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Esta tesis fue acusada de rigorista y sometida a distintas críticas. Se objetó la separación radical entre
inclinaciones y razón y el rechazo de los afectos en el origen de la moral. ¿Por qué el sentimiento de simpatía
que nos provoca una persona tendría que anular la calidad moral de nuestra acción encaminada a ayudarla?
Con respecto al origen del mal, Kant diciente con sus admirados estoicos en localizarlo en nuestras
inclinaciones. Las inclinaciones naturales son, consideradas en sí mismas, buenas. Es tarea de la razón domar
las inclinaciones y convertirlas en aliadas del deber de virtud hacia el prójimo. Kant no duda de que las
inclinaciones generosas nos ayudan a realiza actos buenos; por ello es nuestra obligación cultivarlas.
En la segunda de las proposiciones citadas se afirman que el valor moral de una acción no reside en los
resultados que se espera si no en la máxima que la inspiro. El término máxima designa los principios prácticos
generales mediante los cuales la voluntad se determina para perseguir sus fines. Tienen su origen en los factores
empíricos que intervienen en el proceso de socialización, genéricamente denominados costumbres. A criterio de
Kant, el deber no puede nacer de tales máximas, sino de un principio valido sin ninguna condición y oriundo
de la razón, que se impone a la voluntad con la fuerza de una ley. En virtud de esta imposición, la voluntad se
sustrae al influjo de las inclinaciones y actúa conforme a su naturaleza racional.
Imperativos hipotéticos, imperativos categóricos y ley moral.
Cada cosa en la naturaleza actúa según leyes. Solo un ser racional posee la facultad de obrar por la
representación de las leyes, esto es por principios; posee una voluntad. Como para derivar las acciones de las
leyes se exige razón, resulta que la voluntad no es otra cosa que razón práctica.
Los seres racionales tienen la facultad cognitiva de representarse los principios que inspiran sus acciones
voluntarias. No cualquier principio constituye una ley práctica. Para hacerlo no debe estar condicionada por un
fin particular, de modo que su validez se extenderá a toda voluntad raciona y no solo a la gente que actúa bajo
su influencia. Si lo fuera, no necesitaría constreñirse así misma rehusándose a seguir sus inclinaciones. Las
motivaciones subjetivas no coinciden necesariamente con la ley; por ello una voluntad buena se autoimpone la
ley de la razón representándosela bajo la forma de un mandato de un imperativo.
Todos los imperativos mandan, ya sea hipotética, ya sea categóricamente. Representan la necesidad
práctica de una acción posible como medio de conseguir otra cosa que se quiere. El imperativo categórico sería
el que representa una acción por sí misma, sin referencia a ningún otro fin, como objetivamente necesaria.
La función esencial del imperativo es ordenar.
Según este modo, un juicio puede ser hipotético o categórico. Es hipotético cuando tiene la forma “si p,
entonces q”; donde q se afirma con la condición de p, por ejemplo, “si quieres irte de vacaciones, entonces,
ahorra.” No es la forma lingüística la que determina el carácter hipotético de un imperativo, si no el modo
condicionado en que obliga. Su exigencia se limita al fin que se pretende alcanzar. Solo vale para un propósito
determinado.
El imperativo categórico, en cambio, posee un valor incondicionado, por ello es el único imperativo
moral.
Según la modalidad, los juicios se clasifican en: problemáticos, asertoricos y apodícticos.
En los problemáticos la afirmación o negación del juicio se acepta solo como posible. (Es posible que
Israel y el Estado Palestino firmen un tratado de paz.)
Los asertoricos son considerados como reales. (Argentina limita con Chile en el oeste.)
Los apodícticos son necesarios. (El cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los
catetos.)
Los dos primeros obligan de modo relativo, mientras que el último obliga absolutamente. Así los
hipotéticos pueden ser problemáticos prácticos o asertoricos prácticos.
