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49 FILOSOFÍA
Temario 1993
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INTRODUCCIÓN
«Éste fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre, podemos
decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo muy destacado, el
más inteligente y más justo» (Platón, Fedón, 118a). Así se habla de Sócrates al final
del Fedón, una vez narradas sus últimas horas. Sabedor de que la muerte de su
maestro había sido promovida por aquéllos que encarnaban los principales vicios
de Atenas, Platón dedicó una parte importante de su producción filosófica al tema
de la justicia, especialmente en la República. Todo ello con la intención de dar un
noble sentido a la muerte de su maestro Sócrates, y de promulgar no tanto figura
de un filósofo-rey que se refugia en el gabinete, como la necesidad de que un
rey-filósofo vuelva una y otra vez sobre los temas que quedaron abiertos tras el
fallecimiento del maestro.
Comenzaremos con la discusión preliminar sobre la justicia que conduce Sócrates
en el Libro I de la República. En ella se trata primero sobre la justicia como dar a
cada cual lo suyo, después sobre la justicia como conveniencia del más fuerte.
La segunda parte del tema expone cómo Platón pasa de un análisis tripartito de
la sociedad (productores, guerreros, gobernantes) a un análisis tripartito del alma
(apetito, ánimo, razón), resultando que sendas estructuras se corresponden una
con otra. La justicia, finalmente, se definirá mediante su función: son justos los
seres que hacen lo que deben, tanto en el nivel individual (de donde viene la ar-
monía entre las partes del alma) como en el nivel social (de donde viene la armonía
entre las clases de la sociedad).
Cuando una obra aparece citada sin indicación de su autor, se sobreentiende que
es un diálogo platónico. El sistema de cita en estos casos es el tradicional, que pue-
de consultarse en las ediciones críticas de Platón (2002) y Platón (2008).
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La conversación acerca de la justicia se inicia entre Sócrates y Céfalo, a cuya casa asiste Sócrates
invitado por y en compañía tanto de Polemarco, hijo de Céfalo, como de Glaucón y Adimanto, her-
manos de Platón. Céfalo agradece a Sócrates su visita, dado que «cuanto más amortiguados están
en mí los placeres del cuerpo, tanto más crecen los deseos y satisfacciones de la conversación.»
(República, 328d)
Sócrates se pregunta si la vejez es un período desgraciado de la vida, dando así comienzo a un bello
diálogo del que dará la conclusión el mismo Céfalo: lo más importante es morir sabiendo que no
se ha cometido injusticia alguna o que la cometida se ha solventado o retribuido. Coincide así con
Sócrates cuando éste, a punto de morir, le dijo a Critón que «le debemos un gallo a Asclepio» (Fedón,
118b) y que había que pagárselo, mostrando aun en el lecho de su muerte un rasgo de profunda
piedad. Céfalo considera que quien «pasa la vida en justicia y piedad» puede estar tranquilo tanto
por su paso al más allá, como por su acumulación de riquezas, dado que así podrá saldar sus deudas
incluso después de muerto.
En ese momento Sócrates enuncia la famosa definición de justicia con que se inicia el diálogo: «eso
mismo de que hablamos, esto es, la justicia, ¿afirmaremos que es simplemente el decir la verdad y
el devolver a cada uno lo que de él se haya recibido, o estas mismas cosas se hacen unas veces con
justicia y otras sin ella?» (República, 331c).
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la definición asumida por el jurisconsulto romano Domicio Ulpiano (ca. 170-230), haciendo hincapié
en la voluntad de dar a cada uno lo suyo, es decir, lo que le corresponde por derecho. Esta definición
abría las instituciones justinianas, agrupadas en el 526 d.C. (Corpus Iuris Civilis, Instituta, 1.1.1) y fue
recogida sin apenas modificación por santo Tomás de Aquino (Summa Theologica, II-II, q.58, a.1),
pasando así a tiempos modernos.
Se trata, por tanto, de una definición cargada de una enorme tradición hermenéutica, cuya amplia
aceptación desentona con las durísimas críticas que le dedicara Platón. La primera de ellas a través
de un ejemplo de Sócrates: «Pongo por caso: si alguno recibe unas armas de un amigo estando
éste en su juicio, y ese amigo se las pide después de vuelto loco, todo el mundo diría que no debe
devolvérselas y que no obraría en justicia devolviéndoselas ni diciendo adrede todas las verdades a
quien se halla en semejante estado» (República, 331c).
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y pasa a preguntar acerca de la definición de «amigo», dado que una persona puede confundir
amigos y enemigos por una posible divergencia entre apariencias y realidad, de forma que podría
llegarse a una definición que aseveraría que lo justo es «hacer mal a los que no han cometido injus-
ticia» (República, 334d), lo cual es ridículo.
Elabora un cuadro con las cuatro definiciones de justicia que surgen a partir de la cita
de Simónides (lo justo es dar a cada cual lo suyo). Enriquece la tabla con argumentos a
favor y en contra de cada una de las definiciones. ¿Por qué se llega a una aporía?
