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Mona

Clau Lvic15
cjuli2516zc Caro
Mona Gerald
Pancrasia123 Lauu LR
Kath Lorelei
Aurose Gilsha Cruz
Maria_clio88 Susanauribe

Walezuca Segundo

Clau & Nanis

Idk.Zab
Sinopsis Quince
Uno Dieciseis
Dos Diecisiete
3
Tres Dieciocho
Cuatro Diecinueve
Cinco Veinte
Seis Autora
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
La señorita Romance, Hannah Arden, escribe una de las columnas de
consejos de relaciones más leídas en la nación. El señor Realidad, Brooks North,
escribe la columna de consejos sobre relaciones.
La señorita Romance cree en el amor verdadero y en las almas gemelas. El
señor Realidad cree que el amor es un término que la humanidad ha asignado al 4
instinto primario de procrear. Ella cree en el destino, él en el azar. Ella sabe que
hay una persona adecuada para cada uno, él sabe que hay varias. Los dos escritores
no podrían estar más polarizados en las relaciones. Son rivales profesionales y
antagonistas filosóficos.
Durante ocho años, sus batallas se han librado con palabras y tinta. Eso
cambia cuando solicitan el mismo puesto en el World Times y se encuentran cara
a cara por primera vez. Brooks no es la cara agria, la antigüedad hecha hombre que
Hannah imaginó. Y Hannah no es exactamente la arpía de mediana edad con pelo
de gato en su vestido de casa que Brooks tampoco imaginó.
En lugar de competir por las formas tradicionales de promoción, se les
presenta a los dos escritores como protagonistas de un experimento social sin
precedentes. ¿Se puede engañar a una persona para que se enamore? ¿Se puede
crear una relación bajo las circunstancias adecuadas? Hannah sabe la respuesta.
También Brooks.
De acuerdo con los términos, los dos se pusieron en marcha en un
experimento de tres meses de citas, transmitido en vivo para que el mundo lo
viera. Todo lo que Hannah tiene que hacer para ganar es no enamorarse del bruto
narcisista. Todo lo que Brooks tiene que hacer es que la soñadora de ojos ingenuos
se enamore de él. Ambos tienen tanta confianza en sus filosofías que esperan que
el desafío sea fácil.
Con el mundo observando, Brooks y Hannah se verán obligados a
confrontar sus creencias y concluir, de una vez por todas, quién tiene razón. La
respuesta es una que ninguno de ellos vio venir.
—Para ser una supuesta experta en todo lo relacionado con el romance, tu
vida amorosa apesta.
—Gracias por el recordatorio. Amiga. —Le di un codazo a mi “supuesta”
amiga, Quinn, mientras nos acercábamos a nuestro lugar favorito para tomar el
desayuno antes de ir al trabajo.
—Digo lo que veo. Para eso son las amigas. —Quinn me lanzó un beso de 5
aire antes de examinar la vitrina del local de tráfico de cocaína en forma de
pastelería. No estaba segura de por qué escaneaba las selecciones todas las
mañanas, habíamos estado pidiendo lo mismo durante los últimos tres años—.
Sabes qué fecha es hoy, ¿verdad?
—Sí, es quince de marzo.
Ella vio a través de mi acto.
—También conocido como la marca de un mes desde tu aventura con
Guapísimo y Soñado. Si no tienes noticias de él para hoy, también podrías...
—Sí, lo sé, Quinn. —Para distraerme de la mención de un determinado
hombre, me centré en el croissant relleno de chocolate que tenía mi nombre.
—No lo digo por ser una perra. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé.
—Hay una razón por la que seguimos ciertas reglas cuando se trata de la
especie masculina y es para protegernos de los imbéciles del mundo. —Las
zapatillas de deporte de Quinn chirriaron contra la baldosa mientras
avanzábamos.
Sólo unos pocos pasos de distancia del cajero. Casi podía sentir el aumento
del azúcar en mi sangre.
—Este chico, no sé. Era diferente. Definitivamente no es uno de esos
imbéciles que se están apoderando del mundo.
Quinn negó con la cabeza.
—Son como una maldita plaga.
—Un enjambre de langostas.
—Un enjambre de imbéciles, cuya única brújula es lo que señala su polla. —
Cuando la mujer mayor frente a nosotros nos dio "la mirada", Quinn, la traidora,
me señaló y murmuró—: Problemas de relaciones.
—Él no era así —le dije, más bajito para no agregar la ceja elevada número
dos a la cuenta. Todavía era temprano.
—No has tenido noticias de él en un mes.
—Casi —dije rápidamente—. Casi un mes.
Los ojos de Quinn se elevaron hacia el techo.
—¿Pasaste con él unas… qué? ¿Cinco horas?
—No. —Le di una mirada insultada—. Casi nueve horas. 6
Me despidió con la mano.
—Perdóname. Eso es casi una relación a largo plazo. Definitivamente,
tiempo suficiente para determinar que el hombre con el que te metiste en la cama
después de un par de copas no era uno de esos imbéciles con brújula de polla de
una sola noche.
Ceja elevada número dos.
Sería una de esas mañanas. Y sólo era lunes.
—Hubo una conexión. —Mis dedos se curvaron alrededor de mi collar de
perlas, girando los suaves orbes. Era un viejo hábito, toquetear el collar de mi
abuela. Por suerte no lo había desgastado hasta la base.
—Sí, cursé educación sexual en quinto grado. Estoy familiarizada con esa
conexión. —Quinn se tomó las manos para demostrar un acto que no era
apropiado para un café con pinzones en sus cortinas.
—No esa conexión. La otra. La importante.
—Lo dice una escritora de romances quien es tan desesperadamente
romántica que escribió un artículo sobre un pez enamorándose de un pato.
Mi boca se abrió mientras me acomodaba frente a ella. Quinn era
prácticamente todo lo contrario a mí: alta, delgada, con el cabello oscuro corto a la
altura de la mandíbula, complementado con ojos y piel oscuros. También vestía
totalmente diferente a mí. Vivía en zapatillas de deporte de las más modernas y
brillantes, nunca llevaba nada de la cintura para abajo a menos que fueran unos
vaqueros, y su pecho siempre estaba cubierto con una camiseta con algún
emblema, o dicho, o foto en ella.
El meñique de Quinn fue debajo de mi barbilla para cerrar mi boca.
—En primer lugar, no soy una escritora de romance. Soy periodista. Quien
investiga y escribe sobre temas de naturaleza amorosa.
—Una escritora de romance —dijo lentamente.
Mis brazos cruzaron sobre mi pálido cárdigan rosa.
—Segundo, no soy una romántica desesperada. Soy una romántica
esperanzada. Y tercero... —la fulminé con la mirada cuando dio un bostezo
exagerado—… ese artículo estaba bien documentado.
—Era un pez, una trucha arcoíris, si recuerdo bien. Y un pato ánade real. —
Por la manera en que me miraba y parpadeaba, fue como si estuviera esperando
que me golpeara un rayo cargado de realidad.
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—Si realmente leyeras el artículo, te habrías dado cuenta de que no dije que
era amor como lo conocemos los humanos, pero sin embargo era una conexión.
Una que no tenía sentido, pero no podía ser simplemente descrita como una
coincidencia. —Mi nariz se arrugó cuando dije esa última palabra. Coincidencia.
Ese estado de ánimo. Gente que cree que nada sucedía por una razón, y que el
llamado destino era una falacia. Qué triste manera de pasar la existencia.
—Realmente es un milagro que aún no te hayas comprometido. —Quinn
me dio una palmada en la mejilla antes de sacar dinero de su bolsillo. Éramos las
próximas en la fila.
—Bien, bien. Sé que el artículo del pez y el pato salió de la nada, pero la
gente se come esas cosas. Y no puedes negar que algo está pasando cuando un pato
alimenta con los saltamontes que atrapa a una trucha de medio metro de largo.
La cabeza de Quinn se inclinó.
—¿Y se supone que eso me convenza de que es amor verdadero?
—Se supone que debe convencerte a ti, y a mis lectores, de que hay alguien
especial para cada uno.
—¿Y qué se supone que debo hacer si mi persona especial es un habitante
subacuático escamoso con aletas?
Le di una palmadita en la mejilla.
—Aprender a nadar.
Acabábamos de llegar al mostrador cuando un empleado diferente se mudó
al puesto de cajero. Quinn había estado en medio de ajustar la correa de su sostén
cuando lo vio. Cuando él también la vio.
Nuestro traficante de cocaína favorito, también conocido como Justin el
buenazo, esbozó una sonrisa que hizo que el planeta se inclinara sobre su eje
durante medio segundo. Tenía la altura de un jugador de baloncesto, el cuerpo de
un jugador de fútbol y la cara de uno de esos dioses nórdicos. Destacaba en un café
lleno de dulces y mujeres, aunque confiaba en que la mitad de las mujeres que
visitaban Flour Power cada mañana venían a buscar sus bollos, no los que la
escamosa Amie horneaba todas las mañanas.
Quinn tuvo que agarrarme del brazo para apoyase cuando sus brillantes
ojos verdes se posaron en ella. Como si un tipo como él necesitara tener ojos
brillantes para rematar el sundae de hombre que ya estaba en su plato.
—Me encanta la camiseta de hoy. —Los ojos de Justin se hundieron en el
logotipo descolorido de la camiseta de Quinn.
Quinn quedó en silencio. Sólo sus párpados se movían.
Justin pidió en voz alta nuestras órdenes sin preguntar. 8
—Maldita pena que los Sonics ya no están por aquí. El mejor equipo de la
NBA.
¿Qué dijo Quinn? Nada.
Conduje mi codo en sus costillas mientras él buscaba dentro de la vidriera
para tomar nuestros croissants.
—Te amo. —Estalló de su boca tan fuerte que la mitad del café lo escuchó—
. Quiero decir, los amo. A los Sonics. —Se señaló el pecho antes de cubrir el logotipo
de Super Sonics con las manos. Que parecía más como si estaba ahuecando sus
pechos.
El croissant que Justin acababa de enganchar del exhibidor se cayó de sus
pinzas.
—Mierda. —Volvió a buscar en la vitrina, su mirada todavía apuntando
hacia los inadvertidos pechos ahuecados.
—Deja de exhibirte frente a la persona responsable de servir nuestro
desayuno —le susurré—. Si deja caer otro, vamos a tener que compartir el último.
Cuando Quinn miró hacia abajo y vio la posición de sus manos, ni siquiera
su impecable piel marrón pudo ocultar el rubor que ardía en su rostro.
Se las arregló para conseguir meter dos croissants de chocolate en bolsas
de papel, sanos y salvos, antes de preparar nuestros cafés. Mientras colocaba
crema y azúcar en el mío y leche en el de Quinn, miró a la estruja Super Sonic.
—Me las arreglé para conseguir un par de boletos para el juego de los
Knicks este fin de semana. —Tragó saliva, sus grandes manos tuvieron dificultades
para cerrar las tapas de nuestras tazas de café—. No son los Sonics, pero tengo uno
extra si conoces a alguien que pueda querer acompañarme.
Quinn estaba mirando sus manos, probablemente preguntándose lo mismo
que todas las mujeres aquí, ¿eran todos sus apéndices tan grandes? Otro codo a la
caja torácica la sacó de su ensoñación.
—No puedo pensar en nadie, pero si lo hago, me aseguraré de avisarte.
Mis ojos se cerraron mientras resistía la tentación de golpear mi cabeza
contra la pantalla de vidrio. Quinn tenía el coeficiente intelectual de una ameba.
No es que yo fuera un genio en esa categoría, pero cielo santo, el tipo con partes
del cuerpo gigantescas le estaba pidiendo una cita.
La frente de Justin se arrugó mientras deslizaba nuestros cafés sobre el
mostrador.
—Bueno. 9
—¿Gracias? —De hecho, parecía abatido cuando nos dio nuestro cambio,
esos orbes verdes no tan brillantes cuando nos despedimos.
Mientras avanzábamos por la línea de mujeres hacia la puerta, me incliné.
—Probablemente deberías pasar más tiempo leyendo mi columna.
Simplemente te pidió una cita y tú respondiste ofreciéndote a encontrar a alguien
más para que fuera en tu lugar.
—¿Qué? Él no me invitó a salir. —Empujó a través de la puerta, quitando un
extremo de su croissant—. Los chicos nunca me invitan a salir.
—Eso acaba de hacer. El mismo chico del que has estado supremamente
flechada durante el último año. —Revisé mi reloj para ver si podíamos ir
caminando al trabajo o si teníamos que correr. Era un día de paseo. Le hice un
gesto con la taza de café. Ella había sido una de mis mejores amigas desde que me
mudé a la ciudad, y era increíble en todos los sentidos—. ¿Y qué quieres decir con
que los chicos nunca te invitan a salir? Eres brillante y hermosa. Ingeniosa y
divertida. El paquete total. ¿Qué tipo no querría salir contigo?
—Soy escritora deportiva. Tengo cabello corto. Y llevo zapatillas de
deporte. —Levantó el pie—. Las chicas me invitan a salir, los chicos no.
—La gente no asume automáticamente que eres lesbiana porque te gustan
los deportes y las zapatillas.
Resopló.
—Mis padres piensan que soy lesbiana.
Compartimos un suspiro mientras recorríamos las concurridas aceras de
Nueva York. Ni siquiera la bondad dulce y azucarada de nuestra tradición matutina
podría elevar nuestro estado de ánimo.
Conmutamos nuestras carentes vidas amorosas en silencio juntas por unos
minutos, y luego Quinn me miró seriamente.
—Está bien, después de hoy, no más de este deseo y espera que has estado
haciendo el mes pasado. ¿De acuerdo?
—¿Qué deseo y espera? —pregunté, haciéndome la despistada.
Ella puso los ojos en blanco.
—Si él no te llama o trata de ponerse en contacto hoy, eso es todo. Su
archivo va a la basura y tú vacías ese cachorro, ¿entendido?
—Ya lo hice. —Mis ojos se cruzaron cuando revisé la punta de mi nariz.
Seguía siendo del mismo tamaño.
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—Solo escríbelo como una experiencia y sigue avanzando. Él no es el único
extraño atractivo con el que te encontrarás en medio de una tormenta de nieve,
Hannah.
—Absolutamente no. Estoy segura de que me quedaré varada en Chicago
después de que se cancelen todos los vuelos, lo que posteriormente llevará a que
todos los hoteles cercanos estén completamente reservados, y me veré obligada a
pasar la noche en las calles nevadas, cuando me encuentre con un hombre que hace
palpitar los ovarios y otras partes. Compartiremos algunos tragos y risas, antes de
que él me dé los tres mejores orgasmos de toda mi vida. —Tomé aire—.
Totalmente el tipo de cosa que sucede cada pocos meses.
Quinn colgó su brazo alrededor de mi hombro mientras nos movimos al
interior del edificio donde estaba ubicado el World Times.
—¿Por qué es tan difícil encontrar un buen tipo en estos días?
—¿Le estás preguntando a la señorita Romance, la periodista o a Hannah
Arden, tu amiga?
—Lo dices como si tuvieran opiniones diferentes sobre el tema.
—No la tienen. Solo me aseguraré de finalizar mi respuesta con un XOXO,
señorita Romance, si deseas la respuesta de la periodista.
Quinn gimió mientras presionó el botón del ascensor.
—Ustedes los desesperadamente románticos me dan náuseas.
—Románticos esperanzados —aclaré de nuevo, tratando de tirar
discretamente de la cintura elástica de mis medias. Estaban haciendo el lento
arrastre por mi culo, y si no hacía los tirones y peleas regulares, estarían en mis
rodillas para el almuerzo. No sabía por qué se molestaban en hacerlas en
diferentes tamaños. Las de talla C se sentían tan cómodas como las A, logrando
cortar una muesca púrpura en mi cintura todos los días.
No tenía sobrepeso de acuerdo con los cálculos de mi médico y el IMC, pero
estaba prácticamente obesa para los estándares de Manhattan. En esta ciudad, una
talla diez se consideraba gruesa en una mujer alta y de piernas largas, y tenía que
estirar el cuello para alcanzar el uno sesenta. Sin embargo, me gustaba mi cuerpo,
y sabía que eso era lo que importaba. Pero a veces me hubiera gustado que a otras
mujeres les gustara su cuerpo lo suficiente como para realmente nutrirlos, de
manera de no parecer la anomalía cuando íbamos a un club nocturno.
—¿Hueles eso? —Quinn olfateó el aire cuando las puertas se cerraron, una
vez que el ascensor estuvo lleno al máximo.
—¿Olor corporal?
—Promoción. Puedo olerla a cuarenta pisos de distancia. —Tomó otra 11
bocanada, dándome una mirada emocionada.
—No quiero anticiparme. —Respiré lentamente, sintiendo esa burbuja de
emoción en mi estómago cuando me imaginé al señor Conrad sentándome en la
sala de conferencias y ofreciéndome la jefatura del departamento de Vida y Estilo.
Había estado esperando este día desde que decidí en la escuela intermedia que
sería periodista. No pensé que esta oportunidad se me presentaría hasta que
alcanzara mis cuarenta por lo menos, pero la posición se estaba abriendo y mi
columna era la principal lectura y el artículo más comentado en línea todas las
semanas.
Al menos, el colaborador habitual más leído y comentado.
—¿A qué hora vamos a celebrar esta noche? —preguntó Quinn.
—¿Y por celebrar, te refieres a qué hora nos reunimos en mi casa para ver
Orgullo y Prejuicio, edición de Colin Firth, y preguntar cuánto tiempo más tardará
nuestro propio señor Darcy en entrar en escena?
—¿Es noche de O&P? Puede que tenga que pasar. La última vez que vimos
eso, la mitad de las mujeres se echaron a llorar. Antes de que empezara la película.
—Quinn se estremeció—. Estoy esperando a que todos sus períodos se
sincronicen. Cualquier día de estos. Todas ustedes son un culto.
—Está bien. Te amamos a pesar de que seas reacia al romance. Te
aceptamos tal como eres.
—No soy reacia. Son los hombres del mundo quienes lo son.
Específicamente, cuando se trata de mí. —Quinn examinó el ascensor, con la
mirada fija en los sujetos de la especie masculina, más cautivados por sus teléfonos
que por la mujer que acababa de agarrar sus tetas. Después de un par de segundos
de pasar inadvertida, Quinn se rindió con un suspiro—. ¿Por qué no podría haber
nacido con el imán atrapa chicos? Mi vida amorosa sería mucho más gratificante.
Por no decir existente.
Luché contra una sonrisa mientras empujábamos a través de la multitud de
cuerpos cuando las puertas del ascensor se abrieron de golpe en el piso cuarenta.
—Hay una persona perfecta para todos. Olvídate del resto.
El bufido de Quinn no fue suave.
—Vende tus mentiras en otro lugar.
Levanté el hombro, dado que estaba acostumbrada a las críticas por ser una
de esas tipas raras que aún creían en los finales felices y en las almas gemelas.
—Espero con ansias el día en que te encuentres con él y te des cuenta de
que he estado en lo cierto todo este tiempo. Acepto disculpas tanto en forma
escrita como verbal.
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Cuando pasamos por las puertas del World Times, sentí algo diferente en el
aire. Ese indicio de anticipación, tanto nerviosa como emocionada, se instaló a mi
alrededor cuando pasé por delante de la recepción hacia la sala de conferencias.
—Y yo solo acepto un tipo de disculpa cuando seamos viejas solteronas en
nuestro lecho de muerte y te des cuenta de que fui yo quien tuvo razón todo el
tiempo.
—¿Qué clase de disculpa es esa? —pregunté, arrojando mi vaso de café
vacío dentro del bote de basura cuando pasamos. Fallé. Debí saber que no debía
asumir que tenía el talento atlético necesario para colocar un pequeño vaso dentro
de un gran agujero a un metro de distancia. La clase de gimnasia había sido mi
propio infierno personal en la tierra, mis profesores de gimnasia engendraban al
mismo Satanás.
Quinn negó con la cabeza mientras me agachaba para recuperar mi vaso del
suelo y volver a intentar tirarlo al bote de basura. Ella era una de esas del tipo
deportivo que podían lanzar una caja de leche desde veinte metros hacia atrás y
acertar cada vez.
—Del tipo que involucra un montón de descarado arrastre.
—Eres imposible.
En lugar de desviarse a su cubículo, se quedó conmigo hasta que estuvimos
fuera de la sala de conferencias.
—Eres más imposible.
—Eso no existe.
—Sin embargo, crees en muchas cosas que no son reales, así que no me
molestes por una palabra que podría no existir. —Quinn se giró hacia mí,
colocando sus manos en mis hombros como si estuviera a punto de hablar conmigo
en el medio tiempo—. Ve a conseguir esa promoción, señorita Arden. Muéstrale al
mundo que el rosa angora y usar pantimedias corridas puede hacer el trabajo,
tanto como un elegante traje de pantalón.
—Mierda. ¿Tengo una carrera? ¿Ya? —Mi cabeza se torció sobre mi hombro
para encontrar, efectivamente, una carrera que asomaba por la parte de atrás de
mis tacones de ante, que ya se extendía hasta la mitad de la pantorrilla.
—Olvídate de la carrera en la media, estás a punto de que te ofrezcan una
posición patea traseros y te dupliquen el salario. Yo, por otro lado, tengo un
cubículo estéril al que regresar, donde me veré forzada a escribir por qué mis
amados Mets perdieron su juego de pretemporada anoche, después de lo cual
revisaré mis cuentas de redes sociales durante el almuerzo como todos los demás,
y pretenderé que estoy nadando en potenciales pretendientes masculinos de la
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manera en que Molly Kennedy hace todos los malditos lunes después de un fin de
semana pasado en libertinaje.
Me acerqué y bajé la voz.
—Molly Kennedy puede tener un montón de pretendientes, pero solo están
en eso por una cosa.
Quinn me dio un codazo.
—¿Sexo?
Mi cabeza se sacudió solemnemente.
—El sexo no requiere compromiso —dije con la misma gravedad—. Y ese,
amiga mía, no es el tipo de pretendiente masculino que estamos buscando.
Dejé caer la mano en el pomo de la puerta de la sala de conferencias cuando
Quinn murmuró:
—Sexo sin compromiso es mejor que no tener ningún tipo de sexo. —Antes
de que pudiera decir algo, me levantó el dedo—. Y antes de que vayas a predicar
sobre mí, tú eres quien se acostó con un desconocido el mes pasado.
—No era un total desconocido.
Quinn resopló tan fuerte que extendió toda la tierra del cubículo.
—Por favor. Lo conociste por unas horas antes de dejarlo hacer el tipo de
cosas sucias que temo repetir en voz alta por temor a ser golpeada.
Mis mejillas se encendieron al instante.
—Tuvimos sexo. No es como si hubiésemos seguido las demás páginas del
Kama Sutra.
—Por los detalles que me diste, repasaste cada página del Kama Sutra. —
Quinn tiró de los extremos de mi cabello rojo inconformista—. Desvergonzada.
—Bruja celosa.
—Ramera desvergonzada —canturreó mientras se giraba para irse.
—Criada amargada. —Le saqué la lengua antes de abrir la puerta de la sala
de conferencias.
Promoción. Los sueños se hacen realidad. Todo estaba esperándome al otro
lado de esa puerta.
—Buenos días, señor Conrad —saludé cuando entré.
El señor Conrad estaba sentado a la cabecera de la mesa de conferencias,
esperando, pero no estaba solo. Mis pies dejaron de moverse antes de que mis ojos
se posaran en el inesperado tercero. Un pequeño jadeo se escapó de mí cuando lo
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vi.
—Tú —dije, mi mano apretándose en el borde de la silla más cercana para
mantenerme firme.
Sorprendente sorpresa se filtró de su rostro.
—Tú. —Hizo eco, su tono era menos acusatorio que el mío. Su mandíbula
se movió mientras me evaluaba, parpadeando un par de veces como si estuviera
cuestionando su visión. Tampoco estaba seguro de si lo que estaba viendo era real.
—¿Ustedes dos se conocen? —La voz del señor Conrad rompió mi neblina
de incredulidad.
Mi mente se quedó en blanco, sin saber cómo responder eso. Ni siquiera
estaba segura de por qué esta persona estaba sentada a la mesa de conferencias
de la empresa para la que trabajaba en la ciudad de Nueva York. ¿Me había
rastreado? ¿Pensaba que una llamada telefónica era demasiado prosaica para la
conexión que habíamos compartido esa noche?
Pero ¿por qué en mi oficina? ¿Y por qué sería necesaria la presencia del
señor Conrad?
Las preguntas no terminarían, las respuestas quedaron lejos de ser
alcanzadas.
La habitación comenzó a girar.
—Arden, ¿estás bien? —preguntó el señor Conrad, su voz sonaba apagada
y lejana, como si se tratara de un sueño.
Reacciona.
Me las arreglé para salir del trance una fracción, solo lo suficiente para
aclararme la garganta y elaborar algún tipo de respuesta semi-coherente.
—Estoy confundida.
—Eso nos convierte en dos. —El señor Conrad agitó su pluma entre
nosotros—. ¿Ustedes se conocen o no?
—Un poco. —Su voz llenó la habitación mientras su cabeza se apartaba de
mí.
¿Un poco? ¿No hay otro hombre en el planeta que tenga más conocimiento
cardinal de mi cuerpo que él y nos conocemos un poco? No es la palabra que habría
elegido.
—¿Y están en términos amistosos? —preguntó el señor Conrad, su frente
arrugada con duda.
—Términos suficientemente amistosos, sí —respondió de nuevo.
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¿Términos suficientemente amistosos? ¿Así es como lo llamas? Decidí que
tomar asiento era una buena idea, pero seleccioné el que estaba un poco alejado
de él y del otro lado.
—Bueno, ahora lo he visto todo. —Se rió el señor Conrad.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Forcé una sonrisa a través de la mesa hacia
él, tambaleándome para alcanzarlo.
Hizo clic en su bolígrafo de plata de aspecto caro, su mirada se apartó de mí.
—Supongo que estoy aquí por la misma razón que tú.
La jefatura del departamento de Vida y Estilo. Esa era la razón de mi
reunión con el señor Conrad esta mañana.
—Estoy aquí para hablar sobre la próxima apertura de la posición de Vida
y Estilo —dije.
Un clic lento de la pluma.
—Yo también.
La habitación pasó de girar a arremolinarse como uno de esos malditos
paseos de atracciones mecánicas en los que te montas.
—¿Eres periodista? —pregunté—. ¿Con qué papel?
El señor Conrad se aclaró la garganta.
—Pensé que ustedes dos se conocían.
—No en el ámbito profesional, señor Conrad —anunció el bolígrafo, la
comisura de su boca se contrajo.
Mis ojos se estrecharon hacia él, no es que me mirara para darse cuenta.
—Tampoco en uno no profesional.
—Hannah, este es Brooks North —continuó el señor Conrad, sin escuchar
ni ignorar mi comentario.
—Tengo un nombre. —Mi cabeza se inclinó sobre la mesa hacia "Brooks
North"—. Treinta días después.
Su mirada flotó hacia mí por un momento fugaz.
—¿Yo también consigo uno?
—No hasta que descubra lo que estás haciendo aquí, en mi lugar de trabajo,
sentado a la misma mesa que mi jefe, mirándome como si fuera la única en esta
sala que no sabe lo que está pasando. —Me enderecé en mi silla, conteniéndome
de tirar de la cintura de mis pantimedias. El croissant de chocolate no me estaba
sentando bien. 16
—Tu opinión es tan buena como la mía. —Brooks tomó un trago de la taza
que estaba frente a él; por su aspecto supuse que era té verde. Él era un bebedor
de té. Una de esas personas. Del tipo con las que no se juntaban los fanáticos del
café como yo. Debería haber sabido.
—Es posible que conozcas mejor a Brooks por su nombre de pluma. —El
señor Conrad se aclaró la garganta, del tipo que era marcado, no provocado por un
cosquilleo en la garganta—. Señor Realidad.
Mis dedos apretaron la parte inferior de mi antebrazo, seguidos de un
pellizco cuando no me desperté de golpe. Nada estaba sucediendo.
No estaba soñando.
Esta persona, el hombre con el que me había acostado, ¿era el señor
Realidad? Seguramente el destino no podría haber sido una perra tan cruel.
Las cejas de Brooks se juntaron mientras me miraba pellizcarme el brazo.
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo una picazón.
Una lenta sonrisa se deslizó en su lugar.
—¿Una que no pudiste evitar rascar?
Mis dedos se curvaron. Él estaba jodiendo conmigo. No espera, jodiendo
no... volviéndome loca. Para haber sido increíble y maravilloso esa noche, seguro
que estaba dejando que su bandera de idiota ondeara hoy.
Demasiado bueno para ser verdad: las palabras con que lo describí ante mis
amigas el día siguiente. Cuan trágicamente proféticas fueron esas palabras.
—Hannah aquí es un poco tu némesis profesional, Brooks. —El señor
Conrad cortó nuestra descarga verbal, aparentemente sin idea de la tensión que se
elevaba a una cabeza de la mesa—. Ella escribe bajo el alias de señorita Romance.
La garganta de Brooks se movió. Cuando su mirada regresó a mí, hubo un
nuevo brillo en esas esferas azul pálido.
—Disculpe, ¿señor Conrad? —El altavoz del teléfono de la sala de
conferencias cobró vida con la recepcionista del señor Conrad, Shelly—. El señor
Davenport está en la otra línea. Tiene una pregunta rápida para usted.
Los ojos del señor Conrad se elevaron hasta el techo, sin ser ajenos a las
innumerables preguntas "rápidas" que el director ejecutivo del World Times tenía
para él. 17
—Comuníquelo. —Levantó su dedo índice hacia nosotros dos—. Esto solo
tomará un minuto.
El señor Conrad no había más que descolgado el teléfono antes de que
Brooks soltara una carcajada.
—¿Tú? ¿Señorita Romance?
Realmente no parecía que estuviera esperando una confirmación, pero, aun
así, se le di en forma de sacar una tarjeta de visita de mi bolso. Si hubiera dejado
una de esas en la mesita de noche temprano esa mañana, en lugar de donde
realmente había dejado mi número, habría sabido treinta días antes que yo era la
señorita Romance. Pero según mi experiencia, no había mejor manera de
exterminar la posibilidad de una segunda cita que mencionando que era uno de los
periodistas románticos más leídos del país. Era el equivalente a insinuar las
preferencias por los anillos de compromiso.
Brooks miró la tarjeta, girándola antes de deslizarla en el bolsillo de la
prístina chaqueta de traje. El de hoy era color pizarra. Esa noche de la que me
empezaba a arrepentir, el traje había sido color granito.
—¿Qué te parece la ironía? —anunció al fin, volviendo a hacer clic en su
pluma.
Tuve que destrabar mi mandíbula antes de poder dar una respuesta.
—¿Ironía? No es la palabra que usaría. —Inclinándome en la mesa, revisé
al señor Conrad para asegurarme de que todavía estuviera involucrado con su
llamada—. ¿Lo sabías?
La frente de Brooks se arrugó.
—Por supuesto que no lo sabía. ¿Tú?
—¿De verdad crees que lo que sucedió habría sucedido si lo hiciera?
La esquina de su boca tiró hacia arriba.
—Con la cantidad de ginebra en tu sistema, podría haber proclamado que
era Hitler encarnado y eso no te habría detenido.
Mis ojos se entrecerraron mientras mantenía un dominio absoluto sobre el
temperamento irlandés que me había metido en muchos problemas en el pasado.
Este hombre sentado frente a mí no se parecía en nada al que se había deslizado
en el taburete junto a mí el mes pasado. De hecho, los dos no podrían haber sido
más diferentes.
El señor Conrad colocó el teléfono en el receptor antes de que pudiera
disparar una respuesta.
—Lamento la interrupción. Volvamos a discutir las dos aplicaciones para la 18
posición de jefe de Vida y estilo.
Por segunda vez en la mañana, mis ojos se sintieron como si estuvieran a
punto de estallar de sus cuencas. Mi dedo apuñaló en dirección a Brooks.
—¿De verdad estás considerando esa posición?
Un resoplido resonó frente a mí.
—No habría volado desde San Francisco si no lo hubiera "realmente
considerado". —El señor Conrad me dirigió una de esas miradas con las que estaba
familiarizada; por lo general, seguían a uno de mis inverosímiles artículos, como
"el pato se enamora del pescado".
—Ni siquiera trabaja para el World Times. Es un profesional independiente.
—Basado en mi tono, eso era una ofensa tan grave como golpear con un garrote a
crías de foca frente a niños en edad preescolar.
—Eso es porque nadie puede permitirse el lujo de mantenerme en el
personal a tiempo completo —intervino Brooks—. Eso es lo que pasa cuando
construyes un seguimiento como el mío. Más lectores significan más dinero.
Lo ignoré.
—No tiene idea de cómo es la cultura aquí. No puede poner a un extraño en
un papel como este, señor Conrad.
—Adelante. Sigue hablando de mí como si no estuviera en la habitación.
Simplemente me sentaré aquí, esperando, mientras discutes con tu jefe, quien
toma la decisión de quién obtendrá el trabajo. —Brooks juntó las manos detrás de
la cabeza y se recostó en su silla—. Puedes seguir abriéndome el camino para que
logre la posición por la que estamos los dos aquí.
Mi lengua se trabó en mi mejilla para evitar gritarle algo infantil. No podía
creer que lo hubiera encontrado atractivo. Claro, podría haber sido duro en todas
partes y construido como un nadador olímpico, con cabello oscuro que
contrastaba con los ojos claros y una cara que podía hacer que una monja se
sonrojara, pero él era el señor Realidad. Lo que se traducía en poseer un alma que
podría dejar a Satanás sin trabajo.
Me obligué a respirar antes de hablar.
—Señor Conrad, esto no puede ser en serio.
—Solicitó el trabajo y está igual de calificado. —El señor Conrad se aflojó la
corbata antes de continuar—. Y tiene más lectores que tu columna.
Allí estaba. El punto doloroso. Desde que el señor Realidad se lanzó al
mundo editorial, pisándome los talones después de que la columna de la señorita
Romance comenzara a despegar, podría agregar, había estado ganando lealtad, 19
bordeando en un culto de seguidores. Hace solo unos meses, su columna había
incluido más lecturas en línea, comentarios, acciones y "me gusta" que la mía.
Porque no me estaba pisando los talones ni nada.
Punto. Doloroso.
Una vez que estuve casi segura de que no respiraría fuego cuando abriera
la boca, dije:
—Eso es porque es de naturaleza humana aferrarse a algo negativo sobre
algo positivo.
Al otro lado de la mesa, sonó un fuerte gruñido.
—También es de naturaleza humana preferir que se diga la verdad en lugar
de alimentar a la audiencia con una cucharada de mentiras.
—Eres un imbécil. —Alerta de temperamento. Esto no es un ring de boxeo.
Frente a mi ira, Brooks se mantuvo completamente tranquilo, mirando el
elegante reloj en su muñeca.
—Las ocho y veinte de la mañana. —Negó con la cabeza—. Lo siento, no
tienes el record.
—¿Qué record? —pregunté, tirando de las perlas de mi abuela como si me
estuvieran estrangulando.
—De llamarme imbécil temprano en la mañana. Ese honor le pertenece a
alguien más.
—Estoy segura de que muchas mujeres te llaman imbécil por la mañana. —
Mis brazos se cruzaron mientras me retorcí en mi silla un poco más lejos de la pila
humeante de arrogancia frente a mí—. Cuando se levantan de la cama una vez que
el alcohol se agota.
El señor Conrad estaba mirando entre nosotros dos, su expresión dibujada
de una manera que sugería que había consumido demasiado queso la noche
anterior.
—Señora Amargura podría ser un mejor título para ti —bromeó Brooks,
acompañado de otro maldito clic en la pluma.
—Y señor Iluso podría ser más apropiado para ti —le contesté, sacando mi
propia preferencia cuando se trataba de implementos para escribir. Y no era una
elegante pluma estilográfica de plata que probablemente costó tanto como el
primer cheque de mi mes trabajando en el World Times hace casi ocho años.
Brooks se apoyó en la mesa, con una ceja oscura tallada en lo alto de su
frente. 20
—¿Y cuál es su estado de relación, señorita Romance?
Sentí que el calor se filtraba en mi cara mientras aplastaba el impulso de
enderezarme en mi silla.
—Eso es lo que pensé —continuó—. Es posible que desee tomar parte de
esos consejos de relaciones que les da a sus adictos.
Al final de la mesa, no perdí de vista que el señor. Conrad se cubría la boca.
¿Cuál era el nivel más allá de la ira? Era escritora y no podía encontrar la emoción
adecuada para describir lo que estaba sintiendo. Aún no se había inventado una
palabra para la oleada de furia que me sacudía.
—Ahora que hemos quitado las bromas del camino, vayamos al grano de
por qué estamos todos aquí. —El señor Conrad puso sus manos sobre la mesa
mientras se levantaba de su silla—. La cantidad de lectores está baja en todos los
ámbitos. Los periódicos y revistas físicas se están volviendo obsoletos. En
cincuenta años, se mostrarán en museos como antigüedades.
Mi expresión se contrajo.
—No hay escasez de competidores por ahí, y todos estamos luchando por
los mismos restos. Necesitamos algo fresco, diferente. Necesitamos hacer algo que
nadie más ha hecho. Algo que se adueñe de la nación como una adicción, que los
lectores actualicen los navegadores y corran hacia las bandejas de entrada para
ver la última actualización.
Este fue el punto en el discurso del señor Conrad en el que la cara de Brooks
mostró incertidumbre.
—Necesitamos “Hombres en la Luna” y “Estados Unidos entra en la
Segunda Guerra Mundial” y “Las mujeres ganan el derecho al voto”. Necesitamos
algo grande, masivo, y lo necesitamos ahora.
Mientras el señor Conrad hizo una pausa para recuperar el aliento, me
lancé.
—Pensé que estábamos aquí para hablar sobre el puesto de trabajo.
—Eso es precisamente de lo que estamos hablando —respondió el señor
Conrad.
—Me temo que no te sigo. —Brooks se aclaró la garganta—. Escribo una
columna de consejos. No soy un gran periodista.
—Escribes una columna anti-consejos —murmuré.
—Eso viene de la persona que escribió el botín titulado: “¿Podemos tenerlo
todo?” Estoy de acuerdo con que pienses que estoy equivocado porque nuestra
21
definición de correcto no podría ser más diferente.
—¿Ustedes dos van a sentarse aquí y discutir todo el día? ¿O les gustaría
actuar maduramente y confirmar que no estaba equivocado al creer que alguno de
ustedes sería un excelente jefe de departamento aquí en el World Times? —Para
ser un hombre bajo, el señor Conrad tenía una manera de hacerme sentir pequeña
con solo su tono de voz.
Tanto Brooks como yo cerramos la boca y lo dejamos continuar.
—He creado una idea, nuestra Ave María, nuestro "titular" que pasará a la
historia. Excepto que no será solo un artículo, los lectores no podrán evitar devorar
cada palabra, serán numerosos. Tantos, que nos pondrá de nuevo en la cima y
asegurará nuestro futuro en estos tiempos inseguros.
Descrucé y crucé las piernas. No tenía ni idea de lo que había pensado el
señor Conrad, pero ese brillo salvaje en sus ojos me dijo lo suficiente. Este era el
hombre que se había elevado a su altura después de lanzar la idea de que el World
Times debería cobrar un precio de suscripción en línea para que la gente leyera
nuestros artículos mientras que todos los demás periódicos vendían sus productos
en línea de forma gratuita. Según las historias que me contaron algunos de los
empleados que habían estado en ese entonces, la compañía sabía que los hundiría
más rápido que el Titanic o sería lo único que lograría mantener el World Times
solvente. Por suerte para mí, la idea descabellada de Charles Conrad se había
desarrollado.
El señor Conrad permaneció en silencio, mirándonos a Brooks y a mí como
si estuviera esperando que nuestra propia emoción brotara desde dentro.
—¿Qué, exactamente, es esta idea? —Casi podía distinguir la nota de
incertidumbre en la voz de Brooks, pero podría haber sido simplemente un ataque
de indigestión.
—Es una especie de experimento social. —El rechoncho dedo de Conrad se
movió entre Brooks y yo—. Y ustedes dos lo facilitarán.
El lápiz amarillo número dos roído a pedazos cayó de mi mano. No sabía a
dónde iba el señor Conrad con esto, pero podía sentir que la dirección era
preocupante.
—¿Qué tipo de experimento social? —Brooks hizo la pregunta que también
estaba en mi mente.
—Del tipo en que dos buenos periodistas como ustedes deberían encontrar
atractivo.
Ese fue el punto en el que mi garganta comenzó a tomar esa sensación
algodonosa. 22
—Un experimento que probará, de una vez por todas —las gruesas y
plateadas cejas del Señor Conrad alcanzaron su punto máximo—, qué escuela
mental es correcta en lo que se refiere al amor.
Al otro lado de la mesa, el villano se echó a reír, mientras yo luchaba por
digerir lo que se había dicho.
—¿Y cómo hacemos eso más allá de lo que ya hemos estado haciendo para
demostrar nuestras propias opiniones sobre ese tema? —Las palabras salieron de
mi boca como dulces de una máquina expendedora—. Él cree que no existe tal cosa
como el amor verdadero, que es una farsa que hemos evocado de la nada, mientras
que yo claramente creo que hay un fenómeno conocido como amor verdadero.
—La palabra clave es “fenómeno".
Le lancé una mirada furiosa, pero él había seguido girando su preciosa
pluma entre sus dedos. Los hombros del señor Conrad se levantaron como si
estuviera respaldando su idea.
—¿Qué necesitas que hagamos, Charles? —preguntó Brooks, todo calmado
y sosegado, como si su presión sanguínea no estuviera llegando a un territorio
peligroso como suponía que estaba la mía.
Y…
¿Le había llamado Charles? Nadie en la oficina llamaba al señor Conrad por
su primer nombre. No es que fuera una regla hablada o algo así, pero
definitivamente era una tácita.
El señor Conrad, Charles, tamborileó con los dedos sobre la mesa de la sala
de conferencias.
—Necesito que ustedes dos vuelvan a poner el World Times en la cima.
—¿Y eso lo hacemos…? —Mi mano giró.
—Poniendo sus computadoras portátiles a un lado, y poniendo su dinero
donde está su boca.
Brooks tomó un sorbo de su té, sus ojos regalaron la misma confusión que
yo sentía.
—Creo que los dos vamos a necesitar que nos lo expliques, jugada por
jugada.
El señor Conrad se apoyó más en la mesa, su cara redonda estaba casi
rosada.
—Quiero que ustedes dos empiecen a salir. Quiero ver quién sale vencedor.
El amor o la lógica. Romance o realidad.
23
Parpadeé un par de veces, preguntándome si Justin el buenazo había
inyectado un chorro de peyote en mi café.
—Si Hannah termina enamorándose de ti al final, debido a tus llamados
trucos y herramientas del oficio, tu punto habrá sido comprobado. El amor puede
ser fabricado con cualquier persona elegible. —Conrad estaba casi rebotando
ahora, como si hubiera ideado un plan infalible para salvar al mundo de la
destrucción inminente—. Si ella no se enamora de ti, entonces Hannah demuestra
su punto: Que hay una persona para todos, y que el amor no se puede sacar de la
nada.
Después de unos momentos de pausa, el señor Conrad continuó.
—¿Entonces? ¿Qué piensan?
Silencio. Del tipo que tensó mis tímpanos y me hizo sentir como si hubiera
recibido un fuerte golpe en la cabeza.
Brooks fue el primero de nosotros en encontrar su voz.
—Además del evidente desprecio que la señorita Arden tiene por mí, veo
un problema bastante grande con este “experimento social".
Los labios del señor Conrad se fruncieron.
—¿Cuál sería?
—Ella sabe de la apuesta. Puedo llevar mi juego ganador a cada cita, pero
ella sabe que todo lo que tiene que hacer es resistir mis intentos para salir
ganadora. Eso es lo mismo que decirle a un jugador de ajedrez que podría perder
el juego, y luego darle a cada oponente cada movimiento por adelantado. No hay
forma posible de lidiar con ese tipo de ventaja.
—Eres Brooks North. Mírate. Estoy seguro de que, si alguien pudiera
encontrar una manera de atraer a una mujer parcial con una ligera ventaja en esta
configuración, serías tú.
Brooks dio un resoplido en la parte "ligera".
—Además, Hannah jugará limpio. Se asegurará de mantenerse lo más
imparcial y objetiva posible, ¿no? ¿En nombre de la investigación? —Cuando el
señor Conrad me miró, todo lo que leyó en mi cara debe haber sido tomado como
una confirmación en lugar de un ¿Qué demonios?—. ¿Estás dentro, Hannah?
—No. —Mientras mi cabeza temblaba, enredos de cabello rojo azotaban mi
cara—. No lo estoy. De hecho, no podría estar más "fuera" con esto.
El señor Conrad resoplo con indignación.
—Por favor. Será genial. Tus lectores compitiendo por ti. Sus lectores
apoyándolo. Será el equivalente en citas de Ali contra Foreman.
24
—Foreman casi tuvo que dejar el anillo en una camilla. ¿Y cómo se supone
que esta analogía me consuela? —Mis uñas rasparon mi muñeca pecosa, sintiendo
picazón por algo más que solo la angora.
—Tendrás una cita con él. —Conrad empujó su brazo hacia la dirección de
Brooks como si fuera el encarnado de Aries—. No es exactamente un premio de
consolación.
—¿Qué significa eso?
Brooks se cubrió la boca con la mano como si murmurara:
—Estoy bastante seguro de que eso significa que no nadamos en las mismas
piscinas sociales y que estarías mejorando tu condición actual.
Qué. Dem….
Exhalando por la nariz, lentamente, abrí los puños. Entonces lo miré
fijamente.
—Por supuesto. Escalando a la categoría de imbécil despreciable.
—¿Despreciable? ¿En serio? —Brooks se rió entre dientes—. Ahora esa si
es una primera vez.
—Claro que no será la última —murmuré antes de girarme hacia el señor
Conrad—. No puedo hacer esto. —Noté el tono de súplica en mi voz—. No es justo
que nos lo pida, y está sobreestimando la cantidad de personas que realmente nos
parecen interesantes. Es inmoral y superficial y no. Simplemente no.
La boca del señor Conrad volvió a hacer lo de perseguir.
—Entonces está bien. Él consigue el trabajo. —Se quitó el polvo de las
manos mientras reclamaba su asiento.
—Eso no es justo —exclamé—. He pasado ocho años aquí y mi columna es
la más leída cada semana.
—Sin contar mi columna independiente —agregó Brooks, sonriéndome.
El señor Conrad se encogió de hombros.
—Así es la vida.
—Sí. —Brooks se inclinó hacia adelante, sus ojos azul pálido brillaron—. No
es tan romántica.
—Señor Conrad, no puedo hacer esto. En verdad, cualquier otra persona.
Cualquiera.
—¿Qué? ¿Porque ustedes dos tienen opiniones diferentes? Hannah, todos
en esta sala saben qué piel gruesa tiene que desarrollar un periodista para
sobrevivir. —El señor Conrad me miró más cerca, casi como si empezara a ver lo
25
que realmente estaba sucediendo.
—No es como si no pudieras decir que no hay un cierto tipo de química que
sientas por mí. —Brooks se frotó la boca mientras yo me concentraba en no querer
darle un puñetazo.
—Es verdad. Ustedes dos, basados en los temas que escriben, tienen una
especie de química profesional que a los lectores les encantará ver en pantalla.
Mis manos se aplanaron sobre la mesa.
—¿En la pantalla?
El señor Conrad se pasó la mano por la cara, evitando el contacto visual.
—Ese es un componente de estas citas a las que irán. Tendremos cámaras
en funcionamiento, transmisión en vivo para que el mundo se sintonice.
Mi corazón latía con fuerza. Lo más rápido que había bombeado desde
aquella noche...
Nunca más podría pensar en esa noche sin quemar salvia y crear un anillo
de sal después.
—Soy escritor. Escribo. No me van las cámaras y transmisiones en vivo. Ah-
ah. De ninguna manera. —Mi cabeza se movió de nuevo cuando tiré del cuello de
mi suéter.
—Eres periodista, por lo que te abres al ojo público y su escrutinio. Si
quisieras ser uno de esos escritores anónimos, deberías haber entrado en el
romance de regencia.
Mi boca se abrió, pero se cerró justo después, odiando que tuviera razón.
—¿Cuánto tiempo piensa que se esté ejecutando este experimento social?
—preguntó Brooks.
—Seis meses —respondió el señor Conrad, la respuesta en la punta de su
lengua.
—¡¿Seis meses?! —Mis ojos giraron—. Pensé que quería ocupar la posición
lo antes posible. —No me había sido tan difícil respirar desde que era niña y estaba
pegada a mi inhalador.
—Así era. —El señor Conrad se sirvió una taza de café de la bandeja que se
había preparado para la reunión. Junto con el café y las garrafas de agua caliente
había una pila de pasteles en los que normalmente me habría metido para ahora—
. Hasta que esta idea me golpeó una noche la semana pasada.
Mi trasero se movió de nuevo en la silla, como si estuviera sentada sobre
agujas en lugar de tapicería. 26
—¿Espera que salga con él durante seis meses, mientras se transmite en
vivo para que lo vea cualquier persona en el planeta?
El señor Conrad parpadeó.
—¿No es eso lo que acabo de decir?
—¿Cuándo empezamos? —Brooks dejó su taza vacía y se desplazó por el
calendario en su teléfono. No pude evitar echar un vistazo, notando que su horario
diario estaba más lleno que el mío de todo el mes.
—Ahora mismo. —El señor Conrad dio un golpecito a su reloj—. He
asignado un camarógrafo al proyecto y lo haré pasar por aquí para que se reúna
con los dos.
Mi cabeza palpitaba, junto con el resto de mis órganos que funcionaban mal.
—Espera. Vives en San Francisco. ¿Cómo vamos a "salir" cuando él vive al
otro lado del país?
Brooks sacó un contacto de su teléfono y marcó un mensaje.
—Gracias por la preocupación, cariño. —Por el tono de su voz, el término
era todo lo opuesto a “cariñoso”—. Pero haré que mi agente de bienes raíces me
encuentre un apartamento temporal aquí durante la duración de nuestro cortejo.
Aunque me gustaría asegurarme de que pueda adquirirlo permanentemente una
vez que obtenga el trabajo.
La arrogancia que proyectaba sobre él era nauseabunda. Pensar que me
había pasado los últimos treinta días mirando mi teléfono, intentando que
sonara…
—Tres meses. Lo haré por tres meses.
Estaba tan sorprendida por mi consentimiento como lo estaban ellos, dadas
las miradas en sus rostros.
El señor Conrad arrancó un trozo de garra de oso que había sacado de la
parte superior de la pila de pasteles.
—Tres meses no es lo suficientemente largo para que una persona se
enamore. No sería justo para Brooks.
—Tres meses es mucho tiempo para enamorarse de alguien. Si es la
persona correcta. —Sonreí inocentemente entre los dos y esperé.
—Tres meses es lo suficientemente largo como para convencer a una
persona de que piense que está enamorada. —Brooks colgó el teléfono y se
retorció en su silla, por lo que se enfrentó a mí completamente—. Es tiempo más
que suficiente para que te enamores de mí.
La revuelta se agitó dentro de mí. Junto con algo más, no estaba tan 27
interesada en asignarle un nombre. Especialmente con la precaria situación a la
que estaba a punto de ser empujada con él.
—Realmente preferiría que fueran seis meses —dijo Conrad—. Para
alargar las calificaciones de audiencia el mayor tiempo posible.
—Si lo alargas demasiado tiempo, perderás seguidores. Tres meses es la
cantidad de tiempo perfecta. —Brooks miró al señor Conrad—. Créeme.
Debatiéndolo durante dos segundos, el señor Conrad asintió.
—Tres meses entonces.
Casi rompí mi pobre lápiz. ¿Qué demonios era esto? ¿Algún tipo de club de
chicos? Ese podría haber sido el caso en el mundo de las noticias hace un eón, pero
no era la forma en que se jugaba el juego ahora.
Iba a demostrarlo. A ambos. Iba a demostrar que tenía razón y que una
mujer podía creer en el romance y el amor verdadero y seguir siendo una fuerza
poderosa en el campo de su carrera elegida.
Era temporada de cacería de imbéciles en el mundo, y Brooks North era el
primer objetivo en mi mira.
Me levanté de la silla, metí el lápiz en el bolso y comencé a salir de la sala de
conferencias. Pero no antes de enganchar uno de los strudels de cereza de la pila
de pasteles. Para luego. Cuando mi croissant de chocolate no estuviera
organizando una revuelta y la realidad de lo que había acordado hacer se asentara
y requiriera la comodidad que solo una masa comestible azucarada podría
proporcionar.
—Tengo un artículo en fecha límite. Si hay más detalles que deba tener en
cuenta, me pueden contactar por correo electrónico.
Brooks se levantó de su silla, abotonándose la chaqueta. Por un momento,
pensé que lo estaba haciendo a la antigua manera en que un caballero se levantaba
cada vez que lo hacía una mujer en la habitación. Entonces me recordé con quién
estaba tratando.
La antítesis del caballero.
Estrechó manos con el señor Conrad mientras se dirigía a la puerta detrás
de mí.
—Charles, siempre es un placer.
—Mandé a preparar una oficina para ti mientras hablábamos. Tan pronto
como esté lista, te lo haré saber.
28
Me quedé inmóvil con la mano en el picaporte.
—¿Él tendrá su propia oficina? ¿Un independiente?
El espacio en Manhattan era un privilegio, y las oficinas privadas eran más
codiciadas que los conductores personales en estos días. Ni siquiera yo tenía una
oficina.
—Un cubículo estará bien. No querría que nadie tuviera la impresión de que
me están dando favores especiales. —Brooks deslizó su teléfono en el bolsillo de
sus pantalones, acercándose más de esa manera que hacía que mi corazón diera
un vuelco pronunciado dado mi desdén por el espécimen escalofriantemente
cerca.
—Tienes un largo camino por delante, Brooks. No te envidio. —El señor
Conrad movió su dedo entre los dos—. Podría querer poner una floristería en la
marcación rápida y mantener el ego bajo control. No dejes que sus artículos y
perspectivas de amor te engañen. Hannah no deja que ningún hombre entre en su
vida.
Una risita de baja vibró en el pecho de Brooks.
—Oh no. Estoy seguro de que es muy exigente.
Me mordí la lengua, abrí la puerta y salí de la sala de conferencias.
Desde la ciudad de los cubículos, la cabeza de Quinn asomó por encima del
suyo, con un teléfono en la oreja. Cuando vio la expresión de mi rostro, su sonrisa
cayó.
—¿Qué está mal? —dijo.
Respondí con un rápido movimiento de mi cabeza. Este no era el momento.
Podría contarle todo esta noche en mi casa cuando fuera a la noche de cine. En este
momento, necesitaba concentrarme en no lanzar mi computadora portátil a través
de la ventana más cercana.
Cuando llegué a mi cubículo, me metí, más colapsando que sentándome en
mi silla. ¿Qué le había pasado a mi vida? Tener una aventura de una noche en la
oficina era suficiente para revolver las plumas de una chica, ¿pero darme cuenta
de que estaba luchando contra él por el trabajo de mis sueños? Y, no es gran cosa,
seríamos las estrellas en algún programa de citas, transmitido al mundo, que
terminaría dando por ganador de dicho trabajo soñado a quien demostrara que su
teoría del amor era la ganadora.
Ahora sabía que no estaba soñando. Solo porque mis sueños nunca fueron
tan increíbles.
—¿Pregunta? ¿Qué tipo de flores te gustan?
Me sacudí tan fuerte que el strudel salió volando de mi mano. En el bote de 29
basura. Haría dieta por accidente.
Tratando de ignorar el traje oscuro que estaba junto a mi cubículo, me
ocupé de encender mi computadora portátil.
—No importa. Tus ojos lo dicen todo.
—Si lees en mis ojos que las únicas flores entre nosotros dos serán las que
dejaré caer en la tumba de tu carrera, entonces estarás en lo correcto. —Mis ojos
se estrecharon ante la pantalla de la computadora.
—¿Bóxer o calzoncillos?
Estaba buscando una reacción. Le daría una.
—Sé que solo estás tratando de meterte debajo de mi piel. No va a
funcionar. —No lo estaba mirando, pero podía sentir su mirada.
—Ya me metí en tus pantalones. Creo que estoy en la tarea de meterme o
quedarme con casi cualquier cosa tuya.
Mi cabeza se giró en su dirección, asegurándome de que no pasaba quien
pudiera haber oído eso.
—Bien. Calzoncillos. De los apretados. —Mis palabras fueron ácidas en
forma verbal—. Espolvoreados con polvo que provoca picazón.
Brooks se apoyó en la pared de mi cubículo, su mirada escudriñó el
contenido. Cuando vio mi imagen de marco bordado que decía: "No puedes
complacerlos a todos. No eres pizza", levantó una ceja hacia mí.
—Me quedaré con lo que usé la última vez. Parecías ser fanática de arrancar
esas cosas de mí. —Sonrió como un demonio mientras se giraba para alejarse.
Saliendo de mi silla, mis puños se apretaron
—Voy a conseguir ese trabajo, ¿lo sabías?
Una ceja oscura talló su frente antes de desaparecer de la vista.
—Pero primero, tienes que superarme.

