, aunque por alguna extraña razón traía en sus manos la bandeja de
plata llena de invitaciones que por lo general se quedaban en el vestíbulo.

— ¿Disfrutando de la fuente? — Preguntó.

— Es extraño, pero los mejores recuerdos de Harry se produjeron mientras se


encontraba en esta residencia. Cada rincón me recuerda a él. Realmente has logrado
que viviera sus últimos días a lo grande. No estoy segura de que lo haya visto sonreír
tanto antes. No sé cómo darte las gracias.

— No quiero tu gratitud — dijo bruscamente.

— Sin embargo, la tienes. — Luego asintió con la cabeza hacia el recipiente. —


¿Qué haces con eso? Nunca he visto que le des un vistazo siquiera.

— Sin embargo, te he visto un centenar de veces comerlas con la vista. Cada vez
que entramos al vestíbulo, tu mirada lanza dardos a la pila de tarjetas. Y me he
preguntado: ¿Es la belleza de la bandeja o su contenido lo que te fascina?

En realidad era la belleza de lo que contenía: tantas personas ansiaban tenerlo


dentro de sus vidas. ¿Acaso no comprendía lo precioso que era?

— Recibes un sinnúmero de invitaciones, y sin embargo, las ignoras a todas.

— Tal vez es hora de dejar de hacerlo.

Creyó que podía oír cada gota de agua repiqueteando en la fuente. No es que lo
culpara por haberse aburrido de ella. No estaba cumpliendo con su parte del trato,
dándole lo que quería, porque seguramente no querría a la triste criatura en la que
se había convertido.
— Entonces, alegra los corazones de las madres que aguardan esperanzadas la
noticia de que estás en busca de una esposa.— Aunque el suyo dejara de latir al
mismo tiempo.

— No estoy en busca de una esposa, sino más bien de algo que pueda brindarte
un poco de felicidad. ¿Has estado alguna vez en un baile, que no fuera el de los
dragones gemelos?

La mentira colgaba de su lengua pero no podía escupirla.

— He asistido a bailes de campo, pero sospecho que palidecen en comparación


con un baile ofrecido por alguien de la aristocracia.

Le extendió la bandeja.

— Escoge una invitación.

Burlándose, lo miró a los ojos.

— No puedes llevarme a un baile.

— ¿Por qué no?

— Por un lado, porque estoy de luto.

— Situación que de buena gana Harry desaprobaría. Lo sabrías si hubieras leído


su libro. ¿Lo has empezado siquiera?

— No puedo. Es demasiado pronto.

— Confía en mí, entonces. Sería una gran decepción para él.— Sacudió la
bandeja.

— Avendale, esto está mal en muchos niveles. Soy tu querida.

— No pienso en ti como tal.


— ¿Amante? — Preguntó con intención.

— No puedo negar eso.

— Semántica pura, ya que es lo mismo.

— La gente toma amantes todo el tiempo.

— ¿Con un pasado tan miserablemente lleno de engaños como el mío?

— ¿Por qué sigues castigándote con el pasado?

— Porque sé lo que he hecho. — Tomando una respiración profunda, le sostuvo


la mirada. — Y sé quién soy.

Deslizó los dedos por su mejilla.

— Te conozco, sé lo terca que eres. No te voy a insistir, pero he decidido que


deberías tener un vestido nuevo de todos modos. No te molestes en protestar
alegando que estás de luto. Te comprometiste a hacer todo lo que quisiera, así que el
negro debe irse. Quiero verte vestida de rojo otra vez. Algo nuevo y vibrante. Iremos
con la costurera en media hora.

Con eso, se dio la vuelta y se marchó dejándola atónita. Hombre terco. Utilizar
en su contra la excusa del arreglo. Aun así, un hilo de emoción vibró a través de ella,
la sensación de estar viva otra vez. Miró de nuevo la fuente dirigiendo su atención a
la pareja perdida en un abrazo ardiente. Tal vez esa noche también bailaría debajo de
la cascada.

Mientras el coche atravesaba lentamente las calles, Avendale sentado frente a


Rose, tenía una visión clara y atractiva de ella. Se alegraba de ver que algo de color
había vuelto a sus mejillas. Rose jamás se interesaba en adquirir cosas para sí misma;
de lo contrario habría arrebatado las joyas que le había dado, así es que pensaba que
era una buena idea sacarla por unas horas de la residencia.

Ella siempre extrañaría a su hermano. No esperaba que fuera de otra manera.


¡Maldición! El también extrañaba a Harry, por eso sabía que era mucho peor para
ella. Aun le parecía escuchar el eco de un bastón repicando contra el suelo de
madera, y el sonido de los pies acercándose a la biblioteca para interrumpirlo, y
luego caía a la realidad de que eso no volvería a suceder.

Era extraño sentir lo que la influencia de una persona podía lograr en tan poco
tiempo.

Aunque no sabía por qué estaba sorprendido. No le había llevado mucho tiempo
a Rose ejercer dominio absoluto sobre él. La amaba. Era una emoción que nunca
había pensado poder experimentar, y, a veces deseaba no haberlo hecho, debido el
inmenso dolor que le producía no verla feliz. Sufría cuando la veía sufrir. Pero cuando
sonreía, era como si esa sonrisa abarcaba todo su cuerpo, su ser entero. Haría lo que
fuera necesario para devolverle la sonrisa, incluso si tenía que soportar asistir a un
aburrido baile.

Le había agradado descubrir que había leído con precisión el deseo en su mirada
cada vez que miraba la bandeja de plata. Podía darle una vida increíble, llena de
bailes, cenas y diversión. Sin embargo, sospechaba que para ella un baile sería
suficiente. Luego volvería a anhelar su libertad.

— Necesitaba esta salida, creo — dijo finalmente. — Siento como que puedo
respirar de nuevo, como si el peso opresivo de la pena se estuviera levantando.

— Te ves un poco más animada.

— ¿Qué mujer no estaría animada ante la idea de un vestido nuevo?


— Tú.

Ella se sonrojó.

— Puedes leerme muy bien, incluso mejor que Harry.

— He tenido mucha práctica. Sospecho que me has mentido más que a él.

— Sólo cuando era necesario. Pero tienes razón. Siempre he considerado la ropa
como una herramienta, algo que serviría a mis propósitos. Ahora quiero algo que te
agrade. Será una nueva experiencia.

— Nunca he visto a una mujer tomándose medidas para un vestido.

— Tampoco lo harás hoy. Quiero sorprenderte. — Ella arqueó una ceja. — Te


prometo que va a ser de color rojo, pero aparte de eso tendrá que esperar hasta que
esté listo para verlo. Por lo que tendrás que buscar un lugar para entretenerte por el
resto de la tarde.

Lo haría, buscando algo para regalarle. Aunque fuera a decírselo. Quería darle
una sorpresa.

— Sospecho que Merrick y los demás tendrán que buscar empleo— dijo
casualmente.

Ella inclinó las comisuras de los labios y en su sonrisa vio comprensión y


seguridad.

— Sí. Necesito hablar con ellos, explicarles que no voy a poder seguir
cuidándolos. Es hora de que emprendan su propio camino de nuevo, aunque
sospecho que ya lo saben. Harry era quien nos mantenía juntos. Mientras lo
cuidaban, yo estaba más que feliz de velar por sus necesidades. Pero él ya no
necesita más de su cuidado.
— El contrato de arrendamiento de la residencia está pago durante dos meses
más.

Sus ojos se abrieron con sorpresa.

— ¿Cuándo hiciste eso?

Él se encogió de hombros.

— Al principio. No quería que sintieras que tenían que salir corriendo


inmediatamente después de que terminábamos con nuestro acuerdo original.

Su sonrisa se amplió.

— Ellos lo apreciarán. Es posible que tu empeño en ganar a Merrick no haya


terminado todavía.

— No es mi objetivo. — Mantenerla feliz a ella sí lo era.

Cuando el coche se detuvo, Rose se mostró sorprendida por la ansiedad que


sentía. Cuando Avendale la ayudó a bajar, se tomó un momento para mirar
alrededor y…

…el pánico la invadió cuando vio a un hombre salir de un coche tirado por dos
caballos, pero mantuvo una expresión neutra con una leve sonrisa. Ni demasiado
grande, ni demasiado pequeña.

Sin demostrar nada, ni a Avendale, ni al hombre, ni a nadie.

— Hay una librería cercana — dijo Avendale. — Esperaré allí y estaré de vuelta
dentro de una hora. ¿Será suficiente?

