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CB

EL CONOCIMIENTO
BÍBLICO
UN COMENTARIO EXPOSITIVO

ANTIGUO TESTAMENTO
TOMO 2

DEUTERONOMIO—2 SAMUEL

Editores en inglés
John F. Walvoord
Roy B. Zuck
Responsables de la edición en castellano:
Julián Lloret
Jack Matlick

Ediciones Las Américas, A.C.


Apartado 78, 72000 Puebla, Pue., México

Publicado en castellano por


Ediciones Las Américas A. C.
Apartado Postal 78,
72000 Puebla, Pue., México

Todos los derechos reservados.


Prohibida la reproducción parcial o total.
Primera edición, 1999
©1996 CAM International;
originally published in English under the title of
THE BIBLE KNOWLEDGE COMMENTARY
(Old Testament)
©1985 by Scripture Press Publications, Inc.
4050 Lee Vance View Dr., Colorado Springs, CO 80918

A menos que se indique lo contrario,


todas las citas bíblicas están tomadas
de la Versión Reina Valera Revisión 1960.
La Santa Biblia Antiguo y Nuevo Testamento
Antigua Versión de Casiodoro de Reina (1569).
Revisada por Cipriano de Valera (1602).
Otras revisiones:1862, 1909 y 1960.
© Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960.

ISBN de la versión inglesa 0-88207-813-5


ISBN 968-6529 73-X (obra completa, Antiguo Testamento)
ISBN 968-6529 75-6 (Tomo 2)

Se dio término a la impresión de este libro el 15 de septiembre de 1999 en los talleres de Ediciones Las
Américas, A. C.

Contenido
Dedicatoria de la edición en castellano
Introducción
Editores, autores y traductores de las ediciones en inglés y castellano
Prefacio
Lista de abreviaturas
Gráfica de transliteraciones hebreas y griegas
Comentario de Deuteronomio
Comentario de Josué
Comentario de Jueces
Comentario de Rut
Comentario de 1 Samuel
Comentario de 2 Samuel
Apendice de mapas, graficas y tablas
Dedicatoria
El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo se dedica al creciente número de
lectores y estudiosos de la Biblia de habla hispana. Los distintivos de este Comentario son
muchos, pero uno de los más sobresalientes es que comunica en forma concisa y clara el sentido
del texto bíblico. Será muy útil para quienes aman la palabra de Dios, las Sagradas Escrituras,
que nos hacen sabios para conocer “la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”.
Agradecemos por este medio a los numerosos amigos que nos han ayudado a comenzar y
perseverar en la publicación de esta edición en castellano:
■ A los traductores, hombres y mujeres bien entrenados en el conocimiento de la Biblia y
capacitados para traducir fielmente el texto del Comentario.
■ Al personal de la casa publicadora, Ediciones Las Américas, A.C., Puebla, México.
■ A la Junta Directiva y la Administración de CAM Internacional que aprobaron este gran
proyecto con entusiasmo.
■ A los fieles amigos de CAM Internacional que ofrendaron para realizar la publicación de los
primeros tomos.
■ A los colegas en el ministerio cristiano que nos animaron con sus palabras de estímulo; en
especial a los editores generales de la edición original en inglés.
Julián Lloret
Jack Matlick

Introducción
La publicación de El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo es fruto de un largo e
histórico enlace fraternal entre el personal de varias instituciones: el Seminario Teológico de
Dallas, Tex., cuyo personal docente escribió el comentario original en inglés. Por otro lado, los
editores, traductores y personal técnico de esta publicación en castellano provienen de CAM
Internacional (antes llamada Misión Centroamericana) y de Ediciones Las Américas, A. C.,
Puebla, México. Es motivo de alabanza a Dios el espíritu de cooperación entusiasta entre estas
enidades para publicar esta obra.
Editores generales de la edición en inglés
John F. Walvoord B.A., M.A., Th. M., Th.D., D.D., Litt.D. Canciller, Ministro Representante y
Profesor Emérito de Teología Sistemática del Seminario Teológico de Dallas.
Roy B. Zuck B.A., Th.M., Th.D. Profesor titular emérito de Exposición Bíblica, Editor de
Bibliotheca Sacra, Seminario Teológico de Dallas.

Editor de consulta, Antiguo Testamento


Kenneth L. Barker, B.A., Th. M., Ph.D., Director Ejecutivo del Centro de Traducción de la
NVI, Exprofesor titular de estudios veterotestamentarios, Seminario Teológico de Dallas.
Eugene H. Merrill, B.A., M.A., M.Phil., Ph.D., Profesor Titular de Estudios
Veterotestamentarios, Seminario Teológico de Dallas.

Responsables de la edición en castellano


Julián Lloret, B.A. Th.M., Th.D. Consultor de Educación Teológica, CAM Internacional,
Dallas, Tex.
Jack D. Matlick, B.A. Director, Medios de Comunicación CAM Internacional, Dallas, Tex.
Gonzalo Sandoval L. Director General, Ediciones Las Américas, A.C., Puebla, Méx.

Editores de la edición en castellano


Elizabeth Cantú de Márquez, Jefe del Departamento Editorial, Ediciones Las Américas, A.C.
Roberto Lloyd G., B.A., M.A. Editor, Ediciones Las Américas, A.C., CAM Internacional.
Bernardino Vázquez, Prof. en Pedagogía, Univ. Marroquín, Lic. y M.A. en Biblia, SETECA,
Guatemala.

Autores del Tomo 2, A.T.


Deuteronomio
Jack S. Deere, B. A., Th. M., Th. D. conferencista y exprofesor asistente de Estudios
Veterotestamentarios, 1976–1987, Seminario Teológico de Dallas, Tex.).
Josué
Donald K. Campbell, B.A., Th. M. Th. D., D.D., Presidente Emérito y Profesor Emérito de
Exposición Bíblica, Seminario Teológico de Dallas, Tex.
Jueces
F. Duane Lindsey, B.A., B.D., Th.M., Th.D. (Exregistrador y Profesor Asistente de Teológia
Sistemática, Seminario Teológico de Dallas, Tex.)
Rut
John W. Reed, B.A., M.A., M.Div., Ph.D. Profesor Emérito de Ministerios Pastorales,
Seminario Teológico de Dallas.
1, 2 Samuel
Eugene H. Merrill, B.A., M.A., M.Phil., Ph.D., Profesor Titular de Estudios
Veterotestamentarios, Seminario Teológico de Dallas.
Traductores del Tomo 2, A.T.
Deuteronomio
Bernardino Vázquez, Prof. en Pedagogía, Univ, Marroquín, Lic. y M.A. en Biblia, SETECA,
Guatemala.
Josué
Lic. Alberto Peláez Irissón, Prof. en Teología, SETECA, Guatemala, Lic. en Sistemas
Computacionales, UDLA, Puebla, México
Jueces, Rut
Elizabeth Cantú de Márquez, Jefe del Departamento Editorial, Ediciones Las Américas, A.C.
1, 2 Samuel
Elizabeth M. de Carpinteyro, Profesora en Teológia, SETECA, Guatemala.
Prefacio
El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo, es una serie de estudios detallados de
las Sagradas Escrituras escritos y editados exclusivamente por catedráticos del Seminario
Teológico de Dallas. La serie ha sido preparada para el uso de pastores, laicos, maestros de
Biblia, y para quienes desean estudiar un comentario comprensible, breve y confiable de la
Biblia completa.
¿Por qué publicar otro comentario bíblico cuando ya existen tantos? Hay varios distintivos
que hacen de El Conocimiento Bíblico un libro con matices propios.
Primero, fue escrito por la facultad de un solo seminario, el Teológico de Dallas, Texas,
E.U.A. Este hecho asegura una interpretación consistente de las Escrituras en el aspecto
gramatical e histórico así como en la perspectiva pretribulacionista y premilenarista. Sin
embargo, en las ocasiones en que existen diferencias de opinión entre los eruditos evangélicos,
los autores presentan varias interpretaciones del pasaje.
Segundo, esta serie de comentarios se basa en la muy popular versión Reina-Valera Revisión
1960 que todos conocemos. Así que es una herramienta útil y fácil de usar junto con su Biblia de
estudio personal.
Tercero, este Comentario tiene otros distintivos que no contienen otros: (a) Al comentar el
texto bíblico, los autores señalan cómo se desarrolla el propósito de cada libro y la manera en
que cada pasaje forma parte del contexto en que se encuentra. Esto ayuda al lector a ver la forma
en que el Espíritu Santo guió a los autores bíblicos a escoger su material y sus palabras. (b) Se
consideran y discuten con cuidado los pasajes problemáticos, costumbres bíblicas desconocidas,
y las así llamadas “contradicciones”. (c) Se incorpora a este Comentario la opinión de los
eruditos bíblicos modernos. (d) Se discuten muchas palabras hebreas, arameas, y griegas que son
importantes para la comprensión de algunos pasajes. Se ha hecho una transliteración de ellas
para los que no conocen los idiomas bíblicos. Pero, aun los que conocen bien esos idiomas,
hallarán muy útiles los comentarios. (e) Para facilitar el estudio y comprensión del texto se
incluyen diagramas, gráficas y listas que aparecen en el apéndice al final del tomo. (f) Se hacen
numerosas referencias cruzadas que ayudan al lector a encontrar pasajes relativos o paralelos que
amplían el tema que se trata.
El material de cada libro de la Biblia incluye una Introducción donde se estudia al autor, la
fecha, el propósito, el estilo, y sus características únicas; un Bosquejo, el Comentario, y una
Bibliografía. En la sección llamada Comentario, se da el resumen de pasajes enteros así como la
explicación detallada de cada versículo y, muchas veces, de cada frase. Todas las palabras de la
versión Reina-Valera Revisión 1960 que se citan textualmente aparecen en letra negrilla, así
como el número de los versículos con que comienza cada párrafo. En la sección de Bibliografía
se sugieren otros libros y comentarios para estudio personal que sin embargo, no han sido
aprobados en forma total por los autores y editores de este Comentario.
Los tomos que constituyen la serie del El Conocimiento Bíblico presentan exposiciones y
explicaciones basadas en una esmerada exégesis de las Escrituras, pero no es primordialmente un
comentario devocional ni una obra exegética con detalles de lexicografía, gramática y sintaxis, ni
hace un análisis de la crítica textual de los libros. Esperamos que este Comentario le ayude a
profundizar su comprensión de las Sagradas Escrituras a medida que los ojos de su
entendimiento son alumbrados por el ministerio del Espíritu Santo (Efesios 1:18).
Se ha diseñado este Comentario para enriquecer su comprensión y aprecio de las Escrituras,
la palabra de Dios inspirada e inerrante, para motivarle a no ser un “oidor”, sino “hacedor” de lo
que la Biblia enseña (Santiago 1:22), y para capacitarlo para que pueda “enseñar también a
otros” (2 Timoteo 2:2).
John F. Walvoord
Roy B. Zuck
Adaptado para la edición en español por Jack D. Matlick
LISTA DE ABREVIATURAS

1. General
a.C. antes de Cristo
a.m. antes meridiano
aprox. aproximadamente
ar. arameo
A.T. Antiguo Testamento
ca. cerca de
cap., (s) capítulo (s)
cf. Confer (compare)
cm., (s) centímetro (s)
d.C. después de Cristo
ed. edición, editado
eds. editores
e.g. por ejemplo
et al y otros
etc. y otras (cosas)
fem. femenino
gr. griego
hebr. hebreo
íbid en el mismo lugar
i.e. esto es
imper. imperativo
imperf. imperfecto
ing. inglés
kg., (s) kilogramo (s)
km., (s) kilómetro (s)
lit. literalmente
m. murió, muerto
mar. margen, lectura marginal
masc. masculino
ms., mss. manuscrito, manuscritos
mt., (s) metro (s)
n., ns. nota, notas
neut. neutro
n.p. no se sabe quién lo publicó
N.T. Nuevo Testamento
núm., (s) número, números
pág.,(s) página, páginas
párr., (s) párrafo, párrafos
part. participio
pas. pasivo
perf. perfecto
pl. plural
p.m. pasado meridiano
pres. presente
pron., (s) pronombre (s)
s. siglo
sem. semítico
s.f. sin fecha
sing. singular
TM texto masorético
trad. traducción, traductor
V. véase
v., vv. versículo, versículos
vb., (s) verbo, (s)
vol., (s). volumen, volúmenes
vs. versus
2. Libros de La Biblia. Antiguo Testamento
Gn. Génesis
Éx. Éxodo
Lv. Levítico
Nm. Números
Dt. Deuteronomio
Jos. Josué
Jue. Jueces
Rt. Rut
1, 2 S. 1, 2 Samuel
1, 2 R. 1, 2 Reyes
1, 2 Cr. 1, 2 Crónicas
Esd. Esdras
Neh. Nehemías
Est. Ester
Job Job
Sal. Salmos
Pr. Proverbios
Ec. Eclesiastés
Cnt. Cantares
Is. Isaías
Jer. Jeremías
Lm. Lamentaciones
Ez. Ezequiel
Dn. Daniel
Os. Oseas
Jl. Joel
Am. Amós
Abd. Abdías
Jon. Jonás
Mi. Miqueas
Nah. Nahum
Hab. Habacuc
Sof. Sofonías
Hag. Hageo
Zac. Zacarías
Mal. Malaquías

Nuevo Testamento
Mt. Mateo
Mr. Marcos
Lc. Lucas
Jn. Juan
Hch. Hechos
Ro. Romanos
1, 2 Co. 1, 2 Corintios
Gá. Gálatas
Ef. Efesios
Fil. Filipenses
Col. Colosenses
1, 2 Ts. 1, 2 Tesalonicenses
1, 2 Ti. 1, 2 Timoteo
Tit. Tito
Flm. Filemón
He. Hebreos
Stg. Santiago
1, 2 P. 1, 2 Pedro
1, 2, 3 Jn. 1, 2, 3 Juan
Jud. Judas
Ap. Apocalipsis
3. Versiones de La Biblia
BD Biblia al Día
BC Bover Cantera
BLA Biblia de las Américas
BJ Biblia de Jerusalén
HA Hispanoamericana (N.T.)
LA Latinoamericana
LXX Septuaginta
NC Nácar Colunga
NVI95 Nueva Versión Internacional, 1995
RVA Reina Valera Actualizada
RVR09 Reina-Valera Revisión 1909
RVR60 Reina-Valera Revisión 1960
RVR77 Reina-Valera Revisión 1977
RVR95 Reina-Valera Revisión 1995
TA Torres Amat
Taizé Versión Ecuménica
VM Versión Moderna
VP Versión Popular (Dios Habla Hoy)
Vul. Vulgata Latina

Gráfica de transliteraciones hebreas y griegas


Hebreo
Consonantes

‫א‬ ’
‫בּ‬ b
‫ב‬ ḇ
‫גּ‬ g
‫ג‬ g̱
‫דּ‬ d
‫ד‬ ḏ
‫ה‬ h
‫ו‬ w
‫ז‬ z
‫ה‬ ḥ
‫ט‬ ṭ
‫י‬ y
‫כ‬ k
‫כ‬ ḵ
‫ל‬ l
‫מ‬ m
‫נ‬ n
‫ם‬ s
‫ע‬ ‘
‫פּ‬ p
‫פ‬ p̱
‫צ‬ ṣ
‫ק‬ q
‫ר‬ r
‫שׂ‬ ś
‫שׁ‬ š
‫תּ‬ t
‫ת‬ ṯ
Dagesh forte se representa por la duplicatión de la letra.