Tal y como se vio en el tema 52, Trasímaco interviene en el diálogo rompiendo su dinámica y lanzán-
dose sobre los dialogadores «como si fuera a hacernos pedazos», dejándoles «suspensos de miedo»
(República, 336b). Esta argucia, como le sirviera a Calicles en el Fedón, es utilizada para romper la
técnica socrática de la mayéutica e introducir nuevas perspectivas que, sin embargo, caen una y otra
vez bajo la ironía y el modo de conversar del ateniense.
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justa para ser tales, hasta tal punto que nada podrían realizar en común si no se basaran en cierta
concepción de la justicia frente al ejercicio tiránico de la voluntad de un solo individuo (Repúbli-
ca, 351c-352d). Estas consideraciones concluirán de forma rotunda con la invocación socrática
de los dioses, que siendo justos tienen al injusto como odioso y al justo como amigo (República,
352a-b).
3. La práctica de la justicia no se hace voluntariamente, sino bajo la amenaza de recibir castigo. En el
libro II de la República Glaucón retomará la argumentación de Trasímaco, una vez éste abandona
la lid vencido, mas no convencido, por Sócrates. Para ello introducirá el relato de Giges, un pastor
que encuentra por casualidad un anillo que le otorga el poder de la invisibilidad. Si existieran dos
sortijas, una para el justo y otra para el injusto, argumenta Glaucón que «en nada diferirían, pues,
los comportamientos del uno y del otro, […] seguirían exactamente el mismo camino», por lo
que «podría considerarse una buena demostración de que nadie es justo de grado, sino por fuer-
za y hallándose persuadido de que la justicia no es buena para él personalmente; puesto que, en
cuanto uno cree que va a poder cometer una injusticia, la comete» (República, 360c). Esto vincula
a Glaucón directamente con el sofista Antifonte, al respecto de la importancia que éste concedía
a los testigos en las conductas éticas.
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El libro I anuncia una primera versión de la «teoría de las virtudes» socrática, que se desarrollará en el
resto de libros de la República. Habiendo una operación propia de los ojos, éstos sólo podrían reali-
zarla gracias a la virtud, siendo el vicio su contrario. En analogía con el alma, ésta sólo podrá realizar
las operaciones que le son propias: gobernar, dirigir, deliberar y todas las cosas de esta índole (Repú-
blica, 353d), si viene dominada por la virtud. Lo que al alma prescribió la naturaleza es la operación
de «mandar y ser dueña» (Gorgias, 80a). De tal forma que la justicia, considerada una virtud propia
del alma, frente a la injusticia, considerada vicio, es la que puede hacer que el alma ejerza bien sus
operaciones generando, en consecuencia, felicidad en el hombre justo e infelicidad en el injusto.
El libro II de la República comienza con las solicitudes de Glaucón y Adimanto a Sócrates para que de-
fina adecuadamente la justicia como una de las virtudes propias del alma, antes que como un bien
social o útil para el entramado de la comunidad. Jaeger (2004: 598-599) sostiene que la belleza del
asunto radica en que «no sea Sócrates quien proclame esta tesis desde su altura ante un auditorio
escéptico, como en el Gorgias, sino que sea la juventud, luchando por su propia actitud moral, la que
saque por sí misma esta consecuencia de su desesperada situación interior, dirigiéndose a Sócrates
simplemente para que él le resuelva el enigma con su espíritu superior.» Una situación a la que con-
ducían las sentencias de Trasímaco y otros de su misma escuela en torno a la consideración de la
justicia como lo conveniente y provechoso para el más fuerte. Es de notar que, tal y como se dijo en
el tema 52, Trasímaco representara el perfecto ejemplo de hombre maduro ateniense conducido al
desengaño desde su labor de moralista, lo cual evidentemente chocaba con las perspectivas, intere-
ses e inquietudes de la juventud, representada en el diálogo por Glaucón y Adimanto.
El Sócrates platónico aceptará entonces no ya el reto de ilustrar a la juventud, labor que le aproxima-
ría a la sofística tradicional, sino el de mostrar su propia metodología de trabajo (República, 368c). El
camino irá de lo general a lo particular, del Estado al individuo, comenzando por el examen de «la
naturaleza de la justicia en las ciudades», para pasar después «a estudiarla también en los distintos
individuos intentando descubrir en los rasgos del menor objeto la similitud con el mayor» (República,
369a). De este modo, se inicia el discurso partiendo de los motivos por los que los ciudadanos se
reúnen en una ciudad, recorriendo los distintos cuerpos sociales, y apuntando los primeros indicios
del principio de especialización funcional de Platón.
«La ciudad nace, en mi opinión, por darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta
a sí mismo, sino que necesita de muchas cosas. […] Así pues, cada uno va tomando consigo a tal
hombre para satisfacer aquella necesidad y a tal otro para aquélla; de este modo, al necesitar todos
de muchas cosas, vamos reuniendo en una sola vivienda a multitud de personas en calidad de
asociados y auxiliares y a esta cohabitación le damos el nombre de ciudad» (República, 369b-c). La
ciudad nace así por la necesidad del hombre de vivir en comunidad (cf. Protágoras, 322a-c; cf. Leyes,
676a-680e; cf. Aristóteles, Política, 1219a10ss). Progresivamente, brotan nuevas necesidades y, por lo
mismo, nuevas funciones específicas a cubrir por ciudadanos.
