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LEY DE LA GRADUALIDAD
¿CUÁL ES LA VERDAD SOBRE EL SÍNODO
DE LOS OBISPOS SOBRE LA FAMILIA?
(CARDENAL RAYMOND BURKE)
DICIEMBRE 4, 2015
El 1 de diciembre, en el National Catholic Register, el cardenal Raymond Leo
Burke ha publicado el artículo cuya traducción ofrezco a continuación, a raíz de
algunas declaraciones del P. Antonio Spadaro, en la revista de los jesuitas La
Civiltà Cattolica. El título original del artículo es The Truth About the 14th
Ordinary Assembly of the Synod of Bishops? (P. Miguel Ángel Fuentes, IVE)
“El Sínodo también ha querido referirse a las personas y las parejas heridas
para acompañarlas y sanarlas en un proceso de integración y de reconciliación
sin barreras. Sobre el acceso a los sacramentos de los divorciados vueltos a
casar civilmente, el Sínodo ha formulado la vía del discernimiento y del «fuero
interno», colocando las bases y abriendo una puerta que en el Sínodo
precedente, en cambio, había permanecido cerrada”. [Nota del P. Miguel
Fuentes: la expresión “fuero interno” que aparece varias veces en el artículo, se
refiere al plano de la conciencia y se ejerce en particular en el marco de la
confesión y de la dirección espiritual entre un penitente/dirigido y su
confesor/director espiritual].
Dejo de lado el hecho de que las declaraciones públicas hechas por diversos
padres sinodales afirman exactamente lo contrario, es decir: el Sínodo conserva
la práctica constante de la Iglesia sobre aquellos que viven en una unión
irregular. Dado que el texto de los parágrafos 84-86 de la Relación Final del
Sínodo no es muy claro sobre las verdades fundamentales de la fe, la Santa
Eucaristía y el Santo Matrimonio, la misma poca claridad emerge ahora en las
declaraciones de los padres sinodales. El hecho es que el Sínodo no puede abrir
una puerta que no existe y no puede existir, específicamente un discernimiento en
conciencia que contradice la verdad sobre la absoluta santidad de la Santa
Eucaristía y la indisolubilidad del vínculo matrimonial. Por otra parte, tanto el
Sínodo como la Iglesia, siempre ha predicado y practicado, siempre ha querido
mostrar amor hacia aquellos que se encuentran en una situación en la que no son
coherentes con las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia. El amor cristiano por las
personas, sin embargo, no significa “integración y reconciliación sin barreras”,
porque se funda sobre las insustituibles verdades de naturaleza y de gracia y están
ordenadas al bien de la persona y de la entera comunidad. El amor cristiano
acompaña la persona sobre el camino de la penitencia y de la reparación, de
modo que pueda encontrar nuevamente a Cristo en los Sacramentos.
El camino del discernimiento sobre el cual los sacerdotes acompañan al penitente
que vive en una unión irregular, es la asistencia del penitente, a fin de que pueda
conformar una vez más su conciencia a la verdad de la Santa Comunión y a la
verdad del matrimonio al que está vinculado. Como la Iglesia siempre ha
predicado y practicado coherentemente, el penitente es acompañado en su “fuero
interno” a vivir en la castidad, en la fe en el vínculo matrimonial existente aun si
aparentemente hay otra vida matrimonial, de modo de ponerlo en grado de
acceder de nuevo a los sacramentos sin dar escándalo. El Papa Juan Pablo II
describió la práctica de la Iglesia en el “fuero interno” en la
exhortación Familiaris consortio (n. 84). La Declaración del Pontificio Consejo
para los Textos Legislativos, del 24 de junio de 2000, ilustra las enseñanzas del
párrafo 84 de la Familiaris consortio. Ambos documentos están citados en la
Relación Final del Sínodo, aunque lamentablemente de modo ambiguo.
Dar la impresión de que haya otra pastoral en el “fuero interno”, una que pueda
permitir a una persona empeñada en una unión irregular tener acceso a los
Sacramentos, es como sugerir que la conciencia pueda estar en conflicto con la
verdad de la fe. Una sugerencia de este tipo pone claramente a los sacerdotes en
una situación insostenible, la expectativa de que puedan “abrir [al penitente] una
puerta” que, de hecho, no existe.