Vocalización

‫בָּ ה‬ bâh
‫בּוֹ‬ bô
‫בּוּ‬ bû
‫בֵּ י‬ bê
‫בֶּ י‬ bè
‫בִּ י‬ bî
ָ‫בּ‬ bā
‫בּ‬ bō
‫ֻבּ‬ bū
‫ֵכּ‬ bē
ִ‫כּ‬ bī
‫ַכּ‬ ba
‫ָכּ‬ bo
‫ֻכּ‬ bu
‫ֶכּ‬ be
ִ‫כּ‬ bi
‫ֲכּ‬ bă
‫ֳכּ‬ bŏ
‫ֱכּ‬ bĕ
ְ‫כּ‬ be
‫כָּהּ‬ bāh
‫כָּא‬ bā’
‫כֵּה‬ bēh
‫כֶּה‬ beh
Griego
α, ᾳ a
β b
γ g
δ d
ε e
ζ z
η, ῃ ē
θ th
ι i
κ k
λ l
μ m
ν n
ξ x
ο o
π p
ρ r
σ, ς s
τ t
υ y
φ f
χ ̱j
ψ ps
ω, ῳ ō
̔ ρ rh
ʼ j
γγ ng
γκ nk
γξ nx
γχ nj̱
αἰ ai
αὐ au
εἰ ei
εὐ eu
ηὐ ēu
οἰ oi
οὐ ou
υἱ jui
DEUTERONOMIO
Jack S. Deere
Traducción: Bernardino Vázquez

INTRODUCCIÓN

Título. El título castellano de este libro surge de la trad. incorrecta que hace la LXX de
Deuteronomio 17:18, donde dice “una copia de esta ley”. La LXX trad. esas palabras como
deuteronomion (lit., “segunda ley”), que fueron vertidas Deuteronomium en la Vulgata, trad.
latina de la Biblia hecha por Jerónimo en el s. IV. El título hebr. de este libro es ’ēlleh
haddeḇārîm (“estas son las palabras”) conforme a la costumbre hebr. de llamar una obra con base
en su(s) palabra(s) inicial(es) (V. 1:1). Este título hebr. es una mejor descripción del libro,
porque no se trata de una “segunda ley”, sino del registro de los sermones de Moisés acerca de la
ley.
Autor y fecha. La autoría mosaica de Deuteronomio fue casi universalmente aceptada por judíos
y cristianos hasta el surgimiento de la crítica liberal del s. XIX. Los eruditos liberales nunca han
coincidido en quién consideran que escribió el libro, pero la mayoría concuerda en que no fue
Moisés. Casi todos ellos afirman que se escribió en el s. VII a.C. Una de las razones por las que
le adjudican esa fecha, es el hallazgo del libro de la ley en el templo durante el reinado de Josías
(2 R. 22). Muchos críticos suponen que el “libro de la ley” se refería a Deuteronomio y que había
sido escrito en el nombre de Moisés como un fraude piadoso, y posteriormente fue colocado en
el templo, para que cuando se “descubriera”, sirviera para llevar a cabo las reformas de Josías
que se efectuaron más adelante.
Otra razón de dar una fecha tardía es el mandato de Dios a Israel de que tuviera un santuario
central (Dt. 12:1–14). Esto se considera como una referencia ligeramente disfrazada a Jerusalén
y una polémica contra el culto de los “lugares altos”. Los críticos argumentan que ni Jerusalén ni
los lugares altos fueron prominentes en el período mosaico.
Una tercera razón por la que los críticos sostienen que Deuteronomio fue escrito en el s. VII,
es que parte del material del libro es obviamente posterior a Moisés (e.g., cap. 34, que registra la
muerte del caudillo).
Un cuarto argumento a favor de la fecha tardía y en contra de la autoría mosaica es que
Deuteronomio incluye varias predicciones acerca de la dispersión y la subsecuente restauración
de Israel (4:25–31; 28:20–68; 29:22–28; 30:1–10; 32:23–43).
Sin embargo, al hacer un examen detallado, ninguno de esos cuatro argumentos resulta ser
decisivo. Es imposible saber si “el libro de la ley” descubierto en el templo durante el reinado de
Josías, era el Pentateuco completo, el libro de Deuteronomio, o una porción de cualquiera de
ellos. Si era Deuteronomio, entonces no procede el argumento de que se trataba de un fraude
piadoso “sembrado” en el templo con objeto de efectuar una reforma. Los códigos legales del
antiguo Cercano Oriente con frecuencia eran ignorados o relegados a segundo término, por lo
que es perfectamente posible que esto ocurriera con una porción o con todo el Pentateuco. Esto
pudo ser así especialmente al considerar que los dos reyes que precedieron a Josías, Manasés y
Amón, ¡promovieron la idolatría en el templo! Además, los fraudes piadosos eran algo
virtualmente desconocido en el antiguo Cercano Oriente. Los paralelismos citados por los
críticos provienen del mucho más tardío período grecorromano.
Por lo que hace al mandato de Deuteronomio 12 de tener un santuario central, debe tomarse
en cuenta que en ninguna parte del libro se menciona a Jerusalén. Si Deuteronomio fue un
documento falsificado, hecho con el propósito de efectuar una reforma mediante la erradicación
de los lugares altos, para así favorecer la centralización del culto en Jerusalén, resulta entonces
impensable que dicha ciudad no fuere mencionada. Además es dudoso que una falsificación
conservara la porción de 27:1–8 si su mayor interés era la centralización del culto en Jerusalén,
debido a que esos vv. contienen un mandato de edificar un altar en el monte Ebal, ofrecer
sacrificios y escribir la ley en piedras en ese lugar.
Con respecto a las adiciones posmosaicas, es evidente que se añadieron ciertos comentarios
editoriales después de la muerte de Moisés (además del mencionado cap. 34, otros ejemplos son:
2:10–12, 20–23; 3:13b–14). Sin embargo, la presencia de esas añadiduras no prueba que Moisés
no escribió la mayor parte de Deuteronomio, ni tampoco violentan la inspiración plenaria de la
Biblia (V. el comentario de 2:10–12). El argumento que surge de la presencia de predicciones
acerca de la dispersión y restauración de la nación se origina en la tendencia a negar la existencia
de la profecía predictiva (que era proclamada cuando los eventos todavía estaban en el futuro) y
sobrenatural. De manera que se puede concluir que no hay razón sustancial para descartar que
Deuteronomio sea lo que afirma ser: las palabras de Moisés a la nación a finales del s. XV a.C.,
cuando Israel estaba por entrar a la tierra prometida.
Estructura. Deuteronomio sigue el patrón de los tratados de vasallaje típicos del segundo
milenio a.C. Cuando un rey hacía un pacto con una nación vasalla, ese tratado normalmente
contenía seis elementos: (a) preámbulo (b) prólogo histórico (la historia de los tratos del rey con
el vasallo), (c) mandato general (un llamado para manifestar sincera lealtad al rey), (d) mandatos
específicos (leyes detalladas por las que el vasallo pudiera dar expresión concreta de su lealtad al
rey), (e) testigos divinos (deidades invocadas para ser testigos del pacto), y (f) bendiciones y
maldiciones (por la obediencia o desobediencia al pacto). V. “El pacto mosaico comparado con
los acuerdos de vasallaje del antiguo Cercano Oriente”, en el Apéndice, pág. 280.
Deuteronomio se parece a esa estructura porque 1:1–4 constituye el preámbulo; 1:5–4:43 el
prólogo histórico; 4:44–11:32 el mandato en general; los caps. 12–26 contienen mandatos
específicos; y los caps. 27–28 bendiciones y maldiciones. (Por supuesto que Jehová, siendo el
único Dios verdadero, no llamó a otros dioses para atestiguar de ese pacto.) En este comentario
se le da especial atención a esas y otras semejanzas. Los paralelismos que hay con los tratados de
vasallaje del segundo milenio a.C. también son argumentos a favor de una fecha temprana para
el libro de Deuteronomio.
Propósito. Aunque Deuteronomio sigue la forma de los tratados de vasallaje, es más bien un
documento de naturaleza homilética. A través de él, Moisés predicó la ley a los israelitas para
grabar la palabra de Dios en sus corazones. Su meta era hacer que la gente renovara el pacto
hecho en Sinaí; i.e., hacer un nuevo y fresco compromiso con Dios. Sólo comprometiéndose sin
reservas al Señor, el pueblo podría esperar entrar a la tierra prometida, conquistar a sus
habitantes y luego vivir en paz y prosperidad.
El hecho de que el pueblo de Israel entraría pronto en la tierra prometida se indica por las
casi 200 referencias a la “tierra” que hay en Deuteronomio (cf. 1:7). Reiteradamente, Moisés
urgió a la gente a “tomar posesión” de la tierra (1:8), animándola a no sentir temor por los
enemigos (1:21). Israel tenía que darse cuenta que ésa era su “herencia” de parte de Dios (4:20),
porque él se la había dado mediante “juramento” (4:31), así como había prometido a sus
“padres” (1:35). Debían “recordar” (4:10) lo que Dios ya había hecho por ellos, “obedecerlo”
(4:30), “temerlo” (5:29), “amarlo” (6:5), y “seguirlo” (10:20). (Las palabras entre comillas
señalan las que aparecen frecuentemente en Deuteronomio, las referencias en paréntesis señalan
los pasajes en donde se hacen comentarios de esas palabras.)

BOSQUEJO

I. Introducción: Contexto histórico de los discursos de Moisés (1:1–4)


A. Autor, lectores y lugar (1:1)
B. Fecha (1:2–4)
II. Primer discurso de Moisés: Prólogo histórico (1:5–4:43)
A. Repaso de los actos poderosos de Dios entre Horeb y Bet-peor (1:5–3:29)
B. Exhortación a obedecer la ley y a resistir la idolatría (4:1–43)
III. Segundo discurso de Moisés: Obligaciones pactales (4:44–26:19)
A. Recapitulación de la ley en Horeb (4:44–5:33)
B. Grandes mandatos y advertencias (caps. 6–11)
C. Código de leyes específicas (12:1–26:15)
D. Declaración de compromiso (26:16–19)
IV. Tercer discurso de Moisés: El mandato de renovar el pacto y la declaración de bendiciones y
maldiciones (27:1–29:1)
A. Mandato de renovar el pacto (cap. 27)
B. Bendiciones y maldiciones (cap. 28)
C. Conclusión del tercer discurso de Moisés (29:1)
V. Cuarto discurso de Moisés: Resumen de las demandas del pacto (29:2–30:20)
A. Llamado a la obediencia pactal (29:2–29)
B. Bendiciones prometidas por el arrepentimiento de Israel (30:1–10)
C. Encargo final a elegir la vida (30:11–20)
VI. Transición de Moisés a Josué (caps. 31–34)
A. Nombramiento de Josué y el depósito de la ley (31:1–29)
B. Cántico de Moisés (31:30–32:43)
C. Preparación para la muerte de Moisés (32:44–52)
D. Bendición de Moisés (cap. 33)
E. Muerte de Moisés (cap. 34)

COMENTARIO

I. Introducción: Contexto histórico de los discursos de Moisés (1:1–4)


A. Autor, lectores y lugar (1:1)
1:1. La referencia que se hace a Deuteronomio como las palabras que habló Moisés, sirve
para recordar a los lectores que si bien el libro fue una renovación del pacto, no era un tratado sin
vida. La expresión “las palabras que habló Moisés” sugiere que el contenido del libro fue dado al
pueblo errante en una serie de vigorosos sermones.
Moisés estaba perfectamente calificado para hablar en el nombre de Dios. Él fue más que un
legislador humano para Israel; fue fundador de la religión israelita y mediador del pacto en Sinaí
(V. el comentario del cap. 5). También fue el primer profeta de Israel (34:10). Aunque Dios
llamó a Abraham profeta (Gn. 20:7), Israel todavía no existía como nación. A través de Moisés,
el Omnipotente estableció tan alto ejemplo para el pueblo, que todos los profetas subsecuentes
vivieron bajo su sombra, no pudiendo nunca alcanzar el nivel de ese caudillo, hasta que vino el
Señor Jesucristo (cf. el comentario de Dt. 18:15–19; 34:10–12). No es de sorprender que los
autores novotestamentarios, mencionen a Moisés con más frecuencia que a ninguna otra persona
del A.T. Entonces, Deuteronomio es esencialmente una serie de sermones hechos por el profeta
más grande del A.T.
Las palabras de Moisés fueron dirigidas a todo Israel, expresión que se usa cuando menos
12 veces en el libro. Su frecuente aparición enfatiza la unidad de ese pueblo, realizada por la
poderosa liberación divina de la nación que estaba cautiva en Egipto, y por la aceptación de su
pacto en Sinaí. Israel era el pueblo singular de Dios, la única nación de la tierra que tenía la
palabra divina como su “Carta Magna”. Por ello, las palabras de Moisés tenían una importancia
especial para cada israelita.
Excepto por el río Jordán y la región del Arabá, se desconoce la localización de los lugares
mencionados en 1:1. El Arabá es el extenso valle que comienza en el mar de Cineret (llamado
después mar de Galilea) al norte y termina en el golfo de Aqaba en el sur. Israel todavía no
estaba en la tierra prometida, sino que se encontraba a la entrada de ésta (cf. v. 5) al tiempo que
recibía las últimas instrucciones de Moisés.

B. Fecha (1:2–4)
1:2. Las referencias relativas al tiempo de los vv. 2–3 cumplen dos funciones. Primero,
ubican la revelación divina de manera exacta en la historia. Segundo, el patético contraste de los
11 días (v. 2) con los 40 años (v. 3), sirve como un ominoso recordatorio de las consecuencias
que se producen cuando se desobedece a Dios. Los israelitas convirtieron un viaje de once días
desde Horeb (otro nombre dado al monte Sinaí; cf. Éx. 34:2, 27 con Dt. 5:2) a Cades-barnea, el
primer sitio de entrada a la tierra prometida desde el sur, en un período de cuarenta años de andar
errabundos por el desierto antes de poder llegar a un segundo lugar adecuado para entrar a la
tierra. Sólo había 240 kms. entre Horeb y Cades-barnea (V. “Posible Ruta del éxodo”, en el
Apéndice, pág. 281).
La advertencia dada fue indirecta: “no sean tardos para creer en Dios otra vez”.
Infortunadamente para Israel, nunca hizo caso completamente a esa advertencia. Como Esteban
lo señaló siglos después (Hch. 7:39, 51), los israelitas siempre han sido tardos para creer en Dios.
1:3. Después de los cuarenta años del peregrinaje de los isrelitas por el desierto, Moisés les
dio sus mensajes, palabras que había recibido de Jehová (Yahweh.) Moisés hizo esto con la
autoridad de su Dios. En el A.T., se aludía a Dios como “Jehová” cuando los escritores querían
hacer hincapié en la naturaleza personal de aquel que hace un pacto con la gente y exige que se
cumpla su voluntad moral (cf. el comentario de Éx. 3:13–14). Por lo tanto, Jehová es la
designación normal de Dios cuando se hace referencia a la forma en que trató a Israel.
Algún tiempo después del cierre del canon del A.T. (al final del s. V. a.C.), los judíos
desarrollaron una superstición acerca de pronunciar el nombre de Jehová y lo empezaron a
mencionar con una combinación aprox. de las vocales del nombre Adonai (“Señor o Amo”)
cuando hacían la lectura pública de las Escrituras. Pero esta es una pérdida trágica para los santos
de las épocas posteriores. Los cristianos ya no llaman Jehová a Dios cuando oran, porque la
revelación de la persona divina se llevó a cabo de manera completa en Jesucristo (He. 1:1–2).
Ahora los cristianos conocen a Dios más personalmente como Padre (Jn. 14:6; 20:17; Ro. 1:7;
8:15; 1 Co. 1:3), designación usada escasamente en el A.T. La autoridad que hay detrás del
primer discurso de Moisés (en Dt. 1:5–4:43) es Jehová, el Dios personal de Israel.
1:4. El trasfondo histórico del primer discurso de Moisés se completa con la nota acerca de la
derrota de los dos reyes Sehón y Og (cf. Nm. 21:21–35; Dt. 2:26–3:11).

II. Primer discurso de Moisés: Prólogo histórico (1:5–4:43)


Deuteronomio incluye un prólogo histórico, al igual que los grandes tratados heteos de
vasallaje del segundo milenio a.C. Así como en esos tratados se presentan los actos benevolentes
de los reyes poderosos en favor de sus vasallos, así también aquí se evocan los actos poderosos y
bondadosos de Dios a favor de Israel (1:5–3:29). Con base en sus actos benevolentes, el rey, en
el pacto de vasallaje, exhortaba a su pueblo a ser completamente leal a él. De manera parecida,
Dios exhortó a los israelitas a que expresaran fe y obediencia a él (4:1–41).