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XX Productores
Los productores son los encargados de satisfacer tanto las necesidades inmediatamente materiales
como las subsidiarias de aquéllas, pues del mismo modo que cualquier ciudadano necesitará calza-
do (primera necesidad), el zapatero necesitará igualmente de herramientas (necesidad subsidiaria),
emergiendo consecutivamente la necesidad de herreros, curtidores de pieles, carpinteros, madere-
ros, etc.
Las transacciones harán necesaria la existencia de mercado, de moneda y de intermediarios que
viajen de un sitio a otro con la única labor de intercambiar dinero por mercancías, adquiriendo una
comisión por su labor (República, 371b-e). De esta forma, surge la clase de los mercaderes, ayuda-
da por la de los auxiliares (), que «venden, pues, el empleo de su fuerza y, como llaman
salario al precio que se les paga, reciben, según creo, el nombre de asalariados» (República, 371e).
Los productores, incluidos los agricultores, artesanos, mercaderes y auxiliares, constituyen la matriz
económica de la ciudad.
XX Guerreros
Distintos de las formaciones soldadescas de la época, el modelo elegido por Platón no es el de los
hoplitas o arqueros, sino el de los guerreros lacedemonios (espartanos), entrenados desde niños en
el ejercicio de las virtudes vinculadas a la dureza y a la resistencia. La necesidad de los guardianes
surge por la introducción del bienestar, por parte de Glaucón, en el marco de la ciudad ideal, pues
al desarrollo de los lujos y espectáculos, por encima de lo estrictamente necesario para la super-
vivencia, le sigue necesariamente el incremento del número de productores hasta tal punto que
«habremos de atacar en nuestro provecho el territorio vecino, si queremos tener suficientes pastos
y tierra cultivable, y harán ellos lo mismo con el nuestro si, traspasando los límites de lo necesario, se
abandonan también a un deseo de ilimitada adquisición de riquezas» (República, 373d-e).
Así como mediante el análisis del grupo de los productores se daba cuenta del origen de las ciuda-
des, analizando el grupo de los guardianes se da cuenta del origen de las guerras. Y del mismo modo
que, siguiendo el principio de especialización, los productores debían ocuparse sólo de una tarea,
los guardianes han de «tener viveza para darse cuenta de las cosas, velocidad para perseguir lo que
hayan visto y también vigor, por si han de luchar una vez que le hayan dado alcance», pero también
han de ser «valientes, si se quiere que luchen bien» y han de disponer de buen ánimo () (Re-
pública, 375a-b). La posibilidad de discernir entre el amigo y el enemigo es vital para los guardianes,
y ese discernimiento responde a un tipo de educación especial basada en el «deseo de saber». Por
lo tanto, teniendo en cuenta que «son lo mismo el deseo de saber y la filosofía» (República, 376b), el
guardián ha de cumplir, además, con este requisito, el de la avidez de saber por naturaleza. El guar-
dián, entonces, «tendrá que ser filósofo, fogoso, veloz y fuerte por naturaleza» (República, 376c).
XX Gobernantes
Platón concedía gran importancia a la función del Estado como educador de ciudadanos. En rela-
ción a la formación que debían recibir los guardianes, gran parte del libro II y del libro III de la Repúbli-
ca se centra en una severa crítica de la razón pedagógica de su tiempo (indisolublemente vinculada
a una crítica de las artes), que culmina en la pregunta acerca de «cuáles de los ciudadanos han de
gobernar» (República, 412b).
Si la mayor parte de los ciudadanos se ocupan de la base económica de la ciudad, ha de buscarse
un grupo de ciudadanos que, «examinada su conducta a lo largo de toda su vida, nos parezcan
más inclinados a ocuparse con todo celo en lo que juzguen útil para la ciudad y que se nieguen en
absoluto a realizar aquello que no lo sea» (República, 412d-e). Ellos han de ser «los mejores de entre
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los guardianes» (República, 412c). Los «guardianes perfectos» serán entonces filósofos, pues «existe
o existirá un sistema de gobierno como el descrito, siempre que la musa filosófica llegue a ser due-
ña del Estado. Porque no es imposible que exista; y cuanto decimos es ciertamente difícil –eso lo
hemos reconocido nosotros mismos–, pero no irrealizable» (República, 499d). Sin embargo, el gran
problema a que se enfrenta el filósofo gobernante es que la vida contemplativa (República, 497c), tal
y como la entendía Platón, no deja tiempo para otros menesteres. En este sentido, introduce el ate-
niense cierta vocación política del filósofo, proveniente de su familiaridad «con lo divino y ordena-
do», hasta tal punto que «el filósofo se hace todo lo ordenado y divino que puede serlo un hombre»
(República, 500d), de tal forma que «tendrán […] que coger, como se coge una tablilla, la ciudad y los
caracteres de los hombres y ante todo habrán de limpiarla, lo cual no es enteramente fácil» (Repúbli-
ca, 501a). Frente a la visión del desorden moral y político, el filósofo tendría la necesidad de un plan
general de gobierno, contemplando «por una parte a lo naturalmente justo y bello y temperante y a
todas las virtudes similares y por otra a aquellas que irán implantando en los hombres mediante una
mezcla y combinación de instituciones de la que, tomando como modelo lo que, cuando se halla en
los hombres, define Homero como divino y semejante a los dioses» (República, 501b).