30
—¿Podrías dejar de mirarme como si estuviera a punto de empezar a llorar
como la señora Bennett cuando descubre que el señor Bingley no se va a casar con
Jane? —le siseé a Quinn mientras me ayudaba a verter mantequilla sobre los seis
tazones de palomitas de maíz. Eché un vistazo a la sala de estar para asegurarme
de que nadie nos estaba prestando atención. 31
Ni cerca. El señor Darcy acababa de entrar en escena con toda su bondad
Firth.
—No estoy mirando. Estoy apuntando miradas ocasionales. Ojeadas
preocupadas. —Los ojos de Quinn me esquivaron tan pronto como la miré.
Ella me miraba fijamente, y lo había estado haciendo desde que le di todos
los sucios detalles antes del almuerzo en el baño de mujeres. Había enumerado la
misma docena de explicaciones que tenía en mi cabeza: Que Brooks tenía un
hermano gemelo idéntico, que había sido lobotomizado, que un poltergeist se
había infiltrado en él, que era un espía secreto del gobierno que tenía que actuar
de forma fría e insensible para protegerme de los Illuminati...
Si tan solo fuera tan fácil explicarle al mismísimo diablo el repentino giro
de ciento ochenta grados del hombre de mis sueños.
—No puedo creer que en realidad vayas a seguir adelante con esto. Quiero
decir, son tres meses de tu vida que podrían arruinar seriamente el resto de tu
existencia. Sabes esto, ¿verdad? —Quinn dejó la olla de mantequilla derretida a un
lado una vez que todos los tazones se habían empapado adecuadamente.
—Él ya me arruinó. No voy a dejar que me joda también. —Recordando lo
que estaba reproduciéndose al fondo, me persigné—. Perdone mi francés, señor
Darcy.
—No puedo creer que Conrad incluso proponga una idea tan sexista y tonta.
Es decir, ¿quién hace eso? Es como hacer una apuesta en el ring de gladiadores o
algo así, veamos quién prueba sus teorías sobre el amor para asegurar uno de los
puestos más prestigiosos del World Times. —Quinn tiró de la correa del sostén por
milésima vez ese día; la pobre chica no podía acostumbrarse a un sostén real—. En
realidad, todavía no puedo creer que hayas aceptado algo tan sexista y tonto.
Agarrando unos cuantos tazones, arrastré los pies hacia el grupo de
mujeres apoyadas alrededor de la televisión.
—No puedo creer que él aceptara. Las probabilidades están en su contra,
no en la mía. Todo lo que tengo que hacer es no enamorarme de él en el transcurso
de tres meses y conseguir el trabajo. Bien podría comenzar a empacar mi cubículo
ahora.
Quinn sorbió por la nariz, siguiéndome.
—Este es el mismo tipo que te hizo pasar los últimos treinta días mirando
tu teléfono, esperando que te llamara. ¿Estás segura de que va a ser pan comido?
—Eso fue antes de que descubriera que es un cretino de primera. —
Resoplé—. La única forma en la que me podría enamorar de esa mierda es si me 32
realizan un trasplante de cerebro.
Quinn se detuvo a unos metros del sofá donde cuatro de nuestras amigas
estaban aplastadas.
—No quiero ver que te lastimen.
—No lo hará. Me voy a vengar —dije—. Consiguiendo el trabajo por el que
tiene la audacia de pensar que puede conseguir dejar de ser profesional
independiente cuando debe su ascenso a la columna de la señorita Romance.
—¿Probando un nuevo estilo? ¿Porque humilde no estaba funcionando
para ti?
—Solo digo que salió de la nada unos meses después de que despegara mi
columna. Por un tiempo, sentí que cada uno de sus artículos estaba haciendo de
abogado del diablo para cualquier artículo que había publicado recientemente. Es
un truco poco original y oportunista. —Le entregué los cuencos antes de regresar
a la cocina por el resto—. No voy a dejar que un canalla como esa patine en el
trabajo de mis sueños.
Atrapé a Quinn negando con la cabeza a Sybill cuando ella abrió la boca,
probablemente para preguntar de qué canalla se hablaba esta vez. En este gran
grupo de mujeres solteras que golpeaban la críptica puerta de los treinta, la lista
no era corta.
Las otras no sabían sobre el arreglo todavía. De acuerdo con las
instrucciones del señor Conrad, se suponía que no debía decírselo a nadie, pero
Quinn era la persona a quien acudir si tenía algo que sacar de mi pecho. Ella
guardaba secretos como un Rottweiler protegiendo su césped.
—Quiero que recuerdes cómo te sientes en este momento justo cuando los
dos estén en una cita y él te de esa mirada mientras huele todo bien y te dice cómo
tus ojos le recuerdan al océano al atardecer. —Quinn me dio un codazo mientras
agarramos lo último de las palomitas—. ¿De acuerdo?
Había caído por su acto una vez, de ninguna manera en el infierno sucedería
dos veces.
—De acuerdo.
Después de entregar los últimos cuencos, simplemente me dejé caer en la
silla de gran tamaño con Riley para ahogar mis preocupaciones en Orgullo y
prejuicio, cuando sonó el timbre.
—¿Esperas a alguien más? —preguntó Riley, mirando alrededor de la
habitación como si estuviera comprobando que todas estuvieran presentes.
33
—Nop —respondí, levantándome de la silla. La mayoría de nosotras
éramos viejas amigas de la universidad, pero un par de ellas eran compañeras de
trabajo del World Times. El grupo original había empezado más grande, pero una
por una, las señoritas se habían convertido en señoras y la Noche de Pelis de Chicas
de los jueves se había convertido en yoga de parejas o quedarse en casa, o lo que
fuera que las personas felizmente casadas del mundo hicieran.
Cuando revisé la mirilla, exhalé.
—¿Quién es? —gritó Quinn desde la sala de estar.
—Un espécimen masculino —respondí mientras debatía abrir la puerta.
—¿Qué? ¿En serio? —Parecía que Annie estaba a media nota de un
chillido—. ¿Que estas esperando? Déjalo entrar.
Después de desbloquear la puerta, la abrí. Sentí que el aire se agitaba detrás
de mí de las cinco cabezas que giraban hacia la puerta.
—Oh. Es solo Martin. —La voz de Sybill era el equivalente a un
encogimiento de hombros—. Volvamos a la película. ¡No te ofendas, Martin! —
gritó un momento después, como un pensamiento tardío.
—No me ofendí —gritó Martin al apartamento, cambiando la bolsa que
sostenía de un brazo al otro—. ¿Cómo te va, Hannah?
Forcé una sonrisa, recordándome que él era el vecino que nunca presentaba
quejas cuando el jueves por la noche se nos iba de las manos.
—Estoy bien. Gracias. —Silencio incómodo—. ¿Cómo estás?
Martin era un buen tipo, pero algo extraño. Extraño que hacía que uno se
preguntara si llevaba algún tipo de vida secreta que podría haber sido tan
inesperada como ser un Dom o más probablemente era ser el presidente de la
asociación Gato Ragdoll del noreste.
—Estaba caminando por Sucre en mi camino a casa y me di cuenta de que
acababan de sacar un nuevo lote de croissants. Recogí una docena porque sabía
que era jueves por la noche. —Martin sacó una caja de color rosa claro que tenía
Sucre estampado en la parte superior con letras elegantes.
Sucre era una de las pastelerías más modernas y caras de la ciudad, y una
docena de croissants de allí probablemente habían costado mucho más de lo que
mi presupuesto me hubiera permitido sin un esfuerzo creativo por el resto del
mes.
—Gracias. Qué considerado —dije mientras me entregaba la caja—. Les
daremos un buen uso.
Martin sonrió mientras empujaba sus lentes más arriba en su nariz. Era 34
ingeniero informático en una de las compañías financieras más grandes de
Manhattan, y aunque supongo que su salario podría haber garantizado un
apartamento mucho más grande y elegante en Eastside, se quedó aquí con el resto
de nosotros que vivíamos de cheque a cheque.
—De todos modos, solo quería dejarlos. No quería alejarte de... —Escuchó
el diálogo al fondo—. Orgullo y prejuicio. —Sus cejas se levantaron—. ¿No lo vieron
hace unas semanas?
—Nunca puedes ver Orgullo y Prejuicio demasiado en la vida, Martin. Ponte
al día.
No me perdí el suspiro de Quinn en respuesta a la proclamación de Annie.
—¿Quieres unirte a nosotras? Cuantos más hombres estén expuestos a las
formas del señor Darcy, mejor será este mundo —continuó Annie.
—Te garantizo que si haces la mitad de lo que él hace, puedes atraer a
cualquier mujer que quieras —intervino Sybill, sin parpadear mientras miraba la
pantalla del televisor—. Estás soltero, ¿verdad, Martin?
—Soltero. —Levantó la mano izquierda como si eso fuera una
confirmación—. El mismo epítome. —Luego cambió su peso—. ¿Qué hay de ti,
Hannah? ¿Sigues siendo miembro del club de solteras?
Estaba a punto de confirmar mi membresía, aunque a regañadientes,
cuando Quinn se aclaró la garganta a propósito.
—En realidad... creo que mi tarjeta está en proceso de ser suspendida.
La piel entre las cejas de Martin se arrugó.
—Eso suena ambiguo.
—Más bien enrevesado. —Comencé a cerrar la puerta, pero Martin nunca
había sido bueno en captar las indirectas.
—¿El tipo que dejó una docena de croissants Sucre en tu puerta no tiene
más detalles que eso? —Tiró del cuello de su camisa.
Muy pronto, el mundo sabría los detalles de mi “relación”. No es que fuera
patético en absoluto que la primera que había tenido en cuatro años fuera de la
variedad inventada y se estableciera con mi archienemigo.
Cuando estaba a punto de despedirme de Martin, las puertas del ascensor
del pasillo se abrieron y un montón de flores desfilaron. Alguien llevaba un arreglo
descomunal, pero solo era visible desde las rodillas hacia abajo. Debían ser para la
sirena morena al final del pasillo. Dada la puerta giratoria de entregas que recibía,
era como si estuviera saliendo con todo el equipo defensivo de los Giants.
Cuando las flores se detuvieron junto a mi puerta, estaba preparada para 35
señalar el pasillo hacia el apartamento veinticinco.
—¿Señorita Arden? —Quienquiera que estuviera sosteniendo el arreglo
jadeó—. Tengo una entrega para usted.
Mi boca cayó abierta.
—¿Señorita Arden como en Hannah Arden? ¿Apartamento diecinueve?
Desde la sala de estar, me di cuenta de que habían detenido la película y
estaban acercándose de puntillas.
—Así es, señora. ¿Puedo llevarlas dentro por usted? —Cuando el repartidor
entró, Martin fue golpeado por unas cuantas ramas verdes—. Es bastante pesado,
así que si me señala dónde lo quiere, lo situaré.
Me volví hacia el interior de mi apartamento, experimentando un momento
de perplejidad. No tenía mucha experiencia con el lugar de mi departamento en el
que colocar obscenos ramos de flores.
Mis amigas me ayudaron, señalando mi pequeña mesa redonda de
comedor.
—Por aquí será genial —dije, permaneciendo junto al joven para guiarlo en
la dirección correcta. Era un milagro que hubiera llegado hasta aquí sin tropezar
con algo.
Cinco voces femeninas susurraban no tan silenciosas. O discretas. Les di
una mirada de advertencia mientras firmaba por las flores.
—Aquí está la tarjeta que va con ellas. —El chico sacó un pequeño sobre de
su bolsillo antes de dirigirse hacia la puerta, sacudiendo sus brazos mientras lo
hacía—. Sin embargo, la próxima vez que haga una entrega de ese tamaño,
solicitaré una carretilla.
—Gracias —murmuré, mis dedos dieron tumbos mientras luchaba por
sacar la tarjeta del sobre.

Como no querías decirlo, adiviné. Cada flor que puedes encontrar en una
tienda de flores está incluida, así que, de alguna manera, elegí tu favorita. Bueno,
todas excepto la rosa, porque incluso tú, en toda tu ceguera romántica, no eres tan
cliché como para considerar a una rosa la mejor.
Tuyo (por lo menos durante los próximos tres meses)
BN

36
—¿De quién son? ¿Qué dice? —Sybill se acercó, yendo entre las flores y la
tarjeta que tenía en la mano.
Cuando mis ojos se conectaron con los de Quinn, vi que ella ya lo sabía. Sus
brazos estaban cruzados y estaba echando humo en silencio, sus ojos moviéndose
hacia las flores como si estuviera tratando de prenderles fuego.
Aún posado en la puerta, Martin soltó un silbido.
—No quiero imaginar el plan de pago que ese tipo tuvo que sacar para
comprarlas. Una vez pedí un ramo para el día de la madre para mi mamá en
Milwaukee, y me costó más de cien dólares y las flores salieron como si las hubiera
montado una clase de preescolar. —Me lanzó una sonrisa antes de comenzar a
cerrar la puerta—. No parece que esa relación sea tan complicada después de todo,
Hannah.
Parada allí por un minuto más, parpadeando ante la nota mientras mis
amigas manoseaban las flores como si hubieran sido arrancadas del Jardín del
Edén, luché con las emociones en duelo. Una parte de mí estaba emocionada y
conmovida, francamente, por el regalo más elaborado que me había dado un
hombre que no era mi padre. La otra parte estaba indignada de que estuviera
disparando al aire así tan temprano en el juego. Él estaba en esto para ganar.
Quería ese trabajo, quería demostrarle al mundo que el amor podía moldearse y
formarse de la manera en que un alfarero trabajaba un trozo de arcilla en un torno.
Él quería ganarme.
Pero yo quería ganarle más. Arrugando la nota, la arrojé en la dirección
general del bote de basura. Aterrizó a metro y medio de distancia.
—Esto es guerra.
Los viernes por la mañana llegaba temprano al trabajo, por lo general tan
temprano que Flour Power ni siquiera estaba abierto para permitirme tomar mi
desayuno estándar. Me gustaba llegar y terminar mi artículo, que se imprimía
todos los domingos, libre de distracciones y ruido. Pasaba la primera parte de la
semana recolectando investigación, haciendo una lluvia de ideas y esbozando, 37
pero escribía el artículo el viernes. En ese momento, estaba deseando escribir mis
pensamientos en un papel, y las palabras fluían. Típicamente, terminaba con el
primer borrador antes de que alguien más llegara a la oficina. Pasaba el resto de la
mañana editando y revisando antes de entregarlo para copiar y editar.
Sin embargo, esta mañana, las palabras escaseaban y la creatividad estaba
vacía. Ni siquiera el fresco toque de inspiración de O&P de anoche había evocado a
mi musa de la escritura. Mientras me frotaba los ojos y pensaba en tomarme un
descanso para tomar un café, el suelo chirrió detrás de mí.
Cuando me senté en mi silla, encontré al otro madrugador en el trabajo a
las seis de la mañana de un viernes. Los ojos de Brooks se entrecerraron en la
pantalla de mi portátil.
—Las flores son un potenciador de relaciones, no un solucionador de
relaciones. Y no son un sustituto del mal comportamiento. Cómpralas porque
quieres hacerla feliz, no porque hayas hecho algo para ponerla triste. —Después
de leer la última parte de mi primer párrafo, Brooks se rió—. Esto no se inspiraría
en un cierto ramo de flores que apareció en tu casa, ¿verdad?
Cerré la pantalla de mi portátil y me alejé de él.
—Sólo un narcisista podría asumir eso.
Otra risita. Dios, realmente odiaba esa risa. Dos notas, profundas en el
pecho, rezumando condescendencia.
—Tengo una fecha límite de entrega. ¿Por qué no te vas corriendo a tu
oficina y finges que tienes algo que hacer aparte de molestarme?
—Por cierto. No hay de qué. Por las flores. —Brooks inspeccionó mi ropa,
sonriendo cuando se dio cuenta de que el broche estaba prendido en mi chaqueta
de cachemira fucsia. Era anticuado y un poco llamativo, pero había sido de mi
abuela, y, por lo tanto, era atemporal.
Cuando me negué a ofrecer ningún tipo de respuesta, especialmente
gratitud, continuó.
—Decliné la oferta de la oficina a favor de un cubículo, ¿recuerdas? No
quería que nadie pensara que tenía ventajas injustas cuando obtuviera el trabajo.
Me esforcé en abrir los puños.
—Otra cosa más que diría un narcisista.
—Oh. Dos por dos. —Brooks revisó su reloj; este era diferente al de ayer,
pero de alguna manera parecía aún más caro—. Pero lamentablemente, no es un
nuevo récord de ser llamado narcisista dos veces tan temprano en la mañana.
Necesitaba una distracción. Una taza de café para beber. Un periódico para
38
hojear. Un maldito artículo para terminar de escribir, excepto que no necesitaba
que el rey Chauvinista leyera cada sílaba sobre mi hombro.
—¿Eligiendo sentarte en uno de estos cubículos como el resto de nosotros,
los subalternos? Qué grande de tu parte —murmuré.
—Es sólo por tres meses. Puedo arreglármelas. —Brooks era persistente,
sosteniendo una bandeja con unas cuantas tazas de café.
Esperé a que él siguiera adelante y me dejara volver al trabajo.
En cualquier momento.
—¿Alguna posibilidad de que te dirijas a ese humilde cubículo tuyo pronto?
—le pregunté cuando pasó un minuto más con él de pie con esa hermosa sonrisa
y mirada que de alguna manera logró volverme violenta.
—Como parece que no voy a recibir un agradecimiento por la
monstruosidad que te envié anoche… —Dio todo un paso y medio antes de
detenerse—. Por cierto, ¿a qué hora te recojo esta noche?
Mi cabeza se inclinó.
—¿Disculpa?
—Para nuestra cita. —Me miraba como si me estuviera perdiendo algo.
—¿Qué cita?
Se frotó la boca.
—Nuestra primera cita.
—Eso no va a pasar esta noche. No estoy de acuerdo con eso. Y no le pides
una cita a una chica preguntando a qué hora deberías ir a buscarla. —Mis brazos
cruzados—. Sólo un narcisista propondría una cita de esa manera.
—Tres veces. —Brooks revisó su reloj otra vez—. Eso sí que es un récord.
—Estoy segura de que no durará mucho.
—Dios mío, mujer. ¿Puedes meter un poco más de valor en ese pequeño
cuerpo?
Mirándome a mí misma, me preguntaba de qué pequeño cuerpo estaba
hablando. Mi altura estaba en el lado pequeño pero mi cuerpo no era menudo.
—Respecto a esa primera cita.
—Otra vez. No es la forma de preguntarle a una mujer.
Su teléfono sonó en su bolsillo, pero no lo revisó.
—Ya sé dónde vives, así que digamos que aparezco alrededor de las nueve.
—¿Nueve? Es la hora de dormir de una persona, no la hora ideal para salir 39
a una cita.
—¿Dormir a las nueve en punto? Recuerdo esos días. —Se inclinó un poco,
sus ojos brillando de alegría—. Luego me gradué de primer grado.
Gruñendo, me volví a girar en mi silla giratoria, sólo para agarrar el tobillo
de mi media en una de las ruedas. Ya las había enganchado, y aún no eran las siete
de la mañana.
—Charles ya informó al camarógrafo y programó la primera transmisión
oficial en vivo para esta noche. Así que si quieres ir a decirle que no vas a seguir
adelante con esto… —Brooks hizo un gesto al final del pasillo hacia la oficina del
señor Conrad. Estaba oscuro y vacío tan temprano, pero no se quedaría así.
—¿Ya programó la primera cita? —Abriendo mi laptop, saqué la página de
inicio del World Times y, por supuesto, el artículo principal decía Señorita Romance
vs. señor Realidad. ¿Quién ganará la batalla del amor? Descúbrelo esta noche a las 9
p.m. EST.
Mi garganta volvió a hacer esa cosa de algodón, una reacción común a la
presencia de Brooks.
Me dio un empujoncito en el hombro con su mano.
—Es una cita.
Mis ojos se entrecerraron en la pantalla.
—Es un truco barato.
—¿Estás diciendo que soy barato? ¿O tú lo eres? —Brooks se inclinó hacia
atrás fuera del alcance del brazo, teniendo al menos algunos instintos de
supervivencia—. Porque recuerdo la cuenta del bar esa noche y tú no eras barata.
En absoluto.
—Tú fuiste el que pidió las bebidas. No sabía lo que estaba bebiendo.
—¿Así que estás diciendo que eres barata? —Ese tono divertido suyo iba a
ser el responsable de que cometiera actos violentos—. ¿Que debería cancelar las
reservaciones que tengo en el hotel cinco estrellas e ir por un asiento en la acera
con el vendedor local de perritos calientes?
Mis dedos presionaron mis sienes. Necesitaba abastecerme de Tylenol
durante los próximos tres meses.
—Tengo un artículo que escribir. Por favor, ¿me dejas en paz?
—¿Quieres que te deje en paz antes o después de dejar el café que te traje?
—Deslizando una de las tazas de la bandeja que estaba sosteniendo, la sacó.
Cuando examiné la etiqueta, descubrí que la había pedido exactamente
como tomo mi café. Extra de crema y azúcar. No es que fuera un pedido 40
excepcionalmente único, pero, aun así, no era exactamente la preferencia de una
mujer soltera de Manhattan de café negro, sin azúcar ni crema, porque el Señor
prohíbe que las calorías vengan en forma líquida.
En lugar de esperar a que le contestara, dejó la taza junto a mi portátil. Al
hacerlo, sus ojos se fijaron en una de las fotos enmarcadas que había colocado en
mi escritorio.
—¿Mamá y papá?
Mis ojos se movieron hacia la misma foto, una tomada hace casi veinte años,
de ellos de pie junto al pequeño avión de apoyo que papá había aprendido a volar
en la universidad. La gente decía que me parecía a mi madre, pero yo no lo notaba.
Era una belleza poco común, como al estilo Hollywood. Se veían tan felices —del
tipo que una persona no creía que fuera real— pero al crecer con ellos durante
ocho años de mi vida, supe que lo era. Tal vez no sea fácilmente alcanzable o
accesible, pero sí con la receta de vida adecuada.
—Sí —contesté al final, mirando hacia otro lado.
—Déjame adivinar. Novios de la secundaria, casados después de la
graduación, salen a caminar juntos después de la cena, aún se duermen en los
brazos del otro…
—¡No te vas! —Estoy bastante segura de que mi voz resonó por el pasillo,
así de fuerte.
—Ahí está mi señal de salida. —Brooks se giró y se fue. Pero no fue muy
lejos.
Sólo hasta el cubículo frente al mío.
Moviendo el cuello, me tomé un respiro.
—¿Qué estás haciendo?
—Yéndome a mi cubículo. ¿No es eso lo que querías? —La pared entre
nosotros hacía difícil ver más que la parte superior de su cabeza, pero podía
imaginar la expresión de su cara basada sólo en su tono.
—¿Y hay alguna razón por la que tu cubículo esté justo enfrente del mío? —
Mis dedos flotaban sobre mi teclado, el bloqueo de escritor cavando más
profundamente con cada segundo que pasaba.
—Hay una razón para todo, Arden.
Empacando mis cosas para encontrar un rincón tranquilo, le respondí:
—Eso no significa que la razón sea una buena.
—Nos vemos esta noche. Y no te preocupes. No espero que folles en la
41
primera cita ni nada. —La voz de Brooks me siguió por el pasillo—. Oh, espera.
Mi artículo estaba en manos del editor de copias con treinta y seis segundos
de sobra antes del límite. Nunca antes lo había terminado tan cerca. Odiaba haber
casi perdido una fecha límite, y odiaba aún más que el artículo que había escrito
careciera de la delicadeza y la elegancia habituales de la señorita Romance. Se leía
más como un periódico de humanidades universitarias que un tipo de fraternidad 42
había escrito veinte minutos antes de la clase, todavía eructando el tequila y los
vapores de taquito de la noche anterior.
"Cuando las flores no son románticas" se publicaría este domingo, y al salir
de la oficina esa noche, me di cuenta de por qué el artículo era tan plano, porque
dejé que mis emociones nublaran mi juicio. Pasé la semana investigando la
correlación entre la disminución de la ansiedad y el hecho de estar en una relación
comprometida, y lo había dejado a un lado porque algún idiota me había enviado
flores en un patético intento de seducirme por el lado oscuro del emparejarse. El
lado que veía el amor y el romance como nada más que rascarse una picazón que
había surgido de la necesidad primitiva del hombre de procrear.
Hubo esta gran cosa conocida como evolución. Sucedió. A lo largo de miles
o millones de años, según la escuela de pensamiento a la que te suscribas. Nuestros
antepasados pudieron haber pensado en nada más que en la supervivencia y la
procreación, pero los tiempos han cambiado. Literalmente.
—¿Sabes a dónde van a ir esta noche? —preguntó Quinn desde mi armario,
todavía escarbando en mi ropa por lo que debería usar.
—No lo sé. No me importa —respondí desde el baño, donde ya me había
cambiado de ropa para la cita falsa de esta noche.
Cuando volví a mi habitación, Quinn paró de hojear mi montón de vestidos.
Su frente se arrugó mientras inspeccionaba lo que llevaba puesto.
—Está bien, nunca te he visto en vaqueros, y ¿la primera vez que decides
ponerte unos es la misma noche que vas a un restaurante de cinco estrellas con
Brooks North? —Las líneas en la frente de Quinn fueron más profundas cuando
inspeccionó el emblema en mi camiseta—. Es como si hubieses allanado mi
armario o algo así.
Mis hombros se levantaron debajo de la gastada camiseta gris jaspeada.
—Fuiste mi inspiración cuando me metí en Lady Sport en el centro
comercial antes. Nunca supe que era una fanática de los Mets hasta que me puse
esto. —Me puse un par de mocasines para completar el look.
—Conrad va a estar enojado, Hannah. Él está esperando un espectáculo, y
si te ves como una vagabunda, mientras que Brooks está completamente perdido
en un traje que cuesta más de lo que podría conseguir por vender uno de mis
riñones en el mercado negro, lo sabrá.
—Exactamente, él quiere un espectáculo. —Volviendo la cabeza hacia
abajo, peiné los rizos rojos en una cola de caballo—. Voy a darle uno. A ambos. A
todo el maldito mundo.
Marchando hacia el espejo sobre mi tocador, revisé mi reflejo. Me había 43
quitado el maquillaje, el cabello estaba en una cola de caballo desordenada y
perezosa, ropa de domingo en pijama, y me puse uno de esos sostenes deportivos
de los que Quinn era tan fanática. No parecía que mis tetas fueran más pequeñas,
dado que convirtió dos tetas en una teta-unida. Meh, eso funcionaba.
—¿Qué pensará el mundo cuando vea a la señorita Romance llegar a una
primera cita con vaqueros de maternidad? —preguntó Quinn.
—Van a pensar exactamente lo que le he estado diciendo al mundo durante
años: El amor no puede ser evocado, creado o forzado con cualquiera. Brooks no
es el elegido. En realidad, es difícil imaginar que un hombre así pueda ser el
"elegido". —Mi nariz se curvó mientras lo consideraba.
—Rebobiné hasta hace cuarenta y ocho horas y recuerdo a una chica de ojos
estrellados que casi me convenció de que su hombre misterioso de una noche
podría haber sido “el elegido”.
—Eso es lo que demasiada ginebra y poca conciencia le hacen a una
persona. Probablemente podría haber mirado a los ojos al fantasma de Mussolini
esa noche y estaría convencida de que el espectro era mi único amor verdadero.
Quinn miró su reloj deportivo de goma después de volver a colgar el
elegante vestido negro que había comprado hace un tiempo. Todavía tenía las
etiquetas puestas, gracias a mi falta de eventos formales reales para usarlo y no
querer parecerme a una salchicha cuando me retorciera en él.
—Son casi las nueve. —Quinn sacó mi chaqueta de punto favorita de mi
armario y me siguió.
—Espero que llegue tarde. Ese será exactamente el tipo de primera
impresión que necesito que le dé al mundo. —Me dirigí a la cocina para servir un
poco de jugo de naranja. Todo este estrés me hacía sentir sed, y tampoco era bueno
para mi sistema inmunológico.
—¿El chico de la cámara va a encontrarte aquí o qué?
También le serví un vaso a Quinn, porque todos necesitábamos nuestra
vitamina C.
—No lo sé. No me importa.
—¿Y realmente vas a usar eso para tu debut con el mundo? —Quinn tomó
un sorbo de su jugo.
—Realmente lo haré. No me importa lo que el planeta piense de mi elección
de vestuario.
—¿Y qué pasa si tu “elegido” está mirando? ¿Te importaría entonces? —
preguntó.
44
—Si mi elegido está mirando, a él no le importará lo que me ponga. Porque
el amor es ciego, en caso de que lo hayas olvidado. —Le lancé una sonrisa tensa y
me serví un vaso más.
Quinn me lanzó una mirada de reojo.
—Bueno, esperemos que sea previsor, al menos.
Mi pie daba golpecitos mientras revisaba la hora en mi teléfono: Cinco
minutos para las nueve. Si él hiciera la cosa de tonto en la que Brooks North se
destaca y llegara unos treinta minutos tarde, sería una excelente manera de
comenzar los próximos tres meses con las probabilidades a mi favor. ¿Cuántas
personas podrían realmente estar detrás de un chico que llegó tarde a la primera
cita? ¿Especialmente cuando fue transmitido a ojos de todo el mundo?
En ese momento, mi teléfono hizo ping con un texto.
"Tu carroza espera".
Entonces, llego otro justo después.
"Eso es lo que ustedes, las que creen en los cuentos de hadas, quieren escuchar,
¿verdad?".
Mis dientes se apretaron cuando metí mi teléfono en mi bolso y salí hacia la
puerta.
—¿Está aquí? —Quinn corrió detrás de mí, deslizando la chaqueta de punto
entre las correas de mi bolso.
—Desafortunadamente.
—Estoy a una llamada de distancia. Sea que necesites una charla de ánimo
o despotricar o llorar o lo que sea, soy tu mujer. —Quinn abrió la puerta para mí—
. Estaré esperándote aquí cuando vuelvas para que podamos resumir la noche.
—¿Y crear un muñeco vudú a su semejanza?
Quinn me despidió con la mano mientras me dirigía hacia el ascensor.
—¿Qué crees que tengo planeado para ahora?
—No te olvides de ese hoyuelo de la barbilla. Me gustaría apuñalarlo tantas
veces como me sonría esta noche.
Ella hizo un gesto de saludo antes de que yo saltara al ascensor. No fue hasta
que las puertas se cerraron que el momento me alcanzó.
Santo cielo.
Estaba a punto de ir a una cita con Brooks North, el señor Realidad, mi
primera aventura de una noche.
Con el mundo mirando. 45
Lo que está en juego es el trabajo de mis sueños.
Mi mano se curvó alrededor de la barandilla en el ascensor para evitar que
vacilara.
Cuando las puertas se abrieron de golpe en el primer piso, casi me topé con
Jimmy, el camarógrafo.
—Mierda. Lo siento. —Me agarró de los brazos para mantenerme firme—.
No esperaba que salieras de allí como un toro en Barcelona, ¿sabes? —Tenía esta
cámara de aspecto ridículo atada a la frente y llevaba una camiseta de gran tamaño
de Metallica y un par de Converse negros que se veían tan desgastados que podrían
haber sido de primera generación.
—Mi culpa —dije, fijándome en la pequeña cámara que sería la ventana a
mi mundo privado durante los próximos noventa días.
—Solo quería prepararte muy rápido antes de comenzar a rodar. —Jimmy
golpeó el auricular y continuó—. Estaré contigo y Brooks en la cita todo el tiempo,
pero no queremos que sientan como si estuviera allí. Son solo tú y él y cualquier
química que haya o no.
—No habrá—intervine.
—Voy a hacer una panorámica entre ustedes dos, pero que sea natural. No
hables con la cámara ni nada. Solo finge que es como en cualquier otra cita. —
Aplaudió como si estuviera ansioso por hacer que esto empezara—. ¿Alguna
pregunta?
—¿Alguna otra cita que se haya configurado con mi archienemigo, en
cámara, se está transmitiendo al mundo?
Él chasqueó la lengua y empujó la puerta para abrirla.
En el momento en que vi la escena esperándome en la acera, estallaron
explosiones en mi mente. En parte porque Brooks había sacado todas las paradas,
y en parte porque mis primeras fantasías de citas estaban frente a mí, como si se
hubiera deslizado dentro de mi cerebro y resaltado esa sección.
—Y tres… dos... uno... —Jimmy hizo un gesto de aprobación después de
presionar un botón en su cámara.
Una luz verde se encendió mientras estaba allí, congelada y abierta. Hola,
mundo. Detrás de mí, escuché que se abría la puerta de un auto, y eso fue suficiente
para sacarme de mi parálisis temporal.
—Señorita Arden. —La voz de Brooks, profunda y lenta, fue la primera en
saludar al mundo. Además, llegó a tiempo para nuestra cita y se vistió como un 46
paro cardíaco, manteniendo abierta la puerta de un sedán extremadamente
agradable.
Como, tan agradable que no reconocí la marca.
Probablemente ya se había ganado la mayoría de los corazones de los
espectadores en los primeros segundos de estos pocos meses. Sin embargo, eso no
importaba, me recordé. Al final, el trabajo, la verdad, la decidía mi corazón.
Y él no ganaría. No en tres meses. No si tuviera tres vidas.
—Señor North. —Levanté mi ceja cuando empecé a ir al auto, fingiendo
confianza.
Jimmy se acercó para obtener la vista lateral cuando me acerqué. No hice
contacto visual con Brooks, a pesar de que sus ojos me perforaban agujeros.
—Te ves hermosa —dijo, con una media sonrisa detectable en su tono.
Me pellizqué la camiseta de los Mets antes de subirme al asiento trasero del
auto.
—¿Qué? gracias. —Ya que la cámara no estaba sobre mí, aproveché la
oportunidad para poner los ojos en blanco.
Había un conductor en el asiento delantero, y Jimmy se arrastró hasta el
asiento del pasajero y se giró para que la cámara mirara hacia atrás, mientras
Brooks se deslizaba a mi lado.
Tres hombres, en su mayoría desconocidos, una cámara filmando todo, y
los espectadores del mundo. Me picaba la piel.
—El aspecto natural te queda bien. —Sus ojos se encontraron con los míos,
un destello capturado en los orbes de luz.
Él estaba bromeando conmigo. Eso era obvio para mí, pero no sería tan
obvio para los espectadores que aún no se habían familiarizado con el hombre que
había escrito el almanaque del sabelotodo.
—El estilo rígido y formal te queda bien —respondí, colocando mi sonrisa
más convincente en su lugar.
El auto se alejó de la acera y se metió en el tráfico a la perfección. Miré por
la ventana, dejando que el borrón de las luces de la ciudad me calmara, pero era
imposible ignorar la cámara rodando desde el asiento delantero.
El peor caso de miedo escénico.
—¿A dónde vamos? —pregunté mientras me forzaba a volver mi atención
al interior del auto. 47
—Es una sorpresa —dijo Brooks, sus ojos en mí como si estuvieran
entrenados para no ir a ningún otro lugar.
—No me gustan las sorpresas.
—A todo el mundo le gustan las sorpresas.
Me moví en mi asiento, incapaz de ponerme cómoda con el cuero acolchado.
—Las personas a las que no han sorprendido son las que piensan que les
gustan las sorpresas.
—¿Qué tipo de sorpresa te ha decepcionado? —Su voz era diferente,
aunque su expresión se mantuvo sin cambios.
—Todas ellas.
El auto continuó maniobrando dentro y fuera del tráfico, mientras yo
mantenía mi mirada hacia la ventana. Esta era la posición más incómoda en la que
había estado, y no era buena para fingir.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó Brooks, claramente tratando de
mantener algo parecido a una conversación.
—Bien —dije, yendo con la respuesta estándar de los adolescentes.
Un momento de pausa; esa maldita cámara se enfocó en los dos en el asiento
trasero.
—¿Terminaste tu artículo?
El recordatorio de lo difícil que había sido escribirlo hizo que mi cuello se
pusiera rígido.
—Lo terminé.
—Yo también terminé el mío. Se titula “Quieren flores. Excepto cuando no
lo hacen”. —Brooks se inclinó para darme un codazo—. Ya sabes, en caso de que
quieras revisarlo en el periódico de este domingo.
Mis uñas se clavaron en mis palmas cuando sentí el vapor a punto de brotar
de mis oídos. Había escrito su artículo en directa oposición al mío. Qué. Idiota. No
es que esto fuera algo nuevo para el señor Realidad. Había estado alimentándose
de mi banquete durante años, pero sus artículos de opiniones diferentes
generalmente se publicaban una o dos semanas después de la publicación del mío,
en lugar de estar impresos en la edición del mismo día.
Esa era la última vez que lo dejaba cerca de mi computadora portátil cuando
estaba escribiendo.
48
—Mejor lo omito. Prefiero una endodoncia sin anestesia.
Una bocanada de aire salió de su nariz. Me alegra que encontrara cada uno
de mis comentarios tan divertido.
Encontré todos sus comentarios lo contrario de divertido.
—Háblame de tu primera cita. —Leyó la mirada confusa en mi rostro—. La
primera cita que tuviste con un chico. ¿Qué hiciste?
Realmente estaba tirando de hilos en un intento de mantener cautiva a una
audiencia. Un actor en el escenario. Un manipulador jugando su juego.
—Nos conocimos en una sala de juegos, donde usó la mayoría de mis fichas
para jugar un juego de carreras de autos, luego lo encontré besándose con una
chica diferente junto a la máquina de refrescos. —Lo miré a los ojos, parpadeando
inocentemente—. Fue lo peor. Pero a pesar de lo mala que fue esa cita, sé que no
tendrá comparación con esta.
Su reacción inicial fue de sorpresa, capté eso en sus ojos, pero casi de
inmediato fue ocultada por esa bravuconada voraz. Una risa lenta y ondulante.
—Al leer tus artículos, no noté que tenías buen sentido del humor.
Mi sonrisa falsa cayó.
—No lo tengo. —Luego me giré en mi asiento todo lo que pude y me quedé
tiesa, y le puse la espalda.
Después de un minuto de silencio, la tensión se volvió tan sofocante que el
conductor bajo su ventana unos centímetros. Incluso Jimmy se movió en su
asiento.
Afortunadamente, el auto se acercó a la acera justo después de eso,
deslizándose en un espacio estrecho frente a un restaurante en el que nunca había
estado. Solo porque tenía una lista de espera de tres meses y una comida costaba
casi tanto como mi pase anual de metro.
Cuando Brooks abrió la puerta y se deslizó hacia afuera, me quedé
boquiabierta ante las personas que entraban y salían por las puertas de vidrio.
Estaban vestidos como si estuvieran asistiendo a una cena con dignatarios
extranjeros, mientras yo estaba vestida como si estuviera a punto de jugar a beer
pong en el garaje con el equipo de fútbol.
Cuando mi puerta se abrió, encontré a Brooks parado afuera, con la mano
tendida hacia mí. Jimmy había dado la vuelta al frente del auto y estaba filmando
el intercambio, causando que varias personas se detuvieran y observaran.
No lo había considerado todavía. La atención que obtendríamos donde sea 49
que fuéramos, teniendo a un tipo con una cámara atada a su hombro que
documentaba cada uno de nuestros movimientos. Sin mencionar que todo este
concepto despegó y un montón de gente sintonizaba en la forma en que el señor
Conrad estaba esperando/suplicando/sacrificando, nuestras caras serían
reconocibles dondequiera que fuéramos. La privacidad sería un lujo de una vez en
el tiempo.
De la nada, sentí los movimientos de un ataque de pánico subiendo a la
superficie.
Brooks debió haber notado que algo estaba mal, porque sus cejas se
juntaron. Luego se inclinó para que su espalda estuviera bloqueando la vista de
Jimmy, y bajó la cabeza.
—¿Estás bien?
Concéntrate en tu respiración. Inhala y cuenta hasta diez. Exhala y cuenta
hasta diez.
Me tomó todo ese tiempo el que pudiera manejar una respuesta.
—Estoy bien —susurré.
Brooks no se movió, inclinándose una vez más cuando Jimmy intentó
meterse en la refriega.
—No te ves bien.
La medida de gratitud que sentí por el idiota arrogante que protegía mi
pequeño percance del mundo, amortiguó lo que podría haber sido una respuesta
mordaz.
—Estoy a punto de entrar en el restaurante más bonito de la ciudad vestida
como con un uniforme quirúrgico. Por supuesto que no me veo bien. Parezco un
indigente.
¿Podría haber sido una sonrisa de verdad? ¿Ninguna de las convocadas por
algún motivo ulterior?
Parecía lo suficientemente convincente.
—Te lo dije, si alguien puede hacer que el aspecto natural funcione, eres tú.
—Brooks extendió su mano de nuevo, y antes que supiera lo que estaba haciendo,
la tomé. El infierno se estaba congelando mientras hablábamos.
Para cuando salí del auto, compuse mi rostro. La mandíbula de Jimmy
estaba tensa con lo que supuse que era frustración, ya que Brooks había estado
intencionalmente bloqueando su oportunidad. Brooks mantuvo mi mano en la
suya cuando salimos hacia la puerta, pero la aparté. Todavía era mi Enemigo #1, a
pesar de ese momento de misericordia o debilidad, fuera lo que fuera. 50
Cuando abrió la puerta para mí, estaba segura que experimenté lo que se
habría sentido asistir a la escuela desnuda en la vida real en lugar de a través de la
bruma de un sueño. Sentí como si todos los ojos en la sala se clavaran en mí y
aunque tenía ropa puesta, me sentía desnuda. Podría haber causado menos escena
si hubiera llegado sin ropa.
Brooks actuó como si nada estuviera fuera de lo común, caminando hasta
el mostrador de recepción con un grado de confianza envidiable mientras el mío
se marchitaba.
La elección de mi vestuario, que me pareció una gran idea hace una hora,
estaba yendo en otra dirección.
Brooks estaba hablando con la anfitriona, pero parecía una conversación en
profundidad para una simple reserva. Cuando me acerqué, detecté palabras como
código de vestimenta e inflexibles.
Fui a meterme la camiseta… antes de darme cuenta que esa no era la
solución que me llevaría de descuidada a elegante.
Brooks le susurró algunas cosas más a la anfitriona antes que sus hombros
se relajaran y su rostro se suavizara.
—Amanda le mostrará su mesa, señor North.
Brooks se hizo a un lado, dejándome pasar. No me perdí la forma en que
escaneó el área de espera de tal manera que las miradas se desviaron
instantáneamente.
—¿Qué le dijiste? —le susurré mientras nos guiaban por el comedor. Tal
vez por el camino más largo a la mesa, pero, aun así, estábamos dentro—. Pasó de
parecer que estaba a punto de llamar a seguridad para que echaran mi trasero, a
tirar pétalos en mi camino.
Brooks deslizó una mano en el bolsillo de su pantalón, canalizando el estilo
de Frank Sinatra.
—Le dije que te quedaba un mes de vida y cenar aquí era tu último deseo.
Mi boca se abrió.
—No le dijiste eso.
—Por supuesto que lo hice. No nos dejaría comer aquí si no se me ocurriera
algo creativo.
—Mentiste.
—Apareciste en un restaurante de cinco estrellas vestida como un miembro
de una banda tributo a Nirvana. —Estaba luchando contra otra sonrisa—. Digamos 51
que estamos empatados.
—¿Perdón? No me visto para impresionar a otros. No me importa lo que
todos piensen de mí.
—Obviamente.
Antes que pudiera responder, estábamos en nuestra mesa. No pasé por alto
que se trataba una de las mesas escondidas en los rincones sombríos del
restaurante.
Brooks se arrastró detrás de mí para sacar mi silla antes que pudiera
hacerlo por mi cuenta. Jimmy vio todo, por supuesto. Podía imaginarme los
suspiros de ensueño que venían de las chicas mirando. Brooks North estaba
sacando todas las jugadas en el manual para caballeros, pero sus intenciones eran
todo menos galantes.
—¿Debería ir por otra silla? —La anfitriona le lanzó una mirada insegura a
Jimmy, quien estaba cerniendo la mesa, mirando entre Brooks y yo.
Jimmy sacudió su dedo porque supongo que no podía sacudir la cabeza
exactamente sin causar un hipo serio en el valor de producción.
—Bueno, está bien. Que tengan una buena cena. —Lanzando una última
mirada hacia nosotros, echó a correr.
—No dejó un menú. ¿Crees que el mesero traerá uno? —Revisé la mesa para
ver si los menús estaban metidos entre los saleros y los pimenteros, como los
restaurantes que frecuentaba. Claro que no.
—No tienen menús aquí. —Brooks miró a su alrededor como si estuviera
tan cómodo aquí como en su propia sala de estar—. Cada noche el chef prepara un
menú de ocho platos, y eso es lo que se sirve a cada comensal. No hay opciones.
Todo es delicioso. Sencillo.
Jimmy estaba moviéndose alrededor de la mesa, tratando de encontrar un
buen ángulo, supuse. Era desconcertante. Junto con todo lo demás perteneciente a
toda esta situación.
—Pero, ¿y si a alguien no le gusta lo que se sirve? —le pregunté.
—¿Qué pasa si no te gusta lo que se sirve? —Brooks enarcó una ceja
oscura—. ¿Es una comensal delicada, señorita Arden?
Mis ojos rodearon el restaurante.
—Si por delicada te refieres a comer caracoles, hígado de pato y caviar,
entonces sí, soy delicada.
—¿Eres el tipo de chica de una hamburguesa con queso y papas fritas?
52
Doblé mi servilleta en mi regazo. Era el artículo de tela más bonito que tenía
puesto.
—Junto con el pollo frito y el puré de papas.
Sonrió al ver que un mesero se acercaba a la mesa, dándole a Jimmy la
misma mirada que la anfitriona. En sus manos había un cubo de plata y un par de
elegantes copas.
—El champán que solicitó, señor. —El mesero le presentó la etiqueta a
Brooks, quien, después de darle una mirada, hizo una seña, con la que el mesero
arrancó la envoltura de aluminio.
Cuando puso la copa de champán frente a mí, negué.
—No, gracias. No beberé nada.
—Es buena. Vas a querer un poco. —Brooks hizo un gesto al mesero para
que me sirviera una copa primero.
Cubrí la copa con mi mano.
—No quiero —le dije lentamente, más a Brooks que al mesero.
—Entonces, ¿qué vas a beber toda la noche? ¿Agua con hielo?
—Café. —Quité mi mano una vez que el mesero se movió para verter en la
copa de Brooks—. Es tarde, y necesito estar alerta.
Su cabeza se inclinó.
—¿Alerta?
—Despierta. —Me aclaré la garganta, aunque sabía que necesitaba
permanecer despierta y alerta a su alrededor. Duerme conmigo una vez y resulta
ser un imbécil, la culpa es de él. Duerme conmigo dos veces como un conocido líder
de los idiotas, es mi culpa. O algo así—. Y agua con hielo —agregué mientras el
mesero salía para buscarme una taza de café.
Brooks levantó su copa hacia mí.
—Por descubrir la verdad, de una vez por todas.
Brindé con mi copa vacía, sabiendo exactamente qué verdad se descubriría
cuando todo esto fuera dicho y hecho.
—¿Tu agente de bienes raíces ya encontró un lugar temporal? —le
pregunté, poniendo énfasis en cierta palabra.
Su boca se torció, sus ojos expresaron que sabía lo mucho que odiaba todo
este arreglo. Y que no le importaba.
53
—Mi equipaje ya se ha trasladado y mi agente me asegura que puede
convertirlo en un contrato a largo plazo si es necesario.
—No será necesario —le dije, mirando mis uñas. También podría seguir
haciendo una crónica de lo que no se debe hacer en una cita.
Ignoró mi broma, su mirada vagando por el restaurante sin rumbo fijo.
—Así que. Señorita Romance. ¿Cómo llega una persona a escribir una
columna de romance semanal? —No pasó por alto la forma en que mi cabeza se
inclinó—. ¿Una de las columnas más leídas, publicada en el periódico más
prestigioso del país?
Mejor. Tenía un punto sensible en lo que se refería a mi escritura, más
específicamente, el tema que abordaba. Mis colegas de alto nivel consideraban el
romance como un tema sin sabor para una escritora que no podía dominarlo en el
mundo real del periodismo. Cubrir las guerras y la política era lo que estaban
haciendo todos.
—Bien, veamos… —Levanté uno de los cinco tenedores frente a mí. Había
sido pulido a un brillo tan alto, que probablemente podría cegar a alguien con este
si quisiera—. Ella comienza como una ávida lectora desde temprana edad, pasa a
leer el periódico del domingo con su padre durante el desayuno en el jardín de
infantes, y luego se convierte en la editora en jefe del periódico de su escuela
secundaria. Como estudiante de segundo año. —Hice una pausa para enfatizar—.
A partir de ahí, es aceptada en cinco de las Ivy League.
—¿A cuántas te postulaste?
—Cinco. —La esquina de mi boca se estremeció cuando esa sonrisa de él se
rompió por una de sorpresa—. Se graduó magna cum laude como la mejor Ivy
League de la nación, y prácticamente tiene su elección de ofertas de cualquier
periódico en el país. —Cuando el mesero llegó con mi café, me recliné en mi
asiento—. Así es como una persona llega a escribir una columna de romance.
Durante medio segundo, se quedó sin habla. No fue todo un record, pero era
algo.
—Todas esas… estrellas de oro, ¿y eliges escribir una columna sobre
romance? —Me vio mezclar un montón de crema y azúcar en mi café—. ¿Por qué?
—Porque es lo que me gusta. Y el romance ha ganado una reputación
injusta. No es una banalidad.
—No. Es ficción.
Mantén la calma. Estas en cámara. No voy a ganar a nadie de mi lado tirando
café a la cara del hombre que abre puertas y corre sillas.
—Entonces, ¿señor Brooks? ¿Cómo llega una persona a escribir una
54
columna anti-romance?
—No es anti-romance. Es la realidad.
Jimmy alza su pulgar, lo que sea que eso significa. Al menos nos estábamos
comunicando, aunque no estaba segura de cuán constructivamente.
—Y es la columna de opinión más leída en el país, así que no puedo ser el
único que lo piensa.
Apareció otro mesero junto a la mesa, pasando de mirarme, a Jimmy y luego
repitiendo antes de colocar los platos que sostenía. El primer plato, supuse. A pesar
que no podría decir en qué consistía. Ni siquiera podía hacer una conjetura
educada.
—Vendes cuentos de hadas y falsas esperanzas. Yo vendo las cosas como
realmente son, con un poco de sarcasmo. —Brooks ya estaba comenzando el
primer plato, sin reconocer la granada que estaba a punto de estallar en la mesa—
. Felices para siempre, las almas gemelas, destinados a ser, “hasta que la muerte
nos separe”. El único lugar donde una persona puede encontrar ese tipo de cosas
es en las páginas de un libro de imágenes, no en la vida real. Y cuando una persona
tiene esa imagen en la cabeza sobre cómo deberían ser las relaciones, nunca serán
felices. No importa con quién terminen.
Inhala. Exhala. Repite solo para estar segura.
—Según tu argumento, podrías emparejar a ese tipo con esa chica —señalé
con el dedo entre dos personas en diferentes mesas—, y podrían ser felices juntos
así de fácil.
—No tan fácil. —Terminó su bocado, negando—. Pero si ese chico y esa
chica fueran heterosexuales, estuvieran disponibles emocionalmente y estuvieran
dispuestos a dejar de lado el romance con el que la sociedad nos ha infectado,
entonces sí, podría suceder. En la situación correcta.
—¿La situación correcta? —Tomé un sorbo de mi café y me sorprendió
descubrir que era muy bueno. No de la clase de bueno de Flour Power, pero lo
suficientemente cerca para una mención honorífica.
—Una como esta. —Brooks hizo una seña entre él y yo—. Dos personas
solteras se dan una oportunidad, siendo lo más objetivos posible el uno con el otro.
—Me miró de una manera que sugería que cuestionaba qué tan objetiva era sobre
este arreglo—. Añade tiempo, paciencia, respeto mutuo y cariño… —Sus hombros
se movieron debajo de su chaqueta oscura—. Entonces sí, las probabilidades son
bastante buenas, ya que dos personas podrían enamorarse. El amor no es un
hechizo mágico. Es una receta detallada.
—¿Así que sí crees en el amor?
55
Brooks dejó su tenedor.
—Creo en la tolerancia. Y ser capaz de tolerar a ciertas personas más que a
otras. ¿Amor? Podemos simplemente agrupar eso en la mierda del alma gemela.
Una garganta aclarándose sonó a nuestro lado, seguido por Jimmy cortando
su dedo sobre su garganta.
—Cosas —editó Brooks—. Cosas de alma gemela.
—No estás en lo correcto, ¿sabes?
Deslizó su plato a un lado, medio terminado. Sus ojos encontraron los míos.
—Y tampoco puedes demostrar que estoy equivocado.
Los siete platos restantes siguieron, y logré tomar un bocado de todos
menos uno de ellos. Caracoles. Sabía que algún tipo de crustáceo haría acto de
presencia. La conversación se estancó después de nuestra pelea entre el romance
y la realidad, y Brooks pareció relajarse tanto como yo cuando finalmente llegó la
cuenta.
Ya había sacado mi tarjeta, pero cuando fui a deslizar la mía con la suya, tiró
el sobre fuera de mi alcance.
—Yo invito —dijo—. Esta es una primera cita.
—Dividiremos la factura —le dije, colocando mi tarjeta de crédito en el
borde de la mesa—. Y esta es una primera cita fingida.
A nuestro lado, Jimmy se movió. Maldita fuera esa cámara. Había estado
rodando por apenas dos horas y ya quería pasar mi cuchillo de mantequilla a
través de la lente.
—¿Fingida? —La cabeza de Brooks se inclinó—. Esta podría ser la primera
cita más real de la historia. Tú conoces mis pensamientos sobre las relaciones, y
ciertamente conozco los tuyos. No tenemos que pasar por una década de citas,
compromiso y matrimonio antes que caiga el telón y se revele quiénes somos en
realidad. Ves el verdadero yo. —Se inclinó un poco sobre la mesa hacia mí—. Y veo
tu verdadero yo.
Eché un vistazo a mi traje llamativo, resistiendo la tentación de poner los
ojos en blanco ante su descarado soliloquio.
—¿Y qué es exactamente lo que crees que ves?
Brooks tenía su tarjeta de crédito en la mano del mesero antes que lo notara
acercarse. Brooks me lanzó una mirada de suficiencia, una que decía que era lindo
intentarlo.
—Veo a alguien que ha creído en algo durante tanto tiempo que, se ha
convertido en parte de ella. La parte que la guía. Tal vez incluso la parte definitoria. 56
Admitirse a sí misma que todo ha sido una mentira sería como confesar que toda
su vida ha sido una, y ese es un precio demasiado alto para pagar. Así que te aferras
a tu creencia como un niño a una manta de seguridad. Has llegado a un punto en la
vida en que ya no estás decidida a demostrar que estás en lo correcto, sino que está
aterrorizada por el costo de estar equivocada. —Brooks hizo una pausa, sin
parpadear—. Eso es lo que veo delante de mí.
El camarero acababa de regresar con el comprobante de la tarjeta de
crédito para firmar mientras me levantaba de mi asiento.
—Para su información, no puede ver a nadie, ni nada, cuando está ciego,
señor North.
Me dirigí directamente a la salida, pasando entre las mesas de personas que
parecían tan cautivadas por mi elección de vestuario como el hombre que me
seguía con una cámara atada a su cabeza.
¿Cómo se atreve a decir eso Brooks, como si pudiera resumir la totalidad de
quién era yo con unas pocas palabras después de pasar unas horas conmigo?
¿Cómo se atreve el señor Conrad a poner todo esto en movimiento, como si
pudiera juntar a dos periodistas a su antojo para protagonizar como actores en
una telenovela de realidad?
En el momento en que salí por la puerta, estaba echando humo. El
conductor estaba esperando y cuando me vio llegar, comenzó a abrir la puerta
trasera. Bajé por la acera en dirección opuesta. Había terminado con esta “cita”.
Jimmy me estaba siguiendo cuando detuve el primer taxi disponible que vi.
Casi podía verlo volando hacia la parte trasera de la cabina conmigo, así que corrí
los últimos pasos hacia este. Mientras lo hacía, uno de mis mocasines se cayó, pero
no me detuve a recogerlo. Cuando el conductor me preguntó a dónde me dirigía,
me quedé inmóvil por un momento. La pregunta tomó un significado complicado.
—Sólo. Arranque.

57
—Él hace muchas de estas cosas del triatlón. —La voz de Quinn sonó
amortiguada gracias a la pizza que estaba masticando. Después de un domingo de
desenterrar información, un gran supremo de Gianni's estaba en orden.
—¿Qué es un triatlón? —pregunté, levantando la vista de mi portátil
mientras hacía mi propia investigación.
—Es uno de esos eventos en los que nadas, andas en bicicleta y corres. 58

Mi nariz se arrugó.
—¿Por qué alguien querría hacer eso? Suena como una forma de tortura.
—No sólo él las hace, sino que también ha hecho los largos.
—¿Qué es un largo? —pregunté, separando una rebanada de pizza fresca
de la caja.
Los ojos de Quinn se entrecerraron ante la pantalla de su propio portátil.
—Intenta un casi cuatro kilómetros de natación, un paseo en bicicleta de
ciento ochenta kilómetros y luego, para colmo, un maratón.
Se me abrió la boca.
—¿Ese es un evento en el que la gente decide participar?
—Contra toda razón, sí.
Mi cabeza se sacudió.
—Bueno, eso explica muchas cosas. Cualquiera que se ofrezca como
voluntario para algo así, tiene que estar vacío de toda alegría.
Quinn buscó su botella de agua.
—Y por los lugares que ha alcanzado en este deporte de gente sin alegría,
también es muy bueno.
—Por supuesto que sí. Brooks North es positivamente la persona más triste
del planeta. Le da una ventaja en el deporte de los masoquistas.
Hice clic en el sitio web de la firma de arquitectos de su padre, con sede en
Arizona. Por lo que había visto, era una corporación exitosa que empleaba a
cientos de personas con oficinas en todo el país. Siendo el único hijo de Xander
North, Brooks habría tenido una vida fácil con el club de los millonarios si hubiera
seguido los pasos de su padre.
Sin embargo, en lugar de eso Brooks había ido a una de las mejores
universidades del país para especializarse en periodismo, muy lejos de la
arquitectura. Al entrar en el trabajo por cuenta propia al salir de la escuela, tuvo
que haber conocido meses de escasez. Dios sabía que lo había hecho, incluso como
escritora recién salida de la escuela. Los últimos días antes de los días de pago,
había tomado agua del grifo y una taza de fideos.
—Apuesto a que es un chico de fondos fiduciarios —dije, escaneando la
biografía y el retrato de Xander. Había un serio parecido entre él y su hijo—. Sus
cheques son probablemente menos de lo que gasta en la tienda de golf del club de
59
campo antes de la hora del té los domingos.
Quinn me echó un vistazo por encima de su portátil.
—No lo creo. Por lo que he estado leyendo, su padre no lo hizo ser algo
grande hasta que Brooks estaba en la secundaria, después del divorcio. Brooks
vivió con su madre hasta que se fue a la universidad, y parece que no puedo
encontrar ninguna foto de él y su padre después del divorcio.
Me limpié los dedos grasientos en la servilleta.
—¿Se pelearon?
—Mirando en esa dirección. Especialmente cuando ves una foto de la nueva
señora North y descubres que se casaron menos de seis meses después de que el
divorcio fuera definitivo. —Quinn hizo girar su portátil. Una imagen grande
ocupaba la mayor parte de la pantalla.
Parpadeé un par de veces.
—Se casó con alguien de la misma edad que su hijo. —Escaneé la foto de la
señora Brooks, con el nombre anterior de Heather Divine, según la leyenda debajo
de la foto—. Que parece que podría haber sido la protagonista de un montón de
películas para adultos. —Porque realmente, ¿quién necesitaba un aumento de
pecho tan grande si no estaba relacionado con el porno?
—Corrección. —Quinn levantó el dedo—. Ella protagonizó un puñado de
películas para adultos.
—Por supuesto que lo hizo. —Dejé escapar un aliento.
—Bien, aquí hay un tipo cuyos padres se divorciaron cuando él tenía quince
años después de que su mamá apoyara a la familia mientras su papá iba a la escuela
y construía su carrera. Meses después del divorcio, papá finalmente lo hace en
grande y se casa con una estrella porno semi-jubilada que tenía veintiún años. —
Quinn dio la vuelta a la pantalla e hizo clic en otra cosa—. No me extraña que el
tipo sea un poco cínico cuando se trata de amor.
—¿Cínico? Escribió un artículo titulado “El amor está muerto. Supéralo ya”.
Quinn movió la cabeza de un lado a otro.
—No conozco una versión más extrema del cinismo. Lo siento.
—Sí —murmuré—. Brooks North.
—Oh no. —Quinn dejó caer el agua—. Acabo de encontrar un obituario para
Janice North. —Sus ojos miraron la pantalla—. Su madre murió hace dos años. De
cáncer.
Ese pequeño dolor en mi pecho no se suponía que se sintiera en lo que a 60
Brooks se refería.
—No tiene hermanos, parece que ya no tiene una relación con su padre, y
nunca se ha casado. —Quinn frunció el ceño—. Hablando de una vida solitaria.
—Estoy segura de que no está tan solo.
Quinn exhaló bruscamente.
—¿Por qué? ¿Sólo porque salió contigo significa que salía con todas las
demás?
—Más o menos.
Sus hombros cayeron.
—Tal vez él asume exactamente lo mismo de ti.
—Esa fue la primera vez que hice algo así —le dije, lanzándole un pedazo
de masa de pizza sin comer.
No estuve ni cerca de golpearla.
—¿Y si también fuera su primera vez haciendo algo así? Y aquí estás,
haciendo suposiciones de que está anotando más que Shaq durante su era dorada.
Volví a mi “investigación”.
—¿Quién es Shaq?
Quinn echó la cabeza hacia atrás.
—Ni siquiera puedo.
—Vamos, Quinn. Saltemos por la autopista de vuelta a la realidad. Brooks
North es tan selectivo y monógamo como un bonobo. Has leído sus artículos. Cree
en todo lo contrario de lo que hacemos.
—De lo que tú haces —murmuró, sus dedos apretando contra su teclado.
Mi expresión se aplanó al preguntarme si la había oído bien. Deslizando mi
portátil hacia un lado, dirigí una mirada directa a la persona que creía que conocía
por dentro y por fuera.
—¿Qué hago? —dije despacio, sin pasar por alto su falta de voluntad para
hacer contacto visual—. ¿Pero que tú no haces?
Fingió estar cautivada por lo que había en la pantalla de su portátil.
—Digamos, por el bien del argumento, que tal vez las relaciones no son tan
previsibles. Tienes algunos puntos válidos… y él también. —Con eso, Quinn parecía
que estaba preparándose para que le arrojara una caja de huevos.
—Él básicamente cree que el amor es el subproducto de las necesidades de
dos individuos para satisfacer una demanda sexual innata, así como el deseo de la 61
humanidad de tener compañía. Lo que se traduce en dos personas que se juntan
porque quieren follar y no quieren estar solas. —Sólo decir eso me puso un sabor
amargo en la boca.
En lugar de parecer que estaba a punto de retirar lo que había dicho, Quinn
levantó las manos.
—¿Qué tiene de malo eso? No quiero estar sola para siempre. Quiero tener
sexo.
—Pero no con cualquier imbécil que ponga la oferta sobre la mesa —
argumenté, sintiéndome un poco traicionada—. Quiero decir, Brooks es el tipo que
escribió un artículo de dos mil palabras sobre las razones científicas por las que
los hombres tienden a dirigirse hacia una figura de reloj de arena.
Quinn levantó la mano.
—Y cuando lo miras desde una perspectiva evolutiva, ese artículo tenía
sentido.
Una vez más, se las arregló para dejarme sin palabras.
—No puedo creerlo. Mi mejor amiga. Tomando el lado de ese Neanderthal.
—No me pongo de su lado. Todo lo que digo es que creo que ambos tienen
puntos válidos… y no tan válidos. —Quinn se quitó un mechón de cabello de su
rostro—. ¿Qué tiene de malo encontrar un término medio y, no sé,
comprometerse?
—Lo malo de eso, amiga, es que no puedes comprometerte con un hombre
que cree que el matrimonio es una sentencia de muerte.
—Cenicienta, dejaste caer algo la otra noche.
Mi zapato de abuelita abandonado cayó a mis pies el lunes por la mañana,
haciéndome estremecerme.
—No te sientas mal. Tengo ese efecto en muchas mujeres. —Brooks me
guiñó un ojo desde donde estaba recostado en el costado de mi cubículo, y parecía
62
que había pasado su fin de semana en un spa para las deidades.
—Estoy segura que sí. Justo cuando se dirigen hacia la dirección opuesta.
—Volví a responder a los correos electrónicos, respirando por la boca para no
tener que oler su colonia. La cual me recordaba que yo olía a huevos sulfurosos.
—¿Un poco como lo que hiciste esa noche en Chicago? Oh espera…
Mis dedos se movieron sobre las teclas, tecleando con éxito mierda en lugar
de pierda. Si eso no era presagiar la dirección que tomaba este lunes…
—¿Podrías morir de intoxicación por ego ya? —murmuré, eliminando mi
error tipográfico.
—Ah, pero entonces, ¿con quién podrías pasar los viernes por la noche? —
Brooks dejó caer una taza de café en mi escritorio antes de irse. Todos los diez
pasos de distancia a su propio cubículo—. ¿Tus gatos?
—No tengo gatos, muchas gracias.
Su boca se movió mientras se acomodaba en su silla.
—¿Te las arreglas para ahuyentarlos a ellos también?
Respira. Solo respira. No dejes que te arrastre hasta su nivel.
—Tengo trabajo que hacer.
—Yo también.
De la nada, un croissant de chocolate de Flour Power apareció en la repisa
entre nuestros dos cubículos. Mi estómago traidor gruñó, ya que tuve que
renunciar a mi ritual matutino gracias a que me quedé hasta tarde anoche
desenterrando la suciedad del hombre sentado frente a mí.
Brooks sonrió a través de la división hacia mí.
—Haciendo que te enamores de mí.
Croissant de chocolate o no, estaba a punto lanzarlo a su cubículo cuando
una voz resonó en toda la oficina.
—¡Arden! ¡North! ¡A mi oficina! ¡Ahora!
Solo había escuchado al señor Conrad usar ese tono unas cuantas veces,
pero nunca se dirigió hacia mí.
Brooks tomó su café y se detuvo al lado de mi cubículo.
—Me pregunto de qué se trata esto —dijo, su rostro indicando que sabía
exactamente de qué se trataba.
—¿Qué hiciste ahora? —Después de un breve debate interno, tomé el café
que me había dejado. Podría ignorar de quién era si me esforzaba mucho.
63
—Creo que esto tiene más que ver con lo que tú hiciste.
Mientras caminábamos por la oficina, sentí que todos nos estaban
observando. Quinn estaba hablando por teléfono, pero incluso ella nos miraba
como si estuviéramos marchando hacia nuestro destino.
—No hice nada —le contesté mientras nos acercábamos a la oficina del
Señor Conrad.
—Exactamente. Los peces muertos tienen más estilo que tú el viernes por
la noche.
Antes que pudiera responderle algo, Brooks entró en la oficina donde el
señor Conrad estaba caminando detrás de su escritorio, su rostro era de un raro
tono rojo.
—¿Qué demonios fue eso? —dijo antes que me moviera más allá del
umbral—. ¿En qué mundo, bajo cuál definición, esa charada aburrida se
consideraba una cita?
El señor Conrad no me pidió que cerrara la puerta, pero seguí adelante y la
cerré de todos modos. No es que importara; de todos modos, es probable que todos
pudieran escuchar cada palabra que truena en estas cuatro paredes.
—Este es un concepto totalmente nuevo, me atrevo a decir que salvaje,
Charles. —Brooks dejó su café para arremangarse. Hola, antebrazos. Qué bueno
verlos de nuevo—. Teniendo en cuenta que fue nuestra primera emisión, el rating
fue sólido por lo que me dijiste.
El señor Conrad resopló.
—Claro, empezaron sólidos. Hasta que, minuto a minuto aburrido, esos
números bajaron en lugar de aumentar.
La cabeza de Brooks rodó.
—Lo intentamos.
—No, tú lo intentaste. —El señor Conrad se detuvo detrás de su silla y me
señaló con un dedo rechoncho—. Ella saboteaba…
Mientras me preparaba para defenderme, las cosas tomaron un giro
inesperado. Brooks dio unos pasos hacia el señor Conrad, mirándolo.
—Fue nuestra primera vez. Dado todo, diría que hicimos un trabajo
bastante decente al vender el circo en que nos metiste.
Mi cabeza giró hacia Brooks. Esperaba que se defendiera, pero no había
estado anticipando que también me defendiera. Lo que estaba diciendo el señor
Conrad era cierto: Había hecho casi todo lo posible por sabotear esa cita. Brooks
se había ido con el opuesto, sacando todas las artimañas para venderlo realmente. 64
El señor Conrad exhaló, su mirada se posó en mí.
—Huiste de una cita que estaba siendo filmada.
Mis brazos se cruzaron.
—Usted quería que fuera creíble.
A mi lado, un estruendo resonó en el pecho de Brooks.
—Te vestiste como si fueras a ir a la fila de un buffet antes de jugar bingo
con el club de tejer —continuó el señor Conrad, el rojo desapareciendo de su
rostro. Despacio.
—Y todo eso, huir de una cita, vestirse como una rockera punk adolescente,
todo era fresco y diferente de lo que los espectadores podrían haber esperado de
este tipo de experimento de citas. —Brooks se pasó la mano por el cabello,
moviendo su otra mano animadamente—. Las respuestas preparadas, el vestido
negro, la risa falsa, las pestañas batiéndose… todo eso era lo que los espectadores
esperaban. Eso es aburrido. Hannah les dio un espectáculo al que apenas podían
seguir el ritmo y, marca mis palabras, verás a tu audiencia subir en la cita dos.
La forma en que lo dijo, la Cita Dos sonó más como si fuera un evento a
punto de pasar a los anales de la historia.
Por alguna razón, no se me ocurrió nada que decir. Me sorprendió
demasiado el ataque del señor Conrad, y me quedé estupefacta porque al parecer
Brooks… me defendió.
El señor Conrad se lamió los labios.
—Será mejor que tengas razón al respecto, North, porque, que Dios me
ayude, pondré a otra pareja en sus lugares si no empiezan a darnos un espectáculo
que realmente valga la pena sintonizar.
Mis brazos se cruzaron un poco más apretados, preguntándome cómo una
posición de jefe de departamento se había convertido en este experimento de
humillación.
—Créeme. Tendrás más espectadores de los que podrás manejar —le
aseguró Brooks.
—Bien. —El señor Conrad asintió una vez—. Tendrás la oportunidad de
demostrarlo esta noche.
Mis cejas se fruncieron.
—¿Perdón? ¿Qué está pasando esta noche?
—La cita número dos, eso es lo que pasa. —El señor Conrad abrió su
65
primera lata de refresco de dieta del día y tragó la mitad de un trago.
—Es lunes por la noche. —Miré a Brooks en busca de apoyo, pero no se dio
cuenta.
El señor Conrad terminó el resto de su refresco antes de dejarlo en el bote
de basura. Esbozando una gran sonrisa.
—La búsqueda para demostrar que el amor es verdadero o falso nunca
descansa, señorita Arden.

