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Zaida Montenegro
Si miramos la vida en el mundo actual nos encontramos con una variedad de dilemas y de
problemas éticos que preocupan a las personas y que, por esta razón, requieren la más
profunda discusión. Dentro de estos temas inquietantes para la sociedad aparece la clonación,
la manipulación genética, el aborto y la eutanasia entre otros. La bioética aporta fundamentos
teóricos para el debate erigiéndose como una disciplina sustancial en estos momentos de
dificultades e incertidumbres.
“…es tema demasiado serio, demasiado cargado de consecuencias para los hombres, como
para que lo despachemos con procedimientos tan expeditivos como irresponsables por faltos
de reflexión… ¿Qué cuestiones han de enfrentar la bioética en lo que respecta al fenómeno
vital de la muerte humana?” (Adela Cortina, “Ética aplicada y democracia radical”, editorial
Tecnos, Madrid, 1993).
Otra posición ubica al fenómeno de la muerte dentro del proceso de la vida, nos referimos a la
postura hedonista que promueve la búsqueda del placer y la huida del dolor. Podría pensarse
que la eutanasia se justificaría para individuos que tuvieran una vivencia más dolorosa que
placentera, pero esto no es así, porque cuando se habla de placer se refiere al bienestar de la
mayoría, y se aleja de las posturas individualistas.
Una tercera postura es la que encontramos en el estoicismo, cuyo criterio para definir sobre
cuestiones fundamentales es el concepto de autosuficiencia. Los estoicos viven y mueren con
dignidad, por lo que la muerte digna no se asocia al dolor físico sino a la degradación personal.
“La muerte es el descanso de la impronta sensitiva, del impulso instintivo que nos mueve
como títeres, de la evolución del pensamiento, del tributo que nos impone la carne. Es
vergonzoso que, en el transcurso de una vida en la que tu cuerpo no desfallece, en este
desfallezca primeramente tu alma” (“Meditaciones”, Marco Aurelio, Editorial Gredos, Madrid,
2005).
En las sociedades prehistóricas la muerte no era el fin de un ciclo sino un pasaje a un estadio
posterior, por eso en muchos casos se veía la provocación de la muerte como una acción
benevolente que terminaba con el sufrimiento, pero no con la vida.
Nos referiremos en última instancia a múltiples concepciones filosóficas que tratan el sentido
de la muerte y de la vida ligados entre sí. Y así como cada uno tiene que vivir su vida, cada uno
tiene que vivir su muerte.
La muerte adquiere un carácter relacional, mi muerte es “morir para otros, mientras que la
muerte de los otros es a su vez un morir para mí” (Cortina, op. Cit). En este sentido señala
Adela Cortina que se con-vive y con-muere, porque la muerte es con otros lo mismo que la
vida, incluso señala la autora, que a veces el deseo de no continuar viviendo se siente ante la
idea de que “no nos vamos a morir para nadie” (Cortina, op. Cit)., porque nadie sentirá nuestra
ausencia. Ejemplo de lo que plantea la autora es el siguiente texto de Unamuno:
“¡Pues bien, mi señor creador don Miguel, también usted se morirá, también usted, y se
volverá a la nada de la que salió!..¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, si, se morirá,
aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos,
todos, ¡sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo, lo mismo que yo! ¡Se morirán todos, todos,
todos! Así me dijo, y ¡como me susurran, a través de más de veinte años, durante ellos, en
terrible silbido casi silencioso como el bíblico de Jehová, esas palabras proféticas y
apocalípticas! Porque no es sólo que he venido muriéndome, es que se han ido muriendo, se
me han muerto los míos, los que me hacían y me soñaban mejor. Se me ha ido el alma de la
vida gota a gota, y alguna vez a chorro. ¡Pobres mentecatos los que suponen que vivo
torturado por mi propia inmortalidad individual! ¡pobre gente! No, sino por la de todos los que
he soñado y sueño, por la de todos los que me sueñan y sueño. Que la inmortalidad, como el
sueño, o es comunal o no es.” (Miguel de Unamuno, “Niebla”, Castalia, 2012, Madrid).
Adela Cortina plantea además, un problema ético que refiere a las muertes de quienes no
quieren morir y que además son muertes evitables y sostiene que el problema ético
relacionado con la muerte más urgente no es la eutanasia, sino que la sociedad debería
plantearse evitar esas muertes involuntarias y generar las condiciones de vida dignas. “No sea
cosa que, deliberando desde el Primer Mundo sobre el derecho a elegir la propia muerte…,
olvidemos la sangrante injusticia diariamente cometida contra aquellos a los que hemos
privado de la opción de elegir la propia vida” (Cortina, op. Cit).