He aquí la vocación del filósofo gobernante o guardián perfecto. Y esta vocación es, probablemente,
la raíz más evidente de la actividad política del Sócrates platónico, que alcanza su proyección plásti-
ca en el mito de la caverna y en el símil de la línea.
El mito de la caverna se compone de una serie de estadios que son los que recorre el filósofo, y que
le sirven a Platón para significar no sólo el proceso formativo de dicho filósofo, sino también su voca-
ción política ante la injusticia en que se sumían las ciudades-estado de su tiempo. En este sentido, el
mito de la caverna narra un viaje de ida y vuelta, con un final trágico tan similar al del propio Sócrates
que Platón parece aquí rendirle homenaje.
XX Mito de la caverna
La caverna se divide en tres partes. La primera de ellas es el camino de entrada y de salida, que va
desde el exterior hasta una pared interior paralela a la entrada. En esta parte hay una hoguera, de
modo que la luz del Sol solamente se aprecia cuando se está entre la hoguera y la salida. «Imagina
ahora una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz,
que se extiende a lo ancho de toda la caverna» (República, 514a). La segunda parte la ocupan unos
hombres que, tras una pared, «transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pa-
red, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias;
entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados»
(República, 514c-515a). Estos portadores simbolizan las fuerzas encargadas de mantener a los hom-
bres en el fondo de la caverna. Más allá de la pared, en la tercera parte de la caverna, yacen «unos
hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello de modo que tengan que
estarse quietos y mirar únicamente hacia delante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza»
(República, 514a-b). La luz del fuego crea un juego de sombras chinescas que se proyecta sobre el
fondo de la caverna, sin que sus habitantes sepan que se trata de sombras y no de cosas reales.
La liberación de los prisioneros, la curación de su ignorancia mediante el ascenso desde lo más pro-
fundo de la caverna hasta su entrada supone todo un proceso que es «conforme a naturaleza», es
decir, que el estado en que se hallan sumidos es contrario a su lugar natural en el mundo.
Incluimos una representación del mito de la caverna tomada de Platón (2008: 327), que proviene a
su vez de la versión del helenista James Adam. Lectura: jk es la entrada de la caverna; i es el fuego; ef el
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camino que siguen los porteadores de las siluetas; gh la pared por cuyo extremo superior aparecen
las estatuas, que generan sombras proyectadas contra el muro del fondo, cd; a lo largo de ab están
los prisioneros, encadenados y orientados hacia cd, por lo que sólo pueden ver tales sombras.
j e g a c
c
i
i
k f h b d
d
La liberación es un acto violento que connota cierta comodidad por parte de los prisioneros en su
situación inicial: «Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver
el cuello y a andar y a mirar a la luz y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chi-
ribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría
si le dijera alguien que antes no venía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose
más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y
si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué
es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le pare-
cería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?» (República, 515c-d). La violencia a que se
ve sometido revela a su vez el poderoso influjo de las fuerzas que se resisten a que el alma inicie el
camino desde lo sensible hacia lo inteligible, mostrando todo el aparato de engaño del mundo de lo
sensible por contraposición al mundo de las ideas, la «tierra auténtica» del Fedón (110b-115a).
XX Símil de la línea
En el libro VI de la República Platón se sirve del símil de la línea para poner en relación geométrica
las dos dimensiones de la realidad (sombras y cosas reales) con el tipo de conocimiento adscrito a
cada una de ellas. De este modo, la línea y sus sucesivas divisiones, correspondientes a la proporción
áurea con que el Demiurgo habría creado el mundo sensible (Timeo, 31c), permiten explicar la divi-
sión por grados en el ascenso desde el mundo sensible (interior de la caverna), reino de la opinión
(dóxa, ) y por tanto de los hombres guiados por el vicio y no por la virtud (los sofistas y sus
discípulos directos: los demagogos), hasta el mundo inteligible, reino del verdadero conocimiento
(), donde se encuentran las ideas.
1. Primer segmento: mundo sensible. En el primer segmento hallamos el mundo de las opiniones que
nos relaciona directamente con la tradición parmenídea. Los objetos hallados aquí no genera-
rán verdadero conocimiento por sí mismos, sino sólo a través de ellos. El primer subsegmento
se corresponderá entonces con las imágenes: «llamo ante todo a las imágenes ( )
sombras ( )» (República, 509e-510a), cuya operación anímica correspondiente es la de
la imaginación. La misma denominación griega para sombras () la usa Platón para designar
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las proyecciones sobre la pared de la caverna, de tal forma que la imaginación quedaría en el
puesto más bajo del proceso de conocimiento dentro de la caverna, vinculado a lo generado y
lo corruptible. Sigue después el subsegmento de «los animales que nos rodean, todas las plantas
y el género entero de las cosas fabricadas» (República, 510a), cuya operación anímica correspon-
diente será la creencia (pístis, ); en el mito de la caverna tendríamos los objetos que los
porteadores llevan sobre sus cabezas y tras el muro. Aquí las cosas ejercen la función de ser los
modelos de las imágenes, que participan de aquéllas y a las que remiten de continuo, mientras
que aquéllas (los animales, las plantas y las cosas fabricadas) no son sino copias o imitaciones de
las entidades que habitan el mundo de las ideas. De esta manera, en el mito de la caverna, una
vez liberado el hombre y obligado a escalar la salida de la cueva, el relato recorre esos mismos
tramos, primero contemplando las sombras de las cosas, «imágenes de hombres y de otros ob-
jetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos» (República, 516a).