Un llamado
Recordando la enseñanza de Humanae vitae (y Veritatis splendor)
David S. Crawford y Stephan Kampowski
El 23 de junio de 2015 se publicó el Intrumentum laboris (texto de trabajo) para
la XIV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
Dicho Instrumentum abarca un amplio abanico de tópicos referidos al tema del
Sínodo sobre la familia. El parágrafo 137 alude a un documento clave del
Magisterio moderno, la Humanae vitae, de un modo que pone en cuestión el
vigor de su enseñanza y, al mismo tiempo, propone un método de discernimiento
moral claramente no católico. Esta propuesta de discernimiento contradice lo
enseñado hasta ahora por el Magisterio de la Iglesia acerca de las normas
morales, de la conciencia y del juicio moral, sugiriendo que una conciencia bien
formada puede estar en conflicto con las normas morales objetivas.
Como teólogos y filósofos moralistas católicos, nos sentimos moralmente
obligados a hablar contra la distorsión de la enseñanza católica implícita en el
parágrafo 137. Si llega a ser aprobado por el Sínodo, el defectuoso texto
del Instrumentum laboris puede sembrar confusión entre los fieles. Por este
motivo, debería quitarse el parágrafo 137 y reemplazarse por otro que hable de la
conciencia con mayor precisión, que celebre la sabiduría y belleza de
la Humanae vitae, y que ayude a los esposos a apreciar las gracias de que
disponen para vivir el plan de Dios sobre el don de la sexualidad.
La norma moral
El párrafo 137 en la versión oficial en inglés publicada por el Vaticano dice lo
siguiente:
“In relation to the rich content of Humanae Vitae and the issues it treats, two
principal points emerge which always need to be brought together. One element
is the role of conscience as understood to be God’s voice resounding in the
human heart which is trained to listen. The other is an objective moral norm
which does not permit considering the act of generation a reality to be decided
arbitrarily, irrespective of the divine plan of human procreation. A person’s over-
emphasizing the subjective aspect runs the risk of easily making selfish choices.
An over-emphasis on the other results in seeing the moral norm as an
insupportable burden and unresponsive to a person’s needs and resources.
Combining the two, under the regular guidance of a competent spiritual guide,
will help married people make choices which are humanly fulfilling and ones
which conform to God’s will”.
Si la versión en inglés es muy ambigua, mucho más problemático resulta el texto
original en italiano [y en español[i]], que dice literalmente:
“Teniendo presente la riqueza de sabiduría contenida en la Humanae vitae, en
relación a las cuestiones tratadas en el documento, surgen dos polos que deben
ser constantemente conjugados. Por una parte, el papel de la conciencia
entendida como voz de Dios que resuena en el corazón del hombre educado a
escucharla; por otra, la indicación moral objetiva, que impide considerar la
procreación una realidad sobre la cual decidir arbitrariamente, prescindiendo del
designio divino sobre la procreación humana. Cuando prevalece la referencia al
polo subjetivo, es fácil caer en opciones egoístas; en el otro caso, se percibe la
norma moral como un peso insoportable, que no responde a las exigencias y a las
posibilidades de la persona. La combinación de los dos aspectos, vivida con el
acompañamiento de un director espiritual competente, ayudará a los cónyuges a
escoger opciones plenamente humanizadoras y conformes a la voluntad del
Señor”
Si la traducción en inglés suaviza la división entre conciencia y normas hablando
de “two principal points” [dos puntos principales], la versión italiana la
intensifica hablando de “due poli” [vertido literalmente en la española: “dos
polos”]. Si la versión inglesa habla de “over-emphasis” [acentuar], la italiana
habla de “prevalere” [trasladado literalmente en la española: “prevalecer”].
Ahora bien, la lengua de trabajo en el Sínodo del año pasado fue el italiano. Por
tanto, el original italiano parece ser la versión más importante del texto.