—¿Viste su artículo? —Me detuve en la acera para meter el periódico en mi


bolso, tratando de no dejar caer mi teléfono metido entre mi oreja y mi hombro
mientras lo hacía.
—¿Te refieres al artículo de “Qué no hacer en una primera cita” publicado
en el periódico de ayer? —Por su voz, podía imaginar la cara de Quinn. Cuando
hice un sonido de mm-hmm, continuó—. No lo leí. Escaneé el título y seguí pasando
las páginas.
—¿Sabes cómo puedo saber cuando estás mintiendo? —Miré hacia arriba
donde se suponía que iba a reunirme con él para la Cita Dos, mi postura cayó. El
Club Darwin no podría haber estado más lejos de mi escena—. Tu voz se pone muy
chillona y empiezas a decir un millón de palabras por minuto.
En el otro extremo, Quinn gruñó:
—Está bien. Bien. Lo leí. Cada palabra fue un insulto para el idioma español.
—Hizo una pausa para respirar—. ¿Feliz ahora?
—No. Teniendo en cuenta que prácticamente lo escribió como un reflejo
directo de lo que sucedió en nuestra primera cita.
—Espera. ¿Su primera cita real o su primera cita falsa?
Mi cabeza cayó hacia atrás.
—La falsa.
—No creo que se haya dirigido específicamente a ti. Creo que fue más una
noticia de última hora para el mundo. Un anuncio de servicio público para todas
las personas solteras en el planeta. —La voz de Quinn aún era chillona, y estaba
hablando como si un acelerador se hubiera plantado en su tráquea.
—Voy a escribir mi propio artículo sobre lo que no se debe hacer en una
66
primera cita. Necesitaré dos veces el recuento de palabras para terminar, pero le
mostraré exactamente quién necesita indicadores cuando se trata de citas. —Al
revisar la hora, vi que ya estaba llegando tarde… lo que me dio ganas de
demorarme unos minutos más.
—Eso le enseñará.
Me apoyé en el edificio detrás de mí.
—Me tengo que ir. Tengo una segunda cita con un idiota en el Club Darwin.
—Y aquí estaba a punto de sentir pena por mí misma por pasar esta noche
acurrucada con una caja de Lucky Charms y las noticias destacadas de la NBA. —
En el momento justo, lo que sonaba como cereal vertiéndose en un tazón sonó en
el otro extremo—. Buena suerte. Llámame si necesitas apoyo moral, mental o
físico.
—Gracias. Me pondré en contacto contigo por la mañana.
Ajustándome la chaqueta, me dirigí hacia la entrada del club. Estaba usando
tacones, no zapatos de abuela, y me sentí como una novata de circo que intenta
equilibrarse sobre zancos por primera vez.
Ocho de la noche un lunes, y una multitud ya se había reunido afuera, si eso
indicaba lo popular que era este lugar. Era el lugar donde se veía a la gente, que
era perfecta para alguien que prefería ir por una vida sin comportamientos de
búsqueda de atención.
Por la mirada en la cara del tipo que custodiaba la entrada, el infierno
tendría que congelarse antes de dejarme entrar, pero luego una cara familiar me
saludó desde detrás de la cuerda de terciopelo.
—¡Arden! —gritó Jimmy por encima del ruido.
El portero ya tenía la cuerda suelta, haciéndose a un lado para dejarme
pasar.
—Oye, vaya, mírate —me saludó Jimmy—. Fuiste en dirección opuesta al
viernes por la noche.
Mi mirada siguió a la suya mientras pensaba en mi selección de vestuario.
—¿Es esa la forma de Jimmy de decirme que me veo como una prostituta
de cinco dólares?
Jimmy soltó una carcajada y me apartó antes que nos moviéramos por las
puertas.
—Cincuenta dólares por lo menos. —Eso le valió un codazo en el costado
mientras luchaba con la maquinaria en su cabeza—. De acuerdo, entonces Conrad
quiere que comencemos a hacer mini entrevistas antes de cada cita. Solo unas
pocas preguntas que le hago a cada uno de ustedes antes que comience la cita. Así 67
podemos escuchar, en sus palabras, cómo están progresando las cosas. —Jimmy
se giró hacia mí, ajustando mi posicionamiento solo así—. Grabaré cada una de sus
entrevistas, luego las pondré al final de la cita para que los espectadores puedan
verlas.
—¿Ya hiciste la de Brooks?
—Ya está lista. —Jimmy comenzó a contar con los dedos, sin dar ninguna
otra advertencia.
Mis ojos hicieron lo de abrirse y cerrarse antes de componerme mientras él
daba la señal de grabación.
—De acuerdo, Hannah, alias, señorita Romance, estamos a una cita de este
experimento social para demostrar qué escuela de pensamiento es la correcta en
lo que se refiere al amor y las relaciones. —Jimmy estaba sosteniendo una tarjeta
de referencia, su voz sonaba exactamente como si leyera de una—. ¿Ha cambiado
su opinión, de alguna manera, después de pasar un tiempo con el señor Realidad?
Le di una pequeña sonrisa.
—De ningún modo. En todo caso, solo estoy más segura de mi creencia de
que el amor es una entidad real e indiscutible.
Jimmy levantó un pulgar y continuó con la siguiente pregunta.
—¿Han cambiado tus sentimientos por Brooks?
Tuve que morder el interior de mi mejilla para evitar soltar las primeras
palabras que me vinieron a la mente. Al señor Conrad se le habían ocurrido estas
preguntas, al igual que se le había ocurrido esta idea. Si quisiera convertirme en
una estrella de reality de citas, me hubiera apuntado a Bachelorette.
Sosteniendo mi sonrisa tensa, respondí:
—Siento lo mismo por Brooks ahora que antes.
Jimmy miró la nota en sus manos.
—¿Cuál es la cualidad que más admiras de Brooks?
Mi cara cayó. No esperaba ese tipo de pregunta, guardando lo peor para el
final. Mientras masticaba mi respuesta en mi labio, mi mente vetó toda respuesta
potencial. Tomado de una postura de objetividad, Brooks tenía una larga lista de
cualidades admirables… pero era la última persona en estar en la posición de verlo
desde un punto de vista objetivo.
Jimmy movió su mano mientras mi silencio continuaba. Ahí estaba yo, una
persona que se ganaba la vida como escritora, y no podía encontrar una respuesta
de pocas palabras a una pregunta básica.
Mis axilas estaban húmedas cuando algo pasó por mis labios. 68
—Tiene buenos antebrazos.
Jimmy se tapó la boca para no reírse, mientras me encogía bajo la
humillación de lo que había dicho. ¿Tiene buenos antebrazos? Santo Dios. No podía
decir nada bien. Incluso si tenía los antebrazos más notables de la existencia,
¿quién mencionaba eso como la cualidad que admiraban en otro ser humano?
Oh, sí, esa sería yo, la mujer que impulsó su carrera hacia el suelo.
Jimmy presionó el botón de grabación y la luz verde dejó de parpadear.
—Eso fue un desastre. —Me limpié las palmas de las manos en mi vestido—
. ¿Puedes por favor hacerme esa tercera pregunta otra vez?
—Lo siento. —Jimmy se dirigió a la entrada—. Conrad dijo que no hay
edición ni regrabaciones. Quiere que las respuestas no sean ensayadas y sean
crudas.
—Acabo de decir antebrazos en video. —Tuve que apresurarme para
alcanzarlo, lo que me hizo tambalear como un caballo recién nacido gracias a los
tacones que tenía puestos—. No puedo dejar que el mundo escuche eso.
—¿Por qué no? Tiene unos antebrazos carnosos. —Jimmy me abrió la
puerta, el ruido de la música cayó sobre mi cuerpo cuando entré—. No me mires
así. Solo porque noté que son sólidos no significa que fui el que lo admitió al
mundo.
No me perdí la forma en que tuvo cuidado de apartarse un par de pasos
adicionales, solo fuera del alcance de mi brazo.
—Jimmy…
—Lo siento. No puedo ayudarte Necesito este trabajo, y no me atrevería a
no pensar que Conrad me despediría si se enterara que hice alguna edición. —
Jimmy levantó las manos mientras caminábamos adentro—. Confía en mí, en
cuanto a las respuestas que podrías haber dado, no fue tan mala.
—No. Fue peor —murmuré.
El club estaba muy concurrido, aunque no era uno de esos lugares en los
que los cuerpos se amontonaban hasta que ya no quedaban asientos. En el
exclusivo local, los muebles de cuero blanco y los pisos de baldosas brillaban con
la suave luz púrpura. Los hombres estaban vestidos con trajes, las mujeres con
vestidos ceñidos, e incluso los empleados estaban muy bien vestidos, aunque sus
trajes y vestidos eran de alabastro.
Me sentí tan fuera de mi elemento, que Conrad podría haber sugerido un
lugar submarino para nuestra segunda cita. 69
—¿Soy yo, o este lugar puede ser la raíz de la pretensión?
Jimmy hizo un sonido de cacareo.
—No sólo tú.
Mientras escudriñaba el vasto espacio en busca de Brooks, se me ocurrió
una pregunta.
—¿Qué dijo cuando le hiciste la última pregunta?
Jimmy se frotó la boca.
—Vas a tener que preguntarle a él.
—¿Una pista?
—Digamos que fue mucho más profunda que tu respuesta.
Mis hombros cayeron, y cuando estaba a punto de pedirle que se
expandiera sobre eso, Jimmy comenzó a hacer su cuenta regresiva de dedos.
Cuando se quedó con un dedo, fue cuando vi a Brooks. En la pista de baile, un trago
en una mano, la curva de la cintura de una morena en la otra.
¿En qué parte de los manuales de citas decía que estaba bien bailar con una
mujer cuando se suponía que ibas a estar en la segunda cita con otra mujer? A mi
lado, me di cuenta de que Jimmy se movía entre mi cara y la de Brooks, moviéndose
con una mujer que me hacía ver como un menos dos.
Asegurándome de no dejar que se notara mi molestia, busqué en la
habitación una mesa vacía. Cuando encontré una, me dirigí directamente hacia
ella, tratando de ignorar a Brooks y a su compañera. Sin embargo, era una tarea
que no podía cumplir. Especialmente cuando lo veía moverse de la forma en que
lo hacía, me hizo pensar en aquella noche en que su cuerpo se había movido con el
mío.
Una onda expansiva se apoderó de mi columna vertebral mientras trataba
de sacar esos recuerdos de mi mente. Para alguien tan tenso y odioso como él, el
hombre podía moverse. Su mente era rígida, su cuerpo suelto.
Cuando me deslicé dentro de la cabina, apuntalada detrás de la pequeña
mesa blanca, miré a todos lados menos a Brooks. Jimmy cambió la cámara entre la
pareja bailando hablando y riendo, y yo, sola y esperando.
Juro que este experimento social se había convertido en una búsqueda para
hacerme ver lo más patética posible.
Brooks debe haber notado a Jimmy, porque se las arregló para alejarse de
la femme fatale y honrarnos con su presencia. Una vez más, traté de poner mi
expresión lo más ilegible posible, porque no quería que supiera que me importaba 70
con quién hacía qué. Porque no lo hacía.
—Y yo que pensaba que me habían dejado plantado. —Brooks se ajustó la
chaqueta mientras se acercaba.
—Siento llegar tarde. Pero parece que encontraste una forma de pasar el
tiempo. —Mi mirada se dirigió hacia la morena que aún estaba allí, intentando que
volviera con la mirada en sus ojos.
—¿Qué es eso? —Brooks se dio golpecitos en la oreja mientras se deslizaba
a mi lado—. ¿Es una nota de celos lo que detecto?
—Ja —resoplé, moviéndome a un lado—. Es una nota de indiferencia.
Puedes bailar con quien quieras. No podría importarme menos.
El extraño colorido y las sombras de la habitación dibujaron extraños
patrones en su cara.
—¿Y si quiero bailar contigo?
Volteretas.
Me dolió el estómago.
Lo excusé como indigestión por las papas fritas y el queso de antes.
—Diría que no bailo.
Me dio una mirada que insinuaba exactamente lo que estaba pensando.
—Y yo lo llamaría mentira.
Jimmy hizo la mímica de pasar un dedo cortando su cuello, pero no creo que
Brooks se diera cuenta. O le importara.
—Vamos. Es un club. Hay música. Baila conmigo. —En sus ojos, había un
desafío—. No sería la primera vez.
Mi espalda se endureció cuando me recordé una vez más de mantener mis
emociones fuera de mi rostro.
—La primera vez fue la última vez.
Brooks no admitió mi respuesta, sino que levantó la mano llamando a un
servidor que estaba escaneando el club.
—Te pedí un trago.
—Y te dije que no tomo bebidas alcohólicas en una cita.
—Lo que es exactamente por lo que te pedí H20 —Brooks cogió el vaso alto
de la bandeja después de que el servidor se detuviera en nuestra mesa—, con un
toque de limón.
71
Lo miré sospechosamente mientras colocaba el vaso frente a mí mientras
el servidor colocaba un vaso de ginebra junto a él. Antes de tomar un trago, lo
olfateé, sólo para asegurarme de que realmente era agua.
—¿Por qué con limón? La mayoría de la gente le pone lima al agua —
pregunté mientras exprimía el gajo verde en mi bebida.
—Demasiado ácido.
Mi frente se arrugó.
—Los limones son ácidos.
—No, los limones son agrios.
—¿Hay una diferencia?
Brooks tomó un sorbo de su bebida, sin mirar más el gajo de limón.
—El ácido es insoportable. El agrio es irresistible.
Aguanté su mirada demasiado tiempo.
—¿Y qué? —Dio otro sorbo de su bebida, acercándose más—. ¿Estás más
cerca de enamorarte de mí?
Hasta los ojos de Jimmy se abrieron de par en par.
Haciendo un alto en el camino al tomar un trago de agua, compuse una
respuesta apropiada dada la pregunta.
—No. Pero no es tu culpa que seas un imbécil, así que no seas tan duro
contigo mismo.
Una vez más, Jimmy pasó su dedo a través del cuello, pero fue a medias,
como si estuviera resignado al hecho de que no íbamos a editar nosotros mismos
en un futuro próximo.
—Si no te enamoras de mí, tendrá más que ver contigo siendo una arpía
invertible que yo siendo un cretino insufrible. —Me dio un codazo, lo que me hizo
flaquear—. No importa quién sea el hombre, Satanás o Adonis, incluso tardaría
meses en atravesar esa corteza acorazada odia hombres.
Realmente debería haber sido más disciplinada cuando se trataba de mi
resolución de Año Nuevo de meditación diaria.
—No odio a los hombres.
La cabeza de Brooks se cayó hacia atrás, una carcajada la siguió.
—Oh, es cierto. Sólo esperas que seamos perfectos todo el tiempo. Si no lo
somos, entonces nos odias.
72
Inhala paz. Exhala ira. Pensé que eso era lo que ese libro de meditación
había sugerido. Las tres páginas que leí.
—No odio a los hombres —dije.
Se inclinó como si quisiera contarme un secreto.
—Me odias.
—Tengo una muy buena razón para odiarte.
Brooks fingió una expresión herida.
—¿Qué razón es esa? Porque por lo que recuerdo, tienes tres buenas
razones para no odiarme.
Me llevó un momento darme cuenta de lo que quería decir. Esas tres
razones de la noche en que cometí el mayor error de mi vida.
—Hay tres millones de razones para…
—Para que me ames —interrumpió.
Mis dedos se apretaron más alrededor de mi vaso.
—Oh, y por cierto, eres un egoísta, arrogante, engreído…
—¿Cretino? —Brooks chocó su vaso contra el mío, el brillo de sus ojos
diciendo que amaba cada segundo de esta diatriba—. Por cierto, todo el mismo
significado. Es redundante para un periodista que sabe el precio de cada palabra.
Por unos minutos, me había olvidado de Jimmy y la cámara y los
espectadores. Eso cambió cuando un servidor se acercó a nuestra mesa y me trajo
de vuelta a la realidad.
—Esto es de la mujer del bar —dijo mientras ponía un trago delante de
Brooks. Estaba mal; él no bebió el alcohol oscuro que había dentro.
—Cuál —preguntó, sus ojos recorriendo la fila de mujeres de lado a lado de
la barra como si estuviera clasificando su capacidad de tener relaciones sexuales.
El servidor ya se había ido cuando hizo su pregunta, pero supongo que fue
más bien para irritarme que para satisfacer una curiosidad.
—Sé lo que estás haciendo —dije antes de fingir un bostezo.
Brooks se volvió hacia mí.
—¿Qué estoy haciendo?
Lo ignoré, haciendo girar mi pajita en el agua.
—Tratando de ponerme celosa con la esperanza desesperada, de que me
lanzaré hacia ti cuando sepa lo solicitado que estás. Pero déjame decirte algo: Las 73
citas no tienen nada que ver con la oferta y la demanda.
Brooks apartó la bebida.
—Por supuesto que sí. Cuantos menos hombres o mujeres haya
disponibles, más demanda habrá.
No pude evitar la cara que puse con su respuesta.
—Por supuesto que verías las relaciones como una clase de Economía 101.
—Eso es porque casi todo en esta vida está ligado a la economía, ya sean los
precios de la energía o los pretendientes potenciales. —Brooks me hizo un gesto—
. Y estás celosa. De lo contrario, no habrías sacado el tema en primer lugar.
Este hombre tenía talento para hacer hervir mi sangre al instante. Me mordí
la lengua por un momento.
—Lo único de lo que estoy celosa, es que esas mujeres no están sentadas a
tu lado, en mi lugar, ahora mismo.
Un ruido emanó de su pecho.
—Sabes, dicen que el desdén es amor velado en sus inicios. Así como un día
el amor se convierte en un desdén enmascarado. —Levantó su vaso de ginebra
como si estuviera haciendo un brindis—. Es el círculo de la vida.
Mi cuerpo se alejó de él mientras calculaba cuántos minutos más tendría
que quedarme para que esto contara como una cita.
—¿Quién dice eso? ¿Adam Smith, el padre de la economía moderna?
Antes de que Brooks pudiera responder, mi teléfono sonó con un mensaje
de texto. Un momento después, también lo hizo el de Brooks. El mío era del señor
Conrad y breve, aunque al grano. A juzgar por el suspiro de Brooks, su mensaje era
idéntico al mío.
Se metió el teléfono en el bolsillo y extendió la mano.
—¿Qué dices de ese baile?
Mis manos permanecían cruzadas en mi regazo.
—Digo que es una mala idea —dije mientras estaba de pie, el mensaje de
Conrad sonando en mis oídos como si lo hubiera gritado.
—Y muchas malas ideas han sido el catalizador de algo grande.
Cuando lo encontré al frente de nuestra mesa, no me perdí la forma en que
me miraba. Apreciándome de una manera que no había sentido en mucho tiempo.
—No puedo pensar en un solo ejemplo de la vida real de que eso sea cierto
—dije, bajando las manos por mi vestido. 74
—Y puedo pensar en un sinfín de ellos. Esa es la diferencia entre tú y yo.
Crees que sólo hay un camino a un destino, mientras que yo veo cientos. Ves la vida
como una gran búsqueda para encontrarlo, mientras que yo digo que ya lo has
encontrado.
Sus palabras hacían que me doliera la cabeza mientras nos movíamos hacia
la pista de baile, Jimmy flotando delante de nosotros. Para un bárbaro, Brooks
tenía una profundidad sorprendente. Era una lástima que la profundidad fuera
totalmente errónea en su lógica, pero eso demostraba que había pasado algún
tiempo reflexionando sobre la vida en lugar de vagar por ella.
—¿He logrado lo imposible y potencialmente silenciado a la señorita
Romance? —El brazo de Brooks empujó el mío.
Tal vez lo hizo. Pero definitivamente no necesitaba saberlo.
Mi cabeza se inclinó mientras me giraba para mirarlo.
—Pensé que se suponía que íbamos a bailar, no a debatir.
—Pensé que podías hacer las dos cosas. —Cuando se volvió hacia mí, una
de sus manos se deslizó alrededor de mi cintura.
El aire se sentía como si estuviera siendo desviado de mis pulmones.
—Poder es diferente a deber —dije, escuchando mi voz tambalearse un
poco cuando su otra mano encontró su camino alrededor de mi espalda—. Y si no
quieres un rodillazo en un área responsable de tu futura descendencia,
mantengamos nuestros debates a una distancia prudente.
Su pecho se estremeció contra el mío por su sonora risita.
—Me parece justo.
Cuando Brooks se me acercó, sus pies bamboleándose entre los míos, me
quedé helada, sintiendo como si hubiera perdido toda la función de mis miembros.
Baila, me instruí, pero no podía recordar la última vez que bailé. Al menos no una
vez en la que no estuviera encerrada en mi baño mientras Prince me acompañaba
durante mi rutina matutina.
Incluso en la escuela secundaria, al único baile formal al que había asistido,
había ido con amigos, no con una cita. La forma en que uno se movía con los amigos
era totalmente diferente a la forma en que uno bailaba con un hombre.
Al parecer, Brooks se dio cuenta de mi incertidumbre y se acercó un poco
más, dirigiendo y guiando lentamente mi cuerpo. La música y otras personas se
desvanecieron hasta que todo lo que pude distinguir fue el aburrido sonido de los
tambores.
—¿No eres una gran bailarina? —dijo, en voz baja, supuse que el micrófono 75
de Jimmy no lo habría detectado.
—Baile o el dentista. Esto es un cara o cruz en relación a cuál prefiero hacer.
—Mis manos buscaron un lugar donde dejarse caer. Terminaron envueltas sobre
sus hombros, lo que parecía un lugar razonable.
—Eres buena siguiendo el ritmo —dijo mientras se las arreglaba para
manipular mi cuerpo lo suficiente como para que no pareciera que estaba teniendo
una convulsión.
—Sí, claro. —Miré a Jimmy a unos metros de distancia. Con todo el ruido y
los cuerpos, era poco probable que pudiera captar algo de nuestra conversación,
pero aun así me encontré bajando la voz.
Los hombros de Brooks se alzaron bajo mis manos.
—Bailar es exactamente como tener sexo, excepto que estás vertical y
tienes la ropa puesta.
Mi columna vertebral se estremeció por la imagen que saltó a mi cabeza.
—¿Así que tienes mucha experiencia en el sexo?
—Cuando se trata de experiencia, hablamos de calidad, no de cantidad.
Sus caderas se balanceaban contra las mías, responsables de hacer que mis
uñas se clavaran en su camisa más fuerte de lo que pretendía.
—¿Entonces has tenido sexo de calidad?
Sus ojos azules oscurecieron algunos tonos.
—¿Cuál es tu opinión al respecto? Dada tu experiencia personal.
Mis ojos se fijaron en Jimmy. Todas esas personas que miraban… aunque
no podían oír lo que estábamos diciendo, las expresiones podían insinuar el tenor
de nuestra conversación.
—No te preocupes. —La boca de Brooks bajó hasta mi oreja—. No voy a
decirle al mundo que te acostaste con un tipo cuyo nombre no sabías. Eso sería
demasiado fácil.
Mi rodilla se movió por contenerme.
—Y no te preocupes, no voy a decirle al mundo el tamaño de tu…
—No dañaría exactamente mi caso, ¿verdad? —Sus cejas se levantaron
mientras me sonreía.
Exhalé, sabiendo que discutir no tenía sentido. En el caso de Brooks, su ego
coincidía con el apéndice que colgaba entre sus piernas.
Mis ojos se encontraron con los suyos, el desafío en ellos se reflejaba en los
76
de Brooks.
—Nunca vas a probar tu punto de vista, ¿sabes?
Brooks me acercó abruptamente, enviándome el más leve estremecimiento
por la espalda. Él no se lo perdió.
—Ya lo he probado. —Sonrió—. Ahora sólo tengo que probárselo al mundo.
La audiencia estaba arriba. La Cita Dos había atraído a más espectadores de
lo que incluso Conrad había esperado tan pronto. Estaba prácticamente
saboreando lo que conseguiría con la Cita Tres.
Yo, por otro lado, lo estaba temiendo. En parte debido a la cantidad de
espectadores… y en parte debido a Brooks. Al final de nuestra segunda cita, Brooks
se ofreció a llevarme a casa, pero en lugar de eso decidí tomar un taxi. Necesitaba 77
mantener mi tiempo con él lo más mínimo posible porque, por más difícil que fuera
admitirme esto, sentí que algo se movía por dentro. Las mismas conmociones que
había sentido aquella noche juntos. Estaba segura de que no era más que un anhelo
carnal, pero cualquier urgencia en lo que concernía al señor Realidad tenía que
ocultarse hasta que se extinguiera.
—Si regresamos ahora, llegarás a tiempo para el club de rummy —dije
mientras maniobraba la silla de ruedas de la señora Norton en el camino.
—¿Nos acompañarás esta vez, cariño? —La señora Norton apretó el nudo
de la bufanda que rodeaba su cabello. La brisa estaba fuerte hoy.
—Todavía me estoy recuperando de la última vez que perdí jugando con
tus tiburones de cartas, así que probablemente no.
—Cuando vives en una casa de ancianos y todo lo que tienes es tiempo en
tus manos, te vuelves hábil en las cartas, los rompecabezas y los chismes. —Me
devolvió la sonrisa—. Toda la vida glamorosa.
—¿Estás lo suficientemente cálida? —pregunté mientras una ráfaga de
viento atravesaba el parque. Estaba envuelta en un abrigo grande y una manta
alrededor de su regazo, pero recordé que mi abuela nunca podía mantenerse
abrigada durante los últimos años de su vida. La encontraba con un suéter y
zapatillas en una tarde de julio, y con una taza de Earl Gray.
—Vale la pena el frío por el aire fresco. —La señora Norton inhaló,
observando las vistas—. Eres un amor por pasar tus domingos con nosotros,
cuando solo hay alrededor de un millón de otras cosas que una persona de tu edad
podría y debería estar haciendo.
Tuve que apretar mi mandíbula cuando nos acercábamos a una colina. A
pesar de que era leve y el camino estaba pavimentado, mi resistencia estaba a la
par con la de un teleadicto.
—No hay otro lugar donde prefiera pasar los domingos que aquí.
—¿Incluso después de haber fallecido tu abuela?
—Especialmente ahora. —Disminuimos la velocidad a menos que la de un
caracol mientras mi corazón latía con fuerza por el esfuerzo. Odiaba esta maldita
colina—. Todos me recuerdan a ella. Parte de ella todavía se siente viva aquí.
—Tu abuela no dejaba de hablar de ti. Estaba muy orgullosa. —La señora
Norton me miró, la preocupación exageraba sus arrugas. Probablemente estaba
preocupada de que estuviera a punto de desmayarme y mandarnos a ambas a
rodar cuesta abajo—. Pero tenía todo el derecho de estar orgullosa de ti. Te
convertiste en una de esas personas que cambiarán el mundo, en lugar de otra con
la intención de destruirlo. —Una de sus manos se apoyó en la rueda de su silla de 78
ruedas, intentando ayudarme un poco en la colina—. Como ese insoportable señor
Realidad. Qué ser humano más atroz, y ahora estas forzada a salir con él… —La
señora Norton se sobresaltó, sacudiendo la cabeza—. Si alguna vez se cruza en mi
camino, le voy a dar una parte de mi mente. La pieza que he retenido durante
noventa y cinco años.
Haciendo una pausa para recuperar el aliento, me aseguré de poner los
frenos en la silla de ruedas. La señora Norton no había sobrevivido a una gran
depresión, a una guerra mundial, y dio a luz a seis hijos para ver sus últimos
momentos en esta tierra rebotando hacia atrás por un sendero natural.
—Si tu abuela estuviera alrededor para escuchar todo esto… tendría algo
que decir al respecto. Algo que quemaría las orejas de un marinero.
Sacándome el cabello de la cara, empujé las mangas de mi suéter más allá
de mis codos.
—Si la abuela todavía estuviera cerca, me recordaría que no permitiera que
nadie ni nada se interponga en lo que quiero. Y quiero ese trabajo como jefe del
departamento de Vida y Estilo. Si tengo un noviazgo con un ser humano atroz
atado a eso, puedo manejarlo.
—Ser humano atroz, ¿eh? —Una nueva voz me sorprendió por detrás—.
Pensé que había sentido mis oídos zumbar hace un kilómetro.
Identifique la voz un instante antes de que mi cabeza girara. Mis ojos se
abrieron cuando vi quién estaba de pie junto a mí, usando nada más que unos
pantalones cortos y zapatillas de correr.
—¿Qué…? —Comencé, sonando tan confundida como me sentía—. ¿Qué
estás…? —Las palabras se atoraron de nuevo en mi garganta.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —completó Brooks, dándome una media
sonrisa cuando me atrapó revisando su pecho—. Acosándote. Obviamente.
Mis cejas se juntaron.
—¿Por qué…?
—Hannah, eso fue una broma. —Hizo un gesto a sí mismo, tirando de la
camiseta que colgaba de sus pantalones cortos para limpiarse la cara sudada—.
Salí a correr —Notó mi expresión—. Ya sabes, una carrera. Esfuerzo físico. El ritmo
cardíaco elevado. ¿Ese tipo de cosas?
La cabeza de la señora Norton se movía de él hacia mí, casi boquiabierta
entre nosotros de la forma en que lo hacía cuando uno de sus programas favoritos
estaba encendido.
—Pensé que habías encontrado un apartamento cerca de la oficina.
79
—Lo hice. —Se encogió de hombros mientras se movía para limpiarse el
cuello.
—Eso tiene que estar por lo menos a quince kilómetros de aquí —dije.
Mirando su reloj, inclinó la mano.
—Más bien unos veinte. Los domingos son mis días de recorridos largos. —
Debo haber estado haciendo una mueca, porque eso lo hizo reír.
—Una carrera larga es de dos kilómetros —dije.
—Dos kilómetros son un calentamiento. —Entonces recordé algo de la
suciedad que Quinn y yo habíamos desenterrado de él el fin de semana pasado.
—Eres uno de esos fanáticos del ejercicio, ¿verdad?
—Soy uno de esos fanáticos a los que les gusta estar saludables.
—Podrías correr cinco kilómetros y estar saludable —dije.
—Me gusta el reto.
Fue entonces cuando la señora Norton me recordó su presencia y se aclaró
la garganta.
—Oh, lo siento. Susan Norton, conoce a Brooks North. —Hice un gesto entre
ellos, sin obviar la forma en que la señora Norton estaba mirando a Brooks como
si fuera un cono de helado que se derrite bajo el sol del verano—. Brooks, te
presento a la señora Norton.
—Un placer. —Brooks mostró esa sonrisa pícara cuando le tendió la mano.
—Ciertamente. —La señora Norton se sonrojó como una colegiala. Querido
Dios, ¿el efecto de este hombre en las mujeres no tiene límites, ni siquiera de
edad?—. ¿Por qué no me dijiste que tu novio era tan amable a los ojos, Hannah?
Le lancé una mirada. ¿No era la mujer que acababa de hablar mal del
"humano atroz" que me veía obligada a soportar?
—Sí, ¿por qué no le dijiste que era tan guapo? —Brooks se cruzó de brazos,
lo que dificultó aún más que no mirara su pecho.
—Porque hay poco, si no es que nada, que contar. —Quitando los frenos de
la silla de ruedas, me preparé antes de intentar empujar a la señora Norton el resto
del camino cuesta arriba.
—Ya te dije que puedo saber cuando estás mintiendo.
—No, te has engañado haciéndote creer que miento cuando digo algo que
no se corresponde con tu visión del mundo de que eres impecable.
Brooks se colocó a mi lado, parecía que estaba listo para saltar si me daba
un ataque al corazón.
80
—Tengo un defecto o do, —dijo, sacando su camiseta sobre su cabeza. La
señora Norton expresó lo que pensaba al respecto con un largo suspiro—. Pero
esos no tienen nada que ver con mi apariencia. O mis antebrazos, ¿no es así?
Mi cara se calentó cuando me di cuenta de que había escuchado mi
humillante respuesta de la otra noche.
—Tu grado de arrogancia es repugnante.
—No es arrogancia si es la verdad, cariño. —La señora Norton agitó su dedo
hacia mí, disparando otra sonrisa en la dirección de Brooks.
¿La puedo llamar traidora?
—¿Podrías, por favor, dejar que te ayude? —Brooks en realidad intervino,
agarrando una de las manijas de la silla de ruedas que sostenía—. Parece que la
vena en tu frente está a punto de estallar.
—Si estalla, es porque me estás molestando con tu presencia, no por el
esfuerzo físico. —Le aparté la mano y seguí moviéndome un poco por encima del
ritmo de un caracol.
—¿Por qué no dejas que te ayude? Parece que vas a tener un ataque de
asma. —La señora Norton se retorció en su silla, con los ojos llenos de
preocupación—. Dime que tienes tu inhalador.
—Espera. ¿Tienes asma? —Brooks hizo una pausa antes de volver
corriendo a mi lado—. Entonces no voy a preguntar. Te lo estoy diciendo. —Su
hombro chocó contra el mío mientras intentaba apartarme del camino—. Hazte a
un lado.
La oleada de enojo que sentí por el hecho de que me dijeran qué hacer me
dio un nuevo impulso de energía.
—No. No puedes "decirme" nada. —Empujé contra él, mi agarre de las asas
se adentraba en el territorio de agarre de muerte—. Y camino esta colina todo el
tiempo.
—¿Empujando una silla de ruedas?
—Sí —gruñí cuando la cima de la colina apareció a la vista.
—La última vez que lo hizo, le dio un ataque —agregó la señora Norton.
—No fue un ataque. —Le disparé otra mirada a Brooks cuando parecía que
estaba a punto de intervenir de nuevo—. Fue un episodio.
—Uno que te llevó diez minutos tumbada en el suelo para recuperarte. —
La señora Norton señaló un parche de hierba como si ese fuera el lugar en el que
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me había derrumbado el mes pasado durante mi "episodio".
Cuando finalmente alcanzamos la cima de la colina, exhalé con alivio,
sintiendo que acababa de ganar una medalla de oro olímpica.
—No te ves tan bien. —Brooks me estudió mientras seguía caminando por
el sendero nivelado.
—¿Viniendo de ti? Lo tomaré como un cumplido. —Mantuve mi mirada
hacia adelante e intenté ignorar la forma en que mis extremidades se sentían como
una masilla y mi pecho se estaba apretando de una manera familiar.
—No, de verdad. Estás blanca como un papel. —Cuando la cara de Brooks
bajó a la mía, había una preocupación real en su rostro. No del tipo fabricado.
—Estoy bien. —Jadeé, mirando el banco del frente y preguntándome si
podría hacerlo.
—Por supuesto que estás bien. Si por eso quiere decir que no estás del todo
bien. —Brooks no jugó esta vez cuando se movió detrás de la silla de ruedas de la
señora Norton, situándome a un lado con un movimiento ágil—. ¿Puedes llegar a
ese banco?
—Por supuesto que puedo —respondí, aunque no estaba tan segura como
sonaba.
—Tienes tu inhalador, ¿verdad? —La señora Norton miró mi bolso colgado
de mi cuerpo.
Asentí porque sonaría como una rana moribunda si abriera la boca para
responder.
—Hannah, por el amor de Dios. Voy a tirarte sobre mi hombro y correr a la
primera sala de emergencias que pueda encontrar si no te sientas y recuperas el
aliento. —Brooks dejó de empujar a la señora Norton, mirando el trozo de hierba
a nuestro lado.
—La cámara no está rodando. No tienes que fingir que te importa. —Logré
llegar al banco y hurgué en mi bolso una vez que me derrumbé.
—No estoy fingiendo. —Puso los frenos en la silla de ruedas y se agachó a
mi lado todavía luchando por desenterrar mi inhalador. Metió una mano y lo sacó.
Cuando lo agarré de él y tomé mi primera bocanada, dejó escapar una larga
exhalación—. Si mueres, obtengo el trabajo, y luego siempre seré conocido como
el tipo que obtuvo el trabajo por descarte. Cuando lo obtenga, quiero que sea
porque me gané ese título.
Cuando me incliné hacia adelante y continué enfocándome en mi
respiración, golpeé mi rodilla contra la suya.
—Si. No cuando. 82
—Pobre niña. —La señora Norton me frotó la espalda—. Vamos a llevarte
adentro una vez que te sientas lista para moverte.
—Estoy bien —dije, apartándome del banco, avergonzada porque Brooks
había presenciado lo que tenía. No quería que supiera que poseía algún tipo de
debilidad.
—Tómate un minuto —dijo Brooks, levantándose conmigo.
—No necesito un minuto. Estoy bien. —Tan pronto como las palabras
salieron de mi boca, mis piernas se derrumbaron debajo de mí.
Los brazos de Brooks volaron a mi alrededor antes de que llegara lejos.
—¿Por qué haces de tu misión hacer lo contrario a lo que te pido? —Ajustó
su agarre a mi alrededor justo antes de levantarme en sus brazos por completo.
Me quedé sin aliento por la sorpresa. No estaba acostumbrada a ser
arrojada a los brazos de un hombre contra mi voluntad, especialmente a un
hombre que se movía con la clase de facilidad que sugería que estaba llena de
plumas.
—BÁJAME.
Brooks ignoró mi mirada de muerte, mirando a la señora Norton.
—¿Estará bien aquí por unos minutos solo mientras la llevo adentro? —
Inclinó la cabeza hacia las instalaciones de Glendale Assisted Living.
—No, ella no estará bien. Y tampoco lo estarás si no me bajas antes de que
termines de respirar. —Me moví contra él, pero todo lo que hizo fue hacer que sus
brazos se tensaran.
La señora Norton nos despidió.
—Estaré bien. Me encantarían unos minutos más de aire fresco de todos
modos. Tómate tu tiempo, guapo. —La forma en que le guiñó un ojo me hizo
preguntarme si había algún tipo de mensaje oculto detrás de eso—. Justo dentro
de las puertas, hay una sala de estar, o son bienvenidos en mi habitación si quieren
algo de privacidad.
—No queremos privacidad —dije mientras la señora Norton buscaba sus
llaves en su bolso.
—Ya vuelvo —le dijo Brooks antes de subir por el camino que conducía a la
entrada de Glendale.
—Bájame —repetí, probando mi mirada más sensata.
—No.
Mis fosas nasales se ensancharon.
83
—Por favor, bájame.
Su ritmo se aceleró.
—No.
Mi mano golpeó su pecho.
—Eres un cretino.
—Y tú tampoco eres una princesa.
Un gruñido molesto salió de mí cuando pasamos a través de las puertas
corredizas de vidrio. En otras circunstancias, ser llevada por un joven no hubiera
sido tan exasperante. De hecho, esto era el oro de la señorita Romance, si hubiera
podido intercambiar al hombre, pero en lugar de eso, me encontré atascada en los
lodos de la señorita Romance.
Afortunadamente, la sala de estar estaba vacía y, aparte de unos pocos
residentes que se tambaleaban por el pasillo esperando el servicio de café de la
tarde, nadie estaba presente para presenciar el espectáculo.
—¿Me bajarías ahora? —Mi voz hizo eco en la habitación vacía mientras lo
golpeaba una vez más en el pecho.
—Bien —dijo bruscamente, dejándome caer.
En el sofá. Si sabía o no que estaba allí, no podría decirlo.
Sin decir nada más, salió del edificio, probablemente para recuperar a la
señora Norton. Eso me dio unos minutos para recuperarme y decidir cómo lo
saludaría cuando reapareciera: Con gratitud o con desprecio.
—¿Me extrañabas? —Su voz hizo eco a través de la habitación unos minutos
más tarde.
—Como a una sanguijuela sacada de mi trasero —murmuré.
—Un hermafrodita que chupa sangre. —Apoyó una mano sobre su pecho—
. Una vez más, una de las cosas más agradables que me han llamado.
—¿Dónde está la señora Norton? —pregunté, metiendo mi inhalador en mi
bolso.
—Haciendo su movida en el club de hombres solteros alrededor de la
estación de café. —Colocó su pulgar sobre su hombro señalando hacia el
vestíbulo—. ¿Qué estás haciendo con gente de cuatro veces tu edad?
La peor parte de mi ataque se fue agotando, dejándome cansada y mareada.
—Mi abuela vivió aquí durante unos cinco años antes de morir el año
pasado. Parece que no puedo dejar el hábito de andar por un lugar como este.
84
Brooks aminoró el paso cuando se me acercó.
—¿Ustedes dos eran cercanas?
—Me crio desde que tenía ocho años, así que sí, éramos cercanas. —Mi
garganta se movió mientras me preguntaba por qué le estaba diciendo esto.
Brooks se acomodó en el borde de la silla a mi lado.
—¿No viviste con tus padres?
—Lo hice. —Mi lengua se trabó en mi mejilla—. Hasta que fallecieron. —
Cuando miré a Brooks por casualidad, no encontré nada distinguible en su rostro.
Ni lástima. Ni juicio. Sólo... reconocimiento—. Después de eso, me mudé con mi
abuela hasta que me fui a la universidad.
Brooks se quedó callado por un momento, pero fue un alivio que alguien no
sintiera la necesidad de llenar el silencio cuando se enteró de lo de mis padres.
—¿Cómo murieron? —preguntó.
—En un accidente de avión —dije, sorprendida de que hubiera sido tan
directo. La gente nunca me preguntaba cómo murieron; lo descubrían a través de
un amigo. Su honestidad fue tan refrescante como inesperada—. Papá tenía su
licencia de piloto privado, y una de sus cosas favoritas era pasar una tarde volando.
Volaron cientos de veces, sin tanto como un aterrizaje de emergencia, hasta ese
día… —Las imágenes de mis padres inundaron mi mente—. Murieron haciendo lo
que amaban, juntos.
Brooks se movió, el olor a sudor y a hombre me golpeó.
—Es por eso que crees lo que crees, ¿no es así? ¿Por ellos?
—Supongo que sí. —Me quedé mirando mis manos entrelazadas—. Porque
eran un ejemplo de la vida real. Demostraron que el amor y el compromiso y el
romance son reales. Creo lo que creo, escribo lo que escribo, a causa de ellos.
¿Ese inhalador había sido adulterado con suero de la verdad o algo así?
Normalmente no me abría de esa manera, y ciertamente no con alguien como
Brooks.
—Creo lo que creo también por mis padres. Al menos en parte. —La silla se
quejó mientras se movía, su voz sonando una nota más profunda—. Mis padres se
casaron recién salidos de la escuela secundaria, y llegué unos años más tarde. Papá
estaba trabajando en la construcción mientras mamá se quedaba en casa, hasta
que él tuvo la gran idea de que iría a la universidad y hacer algo por sí mismo.
Mamá apoyó la idea… tomando dos trabajos y aún manteniéndose al día con las
tareas domésticas mientras él "perseguía su sueño”. —Por el rabillo del ojo, pude
verlo mirando por la ventana, con una expresión vacía—. Una vez que se graduó,
mamá cambió sus dos trabajos por tres para que pudiera comenzar su propia 85
compañía de arquitectura. Pasaron años antes de que pudiera obtener una
ganancia, y algunos más antes de que fuera una considerable. Unos meses después
de que finalmente "lo lograra", le entregó los papeles del divorcio como
agradecimiento por los años de arduo trabajo y compromiso. —A Brooks le sonó
el cuello de lo rígido de su postura—. Incluso después del divorcio, nunca perdió
la esperanza de que regresara con ella. Creía que eran "almas gemelas". Nunca dejó
de creerlo, incluso cuando se casó con una mujer de la mitad de su edad que
parecía haber salido de una caja de Barbie de tamaño natural.
Me encontré deslizándome por el sofá hacia él, sin saber por qué. Mi cuerpo
parecía estar tomando la decisión por mí.
—A mi madre le diagnosticaron cáncer un par de años después del divorcio.
Murió aún amando al hombre que probablemente no había invertido un solo
pensamiento en ella desde que se fue. —Brooks negó con la cabeza, todavía
mirando por la ventana—. Esa es la tragedia. Por eso me niego a mentir a mis
lectores sobre lo que es y no es real. Una verdad dura es más misericordiosa que
una mentira bonita.
Mis dientes mordisquearon mi labio, no estoy segura si debería decir algo
o quedarme callada.
—¿No crees que tu madre realmente amaba a tu padre? —pregunté en voz
baja, deslizándome hasta el final del sofá.
Brooks no pareció darse cuenta de que había cerrado la brecha entre
nosotros.
—Mamá amaba la idea de él. La versión que había alimentado en su cabeza.
No amaba al verdadero él, porque no había nada que amar.
Cuando encontré que mi mano se movía hacia la suya, la retiré.
—Solo porque no funcionó para tus padres no significa que no sea real.
—¿En serio? —Brooks resopló—. El amor es tan real como los labios de mi
madrastra.
Me tapé la boca para ocultar mi sonrisa.
—Supongo que eso es lo que vamos a demostrar, de una manera u otra.
—Más de la mitad de los matrimonios que juran “hasta que la muerte nos
separe” terminan en divorcio. Tienes un gran trabajo por hacer.
—Sin embargo, cuando los encuestan, tres cuartas partes de la población
cree en el amor verdadero. —Me encogí de hombros—. Eres tú quien tiene trabajo
que hacer.

86
—Tu vida se está hundiendo en los anales de lo extraño. —Quinn negó
mientras nos movíamos en la línea en nuestro lugar predilecto por la mañana,
ambas mirando fijamente el surtido de croissants de chocolate.
—No es tan extraña —contesté, dudando de mí misma por detallarle los
acontecimientos de ayer.
—Pasaste la mañana relajándote con gente que estaba viva cuando Baby 87
Ruth estaba jugando, procediendo a tener un ataque de asma empujando a una
mujer de cuarenta kilos por una colina con una inclinación del cinco por ciento,
teniendo que ser llevada con seguridad por…
Alcé la mano.
—No necesité ser llevada a ninguna parte.
—Bien. Fuiste alzada por el tipo con el que estás fingiendo salir en
televisión en directo por un trabajo por el que ambos están compitiendo. Entonces
terminaron lavando un mareante montón de trapos sucios entre ustedes en el
comedor de una casa de ancianos. —Quinn compartió un estremecimiento
conmigo cuando la mujer frente a nosotras pidió un par de nuestros desayunos
estándar—. Nada como empezar un lunes con un aburrido viejo croissant regular
en lugar de uno lleno de delicioso chocolate. —Entonces para terminar tu Sabbath,
te dirigiste a un festival del Renacimiento con Martin, tu vecino de arriba.
Me froté las sienes mientras recordaba anoche.
—Me sentí mal. La chica con la que se suponía que saldría lo canceló a
última hora.
—Puedes sentirte mal por él sin sacrificarte en el altar de caballeros y
damiselas, lo sabes.
Al momento que llegamos al mostrador, un rostro familiar emergió de la
cocina.
—Justin el buenazo se ve extra buenazo esta buena mañana de lunes —
susurré a Quinn, que había sido golpeada con un repentino ataque de déficit de
atención. Estaba mirando a todas partes menos hacia delante mientras sacaba su
teléfono y pulsaba aplicaciones al azar.
—Buenos días, señoritas. —Justin mostró esa gloriosa sonrisa suya,
hoyuelos y todo—. ¿Lo de siempre?
Esperé a que Quinn dijese algo, pero también había sido afectada por un
extraño caso de mutismo.
—Unos de estos días vamos a sorprenderte y pedir algo diferente —
comenté, tamborileando el mostrador—. Pero ese día no es hoy.
Justin mantuvo esa gloriosa sonrisa mientras alcanzaba unas pinzas para
empacar nuestro desayuno. Con su atención en la zona de la repostería, le di un
codazo a Quinn.
—Au, ¿qué? —siseó, frotándose el brazo.
88
—Di algo —susurré.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero.
—Quieres tener sus hijos. Puede que realmente tengas que abrir la boca y
decirle algo.
Quinn se quedó boquiabierta mientras comprobaba la fila tras ella. Si
alguien estuviese escuchando nuestra conversación, estaban haciendo un buen
trabajo fingiendo estar ocupado en otra cosa.
—De acuerdo, dos cruasanes de chocolate, dos cafés. ¿Algo más? —La forma
en que lo dijo, simplemente pude entender el trasfondo. Aunque Quinn fue inmune.
Mientras buscaba la billetera para pagar —Quinn y yo intercambiábamos
turnos para pagar el desayuno—, intenté pensar en alguna excusa que pudiese
retrasarnos.
—¿Cómo te fue en el partido de baloncesto para el que tenías entradas?
Justin parecía estar haciendo el cambio a un paso especialmente lento.
—Fue bien. Los Knicks ganaron.
—¿Al final encontraste a alguien que te quitase esa entrada extra de las
manos? —Le di un codazo a Quinn mientras lo preguntaba.
—Nah. Simplemente fui solo.
Mientras me entregaba mi cambio, golpeé el pie de Quinn con el mío. No
estaba tomando ninguna indirecta que le estaba lanzando.
—Eso es muy malo. Apuesto que fue aburrido.
Justin alzó uno de sus grandes hombros.
—Estuvo bien. Estoy acostumbrado a ello —contestó mientras nos
entregaba nuestras tazas de café—. Creo que voy a conseguir unas cuantas
entradas más para un partido a finales de mes. Ya sabes, en caso que escuches de
alguien que le gusten los Knicks. —Puede que me estuviese hablando a mí, pero
estaba mirando a Quinn.
Quien se estaba mirando las zapatillas como si fuesen la Mona Lisa en forma
de zapato.
—Mantendré los oídos abiertos. Estoy segura que puedo encontrar a
alguien. —Me mantuve sobre el mostrador, pestañeando hacia Quinn, que apenas
tenía un sonrojo visible en esa piel bronceada suya.
Había pasado de incómoda a un desastre nivel diez alrededor de Justin. Al 89
menos solía ser capaz de mantener un poco la conversación con él, pero ahora, ni
siquiera podía mirar en su dirección, mucho menos abrir la boca para decir algo.
No me perdí las miradas molestas que recibimos mientras pasábamos junto la fila
de clientes hacia la puerta, como los postres, Justin era un bien excitante.
—¿Qué pasó allí? —le pregunté a Quinn después de empezásemos a
caminar por la acera.
Dejó salir un suspiro como si hubiese estado conteniendo la respiración.
—No lo sé. Solo me congelé. No pude pensar en nada que decirle.
—Hola o buenos días son buenas opciones.
—Ugh, lo sé. Eso fue patético. Probablemente ahora cree que soy una
especie de bicho raro. —Quinn aflojó su postura—. Moriré sola.
—¿Detendrías eso? No vas a morir sola. Solo necesitas encontrar un modo
de leer entre líneas cuando alguien como Justin te está invitando a salir. Además,
hablar puede ser algo en lo que quieras trabajar.
Hizo una mueca mientras parecía estar reviviendo jugada por jugada lo que
pasó en el café.
—Eso es fácil de decir, señorita Romance. Especialmente cuando nunca has
llegado tan cerca a sentirte tan nerviosa respecto a un tipo porque has llegado a
encontrar uno suficientemente perfecto para encajar en tus estándares. —Quinn
abrió ampliamente los ojos después de eso, inmediatamente seguido por llevarse
la mano a la boca.
Tragando mi mordisco de croissant, pestañeé hacia ella.
—¿Disculpa?
—Solo olvídalo, Hannah. Mi cerebro solo está funcionando al diez por
ciento esta mañana.
—No, por favor. Explícalo. —Tomé un sorbo de café y me preparé. Quinn
era conocida por su honestidad, de la variedad brutal.
Dejó salir un fuerte suspiro.
—Todo lo que estoy diciendo es que es fácil ver que lo que otra persona está
haciendo mal cuando se refiere al peligroso mundo de las citas, pero de todos los
consejos que das, realmente nunca aplicas ninguno. —Quinn miró en mi dirección,
y lo que fuese que vio no la detuvo de continuar—: Pareces mantener a todos estos
posibles pretendientes a este nivel de perfección que ningún humano pudiese
lograr, y no estoy segura si es porque tienes miedo de resultar herida, temerosa de
abrirte a alguien o en realidad crees que alguien con la perfección fluyendo en sus
venas está esperando por ti. Eres una profesional del romance sin ninguna
90
experiencia real en la vida.
Detuve los pies de moverse a unos cuantos pasos atrás.
—La próxima vez que vayas a ser honesta conmigo, intenta mantener en
mente que tengo estas cosas delicadas llamadas emociones. —Tosí y tomé un gran
trago de café—. No estoy asustada o dejando pasar el tiempo esperando la
perfección. Solo estoy esperando por ese sentimiento, ¿sabes? El que no puede ser
explicado, pero sabemos cuando lo sentimos.
Quinn apretó el cuello de su abrigo alrededor de su cuello.
—¿Qué sentimiento es ese?
—El sentimiento —contesté, moviendo el brazo frente a mí.
—En términos cuantitativos, por favor.
—No puedes cuantificar los sentimientos —mascullé alrededor de un
gemido—. Especialmente ese sentimiento.
—Si no puedes medirlo, entonces es que no es real.
Puse los ojos en blanco.
—Dice la escritora de deportes que solo lidia con marcadores y estadísticas.
—Pero, de verdad. ¿Y si el sentimiento que tú y el resto de tus compinches
están esperando no es real? ¿Y si es poco más que un instinto que, con el tiempo,
crece a algo más grande?
Metí lo que quedaba de mi croissant en el bolso, porque mi apetito estaba
menguando.
—Suenas como él.
—¿Quién?
—Brooks, Enemigo Público Número Uno.
Quinn sacudió un dedo hacia mí.
—No, es el enemigo de Hannah Arden Número Uno.
—¿De quién eres mejor amiga? ¿Mía o de él? —Me alejé de ella, pero me
lanzó una mirada y se acercó a mí.
—Tuya. Y como tu mejor amiga, tengo tus mejores intereses en mente y
preferiría verte feliz con un tipo genial que posee algunos fallos, que esperar por
algún tipo perfecto que no está ahí fuera.
Mis tacones resonaron contra el pavimento mientras terminé de
apresurarme por el último bloque hacia World Times. ¿Por qué sentía como si todo
el mundo se volviese contra mí? Brooks y su filosofía estaba envenenando a la
población. 91
—Gracias por tu preocupación, sé que es con buena intención. Pero no
estoy segura que debería tomar un consejo amoroso de alguien cuyas respuestas
al ser invitada a una cita por el tipo de sus sueños es que le dejará saber si sabe de
alguien que pueda estar interesado.
Quinn inclinó la cabeza hacia mí.
—Y, aun así, no has tenido una relación que durase más de seis meses y te
sientes cualificada para escribir una columna de consejos sobre romance y
relaciones.
—De acuerdo, de acuerdo —mascullé, poniendo la mano en su rostro—.
Suficiente amor duro para una mañana.
Hizo el gesto de cerrar una cremallera sobre su boca.
—Eres tú, ¿no es así? —Una mujer caminando en dirección contraria a
nosotros se detuvo, señalándome con el dedo.
Mis lectores no me reconocían ya que nunca había publicado mis artículos
con una fotografía mía. Esta era la primera vez que me habían detenido por mi
columna.
—Es correcto. Soy la señorita Romance.
La mujer negó.
—Eres esa mujer que ha sido relacionada con ese bombón en el
experimento social de citas.
Fruncí el ceño.
—En carne y hueso.
—Oh, cariño. ¿La última cita en el club? —Puso su mano enguantada en
cuero sobre mi brazo—. Tuve que buscar el ventilador para evitar
sobrecalentarme.
Fruncí más el ceño.
—La química entre ambos. —Hizo un sonido que la gente hace cuando
disfruta una buena comida—. Tuve que encender ese viejo ventilador.
Cuando Quinn sacó su teléfono, sin duda para grabar esta conversación, se
lo quité de las manos.
—Eso no fue química. Esa fui yo experimentando montones de traumas
físicos y psicológicos teniendo que estar tan cerca de ese hombre.
92
No estaba moviendo la mano. Permaneció fija en mi brazo, haciendo que me
sintiese completamente incómoda.
—Bueno, ¿dónde firmo para esa clase de trauma? Ese es justo del tipo que
necesito en mi vida.
Miré a Quinn, dejando ver que estaba incómoda y necesitaba ayuda, pero
no fue de ayuda. Poniendo una sonrisa, me aparté y me moví hacia las puertas del
edificio.
—Muy agradable de su parte venir a saludar. Gracias por su apoyo.
—Oh, no cariño. Lo estoy apoyando a él. —Se abrigó más apretadamente
con su abrigo de pieles cuando la brisa se alzó—. He visto suficiente de la vida y
las relaciones para aceptar que el amor es un montón de bobadas rociadas de
perfume. Puede oler bien, pero todavía es un montón de mierda.
Me quedé boquiabierta mientras Quinn enlazaba su brazo con el mío y me
llevaba a través de las puertas. Me encontré buscando los restos de mi croissant,
necesitando algo para consolarme.
—¿Puedes creerla? —mascullé, golpeando el botón de subida de los
elevadores—. Oh espera, no importa. Por supuesto puedes creerlo. Estás del
mismo lado.
Me lanzó una mirada que sugería que estaba actuando como una niña
pequeña. Lo que podía haber sido justificado en algún modo.
—No estoy de su lado. No estoy del lado de él. Estoy de tu lado porque
somos esa clase de amigas que sangraría por la otra. De todos modos —ignoró mi
resoplido—, tampoco creo que tengas completamente la razón. Cuando viene a
todas esas cosas del amor, creo que ambos tienen sus puntos y la verdad se
encuentra en el medio.
Alcé un poco el rostro.
—¿Dónde está el medio entre ser almas gemelas y amigos que follan?
Por supuesto, las puertas del elevador se habían abierto mientras estaba
hablando, así que recibí algunas miradas interesantes de la gente dentro mientras
salían.
—Um, no lo sé. ¿Mejores amigos que se atraen entre sí, cuya relación está
construida en confianza y respeto?
Había estado muy preparada para discutir con ella, su respuesta me detuvo
de inmediato.
—Déjame adivinar. ¿Crees que es una pila humeante de mierda de caballo?
—añadió cuando no respondí.
93
—No. No creo eso —contesté mientras una nueva ola de cuerpos llenó el
elevador—. No estoy segura que coincida contigo al cien por cien, pero tampoco
estoy segura que esté en desacuerdo.
Quinn me golpeó el brazo con el suyo.
—¿Una especia de intermedio feliz?
—No estoy segura que quiera un intermedio feliz en lo que se refiere al
amor. Suena tan… mediocre. Aburrido.
Cuando las puertas se abrieron en nuestro piso, tuvimos que atravesar el
abarrotado elevador.
—Ordinario no tiene que ser aburrido. Ordinario puede ser una especie
de… cómodo.
—¿Cómodo? —Me sentí arrugar la nariz mientras nos encaminábamos a
nuestros cubículos—. Quiero aventura, un corazón latiendo rápido y un estómago
dando vuelcos. Quiero algo épico, no ordinario.
Quinn se colocó su cabello oscuro tras la oreja.
—Épico tiene poca vida. Ordinario supera el paso del tiempo.
—Sí, solo porque se siente para siempre. —Extendí los brazos mientras me
alejaba de su cubículo a mi espacio—. Disfrutas lo básico, un futuro aburrido que
tienes planeado para ti misma.
Quinn arrancó una nota, la arrugó y la envió volando en mi dirección.
—Al menos tengo un futuro. Uno que no es vivido de un sueño ilusorio al
siguiente.
—Oh, sí —contesté, bostezando exageradamente—. Con el progreso que
estás haciendo con Justin, ambos definitivamente saldrán a una primera cita para
cuando estás cualificada para tener un descuento para ancianos en Perkins.
Su respuesta fue sacarme la lengua. Realmente madura, pensé, incluso
cuando yo misma le saqué la lengua.
Después de llegar a mi cubículo —odiaba llegar tan tarde—, noté algo fuera
de lugar en mi ordenado escritorio. Un periódico había sido abierto frente a mi
silla, y no me perdí la firma al pie del artículo que estaba en el frente y centro.
—¿Verdadero amor? Por supuesto que no lo es. Ya conforme.
Ese era el título de su artículo, y solo llegué a la segunda línea antes de
doblarlo y tirar el periódico a mi papelera. No necesitaba adivinar quién me lo
había dejado, la sonrisa en el rostro frente a mí resolvió ese misterio.
—¿Qué crees? —Los ojos azules de Brooks brillaron sobre la separación
entre nosotros—. Creo que puede ser mi mejor trabajo. 94
—Pienso muy poco de tus artículos y opiniones, la verdad —contesté,
incluso mientras buscaba el título para un artículo que acababa de venirme a la
mente—. Podemos tenerlo todo. Deja de conformarte.
—Para un rostro tan angelical, tienes una sonrisa diabólica. —Brooks se
inclinó sobre la separación para ver qué estaba planeando.
Puse la mano sobre la nota. Había construido su carrera jugando al abogado
del diablo sobre cada artículo que yo había publicado, podría crear alguno mío
haciendo lo mismo que él.
—Para alguien que pregona igualdad de juego, tus frases ingeniosas
necesitan algo de trabajo.
—Esa no era una línea ingeniosa.
—¿Entonces qué era?
—Una observación. —Se reclinó en su asiento, desapareciendo de mi
vista—. No estaba intentando cazarte. Si así fuese, lo sabrías y no tendrías una sola
oportunidad.
Alcé la mirada mientras escribía algunos puntos delicados que quería tocar
en mi artículo.
—¿Cómo sabe ese montón de ego mañanero lleno de arrogancia
hundiéndose?
Su silla crujió por la forma que se estaba balanceando.
—No tan bien como se siente correrse.
—Eres repulsivo.
—Sí, la forma que ayer me mirabas boquiabierta cuando entré para salvar
el día realmente mostraba una sensación de repugnancia.
Rompí la punta del lápiz mientras el calor inundaba mis venas.
—Llamándote señor Realidad, seguro que tienes un momento difícil para
mantenerte en ella.
—¡Arden! ¡North! ¡A mi oficina! —La voz del señor Conrad rugió a través de
mi intercomunicador, a punto de sacarme de mi silla.
Enderecé la espalda mientras iba a levantarme. La oficina del señor Conrad
últimamente se sentía como el despacho del director.
—¿Qué crees que hicimos esta vez? —susurró Brooks mientras se colocaba
a mi lado.
A través de la oficina, vi a alguien sacándonos una fotografía. Un poco
95
espeluznante. Especialmente desde que no tenía ni idea de quién era esa persona.
—Probablemente está enojado de que estuvieses bailando con otra mujer
cuando aparecí para nuestra cita —respondí.
—No creo. Ese es el tipo de drama que sube el índice de audiencia por las
nubes.
Cedí a otro escalofrío exagerado.
—Es como si nos hubiésemos convertido en una comedia de la tarde. Me
siento sucia.
—Haciendo progresos —comentó entre dientes justo antes de entrar a la
oficina de Conrad.
—Cierra la puerta —exclamó Conrad tras su escritorio cuando entré.
Brooks me lanzó una mirada que insinuaba desastre.
—¿Bien? —El señor Conrad se cruzó de brazos sobre el escritorio, mirando
entre Brooks y yo mientras nos hundíamos en las sillas frente a él.
Esperó a que uno de nosotros dijera algo, pero Brooks estaba extrañamente
tranquilo, como yo
—¿Has visto el número de vistas que tuvieron? —Una sonrisa se extendía
por el rostro de Conrad mientras golpeteaba en su escritorio—. Sabía que esta idea
era genial. Publicidad de oro. Y los dos vendieron bien esa última cita. —Se inclinó
a través de la mesa, poniendo su mano sobre su boca como si estuviera a punto de
decir un secreto—. Casi me engañan.
—¿Que ella se está enamorando de mí? —Brooks se inclinó hacia delante—
. ¿Misión cumplida?
Un sonido agudo vino de mí.
Conrad hizo un gesto con el dedo hacia él.
—Que tal vez tú también estabas enamorándote. —Conrad se rió, sus ojos
casi brillaban de lo contento que estaba—. Ahora ése era un giro que no esperaba.
—Pensé que querías que se viera como si estuviera enamorándome de ella.
—Brooks me miró por el rabillo de sus ojos, algo que no pude descifrar en ellos.
—Sí. Lo quiero. —Conrad dio una palmada silenciosa—. Simplemente no
me esperaba que fuera tan convincente.
—Vende aceite de serpiente como trabajo. Ha hecho que convencer se
convierta en una forma de arte.
La cabeza de Conrad se volvió hacia mí.
—¿Aún no te has hecho amiga del señor North?
96
Fingí una sonrisa.
—Tan amiga como caliente es el círculo polar ártico.
—Si deseas decirlo así —dijo Brooks en voz baja.
Para todo el aparente progreso que habíamos hecho ayer, íbamos hacia
atrás a toda velocidad hoy.
—¿Hay algo más sobre lo que nos quisiera hablar, señor Conrad? —
pregunté, mirando a la puerta.
—Sólo quería felicitarlos por tal éxito tan temprano. Ni siquiera en mis
sueños más salvajes, nunca me imaginé que tendríamos tantas visitas tan pronto.
—Conrad miró a su teléfono—. Y también quería programar las citas de próximo
mes. Tal y como van las cosas, no podremos seguir improvisando. Estoy pensando
en citas de puesta en escena, contratar más cámaras, diablos, tal vez incluso
incorporar un equipo de iluminación real para dar a los espectadores un
espectáculo.
Por segunda vez esa mañana, mi cabeza latió.
—Creo que el punto era hacer de este un experimento social en la vida real.
Si empieza a añadir todos los lujos y extras no será nada más que un espectáculo
por etapas.
Brooks asintió.
—Estoy con Hannah en esto, Charles. Debemos mantener esto tan simple
como sea posible. Queremos que tenga un sentimiento real; eso es lo que atrae a
los espectadores.
Mi estómago se retorció. ¿Cómo me había convertido en un peón en este
juego? Mi objetivo era proteger el romance, no vender a las masas un impostor
diseñado.
—Mientras que ambos trabajan en los detalles, regresaré a mi escritorio y
escribiré un artículo como hacen los periodistas. —Empujé mi silla y marché hacia
la puerta.
—¿Qué tal mañana? —gritó Brooks tras de mí.
—¿Para qué? —pregunté, a pesar de que ya lo sabía.
—Cita Tres. —Una vez más, la forma en que lo dijo llevaba a una persona a
creer que era un evento que pasaría a la historia de los libros.
—Es un día de trabajo.
—Esto es tu trabajo, Arden —espetó Conrad.
—Bien —dije mientras abría la puerta—. Pero esta vez yo escojo la 97
ubicación.