2. Segundo segmento: mundo inteligible. La clave del primer subsegmento de la dimensión del mun-
do inteligible radica en el conocimiento de las ciencias matemáticas, geometría y aritmética en
particular, fundamentales para acostumbrarse a tratar con las imágenes «en su deseo de ver
aquellas cosas en sí que no pueden ser vistas de otra manera sino por medio del pensamiento»
(República, 510e-511a). En este sentido, el primer subsegmento se corresponde con la operación
anímica del conocimiento discursivo o pensamiento (diánoia, ) que opera por deduc-
ción a partir de hipótesis suficientemente comprobadas en el mundo sensible. Así proceden los
geómetras y matemáticos en general, quienes «dan por supuestos los números pares e impares,
las figuras, tres clases de ángulos y otras cosas emparentadas con éstas y distintas en cada caso;
las adoptan como hipótesis, procediendo igual que si las conocieran, y no se creen ya en el deber
de dar ninguna explicación ni a sí mismos ni a los demás con respecto a lo que consideran como
evidente para todos, y de ahí es de donde parten las sucesivas deducciones que les llevan final-
mente a aquello cuya investigación se proponían» (República, 510c-d). Sin embargo, aun cuando
ellos mismos dibujen esos ángulos o figuras no para pensar en sí mismas como entes reales, sino
a través de ellas como copias de ideas puras, «el alma se ve obligada a servirse de hipótesis, y
como no puede remontarse por encima de éstas, no se encamina al principio, sino que usa como
imágenes aquellos mismos objetos, imitados a su vez por los de abajo, que, por comparación
con éstos, son también ellos estimados y honrados como cosas palpables» (República, 511a). Por
eso mismo queda un último recorrido, a saber, el que nos conduce a lo «no hipotético, hasta el
principio de todo», que es fundamento que cae fuera de lo fundado, «sin recurrir en absoluto a
nada sensible, antes bien, usando solamente de las ideas tomadas en sí mismas, pasando de una
a otra y terminando de las ideas» (República, 511b-c). La operación correspondiente será la de la
inteligencia (nóesis, ).
Imaginación
Creencia Conocimiento
Inteligencia
mundo sensible mundo inteligible
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El mito de la caverna y el símil de la línea parecen explicar lo mismo desde dos pers-
pectivas diferentes. Determina aquello que tratan de explicar sendos relatos, y des-
pués argumenta por qué uno tiene mayor componente político mientras que otro está
más orientado a la epistemología.
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XX Alma y cuerpo
En este punto es necesario volver al análisis platónico de la persona latente en la República, que
encontramos apuntado ya en el Fedón (78b-79e) y que pasa por dividir a toda persona en alma y
cuerpo. Este último «nos colma de amores y deseos, de miedos y de fantasmas de todo tipo, y de
una enorme trivialidad, de modo que, ¡cuán verdadero es el dicho que en realidad con él no nos es
posible meditar nunca nada! Porque, en efecto, guerras, revueltas y batallas ningún otro las origina
sino el cuerpo y los deseos de éste. Pues a causa de la adquisición de riquezas se originan todas las
guerras, y nos vemos forzados a adquirirlas por el cuerpo, siendo esclavos de sus cuidados. Por eso
no tenemos tiempo libre para la filosofía, con todas esas cosas suyas. Pero el colmo de todo es que,
si nos queda algún tiempo libre de sus cuidados y nos dedicamos a observar algo, inmiscuyéndose
de nuevo en nuestras investigaciones nos causa alboroto y confusión, y nos perturba de tal modo
que por él no somos capaces de contemplar la verdad» (ibid., 66c-d).
En este texto encontramos ya una de las claves para el enfrentamiento entre Calicles y Sócrates en
el marco del Gorgias. Allí, el sofista era acusado de buscar únicamente «la ganancia y la desigualdad»
(508a), y por ello no aprecia la geometría, ciencia que ocupa un lugar destacado en la obra platónica
porque se ocupa de las medidas y las igualdades: entre otras, la «igualdad geométrica» que «discurre
entre dioses y hombres» (loc. cit.). Para Platón, la matemática (música, aritmética, geometría y astro-
nomía) y la filosofía (contemplación intelectiva de las ideas como máximo grado de conocer) eran
las dos disciplinas básicas en la adquisición de la verdad (Epínomis, 992a).
El cuerpo buscará únicamente la satisfacción de sus deseos, pasando por encima de cualquier ac-
tividad racional, y con su sometimiento a las pasiones se erigirá como el auténtico enemigo del
pensamiento filosófico. Tal y como explica Calvo (1995: 160), este dualismo se fundamenta en «la
experiencia de los conflictos internos que a menudo desgarran nuestra conciencia».