Sin embargo, en cualquiera de las dos versiones que se use, el parágrafo 137 no
presenta bien ni el papel de la conciencia ni el significado de las normas. La
redacción del parágrafo es profundamente ambigua, y tiende a presentar la norma
moral como exterior a la persona humana y a la vida buena que estamos llamados
a vivir. De este modo sugiere que la norma es exclusivamente negativa y, por
tanto, coercitiva. Este énfasis en la función prohibitiva de la norma ignora su
papel positivo en la promoción del crecimiento personal del actor moral y del
cumplimiento en el bien. A causa de que el pasaje no enseña que la norma en sí
misma, en su objetividad, manifiesta algo crucial para la belleza y bondad de la
vida humana bien vivida, transmite también la impresión de que las normas
morales pueden ser, de hecho, “un peso insoportable”, es decir, “no responde a
las exigencias y a las fuerzas de la persona”.
El modo en que el parágrafo presenta la norma moral no tiene en cuenta lo que
dice la Veritatis splendor en el n. 15: “Jesús enseña que los mandamientos no
deben ser entendidos como un límite mínimo que no se puede traspasar, sino más
bien como un sendero que entraña un viaje moral y espiritual hacia la perfección,
en cuyo corazón está el amor (cf. Col 3,14)”. Comprender las normas morales
exclusivamente como limitaciones externas que compiten potencialmente con el
bien del sujeto moral, ignora el modo de hablar de Jesucristo sobre los
mandamientos como rebosantes de la plenitud de vida prometida por Él.
Sugerir que el contenido objetivo de una norma moral puede “no responder a las
necesidades de una persona”, de tal modo que conformarse a su mandato podría
no promover el bien moral de la persona, esto es, el “bien de la persona” (cf. VS
50), contradice la concepción católica de la moralidad. Afirmar que las normas
morales puedan no promover la felicidad humana insinúa una concepción de la
ley moral nominalista y arbitraria, según la cual un acto sería malo por la
exclusiva razón de haber sido prohibido. Tal perspectiva no corresponde de
ningún modo a la realidad de la creación de Dios. Hay que decir, más bien, que la
norma moral, correspondiendo a la verdad del acto creador de Dios, expresa
aquellas verdades antropológicas sobre la persona humana que no pueden
ignorarse o violarse sin dañar nuestras “necesidades y posibilidades”, esto es, sin
perjudicarnos a nosotros mismos.
La conciencia
No menos ambigua e incompleta resulta la presentación de la conciencia en el
parágrafo 137. Se nos dice que es la “voz de Dios que resuena en el corazón del
hombre educado a escucharla”.
Esta definición parece ser una distorsión del texto de Gaudium et spes, n. 16 que
dice: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de
una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe
amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque
el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia
consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La
conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se
siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es
la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento
consiste en el amor de Dios y del prójimo”.
El Instrumentum laboris no señala que la conciencia hace referencia a la ley
escrita en nuestros corazones, que es el sentido en que debe interpretarse la “voz
de Dios”. La “voz” de Dios no dice una cosa sobre la moralidad a una persona y
algo diferente a otra, y jamás habla contra una norma objetiva enseñada por la
Iglesia. Hablar de una voz de Dios de tal modo que parece distinta de la ley
moral o que parece carecer de toda referencia a ella, es muy inadecuado. Es
erróneo hablar de un polo subjetivo extraño a la ley, que debería conjugarse con
dicha ley.
De los errores del parágrafo 137 no solo puede seguirse el riesgo de “opciones
egoístas”, sino más bien un subjetivismo radical en nuestra comprensión de la
vida moral, al desvincular la conciencia de la presencia interna de la ley moral
que la ilumina. Una vez que la conciencia es separada de la ley, aquélla deja de
ser un modo de estar ante Dios. Con tal manera de pensar, en la propia
conciencia uno está, más bien, solo ante sí mismo. La Veritatis splendor, al
comentar Rom 2,14-15 expresa el modo en el que la conciencia, comprendida
propiamente, nos pone en la presencia de Dios: “Según las palabras de san Pablo,
la conciencia, en cierto modo, pone al hombre ante la ley, siendo ella
misma «testigo» para el hombre: testigo de su fidelidad o infidelidad a la ley, o
sea, de su esencial rectitud o maldad moral” (n. 57).
