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NUEVA ORLEÁNS Y EL CUERPO DEL PLANETA

Sobre lo natural y otras ficciones

No hay duda que Crónica de una muerte anunciada pertenece a esa


literatura que relata lo que se repite de la experiencia humana y como los mitos de
la Grecia Antigua, nos remite al espacio oracular donde el destino depende tanto
de la marcha autónoma de lo real, como de nuestras elecciones. Entonces, la
ficción refleja una realidad compleja como la instancia ignota de la vida misma,
rebelde al cálculo humano que no entiende sus leyes aunque su texto esté ahí
desde el comienzo.

Siempre que irrumpe aquello anunciado y temido duele profundamente,


como duele pensar en los desdichados habitantes de la sureña ciudad de Nueva
Orleáns. No hacen falta las imágenes, tantas veces manipuladas por los medios,
para experimentar duelo por esa población, que como por azar es en su mayoría
negra (60% de los habitantes pertenece a esa franja racial) y que recibió sólo 40
millones de dólares en vez de los 100 que requería para el mantenimiento de sus
diques, debido a que los 60 restantes fueron invertidos en la intervención de Irak.
Meses después de esa primera negligencia, Nueva Orleáns fue dejada a su suerte
bajo la furia del huracán por cuatro días, durante los cuales su clamor de auxilio
fue tildado de alarmista y poco menos que desconsiderado con la tranquilidad del
presidente norteamericano. Entonces, uno recuerda cómo pasa de boca en boca
la advertencia de que los hermanos Vicario buscaban a Santiago Nasar para
matarlo y vuelve a desencadenarse el mito de García Márquez, que nos sitúa bajo
las leyes de las muertes anunciadas.

Katrina, Ritha, Phillipe y otro huracán que se augura llegará antes de


noviembre, hacen parte de la veintena que en 2005 detectan los meteorólogos,
fenómenos cada año más devastadores, que quienes administran el poder
prefieren llamar “naturales”, para negar la implicación humana en sus secuelas.
Pero la formación de un huracán no equivale a muerte inevitable ni justifica una
reacción militarista como la que se dio con retardo frente a la catástrofe. Más bien
lleva a pensar que el libreto sobre “seguridad” que gobierna a Occidente y que
promueven las autoridades estadounidenses se sale del contexto de la realidad
actual tanto de Luisiana como del resto del mundo.

Esa concepción de la seguridad, tan fuera de contexto, muestra el bloqueo


de un pensamiento embotado por el belicismo, acorralado por el temor que
produce percibir el odio propio, el desdeño por las necesidades de los pueblos y
por lo que no reporta beneficios en metálico. ¿Por qué aparecen militares para
atender la seguridad cuando no se trata de guerra sino del aire embravecido por el
recalentamiento, de la contaminación del agua, de la comida, de la evacuación de
los sobrevivientes, de la atención hospitalaria y de la proliferación de gérmenes?
¿No hablamos del país con más recursos para desarrollar la tecnología de punta,
del lugar con más alto nivel en investigaciones, médicas, geo-espaciales y vigía
del orden del mundo? Sí, pero por supuesto, también hablamos del campeón de la
contaminación industrial, que produce desechos radiactivos y que se niega a
participar en el tratado de Kyoto porque no quiere que la industria deje de rentar ni
un punto.

Dicho en otras palabras, Estados Unidos no está dispuesto a pagar lo que


usurpa al patrimonio de todos y de las próximas generaciones que es nuestro
planeta, de la misma manera que prefirió costearle al presidente el capricho de
colonizar Irak antes que pagar el mantenimiento de los diques de Nueva Orleáns.
La lógica es idéntica en materia doméstica o internacional.

Lacan decía que el rico es aquel que no paga1 y hace la expoliación del
goce extrayéndolo al cuerpo de otro, mientras con un pase de prestidigitador hace
creer que paga, que regala incluso, cuando la ilusión sólo se debe a razones
contables que transforman el goce expoliado en plusvalía. En eso Marx tenía

1
LACAN, Jacques. Seminario 17, El revés del psicoanálisis, México, Ediciones Paidós, 1992, págs. 85-88.
razón cuando comparaba al capitalista con un vampiro que se alimenta de cuerpos
vivos a los cuales transforma en su riqueza.

El cuerpo vivo en juego, el cuerpo del que dependen los demás es el


planeta. En años anteriores se hablaba del Fenómeno del Niño, como otro de los
transtornos atmosféricos que, sabemos bien, corresponden al deshielo de los
polos, a la contaminación por la emisión de gas automotriz y a la acumulación de
desechos tóxicos. Si se pone en la misma línea al huracán Katrina, se objetará
que los fenómenos “naturales” son impredecibles, no obstante la supuesta certeza
sobre el dominio de la ciencia sobre la naturaleza y la vida.