Tras haber expuesto en la República su concepción de la ciudad ideal como dividida socialmente y
especializada en cada uno de sus estamentos, Platón enlaza esta concepción de la ciudad ideal con
su teoría del alma tripartita para investigar el origen de los vicios y de las virtudes, así como el modo
en que estas últimas pueden ser practicadas óptimamente por encima del dominio perpetuo del
cuerpo.
XX Alma y estado
La asunción por parte de Sócrates de que la justicia es una virtud propia del alma abre la posibilidad
de que introduzca una teoría del alma como correlato del estado, pues también en éste se da la
justicia como virtud. Como dice Jaeger (2004: 599), «el alma del hombre es el prototipo del estado
platónico». Más aún, «ambos tienen la misma esencia y la misma estructura, sea en estado de salud
o en estado de degeneración. En realidad, la imagen que él traza de la justicia y de su función en
el estado perfecto no responde a la experiencia real de la vida del estado, sino que es una imagen
refleja de la teoría de Platón acerca del alma y de sus partes, la cual se proyecta en grande en su con-
cepción del estado y de sus estamentos. Platón hace surgir ante nuestros ojos el estado a base de
los elementos más simples que lo integran, para averiguar en cuál de los puntos la justicia se impone
como una necesidad.» Y así es como se inicia el proceso de investigación, partiendo de la pregunta
por la justicia como virtud del alma para así alcanzar la justicia como virtud del estado.
La explicación de Platón acerca de las actividades humanas y de las virtudes requeridas para el ejer-
cicio de las mismas parecían asentar, ya en el libro I de la República, el fundamento no sólo de la di-
visión de clases sociales, sino igualmente de la división tripartita del alma. Dice Sócrates, en diálogo
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con Glaucón: «¿No nos será absolutamente necesario –proseguí– el reconocer que en cada uno de
nosotros se dan las mismas especies y modos de ser que en la ciudad? A ésta, en efecto, no llegan de
ninguna otra parte sino de nosotros mismos. Ridículo sería pensar que, en las ciudades a las que se
acusa de índole arrebatada, como las de Tracia y de Escitia y casi todas las de la región norteña, este
arrebato no les viene de los individuos; e igualmente el amor al saber que puede atribuirse principal-
mente a nuestra región y no menos la avaricia que suele achacarse a los fenicios o a los habitantes
de Egipto» (República, 435e-436a). Ahora bien, ¿qué parte del alma se corresponde con cada uno de
los estamentos sociales?
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Las tres partes del alma se corresponden en la República con las tres clases sociales. La parte racional,
encargada de gobernar a los dos caballos y de servirse de la parte anímica para hacer frente a la
concupiscible, que tiende a satisfacer sus propios deseos, encuentra su reflejo en la figura del filóso-
fo-guardián, elegido de entre el resto de auxiliares como el mejor de todos ellos. La parte anímica,
el caballo blanco dócil, fuerte y valeroso, se corresponde con los guerreros o auxiliares del filósofo
gobernante, que nunca se aliarán con la parte concupiscible, sino con la racional. Por último, la parte
concupiscible se corresponde con los productores.
Establece una comparación entre las partes del alma y las clases sociales. ¿Es acepta-
ble la comparación? Especifica cuál es el lugar de la justicia dentro de este esquema.
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La asignación de funciones específicas para cada individuo, sumada a la división de las operaciones
del alma, apunta ya hacia un principio de especialización que se considera provechoso para la ciu-
dad y necesario para la educación de los ciudadanos. El tópico en que se apoya aquí el pensamiento
de Platón es el de la imposibilidad de que operaciones distintas (en el caso del alma) o labores distin-
tas (en el caso de un ciudadano) sean llevadas a cabo óptimamente por una sola de las partes.
Para desarrollar adecuadamente esta idea, nada mejor que el relato que Sócrates ofrece a sus con-
tertulios acerca de la formación de los distintos hombres:
Sois, pues, hermanos todos cuantos habitáis en la ciudad […], pero, al formaros los dioses, hicieron entrar
oro en la composición de cuantos de vosotros están capacitados para mandar, por lo cual valen más que
ninguno; plata, en la de los auxiliares, y bronce y hierro, en la de los labradores y demás artesanos. Como
todos procedéis del mismo origen, aunque generalmente ocurra que cada clase de ciudadanos engendre
hijos semejantes a ellos, puede darse el caso de que nazca un hijo de plata de un padre de oro o un hijo de
oro de un padre de plata o que se produzca cualquier combinación semejante entre las demás clases. Pues
bien, el primero y principal mandato que tiene impuesto la divinidad sobre los magistrados ordena que, de
todas las cosas en que deben comportarse como buenos guardianes, no haya ninguna a que dediquen ma-
yor atención que a las combinaciones de metales de que están compuestas las almas de los niños. Y si uno
de éstos, aunque sea su propio hijo, tiene en la suya parte de bronce o hierro, el gobernante debe estimar su
naturaleza en lo que realmente vale y relegarle, sin la más mínima conmiseración, a la clase de los artesanos
y labradores. O al contrario, si nace de éstos un vástago que contenga oro o plata, debe apreciar también su
valor y educarlo como guardián en el primer caso o como auxiliar en el segundo, pues, según un oráculo, la
ciudad perecerá cuando la guarde el guardián de hierro o el de bronce (República, 415a-c).
