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Kandi Steiner
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Índice
Sinopsis
Fuera de lo común
Casi olvidada
S.O.S
La manta navideña
Farsante
Resaca
Hasta nunca
Acerca de la autora
Créditos
Moderadoras de traducción
OnlyNess
Flor
Traductoras:
Flor
OnlyNess
Correctoras:
Maga
IviAbernathy
Lelu
Sand
Lectura final:
Flor
Diseño:
OnlyNess
Sinopsis
-Beau Tapin
Fuera de lo común
cocinado literalmente “shit on a shingle”, una expresión que en inglés se abrevia S.O.S. (como el
pedido de auxilio en código Morse).
maldecido durante todo el camino a casa después de recogernos—. Pero
tampoco podía dejar de reírse de nosotros. Y luego nos hizo esto…. esta
sustancia —dije, moviendo mi mano sobre la salsa—. Para absorber el alcohol
—imité con mi voz más profunda—. ¿Recuerdas? Y nos estaba contando cómo
era una comida básica en el ejército en su día, y cómo tu padre lo había
preparado para él. Y…
—Realmente no quiero ir por el maldito carril de la memoria, ¿de
acuerdo? —River colocó la carne molida en la mezcla de salsa que había
hecho, revolviéndola varias veces antes de abandonarla por completo—.
Sírvete.
Se alejó sin decir una palabra más, dándome la espalda mientras se
retiraba al baño.
Y me quedé allí, en silencio, sorprendida, preguntándome qué había
dicho mal.
Preguntándome si iba a ser así hasta que la nieve decidiera dejarme salir
de la celda de esta cabaña.
Las cosas que guardamos
Todo el mes había soñado con el pastel de calabaza que ahora estaba
situado en un hermoso platillo de porcelana con adornos dorados sobre mi
regazo.
Cuando estuve en Nueva Zelanda, les conté a los Kiwis con los que
trabajé sobre este pastel. Describí la canela, la nuez moscada, la cremosa y
deliciosa calabaza, la perfecta corteza mantecosa, salivando mientras lo hacía.
Mi estómago protestó al pensar en ello durante el largo vuelo de regreso a los
Estados Unidos. Mientras conducía desde el aeropuerto, y todo el tiempo que
estuve en casa de River este pastel era todo en lo que podía pensar.
Hogar es donde está el pastel de calabaza de mamá, pensé.
Y, sin embargo, ahora que lo tenía al alcance de la mano, a solo un
tenedor de distancia de estar en mi boca, no podía comerlo.
Lo empujé en mi plato y con los ojos seguí la mancha marrón
anaranjada del relleno. Olía increíble, y lo rematé con una porción colmada
de crema batida. Pero aun así, no pude darle ni un solo bocado.
Nunca había sentido tantas náuseas en mi vida.
Deseaba que fuera porque todavía tenía resaca, que el Advil y la cura
para la resaca que me dio River no hubieran funcionado. Pero la verdad era
que físicamente, estaba bien.
¿Pero emocionalmente? ¿Mentalmente?
Era un montón de basura caliente y humeante.
La sorpresa que había esperado resultó sin problemas, mamá y papá
lloraron cuando me encontraron al otro lado de la puerta principal a la que
había llamado. River ya se había alejado después de seguirme a casa cuando
me llevaron hacia adentro, y desde allí, mamá comenzó a preocuparse por si
había suficiente comida o no, la abuela pellizcaba mis caderas diciendo que
necesitaba al menos dos porciones antes de que me marchitara, papá me
abrazaba y adoraba, y mi hermana se burló de mí porque ahora tenía arrugas.
Había música navideña y toda la comida que había estado deseando.
Había una chimenea caliente y toda la gente que amaba.
Y, aun así, me sentía miserable.
—Mamá se va a ofender si no te comes al menos la mitad de eso —dijo
mi hermana Beth desde donde estaba sentada al otro extremo del sofá. Mamá
y papá estaban en la cocina con la abuela y Robert, el marido de Beth, Beth
y yo nos habíamos retirado a la sala de estar, para sentarnos en el sofá frente
al árbol de Navidad.