Pero la certeza es muchas veces manifestación de la ignorancia y la


ceguera ideológica de intereses políticos y económicos. ¿Podrían, por ejemplo,
decir los sabios cuáles serán en unos años, los efectos de las toneladas de
material radioactivo que se han sepultado en varios puntos de la geografía? Si
costó tanto hacerlos reconocer la producción de cáncer y taras genéticas en
poblaciones que habitaron sobre algunos de esos depósitos, ¿qué científico
reconocería que ignora la reacción de esos materiales con las capas geológicas al
cabo de algún tiempo? Que no se diga que la ciencia puede “asegurar” a la
población, porque la realidad es que no existe nadie que lo sepa. Con ese tipo de
“seguridades” es comprensible que quienes controlan el aseguramiento tengan
pánico y desarrollen delirios persecutorios.

Si para la modernidad Dios ha muerto, no es posible ya atribuir a su


voluntad punitiva los desastres ambientales, corresponde a los hombres darles
explicaciones lógicas y considerar como factor de riesgo sus intervenciones
invasivas sobre la naturaleza viva, por tanto, deben detenerse ya y dar paso al
estudio --este sí global-- del impacto producido por la tecnología que ha puesto en
riesgo a toda la tierra.
El teatro de la compasión y la sensiblería en los medios se usa como
cortina de humo sobre las responsabilidades y la forma en que el desastre nos
concierne globalmente. El drama local es de primera urgencia, pero el global
tampoco da espera y por más azarosos que aparenten ser los hechos “naturales”,
no podemos eludir la responsabilidad de los hábitos de consumo. Como en la
novela de García Márquez, el drama involucra a toda la “aldea2”, aunque hay,
desde luego, responsables más directos. ¿Se habrían formado tantos huracanes
de haber hecho efectivos acuerdos ecológicos desde las primeras tentativas para
la detención del recalentamiento de la tierra? Hay que recordar que cuando el aire
se calienta empieza a subir e inicia la dinámica atmosférica; ¿habría sucedido el
maremoto de año nuevo del 2000 en Venezuela si no se hubiera hecho ese gran
festín internacional de pólvora el 31 de Diciembre de 1999? La capa densa de
humo quedó como una nata de plomo suspendida en el aire durante dos días y
por acción del sol tuvimos un bochorno parecido al de esta mitad de año.

Tendríamos que rebelarnos a estar sometidos a la voluntad del poder que


se juega a la suerte la vida que no le pertenece, como sucede con Bahía Málaga,
sendero de ballenas y reserva biodiversa que nuestro Ministro de Transporte
Andrés Uriel Gallego cree “un regalo de Dios” donde es “absolutamente
obligatorio”3 hacer un puerto para mejorar el crecimiento económico… ¿de quién?,
pues más de la mitad de los colombianos se encuentran en absoluta pobreza y así
van a seguir. Ante esta barbarie y la fumigación con glifosato de los Parques
Naturales el Ministerio del Medio Ambiente enmudece. Por eso, si bien nos
condolemos del desastre de la región del Mississipi, estamos en riesgo de repetir
la Crónica de una muerte anunciada, y eso nos recuerda que en la aldea donde se
planea y sentencia con anticipación un crimen, nadie puede alegar inocencia si se
deja perpetrarlo.

Las víctimas también tienen responsabilidad por su destino aunque no


sepan predecirlo. Bush dijo que la catástrofe podría llegar a tener las dimensiones
2
Me refiero, por supuesto a la “aldea global”
3
Las frases entre comillas son textuales de la declaración del ministro presentada en Lechuza, el 28 se septiembre.
de la caída de la Torres Gemelas el 11 de septiembre, pero se equivocó con
creces, se rumora que en Nueva Orleáns hay más de 10.000 víctimas humanas.
Cuando el horror se instauró matando a todas esas personas en el World Trade
Center, se dudaba si eran merecedoras o no de una retaliación por respaldar las
hostilidades norteamericanas al medio oriente. El pueblo estadounidense reeligió a
George Bush recientemente, dándole la razón a José María Vargas Vila, cuando
dijo que cada pueblo merece la tiranía que lo oprime.