— Más que suficiente.

Se volvió en dirección al carruaje.


— ¿Avendale?

Miró de nuevo hacia ella.

— Lo que has hecho por Harry, es todo para mí. — En realidad quería decir que
él era todo para ella, pero no podía soltar esas palabras. Podría pensar que era una
mentira, y no quería que pensara que sus palabras de despedida eran una mentira.

— Rose…

— Ya sé que no quieres mi agradecimiento, pero lo tienes de todos modos. — Se


alzó de puntillas y puso un beso sobre sus labios. No podía haber quedado más
sorprendido si se hubiera desnudado en la calle llena de gente. Ella esbozó una
sonrisa descarada. — No pude resistirme. Nos vemos en un rato.

Deseando poder haberle dado un adiós más adecuado, entró en la tienda y se


situó detrás de la ventana hasta que el coche desapareció de la vista. Saber que
nunca lo volvería a ver le causó un dolor severo en el centro del pecho. Se volvió
hacia la propietaria.

— ¿Hay alguna salida en la parte trasera?

La mujer de pelo oscuro arqueó una ceja.

— ¿El problema es con tu amante?

Por lo visto la mujer había visto el beso. Aunque no importaba. Tampoco


volvería a verla de nuevo.

— Algo así. ¿Puedes ayudarme?

— No debería. Avendale es un hombre poderoso.

— ¿Lo conoce?
— Me pidió que hiciera un vestido de fiesta para una mujer muy pequeña.
Parece tener gustos muy diversos respecto a las mujeres.

Rose no tenía tiempo para negar o confirmar tal acusación. Al mirar por la
ventana, vio al hombre apoyado en una farola estudiándose las uñas. Enderezando
su columna, se plantó frente a la mujer y dijo:

— Yo soy poderosa también. Puedo encontrar sola el camino de salida.

A medida que avanzaba hacia la parte trasera, hizo caso omiso de las mujeres
que cosían y tomaban medidas. La puerta apareció a la vista. Sin vacilar se adentró
en un sombrío callejón. Corrió por él hasta que llegó a una calle, dobló…

…Y chocó contra una pared de ladrillos. Sintiendo la compresión de unos brazos


alrededor de su torso, dejó caer la cabeza hacia atrás hasta encontrar una boca
torcida en una sonrisa insidiosa.

— Bueno, pero si es la señora Pointer.

— Señor Tinsdale. ¿Supongo que no va a soltarme?

La liberó de sus musculosos brazos, pero su gran mano inmediatamente se


envolvió dolorosamente alrededor de su muñeca, no es que ella fuera a darle la
satisfacción de estallar en llanto, pero con la presión más pequeña bien podía
romperle un hueso.

— ¿Cómo supiste dónde encontrarme?

— Con la muerte de tu hermano, los otros no fueron tan cuidadosos con sus idas
y venidas a consolarte, además te seguí al cementerio. Una vez que descubrí dónde
estabas, sólo tuve que esperar pacientemente hasta encontrarte sin la compañía del
tío ese. Vives estupendamente, pero ahora eres mía.
***

Mientras Avendale hojeaba libros, se dio cuenta de que no sabía qué tipo de
género prefería Rose. Le hubiera gustado comprarle un libro, pero sospechaba que
sus selecciones se basarían en las preferencias de su hermano. Era mejor una joya.
Algo simple esta vez. Un cameo. Un broche. Una gargantilla. Un anillo.

Las posibilidades se esfumaron de su cabeza cuando salió de la librería y subió a


su carruaje. No había pasado una hora desde que dejara a Rose, pero llegar
temprano podría proporcionarle la oportunidad de echar un vistazo. Se imaginó que
el vestido sería poco revelador, un poco modesto. No tendría ninguna razón para
despedirlo ahora.

No es que fuera a hacerlo. La conocía, conocía sus estados de ánimo, sus


movimientos, sus expresiones. Los días siguientes a la muerte de Harry, se había
desarrollado entre ellos una sincera relación, y su vínculo se había fortalecido. Nunca
había conocido a nadie igual. Podía confiar en él de todo corazón. Él quería estar allí
para ella, durante los buenos y malos momentos.

El coche se detuvo y saltó tan pronto como se abrió la puerta. Entró en la tienda,
sorprendido de no ver a Rose examinando las muestras de tela.

— Su Gracia — dijo la propietaria, con una pequeña reverencia.

— Señora Ranier, he venido por Miss Longmore.

— Ella no está aquí, excelencia.

— ¿Terminaron rápidamente, entonces?


— Ni siquiera comenzamos. Entró por la puerta principal, y salió por la parte
posterior, en menos de dos minutos.

Seguramente no había oído correctamente; o la mujer no estaba explicándose


bien.

— ¿Salió por la parte de atrás?

— Sí. Dio a entender que estaba teniendo problemas con su amante. Supuse que
se refería a usted después de ver el beso desde la ventana. Bastante escandaloso por
cierto.

Dio un paso hacia ella, sin saber que le transmitía su expresión, pero la costurera
saltó hacia atrás.

—¿Me está diciendo que vino aquí y salió inmediatamente, utilizando el


callejón?

— Así es, excelencia.

Casi le preguntó por qué, pero la mujer no lo sabría. Pero él sí. Ayúdame a
cumplirle los sueños a mi hermano el tiempo que le queda de vida, después, podrás
pedirme cualquier cosa. Me quedaré contigo todo el tiempo que desees. Incluso se
había ofrecido a firmar con sangre. Se había acercado en su momento de necesidad y
él había sido lo suficientemente tonto como para caer otra vez en sus mentiras. Era
inconcebible, inconcebible que lo estafara de nuevo.

Pero lo había hecho, maldita sea.

***
— ¿Dónde está ella?

Avendale irrumpió en la residencia de Rose y arrinconó a Merrick en el salón.

— ¿Quién? — Preguntó Merrick.

— Rose. ¿A quién más podría estar buscando?

—¿Qué necesita excelencia?— Preguntó Sally mientras entraba en la habitación,


y él se daba la vuelta, irritado como si pudiera aplacar su ira en ella cuando todo era
a causa de Rose.

— Rose huyó esta tarde. Quiero saber dónde puedo encontrarla.

— ¿Huyó? Eso no tiene sentido.

— ¿No la has visto?

Se retorció las manos.

— No desde que el pobre Harry fue enterrado. ¿Por qué huyó?

Tomó una respiración profunda, la expulsó, y estudió tanto a Merrick como a


Sally. Parecían confundidos. Tal vez no había huido, pero ¿por qué se había ido por la
parte de atrás?

— La amas — dijo Sally.

Antes, pero ahora... maldito sea el infierno, todavía la amaba.

— Teníamos un acuerdo. Se suponía que tenía que…— interrumpió las palabras


porque sonaba tonto, infantil. Se suponía que debía quedarse con él. Cuando él
nunca había declarado sus sentimientos, su amor, ni su admiración por ella. Cuando
nunca le había asegurado que se quedaría.

— Ella es libre ahora — dijo Merrick. — Con Harry muerto.


— ¡Merrick! — Regañó Sally. — No digas esas cosas.

— Pero es la verdad. — Se puso delante de Avendale. — Ella lo amaba. Todos lo


amábamos. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de ser una niña, no realmente.
Ni de estar libre de preocupaciones. Siempre tenía la responsabilidad de cargar con
él, desde que era una niña por lo que entiendo. No puede imaginar la carga que
soportó durante toda su vida.

Pero lo sabía. Había leído los escritos de Harry. Tal vez se había fugado para
estar con ese estúpido trabajador de la fábrica en Manchester. Ya sabía que iba a
dejarlo, por eso le dio el beso en la calle fuera del taller de costura. Podía verlo
ahora, en retrospectiva, en su voz, sus ojos. Pensó que había aprendido a leerla, que
nunca podría estafarlo de nuevo. Era una actriz increíble y él era un increíble tonto.

— Si viene por aquí…— ¿Qué haría? ¿Obligarla a quedarse con él? —… dile que
llame a la puerta de servicio en mi residencia, y Edith le entregará sus cosas. No
tendrá que verme. — Y así no tendría oportunidad de pedirle que se quedara.

Avendale se sentó en una silla junto a la chimenea de la biblioteca y trató de


beber para hundirse en el olvido. En un momento estaba maldiciendo a Rose y al
siguiente estaba a punto de ir a buscarla.

