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SIGNIFICANTES. INTRODUCCIÓN
Así entendida, la cultura se nos presenta, no tanto como un conjunto de cosas, sino con
la práctica constante de producción de significados y del intercambio de los mismos: dos
personas pertenecen a la misma cultura, cuando interpretan el mundo de manera similar y se
expresan en formas mutuamente comprensibles. Hay que tener en cuenta que, los significados
culturales, no sólo están en la mente de los individuos, como abstracciones mentales, sino que
influyen en nuestra conducta; tienen efectos prácticos.
Este aspecto práctico de los significados culturales es importante: las cosas, por sí
mismas, rara vez tienen un significado único y permanente; son las personas que integran una
cultura, las que dan significado a esas cosas. La cultura interviene en esa práctica de dar
significado a las cosas, no sólo para nosotros mismos y para nuestra comprensión, sino
para que también puedan ser interpretadas significativamente por alguien.
El significado se produce en varios puntos del circuito cultural. Por ejemplo, a través de
las interacciones personales y sociales en las que tomamos parte. Esas interacciones son el lugar
privilegiado de la cultura; donde se produce el intercambio de significados. Por otra parte, los
medios de comunicación, hoy día tan masivos, también hacen circular significados a una
velocidad hasta ahora desconocida en la historia humana.
En realidad, el significado surge en todos los momentos y prácticas de nuestro circuito
cultural; en la construcción de las similitudes y diferencias; en la producción y en el consumo; y
en el comportamiento social.
Pero, insistimos, en todos esos lugares donde se crean significados y se comparten, el
medio privilegiado que hace que se produzcan y se compartan, sigue siendo el lenguaje.
Es evidente que tenemos “sistemas de representación” que nos permiten pensar, imaginar
o sentir, en nuestro interior, las cosas que están fuera, en el mundo. Es evidente también que,
para comunicar esos significados, debemos usar los mismos códigos lingüísticos: nuestros
interlocutores deben ser capaces de traducir lo que “tú” estás diciendo en lo que “yo” estoy
entendiendo y viceversa; les deben ser familiares las formas básicas de reproducción sonora;
captar el significado del lenguaje corporal o de la expresión facial, etcétera.
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con signos, que están en lugar de (o representan), lo que otros pueden decodificar e interpretar.
En este sentido, el lenguaje es una práctica significante.
Desde el punto de vista cultural, el significado no es sólo el que tienen las cosas del mundo
material. Ese es un significado primario que encontramos por el simple hecho de observar el
mundo. Pero, en la cultura, el significado no se encuentra, se construye, se produce.
También es preciso referirse a un enfoque más reciente que dirige su mirada, no a los
detalles de cómo funciona el lenguaje, sino en una realidad más amplia: el discurso en la
cultura. El discurso es toda aquella forma de referirse a algo, o construir algún conocimiento
sobre algo. El discurso, o la formación discursiva, como se la conoce, define lo que es, o no,
apropiado en relación con algún tema o aspecto de la actividad social.
Entre el enfoque semiótico y el discursivo hay similitudes, pero también diferencias hondas.
Básicamente, el enfoque semiótico se ocupa de cómo el lenguaje, mediante la utilización de
signos, construye el significado, mientras que el enfoque discursivo se ocupa más de los efectos
y consecuencias que se derivan del hecho de compartir los significados. Es decir, cómo la
formación discursiva regula la conducta y construye identidades y subjetividades. El enfoque
discursivo opera en situaciones y lugares históricos concretos, en la práctica real.
Lo que parece que es evidente es que la representación debe de analizarse en relación con la
forma concreta en que se materializa el significado. Es decir, requiere el análisis de signos,
símbolos, figuras, imágenes, sonidos, palabras, etcétera, que son las formas materiales en
las que circula el significado simbólico. Mediante este análisis, nos daremos cuenta de que no
hay una garantía absoluta de que exista un significado único y verdadero, o que los
significados no cambien a lo largo del tiempo. No se trata de abrir un debate entre lo que es
correcto y lo que está equivocado. Se trata de interpretaciones igualmente plausibles, aunque
puedan estar en competencia.