Ahora, le ha tocado el turno al medio ambiente, que hoy no es tan natural,


debido a la acumulación de deshechos. En Nueva Orleáns, como siempre resultó
afectada gente desposeída y segregada, pero que como electorado representa
costos para el poder. Y como la ganancia es el amo del capitalista, ese costo hizo
que, por primera vez, Bush admitiera en la conferencia de la ONU la necesidad de
combatir las causas del terrorismo. Lacan recordaba que el discurso está
vinculado con los intereses del sujeto, es a lo que Marx llama economía, y en la
sociedad capitalista esos intereses son enteramente mercantiles4.

La extinción de flora y fauna es irreparable, pero en términos económicos


actuales sólo constituye una desaparición de “recursos” entre los cuales el cuerpo
es otro insumo, como durante el experimento nazi , cuando sirvió para hacer
jabón. Lo peor es que nadie quiere percatarse de Lo que queda de Auschwitz5 en
la sociedad contemporánea. El individuo ---Freud lo advirtió6--- en la masa
obedece ciego a una voz de mando y en la actual economía de mercado obedece
la orden de consumo. Los imperativos de producción, “cree-si-miento económico”
y consumo han relevado al altoparlante usado en el campo de concentración, el
mercado ordena la masa, hoy ya no a gritos sino con tono seductor, ya no con
amenazas sino con “ofertas”, ya no en comunidades sino en centros comerciales,
ya no por el ideal eugenésico de la raza aria, sino por el capricho eugenésico o

4
Ibíd., pp. 96 –97.
5
AGAMBEN, Giorgio. Lo que queda de Auschwitz, Valencia, Pre-textos, 2000. Este texto muestra que la manipulación y
destrucción de la vida que se inició en los campos de concentración, continúa en nuestro tiempo.
6
FREUD, Sigmund. Psicología de masas y análisis del yo (1921), en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu
editores, 1982, Vol. XVIII.
reproductivo individual de “adquirir” un hijo o un doble, ya no en calidad de
ciudadanos sino de trituradores de basura, de detergentes, plásticos, realities,
automóviles, tecnología de punta, organismos genéticamente modificados, energía
radiactiva o armas.

¿Qué hace que los gobernantes, los científicos y finalmente la población


entera hagan la vista gorda con el desastre ecológico y sus réditos, que guardan
los colosos de la economía? Las alabanzas al fin de las ideologías enmudecen al
recordar que éstas son ceguera, son estupidez colectiva donde desaparece el
sujeto masificado. Bush con su perro en plena catástrofe del Katrina, es la
condensación de la imagen de la estupidez ideológica global contemporánea.
Pero, a la hora de definir la participación de cada uno en el desorden global, la
estupidez es general, un típico fenómeno de masa.

La ideología es así, los gestores de una realidad ignoran, por comodidad


cómo la engendran, pues si supieran demasiado, la realidad y su confort se
diluirían. ¿Qué pasaría si una población acordara no ver más televisión, no usar
detergentes o retirar su dinero de los bancos? El problema es que la ideología es
una religión, el culto a un confort ruinoso al que nadie está dispuesto a renunciar.
Hoy se profesa el credo de la satisfacción, que aísla porque cada cual está sólo en
la masa, entregado a la contabilidad de sus goces y celoso de los otros.

¿No es eso lo que hace la diferencia entre la destrucción de Nueva Orleáns


al paso del Katrina y la acogida sin víctimas que los cubanos solidarios y
organizados le dieron al huracán Iván el año pasado? La solvencia con la cual
Fidel Castro ofreció los servicios de 1.500 médicos debidamente entrenados para
la contingencia en Estados Unidos, es de una ética comparable con la de Gandhi
cuando interrumpió la gestión de independencia, mientras Inglaterra estaba en
guerra. La diferencia está en que Cuba se resiste a la economía de consumo, es
la excepción a la totalización. Como agujero en la estupidez ideológica global y
económica, Cuba cuestiona su seguridad, esa es su peligrosidad.
Ojalá que esta desgracia no sea un motivo más para atizar la política del
miedo, su carácter natural debe recordar al presidente Bush y a todos, que Dios
no es ciudadano norteamericano, aunque no por eso está en su contra ni se ha
enlistado en un grupo terrorista. Lo que vale la pena asegurar es la revisión de la
postura frente a los convenios ecológicos que permitan dejar el sueño consumista
del mundo y más bien despertar a la responsabilidad de conservarlo.

Estamos advertidos por el medio ambiente y esos avisos, de no ser oídos


pueden darle otra vez, y muy dolorosamente, la razón al poeta de Aracataca.

Aída Sotelo C.
Septiembre de 2005

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