Los asertoricos prácticos se dirigen aun fin que Kant supone querido por todos, la felicidad. En este
caso, el imperativo no propone solo los medios técnicos para lograr el fin, sino incluso los fines particulares en
busca del fin general, por ello los denomina también imperativos de la sagacidad o de la prudencia.
El imperativo categórico, no tiene por objeto un fin particular si no la realización de una acción buena en
sí misma. Por ello no ordena el contenido de acto si no la forma de la obligación, esta característica lo convierte
en el único imperativo moral.
El imperativo categórico es, pues, como sigue: obra solo según una máxima tal que puedas querer al
mismo tiempo que se torne ley universal. El imperativo categórico nos ordena actuar en concordancia con una
ley válida para todos los seres racionales y no meramente con un principio que pudiéramos considerar valido en
post de algún fin.
La contradicción es el criterio que prueba que la máxima no es universalizable.
La distinción entre ambos tipos de contradicciones (lógicas y volitivas) es también el criterio utilizado
por el filósofo para distinguir entre deberes perfectos e imperfectos. Los primeros tienen un carácter restrictivo,
nos obligan a abstenernos de realizar ciertas acciones. Son ineludibles ya que su infracción no sobrevive al
principio de universalización. Los imperfectos contienen una obligación más laxa, ordenan una acción
positiva; cómo, cuándo y con quién llevarla a cabo.
Resumiendo: la voluntad es la capacidad de proponerse los fines de las acciones; si estos sólo son
válidos para la gente que los elige son condicionados y se fundan en imperativos hipotéticos. Pero si es la razón
la que determina a la voluntad, el fin es objetivo y posee validez para todo ser racional.
¿Cuál sería ese fin valido para todos?
El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no solo como medio para usos
cuales quiera de esta o aquella voluntad.
Actúa de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro,
siempre como un fin al mismo tiempo y no solamente como un medio.
La voluntad autónoma.
La persona es un fin en sí mismo, porque en tanto ser racional, no está sometida a la ley de la
causalidad que rige al mundo de los fenómenos, si no que puede determinarse a actuar según una ley que
emana de su propia razón. La persona posee una voluntad autónoma. La autónoma de la voluntad constituye,
según Kant, el principio supremo de la moralidad.
Si la voluntad se deja condicionar por imperativos hipotéticos es heterónoma porque el fundamento de
su acción no se encuentra en ella misma, si no en las inclinaciones. Solo cuando se determina por el imperativo
categórico reviste un carácter autónomo.
Al hablar de la ética en la formación docente no nos estamos refiriendo ni a la “moral” del docente como
persona singular, o como perteneciente a una determinada tradición o grupo, ni al campo de una ética aplicada a
la actividad docente, o bien de regulaciones normativas, con sus códigos, sanciones, y organismos de
aplicación.
La ética la entendemos en la tradición de la filosofía práctica, como disciplina racional, crítica y
argumentativa, que tiene por objeto, justamente, la pretensión misma de moralidad de las acciones, o de
obligaciones incondicionadas, o de deberes frente a determinadas normas. La ética es una reflexión filosófica
sobre la moral y/o morales
En un intento por plantear las relaciones de la ética, como campo disciplinar específico, y ciertamente
complejo, con el conjunto de saberes que constituye el terreno de la formación docente se plantean 3 hipótesis
de trabajo:
Un docente tiene que comprender la dimensión moral de los problemas educativos
Un docente tiene que poder enseñar contenidos educativos relacionados con la
ética
Tanto para la comprensión crítica de la dimensión moral de los problemas
educativos, como para enseñar contenidos educativos de ética, es razonable postular, en la
formación docente, un lugar específico de enseñanza de la ética como disciplina filosófica.
Enseñar saberes éticos y hacerlo desde ciertos criterios de política educativa justa, implica aceptar la
formación de competencias específicas.
