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UNIV.

CATÓLICA DE SANTIAGO DEL ESTERO


CÁTEDRA: DEODONTOLOGÍA Y LEG. PROFESIONAL
UNIDAD TEMÁTICA Nº 1
TEMA: LA ÉTICA KANTIANA.
APUNTE DE CÁTEDRA

EL USO PRÁCTICO DE LA RAZÓN

1. Introducción

La teoría del conocimiento se ocupa del uso teórico de la razón, es


decir: el uso especulativo mediante el cual la razón conoce.

Kant afirma que la razón no se agota en este uso. El hombre también


necesita saber cómo obrar y cómo comportarse.

El uso práctico de la razón es aquel que se ocupa del deber ser, no


del ser, y mediante él la razón es capaz de determinar la voluntad y
la acción moral.

Kant se ocupará del uso práctico de la razón en dos obras:


Fundamentación de la metafísica de las costumbres y en la Crítica de
la razón práctica.

Sin embargo la pregunta que se hace Kant en estas obras no versa


sobre si es o no posible la moralidad. Que esta es posible es un hecho
que no hay que demostrar.

ÉTICAS MATERIALES Y FORMALES

La distinción entre éticas materiales y formales procede de Kant.


Según el filósofo las éticas materiales, anteriores a la suya, tenían
como tarea fundamental señalar contenidos (bienes, fines, valores) y
mostrar lo que debíamos hacer.

Lo importante es definir y determinar los valores, bienes o fines


supremos para después extraer un criterio de moralidad. Hay cosas
que están bien y cosas que están mal, por lo que se pueden
establecer mandatos y acciones prohibidas.

El problema en este tipo de éticas es que es muy difícil ponerse de


acuerdo en sus contenidos morales: para unos lo fundamental es
conseguir el placer (hedonismo), para otros consiste en alcanzar la
felicidad (eudemonismo), etc.

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Kant apuesta por una ética radicalmente distinta: la ética formal.
Ésta no nos señala ni hace depender el bien moral de ningún
contenido, ni nos dice qué debemos hacer y qué no. La voluntad es
autónoma frente a lo dado y la ética, lo único que puede indicarnos
es que hemos de actuar con buena voluntad, por respeto a la ley
moral (imperativo categórico).

Kant quiere fundar una ética de carácter racional y universal, en


contra de la postura del filósofo empirista Hume.

Una acción moralmente buena no es aquella que está regulada por


inclinaciones emotivas, instintivas ni tampoco la que es determinada
por los fines o resultados que de ella puedan derivarse.

La acción será moralmente buena cuando la intención del sujeto lo


sea, es decir, cuando este obre con buena voluntad, al margen de
sus inclinaciones y deseos e independientemente de los resultados
que espera obtener.

La buena voluntad no pertenece al ámbito de los sentimientos o


emociones, sino al reino de la razón: la voluntad es la capacidad de
obrar según principios, y éstos no son dados más que por la razón.

La moral material determina a la voluntad a través de lo que se nos


ofrece al deseo y sobre éste no puede haber acuerdo posible (unos
desean placer, otros felicidad, algunos dinero, etc.). Por ello, las
morales materiales no pueden ser universales, sino relativas.

Según Kant, están basadas en imperativos hipotéticos del tipo: si


quieres Y, entonces debes hacer X.

Tales imperativos son empíricos, no necesarios, ni universales.


Empíricamente sólo pueden determinarse cuáles son los medios para
alcanzar la felicidad (o el placer, etc.). Esto demuestra la impotencia
de las éticas materiales para determinar a la voluntad de un modo
necesario y universal. No contienen leyes, sino máximas, esto es,
principios que sólo son válidos para una voluntad, para un sujeto
particular.

En resumen: Si pretendemos que la moral ha de ser independiente de


las apetencias, gustos y deseos particulares, ésta ha de fundamentar
su universalismo no en los contenidos, como hacen las éticas
materiales, sino en algún principio de la propia razón.