También está totalmente ausente del parágrafo 137 la idea de que la conciencia
hace una referencia intrínseca a una verdad objetiva acerca del bien. Presentando
la conciencia como una facultad subjetiva que en oposición dialéctica con la ley,
el Instrumentum laboris propone una concepción incompatible con la enseñanza
del Magisterio de la Iglesia y disminuye la dignidad espiritual de la persona
humana entendida como alguien capaz de conformar sus acciones con la verdad
objetiva.
El juicio moral
Según la lógica del parágrafo 137 el juicio moral no es ya un juicio de conciencia
iluminado por la ley, sino más bien la conjugación de dos polos, uno subjetivo y
otro objetivo. Debemos enfatizar que tal conjunción de los dos elementos
dialécticos se realiza sin ningún criterio. Siendo la conciencia y la ley dos polos
que hay que reconciliar, ninguno de ellos puede proporcionar los criterios de
cómo realizar su combinación. En otras palabras, el Instrumentum laboris, parece
implicar que el criterio último de moralidad es arbitrario.
La mencionada ayuda externa de un “director espiritual competente” no
soluciona la dificultad. Si bien una fiel dirección espiritual puede reportar
indudablemente muchos beneficios, la necesidad de aludir a ella en este contexto
no hay más que reconocer la falta de criterios –fuera de la guía espiritual– en los
que basar la decisión final. Debemos decir que solo unos pocos esposos acuden
de hecho regularmente a una dirección espiritual. Más profundamente, esta
solución hace depender a los cónyuges del juicio moral de los pastores
experimentados, una dependencia que contradice la verdadera naturaleza de la
conciencia.
Una guía spiritual no tendrá mayor acceso a criterios objetivos que una
conciencia bien formada (“entrenada a escuchar”), y la misión del director
espiritual jamás consiste en recomendar o permitir la transgresión de la ley moral
de Dios. De hecho, la misma Humanae vitae insiste en que quien guía a los
esposos nunca debe comprometer la verdad: “No menoscabar en nada la
saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas”
(HV 29).
San Juan Pablo II, el Papa de la familia, clarificó la imposibilidad de que una
evaluación subjetiva privada de los bienes pudiera ser de mayor peso que los
bienes objetivos: “Hablar de «conflicto de valores o de bienes» y de la
consiguiente necesidad de lograr una especie de «equilibrio» de los mismos,
eligiendo uno y rechazando el otro, no es moralmente correcto y sólo produce
confusión en la conciencia de los esposos”[ii].
Ahora bien, presentando el juicio moral como un posible conflicto entre la
conciencia y la moralidad objetiva, el parágrafo 137 cae en el error rechazado por
la Veritatis splendor, n. 56: “Además del nivel doctrinal y abstracto, sería
necesario reconocer la originalidad de una cierta consideración existencial más
concreta. Ésta, teniendo en cuenta las circunstancias y la situación, podría
establecer legítimamente unas excepciones a la regla general y permitir así la
realización práctica, con buena conciencia, de lo que está calificado por la ley
moral como intrínsecamente malo. De este modo se instaura en algunos casos
una separación, o incluso una oposición, entre la doctrina del precepto válido en
general y la norma de la conciencia individual, que decidiría de hecho, en última
instancia, sobre el bien y el mal. Con esta base se pretende establecer la
legitimidad de las llamadas soluciones pastorales contrarias a las enseñanzas del
Magisterio, y justificar una hermenéutica creativa, según la cual la conciencia
moral no estaría obligada en absoluto, en todos los casos, por un precepto
negativo particular”.
La encíclica de San Juan Pablo II anticipa, si se puede decir así, el lenguaje
del Instrumentum laboris y su interés por el peso de nuestras “necesidades y
capacidades”: “La doctrina de la Iglesia, y en particular su firmeza en defender la
validez universal y permanente de los preceptos que prohíben los actos
intrínsecamente malos, es juzgada no pocas veces como signo de una
intransigencia intolerable, sobre todo en las situaciones enormemente complejas
y conflictivas de la vida moral del hombre y de la sociedad actual. (…) En
realidad, la verdadera comprensión y la genuina compasión deben significar amor
a la persona, a su verdadero bien, a su libertad auténtica. Y esto no se da,
ciertamente, escondiendo o debilitando la verdad moral, sino proponiéndola con
su profundo significado de irradiación de la sabiduría eterna de Dios, recibida por
medio de Cristo, y de servicio al hombre, al crecimiento de su libertad y a la
búsqueda de su felicidad” (VS 95).