A. Repaso de los actos poderosos de Dios entre Horeb y Bet-peor (1:5–3:29)


1. PRIMER INTENTO DE ENTRAR A LA TIERRA PROMETIDA (1:5–46)
a. Inicio en Horeb (1:5–18)
1:5. Cuando Moisés expuso estas palabras, el pueblo de Israel se encontraba al este … del
Jordán, en Moab. La palabra declaró es significativa, porque da a entender que Moisés hizo
todo lo que pudo para aclarar las palabras de Dios a los israelitas. El vocablo bā’ēr se usa sólo
aquí y en 27:8 (donde se trad. con la expresión adverbial “muy claramente”) y en Habacuc 2:2
donde se trad. “declárala” (“grábala”, BLA). Básicamente, el vb. significa “escarbar” (e.g.,
escarbar un pozo; “pozo” es be’ēr).
En el decurso de sus mensajes, Moisés buscó promover en sus lectores y de varias maneras,
un espíritu de obediencia. Para alcanzar tal objetivo, usó formas intimidantes de juicio, de
promesa de recompensa, así como diversas alusiones a la bondad de Dios. La palabra que se trad.
ley en realidad significa “enseñanza”, y ésta no es sólo un cuerpo de leyes como se entiende en el
sentido moderno. Es la enseñanza acerca de cómo caminar con Dios.
1:6–8. La forma en que se expresa la oración gramatical hebr. hace énfasis muy marcado en
las primeras palabras Jehová nuestro Dios y establecen el tono del mensaje para todo este
discurso. De hecho, en Deuteronomio las palabras “Jehová nuestro Dios” aparecen mencionadas
casi cincuenta veces. Jehová es el líder soberano de la historia israelita. Cuando se ratificó el
pacto y se completó la revelación en Sinaí (Horeb; cf. v. 2), él guió a la nación a Canaán. Las
fronteras (v. 7; cf. 11:24; Éx. 23:31) de ese territorio llegaban más allá del área geográfica que
Israel jamás poseyó. Aunque los reinos de David y Salomón se extendieron hasta el río Eufrates
(cf. 2 S. 8:3; 1 R. 4:21), muchos de los pueblos de ese territorio estaban sojuzgados sólo en
cuanto al pago de tributos. En realidad no fueron conquistados totalmente por los israelitas. De
manera que nunca poseyeron completamente la tierra. (V. el comentario acerca de los amorreos
en Gn. 14:13–16; Éx. 3:8.) Los valles del oeste daban hacia el Mediterráneo, junto a la costa del
mar. El Neguev era la extensa zona desértica al oeste y suroeste del mar Muerto.
El mandato (Dt. 1:8) divino de poseer la tierra (por conquista militar) de tan vasta área, no
debió haber turbado a sus oyentes. La promesa acerca de esa misma tierra había sido dada en un
pacto, siglos antes, a Abraham (Gn. 15:18–21; 17:7–8), y confirmada a Isaac y Jacob (Gn.
26:3–5; 28:13–15; 35:12). Esos tres patriarcas se mencionan siete veces en Deuteronomio (Dt.
1:8; 6:10; 9:5, 27; 29:13; 30:20; 34:4). Moisés no dejó duda alguna acerca de la naturaleza de la
promesa divina. Ésta provenía de la gracia y era permanente. Cuando el Señor sella su promesa
con un juramento (juró; cf. 1:35), nunca cambia su plan (cf. Sal. 110:4).
De manera que desde Abraham hasta que la nación se formalizó en tiempos de Moisés, cada
israelita debía darse cuenta de que permanecía en la línea de la inviolable promesa divina. El
mandato de “poseer la tierra” (que aparece mencionado 18 veces en Dt. 1:8, 21, 39; 2:24; etc.)
dirigía la atención de Israel a algo más que el territorio. Debían recibir ánimo para pelear por
ella, entendiendo que ya les había sido entregada por la fidelidad pactal del Señor. Este énfasis
en la “tierra” es inusitadamente fuerte en Deuteronomio, porque se menciona casi 200 veces.
1:9–18. Si la nación tenía cualquier duda acerca del propósito o capacidad divinas para
cumplir su antiguo pacto con Abraham, sólo tenía que mirar su condición presente. Israel había
llegado a ser tan numeroso como las estrellas del cielo (v. 10). Esto, por supuesto, fue algo que
Dios prometió a Abraham e Isaac (Gn. 15:5; 22:17; 26:4; Éx. 32:13). Así, el crecimiento de la
nación probaba el propósito y capacidad del Señor para cumplir sus promesas originales a
Abraham. Moisés confiaba en que Dios seguiría multiplicando y bendiciendo a su pueblo,
porque seguía siendo el mismo Dios de sus ancestros. Jehová Dios de vuestros padres es un
título común que se da al Señor en Deuteronomio (cf. Dt. 1:21; 4:1; 6:3; 12:1; 27:3). Las
palabras “Jehová vuestro Dios” (1:10) aparecen más de 250 veces en Deuteronomio; sin duda,
para confirmar a Israel que el suyo no es un dios pagano muerto, sino que es Jehová, el Señor
viviente que hizo un pacto con ellos.
Sin embargo, el cumplimiento de esta promesa particular había causado un problema. La
nación había llegado a ser muy grande como para que Moisés la gobernara de manera efectiva
(vv. 9, 12; cf. Éx. 18:13–27), por lo que tuvo que nombrar a jefes militares, gobernadores (quizá
escribas o administradores), y jueces (Dt. 1:15–16). El registro de estos incidentes en el discurso
de Moisés no es circunstancial o parentético. La preocupación que se muestra en la selección de
varones sabios y entendidos (v. 15; cf. v. 13), el mandato de impartir justicia (juzgad
justamente, v. 16), así como de mostrar absoluta imparcialidad en el juicio (v. 17; cf. 16:19; Pr.
18:5; 24:23) dejan ver con claridad que el meollo de la conquista para Israel era establecer la
justicia y manifestar la santidad en la tierra prometida y, a la larga, en todo el mundo (cf. Dt.
28:1, 9–10, 13). Israel requería de fe para conquistar la tierra, pero también para administrar
justicia en ella, porque encontraría oposición allí.
b. Fracaso en Cades-barnea (1:19–46)
1:19–21. Como primer paso en la conquista de la tierra, los israelitas debían viajar por el
grande y terrible desierto (cf. 8:15; 32:10), haciendo un recorrido de Horeb a Cades-barnea de
más de 240 kms. por un páramo que generalmente carecía de agua. Este primer paso fue quizá
designado por Dios para crear en sus corazones hambre por la fructífera y bella tierra prometida.
Esto también dio a Dios la oportunidad de demostrar su amor paternal y su capacidad de proteger
a su pueblo en un ambiente hostil (cf. 1:31). Ambas motivaciones, hambre por la tierra y
confianza en el amor y poder de Dios, eran necesarias si es que iban a lograr el objetivo que
tenían por delante. El mandato de Moisés al pueblo de no temer (otro de los énfasis de Dt.: vv.
21, 29; 3:2, 22; 7:18; 20:1, 3; 31:6, 8; cf. Jos. 1:9; 8:1) demuestra que se daba cuenta de la
titánica tarea que les esperaba al tomar posesión (cf. Dt. 1:8) de la tierra de los amorreos, pero
también se percataba de la capacidad divina para realizar esa tarea.
1:22–25. El segundo paso involucraba enviar a doce hombres, uno de cada tribu, como
espías a la tierra. Si bien el plan fue concebido por iniciativa del pueblo (vv. 22–23), el Señor
estaba de acuerdo con él (Nm. 13:1–2). De esta manera, no se trataba inicialmente de un acto de
incredulidad, sino más bien de un paso sabio en la necesaria preparación para la batalla por la
conquista de la tierra. Cuando los espías regresaron, parte de su reporte fue de ánimo. La tierra
era increíblemente fructífera (Dt. 1:25; Nm. 13:23–27). El valle de Escol (lit., “racimo de uvas”)
se localizaba cerca de Hebrón (cf. Nm. 13:22–23) e incluso hoy esa área es famosa por sus uvas.
Por esa razón, fue llamada buena … tierra, frase que se usa diez veces en Deuteronomio (1:25,
35; 3:25; 4:21–22; 6:18; 8:7, 10; 9:6; 11:17) para animar a Israel a emprender la conquista.
Moisés no mencionó aquí explícitamente la segunda parte del informe de los espías, pero su
descripción de los habitantes de la tierra era tan aterradora, que casi todo el pueblo se desanimó
(Nm. 13:28–33).
1:26–33. En su miedo, los israelitas hablaron exageradamente acerca del tamaño de las
ciudades en Canaán, afirmando que sus muros llegaban hasta el cielo. El elemento más
impresionante del informe de los espías parece que fue la mención de la presencia de los hijos de
Anac (v. 28) en Canaán, que tradicionalmente se identifican como un clan de gigantes (cf. Nm.
13:32–33). En su cobardía, el pueblo se rebeló y murmuró contra Jehová (cf. Éx. 15:24; 16:2;
17:3). Esto ilustra cuán profundamente afecta el pecado cometido en flagrante desafío al Señor, a
la perspectiva que el hombre tiene de Dios. El pueblo aseguraba que el Altísimo los aborrecía, y
afirmaba que los había liberado de Egipto sólo para destruirlos a manos de los amorreos. Israel
había razonado de manera similar cuando se encontraba en el desierto (Éx. 16:3; 17:3). Su
descripción de la gente (este pueblo es mayor y más alto que nosotros) revela que
consideraban que su tarea era imposible para ellos y para Dios.
Por otra parte, Moisés, que no estaba en rebelión contra el Señor, tenía ante sí el mismo
conjunto de hechos que el pueblo, pero los interpretaba de manera diferente. Dios no odiaba a su
pueblo; sino lo amaba con el tierno amor que un padre muestra por su hijo indefenso (Dt. 1:31).
Lo que la gente tenía que hacer era simplemente mirar atrás, a su pasado reciente, cuando Dios
milagrosamente los liberó y sustentó en el viaje por el desierto. Además, el pueblo no debía
tener miedo (v. 29; cf. v. 21), porque el Señor no quería destruirlos, sino pelear por ellos (v. 30;
cf. 3:22; 20:4).
Moisés recordó al pueblo, de manera irónica, que Dios había actuado en favor de ellos como
espía, por medio de la columna de fuego de noche y la nube de día (cf. Éx. 13:21). La palabra
hebr. tûr (reconoceros, Dt. 1:33), es la misma que se usa en Números 13:2–25 ¡en relación con
la actividad de los espías! Moisés, contrariamente a lo que hizo el pueblo, confiaba en la palabra
del Señor y en lo que había experimentado con el Dios de la historia, permitiendo que estas dos
realidades dieran sentido a sus circunstancias y controlaran su reacción a las noticias acerca de
los anaceos.
El obstinado rechazo del pueblo a ser motivado por la obra de Dios a favor de ellos en el
pasado, hace de este pasaje un elocuente testimonio de la volubilidad de los corazones humanos.
Unos cuantos “expertos” (diez de doce espías) fueron capaces de desvirtuar los hechos del muy
evidente cuidado providencial del Señor. Es difícil de imaginar lo absurdo de la incredulidad del
pueblo de Israel. Por eso, la gente de la actualidad debe tomar ejemplo de lo anterior. La perversa
vacilación demostrada aquí no es únicamente israelita. Santiago tuvo que advertir a sus lectores
cristianos—quienes después de la crucifixión y resurrección del Señor Jesucristo nunca tuvieron
razón de dudar del amor o poder de Dios—que no se acercaran a su Señor con un espíritu
vacilante (Stg. 1:5–8).
1:34–36. La presentación del juicio de Dios con la cláusula: y oyó Jehová la voz de
vuestras palabras indica la omnisciencia divina (porque la gente se quejaba en secreto dentro de
sus tiendas, v. 27). Además, la declaración de su juicio devastador sobre esa generación (v. 35)
claramente presupone su omnipotencia. Él había jurado (afirmado por medio de juramento; cf.
4:31) a los padres (antecesores) de Israel que cumpliría el pacto abrahámico (1:8). La palabra
“padres” aparece 21 veces en Deuteronomio para enfatizar la relación de Israel con las promesas
del pacto a través de los tres principales patriarcas. Dios también juró excluir de la entrada a la
tierra prometida a cada guerrero (cf. 2:14) de la generación rebelde, excepto (Nm. 14:36–38) a
Caleb (1:36) y Josué (v. 38). Las promesas pactales a Abraham no fueron invalidadas por este
juicio. Todavía le sería dada la tierra buena a la descendencia de Abraham, pero a una generación
más obediente. El pacto pertenece a Israel, pero sólo un pueblo obediente lo disfrutaría. Este
punto queda ilustrado, por ejemplo, por las excepciones de Caleb y Josué que no sufrieron el
juicio. Caleb siguió al Señor fielmente (cf. Jos. 14:8–9, 14).
1:37–38. El juicio de Dios alcanzó incluso a Moisés. Dios estaba decepcionado e indignado
con Moisés (como se revela en las palabras también contra mí, que en hebr. son muy enfáticas;
cf. 3:26; 4:21). Cuando Moisés afirmó que no se le permitiría entrar a la tierra prometida, no
estaba culpando al pueblo [por vosotros] por su castigo. Más bien, la queja del pueblo causó que
él pecara también. Así que su asistente Josué (cf. Éx. 24:13; 33:11) dirigiría a la nación a la
tierra.
1:39–40. El pueblo aparentemente usó a sus hijos como excusa para no hacer el intento de
entrar a la tierra. El v. 39 es importante porque revela el efecto negativo que tiene justificar la
incredulidad, y porque parece que Dios reconoce la llamada edad de la “responsabilidad
personal” de los niños. Es obvio que para Dios, los niños no son responsables de sus actos sino
hasta que reconocen la diferencia entre lo bueno y lo malo. Sin embargo, en ningún lugar de la
Biblia se establece a qué edad sucede eso en el ser humano.
Los hijos no eran culpables de la cobardía de sus padres. Por eso, se les aseguró la posesión
de la tierra, mientras que sus padres fueron devueltos al desierto (cf. 2:1) para morir allí. Más
adelante, el autor de Hebreos señaló la tragedia de que los cadáveres de esa generación quedaron
esparcidos por el desierto, como recordatorio lúgubre de las consecuencias que acarrea la falta de
fe del creyente en el poder de Dios (He. 3:16–19).
1:41–46. Cuando se anunció el juicio devastador al pueblo, los israelitas se dieron cuenta de
su gran pecado y respondieron con una inmediata confesión (hemos pecado contra Jehová) y se
mostraron dispuestos para ir a la batalla de inmediato. Pero ya era muy tarde para entonces,
porque Dios ya había decidido castigarlos.
La falta de sinceridad de su confesión fue evidente porque cometieron un segundo acto de
rebeldía. Aquí de nuevo se pone de relieve la volubilidad del pueblo. Ellos se rebelaron al
principio por su cobardía y por su falta de fe en la capacidad de Dios para luchar por ellos. Pero
fueron rebeldes por segunda ocasión cuando mostraron su altivez (v. 43), al pensar que podrían
ganar la batalla sin ayuda de Dios. Su derrota a manos de los amorreos, quienes los persiguieron
como hace un enjambre de avispas en el monte (cf. v. 41b), puso en claro que estaban bajo el
decidido e inescapable juicio de su Dios (cf. Nm. 14:40–45). Se desconoce la localización exacta
de la ciudad de Horma, pero se encontraba en el Neguev, la parte sureña de Canaán, que más
adelante sería adjudicada a la tribu de Judá (Jos. 15:30) y luego a Simeón (Jos. 19:4; cf. Jue.
1:17). Seir fue el nombre antiguo de Edom (Gn. 32:3; Dt. 2:4–5, 8, 12, 22, 29).
El pueblo lloró a causa de su derrota en Horma, pero Dios no cambió su parecer en cuanto a
no dejarlos entrar en la tierra.

2. UN NUEVO COMIENZO: EL VIAJE POR EL ORIENTE DEL JORDÁN (2:1–25)


a. Viaje de Cades-barnea al monte de Seir (2:1–8)
2:1. Las palabras por mucho tiempo designan los cuarenta años que Israel anduvo errante
por el desierto (cf. “muchos días”, 1:46). A pesar del castigo para esa generación rebelde e
ingrata de vagar cuarenta años, Dios no había desistido de trabajar con su pueblo, por lo que
Moisés podía seguir diciendo: “como el Señor me había mandado” (BLA). Dios seguía
dirigiendo a su nación por medio de su profeta Moisés y no había desechado su plan de darles la
tierra de Canaán para que hicieran su morada.
2:2–7. Entonces Dios indicó a Moisés que dejara el monte (que estaba al poniente de Seir o
Edom) y fuera hacia Seir, donde moraban los descendientes de Esaú (cf. Gn. 36:8–9). Además,
el Señor advirtió a Israel que evitara pelear con ellos. La posibilidad de que estallara una guerra
podía deberse a la escasez de agua que hay en esa zona (sólo llueve un promedio de doce cms. al
año). El gran contingente de personas moviéndose a través de Seir podría mermar fácilmente la
reserva de agua de los edomitas. Por lo tanto, Dios indicó a Israel que pagara todo lo que comiera
o bebiera para evitar que surgieran hostilidades con ellos. (De hecho, los edomitas, rehusaron
conceder el paso a los israelitas, Nm. 20:14–21.)
Estas cuidadosas instrucciones demuestran que los israelitas no eran libres de conquistar
cualquier territorio que quisieran. Más bien, Dios les había prometido un territorio definido, y la
guerra que iban a librar para conquistar Canaán tenía además un carácter moral (los eruditos se
han referido a ella como “guerra santa”, V. el comentario de Dt. 7). Esas instrucciones, así como
la cláusula he dado por heredad a Esaú el monte de Seir (2:5) muestran que el Señor es
soberano sobre todas las tierras y todos los pueblos. Esa soberanía debió haber animado a los
israelitas a entrar en Canaán y a luchar con valor. Si Dios había respetado el derecho de
Edom—así como el de Moab (vv. 8–9) y de Amón (vv. 19)—de poseer sus tierras, cuánto más
honraría el derecho de Israel a poseer Canaán, ¡posesión que estaba garantizada por el pacto
hecho con los patriarcas! El cuidado protector de Dios en el gran desierto por cuarenta años (v.
7) los motivaba también a obedecer sus instrucciones inmediatas.
2:8. En lugar de ir por Seir (Edom) o por el camino de Arabá a la parte sur de Canaán, los
israelitas viajaron hacia el norte por el lado este de Edom (cf. el comentario del v. 29) a través de
Moab (cf. v. 18). (V. “Posible ruta del éxodo”, en el Apéndice, pág. 281.) Elat es el nombre
moderno de Ezión-geber, el puerto que está en el golfo de Aqaba.
b. Viaje más allá de Moab y Amón (2:9–25)
2:9–13. Después del mandato divino de tratar a los moabitas (la ciudad de Ar se encontraba
en Moab), que eran descendientes de Lot (Gn. 19:36–37), con el mismo cuidado que tuvieron
con los edomitas (Dt. 2:4–6), un editor posmosaico insertó una nota explicativa (vv. 10–12).
Aunque es imposible precisar cuándo se insertaron los vv. 10–12, el v. 12 indica que fue después
de la conquista inicial de la tierra. Las notas editoriales que aparecen en el Pentateuco no dañan
la doctrina de la inspiración bíblica (V. “Fecha y paternidad literaria” en la Introducción). La
inspiración se refiere más que nada al producto final y no tanto a las maneras en que se escribió
el texto bíblico. Toda la Escritura original, fue “inspirada por Dios” (2 Ti. 3:16; lit. “exhalada”),
y por tanto, no contiene errores, porque Dios no puede mentir (Tit. 1:2). El Espíritu Santo
supervisó el trabajo de los editores así como la investigación histórica de Lucas (Lc. 1:1–4), de
allí que las palabras finales del texto, si bien se obtuvieron por diferentes métodos, son las
palabras que Dios quiso comunicar. Fue ese texto final (incluyendo las interpolaciones de tipo
editorial) que Jesús declaró que era perfecto (e.g., Mt. 5:18; Jn. 10:35).
Acerca de los hijos de Anac (Dt. 2:11) V. el comentario de 1:28. Los gigantes (hebr.
“refaítas”, [NC]) constituían una antigua tribu conocida por su gran estatura (que también se
menciona en Gn. 14:5; 15:20; Dt. 2:20; 3:11, 13; Jos. 12:4; 13:12; 17:15; 1 Cr. 20:4, NC). Los
moabitas llamaban a los gigantes …, emitas, que significa “terrores” o “aterradores”. Los
horeos pudieron haber formado un pueblo no semítico que vivía en grupos dispersos por
Palestina, Siria, y Mesopotamia. Ellos ocuparon Seir antes de que Esaú se mudara para allá (Gn.
14:6; 36:8–9, 20) y los expulsara. El hecho de que los moabitas hubiesen podido despojar a ese
pueblo grande … numeroso, y alto, pone en contraste la cobardía e incredulidad de Israel que, a
pesar de contar con la ayuda divina, tuvo miedo de ese mismo pueblo (cf. Dt. 1:28; Nm. 13:28,
33). Estas notas explicativas dejan la impresión de que no hay enemigo invencible. Si los
moabitas pudieron arrojar a los anaceos (emitas) y si los descendientes de Esaú pudieron
expulsar a los horeos, entonces seguramente Dios podía dar Canaán a Israel. Esto aclara más el
mandato de Dios de cruzar el arroyo de Zered en Moab (Dt. 2:13).
2:14–15. Moisés recordó de nuevo a sus lectores el terrible juicio que su propia generación
rebelde había sufrido (1:35, 39). Dejó en claro que toda la generación de los hombres de
guerra (cf. 2:16) no habían muerto por causas naturales durante los treinta y ocho años previos
de andar por el desierto. El hecho de que la mano de Jehová estaba contra un pueblo
frecuentemente significaba que Dios había enviado una peste destructora sobre ellos (cf. Éx.
9:15; 1 S. 5:6–7, 9, 11; 6:3, 5, 9; 2 S. 24:17). Además, la primera parte de Deuteronomio 2:15
debe trad.: “La mano del Señor vino contra ellos para producir pánico (o confusión) en ellos”. El
vb. que significa “infundir pánico o confusión” (hāmam) se usa para indicar el pánico
divinamente inspirado que Dios produjo en muchos de los enemigos de Israel de manera que
estuvieran demasiado confundidos o aterrorizados como para pelear eficazmente.
Así, esa primera generación de guerreros israelitas, a causa de su rebelión contra el Señor, se
encontraron con que ellos mismos eran objeto de la “guerra santa” que Dios lanzó en su contra.
El pueblo repudió con arrogante rebelión, el cuidado protector de la mano de Dios, sólo para
descubrir que esa mano se había vuelto contra ellos al observar la dolorosa muerte de sus
familiares fuera de la tierra prometida. Al recordarle esto al pueblo, Moisés, en efecto, afirmaba
que Dios es fiel a sus promesas y a sus amenazas, y que tiene poder para ejecutar ambas.
2:16–19. Dios había indicado a Israel que no molestara a los descendientes de Esaú (vv. 4–5)
o a los moabitas (v. 9); ahora afirma lo mismo con respecto a los amonitas. Israel no debía
atacarlos porque los hijos de Amón, al igual que los moabitas, eran descendientes de Lot (cf.
Gn. 19:36–38).
2:20–23. Los vv. 20–23 forman otra interpolación editorial (cf. vv. 10–12). Tanto la
destrucción de los gigantes (hebr. “refaítas”), llamados zomzomeos, a manos de los amonitas,
así como la de los horeos por esos descendientes de Esaú, se atribuyen a fin de cuentas a Dios.
Porque, como Pablo escribió más adelante, él es quien ha prefijado el orden de los tiempos y los
límites de la habitación de todos los pueblos de la tierra (Hch. 17:26). Incluso los aveos, que
vivían tan al occidente como Gaza, fueron destruidos por otro pueblo, los caftoreos, que
probablemente es un nombre antiguo dado a los filisteos que vinieron de Caftor, otro de los
nombres de la isla de Creta.
2:24–25. El mandato divino de despojar a Sehón rey … amorreo de la ciudad de Hesbón es
otra ilustración de la soberanía de Dios sobre todas las naciones. El temor y espanto que el
Señor pondría en esas naciones constituía un “arma” esencial para Israel en esa guerra y en la
conquista (cf. Éx. 15:15; 23:27; Nm. 22:3; Jos. 2:9, 11, 24; 5:1; 9:24).