—Créeme, me encantaría comérmelo todo —dije, apilando un bocado en
mi tenedor—. Si tan solo mi estómago lo permitiera.
Beth frunció el ceño, dejando a un lado su propio plato vacío antes de
girarse hacia mí. Tuvo que moverse lentamente, se desplazó un poco antes de
colocar sus piernas cómodamente debajo de ella, gracias a su vientre
protuberante.
Su protuberante vientre que albergaba un bebé. Mi futuro sobrino.
Y ni siquiera me lo había dicho.
Al igual que mamá no me había hablado de su cirugía de reemplazo de
cadera el otoño pasado, y papá no me había dicho que había vendido nuestros
dos caballos hace dos años.
Estaba en una casa con mi familia y, sin embargo, me di cuenta de que
había estado tan absorta en vivir mi propia vida, en perseguir mi propia
aventura, que me perdí por completo lo que estaba sucediendo aquí.
Me sentía como una extraña.
Bien podría haberlo sido.
—Bueno, ¿vas a hablarme de ello, o solo te vas a quedar sentada allí
jugando con tu comida?
Suspiré, arrastrando el tenedor por el plato para quitar el pastel que
había apilado en él para apilar otro justo después.
—No sé qué es lo que hay que decir. Ya te dije lo que pasó.
—Lo hiciste. Pero no me has dicho cómo te sentiste al estar atrapada en
una cabaña durante dos días con tu exmarido. —Echó un vistazo hacia la
cocina antes de hablar en voz baja—. O dormir con él.
Mi hermana no se parecía en nada a mí. Donde mi cabello era oscuro
como el pecado, liso y resbaladizo, el suyo era rubio oscuro y con grandes
rizos ondulados. Mi piel era bronceada y la de ella se quemaba, sus ojos eran
azules, los míos eran pozos de tinta negra.
Pero teníamos la misma nariz, la misma sonrisa y la misma sangre
corriendo por nuestras venas.
Y ahora mismo, odiaba que ella pudiera ver a través de mí.
Fruncí el ceño, todavía mirando mi pastel.
—¿Por qué ya nadie me cuenta nada?
Beth no respondió, y cuando la miré, me estaba mirando con la misma
mirada que le darías a una anciana que pierde lentamente su memoria. Era
lástima, simpatía y amor todo envuelto en uno.
Lo odiaba.
—Mamá no me contó sobre su cirugía —continué—. Papá no me habló
de los caballos. Tú no me dijiste que estabas malditamente embarazada. —
Señalé su vientre, dejando que mi mano cayera contra mi muslo con una
palmada mientras negaba—. Y ninguno de ustedes me habló de los padres de
River.
Beth miró hacia abajo donde sus dedos se enroscaban sobre su regazo.
—¿Y bien? —insté.
—¿Qué quieres de nosotros, Eliza? —preguntó finalmente, negando
cuando sus ojos azules encontraron los míos—. Nunca quisiste que hablara
de River. Cada vez que lo hacía durante ese primer año que te fuiste, te
enojabas y me pedías que me detuviera. Me dijiste que dolía hablar de él. Me
dijiste que no querías saber.
—Sí, me doy cuenta de eso —concedí—. Pero vamos, esto es diferente.
—Bueno, ¿cómo iba a saber lo que estaba bien mencionar y lo que no?
¿Qué querías saber y qué no?
Beth soltó un suspiro de frustración y miró el árbol antes de mirarme
de nuevo.
—Dejaste esta ciudad como si nunca hubieras querido una parte de ella,
Eliza. Intentaba cumplir tus deseos. Intentaba darte lo que querías.
Lo que yo quería.
Me reí en voz baja por eso.
Parecía que todos estaban tratando de averiguar lo qué quería,
incluyéndome a mí.
Abandoné mi pastel en la mesa de café, cruzando los brazos sobre mi
pecho.
—Yo solo… me siento como un pez fuera del agua. Estoy de vuelta en
casa, en el pueblo en el que crecí, y todo sigue igual, pero nada lo es. Los
padres de River se han ido, Beth. Se han ido. Nunca llegué a decir adiós.