1. La dimensión moral de los problemas educativos
Entendemos por dimensión moral de los problemas educativos todo aquello que en la acción de educar
puede ser materia o sujeto de razonamiento ético-práctico. Esto quiere decir dos cosas. Por un lado, que sea
posible elegir, desde algunos criterios, preferencias para el curso de las acciones. Por el otro, que sea posible
validar o legitimar, con razones pertinentes, el grado de prescripción o normatividad a que está sometida la
acción en cuestión. Es decir, cuando la acción de educar exige evaluar bienes o valores, como fines de esa
acción, y/o cuando la acción de educar está sometida a reglas o normas, que obligan a hacerla, y en qué grado
obligan.
Cuando se trata de evaluar “bienes” el problema radica, en primer lugar, en poder encontrar el “justo
medio” y en segundo lugar, y en el mismo plano de lo ya evaluado como bueno para una acción, surge otra
cuestión: la posible rivalidad entre diversos bienes que se ofrecen como fin de la acción: el posible conflicto de
valores.
Lo estrictamente moral parece cuando el bien o el mal en cuestión, es juzgado como bien en sí. La
discusión en este caso tiene mucho que ver con la concepción de bienes que se tenga: si hay bienes absolutos o
si todo depende, en realidad, de ciertos condicionamientos culturales, inclinaciones subjetivas, circunstancias
más o menos relativas. En este caso, el razonamiento moral exige medir las consecuencias de lo que se haga y
moverse con alguna regla de validación de la utilidad o del daño.
Cuando se trata de validar normas, el problema radica en evaluar el grado o no de autonomía racional
del agente. Es decir, si obra in-condicionalmente (por deber) o si obra condicionado por alguna instancia
diferente al solo juicio de la razón, como podría ser seguir las inclinaciones naturales o las convenciones
sociales, o esperar el premio y/o temer el castigo.
¿Cuándo una máxima o regla particular para actuar, puede ser considerada un deber moral (imperativo
categórico)? ¿Hasta dónde es posible pensar en una autonomía plena del agente, incluso en el sentido de un
“uso de la razón pura práctica”?
En las prácticas educativas esta situación en relación a la moralidad tiene algunas particularidades:
La situación educativa es simultáneamente una situación simétrica y una situación disimétrica. Se trata
de una acción comunicativa, la cual tiene características de acción estratégica porque se busca alcanzar ciertos
fines: que alguien enseñe y alguien aprenda los sitúa, en cuanto tales, en lugares diferentes.
Ninguna acción estratégica, cuando se enseña y se aprende, puede violar el supuesto de acción
comunicativa dentro del cual se lleva a cabo.
La educación es un concepto que pone en juego una mediación o interacción socializadora, estrictamente
normativa. No se puede pretender educar sin suponer sujetos libres e iguales, potencialmente dialogantes,
potencialmente políticos.
Esto nos llevaría a reconocer la singularidad de la acción del sujeto que enseña y la del que aprende.
Singularización siempre ligada a la acción.
Actuar es siempre hacerlo tomando alguna posición, constituyente de la singularidad del agente, que
transgrede una “armonía inmediata de leyes, previa a la acción.
En cierto sentido, enseñar es “negar” el derecho que proviene del no saber, del mismo modo que
aprender es negar el derecho del saber ya. La educación, entonces, estaría condicionada a la tragedia de una
tarea imposible, si no se instala la superación de esta tensión, en una lucha por el reconocimiento del derecho de
cada uno a aprender y el deber de legitimar públicamente el enseñar.
Es este contexto lo que nos lleva, en tercer lugar, a afirmar que la educación es un derecho humano
fundamental y por lo mismo, obligación incondicional de respetarlo.
Esta formalidad normativa se realiza, efectivamente, como procesos educativos, históricamente situados.
Sin esta dimensión normativa de la educación, no tendríamos criterios éticos para poder evaluar las diversas
morales educativas.