3. CONQUISTA DE LA ZONA AL ORIENTE DEL JORDÁN (2:26–3:29)


a. Derrota de Sehón (2:26–37)
Esta sección (cf. Nm. 21:21–35) describe el inicio de la conquista de la tierra por Israel, una
guerra que había sido aplazada por cuarenta años.
2:26–29. Moisés reiteró su oferta de paz a Sehón, ofrecimiento que presentaba varias
ventajas para el rey amorreo. Moisés prometió que no se apartaría del camino real y, por tanto,
Sehón no debía temer que los israelitas fueran a mermar sus cosechas. Añadió que los israelitas
ya habían pasado por los territorios de Edom y Moab sin hacerles guerra (v. 29), aunque los
edomitas habían negado el paso a Israel (Nm. 20:18–21). Probablemente los edomitas
permitieron a Israel pasar por su frontera oriental, pero no lo dejaron pasar por en medio de su
territorio. Moisés le dijo también a Sehón que el destino final de Israel no era su territorio, sino
que se dirigían al otro lado del Jordán, a la tierra que Dios les iba a dar.
2:30–37. Sehón rechazó esa pacífica oferta. Los vbs. hebr. usados aquí para describir el
“endurecimiento” de la mente y voluntad (corazón), pueden significar que el Señor no hizo sino
confirmar lo que ya había en el corazón del rey amorreo, i.e. su desprecio contra Dios y su
pueblo Israel (cf. el comentario de Éx. 4:21 acerca del endurecimiento del corazón del faraón).
La negativa arrogante de Sehón fue señal segura de que había desechado su única posibilidad de
sobrevivir. Puesto que Dios controla toda la historia, Moisés podía decir: más Jehová nuestro
Dios lo entregó delante de nosotros.
La expresión destruimos (Dt. 2:34) trad. el vocablo hebr. ḥāram, “entregar [al Señor], con
frecuencia a través de la completa destrucción” (V. el comentario de Jos. 6:21). En
Deuteronomio, ḥāram también se usa en 3:6; 7:2; 20:17. V. el cap. 7 para una discusión acerca
de la interrogante moral de matar a una población completa de hombres, mujeres y niños. La
declaración de que no hubo ciudad que escapase de nosotros era un agudo recordatorio para
los israelitas de su pasada cobardía. El enunciado hebr. lit. dice “no hubo pueblo demasiado alto
para nosotros”. Las murallas tan altas de las ciudades cananeas habían aterrorizado a la primera
generación de guerreros israelitas (1:28) y desobedecieron el mandato divino de entrar en la
tierra.
b. Derrota de Og (3:1–11)
3:1–7. Basán estaba un poco más al norte del punto que los israelitas necesitaban alcanzar
para entrar en la tierra prometida. Sin embargo, al derrotar a Og en el norte estaban protegiendo
su flanco derecho al enfilarse a cruzar el Jordán. Edrei, el lugar donde comenzó la batalla, estaba
como a 50 kms. al este del extremo sur del mar de Cineret (mar de Galilea). El mandato divino
de pelear contra Og (acerca de la expresión no tengas temor; cf. el comentario de 1:21) se
basaba en dos garantías: Dios lo había entregado en mano de Israel, y el pueblo había vencido
recientemente a Sehón. De nueva cuenta, se le acredita a Dios el resultado de la batalla (3:3; cf.
2:30–31). Y, como en el caso de las ciudades de Sehón (2:32–36), las sesenta que poseía Og (con
muros altos, 3:5; V. el comentario de 2:36) no pudieron detener a los guerreros israelitas. La
tierra de Argob (3:4) era otro de los nombres de Basán o tal vez formaba parte de ella. Ésta era
conocida como la tierra de los gigantes (v. 13). La confianza de los soldados israelitas en la
palabra de Dios contrasta con los guerreros incrédulos que se mencionan en 1:28. V. el
comentario de ḥāram en 2:34 y en el cap. 7 acerca de la completa destrucción de los habitantes
(3:6).
3:8–11. Estos vv. resumen la conquista del territorio controlado por los dos reyes amorreos
de la región al oriente del Jordán, Sehón y Og. Los israelitas necesitaban ser animados por medio
de frecuentes recordatorios de la fidelidad que Dios había mostrado hacia ellos en el pasado. Dos
aspectos de ese resumen de bendiciones alentaron en forma especial a los israelitas. Primero,
estos vv. hacen hincapié en la amplitud de la conquista israelita: desde el arroyo de Arnón
hasta el monte de Hermón (llamado Sirión por los sidonios de Sidón y Senir por los
amorreos). Segundo, Og fue uno de los últimos gigantes que los israelitas enfrentaron en la
batalla. La cama de hierro de Og probablemente se refiere a su ataúd (sarcófago), que medía
1.85 mts. de ancho por 4 mts. de largo.
c. Distribución de la tierra conquistada (3:12–22)
3:12–17. La tierra de la región al oriente del Jordán fue repartida entre las tribus de Rubén,
Gad, y la media tribu de Manasés. (V. “Distribución de la tierra a las tribus de Israel”, en el
Apéndice, pág. 282.) Rubén recibió el territorio moabita desde el arroyo de Arnón hasta
Hesbón. A Gad se le dio la mitad sur de Galaad, de Hesbón hasta el río Jaboc. A la media tribu
de Manasés se le dio la parte norte de Galaad y toda Basán, que se encontraba al oriente del
mar de Cineret (llamado posteriormente mar de Galilea; V. el comentario de Jos. 11:2). Og
controlaba esa parte norte de Galaad y Basán. Jair hijo de Manasés, recibe una mención
especial (Dt. 3:14) por el valor que mostró al capturar toda la tierra de Argob en Basán (cf. v.
4; Nm. 32:41). Como resultado de lo anterior, a esa área se le llamó por su nombre. De manera
similar se hizo con Maquir (Dt. 3:15), una subtribu de Manasés que recibió el resto de Galaad,
porque conquistó dicho territorio (Nm. 32:34–40).
3:18–20. Números 32 registra la petición de la tierra al oriente del Jordán por parte de las dos
tribus y media. Ellos habían adquirido un gran número de reses y ovejas (cf. Nm. 32:1) y esa
región era particularmente idónea para criar ganado. Al principio, Moisés se enojó al escuchar
esa petición, temiendo otra defección como la de Cades-barnea (Nm. 32:6–8, 14–15). Pero
cuando los guerreros de las tribus prometieron cruzar el Jordán y pelear hasta que Israel
conquistara su tierra, entonces Moisés concedió su petición. Puesto que se acercaba la batalla, las
tribus del este del Jordán necesitaban ese recordatorio de su compromiso previo (Nm. 32:16–19).
Ellos podían dejar sus nuevos hogares y familias porque el Señor les había dado … esta tierra y
podían cruzar el Jordán y pelear por sus hermanos sin temor alguno, y luego regresar con sus
familias.
3:21–22. Estos dos vv. forman una transición del asunto de la distribución de la tierra (vv.
12–20) a la pérdida de liderazgo de Moisés (vv. 23–29). Moisés había recordado a sus
interlocutores que el tiempo de la conquista de Canaán estaba cerca (vv. 18–20), pero sería Josué
y no Moisés, el que dirigiría al pueblo en esa conquista. Al animar a Josué, Moisés estaba
obedeciendo el mandato de Dios (1:38; 3:28). La firme declaración de Moisés de que el Señor
había actuado como guerrero en favor de Israel en el pasado, y que lo seguiría haciendo, alentó
en gran manera al futuro líder. Josué no debía tener temor (cf. el comentario de 1:17). Las
palabras de Moisés representan también un tema principal del prólogo histórico de
Deuteronomio: La batalla es del Señor (Jehová vuestro Dios … es el que pelea por vosotros;
cf. 1:30; 20:4; V. también 2:24–25, 31, 33, 36; 3:2–3).
d. A Moisés se le prohibe entrar a la tierra prometida (3:23–29)
3:23–25. Dios había enseñado en forma muy clara que Moisés no entraría a la tierra
prometida debido a la incredulidad que mostró en el incidente de las aguas de Meriba (Nm.
20:12). Sin embargo, parece que en la mente de Moisés se inició una nueva idea de los
acontecimientos, que indica por su declaración: tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu
grandeza. Esto se refiere quizá a la omnipotencia de Dios revelada en la conquista de los dos
reyes amorreos al este del Jordán, Sehón y Og, más bien que a los eventos del éxodo de Egipto.
Puesto que Dios permitió a Moisés tomar parte en la conquista de la región al oriente del Jordán,
éste pudo haber considerado que el Señor revocaría su anterior decisión de prohibirle la entrada
en Canaán. Por lo tanto, ese parecía ser un tiempo oportuno para que preguntara a Dios acerca de
si podría, al fin y al cabo, entrar a ver la buena tierra (cf. el comentario de Dt. 1:25).
La interrogante de 3:24 que comienza con la expresión ¿qué dios hay en el cielo y en la
tierra …? no implica que Moisés creyera en la existencia de otros dioses. Se trata de una
pregunta retórica, y es una de las maneras en que se expresa en el A.T. el carácter incomparable
del Señor. Él es absolutamente único en sus atributos; nadie puede comparársele.
3:26–29. Dios no escucharía a Moisés, i.e., no le concedería su petición. De hecho, la
cláusula hebr. implica que Moisés había reiterado varias veces su petición a Dios, y que Jehová
se había enojado (forma intensiva del vb. ‘āḇar) con él (cf. 1:37; 4:21). Esa conversación revela
algo acerca de la intimidad que tenía Moisés con Dios. También pone de manifiesto la angustia
que sentía aquel hombre que había dedicado su vida a hacer realidad la promesa de Dios para
Israel, sabiendo que nunca iba a participar en su realización. Sin embargo, Moisés podría al
menos ver la tierra desde la cumbre del monte Pisga.
Debido a que Moisés no iba a poder guiar al pueblo más allá del Jordán, Dios le recordó su
responsabilidad de preparar a Josué para asumir el liderazgo. La sucesión de Josué en el
liderazgo es un tema importante de Deuteronomio. Esta es la tercera vez que se menciona en sólo
tres caps. (1:38; 3:21, 28). Por el solo hecho de repetir las palabras de Dios al pueblo acerca de
este asunto, Moisés estaba alentando a Josué y mostrando a la nación que él era su nuevo líder.

B. Exhortación a obedecer la ley y a resistir la idolatría (4:1–43)


1. PROPÓSITO DE LA LEY (4:1–8)
4:1–2. Las palabras ahora … oye introducen las conclusiones prácticas que se debían sacar
de la experiencia de Israel en el desierto. La nación era responsable de obedecer
incondicionalmente los estatutos y decretos de Dios por causa de la fidelidad, misericordia y
juicio del Altísimo desplegados en su historia reciente. “Estatutos” puede referirse a leyes
permanentes de conducta, leyes inmutables, mientras que “decretos” puede relacionarse con las
normas casuísticas, a las decisiones emitidas por los jueces. Era crucial que Moisés enseñara a
Israel esa ley. La cláusula motivacional para que … viváis, y entréis y poseáis la tierra indica
que el completo disfrute de la vida se basa en la obediencia a las leyes de Dios. Israel no debía
hacerles añadiduras que debilitarían su poder, como posteriormente hicieron los fariseos y
cristianos legalistas. Tampoco debían disminuirlas para acomodarlas a la voluntad antojadiza o a
la debilidad de la naturaleza humana.
4:3–4. Moisés se refirió al incidente de Baal-peor en Moab para ilustrar a partir de la propia
historia israelita, que sus vidas dependían de la obediencia a la ley de Dios. En Baal-peor todos
los israelitas que cometieron adulterio físico y espiritual con las mujeres moabitas fueron
muertos a espada o por plaga (24,000 murieron en la plaga). Por otra parte, todos los que
siguieron a Jehová su Dios permanecieron vivos. Este incidente también se menciona en
Números 25:1–9; Salmos 106:28–29 y Oseas 9:10.
4:5–8. Un propósito de ia ley era dar a los israelitas una vida abundante mientras obedecían a
Dios (vv. 1–4). En los vv. 5–8 se revela otro propósito de la ley: lograr que Israel se distinguiera
moral y espiritualmente entre todas las naciones y hacer que dichas naciones se sintieran atraídas
hacia Dios. En contraste con los otros pueblos, Israel no debía descollar por sus recursos
naturales, riqueza o poder militar, sino por su sabiduría moral y su cercana relación con Dios,
cualidades que resultarían si obedecían a su ley moral. Si Israel obedecía la ley, sería la envidia
de todas las naciones. Ellas verían a Israel como: (a) pueblo sabio y entendido, (b) que tiene a
Dios cerca, y (c) que posee estatutos y juicios justos.

2. PROPÓSITO DE LA EXPERIENCIA EN HOREB (4:9–14)


4:9. La solemne admonición guárdate (que aparece numerosas veces en Dt.) y guarda tu
alma implica que los israelitas constantemente confrontaban el peligro de caer en el pecado que
los llevaría al borde de la aniquilación como nación. Ese pecado era la idolatría (vv. 15–31). La
nación podría llegar a ser idólatra de dos formas relacionadas entre sí. Primero, la depravación de
la mente humana es tan grande, que las portentosas obras de Dios en favor de su pueblo (e.g., el
éxodo y la revelación de su ley en Horeb) podían apartarse de su corazón si no las recordaban
continuamente.
En segundo lugar, los padres, por pereza o apatía, podían dejar de enseñar las obras que Dios
había hecho a sus hijos y de esa manera, ellos podrían llegar a ser idólatras. Deuteronomio hace
mucho hincapié, no en los sacerdotes o en otros líderes religiosos, sino en los padres como
responsables de la educación espiritual de sus hijos (vv. 9–10; 6:7, 20; 11:19; 31:13; 32:46). Dios
confió las grandes verdades acerca de su revelación, como la entrega de la ley en Sinaí, a fieles
administradores que no debían olvidarlas, sino transmitirlas a sus hijos (“no olvidar” es otra
expresión muy enfatizada en Dt., que aparece en 4:9, 23, 31; 6:12; 8:11, 14, 19; 9:7; 25:19.)
4:10–14. La experiencia en Horeb fue diseñada para producir el temor de Dios en el corazón
del pueblo, de manera que el pacto entre él y su Creador fuera posible. En el A.T., el temor de
Dios es más que un sobrecogimiento o reverencia, aunque incluye ambos. Temer a Dios es llegar
a estar tan profundamente consciente de su pureza moral y omnipotencia, que la persona siente
verdadero temor de desobedecerlo. Temer a Dios también implica responder a él en adoración,
servicio, confianza, obediencia y compromiso. En aquel día en Horeb, Dios mostró su
omnipotencia en el fuego …, tinieblas, nube y oscuridad, y con su voz, que retumbó desde los
cielos. Su pureza moral fue manifestada en los diez mandamientos, a los que llamó su pacto.
A partir de esta experiencia, los israelitas debieron haber aprendido a temer a Dios como una
persona espiritual (“a excepción de oir la voz, ninguna figura visteis”; cf. v. 15) y como una
persona que es trascendente. Este último punto se vio acentuado en el hecho de que Dios ordenó
a los israelitas que siguieran sus mandamientos, estatutos y juicios (que Moisés les había
enseñado, vv. 1, 14). La entrega de la ley ese día enseñó a la nación que su Dios era una persona
espiritual que no podía ser manipulada, sino que él había impuesto su voluntad moral en ellos.
Ese día en Horeb, el pueblo no se llevó consigo ninguna imagen de Dios; él sólo les dio dos
tablas de piedra (quizá cada una contenía los diez mandamientos completos, en conformidad con
la costumbre del antiguo Cercano Oriente de tener un duplicado de tales documentos pactales).
Así, en contraste con todas las religiones del antiguo Cercano Oriente, la palabra del Dios de
Israel llegó a ser el fundamento de la religión hebrea.