Nunca llegué a decirles lo mucho que ambos significaban para mí. Nunca
llegué a… —Contuve el sollozo en mi garganta, negando—. No estuve aquí
para River. No estuve aquí para ayudarlo, para escucharlo, para sostener su
mano en el funeral. Pasó por todo eso solo.
Beth frunció el ceño, y se acercó lo suficiente en el sofá para colocar su
pequeña y pálida mano sobre la mía.
—Y él lo sabía —susurré, sacudiendo la cabeza mientras mis ojos se
llenaban de lágrimas—. Sabía que su padre estaba enfermo, que no estaría
aquí por mucho tiempo. Pero no me lo dijo.
—Por supuesto, no lo hizo —dijo Beth, como si fuera obvio—. Él te
amaba. Quería que fueras feliz, y tú le habías dicho literalmente que no eras
feliz aquí. ¿Por qué intentaría mantenerte en esa situación?
—Pero no fue tan simple —dije, frustrada—. Habíamos estado atascados
en la rutina durante un año entero. Él se sentía miserable, tratando de
trabajar en todos esos trabajos improvisados, rompiéndose la espalda, sin
tener vacaciones o incluso un fin de semana completo. Yo estaba trabajando
en el supermercado. Estábamos trabajando, día tras día, todo el día y la
noche, a veces solo para pagar nuestras malditas facturas. —Sacudí la
cabeza—. Eso no era vivir, Beth. Ninguno de los dos estábamos viviendo.
—Lo sé —expuso, frotando su vientre. Sabía que estaba pensando en
Robert, en lo duro que trabajaba para llegar a fin de mes, y en lo duro que él
trabajaba para mantener su pequeño hogar—. Pero de nuevo, puede que eso
no sea vivir para ti, pero para algunos de nosotros, solo con arreglárnosla es
suficiente. ¿Sabes? Quiero decir, claro, Robert y yo no tenemos un montón de
cosas bonitas. No podemos tomarnos todas estas vacaciones lujosas. Pero al
final de un largo día, volvemos a casa el uno con el otro. Nos encanta ver
nuestros programas de televisión juntos, y nos encanta sentarnos en el lago
a ver la puesta de sol, o dar un largo paseo por las viejas carreteras sinuosas.
—Se encogió de hombros, con una suave sonrisa en los labios—. A veces
tienes que mirar más allá de todas las cosas difíciles por las que pasas y ver
todas las pequeñas cosas por las que tienes que estar agradecida. Como, por
ejemplo, por tener a alguien con quien abrazarte, alguien con quien reír. —
Ella palmeó su vientre—. Alguien con quien crear una nueva vida.
Tragué la emoción que todavía me estrangulaba.
—Supongo que algunos de nosotros solo queremos más.
—Tal vez —indicó, pero su sonrisa me dijo que pensaba lo contrario—.
Pero tal vez algunos de nosotros nos perdemos y pensamos que sabemos lo
que queremos cuando en realidad, no tenemos ni idea.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué crees que estás tan mal del estómago ahora mismo, Eliza?
— preguntó—. ¿Por qué crees que no puedes comer, que no puedes intentar
dormir? Algo ha cambiado. Algo dentro de ti se despertó que ni siquiera te
diste cuenta de que estaba allí, profundamente dormido todo este tiempo.
Beth se acercó aún más, tomando mis dos manos en las suyas y
mirándome a los ojos con seriedad.
—Déjame preguntarte esto, hermana. Cuando te fuiste, dijiste que te
ibas a buscar una aventura —expresó, acentuando la palabra como si fuera
un cuento épico en sí mismo—. Te has ido hace cuatro años. Has visto
docenas de países diferentes, cientos de ciudades, pueblos, granjas, lagos y
ríos. Has hablado nuevos idiomas, has caminado por nuevas calles, has
conocido nuevas personas y tal vez incluso has encontrado una nueva versión
de ti misma. Pero dime esto... ¿ya has encontrado lo que buscas?
Mi corazón palpitó con fuerza ante la pregunta y otro dolor abrasador
partió mi pecho.
—Porque si no lo has hecho —continuó, con un pequeño encogimiento
de hombros y una sonrisa en sus labios—, tal vez sea porque has estado
buscando en los lugares equivocados. Tal vez sea porque eso que buscas ha
estado aquí, en el pueblo que te construyó, todo el tiempo.