No había ido a buscar sus cosas. ¿Cómo iba a sobrevivir sólo con la ropa que
llevaba puesta? ¿Por qué no le había dicho que se quería ir? Debido a que había
hecho el estúpido comentario de que iría tras ella si se iba. Debía haberse sentido
prisionera, de luto no sólo por Harry, también por la pérdida completa de libertad, de
elección.

— Su Gracia — dijo Thatcher.

Él levantó la cabeza. Había perdido la costumbre de bloquear la maldita puerta


cuando quería que lo dejaran en paz.
— ¿Qué pasa, Thatcher? ¿No ves que estoy indispuesto? — O lo estaría pronto si
por él fuera.

— El Inspector Swindler ha venido a verlo.

¿Swindler? ¿Qué diablos querría? ¿Un marido para una de sus hijas?

— Dile que no estoy en casa.

— No estoy seguro de que sea una opción, señor. Dice que está aquí por asuntos
relacionados con Scotland Yard.

Un violento malestar lo recorrió. Después de terminar lo que quedaba en su


vaso, lo dejó a un lado y se levantó.

— Está bien. Hazlo pasar. — Contó doce segundos antes de que Swindler entrara
en la habitación. — Swindler.

— Su gracia.

— ¿En qué puedo servirle?

— Me temo que soy el portador de malas noticias. La señorita Longmore ha sido


detenida y acusada de robo, por engañar deliberadamente a los abogados con la
creencia de que pagaría por artículos comprados a crédito, y por estafar a más de
una persona con falsa identidad.

Avendale lo miró estupefacto.

— Cuando... ¿cómo?

— Esta tarde. Un caballero la trajo, para cobrar la recompensa.

— ¿Había una recompensa ofrecida por su captura?

Se encogió de hombros, suspiró.


— Ha dejado un reguero de gente infeliz tras ella.

¿Acaso era posible que se hubiera alejado de Avendale tratando de escapar de


ese hombre que estaba tras su rastro? La culpa lo roía porque no había confiado en
ella, porque había pensado lo peor.

— Encárguese de dejarla en libertad.

— No puedo. Ella no puede negar ninguna de las acusaciones. Como cuestión de


hecho, voluntariamente confesó sus delitos.

Avendale atravesó el cuarto, dirigiéndose a la puerta.

— Tengo que verla.

— Me lo imaginaba.

***

Rose estaba sentada frente a una mesa en una pequeña habitación, sola, con
muy poco más que sus pensamientos, meditando pesarosamente en su vida. Había
sido tan joven cuando empezó a andar en ese camino, que había pensado que podría
atravesarlo con éxito. Tal vez Merrick había tenido razón, y debería haber buscado
otra forma, pero había sido más fácil seguir como había empezado.

Al menos Harry no había sido testigo de su caída. Avendale sin duda creería que
se había fugado. No, no pensaría eso. Él se preocuparía hasta que viera la noticia de
su detención en el periódico. Sin duda sería una noticia para los grandes titulares.
Así, todas las personas que había estafado, caerían como demonios vengativos para
cortar una libra de su carne, sin darle la oportunidad de pagarle a Avendale todo lo
que había hecho por Harry.

Se abrió la puerta y entró en el inspector Swindler, quien la había interrogado


antes. Avendale siguió los pasos del inspector. Se quedó sin aliento, con el aire
atrapado dolorosamente en sus pulmones. Debería haber sabido que el inspector le
informaría su paradero. Estaban conectados por alguna extraña historia. Swindler
cerró la puerta, y luego se puso delante, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Avendale sacó la silla frente a ella y se sentó.

— ¿Estás bien? — Preguntó. Una pregunta tonta teniendo en cuenta sus


circunstancias, pero aún así asintió, cuando en realidad quería desesperadamente
correr a abrazarlo y asegurarle que había tenido toda la intención de honrar su trato.
— El Inspector Swindler me ha explicado tu situación. — Puso un trozo de papel
delante de ella. Varios nombres estaban garabateados sobre él. — Estas son las
personas que dicen que los has...— Su voz se apagó como si encontrara desagradable
la palabra que correspondía. Ella supuso que una cosa era saber que en un principio
había sido deshonesta con él. Otra enteramente diferente era ver la evidencia de
todas sus transgresiones enunciadas con pulcra escritura.

— Estafado — dijo ella enérgicamente, casi arrancando la palabra repugnante de


su lengua. — La palabra que estás buscando es estafado. O tal vez esquilmado.

— ¿Estos son todos?

Oyó su tono contenido. Ella quería que estuviera enojado, que la odiara. Sería
más fácil para ellos de esa manera.

— ¿Qué diferencia hay?

— Necesito asegurarme de que se le pague a todo el mundo lo que se les debe


para que esto no vuelva a suceder.
Bien podría haberla golpeado con un ariete. Justo cuando pensaba que era
imposible amarlo más, hacía algo como eso lo que la impulsaba a profesarle tanto
más amor. Contuvo las lágrimas que le picaban los ojos y que amenazan con
desbordar sus ojos. Pero no pudo resistir la tentación de poner su mano sobre la de
él a fin de suavizar el impacto de sus palabras.

— No es una deuda que tengas que pagar.

— Ahora no es el momento de poner peros.

Pero lo era. Se mantendría firme en eso. No le permitiría acudir en su ayuda


cuando no era digna de ser salvada. Sentándose de nuevo, simplemente lo estudió.
Conocía cada línea, cada plano, cada borde afilado de su cara. Ese sería el rostro que
recordaría en el futuro.

— Rose…

— No. — Al no sucumbir a sus peticiones, los ojos oscuros que tan a menudo se
habían calentado con pasión cuando la miraba, se volvieron penetrantemente duros.
La mandíbula que tantas veces había besado sobresalía rígida por la ira.

— Tenemos un trato tú y yo — dijo entre dientes. — Debes hacer todo lo que yo


quiera por todo el tiempo que quiera. Quiero que me des los nombres de todos.

— No puedes solucionar esto.

— Sí puedo. Una vez que se les haya pagado, van a retirar los cargos.

Ella se rió.

— Soy una criminal, Avendale. Acéptalo. Déjalo así. Pero tengo que pedirte un
favor.
— No. Si no me vas a dar lo que quiero. ¿Por qué diablos debo hacer algo más
por ti?

Debido a que se preocupaba por ella. No estaría allí si no lo hacía. No sabía si lo


que sentía era tan profundo como el amor, pero era algo. A pesar de su cólera, su
dura negativa, de alguna manera sabía que iba a hacer eso por ella.

— Llévale mi baúl a Merrick. Hay un compartimiento secreto. Él sabe cómo


acceder. Encontrará los cinco mil allí. Podrán usarlo para comenzar una nueva vida.

— ¿Y qué hay de tu vida?

— Siempre supe que eventualmente terminaría aquí. El sentimiento de culpa por


lo que había hecho pesaba tanto, tanto como la carga que el pobre Harry tenía que
llevar. Estoy aliviada, de verdad, de que todo haya terminado. Lamento no haber sido
capaz de cumplir con mi parte del trato.

— Entonces dime lo que necesito saber.

— ¿Y luego qué? ¿Seguimos como si nada hubiera pasado? ¿No crees que esto
saldrá en los periódicos? Tinsdale se va a ocupar de ello, de lo contrario los que lo
contrataron para encontrarme, no van a pagarle. Así que tu madre sabrá el tipo de
mujer que ha estado retozando con su hijo. ¿Y tus amigos? ¿Crees que estarán
encantados de saber que una mujer que no tenía reparo alguno acerca de tomar las
cosas y no pagar se sentó en medio de ellos, se rió con ellos, y tomó su dinero?
Quedarán horrorizados, y así debería ser.

— No me importa un bledo. ¡Maldita sea! Te amo.

Sintió como si la soga ya estuviera sobre su cuello y la puerta trampa abierta. Él


cerró la boca con fuerza, cerró los ojos.
— No deberías — susurró. Al abrir los ojos, pudo nadar en las profundidades
oscuras.

— Te amo, lo sé desde hace algún tiempo.

Un torbellino se agitó en su interior. Él la amaba. Ella quería curvarse contra él,


retenerlo, pero a la vez tenía que protegerlo. No podía permitir que arruinara su vida
por su culpa.

— Qué tonto eres. Te juro, Avendale, que has sido mi estafa más exitosa. Dios
querido, probablemente tenías planes de casarte conmigo, has solicitado una licencia
especial.

— No, Rose.