3. PROHIBICIÓN CONTRA LA IDOLATRÍA (4:15–24)


4:15–20. Moisés explicó una de las implicaciones de la experiencia en Horeb. Puesto que los
israelitas no vieron ninguna figura (cf. v. 12) de Dios en ese día, no debían tratar de
representarlo jamás, de ninguna forma. Las religiones del antiguo Cercano Oriente adoraban
ídolos a quienes daban la figura de diversas criaturas, como se mencionan en los vv. 16–18. Los
israelitas nunca debían limitar a su Dios de esa manera, porque eso cuestionaría su trascendencia
y los corrompería a ellos (cf. v. 25).
La adoración de deidades astrales era algo común en el antiguo Cercano Oriente. En Egipto,
se adoraba al sol como el dios Re [Ra] o Atos, y en la tierra nueva a la que los israelitas se
dirigían era común el culto a los astros. (E.g., la ciudad de Jericó estaba dedicada a la adoración
de la diosa luna.) Los israelitas no debían permitir que se les indujera (v. 19) a practicar la
adoración de las luminarias (cf. 17:2–5) que Dios había provisto para todos los pueblos debajo
de todos los cielos.
Otra razón por la que Israel debía rechazar todas las formas de idolatría es que había sido
sacado de Egipto, una tierra de idólatras en donde se rendía culto a docenas de imágenes de
dioses falsos. (El hecho de que Israel fue sacado de Egipto se menciona cerca de 20 veces en Dt.)
La condición de Israel, cuando era esclavo en Egipto, era como estar en un horno de hierro.
Pero ahora Israel era la heredad de Dios, i.e., su especial posesión (cf. 9:26, 29; Sal. 28:9; 33:12;
68:9; 78:62, 71; 79:1; 94:14; Jl. 2:17; 3:2; Miq. 7:14, 18).
4:21–24. Aunque Moisés sabía que no … entraría a la tierra prometida (aquella buena
tierra; cf. 1:25) todavía lo deseaba ardientemente. De modo que otra vez mencionó el desagrado
de Dios hacia él (cf. 3:26–27), y recordó a los israelitas que él no estaría allí con ellos para
reforzar la prohibición en contra de la idolatría. Sin embargo, el Señor sí exigiría el
cumplimiento del mandato. Como un fuego consumidor (4:24) él purificaría lo que era valioso
(como el fuego purifica los metales preciosos) y destruiría lo que carece de valor. Por ser un Dios
celoso (cf. 5:9; 32:16, 21; V. el comentario de 6:15), no permitiría que otro tuviera el honor que
sólo él merece (Is. 42:8; 48:11). Por lo tanto, Israel tenía que ser extremadamente cuidadoso de
recordar el pacto (cf. Dt. 4:9).

4. LA DISPERSIÓN PREDICHA (4:25–31)


4:25–31. Después de hacerles la fuerte advertencia contra la idolatría (vv. 15–24), Moisés
explicó las consecuencias de hacer caso omiso de ella (vv. 25–31). Cuando los israelitas llegaran
a estar en la tierra por mucho tiempo y estuvieren seguros, podrían olvidar al Señor y su
necesidad de confiar sólo en él. Entonces serían fácilmente desviados para practicar la idolatría,
cosa que los corrompería (cf. vv. 15–16) y provocaría la ira de Dios.
Moisés invocó al cielo y a la tierra como testigos debido a su permanencia y carácter
inmutable, en contraste con la volubilidad de los corazones humanos. Ese castigo seguro se
manifestaría en dos formas: Dios los dispersaría entre las naciones, con gran pérdida de vidas
humanas (v. 27) y los entregaría a la idolatría (v. 28). Esa profecía se cumplió en los cautiverios
asirio y babilónico, pero su más grande cumplimiento se dio en la dispersión de Israel después de
que rechazó a Jesucristo.
La expresión los postreros días (v. 30), puede referirse a cualquier tiempo después de las
dispersiones iniciales, pero en última instancia, se refiere al tiempo en que el Señor regresará a la
tierra a establecer su reino de mil años (Ap. 20:4). En ese tiempo, Israel finalmente buscará a
Jehová y con todo su corazón y toda su alma lo obedecerá (en Dt., Moisés repetidamente
enfatizó la necesidad de una devoción fiel al Señor con las palabras “con toda tu alma y todo tu
corazón”; V. Dt. 4:29; 6:5; 10:12; 11:13; 13:3; 26:16; 30:6, 10.) El retorno final de Israel a su
Salvador no se deberá a ninguna bondad de los corazones humanos, sino al Dios misericordioso.
La palabra hebr. que se trad. “misericordioso” (raḥûm) se refiere a la tierna compasión de una
madre hacia su hijo indefenso. De manera que, incluso si Israel olvidaba a su Dios, él no
abandonaría a sus hijos moralmente indefensos, porque él tiene la tierna compasión de una
madre y porque hizo un pacto inviolable con Abraham, que luego confirmó con Isaac y Jacob
(Gn. 15:18–21; 17:7–8; 26:3–5; 28:13–15; 35:12), mediante un juramento (mencionado 16 veces
en Dt.). Debido a que Dios no olvidaría su pacto (Dt. 4:31), tampoco Israel debía hacerlo (v. 23).

5. MANDATO DE APRENDER QUE SÓLO EL SEÑOR ES DIOS (4:32–40)


4:32–34. Habiendo hablado del futuro (“postreros días”, v. 30), Moisés enseguida habló de
los tiempos pasados—desde la creación a Sinaí. Israel había tenido una experiencia totalmente
única con su Dios. Ninguna otra nación podía decir que había oído … la voz de Dios, hablando
de en medio del fuego. Ninguna otra nación podía señalar a un dios que la hubiera creado y
redimido de otra nación más fuerte. Es más, el verdadero origen de esa redención histórica no
daba lugar a otras explicaciones. La voz de Dios, las señales y milagros (cf. 6:22; 7:19; 26:8;
29:3), los hechos aterradores (e.g., las plagas, la columna de fuego, la división del mar Rojo, el
maná), y otros fenómenos, hicieron claro que fue Dios quién redimió a los israelitas. Y lo hizo
mostrando su poder y fuerza (con mano poderosa y brazo extendido; cf. 5:15; 7:19; 11:2; Sal.
136:12; Ez. 20:33–34).
4:35–38. El propósito de esa milagrosa liberación fue capacitar a los israelitas para saber, no
sólo de manera intelectual sino por experiencia, que sólo Jehová es Dios. El hecho de oir desde
los cielos … su sobrecogedora voz y en la tierra ver su gran fuego (en Sinaí, Éx. 19:16–20) no
tenía el propósito original de instruir sus mentes, sino disciplinar su naturaleza moral. Dicha
experiencia fue pensada para inducir un espíritu sumiso y reprimir la inclinación natural que
tiene el corazón humano hacia la arrogancia. Cuando Dios les permitió oir su voz y ver el fuego,
fue para dar a Israel algo más que sólo el contenido de sus mandamientos. Su idea era provocar
temor hacia la posibilidad de desobedecer sus mandamientos. La razón por la que el Señor había
mostrado tanto cuidado en dar a Israel esa extensa educación moral fue que él amó a sus padres
y prometió en un pacto amar a sus descendientes. Por causa de ese amor, él los libró de Egipto
(cf. Dt. 4:20), una nación que era más fuerte que Israel. Además, expulsaría de Canaán a
naciones … más fuertes que Israel y posteriormente daría esa tierra a su pueblo por heredad
(cf. el comentario del v. 21).
4:39–40. A la luz de esa gracia electiva y tan singular revelación, los israelitas tenían que
reconocer que sólo Jehová es Dios (cf. v. 35) y por lo mismo, debían guardar sus estatutos y
mandamientos. Sólo al hacer esas dos cosas podrían ellos encontrar la prosperidad y larga vida
en la tierra (cf. 5:33; 6:2). Las palabras para que te vaya bien aparecen ocho veces en este
libro, sin duda, para enfatizar esto como motivo de obediencia (4:40; 5:16; 6:3, 18; 12:25, 28;
19:13; 22:7). La idea de que la obediencia prolonga la vida y el pecado la acorta, es común en el
A.T. (Pr. 3:1–2, 16; 10:27).

6. TRES CIUDADES DE REFUGIO AL ORIENTE DEL JORDÁN (4:41–43)


4:41–43. Esta puede ser una nota editorial colocada aquí entre el primero y segundo
discursos, debido a que en ese tiempo Moisés había designado a tres ciudades que se
encontraban a este lado del Jordán como ciudades de refugio. Ellas eran Beser, Ramot y
Golán (V. “Las seis ciudades de refugio”, en el Apéndice, pág. 283). La significancia de esas
ciudades será discutida en el comentario de Deuteronomio 19:1–13 (cf. Éx. 21:12–13; Nm.
35:6–28; Jos. 20).

III. Segundo discurso de Moisés: obligaciones pactales (4:44–26:19)


En los pactos de vasallaje del segundo milenio a.C., la sección que seguía después del
prólogo histórico presentaba las obligaciones de los vasallos hacia su gran rey. Esa sección, que
contenía las obligaciones o estipulaciones pactales, se dividía generalmente en dos partes. La
primera era una exhortación general a los vasallos, instándoles a mostrar una lealtad total al rey o
soberano. La segunda consistía de una lista de obligaciones o leyes específicas que detallaban
cómo tenían que expresar los vasallos su completa fidelidad al pacto. El arreglo del segundo
discurso de Moisés parece seguir el mismo orden que los tratados de vasallaje. Moisés empezó
ese discurso evocando la experiencia fundamental de Horeb (4:44–5:33). A esa corta sección
sigue un llamado de completa fidelidad a Dios (caps. 6–11). Luego el discurso tiene una
exposición de la ley que explica cómo debían los israelitas expresar su compromiso con el Señor
en los detalles de la vida cotidiana (12:1–26:15). El discurso concluye con una declaración de
compromiso del pueblo y el Señor (26:16–19).

A. Recapitulación de la ley en Horeb (4:44–5:33)


1. CIRCUNSTANCIAS DEL SEGUNDO DISCURSO (4:44–49)
4:44–49. Moisés puso delante del pueblo la instrucción de Dios (tôrâh, palabra que se trad.
ley, y que significa “instrucción”) acerca de cómo andar con él. Si los israelitas iban a prosperar
individual y nacionalmente debían obedecer las estipulaciones del pacto expresadas en la forma
de los estatutos y decretos. Éstos fueron originalmente dados tres meses después de que los
israelitas salieron de Egipto (cf. Éx. 20:1–17; 21–23). Por ello, Deuteronomio no es un nuevo
pacto, sino la renovación de uno que se hizo con anterioridad. Pero fue repetido al este … del
Jordán cerca de Betpeor. Para los detalles acerca de Sehón y Og V. el comentario de
Deuteronomio 2:26–3:11.

2. LLAMADO A LA OBEDIENCIA (5:1–5)


5:1–5. La solemne fórmula oye, Israel indica que lo que sigue (los estatutos y decretos; cf.
4:45) no era algo incidental, sino absolutamente necesario para la sobrevivencia de Israel como
nación. Cuando Moisés … dijo que Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb y
no con nuestros padres, estaba enseñando a los israelitas que el pacto tenía el propósito de
gobernar a los vivos, no a los muertos. Moisés tenía derecho de decir eso porque era mediador
del pacto. Jehová … habló con Israel cara a cara desde el monte Sinaí, pero lo hizo a través de
Moisés (Éx. 19:9).

3. LOS DIEZ MANDAMIENTOS (5:6–21)


5:6–7. El v. 6 es crucial para entender no sólo el primer mandamiento, sino también los otros
nueve. Los diez mandamientos fueron dados a un pueblo ya redimido (te saqué de tierra de
Egipto), con objeto de capacitarlo para expresar su amor hacia el Dios santo y tener comunión
con él. (En Dt., Egipto con frecuencia se llama casa de servidumbre: v. 6; 6:12; 7:8; 8:14; 13:5,
10; cf. Éx. 13:3, 14; 20:2.) El decálogo no fue dado jamás para capacitarlos para alcanzar la
justificación, porque ésta siempre ha sido concedida gratuitamente por medio de la fe (cf. Gn.
15:6; Ro. 4). La ley no fue jamás diseñada para dar salvación a la gente.
Además, puesto que el Señor había tomado la iniciativa en la redención de Israel, el pueblo
estaba obligado a reconocer su derecho de soberanía sobre él y reverenciar dicha soberanía. El
primer mandamiento: no tendrás dioses ajenos delante de mí, exigía una sumisión de cada
aspecto de la vida de la persona al control de Dios. La frase “dioses ajenos” es un término
técnico dado a las deidades paganas, que obviamente existían en forma de ídolos y en las mentes
de sus adoradores, pero que no eran reales.
5:8–10. El segundo mandamiento no prohibía el arte en Israel (como lo demuestra la
construcción del tabernáculo), sino la fabricación de una escultura para representar al Señor. El
peligro de esa práctica era doble. Primero, debido a que las demás naciones utilizaban la idolatría
para expresar devoción a sus dioses, siempre existía el peligro de que el culto a Dios se
contaminara por las formas idolátricas de adoración. Segundo, cualquier intento de representar a
Dios en cualquier forma extraída del mundo natural hubiera cuestionado la soberanía de Aquel a
quien nada puede limitar. Como Dios celoso (cf. 4:24; 32:16, 21; V. el comentario de 6:15), él no
comparte su posición soberana con nadie más.
A primera vista, 5:9b parece contradecir Ezequiel 18:20. Sin embargo, el enunciado los que
me aborrecen debe referirse con toda seguridad a los hijos, no a los padres. Los hijos que odian
al Señor serán castigados. Los padres rebeldes que odian a Dios, frecuentemente engendran hijos
hasta la tercera y cuarta generación que también aborrecen a Dios (cf. Éx. 20:5; 34:6–7).
5:11. Tomar el nombre de Jehová … Dios en vano significa lit. “compararlo con o
adscribirlo a lo que es vacío”. Ese mandamiento prohíbe usar el nombre de Dios en forma
profana, pero incluye más que eso. El tercer mandamiento se dirige a la práctica de usar el
nombre de Dios manipulándolo (e.g., su nombre no debe usarse para actos de magia o para
maldecir a alguien). Hoy día, el cristiano que usa el nombre de Dios de manera frívola o que
falsamente atribuye una obra mala a Dios, transgrede ese mandamiento.
5:12–15. El sábado fue un regalo de Dios para Israel. De acuerdo con Éxodo 20:11, Israel
debía observar un día de reposo cada semana con objeto de conmemorar la creación de Dios en
seis días y su reposo en el séptimo. De esa manera, la observancia de Israel del día de reposo era
un testimonio de su creencia en el Dios personal y trascendente que creó el mundo. Esa
convicción era una doctrina exclusiva de los israelitas del antiguo Cercano Oriente. En
Deuteronomio, la razón de cumplir con el sábado no se basa en la creación del mundo, sino en la
redención de Israel de Egipto, que fue la que en efecto, dio origen a Israel como nación. (El
mandato acuérdate, zākar, aparece 14 veces en Dt. Acerca de la expresión con mano fuerte y
brazo extendido, V. Dt. 4:34; 7:19; 11:2.) De modo que, al festejar el sábado ante sus vecinos
paganos, Israel estaba expresando su fe en el Dios personal que creó al mundo y su nación.
Este es el único de los diez mandamientos que no se repite en el N.T., y Pablo argumentó
contra su práctica (cf. Ro. 14:5–6; Col. 2:16–17). El día de culto fue cambiado en el período de
la iglesia primitiva al primer día de la semana, en conmemoración de la resurrección de Cristo.
La naturaleza temporal del mandamiento acerca del sábado se debe al hecho de que servía como
“señal” del pacto mosaico (cf. Éx. 31:12–17). Después de que ese pacto fue suprimido, ya no
había más necesidad de tener su “señal”. En su lugar, los cristianos tienen la cena del Señor
como “señal” del nuevo pacto.
5:16. Honrar al padre y a la madre significa valorarlos o apreciarlos en gran manera. Los
hijos que viven en casa expresan esto al obedecerlos. Este mandato era crucial para la existencia
de la nación: para que sean prolongados tus días (cf. 6:2; 11:9; 25:15; 32:47), y para que te
vaya bien sobre la tierra. (En hebr., los pronombres “tus” y “te” se encuentran en pl. en vez de
sing.) Los padres, en especial el padre, más que los líderes religiosos, debían transmitir a sus
hijos las estipulaciones contenidas en el pacto.
5:17. El asesinato significa quitar a alguien la vida ilícitamente. Debido a que el ser humano
fue creado por Dios a su imagen y semejanza, el hombre no debe privar de la vida a otro
individuo (no matarás) sin contar con el permiso divino. (Por tanto, este mandamiento no
prohíbe la pena capital ni la participación en la guerra, actividades reguladas por las leyes de la
tora.)
5:18. La relación matrimonial debe reflejar el vínculo que hay entre el creyente y Dios. Por
lo tanto, el sexo extramarital (adulterio) está prohibido. Aunque el séptimo mandamiento no se
refiere explícitamente al sexo premarital, el Pentateuco lo prohíbe en otros lugares (e.g., Gn.
2:24; Éx. 22:16; Dt. 22:13–29). El israelita que fuere infiel a su cónyuge lo sería también al pacto
de Dios y se inclinaría a seguir a otros dioses.
5:19. Muchos eruditos bíblicos consideran que este octavo mandamiento (no hurtarás) se
refiere básicamente al secuestro (cf. 24:7). Sin embargo, probablemente es más exacto verlo
como una prohibición general contra el robo, delito que incluye el secuestro.
5:20. Aunque el falso testimonio contra el prójimo tenía su aplicación principal en las
cortes, parece que también prohibía los chismes. Los mandamientos del sexto al noveno
reconocen el derecho que tiene la persona a su vida, a su hogar, sus propiedades, y su reputación.
5:21. Codiciar significa “ansia de poseer la propiedad ajena”. Este mandamiento es diferente
a los anteriores en que no tiene que ver con un acto específico, sino más bien con un pecado
emocional o sicológico. Por lo tanto, la violación de este mandato no podía ser juzgada en los
tribunales. Aun así, “codiciar la propiedad ajena” con frecuencia producía la violación de los
mandamientos sexto al noveno. Este era el punto que Jesús recalcó en su explicación de los
mandamientos sexto y séptimo (Mt. 5:21–32). Podía suceder que alguien guardara los primeros
nueve mandamientos, pero nadie podía evitar quebrantar el décimo alguna vez. A este respecto,
el décimo mandamiento es el más enérgico de todos, porque hace a la gente estar consciente de
su incapacidad de guardar la ley de Dios de manera perfecta. Y la conciencia los obliga a
depender de la gracia y misericordia de Dios.

