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Autonomía de la voluntad

Redefine la esencia misma de la moralidad. La autonomía de la voluntad hace referencia a


nuestra capacidad intrínseca de autolegislar, para establecer así principios morales sin
depender de influencias externas. En lugar de recibir mandatos éticos de una autoridad
externa, la voluntad autónoma crea sus propias leyes morales, confiriendo así un carácter
único y digno a nuestras acciones éticas.
La autonomía implica que nosotros mismos creamos nuestras propias reglas éticas en
lugar de recibirlas de una autoridad externa. En otras palabras, somos los jefes de
nuestras decisiones éticas.
Acto de legislación interna: Esta autonomía implica el acto de legislación interna de la
razón. La facultad de la razón permite discernir principios morales universales que
posibilitan que la voluntad se autorregule éticamente. En este contexto, la moralidad no
se impone desde fuera, sino que emerge como resultado de la deliberación racional
interna.
Nuestras reglas éticas no nos son impuestas desde afuera, sino que nacen de nuestra
propia razón interna. La facultad de la razón nos permite pensar en reglas que son buenas
para todos, sin depender de lo que otros digan.
Capacidad de la razón para legislar: La razón, para Kant, se erige como un instrumento
supremo en este proceso de legislación moral. No es meramente un observador pasivo de
reglas externas, sino una entidad de la razón para legislar principios morales por sí misma,
resaltando la autonomía como la fuente última de la autoridad moral.
La autonomía, se entrelaza con la capacidad de discernimiento de la razón práctica,
conduciendo a la fórmula de imperativos categóricos.
Esta capacidad de la razón para discernir principios morales universales lleva a los
"imperativos categóricos", que son reglas éticas que son válidas para todos, en todas
partes. Es como tener reglas que todos pueden seguir porque son justas.
Razón práctica y Antropología en la fundamentación Moral.
Kant destaca la importancia de basar la ética en principios racionales universales en lugar
de basarlo en características empíricas contingentes. Sostiene que la moralidad genuina se
deriva de la razón práctica pura; los principios morales deben ser universales y aplicables a
todos los seres racionales, independientemente de sus características individuales
contingentes. Esto se debe a que Kant va en contra de basar la moralidad en
características empíricas, como las particularidades de la cultura, la historia personal o
deseos subjetivos.
La autonomía de la voluntad es guiada por la razón práctica pura, la cual es clave para
establecer principios morales universales. La autonomía implica que los individuos son
capaces de actuar de acuerdo con principios racionales, independientemente de las
circunstancias externas. Basado en esto, surge la noción de la dignidad inherente, donde
Kant argumenta que la verdadera dignidad radica en actuar de acuerdo con la razón
práctica pura y los principios morales universales, en lugar de depender de las
inclinaciones o rasgos empíricos.

Imperativos categóricos
Son principios éticos incondicionales que representan la esencia misma de la moralidad. A
diferencia de los imperativos hipotéticos, que están condicionados a ciertos propósitos o
fines, los categóricos son universales y se aplican sin importar las circunstancias
contingentes. No están condicionados por ningún otro fin y se presentan como principios
apodícticos-prácticos, es decir, principios prácticos que son afirmados de manera absoluta
y necesaria.
Universalidad y moralidad pura
La universalidad de los imperativos categóricos destaca su conexión intrínseca con la
moralidad pura. Estos principios éticos, al ser aplicables a todas las personas en todo
momento, subrayan la necesidad de actuar de acuerdo con principios que resisten la
prueba de la universalidad.

Ejemplo del principio de la ley universal


Un ejemplo paradigmático de un imperativo categórico es la fórmula de la ley universal:
"obra solo según aquella máxima mediante la cual puedas al mismo tiempo querer que se
convierta en una ley universal". (Kant, pag 123 [A 53]). Este principio enfatiza la
coherencia y consistencia en nuestras acciones, proponiendo que nuestras máximas
personales deben ser susceptibles de ser aceptadas como leyes morales universales.
Este principio resalta la importancia de la coherencia y la consistencia en nuestras
decisiones éticas. Si una acción específica es justificada como una máxima que podría
convertirse en ley universal, entonces es éticamente aceptable según Kant. Por el
contrario, si la máxima contradice la posibilidad de universalización, la acción es
considerada moralmente problemática
Imagina que te enfrentas a la decisión de decir la verdad en una situación difícil. Según
Kant, esta elección se rige por los "imperativos categóricos", principios éticos que son
como reglas universales.

Estos imperativos son incondicionales, aplicándose siempre. Un ejemplo es la "ley


universal": actúa solo según una máxima (tu principio personal) que desearías que todos
siguieran. Para decidir si decir la verdad, pregúntate: "¿Querría que todos siempre dijeran
la verdad en situaciones difíciles?" Si tu respuesta es sí, según Kant, decir la verdad aquí es
éticamente correcto.