El tiempo frustró mis planes de un picnic bajo la lluvia. Nunca había estado
tan molesta al ver los cielos azules claros y las temperaturas de quince grados
centígrados. Después de desempacar mi chaqueta de lluvia y paraguas, cargué mis
bolsas y cesta de picnic y salí de mi apartamento.
Le había dicho a Brooks que nos encontráramos en Sheep Meadow
alrededor del mediodía para la Cita Tres. Parecía que tenía dudas sobre la idea del
picnic en el parque, pero no había puesto ningún tipo de objeción formal.
Cuando estaba a punto de abrir la puerta, alguien entró, ahorrándome el
esfuerzo.
—Hannah. Que sorpresa encontrarte aquí. —Martin se hizo a un lado y
sostuvo la puerta para mí, señalándome que pasara y recogiendo mis bolsas—.
¿Puedo ayudarte?
—Estoy bien, pero gracias. —Me moví por el primer escalón para poner un
poco de espacio entre nosotros.
Después del festival del Renacimiento, me había estado llamando o
enviando mensajes de texto todos los días, con ganas de saber cuándo podíamos
encontrarnos de nuevo. Pese a toda la caballerosidad antigua y la decencia de
Martin, no podía evocar ni un gramo de atracción hacia él. Ese sentimiento… no
estaba allí. De hecho, no estaba segura de que pudiera sentir menos por un hombre
de lo que sentía por Martin.
—Buen día para un picnic —dijo, señalando la canasta metida en mi codo—
. Estoy fuera del trabajo durante el resto del día. Decidí vivir peligrosamente y
tomarme medio día siendo que está tan hermoso afuera.
Mi garganta se aclaró cuando me di cuenta de lo que estaba insinuando.
—Eso mismo pensé. Por eso me dirijo al parque para encontrarme con
alguien.
Los ojos de Martin cayeron un poquito.
—¿Ese tipo Brooks? ¿Con el que finges estar saliendo?
Di otro paso hacia abajo.
—El mismo. 98
—No puedo creer que la revista los pusiera juntos. Forzándolos a algo así.
Es triste pensar que con todo lo que ha evolucionado nuestra sociedad, las mujeres
aún están sujetas a ese tipo de tratamiento.
Mis pelos invisibles se pusieron de punta.
—Tomé la decisión de ser parte de esto. Nadie me forzó a ello. —Dejé fuera
el hecho de que el trabajo que quería quizás hubiera estado en peligro si no hubiera
estado de acuerdo con ello.
—Sí, pero, aun así. Parece como algo sacado directamente de los años
cincuenta.
Mis dedos se cerraron alrededor de la cesta de picnic.
—Tengo que irme. Disfruta de tu día.
—¿No tienes sentimientos por él? Todo esto es sólo un acto, ¿verdad? —
Martin pasó el maletín de una mano a la otra, tragando.
—No podría tener menos sentimientos hacia a ese hombre, aunque fuera
una sociópata. —Corriendo por los últimos escalones, hice señas al primer taxi que
vi.
Me sentí como si apenas hubiera tenido la oportunidad de recuperar el
aliento antes de que el conductor estuviera deteniéndose en Central Park. Después
de pagar mi pasaje y salir, me preparé para Brooks y la cámara y una experiencia
que vacilaba entre sentirse verdadera y falsa.
Justo dentro del parque, como había prometido, Jimmy me estaba
esperando para hacerme las nuevas preguntas que Conrad hubiera ideado. A
Brooks no se le veía en ningún lugar.
—Otro vestido de diez —Jimmy dio un pequeño silbido mientras señalaba
mi vestido de lino blanco—. De gran valor cinematográfico, por cierto.
—No sé por qué me puse esto. El blanco podría ser el peor color para mi
piel pálida, por no hablar de que un picnic en un parque es un arcoíris de manchas
a punto de ocurrir. —Limpié la falda, preguntándome qué vínculo con la realidad
había deshecho cuando lo había sacado de mi armario esta mañana
—Te ves muy bien, confía en mí. —Jimmy deslizó la cámara sobre su
cabeza—. Tal vez sólo tendrás que pasar de la salsa de tomate… o cualquier
condimento para el caso. —Se deslizó a mi alrededor para que el parque estuviera
en el fondo, y luego empezó su cuenta atrás.
—¿No puedo tener, como, un minuto con las preguntas antes de
contestarlas para el video?
—Demasiado ensayado —dijo antes de que su último dedo bajase—. Y 99
estamos de vuelta con Romance versus Realidad, aquí con la bella Hannah Arden,
en la Cita Tres, y tenemos un par de preguntas para ti. —Jimmy ya no estaba
leyendo de una tarjeta—. ¿Cómo han cambiado tus sentimientos por Brooks desde
la primera cita hasta hoy?
Sentimientos. ¿Por qué todo el mundo estaba tan preocupado por mis
sentimientos, donde participaba Brooks?
—Diría que no han cambiado en absoluto. —Sonreí a la cámara, y mi
expresión se sentía tan falsa como mi sonrisa en la foto del anuario escolar—.
Siento lo mismo por él ahora que entonces.
Jimmy puso su mano sobre su boca en un bostezo silencioso. No le hice caso
y esperé a la siguiente pregunta.
—¿Cómo crees que los sentimientos de Brooks han cambiado desde el
principio hasta ahora?
Esa pregunta me hizo parar. Ajusté la cesta de picnic en mi otro brazo y fui
con lo primero que vino a mi mente.
—Estoy segura de que los sentimientos de Brooks son iguales a los míos.
Sin alteraciones.
Jimmy puso algo en la cámara, el video había llegado a su fin. Por ahora.
Pronto estaríamos en vivo para los cientos de miles de espectadores que habían
sintonizado la última vez, aunque con esta siendo en medio de una jornada de
trabajo, esperaba que los números reflejasen esa diferencia. No es que el tiempo
de filmación importase cuando cualquiera podía ver los videos en su tiempo libre
ya que Conrad había creado una web Romance versus Realidad, en donde los fans
podían ver episodios anteriores, leer la biografía de Brooks y la mía, e incluso
comentar sus pensamientos sobre el tema del amor.
Jimmy me siguió hacia el campo abierto, mi corazón flotando en la parte
superior de mi garganta con cada paso. ¿Qué era esto? ¿Nerviosismo? ¿Ansiedad?
¿Acidez?
Era una sensación extraña que no estaba acostumbrada a sentir y por lo
tanto no podía identificar con precisión. Mis miembros se sentían todos
gelatinosos, mientras mi estómago se sentía como si una roca hubiera caído en él.
—Ahí está. —El brazo de Jimmy se levantó hacia los árboles que bordeaban
un lado del claro.
Una sombra estaba apoyada en uno de ellos, mirando al campo abierto
como si estuviera lleno de minas terrestres. Mientras me acercaba, la cabeza giró
hacia mi dirección. Él bajó sus gafas de sol sobre sus ojos. 100
—Parece que estás dolorido —grité, dándome cuenta de que la sonrisa en
mi cara se había formado por voluntad propia. Probablemente tenía que ver con él
viéndose como si estuviéramos a punto de saltar a una piscina llena de tiburones
hambrientos.
—Eso es porque estoy dolorido. —Se apartó del árbol y se acercó a mí,
todavía permaneciendo en las sombras—. ¿Quién escoge un picnic en un parque
para una cita?
Elevando la cesta, me encogí de hombros.
—Yo.
Jimmy se deslizó detrás de mí, poniéndose en una posición neutral entre
Brooks y yo. Y las cámaras estaban rodando.
—Vamos. Nadie ha muerto por pasar una tarde de relax en un parque. —
Dejé mis bolsas y cesta, entonces saqué la manta.
—Me resulta difícil de creer. —Brooks se movió, el brillo de sus zapatos de
vestir brillando desde la línea de árboles.
—Estás vestido como que si fueras o a una boda o a un funeral. —Miré su
traje oscuro, con camisa blanca abotonada y un cinturón de cuero a juego con los
zapatos.
—¿Cuál es el vestuario estándar que se debe llevar a un picnic?
La forma en que la palabra picnic salió de su lengua me hizo morderme el
labio para no reírme.
—No lo sé. ¿Vaqueros, camiseta, zapatillas de deporte? —Lo vi acercarse
mientras terminaba de poner la manta en el suelo.
—Me pongo zapatillas y camisetas para correr. Y no he tenido vaqueros
desde la universidad. —Cuando me quité los zapatos para que mis pies estuvieran
sobre la hierba, sus cejas se levantaron hasta el nacimiento del cabello.
—Eres un gran corredor, ¿verdad? Seguramente corres por el parque
alguna vez.
—Eso es. Corro a través de ellos. Tan rápido como puedo. No pierdo el
tiempo en comer y “relajarme”. —Se detuvo en el borde de la manta, viéndome
buscar a través de la cesta de picnic para sacar todo.
—Si me hubiera dado cuenta lo mucho que odiabas estar en espacios
abiertos comunes, hubiera propuesto esta idea desde el inicio. —Después de
exponer los platos y cubiertos, le miré. Incluso a través de sus gafas de sol, podía 101
ver sus ojos; que estaban enfocados en mí de una manera que hizo que algo en mi
estómago se comprimiera.
Me obligué a mirar hacia otro lado.
—¿En realidad hiciste la comida? —Brooks dio un paso más cerca—. ¿No lo
recogiste de un restaurante o tienda?
—Bueno, todo proviene de la tienda, pero tuve que pelar algunas cosas,
hacer algo de mezcla, y cocinar para que se pareciera en algo a una comida.
Brooks se agachó a mi lado, su presencia rodando sobre mí como una onda
invisible. Jimmy flotaba alrededor de la manta, asegurándose de que tenía una
buena vista de los dos solos.
—¿Cocinas? —preguntó en tono asombrado, como si hubiera admitido que
hacia puenting o algo así.
—También como —dije, levantando la pila de platos de picnic que había
hecho para hoy—. A diferencia de las mujeres a las que muy probable estás
acostumbrado.
—Las mujeres con las que he estado comen.
—Sí —dije con un golpe de mis labios—. Piden un complemento de kale con
su agua helada.
Brooks suspiró, metiendo la mano en la canasta para ayudar a descargar el
resto. Estudió el recipiente de vidrio sellado de ensalada de patatas que había
hecho la noche anterior.
—Estoy impresionado.
—Soy una verdadera rareza. Cocino y como.
—Más bien algo bizarro.
—El hecho de que puedo cocinar, no significa que vaya a quedarme con
alguien que espere que cocine. No estoy de acuerdo con ese detalle doméstico
como expectativa cuando se trata de una relación. —Finalmente, desempaqué la
botella de sidra espumosa y las copas de vino de plástico.
La boca de Brooks se movió cuando vio la bebida que había elegido.
—¿Tu abuela te enseñó?
—Era la clase de cocinera que ganaba cintas azules en cualquier feria donde
llevase un plato. Nunca usaba recetas, lo hacía todo por memoria o instinto. —
Quité la envoltura de la botella antes sacar la tapa de metal con mi abridor de
botellas.
Brooks tendió las dos copas para que vertiera el líquido. 102
—Mi abuela era una gran cocinera. Solía hacer cenas los domingos con diez
veces más comida de la que podíamos comer. —Se dejó caer en el borde de la
manta—. Es una lástima que todo ese talento esté desapareciendo.
Cuando mi mirada fue hacia él, levantó las manos.
—Lo digo en la manera menos chovinista posible. La buena comida… no sé,
une a las personas. Es un vendaje para toda una serie de tensiones y problemas
familiares. Hace un mal día mejor con sólo un bocado.
Me obligué a tomar un respiro antes de dispararle mi respuesta inicial. No
estaba diciendo que era el trabajo de una mujer vivir en la cocina; sólo lamentaba
la pérdida de comidas caseras que unían a la gente.
—¿Cuál era tu plato favorito de los que hacía? —pregunté mientras abría el
recipiente de pollo asado.
—Canelones con queso —respondió al instante—. Mi abuela era italiana,
así que lo hacía todo desde cero. Los fideos, la salsa, las salchichas, todo. Hacía
algunos platos complicados y hermosos, pero la simplicidad de esos canalones con
queso era la perfección. —Estaba empezando a relajarse, ya no se veía como si
estuviera a punto de ser descuartizado.
—Mi abuela era irlandesa, y hacía un guiso que estaba fuera de este mundo.
Zanahorias, patatas, cebollas, carne de res, algunos de los ingredientes básicos más
aburridos, pero de alguna manera los convertía en magia. Cada vez que estaba
enferma o tenía un mal día, un plato de estofado encontraba su camino a la mesa y
me alejaba sintiéndome mejor.
Brooks me observaba, su expresión casi pacífica. Sus gafas de sol estaban
todavía en su lugar, pero su mirada era penetrante. Casi podía sentirlo moviéndose
dentro de mí, buscando en las profundidades.
Mi cabeza se sentía mareada, probablemente por haberme saltado el
desayuno.
—¿Te gusta la pechuga, la pierna o el ala?
Brooks sonrió.
—Adivina.
Me negaba a darle la respuesta que estaba esperando.
—Aquí. Ten un ala. —Le sonreí de vuelta.
—¿Te dolió cuando arrancaron tus alas y te enviaron a la tierra?
Brooks se rió cuando le lancé una servilleta.
103
—¿Cuán inmaduro eres?
—Soy un chico. Morimos con un niño pequeño aún viviendo dentro de
nosotros.
Hice una mueca mientras ponía un poco de ensalada de patata en nuestros
platos.
—Más bien como un adolescente caliente y hormonal.
Mis labios se cerraron tan pronto como recordé la presencia de Jimmy.
—No regales todos mis secretos al mundo. —Brooks inclinó su cabeza hacia
Jimmy y la cámara—. Es posible que desempeñes un papel en uno o dos de ellos.
Mis mejillas se calentaron, sabiendo lo que estaba insinuando.
—¿Y? —Su cabeza bajó hacia la mía—. ¿Ya te has enamorado de mí?
Una única risa se me escapó.
—No. Lamento hacer estallar tu burbuja.
—Sabes que es sólo cuestión de tiempo.
—¿Que antes de que nuestros tres meses hayan pasado, no habré caído
locamente enamorada de ti? —Dejé una cucharada más de ensalada de patatas en
nuestros platos—. Sí, lo sé.
Él sostuvo mi vaso de sidra, acercándose.
—¿Soy realmente tan ofensivo?
—En conjunto, no, no lo eres. —Le pasé la ensalada de papas, feliz de estar
ocupada por algún tipo de distracción, dado el tema—. Pero tomando toda esta
escenografía en cuenta, junto con tus creencias de que el amor es para tontas de
mente débil, entonces sí. Realmente eres tan ofensivo.
Surgió una media sonrisa mientras Brooks apuñalaba su tenedor en la
ensalada de patatas.
—¿Qué piensan tus lectores de toda esta cosa?
—Mis lectores definitivamente no quieren que me enamore de ti —
respondí, mirando a Jimmy. Me preguntaba si debería hacerle un plato también.
—Pero a tus lectores les encanta el romance, y un tipo guapo y pícaro que
te toma de la mano en un parque mientras estás vestida con un vestido blanco es
la definición del romance. —En ese momento, la mano de Brooks cubrió la mía
donde estaba apoyada en la manta.
En vez de ponerme rígida o alejarme, me encontré relajándome bajo su
toque. La presencia de la cámara me gritó desde el rabillo del ojo. 104
—Mis lectores creen en encontrar al elegido. —Mi mano se resbaló de
debajo de la suya, tomando mi tenedor—. No el que te toma de la mano y finge que
le gustas para conseguir el ascenso.
—¿Quién dice que no puedo ser el tuyo?
Me reí.
—Ni siquiera yo necesito hacer cálculos para saber que no hay posibilidad
de que ocurra.
Brooks deslizó sus gafas sobre su cabeza, sus ojos sin disculparse en su
mirada.
—¿Tú y yo? ¿No podrías verlo?
Tenía que mirar hacia otro lado.
—Ni siquiera un poco. —Arrancando un trozo de mi pollo, lo metí en mi
boca y planeé cómo cambiar el tema—. Cuando está bien, lo sabes. Lo sientes.
La cabeza de Brooks se sacudió antes de tomar un trago de su sidra.
—Admito que es una buena idea. ¿Pero no lo sientes por dentro? ¿La
comprensión de que no es verdad? —Miró fijamente al parque y a la gente en él.
Miré con él, tratando de ignorar ese agujero abriéndose en mi estómago.
—Prefiero pasar mi vida persiguiendo un sueño que tragándome una cruel
realidad.
—¿Preferirías pasar tu vida mintiéndote a ti misma en vez de ser honesta?
—preguntó Brooks después de tomar un bocado de la ensalada de papas—. ¿Notas
al margen? Esto es posiblemente lo mejor que he comido en meses. Tal vez incluso
años.
Luché con una sonrisa mientras le daba mi propio mordisco. El equilibrio
perfecto entre especias y sabor.
—No creo que nada de lo que creo sea mentira. Almas gemelas, amor
incondicional, finales felices, todo es real.
—Cuentos de hadas —murmuró antes de dar otro gran bocado de
ensalada—. Así que explica por qué un matrimonio se disuelve después de veinte
años por quince minutos de indiscreción.
Alcanzando mi vaso, le respondí:
—No lo habría hecho si lo hubiera mantenido en los pantalones.
Dejó salir respiraciones entrecortadas.
105
—No, eso es como decir veinte años, nuestros hijos, nuestra casa, nuestras
finanzas, todo vale menos que esos quince minutos de follar. —Sus brazos se
abrieron, su tono bastante apasionado—. Eso no es amor incondicional. Ese es el
tipo muy condicional.
—Tienes razón. Es el tipo condicional. Por parte del que se comprometió en
los quince minutos extra conyugales... —Capté las manos de Jimmy agitándose
antes de decir—: Engañando. Eso fue amor incondicional unilateral, y eso nunca
funciona en una relación.
Una de sus cejas se levantó.
—Esa es una explicación conveniente. Pero me apegaré a mis creencias de
que toda esa basura de amor incondicional vale su peso en mierda.
Le di a Jimmy una mirada de disculpa.
—Entonces, ¿cómo explicas las parejas para las que ha funcionado? Los que
viven juntos una relación larga, feliz y comprometida. —Sacando mi sombrero
flojo de mi bolso, lo dejé caer en mi cabeza para cortar el sol.
Brooks parecía divertido con mi sombrero, pero se lo guardó para sí
mismo.
—Lo llamo el caso de dos personas decididas, dispuestas a pasar por alto
las debilidades del otro y a no estar empeñadas en cambiar o arreglar las del otro,
que han descubierto una forma de reírse de sí mismas, perdonar fácilmente (por
no mencionar a menudo), perfeccionar el delicado equilibrio entre altruismo y
egoísmo, y encima de todo, ganar la lotería de la relación. —Brooks chocó su copa
contra la mía antes de terminar lo que quedaba de su sidra—. Así es como lo
explico.
Parpadeé hacia él.
—Vaya. No te contengas ni nada.
—Eso es sólo la mitad. —Brooks rellenó mi copa y luego la suya antes de
tomar un trago como si hubiera olvidado que era sidra, no ginebra.
—¿Y qué hay de ese almuerzo de picnic? —Me moví, por lo que mis pies
estaban tocando el césped. Había sido un largo invierno de zapatos y pantimedias;
iba a empaparme de este perfecto día de primavera.
Brooks tomó su ala y le arrancó una mordida. Mientras masticaba, sus ojos
se posaron sobre mí.
—Maldita sea, mujer.
Tomé otro bocado de pollo.
—¿Bueno?
106
—Si defines bueno como algo que define la vida, entonces sí, esto es
“bueno”. —Se lamió los dedos. Como si realmente hubiera entrado ahí y chupado
los jugos. No creí que Brooks North fuera capaz de chuparse los dedos—. No
importa el resultado de este pequeño experimento, ¿podemos programar una
reunión mensual como ésta?
—Sólo si vas a cocinar cada dos veces.
—¿Cocinar? —Brooks se encogió—. Soy mejor deslizando mi tarjeta de
crédito en la tienda local.
Tuvimos más charlas mientras terminábamos nuestros almuerzos, Brooks
se las arregló para ir por una pechuga, una pierna y otra ala. Fue agradable
compartir una comida con otra persona, y sentí una extraña emoción al saber que
Brooks estaba disfrutando de la comida que había preparado. De ninguna manera
hablaría eso en voz alta, pero fue allí, en ese arrebato de orgullo que me las arreglé
para tomar un paquete de ingredientes crudos y convertirlos en algo que tenía a
un hombre tenso como Brooks prácticamente gimiendo en voz alta. Esa debe
haber sido mi abuela, siempre dijo que la buena comida tenía poderes mágicos.
—¿Dónde pones todo eso? —pregunté cuando fue por una cucharada más
de ensalada de papas. Mi mirada se dirigió a su cinturón, donde ni una pizca de
estómago se extendía. Incluso con la fracción de almuerzo que había comido en
comparación, estaba agradecida de haber usado un vestido suelto.
—No necesito ponerlo en ningún sitio. Lo quemo antes de que se me pegue
en el estómago.
—¿Cuántos kilómetros has recorrido hoy? ¿Veinte? —dije sarcásticamente
mientras guardaba los restos del almuerzo.
—Esta mañana fue una práctica de natación. Cinco mil metros.
Mi nariz se arrugó al calcular aproximadamente cuántos kilómetros eran.
—¿A qué hora tienes que levantarte para terminar ese tipo de ejercicio?
—A las cinco de la mañana, con práctica de natación o sin ella.
Mi garganta se aclaró cuando recordé que una mañana había dormido
pasadas las cinco de la mañana.
—Esta noche, tengo un paseo en bicicleta de sesenta kilómetros para
apretar. —Cuando estaba a punto de cerrar el sello del pollo, tomó una última
pierna—. El desafío es comer lo suficiente para mantenerme al día con mis
necesidades energéticas.
Dejé salir un gruñido.
—Mi problema ha sido todo lo contrario.
107
Brooks me lanzó una mirada divertida.
—De acuerdo. Loca.
—¿De dónde saca uno la loca idea de competir en triatlones? —pregunté.
Puso la pierna en su plato.
—No dije que compitiera en triatlones.
Mi corazón se detuvo cuando me di cuenta de mi error. No había
mencionado que Quinn y yo habíamos descubierto ese hecho.
—¿No es así? No me imagino a nadie que pase tanto tiempo corriendo,
nadando y andando en bicicleta si no compitieran.
Brooks me miró un momento, buscando. Luego se echó hacia atrás.
—Supongo que me gusta la sensación de desafiarme a mí mismo, a mi
cuerpo. Me gusta el subidón que viene al empujarme durante horas y horas,
cabalgando en la línea entre el consciente y el inconsciente.
Incliné mi sombrero un poco hacia atrás ya que el sol estaba más alto en el
cielo.
—Suena divertido. Dijo nadie en el planeta aparte de ti.
Brooks se rió, encogiéndose de hombros como si no estuviera en
desacuerdo.
—¿Por qué no puedes ser como los demás e ir al gimnasio unos días a la
semana y levantar pesas o algo así?
—Por cien razones diferentes. Y aunque esos idiotas se vean bien,
bienvenidos a la fiesta de la resistencia. Más VO2. —Brooks movió las cejas hacia
mí—. Es una cosa. Especialmente cuando se trata de sexo.
—Si tú te lo dices —dije mientras sacaba un par de botellas de agua de la
canasta. Hacía más calor y seguía vestido como si estuviera asistiendo a una gala
semiformal.
—¿Y ahora qué? —preguntó, mirando a su alrededor—. ¿Qué más hay para
un picnic?
—No lo sé. Quítate los zapatos y la chaqueta. Tú relájate.
—¿Relájate? —repitió Brooks.
—Sí, lees un libro o duermes una siesta o juegas un poco al Frisbee si
quieres moverte.
—¿Trajiste un frisbee?
108
—Ni siquiera tengo un frisbee. Prefiero los picnics con tan poco
movimiento como sea posible a aquellos en los que saltas de una actividad a otra.
—Después de limpiar la manta, me eché hacia atrás—. Sólo acuéstate y trata de
tomar una siesta. Tal vez descubras que disfrutas del arte de relajarte.
—No me relajo —contestó incluso mientras estaba acostado a mi lado.
—He dicho que lo intentes.
Después de unos segundos, exhaló.
—¿Al menos trajiste un libro?
—Nop. —Me ajusté el sombrero para que el sol pudiera golpear todo mi
rostro—. Tampoco me gustan mucho los picnics de maratón de lectura.
—¿Eres fan de los que comen y duermen la siesta?
Hice un chillido para responderle.
Se las arregló para estar tranquilo durante un tiempo. Durante treinta
segundos. Se sentó con un suspiro exasperado.
—Tengo que hacer algo.
Mi nariz se arrugó.
—Eres una de esas personas que no pueden relajarse, ¿no?
—¿No es eso lo que acabo de decir?
—Duermes, ¿verdad?
Brooks se quitó la chaqueta y se arremangó las mangas de la camisa.
Supongo que tenía más que ver con el calor que con estar cómodo.
—Dormir no es lo mismo que relajarse. Es lo contrario.
—No me parecen tan diferentes.
—Para empezar, uno se hace conscientemente, el otro es inconsciente. Uno
es recuperativo, el otro es holgazanear.
Se me abrieron los ojos.
—¿Holgazanear?
Brooks negó con la cabeza mientras se levantaba.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Reconozco una discusión cuando la veo venir. —Indicó la dirección de un
vendedor de helados a través del parque—. Estoy practicando para evitar el
argumento de la evasión.
Mientras se alejaba, Jimmy se levantó para seguirlo. Supongo que ir con 109
Brooks era más emocionante que relajarme.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Brooks.
—¿Me estás juzgando por relajarme mientras vas por un helado diez
minutos después de inhalar dos kilos de comida?
—¿Quieres algo o no?
Puse las manos sobre mi estómago y cerré los ojos.
—O no.
Mientras Brooks y Jimmy se dirigían al vendedor de helados, traté de
relajarme. No estaba sucediendo. Por dentro, me sentía inquieta. Toda la energía
inquieta de Brooks debe haberse contagiado en mí, pensé, mientras me sentaba con
un gruñido.
Dado que Jimmy y esa maldita cámara estaban con Brooks, me dejé ver por
un minuto. Incluso desde lejos, era fácil de mirar, esa aura de confianza casi visible
a simple vista. Mis ojos se entrecerraron mientras me concentraba, tratando de
mirar con atención o el tiempo suficiente para apagar ese inquietante estrépito en
mi estómago que sentía cada vez que lo miraba.
De hecho, sólo parecía empeorar cuanto más lo observaba.
Rodando sobre mi estómago, tomé el césped e intenté delinear mis
pensamientos sobre el artículo en el que estaba trabajando, pero no pude
distraerme del hombre que acababa de ser absorbido por un juego de fútbol
improvisado por un grupo de niños en edad preescolar. Una de las chicas había
pateado accidentalmente el balón en su espalda, pero en lugar de reaccionar de la
forma en que había asumido que Brooks lo haría —una molesta mueca de
desprecio— hizo una actuación teatral de actuar como si casi lo hubieran hecho
caer por el poder de su patada.
Jimmy, sin perder la oportunidad, se fue con Brooks mientras jugaba con
los niños. Sus maestros le prestaban más atención a él que a los niños de cuatro y
cinco años. Al menos no era la única con fiebre de Brooks North.
Después de pasarle el balón a un chico que era prácticamente la mitad de
grande que los demás para que pudiera marcar el gol, Brooks chocó las manos con
algunos de ellos antes de volver a la fila en el camión de helados. ¿Era una sonrisa
genuina en su rostro? ¿Acabo de oír una risa sincera?
Los niños volvieron a jugar mientras Brooks daba su orden. Nunca imaginé
que Brooks pudiera ser del tipo paternal.
Hasta ahora.
Desinflada en el césped, evoqué todos los casos en los que Brooks North 110
había sido un imbécil. La lista no era corta. Aun así, no podía deshacerme de la
tensión en mi estómago, la sensación que parecía una advertencia o un precursor
o algo importante. Nunca lo había sentido, y ahora que finalmente tenía esa
sensación, quería que desapareciera. Que hibernara hasta que otro hombre entrara
en escena y mi vida no se hubiera reducido a un maldito circo.
Cuando Brooks comenzó a retroceder, puse la cabeza sobre mis brazos e
incliné mi sombrero lo suficiente para proteger mis ojos de él. Por lo que él sabía,
estaba tomando una siesta y no estaba teniendo un ataque de pánico interno
porque el primer hombre por el que sentí el je ne sais quoi era la última persona
en el planeta por la que me permití sentir algo.
Detrás de él, un coro de vítores resonaba donde los niños habían estado
jugando, pero Brooks y Jimmy estaban bloqueando mi vista para ver qué había
provocado tal respuesta.
—¿Me extrañaste?
Bostezando, empujé mis antebrazos.
—Sigue haciéndome esa pregunta.
—Sigo esperando una respuesta diferente.
El sol estaba justo detrás de él y no podía mirarlo sin estar ciega, así que
desvié mis ojos a través del campo hacia donde acababa de llegar. Entonces vi la
fuente de los vítores.
—No tuviste nada que ver con eso, ¿verdad? —pregunté mientras el
vendedor de helados les daba unos cuantos conos de helado más a los niños que
circulaban alrededor del puesto, con las manos agitadas.
—No sé de qué estás hablando. —La sonrisa en su tono lo delató.
—¿Compraste helado para todos esos niños?
Brooks miró por encima de sus hombros, levantando su mano cuando las
jóvenes que intentaban acorralar a los niños en edad preescolar saludaron con la
mano.
—Y sus agradables maestros.
Me mordí la lengua para evitar decir algo sarcástico sobre la parte
"agradable".
—¿Tú? ¿El estoico, realista gruñón? ¿Compraste helado para una clase de
chiquillos?
—¿Qué? —Brooks se agachó a mi lado. Demasiado cerca. Pero entonces su
presencia estaría demasiado cerca sin importar dónde estuviera—. Es un hermoso
día, y sólo porque sea realista no significa que no crea en actos de bondad al azar. 111
Me alejé tan discretamente como pude.
—Claro. Como un extraño comprando helado para un grupo de niños en un
parque. La definición de un acto de bondad al azar. Para nada espeluznante.
Su rostro se congeló por un momento mientras miraba a los jóvenes
cazadores de helados. Luego se rió.
—Cristo. No lo había pensado de esa manera. —Siguió riéndose—. No me
extraña que el tipo de los helados me mirara raro cuando dije que quería
comprarles helados a todos.
Me encontré riendo con él.
—Vas a terminar en un episodio de Los Más Buscados de América.
Jimmy se deslizó a nuestro lado, arrodillándose demasiado cerca para
sentirnos cómodos.
—Ten. —Brooks ofreció un cono de waffle con varios sabores de helado—.
Tengo esto para ti.
Parpadeé al cono que probablemente pesaba tanto como cuando nací.
—Dije que no quería nada.
Me miró, acercando el cono.
—Cuando un chico le pregunta a una chica si quiere postre y dice que no,
siempre significa que sí. —Dio un mordisco a su enorme cono de waffle,
prácticamente poniendo el mío en una de mis manos.
—Eso no se aplica a todo —dije, tomando el helado—. No, no significa sí.
Me guiñó un ojo cuando tomé mi primera lamida.
—Sólo cuando se trata del postre.
—Quiero discutir contigo, pero no lo haré —dije mientras lamía de nuevo
el caramelo salado.
—¿Porque tengo razón?
Levanté mi dedo índice.
—Esta vez.
Tomando asiento en el césped, giró su rostro hacia el cielo.
—Las mujeres pueden odiarme por lo que escribo, pero presto más
atención que la mayoría de los hombres. De hecho, si todas ustedes pudieran ver
más allá de las creencias pragmáticas, hay un compañero de vida bastante sólido
escondido detrás de todo este realismo.
112
Lo miré fijamente durante un rato, preguntándome por qué tenía que
luchar contra cada instinto que exigía que me acercara. Debería estar
inclinándome, creando distancia, queriendo espacio. Mi mente me lo dictaba. Pero
mi cuerpo contaba una historia diferente.
—Las mujeres no quieren un compañero de vida. Quieren un alma gemela.
Brooks me miró.
—¿Cuál es la diferencia?
—Es toda la diferencia.
Mis ojos picaban por estar despierta tan tarde y tenía el estómago revuelto
por estar tanto tiempo sin dormir. Pero no podía irme a la cama hasta que hubiera
terminado este artículo. Tenía una fecha límite, y todo el tiempo que había pasado
con Brooks en cámara había hecho estragos con mi tiempo de trabajo.
Estaba en el último párrafo, el gran final que resumiría todos mis
pensamientos en unas pocas frases conmovedoras. Las últimas palabras con las 113
que dejaría a mis lectores, las que resonarían en ellos durante los próximos días si
hubiera hecho bien mi trabajo.
Si tan solo esas palabras llegaran.
Suspiré con frustración por milésima vez y me masajeé las sienes mientras
cerraba los ojos. Concéntrate, Hannah. El artículo ya está escrito, solo necesitas
terminarlo. El último párrafo ya está hecho, solo necesitas anotarlo en un papel.
Mi discurso motivacional no funcionaba, y no podía dejar de culpar por el
bloqueo de escritor a alguien en traje.
En ese instante, sentí algo totalmente inesperado, aunque no era el
momento de genialidad que había esperado.
Gotas de lluvia. Golpeando mi cabeza. Dentro de mi departamento.
Mis ojos se abrieron de golpe al mismo tiempo que tiré mi cabeza hacia
atrás para mirar al techo. No, el techo no se había abierto para revelar un cielo
nocturno repleto de nubes de lluvia.
—¿Qué…? —murmuré, protegiendo la laptop con mi cuerpo mientras caían
gotas de agua.
Más gotas cayeron cuando la mancha húmeda en el techo se expandió.
Después de guardar la laptop en mi bolso y esconderla debajo de la mesa, corrí a
la cocina para juntar tantas cacerolas como había en mis armarios. Lo cual no era
suficiente dada la cantidad de agua que caía del techo.
Aun así, las esparcí por el piso, esperando atrapar al menos algo de agua,
antes de precipitarme hacia el baño para agarrar algunas toallas. Cuando estaba
entrando al baño, hubo un golpe en la puerta.
Abrumada, no pensé en revisar la mirilla antes de abrir. En el otro lado
encontré a Martin, luciendo pijama de franela a cuadros y una de esas tiras nasales.
Parecía sorprendido, su boca se abrió, pero nada salió. Comprendí por qué
cuando me di cuenta dónde apuntaba su mirada. Eran casi las dos de la mañana, y
me había quitado el sujetador y la blusa en favor de una camisola horas antes.
—Este no es un buen momento. Tengo una pequeña situación en mis manos
—dije mientras me metía en el baño para agarrar toallas y una bata.
—Es por eso que estoy aquí. —Dio un paso adentro, limpiándose las gafas
en su camisa de pijama—. El departamento al lado del mío, el que está
directamente sobre el tuyo, está experimentando algunos problemas. —Su rostro
cayó un poco cuando salí del baño con mi vieja bata de baño puesta.
—¿Algunos problemas con agua? —pregunté mientras me apresuraba
hacia la mesa, pero cuando llegué allí, el agua también se había extendido a la sala, 114
dejando manchas oscuras en mi sofá rosado.
—Ella comenzó a bañarse, luego supongo que salió para servirse un vaso
de vino y se distrajo.
—¿Con toda la botella? —murmuré mientras secaba el piso todo lo que
podía. El agua goteaba más rápido ahora, agujeros se abrían en el techo y salían
ríos.
—El encargado del edificio está haciendo que todos los que están debajo de
su departamento sean evacuados hasta que puedan limpiarlo y arreglarlo. —
Martin seguía entrando, así que le tiré una toalla.
—¿Y dónde se supone que vamos a evacuar? Es Nueva York. El espacio es
una comodidad limitada. —Todas mis toallas estaban empapadas y el agua no se
detenía. Tendría suerte si podía salvar algo después de este lío.
—Supongo que está consultando con algunos hoteles para ver si puede
asegurar habitaciones para todos ustedes. Le dije que te lo haría saber y que te
ayudaría con lo que necesites. Tal vez quieras empacar algunos bolsos porque
quién sabe cuánto tiempo tomará limpiar todo esto.
Renunciando a mis esfuerzos de secar el piso, decidí ir a mi habitación para
juntar algunos bolsos. Es posible que no hubiera caído del todo, y no tenía idea de
a dónde iba una vez que empacara, pero sabía que tener algunos efectos
personales secos sería mejor que nada.
—Sabes, siempre podrías quedarte en mi casa. —Martin me siguió a mi
habitación, sus ojos casi instantáneamente dirigiéndose hacia mi cama. El agua
todavía no había llegado hasta allí, pero supuse que era solo cuestión de tiempo—
. Estoy solo un piso arriba y mi departamento es más grande que el tuyo. Hay un
montón de espacio para una persona más. —Su garganta se aclaró cuando tiré la
ropa en un gran bolso de lona—. Es por eso que lo tengo.
Hice una mueca en mi armario. Prefería mudarme a un motel en decadencia
en la carretera con dueños llamados Bates que al agradable departamento de
Martin. Por un montón de razones, todas ellas empezando y terminando conmigo
no queriendo despertar con el sonido de la respiración pesada en medio de la
noche.
—Gracias, es una buena oferta, pero he estado viviendo sola por mucho
tiempo. Estoy segura de que volvería loco a un compañero de cuarto, incluso si es
temporalmente.
Las zapatillas de Martin chirriaron por mi piso.
—No me volverías loco.
Me mantuve concentrada empacando frenéticamente, tratando de pensar 115
en una forma educada de pedirle que se fuera.
—Voy a buscar un hotel. Pero gracias de nuevo.
Mis ojos se dirigieron hacia la puerta, pero él no estaba captando la pista.
Así que mientras llenaba otro par de bolsos con trastos y artículos de tocador,
aproveché la presencia de Martin para llevar un par.
—¿Estás segura de que no quieres pasar la noche en mi lugar? Es
prácticamente de mañana. —Martin dejó caer mis bolsos en el pasillo con un
gruñido, como si las hubiera llenado de acero.
—Tengo un amigo que vive cerca.
—También tienes un amigo que vive un piso más arriba. —Señaló por
encima de nosotros.
—Una amiga —aclaré mientras sacaba mi teléfono y me desplazaba entre
mis contactos.
—Es el siglo XXI. Ya nadie se preocupa por esas cosas.
—Excepto Dios. Y mi sacerdote.
La frente de Martin se arrugó.
—No sabía que eras religiosa.
—Es más una fe recién descubierta. Una cosa de Renacimiento. —Me mordí
el interior de la mejilla antes de decir algo más y meterme en un agujero aún más
profundo. Conociendo a Martin, estaría afuera de la puerta del edificio el domingo
por la mañana con su Biblia en la mano, esperándome.
—No es que hagamos algo inapropiado. Solo dormiríamos. Tú en una
habitación. Yo en otra. —Se frotó la nuca, moviéndose en su lugar.
Estaba mojada. Mi departamento era una selva tropical. Y estaba agotada.
Se me acabó la paciencia.
—Gracias de nuevo por la ayuda, pero si pudieras darme un poco de espacio
para descubrir mis próximos pasos, eso sería muy apreciado —dije con una
sonrisa mientras se dirigía a la escalera.
—¿Tienes mi número?
Agité mi teléfono.
—Lo tengo.
—¿Llamarás si necesitas algo? ¿A cualquier hora?
Hice una X sobre mi pecho.
—Lo prometo —respondí, cruzando los dedos por detrás de mi espalda. 116
Hizo una pausa cuando llegó al primer escalón.
—¿Puedo ayudarte a llevar tus bolsos al menos? Esa es toda una carga...
—Buenas noches, Martin. —Respiré calmadamente y la contuve mientras él
finalmente subía las escaleras a su piso.
Escuché un alboroto desde el piso de arriba y oí la voz del encargado
bajando las escaleras, pero el resto del edificio estaba tranquilo. Todos dormían
profundamente mientras mi departamento se llenaba de agua.
Me apoyé en la pared detrás de mí, me escurrí el cabello con una mano
mientras me movía a través de mis contactos con la otra. Quinn era la opción obvia,
pero gracias a los pagos de sus préstamos estudiantiles, vivía con dos compañeras
en un departamento que era la mitad del tamaño del mío. Un baño y cuatro
mujeres podrían no haber calificado para las condiciones del tercer mundo, pero
sin duda era un problema del primer mundo.
Si le preguntaba, diría que sí y dejaría su cama por mí y dormiría en el suelo
que debería haber sido reemplazado hace dos generaciones. Ella estaría enojada
si se enterara de lo que había sucedido y no la hubiera llamado, pero no podía
aprovechar una amistad cuando tenía los medios para alojarme en un hotel.
Pasaba contacto tras contacto que sabía que podía llamar y, que, sin
dudarlo, me dirían que llevara mi trasero hacia ellos, pero no podía obligarme a
llamar a ninguno.
Sin embargo, encontré mi dedo moviéndose sobre un nombre. El último
nombre que debería haber considerado cuando se trataba de compartir un espacio
para vivir y dormir.
Me reprendí incluso por considerarlo, estaba a punto de abrir un motor de
búsqueda para reservar un hotel, cuando mi maldito pulgar traidor se resbaló.
Justo sobre el número de teléfono de Brooks North.
Apenas había empezado a sonar antes de que presionara el botón para
cortar, maldiciendo cuando lo hice. No podría haber pasado. Lo presioné y terminé
la llamada demasiado pronto. Brooks nunca sabría que mi dedo lo había llamado
a las dos de la mañana.
Ni siquiera tres segundos después, sonó mi teléfono. ¿Adivina quién?
—No, no, no. —Golpeé mi cabeza contra la pared junto con mis palabras.
No estaba segura de qué hacer. Si no respondía, sería obvio que lo estaba
ignorando, especialmente porque fui yo quien lo había llamado en medio de la
noche.
117
Si respondía, ¿qué demonios iba a decir? ¿Qué razón legítima, aparte del
grave trauma corporal, podría tener para llamar a Brooks a esta hora de la noche?
Quiero decir, aparte de los mensajes que habíamos intercambiado y que tenían que
ver con nuestras citas, no había tenido ninguna conversación con él por teléfono.
En el último minuto, tomé mi decisión y respondí.
—¿Hola?
Golpeé otra vez mi cabeza cuando me di cuenta de lo tonta que sonaba.
—¿Hola? Hola a ti. Tú eres la que llama a las dos y cuatro de la madrugada
del jueves. Lo que lo hace viernes por la mañana. —La voz de Brooks no sonaba
como si hubiera sido despertado por mi llamada. Sonaba igual que en cualquier
otro momento en que hablé con él.
—Lo siento por eso. Te marqué accidentalmente. —Fruncí el ceño en mi
departamento mientras más agua entraba.
—¿Qué estás haciendo todavía despierta?
—¿Qué estás haciendo todavía despierto? —le hice el eco.
—Terminando un artículo. —El sonido del hielo chocando contra un vaso
pasó a través del teléfono.
—Yo también —dije apresuradamente cuando noté que el encargado
avanzaba por las escaleras hacia mí—. Voy a dejar que vuelvas a tu artículo. Lo
siento otra vez por marcar por error1.
Soltó una risita baja.
—Tu trasero puede llamarme cuando quiera.