— ¿No qué? ¿Qué no sea honesta contigo? Desde el principio fuiste mi marca.
Te mentí esa primera noche en los dragones gemelos y te he mentido desde
entonces en todo menos sobre Harry. ¿De verdad creías que me iba a quedar
contigo, hacer lo que quisieras, sin importar el tiempo que querías retenerme? Dije
esas palabras, porque sabía que responderías a ellas, al igual que respondiste a mis
caricias Nunca planeé que mi estancia fuera excesivamente larga.

— Estás mintiendo.

— ¿Si? Pregúntale a la costurera. Entré y salí. Yo no iba a comprar nada. Estaba


lista para partir. Desafortunadamente, antes de que pudiera llamar a un taxi, me
encontré con Tinsdale.

— ¿Cómo pensabas pagar por ese taxi? No llevabas los cinco mil contigo.

— Como pude pagar por todas las cosas. Con promesas.

— No te creo.
— Sea como fuere, son las palabras más honestas que te he dicho.

Con los ojos entrecerrados, la mandíbula tensa, la estudió.

— Haz lo que quieras entonces.— Se puso de pie. — Me encargaré de que el


baúl sea entregado a Merrick.

— Gracias.

— Esto no ha terminado entre nosotros. — Pero sí había terminado. Se ocuparía


de eso. Se dirigió hacia la puerta.

— Avendale, un favor más. — Se detuvo, se volvió y su corazón casi se rompió al


ver la expresión de estoicismo en su rostro. — Por favor, no asistas a mi juicio. No
quiero verte allí — dijo en voz baja.

Él hizo un gesto brusco antes de salir de la habitación. Con su partida, sintió que
se marchitaba, que las lágrimas que había estado conteniendo empujaban para ser
puestas en libertad. Pero si se ponía a llorar por todo lo que había perdido, temía no
poder parar jamás. Él nunca sabría lo mucho que le había dado, nunca sabría que lo
amaba más que a la vida misma. Nunca sabría lo que le había costado mentir para
alejarlo. No iba a ser una prueba de sangre. Si le daba hasta el último centavo que
poseía, todo los favores adeudados, debía vender su alma al diablo.

Avendale salió de esa pequeña habitación al pasillo de Scotland Yard. La había


visto tan valiente, tan estoica, tan sola. Como si hubiera renunciado a él, renunciado
a ellos.

Debería alejarse y dejar que se pudriese en la cárcel. Pero no podía porque había
llegado a significar todo para él. La conocía, la comprendía. Sabía que había lanzado
todas esas mentiras en un intento de protegerlo. Eso era exactamente lo que había
hecho. Sabía lo escandaloso que sería para él tener una mujer estafadora a su lado.
— ¿Y ahora qué? — Preguntó Swindler.

Avendale se volvió hacia él.

— Tengo la intención de encontrar a todos los damnificados. Podría usar su


ayuda.

Swindler hizo un gesto brusco.

— Voy a hacer lo que pueda.

— Yo sé por dónde empezar.— Avendale sospechaba que Swindler lo ayudaría,


pero también sabía que tenía otros asuntos urgentes que atender debido a su puesto
en Scotland Yard.

***

Los tres que estaban reunidos en el salón de Rose no se sorprendieron cuando


les anunció que había sido detenida. Más bien se sintieron comprensiblemente
angustiados.

— Estaba tomando demasiados riesgos — dijo Merrick mientras caminaba frente


a la chimenea vacía. —Traté de advertirle, pero es un ser obstinado, nunca quiso
escuchar.

— No ganamos nada endilgándole la culpa — dijo Sally, balanceando su mirada


hacia Avendale. Le había ofrecido té, que ya había terminado. Ahora estaba sentada
en una silla, con los pies sin tocar el suelo. Debería haberse asemejado a un niño. En
lugar de eso parecía ser una leona, decidida a encontrar una manera de proteger a su
cachorro. — Por lo menos ahora sabemos que no estaba huyendo de ti, sino de
Tinsdale, pequeña comadreja.

Silencioso como una tumba, Joseph se sentó en una silla cercana, con las rodillas
casi tocando el pecho.

— Le dije que estaba rondándonos — dijo Merrick. —Debería haberse escondido


de él.

— ¿Ella sabía? — Preguntó Avendale.

Merrick asintió.

— La primera noche que cenamos en su casa, no fuimos para ver a Harry, sino
para hacerle saber que Tinsdale nos estaba espiando.

— También queríamos ver a Harry — dijo a Sally, pero Avendale todavía estaba
procesando la revelación de Merrick.

— ¿Ustedes también son estafadores? — Preguntó.

— Mentirosos, más bien — dijo Merrick. — Cuando surge la necesidad, sospecho


que usted también miente.

— No estamos hablando de mi.— dijo Avendale entre dientes.

— Pero deberíamos — dijo Sally. — Eres un duque. Puedes hacer que Rose salga
de allí.

— Aunque pueda parecer lo contrario, no soy inmune a la ley — admitió.

— ¿Entonces para que eres bueno? — Preguntó Merrick.

— ¡Merrick! — Regañó Sally. — No tomes esa actitud. Ha hecho mucho por


nosotros, pero sus manos están atadas en…
— No he querido decir eso — dijo Avendale.

Merrick dio dos pasos hacia delante.

— Entonces, ¿qué has querido decir?

Avendale retiró el papel desde el interior de un bolsillo de la chaqueta.

— Tengo los nombres de las cuatro personas que han presentado cargos contra
ella. Necesito saber los nombres de los demás que puede haber estafado.

Merrick cruzó los brazos sobre el pecho.

— ¿Por qué? ¿Para que puedas informar a las autoridades de todo y tenga que
pasar el resto de su vida en la cárcel? — preguntó

Avendale atacó la desconfianza de Merrick con lo primero que salió de su boca.

— Así puedo ofrecerles la restitución de su dinero, les pagaré lo que se les debe
para que no puedan levantar ningún cargo en su contra.

— Oh.— Dijo Merrick, con una expresión testaruda que Avendale pensó que
podría pensar que pasaba por constricción.

— ¿Cuántos fueron? — Preguntó Avendale.

— Creo que fueron.

No era tan malo como había pensado. Él arqueó una ceja.

— ¿Nombres?

— No sé si los conozco a todos, o incluso donde puedes encontrarlos. Ella no


siempre estaba de acuerdo con brindarnos toda la información.
— Yo los conozco — dijo el gigante con su voz profunda. — Y sé dónde
encontrarlos a todos.

Abriendo bien los ojos, Merrick se dio la vuelta.

— ¿Por qué ella compartió todo contigo y no conmigo?

— Porque yo era el que conducía el coche. — Levantó un hombro huesudo hasta


que casi se tocó la oreja. — Tenía que saber a dónde iba. También conozco a todos
los comerciantes a quienes les dijo que les pagaría, pero nunca lo hizo.

— No podrás recordarlos a todos — dijo Merrick. — Han pasado muchos años.

Joseph se puso un dedo en la sien.

— Yo recuerdo todo. Todo. Es una maldita catarata de información.

— Bueno, entonces, entre los dos, tal vez podamos obtener todos los nombres y
dónde podría encontrarlos— dijo Avendale. Sacó un lápiz del bolsillo. —
¿Empezamos?

***

Veintisiete días. Sentada en la cama terriblemente incómoda de su celda, Rose


deseaba que los días rodaran uno tras otro hasta que pudiera perder la cuenta de
ellos, pero a pesar de la monotonía, cada uno quedaba atrapado en su mente como
un pulgar dolorido que latía y dolía y que nunca podría olvidar. Daniel Beckwith la
había visitado dos veces para asegurarle que su hermano mayor manejaría el juicio
“si se llegara a eso”. Ella no estaba muy segura de por qué no habrían de llegar al
juicio y cuando le preguntó sobre esa cuestión, su respuesta fue “nunca se sabe”.
Tal vez sus crípticas palabras eran su intento de vengarse por haberlo engañado
cuando se conocieron en un principio. La primera vez que la había visitado, le había
preguntado sobre la historia de Harry y había pasado su tiempo volviendo a vivir su
vida a través de sus ojos. Tal vez no lo había hecho tan mal después de todo. El
precio que tendría que pagar ahora bien valía la pena.

Oyó el ruido de una llave girando en la cerradura. Lentamente se puso de pie. La


puerta se abrió para revelar una matrona vestida de azul.