Este complejo constituye lo que podemos llamar matrices educativas o culturas escolares y quienes
actúan desde esos patrones básicos conforman verdaderas comunidades educativas.
Hay diversidad de comunidades educativas y, entonces, conviven diversas formas de jerarquizar y
comprender los diferentes “bienes” educativos.
Estos cuatro temas marcan los aspectos centrales de la relación ética y educación.
Hay una dependencia de la educación, en general, de la llamada justicia política. La educación es, por un
lado, componente esencial de una concepción formal de la justicia como equidad. Por el otro lado, constituye,
también, una esfera autonómica de la justicia.
Por un lado, la dimensión moral de los problemas educativos depende de su inclusión en los principios
básicos de la justicia como equidad: la libertad y la igualdad. Pero, por otro lado, la educación constituye una
esfera de acción social, que tiene una lógica específica en la determinación de sus fines o bienes, en las reglas
de su distribución y en las formas de su legitimación.
Estos criterios de justicia sirven tanto para poder juzgar si una propuesta es justa o injusta, según se
respete o no las libertades básicas y la igualdad de oportunidades (criterios de estricta política educativa), como
para poder resistir a todo intento de hacer valer un bien social como predominante, haciendo depender de él
toda propuesta educativa o usándola como único indicador de la calidad o del acceso o de la retención.
La educación es parte constitutiva de una idea de justicia como equidad y es, también, una esfera
autónoma, por la especificidad de sus bienes.
Estos dos criterios se relacionan en un tercero: el del reconocimiento, tanto del poder de enseñar como
del deseo de aprender.
El poder de enseñar se legitima solo por lo público y el deseo de aprender se legitima por lo diferente.
La equidad, la autonomía de la educación como esfera de la justicia, y la lucha por el reconocimiento de
lo público y lo diferente son los tres grandes criterios que, a manera de premisas normativas permiten, en las
situaciones educativas concretas, poder razonar “prácticamente”, y, entonces, saber cómo actuar. (Prudencia
educativa)
Cuando Nino enumera los tres principios delos que derivan los DDHH, se expresa en un nivel tal de
abstracción y generalidad que parece olvidar las necesidades específicas femeninas. A continuación se
reformularán dichos principios teniendo en cuenta a las mujeres:
a) La inviolabilidad de la persona podría traducirse en el derecho de las mujeres a disponer
de su propio cuerpo, entendiendo su integridad física, mental y derechos reproductivos incluyendo el
aborto y el placer sexual. También la liberación social de la exigencia exclusiva del cuidado del hogar,
hijos y enfermos.
b) La dignidad de la persona referida a las mujeres, supondría tratarlas según sus actos e
idoneidades objetivas. En este caso cabe exigir la eliminación de las discriminaciones que impiden su
acceso a determinadas carreras o empleos. Tampoco puede admitirse hacer responsables a las mujeres
de delitos o agresiones sexuales de los que son víctimas.
c) La autonomía de la persona supone como requisitos fundamentales, la igualdad de
oportunidades en el plano laboral y político, y el cambio cultural en la sociedad y la familia. De esta forma,
los proyectos y los planes de vida de las mujeres pueden ser valorados y respetados de la misma manera
que el de los varones.
El universal seres humanos que abarca a los titulares delos derechos humanos, se transforma en un
universal concreto, el género humano ha incluido al género femenino, y bajo él, las mujeres reales, concretas.
Aún se encuentran en situación de inferioridad jurídica y social, y quienes luchan por la equidad han
desarrollado diversas estrategias como la obligación a instituciones a cubrir un porcentaje de lugares con mujeres
(cupo femenina). Como estrategia feminista tiene sus riesgos, ya que puede llevar a encerrar a las mujeres en una
reserva que reitere la confinación del ámbito doméstico y el paternalismo sufrido durante siglos. Una política
feminista coherente debería luchar por la plena vigencia de todos los DDHH para las mujeres, lo que no significa
menoscabar a los varones.