“¿Hay posibilidad ética de dar una respuesta positiva a quien desea morir y pide ayuda para
ello?” (D. Gracia,“Historia de la eutanasia” en Gafo J. “La eutanasia y el arte de morir”, en
Cortina, op. Cit).
El criterio del bienestar social no aplica como criterio ético, porque el bienestar de la mayoría
podría justificar la muerte de quienes pertenecen a las minorías vulnerables, lo que es
claramente inmoral.
“La eutanasia sólo se plantea como problema moral cuando un sujeto enfermo pide de modo
autónomo ayuda para morir…nunca cuando hay pocas camas en un hospital, los familiares
están cansados de atender al enfermo o la sociedad conviene en considerar vidas humanas
como carentes de valor, como desechables” (Cortina, op.cit).
Situados dentro del tema de la eutanasia debemos considerar aspectos que atañen a la ética,
pero también al orden jurídico. Desde el campo de la ética se plantean exigencias tales como el
respeto a la autonomía individual, un diagnostico realizado por varios profesionales que
establezca que el padecimiento es irreversible, una comprobación de que la decisión del
paciente es consciente y voluntaria y una acción transparente y pública. Pero está claro que
cada profesional de la salud debe decidir dentro de un marco legal que ejerza el control
necesario para de este modo evitar abusos. Lo moral exige la garantía de lo legal, porque todas
las decisiones que se tomen afectarán a toda la sociedad, a la concepción de la medicina, y a
las personas que, sin estar enfermas en el momento presente, son potenciales pacientes.
En nuestro país en estos momentos, está a consideración del parlamento un proyecto de ley
que busca convertirse en el marco jurídico necesario que deje de considerar delito a la acción
de asistir a una persona en su muerte, es decir, quita responsabilidad penal a los médicos que
participen en estos actos médicos. Plantea unos mínimos éticos sin presentar que los centros
de salud deban tener un espacio destinado a este servicio ni que los médicos estén obligados a
participar.
NORMATIVA JURÍDICA
Existen en nuestro país antecedentes en las normas que se refieren a situaciones en que se
proporciona asistencia a otros para morir, estos antecedentes contemplan las circunstancias
del hecho para evaluar la responsabilidad penal. Citamos el artículo 37 del Código Penal de
modo ilustrativo:
Artículo 37
(Del homicidio piadoso)
Los Jueces tiene la facultad de exonerar de castigo al
sujeto de antecedentes honorables, autor de un homicidio,
efectuado por móviles de piedad, mediante súplicas reiteradas
de la víctima.(Código Penal N° 9155)
También se considera un importante antecedente la ley 18473 que, en su artículo 1° expresa:
“Toda persona mayor de edad y psíquicamente apta, en forma
voluntaria, consciente y libre, tiene derecho a oponerse a la
aplicación de tratamientos y procedimientos médicos salvo que
con ello afecte o pueda afectar la salud de terceros.
Artículo 15
“Los servicios de salud, dependiendo de la complejidad del
proceso asistencial, integrarán una Comisión de Bioética que
estará conformada por trabajadores o profesionales de la
salud y por integrantes representativos de los usuarios”.
Y en su artículo 17 establece lo siguiente:
“Morir con dignidad, entendiendo dentro de este concepto el
derecho a morir en forma natural, en paz, sin dolor, evitando
en todos los casos anticipar la muerte por cualquier medio
utilizado con ese fin (eutanasia) o prolongar artificialmente
la vida del paciente cuando no existan razonables
expectativas de mejoría (futilidad terapéutica), con
excepción de lo dispuesto en la Ley Nº 14.005 17 de agosto de
1971, y sus modificativas”
En la ley 14005 se toma en cuenta el bien general para
justificar el sostén vital(tampoco esto está libre de
cuestionamientos porque el paciente ya falleció) con el fin
de procurar órganos para trasplantes.
El artículo 7 de la ley 14005 establece:
“Cuando el diagnóstico de muerte establezca muerte encefálica
u otra mejor evidencia científica, la hora del fallecimiento
del individuo es la hora en que el médico firme dicho
diagnóstico en la historia clínica, más allá de que los
apoyos ventilatorios continúen hasta la ablación de los
órganos en aquellos casos que revistan la condición de
donantes”
“Tras la declaración de Harvard se ha impuesto la noción de muerte
cerebral como el límite convencional que separa que es persona viva de
persona muerta. Hay en esta postura presupuestos filosóficos dignos de
examen, entre otros la carencia de derechos de la vida vegetativa no
autoconsciente y la preeminencia del cerebro como asiento de la
personalidad. La muerte de este órgano aseguraría la irrecuperabilidad
social. Mas de nuevo la paradoja: esa muerte es precondición del uso
quirúrgico de los restantes órganos, que deben seguir "vivos" para ser
trasplantables”(Biología y Antropología Médica.Lolas, F.