— Recoja sus cosas. Es hora de ir — ladró. En una bolsa de tela, Rosa colocó una
toalla, un peine, y una manta. Beckwith le había ofrecido llevarle otras cosas para
hacer su estancia más cómoda, pero ella le había pedido que no. No estaba segura
de que no fuera a expensas de Avendale y el hombre ya había hecho suficiente por
ella. Cogió el libro de Harry. — ¿Es hora del juicio?

— Vas a otra parte.

— ¿Dónde?

— No sé. Me dijeron que viniera a buscarte.

Rose la siguió por el pasillo.

— ¿Está el señor Beckwith aquí?

— He visto un caballero, pero no sé quién es.

— Pero podría…

— No hay más preguntas.

Rose apretó los labios con fuerza. Había aprendido bastante rápido que no tenía
absolutamente ningún poder allí. Comía cuando traían su comida, se lavaba cuando
le traían un recipiente con agua. Pero no se quejaba, porque sus transgresiones le
habían llevado a eso. Siempre había sabido que lo harían. La mujer abrió la puerta.
Rose la siguió a través en una habitación más grande. Allí estaba Avendale. Quería
darle un escarmiento, gritarle, decirle que se fuera, incluso cuando quería correr
hacia él, lanzar sus brazos alrededor de su cuello y pedirle que la llevara lejos de eso.
Pero se quedó allí como si se hubiera convertido en piedra, una estatua que podía
colocar en la fuente de su jardín. Parecía como si hubiera perdido peso. Las líneas en
su rostro eran más profundas. Odiaba ser la responsable de su cansancio.
Conscientemente, acarició su cabello, deseando llevarlo recogido en vez de trenzado.
Ese pensamiento absurdo casi la hizo reír histéricamente. No había tenido un buen
baño desde que había llegado. Su vestido estaba sucio. Ella estaba sucia.

Con pasos largos y seguros, se dirigió hacia ella, deslizó su brazo alrededor de su
cintura, y la condujo hacia otra puerta.

— ¿Qué estás haciendo? — Preguntó.

— Salir de aquí.

— Pero, el juicio…

— No habrá ningún juicio.

Plantándose con firmeza sobre sus pies, logró detener su avance a dos pasos de
la puerta principal que los llevaría lejos de esa locura.

— ¿Qué has hecho?

Él la enfrentó.

— Lo que te dije que iba a hacer. Les pagué a todos lo adeudado.

— ¿Todo?
— Todo. Merrick, Joseph, y Sally me ayudaron a encontrarlos. Tomó más tiempo
de lo que esperaba, pero ahora ya está hecho. Habíamos hecho un trato, tú y yo
¿Cómo diablos piensas que vas a cumplir con tu parte desde el interior de las
paredes de la prisión?

Ella estudió su rostro amado, la seriedad en sus ojos, tal vez incluso una chispa
de ira.

— Te dije que el trato era una mentira.

— Te dije que no te creía.

Y había declarado que la amaba.

— Avendale…

— Discutiremos todo más tarde, Rose. En este momento, vamos a largarnos de


aquí.

Ella suspiró.

— Sí, por favor.


Capítulo 23

La primera cosa que hizo fue deshacerse de la ropa para disfrutar del lujo de un
baño de caliente. El agua debía estar muy caliente para ella. Si Avendale no le
hubiera advertido de que cualquier cosa más caliente podría pelar la piel de sus
huesos, habría pedido que fuera aún más caliente.

—Quémala — le dijo sentada en un taburete junto a la bañera. —La ropa. Tienen


que quemarla. — Él llamó a Edith, que se la llevó. Cuando volvió, en una mano tenía
una copa de vino de color rojo oscuro, y en la otra un plato con un surtido de quesos
y frutas dispuestas en él.

Tomando la copa, ella la sostuvo en alto.

— Por la libertad que me diste.

— ¿Era tan horrible ahí? — Preguntó.

— Solitaria. Fría, dura. Desagradable. Pero me merecía todo eso y más. — Tomó
un sorbo de vino, y gimió por lo bajo. — Debemos avisarle a Merrick que estoy aquí.

— Ya lo sabe. Podrás verlos a todos por la mañana.— Puso una fresa roja,
madura contra sus labios. Ella dio un mordisco a la fruta suculenta, y gimió de nuevo.

— Todo sabe tan maravilloso, mucho más rico que antes. Nunca daré nada por
sentado de nuevo.

— No creo que lo hayas hecho antes.


— No muy a menudo, pero ahora nunca daré nada por sentado.—
Especialmente a él. Piña fue lo siguiente, a continuación, queso, más vino. —Estoy
inmensamente agradecida por todo lo que hiciste — comenzó — Nunca quise que
tuvieras que pagar por mis malas acciones.

— He pagado por ellas con dinero, Rose. ¿De qué sirve el dinero si no se gasta?

— Pero tuviste que gastar tanto. Yo sé lo que debía. Debe haber costado hasta
tu último centavo.

— Subestimas el peso de mis bolsillos.

— Voy a compensarte todo. Lo que quieras…

Le tocó los labios con el pulgar.

— Hay algo que quiero que hagas esta noche, no menciones nunca más lo que
me debes.

Ella asintió con la cabeza. Nunca estaría en deuda con nadie más de lo que
estaría con él.

— Voy a devolverte los cinco mil.

— Ese fue un trato diferente. Son tuyos.

— Yo te juzgué mal, Avendale.

— Lo dudo. Vamos a lavar tu cabello, ¿quieres?

Ella había esperado que llamara a Edith para esa tarea. En lugar de eso, puso el
plato a un lado, se ubicó detrás de ella y la lavó él mismo, masajeando lentamente su
cuero cabelludo mientras lo hacía. Deseó poder eliminar la culpa que sentía por todo
lo que había pasado en su nombre. Quizás ayudaría si le decía que lo amaba, pero
¿creería en ella? Sabiendo lo mucho que le debía, que su deuda con él era ahora una
que nunca podría ser reembolsada, pensaría que estaba soltando palabras sin
sentido, tratando de halagarlo, para otorgarle un falso regalo. ¿Realmente la amaba,
o habían sido palabras dichas al azar? ¿Se habría arrepentido, sobre todo cuando ella
le había dicho cosas tan crueles?

— No era verdad — dijo en voz baja.

Sus dedos se detuvieron, y la giró hasta que pudo mirarla a los ojos, y esperó.

— Cuando dije que todo había sido un engaño — continuó. — Que había estado
huyendo de ti. Fue una mentira. Cuando estaba saliendo del coche, vi a Tinsdale. En
realidad estaba huyendo de él.

— ¿Por qué no me habías hablado de él?

Ella sacudió la cabeza.

— Por vergüenza. Nunca hablé sobre mi pasado porque no quería que supieras
las cosas horribles que había hecho. Pero ahora lo sabes. No sé por qué no me has
dejado pudrirme en la prisión.

Él la tomó de la barbilla, y deslizó su pulgar a lo largo del borde suave.

— Tú sabes por qué.

— Dijiste que me amabas y yo te escupí en la cara. Sin embargo, aun así me


salvaste. No tienes ninguna razón para confiar en mí, no hay razón para creerme, no
después de todas las mentiras que te dije. Pero estoy locamente enamorada de ti, y
eso es lo…

Su boca, su maravillosa boca la tomó con una ferocidad que debería haberla
asustado, pero sólo sirvió para avivar las llamas de su deseo. Cada pulgada de su
cuerpo lo deseaba. Quería tocarlo y probarlo, acariciarlo y lamerlo. Muchas noches
habían pasado pensando en él. Desde el momento en que había esquilmado su
primer caballero, había sabido que finalmente pagaría por sus crímenes, pero
después de haber conocido a Avendale, la dureza de su castigo había parecido
multiplicada por diez. Conocerlo se había convertido en una bendición y una
maldición... y terminó siendo realmente una bendición. Él la había salvado de mucho
más que una prisión. La había liberado de una vida de arrepentimiento cuando se
trataba de Harry. Todos los preciosos momentos que habían compartido, todas las
experiencias que nunca le había dado. Avendale la había rescatado de una existencia
solitaria. La vida con él nunca sería aburrida. Harían el amor apasionadamente a
menudo, violentamente y locamente. Visitarían salas de juego y jugarían a las cartas.
Apostarían entre sí, riendo y hablando. Durante el tiempo que quisiera. Por
desgracia, también sabía que el tiempo que quisiera nunca sería lo suficientemente
largo. Nunca querría dejarlo, nunca querría dejar que se vaya. Disfrutaría cada día,
con el conocimiento agridulce de que ese podría ser su último. Que cualquier
mañana podría despertar y decidir que ya no la quería. Que otra había reclamado su
amor. Algún día. Pero esa noche ella estaba allí. Sus manos mojadas acariciaban su
piel resbaladiza. Las sensaciones empezaron a crecer. Su lengua profundizó en la
aterciopelada cavidad, la reclamó y la conquistó. Podía vencerla tan fácilmente, y sin
embargo, sentía como si fuera su propia victoria. Apartó la boca de la de ella.