Las ambiguas e imprecisas formulaciones del parágrafo 137 sugieren un rechazo
de la existencia de actos intrínsecamente malos. El texto implica que no hay
normas morales que tengan validez absoluta, universal e inmutable y que
prohíban siempre y sin excepciones acciones intrínsecamente malas. De este
modo, el pasaje parece cuestionar la Tradición de la Iglesia y la enseñanza
explícita de la encíclica Veritatis splendor (nn. 79-82; 115).
Conclusión
A la luz de todo lo anterior, consideramos que el texto del Instrumentum
laboris contiene una seria deficiencia. Parece estar en directa tensión con las
enseñanzas del Magisterio contenidas en Humanae vitae y Veritatis splendor. A
pesar de que el parágrafo 137 se presenta a sí mismo como una explicación del
significado de la Humanae vitae, de hecho vacía la encíclica de su enseñanza
central. Lo que se juega aquí no es una cuestión de poca monta sino una seria
distorsión del contenido básico del documento de Pablo VI. Las inadecuaciones y
tergiversaciones contenidas en el Instrumentum laboris pueden tener
consecuencias devastadoras para los fieles, quienes tienen derecho a conocer la
verdad del depositum fidei. En verdad, si el Sínodo aprobara el parágrafo 137,
sembraría semillas de confusión entre los fieles. No se llevará a los fieles a
apreciar y vivir la belleza y firme enseñanza sobre la sexualidad expresada en
la Humanae vitae. Se les confundirá respecto de la relación entre la conciencia y
la verdad moral objetiva. Y finalmente, esta confusión no se limitará solamente a
la enseñanza de la Humanae vitae. Permitir que las formulaciones del parágrafo
137 se presenten como parte de la enseñanza del Sínodo implicaría que su lógica
podría aplicarse en otros ámbitos en que la enseñanza de la Iglesia concernientes
a los actos intrínsecamente malos es puesta en tela de juicio, como el aborto o la
eutanasia.
Ya hemos recorrido antes este camino. El fracaso de muchos teólogos e incluso
de algunos obispos y sacerdotes en dar un sólido apoyo a la enseñanza de
la Humanae vitae ha llevado a décadas de una débil identificación con la
enseñanza de la Iglesia, no sólo en materia sexual, sino en todos los ámbitos. El
Sínodo es una oportunidad para corregir esta deficiencia. El parágrafo 137 debe
ser rechazado y reemplazado por un fuerte apoyo a la enseñanza de la Humanae
vitae y una clara explicación de la relación entre la conciencia y las normas
morales objetivas como enseña la Veritatis splendor.
Publicamos esta declaración en nuestra condición de filósofos y teólogos
moralistas católicos, deseando hacer una contribución al éxito del Sínodo. Que
siempre esté guiado por la verdad. Es la verdad misma la que permite el diálogo,
en cuando proporciona los justos parámetros dentro de los cuales el diálogo se
puede llevar a cabo. Con este llamamiento, ejercemos la parresía, la franqueza
en el hablar, deseada por el Papa Francisco para el desarrollo del Sínodo de los
Obispos. También tratamos de llevar a cabo nuestro papel de discernimiento del
bien moral como servicio a la Iglesia y a todos los fieles (cfr. VS 113).
Autores
David S. Crawford is the Associate Professor of Moral Theology and Family
Law, and Associate Dean for Academic Affairs, at the Pontifical John Paul II
Institute for Studies on Marriage and the Family in Washington, DC.
Stephan Kampowksi is the Associate Professor of Philosophical Anthropology
at the Pontifical John Paul II Institute for Studies on Marriage and Family in
Rome, Italy.
Adhesiones
Rev. Prof. Nicanor Austriaco, O.P.