2. Éticas heterónomas y éticas autónomas

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Ya hemos visto que puede distinguirse entre éticas materiales y
formales. Pero podemos establecer otra distinción atendiendo a si la
obligación moral es externa o interna al hombre mismo. Veamos:

Las éticas heterónomas son aquellas en las que la obligación moral


es algo impuesto al hombre y externo a su voluntad. Por ejemplo, la
obligación moral viene impuesta por la naturaleza, por nuestra
esencia o por dios. La acción moralmente buena será la adecuación a
esos fines prefijados de antemano y de los que no somos
responsables (en el pleno sentido de la palabra).

La ética eudemonista aristotélica y la ética de Tomás de Aquino


son heterónomas, porque el fin último del hombre, el bien que éste
puede alcanzar (la felicidad, Dios) nos viene impuesto por nuestra
propia naturaleza. Ser feliz, comportarse éticamente implica conocer
esa finalidad impuesta y llevarla a cabo.

En las éticas autónomas, la obligación (ley) moral ha de provenir


del mismo hombre, y no de algo exterior a él. Es el propio hombre
(mediante su razón) el que se determina a sí mismo para obrar
moralmente.

La ética Kantiana, como veremos, será autónoma, no fundada en los


sentimientos, gustos o inclinaciones, sino en la propia razón.

Efectivamente, la voluntad no es buena por naturaleza. Está en una


lucha constante con sus instintos, deseos e inclinaciones.
Precisamente, según Kant, obrar porque algo nos cause placer o nos
traiga felicidad no es obrar ni moralmente ni libremente.

No es obrar moralmente porque se trataría de una acción egoísta,


interesada, que busca su propio beneficio (felicidad, placer...).

Tampoco sería libre porque ¿Qué o quién determina nuestras "ganas"


o deseos?

Lo propio de la moral es obrar buscando sólo el cumplimiento del


deber, y sólo hay buena voluntad cuando la acción moral se realiza
con vistas a él y no a causa de nuestro propio beneficio.

El deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley moral, y


sin determinación por inclinación alguna.

Sólo la razón puede justificar mandatos por deber.

Obrar por deber es distinto a obrar legalmente: cuando obramos


legalmente actuamos de acuerdo al miedo o a las consecuencias
legales que produciría nuestra acción. Por ejemplo: si no robo en un

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supermercado por miedo a que me pillen o me multen, estaré
obrando legalmente, no moralmente.

En esta frase de Kant se resume la formalidad y autonomía de su


ética:

“Haz el bien, no por inclinación sino por deber”.

3. La ley: el imperativo categórico

En las páginas anteriores hemos visto que la ética kantiana es formal


y autónoma. Ahora bien ¿Qué es lo que determina a la voluntad a
obrar por deber, y no por inclinaciones o deseos? ¿Puede haber una
determinación a priori (no empírica) de la voluntad? ¿En qué
condiciones un principio práctico puede valer como ley universal?

Ya vimos cómo, según Kant, las éticas materiales no contienen leyes,


sino máximas o principios prácticos (que guían nuestra conducta) y
que son únicamente válidas para la voluntad de un sujeto en un
momento dado y de modo contingente... Las máximas, por lo tanto,
no tienen validez universal para todo ser racional y, por ello, no nos
otorgan ninguna ley práctica.

Una ley práctica, para serlo, ha de cumplir con las características de


necesidad y universalidad y objetividad para todo ser racional
(para toda voluntad), independientemente de sus condiciones
empíricas.

Por lo tanto, no son los contenidos (fines, propósitos, objetos...) los


que determinan a la voluntad, sino su forma, la ley universal que
nos dice cómo debe querer esa voluntad y no qué debe querer.

La ley moral se presenta en forma de imperativo, es decir, de


obligación, orden. Hay dos clases de imperativos:

- Los imperativos hipotéticos: Son aquellos que declaran la acción


como medio necesario para la consecución de un fin. Los hay de dos
clases:

Problemáticos (prescriben lo que es necesario para un determinado


fin) y asertóricos (prescriben lo que debe hacerse para la obtención
de un fin aceptado supuestamente por toda la humanidad: la
felicidad).

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- Los imperativos categóricos son aquellos que no están sometidos
a condición alguna, y son válidos a priori y por sí mismos.
Representan la acción objetivamente necesaria en sí misma sin
relación a ninguna finalidad o resultado.