— Tu piel está fría. — ¿Cuándo se había enfriado el agua?

— No importa.

— Si importa. He estado sin ti durante veintisiete días…

— Los has contado — afirmó, a la vez sorprendida y satisfecha.

Él sonrió.
— Parece que en realidad lo he hecho.— Deslizó sus dedos sobre su cara. — No
es mi intención que pases esta noche muerta de frío.

La ayudó a salir del agua. Su corazón casi se rompió por la dulzura con que
pasaba la toalla sobre su cuerpo. Entonces la levantó en brazos, la llevó al
dormitorio, y la dejó en la cama de manera que apenas agitó las sábanas. A
diferencia de la primera vez que la había tirado allí.

— No voy a romperme — dijo mientras él se quitaba la ropa.

Muchas veces se había torturado con imágenes de su cuerpo desnudo. Fue


reconfortante darse cuenta de que había sido capaz de recordarlo exactamente
como era: toda perfección, toda imperfección. Los músculos fibrosos con tendones
gruesos en sus brazos y piernas. Una pequeña mancha en su hombro izquierdo. Un
lunar justo debajo de la costilla derecha. Su pecho ancho, la espalda firme. Sus nalgas
tensas.

— Soy muy consciente de ello— murmuró mientras se tendía a su lado. —Nunca


he conocido a una mujer tan fuerte como tú. Quería sacudirte cuando no me quisiste
dar los nombres.

Ella le pasó los dedos por el pelo.

— Pero los conseguiste de todos modos. No sé si alguna vez he conocido a un


hombre tan empecinado como tú. Incluso esa primera noche cuando nos conocimos,
yo sabía que no te rendirías fácilmente.

— Nunca tuve planes de renunciar. Yo te quería entonces, y si es del todo


posible te quiero más ahora.

— Sin embargo, estás siendo tan cuidadoso conmigo.

— Quiero saborear cada momento.


Bajó sus labios a la garganta, salpicando besos sobre la longitud y la anchura de
la misma, antes de mover la boca hacia el valle entre sus pechos. Ella pasó sus manos
a lo largo de su cuero cabelludo, saboreando la sensación de su pelo grueso
alrededor de sus dedos.

Él desvió su atención hacia uno de sus pezones, su lengua lo lamió antes de


cerrar los labios alrededor del pico endurecido. Las sensaciones se dispararon a
través de ella hasta contraerle los dedos de los pies. Tal vez no pudiera tenerlo por el
resto de su vida. Pero lo tenía ahora. Nunca lo daría por sentado. Era plenamente
consciente de cada beso que le otorgaba, cada movimiento de su lengua, cada
lamida, cada golpe suave, cada presión de sus dedos.

Poco a poco se fue diluyendo ante sus caricias, entonces, presionando sus
hombros, lo instó a darse la vuelta. Tomó sus muñecas, llevó sus manos sobre su
cabeza, y procedió a atormentarlo tal como él había hecho antes. Con besos, golpes
de lengua, y caricias. Ahora estaba mapeando su cuerpo. La extensión de su torso, la
firmeza de sus brazos, la solidez de sus muslos. La dureza tibia de otras partes.
Acariciándolo, sus dedos se cerraron alrededor de su longitud. Magnífico, audaz,
fuerte. Tomándolo en su boca, lo succionó profundamente.

— Ah, Cristo — gimió, sosteniendo su cara.

Levantó la mirada hacia su rostro, y vio una mezcla de agonía y éxtasis. Sintió la
presión que su miembro ejercía contra su lengua anticipando el estallido, y observó
mientras él cerraba los ojos apretadamente y echaba la cabeza hacia atrás,
derramándose en su boca, pero ella tragó su esencia y continuó besándolo y
atormentándolo. Mientras estaba presa, había tenido momentos en los que había
pensado en eso, había lamentado no retribuirle tantas veces que le había dado
placer con la boca pegada a su intimidad. Se había preguntado si le gustaría, cómo se
sentiría.
—Ha pasado demasiado tiempo— dijo, tomándola por los brazos. — No puedo
estar un momento más sin ti.

Levantando sus caderas, bajó su cuerpo y se sumergió profundamente, mientras


ella se cerraba a su alrededor. Un estremecimiento de placer la recorrió. Se sentía
tan bien tenerlo allí, ser uno con él. Casi demasiado bueno. Él la levantó y la bajó
sobre su lanza, y ella comenzó a montarlo rápida y furiosamente, mientras él tomaba
sus pechos, amasando con dedos expertos. Se inclinó sobre él, formando una cortina
de cabellos. Tomó su boca, metiendo la lengua en su interior imitando el ritmo de
sus embestidas, mientras las sensaciones crecían en espiral, encrespadas,
desplegándose y lanzándolos al vacío inmenso.

— Te amo.

El placer estalló una vez más. Él gruñó cuando se resistió debajo de ella. La
abrazó con fuerza por la cintura. Ella bajó la cabeza contra su pecho, podía oír el
golpeteo rítmico de su corazón.

Aletargada, fue vagamente consciente de su beso en la coronilla mientras se


quedaba dormida.
Capítulo 24

Se despertó con la luz del sol que entraba por las ventanas y una cama ausente
de Avendale. Se irguió y lo vio sentado en una silla junto al lecho y dio un suspiro de
alivio.

— No sé si alguna vez he dormido tan bien — confesó.

— Apenas te moviste cuando me levanté.

Ella estudió sus finas ropas: pantalones color canela, su chaleco de brocado de
color marrón, la camisa blanca, la chaqueta negra, su paño de cuello perfectamente
anudado. Algo no estaba bien. Un escalofrío de miedo la recorrió.

— ¿Por qué estás vestido? — Levantó las sábanas un poco para revelar su
cuerpo desnudo. — Vuelve a la cama.

— Tienes una cita.

Extendió algo hacia ella. Un pergamino estrecho. Desató la cuerda, que doblaba
hacia atrás el papel para revelar boletos. Los estudió. Pasaje en ferrocarril a Escocia.
Miró a Avendale, sin saber por qué una cólera inexplicable la invadió.

— Dado lo mucho que te debo, esperaba poder servirte por más de una noche.

Poco a poco, él negó con la cabeza.


— No, nuestro trato está terminado.— Se puso de pie. —Los otros estarán
esperando en la estación de tren. He comprado pasajes para ellos también. Enviaré a
Edith para que te ayude a prepararte para el viaje.

Quería llorar, gritar, rogarle que no la despidiera. Le había dicho que la amaba.
Ella se había atrevido a mostrarse vulnerable repitiéndoselo. Luego, un frío intenso la
recorrió. La noche anterior no le había dicho que la amaba. Ni una sola vez. ¿Por qué
iba a hacerlo? Durante el tiempo que había tardado para conseguirle la libertad,
había descubierto todos sus secretos, todas sus acciones vergonzosas.

Con la mayor altivez posible, luchando por contener el dolor, inclinó la barbilla.

— ¿A qué hora nos iremos?

— En una hora.

Ella asintió con la cabeza.

— Bueno, entonces, sería mejor prepararme de inmediato.— Él salió de la


habitación sin decir una palabra. En ese momento, se odió a sí misma por
enamorarse de él, por haberle dado el poder de romper su corazón.

***

Salir de esa habitación fue lo más difícil que Avendale había hecho en su vida,
pero sabía que no tenía otra opción, lo había sabido desde el momento en que le
había pagado al hombre que había estafado en primer lugar. Y el que siguió después
de él, y el siguiente, mientras su deuda se iba acumulando cada vez más. Él quería su
amor para toda la vida. Pero no era algo que pudiera pedirle. Maldijo los condenados
tratos. Si se quedaba, siempre tendría dudas de las palabras susurradas en voz baja
en medio de la pasión. No podía vivir con esa incertidumbre, con dudas sobre sus
verdaderos sentimientos. Tampoco podía preguntarle si quería renunciar a la vida sin
preocupaciones que anhelaba. Como su duquesa, tendría más responsabilidades de
las que podía imaginar. Tenía que dejarla ir, renunciar a sus propias esperanzas,
planes, sueños con el fin de garantizar su felicidad. La entendía plenamente ahora, el
sacrificio, el dolor de dejar de lado todo lo que uno quisiera con el fin de asegurarse
de que alguien más pudiera cumplir sus sueños. Era extraño que, con el dolor de la
pérdida también tuviera un poco de alegría al saber que sería feliz. Que no se sentiría
como una esclava. Que alejándola, se aseguraría de que no despertara cada día
sintiéndose en deuda con él.