1 Butt-call: término usado para llamada sin intención. Sin embargo, Butt se traduce como

trasero. De allí el juego de palabras


—No eres gracioso.
—Te he hecho reír unas cuantas veces. Tengo que ser semi gracioso.
Andre, el encargado, no se dio cuenta de que estaba hablando por teléfono.
Antes de que pudiera cubrirlo o terminar la llamada, comenzó a hablar a un
kilómetro por minuto.
—Señorita Arden, lamentamos mucho este importante inconveniente. —
Cuando echó su primer vistazo al interior de mi departamento, su rostro parecía
haber sido testigo de la presencia de un tiburón blanco—. Ya he llamado a una
docena de hoteles, todos están llenos, pero no se preocupe, seguiré haciendo
llamadas hasta que encuentre un lugar, incluso si eso significa perder mi
habitación por el resto de la noche. 118
Cuando sonó su teléfono, levantó el dedo y respondió a la llamada. Andre
estaba muy ocupado por ser un sábado de verano, así que esta noche parecía como
si estuviera aferrado al último hilo de su cordura.
—¿Qué pasa con tu departamento? —La voz de Brooks se escuchó en mi
teléfono.
Exhalé.
—Está un poco inundado en estos momentos.
—¿Inundado?
—Inundado. —Señalé dentro de mi departamento—. La señora del piso de
arriba olvidó que estaba bañándose. Por lo que parece, se olvidó el mes pasado.
—¿Qué vas a hacer?
—El encargado me está reservando un hotel —dije.
—Dijo que no podía encontrar una vacante.
—También dijo que iba a seguir buscando.
Brooks exhaló.
—Ven a mi casa. No está lejos, y es lo suficientemente grande para nosotros
dos.
La tensión ahora se había enrollado alrededor de mi garganta en lugar de
mi estómago. ¿Qué diablos estaba pasando conmigo?
—No, no podría hacer eso.
—¿Pero podrías convivir con el encargado, que parece que está tan cerca
de volverse loco? —Brooks me dio unos minutos para procesar—. En serio, ven
esta noche y si es tan terrible estar aquí, puede registrarte en un hotel mañana.
Nadie necesita saberlo.
Una ola de agotamiento cayó sobre mí, y la tentación de dormir se volvió
abrumadora.
—No estoy segura de que sea una buena idea.
—¿Por qué no?
No estaba preparada para que él hiciera esa pregunta.
—Porque no. Simplemente no parece correcto.
—¿Tienes miedo de que Conrad, o Jimmy, o los espectadores lo descubran?
No lo había sentido, al menos hasta ahora.
—Un poco.
119
—¿Preocupada por mí entrando a escondidas a tu habitación por la noche?
Mis brazos se cruzaron.
—No.
—¿Te preocupa que entres tú en mi habitación por la noche?
—¡No! —grité, más fuerte de lo que pretendía—. Simplemente no creo que
sea la mejor idea, ¿de acuerdo?
—Probablemente no sea la mejor idea. —En el fondo, escuché un sonido.
¿Estaba escribiendo?—. Pero tampoco es la peor idea, y francamente, es tu única
opción en este momento de la noche barra mañana.
—Puedo llamar a uno de mis amigos —dije mientras me agachaba para
sacar un par de zapatillas de mi bolso. Dondequiera que fuera, no podía llegar
descalza.
—Pero eso significa que tendrías que despertar a uno de ellos, y yo ya estoy
despierto. —La escritura se detuvo—. Ven aquí. Puedes pensar en algo más
mañana.
Me estaba preparando para cortarlo cuando salió de mi boca:
—Está bien.
Hubo un silencio lo suficientemente largo como para decir que estaba tan
sorprendido como yo de mi aceptación.
—¿Puedo ir a buscarte? ¿Necesitas ayuda con algo?
Ya había metido mis pies en las zapatillas deportivas y había guardado mis
últimas pertenencias secas en el mundo.
—No, voy a tomar un taxi.
—¿Estás segura?
—Podrías preguntar eso porque estás tratando de ser útil, tal vez, pero todo
lo que escucho es que cuestionas mi capacidad y competencia para completar una
tarea básica por mi cuenta. —Mis pies chirriaron en mis zapatillas mientras bajaba
las escaleras.
Brooks hizo un sonido de diversión.
—Podría cuestionar mucho, pero no eso. Nunca eso.
Después de despedirnos, estaba casi en la puerta cuando Andre me alcanzó.
Se había vuelto completamente frenético.
—¿A dónde va, señorita Arden? Todavía estoy trabajando para encontrarle
una habitación de hotel.
120
—Me dirijo a la casa de un amigo. —Las palabras se sintieron mal, ¿pero
eso era?—. Si necesitas contactarme, tendré mi teléfono.
Los hombros de Andre se relajaron un poco.
—Tengo un equipo de limpieza de emergencia en camino, y van a hacer que
su departamento vuelva a la normalidad antes de que se dé cuenta.
La última imagen de mi departamento pasó por mi cabeza.
—¿Podrías avisarme cuando piensen que podría volver? Probablemente
deba volver mañana para tomar algunas cosas que olvidé.
La cabeza de Andre nunca dejó de asentir.
—Me encargaré de todo —dijo mientras abría la puerta para mí—. Lamento
mucho las molestias, señorita Arden.
Me gustó la forma en que lo hizo sonar como si hubiera esperado cinco
minutos teniendo reserva para la cena, en lugar de que el vecino de arriba desatara
un aguacero torrencial en todas mis posesiones mundanas.
Andre esperó en la puerta mientras paraba un taxi, y me saludó con la mano
después de que me metí dentro, antes de darse la vuelta y, salir corriendo, Dios
sabe dónde.
Qué desastre.
Mi departamento.
Yo.
La noche.
Mi situación actual.
Para algo que podría ser tan pacífico y refrescante, el agua realmente podría
abrir un vórtice de succión en la vida de una persona en las circunstancias
adecuadas.
El viaje hasta el departamento de Brooks no fue largo, ni siquiera diez
minutos. Después de pagar al conductor y salir, me quedé en la acera el tiempo
suficiente para darme la oportunidad de cambiar de opinión.
Mis pies tomaron la decisión por mí.
Cuando llamé al número de departamento que me había enviado, las
puertas se abrieron al instante. Este edificio era más bonito que el mío, más nuevo,
pero también más frío. El diseñador se había olvidado de trabajar con un poco de
calidez en medio de todos los bordes afilados y colores fríos. 121
En el ascensor, me tomé un momento para ajustar el cinturón de mi bata y
pasar mis dedos por mi cabello húmedo en un intento de parecerme menos a un
jerbo ahogado. Cuando las puertas se abrieron en el piso diecisiete, salí del
ascensor como si estuviera en una biblioteca. Después de encontrar el camino
hacia la puerta con el número 123, mi puño se congeló antes de tocar.
¿Qué estaba haciendo?
No podía pasar la noche con Brooks North en su departamento. Si mis
lectores se enteraran… Si el señor Conrad lo hiciera… si mis inhibiciones bajaran
por una fracción de segundo…
Esta era realmente la peor idea.
Justo cuando estaba a punto de darme la vuelta e irme, la puerta se abrió.
Brooks tenía esa sonrisa socarrona y su cabello casi despeinado.
—Parecía que te estaba costando la parte de tocar, así que pensé en echarte
una mano. —Golpeteó la mirilla, abrió la puerta del todo y se hizo a un lado.
Me tomó unos momentos entrar, un mejor juicio me advirtió que debía
voltearme e irme, pero una vez que crucé el umbral, me quedé atascada. Toda la
resistencia desapareció de mí cuando la noche me alcanzó de repente.
—Maldición, te ves mal, Arden —dijo Brooks después de cerrar la puerta.
Le lancé una mirada que no necesitaba traducción.
—Sabes a lo que me refiero. —Me señaló. Estaba en mi vieja bata que no
deberían ver otros ojos aparte de los míos, con zapatillas deportivas que habían
estado de moda la década pasada y cargando un montón de bolsos rebosantes de
cosas de mi vida.
—¿Podrías ser amable por cinco minutos completos? —dije, finalmente
dándome cuenta de lo que llevaba puesto. O más bien lo que él no estaba usando—
. ¿Y puedes ponerte una camiseta? Esto ya es lo suficientemente incómodo sin que
estés dando vueltas medio desnudo.
Soltó una pequeña risa cuando señaló una habitación justo al lado del
pasillo.
—Esa es la habitación de invitados. Puedes dejar tus cosas allí si quieres.
Solo hay un baño, pero guardé mis cosas para hacer espacio para las tuyas.
Brooks desapareció en la cocina, así que fui a la habitación que me había
indicado. Encendí la luz y me sorprendió lo que encontré. Estaba ordenada, las
mantas de la cama habían sido dobladas y había una botella de agua en la mesita
de noche.
No estaba segura de qué hacer con todo esto; si fue Brooks haciendo algo 122
decente o si fue una obra para enamorarme de él. Podría haber sido cualquiera, y
honestamente, las dos estaban bien. Cualquiera que fuera la razón, no tenía el
poder mental para pensarlo, así que después de apoyar mis bolsos contra la pared
y quitarme las zapatillas, volví a la sala.
—Herví un poco de agua si quieres una taza de té. —Su voz sonó desde la
cocina cuando entré a la sala.
—¿Tienes algo sin cafeína?
—Eh, sí, creo que sí. —Hubo sonido de buscar a través de los armarios—.
Tengo manzanilla o jazmín.
No era una persona de té, pero si alguna vez había una ocasión para tomar
una taza caliente de hojas secas, era esta noche.
—Jazmín suena bien.
—Ya sale.
Recorrí la habitación y no encontré nada personal. Excepto por la laptop
que estaba sobre la mesa, como la mía en mi departamento. Parecía que los dos
estábamos teniendo dificultades para cumplir nuestros plazos mientras
jugábamos la versión moderna de El Juego de las Citas.
—¿Trabajas hasta tarde? —pregunté cuando salió de la cocina con dos
tazas.
—Siempre —respondió mientras me entregaba mi té.
—¿Qué estás bebiendo? —Miré el líquido oscuro en el suyo.
Levantó la barbilla de la laptop.
—Darjeeling. Todavía tengo una hora de trabajo antes de poder terminar
por la noche.
—Pensé que te levantas a las cinco de la mañana.
—Lo hago.
Cuando intenté mirar en qué estaba trabajando, cerró la computadora por
completo.
—Eso significa que vas a dormir menos de dos horas —dije.
—Y eso es mejor que ninguna hora de sueño. —Levantó su taza antes de
tomar un sorbo.
—No te pinté como un optimista.
—No lo soy. Ese es el realista en mí hablando.
Tomando un sorbo de mi té, sentí un nuevo empujón de pesadez. Estaba a 123
punto de dormirme de pie si no me iba a acostar pronto.
—Sonaba bastante positivo para mí. Ver el vaso medio lleno.
Sus ojos me miraron.
—Y, de hecho, dos horas de sueño es mejor que no dormir. Esa es la verdad.
—Moviéndome hacia la habitación, no me perdí la forma en que me estaba
inspeccionando—. Linda bata.
Mis cejas se arquearon.
—¿Que se supone que significa eso?
—Se supone que significa… —extendió sus brazos—… linda bata.
—Sí, pero la forma en que lo dijiste...
—Es linda, Hannah. Eso es lo que dije, y eso es lo que quise decir. No hay
intención oculta. —Su boca se movió antes de que pudiera cubrirla, y fue entonces
cuando supe que estaba jugando conmigo—. Se ve muy querida.
—Idiota —le di un golpe en el brazo, que todavía estaba desnudo, junto con
el resto de su mitad superior—. Al menos tengo la decencia de ponerme ropa
cuando estoy en presencia de personas.
—En realidad, lo encontraría mucho más decente si te abstuvieras de
vestirte. —Las esquinas de sus ojos se arrugaron cuando se dio cuenta de lo que
había dicho—. Cuando se trata de esa antigüedad —agregó, apuntando su taza a
mi bata.
—Me voy a la cama ahora. Antes de que pases a insultar a mis zapatillas.
Se alejó.
—No necesito insultarlas cuando su propia existencia es lo suficientemente
ofensiva.
Cuando me lancé para aterrizar otro golpe, él se rió y logró no derramar
una gota de su té.
—Te odio un poco, ¿lo sabías? —dije mientras retrocedía hacia la
habitación.
—Sí. Lo sé. —Guiñó y volvió a su laptop—. Si necesitas algo, solo pide o
hazlo tú.
Antes de cerrar la puerta, me detuve. Mi atención se fijó en él enfocándose
en su laptop. La luz pálida que entraba por la ventana detrás de él proyectaba
reflejos a lo largo de su espalda, dibujando líneas que estaban hechas para que los
ojos y dedos siguieran.
—Oye, Brooks… —Tragué mientras su mirada se movía en mi dirección—. 124
Gracias.
Su rostro cambió, relajándose bajo el constante control que mantenía. En
ese momento, vi al hombre del que me había enamorado tan rápido y
descuidadamente esa noche en Chicago.
—Oye, Hannah —respondió con una lenta sonrisa—. De nada.
Dormir con el enemigo. Lo había hecho
Tal vez no en la forma en que lo hice esa noche de invierno hace un par de
meses, pero dormí bajo su techo, en su cama, una de ellas, y estaba despertando
con el olor del café recién hecho.
No fue una cosa tan horrible. Sobre todo, porque Brooks tenía bonitas
125
sábanas en su cama, las que tenían un recuento de dos millones de hilos y
probablemente costaban tanto como el colchón, que era lujoso por derecho propio.
Mi alarma sonó a las seis, pero dada la noche que había tenido, dormí hasta
las siete y cuarto. Cuando salí de la cama, sentí que podría haber dormido otras
diez horas sin ningún problema.
—¿Brooks? —llamé después de mirar por la puerta de la habitación.
Probablemente todavía estaba andando en bicicleta cinco millones de
kilómetros y había dejado la cafetera encendida para mí, adivinando que me
convertía en un ogro si no conseguía algo de cafeína en mi sistema unos minutos
después de levantarme. Habría tenido parcialmente razón.
Cuando no obtuve respuesta, me dirigí hacia la cocina. El sol derramándose
a través de las ventanas, proyectaba en todo su apartamento una luz diferente. El
lugar seguía siendo tan impersonal como el vestíbulo de la oficina de un dentista,
pero los grises de la decoración no eran tan monocromáticos. Había más sombras
de las que había imaginado, demasiadas para contarlas.
En el mostrador, encontré una taza limpia junto a la cafetera, junto con una
nota que me hacía saber que había crema en la nevera. Había colocado un montón
de paquetes de azúcar y una cuchara junto a la taza, porque supuse que pensaba
que estaba practicando para la diabetes.
Después de hacer mi café, que podría haber requerido tres paquetes… y
medio… de azúcar para que supiera bien, estaba a punto de meterme en el baño
para ducharme cuando la puerta del frente se abrió.
—¡Dulce bebé Buda! —exclamé cuando Brooks irrumpió en el interior con
la impresión que él mismo había salido de una ducha. Una ducha de sudor.
—Lo siento. No pretendía asustarte. —Mientras colgaba las llaves, se
detuvo. Sus ojos recorrieron mi figura. Se abrieron como platos.
Ahí fue cuando recordé que no estaba usando mi bata de baño, sino que
lucía nada más que pantalones cortos de algodón y esa misma blusa que Martin
había tenido dificultades para ignorar.
—¿Y tienes el descaro de acusarme de correr medio desnudo? —Hizo un
gesto hacia mí como si estuviera corriendo por la avenida Lexington en nada más
que borlas para pezones.
—Pensé que te habías ido o me habría puesto esa bata de la que eres tan
fanático —grité mientras mis brazos se cruzaban—. Estaba a punto de saltar a la
ducha.
Se pasó la mano por el cabello húmedo.
—Yo también. 126
—Es tu casa. Tú primero. —Me dirigí hacia mi habitación, en busca de esa
bata.
—Eres mi invitada. Tú primero. —Encendió la luz del baño y enganchó una
toalla de mano desde adentro para limpiarse el rostro.
—No realmente. Insisto.
—No, yo insisto.
—Brooks…
—Hannah —interrumpió, con una sonrisa inclinada grabada en su lugar—
. Hay una solución que es un compromiso.
Hice una mueca mientras me agachaba detrás de la puerta del dormitorio.
—Por la expresión de tu rostro, no quiero saberlo.
—Podríamos ahorrar agua y bañarnos juntos. Solución simple a nuestros
dos problemas.
Mi estómago volvió a tener esa sensación extraña. Probablemente debido a
la falta de sueño y al tomar café con el estómago vacío sin mi desayuno habitual de
mantequilla y chocolate.
—Más como un suministro interminable de problemas con esa solución.
Se rió entre dientes antes de meterse en el baño, el sonido de la ducha
abriéndose lo siguió.
—Bien, si no quieres una ducha acompañada, entonces puedes ir primero.
Podría haber seguido discutiendo, pero no habríamos logrado que ninguno
de los dos llegara más lejos en el departamento de compromiso. Además, el agua
caliente se agotaría y los dos llegaríamos tarde al trabajo.
—Voy a ser rápida —le dije después de tomar mis cosas de baño de una de
mis bolsas. Al menos, lo que había logrado empacar dentro del caos de la noche
anterior.
Su boca se levantó más alto en un lado.
—Oh, lo sé.
Fingiendo no entender a qué se refería, agarré mi “Encantadora” bata y
corrí hacia el baño. Una vez que estuve en el baño, volví a comprobar que había
cerrado la puerta con llave, luego miré alrededor de la habitación y detrás de las
toallas para asegurarme que no había cámaras ocultas. Pervertido podría no haber
sido el MO de Brooks, pero no me arriesgaría. No es que no supiera cómo me veía
desnuda. 127
Desquité mi frustración con mi cuero cabelludo mientras lavaba con
champú y acondicionaba mi cabello. Nunca había estado tan absolutamente limpio.
Logré afeitarme las piernas y las axilas y lavarme el cabello y el cuerpo en menos
de cinco minutos. Eso tenía que estar en la carrera por un récord mundial.
Después de deslizar la toalla arriba y abajo de mi cuerpo, la envolví
alrededor de mi cabello y me deslicé en mi bata de baño. Podía hacer el resto de
mi ritual matutino en la habitación para que él pudiera usar la ducha a
continuación.
Brooks estaba en el mismo lugar donde lo había dejado, con una taza de café
en una mano y un periódico en la otra. No levantó la vista cuando me moví por el
pasillo.
—Siguiente —le dije, deteniéndome afuera de la puerta de su habitación.
No había luces encendidas, pero había suficiente luz natural para iluminar el
interior. Su cama estaba tan bien hecha que era como si nadie hubiera dormido en
ella, y las superficies estaban libres de efectos personales con excepción de un
marco apoyado en el tocador—. ¿Es tu mamá?
Brooks soltó un “Mm-hmm”.
—Era hermosa.
—Lo era —dijo, descansando el periódico a su lado—. En todos los sentidos.
Y su marido aun así la dejó. Ese no es el final feliz que se merecía.
—Eso tiene que ver con la naturaleza de tu padre, no con el amor.
Sacudió la cabeza.
—El amor es una sustancia química en nuestro cerebro. No es algo de
fantasía o escrito en las estrellas o la cosa del destino y la providencia. Viene. Se
va. A veces dura. A veces no lo hace. No es una garantía, es un riesgo. —Mientras
se movía hacia mí, cerró la puerta de su dormitorio antes de dirigirse hacia el
baño—. Te veré en la oficina.
Mi mano se aferró a la parte superior de mi bata.
—Puedo esperarte. ¿Si quieres?
—Pensé que no querrías que llegáramos juntos. Ya sabes, en caso que
alguien de la oficina se haya dado cuenta. —Se detuvo en medio de quitarse la
camiseta mojada.
Mis cejas se juntaron. Los dos llegando juntos, para que nos viera alguien
en la oficina, para que todos los que nos reconocieran, debería haber sido lo que él
quisiera. Se alineaba con todo su objetivo de hacer que me enamorara de él.
Debería haber estado saltando ante la idea que los dos saliéramos de un taxi y nos 128
dirigiéramos juntos al World Times.
Entonces, ¿por qué estaba sugiriendo algo más?
—Nos vemos más tarde. —Girándome, corrí a mi habitación para terminar
de prepararme.
Tomó toda mi fuerza de voluntad mantener mi cerebro en la tarea en
cuestión y no vagar a otros asuntos urgentes. Como la condición de mi
apartamento. O lo que iba a hacer esta noche para buscar donde quedarme. O por
qué Brooks se estaba comportando de manera totalmente opuesta a como
esperaba que actuara. O por qué mi cuerpo me estaba traicionando a cada
momento cuando me miraba de cierta manera o decía mi nombre en el tono
correcto.
Como últimamente había estado acumulando tarifas de taxi, decidí tomar
el metro para ir a trabajar esa mañana, lo que significaba que no tenía tiempo para
tomar mi desayuno habitual. Cuando Quinn me envió un mensaje de texto para
preguntarme si quería algo, le pedí que tomara un croissant de chocolate extra. Y
podría haber sugerido que canalizara a Beyonce en “Run the World” y sellara el
trato de Justin ya.
Ignoró mi último mensaje.
A diferencia de la mayoría de los viernes por la mañana, fui una de las
últimas en llegar al trabajo, y estaba un poco molesta. Perdí la oportunidad de estar
en paz y tranquilidad para ponerme al día con algo de trabajo.
Conrad había dejado que Brooks y yo supiéramos que podíamos aligerar
nuestra carga de trabajo dado todo el tiempo que se estaba robando Romance
versus Realidad, pero ninguno de los dos parecía estar aceptando su oferta.
Claramente, ambos le dábamos prioridad a nuestro trabajo y no éramos llevados
fácilmente a pedir Piedad.
—¿Qué hay? —saludó Quinn el momento en que me desplomé en mi silla—
. Parece que no dormiste ni un poco anoche.
—Ugh. Sí. Anoche tuve una emergencia y estoy en un par de aprietos. —Le
lancé una mirada de disculpa y dejó caer una bolsa de papel marrón en mi
escritorio—. Gracias por tomar mi desayuno de campeones por mí.
—¿Qué está pasando?
Partiendo porción de mi desayuno, debatí cuánto decirle a Quinn. Se lo
contaba todo, pero no estaba segura de poder decirle esto.
—Mi apartamento se inundó anoche y tuve que irme. —Miré a través de mi
cubículo para asegurarme que nadie se hubiera sentado en su silla.
129
—Oh Dios mío. De ninguna manera. ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no
viniste? —Quinn se detuvo, sus ojos se estrecharon sobre mí—. ¿A dónde fuiste
anoche? —Cuando no contesté de inmediato, agregó—: ¿Un hotel?
—Una especie de hotel que es temporal e impersonal.
El reconocimiento cubrió su rostro.
—¿Pasaste la noche con él? ¡¿Él?! —Miró al espacio de trabajo vacío de
Brooks—. ¿Podrías haber tenido una fiesta de pijamas con tu mejor amiga y lo
elegiste sobre mí?
—No fue así. —Mi cabeza cayó hacia atrás—. Era tarde, no quería
despertarte, y sé que tu casa ya está muy llena. No quería imponerme.
—Somos mejores amigas. Por lo tanto, no hay tal cosa como imponerte. —
Sacó su labio inferior—. No puedo creer que lo hayas llamado en lugar de mí.
—Shhh —siseé, mirando alrededor de la oficina. Estaba llena de ruido, pero
no necesitaba que nadie se enterara de mi situación actual—. Su casa es enorme, y
si voy a imponerme a alguien, preferiría que fuera él sobre alguien que realmente
me cae bien.
Quinn me miró con recelo mientras se mordía las uñas.
—¿Juras hacer su vida miserable mientras estás allí? Estoy hablando de
dejar los platos sucios en el fregadero, poner una caja de leche vacía en la nevera,
dejar el cabello sobre las paredes de la ducha.
Crucé mi dedo sobre mi corazón.
—Promesa.
Tomó el trozo de croissant que le ofrecí.
—¿Cuánto tiempo antes que puedas volver a tu casa?
—No lo sé. Espero saber más hoy.
—Está bien, bueno, si llega a ser demasiado o demasiado tiempo, mi cama
es tuya. Dormiré en el suelo si eso significa proteger a mi amiga de la sanguijuela
de un Homo sapiens.
—Caramba, Quinn, pensé que estaba empezando a caerte bien el chico.
Dejó caer su cara frente a la mía.
—Así era. Y luego mi mejor amiga lo eligió sobre mí en un momento de
crisis. —Se burló del cubículo vacío frente a mí—. Vamos. Vamos a tomar un café.
Bowers estaba haciendo una olla nueva.
—En caso de duda, café. —Seguí a Quinn hacia la sala de descanso, donde
la multitud se había reunido.
130
—Está bien, ¿de quién es el cumpleaños y de dónde vino el pastel? —gritó
Quinn a la multitud antes de darse cuenta que la manada no se había reunido por
un trozo de terciopelo rojo, pero estaba obsesionada con el televisor en la esquina
trasera.
Al sentir una sensación de hundimiento en mis entrañas que se estaba
transmitiendo algún tipo de desastre natural o algo peor, me moví a través de una
pared de cuerpos para poder ver la pantalla. Problemas de personas bajas.
Mis cejas se juntaron cuando vi lo que estaban mostrando. Era uno de esos
programas matutinos nacionales, el animado anfitrión entrevistando a una mujer
mayor de aspecto distinguido.
—Si acaban de sintonizarnos, estoy hablando con la especialista en lenguaje
corporal Judith Reeves sobre los signos físicos que emitimos cuando nos sentimos
atraídos por alguien.
Quinn logró avanzar hacia mí y miró la televisión de la misma manera que
yo, con confusión.
—¿Qué es tan fascinante de esto?
Mis hombros simplemente se levantaban cuando un clip se reproducía en
la pantalla de televisión detrás del presentador.
—Oh…
—Rayos —dijo Quinn mientras material de archivo de la primera cita de
Brooks y mía se reproducía.
—Si eres uno de los pocos que no ha oído hablar de la nueva experiencia de
reality de televisión, Romance versus Realidad, el programa sigue la vida de dos
periodistas que tienen puntos de vista diferentes sobre el amor. De hecho, es
posible que haya leído una o dos columnas de consejos de la señorita Romance o
el señor Realidad. En un experimento social que tiene a toda la nación hablando,
el World Times está tratando de responder, de una vez por todas, ¿el amor es real
o falso? —El presentador le hizo una seña a la invitada que estaba frente a él—. La
doctora Reeves ha estado viendo el programa y ha seleccionado algunos clips para
dar su opinión sobre cómo están progresando las cosas entre estos dos.
—Esto no es real. —Mi mano se soltó para tomar la de Quinn—. Dime que
esto no es real.
Su garganta se aclaró.
—¿Esto no es real?
—Tu confianza es abrumadora —me quejé, mientras la “doctora” Reeves
pausaba el clip. Era cuando Brooks y yo habíamos estado en el restaurante, y no
importaba lo duro que viera, no podía ver nada que delatara más sentimientos que 131
el desprecio.
—Si miran de cerca aquí, verán las pupilas de la señorita Arden ligeramente
dilatadas. —El clip se acercó a mi cara cuando Reeves se levantó para señalar mis
ojos.
—Sorpresa, señora. Estaba oscuro dentro de ese sofocante lugar. La última
vez que lo comprobé, nuestras pupilas se dilatan en ausencia de luz. —Mi pie dio
unos golpecitos mientras resistía el impulso de lanzar mi tacón a través de la
pantalla del televisor.
—¿Ven la forma en que ella está totalmente inclinada hacia él? ¿No se
reclina o se inclina hacia un lado? Ese es otro indicador de atracción.
A mi alrededor, las cabezas de mis compañeros de trabajo se volvieron
hacia mí, midiendo mi reacción.
Supuse que la que estaba dando no era muy sutil.
—Bomba número dos, doctora Bruja. Estaba sentada en una mesa frente a
él.
Quinn se quedó sin habla, haciendo una mueca cuando pasaron al siguiente
video. Este era uno de nuestro picnic en el parque cuando ambos estábamos
sentados en la manta y hablando después del almuerzo. Literalmente, no había
nada que un charlatán de lenguaje corporal pudiera inferir de esa escena que
sugiriera que yo estaba loca por Brooks.
La anfitriona y la doctora observaron lo que fueron unos diez segundos de
imágenes, pero se sintió como una condena eterna en el infierno desde donde
estaba parada justo en el centro de docenas de colegas. Dios, esto era humillante.
Saber que me estaban filmando para un público ya era lo suficientemente malo,
pero tener que verlo y tener mis movimientos oculares y la colocación de mi
cuerpo analizados en la televisión matutina estaba más allá del círculo interno de
vergüenza y humillación.
—Y si se dan cuenta aquí... —La doctora regresó el video unos segundos
antes de volver a ponerlo en pausa. Y hacer zoom. De nuevo—. Observen la forma
en que la señorita Arden empuja su cabello hacia atrás sobre su hombro, inclina su
cabeza, exponiendo su cuello, liberando inconscientemente feromonas destinadas
a atraer a un posible pretendiente.
Mi estómago se revolvió cuando agarré el brazo de Quinn.
—Mi vida se acabó.
Quinn me dio unas palmaditas en la mano.
132
—Golpea tres veces tus talones y sigue diciendo “no hay lugar como el
hogar”.
—De nuevo, miren el cuello. Aquí lo toca y otra vez aquí... —La voz de
Reeves se fue apagando cuando envió el clip a la siguiente instancia de mí tocando
mi cuello sin ninguna razón aparente—. Otro indicador más de que, de alguna
manera, la señorita Arden se siente atraída por él.
Más cabezas se volvieron hacia mí. Incluso los que no podía ver, podía sentir
agujeros ardientes en la espalda. Después de hoy, nunca más me volvería a tocar
el cuello en presencia de Brooks. Ni siquiera me di cuenta de que lo había tocado
tanto.
—Está bien, ya que hemos hablado de la señorita Arden. —La anfitriona
volvió a cruzar sus tobillos—. ¿Qué pasa con el señor North? ¿Alguna señal de
lenguaje corporal para revelar lo que está sintiendo?
Mis hombros se relajaron un poco. Al menos estaba fuera del banquillo y no
tenía que preocuparme porque ella leyera mi labio superior en busca de signos de
atracción.
—El señor North es más difícil de leer en realidad. —Reeves se movió a otro
clip, agitando el control remoto a la pantalla donde Brooks estaba congelado—. Su
expresión favorita parece ser esta. De hecho, esta fachada plana está presente en
más de la mitad del tiempo de emisión.
—¿Qué nos dice eso, doctora?
—No nos dice mucho. Podría significar desprecio tanto como podría
significar atracción. Es imposible saber en una persona que ha perfeccionado el
arte de la indiferencia como lo ha hecho claramente el señor North.
Quinn resopló.
—Eso no es indiferencia. Eso es lo que significa tener un corazón tan negro
como el carbón para una persona.
Algunas risitas nos rodearon de la opinión experta de Quinn, así que me
acerqué más al televisor para escuchar lo que se decía. Ahora que no se trataba de
mí, quería escuchar cada palabra.
—Sin embargo, sí encontré ciertos casos de pupilas dilatadas, cejas
levantadas, especialmente cuando el señor North vio por primera vez a la señorita
Arden, y algunos ejemplos de despatarre masculino.
Me imaginé que mi expresión coincidía con la de la anfitriona.
—¿Despatarre masculino? —Ella se rió entre dientes, un tic nervioso—. No
estoy segura si esa es una forma medieval de tortura o la última moda en higiene 133
masculina.
—Tú y yo, señora —murmuré.
La doctora negó con la cabeza, sonriendo.
—El despatarre masculino está relacionado con la postura corporal: Es
tomar una posición de poder. Haciéndose lo más grande posible. Piernas
extendidas, hombros abiertos, brazos un poco extendidos a un lado. —Saltó a unos
clips más donde Brooks estaba en esta posición de “despatarre masculino”—. Si lo
miras desde una perspectiva estrictamente evolutiva, es cómo un hombre atrae a
una pareja. Demostrando ser lo suficientemente fuerte y grande para protegerla.
Es un signo de virilidad, un gesto de confianza.
—Más bien arrogancia —le susurré a Quinn, quien se había apoyado a mi
lado otra vez.
—¿Puedes creer a esta señora? ¿Qué universidades dan realmente
doctorados para este tipo de pseudociencia?
—Nuestro tiempo juntos casi ha terminado, pero tengo una última
pregunta para usted, doctora Reeves. Una que parece estar en la mente de los
millones de espectadores que han sido mordidos por el bichito Romance versus
Realidad. —La anfitriona se inclinó como si estuvieran a punto de compartir un
secreto—. ¿Cuál de estos dos, en su opinión, se siente más atraído por el otro?
Sentí como si mi estómago hubiera caído a mis pies.
—Si nos dejáramos llevar solo por el lenguaje corporal, en mi opinión, sería
la señorita Arden.
—Por favor, dime que todos los demás han dejado la habitación —le
susurré a Quinn.
Quinn miró detrás de nosotros con una mueca.
—La ignorancia es la felicidad, bebé.
Una exhalación temblorosa pasó por mis labios.
—Pero como la señorita Romance, ella está tratando de demostrar que la
atracción no se puede crear con nadie más que la verdadera alma gemela. Si
alguien debería mostrar signos de atracción, sería el señor Realidad, cuyo único
punto es hacernos creer que la atracción puede crearse con casi todas las personas
dadas las circunstancias y el estado mental. —La anfitriona perfeccionó el grado
correcto de inclinación de cabeza para encontrar el equilibrio preciso de confusión
y curiosidad.
—Eso es verdad. Parece, en este caso, que lo que asumiríamos sobre cada
uno de sus niveles de atracción se ha invertido. Sin embargo, el lenguaje corporal 134
es solo una pieza del rompecabezas al llegar al fondo de la atracción. Hay señales
de voz, selección de palabras, ritmo cardíaco, una plétora de otras varas de
medición, por así decirlo.
—Una plétora —repetí, lo suficientemente fuerte como para que más que
Quinn pudiera escucharme.
La anfitriona y la doctora se despidieron, después de anunciar su último
éxito de ventas del New York Times.
—Necesito tomar un poco de aire fresco. —Le lancé a Quinn una sonrisa
tranquilizadora antes de salir de la sala de descanso, tratando de hacer contacto
visual con la menor cantidad de personas posible. Se sentía como si cada uno de
ellos estuviera tratando de chocar ojos conmigo, algunos ofreciéndome consuelo,
otros más acusatorios.
—Iré contigo. —Quinn estaba pisándome los talones, rompiendo las caras
de algunos colegas que eran los peores ofensores.
—No. Solo quiero estar sola unos minutos. Gracias de todos modos.
—La miseria ama la compañía —dijo en voz baja, dándome un codazo.
—Estoy bastante segura de que este hoyo en mi estómago proviene de la
humillación, no de la miseria, y le encanta el exilio. —Le di un apretón suave en el
brazo—. Te llamaré más tarde.
Quinn se detuvo, dejándome salir de la sala de descanso sin ella.
—Sabes dónde encontrarme.
Cuando entré en el pasillo, noté una figura alta justo afuera de la sala de
descanso. Reconocí su forma por el rabillo de mis ojos y me preparé para lo que
fuera que iba a decir, algo que sin duda haría que la vergüenza se adentrase varias
capas.
Permaneció callado.
Mi cabeza giró en su dirección y lo encontré mirándome con una expresión
que era difícil de leer. No era plana, como lo había sido en “más de la mitad de las
imágenes”, pero tampoco era legible. Nuestros ojos se mantuvieron por un par de
momentos, pero no pude evitar notar el tamaño de sus pupilas. La altura de sus
cejas. El tirón gradual en las comisuras de su boca.
Atrapé mi mano justo cuando se estaba levantando. Con dirección a mi
cuello.
La maldita doctora Judith Reeves y su ciencia vudú. Nunca volvería a
interactuar con otro ser humano de la misma manera, y eso haría que mis
interacciones con Brooks fueran mucho más incómodas. 135
Una vez que llegué al pasillo, mis pies aceleraron. Me hice la sorda cuando
lo oí decir mi nombre, el sonido de sus pasos siguiéndome.
Necesitaba aire.
De repente, una puerta se abrió en mi camino. La puerta de la oficina del
señor Conrad. Su expresión era francamente alegre, y lo fue aún más cuando me
vio. Y quién estaba siguiéndome detrás.
—Arden. North. Las mismas dos personas que estaba a punto de ir a buscar.
—Conrad aplaudió, dando un paso frente a mi camino.
Mi mirada se desvió del hombro de Conrad cuando Brooks me alcanzó.
—¿Alguno de ustedes tiene planes para esta noche? —preguntó Conrad,
apenas esperando que respondiéramos—. Cancélenlos. Cancelen cualquier plan
que tengan para el resto de este experimento.
Mis cejas se juntaron.
—¿Por qué?
—Estoy aumentando el número de citas en que van ustedes dos, tortolitos.
Tres a la semana. Tal vez cuatro si los índices de audiencia siguen subiendo
vertiginosamente. —Las líneas de la sonrisa de Conrad fueron talladas
profundamente mientras continuaba—. Tenemos que atacar mientras el hierro
está caliente, y en mis cincuenta años de experiencia periodística, déjenme decirles
que el hierro nunca ha estado más caliente.
Mi lengua se metió en mi mejilla mientras intentaba pensar lógicamente
mientras ignoraba al hombre que estaba a mi lado.
—Esta noche tengo planes con mis amigas.
—Lo siento, Arden. Tendrán que posponerlo. —Conrad señaló dentro de su
oficina donde su televisor estaba reproduciendo el mismo programa de la mañana
en el que mi dignidad acababa de ser diseccionada—. Los espectadores van a estar
furiosos por las nuevas imágenes. Los nuevos espectadores van a dejar lo que
están haciendo para sintonizar. Compartir bebidas frutales con tus mejores amigas
tendrá que esperar.
Mi sangre se calentó, pero antes de que pudiera derramarse en palabras,
Brooks se me adelantó.
—Haremos algo mañana. Esta noche, Hannah tiene planes.
El señor Conrad parpadeó hacia los dos.
—No puedo creer lo que estoy escuchando. Mis dos mejores escritores se
están comportando como un par de calentadores de banco en lugar de estrellas. —
Su dedo se movió entre nosotros—. Esta noche. Ustedes dos. Juntos. No me 136
importa lo que hagan mientras sea filmado.
Sin dejar espacio para la negociación, Conrad desapareció de nuevo en su
oficina, no solo cerrando sino también bloqueando la puerta. Mis hombros se
desplomaron. Eran apenas las nueve de la mañana y este día ya había alcanzado el
top diez de los peores días de la historia.
—Los hombres de negocios astutos no tienen nada sobre Charles Conrad.
—Brooks se metió las manos en los bolsillos mientras se movía a mi lado—.
Volveré a hablar con él en un momento, después de que se calme. A ver si puedo
convencerlo de que mañana por la noche es mejor que apresurarse esta noche. Ya
sabes, para realmente aumentar la anticipación del espectador.
—Gracias, pero él no va a ceder.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—Conrad es inmune a ceder. —Mi cabeza se volvió hacia él, y al instante
sentí esa sensación embriagadora de hormigueo. Camisa blanca nítida, pantalones
de color gris claro, cabello todavía húmedo de la ducha, la cantidad justa de
rastrojo para hacer que una chica imagine como se sentiría al raspar el interior de
sus muslos...
—Estás sonrojada. —Brooks se inclinó hacia mí, la preocupación arrugando
la piel entre sus cejas—. ¿Estás bien?
Mis ojos se cerraron herméticamente.
—Sí. Solo tengo calor. Calurosa.
—¿Quieres que te traiga un poco de agua o algo? —Se acercó, su brazo
rozando el mío, no ayudando a mi “caliente” situación en absoluto.
—Brooks, estoy bien. Gracias, pero probablemente deberíamos concretar
esta noche para que ambos podamos ir a trabajar. Tengo dos mil palabras que
teclear para las tres en punto. —Me aseguré de retroceder un par de pasos antes
de volver a abrir los ojos.
—¿A qué hora te reunías con tus amigas? —preguntó.
—Siete.
—¿Dónde se iban a encontrar? —Su expresión aún estaba dibujada con
preocupación mientras me inspeccionaba.
—The Latin Fire Dance Company. —Mis brazos se cruzaron, anticipando
tener que defender el lugar, pero bien podría haberle dicho que estábamos
reuniéndonos en la pizzería a la vuelta de la esquina.
—Bien. Nos encontraremos allí a las siete. —Se estaba dando la vuelta para
137
irse cuando se detuvo—. Si eso está bien contigo.
—Tú, ¿tú —con mis manos lanzándose hacia él—, te estás ofreciendo a
conocer a cinco mujeres solteras en un salón de baile para una introducción a la
danza latina? —Esperé por el final del chiste.
—Cinco mujeres. Un chico. —Levantó los dedos mientras enumeraba cada
número—. ¿Por qué no estaría bien con eso?
—Cuando lo pones de esa manera...
Él dio una de esas sonrisas relajadas mientras retrocedía.
—Y tal vez podría haber una chica con la que me encantaría tener la
oportunidad de bailar tango toda la noche.
Mis pies se movieron.
—Yo no bailo tango.
Su sonrisa se inclinó hacia un lado mientras golpeaba su sien.
—No por lo que recuerdo.
—¿De verdad crees que va a aparecer? —preguntó Quinn mientras luchaba
por conseguir que los zapatos especiales de baile que el centro nos había prestado
se ataran a sus pies.
—Dijo que lo haría. —Tiré de la correa apretándola un poco más antes de
asegurarla. No necesitaba a estos cachorros volando cuando sacudiera mis
tobillos—. Si no lo hace, Conrad probablemente cagará su vesícula biliar. 138
Miré a las otras tres amigas que se habían inscrito en esta experiencia de
baile latino hace más de un mes. Todas llevaban una vestimenta que era más
llamativa de lo que cualquiera de nosotras usaría en público, excepto Quinn, que
se había ido con unos pantalones sensatos. Cuando terminamos de amarrarnos los
zapatos, el teléfono de Quinn sonó en su bolsillo. Le di una mirada mientras lo
sacaba; casi todos los que le enviaban un mensaje de texto después de las horas de
trabajo estaban aquí.
—Quién es... —Mis ojos se agrandaron cuando miré su pantalla—. ¿Es el
Justin? ¿El que vende nuestra dosis matutina y el que has estado ansiando durante
meses?
Quinn apartó su teléfono de mi vista mientras tecleaba una respuesta.
—No conocemos a ningún otro Justin. Así que sí, es el Justin.
—¿Y de qué te está enviando un mensaje de texto el Justin? —Mi mano cayó
sobre su rodilla—. Espera. ¿Para empezar cómo tiene él tu número?
—Se lo di —dijo mientras parecía estar escribiendo el texto más largo de la
historia.
—¿Él lo pidió porque...?
Sus ojos se movieron hacia los míos por un segundo.
—En caso de que consiguiera más boletos de baloncesto y no pudiera
encontrar a nadie más que lo acompañara.
Alce mis ojos.
—En caso de que él quisiera invitarte a salir en una cita.
—Como amigos.
—Como amigos que están enamorados en secreto —murmuré, revisando
la puerta en busca de Brooks.
—Él no está enamorado de mí en secreto.
—Por supuesto que no. Es por eso que, en una ciudad llena de mujeres
solteras que subastarían un riñón para ir a una cita con el Justin, te pidió su número
para poder pedirte una cita.
Quinn estudió la pantalla de su teléfono.
—No me está pidiendo una cita. Me está pidiendo ir a un partido de
baloncesto.
Mis manos cubrieron mi cara mientras mi cabeza temblaba.
139
—¿Cómo puedes estar tan despistada?
—Tener a la señorita Romance por mejor amiga es realmente desagradable
a veces. —Quinn se levantó del banco e inmediatamente extendió los brazos como
si estuviera sobre una cuerda floja. O un par de tacones altos—. Y no soy la única
que no tiene ni idea, al parecer, porque ninguna de los dos hemos tenido muchas
citas en los últimos años.
Mis ojos se estrecharon hacia ella con fingida ira.
—He tenido muchas citas últimamente.
—Citas falsas —declaró Quinn. —Lo que es peor que no tener citas.
—Tú. Apestas. —Cuando me levanté, me encontré experimentando el
mismo problema que Quinn tenía con el equilibrio. Usaba tacones, pero no del tipo
con un tacón tan delgado que bien podría haber sido un palillo de dientes. ¿Y cómo
se supone que uno debe caminar en estos? ¿Y qué decir del tango?
Los dos instructores en el frente de la sala se estremecieron cuando nos
observaron a Quinn y a mí dar nuestros primeros pasos. Tal vez hubiéramos sido
más sabias en asistir a una lección de baile en línea.
El sonido de la apertura de una puerta atrajo mi atención. Junto con el resto
de las hembras en la sala.
—Dame una bofetada que me saque del aturdimiento. —Quinn se tambaleó
hacia mí—. Él vino.
Jimmy siguió a Brooks, ya jugueteando con la cámara atada a su cabeza.
—Y ese hombre no es un desastre en un traje. —El codo de Quinn me golpeó
el brazo como si no me hubiera dado cuenta de que no lucía nada mal con su traje
oscuro a medida y su camisa de vestir blanca y fresca, entrando como si fuera el
dueño del lugar. Y el planeta.
Cuando Jimmy se acercó a los instructores para explicar y obtener el visto
bueno para filmar, hice mi mejor esfuerzo para mirar a Brooks sin contemplarlo.
Era difícil. Y fue aún más cuando me di cuenta de a cuántas personas había mirado
en mi vida sin estresarme de si estaba mirando, contemplando o inspeccionando.
Brooks se dirigió hacia mí, sus ojos vagaban por mi vestido con una
expresión que daba a entender su aprobación. No es que me importara. No es que
no hubiera preferido la desaprobación en lo que a su opinión se refería.
—Viniste —le dije cuando se detuvo frente a mí, el olor de él tan aturdidor
como la vista.
—Pareces sorprendida.
—Es una introducción al tango con una sala llena de mujeres. —Señalé 140
alrededor de la habitación. Además de mis amigas, había una buena docena de
mujeres solteras que iban desde mi edad hasta las puertas de la funeraria.
—¿Qué hombre ha fruncido el ceño en una habitación llena de mujeres? —
Brooks se acercó más, sus ojos brillando maliciosamente—. Y a algunos chicos no
les gusta bailar, pero es probable que no tuvieran una madre que amara bailar y le
rogara a su hijo adolescente que la acompañara a clases de baile los jueves por la
noche.
Mis cejas se levantaron.
—¿Tú? ¿Tomaste clases de baile?
—Me coaccionaron, forzaron, rogaron y sobornaron, pero sí, tomé clases de
baile. —Brooks comprobó donde Jimmy seguía conversando con los instructores.
—Wow. —Mi mano lo rodeó—. Esta imagen tan severa de ti que tengo está
empezando a desmoronarse.
Suspiró, como si lamentara haber divulgado su secreto.
—Soy más sorprendente de lo que soy previsible. Ya sabes, en caso de que
estés planeando saltar a más conclusiones sobre quién soy.
Me toque la sien.
—Anotado.
Brooks dio un paso atrás, su mirada me recorrió de nuevo cuando apareció
su hoyuelo en la barbilla.
—Me gusta ese vestido, pero me encanta en ti.
El calor se filtró en mis extremidades mientras luchaba por mantener mi
expresión inquebrantable.
—Dijeron que vistiera como femme fatale, no como si apareciera para una
entrevista en una compañía de damas de prostitutas de alto nivel. —Levantando
el escote, al mismo tiempo tiré del dobladillo. No me había sentido tan incómoda
cuando me puse el vestido antes; ¿por qué me sentía medio desnuda ahora?
—Femme fatale. —Sus brazos me señalaron—. Personificada.
—¿De verdad? —pregunté, todavía tirando de mi vestido de todas maneras.
—De verdad. Las prostitutas de alto nivel no se visten así.
—¿Cómo sabrías?
—La mayoría de la población femenina me detesta en base a la ideología de
mi relación, por lo que la única forma de obtener algo en estos días es si pago. —
141
Dejó caer la boca a mi oreja—. O encuentro a una mujer en el bar de un hotel que
se compadezca de mí.
—¿Realmente pagas por sexo?
Una esquina de su boca se contrajo.
—Todos pagamos por sexo. Algunas personas son más inteligentes que el
resto y eligen intercambiar dinero en efectivo en lugar de sentimientos. El dinero
por el sexo es más barato a largo plazo.
—Hasta que recibas la factura de la clínica —dije en voz baja cuando los
instructores anunciaron el inicio de clases.
Una risa retumbó en el pecho de Brooks cuando Jimmy se dirigió hacia
nosotros. Los instructores hablaron por unos minutos, dando demostraciones de
los pasos iniciales que estaríamos practicando, pero no escuché nada.
Cuando nos ordenaron que nos emparejáramos, Riley me dio un codazo.
—Preséntanos.
Amigos. Presentaciones. Volver a conectar la columna vertebral con el
cerebro.
—Brooks, estas son mis amigas—comencé, yendo por la línea—. Riley,
Sybill, Annie y Quinn, la conoces del trabajo.
Quinn fue la única que no sonrió cuando fue presentada. Optó por lo
opuesto.
—No estoy seguro de cuál es el protocolo para el chico que asiste a una clase
de baile en una sala llena de mujeres. —Se inclinó hacia mí—. Voy a necesitar un
poco de orientación.
—Bailas con todas nosotras —intervino Sybill, parándose frente a
Brooks—. A Hannah no le importará —agregó cuando Brooks me miró.
Forcé una sonrisa en lugar de arrancar un trozo del cabello de mi buena
amiga como sugirió mi demonio interior.
—A Hannah no le importa.
La cabeza de Brooks se inclinó hacia la mía.
—¿A Hannah realmente no le molesta o solo dice eso cuando realmente le
importa?
Mi espalda se puso rígida.
—A ella realmente no le importa.
—¿Ella está segura? Porque tiene ese tipo de brillo violento en sus ojos que
me pone nervioso por mi virilidad y su capacidad para crear descendencia si me 142
asocio con un grupo de otras mujeres en nuestra cita. —El dedo de Brooks golpeó
la esquina de mi ojo, su toque enviando una onda de sensación a través de mí.
Me aparté al mismo tiempo que empujé a Sybill más cerca de él.
—No tienes nada de qué preocuparte. No me acercaré a tu virilidad, ni para
dañarla ni para nada.
Jimmy me guiñó un ojo mientras se ajustaba para que la cámara apuntara a
los tres. Si él estaba esperando una pelea de gatas en la filmación, estaba enfocado
en las mujeres equivocadas.
Brooks dirigió su atención a Sybill, sus manos se deslizaron en su lugar
después de guiar las de ella donde se suponía que deberían estar. Dijo algo que la
hizo reír antes de guiarla por la pista de baile, Jimmy hizo todo lo posible para
mantenerse al día con ellos.
—Vamos. —Quinn se tambaleó frente a mí, levantando sus brazos—. Seré
el Johnny de tu Baby2.
Me acerqué a sus brazos y coloqué mis manos donde supuse que debían ir.
—Eres una triste sustituta de Patrick Swayze.
—Y no eres Jennifer Grey, mejillas dulces. Solo baila. —Quinn se estremeció
cuando nos movimos y pisé su pie—. Y finge que estamos teniendo el mejor
momento de nuestras vidas —cantó las últimas palabras cuando tropezamos,
tocamos y pisoteamos nuestro camino alrededor de la pista de baile.
Los instructores se detuvieron al principio para darnos algunos consejos,
pero su intervención fracasó cuando aceptaron que Quinn y yo nos movíamos
como elefantes borrachos en lugar de bailarines en ciernes.

2 Hace referencia a los nombres de los protagonistas de la película de los 80 Dirty Dancing.
—Estás mirando. Otra vez. —Quinn me pellizcó la cintura, girándonos, así
mi espalda estaba con la de él.
Después de que Brooks hubo pasado por todas mis amigas, excepto por
Quinn, quien sonrió al decirle que preferiría bailar con un arácnido de tamaño
humano, ahora estaba superando al resto de las mujeres solteras del lugar.
Mujeres que no tenían ningún tipo de lealtad hacia mí. Claramente. La última mujer
había estado intentando un tipo diferente de tango con él.
—Sólo estoy viendo dónde está Jimmy. Odio cuando me acecha con esa
cámara.
—No sé cómo lidiar con eso. Me estoy volviendo loca de tener un moco
saliendo de mi nariz cada vez que él apunta esa cosa hacia nosotros. —Quinn 143
resopló, frotándose la nariz—. Supongo que todo valdrá la pena cuando él pierda
y obtengas la promoción.
Brooks regresó a mi línea de visión de nuevo.
—Totalmente.
—¡Ouch! —gritó Quinn, saltando sobre un pie mientras frotaba el que le
había pisado. Otra vez—. Terminé con esto. Esta expansión de nuestros horizontes
y la ramificación de las cosas es para las aves. —Se despojó de los tacones y se
acercó cojeando a los bancos donde otros bailarines habían dicho que
renunciaban.
Tenía razón, al menos en lo que respecta al experimento de esta noche para
probar algo nuevo. Los bolos habían sido divertidos, el karaoke country había sido
tolerable. Demonios, incluso los aeróbicos acuáticos en el centro de retiro habían
sido dignos de los Oscar en comparación con la velada de esta noche. A pesar de
que mi opinión sobre el tema podría haber estado influida por el hecho de haber
visto a Brooks bailar con todas las demás mujeres en esta sala, incluida la
instructora, excepto yo, la mujer con la que estaba saliendo.
—¿A dónde crees que vas?
Me sobresalté. Brooks tenía un talento molesto de poder aparecer de la
nada.
—Tan lejos de esta pista de baile como puedo llegar.
—Pero no hemos bailado todavía. —Brooks se arrastró frente a mi camino,
obligándome a detenerme o chocar con él.
Frenando hasta detenerme, le lancé una mirada.
—Me aseguraré de derramar algunas lágrimas por eso más tarde. Cuando
esté dormida.
—Alguien está notablemente más gruñona ahora de lo que era antes. —Sus
ojos se estrecharon de una manera investigativa—. Me parece que no estabas
totalmente desinteresada en que te importara si yo bailaba con otras mujeres.
Jimmy estaba inclinado, nuestra tercera rueda siempre presente, pero no
sentí la necesidad de bajar mi voz.
—Me parece que estabas en algo cuando expresaste tu temor por las
propiedades funcionales de tu virilidad después de esta noche.
Brooks dejó escapar un silbido bajo.
—Bajo las circunstancias adecuadas, esas palabras, desde esa boca, serían
tan excitantes.
144
—¿Qué circunstancias son las correctas? ¿Tu cita permanente con una
mazmorra y una dominatriz?
Una ceja oscura se alzó.
—Gatita mala.
—No. Gata gruñona. —Rodeé mi cara antes de rodearlo.
Sacó el brazo y se enroscó alrededor de mi cintura para atraerme hacia él.
—A ver si puedo ayudar con eso. —Su mano encontró la mía, levantándola,
mientras que la otra estaba a mi espalda, acercándome. Y más cerca.
Y...
—Brooks —siseé, recordando la cámara antes de poner en palabras lo que
acababa de sentir.
Él no pareció en lo más mínimo desconcertado.
—¿Qué fue eso de mi virilidad funcional?
—No quiero sentirlo clavándose en mi estómago cuando estoy tratando de
concentrarme en el tango.
—Entonces no deberías haber usado ese vestido.
—Y vamos a agrupar eso en la categoría conocida como culpar a las
víctimas —murmuré, tratando de ignorar el duro oleaje que frotaba contra mi
abdomen.
—No es tu culpa que mi polla tenga algo con tu vestido. —Brooks no bajó la
voz en absoluto—. Es su culpa, ciento diez por ciento. Caso total de culpar a la polla
aquí mismo.
Mi boca trabajaba por no sonreír, pero era imposible. ¿Qué persona podría
hablar sobre los órganos reproductivos como si estuvieran discutiendo sus planes
de fin de semana? ¿Quién mencionaba casualmente su erección como si estuvieran
recitando su orden de almuerzo?
Centrándome en algo, nada más que una cierta parte de él que presionaba
demasiado cerca de cierta parte de mí, me recordé bailar. O intenté la versión más
cercana de la que fui capaz con el caso de deterioro de la gracia que tenía. De alguna
manera, el hombre logró llevarme a través de una pista de baile sin que pareciera
una jirafa de tres patas.
—Tienes que dejarme guiar —me instruyó cuando pisé los dedos de sus
pies.
—Está bien, por favor. —Mis ojos se pusieron en blanco mientras bailamos,
Jimmy creando su propio tipo de movimiento fluido para continuar con nosotros— 145
. Ustedes siempre dicen eso, como si fuera a resolver todo el problema del baile.
¿Cómo te dejo liderar cuando no sé a dónde vamos?
Su mano en mi espalda presionó un poco más profundo.
—Al confiar en mí.
Exhalé en voz alta.
—¿Confiar en el hombre que intenta engañarme para que me enamore de
él? ¿Confiar en él?
Sus manos se movieron cuando me hizo una reverencia. Hasta ahora, estaba
segura de que tenía la intención de golpear mi cabeza contra el suelo. Sus ojos se
cernían sobre los míos, la mirada en ellos me secaba la garganta.
—Realmente sigues obsesionada con eso, ¿verdad?
—¿No lo estarías si nuestras posiciones se invirtieran? —susurré.
Llevándome de nuevo a una posición vertical, él estaba tranquilo.
Contemplativo.
—Intentemos algo diferente entonces. —Su voz era tranquila mientras me
guiaba por el piso, lejos de Jimmy—. Vamos a tratar de salir sin que todas las
personas miren.
Revisé para asegurarme de que Jimmy estaba fuera del alcance de audición.
—¿Como una cita real? ¿Nada transmitido en vivo a las masas?
—Ese mismo tipo.
Mis dedos se curvaron en su hombro.
—A Conrad no le gustaría.
—Conrad no necesita saberlo.
Jimmy estaba casi a nuestro lado cuando Brooks dio un giro sorpresa y
prácticamente me llevó en la dirección opuesta.
—¿Y no se lo dirás a nadie?
Su cabeza se movió al lado de la mía.
—A ningún alma.
—¿Puedes guardar un secreto?
—¿Le he dicho a alguien acerca de tu situación de vida actual? —Levantó
una ceja—. ¿O de aquella noche en Chicago?
Mis dientes se inquietaron en mi labio inferior.
—¿Cuál es tu plan con estas citas reales? 146
—Conocer a la verdadera tú. Para que conozcas el verdadero yo. Para que
veamos lo que realmente está ahí.
—¿Y si lo hay? —pregunté—. ¿Algo ahí?
—Entonces podemos decidir a dónde ir. —Brooks le lanzó a Jimmy una
sonrisa mientras corríamos junto a él de nuevo, Brooks se movía más como un
velocista de clase mundial que como un bailarín de salón.
—No se puede ir allí. —Puse mi cara frente a la suya—. Una proclamación
de amor. Una declaración al mundo.
—¿Por qué no?
Parpadeé hacia él.
—Porque apostaste con mi jefe que harás que me enamore de ti con un
trabajo en juego.
Su hombro se levantó bajo mi mano.
—¿Y si el trabajo ya no es importante? ¿Qué pasaría si tuviera la opción de
elegir entre el trabajo y tú?
Mis ojos se levantaron. ¿Qué demonios estábamos considerando?
—Bueno, eso no sucedería y tú no me elegirías. Con la situación en la que
estamos, lo que está en juego, nunca puedo confiar en lo que me dices cuando se
trata de sentimientos. —Mi cabeza palpitaba junto con mis pies, y miré por encima
del hombro de Brooks para ver dónde estaba Jimmy. El pobre hombre estaba
teniendo dificultades para mantenerse al día, y no podía correr exactamente sin
hacer que los espectadores se sintieran como si estuvieran en un trampolín—. No
creo que sea una buena idea. Solo complicara las cosas. Mismas que ya son
complicadas.
—Vamos a intentarlo —dijo, anudando sus dedos más apretados alrededor
de los míos—. Si nada más, para el final, podría convencerte de que no soy el frío
viaje de ego al que has llegado.