Providence College, Providence, RI
Rev. Dr. Fernando García Alvaro
Diocesan Seminary of Valladolid, Spain
Rev. Prof. Stephen L. Brock
Pontifical University of the Holy Cross, Rome, Italy
Rev. Prof. Basil Cole, O.P.
Pontifical Faculty of the Immaculate Conception, Dominican House of
Studies,Washington, DC
Rev. Dr. Leo Elders
Major Seminary, Rolduc, Netherlands
Most Rev. Prof. Peter Elliott
John Paul II Institute for Marriage and the Family, Melbourne, Australia
Dr. Maria Fedoryka
Ave Maria University, Ave Maria, FL
Dr. John M. Finnis
University of Oxford, England and University of Notre Dame du Lac, Notre
Dame, IN
Rev. Prof. Kevin Flannery, S.J.
Pontifical Gregorian University, Rome, Italy
Rev. Dr. Robert Gahl
Pontifical University of the Holy Cross, Rome, Italy
Dr. Jorge L.A.Garcia
Boston College, Boston, MA
Rev. Dr. Fernando García Alvaro
Diocesan Seminary of Valladolid, Spain
Dr. Véronique Gay-Crosier
University of Fribourg, Switzerland
Prof. Luke Gormally
The Anscombe Bioethics Centre (The Linacre Centre), Oxford, England
Dr. Oana Gotia
Pontifical John Paul II Institute, Rome, Italy
Rev. Dr. Daniel Granada Cañada
University of Navarra, Spain
Dr. Germain Grisez
Emeritus, Mount St. Mary’s University, Emmitsburg, MD
Rev. Dr. Benedict M. Guevin
Saint Anselm College, Manchester, NH
Dr. Michael Hanby
Pontifical John Paul II Institute, Washington, DC
Dr. Margaret Harper McCarthy
Pontifical John Paul II Institute, Washington, DC
Dr. Reinhard Hütter
Duke Divinity School, Durham, NC
Dr. Steven Jensen
University of St. Thomas, Houston, TX
Dr. Mark Johnson
Marquette University, Milwaukee, WI
Rev. Dr. Tomasz Kraj
Pontifical University of John Paul II, Cracow, Poland
Rev. Dr. Juan de Dios Larrú
Universidad Eclesiástica San Dámaso, Madrid, Spain
Most Rev. Andreas Laun
Auxiliary Bishop of Salzburg, Austria
Rev. Dr. Raúl Sacristán López
Universidad San Dámaso, Madrid, Spain
Dr. Norbert Martin and Renate Martin
Members of the Pontifical Council for the Family (since its foundation in 1981),
Germany
Rev. Dr. Livio Melina
Pontifical John Paul II Institute, Rome, Italy
Rev. Dr. Jarosław Merecki
Pontifical John Paul II Institute, Rome, Italy
Dr. William Murphy
Pontifical College Josephinum, Columbus, OH
Rt. Rev. Jean-Charles Nault, O.S.B.
Abbot of the Abbey of Saint-Wandrille, France
Rev. Dr. José Noriega
Pontifical John Paul II Institute, Rome, Italy
Dr. Eduardo Ortiz
Universidad Católica de Valencia, Spain
Dr. Michael Pakaluk
Ave Maria University, Ave Maria, FL
Rev. Dr. José María Pardo Sáenz
University of Navarra, Spain
Rev. Dr. Juan José Pérez-Soba
Pontifical John Paul II Institute, Rome, Italy
Rev. Dr. Marian Pokrywka
The John Paul II Catholic University of Lublin, Poland
Rev. Dr. Helmut Prader
Philosophisch-Theologische Hochschule Benedikt XVI, Heiligenkreuz, Austria
Rev. Dr. Martin Rhonheimer
Pontifical University of the Holy Cross, Rome, Italy
Rev. Dr. Angel Rodríguez Luño
Pontifical University of the Holy Cross, Rome, Italy
Rev. Dr. Raúl Sacristán López
Universidad San Dámaso, Madrid, Spain
Rev. Dr. José María Pardo Sáenz
University of Navarra, Spain
Rev. Dr. Augusto Sarmiento
University of Navarra, Spain
Rev. Dr. Carlos Alberto Scarponi
Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, Argentina
Rev. Dr. Peter Schallenberg
Theologische Fakultät Paderborn, Germany
Dr. Michele Schumacher
University of Fribourg, Switzerland
Dr. Walter Schweidler
Catholic University of Eichstätt, Germany
Dr. Josef Seifert
Instituto de Filosofía Edith Stein, Granada, Spain
Dr. Mary Shivanandan, Emeritus
Pontifical John Paul II Institute, Washington, DC
Dr. Robert Spaemann, Emeritus
University of Munich, Germany
Rev. Dr. Josef Spindelböck
Philosophisch-Theologische Hochschule, St. Pölten, Austria
Dr. Aude Suramy
Institut Catholique de Toulouse, France
Rev. Dr. Juan Andrés Talens Hernándis
Facultad de Teología Valencia, Spain
Dr. Steven Craig Titus
Institute for the Psychological Sciences, Arlington, VA
Dr. Christopher Tollefsen
University of South Carolina, Columbia, SC
Dr. Mats Wahlberg
Umeå University, Sweden
Rev. Dr. Thomas Joseph White, O.P.