En definitiva, la definición de justicia de Platón se podría concretar en una frase como esta: justicia
es el respeto hacia la función específica de cada cuerpo social. Ha de tomarse como ejemplo la
conducta de los individuos cuando las dimensiones de sus respectivas almas se encuentran domi-
nadas no por el desequilibrio o por la dominación de las más bajas sobre las más nobles, sino por el
equilibrio de todas ellas y bajo el dominio de la prudencia. De ahí que sea la justicia una virtud que
ha de ser ejercida igualmente por todos los ciudadanos, lo que, a pesar de las críticas que el mismo
Glaucón le hará notar en el diálogo, es además garantía de felicidad para todos ellos en el marco de
una pólis armoniosa.
¿Cómo entiende Platón la justicia? ¿En qué se diferencia de las demás virtudes? ¿Todos
deben ser justos?
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CONCLUSIÓN
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BIBLIOGRAFÍA
Fuentes
PLATÓN (2002): Apología. Critón. Eutifrón. Ion. Lisis. Cármides. Hipias menor. Hipias mayor. Laques. Protágoras
(vol. I). Gorgias. Menéxeno. Eutidemo. Menón. Crátilo (vol. II). Fedón. Banquete. Fedro (vol. III). República (vol.
IV). Parménides. Teeteto. Sofista. Político (vol. V). Filebo. Timeo. Critias (vol. VI). Dudosos. Apócrifos. Cartas (vol.
VII). Leyes: Libros I–VI (vol. VIII). Leyes: Libros VIII – XII (vol. X). Madrid: Gredos.
PLATÓN (2008): La república. Madrid: Alianza.
BENGTSON, H. (1986): Historia de Grecia. Desde los comienzos hasta la época imperial romana. Madrid: Gredos.
De extensión equilibrada y tratamiento riguroso, presta especial atención a la función de los filósofos y discí-
pulos de filósofos en la vida nacional e internacional de la Hélade, muy útil para la ubicación filosófica de las
distintas decisiones que se tomaron a lo largo de la segunda mitad del s. V en el seno de Atenas.
CROMBIE, I. M. (1988): Análisis de las doctrinas de Platón. Madrid: Alianza.
Magnífico texto de estilo y tratamiento analíticos, de gran claridad conceptual y rigor terminológico. Recomen-
dable para un estudio pormenorizado de las principales doctrinas desde una perspectiva comparativa entre
ellas.
GRUBE, G. M. A. (1973): El pensamiento de Platón. Madrid: Gredos.
Grube lleva a cabo un imponente trabajo de conceptualización y reordenamiento de las principales doctrinas
de Platón en aras de construir una impresionante, profunda y completa guía de lectura. Altamente técnico y
especializado. Se recomienda acompañarlo con los textos platónicos tratados.
GUTHRIE, W. K. C. (1999): Historia de la filosofía griega. Vols. 4-5. Madrid: Gredos.
Referencia indispensable para una presentación de la filosofía griega, tanto por su amplitud y rigor como por
su seguimiento de los textos.
HEIDEGGER, M. (2000): La doctrina platónica de la verdad. En: Hitos. Madrid: Alianza.
Ensayo redactado en 1940 y que toma como precedente el curso impartido en el semestre de invierno de
1930-1931 titulado Sobre la esencia de la verdad. Una buena interpretación del mito de la caverna de Platón.
JAEGER, W. (2004): Paideia. Los ideales de la cultura griega. Madrid: FCE.
Uno de los textos fundamentales para una aproximación a la mentalidad griega en sus preocupaciones edu-
cativas y su proyección en la vida no sólo pública, sino igualmente privada. Dedica gran parte de sus páginas a
Platón y a sus intenciones educativas en el marco de la pólis.
CALVO, T. (1995): De los sofistas a Platón: política y pensamiento. Madrid: Ediciones Pedagógicas.
Atractivo por su carácter sintético, lleva a cabo un importante recorrido comparativo entre los principales sofis-
tas coetáneos de Sócrates y Platón, así como del maestro ateniense y su discípulo.
REALE, G. (2003): Por una nueva interpretación de Platón. Relectura de la metafísica de los grandes diálogos a
la luz de las doctrinas no escritas. Barcelona: Herder.
Ahonda en los escritos platónicos a partir de las «doctrinas no escritas» de Platón. De interpretación un tanto
comprometida, es sin embargo una referencia obligada para introducirse en los estudios platónicos.
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Páginas web
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RESUMEN
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2.4. Teoría del alma tripartita: apetito, 2.4.3. Doctrina de las virtudes cardinales
ánimo, razón Al igual que sucedía con el alma, que a cada parte de la mis-
Distinción radical entre alma y cuerpo. Esclavitud de las pa- ma le correspondía una operación específica, a cada cuerpo
siones del cuerpo. social le corresponde una función específica.