Mientras se dirigía a su biblioteca, pensaba que si no hubiera sido un hombre


tan egoísta, la habría llevado a la estación de tren el día anterior, pero era un hombre
egoísta y por eso se había regalado una noche más con ella, una noche más de
recuerdos que atesoraría durante el resto de su vida. Ninguna mujer podría
sustituirla. Sabía eso también.

En la biblioteca, se dirigió a la ventana y miró hacia fuera en el jardín. Cuando


regresara más tarde, cerraría la puerta para ahogarse en la bebida. Tal vez llenaría su
residencia una vez más con mujeres fáciles y jóvenes libertinos que sólo querían
pasar un buen momento. Podrían retozar desnudos en su fuente. No, no quería a
nadie cerca de la fuente. No quería tener nada que manchara el recuerdo de Rose
parada allí tratando de explicarle a su hermano cuán traviesos eran la pareja de
piedra en la fuente. Había posado para el escultor, pensando que era una gran idea
en ese momento. Le divertía cómo ahora cuando miraba a la mujer tallada en piedra,
veía a Rose. Ella no había sido la modelo, y sin embargo, era a quien encontraba
reflejada en la escultura. Mucho temía que la vería en todo lugar. Un disparate temer
cuando era lo que realmente quería: no olvidarla nunca.
— Están cargando mi baúl — dijo con voz suave. Se volvió y vio el reloj de la
repisa de la chimenea. Había pasado una hora. ¿Cómo había sucedido? — Quiero
darte las gracias por todo lo que has hecho por mí— dijo con voz carente de
emociones.

La estafadora que podría hacerle creer cualquier cosa, incluso que no le


importaba irse, se puso delante de él. Si hubiera roto los boletos, o se hubiera
rehusado a partir, le habría pedido que se quedara.

— No fue nada. — Su voz sonó igual de desinteresada. Pero había pasado toda
una vida dominando el arte fingir.

— Bueno, entonces, me despido.

— Te acompañaré a la estación.

Por un momento, casi fue presa del pánico, pero luego una vez más todas las
emociones se borraron de su rostro.

— Eso no será necesario.

— Insisto.

A pesar de que las cosas entre ellos eran tensas, todavía quería unos minutos
más en su compañía. Ofreciendo su brazo, se sorprendió cuando ella deslizó su mano
en el hueco de su codo. Sin pronunciar una palabra, salieron de la habitación, por el
pasillo. Era extraño sentir esa tensión natural entre ellos que nunca había sentido
antes. Desde el momento en que se conocieron, incluso si estaba enfadado o irritado
con ella, nunca había sentido ese abismo cada vez mayor. Sabía que en poco tiempo
sería demasiado grande como para superarlo. Era lo mejor. Se dijo que era lo mejor
para ella. En el coche, se sentó enfrente. Si se sentaba a su lado, podría debilitar su
resolución. Ya era bastante duro resistir su fragancia llenando el interior del coche,
provocándolo. Sólo podía ver su perfil, porque estaba mirando por la ventana como
si el paisaje que pasara fuera infinitamente fascinante.

— ¿Qué vas a hacer? — Preguntó.

Ella lo miró.

— No sé, pero reconozco que me has dado un gran regalo. Mi vida es una pizarra
en blanco. Voy a sacar ventaja de eso para hacer algo que valga la pena. Tal vez voy a
escribir. Aunque a diferencia de Harry, me gustaría escribir ficción. La verdad es
demasiado triste. ¿Qué vas a hacer tú?

— Volver a los jardines de Cremorne. — Era una mentira. Ir con ella los había
arruinado para él. Siempre la vería allí. Dondequiera que mirase.

— ¿Qué hay con las responsabilidades de su título? Debes casarte. Tener un


heredero.

Como si fácilmente pudiera darse a otra cuando lo mataba pensar en ella con
otro hombre.

— Tengo un primo. Él puede heredarme.

— Deberías hacerlo.

Eso implicaría casarse con una mujer que no amaba, porque no podía imaginar
que alguna vez pudiera amar a otra.

Finalmente llegaron a la estación de tren. El criado llevaba su baúl. Los otros


estaban esperando en la plataforma. Avendale se puso a un lado mientras la recibían
con exclamaciones de alegría y largos y afectuosos abrazos. Esa sería su vida: alegres
reuniones y amigos. Merrick se acercó a él, estiró la cabeza hacia atrás para sostener
su mirada.
— Usted no es un mal tipo. — Le tendió la mano y Avendale se la estrechó.

— Gran elogio.

— Nunca podremos agradecerle lo suficiente — dijo Sally.

— Es un placer.

— Si alguna vez necesitas algo — dijo Joseph. Necesitaba a Rose, pero no podía
tenerla, no bajo las circunstancias que habían acordado. Incluso con las
declaraciones de amor, las deudas seguirían allí. Dio un paso adelante, su bella,
valiente Rose.

— No esperaba tener que decirte adiós tan pronto. Pero parece que tengo que
hacerlo.

— Sólo debes aprovechar al máximo esta nueva oportunidad.

— ¿Por qué lo hiciste? — Preguntó. — Pagar todas mis deudas.

— Se lo prometí a Harry.

Cerrando los ojos, ella asintió.

— Por supuesto. — Entonces los abrió, y dentro de las profundidades verdes, le


pareció ver comprensión, pero no podía entender todo. — Mi hermano sabía mucho
más de lo que nadie hubiera podido sospechar. Seguramente te ha pedido que me
cuidaras.

Él lo había hecho sin prometerle nada a Harry, pero diciéndoselo sólo retrasaría
lo inevitable. Un silbato sonó.

— Que tengas una buena vida.— Muy rápidamente, se inclinó y lo besó en la


mejilla antes de alejarse, con la cabeza erguida y la espalda recta. Los otros le
siguieron rápidamente, dejándolo allí de pie, luchando para no correr tras ella,
luchando por no llamarla y pedirle que se quedara. Tenía que dejarla ir, aunque
muriera en el intento.

Sentado en la banqueta, Rose miraba por la ventana. Quería un último vistazo de


Avendale para llevarse con ella. No podía creer que la hubiera despedido, no
después de todo lo que había hecho por ella. Lo vio de pie en la plataforma. ¿Por qué
parecía tan triste y solitario? Solo, como ella. Harry, que había sabido tanto, no había
sabido todo. Se acordó de las palabras en su última carta. “También creo que te
quiere, aunque no estoy seguro de que sea un hombre que pueda hacerse eco de las
palabras”. Pero las había expresado en un momento de ira y frustración, para estar
seguro. Sin embargo, cuando más le había importado, cuando había ido por ella,
habían sido de lo más formal. Cuando ella se había atrevido a decir las palabras, él no
las había repetido. Ahora estaba enviándola a un lugar que alguna vez había
mencionado, a una vida sin responsabilidades. Donde podía hacer lo que quisiera:
dormir, comer pastel tres veces al día, viajar en un globo de aire caliente… Sus
pensamientos se precipitaron de nuevo al día de campo, cuando le había preguntado
qué haría cuando Harry ya no estuviera en su vida. “No voy a tener ninguna
responsabilidad, ni deber, sin obligaciones. Voy a pasear, sin nada que pueda atarme.
Sin planes, sin estrategias, con la necesidad imperiosa de no hacer nada más que
respirar”. Él le estaba dando todo eso. No había dejado de amarla por el viaje que
había emprendido para pagar sus deudas. ¡Si él no la amaba, que su pierna se le
pudriera!

— Oh, Dios mío. — El tren comenzó a moverse. Ella empujó para ponerse de pie.
— Bajen en la próxima estación.

— ¿Qué tienes? — Preguntó Merrick.

— Estoy enamorada.
Luego se fue corriendo por el pasillo. Llegó a la puerta, la abrió, y, cuando el tren
tomó velocidad, saltó.