4. FUNCIÓN MEDIADORA DE MOISÉS (5:22–33)


5:22. Este v. remarca el origen divino de los diez mandamientos y el sobrecogedor ambiente
en que fueron dados (fuego, nube y oscuridad; cf. Éx. 19:18; 20:21).
5:23–27. La petición de un mediador por parte de los líderes surgió de su encuentro con el
Dios santo y majestuoso. La experiencia en Horeb imprimió en ellos el sentido de su propia
incapacidad moral (moriremos) y de su responsabilidad de obedecer a Dios (oiremos y
haremos).
5:28–29. Aun cuando el Señor aprobó la respuesta del pueblo, les insinuó que no iban a
cumplir sus buenas intenciones cuando dijo: ¡Quién diera que tuviesen tal corazón …!.
(Acerca de temer a Dios, V. el comentario de 4:10.)
5:30–33. Aquí de nuevo se hace hincapié en el origen divino de la ley. El pueblo oyó los diez
mandamientos y luego fue despedido para que se fuera a sus tiendas. Lo que Moisés estaba a
punto de decir a todos ellos—todos los mandamientos y estatutos y decretos de Dios,
comenzando con el cap. 6 (cf. 6:1)—provenía del Señor, igual que los diez mandamientos. Su
obediencia a todo lo que Moisés estaba a punto de enseñar era algo crítico, porque de ella
dependería su prosperidad en la tierra (cf. 6:3, 24).

B. Los grandes mandatos y advertencias (caps. 6–11)


Habiendo recordado a sus lectores el fundamento básico, i.e. los diez mandamientos que
oyeron en Horeb, Moisés pasó a hablar de los detalles de la ley que ellos no escucharon debido a
que temían sobremanera a la voz de Dios (cf. 5:25–27). En conformidad con esto, los caps. 6–11,
que pueden llamarse “los grandes mandatos y advertencias”, tratan con la naturaleza personal de
la relación pactal. Aquí se discuten los detalles relacionados con el compromiso total de los
individuos con el Señor.
1. MANDATO DE AMAR AL SEÑOR (CAP. 6)
a. Bendiciones prometidas por la obediencia (6:1–3)
6:1. La legislación de los caps. 6–11 puede verse como una expresión de un gran mandato, a
saber, “amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”
(6:5). Por lo tanto, la obediencia por parte de los israelitas demostraría que amaban a Dios. Jesús
transmitió un principio similar a los cristianos (cf. Jn. 14:21).
6:2–3. La ley fue dada para que la gente pudiera expresar su disposición reverente (temas a
Jehová tu Dios; cf. el comentario de 4:10) hacia el Señor y su deseo de obedecerle de manera
concreta. (La necesidad de obedecerlo es remarcada frecuentemente en Dt.) Al temer a Dios y
obedecerlo, hallarían prosperidad (acerca de las palabras para que te vaya bien, V. el
comentario de 4:40) y larga vida en la nueva tierra (cf. 4:10; 5:33) que fluye leche y miel (V. el
comentario de Éx. 3:8).
b. El mandato y su importancia (6:4–9)
6:4. Este v. ha sido llamado el Shema, palabra proveniente del hebr. que se trad. oye. La
declaración de este v. es la confesión de fe básica del judaísmo. Su significado es que Dios es
totalmente único. Sólo él es Dios. Por consiguiente, los israelitas podían tener seguridad en la
vida, algo totalmente imposible para sus vecinos politeístas. Rara vez se consideraba que los
“dioses” del antiguo Cercano Oriente actuaran de manera armónica. Todos eran impredecibles y
moralmente caprichosos. De modo que un adorador pagano nunca estaba seguro de que su
lealtad a un dios le serviría como protección de la ira caprichosa de otro dios. La doctrina
monoteísta de los israelitas los libraba de esa inseguridad, debido a que ellos tenían que tratar
con un solo Dios, Jehová, quien a su vez se relacionaba con ellos conforme a una norma
revelada, consistente y justa. Esta confesión de monoteísmo no excluye a la doctrina bíblica de la
Trinidad. La palabra Dios es pl. (’ĕlōhîm), posiblemente sugiriendo la existencia de la Trinidad,
y uno es (’eḥād) sugiere la unidad de las personas en la Deidad (cf. Gn. 2:24, donde la misma
palabra para “uno” se usa con relación a Adán y Eva).
6:5. Amar al Señor significa escogerlo para tener una relación íntima con él y obedecer sus
mandatos. Este mandamiento de amar a Dios se da con frecuencia en Deuteronomio (v. 5; 7:9;
10:12; 11:1, 13, 22; 13:3; 19:9; 30:6, 16, 20). El amor a Dios debía ser totalmente sincero (de
todo tu corazón) y permear cada aspecto del ser y vida del israelita (alma y fuerzas).
6:6–9. El pueblo de Dios era responsable de meditar en estas palabras que el Señor mandó,
y guardarlas en el corazón. Esto les capacitaría para entender la ley y aplicarla correctamente.
Luego los padres estarían a su vez en posición de transmitirlas a los corazones de sus hijos. La
educación moral y bíblica de los hijos se realizaba mejor no en un período cotidiano de
educación formal, sino cuando los padres, inducidos por la preocupación por sus propias vidas y
las de sus vástagos, hacían de Dios y su palabra un tema natural de conversación que podría
darse en la casa, y andando por el camino, y al acostarse; i.e., en cualquier lugar y cualquier
momento del día (v. 7).
Los mandatos: las atarás … y las escribirás, fueron tomados en forma lit. por algunos
lectores judíos posteriores. Sin embargo, esos mandatos probablemente enfatizan la necesidad de
la enseñanza continua de la ley (cf. Éx. 13:9, 16).
e. Advertencia acerca de la prosperidad (6:10–19)
6:10–12. El Señor estaba a punto de dar a los israelitas “prosperidad instantánea” en su nueva
tierra. Pero existe un peligro inherente a la prosperidad, porque cuando a una persona le va bien,
tiende a olvidar a Dios (cf. Pr. 30:7–9). Fue estando en el apogeo de su prosperidad que David
cometió sus más grandes actos de infidelidad (2 Sam. 11).
6:13–19. Cuando llegaran a ser prósperos, los israelitas debían tener mayor cuidado de temer
a Dios (V. el comentario de 4:10) y servirlo. El mandato de jurar (jurarás) en el nombre del
Señor refuerza la instrucción de temerlo, porque uno jura por el Dios a quien teme, i.e., ante
quien se es responsable de cumplir los juramentos. Si olvidaban a Dios (v. 12) los israelitas
seguramente seguirían en pos de dioses ajenos, porque el Señor creó a la gente no sólo con la
capacidad de adorar, sino con la necesidad de hacerlo. Y ese acto de infidelidad resultaría en
juicio, debido a que el Señor es un Dios celoso (cf. 4:24; 5:9; 32:16, 21). Esto significa que él es
celoso para proteger lo que le pertenece sólo a él. El celo en este caso es éticamente correcto. El
celo en el sentido de envidiar las posesiones o privilegios de otros, obviamente es malo.
Moisés previó otro pecado por el cual los israelitas podrían ser tentados en la nueva tierra, el
querer probar o tentar a Dios (6:16). Esto implica que a veces el pueblo confrontaría situaciones
difíciles y graves apuros como les pasó en Masah (cf. Éx. 17:1–7) donde sufrieron escasez de
agua y creyeron que morirían de sed. En lugar de confiar en Dios en medio de la prueba, lo
tentaron, se quejaron y pelearon contra él. En el futuro, los israelitas iban a recordar ese
vergonzoso incidente con frecuencia. Iban a aprender que si ellos obedecían los mandamientos,
testimonios y estatutos divinos (cf. Dt. 4:44, 6:1, 20), haciendo lo que es justo y bueno,
entonces no importaba qué clase de dificultades pudieran encontrar, porque les iría bien (cf. v.
3).
d. Transmisión del pacto (6:20–25)
6:20–25. De nuevo, Moisés recordó a sus lectores la necesidad crucial de transmitir los
valores del pacto a sus hijos. La situación que se presenta aquí ilustra concretamente el mandato
de los vv. 6–9. Moisés tenía la visión de un hogar en el que se discute abiertamente la palabra de
Dios como parte de la vida cotidiana. Cuando un hijo pequeño preguntara acerca del significado
de la ley israelita, su padre debía usar el siguiente patrón para explicársela: primero, los israelitas
fueron esclavos en Egipto (v. 21a). Segundo, Dios los liberó de manera milagrosa (v. 21b; cf.
4:20) y castigó a los egipcios (6:22). Tercero, esa maravillosa obra estaba en conformidad con la
antigua promesa dada a los patriarcas (Abraham, Isaac, y Jacob) de formar una nación de sus
descendientes en la tierra de Canaán (v. 23; cf. Gn. 15:18–21; 17:7–8; 26:3–5; 28:13–15).
Cuarto, Dios entregó su palabra en forma de estatutos, para que obedeciéndolos y temiendo a
Dios (cf. 4:10; 6:13) a los israelitas siempre les fuera bien (cf. Dt. 5:33). Cerca del comienzo de
este cap., Moisés hizo hincapié en la necesidad de que los padres amaran a Dios con todo su ser.
Aquí, al concluir este cap., Moisés indicó que un aspecto de amar a Dios (y por lo tanto
obedecerlo) es transmitir a los hijos ese mismo amor hacia él.
2. GUERRA SANTA (CAP. 7)
a. Mandato de destruir a los moradores de la tierra (7:1–5)
7:1–2. Las siete naciones mencionadas aquí son representativas de los moradores de la
tierra de Canaán (cf. Gn. 15:19–21). Dios listó seis de esos siete pueblos cuando llamó a Moisés
(Éx. 3:17), menos el de los gergeseos, quienes (como los heteos, amorreos y jebuseos)
descendían de Canaán (Gn. 10:15–16). La enseñanza principal de Deuteronomio 7:1–2 es que
Israel tenía que destruir a todas las naciones que vivieran dentro de las fronteras de Canaán (V. el
comentario acerca de estos grupos en 20:17).
El mandato de destruirlas del todo, i.e., hombres, mujeres y niños, se ha considerado como
un acto sin ética, demasiado cruel como para que lo realizara un Dios de amor. Sin embargo, se
deben considerar las diversas características de esa gente. Primero, merecían morir debido a su
pecado (9:4–5). Los estudios realizados acerca de su religión, literatura, y restos arqueológicos,
revelan que formaban la cultura más depravada que había en la tierra en ese tiempo.
Segundo, persistían en odiar a Dios (7:10). Si ellos se hubiesen arrepentido, Dios los hubiera
perdonado como perdonó a los ninivitas, que se arrepintieron cuando escucharon la predicación
de Jonás. Aún así, parece que el arrepentimiento era algo imposible para esas personas.
Tercero, los cananeos constituían un cáncer moral (cf. 20:17–18; Nm. 33:55; Jos. 23:12–13).
Uno solo de ellos, aunque fuera un niño, que sobreviviera, tenía el potencial de introducir la
idolatría e inmoralidad, misma que se dispersaría rápidamente entre los israelitas y produciría la
destrucción del pueblo de Dios.
Cuarto, pueden mencionarse dos factores atenuantes. En cierta forma, la muerte de un niño
cananeo podía ser una bendición, porque si moría antes de llegar a la edad de la responsabilidad
moral, es probable que su destino eterno en el cielo estuviera seguro. El segundo factor a
recordar es que algún día Jesucristo regresará a destruir a los impíos de la tierra que no se hayan
arrepentido (aunque no se dice nada acerca de matar niños), y que en comparación, esa “guerra
santa” hará palidecer a la que libraron los israelitas (2 Ts. 2:5–10; Ap. 19:11–21).
Así que no hay dicotomía entre el Dios del A.T. y el que aparece en el N.T. En ambos
testamentos se revela como un Dios justo y lleno de amor. El mandato de emprender una guerra
santa es, por supuesto, no aplicable al día de hoy porque en el tiempo presente Dios no está
trabajando a través de una nación para preparar su reino en la tierra. Pero los cristianos deben
aprender de este mandato que deben ser tan severos con el pecado que hay en sus propias vidas
como Israel debió haber sido con los cananeos.
7:3–5. El mandato en contra de los matrimonios mixtos da por sentadas algunas
características del ser humano. Pablo declaró bien este principio: “¿No sabéis que un poco de
levadura leuda toda la masa?” (1 Co. 5:6) Casarse con un cananeo incrédulo significaba un
desastre para la fe de un israelita. Moisés recordó al pueblo (Dt. 7:4b) que la espada justa del
Señor corta por ambos lados. Los cananeos estaban siendo juzgados por su maldad; si los
israelitas se les unían en su iniquidad, también recibirían el juicio con ellos. Por lo tanto,
todo—incluso los objetos religiosos cananeos—que podrían provocar la más pequeña curiosidad
hacia el culto falso, debía erradicarse totalmente. Las estatuas (cf. 12:3; Éx. 23:24; 34:13) eran
posiblemente símbolos masculinos de fertilidad y las imágenes de Asera eran pilares de madera
erigidos en honor de la diosa Asera, consorte de Baal. Mandatos similares se dan en Éxodo
34:11–15; Números 33:50–52; Deuteronomio 12:2–3.
b. Base del mandato (7:6–11)
7:6. La base del mandato de destruir a los cananeos descansa en la elección divina de Israel.
La palabra que se trad. escogido significa “ser elegido para una tarea o vocación”. Dios había
seleccionado a Israel como su canal para santificar a la tierra. Por lo tanto, era santo (estaba
separado para el uso de Dios) y era su especial tesoro (cf. 14:2; 26:18; Sal. 135:4; Mal. 3:17; V.
el comentario de Éx. 19:5). Debido a que los cananeos estaban corrompiendo la tierra, y puesto
que podían poner en peligro la completa sujeción de los israelitas a la voluntad de Dios, ellos
también debían arrepentirse o ser eliminados. Y como ya se ha dicho, por 400 años se negaron a
arrepentirse.
7:7–8. La elección de Israel por Dios jamás debía ser motivo de orgullo para la nación,
porque Dios no encontró ningún mérito en ella que lo hubiera movido a escogerla. De hecho, su
tamaño pequeño hubiera servido en principio como obstáculo para su elección. En forma
positiva, Moisés ofreció dos razones que hicieron a Israel objeto de la elección divina. Primero,
el Señor amó a Israel. A fin de cuentas, el amor divino es un misterio, debido a que no fue
motivado por ninguna bondad que hubiera en la nación. Segundo, él los escogió a causa de un
juramento que hizo a los padres de la nación (cf. el comentario de 1:35), Abraham, Isaac, y
Jacob. El Señor había prometido a los patriarcas que sus descendientes llegarían a ser una gran
nación y heredarían la tierra de Canaán (Gn. 17:7–8; 26:3–5, 24; 28:13–15), y que él siempre
sería fiel a su palabra (cf. He. 6:13–18). Por esa razón sacó a Israel de tierra de servidumbre (cf.
Éx. 13:3, 14; 20:2; Dt. 5:6; 6:12; 8:14; 13:5, 10).
7:9–11. Moisés quería que los israelitas sacaran dos conclusiones de su elección y redención
divinas. Primero, sólo Jehová … es Dios. Él es capaz de controlar la historia, levantar naciones,
y desaparecerlas. Segundo, él es el Dios fiel. La expresión mil generaciones es de tipo
proverbial y significa “sin fin” o “para siempre”. Aunque él nunca echará por tierra su pacto de
amor (cf. v. 12) con Israel, los individuos rebeldes dentro de esa nación serán juzgados por su
pecado, tal como el Señor castiga a sus enemigos de otras naciones (el que le odia). Por lo tanto,
cada individuo israelita tenía que ser muy cuidadoso de guardar sus mandamientos.
c. Recompensa por la obediencia (7:12–16)
7:12. Este v. resume los vv. 12–16. Si la nación era obediente al Señor, experimentaría su
misericordia pactal. Aunque Dios no abandonaría su pacto debido a las promesas hechas a los
patriarcas (padres; cf. vv. 8, 13; V. el comentario de 1:35), el pueblo podría perder las
bendiciones del mismo por su desobediencia.
7:13–15. Dios prometió a Israel, a cambio de su obediencia, darle la bendición de la
fecundidad de la vida humana, animal y vegetal. Los israelitas podrían confiar en que estarían
libres de las malas plagas que eran comunes en Egipto (tal vez incluye las pústulas; cf. 28:27,
60; Éx. 15:26).
7:16. La obligación de los israelitas al entrar a la tierra era destruir a todos los pueblos que
estuvieran dentro de las fronteras de Canaán (cf. vv. 1–2). De no hacerlo, serían atrapados por
ellos y sus dioses (cf. Éx. 34:12–14) y como resultado de lo anterior, no experimentarían las
bendiciones que se acaban de mencionar (Dt. 7:13–15). El v. 16 dirigió naturalmente a Moisés a
la exhortación de los vv. 17–26.
d. Motivación para librar la guerra santa (7:17–26)
7:17–26. Moisés conocía los corazones de sus paisanos israelitas. Él recordaba cómo,
cuarenta años antes, la sola mención de los anaceos hizo que sus corazones se amedrentaran
(1:26–28). De manera que concluye esta parte de su discurso (acerca de la guerra santa)
estableciendo el tema de las batallas militares en la perspectiva correcta. Los israelitas no debían
concentrarse en la fuerza de las naciones enemigas, sino en la grandeza del Señor. Ellos habían
visto la derrota milagrosa de Faraón a través de señales y milagros (las diez plagas), mismas que
se realizaron por el poder de Dios, con su mano poderosa y brazo extendido (cf. 4:34; 5:15;
11:2). Israel podía esperar que se repitiera la historia en la destrucción de los cananeos (así hará
Jehová tu Dios con todos los pueblos, 7:19).
Dios haría que los enemigos de Israel huyeran de ella en la batalla como si fueran atacados
por enjambres de avispas (cf. Éx. 23:28; Jos. 24:12). (Algunos comentaristas dicen que la
referencia a las avispas debe entenderse lit., pero otros dicen que se relaciona con el ejército
egipcio.) Los enemigos en realidad temían a Israel (Éx. 15:15; Nm. 22:3; Jos. 2:9–11, 24; 5:1;
9:24). Dios produciría grande destrozo en sus adversarios (Dt. 7:23), i.e., un pánico de origen
divino llenaría a los cananeos hasta dejarlos indefensos para continuar en la batalla (v. 24). Todo
esto sucedería en conformidad con un plan bien concebido (poco a poco, v. 22) de modo que la
tierra no quedara despoblada demasiado rápido y fuera infestada por animales salvajes.
Los israelitas podían estar seguros de conseguir esa gloriosa victoria si tan sólo tuvieran la fe
necesaria para iniciar la guerra y además, la disciplina para destruir a los ídolos que quedaran
junto con la plata y el oro. De otra manera, los israelitas se encontrarían atrapados en la
idolatría, siendo objeto de la guerra santa del Señor contra ellos. Los ídolos cananeos, algunos de
ellos promotores de perversiones sexuales, eran abominación a Dios. De manera que su pueblo
debía rechazarlos también, porque las imágenes eran anatema (apartadas para destrucción,
ḥērem; V. el comentario de Jos. 6:21).