El cuerpo busca únicamente la satisfacción de los placeres, La prudencia. Virtud perteneciente a los filósofos, entendida
frente a cualquier otra operación del alma. como ciencia, por la que pueden ser acertados en sus decisio-
nes. Carácter asociado: filosófico.
2.4.1. El alma: prototipo del estado platónico La valentía. Virtud perteneciente a los guardianes, encarga-
dos de salvaguardar los principios regulativos de una ciudad.
Equivalencia entre el alma y el estado: estado de salud del Carácter asociado: ambicioso.
alma = estado de salud del estado.
La templanza. Única virtud que poseen los productores, pero
La justicia como virtud propia del alma. Estableciendo una de- no poseía en exclusividad. Salvaguarda de la armonía entre
finición de justicia en virtud del ejercicio de las almas, se pue- las distintas esferas de la ciudad. Carácter asociado: avaro.
de derivar una definición de justicia en una u otra ciudad.
2.4.2. Las tres dimensiones del alma 2.5. Definición platónica de la justicia
El hombre no es el mismo en todo momento de su vida. Ejem- Justicia como principio de especialización funcional de los
plo del arquero. ciudadanos: cada cual ha de desempeñar la función que le
es propia.
Existencia de tres partes diferenciadas en el alma y explica-
ción mediante el mito del auriga y los caballos. Mito de los metales y explicación del origen de los distintos
tipos de hombres.
El auriga. Parte racional, la más elevada, encargada de dirigir
los caballos. Virtud necesaria para la consecución de la felicidad por parte
de todos los ciudadanos.
Caballo blanco. Parte anímica, que, de asociarse, se asociará
siempre con la parte racional en la consecución de sus propó-
sitos (historia de Leoncio), pero que puede dejarse arrastrar, si
el auriga no delibera o gobierna correctamente, por el caballo
negro, la parte concupiscible del alma.
Caballo negro. Parte concupiscible del alma, que sólo busca
su propio beneficio y su propio provecho, representante de
las pasiones bajas del hombre.
Correspondencia entre las tres partes del alma y los tres cuer-
pos sociales de la ciudad ideal.
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AUTOEVALUACIÓN
2. La cuarta definición de justicia dada por Sócrates, «hacer bien al amigo que es bueno y mal al enemi-
go que es malo», no es aceptada:
a. Porque lo justo es hacer siempre el mal al enemigo.
b. Porque lo propio del justo no es hacer el mal, sino el bien, tanto al amigo como al enemigo.
c. Porque el enemigo lo es en virtud de su fuerza, y lo justo es obedecer al más fuerte.
d. Porque el justo sólo ha de ocuparse de custodiar los bienes entregados en depósito, y el enemigo
nunca entregará al justo sus bienes.
3. ¿Por qué, según Sócrates en diálogo con Trasímaco, los gobernantes han de cumplir sus propios
mandatos?
a. Porque si, según Trasímaco, lo justo es obedecer a los gobernantes, sus leyes quedan incluso por
encima de ellos mismos y han de acatarlas también.
b. Porque la asamblea, democráticamente, obliga a que los gobernantes cumplan con sus propios
mandatos, no quedando ninguno por encima de la ley.
c. Para dar ejemplo de respeto a las leyes al cuerpo social de la ciudadanía.
d. Ninguna de las tres anteriores.
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5. ¿Cuál es el giro que introduce Sócrates a la conversación, llegados a la aporía en el diálogo con
Trasímaco?
a. Comenzar analizando la naturaleza de los individuos de las ciudades para crear, progresivamente,
un individuo ideal y, por fin, conformar una ciudad ideal.
b. Definir el concepto de felicidad de los hombres para detectar las principales causas de infelicidad
de los ciudadanos de su tiempo.
c. Comenzar analizando la naturaleza de la justicia en las ciudades para crear, progresivamente, una
ciudad ideal y analizar, finalmente, la educación de los ciudadanos.
d. Definir el concepto de amigo y de enemigo para abrir, así, la necesidad de la educación en filosofía
como la ciencia del saber por antonomasia.
6. ¿Cuáles son los cuerpos sociales que distingue Platón en la ciudad ideal?
a. Productores, auxiliares y gobernantes.
b. Productores, mercaderes y guardianes perfectos.
c. Mercaderes, guardianes y gobernantes.
d. Productores, guardianes y gobernantes.
7. En el símil de la línea, ¿cuáles son las operaciones del alma correspondientes a cada uno de los esta-
dios del conocimiento humano?
a. Opinión, creencia, conocimiento discursivo e inteligencia.
b. Imaginación, creencia, mayéutica e inteligencia.
c. Imaginación, creencia, conocimiento discursivo e inteligencia.
d. Imaginación, opinión, creencia y conocimiento discursivo.
10. ¿Qué caracteres se asocian a cda una de las clases sociales de la ciudad?
a. Carácter filosófico al gobernante, ambicioso al guardiá, avaro al productor.
b. Carácter filosófico al guardián, ambicioso al productor, avaro al gobernante.
c. Carácter filosófico al gobernante, avaro al guardián, ambicioso al productor.
d. Carácter ambicioso al gobernante, avaro al guardián, filosófico al productor.
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