Dominican House of Studies, Washington, DC
Rev. Dr. Luigi Zucaro
Pontifical John Paul II Institute, Rome, Italy
[i] Los autores de la Declaración hacen referencia a la versión italiana, pero como
la traducción oficial al español publicada por el sitio web del Vaticano transcribe
literalmente las expresiones criticadas por los autores, me ha parecido lógico
aludir a las dos y reproducir solamente la española, lengua de mi traducción.
[ii] Juan Pablo II, Discurso a los participantes a un encuentro de estudio sobre la
procreación responsable, 5-VI-1987, n. 1.
En la sección que la Relación final del Sínodo sobre la Familia de 2014 dedica a
la pastoral con los matrimonios que sufren diversos tipos de problemas (nn. 44-
46), se insiste varias veces en la necesidad de contar con una ayuda eclesiástica
verdaderamente adecuada; por ejemplo en el n. 44: “Cuando los esposos sufren
problemas en sus relaciones, han de poder contar con la ayuda y con el
acompañamiento de la Iglesia”. Es claro que entre quienes deben ofrecer esta
ayuda se cuentan, ante todo, los sacerdotes que reciben las confidencias de las
dificultades matrimoniales en el sacramento de la penitencia. De ahí que se haga
urgente volver a repasar los principales temas de la moral matrimonial que los
confesores suelen enfrentar en el sacramento de la penitencia. Con ese fin,
ofrezco algunas consideraciones o notas sobre un valioso aporte que hizo el
Pontificio Consejo para la Familia, en 1997, titulado Vademecum para los
confesores sobre algunos temas de moral conyugal. Sus observaciones siguen
siendo muy actuales, y, debemos reconocerlo, no siempre conocidas por todos los
confesores… o no siempre seguidas con fidelidad.
No reproduzco aquí el texto del “Vademecum”, que puede ser leído cliqueando
sobre el idioma que se prefiera: español, italiano.
La estructura del documento consta de cuatro partes:
I. Presentación
II. Introducción
1) Necesidad de ayudar a los esposos para que vivan su paternidad como santidad
5) Reincidencia y arrepentimiento
IV. Conclusión
En el año 1998 el mismo Consejo Pontificio para la Familia publicó una serie de
reflexiones sobre este documento: “Moral conyugal y Sacramento de la
Penitencia. Reflexiones sobre el Vademecum para los Confesores”[1]. Allí se
encuentran comentarios sobre:
“Vocación cristiana a la santidad y amor conyugal” (A. Matteeus).
“Dolor y contrición en los penitentes reincidentes” (A. Chapelle).
“Ignorancia invencible y mal moral” (Giancarlo Grandis).
“La integridad en la confesión y la prudencia del confesor” (F. Fernández-
Sánchez).
“Prudencia y fatiga del amor conyugal” (Tadeus Styczen).
“La cooperación al mal de la contracepción” (Carlo Caffarra).
“Paternidad y maternidad responsables” (Lino Ciccone).