Pues bien, sólo el imperativo categórico puede determinar a la


voluntad objetiva, universal y necesariamente. El imperativo
categórico es el principio de la moralidad, la ley que proviene a priori
de la razón y que nos muestra cómo debe querer la voluntad. Su
formulación es la siguiente:

Obra sólo de acuerdo con la máxima por la cual puedas al


mismo tiempo querer que se convierta en ley universal

 La ley del imperativo categórico no necesita demostración alguna.


Pese a ser un juicio sintético a priori de la razón, no procede, sin
embargo, de ninguna intuición. Es un hecho (faktum) de la razón. La
voluntad se impone a sí misma esta ley sin depender de nada.

La voluntad es autónoma: el deber de cumplir el imperativo


categórico se nos impone desde la propia razón, no desde fuera
(naturaleza, dioses, inclinaciones, etc.).

Nuestra voluntad está determinada por su propia ley: una norma


universal y necesaria para obrar. Y la existencia de esta ley es la que
nos permite deducir la libertad de la voluntad. La libertad es
necesaria si damos por hecho que la moralidad existe, es decir, es la
condición sin la cual la moralidad no sería posible. Pues ¿Qué
obligación tendría sentido si no hubiera un sujeto que libremente
eligiera o no cumplir dicha obligación?

4. Los postulados de la Razón práctica.

Los postulados de la razón son principios prácticos que funcionan


como condiciones para que sea posible la vida moral. Son hipótesis
teóricas que no constituyen un conocimiento teórico sino un acto de
fe racional, de tal manera que el hombre pueda creer en la posibilidad
de alcanzar el bien supremo.

Son tres los postulados:

1. La inmortalidad del alma

El hombre ha de creer que es posible la adecuación entre la voluntad


y la ley (santidad) a través de un progreso indefinido. Como la
santidad no es realizable siendo finitos, se hace necesario suponer la
existencia y permanencia indefinida de la persona: la inmortalidad del

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alma. Es una exigencia de la razón pura práctica que no puede ser
demostrara racionalmente.

2. La existencia de Dios

La existencia de Dios permite conciliar la moralidad y la felicidad.


Normalmente estamos divididos entre lo que debemos hacer (ley
moral) y lo que deseamos o nos gustaría hacer (felicidad). Es más,
actuar moralmente supone, en muchos casos, arruinar nuestra
felicidad, por ser la virtud más esforzada y árida que el deseo.

Por este motivo, postulamos la existencia de una causa de la


naturaleza que en sí armonice y contenga (como idénticas) la
felicidad y la moralidad o virtud. Esta causa es Dios.

Dios garantiza la felicidad de un obrar virtuoso.

Como vemos, Kant no piensa que la existencia de Dios pueda ser


demostrada racionalmente (es sólo una idea pura de la razón). Dios
puede ser pensado, pero no conocido. Es la razón práctica la que nos
conduce a presuponer su existencia como un ideal de la razón
práctica. La religión proviene de la moralidad, no al revés. Y ésta
moralidad es autónoma por encima de cualquier consideración.

3. La libertad.

Ya habíamos visto que la libertad es la condición de posibilidad de la


moralidad: sin libertad las obligaciones morales (el obrar o no
conforme al imperativo categórico) no tendrían sentido. Se ha de
suponer, por lo tanto que el hombre es libre, que puede vencer todos
los obstáculos que le impidan cumplir la ley moral para conseguir la
felicidad.

Los postulados rehabilitan la metafísica tradicional desde la razón


práctica, desde la moralidad. No podemos saber si la inmortalidad, la
libertad y Dios existen real y objetivamente (ya que esto sobrepasa
los límites de la experiencia posible). Estos postulados no aportan,
por lo tanto un conocimiento teórico. Son una exigencia de la razón
práctica que se da a sí misma estos principios para orientar su acción
y como condición para alcanzar una vida virtuosa y feliz.

BIBLIOGRAFÍA:

Kant, I: “Crítica de la razón pura” (1781).

Kant, I: “Crítica de la razón práctica.” (1788).

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