La importancia radica en la coherencia. Si tu máxima puede convertirse en una regla para


todos, estás actuando éticamente; si no, estás en terreno éticamente problemático. En
resumen, los imperativos categóricos son como reglas éticas universales que guían
decisiones coherentes y aplicables en cualquier situación. En el ejemplo de decir la verdad,
la clave es si tu elección sería algo deseable para todos.

Noción del deber y diferencias entre imperativos.


La moralidad está intrínsecamente vinculada al concepto del deber. El deber representa la
necesidad de actuar conforme a principios morales; es decir, que la acción moralmente
buena es aquella que se realiza no por inclinación o deseo, sino por el deber, obedeciendo
principios racionales universales de la razón práctica pura. Supongamos que una persona
se encuentra en una situación en la que podría obtener un beneficio personal al decir una
mentira. Un imperativo categórico le dictaría que no mintiera, independientemente de
cualquier interés personal, ya que la mentira contradice la ley universal de la verdad.
La renuncia al interés se manifiesta cuando la misma persona, a pesar de los posibles
beneficios personales, elige decir la verdad simplemente porque es su deber hacerlo. En
este caso, la acción se guía por el imperativo categórico de actuar de acuerdo con
principios que podrían ser ley universal.

Imperativos técnicos y pragmáticos.


Kant distingue entre tres tipos de imperativos: técnicos, pragmáticos y morales. Los
imperativos técnicos (relacionados con la habilidad) Un ejemplo podría ser: "Si quieres
cocinar bien, sigue estas instrucciones específicas”. Se relacionan con la eficacia y están
condicionados por el deseo específico. Los pragmáticos (vinculados con la prosperidad) se
centran en la búsqueda de fines contingentes Son como consejos prácticos basados en la
experiencia, como: "Si deseas tener éxito en los negocios, sigue estas estrategias
probadas". Ambos imperativos están condicionados a propósitos específicos y son más
cercanos a recomendaciones basadas en la experiencia que a mandatos morales
incondicionales.

Imperativos de la prudencia y relación con la felicidad.


Estos imperativos ofrecen consejos más que mandatos estrictos. Están relacionados con la
búsqueda de la felicidad y se basan en la experiencia empírica. A diferencia de los
imperativos categóricos, no presentan acciones como práctico-necesarias, sino como
recomendaciones basadas en las contingencias de los fines individuales. Kant señala la
imprecisa naturaleza de la felicidad, ya que sus componentes son empíricos y
contingentes. Esto hace que los consejos sobre cómo alcanzar la felicidad sean más bien
recomendaciones basadas en la experiencia que mandatos estrictos. No pueden
presentarse como leyes universales, ya que lo que contribuye a la felicidad puede variar
según la situación, a diferencia de los imperativos morales, que buscan principios
universales e incondicionales.
"Para ser feliz, no se puede obrar según principios bien precisos, sino solo según consejos
empíricos, como los de la dieta, el ahorro, la cortesía, la discreción y otras cosas por el
estilo, sobre las cuales la experiencia enseña que, por término medio, suelen fomentar el
bienestar. De aquí se sigue que los imperativos de la prudencia, hablando con propiedad,
no pueden mandar, es decir, que no pueden presentar objetivamente acciones como
práctico-necesarias y han de ser tenidos más bien como recomendaciones (consilia) que
como mandatos (praecepta) de la razón. El problema sobre Cómo determinar precisa y
universalmente qué acción promoverá la felicidad de un ser racional es completamente
irresoluble; por lo tanto, no es posible un imperativo que mande en sentido estricto hacer
lo que nos haga felices, porque la felicidad no es un ideal de la razón, sino de la
imaginación, un ideal que descansa simplemente sobre fundamentos empíricos, de los
cuales resultaría vano esperar que determinen una acción mediante la cual se alcanzase la
totalidad de una serie de consecuencias que, de hecho, es infinita."(Kant, pag 122 [A 47])
Los imperativos de la prudencia ofrecen sugerencias, como la dieta, el ahorro y la cortesía,
que la experiencia indica que pueden contribuir al bienestar.
Ejemplo
Tomemos el ejemplo de la salud. Si alguien desea ser saludable, los imperativos de la
prudencia podrían sugerir una dieta equilibrada y ejercicio regular. Sin embargo, la salud
puede ser afectada por circunstancias impredecibles, y seguir estos consejos no garantiza
la salud perfecta. Esto ilustra cómo los imperativos de la prudencia son recomendaciones
basadas en la experiencia, pero no mandatos morales categóricos.
Al final estos imperativos como vimos se basan en la experiencia y las circunstancias
individuales. No pueden presentarse como leyes universales, ya que lo que contribuye a la
felicidad puede varias según la situación o la persona.
Los fines en la filosofía de Kant
Los "fines" son objetivos que sirven como fundamentos para que la voluntad se
autodetermine. Cuando estos fines son determinados por la razón, deben tener valor para
todos los seres racionales. Kant distingue entre dos fines los materiales y formales. Los
fines materiales están vinculados a deseos subjetivos y son relativos, ya que depende de
las inclinaciones individuales. Por otro lado, los fines formales son independientes de
deseos subjetivos y tiene un carácter objetivo y universal. Los fines formales son aquellos
que derivan de principios morales y no están condicionados por inclinaciones personales.
La relevancia ética de considerar a las personas como fines en si misma radica en que
poseen un valor absoluto.
‘’Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de
cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como
medio.’’(Kant, pag 139 [A 67])
Según Kant, las personas, al ser seres racionales, deber ser tratadas siempre como fines en
sí mismas y nunca simplemente como medios para lograr otros objetivos.
‘’Yo sostengo lo siguiente: el hombre y en general todo ser racional existe como un fin en sí
mismo, no simplemente como un medio para ser utilizado discrecionalmente por esta o
aquella voluntad, sino que tanto en las acciones orientadas hacia sí mismo como en las
dirigidas hacia otros seres racionales el hombre ha de ser considerado siempre al mismo
tiempo como un fin. ’’ (Kant, pag 137 [A 65])
Aquí, Kant subraya la necesidad de respetar la dignidad inherente a cada individuo y evitar
instrumentalizarlos para fines personales es por eso que es importante considerar a la
personas como fines en sí mismas. En lugar de ver a las personas simplemente como
mmedios para alcanzar cierto objetivos, Kant argumenta que los seres racionales, al
poseer la capacidad de auto determinación y razón, deber ser tratados como fines en sí
mismo.