Mediterráneo.2003. Santiago de Chile)
Como uno de los argumentos a favor se presenta el derecho de todas las personas que reúnan
las condiciones establecidas en el proyecto a “transcurrir dignamente el proceso de morir y a
recibir asistencia para hacerlo”. Del mismo modo se hace referencia al ejercicio de la
autonomía para decidir sobre el cuerpo propio y el respeto por la voluntad del individuo.
Pero respetar la autonomía- dice Sánchez- implica no hacer a alguien algo que no desee, pero
no significa que haya que hacer todo lo que el otro solicite. Además la solicitud del paciente es
condición necesaria pero no suficiente para realizar la eutanasia.
Alega también que el avance tecnológico ha permitido avanzar en los procedimientos de alivio
del dolor y que esta es la finalidad de la acción médica.
Otro tema no menos importante que surge de este debate consiste en plantear cómo incide la
legalización de la eutanasia en el compromiso social con los cuidados médicos, tal vez una
sociedad que ha aceptado la asistencia en el morir se vea menos incentivada a optimizar un
sistema de cuidados de la salud, pero este aspecto no está lo suficientemente investigado aún.
En otro orden de argumentos vale decir que estudios realizados en EEUU han demostrado que
la eutanasia no resulta una alternativa más económica que los cuidados paliativos
“*un debate público y transparente acerca de las decisiones al final de la vida y su relevancia
para la sociedad;
*un mecanismo efectivo para monitorear y controlar estas prácticas” (Luna, F. y Salles, A.
Bioética: Nuevas reflexiones sobre debates clásicos. FCE. 2008 México)
Son múltiples los discursos sobre la muerte y la forma de tratar con ella, cada cultura conforma
una red de símbolos que buscan “matizar la muerte biológica, hacerla humana, personalizarla.
Las culturas construyen protecciones contra la soledad del abandono. En todas existe un
horizonte simbólico que da sentido al dolor, a la enfermedad y a la muerte. Como constante
antropológica, en todas las culturas existe una forma de morir sin desaparecer físicamente: la
muerte social, la muerte civil, la muerte por desgarro de las relaciones significativas. Estas son
las muertes que experimentan quienes, afectados por enfermedades incurables, ven la
negación del futuro en cuantos les rodean. Es la muerte de los segregados y marginados, a
quienes se priva de sus derechos. La destrucción de los vínculos de significación es ya
enfermedad y estigma. La exclusión de la vida comunitaria, en algunos pueblos, lleva
literalmente a la muerte fisica. Antes que ella ocurra, ya el hombre o la mujer excluidos han
muerto para los demás.
La muerte social es una clase especial de muerte, cuyo examen revela las especiales
dimensiones éticas que rodean al acto de morir.
Es sin duda cierto que cada día se muere un poco, y en el más literal de los sentidos.
Cada día perdemos juventud, perdemos poder, perdemos posibilidades. Memento mori.
No solo debemos recordar que moriremos.
Debemos recordar que morimos, literalmente, a diario. Como toda muerte, la propia es perdida
y conlleva duelo. Hay muchas personas que ya murieron, antes de la desaparición física.
Su duelo es un duelo que tarda lo que la vida misma. En este caso, la vida es muerte.”(biología
y antropología médica,Lolas,op.cit)
Es posible que, al momento de leer este tema en nuestro país ya se haya aprobado o
rechazado el proyecto de ley sobre el que hemos estado trabajando, pero sea cual sea la
situación, el debate no se da por finalizado, sino que se revitaliza en el valor del diálogo como
herramienta fundamental para la obtención de consensos. Lo bueno, lo justo y lo digno son
constructos dinámicos en permanente revisión y reelaboración que interpelan a los distintos
actores sociales involucrados en estos dilemas éticos a los que nos enfrentamos en el área de
la salud.
Las sociedades persiguen el bienestar social que se mide a través de la calidad de vida, pero,
como todo lo valorable, depende de la época, la cultura, las economías y las subjetividades y
es desde ahí que se estima lo que se considera la muerte digna o el proceso del buen morir. El
debate tiende a lograr acuerdos acerca de lo que se considera calidad de vida y, en
consecuencia, también sobre lo que va a significar calidad de muerte. La percepción moral de
la eutanasia es relativa al sujeto que percibe que, a su vez, se construye a partir de sus
contingencias de vida.