***

Avendale apenas podía dar crédito a sus ojos. Apartando a la gente de su


camino, se lanzó hacia adelante, llegando hasta Rose cuando finalmente se detuvo
en la plataforma. Agarrando sus brazos, la ayudó a levantarse.

— ¿Estás completamente loca?

— He prometido quedarme contigo durante todo el tiempo que quisieras. ¿Ya


estás cansado de mí?

Miró al tren haciéndose cada vez más pequeño en la distancia, se volvió a


mirarla. Maldita sea. ¿Dónde podría encontrar la fuerza para dejarla ir de nuevo?

— Nunca me cansaré de ti, Rose.

— Nunca es mucho tiempo.

— Sí, pero contigo nada será suficiente.

— Entonces, ¿por qué estás alejándome?

— No estoy alejándote. Estoy liberándote de nuestro trato. Te quiero en mi vida


más de lo que he deseado nada. Pero nunca más volveré a conocer la felicidad si sé
que no eres feliz, eso es todo lo que importa.

— Eres un idiota, Avendale. ¿Cómo en el nombre de Dios podría ser feliz si no


estoy contigo?
— Rose…

— Te amo.

— Lo dices debido a lo que me debes.

— No. Lo digo porque es lo que siento. Me importa un bledo tu dinero. Algo que
pensé que nunca diría. Podrías ser un indigente. Es cierto que has pagado mi deuda...
Avendale, nunca podré pagarte eso. Aunque viviera mil años. Pero te amaba antes
de que la pagaras. Te amaba antes de que me llevaran detenida. Te amaba antes de
que Harry muriera. Ojalá nunca hubiéramos hecho un trato para que pudieras
creerme. Soy tan hábil para convencer a la gente de mis mentiras, pero no sé cómo
convencerte de la verdad. Te amo con todo mi corazón y toda mi alma. Te amaré
hasta que gaste mi último aliento. Por favor créeme.

— ¿Cómo habría de hacerlo si saltaste de un tren en movimiento para


decírmelo?

— Habría saltado de un globo en el aire si lo hubiera necesitado.

— Te hubieras lastimado.

Poniéndose en puntas de pie, le echó los brazos alrededor de su cuello.

— No, porque tú me habrías atrapado. — Alzándose sobre las puntas de los pies,
lo besó.

Sí, él la atraparía, siempre la atraparía. La besó de nuevo, ya que no tenía


elección. Acunando su rostro le dijo.

— Te amo, Rose.

— Yo no merezco tu amor, pero lo aceptaré, porque no hay nada en este mundo


que quiera más. Voy a ser tu mujer todo el tiempo que quieras.
Él inclinó la cabeza.

— Creo que no entiendes lo mucho que Te amo. — Se arrodilló, la tomó de la


mano, le dio un beso en el reverso de la palma antes de mirar hacia ella. — Te quiero
conmigo por el resto de mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?

Ella parpadeó, su boca se abrió ligeramente.

— Eres un duque. No puedes casarte conmigo. Eso sería escandaloso.

Sonrió.

— Te lo he dicho antes. Yo soy más que escandaloso.

Se dejó caer de rodillas y acunó su rostro.

— Te quiero mucho. Voy a ser la mejor esposa que cualquier Duke haya tenido.

Abrazándola estrechamente, cubrió su boca con la suya, besándola


profundamente, sin importarle un ápice las personas que los miraban. Pensaba
besarla tan a menudo como le fuera posible para el resto de su vida.

— Vámonos a casa ahora— dijo cuando se separaron del beso.

— Me gustaría mucho, pero les dije a los demás que nos esperaran en la
siguiente estación.

— Vamos a por ellos, entonces.

— ¿Seguro que no te importa?

— Rose, la mujer que amo ha aceptado casarse conmigo. No puedo esperar para
decírselo a Merrick.

Ella se rió.
— No creo que vaya a objetarme. Creo que has llegado a gustarle.

— ¿Cómo no habría de hacerlo? Después de todo, soy un duque.

— Eres mucho más que eso — dijo ella, pasando sus brazos alrededor de su
cuello. —Eres el hombre que amo.
Epílogo

Del Diario del Duque de Avendale

Un oscuro secreto me ha transformado en el hombre que soy... Otro me liberó.


En mi juventud fui testigo de algo que no se suponía que debía ver. Si no hubiera
desobedecido a mi madre y hubiera vuelto a casa esa noche, nunca la hubiera visto
con el arma, matando a mi padre. Ahora entiendo que fue un accidente, pero en
aquel momento, en mi mente joven, sólo vi maldad. Cuando poco después mi madre
se casó con William Graves, vi complicidad. Con los años, he mantenido estos
pensamientos traicioneros muy presentes, junto con las palabras de mi padre
diciéndome que mi madre deseaba dañarme. Ellos me perseguían y conspiraron para
separarme de mi familia. Mi Rose también llevaba pesadas cargas, pero con mucha
más dignidad. Tenía un hermano al que el mundo trataba con muy poca amabilidad.
Para intentar protegerlo de los pecados de otros, se volvió estafadora. En cierto
modo, era una mujer como Robin Hood, tomando de los ricos para dar a los que la
sociedad había calificado como rarezas, a los que la vida no había tratado de manera
justa. Si bien comprendo que sus actitudes no eran encomiables, también entiendo
cómo y por qué lo hizo. Ella quería dar a su hermano un mundo mejor que el que le
tocaba vivir, y sabía que el tiempo se le estaba acabando, por lo que tomó un atajo
que finalmente la llevó hacia mí. Y junto con Harry, me cambiaron la vida. No hay día
que pase que yo no dé gracias por la noche fortuita en qué al mirar por encima de un
balcón puse mi atención en la dama de rojo. Dos minutos más tarde, dos minutos
antes, y podría no haberla visto nunca. Simplemente podría haberme perdido en otro
juego de cartas, otro viaje a la decadencia. En vez de eso, la noche que nos
encontramos, iniciamos un camino que eventualmente revelaría lo que había estado
buscando todo el tiempo: un amor tan profundo, tan grande, y tan cierto que haría
cualquier cosa para proteger a la mujer que capturó mi corazón. Gracias a ella, llegué
a comprender la manera en que debe medirse a las personas que uno ama. Gracias a
ella recuperé a mi familia. Gracias a su amor, me salvé a mí mismo. Mediante el
matrimonio con ella, gané una vida mucho más rica que todas las monedas que
poseo en mis arcas. Nuestro primer hijo, mi heredero, se llama Harry. Él era perfecto
cuando nació. Rose se había preocupado de que nuestros hijos pudieran heredar la
enfermedad de su hermano, pero no fue así. Hasta el día de hoy, siguen siendo
perfectos en apariencia. Más importante aún, son perfectos en el corazón. Merrick,
Sally, y Joseph encontraron empleo en los dragones gemelos. Se quedaron en Londres
y, a menudo nos visitan para comer juntos y en los días festivos. Nuestros hijos los
ven como parte de la familia. En mi biblioteca, en un soporte dorado, descansan las
páginas que Harry escribió con tanto esfuerzo, contando su vida y la de Rose, vida
que con el tiempo se convirtió en parte de la mía.

Suelo leer las palabras finales de la historia que Harry escribió: “Mi cuento debe
llegar a su fin, pero Rose continuará. Aunque no puedo ver el futuro, creo que Rose y
su Duque vivirán felices para siempre”.

Y de hecho lo hicimos.

FIN
Nota de la Autora

Siempre me fascinó la historia de vida de Joseph Merrick, el hombre elefante. La


crueldad que sufrió a manos de algunos, la amabilidad concedida por él hacia otros.
Fue en 1884 cuando recibió la atención del médico Sir Frederick Treves, diez años
después de la ambientación de esta historia. Tendrían que pasar otros dos años
antes de que el Doctor Treves tomara el caso y comenzara a estudiarlo más a fondo.
Pero sería mucho después de la muerte de Merrick acaecida en el año 1890, que su
condición se diagnosticó como neurofibromatosis, aunque hay algunos que hoy
cuestionan el diagnóstico, inclinándose por el Síndrome de Proteus. Harry sufría la
misma enfermedad, pero tenía una hermana que luchaba para protegerlo y que
hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa para evitarle la crueldad del mundo.
Incluso en la actualidad no existe una cura para esta enfermedad, por lo que ni yo ni
el extraordinario médico Sir William Graves podría haber salvado la vida de Harry.
Pero fue amado, y en la parte final de sus días por mucha más gente de lo que jamás
hubiera esperado. Espero que ustedes hayan llegado a amarlo también.

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