147
—¿Crees que Jimmy sospechaba algo? —le pregunté en el momento en que
Brooks cruzó la puerta.
—¿Que te estás juntando conmigo? —Brooks se quitó la chaqueta y la
colocó sobre el respaldo de una silla del comedor—. Creo que es seguro decir que
no. Es más probable que sospeche que me puedes poner arsénico en mi café de la
mañana en lugar de mudarte conmigo. 148
—¿Sí?
—Oh sí. Está convencido de que me desprecias con cada fibra de tu ser en
esta vida y en la siguiente. —Entró en la cocina y abrió la nevera—. ¿La azotea te
parece bien?
Me quité los zapatos.
—¿Para qué?
—Para nuestra primera cita.
Me detuve en medio de quitarme los pendientes.
—Para nuestra primera cita real —agregó, saliendo de la cocina con un par
de copas de vino y una botella fría de…
—¿Eso es sidra espumosa?
—¿Has cambiado de opinión sobre el tema del consumo de alcohol
mientras estoy presente? —Levantó las cejas.
—Ni un poco —le contesté con una sonrisa.
—Entonces, sidra. —Comenzó a caminar por el pasillo—. Agarra una
manta. Puede hacer frío allí arriba.
Después de ponerme las zapatillas, agarré la manta extra en mi armario
antes de seguirlo. Era tarde, ya habíamos estado en una cita, y no había aceptado
exactamente esta idea suya, pero no pude evitar seguirlo.
Después de tomar el ascensor hasta el piso superior, tuvimos que subir las
escaleras hasta el techo. Brooks lideró el camino como si hubiera vivido aquí
durante años en lugar de semanas.
—¿Pasas mucho tiempo aquí? —le pregunté.
Brooks abrió la puerta para mí.
—Escribí algunas de mis mejores cosas aquí.
—Solo has publicado tres artículos desde que te mudaste aquí. —Le di un
codazo en el estómago cuando pasé—. Y esos estaban lejos de tu mejor trabajo.
—Así que lees mis cosas.
—Hojeo tus cosas. —Una brisa corrió sobre mí cuando me moví alrededor
del techo—. Y “Lo que las mujeres piensan que quieren” es un intento de primer
año en uno de tus primeros artículos, “La psique femenina”.
—¿Entonces has estado siguiendo mi trabajo desde el principio? —Las
pisadas de Brooks resonaron más cerca mientras esperaba mi respuesta—. Voy a
dejar que tu silencio responda por ti. ¿Y quién dijo algo sobre que mi mejor trabajo
eran los artículos publicados? Solo vas a tener que esperar por las cosas buenas. 149
Acosadora. —Me guiñó un ojo antes de vagar hacia el borde del techo.
—Así que. Aquí estamos. En el territorio de una cita real. —Me senté en la
cornisa que bordeaba el techo. La frente de Brooks se arrugó con inquietud antes
de recuperar un par de viejas sillas de jardín apiladas contra la pared de la
escalera—. ¿Ahora qué?
—Primero, relájate. Me estás estresando con todas las preguntas. Y
segundo—. Abrió la primera silla y la señaló—. ¿Podrías poner tu trasero en esto?
Llega un fuerte viento y vas a hacer un salto mortal hacia atrás desde este techo.
—Eso es una imposibilidad física —dije mientras me movía hacia la silla—
. Soy demasiado trasero pesado para caer de cabeza sobre casi nada.
—Trasero pesado. —Resopló mientras abría la segunda silla para él—. La
locura corre profundo, ¿no?
—Estoy bastante segura de que no estamos aquí para discutir mi tipo de
cuerpo. Entonces, ¿podemos hablar sobre por qué estamos realmente aquí?
Se desabrochó el botón del cuello y pasó a arremangarse las mangas.
—Para llegar a conocernos el uno al otro.
—¿No nos conocemos ya?
—Nos conocemos. Conocemos nuestras personas públicas, nuestros puntos
de vista sobre las relaciones, nuestras vidas centradas en el trabajo. Pero no
conocemos a la persona real detrás de todo eso. —Acercó su silla a la mía—. Quiero
conocer a la verdadera tú. Y quiero que conozcas al verdadero yo.
Levantando mis pies en la cornisa, me coloqué la manta alrededor de los
hombros. Había tenido razón al necesitar la manta aquí arriba.
—¿Por qué? —le pregunté lentamente—. Por lo que sabemos el uno del
otro, somos opuestos casi totales. Somos adversarios profesionales. Nos hemos
visto obligados a participar en este juego de citas con charadas por las fuerzas.
—Y nos reunimos por nuestra propia cuenta antes de todo esto —intervino
mientras su cabeza giraba en mi dirección—. Retira las cámaras y nuestra vida
laboral y aún tenemos lo que sea que reunió a dos desconocidos esa noche.
La silla gimoteó cuando me moví.
—No crees en ninguna de esas cosas de la química, el destino o el futuro.
—No, pero creo en la atracción. Y esa noche me sentí atraído por ti. —Sentí
que sus ojos me observaban—. Aún lo estoy.
150
La piel de gallina se derramó por mis brazos, que afortunadamente estaban
escondidos por la manta. Sus palabras fueron exactamente correctas; eran sus
intenciones las que estaban totalmente equivocadas.
—Bueno, declaro, Brooks North. ¿Crees que soy bonita? —Batí mis
pestañas dramáticamente mientras abanicaba mi cara—. Debes ser el único. Mi
verdadero amor. Mi príncipe sobre el caballo blanco.
—Vaya, ¿drama escolar saliendo? —Se estaba encogiendo cuando miré en
su dirección.
—Bien por ti por reconocer cuando una mujer está fingiendo.
Probablemente tengas mucha experiencia con eso.
Brooks resopló, inclinándose hacia mí como si estuviera a punto de
contarme un secreto.
—Nueve de cada diez mujeres encuestadas afirmaron que las dejé sin
palabras.
—¿Y la décima?
Sonrió.
—Todavía sin palabras.
—¿Tan engreído?
—Sólo cuando se trata de mi polla y mi escritura.
Mi cabeza negó, pero en realidad me estaba divirtiendo mucho en esta
azotea, disfrutando de la vista con un hombre que me enloquecía de tantas
maneras correctas como equivocadas. Brooks era un hombre de las cavernas
moderno con un gran vocabulario. Y de alguna manera me encontré atraída por él,
disfrutando de su compañía, sintiéndome cómoda en mi propia piel.
—¿Vamos a pasar el resto de nuestra primera cita de esta manera? —Mi
dedo se movió entre nosotros.
—Gracias por el seguro. —Se inclinó para recoger la botella de sidra y las
copas que había colocado al lado de su silla—. En realidad, estaba pensando que
podríamos hacer una pregunta a la vez. Tan personal o impersonal como
queramos, nada está fuera de los límites, la única regla es que quien responda tiene
que ser honesto. Cien por ciento honesto. La versión de tres cuartos no va a volar.
Estaba obsesionada con una palabra: Personal. No me considero cerrada,
pero aceptar responder a cualquier pregunta depravada que pudiera surgir en un
asunto como Brooks, podría hacer que el aire se sintiera delgado.
—No lo sé… —dije, resumiendo en tres palabras cómo me sentía con 151
respecto a todas las cosas de la naturaleza de Brooks.
—Vamos. Es la única forma de conocerse de la manera más rápida y sincera
posible. Las parejas tardan años en aprender lo que vamos a condensar en meras
semanas. —Sacó la tapa de la sidra y la vertió en las copas—. Nada de tonterías.
Mis dedos tamborilearon sobre el brazo de metal oxidado de la silla.
—¿Nada de tonterías? ¿Ni siquiera el tipo que podría tener un motivo oculto
para hacerme profesar mi amor por ti en cámara?
Su boca se movió cuando me dio la copa.
—Ni siquiera ese tipo. Ese es el tipo de mierda más asqueroso. Y si te hace
sentir mejor, podemos tener cada uno un veto a cualquier pregunta que no
queramos responder. ¿Suena justo?
Tomando un trago de sidra, observé las luces de la ciudad mientras
consideraba mi respuesta. La idea de conocerlo más allá de la investigación en
línea y las observaciones sesgadas era atractiva. La idea de que él llegara a
conocerme, lo que él quisiera saber, me paralizaba.
—Vamos a hacer esto. —Le tintineé la copa mientras mi interior fallaba,
una parte a la vez.
Por su silencio temporal, supe que lo había sorprendido. Diablos, me había
sorprendido a mí misma.
—Primera pregunta. —Inclinó su cabeza hacia mí—. Obtienes los honores.
Mi cerebro tuvo una pausa, sin darme cuenta de que estábamos empezando
este juego de preguntas y respuestas que provocaba colmenas, medio segundo
después de haberlo aceptado. Pregunta. Pregunta. ¿Qué quiero saber sobre Brooks
North?
—¿Cuál era el nombre de tu maestra de jardín de infantes? —Las palabras
explotaron de mi boca, seguidas de mi cara haciendo una mueca de dolor. De todas
las preguntas, ¿esa fue la que escogí?
Solo pinta una L gigante en mi frente. Para Lamentable.
Brooks se tapó la boca, probablemente para poder reírse silenciosamente.
—la señora Spears. La persona más paciente del planeta.
—Tendría que haberlo sido para soportar una versión tuya de cinco años
de edad —murmuré, acomodándome en mi silla para sentirme cómoda—. Bueno.
Tu turno.
—¿Cuántas veces has estado con alguien antes de esa noche conmigo?
152
Ya estaba haciendo una mueca de anticipación, pero su pregunta cambió mi
expresión en asombro y más asombro.
—Uh no. De ninguna manera. Solo te pregunté cuál era el nombre de tu
maestra y me preguntas con cuántos hombres he conectado en mi vida. No es justo.
Levantó los hombros.
—¿Quieres usar tu veto?
—No —grité a medias—. Porque si esa es tu primera pregunta, no quiero
imaginar cuál será tu quincuagésima.
—¿Y? —Parpadeó hacia mí con la mirada humanamente menos inocente
posible—. ¿Cuántos?
Bajé los pies de la cornisa. Luego los coloqué allí. Crucé mis tobillos. Los
crucé de otra manera.
—¿Antes de ti? —Dios, mi voz era como una octava y media más alta.
—Y después, si quieres agregar eso también —respondió antes de tomar
un sorbo perezoso de su sidra.
—Tomando experiencias universitarias, restando sueños reales, sin contar
los años bisiestos, redondear al número más cercano… —Mis ojos se estrecharon
mientras calculaba mi respuesta, cambiando una vez más en mi asiento—. Eso
sería ninguno.
Estuvo en silencio el tiempo suficiente. Miré hacia allí para asegurarme de
que no se había quedado dormido.
—Ninguno —declaró.
Inhalé.
—Ninguno.
Una pausa más corta esta vez.
—¿Ninguno?
—Esa palabra de nuevo —grité—. Pareces estar luchando con eso.
Probemos otra. Cero. Ninguno. Nada. No. Nulo.
Brooks dejó su vaso y se inclinó hacia delante en su silla.
—¿De verdad? ¿Nunca?
—No. —Le lancé la misma mirada que me estaba dando—. ¿Y por qué me
miras como si fuera una especie de mutante porque soy exigente cuando me meto
en la cama?
—¿Exigente? —Una risa solitaria resonó en su caja torácica—. Pasaste tres 153
horas conociéndome antes...
—Gracias. Recuerdo lo que siguió.
Un torbellino de emociones jugó sobre la cara de Brooks mientras yo
adivinaba mi decisión de aceptar esta forma lenta de tortura.
—¿Y después? —preguntó.
—Esa son dos preguntas. —Mi cabeza se sacudió—. Y apenas han pasado
dos meses desde mi primera acostada al azar, así que te dejaré que leas entre
líneas.
—Así que ninguno después —dijo, juntando las manos—. Tu turno.
Mi frente se arrugó por el abrupto cambio. Confesando que era un
aficionado enganchado a disparar la siguiente pregunta.
—¿Con cuántas mujeres antes de mí tuviste una aventura de una noche? —
pregunté sin dudar. No más preguntas de calidad del nombre del profesor.
Sus ojos se clavaron en los míos.
—Invoco mi poder de veto.
Mi nariz se arrugó.
—¿Qué?
—Ve… to… —pronunció lentamente.
Mis cejas se levantaron en mi cabello.
—¿En serio solo usaste tu único veto en la primera pregunta seria que te
hice?
—Prefiero vetar por adelantado que seguir pensando “maldita sea, me
gustaría no haber respondido esa pregunta”.
Me quedé mirando la ciudad, considerando su enfoque antes de decidir que
no era para mí.
—Y preferiría guardar mi veto para una de las últimas preguntas, en caso
de que preguntes algo totalmente inapropiado.
Brooks metió la manta más arriba detrás de mi cuello. Si notó la piel de
gallina esparcida por mi piel, no dijo nada.
—Es más probable que hagas las preguntas más importantes desde el
principio.
Tenía razón, haciéndome preguntarme si ya tenía una muy buena idea de
quién era la verdadera Hannah Arden. Tal vez yo también lo conocía mejor de lo
que creía. 154
—Y es más probable que tú las guardes para el final.
Mi teléfono sonó mientras agonizaba con la última oración de mi artículo
que tenía que ser entregado en veintitrés minutos. No era el momento ideal para
distraerme.
Revisando la pantalla, aplasté mi sonrisa antes de que se formara. El
mensaje del misterioso DC (dos ideas de lo que significaba eso) decía: ¿Cómo sabría
que estabas mintiendo? 155
Era su turno de hacer la próxima pregunta después de que hubiera
respondido a la mía la noche anterior. Le había preguntado si tenía alguna alergia
alimentaria así podría, naturalmente, asegurarme de incluir eso en la próxima
comida que hiciera para él.
Consideré ignorar su pregunta hasta que terminara mi artículo, pero ahora
que estaba pensando en ello, no podía apagarlo. Dando vueltas en mi silla,
consideré mi respuesta. ¿Cómo actuaba cuando mentí? ¿Qué hacía? ¿Cómo me
veía?
Por supuesto que me di cuenta de que estaba preguntado para poder
decirme cuando me atrapara mintiéndole a la cara. Así que tal vez debería haber
mantenido mi respuesta vaga... pero eso faltaba a la regla cardinal número uno de
nuestras Preguntas y Respuestas: Ser honestos.
Escribí una respuesta rápida y la volví a leer antes de enviarla. Mi voz se
elevó un poco y no puedo hacer contacto visual. También enuncio más ums y síes
de lo normal.
Un momento después, escuché un sonido desde un cubículo frente al mío.
Nunca hacíamos nuestras preguntas en voz alta cuando estábamos en el trabajo;
nos manteníamos con correos electrónicos y mensajes de texto. En la tarde,
cuando estábamos en su casa, podíamos decir tantas preguntas verbales como
pudiéramos hacer antes de dormir, pero aquí teníamos que mantener una
distancia cuidadosa.
Un minuto más tarde, Brooks se levantó de su silla.
—Así que para este punto debes de pensar que soy un tipo bastante
asombroso, ¿cierto? ¿Un buen partido? ¿Uno en un billón? —Ajustó su corbata,
dándome una mirada abrasadora que también logré ignorar.
—Um, sí, seguro —dije, levantando mi voz varias notas—. Yo, um, estaría
de acuerdo. Sí.
—Eso pensé. —Se rió mientras salía de su cubículo—. ¿Quieres un café?
Asentí mientras regresaba a mi artículo.
—¿Crema extra, azúcar extra?
—Siempre preguntas eso. ¿Asumes que un día va a cambiar la manera en
que me gusta mi café?
—No asumo. Simplemente me gusta permitirte la opción de cambiar la
postura en cuanto a cómo te gusta tu café. —Sus ojos claros destellaron—. O
cualquier otro caso, ya entrando en materia.
156
—Pensamiento anhelante —dije detrás de él, lo suficientemente fuerte
para que algunas cabezas se giraran en mi dirección.
Brooks y yo ya atraíamos suficiente atención en la oficina, gracias a la
creciente popularidad de nuestro experimento de citas y sabía que ninguno de
nosotros debería darle a alguien más razones para especular susurrando entre los
cubículos.
Después de regresar a mi artículo sintiéndome confiada en que forzaría a
que esa última oración tuviera forma, alguien entró en mi espacio.
—Eso fue rápido —dije, antes de darme la vuelta para descubrir que no era
la persona que pensaba que era.
—¿Qué fue rápido? —preguntó Quinn, metiendo su lápiz a través de su
despeinada cola de caballo.
—Lo siento. Pensé que eras alguien más.
—No. Solo tu súper maravillosa mejor amiga aquí con un amistoso
recordatorio de que la cafetería de abajo cierra en quince minutos. —Golpeó su
muñeca donde un reloj pudiera estar si alguna vez llevara puesto alguno—.
Tiempo de buscar lo que podamos para comer antes de que sea otra comida
provista por las máquinas expendedoras.
—Tiempo perfecto —dije mientras presionaba enviar en mi artículo para
el señor Conrad.
—Tiempo perfecto hubiera sido comer a las doce y media en lugar de las
dos cuarenta y cinco. —Movió su brazo para enlazarlo con el mío y nos llevó hacia
los elevadores.
La mayoría de los días conseguíamos comida de la cafetería en el segundo
piso. Quinn generalmente comía algo de la sección de fritos mientras yo me iba por
la sección de la parrilla, luego compartíamos nuestro botín. Con lo mucho que
había estado ocupada las últimas seis semanas, nuestras citas para comer había
sido mucho menos frecuentes.
Además, con mi nueva situación de vivienda, el metro ya no me escupía en
la parada justo junto a Flour Power. Quinn había sido lo suficientemente gentil para
pasar por mi sustento matutino y traerlo al trabajo para mí, pero extrañaba mis
citas para desayunar con ella.
—¿Cómo la estás pasando? —preguntó Quinn mientras esperábamos por
los ascensores.
—No está mal. ¿Tú? —Le mandé a Brooks un mensaje rápido para avisarle
que iría por algo de comer, pero que podía dejar mi café en mi escritorio. Puede
ser que haya inclinado mi teléfono para que Quinn no pudiera verlo, dado que 157
todavía estaba convencida de que él era uno de los parientes de sangre de Stalin.
—No tienes que mantener esa fachada conmigo. Tiene que ser cansado ir
en todas esas malditas citas, teniendo a Conrad jalando de todas esas ataduras
mientras millones de personas te observan en vivo. Y tener que mantener tus
obligaciones aquí, como escritora, en serio, por encima de todo...
Palmeé su mano mientras entrábamos en el ascensor.
—Considerándolo todo, lo estoy haciendo bien. Respuesta real y sin
fachada. Lo juro.
—Oh Dios mío y tu apartamento además de todo. Les está llevando una
eternidad arreglarlo. —La cabeza de Quinn cayó hacia atrás, palmeando mi mano
más rápido—. Teniendo que soportar respirar el mismo aire que él en ese lugar
estéril al que llama casa.
—De hecho, no es su casa. Solo está rentando el lugar.
Su cabeza rápidamente regresó a su lugar, esos ojos oscuros estrechándose
hacia mí.
—Lo estás defendiendo. —Su rostro quedó frente al mío—. ¿Por qué estás
defendiendo al parásito demoníaco?
—No lo hago. —Internamente me encogí con dolor cuando me di cuenta de
cuán alta era mi voz—. Simplemente estoy estableciendo que solo está residiendo
temporalmente ahí hasta que compruebe mi punto y me convierta en editora en
jefe. Estoy segura de que su casa real en California es mucho peor. Tan estéril que
realmente puedes oler a la alegría siendo absorbida de ti.
Quinn pinchó mi mejilla
—Esa es mi chica. —Después de que apartara su mano, me golpeó con su
cadera—. ¿Cuántos días más hasta que puedas mudarte de regreso a tu casa?
—Andre llamó esta mañana y dijo que el equipo de limpieza casi termina y
que debería ser capaz de mudarme de regreso el próximo lunes. —Mis hombros
se hundieron por alguna extraña razón. ¿Por qué no estaba entusiasmada con
regresar a mi propio espacio y salir de la fría vivienda de Brooks?
—¿Alguna forma en que puedan acelerar las cosas? Prácticamente ha
pasado un mes. —Quinn lideró el camino hacia el exterior del ascensor cuando las
puertas sonaron al abrirse en el segundo piso, hacia el olor a comida frita que había
estado marchitándose debajo de lámparas de calor durante horas—. Tu casero
debería compensarte por hacer que te mudaras o al menos darte un descanso de
tu alquiler. Por no mencionar pagar algunos dólares por la terapia que vas a
necesitar después de pasar todo ese tiempo con un tipo como Brooks North.
158
—Sí, no creo que vayan a estar de acuerdo con eso, pero gracias por
preocuparte —dije mientras caminaba hacia la parrilla y Quinn se dirigía hacia las
freidoras.
—Eh. ¿Algo que luzca comestible por allá? —Quinn golpeteaba su pie
mientras inspeccionaba las selecciones de bienes debajo de las lámparas de calor.
—¿Esto viene de la mujer que se comió la mitad de un perrito caliente que
había olvidado en mi bolso el día anterior? —Toqué la envoltura de una de las
pocas hamburguesas que quedaban, confirmando que el pan estaba tan duro como
un Frisbee—. Creo que vamos a tener que conformarnos con la barra de ensaladas
o arriesgarnos a rompernos un diente mordiendo una de esas cosas.
—¿Barra de ensaladas? ¿Esas palabras acaban de salir de tu boca?
Sentí la dura mirada de Quinn apuntada hacia mi espalda.
—Solo era una idea. —Toqué los sándwiches de pollo envueltos. En lugar
de duros, los panes se sentían aguados.
—La gente muere por comer de la barra de ensaladas.
—¿No se supone que los vegetales frescos son buenos para nosotros?
—No si están llenos de E.coli. —Quinn sostenía una bandeja con un par de
salchichas empanizadas fritas que crujían por haber estado horas debajo de la
lámpara de calor. Viendo todo lo que había, una sustancia de carne cuestionable
cubierta por pan de maíz seco era la mejor opción.
—Funciona para mí —dije, tomando algunos paquetes de salsa de tomate
antes de pagar por nuestra comida apenas comestible. Después de que eligiéramos
mesa, apreté para que la salsa de tomate formara una masa amorfa en la bandeja—
. Así que he esperado a que menciones el tema, pero dado que no pareces tener
prisa... ¿cuáles son las últimas noticias respecto a Justin?
Su falta de contacto visual me alertó sobre que algo había sucedido.
—Fuimos a ese juego de baloncesto.
El sonido que hizo mi salchicha cuando la dejé caer sonó como si estuviera
hecha de madera.
—¿Cuándo?
Quinn se movió nerviosamente.
—Anoche.
Mi boca se abrió mientras baja mi cabeza hacia la de ella.
—¿Y cuándo me ibas a contar sobre esto?
Quinn giró su salchicha en su mostaza.
159
—No hay nada que contar. Consiguió unos boletos, me preguntó su quería
ir, fuimos, eso es todo.
Mis dedos rodaron por la mesa.
—¿Eso es todo, todo?
—No hablo como la señorita Romance.
Se me escapó un suspiro.
—¿No hubo largas miradas, brazos envueltos alrededor de tus hombros? —
Las esquinas de mis ojos se arrugaron—. ¿No hubo beso de buenas noches?
—No. Definitivamente no. —Quinn me dirigió una mirada que sugería que
estaba ofendida por mi pregunta.
—¿Por qué definitivamente no? ¿No quieres que te bese?
Quinn dio una mordida a su salchicha.
—Tal vez.
—Entonces, ¿por qué actuar como si estuviera criminalmente demente por
especular que podría haber habido un beso de buenas noches?
—Porque no le gusto de esa manera —dijo, todavía masticando como la
dama que era—. Me ve más como otro tipo más que como una chica con la que
besarse.
Totalmente. Perdida.
Por diez mil, Alex, por favor.
—¿Qué te hace pensar eso? —pregunté, dándome cuenta de que, si Quinn
era incapaz de entender las señales de Justin, iba a morir sola.
—No lo sé. ¿Que simplemente no parezco ser de su tipo? —Se encogió de
hombros.
—¿Las aficionadas a los deportes que tienen tanto que ofrecer que hacen
que gire tu cabeza y una belleza que no necesita ayuda de masilla para el rostro y
pintura para lucir bien? —Ondeé mi mano hacia mi mejor amiga, preguntándome
en qué planeta no se consideraba como una candidata de alto nivel para cualquier
hombre heterosexual de sangre roja ahí afuera.
—Los Justins del mundo terminan con las Jessicas. —Giró su salchicha
como si fuera una varita antes de darle otra mordida.
—¿Las Jessicas? —Deslicé mi comida hacia un lado porque ninguna
cantidad de hambre podría lograr que me comiera eso.
—Tú sabes, chicas de cabello ondeante y ojos coquetos quienes salieron del
vientre con talento para los accesorios y para abstenerse de cualquier cosa que 160
contenga azúcar. —Frunció el ceño—. Las Jessicas.
Mis manos se aplanaron sobre la mesa.
—Justin no está buscando una Jessica. —Parpadeé hacia ella,
preguntándome cuándo se habían cruzado sus cables—. Justin está buscando una
Quinn Rivers, es decir, tú.
La mitad de su rostro se levantó con una mirada dudosa, lo que me dejó
atónita. ¿Cómo podía estar tan ciega ante lo obvio? ¿Ante lo que literalmente
estaba justo frente a ella, prácticamente iluminado con luces neón?
Repentinamente, sus ojos se enfocaron en algo por encima de mi hombro.
—Um. Alerta de club de fans. —Abrió su lata de Sprite después de terminar
su última mordida de salchicha.
—¿Club de fans? —repetí, girándome en mi asiento.
Me tomó un momento procesar lo que estaba viendo a través de las
ventanas de la cafetería. Un grupo de personas tenían sus rostros presionados
contra el vidrio, sus teléfonos levantados, charlando animadamente entre ellos.
Eran turistas, delatados por los zapatos cómodos para caminar, mochilas y uñas
recién arregladas, pero no podía determinar lo que estaban haciendo parados en
el exterior de este edificio, en lugar de donde el programa Today estaba siendo
filmado.
—Esas camisetas son nuevas. Voy a tener que conseguirme una de esas. —
Quinn ondeó su mano hacia los espectadores con el Sprite en su mano.
—¿Estoy Con Ella? —leí.
—A excepción de esa chica. Ella está con él. —El dedo meñique de Quinn
indició a una de las mujeres más jóvenes cuya camiseta era de un color diferente,
azul y tenía cambiado el ella por él.
—¿La gente todavía conserva esas después de las elecciones?
Quinn sacudió su cabeza hacia mí.
—Esas no tienen nada que ver con política. Al menos no del tipo
gubernamental.
Alguien bien podría haberme golpeado en el rostro por la comprensión que
tuve entonces.
—Están hablando sobre nosotros, ¿cierto? —Miré sus camisetas,
boquiabierta—. “Estoy Con Ella”, se refiere a que están conmigo y “Estoy con Él”
se refiere a que están del lado de Brooks.
Quinn golpeó un tambor invisible.
161
—Después, los vendedores ambulantes estarán vendiendo muñecas con un
parecido a la señorita Romance y al señor Realidad y no nos olvidemos de los
cuadernos para las firmas y fotos tomadas en los mismos lugares donde han tenido
sus citas.
El silencio se asentó, serpenteando profundo en el aire. Me había mantenido
actualizada sobre el creciente número de espectadores y espacios publicitarios
siendo vendidos gracias a los anuncios maniáticos y alegres de Conrad. Había sido
reconocida un par de veces en el metro, aunque una persona pensó que
simplemente me parecía mucho a la señorita Romance y realmente no era ella.
Mi vida no había recibido un golpe directo debido al programa, además de
tener que hacerme el tiempo y la dignidad, para asistir a las citas.
Hasta ahora.
Cuando una docena de turistas con camisetas mostrando su apoyo me
observaron picotear una salchicha de plástico frente a mi mejor amiga, a quien
había estado sermoneando sobre los desastres de su propia vida amorosa.
—No sé qué hacer —le susurré a Quinn, como si pudieran escuchar a través
del vidrio.
—No lo sé. Solo sonríe saluda y evacua el lugar. —La silla de Quinn se
deslizó por el suelo de baldosas cuando se levantó.
Haciendo lo que sugirió, coloqué una sonrisa y moví mi mano de un lado a
otro de una forma que hizo que un robot pareciera persona, antes de seguirla al
exterior de la cafetería.
—¿Puedo sugerir evacuar rápidamente? —Me empujó mientas su paso se
apresuró—. Antes de que esas fanáticas irrumpan en el edificio para taclearte. Esa
chica con los aretes de pluma está escalando en la escala de acosadores luciendo
como si estuviera considerando arrancarte la piel para hacer un bolso de mano.
Mis tacones no tuvieron problema con mantener el paso de sus zapatillas
deportivas después de esa advertencia.
—Soy una escritora, no una celebridad. Si quisiera fama y teléfonos en mi
rostro, no hubiera perseguido una carrera donde puedo ocultarme detrás de la
pantalla de mi computadora como forma de vida.
—Será mejor que te acostumbres. —Quinn presionó el botón del ascensor
algunas veces, mirando las puertas de la entrada principal—. Porque no veo que el
número de espectadores disminuya en algún momento próximo.
—Ahora, cada vez que salga de la casa, voy a estar paranoica de si tengo
labial en mis dientes o mi vestido metido dentro de mis medias.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, ambas saltamos al interior. 162
—Vas a tener que contratar a uno de esos tipos de seguridad grandes y
fuertes con un traje oscuro y gafas de sol. Del tipo de persona que podría aplastarte
con su mirada. —Quinn se tomó lo que quedaba de su Sprite—. Mi mejor amiga es
una celebridad, derrotando a las modelos en tendencia de Twitter.
—Tu mejor amiga no es una celebridad y lo único que voy a derrotar esta
noche es el menú para llevar de comida china de Lee Ching para calmar mi
ansiedad.
Salí del ascensor, sintiéndome abrumada. Además de Brooks, había
encontrado una forma de lidiar con todo eso de las citas reales y las citas falsas. En
mi propia manera extravagante. ¿Pero esto? El escrutinio público y no ser capaz
de salir por leche en pijama en mitad de la noche, sin temer ser reconocida, me
tuvo atontada de inmediato a causa del estrés.
—No te alteres. Tienes seis semanas más antes de probarle al mundo que
el amor vive, entrar en el trabajo de tus sueños y decirle adiós a Brooks ¿quién?
para siempre. —Quinn hizo un gesto en dirección del cubículo de Brooks. No
estaba ahí, pero pude distinguir mi café apoyado en la pared del cubículo entre
nosotros.
—Suenas tan segura de que todo esto va a funcionar —dije.
—Eso es porque todo va a funcionar. Estamos hablando de ti. Pones tu
mente en algo y temo por la persona que intente interponerse en tu camino.
Mi cuello tronó.
—¿Qué pasa si...?
—Ni siquiera pienses en decirme algo así. Esa es la entrada para el fracaso.
—Lo que iba a decir antes de que interrumpieras era que... —Me detuve
para ver si iba a ser tan valiente como para interrumpirme una segunda vez—.
¿Qué pasa si ambos estamos en lo correcto? ¿Qué pasa si él tiene un punto tan
válido como el mío? —Mis dientes mordisquearon mi labio al escucharme decirlo
en voz alta—. Tú misma lo dijiste algunas veces.
Quinn lanzó la lata de su Sprite hacia el basurero más cercano antes de
tomar mis hombros y dirigirme La Mirada.
—He cambiado de idea. Dando un giro de ciento ochenta grados dada la
nueva evidencia traída a la luz. Sí tienes razón. Él no puede tener razón. Si él tiene
razón, no puedes tener razón. Una persona no puede decir que el cielo es azul y
otra declarar que es naranja y ambos tener la razón.
Suspiré, sintiéndome más confundida de lo que me sentía antes de esta
conversación. 163
—Pero, dependiendo de la hora del día, el cielo puede ser azul. O naranja.
La “cita” de anoche había traído una impresionante cantidad de visitas. O si
fueras yo, una cantidad paralizante. Tanto, que no podía repetir la cantidad en mi
cabeza. Mientras la popularidad se extendía, equipos callejeros se habían formado,
atiborrando nuestras redes sociales con cualquier vistazo de Brooks o yo, algunos
tan enfermos que los encontraríamos ondeando posters a lado del edificio de
World Times, mostrando su apoyo por cualquiera que fuera el lado del debate 164
amoroso en que se encontraban.
Incluso había escuchado susurros de que los anunciantes estaban gastando
más de las seis cifras por un anuncio de quince segundos en la parte baja de la
pantalla durante las citas en vivo. Era un circo, y Brooks y yo nos habíamos vuelto
la atracción principal. La mercadotecnia se había salido de control, expandiéndose
más allá de las camisetas y los pines y sangrando cada departamento imaginable.
Cuando había atrapado un vistazo de pastelillos en una pastelería local que se
había subido al vagón de Romance VS realidad, considere boicotearlos. Hasta que
noté las barras frescas de limón en el mostrador e hice a un lado mis principios por
cinco minutos.
Había llegado al punto en donde actualmente consideraba pedir un
guardaespaldas o algún gigante fortachón que me flanqueara a donde fuera que
estuviera, porque combinado con los inofensivos fans a muerte había unos cuantos
que me daban vibras extrañas. O como Quinn lo había puesto, los que preferirían
despellejarme y hacer una bolsa conmigo que pedirme una fotografía.
—¿Casi estás lista, Hannah? —Un consecutivo de golpes sonó fuera de la
puerta de mi habitación mientras me ponía la bota.
—Un segundo —respondí antes de ponerme una capa ligera de lápiz labial
y pasar un cepillo por mi cabello. Cuando abrí la puerta, Brooks estaba justo afuera,
lo que me hizo saltar.
Él se rió.
—Pensarías que ya te habías acostumbrado.
—¿Acostumbrado a qué? ¿Tener a alguien pegado a mi puerta con una
extraña mirada en su rostro? —Esperé que se hiciera a un lado, pero no cedió.
Discretamente, retrocedí.
—No puedes salir así. —Sus cejas se juntaron cuando me dio una buena
mirada.
—¿Perdón? Puedo salir a donde quiera. —Mis ojos se movieron por mi
atuendo. Una chaqueta ligera, vaqueros y botas. Era casual en su mejor versión,
pero no era como si fuéramos al Four Seasons.
—Si lo haces, no vamos a pasar dos pasos de la puerta antes de ser
reconocidos. —Recuperó una bolsa de papel del piso antes de entrar y dejar caer
los contenidos en mi cama—. Incognito en una bolsa.
Selecciono un par de gafas de montura ancha del montón y se los puso.
Cuando extendió los brazos y dio un pequeño giro, recogí otros cuantos elementos
de su selección. Era como tomar a Superman y ponerle lentes de nerd, sin 165
embargo; no exactamente convincente.
—¿Estás seguro de que es una buena idea? ¿Salir en público así? —Me
acerqué a él, poniéndome de puntillas para poner una gorra en su cabeza—.
Siempre hemos hecho estas cosas en privado.
—¿Estas cosas?
—Sabes lo que quiero decir. —Pasando a través de la pila de bienes,
encontré algo que no pude resistir.
—Estará bien, es por eso que fui a la tienda de disfraces y me abastecí como
si estuviera considerando cambiar mi carrera a agente secreto. —Frunció el ceño
cuando arranqué la calcomanía del bigote falso.
—¿Qué? No es como si lo hubieras comprado para mí —dije, presionándolo
en su labio superior antes de acomodarlo. Incluso pegándole el bigote falso, mi
cuerpo no era inmune a la calidez de su aliento en mi muñeca o la forma en que su
garganta se movía cuando lo tocaba.
—¿Cómo lo sabes? Muchas mujeres tienen bigotes.
Mis manos cayeron cuando me di cuenta de que estaban congeladas contra
su barbilla.
—Sí, excepto que a las mujeres pelirrojas usualmente no les crecen bigotes
negros.
—¿Un caso en que las cortinas no combinan con la alfombra? —Me lanzo
un guiño, moviendo su falso bigote.
Mi mano golpeo su estómago.
—Deja de actuar como un preadolescente. Es demasiado predecible.
—¿Quién dice que estoy actuando? —Me empujo mientras pasaba por lo
que quedaba en mi cama—. Está bien, mi turno. —Tomando una bufanda verde
esmeralda, la acomodo detrás de mi cuello antes de amarrarla apretada.
—Porque mi cuello es tan reconocible. —Mis dedos rodaron por mi cadera
mientras juntaba algunas otras cosas. Cuando levantó la peluca castaña con un
corte audaz, retrocedí—. No lo creo.
Pero ya estaba recogiendo mi cabello, enrollándolo en la cima de mi cabeza.
—Pusiste un bigote de depredador en mi cara. Lo tienes fácil con una
peluca.
—Odio las pelucas. Hacen que mi cabeza pique como loca —discutí, a pesar
de que me quedé quieta mientras puso la horrible cosa en su lugar—. Y no me veo 166
bien con cabello corto. Hace mis mejillas parecer dos globos a punto de estallar.
Brooks exhalo, moviendo la peluca alrededor antes de dar un paso atrás.
—Nah, puedes manejar el cabello corto. —Puso un par de gafas enormes en
mi cara, luchando por contener su risa cuando vio su obra maestra—. A pesar de
que me gustas más como pelirroja.
—Sí, y me gusta más tu mirada de no depredador —gruñí mientras tomaba
mi bolso del gancho—. De hecho, no, pareces más una estrella porno de los
ochentas con el bigote.
Brooks me siguió por la puerta frontal, una malévola sonrisa tomando su
lugar.
—¿Y cómo sabrías cómo luce una estrella porno de los ochentas?
—Oh, por favor. Lindo intento aquí, Hugh Cox. —Moví mis lentes de ojo de
gato hacia él—. Para tu información, nunca he visto porno de los ochentas. Soy más
fanática de los setentas.
Las llaves en su mano cayeron cuando estaba a punto de cerrar la puerta.
Jugué relajada, esperándolo en el cubo del elevador.
Estaba corriendo, por el sonido de sus pasos.
—Pareces ruborizado —noté.
Se recuperó al instante, su expresión inafectada en su lugar.
—No todos los días un hombre se cruza con un aficionado a la era de oro
del porno.
Ambos estábamos conteniendo la risa mientras entramos al elevador.
—¿Tu departamento aún va a estar listo mañana? —preguntó Brooks
mientras veíamos los botones de los pisos encenderse al descender.
—Siempre que mi vecino de escaleras arriba no olvide cerrar la llave de su
bañera mañana, está todo listo.
—Sí. Eso es bueno —dijo, pero no había convicción en su voz.
Conocía el sentimiento.
Pasar las últimas semanas viviendo en el mismo espacio que Brooks había
sido esclarecedor. No solo eso, había sido fácil; ambos habíamos establecido un
patrón que nunca había experimentado antes viviendo con un compañero.
Usualmente, incrementar el nivel de tolerancia era requerido para compartir
espacio con otro ser humano, pero esto se sintió menos sobre tolerancia y más
acerca de la armonía. Nos movimos a través de nuestras vidas diarias como en un
baile que habíamos aprendido en otra vida y llevando a cabo inconscientemente 167
en esta.
—Como dije antes, no creo que tengas que ayudarme a acomodarme de
nuevo. Solo son unas cuantas maletas. Puedo arreglar mi propio problema. —
Cuando las puertas se abrieron, Brooks esperó a que saliera primero—. Además,
con todo el tiempo que hemos estado pasando juntos, probablemente podría
venirte bien descansar de mí.
Brooks acomodó su gorra de béisbol unos centímetros más abajo antes de
abrir la puerta de salida.
—¿Un descanso de ti? ¿Qué haré conmigo entonces? No me gusta toda esa
paz.
Lo miré a través de mis lentes oscuros.
—No estoy segura de que insultar a tu cita sea la forma más segura de que
te vea como algo más evolucionado que tus ancestros simios.
Hizo unos cuantos sonidos de simio, moviendo los brazos alrededor como
un bruto.
—Pensé que la idea era no llamar la atención —dije, indicando a las
personas caminando a nuestro lado.
—Tienes un buen punto. —Sus brazos volvieron a sus costados—. Esta vez.
Mis ojos se levantaron. Ya me estaba poniendo de nervios y ni siquiera
habíamos llegado a nuestro destino.
—¿A dónde vamos?
—No lejos.
—¿No lejos como algunas cuadras o unos metros? —señalé hacia mis
botas—. Porque no soy el triatleta superhumano que no suda hasta el kilómetro
diez.
Su bigote jaló las esquinas de su sonrisa.
—Qué lindo de tu parte reconocer mis superpoderes.
—Me refiero a súper, llegando a anormal.
—Gracias de nuevo.
—¿Puede una persona decirte algo que no tomes como cumplido? —
pregunté, mis dedos picando con la urgencia de rascar mi cabeza.
—Lo dudo.
—Supongo que sé dónde nace la falta de confianza de todos los demás.
Se encogió de hombros sin una pizca de vergüenza antes de moverse frente
a mí y abrir una puerta. 168
—No lejos —repitió, señalándome que entrara al atestado lugar.
—¿McGregor´s? —dije, leyendo la desgastada señal de metal colgando
encima de la puerta. Nunca había escuchado del lugar, pero los rudos bares
irlandeses no eran el peor lugar para pasar una tarde.
—Créeme. Lo amarás.
—¿Como quién? ¿Hannah Arden o Trixie Derriere? —Di un paso al piso, la
esencia de cerveza y pescado frito rodando sobre mí,
—¿Meterás tu pequeño trasero antes de que te lance en mi hombro y te
ofrezca voluntaria para pararte en el bar y recitar una rima después de tomar un
chupito? —Me empujó dentro lo suficiente para cerrar la puerta.
—Lo que sea. Hugh.
Mientras entraba, fue refrescante no encontrar a nadie poniéndole atención
a los demás. Todos estaban demasiado ocupados con sus propias conversaciones,
cervezas o juegos de dardos.
Era una mezcla única de personas metidas en un lugar que parecía y lucía
como si hubiera estado alrededor desde antes de los astronautas. McGregor´s
parecía ser el hoyo para cada tipo de persona que podías encontrar en una isla
diversa en Manhattan.
—¡Rápido! —Brooks había gritado encima del ruido, apuntando a una
pequeña mesa al final donde una pareja se estaba levantando.
—Es solo una mesa. No la cura contra el cáncer —grité.
—Sí, bueno, encontrar una mesa vacía en este lugar un viernes tiene las
mismas probabilidades que una cura. —Brooks levantó el puño mientras
corríamos a los asientos vacíos—. Me estoy arrepintiendo de mantener esta cita
secreta. —Cuando levanté los lentes en mi cabeza, los deslizó de regreso sobre mis
ojos—. Sería bueno para el mundo ver lo desbalanceada que estás.
Apuntó a la multitud actuando más como si fuera su última noche en la
tierra en lugar de una noche de viernes de abril.
—Me hace confiable. Solo me amaran más.
Lo ignoré mientras escaneaba el pegajoso menú. No era especial cuando se
trataba de lugares que visitaba, pero tenía estándares de higiene.
—Esto no parece tu tipo de lugar.
Su frente se frunció.
—¿Por qué no? 169
Lo miré por un minuto, preguntándome si esperaba que respondiera eso.
—Oh, no lo sé. Mira la forma en que mantienes tu departamento. O la forma
en que vistes… cualquier día excepto hoy. —Miré su camiseta y pantalones
casuales. Era como si hubiera sido poseído—. Incluso cómo organizas tu
refrigerador. Esa imagen no se alinea con esta. —Terminé, mirando la escena en
McGregor´s.
—Mi meta no es ser normal y predecible en cada faceta de mi vida, ¿sabes?
—Su atención se movió al bar, donde levanto dos dedos a un chico que parecía
levantar bancos de madera para su calentamiento.
—Entonces, ¿cuál es tu meta, señor Repentinamente Estoico?
—Ser impredecible. Sorprenderme. Cambiar, evolucionar, ese tipo de cosas.
¿Cuán aburrido seria nacer, vivir y morir siendo la misma persona, creyendo las
mismas cosas? —Ligeramente jaló el final de mi corte de cabello.
—Es una forma romántica de ver la vida —dije.
—No, es realista. Imaginar que podemos ir por la vida sin cambiar es tonto.
Una mesera con cabello rojo de caja y una cara llena de pecas puso un par
de cervezas casi negras frente a nosotros.
Levantando mi vaso, lo choqué contra el de él.
—¿Como tu alma?
Inclinó la cabeza hacia mí antes de tomar un sorbo.
—Y mi corazón.
—Y tu bigote —agregué, poniendo mi cerveza abajo sin siquiera probarla.
—¿Aún demasiado asustada de beber en mi compañía? —Señaló mi vaso—
. ¿Asustada de lo que podría pasar después si bajas esas inescapables inhibiciones?
—Oh, las alucinaciones de un psicópata de gran ego.
Relajándome en mi silla, tomé unos minutos para revisar la escena. Siempre
había sido una observadora; era parte de lo que me llevó a escribir. Observar, sin
interactuar. Ser una mosca en la pared. Había aprendido más sobre humanos de
verlos que de conversar.
Cuando mi mirada volvió a Brooks, me había olvidado de su “camuflaje”.
Una risa salió de mí cuando noté una esquina de su bigote que se había alejado de
su labio.
—Lucimos ridículos —dije, acomodando la esquina en su piel.
—Bueno, lo haces. Yo luzco distinguido.
170
Cuando golpeé su brazo, lo frotó.
—Está bien, mi turno. —Trono sus nudillos y se acercó—. ¿Preferirías
casarte con alguien que no es “el único” o pasar el resto de tu vida sola, esperando
por dicho caso?
Mi cabeza rodó mientras gruñí. Este juego de preguntas sin respuesta había
permanecido como una práctica de tortura. Al mismo tiempo, podía apreciar sus
méritos. En un puñado de semanas, sentí que había llegado a conocer más de
Brooks de lo que conocía a la mayoría de las personas en mi vida. La carta blanca
para hacer mi pregunta y la estipulación para responder honestamente significaba
que esos esqueletos en el closet eventualmente saldrían.
—Sola y esperando —respondí—. Sin preguntas.
Brooks contemplo eso con otro trago de cerveza.
—¿En serio? ¿Preferirías perderte la oportunidad de una familia y todo lo
demás que viene con el matrimonio por la apuesta de que tu verdadero amor esté
ahí afuera?
—Una familia es posible sin el método tradicional. Bienvenido al siglo
veintiuno. —Palmeé su mano—. Preferiría pasar mi vida esperando que resignada,
¿tú no?
—¿Esa es tu pregunta?
Mis ojos rodaron.
—Seguro.
—No, no lo haría —dijo empático—. Preferiría casarme con alguien que
podría no encender mi vida en llamas, pero tenga el potencial de que nuestros
sentimientos maduren, que pasar toda la vida solo. —La mitad de su cara se
levantó—. Suena como una forma terrible de gastar tu vida.
Mis dedos pasaron bajo la peluca para rascar mi cabeza. Mis folículos
capilares eran sofocantes.
—Un desperdicio de vida gastarla con alguien que aprendiste a tolerar.
Brooks bufó.
—Siguiente pregunta. —Froto sus manos juntas—. ¿Preferirías casarte
conmigo o…? —levantó el dedo cuando empecé a protestar—... ¿o con ese chico de
tu edificio que ha estado llamándote y enviándote mensajes cada día desde te
mudaste?
—¿Cómo sabes que me ha estado contactando? —pregunté, mi boca
cayendo abierta.
171
—Tu teléfono. —Se encogió de hombros, todo inocente—. Que dejas en el
mostrador como si invitaras a los que pasan a revisarlo.
—Ni siquiera estoy sorprendida —dije mientras movía la mano hacia mí,
esperando mi respuesta. Miré mi cerveza, de hecho, considerando tomármela
antes de responder su pregunta—. Preferiría casarme contigo. —Miré la sonrisa
creciendo en su rostro—. Porque al menos ya hemos descifrado una cosa
importante para hacer una relación funcionar.
Su sonrisa solo se profundizo.
—No tuvimos problemas descifrando eso, ¿o sí?
—Quiero decir vivir juntos —exclamé alejando la silla de él—. Hemos
descifrado como vivir juntos.
Me miró encima de la cerveza.
—También eso.
Bajando mis lentes de sol para que pudiera ver mis ojos, fui con la audacia
que había surgido en mi interior.
—¿Preferirías casarte conmigo… —me detuve lo suficiente para darle
tiempo para interrumpir, pero se quedó callado—… o con la chica en el estudio que
siempre está parada cerca de tu cubículo?
Brooks me dio una mirada divertida.
—Fácil. Tú.
Apreté los labios cuando sentí una sonrisa venir.
—¿Por qué?
—Lo siento. Esas son dos preguntas. Ya respondí la primera.
Mis hombros cayeron.
—¿En serio? ¿Vas a jugar conforme a “las reglas” como un buen seguidor
que ambos sabemos que no eres?
—Cuando se refiere a ti atacando mi territorio de preguntas, sí, así es como
voy a jugar. —Movió la esquina de su bigote falso de nuevo, capaz de hacerme reír
incluso cuando estaba enojada con él—. Oh-oh. Dos en punto. Muy seguro de que
tenemos algunos fans a muerte que no se están creyendo nuestros disfraces. —
Brooks bajó un poco más su gorra, su mirada moviéndose a unas cuantas chicas
presionadas contra el bar, susurrándose unas a otras mientras seguían mirando
nuestra mesa.
—O podrían estar discutiendo la atrocidad que es ese bigote en tu cara. —
Deslicé mi cerveza junto a la suya vacía, ya que no iba a beberla.
172
—Eso podría ser posible, si no estuvieran todos usando cierto pin en sus
chaquetas. —Viendo de lo que estaba hablando, asentí.
—Me gustan.
—Los teléfonos están saliendo —dijo, tomando mi brazo para sacarme de
mi asiento.
—No nos reconocen. Estás exagerando.
Tomó mi mano y nos maniobró entre la multitud hacia la puerta. Los
teléfonos de las mujeres nos siguieron.
—Me causa dolor físico decir esto, pero creo que tienes razón —dije,
ajustando los bordes de mi peluca para que cubriera tanto de mi cara como fuera
posible.
—Las más dulces palabras que he tenido que escuchar. —Me lanzó una
sonrisa cuando estábamos a medio camino de la puerta, pero fue entonces cuando
las cosas fueron en picada.
El trio de mujeres había desafiado las leyes del movimiento y de alguna
forma se pusieron frente a nosotros, bloqueando nuestro escape. La del medio
tenía un pin de Estoy con ella en su saco, pero sus ojos decían Estoy con él.
—Son esa pareja ¿no? —nos preguntó. Bueno, le preguntó a Brooks. Brooks
intentó esquivar a las mujeres, pero se movieron con nosotros—. Ni siquiera
piensen en escaparse sin posar para una fotografía con nosotras.
Mis dientes mordieron mi labio por un momento.
—Solo si prometen no postearla públicamente, solo para nuestros ojos,
¿está bien?
No quería imaginarme lo que diría Conrad si descubriera que Brooks y yo
habíamos estado escapándonos a citas privadas.
—Solo para nuestros ojos —dijo la mujer con el lápiz labial rosado brillante,
dibujando una X sobre su pecho.
Mientras las mujeres se acomodaban entre nosotros, Brooks me dio una
mirada, asegurándose de que estaba bien con esto. Respondí envolviendo los
brazos alrededor de las mujeres acercándome y sonriendo a la cámara del teléfono
con la que habían convencido a alguien cercano de tomarnos una fotografía.
—Estás todo duro —canturreó la mujer de más edad en el montón mientras
su mano se movía por el costado de Brooks para acomodarse en su hombro—. Tus
ideas de romance pueden no alinearse con las mías, pero estaría dispuesta a tomar
un paso temporal al lado oscuro.
Mis ojos se levantaron detrás de mis lentes oscuros mientras la otra mujer 173
se movía de sus zapatos.
Brooks me lanzó una sonrisa antes de que la persona sosteniendo la cámara
dijera “digan queso”. Las tres mujeres a mi alrededor sacaron sus pechos y
sonrieron como si estuvieran concursando en Miss América. En contraste, mi
postura se encorvó al mismo tiempo mientras una indigestión se acercaba a mi
garganta. Genial. Probablemente lucía como si me hubiera tragado un gato. Vivo y
rasguñando.
Después de la fotografía, las mujeres tomaron su tiempo agradeciéndonos
por nuestro tiempo, probablemente porque esperaban que Brooks se ofreciera a
llevarlas a su lado oscuro. Si estas fueran mis tan llamadas seguidoras y se las
hubiera arreglado para hacerlas cambiar de idea con un bigote de estrella porno y
un cuerpo duro, estaba en problemas. ¿Dónde estaban las románticas
empedernidas? ¿Las que eran inmunes a una aguda mandíbula y ojos tan
expresivos que podían hacer a una chica ruborizarse con una mirada?
Cuando Brooks se las arregló para salir a través de las mujeres hacia mí, su
mano rodeó mi brazo antes de ir hacia la salida. Pero con la conmoción de las
fotografías, una multitud se había formado, teléfonos levantados y flashes
encendiéndose desde cada dirección.
—¿Creo que, si lo pedimos de buena manera, accederán a mantener esas
fotografías en privado? —le dije a Brooks, incluso mientras notaba a una chica
abriendo su Instagram un segundo después de sacar una foto de nosotros.
—Estoy más preocupado por cómo voy a explicarle este bigote a mis nietos
algún día. —Brooks empujó a un chico bloqueando la puerta para poder sacar una
foto de nuestra salida.
—¿Nietos? Eso requiere que de hecho tengas a una mujer el tiempo
suficiente para procrear, lo que, Neanderthal, no va de acuerdo a tu historial de
relaciones.
Los brazos de Brooks se movieron detrás de mi espalda, parcialmente
acelerándome, parcialmente protegiéndome mientras nos empujábamos hacia la
puerta congestionada.
—Un hombre esperando plantar su semilla es un instinto tan básico como
puede haber. Por supuesto que quiero reproducirme.
—Reproducirte, plantar semillas. —Pretendí abanicarme—. Si eso no
enciende a una chica…
Un ruido retumbó en su pecho mientras finalmente salíamos libres del bar.
Fresco, frío aire se derramó a mi alrededor, y fue tan refrescante que tuve que
tomar varias respiraciones profundas.
—Oye, 007, tus disfraces apestan. —Me arranqué la peluca y las gafas, 174
metiéndolas a mi bolso.
Brooks ya se había quitado el bigote, pero se dejó la gorra. Estaba a punto
de decir algo cuando un grupo de chicos tropezaron fuera del bar, inmediatamente
inclinándose ante Brooks. Deben haber estado borrachos. Era la única explicación
del porqué estaban pretendiendo alabar al hombre con un parche rojo de piel en
forma de bigote en su labio superior.
—Creo que estás siendo alabado —señalé con la cabeza en la dirección de
sus admiradores.
—Alabado por una pandilla de borrachos. No exactamente mi meta en la
vida. —Brooks pasó su brazo alrededor de mis hombros para llevarme hacia la
calle cuando sonó un coro de silbidos.
—¡Eres el hombre, señor Realidad! —gritó uno de ellos. Por su voz, había
alcanzado la pubertad hace una semana—. De ninguna forma voy a dejar que una
chica me lleve a una sentencia de vida de monogamia.
Suspirando, le di a Brooks una de las miradas a las que ya se había
acostumbrado.
En respuesta, me dio una de las suyas también.
—Sigue y vive tu vida lo mejor que puedas, jefe. —Brooks disparó a la banda
de hermanos un par de pulgares arriba y seguimos avanzando.
—Apuesto a que has anotado serios puntos. Serios puntos calientes. —El
sonido de pasos hizo eco detrás de nosotros hasta que el más sobrio del grupo se
las arregló para atraparnos. Con una camiseta de cerveza empujo a Brooks antes
de revisarme—. Retrocediendo algunos pasos para probar tu punto, ¿eh? Pero lo
que sea que tome, hombre. Uno por el equipo.
Mi boca se estaba abriendo para respirar fuego cuando Brooks parpadeó
unas cuantas veces como si estuviera despertando de una siesta.
—Lo siento, me lo perdí. —Apenas miró al chico mientras aceleraba el
paso—. Estaba demasiado ocupado preguntándome cuántas veces tu mamá se ha
maldecido por no insistirle a tu padre que se saliera cuando fuiste concebido.
Una mirada confundida llenó la expresión del chico antes de que se quedara
atrás, las risas de sus amigos haciendo eco en la noche.
—¡Señor Realidad manteniéndolo real! —gritó una voz diferente, seguida
por más risas, excepto por quien asumí era camiseta de cerveza, maldiciéndolos a
todos.
Mis brazos volaron a mi alrededor mientras mi cabeza nadaba con una
docena de emociones diferentes.
—Olvida lo que dijo. —Brooks se deslizo más cerca, su brazo 175
manteniéndose sobre mis hombros—. El chico no reconocería a una buena mujer
si tuviera diez intentos.
Mi cabeza negó.
—Está bien. Estoy acostumbrada.
—¿Acostumbrada a qué?
Me saqué la bufanda anudada en mi cuello, acomodando el enredado
desastre que era mi cabello.
—A que me digan que me quede en mi liga. —Señalé de regreso al montón
de idiotas quienes se habían movido para molestar a una pareja de jóvenes
mujeres con gritos poco originales—. En la preparatoria, fue cuando el capitán de
basquetbol me invitó al baile de invierno. Las animadoras no iban a aceptarlo. En
la universidad, fue cuando el tipo del auto y sonrisa linda me invitó a una fiesta de
fraternidad. Las chicas de la hermandad prácticamente armaron una revuelta. —
Sentí mi humor yendo hacia el sur por la mera mención de estos miserables
momentos—. Aprendí hace mucho tiempo a no amarrar mi autoestima a la opinión
de algún idiota.
Brooks estaba observándome mientras caminábamos por el camino oscuro.
—Bueno, no puedo decir que no entiendo sus motivaciones.
—¿Las motivaciones de quién?
—Los chicos. Y las chicas. No toma un genio para reconocer todo el paquete
cuando un tipo ve uno. Ese siendo tú. —Brooks inclino la cabeza en mi dirección—
. Y esas chicas claramente se sintieron amenazadas y preferían hacerte huir que
ser forzadas a tu juego y tal vez mejorarse.
Pensando de nuevo en las chicas que se habían burlado de mí hasta las
lágrimas, era casi risible considerar a esos perfectos especímenes sintiéndose
amenazadas por mí en toda mi gloria de gordura de bebé y cabello esponjado.
—En verdad nunca lo he considerado de esa forma. Solo lo achaqué a que
el mundo está lleno de hermosas chicas mezquinas, cuya única misión en la vida
era hacer sentir mal a las chicas gorditas y raras como yo.
Brooks hizo un sonido de pff.
—Hermosas por fuera. Feas por dentro. Eso solo lleva a las personas lejos
en la vida por un tiempo. ¿Dónde crees que están esas chicas ahora?
—¿Le estás preguntando a mi yo pequeña? ¿O a la crecida?
176
—Como si necesitaras preguntar.
Aplaudí un par de veces mientras conjuraba la escena de recuperación.
—Pudriéndose en algún remolque oxidado, con su cordura amenazada por
cuatro insufribles niños menores de cinco, esperando por su esposo para que
traiga a casa un paquete de cervezas y chicharrón de cerdo, pero sabiendo que
probablemente va a dárselas a la viuda solitaria tres tráileres más adelante.
Cuando levanté la mirada, atrapé a Brooks dándome una mirada
impresionada.
—Y mírate ahora.
Pensé en eso. Dónde estaba. En la ciudad de Nueva York, compitiendo por
mi trabajo soñado, ya en posesión de una carrera impresionante. Pero estaba sola,
nunca habiendo llegado cerca en una relación para siquiera acercarme a caminar
hacia el altar. Mi carrera estaba en su punto. Mi vida amorosa era inexistente.
—¿Qué pasa contigo? ¿Cómo fueron los años de preparatoria para Brooks
North? —pregunté.
—Casi como los tuyos por como suena.
Dejé de moverme.
—¿Qué? Tuve un desarrollo tardío. Tomó algo de tiempo que madurara a
toda esta masculina gloriosidad. —Movió sus cejas hacia mí, sonriendo cuando me
reí—. ¿Crees que tienes historias de horror de esos días? Ni siquiera cerca. La
primera vez que le pedí salir a una chica que pensé que era de mi liga ir al baile de
invierno, se rió en mi cara. Entonces les contó a sus amigos y todos se rieron en mi
cara. Por los próximos tres años de preparatoria.
Mis ojos se estrecharon en el camino.
—¿Tú? ¿Un nerd? —Traté de visualizarlo. No pude.
—Los estudiosos tenían una mayor posición que yo. Era más una…
enfermedad. —La mano de Brooks se apretó en mi hombro—. Entonces la
universidad comenzó y dejé los anteojos, subí cinco kilos de musculo y decidí que
finalmente tendría una barbilla. Después de eso, nunca tuve ningún problema
consiguiendo citas. De hecho, dejaría una fiesta con docenas de nuevos números
telefónicos. Ahora, ¿por qué fui de cero a héroe en unos cuantos años? —Me miró,
esperando.
—Héroe podría ser una exageración…
Gentilmente jaló mi cabello antes de continuar.
—Nada sobre mi personalidad cambio…
—¿Quieres decir que eras igual de encantador que ahora? 177
—Mi aspecto. Eso cambió. Si eso no es evidencia de los huecos que son los
humanos, no sé qué lo sea.
—¿Así que esa es otra razón por la que crees lo que crees? ¿Porque las
chicas de preparatoria te evitaban y las de la universidad no podían tener
suficiente de ti?
Uno de sus hombros se levantó.
—¿Qué infieres de eso?
—¿Tus feromonas se aceleraron, haciéndote irresistible para cualquier
mujer de sangre roja? —escupí—. Porque no eres así de apuesto.
Me dio una mirada que me dijo que sabía que estaba mintiendo.
—Cuando desnudas a cualquiera de nosotros, nos encontrarás compitiendo
o mintiéndonos acerca de la supervivencia del más fuerte. Aspecto, estatus, dinero,
todo es igual a supervivencia. Es todo sobre lo que es este baile de las relaciones,
Hannah. Sé que no es bonito, pero la verdad usualmente no lo es.
Incluso mientras terminaba, Brooks me acercó, sus dedos ausentemente
jugando con los extremos de mi cabello. Supervivencia o no, instinto o más, la
conexión formada entre nosotros no podía negarse.
—¿Oye, North? —Mi cabeza cayó en su hombro—. Yo hubiera ido al baile
contigo.
—¿Oye, Arden? —Su boca se movió a mi oreja—. Esa sería la única razón
por la que consideraría revivir esos años de mi vida.
178
—¡Arden! ¡North! ¡Sus culos a mi despacho!
Ese fue el sonido con el que yo y todos los demás en la oficina, fuimos
recibidos el lunes por la mañana.
—Si tuviera un centavo por cada vez que he escuchado eso… —La silla
frente a la mía se quejó cuando Brooks se levantó. Me esperó afuera de mi
179
cubículo—. Déjame tomar la iniciativa en esto
Tomé otro sorbo de mi café.
—Con mucho gusto
La expresión de Brooks se aplastó.
—¿Estabas de acuerdo conmigo? ¿Sin discutir?
—Cuando se trata de esto, no hay discusión —dije, comenzando el viaje a la
oficina de Conrad, Brooks a mi lado.
Sabía que habría algún tipo de repercusiones por este fin de semana. Quinn
y varios de mis amigos me habían enviado mensajes con enlaces a las
publicaciones y artículos que salían de la cita “secreta” entre Brooks y yo. Había
estado en lo cierto en cuanto a que parecía como si estuviera en medio de engullir
un gato. A mi lado, incluso con ese bigote feo a tope, Brooks parecía el dios rebelde
expulsado del Valhalla.
Como se predijo, Quinn me interrogó hasta el último detalle de por qué
había aceptado tal acuerdo y cual fue nuestro motivo detrás de las citas secretas.
Le había dado lo suficiente para satisfacerla en su mayor parte, y ni una pista más.
—¿Crees que quiere felicitarnos por nuestros últimos artículos? —Brooks
me dio un codazo.
Me escabullí discretamente. Nos dábamos codazos, nos metíamos con el
otro y empujábamos mutuamente hasta el final, pero últimamente, esos toques se
sentían diferentes.
—Bueno, tal vez para felicitarme por el mío. El tuyo era aburrido.
—Pero lo leíste
—Le eché una ojeada
Brooks eliminó la distancia que había puesto entre nosotros.
—Mentirosa —susurró, justo cuando estábamos alrededor de la oficina de
Conrad.
Mis pies se congelaron cuando vi la mirada en la cara de Conrad. Nunca
había visto a una cara alcanzar ese tono de rojo. Incluso la vena que corría por su
frente se veía abultada.
—¿Qué demonios tienen que decir ustedes dos de esto? —Conrad no esperó
a que cerráramos la puerta antes de atacarnos, batiendo alrededor de su
computadora portátil con una imagen de nosotros dos agrandados en la pantalla.
No fue una de las fotos que había visto. Era una que alguien había tomado
antes de que nos expulsaran oficialmente. Brooks y yo estábamos sentados en
nuestra mesa, más cerca de lo que recordaba. Sus manos estaban extendidas para 180
apartar mi cabello, pero parecía que podría haber estado acariciando mi mejilla en
su lugar. La leyenda de la foto decía: Su dosis diaria de Romance versus Realidad
—Quiero una explicación y la quiero ahora. —La mano de Conrad se
estrelló contra su escritorio.
Brooks dio un paso adelante.
—Fue mi idea. Completamente mi idea
Su confesión no hizo nada para disminuir la ira de Conrad.
—Y ¿qué te llevo a creer que esta idea era buena? —Apuntó su dedo a la
pantalla de la computadora mientras miraba la foto de los dos
Dios, ¿realmente nos veíamos así cuando estábamos juntos? ¿Como una
pareja de verdad?
—Somos dos personas diferentes que creen dos cosas diferentes. Pensé
que, si nos tomábamos el tiempo para conocernos fuera de cámara, haría que
nuestra interacción en cámara fuera menos artificial. —La postura de Brooks era
relajada, su tono sin disculpas. Estaba usando el traje gris que había usado el
primer día que apareció aquí. Debería haber arruinado la vista; en vez de eso me
encontré imaginando cómo se vería arrugado en el piso de mi habitación.
Porque ese no era un pensamiento inapropiado en este momento…
—Pensé que aumentaría el “valor de producción” si la relación entre
Hannah y yo fuera más profunda que sólo rivalidad. —Brooks alzó su ceja,
lanzando el término de Conrad en su cara.
Conrad estaba quieto, sus dedos tamborileando sobre el escritorio
—¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto? ¿Estas reuniones
privadas?
Tragué.
—Acaban de empezar —respondió Brooks, mirándolo fijamente a los ojos.
Mi lengua se trabó en mi mejilla y me callé. Seguro, acababan de empezar.
Si consideras tres semanas “acabar de empezar”
—Y también están terminando, ¿entendido? —Conrad cerró su portátil de
golpe, dándonos la notoria mirada hacia abajo de Conrad.
Brooks ya estaba apuntando hacia la puerta
—Entendido
Se detuvo en la puerta, esperando por mí. Salí corriendo de esa oficina tan
rápido como mis tacones me llevaron. Una vez que estuve en el pasillo, dejé
escapar el aliento que había estado conteniendo
181
—¿Entonces? ¿Lo manejé bien? —Brooks me guiñó un ojo.
—Me duele admitirlo, pero sí, lo manejaste muy bien —saludé a la oficina
que había estado increíblemente tranquila, la mitad de mis compañeros de trabajo
nos miraban boquiabiertos como si estuvieran sorprendidos de que nuestras
cabezas aún estuvieran unidas a nuestros cuerpos.
—Solo míranos ¿podrías? El primer día, estábamos en la garganta del otro,
y aquí estamos dos meses más tarde, el maldito equipo de ensueño.
No mencioné que en nuestro día uno real, habíamos estado en otra cosa,
porque ese recuerdo era mejor dejarlo en la pila perdida y olvidada,
—¿Quién hubiera pensado que podríamos estar tan ceca y no enfrentarnos
en un ataque de insultos para dañarnos? —Hice una señal de todo bien a Quinn,
quien se quedó merodeando en la sala de descanso.
—Curiosa la forma en que resulta la vida. —Su manga rozó mi brazo,
causando que el hormigueo estallara en mi espalda—. Crees que conoces la
historia, casi puedes ver el final, luego todo eso se va al infierno.
Disminuimos la velocidad cuando nos acercamos a mi cubículo.
—A veces puedes pensar que todo se está demorando. Cuando realmente,
todo está cayendo en su lugar.
Brooks se quedó allí por un minuto, la contemplación entrelazando su
expresión. Luego se encogió de hombros.
—Tal vez —dijo, retrocediendo a su propio cubículo—. ¿Todavía estamos
en la operación mudar a Hannah de regreso a su apartamento?
Mis hombros bajaron mientras lo pensaba, cuando debería haber estado
haciendo volteretas, ya no estaba atascada compartiendo el mismo espacio vital
que Brooks North.
—Sí. Hable con el gerente del apartamento nuevamente esta mañana y me
dijo que ya estaba todo listo para mí.
—Voy a hacer una carrera rápida después del trabajo, luego te veré en tu
casa para ayudarte
—¿Una carrera rápida? Déjame adivinar, algo así como, diez kilómetros
para alguien como tú. —Le lancé una mirada mientras encendía mi laptop. Tenía
otro artículo en unos pocos días y todo lo que había completado hasta ahora era
abrir un documento para él.
—En realidad, son quince. —Me lanzó una sonrisa antes de dirigir su
atención a su propia computadora.
—Ugh. Tu resistencia es repugnante. 182
—Gracias. Y es bueno saber que has pasado algún tiempo considerando mi
resistencia.
Me quejé
—¿Podemos volver a fingir que somos grandes rivales y no podemos
soportar la idea de intercambiar una sola palabra entre nosotros?
—Lo tienes, jefe. —Brooks ya estaba escribiendo, sus teclas castañeaban
como si su artículo se estuviera derramando, era como si su musa hubiera ido a
toda marcha desde que comenzó nuestro experimento de citas, mientras la mía se
había quedado muda.
La pasión. El fervor. La convicción. Todo eso había desaparecido en la
extinción durante las últimas semanas. No podía considerar la razón. Estaba fuera
de los límites del territorio. No solo significaría perder mi carrera, sino mi visión
completa de la vida.
Ningún hombre valía ese sacrificio. Especialmente ninguno que tuviera
todo que ganar si admitía que me había enamorado de él.
Ya lo había dejado acercarse demasiado. No podía arriesgarme a dejarlo
acercarse aún más.
Miré la página en blanco en la pantalla de mi computadora, prácticamente
se burlaba de mí mientras el sonido de cien palabras por minuto hacía eco a través
de mí.
183
—No recuerdo que aparecieras en mi casa con tantas cosas —dijo Brooks,
la mitad superior de él oculta detrás de la pila de cajas y contenedores en sus
brazos.
—Y tampoco esperaba pasar veinticinco días en tu casa de soltero. Una
chica no puede arreglárselas solo con una bolsa de productos. —Después de
desbloquear mi apartamento, me detuve con la mano en el picaporte. Estaba 184
haciendo una mueca, preparándome para encontrar una carnicería mohosa y
dañada por el agua interior.
—¿Vamos a pasar el rato en el pasillo toda la noche, esperando ser
reconocidos, lo que sin duda nos llevará a una serie de preguntas sobre lo que
estamos haciendo juntos sin una cámara en nuestras caras?
El mensaje de Brooks me dio la motivación que necesitaba para abrir la
puerta. No se filtraban malos olores, lo que prometía, pensé mientras encendía las
luces. Mi cuerpo entero se relajó cuando pude ver bien mi apartamento. Se veía
exactamente como lo tenía antes de la inundación. Con la excepción del techo y
suelo, nada había cambiado. Mis muebles, alfombras, cortinas; todo había sido
secado, limpiado y reemplazado como los había tenido.
Brooks tuvo que maniobrar a través de la puerta de lado para encajar sin
golpear las cajas de sus brazos.
—Tienes cardio y entrenamiento de fuerza —dije mientras descargaba las
cajas superiores de su pila.
—Y ahora necesito un buen masaje. —La mirada esperanzada en su rostro
me hizo reír.
—Hay un spa asiático de reputación cuestionable justo al final de la cuadra.
Guardan las horas de la noche
Me siguió hasta la mesa del comedor donde estaba amontonando cajas.
—¿Cada masaje viene con un final feliz de cortesía?
—Eso depende de tu definición de feliz.
Se inclinó mientras dejaba los contenedores en sus brazos
—Si quieres ser mi masajista, puedo demostrarte qué me hace feliz
Tomando un respiro, sostuve mi palma frente a su cara.
—Mis manos están agrietadas
Me sorprendió presionando su mejilla contra ella, su rastrojo arañando la
suave carne
—Bien. Me gusta duro.
Mi mano cayó a mi lado mientras me distraía y me dirigía la cocina.
—¿Quieres algo para beber?
Mi voz estaba apagada, pero también todo lo demás. Lo tenía aquí en mi
apartamento. La puerta principal cerrada y bloqueada. Tarde en la noche, mi
fuerza de voluntad e inhibiciones desgastadas hasta el punto de romperse. No
debería haber aceptado su oferta de ayuda. No debería haberle dejado entrar tan
185
profundamente en los contornos de mi vida.
Pero aquí estaba él.
Y aquí estaba yo.
Ya fuera que el destino o las circunstancias nos hubieran llevado a este
momento, sabía que no era una coincidencia.
—Estoy bien, gracias. —Sus pasos resonaron por el apartamento—. Tu
lugar es exactamente como esperaba que alguien como tú mantuviera su espacio
vital.
Revolví los armarios a modo de diversión.
—No puedo decir si eso es un insulto o una observación
—En realidad, es un cumplido —dijo, sus pasos se detuvieron—. Sabes
quién eres y no estás intentando cambiar eso para que se ajuste a un molde
genérico
Mis dedos rodaron por el mostrador
—¿Gracias?
Se rió entre dientes cuando el sonido de arrastrarse vino de la sala de estar.
—Dios bueno. Orgullo & Prejuicio en la parte superior de la pila. DVD y
libros —gruñó Brooks—. ¿Qué pasa con las mujeres y Darcy?
Después de obligarme a salir de la cocina, reuní tanta compostura como
pude. Lo que no era mucho
—No sé. —Lo vi voltear mi copia gastada del libro, el DVD que había visto
con mis amigos hace un par de meses en su otra mano—. Es un héroe reacio. Este
chico que parece un asno egoísta pero que termina salvando el día, sin tratar de
tomar ningún crédito por ello.
—Pero toma el crédito en el final. Y se queda con la fuerte y animada
señorita Bennett
Mi boca funcionó cuando le quité el libro de su mano y lo regresé a donde
pertenecía
—Eso es lo que la hace una historia de amor y no una tragedia.
—Ah, esa es la distinción. —Brooks se acercó a la pared donde tenía un
decorado de un par de docenas de fotos, marcos no coincidentes—. A diferencia
del tipo que no consigue a la chica o no obtiene el crédito por su acto heroico.
—Correcto.
—Pero ¿no es tan romántico también? ¿Renunciar a la mujer que quieres
186
para que pueda ser feliz con otra persona? ¿Mantener al salvador anónimo en lugar
de disfrutar de la gloria del reconocimiento? —Las esquinas de su boca se
contrajeron cuando estudió la foto de cuando era una niña pequeña con mis
padres. Gordita y de cabello salvaje; la historia de mi vida—. Estoy preguntándote
porque tú eres la experta. Estoy en un territorio desconocido cuando se trata el
fenómeno del romance
Después de deslizar mis sandalias de mis pies, me acerqué más.
—Supongo que sí. En su propio modo. Pero es difícil imaginar que Elizabeth
esté más feliz con alguien que no sea Darcy
—Pero como dijiste. Darcy es un trasero de caballo egoísta.
—Tal vez en la superficie, pero lo que se esconde detrás de todo eso es lo
que importa. Y la ama
Brooks se inclinó para distinguir dónde estaba en mi foto de último año de
estudios.
—Entonces ¿estás diciendo que eso es suficiente?
Mis dedos peinaron mi cabello mientras intentaba resumir qué punto
estaba tratando de transmitir.
—Estoy diciendo que el amor es un buen comienzo
—Ahí está de nuevo. La palabra con A
—Te asusta —le dije.
—¿Cómo puede asustarme cuando no existe?
—¿Por qué estás tan seguro de que no existe?
El suelo crujió cuando avanzó hacia la siguiente imagen; la de la abuela y yo
en mi graduación de la escuela secundaria
—Porque no tengo pruebas que demuestren su existencia
—¿Evidencia? —Suspiré—. Está literalmente a tu alrededor
—Dice la mujer apodada señorita. Romance
—Pero si estás equivocado, has sacrificado toda una vida de potencial
intimidad y compromiso. Si yo estoy equivocada, me he pasado la vida creyendo
en un sueño fantasioso.
Se inclinó más cerca de la imagen, sacudiendo la cabeza.
—No, viviría mi vida libre con la verdad. Te pasarías la tuya encadenada a
una mentira
Una bocanada de aire salió de mis labios. 187
—Sé a dónde va esta conversación. A ningún lado. —Agarrando uno de los
contenedores de la mesa, lo llevé hacia mi habitación—. Voy a guardar mi energía
para desempacar en lugar de discutir una batalla sin sentido contigo.
—Pero las batallas sin sentido son mis favoritas. —Luchó con una caja
debajo de cada brazo y me siguió a mi habitación.
Mi corazón casi se apoderó cuando escuché sus pasos justo detrás de mí. Mi
habitación había sido ordenada cuando me fui, pero quién sabía en qué forma
podría encontrarla. Esperemos que no haya signos de elementos innombrables o
elementos de naturaleza personal extendidos en mi edredón a simple vista.
—Más rosado. Y flores. Y brillo. Y lazos. —Brooks no me dio tiempo de darle
una vuelta a mi habitación antes de que su mirada se moviera de una esquina a la
siguiente, no me faltó nada. Luchó contra una sonrisa cuando llegó a mi lujoso
tocador, la mitad de la superficie cubierta por bonitas botellas de perfume
—¿Qué? A mí, a diferencia de algunas personas, me gusta rodearme de
cosas que traen alegría. En lugar de auto-odio
Él resopló, mirando dentro de mi armario oscuro cuando pasó junto a él.
—Esta habitación es una especie de cruce entre la de una niña pequeña, una
estrella de Hollywood, y una bisabuela. —Se detuvo junto a mi cama, sus dedos
alcanzando mi cajón de la mesita de noche—. Pero apuesto a que hay algunas cosas
escondidas aquí que no son tan inocentes
—¡Brooks! —exclamé, me lancé sobre el cajón que había estado a punto de
abrir, arrastrando el trasero para interceptarlo antes…
Debió haber estado esperando que pusiera los frenos, porque no se movió,
sus ojos se ensancharon un momento antes de que chocara con él. Chocamos con
un fuerte golpe, nuestros cuerpos cayendo sobre mi cama. De algún modo, terminé
encima de él, mis piernas enredadas alrededor de las suyas, mi pecho moviéndose
rápido por el esfuerzo y el mini ataque de pánico que me había dado por pensar
que él había encontrado lo que estaba metido en el cajón de la mesita de noche.
Sus brazos habían encontrado su camino a mi alrededor mientras caíamos,
pero se negaron a relajarse ahora que habíamos caído. Su garganta se movió
cuando mis ojos encontraron los suyos, un lado de su boca se elevó.
—No tan inocente en absoluto —dijo mientras sus ojos recorrían la
longitud de mi cuerpo cubriendo el suyo.
Calor envolvió mi columna. Antes de darme un segundo para reconsiderar,
me aparte de él, cayendo sobre la cama vacía a su lado. Me concentré en el techo,
tratando de regular mi respiración. El colchón se quejó cuando se puso de costado
hacia mí. 188
—Brooks. —Suspiré —detente.
—No estoy haciendo nada. —Estaba mirándome, esperando mi atención.
Solo me hizo fijarme más en el techo—. ¿Hannah?
—Por favor. No.
—No estoy tocándote. —Como dijo, mi instinto era alejarme más de él—.
¿Está mi presencia ofendiéndote ahora? —Hizo un gesto entre nosotros—. Un
minuto creo que sé lo que quieres de mí, y al siguiente me doy cuenta de que no
tengo una maldita pista. —Su voz creció con cada palabra mientras iba a
arrastrarse fuera de la cama.
De la nada, mi mano alcanzó la suya, tirando de él hacia abajo a mi lado. La
próxima cosa que supe, fue que estaba presionada contra él, mi boca se estrelló
contra la suya cuando mis manos agarraron cualquier lugar firme que pudieron
encontrar.
Si estaba sorprendido, no lo demostró. Se movió debajo de mí para que
nuestras cabezas estuvieran perfectamente alineadas, su boca cubriendo la mía, y
cayendo juntas. Sabía a canela y necesidad, y cuanto más lo besaba, más quería de
él.
Cuando el resto de mi cuerpo fue a cubrirlo, mis manos se deslizaron debajo
de su camisa al mismo tiempo, Brooks se quedó inmóvil.
—Espera. —Su respiración era desigual, tensa, mientras sus dedos
formaban ataduras alrededor de mis muñecas para sacar mis manos de debajo de
su camisa. El calor de su piel se quedó en mis palmas, planos firmes de su estómago
impresos en ellas.
—¿Para qué? —Cuando mi boca se moldeó en la suya otra vez. Succionando
ligeramente su labio inferior, temblaba...
—No estás haciendo esto fácil. —No sonaba como él en absoluto, ya que su
cuerpo estaba tenso.
—No estoy tratando de hacerlo fácil. —Solo lo había experimentado una
vez antes, esa noche que él y yo habíamos compartido juntos. Fue un sentimiento
que me abrumó, alarmante en su magnitud.
—Control. —Suspiró, sus manos se retorcieron alrededor de mis muñecas
más apretadas cuando intenté soltarme.
Cuando mis caderas se deslizaron sobre las suyas, meciéndose suavemente
contra él, maldijo entre dientes.
—Hannah
189
Sus ojos se abrieron en los míos, su pecho comenzó a calmarse. Se sentía
tan sólido debajo de mí; el tipo que sugería que ninguna fuerza de la naturaleza
podía atravesarlo.
—¿Qué pasa?
Soltó una de mis muñecas, apoyando su mano en la curva de mi cuello.
—En nuestro primer encuentro, te tuve en mi cama después de unas horas.
Y te perdí. —Una arruga profunda entre sus cejas—. Esta vez, voy con un enfoque
diferente.
Mi mente luchó para mantenerse al día con lo que estaba sucediendo. Desde
querer saltar sobre sus huesos hasta escucharlo confesar que quería… ¿esperar?
—Estoy perdida —susurré—. No sé lo que estás tratando de decir.
—Tres horas después de conocernos. Follamos. Esta vez, fueron casi dos
meses para un primer beso. —Sus dedos se curvaron en mi cuello mientras
levantaba su cabeza de la almohada, sus labios encontrando los míos, suave y lento,
también fuerte y rápido.
Mis pulmones colapsaron antes de que terminara ese beso
—No planeo perderte de nuevo. —Su aliento era cálido contra mi piel
mientras se alejaba.
Mi cuerpo. Mi corazón. Él estaba haciendo todo bien para atraer a los dos.
Tuve que recordarme que este era Brooks North. El señor Realidad. Todo
lo que estaba diciendo y haciendo podría haber sido para manipularme para que
me enamorara de él. Lo sabía.
Sin embargo, algo en sus ojos me dijo que esto no era un truco.
—¿Por qué esperar? —pregunté, sabiendo que él no era el tipo de hombre
que esperaba o que tuviera que esperar para llevar a una mujer a la cama.
Él peinó mi cabello de mi cara.
—Porque tú lo vales.
—Ya me has tenido.
—He tenido tu cuerpo —dijo, acercando mi cabeza a su pecho,
sosteniéndome contra él—. Pero ahora quiero el resto. Lo quiero todo.