3. ADVERTENCIA CONTRA ASUMIR UN ESPÍRITU DE INDEPENDENCIA (CAP. 8)


a. Exhortación a recordar la experiencia del desierto (8:1–6)
8:1. Este v. introductorio era para recordar a los israelitas que los dones de la vida y la
fertilidad de la tierra que Dios prometió no vendrían a los creyentes de manera automática, sino
que eran resultado de la obediencia. La experiencia del desierto fue diseñada para producir en la
nación tanto fe como obediencia. Se indicó al pueblo que cuidara (4:9) de poner por obra todo
mandamiento de Dios.
8:2–3. Cuando Moisés dijo que Dios había probado a Israel para saber lo que había en su
corazón, utilizó un antropomorfismo. Obviamente, Dios ya conocía lo que había en sus
corazones. Lo que quería enseñar era que su obediencia o desobediencia debía probarse en la
historia.
Dios los llevó al desierto, lugar donde no tenían otra alternativa más que confiar en él o
murmurar contra él. En el desierto no podían producir su propia comida, sino que tenían que
depender de Dios para obtener el alimento y, por tanto, para preservar sus vidas. Cuando Moisés
les recordó que no sólo de pan vive el hombre, quiso decir que incluso su comida era
preordenada por la palabra de Dios. Ellos comieron el maná porque vino por mandato divino.
No fue a fin de cuentas el pan lo que los mantuvo vivos ¡sino la palabra de Dios! “Sólo de pan”,
i.e. el pan que hubieran obtenido independientemente de su palabra, no los podría haber
mantenido vivos.
Esta fue la razón por la que Jesús rechazó la tentación satánica de convertir las piedras en
panes cuando estaba en el desierto (Mt. 4:3–4). Jesús sabía que Dios no había preparado esas
piedras para que fueran su comida, y también que su Padre proveería la comida, sin que él
tuviera que realizar un milagro a sugerencia de Satanás (cf. Mt. 7:9).
8:4–6. El Señor disciplinó a Israel haciéndolo depender de él en todo: comida, agua y
vestido. Puesto que todas esas cosas fueron provistas por decreto divino, la única respuesta
lógica de Israel era guardar (obedecer) los mandamientos del Señor, siguiéndole y temiéndole.
“Temiéndole” implica tener miedo de desobedecer a Aquel que es poderoso y santo.
b. Exhortación a no olvidar a Dios (8:7–20)
8:7–9. En contraste con la severidad del desierto, estos vv. describen la abundancia de la
nueva tierra de Israel. Tenía abundancia de agua (esencial para los cultivos y para sustentar la
vida de los animales y seres humanos); de productos agrícolas, entre los que se incluían granos
(trigo … cebada), frutos (vides, higueras y granados), aceite de olivos, miel y minerales. (El
hierro y cobre han sido descubiertos en las montañas que están al sur del mar Muerto.) Por
tanto, el pueblo no carecería de nada (cf. Sal. 23:1).
8:10–18. Moisés, entonces, expresó el peligro inherente a la prosperidad. Mientras que en el
desierto los israelitas tuvieron que depender de Dios para satisfacer los requerimientos básicos,
su nueva prosperidad podría oscurecer su necesidad de seguir dependiendo del Señor. Moisés
prescribió un antídoto seguro contra ese peligro: bendecirás a Jehová tu Dios. De hecho, el no
alabar a Dios por sus bendiciones, era un paso encaminado a olvidar a Dios y después
desobedecer sus mandamientos.
Un israelita que dejara de alabar al Señor sinceramente, encontraría que su corazón estaba
lleno de orgullo (v. 14) por su abundancia (vv. 12–13; cf. Os. 13:6). Olvidaría (cf. Dt. 8:11, 19;
V. el comentario de 4:9) la milagrosa liberación de Israel de Egipto …, casa de servidumbre
(cf. 5:6; 6:12; 7:8; 13:5, 10; Éx. 13:3, 14; 20:2) y del desierto (cf. Dt. 1:19; 32:10) con sus
serpientes ardientes venenosas (cf. Nm. 21:6–7) y escorpiones. (Esta es la única referencia que
se hace en el Pentateuco acerca de los escorpiones que confrontaron en las jornadas del desierto.)
La persona que no recordara la provisión divina de agua (Éx. 15:25, 27; 17:5–7) y maná (Éx. 16)
en el desierto, estaría inclinada a atribuir su riqueza a su propia capacidad (mi poder y la fuerza
de mi mano), cuando en realidad se trataba de un regalo de Dios, como lo fue el agua que salió
de la roca del pedernal en el desierto. La provisión del maná fue una prueba para ver si Israel
dependería de la palabra de Dios (cf. el comentario de Éx. 16:4). Tal dependencia produce
humildad (cf. Dt. 8:3). El pueblo podía evitar el orgullo por su riqueza y fuerza si
constantemente recordaba al Señor y la lección que recibió en el desierto: todo en la vida es un
regalo de Dios y nada es posible sin él (v. 18).
8:19–20. Así como el no alabar a Dios conduciría al pueblo a olvidarlo, esto último
conduciría a que adorara a dioses ajenos. Lo que a su vez produciría la destrucción (muerte)
segura. Si los que escuchaban a Moisés querían ver un ejemplo de destrucción nacional, todo lo
que tenían que hacer era recordar a las naciones que el Señor destruyó, i.e., los reinos de Sehón y
Og (2:26–3:11).

4. ADVERTENCIA CONTRA CREERSE JUSTOS (9:1–10:11)


a. La conquista de Canaán no se debió a la justicia de Israel (9:1–6)
9:1–3. Moisés recordó la conmoción del pueblo cuando oyó el informe de los doce espías
acerca del tamaño, fuerza y cantidad de los habitantes que había en Canaán (Nm. 13:26–14:4). Él
no quería que volvieran a recibir otro sobresalto o que menospreciaran la enormidad de la tarea
que se les estaba encargando. Por lo tanto, remarcó que la victoria era imposible desde el punto
de vista puramente militar y humano. El enemigo tenía una fuerza superior, ciudades fortificadas
(grandes y amuralladas), mayor experiencia y número de combatientes. Y además tenían una
aterradora reputación: ¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac? (Acerca de los
anaceos “gigantes”, V. el comentario de Dt. 1:28.)
Aunque los cananeos tenían todas esas cosas a su favor, ya estaban condenados a perder
antes de que iniciaran las batallas. Así como en el desierto el Señor iba delante de los israelitas
en una columna de nube o de fuego, así también iría delante del ejército israelita como fuego
consumidor para destruir a los enemigos. Este principio es confirmado en Proverbios 21:31: “El
caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria”. Sin embargo, el
pueblo de Dios no podía permanecer pasivo. En fe debía iniciar la batalla y aniquilar al enemigo
con la fuerza que el Señor le daría, tal como lo había prometido.
9:4–6. Después de experimentar las magníficas victorias de la conquista, sería fácil que los
israelitas se ensoberbecieran, pero sería aún más fácil que se sintieran espiritualmente orgullosos
después de meditar acerca del favor que Dios les había mostrado en esas victorias. En cada uno
de estos tres vv., Moisés les advierte contra el peligro de desarrollar un espíritu de creerse
merecedores o justos al decirles que sus victorias no serían producto de su justicia propia.
De hecho, Moisés dio tres razones por las que Israel saldría victorioso en la conquista.
Primero, la impiedad de estas naciones (vv. 4–5) era tan grande, que demandaba el castigo
divino. Dios es el Dios de Israel, pero también de todas las naciones. Todas ellas son
responsables y deben rendirle cuentas. Segundo, Dios le iba a dar la victoria a Israel porque lo
había prometido a los patriarcas (cf. el comentario de 1:8; V. Gn. 15:13–21 que habla tanto del
juicio de Dios sobre los perversos amorreos como de la promesa de la tierra que le daría a
Abraham).
Tercero, el Señor les estaba dando la tierra sólo como regalo de pura gracia, porque era un
pueblo indigno, duro de cerviz, terco e indiferente (Dt. 9:6; cf. v. 13; 10:16; 31:27). Más
adelante, Moisés señaló que los israelitas en realidad merecían ser destruidos (9:13–14), más
bien que bendecidos con el regalo de la tierra. De manera que Israel nunca debía desarrollar una
actitud de orgullo o presunción por sus victorias en la conquista. Esas conquistas se debían a la
maldad de sus enemigos, así como a la promesa y gracia divinas.
b. Descripción del historial de rebeliones de Israel (9:7–10:11)
(1) El becerro de oro (9:7–21). 9:7–14. Esta sección y la que sigue (9:22–10:11), son un bien
argumentado comentario acerca del significado del enunciado “pueblo duro de cerviz eres tú”
(9:6). La exhortación enfática acuérdate, no olvides, remarca lo absurdo de la idea israelita de
que la tierra le fue dada como recompensa por su justicia. Moisés usó un incidente sacado del
pasado de la nación, la adoración del becerro de oro, para ilustrar que la historia israelita había
sido prácticamente siempre de rebelión (v. 7) contra la gracia de Dios. Este incidente (Éx. 32)
ilustra, quizá más que ningún otro hasta ese entonces, tanto la pecaminosidad de Israel como la
gracia de Dios. Mientras Moisés ayunaba por cuarenta días y cuarenta noches en el monte
Horeb (Sinaí; cf. Dt. 1:2) y por tanto estaba dependiendo completamente de Dios, el pueblo
estaba haciendo fiesta. Mientras Moisés recibía los diez mandamientos (las tablas del pacto,
9:9, 11) escritos con el dedo de Dios (V. el comentario de Èx. 31:18), el pueblo estaba
quebrantando varios de ellos al adorar al becerro de oro (V. el comentario de Éx. 32:6). Mientras
el Señor comunicaba el pacto a Moisés, el pueblo se había corrompido y apartado del camino
correcto (Dt. 9:12). Incluso Dios mismo proclamó que el pueblo era duro de cerviz (v. 13). Su
rebelión fue tan grande, que Dios quería destruir a la nación y comenzar todo de nuevo con
Moisés (cf. Éx. 32:9–10).
9:15–21. Estos vv. registran la reacción de Moisés al pecado del pueblo. El hecho de que
mencionara que se habían apartado pronto del camino (cf. v. 12, “pronto se han apartado del
camino”) remarca la volubilidad del pueblo y la gravedad de su pecado. Cuando Moisés quebró
las dos tablas … delante del pueblo, estaba ilustrando gráficamente lo que ellos estaban
haciendo de su pacto con el Señor. Habían violado su acuerdo con él (Éx. 24:3). Por lo tanto, el
Señor tenía derecho a deshacer el pacto de la ley de Sinaí.
La segunda cosa que hizo Moisés fue orar y ayunar cuarenta días y cuarenta noches (Dt.
9:18; cf. v. 25; 10:10). En el A.T., era normal que el pueblo ayunara en ocasiones de
arrepentimiento (cf. Jue. 20:26; 2 S. 12:16; 1 R. 21:27; Neh. 1:4). Su ayuno demostraba su
unidad con la nación y su repudio del pecado. Su pecado había provocado la ira de Dios (Dt.
9:18–20). Las palabras Jehová me escuchó indican que Moisés cró. El contenido de su oración
se registra en los vv. 26–29. Sólo en el v. 20 se registra en el A.T. el hecho de que Moisés oró
también por Aarón, salvando su vida. La total destrucción que realizó Moisés del becerro de
oro—llamado en forma burlona el objeto de vuestro pecado—hizo que el oro con que fue
fabricado fuera irrecuperable. (V. el comentario de Éx. 32:20.) La destrucción del ídolo por
Moisés también ilustraba que el pueblo merecía la total destrucción. Sólo la gracia de Dios,
invocada por la intercesión de Moisés, salvó al pueblo.
(2) Otros casos de rebeldía (9:22–24). 9:22. Este v. sugiere que Moisés pudo haber seguido
mencionando hasta el cansancio otros actos de rebeldía de Israel que provocaron a ira a Jehová.
Para el incidente de Tabera, donde el pueblo se quejó de sus dificultades, V. Números 11:1–3; el
de Masah, donde el pueblo se quejó por la falta de agua, V. Éxodo 17:1–7; y el de
Kibrothataava, donde Israel protestó por el maná, V. Números 11:31–34.
9:23–24. Después de que Dios manifestó su gracia al no destruir a la nación por el incidente
del becerro de oro, se podría esperar un cambio significativo en el corazón de la gente. Pero de
nuevo se rebelaron colectivamente contra su Dios negándose a subir desde Cades-barnea para
empezar la conquista de la tierra. De modo que Moisés estaba en lo correcto cuando concluyó
diciendo que los israelitas habían sido rebeldes en cada uno de los giros importantes de su
historia. Los cristianos también necesitan tener cuidado del peligro de ser rebeldes contra Dios
como lo fue Israel (1 Co. 10:1–12), cuando no confían en él ni lo obedecen. Ellos deben tanto a
la gracia de Dios como los israelitas de la generación del desierto.
(3) Petición de Moisés. 9:25–29. El contenido de la oración intercesora de Moisés se incluye
aquí en lugar de después del v. 19 donde a primera vista parece que debió haber estado colocado.
Quizá se ubica aquí debido a las palabras del v. 24. Si el pueblo había sido tan rebelde desde su
mismo origen ¿por qué Dios no acabó con ellos? Esta oración ofrece una respuesta a esa
interrogante.
Estos vv. registran una oración modelo del A.T. La mención de los cuarenta días y
cuarenta noches es una evocación del ayuno de Moisés (v. 18) e indica su sinceridad así como
su comprensión de la gravedad de la situación. Él estaba absolutamente preocupado por la gloria
y reputación de Dios. No rogó por Israel con base en algún mérito que pudiera tener la nación.
Más bien, le “recordó” a Dios que Israel era su propia heredad (cf. v. 29 y el comentario de
4:20). Por lo tanto, a la luz de esta promesa dada a los patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob; cf.
9:5; V. el comentario de 1:8), la destrucción de Israel por Dios cuestionaría su capacidad para
cumplir su promesa (9:28). Esta oración no manifestaba ningún interés egoísta de parte de
Moisés. En lugar de ello, provenía de la preocupación por proteger la reputación de Dios y del
deseo de que él demostrara de nueva cuenta su gracia al perdonar la dureza de corazón …
impiedad y pecado (v. 27) del pueblo, su heredad, al que liberó de Egipto por su poder (cf. v.
26) y brazo extendido (V. el comentario de 4:34).
(4) Aprobación de la petición de Moisés (10:1–11). 10:1–5. El Señor, actuando de acuerdo
con la petición de Moisés de no destruir al pueblo, reescribió los diez mandamientos en tablas
de piedra. Esto indicaba que Dios había anulado el anterior acuerdo, que se concluyó en Éxodo
24:3. Probablemente cada una de las dos tablas contenía una copia completa de los diez
mandamientos. Hacer esto era normal en la concertación de tratados de vasallaje en el antiguo
Cercano Oriente, con los que el libro de Deuteronomio se ha comparado previamente. Siguiendo
las instrucciones de Dios, Moisés hizo un arca de madera (cf. Éx. 25:10–16) en la que depositó
las tablas. La manufactura de esa arca obviamente fue hecha en conexión con la edificación del
tabernáculo (Éx. 37:1–5; 40:20–21).
10:6–9. Estos vv. pueden ser una interpolación editorial (cf. el comentario de 2:10–12).
Cuando Israel estaba en Mosera … murió Aarón. De acuerdo con Números 20:23, 28; 33:38,
Aarón murió en el monte Hor. Probablemente Mosera era la región donde estaba localizado el
monte Hor.
La mención de la muerte de Aarón indica que el Señor concedió también la súplica que
Moisés había hecho en el monte Horeb años antes, de preservar la vida a Aarón. Eleazar, el
tercer hijo de Aarón llegó a ser el sumo sacerdote (Dt. 10:6) y a los levitas se les dieron
responsabilidades específicas en relación con el tabernáculo (v. 8). Para estudiar otros detalles
relacionados con los levitas, V. el comentario de 18:1–8.
10:10–11. Cuando Moisés subió al monte por segunda ocasión (vv. 1–5) por cuarenta días
y cuarenta noches (cf. la primera vez que estuvo allí, 9:9), se encontraba ayunando e
intercediendo por Israel (9:18, 25). Habiendo acordado no destruir a la nación, Dios indicó a
Moisés que dirigiera al pueblo a que conquistara la tierra.
5. EXHORTACIÓN CONCLUSIVA PARA QUE EL PUEBLO HICIERA UN COMPROMISO TOTAL CON EL
SEÑOR (10:12–11:32)

a. Exhortación a amar al Señor por causa de la elección de Israel (10:12–22)