Del Deber a la Autonomía


En el marco teórico de la ética Kantina, este se encuentra este principio del ‘’Deber para
consigo mismo’’ se basa en que el deber implica ciertas restricciones en la manera en que
uno puede tratar a sí mismo y a los demás. Kant sostiene que no se debe disponer de uno
mismo para mutilarse, estropear o matar. Esto debido a que cada ser racional pose una
dignidad intrínseca que debe ser preservada como fines en sí mismo, Imaginemos a
alguien que se enfrenta a una situación difícil en la que la única salida parece ser la
autolesión o incluso el suicidio para escapar del sufrimiento. Desde la perspectiva
kantiana, esta acción estaría en conflicto con el deber. El individuo no puede disponer de
sí mismo de esa manera, ya que estaría tratándose a sí mismo como un medio para
escapar del sufrimiento, en lugar de considerarse como un fin en sí mismo con la
capacidad de superar desafíos de manera más positiva.
Por otro lado está el ‘’Deber para con los demás’’ basándonos de nuevo en la premisa
tratar a todos como fines en sí mismo, Kant dicta la necesidad de cumplir con deberes
hacia los demás, y destaca que acciones como promesas mendaces y agresiones a la
libertad y propiedad ajena contradicen este trato respetuoso hacia los otros. Al igual que
uno tiene deberes consigo mismo, también esta moralmente obligado a considerar los
derechos y dignidad de los demás. Supongamos que alguien realiza una promesa mendaz
para obtener un préstamo de otra persona y luego no cumple con el acuerdo. Desde la
perspectiva kantiana, esta acción sería moralmente incorrecta, ya que implica utilizar a la
otra persona como un medio para obtener beneficios personales, en lugar de respetar su
autonomía y considerarla como un fin en sí misma.

Deber contingente y meritorio


El deber contingente implica concordar con la humanidad en uno mismo, esto significa no
contradecir la humanidad en uno mismo, las acciones deben armonizar y estar de acuerdo
con las disposiciones tendentes a una mayor perfección que pertenecen al fin de la
naturaleza con respecto a la humanidad. En otras palabras, se tratar de no solo evitar
acciones que perjudiquen a los demás y a uno mismo, sino que también actuar de manera
que promulguemos el desarrollo y la perfección de las facultades humanas. Por el otro
lado tenemos el deber meritorio que implica la contribución activa a la felicidad ajena.
Kant reconoce que el fin natural de todos los seres humanos es su propia felicidad.
Aunque la humanidad podría subsistir si cada uno se limitara a no causar daño a los
demás, Kant sugiere que la moralidad va más allá de la simple abstención de daño. El
deber meritorio implica esforzarse por promover los fines de los demás, contribuyendo
positivamente a su felicidad, siempre y cuando esta contribución no viole los principios
éticos.

Reino de los Fines:

La idea del "reino de los fines" implica la conjunción sistemática de seres racionales bajo leyes
comunes. Imaginemos una sociedad donde todos tratan a los demás como fines en sí mismos. En
este "reino ético", las acciones se guían por principios que todos han establecido de manera
universal. Por ejemplo, la prohibición de robar se basaría en el reconocimiento de la propiedad
como un principio fundamental.

Relación entre Deber, Libertad de la Voluntad y el Reino de los Fines:


La relación entre estos conceptos se vuelve más clara con ejemplos. Si una persona reconoce el
deber de no mentir y actúa según esta máxima, contribuye a la construcción del reino de los fines.
Supongamos que todos adoptamos la máxima de ser honestos universalmente; en ese caso,
viviríamos en un "reino ético" donde la honestidad es la norma, y cada individuo es libre para
legislar de acuerdo con este principio compartido.

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