190
Jimmy dio un silbido frente a nosotros en la limosina.
—Oigan, esa fue una toma infernal.
Brooks se frotó la boca.
—Es bueno saberlo.
—Quiero decir, la química era, como, fuera de cuadro. Te has vuelto buena 191
vendiéndolo, Hannah. —Jimmy guiñó en mi dirección cuando colocó el equipo de
la cámara a su lado en el asiento. Conrad había decidido mejorar el equipo de
cámara hace unas semanas, ya sabes, para aumentar el valor de la producción—.
Igual tú, Brooks. Nunca habría imaginado que el verdadero chico frío como una
roca pudiera ser tan…
—¿No frío como una roca?
Jimmy negó con la cabeza.
—Romántico. No sabía que lo tenías en ti, North.
Tuve que morderme la lengua y mirar por la ventana para evitar reírme.
Nuestras citas públicas habían sido diferentes desde esa noche en mi apartamento,
y aunque ambos tratábamos de mantener que lo que pasaba fuera de cámara se
filtrara en la pantalla, era imposible.
—O Conrad los obligó a tomar algunas clases de actuación o está poniendo
afrodisiacos en su café, porque en serio. —El dedo de Jimmy ondeó entre Brooks y
yo manteniendo una distancia media entre uno y otro en el fondo de la limosina—
. Eso fue ardiente.
—Es bueno saber que lo descubrimos un día antes de que terminen los tres
meses. —La cabeza de Brooks giró para mirar por la otra ventana, tratando de
ignorarme como yo estaba tratando de ignorarlo. Me preguntaba si fuimos del todo
convincentes, o si solo hizo más obvio que algo había pasado detrás de la fachada
de Romance versus Realidad.
—Así que, mañana en la noche. —Aplaudió Jimmy—. Los recogeremos a las
siete en punto, pero viajarán en autos separados al lugar. Conrad les va a entregar
ropa formal mañana por la mañana para que la usen.
—¿Por qué no podemos usar algo que ya tengamos? —pregunté. También
conocido como algo cómodo.
—Porque esta es la noche final. Conrad quiere hacerlo en grande. Fuegos
artificiales. Un conjunto de doce personas. Vestido y esmoquin de diseño. Todo
eso.
Brooks y yo parpadeamos a Jimmy.
—Es la última noche de un experimento social, no una inauguración
presidencial —dijo Brooks.
—Tal vez. Pero casi tanta gente lo sintonizará mañana por la noche como
durante la toma de posesión presidencial.
Mis palmas, sudorosas por pensar en lo que me esperaba mañana por la
noche, se frotaron contra mis vaqueros. Brooks y yo nos habíamos convertido en
profesionales en eludir nuestras posiciones públicas como conejillos de indias 192
para el romance. Nuestro lema no dicho era tomar las cosas una hora a la vez e
ignorar la verdad que se avecinaba entre nosotros.
—¿Alguna otra exclusiva que puedas compartir de mañana por la noche?
—pregunté.
Jimmy luchó con dos cervezas del mini refrigerador, sosteniendo la extra
hacia Brooks y hacia mí. Cuando ambos declinamos, la giró en la dirección de los
dos guardaespaldas que estaban sentados en sus asientos, perfectamente
enfocados en sus "clientes".
—Lo siento, es verdad. En servicio. —Jimmy puso la cerveza extra dentro
de la nevera y le quitó la tapa—. Veamos. Exclusivas, exclusivas. —Tomó un trago
de su cerveza—. Será como si la ceremonia final de la rosa se encontrara con los
Juegos del Hambre. —Sonrió, pareciendo orgulloso de su analogía. Se dio cuenta de
que me quedé boquiabierta y levantó los brazos—. No pueden ganar los dos, ¿lo
sabes?
Brooks se movió en su asiento, volviendo a mirar por la ventana.
—Oh, y Conrad decidió dejar que los espectadores decidan quién gana
mañana por la noche.
Jimmy lo había dicho tan rápido, en un tono tan claro, que me llevó un
minuto entender lo que se había dicho.
—Espera...
—¿Qué? —interrumpió Brooks, parecía enfadado en vez de angustiado
como yo.
Jimmy levantó los pies en el asiento frente a él.
—Después de la final, las líneas de votación estarán abiertas para que los
espectadores llamen con su voto para decidir cuál de ustedes dos pajaritos amor-
barra anti-amor sale campeón. Creo que cada número puede votar cinco veces. O
tal vez son diez. No lo recuerdo.
—Eso no era parte del acuerdo original. —Las palabras salieron de mi boca.
—¿El acuerdo que escribieron, notariaron y firmaron con sangre? —Jimmy
chasqueó la lengua—. Vamos. Todos sabemos que Conrad es un imbécil que va a
hacer lo que crea mejor para la compañía, que se jodan los empleados que trabajan
para ella.
La manó de Brooks rozó la mía, como si hubiera estado a punto de tomar
mi mano y contenerse en el último momento.
—Esto no es justo —dijo.
193
—Oye, hombre, tú eres el que citó que dejar que la justicia sea la brújula
que guíe la vida es para los tontos. —Jimmy tomó un trago de su cerveza—. Es una
mierda, hombre, estoy contigo en eso, pero eso es lo que pasará mañana por la
noche. Más vale que hagamos lo mejor.
Dentro, mil protestas se estaban levantando, pero las sofoqué todas,
sabiendo, como Jimmy, que nada cambiaría la opinión al respecto de Conrad. Los
espectadores decidirán quién ganará mañana por la noche —Brooks o yo— y una
parte de mí ya sabía el resultado final.
—Supongo que no debería sorprenderme. Conrad ha hecho todo lo que
puede para que este sea un espectáculo mayor cada vez que se presente la
oportunidad. —Exhalé un aliento lento—. No importa. Una persona tendría que
poseer la inteligencia emocional de un saltamontes para creer que me he
enamorado de Brooks North.
A mi lado, Brooks resopló.
—Maldición. Fría como el hielo. —Se rió Jimmy—. Me encanta.
—Señorita Arden —dijo Dean, el guardia de seguridad que me había sido
asignado hace unas semanas cuando llegar al trabajo sin ser atropellada por una
multitud se había convertido en un desafío, mientras alcanzaba la puerta de la
limusina.
Mi edificio de apartamentos estaba afuera, y Dean estaba escaneando la
acera como si estuviera protegiendo a un diplomático extranjero en un país hostil.
—También voy a salir aquí.
Mientras Brooks se movía, su guardia de seguridad, Sven, se levantó para
seguirlo. Brooks negó con la cabeza y Sven cayó instantáneamente en su asiento.
No sabía de dónde habían salido estos guardias de seguridad, pero supongo que
eran medio máquinas por la forma en que se comportaban.
—Amigo. Tu casa está a kilómetros de aquí —dijo Jimmy.
—Voy a encontrarme con unos amigos en un bar al final de la calle.
—¿Tienes amigos? ¿Gente a la que le gustas y que busca tu compañía?
Brooks gruñó.
—Divertidísimo, camarógrafo.
—Pero deberías llevar a Sven. —Jimmy escaneó por las ventanas—. Si
pones un pie en un lugar público, vas a tener una multitud de señoritas.
Brooks se rió.
—Soy el tipo que trata de probar que el amor es una falacia. La multitud me
lanza trinches, no sostenes. 194
—Estoy bastante seguro de que esos trinches pueden hacer más daño que
los sujetadores de encaje —dijo Jimmy mientras Brooks salía de la limusina detrás
de mí.
—Tengo una piel gruesa.
Miré a Brooks.
—Prueba un caparazón impenetrable.
—Es bueno saber que he engañado a algunos. —Sus ojos azules
encontraron los míos, sosteniéndolos más de lo que debería.
—Bueno. Buenas noches, Brooks. —Mi postura se enderezó, intentando
vender lo formal que me sentía cuando se trataba de Brooks—. Te veré mañana.
Algo brilló en sus ojos.
—Te veré mañana.
Agarrando mi bolso, me di vuelta para entrar en mi edificio de
apartamentos. Por el rabillo de mi ojo, lo vi deambular por la acera. Dios,
¿estábamos engañando a alguien? Me pareció tan obvio, como si estuviéramos
sosteniendo signos del tamaño del cartel que proclamaban nuestra relación
secreta.
Dean se quedó a mi lado, abriendo la puerta y revisando el vestíbulo antes
de indicar que era seguro para mí entrar. La mitad del tiempo, pensé que Dean
olvidaba que me protegía a mí y no a T. Swift.
Una vez que llegamos a mi apartamento, tomó su posición frente a mi
puerta, con las manos cerradas frente a sí. El papel había insistido en el detalle de
seguridad, sin duda alguna Conrad detrás de esa decisión. No porque se
preocupará por mi bienestar en el sentido de la decencia humana, sino porque era
una inversión que no podía permitirse tener fuera de servicio.
Su experimento social había logrado todo lo que esperaba, y más. Millones
de espectadores sintonizaron cada episodio de Romance versus Realidad, y el
periódico lo estaba capitalizando de todas las maneras imaginables. Desde
trivialidades al azar sobre las vidas de Brooks y mía, hasta la publicación de
preguntas extras exclusivas que Jimmy nos hizo en cada cita, el World Times se
había asegurado la corona del conglomerado de noticias híbridas. La revista Half
People, el New York Times, todos, desde directores ejecutivos hasta madres que se
quedan en casa, encontraron alguna razón para hacer del World Times su principal
fuente de noticias.
Dean no estaba aquí para mantener a Hannah Arden a salvo. Estaba aquí
para proteger al activo llamado señorita Romance.
195
—¿Quieres algo de beber? —Le hice la misma pregunta que le hacía todas
las noches antes de deslizarme en mi pijama.
—No, gracias, señora —contestó, su respuesta exacta cada vez.
—Si cambias de opinión, solo derriba la puerta o algo así. Eso parece estar
dentro de tus habilidades. —Me detuve para medir su reacción. Nada. Ni un
movimiento muscular, ni un parpadeo. Está bien, era más como un noventa por
ciento máquina.
Una vez dentro, volé a mi habitación, arrancándome la camiseta mientras
iba. Después de arrasar mi armario, me cambié a un vestido y me puse unas bragas
frescas que no eran solo de algodón. Luego encendí algunas velas y apagué las
luces. Todo en menos de cinco minutos. Le di una patada a un par de tacones de
ayer que aún persistían en la entrada y abrí la puerta. Dean no parpadeó, su mirada
seguía apuntando hacia adelante.
—Acabo de recordar que se me acabó la crema. Necesito eso para mi café
de la mañana a menos que todo Nueva York quiera experimentar la versión
femenina de King Kong.
El rostro de Dean no registró una emoción ni siquiera cercana a la escala de
diversión.
—Traeré algunas para ti —anunció, ya marchando por el pasillo—. Volveré
en diez minutos. Cierra la puerta y no le abras a nadie.
—¿Quizá al alcalde? —me burlé.
No respondió mientras corría por las escaleras. Al pasar por el proceso,
cerré la puerta y la cerré con llave, y luego me apoyé en la pared detrás de mí,
esperando. No tardaría mucho, basado en experiencias pasadas.
Un suave trío de golpes resonó fuera de la puerta unos minutos después. Mi
estómago se anudó al alcanzar el mango, tanto en anticipación como en temor.
La relación entre Brooks y yo aún no estaba definida, acechando en aguas
turbias. Eso no era estrictamente porque habíamos evitado tener esa conversación
entre nosotros, sino porque había evitado tenerla conmigo misma. Tenía
sentimientos —sentía emociones— pero si no les asignaba un nombre, podía
hacer girar cualquier teoría que quisiera basada en el resultado. ¿Nuestra historia
acabaría en un cuento de hadas? ¿O una de precaución? Mientras mantuviera las
cosas vagas, podría aceptar cualquiera de las dos sin que me aplastaran. O al
menos, eso fue lo que me dije a mí misma.
—Eso fue rápido —saludé al abrir la puerta.
Brooks se veía bien. Olía muy bien. Ese brillo plateado en sus ojos estaba
más allá de lo normal.
196
—¿Demasiado rápido? ¿Debería irme y volver? No quiero que pienses que
estoy ansioso o algo así.
Cuando se alejó de la puerta, agarré su brazo y lo jalé hacia dentro.
—¿Por qué no quieres que piense eso?
—Porque no quiero que me veas como una especie de fiel de la Zona Roja.
Aunque pueda estar al acecho justo debajo de la superficie en lo que a ti concierne.
—Las yemas de sus dedos rozaron los míos cuando se acercó.
—¿Fiel de la Zona Roja? ¿Es una etiqueta que vas a compartir con tus
lectores?
—De ninguna manera.
—¿Por qué no?
—¿El hombre que se muerde el pulgar ante el compromiso saliendo del
armario como un clérigo? —Me miró mientras se arremangaba—. ¿Te imaginas el
retroceso?
—Bonita historia. —Mis manos se plantaron en su pecho, empujándolo
contra la pared detrás de él—. ¿Cuándo saltamos a la siguiente parte?
Su expresión cambió de divertida a excitada. Su cabeza cayó hacia la mía, su
aliento calentando mi mejilla.
—Siguiente.
Mis dedos se enroscaron en su camisa, mis labios encontraron los suyos. Un
sonido bajo retumbó en su garganta mientras presionaba mi cuerpo contra el suyo.
—Este es el tipo de saludo al que un hombre podría acostumbrarse. —Su
boca colapsó en la mía por un momento. Sus ojos se abrieron como si acabara de
recordar algo—. Por cierto, lindo vestido.
—¿Lindo vestido?
Una ceja levantada.
—Lindo es pequeño para un millón de otras cosas que podría decir acerca
de este vestido y lo que verte en él me hace querer hacerte, pero para ahorrar
tiempo...
—Buen trabajo —dije, una sonrisa tirando de mi boca—. En vez de decir lo
que te hace querer hacerme, ¿por qué no me lo demuestras?
Los brazos de Brooks se enrollaron por detrás de mi espalda; un momento
después, me levantó en el aire mientras me llevaba a la sala de estar.
—Tu deseo. —Su voz fuera de mi oído me hizo temblar en la espalda baja—
. Mi orden.
197
Mis tobillos cruzados detrás de su espalda, mis brazos alrededor de la base
de su cuello. Sus pasos eran decididos, moviéndose como si supiera exactamente
lo que quería y no estuviera en el negocio de esperar por ello. Me encantaba eso
de Brooks; sabía lo que quería y no tenía miedo de ir tras ello.
—Tengo un dormitorio perfectamente bueno en esa dirección —dije
cuando se detuvo junto al sofá—. Con una de esas cosas que llaman cama.
Se quitó los zapatos aun manteniéndome cerca.
—Demasiada tentación.
Luché contra la necesidad de gemir.
—¿Qué está mal con eso?
Brooks nos arrojó al sofá, él arriba y yo abajo. Todo mi cuerpo palpitaba de
deseo, su peso clavado contra mí, avivando la llama.
—Pensé que no querías tener una conversación.
Mi mano se deslizó hacia abajo, deslizándose bajo su camisa.
—No lo sé.
Las palabras apenas se pronunciaron antes de que su boca volviera a la mía,
sus grandes manos agarrando la parte de atrás de mi vestido. Perdí el hilo de
contención al que me había estado aferrando a medida que su peso se iba
asentando más profundamente en mí, la presión que se acumulaba entre mis
piernas mientras lo sentía fuerte contra mi estómago.
Mi respiración se tensó a medida que nuestros besos se profundizaban,
dominando las lenguas y cediendo. El dolor se había convertido en un latido que
se había convertido en un oleaje abrumador. Era mi cuerpo, pero en ese momento,
no estaba en posesión de él.
Mientras mis dedos se movían bajo su camisa, juré que su piel se calentaba
por mi tacto. Pasó de caliente a hirviendo en unos pocos golpes. Mi mano se agarró
a su camisa, jalándola por la espalda mientras pensaba arrancársela si tardaba más
de unos segundos en quitársela.
Brooks se encogió, sumergiendo su cabeza para hacerlo más fácil. La camisa
terminó en un montón arrugado a nuestros pies. Cuando volvió a caer sobre mí, el
aire de la habitación cambió. La anticipación había dado paso a la resolución. Las
dudas cediendo a la seguridad.
Mis piernas se abrieron más para encontrarlo al mismo tiempo que mis
manos bajaron a su cintura.
—Baja la velocidad. —Su boca dejó la mía, sus ojos cerrados casi como si 198
tuviera dolor físico.
Me tomó unos momentos formular una respuesta.
—¿Disminuir la velocidad? —Un poco más para recuperar el aliento—. Nos
hemos estado besando como un par de adolescentes que asisten a la iglesia con
miedo de la condenación eterna durante semanas. ¿Cuánto más lento podemos ir?
La cara de Brooks se contrajo de diversión cuando colocó sus manos al lado
de mi cabeza para sostener mejor su peso.
—¿Cuál es la prisa?
Parpadeé hacia él.
—¿Cuál es la espera?
Su cabeza se inclinó cuando una expresión familiar se movió en su lugar.
Sabía lo que era la espera, y él estaba esperando que lo reconociera.
—No hay proclamas, ¿recuerdas? No hay designaciones para lo que sea
esto. Eso fue parte del acuerdo. —Suspirando, le di un empujón en el pecho
mientras ajustaba mis piernas en una posición menos acogedora.
Su frente presionó contra la mía.
—¿Qué es esto, Hannah?
—¿Por qué tenemos que darle un nombre?
—Porque mañana por la noche, el mundo nos obligará a hacerlo.
Mis ojos se cerraron cuando pensé en el futuro. Lo cercano y lo lejano. Con
Brooks y mi relación, una hora en el futuro estaba demasiado lejos para planear.
—No le debemos al mundo una explicación.
—Bien. Pero nos debemos una. —Cuando exhaló, su cálido aliento se
rompió en mi cara—. ¿Entonces qué es esto? Nosotros. A puerta cerrada. Fuera de
cámara. ¿Que somos?
Dios. Esa cara. Era tan impecable de cerca como a distancia. Lo que presidía
desde el cuello hacia abajo no era diferente. Pero lo que vivía más allá de la
superficie era quizás el componente más sexy de Brooks North.
Por mucho que quisiera decirle cómo me sentía, para asignar un título a lo
que fuera, no era tan tonta como para hacerlo antes de que terminara el
espectáculo.
—Sin. Designaciones —enuncié lentamente.
Saliéndome de debajo de él, ajusté mi vestido en su posición ya que no lo 199
iba a quitar en un futuro cercano. O tal vez incluso el futuro lejano. El hombre de
una noche se había convertido en el tipo de espera para el matrimonio, y nunca
había querido darle más ironía al ave.
—Disminuir la velocidad no significa detenerse. —Su brazo rodeó mi
estómago al mismo tiempo que sus dientes rozaban el lóbulo de mi oreja.
—Pero ralentizar significa una probable erupción de cráneo, el equivalente
femenino a las bolas azules, así que sí, me detendré mientras sigo respirando. —
Alejarme de él se llevó la máxima hazaña de fuerza de voluntad.
—Apuesto a que podría darte esa liberación que necesitas…. —La mano de
Brooks en mi estómago se deslizó más abajo, sus dedos se deslizaron debajo del
dobladillo de mi vestido—. Sin quitar un solo artículo de ropa.
Mis manos se apretaron en puños cuando sentí sus dedos rozando el
interior de mis muslos.
—Sólo recuéstate… —Sus dientes se hundieron en el lóbulo de mi oreja al
mismo tiempo que sus dedos llegaron a su destino—. Y déjame…
En el fondo, oí un ruido.
No era importante. Podría haber sido un lanzacohetes que estallara en la
pared de mi cocina y no hubiera sido más apremiante que lo que Brooks estaba
haciendo con mi cuerpo en ese momento.
Cuando el mismo sonido volvió a sonar en el apartamento, Brooks se
detuvo.
—¿Estás esperando a alguien?
Mi cabeza se sacudió.
—No.
—Alguien está llamando a tu puerta.
—Es probablemente una de las puertas de mi vecino. Definitivamente no es
mía. —Mi mano descansaba contra su mejilla mientras hacía contacto visual,
esperando que él pudiera leer que estaba literalmente a dos dedos de distancia de
la explosión.
Luego vinieron las voces que gritaban fuera de mi puerta, acompañadas por
los golpes.
—¿Todavía piensas que es alguien en la puerta de tu vecino? —Brooks me
dio una sonrisa arrogante, sabiendo exactamente lo que me había hecho en diez
segundos.
—Sí. —Fruncí el ceño incluso cuando escuché a mis amigas gritar mi
nombre. 200
Mientras se alejaba, mi cabeza golpeó contra la parte de atrás del sofá unas
cuantas veces antes de levantarme para ver por qué mis amigas me sorprendían
con una visita en el momento más inoportuno posible.
—Oye. ¿Olvidaste que estoy aquí? ¿Sin camisa en tu sillón y todavía con una
erección? —La voz de Brooks me siguió mientras marchaba hacia la puerta—. A
menos que estés lista para admitir a tus amigas...
Mis ojos se ensancharon cuando me di cuenta de la difícil situación en la
que me encontraba. Un enemigo semidesnudo estaba acechando en mi
apartamento después de horas, sin una cámara a la vista. Mis amigas no
descansarían hasta que me arrebataran la verdad.
—¡Tienes que esconderte!
—¿Dónde? —Brooks me miró mientras buscaba su camisa—. ¿Debajo de la
mesa? Creo que me verán.
—Mi dormitorio. —Le indiqué frenéticamente que me siguiera mientras
corría hacia mi habitación, girando en círculos mientras buscaba un escondite que
ocultara noventa kilos de músculo y bravuconería—. El armario. —Tomando su
mano en el momento en que entró en mi habitación, empujé las perchas a un lado
para hacer algo de espacio para él.
Se detuvo cuando intenté empujarlo dentro.
—No puedo esconderme allí.
—¿Miedo a la oscuridad?
Miró el espacio en el que estaba tratando de meterlo.
—Mi polla no cabría allí. Mi polla flácida.
—¿No eres el optimista?
—Realista. Señor Realidad, ¿recuerdas?
Mis ojos se pusieron en blanco cuando puse mis manos en su pecho y lo
empujé en el armario. Los golpes y gritos de mis amigas solo se hacían más fuertes.
—Sólo entra allí con tu polla gigante ya.
Me guiñó un ojo mientras retrocedía a la zona de guerra que era mi armario.
—Aprecio tu confirmación.
—Sí, sí, ahora entra y quédate tranquilo. No necesito que mis amigas se den
cuenta de que he estado vestida, enredándome con el enemigo en la víspera de la
gran final.
—Es mejor que desnudarse. — Ambos hicimos una mueca cuando dijo
eso—. No importa. Nada es mejor que desnudarse.
201
Mi mano se dirigió a mi cadera cuando cerré la puerta.
—Dice el hombre que se niega a desnudarse conmigo.
—Touché. —Su voz fue apagada una vez que la puerta corredera se cerró.
Apagando las luces del dormitorio y cerrando la puerta, me apresuré a dejar
entrar a mis amigas antes de que cada uno de mis vecinos llamara a la policía por
exceso de ruido.
—Nos hiciste esperar lo suficiente. —Fueron las primeras palabras que
salieron de la boca de Quinn cuando abrí la puerta—. ¿Estabas tomando una
porquería o algo así?
Juré que escuché una risa ahogada desde la dirección de mi habitación.
Tanto para no hacer un pío.
—Lo siento. Estaba en la ducha. —Me aparté para dejar entrar al trío de
amigas.
—¿La ducha? —Annie me miró mientras pasaba—. ¿Se seca tu cabello al
instante o algo?
—¿Y te pusiste un vestido atrevido justo después? —añadió Sybill.
Mi cabeza se sacudió cuando me acordé de editar mis respuestas antes de
verbalizarlas.
—Estaba a punto de meterme en la ducha. Tuve que volver a ponerme la
ropa cuando escuché que todas hacían un alboroto como si fuera la víspera de Año
Nuevo en Times Square. —Le lancé una mirada a Quinn, sabiendo que ella era la
instigadora del volumen. Había escuchado el nivel que la voz de esta mujer podía
alcanzar en los eventos deportivos, y tenía que acercarse a un récord mundial.
Dean apareció por el pasillo cuando estaba a punto de cerrar la puerta, con
el cartón de crema metido rígidamente bajo su brazo.
—Gracias —le dije mientras me la entregaba—. Eres un salvavidas. En
sentido figurado y literalmente.
Mi inteligente comentario no llegó a ninguna parte con él.
—Te dije que no abrieras la puerta a nadie.
—Um, no lo hice. A ellas les gusta más derribar la puerta a golpes. —
Desaparecí en mi apartamento, dejando que Dean se acomodara en una postura
que indicaba que estaba listo para luchar contra Hulk—. Gracias de nuevo por la
crema. Que tengas una buena noche.
Mis amigas se echaron a reír una vez que cerré la puerta.
—Ese tipo no es tu policía de alquiler diario —dijo Annie—. Actúa como si
202
estuviera trabajando en detalles de seguridad para la reina de Inglaterra o algo así.
Quinn dejó la bolsa de papel que llevaba y descargó una mina de oro de
bocadillos.
—¿Has visto a la señorita Romance en línea últimamente? Estoy bastante
segura de que está cerca del estatus del Palacio de Buckingham.
Mi nariz se arrugó.
—No me lo recuerdes. Solo quiero unas preciosas horas en las que pueda
olvidarme de todo eso y pretender que mi vida es tan mundana y predecible como
solía ser antes de toda esta locura.
Quinn abrió el recipiente de guacamole y una bolsa de chips de tortilla.
—Eso es exactamente para lo que estamos aquí. —Lamió un globo de
pegote verde de su pulgar—. Apoyo moral, en forma de comida chatarra y películas
para chicas, en la víspera de lo que será uno de los espectáculos más vistos y de los
que más se hablará en la historia moderna.
Mi estómago se retorció en espiral.
—Tu apoyo moral necesita algo de trabajo.
—¿Qué tal esto? —dijo Quinn mientras lanzaba una caja de pasas de uva
hacia mí.
Golpeó mi estómago y cayó al suelo.
—Lo siento. Olvidé que no podrías atrapar una pelota de fieltro así
estuviera cubierta con Velcro.
—Apoyo. Moral—gruñí mientras recogía las pasas, mi mirada viajaba hacia
la puerta de mi habitación. Con la cantidad de bocadillos que ataron a estas chicas,
Brooks pasará una larga noche en el armario.
Cuando Quinn se acercó a mí, Annie se hizo cargo del detalle de la merienda,
desplegando una gran cantidad de alimentos que quería incluir en mi última cena.
—¿Qué tal este apoyo moral? Acepté sentarme durante cinco horas y
veintisiete minutos de tu versión favorita de Orgullo & Prejuicio. Incluso he
prometido no salpicar ningún comentario sarcástico en todo momento. —Quinn
dejó caer su brazo detrás de mi cuello—. Y sabes que preferiría soportar una
depilación brasileña total, de gata a trasero, que sentarme a ver a O&P de Colin
Firth en silencio.
—Pensé que nunca te habías hecho la depilación completa.
—No. La cera básica del bikini fue suficiente para convencerme de que soy
buena con abrazar lo que la naturaleza nos dio allí. —Quinn hizo una mueca de 203
dolor como si estuviera reviviendo ese tortuoso día hace dos veranos.
—¿Y realmente crees que prefieres aguantar depilarte la gata completa en
lugar de ver la mejor versión de Orgullo & Prejuicio? —Sacudí unas cuantas pasas
uva en mi mano mientras nos dirigimos al sofá. El cual todavía tenía los restos de
cuando de Brooks y yo nos estrellamos contra los cojines.
Quinn golpeó su cadera contra la mía.
—Se acaba más rápido.
Cuando las otras dos terminaron de preparar el apocalipsis, Quinn
seleccionó un DVD familiar de la pila y lo metió en el reproductor. Incapaz de
contener el suspiro.
—¿Cómo van las cosas con Justin? —Mis cejas se movieron hacia ella—.
¿Aún te alegra haber tomado mi consejo de dar el primer paso?
La respuesta de Quinn llegó en forma de una cara enrojecida.
—Con el ritmo en que iban ustedes dos, podría haber alcanzado el estatus
de primer beso en ocho años y medio.
—¿Qué hay de malo en tomar las cosas con calma? —preguntó.
—Nada. Si ambos lo están tomando intencionalmente lento. Es diferente
cuando van a la velocidad de un caracol porque tienen miedo y cuestionan el nivel
de interés del otro.
—Bueno, discúlpeme, señorita Romance, por creer que el hombre debería
ser el primero en hacer el primer movimiento. —Quinn agarró el control remoto y
se dejó caer a mi lado en el sofá—. ¿No es esa un poco la definición de romance?
—La definición de romance es definida por las dos personas en la relación.
Eso es lo que es el romance.
La cabeza de Quinn se volvió hacia mí, con la boca abierta.
—Ese tipo de conversación suena más como la ideología del enemigo. ¿Qué
me vas a decir a continuación, que el romance es lo que hace el romance? —
Resopló mientras negaba con la cabeza—. Has pasado demasiado tiempo con ese
imbécil. Te está contagiando.
Tuve que morderme el labio para no reírme de la ironía de ese sentimiento.
Si solo mi querida amiga supiera lo que me había estado contagiando, en el mismo
lugar donde estaba sentada, hace unos minutos, probablemente empezaría a
buscar formas de comprometerme involuntariamente.
—¡No empiecen hasta que estemos allí! —advirtió Annie mientras
preparaba un par de bolsas de papas fritas y un paquete de regaliz surtido que era
lo suficientemente grande como para ponernos a todos en coma de azúcar.
204
—No te preocupes, no lo haremos —murmuró Quinn—. No es como si no
lo hubieras visto tantas veces que podías recitar cada línea en tu sueño.
Annie dejó caer la bolsa de regaliz en mi regazo, sabiendo mi debilidad,
antes de rociar los artículos restantes alrededor de la mesa de café frente a
nosotras. Una vez que ella y Sybill se acomodaron en sus asientos, bocadillos en
mano, Quinn presionó reproducir con un estilo dramático.
Aparte de los lugares habituales en los que suspiramos y los mismos lugares
en los que Quinn solía meterse un dedo en la boca haciendo señas de arcadas,
pasamos el tiempo en silencio. Al menos aparte del par de bolsas de chips que
trituramos. Cuando llevábamos una hora y aún no había consumido una sola pieza
de regaliz, Quinn me lo recordó y mordisqueé algunas piezas.
Estaba demasiado estresada para pensar en comida, incluso en mis
favoritos de todos los tiempos. Brooks estaba a una habitación de distancia, metido
en mi armario, mientras que tres de mis amigas más cercanas estaban aquí para
brindar apoyo moral por los tres meses de tortura a los que había estado expuesta
en las manos del hombre que estaba en mi armario. Si se enteraban… si supieran
que Brooks era más para mí que un obstáculo molesto en el camino de mi trabajo
soñado… ¿qué dirían? ¿Qué harían?
¿Estarían a mi lado, apoyándome como lo hicieron a través de todo esto? ¿O
me etiquetarían como un hipócrita, como supuse que lo haría el resto del mundo
si se dieran cuenta de que me había enamorado del hombre cuyo objetivo era
conseguir que me enamorara de él?
Cuando llegó el momento de poner el segundo disco, levanté los brazos por
encima de mi cabeza y solté un bostezo exagerado.
—Tengo que descansar un poco. Terminaremos la segunda mitad la
próxima vez que nos reunamos. Muchas gracias a todas por hacer esto. Era
exactamente lo que necesitaba esta noche. —Cuando las tres empezaron a limpiar
el desastre de bocadillos, las despedí—. No se preocupen por eso. Me haré cargo
de ello. Todas ustedes han hecho más que suficiente, y es demasiado tarde.
Quinn no fue la única que me dio una mirada sospechosa. Sabía que algo
estaba pasando, que le estaba ocultando algo, pero Dios sabía que incluso sus
suposiciones más improbables no eran tan malas como lo que realmente era.
—¿Estás segura? — preguntó Annie.
—Muy segura —le respondí, sonriéndole mientras me dirigía hacia la
puerta.
Se tomaron un minuto para agarrar sus bolsas y ponerse los zapatos, todas
se reunieron conmigo en la puerta con expresiones que sugerían que me estaban
visitando en una UCI. 205
—Tienes esto, Hannah. —Sybill me dio un abrazo, sosteniéndome un par de
latidos más de lo normal—. Estamos todas alentándote.
—El título de jefe de departamento se verá muy bien debajo de tu nombre.
— Annie intervino a continuación, otro abrazo que insinuó adiós. Del tipo eterno.
Quinn eligió una despedida diferente. Poniendo sus manos sobre mis
hombros, dejó caer su cara frente a la mía.
—Veinticuatro horas, y todo esto ha terminado. Nunca más tendrás que
volver a ver ese pedazo de estiércol de camello. —Sus dedos amasaron los
músculos de mi hombro como si me estuviera enviando al ring para la ronda
siete—. Mañana por la noche, le mostrarás al mundo lo que les has estado diciendo
durante los últimos ocho años.
Generé la sonrisa más convincente que tenía en mi arsenal cuando abrí la
puerta.
—Tengo las mejores amigas que una chica podría pedir.
—Eh, sí. —Annie se despidió con la mano cuando pasaron por la puerta—.
Obviamente.
Sybill saltó cuando pasó junto a Dean, su mano se movió hacia su pecho.
—Olvidé que él estaba aquí. Es como un ninja alto y apretado.
Por supuesto, ese sería el único comentario que obtendría una reacción
divertida de mi muro de piedra de un guardaespaldas.
—Te quedarás sin trabajo con Hannah aquí pronto. —Sybill movió un dedo
hacia Dean—. ¿De quién será la puerta de guardia en la próxima?
¿Era esa una expresión facial real? ¿Una ceja levantándose, tal vez un brillo
en sus ojos?
—Tal vez la suya, señorita Sybill.
Parecía tan sorprendida como yo estaba que él hubiera respondido, con
palabras y todo. Le tomó un momento darse cuenta de que la había llamado por su
nombre.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Las manos de Dean entrelazadas frente a él parecieron relajarse.
—Me propongo saber los nombres de las personas que se encuentran
medio metro de mi cliente.
—Entonces, cuando Hannah ya no sea tu cliente, ¿volveré a otra cara sin
nombre? —La cabeza de Sybill se inclinó mientras esperaba su respuesta.
206
Dean no tuvo problemas para mantener el contacto visual. Una mirada fija
penetrante, sin parpadear.
—Cuando Hannah ya no sea mi cliente, te llamaré Sybill.
—¿Por qué?
Un lado de su boca se arrastró más alto.
—Porque también me ocupo de llamar a una mujer hermosa por su
nombre.
Una vez que Sybill se dio cuenta de lo que estaba haciendo, sus ojos se
agrandaron. Junto a ella, Quinn y Annie sonrieron mientras pasaban sus brazos por
los de ella para guiarla por el pasillo.
—Ella es soltera, ya sabes. —Le chasqueé la lengua a Dean mientras los veía
doblar la esquina.
—Por supuesto que lo sé. —Dean se transformó de nuevo en un ninja alto
y apretado.
—Está bien. Es asunto tuyo saberlo. —Le di un ligero golpecito en el brazo
antes de entrar en el apartamento—. Ten una buena noche.
—Igualmente.
Mis dedos se estremecieron en la cerradura. Era la primera vez que me
decía algo cuando me despedía o saludaba. Estábamos progresando, en una de
nuestras últimas noches juntos.
No pude evitar pensar en cómo ese sentimiento se aplicaba a otro hombre
escondido dentro de mi apartamento. Habíamos progresado mucho, pero ahora
estábamos al final. Y el progreso, sin una resolución o un objetivo en mente, no era
más que un esfuerzo inútil.
Entrando en mi habitación, abrí la puerta del armario, sin tener idea de qué
tipo de humor encontraría en Brooks.
Estaba parado prácticamente en la misma posición que lo había dejado, la
expresión de su rostro era más juguetona que cualquier otra cosa.
—Lo siento. —Suspiré, haciéndome a un lado para que pudiera liberarse de
la celda de un metro en la que lo había encarcelado en las últimas horas.
En lugar de salir, cruzó los brazos y enarcó las cejas.
—Tú. Me. Debes.
—Lo sé.
—En serio, realmente me debes. —Si no fue la forma en que lo dijo, su 207
expresión me hizo retomar donde lo habíamos dejado antes.
—¿Tenías algo en mente en particular? —Mi mano se posó en su cinturón,
animándolo a acercarse—. Nunca me gusta estar en deuda con nadie por mucho
tiempo.
Brooks me dejó sacarlo del armario, su sonrisa hizo que mi pecho se
tensara.
—Tengo algo en mente.
—¿Te importa compartirlo conmigo?
Un brillo en sus ojos mientras sus manos se enroscaban detrás de mis
codos.
—Intentaría explicarlo, pero creo que lo haría entender mejor con una
demostración en vivo.
Cuando mis muslos se toparon con el borde de mi cama, mi garganta se
secó. Tal vez debería haber intentado encerrarlo en un armario hace semanas.
Antes de darme cuenta, Brooks me tenía en mi espalda, su boca cubría la
mía mientras su cuerpo me presionaba contra mi edredón.
—¿Cómo es esto?
Mis piernas se trenzaron alrededor de las suyas, mis pies descalzos
arrastrando sus pantalones.
—Me encantan las demostraciones en vivo.
—¿Un precio demasiado alto por unas pocas horas escondido en un
armario? — Incluso mientras lo pedía, su mano se hundió en mi parte trasera,
levantándola hasta que mis caderas chocaron contra la suya.
Un aliento desigual se nos escapó a los dos al mismo tiempo.
—Pide más. —Jadeé, dejando que mi cuerpo encontrara un ritmo que
sugería que estábamos haciendo el amor si no hubiera sido por los pliegues de
material que nos mantenía separados.
La mano de Brooks en la mía se apretó en un puño cuando mis caderas se
levantaron y cayeron contra las suyas, su rostro indicaba que estaba siendo
atormentado de la mejor manera.
—Si usted lo dice… —Su voz era tan profunda, que me sacudió el pecho—.
Después de estar encerrado en una pequeña celda con un montón de ropa, ahora
tengo un poco de aversión hacia ellas. —Su boca cayó a mi clavícula, chupando la
carne tierna mientras sus dedos se deslizaban debajo del hombro de mi cárdigan.
Finalmente. Dulce bebé Buda. Después de toda esta espera y pesadez, 208
íbamos a tener sexo. Nunca en un millón de años hubiera adivinado que el único
chico con el que había compartido una aventura de una noche resultaría ser una
excitación tan divertida la segunda vez.
Cuando mis dedos quitaban los botones superiores de mi vestido deshecho,
Brooks se puso rígido. Una de sus manos envolvió ambas mías, atándolas sobre mi
cabeza mientras me miraba.
—Solo el suéter por ahora.
Mientras él pasaba el cárdigan por mis brazos, miré el techo con confusión.
Una vez que lo había tirado a un lado, antes de volver a besarme, lo interrumpí.
—¿Siguiente? —Me quité las correas del vestido de mis hombros, dándole
la oportunidad de cuidar el resto.
Él exhaló.
—Hannah….
Mi cabeza cayó hacia atrás.
—En serio, Brooks. ¿Qué está pasando? —No me detuve el tiempo
suficiente para que respondiera porque necesitaba una buena y larga perorata—.
Hemos estado saliendo desde hace semanas, y lo más lejos que hemos ido es una
camisa y ahora nos quitamos un suéter. Quiero decir, maldita sea, podría entender
el retraso si no hubiésemos tenido relaciones sexuales, pero lo hemos hecho. —
Mis ojos se cerraron para poder concentrarme en lo que estaba diciendo, en lugar
de distraerme con lo que estaba sintiendo—. Supongo que simplemente no
entiendo todo esto de orden inverso. Estoy lista, he estado lista por un tiempo
ahora. Y no eres exactamente el tipo que está esperando la noche de bodas,
¿puedes ayudarme a entender de qué me estoy perdiendo? ¿Qué parte de esto no
me estoy dando cuenta?
Brooks estaba tranquilo, esperando que vomitara todo lo que necesitaba
dejar salir. Pero por ahora, estaba bien.
Se giró hacia un lado, permaneciendo cerca pero no tan cerca que
dificultaba el pensamiento crítico.
—Tienes razón. No estoy esperando el matrimonio. Si esa noche en Chicago
no lo dejó claro. —Su garganta se movió cuando sus ojos encontraron los míos—.
Te estoy esperando.
Sentí que mis cejas se juntaban.
—Acabo de decir que estoy lista...
Su cabeza temblaba.
209
—No para eso.
—¿Entonces para qué? —pregunté, sentándome sobre mis codos.
Su boca se abrió, pero un suspiro salió de ella en lugar de palabras.
—Esa noche, realmente no te conocía. O supongo que podrías decir que
sabía lo suficiente como para darme cuenta de que quería acostarme contigo, pero
no te conocía. La verdadera Hannah Arden de la que he pasado los últimos tres
meses aprendiendo. —Se movió en la cama, sus ojos se estrecharon en
concentración—. Esa chica con la que estuve contento de compartir una noche, sin
expectativas, sin condiciones, sin compromiso, pero la chica a mi lado ahora,
quiero más de ella. Necesito más de ella.
Mi pierna se deslizó por debajo de la suya.
—¿Qué más quieres? —Mi voz era fresca, invadiendo el frío, mientras
asimilaba lo que él estaba insinuando.
—Quiero que sepas exactamente lo que siento por ti —dijo, sus ojos
leyendo a un raro inocente—. Y quiero saber exactamente cómo te sientes acerca
de mí también.
—Me importas. Pero tú ya sabes eso.
—La mujer que conocí en Chicago merecía más que una aventura de una
noche de parte de un tipo que teme comprometerse. Esa mujer merece todo lo que
un hombre puede darle. —Su frente se arrugó—. Necesito que sepas que mientras
me importas, siento mucho más, Hannah. La palabra me atrapa en la garganta cada
vez que trato de decirla, pero tú sabes cuál es esa palabra. Sabes lo que siento por
ti.
Cuando su mano alcanzó la mía, no pude moverme para aceptarla o
rechazarla. En cambio, mi mano descansaba débilmente en la suya, como si el
hueso y el músculo se hubieran disuelto desde adentro.
—Y aunque no lo merezca, necesito saber si sientes lo mismo. —Las
palabras se atascaron en su garganta, sus ojos se cerraron en un intento de
liberarlos.
—No, Brooks. No lo digas.
No sabía si me escuchó cuando terminó.
—Necesito saber si me amas.
Un rayo de hielo me recorrió la espalda. Esa palabra.
En todos los demás contextos, la palabra con A era mi proveedor de
esperanza y felicidad, el pilar de mi profesión, pero provenía de él…. en esta noche.
—Te dije que no lo mencionaras. Te hice prometer que no me presionarías 210
con una palabra tan cargada. —Mi mano volvió a la vida, arrancándose de la suya
mientras me levantaba de la cama.
—Espera. —Parpadeó mientras se sentaba en la cama—. ¿Crees que esto
todavía es sobre un estúpido trabajo? ¿Que todo lo que he hecho, todo lo que acabo
de decir es parte de algún plan maestro para obtener un ascenso? —Con la mirada
que me estaba dando, fue como si acabara de sentenciarlo a muerte por un millón
de cortes con papel
Pero en verdad, ¿cómo podría no considerar que llegaría a esa conclusión
si sacara la palabra amor? Brooks no era ni tonto ni ingenuo. Sin mencionar que le
había advertido no menos de una docena de veces que nunca me obligara a
confesar ciertos sentimientos ni a asignar designaciones a nuestra relación; no
hasta que todo este circo Romance versus Realidad estuviera detrás de nosotros.
—La última vez que lo verifiqué, no te habías retirado de la carrera por el
trabajo.
—Mira a tu alrededor. No hay cámaras. No hay espectadores para
demostrar nada. Solo somos tú y yo y el momento en el que es hora de definir
exactamente qué es esto. —Su dedo rodeó la habitación mientras su voz crecía—.
Soy capaz de poner en palabras lo que siento, simplemente lo hice muy bien. Ahora
es tu turno.
Mis pies me llevaron más lejos de él, insegura de si quisiera tirarle una
botella de perfume a su cara, o lanzarme yo. Estaba diciendo todo lo que quería
escuchar… precisamente en el peor momento posible.
—¿No hay cámaras? —Una explosión de aire explotó de mi boca—. Tal vez
no esta noche, pero seguro que habrá cámaras mañana. Cámaras que captan cada
momento de nuestra última cita juntos, y en el otro extremo, millones de
espectadores estarán listos para emitir su voto sobre quién demostró su punto.
Inhaló lentamente, como si se estuviera tomando su tiempo para reunir sus
pensamientos.
—Esto, nosotros —movió su dedo entre nosotros—, no tiene nada que ver
con nada de eso.
—No, Brooks, esto tiene todo que ver con eso. —Mis brazos se cruzaron
cuando mi visión se volvió borrosa—. Estás aquí por el trabajo y el programa y
porque eres el señor Realidad que intenta demostrarle al mundo que tienes razón.
—Sí, tal vez eso es lo que me trajo aquí, pero no es lo que me mantuvo aquí.
—Sus manos se juntaron mientras me miraba—. Tú. Eres lo que me ha mantenido
aquí. Mis sentimientos por ti son los que me han mantenido aquí.
—Es conveniente que todo esto salga a la luz la noche anterior al final del 211
programa, ¿no es así?
Sus cejas se alzaron.
—Pensé que era un mejor momento que mencionarlo mañana por la noche.
—Increíble. Prometiste que no me harías esto. Juraste...
—¿Me amas? —Me interrumpió—. Es mi turno de hacer una pregunta, y
esta es la que estoy preguntando. Ya conoces las reglas, sé honesto, nada de
tonterías. —Su cuello rodó mientras buscaba en mis ojos—. ¿Me amas?
Las lágrimas ardían en mis ojos mientras retrocedía.
—Veto. —Cuando su cabeza cayó, un fuerte suspiro cayó de sus labios y
agregué—: Sabía que guardarías la peor pregunta para el final.
—¿Lo peor para el final? ¿Es eso realmente lo que piensas de mí
confesándome que te amo y que quiero saber si sientes algo parecido por mí? —
Su voz se rompió hacia el final, el dolor grabado en su rostro era tan real que casi
me convenció.
Pero recordé que él estaba haciendo una parte, un actor leyendo un guion.
Esto no era real. El hombre del que me enamoré no era real. Su amor profesado no
era real. Ni siquiera el nudo en su garganta lo era.
Pero mi corazón roto, mis lágrimas, eran muy reales.
—No puedo creer que estés haciendo esto. —Mi cabeza se sacudió cuando
salí hacia la puerta, agarrando mi suéter—. No puedo creer que fui lo
suficientemente estúpida como para pensar que realmente te preocupabas por mí
de una manera que superaba tus ambiciones profesionales.
—¡Hannah! —Se levantó de la cama, viniendo detrás de mí, pero se detuvo
cuando le di una mirada de advertencia—. Me importa una mierda el trabajo o
probar mi punto de vista o cualquier otra cosa que creas que se trata. Me preocupo
por ti. Te amo.
Las palabras rebotaron fuera de mí, sintiéndome barata y hueca.
—Mentiroso.
—¿Sobre qué estoy mintiendo?
—Amarme. —Me obligué a mirarlo a los ojos. No era justo. Un hombre no
debería ser capaz de parecer tan convincente cuando estaba mintiendo—. No
crees en el amor, ¿recuerdas?
No esperé lo que fuera su respuesta, porque en cuanto me puse los zapatos,
salí por la puerta y Dean se colocó un paso detrás de mí. Cuando noté que las
212
lágrimas se deslizaban por mi rostro, sentí una sensación desconocida en lo
profundo de mi pecho. Como si algo en el interior estuviera siendo destrozado,
poco a poco.
Tal vez el amor realmente fuera una gran farsa. Una fachada de la que solo
los ingenuos eran víctimas. ¿Qué diablos sabía yo? Era la mujer que había ido y
caído por el último hombre en el planeta que debería haber tenido.
Esto estaba terminado. Todo esto. El programa. Las cámaras. El estrés. Él.
En unas pocas horas, podría archivarlo todo en el compartimiento de la historia.
Los espectadores serían quienes decidirían quién había demostrado su
punto de vista, pero si por casualidad el señor Realidad fue votado como el
ganador, tenía un plan. Uno que involucraba entregar mi renuncia al World Times
a primera hora del lunes y buscar trabajo en otro lugar. Preferiblemente, lo 213
suficientemente lejos, nunca tendría que encontrarme con Brooks North al pasar.
Un ceño fruncido fue todo de lo que fui capaz mientras miraba mi reflejo. El
vestido rojo formal que el estudio había enviado para el gran final hizo que la
respiración, sin mencionar el caminar, fuera un desafío.
Cuando llegó el golpe en la puerta, aspiré el aire tanto como lo permitían las
costuras, y luego revisé mis dientes para asegurarme de que no tenía lápiz de
labios rojo salpicado sobre ellos. Esa sería mi suerte: Ser recordada como la chica
de dientes pintados de labial que escribía sobre el amor y el romance y fue la
responsable de probar que estaban muertos.
Mi legado duradero.
Metiendo mi teléfono en el pequeño bolso, me dirigí a la puerta principal,
repitiéndome que cuanto antes comenzara esto, más pronto terminaría.
—El auto está abajo esperando por usted, señorita Arden. —Dean se hizo a
un lado para hacerme sitio, después de haber cambiado su traje oscuro estándar
por un esmoquin.
—Te ves impecable —elogié mientras cerraba el apartamento.
—No tan agradable como usted. —Se aclaró la garganta mientras le daba a
mi vestido un breve escaneado—. ¿Nos vamos?
—Supongo que estoy muy lejos de la orilla para intentar un escape ahora.
—Dudo que llegara lejos si lo intentara. —Esta vez, Dean se quedó un paso
delante de mí mientras pasábamos por el pasillo—. Su rostro tiene que ser casi tan
reconocible como el de Oprah para este momento.
—Excepto que su cara es sinónimo de filantropía y la mía es de fraude.
La cabeza de Dean se inclinó ligeramente hacia mí.
—Me ha hecho un creyente.
—No es necesario que me des una charla de compasión. —Me esforcé tanto
como pude—. Pero gracias de todos modos.
—Eso no es lástima, señorita Arden. Ha confirmado su punto a este
incrédulo.
Le di una palmadita en el brazo.
—Es bueno saber que algo bueno habrá salido de este experimento
infernal.
Dean permaneció en silencio el resto del camino, abriendo puertas y
escudriñando sombras mientras nos dirigíamos hacia el reluciente auto negro que
esperaba afuera del edificio.
214
Dos horas. Tal vez tres. Eso era todo lo que tenía que soportar antes de que
las cámaras finalmente se apagaran para siempre. Podía controlar mis emociones
durante unos minutos si eso era lo que se necesitaba. Amabilidad, te presento a
distancia, ese era mi objetivo para la noche. Cuanta menos emoción, mejor, porque
los sentimientos no eran lo que quería que captaran los espectadores. Necesitaba
probar que el amor era real. Tenía que mostrar que el trabajo de mi vida, sin
mencionar mi cosmovisión, no era una mentira épica.
—Vaya. Quiero decir, de verdad, vaya. —Jimmy parpadeó cuando subí
dentro del auto.
—Gracias, Jimmy. Eres muy elocuente con las palabras.
—Tú eres la escritora, no yo. —Sonrió mientras preparaba la cámara en su
cabeza—. ¿Estás lista para esto? Última alineación de preguntas. Apuesto a que te
lo vas a perder, ¿verdad?
—Como un forúnculo en mi trasero en el verano. —Cuando Dean y Jimmy
sacudieron la cabeza hacia mí, me encogí de hombros—. Soy elocuente con las
palabras.
Jimmy gruñó en reconocimiento antes de dar la cuenta regresiva con los
dedos. Mientras lo hacía, me encerré con el adormecimiento que sentía en el
interior, rezando por que fuera lo suficientemente espeso como para demostrar
que era impenetrable.
—Estamos en vivo por última vez con la señorita Romance, Hannah Arden,
en el final de temporada de Romance versus Realidad. —Comenzó Jimmy, mientras
me recordaba que debía sonreír—. Estamos en camino de encontrarnos con el
señor Realidad y tenemos algunos minutos para algunas preguntas. Las sacamos
directamente de nuestros televidentes. —Mi espalda se tensó, pero la sonrisa se
mantuvo—. Nuestra primera pregunta viene de Callie, en Houston. Quiere saber
cuál ha sido la mejor parte del experimento Romance versus Realidad.
No necesité un momento para considerar mi respuesta.
—Que ya casi ha terminado.
Cuando Jimmy articuló:
—Whoa. Duro. —Limité mi respuesta con una risita. Una que sugería que
podría haber estado bromeando, pero que podría no haberlo hecho.
—Está bien, pasaré a nuestra segunda pregunta que nos lleva a la última
cita del éxito de taquilla. —Jimmy revisó las notas en su teléfono—. Esta viene de
Rachel de Cleveland. Ella quiere saber si han cambiado tus opiniones sobre el amor
a lo largo del experimento.
—En realidad no —dije, mis manos retorciéndose en mi regazo—. En todo
215
caso, todo esto solo ha confirmado mis creencias en lo que respecta al amor.
Jimmy puso los ojos en blanco; mi respuesta no se había movido desde la
primera vez que me la habían preguntado. Me pregunté si él podría escuchar el
engaño en mi voz, ver la mentira en mis ojos. La verdad era que mis opiniones
sobre el amor habían cambiado, pero si lo admitía, perdía. Y ya había perdido
tanto, no podía soportar perder mi oportunidad en el trabajo de mis sueños.
—Solo estás evitando estas preguntas, así que tenemos tiempo para un
poco más.
Mis uñas se clavaron en mis palmas. Habla más despacio. Añade un montón
de pelusa. Lo que sea necesario para evitar responder más de estas espantosas
preguntas.
—La siguiente pregunta viene de Gus en Seattle. Quiere saber, si usted fuese
la última mujer del planeta, Brooks fuera el último hombre y el destino de la
civilización descansara sobre sus hombros...
Levanté mi mano mientras la agitaba.
—Adiós, civilización.
El pecho de Jimmy se sacudió con una risa contenida, y miró afuera antes
de consultar su teléfono una vez más.
—A Kaitlyn en Brooklyn le gustaría saber por qué no le gusta tanto el señor
Realidad.
—¿Por qué no me gusta él? —Un sinfín de respuestas inundó mi mente,
justo antes de que todo quedara en blanco.
Cuando mi silencio se alargó, Jimmy giró su mano hacia mí, tan sorprendido
como yo estaba de que un torrente de respuestas no se derramara de mí.
—Por un lado, tenemos puntos de vista totalmente diferentes en lo que
respecta a las relaciones.
—Sí, pero ¿eso significa que te disgustan todos los que tienen una opinión
opuesta a ti? —preguntó Jimmy.
—No, en absoluto —le dije, repensando mi respuesta—. Es solo que Brooks
es tan presumido, tan poco dispuesto a siquiera considerar la posibilidad de que
pueda estar equivocado.
—¿Y no lo eres tú? — Una sonrisa angelical se formó en su cara cuando le
di a Jimmy una mirada molesta.
Me permití respirar antes de responder.
—Una cosa es ser apasionado por lo que crees. Otra es insistir en que eres
infalible.
216
Por la forma en que Jimmy levantó los ojos, supuse que no estaba
impresionado por mi respuesta.
—Y tenemos tiempo suficiente para una pregunta rápida más mientras nos
acercamos a la ubicación sorpresa de nuestra última cita. — Jimmy le indicó a Dean
que se quedara quieto cuando el auto se detuvo en la acera—. Lexie en Tulsa quiere
saber una valiosa lección que aprendiste de este experimento.
Maldita sea, Lexie. Gracias por la maldita pregunta. ¿Por qué no podría
alguien querer saber cuál era mi signo zodiacal o mi color favorito?
—Supongo que he aprendido a confiar en mis instintos. —Me aclaré la
garganta—. Ir con mis tripas cuando me siento en conflicto.
Jimmy permitió unos momentos de silencio para dejarme expandir, pero no
estaba agregando una palabra más.
—Comencemos esta cita y descubramos, de una vez por todas, quién será
el vencedor en el episodio final de Romance versus Realidad.
En el momento justo, Dean abrió la puerta y escudriñó los alrededores
antes de dejarme salir. Jimmy me siguió mientras inspeccionaba lo que estaba a mi
alrededor para intentar averiguar dónde estaba. No tomó mucho tiempo.
Estábamos estacionados frente a uno de los rascacielos más emblemáticos de la
ciudad, parado como un pilar de plata que se extendía hacia el cielo nocturno.
Dean mantuvo las puertas abiertas, examinando cada centímetro cuadrado
mientras avanzábamos hacia los ascensores. Jimmy se mantuvo en su posición
unos pocos pasos detrás de mí, sin hacerme intimidar.
Mis dientes mordieron mi labio mientras observaba los números
iluminarse en orden ascendente. Él ya debía estar allí. Brooks estaba esperando.
Después de anoche, no estaba segura de lo que sucedería cuando nos viéramos. En
muchas palabras, emitió un ultimátum, y yo salí corriendo.
Le confesé que me preocupaba por él. Afirmó que sentía aún más por mí. El
hombre que era un gran creyente en la mentira del amor quería que creyera que
él sentía eso mismo por mí.
Él era un mentiroso. Un manipulador.
Y yo era una tonta. Una tonta.
Mientras subía en el ascensor hasta el último piso, me recordé que no debía
mostrar ninguna emoción, que no debía regalar nada que pudiera hacer que los
espectadores cuestionaran mis sentimientos por Brooks North.
—¿Nerviosa? —preguntó Jimmy, como si hubiera olvidado que tenía una
cámara en su cabeza que estaba transmitiendo a millones de pantallas en todo el
país. 217
—Ni un poco —le dije, aunque si alguien hubiera puesto sus dedos en mi
cuello, mi pulso habría contado una historia diferente.
Cuando finalmente se abrieron las puertas, encontré una escena sacada de
un libro de fantasía romántica. Hilos de luces corrían por un sendero, creando un
pasillo que conducía a una bahía de escaleras, con cremosos pétalos de rosas
blancas esparcidos por el suelo.
Empujando a través de la puerta, me encontré parada en el techo de uno de
los edificios más reconocibles del país. La decoración hizo que la escena del pasillo
pareciera deslustrada en comparación. El volumen de iluminación y flores
rivalizaba incluso con las bodas más lujosas a las que había asistido; fue un sueño.
Un sueño encapsulado en una pesadilla.
No tardé mucho en darme cuenta de la alta figura que esperaba en las
sombras, el blanco de sus ojos apuntándome en el momento en que pisé la azotea.
No pude dejar de pensar en la última vez que él y yo subimos las escaleras a otro
techo, nuestra primera cita privada se sintió como otra vida anterior.
Cuando Brooks se adentró en la franja de la luz, el aliento se desvió de mis
pulmones, poco a poco, hasta que me sentí mareada.
Ningún hombre, especialmente uno que creyera como él, debería tener este
efecto en una mujer.
Cuando Jimmy se giró y estaba frente a mí, aclaré mi expresión y me
concentré en poner un pie delante del otro. Podría haber sentido que mis entrañas
se estaban derritiendo por la forma en que Brooks me miraba, pero todo lo que los
espectadores verían era una mujer aburrida con la farsa.
Brooks permaneció congelado en su lugar mientras me movía hacia él, un
silbido de seda roja y velo rencoroso. No fue hasta que estuve a unos centímetros
que registré la expresión de su cara.
Donde antes estaba escondiendo todo, no ocultaba nada.
No es que el asombro de planchar su rostro pudiera tomarse como una
verdad, fue un último esfuerzo para engañarme para que comprara que él
realmente estaba enamorado de mí.
Cuando me detuve frente a él y se quedó en silencio, esperé. No sería la
primera en hablar.
Pero el silencio se hizo demasiado incómodo de soportar.
—Estás mirando —dije, tratando de ignorar a Jimmy mientras merodeaba
a nuestro alrededor, buscando su ángulo.
Brooks finalmente se movió cuando exhaló.
218
—Porque no tengo palabras.
Mis brazos se movieron a mis costados, desesperados por cruzarse, pero
los mantuve en su lugar. No reacciones. Piedra fría. Robustez al margen. Esas fueron
mis órdenes de marcha por el resto de la noche.
Mientras más silencio se arrastraba entre nosotros, Jimmy agitó una tarjeta
de notas hacia nosotros, manteniéndola fuera de la vista de la cámara. Parecía un
calendario de eventos para la noche, escrito en las letras de Conrad.
Me sorprendí justo cuando me estaba preparando para un recorrido de los
ojos. Conrad no podría haber ideado una cita más cliché si lo hubiera intentado.
Brooks se aclaró la garganta después de escanear el cartel, justo después
del artículo número uno.
—¿Te gustaría bailar?
Una de mis cejas se alzó hacia él.
—¿Me gustaría?
Esquivando mi pregunta cargada, entró en mi espacio, sus brazos me
envolvieron con cuidado de una manera que sugería que estaba sosteniendo un
pájaro con un ala rota. La sensación se derramó por mi columna vertebral, así que
apoyé mis manos en su pecho, manteniéndolo a una distancia medida.
La música se reproducía en el fondo. No fue hasta que me di la vuelta que
me di cuenta de que las notas no provenían de un sistema de sonido, sino de una
verdadera orquesta de cuerdas apoyada contra el borde del techo.
Los brazos de Brooks me rodearon justo antes de que me llevara a través
del techo a un ritmo que sugería que estábamos corriendo en lugar de bailar. A
Jimmy le llevó un momento descubrir qué había sucedido. Sin detenerse cuando
llegamos a la puerta de la escalera, Brooks la abrió antes de dirigirme hacia
adentro.
—¿Qué demonios estás haciendo? —grité mientras él cerraba la puerta
detrás de nosotros.
Cuando me moví para empujar a través de la puerta, él bloqueó mi camino.
Sus ojos se encontraron con los míos.
—Intentar salvar algo que ambos sabemos es bastante raro.
Un resoplido rodó de mi boca.
—¿Un tipo que pretende amar a una mujer por un motivo ulterior? No es
tan raro en absoluto.
—Realmente sigues con eso, ¿verdad? ¿El espectáculo? ¿La promoción? —
La voz de Brooks hizo eco por la escalera, resonando en las paredes—. ¿Qué pasa
219
si marcho por ahí ahora mismo y le digo a todo el maldito mundo que te amo?
La puerta comenzó a abrirse desde afuera, Jimmy nos vislumbró un poco
antes de que Brooks cerrara la puerta y la mantuviera cerrada.
—Brooks, por favor. Millones de espectadores se encuentran al otro lado
de la lente de la cámara, cada uno moviéndose para emitir sus votos por uno de
nosotros. —Mis brazos se cruzaron cuando me alejé de la encarnada fantasía en
un traje ajustado—. Esto no tiene nada que ver con lo que digas esta noche, sino
con lo que yo haga. Puedes profesar que me amas hasta que te pongas azul, pero
lo que todos los espectadores van a estar observando, es mi reacción.
Jimmy ahora estaba golpeando la puerta, pero Brooks lo ignoró, toda su
atención en mí.
—¿Qué diferencia hay si dices que me amas para que todo el mundo lo
sepa?
Él cambió su peso.
—Alguien me dijo una vez que hacía toda la diferencia.
Mi garganta se apretó, frustrando mi plan de permanecer lo más
emocionalmente vacía posible esta noche.
—Si eso es cierto, que realmente me amas, no lo dirás esta noche. O
cualquier otra noche. Solo déjame en paz después de que termine esta pesadilla.
—Me dirigí hacia la puerta, pero su mano envolvió mi antebrazo cuando estaba a
punto de abrirla.
—Encontré tu número. Anoche. —Metió la mano en el bolsillo de su
chaqueta para recuperar su teléfono, luego se desplazó por su lista de contactos
antes de detenerse en uno—. ¿Tormenta de nieve en Chicago? —Su garganta se
movió cuando leyó lo que había escrito en su teléfono antes del amanecer, una
mañana de febrero.
Me quedé mirando su mano moldeada a mi brazo. Se veía bien. Se sentía
bien. Mi corazón me dijo una cosa, mientras que mi cabeza dijo otra. Un corazón
puede ser engañado, pero una mente no tan fácilmente.
—Parecía una idea mejor que meter un pedazo de papel con mi número en
tu bolsillo. —Quité mi brazo de su mano—. Fuiste tú quien hizo un gran esfuerzo
para no usar nombres, así que me puse creativa.
Se quedó mirando el número por otro momento antes de guardar su
teléfono.
—Tenía mejores posibilidades de marcar números al azar con la esperanza
de encontrarte que pensar que podrías haber ingresado tu número en mi lista de
contactos bajo un seudónimo. ¿Y qué número es este de todos modos? No es el 220
mismo número que tengo para "Hannah Arden" en mis contactos.
Traté de alejarme de él, pero estaba congelada en mi lugar.
—El número que tienes para mí es mi celular. Tormenta de nieve en Chicago
es mi línea fija.
—¿Línea fija? —Parpadeó hacia mí—. Tienes que ser la única persona
menor de setenta años que todavía tiene un teléfono fijo.
—Me gusta tener un respaldo —le dije, señalando a él—. Cuando no quiero
dar a un chico carta blanca con mi teléfono celular.
Su boca se torció con un toque de diversión.
—¿Me diste tu número de teléfono fijo en lugar de tu celular? Después de la
noche que pasamos juntos, ¿todo lo que me valió fue algún medio de comunicación
arcaico?
Mi cabeza se sacudió cuando finalmente logré alejarme de él.
—No importa. Mi número, esa noche, nuestras citas reales, nuestras falsas,
simplemente ya no importa.
Su cabeza se inclinó hacia mí.
—A mí me importa.
Mis pies vacilaron al escuchar la crudeza en su voz, al verlo en sus ojos. Era
un actor experto, un manipulador experimentado.
—No le muestras tu amor a alguien cuando se están yendo. Lo demuestras
antes de que siquiera piensen en irse.
Su postura se desvaneció ante mis palabras, finalmente soltando la manija
cuando empujé la puerta para abrirla, dejándome ir. Jimmy retrocedió unos pasos,
la expresión de su rostro no dejó dudas sobre cómo se sentía con respecto al último
truco que evitaba la cámara de Brooks.
—Ya he tenido suficiente baile por una noche —dije mientras pasaba junto
a Jimmy. Detrás de mí, los pasos constantes de Brooks hicieron eco—. ¿Qué sigue
en el calendario?
Jimmy dio un suspiro silencioso mientras recuperaba la agenda de su
bolsillo.
Cena.
Fabuloso. Eso iría rápido también, ya que no tenía apetito.
Cuando me acerqué a la mesa, Brooks pasó frente a mí para sacar una silla.
Cuando me hizo un gesto para que tomara asiento, rodeé la mesa para tomar la
otra silla. Él no dijo nada, solo acomodarse en la silla que había sacado una vez que
estuve sentada. Rodando su cuello unas cuantas veces, tiró de su cuello mientras 221
alcanzaba el vaso de agua frente a él.
Para distraerme, inspeccioné la mesa. Manojos cortos de flores blancas
estaban escalonados en el centro, mantelería de oro pálido y porcelana que
complementaban el escenario. Verdaderamente, la vista era impresionante, y en
otro contexto, me habría quedado con los ojos muy abiertos y girando a través de
la escena encantada. Pero todo esto era un caballo de Troya, y no me abriría a su
sabotaje.
—¿Puedes creer que esto es todo? —preguntó Brooks después de
reconocer que Jimmy se pasaba el dedo con desesperación. Final o no, íbamos a
aburrir a los espectadores si finalmente no abríamos la boca—. Parece que
pasaron tres meses.
—No diría que pasó volando —dije, dejando que mis ojos fueran atraídos
por la luz de las velas—. Pero al menos ya casi termina.
Su lengua se clavó en su mejilla antes de alcanzar su copa de vino blanco.
Levantándolo hacia mí, dijo:
—Hasta casi sacarme de tu vida, de una vez por todas.
Levanté mi copa, la apreté contra la suya, luego la dejé sin tomar un sorbo.
—¿Cuál es tu plan para después de que todo esto haya terminado? —Brooks
siguió su pregunta con otra copa de vino, moviéndose en su asiento.
—Eso depende de cómo termine todo esto —respondí, desviando mi
atención hacia el mesero que llevaba un par de platos de aperitivo.
—¿Cómo esperas que termine? —Cuando el mesero colocó nuestros platos
delante de nosotros, Brooks se inclinó a un lado, manteniéndome a la vista.
—Estoy asumiendo que es una pregunta retórica.
—No lo es.
—Bueno, voy a fingir que lo es y lo dejaré así. —Mirando lo que había en el
plato frente a mí, mi apetito se redujo a cero. Parecía comida para bebés de color
verde nuclear en un tazón de fantasía.
Brooks parecía tan impresionado con el lodo verde como yo. La deslizó a un
lado, apoyando los brazos sobre la mesa.
—¿Qué quieres, Hannah?
Su pregunta me tiró. ¿Qué quiero? Eso podría haber significado mil cosas.
Pero supongo que todo conducía a una cosa: ¿Qué quería de él?
—No lo sé, Brooks. ¿Qué quieres? —Mis ojos se encontraron con los suyos
mientras mi estómago se torcía en un nudo infinito.
222
—Sé exactamente lo que quiero. —Sus ojos tormentosos brillaron—.
Exactamente a quién quiero.
Mi espalda se puso rígida cuando señalé a Jimmy.
—Por supuesto que sí. La cámara está rodando.
Su garganta se movió cuando Jimmy se acercó más, moviéndose entre los
rostros de Brooks y mío. Sin duda vendiendo el drama por cada último centavo
que buscaba.
Negándome a mantener la conversación en marcha por el bien del
espectáculo, fingí estar interesada en la vista. No es que una persona tenga que
fingir muy duro. Millones de luces brillaban sobre un lienzo negro, el ruido de la
ciudad creando una melodía única.
Pasaron unos minutos, Jimmy implorándonos con ojos suplicantes que le
diéramos algo más que un silencio obstinado. No me moví. Terminé de ser una
marioneta y me tiraron de las cuerdas.
El teléfono de Jimmy zumbó en su bolsillo. Cuando lo sacó para leer el texto,
puso los ojos en blanco y, antes de decir lentamente: Habla con los demás.
Brooks miró en mi dirección antes de levantarse de su silla.
—Escuché que han reunido algo para que lo veamos. —Brooks miró en
dirección a Jimmy, como buscando una confirmación, antes de que su atención
volviera a mí—. Si tienes prisa porque las cosas terminen.
—Tengo prisa —dije, levantándome mientras el mesero regresaba con lo
que parecía ser una ensalada ornamental de remolacha.
Mis talones hicieron un chasquido cuando seguí a Brooks hasta donde se
había organizado otra escena extravagante. Una gran pantalla de cine descansaba
frente a un sofá de color berenjena de estilo vintage, una gran cantidad de
recipientes de vidrio con velas de diferentes tamaños. Era precioso. Chillón. No
estaba segura de cuál era más, o si mi estado de ánimo estaba creando mi
experiencia de todo esto.
—¿Qué es esto? —pregunté, mis palabras tan vacilantes como mis pasos,
mirando la pantalla donde se mostraba el atrevido logotipo de Romance versus
Realidad.
—No tengo idea —respondió Brooks mientras tomaba las copas de
champán de un mesero diferente. Esperó a que yo tomara asiento en el sofá
primero, sosteniendo la copa de champán que ya había adivinado que sabía que no
bebería. Colocó ambas copas a sus pies cuando se sentó a mi lado, su distancia no
pasó inadvertida. Me estaba dando espacio.
—¿Qué tan malo va a ser esto? —murmuré mientras Jimmy trabajaba para 223
asegurarnos la ventaja de filmarnos.
—Mi conjetura es que caerá en algún lugar entre atroz y verdaderamente
atroz. —Brooks me miró por el costado de sus ojos, su garganta moviéndose
mientras lo hacía.
Desde un par de altavoces grandes, una voz narraba mientras la pantalla
reproducía una escena familiar.
—Tres meses. Dos personas. Un ganador. ¿Quién saldrá a la cima,
demostrando su caso a millones de espectadores? Lo descubriremos esta noche en
el final, pero primero, vamos a dar un rápido paseo por el camino de la memoria.
Brooks y yo dimos pequeños gemidos. Con tanto dinero como este
programa estaba haciendo, habrías pensado que podrían haber podido contratar
a un escritor decente.
A partir de ahí, se reprodujeron los clips de las citas de Brooks y yo. Dulce
madre de misericordia. ¿Sabes cómo una persona odia el sonido de su voz cuando
la escucha reproducirse? Amplía eso alrededor de un centenar y eso era lo que se
sentía verse a sí mismo en una pantalla gigante. A pesar de que los clips de las citas
estaban disponibles para verlos en línea cuando una persona quería, no había visto
ninguno. Salvo por las pocas fotos congeladas en el programa de la mañana con
esa doctora, me había negado a ver ninguna grabación de las citas.
El primer clip se había tomado de la Cita Uno, saltando de un momento a
otro, reproduciendo el diálogo de tal manera que daba una impresión diferente de
lo que realmente había sido la intención. A partir de ahí, algunos clips de nuestra
Segunda y Tercera Cita, repasando días en segundos. Un primer plano de la cara
de Brooks. Uno de los míos. Una risa compartida. Una mirada persistente.
Maldita sea. Eran las notas de Cliff a una novela romántica en cinco minutos
de tiempo de emisión.
Mi cabeza se empañó mientras observaba a la joven en la pantalla frente a
mí. ¿Fue tan obvio para todos los demás como lo fue para mí? ¿Fue lo
suficientemente fácil de detectar en sus ojos o su sonrisa o su postura? Para la
señorita Romance, fue cegador. Esa joven no solo estaba participando en un
experimento social, ni tampoco estaba simplemente aguantando al hombre frente
a ella.
Todos los clips. Las preguntas. La mujer al otro lado de esa pantalla era
obvia.
Ella estaba enamorada.
Me lo había perdido. La experta en romance no podía reconocer cuando ella
misma se había enamorado. Acepté que me había enamorado de él, pero había 224
estado ciega a lo que había sucedido después.
Amor.
El primer hombre que amé fue el último que debería haber tenido.
La imagen se volvió borrosa cuando llegó a su fin, aunque me tomó un
momento darme cuenta de que no era la imagen sino mi visión la que estaba
nublada.
—¿Qué pasa?
Aparté la vista cuando Brooks hizo su pregunta, sin saber cuánto tiempo me
había estado observando.
—Nada —susurré, parpadeando en un intento de aclarar mis ojos antes de
que Jimmy se diera cuenta y se acercara.
Brooks se acercó más, con la frente arrugada con preocupación.
—No —le advertí.
—Hannah…
La forma en que dijo mi nombre hizo que mis pulmones se tensaran. Podría
haber sido un acto para él, pero no lo fue para mí. No había sido por un tiempo
ahora.
Estaba enamorada de él.
Enamorada de un hombre que apostaba a que me enamoraría de él. La
ironía era cruel. Pero la realidad era peor.
—En un minuto, vamos a abrir las líneas de votación a los espectadores,
después de una última pregunta planteada para ambos. —Jimmy se arrodilló
frente a nosotros, aclarando su garganta dramáticamente—. ¿Qué es lo último que
te gustaría decirnos en televisión en vivo? Tus últimas palabras, por así decirlo.
El sentimiento no se registró al principio. No estaba segura de lo que quería
decir. ¿Nuestras últimas palabras el uno al otro? ¿Qué más diría uno además de
despedirse? No había nada que decir, dada la situación.
Brooks fue el primero en moverse, inclinando su cuerpo hacia el mío. Las
esquinas de sus ojos estaban arrugadas mientras miraba el piso, concentrándose.
No tenía idea de lo que él diría, desde adiós hasta divulgar que habíamos dormido
juntos antes de todo esto.
Mis pulmones se apretaron cuando abrió la boca.
—Lo siento por lo que dije. Lo que hice. —Sus ojos sostuvieron los míos por
un momento, permitiendo que un intercambio silencioso pasara. Quería que
supiera exactamente de qué estaba hablando. 225
La confesión. La proclamación. Realmente había sido un acto, el factor
decisivo en su libro de jugadas. Había sido tan real como la sonrisa congelada en
mi cara toda la noche.
Las arrugas en su frente talladas más profundas.
—Perdón por todo. Tú mereces más… más de lo que te he dado, más de lo
que nunca podría darte.
No sentí las lágrimas formándose. Pero no las pasé por alto cuando me
bajaron las mejillas.
Cuando Brooks se fijó en ellas, me alcanzó, moviendo su cuerpo como si
fuera un instinto. En el momento en que sus manos me tocaron, salí de mi asiento,
alejándome de él. Mi visión se canalizó, enfocada en nada más que en Brooks
mirándome con una mirada para la que no tenía una traducción. Fue pellizcado
como arrepentimiento, pero sus ojos no coincidían. Algo más se reflejaba en ellos.
No me detuve a descifrarlo. No pude. Toda esta experiencia había
comenzado como una broma y estaba terminando como una tragedia. Había
sacrificado mis creencias, mi carrera, mis estándares por esto. Y me iba con todo
eso destruido.
—Hannah, espera. —Brooks se levantó del sofá como si fuera a seguirme.
—Detente. — i voz tembló mientras sacudía mi cabeza. Se quedó donde
estaba—. Sólo… detente. Se acabó.
Sin nada más que dar, corrí hacia la escalera, mis tacones volaron mientras
avanzaba. No me detuve a recogerlos. No podía permitirme hacer una pausa o
retroceder ahora. La única opción era la delantera. Era mi única esperanza para
reconstruir el naufragio que esta experiencia me había dejado.
Amor. Era el responsable de todo esto.
Tal vez fue más fácil creer lo que él creía.
Tal vez él tenía razón.
Tal vez había estado equivocada sobre todo, todo el tiempo.