“El sacramento de la penitencia y la santidad de los cónyuges” (Gil Hellín).
“La ‘communio personarum’ y el acto conyugal” (W. May).
“Las raíces comunes de la píldora anticonceptiva y del aborto: una
información para los confesores” (J. Suaudeau).
“La aportación de la pastoral familiar” (R. Bonetti).
“Referencias bíblicas y patrísticas” (F. Felice).
Quisiera destacar algunos puntos en particular.
1. Las exigencias morales y la gracia
En más de una oportunidad el Documento insiste en la necesidad de la gracia
para cumplir las obligaciones morales. Por ejemplo:
–“No es posible para el hombre con sus propias fuerzas realizar la perfecta
entrega de sí mismo. Pero se vuelve capaz de ello en virtud de la gracia del
Espíritu Santo” (III,1,3).
Es importante tener en cuenta este punto, pues muchas veces nos encontramos
con situaciones en que sospechas que los cónyuges no serán capaces de vivir las
exigencias de la castidad matrimonial, lo que puede apartarnos de advertirles o
adoctrinarles cuando esto es necesario. No debemos mirar con ojos humanos la
exigencia moral de la ley natural (menos todavía la evangélica).
Es cierto que es algo difícil. Es más, sabemos que el cumplimiento de toda la ley
moral (todos los mandamientos y todo el bien moral) no es posible en el estado
presente de la naturaleza humana (post peccatum). Pero Dios no nos manda
cumplir la totalidad de los mandamientos con la sola fuerza natural sino con la
gracia. Esto es de fe, como podemos leer en el Concilio de Cartago (Dz 105), y
modernamente en la Veritatis splendor (n. 25, citado en el documento). Santo
Tomás lo explica en Suma Teológica I-II, 109, 4.
Debemos motivar a asumir las responsabilidades matrimoniales con la ayuda de
la gracia. Lo contrario es una visión humana.
No hay que ser esclavos de nuestras malas experiencias. Cada alma es un mundo
aparte.
Además, muchos de los que realmente no están bien dispuestos no son totalmente
culpables de su actitud, puesto que ésta se debe a la escasa, o nula formación que
les damos nosotros los sacerdotes.
En cuanto a las preguntas y consejos (nn. 3-4), hay que distinguir dos casos:
4. Reincidencia y arrepentimiento
El n. 11 nos hace plantear la diferencia entre arrepentimiento y reincidencia: “A
quien, después de haber pecado gravemente contra la castidad conyugal, se
arrepiente y, no obstante las recaídas, manifiesta su voluntad de luchar para
abstenerse de nuevos pecados, no se le ha de negar la absolución sacramental. El
confesor deberá evitar toda manifestación de desconfianza en la gracia de Dios, o
en las disposiciones del penitente, exigiendo garantías absolutas, que
humanamente son imposibles, de una futura conducta irreprensible, y esto según
la doctrina aprobada y la praxis seguida por los Santos Doctores y confesores
acerca de los penitentes habituales”.
Recuerda las tres condiciones para que sea lícita, es decir, primero, que sea
encuadrada: ante todo como cooperación material y no formal; y segundo que sea
encuadrada como cooperación material lícita (pues no toda cooperación material
es lícita).
Las tres condiciones son: 1ª que la acción del cónyuge sea lícita en sí misma; 2ª
que existan motivos proporcionalmente graves para cooperar al pecado del
cónyuge; 3ª que se procure ayudar al cónyuge (pacientemente, con la oración,
con la caridad, con el diálogo: no necesariamente en aquel momento, ni en cada
ocasión) a desistir de tal conducta.
DS 2795: Respuesta del Santo Oficio; 19 de abril de 1853 (bajo Pío IX)
NOTAS:
[1] Libreria Editrice Vaticana 1998; edición española de Ediciones Palabra,
Madrid 1999.
[2] Cf. Grazioli, Modelo de confesores, pp. 231-233.
[3] Cf. ibid, pp. 241-242.
[4] Cf. Mons. Carlo Caffarra, La cooperación al mal de la contracepción, en:
Pont. Consejo para la Familia, Moral conyugal y Sacramento de la Penitencia,
Palabra, pp. 169-170).
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