Miré a mi hermanita como si fuera un ángel, o una psicópata, o tal vez
una mezcla de las dos cosas. Parpadeé una y otra vez, frunciendo el ceño más
profundamente por el largo silencio que pasó entre nosotros.
Y cuanto más se incrustaban esas palabras que había dicho, más
afloraba la emoción que había tratado de combatir toda la noche.
—Oh Dios —susurré, sacando mis manos de las suyas para cubrir mi
boca. Negué—. Tienes razón, Beth. Yo… me sentía tan atascada, tan asfixiada,
que pensé que la única salida era irme. Pero todo este tiempo, he estado
buscando este... este sentimiento. Pensé que lo sabría cuando llegara. Pensé
que un día encontraría un lugar o una persona y todo encajaría y que de
repente, en ese momento, sabría que estaba donde se suponía que debía
estar.
Beth asintió, pasando su pulgar sobre mi rodilla.
—Y lo hice —dije, la emoción deformó mi rostro antes de sonreír y
encontrarme con la mirada de mi hermana—. Encontré ese sentimiento. Pero
no fue en Europa, o Asia, o en la cima de una montaña o en una hermosa
playa de arena blanca. —Negué—. Fue en esa aburrida y diminuta cabaña sin
energía, sin tecnología, sin comida lujosa o vistas o entretenimiento de lujo.
Estaba frente a esa chimenea, bajo esa estúpida y vieja manta —señalé
riéndome y Beth se unió a mí—. Con ese estúpido hombre y ese estúpido
perro. —Sorbí la nariz—. Tenía todo lo que necesitaba en ese momento. Y lo
sentí en mi alma.
Fue una revelación. Mientras las palabras salían de mi boca, las sentí
atravesar cada centímetro de mi cuerpo como una brisa fresca en un caluroso
día de verano. Presioné mi mano contra mi corazón, sintiendo dónde latía
dentro de mi caja torácica, donde se estaba rompiendo cuando comprendí
algo más.
—Pero me escapé de eso —susurré—. Encontré lo que había estado
buscando todo este tiempo, justo donde lo dejé, y fue como si finalmente
encontrarlo me asustara más que buscarlo. —Negué, mirando a Beth—. Lo
dejé. Otra vez. —Sorbí —. Soy tan, tan estúpida.
—No lo eres —insistió, apretando mi pierna—. Acabas de perderte, Eliza.
Y a veces eso puede ser más fácil que ser encontrada.
Mi estómago dio un vuelco, instándome a hacer algo, pero no tenía ni
idea de que.
—¿Qué hago ahora? —le pregunté a mi hermana con desesperación.
A lo que ella solo respondió con una sonrisa, y un beso en mi frente
mientras se paraba y agarraba mi plato de la mesa.
—Come este pastel —dijo, encogiéndose de hombros—. Y luego, te vas a
casa.
—A casa… —repetí, tomando el plato de sus manos.
Ella asintió, tocando mi barbilla.
—A casa.
Entonces, ella me dejó, se unió a su marido, a nuestros padres y a la
abuela en la cocina. Los observé desde donde estaba sentada, observé sus
sonrisas y risas, el brazo de mi padre alrededor de los hombros de mi mamá
y la mano de Robert entrelazada con la de Beth.
Y lo sentí de nuevo, lo mismo que había sentido recorriéndome en la
cabaña con River.
Casa.
Me había llevado demasiado tiempo darme cuenta. Había causado dolor
a tantas personas que amaba solo para sacar la cabeza de mi trasero y darme
cuenta de que lo que más me importaba en mi vida no era a qué museos había
ido ni qué continentes había pisado.
Eran estas personas, aquí mismo, en este pequeño pueblo, en este
diminuto punto del mapa que contenía miles de otros puntos similares a lo
largo de los Estados Unidos y en todo el mundo.
No necesitaba otro avión, barco, o tren. No necesitaba otra playa,
ciudad, o montaña.
Lo que necesitaba era a River.
Solo esperaba que él me necesitara a mí también.
Feliz Navidad, cariño
Fin
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