226
El desgaste de haber tenido un papel principal en el experimento social de
nuestra generación aún no había llegado. Tal vez porque el lunes había sacado un
día de licencia y había apagado mi teléfono, tableta y computadora.
Saliendo de la cama el martes en la mañana, sabía que no podía salirme con
la mía con otro día de licencia por enfermedad. Conociendo a Conrad,
probablemente apareciera en mi puerta con un equipo de camarógrafos en un 227
truco para documentar "Después de la cita final" o una mierda así.
Sabía que era mejor no tener esperanza de que si me escondía bajo mis
sábanas por unas semanas, esto se acabaría. Así que me levanté antes que la
alarma, me tomé un tiempo extra arreglando mi cabello y maquillaje y me puse mi
traje de falda rosa favorito. Señorita Romance podría caer hoy, pero iba a hacer esa
caída en su color característico y con la cabeza en alto. El collar de perlas de mi
abuela completó el atuendo.
Dean estaba fuera de mi puerta, sin decir nada mientras iba detrás de mí,
como si no hubiera estado expuesto a cantidades copiosas de Death Cab for Cutie
y comida china por las últimas cuarenta y ocho horas.
Antes de dirigirme a la acera, me puse unas grandes gafas de sol esperando
ocultar mi identidad lo suficiente para meterme a un taxi y correr hacia el edificio
World Times.
Dean paró un taxi, abriendo la puerta para mí cuando se detuvo. Cuando
estuvimos dentro, le dio la dirección al conductor y yo intenté relajarme en los
quince minutos de camino al trabajo. Podría ser la última oportunidad que tendría
de hacerlo por el resto del día.
Los resultados de la votación se habían cerrado oficialmente anoche a la
medianoche así que sabía que ya estarían listos. No era capaz de ver las
actualizaciones en vivo o escuchar las noticias para descubrir a quién habían
elegido los votantes como ganador.
Ya sabía.
Mis acciones durante la última cita habían sellado mi destino. No podría
haber sido más distante o alejada. Al final, Brooks no necesitaba que dijera las
palabras en voz alta, las que no había dicho tenían más peso.
Cuando el taxi se detuvo, respiré profundamente y me preparé para todo lo
que me esperaba en el piso cuarenta.
Pareciendo sentir mi incomodidad, Dane me codeó.
—Al menos se terminó.
Compartí una sonrisa con él, agradecida por las palabras amables, a pesar
de que sabía que para mí no se había acabado. El programa, sí, había grabado el
último segmento; pero el resultado se quedaría conmigo por un tiempo.
El ser reconocida en las aceras, esconderse detrás de gafas y sombreros
grandes. Los constantes recordatorios de los compañeros, la retahíla de
comentarios que acompañarían mis artículos. Pasaría mucho tiempo para que esto
se acabara para mí, porque tal vez, lo que duraría mucho tiempo era lo que cortó 228
más profundo.
¿Cómo podría volver a confiar en mí con otro hombre de nuevo? ¿Cómo
podría confiar que reconocería el amor cuando lo viera o sintiera? ¿Cómo sabía
que no todo era una fabricación? Había pasado toda mi carrera proclamando ser
una experta en relaciones y amor, y al final me había vuelto una tonta en lo que
concernía a ambos.
Aquellos que no podían, enseñaban. El cliché llegó a mi mente cuando llegué
al interior del edificio. Tal vez en mi situación no era tan cliché.
Esperando al elevador, noté un grupo de mujeres hablando en voz baja, ojos
mirando en mi dirección. Esperé al siguiente elevador.
Dean se puso enfrente de mí cuando subimos en el elevador siguiente, casi
como si me estuviera protegiendo lo más que pudiera. No sabía cuánto más tiempo
la compañía me asignaría a Dean, pero cuando se fuera, lo extrañaría. Quién lo iba
a creer. Querría a un robot con un alma.
Me quité las gafas cuando las puertas del piso se abrieron cuarenta pisos
más arriba, sabiendo que ninguna cantidad de camuflaje me ocultaría de mis
compañeros de trabajo. Había llegado temprano, pero no mi horario usual antes
de que alguno llegara. Mis palmas empezaron a sudar en el momento que pisé el
lobby, insegura de lo que me esperaba. ¿Mis compañeros serían un apoyo? ¿O iban
a pretender que no había pasado nada? ¿Conrad me llamaría a su oficina antes de
que tuviera tiempo de sentarme? ¿Si eso sucedía, cómo actuaríamos ahora que el
experimento había terminado?
Un arroyo de preguntas estaba a punto de darme dolor de cabeza así que
me concentré en el piso, jugando a no pisar ninguna de las líneas mientras
caminaba por la oficina.
El cuchicheo se disipaba con cada paso que daba, figuras en la periferia de
mi visión se detenían, las cabezas anguladas hacia mí. Cuando tuve el coraje de
devolver algunas miradas encontré diferentes fases de simpatía y lástima.
Mis rodillas flaquearon, pero seguí adelante. Podía ser una amante del
rosado, más de lo apropiado para una mujer de mi edad, pero era fuerte, maldita
sea. Había sobrevivido a que mis padres hubieran muerto a una joven edad, y había
soportado tres meses de ser seguida y grabada, siendo analizada en cada
momento. Confrontando a mis compañeros de trabajo después de que todos los
votos habían sido para nada.
Mis ojos se movieron al cubículo de Quinn sabiendo que estaba en
problemas con ella por evadir sus mensajes y llamadas en los últimos días. No
229
había encendido mi teléfono móvil para ver qué mensajes había perdido, pero
conocía a mi mejor amiga lo suficiente para adivinar que había intentado
comunicarse conmigo un trillón de veces.
Tal vez más.
Me ofrecería a comprar éclairs de chocolate y café por el próximo mes y eso
debería apaciguarla un poco.
Mi escritorio estaba exactamente como lo había dejado el viernes en la
tarde, excepto por el periódico que estaba encima de mi teclado con una nota
adhesiva verde neón encima del titular de la primera página. Era una letra familiar,
la de mi mejor amiga, precisa y pequeña.
Puse mi cartera y me dejé caer en mi silla mientras leí las palabras que había
garabateado en la nota: Tal vez no es tan imbécil después de todo.
Automáticamente, mis ojos se levantaron al espacio frente a mí. No había
una cabeza encima de la pared del cubículo, ni teclas sonando duramente, ni pies
chocando contra el suelo cuando esas teclas se silenciaban mientras contemplaba
sus palabras.
No iba a regresar. Al menos no a ese escritorio. Se había ganado una gran y
elegante oficina en la esquina de ese piso. Se la había ganado haciendo
exactamente lo que había prometido hace tres mesas en la sala de conferencias.
Mi visión se nubló cuando quité la nota adhesiva del periódico. Sin lágrimas,
me recordé. Ya me había humillado lo suficiente sin convertirme en la mujer que
se descomponía en su escritorio en la mañana del martes.
El titular estaba impreso en letras grandes y negras en todo el centro. Mi
nueva realidad.
En letras mucho más pequeñas, leí por quién estaba escrito el artículo.
Brooks North. No señor Realidad. Nunca lo vi agregando su nombre real a un
artículo.
Cuando recogí el periódico para comenzar a leer, mis manos estaban
temblando demasiado para leer, así que lo volví a bajar al escritorio. No tenía idea
de qué se trataba y tal vez no debería estarlo leyendo en absoluto, pero no pude
detenerme cuando empecé.
Los lectores me conocen como señor Realidad. Los espectadores me conocen
como Brooks North. Sin embargo, cuando me siento a escribir este artículo tiempo
antes del atardecer del domingo, no tengo idea de quién soy.
Me detuve. Releí ese primer párrafo de nuevo. ¿No tenía idea de quién era? 230
Ahora éramos dos.
Cuando me apunté con World Times para ser parte de este "experimento
social", tenía una meta: Ser exitoso. Basado en la forma en cómo van las encuestas
mientras escribo esto, parece que lograré exactamente lo que me propuse.
Pero todo lo que siento es pérdida.
Pérdida de mí mismo. Pérdida de esperanza. Pérdida de propósito. Pérdida
de…
Ella…
Los lectores la conocen como señorita Romance. Los espectadores como
Hannah Arden. ¿Yo? La conozco como mi adversaria. Una espina en mi costado
cuando comenzó, quien se convertiría en mi talón de Aquiles, quien ahora es la mujer
que amo.
Mi corazón se detuvo, saltándose algunos latidos por lo inesperado de sus
palabras. Segura que las había leído mal o habían escrito mal, mis ojos escanearon
la última frase de nuevo. Y de nuevo. Y once veces más.
Amor.
Esa era la palabra. No era un error de digitación.
Supongo que probé mi punto. Supongo que estaba en lo cierto sobre las
relaciones y el amor. Eso es lo que los resultados del programa han demostrado. Tal
vez estuve en lo cierto por los últimos ocho años escribiendo artículos sobre la
realidad de las relaciones y lo que creía por años antes de mis propias experiencias.
El amor es una mentira. Las almas gemelas no tienen sentido. Los finales felices son
para los que están mal de la cabeza.
Tal vez tenía razón.
Pero sé que la amo. Es un dolor en mi pecho cuando la veo alejarse, es el vacío
en mi estómago cuando no está cerca. Está escrito dentro de mi alma, el matiz de mi
esencia, el centro de mi existencia. Ella. Está ahí. Se siente más real en lo soy, que de
lo que hago. Ella se ha vuelto —es— mi realidad.
Soy un realista. Pueden llamarme señor Realidad en las aceras y no me
ofenderé. Pero mi realidad ha cambiado, una nueva verdad ha tomado el lugar.
¿Listos para la gran revelación? Asegúrense de estar sentados.
(Una batería comienza a sonar en el fondo).
No encuentras un alma gemela. Te conviertes en una.
No te enamoras. Tú lo creas. Lo vives. Lo moldeas y amasas y lo construyes
231
hasta que se vuelve el hilo sagrado atando dos almas disparejas. Un lazo
inquebrantable que desafía el significado, rehusándose a ser agrupado en una
definición o a encajar en una caja.
Ella es la única. Es mi única.
La amo. No porque quiero. O traté de hacerlo. O incluso conscientemente
pensé hacerlo. La amo porque tenía que hacerlo. No había elección. Ninguna pelea
que pudiera luchar que resultara en victoria.
Me enamoré de ella como uno respira: De manera inconsciente.
Sin embargo, me quedo enamorado de ella de manera opuesta:
Conscientemente, exactamente, precisamente, concentrado con cada fibra de mi ser
a protegerlo.
Era el mayor cínico frente al amor, y ahora, es la más infame casualidad.
Señorita Romance, Hannah Arden, tenía razón sobre el amor, con todas las
idiosincrasias y complejidades. Ella consiguió lo imposible al comprobarlo.
Yo creo.
Un suspiro entrecortado salió de mis labios mientras mi visión se concentró
en el último par de frases. Mis manos seguían temblando, ahora unidas con el resto
de mi cuerpo mientras contemplaba lo que acababa de leer.
¿Otra mentira?
¿Una sátira?
¿Una broma?
¿La verdad?
Antes de que pudiera pensar mucho, el altavoz de teléfono sonó.
—Arden, a mi oficina.
Conrad no añadió otra palabra antes de colgar.
Mientas me levantaba, toqué el periódico. Un intento de asimilar su
existencia. Era real como lo veía, pero no estaba segura. Mi mente podría haberme
drogado hacia una realidad alternativa por la forma en la que habían pasado los
últimos días.
Me dirigí al pasillo hacia la oficina de Conrad, ignorando las miradas.
Dejando a un lado el espacio que estaba ocupando el artículo de Brooks en
mi mente, entré en la oficina de Conrad sin tocar.
—Cierra la puerta —saludó él, sin levantar la mirada de su computadora.
Y aquí era cuando él ponía el alfiler en mis sueños, haciéndolos estallar. El
232
ascenso que había querido desde el primer día que terminé de escribir mi primer
artículo en el periódico de la secundaria se quedaba así, un sueño.
—Felicitaciones, niña. —La mirada de Conrad me encontró luego de que
cerré la puerta.
Fruncí mi ceño.
—¿Felicitaciones? ¿Por qué?
—Tú, Hannah Arden, vas a ser la nueva jefa del departamento de Vida y
Estilo.
Mis manos tomaron la cabeza de la silla.
—Quiere decir, los votos… ¿gané?
Una sonrisa con resoplido salió de Conrad.
—Jodidamente no. Perdiste por una avalancha de votos, casi 30% de los
votos para señorita Romance.
—¿Y entonces por qué tengo el trabajo? El ganador, el que probara su
punto, supuestamente obtendría la posición.
—Exactamente. Cuando llamé al ganador anoche a las doce y uno, después
de que las votaciones se cerraron para felicitarlo, me informó que retiraba su
candidatura de la posición. —Conrad movió su cabeza mientras movía la silla de
la que yo estaba detrás. No me moví—. Por ende, es tuya.
—Por defecto.
—Como quieras verlo, Arden. Al final conseguiste todo lo que querías.
Mi pecho se apretó.
—No todo —susurré, más para mí que para Conrad—. ¿Dónde está él?
—¿Dónde está quién?
Mi mirada se alzó.
—Brooks. ¿Dónde está Brooks?
—¿Que dónde está exactamente en este preciso momento? —Conrad se
quitó sus gafas de leer antes de abrir su copia del periódico matutino—. ¿Cómo
habría de saberlo? En algún lugar en San Francisco. Eso es lo más específico que
puedo decirte.
Mis dedos se encorvaron en el espaldar de la silla.
—¿Volvió a California?
—Eso fue lo que me dijo. Si no iba a tomar el empleo, ¿por qué habría de
quedarse? —Conrad hizo una pausa, frunciendo su seño—. A menos que… —Su
233
mirada dirigida hacia mí no dejaba en duda a lo que se refería.
—Señor Conrad, ¿qué tan rápido puede pedir un avión privado y a Jimmy
para que se encuentre conmigo en el aeropuerto con esa estúpida cámara?
Una poblada ceja se levantó.
—Puedes creer que eres la estrella porque acabas de conseguir este trabajo,
pero en mis veinte años como jefe de redacción, nunca me han dado luz verde para
un avión privado. Buen intento, niña.
—¿Y qué pasaría si le garantizo algo que hará que el final de Romance vs.
Realidad parezca de una película de televisión? —Salí de detrás de la silla y crucé
mis brazos mientras formaba la idea—. Consiga un avión para Jimmy y para mí
para esta mañana y le daré un espectáculo con unas estadísticas que hará volar su
cabeza.
—¿Qué podría ser mejor que tú mostrándole a todos subliminalmente que
te has enamorado de Brooks North en cámara?
Los dedos de Conrad recorrieron su escritorio. Estaba considerando mi
pedido.
Me acerqué hasta que llegué a su escritorio y lo miré.
—Decirlo en voz alta.
Estaba en San Francisco a las tres de la tarde, con Jimmy y el equipo de
cámara a bordo.
Una vez tuve una escala en San Francisco, pero nunca había puesto un pie
en la ciudad. Era vibrante, hermosa y tenía todo lo que hacía que mi corazón de
turista se derritiera, pero no estaba aquí para visitar lugares. Estaba aquí por él.
Afortunadamente, Quinn se las había arreglado para encontrar su archivo 234
personal y me había enviado su dirección en medio del vuelo, así que sabía por
dónde iniciar. Si no lo encontraba allí, no estaba segura qué más haría, aparte de
esperar y comenzar a buscar en la ciudad, una cuadra a la vez.
—¿Cuándo quieres que empiece a filmar? —preguntó Jimmy mientras
salíamos del taxi frente al edificio de Brooks.
—Cuando quieras. No tengo idea de cómo a va ser esto y no tenemos un
itinerario detallado por parte de Conrad. Sigue tu instinto de camarógrafo. —Me
detuve fuera del edificio, sonriendo. Aquí era donde vivía él. Su hogar.
—¿Cómo vas a entrar? —Jimmy levantó su mentón en dirección a la puerta.
—Así —dije, apresurándome a agarrar la puerta cuando alguien entró.
—Sabes, tal vez deberías haberlo llamado antes de aparecerte en su puerta
de esta manera. —Jimmy le hizo la señal de paz a una señora de edad media que
había pasado por la puerta, mirándonos de manera sospechosa.
—Demasiado tarde para pensarlo dos veces ahora —dije mientras
empezamos a subir las escaleras hacia el apartamento de Brooks en el tercer piso.
Mientras avanzábamos, revisé mi atuendo rápidamente. Mi falda estaba
arrugada por el vuelo, mi chaqueta olía al Sprite que me había tirado encima en
medio vuelo cortesía de la turbulencia, combinada con mi olor corporal gracias al
sudor de los nervios. Lo que había visto de mi cuello hacia arriba en el baño del
avión, daba la impresión de que había pasado un largo rato con algo relacionado
al uso de metanfetaminas.
Esperemos que él en verdad sintiera lo que había dicho en ese artículo,
porque con lo que iba a sorprenderlo hacía juego con cómo me veía, y eso sería el
estándar más alto de poner el amor a prueba.
—No puedo creer la forma en cómo terminó todo esto. Hablemos de algo
loco. —Jimmy me codeó mientras observábamos los números de los apartamentos
en el tercer piso.
—No puedo imaginarme una mejor persona para documentar esta locura
que tú. —Le sonreí cuando nos detuvimos en el apartamento 21.
Mi corazón comenzó a latir como un colibrí cuando mi puño golpeó su
puerta. No estaba segura de qué pensaría él o exactamente qué diría yo;
simplemente sabía que tenía que estar ahí.
Mi mano todavía estaba en el aire cuando la puerta se abrió. Una joven
mujer salió, sus ojos posándome en Jimmy yo de inmediato. Una oleada de
reconocimiento iluminó su rostro. 235
—Oh. Dios. Mío. Eres ella, ¿verdad? —Sus pies golpearon el suelo
emocionadamente. No hubo tiempo de confirmar o negar antes de que señalara al
apartamento de Brooks—. Él no está aquí.
—¿Se fue?
—Sí. Pero volverá. Finalmente. Salió a una de sus carreras trota mundos. —
Sus aretes sonaron cuando movió su cabeza, riéndose—. Alguien necesita decirle
que de lo que sea que está huyendo lo dejó en el polvo hace dieciséis mil
kilómetros.
—¿Tienes idea de dónde podría estar? —pregunté.
Ella se detuvo por un segundo como si estuviera considerando algo.
—Le gusta el Parque Golden Gate. Usualmente todas sus carreras terminan
cruzándose ahí en algún momento.
Yo ya estaba trotando por el pasillo para salir.
—Gracias —le dije mientras pasé rápidamente.
—Oye, señorita Romance —me gritó, esperando hasta que me detuve antes
de continuar—. ¿Sabes qué he descifrado sobre todos esos tipos cerrados y
distantes? ¿Habiendo vivido a su lado durante los últimos cinco años?
Negué con mi cabeza.
—¿Qué?
Las comisuras de sus labios se levantaron.
—No es que tengan un alma negra, están protegiendo un enorme corazón.
Mi pecho se encogió.
—Creo que recientemente también me he dado cuenta de eso.
—¡Buena suerte! —me gritó mientras Jimmy y yo bajamos rápidamente por
las escaleras.
—Tal vez deberías simplemente esperar a que regrese. —Jimmy me abrió
la puerta—. Es como buscar una aguja en un pajar allá afuera.
—No. Será como buscar mi aguja en el pajar. Mucho más fácil. —Corrí hacia
la calle, parando el primer taxi que vi. El conductor no se había detenido por
completo antes de que me tirara dentro—. ¡Parque Golden Gate!
Jimmy agarró la manija de arriba del asiento mientras el conductor
aceleraba por la calle, pareciendo entender mi urgencia. No pasé por alto las
miradas de reojo que me dirigía por el retrovisor.
—Usted es la señorita Romance, ¿verdad? —dijo finalmente. 236
—Solía serlo.
—Sí. He leído sus columnas por años. Mi esposa me inició. —Tocó el claxon
para el carro de adelante medio segundo después de que cambio la luz a verde—.
En verdad estaba haciéndole barra a usted. Voté también. No puedo creer que
tantas personas creyeran que usted se enamoraría de ese bastardo. —Resopló y
se quedó en silencio unos minutos mientras yo pasaba los kilómetros saltando en
el asiento trasero—. Y ¿qué está haciendo en San Francisco? —Frunció sus cejas
mientras me examinaba en el retrovisor de nuevo.
Jimmy aclaró su garganta, mirando por la ventana.
Sin precio. La mirada del conductor que seguía. Supongo que era una
mirada a la que me tendría que acostumbrar cuando mis fans descubrieran mi
traición. Las cejas acusadoras. La impresión de que yo era un fraude.
¿Pero no sería un fraude mayor si no admitiera mis verdaderos
sentimientos? ¿Negar la forma en cómo me sentía por él?
Para lo que sea que sucediera, aquí estaba. Determinada. Las opiniones de
mis lectores, las masas, el mundo, no importaban en lo que a esto respectaba. Todo
lo que me importaba era la opinión de él.
—¿Algún lugar en especial donde quiere que la deje? —preguntó el
conductor mientras el parque aparecía.
—Usted elija.
Su frente se arrugó.
—Este parece como el lugar de la suerte —dijo al final, deteniéndose en la
curva en una de las entradas.
—Muchísimas gracias —le dije mientras sacaba dinero de mi billetera.
—No hay problema, yo invito. Como forma de agradecer todos los consejos
que han sido los responsables de hacer de los cinco años de mi matrimonio los
mejores. —Me inclinó su cabeza—. Un taxi de cuarenta dólares parece una ganga
comparado con una sesión marital cada semana. Una gran rebaja.
Puse dinero en su mano, incluyendo una generosa propina.
—Y por leerme y su lealtad que son impagables para mí. —Estreché su
mano antes de salir—. Gracias.
Jimmy me siguió saliendo del auto, pero no estaba esperando que yo
comenzara a correr en el momento en que mis pies tocaron el suelo.
—¡Oye! Llevo diez kilos de equipos. ¡Cógele las riendas, Seabiscuit!
237
—Voy a darte el beneficio de la duda y presumir que te estás refiriendo a
mi velocidad y no a mi tamaño, cuando me comparas con un caballo de carreras.
—Me gustan mis huevos donde están. Claramente a eso me refería —me
gritó, respirando fuerte mientras el sonido de las cámaras se combinaba con sus
pasos.
Una vez llegué al interior del parque, me detuve lo suficiente para escanear
el área para ver si veía a un corredor familiar, sin camiseta sin duda. Había cientos
de personas en una tarde soleada de domingo, más llegando al parque ya que el
final del día se acercaba. Verlo en esta multitud, junto con la coincidencia de que
estuviera trotando por esta parte del parque durante su carrera absurdamente
larga era poco probable, imposible en verdad.
Sin embargo, las probabilidades no me intimidaban.
Jimmy me alcanzó, jadeando como un perro que había estado vagando por
el desierto durante muchos días.
—¿Lo ves?
Mis ojos se entrecerraron más cuando escaneé a la distancia. Negué con mi
cabeza cuando me eché a correr nuevamente, adentrándome más en el parque.
Correr no era lo mío. Mucho menos en un traje con falda y tacones. Quitándome
los tacones rosa, los agarré y seguí moviéndome. Si Jimmy había decidido empezar
a grabar, los espectadores estaban teniendo un gran espectáculo.
Como estaba la cosa, las cabezas se volteaban cuando yo pasaba por su lado;
una mujer vestida de rosa jadeando, descalza y con la cara roja.
Pasando por el medio de una fila de ciclistas, vi una cabeza moviéndose
delante de mí. Era difícil de estar segura con la visión que tenía, pero mi instinto lo
confirmó.
—¡Brooks! —grité, mis pies golpeando contra el pavimento más rápido.
Jimmy gritó una grosería detrás de mí, arreglándoselas para alcanzarme,
pero parecía que sus ojos fueran a explotar por el esfuerzo. Continué repitiendo su
nombre, las personas empezaban a darse cuenta de lo que estaba sucediendo,
comenzando a reconocer quién era la mujer loca y a quién le estaba gritando.
Algunas personas incluso comenzaron a trotar para alcanzarme, bicicletas
pasando velozmente a mi lado. No necesitaba la cámara de Jimmy después de todo;
esto iba a estar en YouTube en cientos de versiones en pocos minutos.
—¡Brooks! —grité, mis pies se sentían muertos y en fuego a la vez.
Ese grito finalmente hizo efecto ya que la cabeza de adelante se detuvo. Me
seguí moviendo, un grupo de personas flanqueándome mientras pasaba, Jimmy a
mi lado con la cámara absorbiendo cada movimiento. La cabeza de Brooks
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comenzó a voltearse, su cuerpo también. Casi me tropiezo cuando sus ojos me
encontraron. Ahí estaba. Todo lo que había estado buscando. Lo que había estado
esperando. Estaba todo aquí, reflejando en sus ojos mientras él me veía acortar la
poca distancia que nos separaba.
Me estrellé contra él en vez de detenerme, pero él no se movió hacia atrás,
casi como si estuviera esperándolo. Me abracé contra él para no colapsar, lo miré,
olvidándome de todo lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor.
Su cara estaba mojada con sudor, las puntas de su cabello goteaban y por
las sombras debajo de sus ojos, no parecía que hubiera dormido en días. Una
pequeña sombra de barba incluso cubría su rostro.
Nunca lo había visto más hermoso que en este momento. No saliendo fresco
y en toalla luego de una ducha en su apartamento. No cuando estaba recién
afeitado y luciendo su mejor traje entallado. Ni siquiera esa primera noche cuando
me quedé despierta unos minutos más para admirar al hombre desnudo envuelto
en sábanas junto a mí en mi cama.
—Hannah. —Su boca se movió, ignorando a las personas que nos miraban
alrededor de nosotros.
Levanté mi dedo índice cuando parecía que iba a decir algo más. Necesitaba
dejar salir esto primero.
Desafortunadamente, mis pulmones estaban haciendo un esfuerzo por
respirar, mucho más por hablar.
Cuando comencé a inclinarme hacia adelante, Brooks se arrodilló frente a
mí.
—¿Dónde está tu inhalador?
Negué con mi cabeza. Esto no era un ataque de asma. Esto se trataba del
momento en que todos los caminos que había tomado mi vida convergen en uno…
y podría tener algo que ver con la forma en la que había corrido los últimos diez
minutos con ninguna resistencia cardiovascular.
Jimmy se arrodilló al lado de nosotros, siempre persiguiendo el ángulo
perfecto, pero parecía tan preocupado como Brooks por estar cerca de
desmayarme. No era precisamente el éxito en rating que le había prometido a
Conrad.
Cuando traté de hablar de nuevo y no salió nada más que una bocanada de
aire, la mandíbula de Brooks se tensó.
—Necesitas acostarte y respirar. —Sus brazos me envolvieron desde atrás,
tratando de guiarme por el tumulto de gente hacia una banca del parque.
Mis pies se quedaron pegados a la tierra. 239
—Brooks… —Una palabra. Progreso. Aunque sonaba como si hubiera
inhalado helio. Respirando profundamente, lo intenté de nuevo. Yo podía hacer
esto—. Yo t amu —dije sin aliento, gruñendo cuando mi balbuceo llegó a mis oídos.
Esto no era de la altura de las proclamaciones románticas o ni siquiera cerca en
verdad.
Sus ojos se entrecerraron para concentrarse.
—¿Qué fue eso? —preguntó, todavía guiándome hacia el banco.
Cerré mis ojos para concentrarme mientras me enfocaba en decir las
palabras. El calor, la respiración agitada y docenas de espectadores muy cerca de
nosotros estaba haciendo de esto un momento formidable.
—Eh… —comencé a decir, tratando de articular cada palabra—… am.. ou.
Un rugido de frustración hizo sonar mi pecho.
—Hannah. Está bien. Lo que sea que tienes que decir puede esperar
—Te amo.
Las palabras salieron de mí, lo suficientemente fuerte y claro para que la
mitad del parque escuchara. Brooks pestañeó, sus ojos encontrándome.
—Antes de que yo diga algo, quería confirmar que esas eran las palabras
que querías decir.
—Esas eran las palabras correctas. —Mis dedos se apretaron a su brazo, mi
respiración controlándose.
—¿Leíste mi artículo?
Tomé un par de respiraciones, dejando que mis latidos se calmaran antes
de responder.
—Lo vi y me monté en un avión con dirección a aquí dos horas después.
—No lo hice para que te sintieras obligada… presionada… —Él se movió,
sus palabras atorándose en su garganta.
—Estoy aquí porque quiero. —Mis dientes mordieron mi labio—. Estoy
aquí porque te quiero. Porque te amo.
Frunció su entrecejo, su mano encontrando la mía. Todo se relajó cuando
sus dedos entrelazaron los míos, juntando su palma con la mía.
—Estaba asustado. Fui un cobarde. Todo con lo del programa, sabiendo lo
que tú creías y cómo entrarías en todo, no estaba seguro de que podía confiar en
lo que yo estaba sintiendo. No sabía si podía confiar en ti. —Mis pies se movieron
más cerca, hasta que nuestros cuerpos estaban tocándose—. Mi corazón sabía que
esto era real. Mi cabeza tomó más tiempo en darse cuenta. 240
Sus ojos se iluminaron con asombro.
—Supongo que el artículo donde expuse mi alma en la página principal del
World Times y retirarme del puesto de trabajo tampoco dolió.
—No, definitivamente eso no dolió. —Comencé a decir, mi rostro
animándose—. Pero no necesitabas hacer todo eso. El artículo. El trabajo.
Suficiente con que rechazaste un ascenso a la vez que sacaste del aire al señor
Realidad con lo que escribiste. —Puse mi mano libre contra su pecho, el sudor y el
calor de su piel pasándose a mi mano—. Renunciaste a mucho.
—¿Y mira lo que obtuve a cambio? —Sus brazos se posaron en mi espalda,
acercándome más.
—¿Sabías que vendría?
—Esperaba que lo hicieras. Y alguien me enseñó que la esperanza es
suficiente para mantener vivas incluso las nociones más locas.
La multitud se había puesto tan callada que me había olvidado del problema
de las personas estando aquí, siendo testigos de todo.
—Así que, jefa, ¿me tendrás en cuenta si tienes alguna vacante como
mensajero o un trabajo rutinario? Me las arreglé para quedarme sin trabajo. —
Sonrió, poniendo mi cabello alborotado detrás de mi oreja.
—En verdad… yo también me voy a salir del trabajo. —Mi nariz se arrugó
cuando lo dije.
—Hannah. ¿Qué? No. De ninguna forma. Ese es tu trabajo soñado. Serías
una de las directoras más jóvenes de la historia. —Brooks negó con su cabeza—.
No dejaré que renuncies.
—Es demasiado tarde porque ya le entregué a Conrad mi renuncia. Una vez
que se apague esta cámara, estoy fuera.
Mis manos se posaron en su cuello cuando él negó con su cabeza.
—Ese era tu sueño.
—Lo era. —Levanté mis hombros—. Pero justo como todo lo demás, los
sueños pueden cambiar. Además, con el señor Realidad y la señorita Romance
extinguiéndose, va a haber un hueco muy grande por llenar.
Su cabeza se inclinó.
—¿Qué tienes en mente?
—Un blog de relaciones, tú y yo como escritores, contribuidores y… —
mordí mi labio—… como tema.
Se quedó en silencio por un minuto, probablemente considerando mi loca 241
idea.
—Odias estar en cámara —dije, levantando su mentón en dirección a
Jimmy.
—Lo odio. Pero hay muchas confusiones sobre el amor ahí fuera. Supuse
que podríamos aclarar las dudas al documentar nuestra experiencia. Lo bueno. Lo
malo. Todos los altos y bajos y no simplemente las lindas líneas que se escriben en
Instagram. Las partes feas y desagradables también.
Negó con su cabeza, pero estaba sonriendo.
—Suena terrible. ¿Dónde me inscribo?
Miré a la cámara, señalando a los espectadores al otro lado.
—Acabas de hacerlo —le dije.
—Hablando de cámaras, ¿quisieras decirme por qué arrastraste a este
contigo desde Nueva York para documentar esto? —preguntó.
Mi pulgar acarició su cuello.
—Para poderle confesar al mundo que estoy enamorada de ti.
—Una gran proclamación. —Asintió.
—Solo siguiendo tu camino —respondí, mis ojos cayendo a su boca.
Las comisuras de sus labios se alzaron, su dedo haciendo un movimiento
entre nosotros.
—Tú y yo, esto debería haber sido imposible.
Me dejé ir al principio, al mismo inicio. Mi niñez. Mis padres. Mi carrera. La
noche que nos conocimos. El trato, el programa, la ruptura y el desamor. Este
momento.
—Imposible es solo un reto.
—¿Sí? Entonces te reto a… —Cuando Brooks se inclinó, sus manos se
movieron a cubrir el lente de Jimmy mientras susurró el resto en mi oído.
Mis piernas perdieron la sensación de nuevo, pero esta vez no fue por
agotamiento físico.
—Sí —dije rápidamente, riéndome de mí misma—. Quiero decir, sí… lo
haré.
—¿Quieres pensarlo uno o dos segundos? Es un compromiso para toda la
vida, por lo que he escuchado. —Los labios de Brooks tocaron los míos, inhalando
antes de alejarme—. No soy el príncipe en un caballo blanco, ¿recuerdas?
—No estaba buscando un cuento de hadas. —Mis labios tocaron los suyos
una vez más—. Solo mi propia historia. 242
Nicole Williams es la autora de la
trilogía éxito en ventas: El lado
explosivo de Jude, El lado peligroso
de Jude y El lado irresistible de Jude. 243
Le encanta leer y escribir libros sobre
personas que se enamoran, historias
con un final feliz, pero está
convencida de que las mejores
historias son las que creamos cada
día. Nicole vive con su marido y su
hija en el estado de Washington, y
siempre que pueden salen de viaje y
viven aventuras.
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