10:12–13. Estos vv. son un resumen introductorio a la exhortación general de los vv. 14–22.
Habiendo mostrado la imposibilidad de la independencia de Dios (cap. 8) y del orgullo espiritual
a la luz de la historia de rebelión del pueblo (9:1–10:11), Moisés llamó a Israel a ejercitar la
única opción que tenía para sobrevivir: hacer un compromiso total con el Señor. Esto se aprecia
por el uso de varios vbs.: temas (cf. el comentario de 4:10), andes … ames … sirvas y guardes.
Tal compromiso era para que el pueblo tuviera prosperidad (cf. el comentario de “para que te
vaya bien”, 4:40).
10:14–15. El Señor está entronizado en los cielos y, por tanto, no es parte de la creación, sino
el soberano sobre toda ella. Aparte de crear el universo, él lo posee y también a todos los
pueblos de la tierra. Pero de manera especial amó a los patriarcas y los escogió para que
tuvieran una relación íntima con él. Y escogió a su descendencia, i.e., los llamó para que fueran
sus testigos. De manera que, la primera razón por la que Israel debía amar al Señor era que él
había iniciado una relación de amor con esa nación rebelde. El mismo principio es cierto en
relación con los creyentes de la actualidad (Ro. 5:8; 1 Jn. 4:10).
10:16–18. La respuesta apropiada a su elección por el Dios soberano era circuncidar sus
corazones (cf. 30:6). Un corazón incircunciso representa un corazón endurecido hacia los
mandatos de Dios. Esta es otra forma de decir que la persona es dura de cerviz o terca (cf. 9:6,
13; 31:27). De esa manera, el mandato de circuncidar sus corazones asume que los corazones
humanos son rebeldes por naturaleza y necesitan corrección. Aunque el corazón humano es tardo
para cambiar, Moisés advirtió a la nación que ningún soborno ni nada que no fuera un cambio
interno podía satisfacer al Señor, quien es Dios grande. Su trato con los desvalidos (el huérfano,
la viuda y el extranjero) ilustra aún más su carácter absolutamente justo (no hace acepción de
personas) y destaca su exigencia a Israel de que fuera justo.
10:19–22. La mención del extranjero del v. 18 evoca la gran liberación divina de los
israelitas que dejaron de ser extranjeros en Egipto (v. 19; cf. Éx. 23:9) con grandes y terribles
maravillas (v. 21). Por lo tanto, debían temer, servir, seguir (cf. la expresión “seguir” en Dt.
11:22; 13:4; 30:20), y alabar a Dios. Como una motivación adicional a ser fieles al Señor,
Moisés llamó la atención del pueblo al hecho de que Dios ya había cumplido parte de la promesa
a Abraham multiplicándolo en número como las estrellas del cielo (cf. Gn. 15:5; 22:17; 26:4).
Acerca de la cuestión de si fueron setenta israelitas los que se mudaron a Egipto (Éx. 1:5) o
setenta y cinco (Hch. 7:14–15) V. el comentario de ese pasaje en el libro de Hechos.
b. Exhortación a amar al Señor a causa de sus hechos poderosos (11:1–7)
11:1. De nuevo Moisés remarcó de manera especial la relación inseparable entre el amor y la
obediencia (cf. 6:5–6; 7:9; 10:12–13; 11:13, 22; 19:9; 30:6, 8, 16, 20). La prueba de fuego del
amor de un israelita por Dios era si lo obedecía o no (cf. Jn. 14:15). En hebr., el mandato de amar
a Dios significa escogerlo a él para tener la relación más íntima de la vida y luego expresar esa
elección mediante la obediencia a su voluntad revelada.
11:2–7. Toda la historia de Israel había sido controlada por Dios con el propósito de
motivarlo a que lo amara sin reservas. El castigo del Señor se refiere a la educación moral de los
suyos. Debido a la actitud caprichosa del corazón humano, se requerían medidas drásticas y
apropiadas para extirpar esa actitud. De manera que Dios envió a Israel a “la escuela” en Egipto,
para que pudiera aprender de su grandeza y poder (mano poderosa y brazo extendido; cf.
4:34; 5:15; 7:19) y respondiera con agradecida obediencia por su liberación de mano de Faraón.
A Israel se le dieron distintas señales (11:3; las diez plagas) para que pudiera entender su
experiencia. El incidente en el Mar Rojo (lit., “mar de los Juncos [de papiro]”; cf. el comentario
de Éx. 14:2) y la subsiguiente destrucción que Dios causó en los egipcios (Dt. 11:4) sólo puede
explicarse por la milagrosa liberación y juicio divinos.
Después de la experiencia en Egipto, enseguida el Señor envió a sus hijos a la “escuela” del
desierto por cuarenta años. En ese lugar, su educación moral fue perfeccionada al tener que
depender totalmente de él para satisfacer todas sus necesidades. La vaga referencia a lo que ha
hecho con vosotros (v. 5) evoca los milagros de Dios por su pueblo cuando estaba en el desierto,
incluyendo la provisión del agua de la roca (Éx. 17:1–7), el maná y las codornices (Éx. 16).
No obstante, la disciplina de Dios no fue siempre positiva. En la experiencia del éxodo, el
pueblo aprendió acerca de la gracia y poder divinos, y en el desierto, acerca de su cuidado
providencial. En la rebelión de Datán y Abiram (Nm. 16), Israel aprendió acerca de la santidad
de Dios. De no haber sido por la intercesión de Moisés, el Señor hubiera acabado con toda la
nación (Nm. 16:45) por su quejumbrosa incredulidad (Nm. 16:41).
Moisés exhortó al pueblo a que aprendiera de su pasado, porque Dios había diseñado su
historia con un propósito didáctico. El enfoque en la expresión vuestros ojos han visto y la
doble mención de que los hijos no habían visto los eventos de ese período (Dt. 11:2, 5), aluden a
la responsabilidad de los padres de poner un ejemplo de vida obediente a sus hijos y de
transmitirles las verdades aprendidas a través de esas experiencias.
c. Exhortación a obedecer los mandatos de Dios porque el éxito y larga vida en la tierra
dependen de ello (11:8–25)
11:8–9. Moisés quería que el pueblo sacara una importante conclusión de esta breve revisión
de su historia (vv. 1–7). Puesto que Dios había planeado las experiencias pasadas de Israel para
hacer posible su educación moral, debió ser claro para la nación que su experiencia de la gracia
de Dios o del juicio dependía de su conducta moral. Por lo tanto, ellos podían prosperar en la
nueva tierra sólo si guardaban (obedecían) todos los mandamientos de Dios. La fuerza de los
israelitas estaba directamente relacionada con su obediencia. De manera que su habilidad
sobrenatural de vencer a enemigos más fuertes que ellos y la capacidad para que se prolongaran
sus días sobre la tierra (cf. 4:40; 5:16; 6:2; 25:15; 32:47) era, a fin de cuentas, una cuestión
ética, no de sabiduría militar. (Acerca de la expresión la tierra que fluye leche y miel, que
aparece frecuentemente en Dt., V. el comentario de Éx. 3:8.)
11:10–15. La mención de los contrastes entre Egipto y la tierra prometida pudo haber surgido
de la referencia a Datán y Abiram (v. 6). Esos hombres se habían referido a Egipto como la
“tierra que fluye leche y miel” y se quejaron de que Moisés no les había dado algo mejor (Nm.
16:12–14). Sin embargo, la tierra de Canaán tenía mucho más potencial para la agricultura.
Mientras que la gente en Egipto tenía que depender de la irrigación, el pueblo de Dios recibiría
lluvia del cielo, porque él vigilaría la tierra todo el año. Pero esa lluvia, a diferencia de la
irrigación, no dependía de la inventiva o capacidad humanas, sino más bien de la voluntad de
Israel de obedecer los mandamientos del dador de la lluvia. Esto incluía el amarlo y servirlo (cf.
Dt. 10:12). La lluvia … temprana caía entre septiembre y octubre, y la tardía entre marzo y
abril (cf. Jl. 2:23). Esas lluvias empiezan y culminan la temporada pluvial. Las lluvias son
necesarias para que los sembradíos y árboles crezcan, incluyendo el grano (trigo, lino y cebada),
vides (vino), y olivos (aceite), y hierba del campo.
11:16–21. Dios advirtió de nuevo a Israel, a través de Moisés, contra practicar la adoración
de los dioses ajenos. Esto está apropiadamente relacionado con los vv. 13–15, porque muchos de
los dioses que se adoraban en Canaán eran deidades de fertilidad, i.e., dioses del grano, aceite,
lluvia, etc. A menos que el pueblo de Israel fuere extremadamente cuidadoso (V. el comentario
de 4:9) ellos podrían ser fácilmente tentados por sus vecinos paganos a unirse al culto sensual de
esas deidades. Sería tan sencillo como transferir a uno o más dioses falsos la confianza que
tenían en el Señor para que les diera la fertilidad de la tierra. Y ese culto, que estaba divorciado
de la esencia de la ética y que enfatizaba el sexo ritual, era tan atractivo para el corazón del
hombre, que algunos israelitas imprudentes y moralmente indisciplinados serían atrapados en su
trágica red.
La ira de Dios expresada en la hambruna (cierre los cielos) podría evitarse si se abstenían de
adorar a los dioses falsos. Esto era irónico, porque el esfuerzo de Israel de garantizar la lluvia
adorando a los dioses cananeos resultaría en que Dios detendría la lluvia.
Sin embargo, su fuerza de voluntad para evitar ese pecado era tan débil, que sólo podía
sostenerse poniendo atención diligente a las palabras de Moisés acerca de la gracia y liberación
divinas así como del pecado y juicio. Los israelitas debían poner estas palabras en sus
corazones (cf. 6:6) y mentes. (Acerca de poner estas palabras en la mano y entre los ojos, V. el
comentario de 6:8.) Sólo permitiendo que la palabra de Dios permeara cada área de sus vidas y
hogares y si la enseñaban diligentemente a sus hijos (cf. 6:7), la nación tendría esperanza de
escapar de la seducción del culto falso y encontraría prosperidad permanente en la tierra
prometida dada por el Señor a sus padres por medio de un juramento (V. el comentario de 1:35).
El mismo principio se aplica a los cristianos de hoy. El compromiso de aprender y obedecer
las Escrituras guarda a los creyentes de ir tras formas contemporáneas de culto falso (cf. 2 Ti.
3:1–9 con 2 Ti. 3:14–17). Por lo tanto, Pablo exhorta a los cristianos diciendo: “la palabra de
Cristo more en abundancia en vosotros” (Col. 3:16).
11:22–25. En este punto de su discurso, Moisés pasó de hablar del tema de la longevidad en
la tierra al de la conquista exitosa de ella. El pueblo debía amar al Señor (cf. 6:5). La obediencia
a los mandatos específicos era esencialmente una expresión de amor de la persona a Dios (cf.
11:1). Y la fidelidad constante a él (siguiéndole; cf. 10:20; 13:4; 30:20) era una evidencia de
amor.
A cambio de su obediencia, el Señor concedería éxito a Israel contra ejércitos enemigos
superiores (más numerosos y fuertes). Él pondría miedo y temor en sus enemigos, de manera
que no pudieran combatir exitosamente contra Israel. Las palabras de Rahab a los espías: “sé que
Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros”, (Jos. 2:9),
son un ejemplo del cumplimiento de esta promesa (cf. Éx. 15:15–16; Dt. 2:25; 28:10; Jos. 2:11,
24; 5:1). Si Israel hubiera continuado siendo obediente a Dios, sus fronteras se habrían
ensanchado (Dt. 11:24; cf. el comentario de 1:7) para cumplir la promesa hecha a Abraham (Gn.
15:18). Sin embargo, a causa de la desobediencia de Israel, el cumplimiento de la entrega de
toda la tierra está todavía en el futuro.
d. Bendiciones y maldiciones reveladas sobre el monte Ebal y el Gerizim (11:26–32)
11:26–32. Para conocer los detalles de este hecho, V. el comentario de los caps. 27–28. Los
vv. 26–32 del cap. 11 conforman una conclusión idónea a esta sección del discurso de Moisés.
De nueva cuenta hizo hincapié en que la historia de Israel sería determinada por su relación ética
con el Señor.

C. Código de leyes específicas (12:1–26:15)


1. INTRODUCCIÓN (12:1)
12:1. Los estatutos y decretos que siguen en esta sección del discurso de Moisés
(12:2–26:15) no tenían el propósito de ser exhaustivos. Intencionalmente Moisés no repitió
muchos de los detalles y leyes registradas en Éxodo y Levítico. Deuteronomio es la ley predicada
(o mejor dicho, “instrucción”; V. el comentario de 1:5). Moisés establecía una calidad de vida
ante la nación, más bien que una ley exhaustiva que reglamentara cada detalle de la vida. Las
leyes específicas de esta sección fueron dadas para ayudar a la gente a subordinar cada área de su
vida al Señor, y para ayudarle a erradicar cualquier cosa que pudiera amenazar esa devoción
pura.
Estas leyes fueron dadas teniendo en mente específicamente a la tierra prometida: cuidaréis
(cf. el comentario de 4:9) de poner por obra estos mandamientos en la tierra. Debido a que la
palabra de Dios se cumple con toda certeza, Moisés podía decir a los israelitas que estaban en los
llanos de Moab, todavía fuera de las fronteras de la tierra prometida, que el Señor les había dado
la tierra. De modo que, con el regalo seguro de la tierra en mente, el pueblo debía escuchar
cuidadosamente esos estatutos y decretos. (Acerca de la expresión el Dios de tus padres, V. el
comentario de 1:11; cf. 1:21; 4:1; 6:3; 27:3.)

2. LEY DEL SANTUARIO ÚNICO (12:2–28)


a. Mandato de destruir los centros de adoración cananeos (12:2–4)
12:2–4. Los montes y collados eran particularmente significativos en algunas religiones del
antiguo Cercano Oriente porque se pensaba que muchas deidades se habían originado y vivían
allí. El árbol frondoso también era importante para la adoración cananea de los dioses de la
fertilidad. Las estatuas (cf. 7:5; Éx. 23:24; 34:13) quizá eran símbolos masculinos de fertilidad y
las imágenes de Asera (cf. Éx. 34:13; Dt. 7:5; 16:21) eran figuras fabricadas en madera de la
diosa de fertilidad Asera, consorte de Baal. Las esculturas o “ídolos” (pāsîl) eran probablemente
de piedra.
La destrucción completa de esos objetos de culto tenía el propósito de quitar la tentación de
adorar a sus deidades y dejar de contaminar la adoración pura del Señor con objetos y rituales
paganos (12:4). El Señor no toleraría un compromiso parcial. Destruyendo esos centros y objetos
de culto, los israelitas podían expresar su lealtad total a él. Además, podían mostrar que ellos no
creían en la existencia de las deidades cananeas y, por tanto, que no tenían miedo de algún
“castigo” de parte de ellas.
b. Instrucción acerca de dónde adorar (12:5–7)
12:5. Cuando Israel entrara en la tierra prometida Dios escogería un lugar para poner allí su
nombre (cf. vv. 11, 21; 14:23–24; 16:2, 6, 11; 26:2) i.e., él elegiría un sitio para el tabernáculo,
el lugar donde se reunirían Dios y el pueblo (cf. Éx. 33:7–11). Ese mandato no quería decir que
el tabernáculo estaría siempre en el mismo sitio, porque era trasladado cuando Dios lo ordenaba.
El cumplimiento pleno de ese mandato vino siglos después, cuando Dios permitió a David
trasladar el tabernáculo a Jerusalén, donde su hijo Salomón edificó el templo. El mandato del
santuario único promovía y remarcaba tres cosas: la unidad de Dios (i.e., él es uno, no muchos),
la pureza de la adoración israelita al Señor, y la unidad política y espiritual del pueblo.
12:6. Los holocaustos (Lv. 1), que serían llevados al lugar de culto debían ser completamente
quemados en el altar. En diversas ocasiones se presentaban para expresar la total dependencia del
adorador en el Señor. La palabra que se trad. sacrificios (zeḇaḥ) se refiere a la ofrenda dada
como expresión de agradecimiento, e incluía una comida de comunión. Podía presentarse como
una ofrenda de gratitud (Lv. 7:12–15; 22:29–30) por alguna obra específica que Dios hubiera
hecho por el adorador. O bien, ofrecerse como una ofrenda para cumplir un voto hecho al Señor
(Lv. 7:16–17; 22:18–23). O como una ofrenda voluntaria por medio de la cual la persona
expresaba su agradecimiento a Dios (Lev. 7:16–17; 22:18–23), pero no necesariamente por algo
específico. (Acerca de los diezmos, V. el comentario de Lv. 27:30–32 y Dt. 14:28. Acerca de la
ley de los primogénitos [primicias], V. el comentario de 15:19–23.) La ofrenda elevada era
para los sacerdotes.
12:7. El “servicio de adoración” israelita se caracterizaría por el júbilo (os alegraréis,
vosotros y vuestras familias) siempre y cuando vivieran fielmente en la nueva tierra, porque
podían contar con la abundante bendición del Todopoderoso. La expresión “regocijarse” en la
presencia del Señor aparece varias veces en el libro de Deuteronomio (vv. 7, 12, 18; 14:26;
16:11; también V. 16:14–15).
c. Instrucción acerca de cuándo adorar (12:8–14)
12:8–9. Al inicio de la experiencia de Israel en el desierto, el Señor encargó a Moisés que
ordenara al pueblo que no sacrificara una vaca, oveja o cabra sin traer primero al animal a la
entrada del tabernáculo para presentarlo como una ofrenda a Dios (Lv. 17:1–4). Había dos
razones para esto. Primero, la prohibición fue diseñada para proteger a los israelitas de rendir
culto como los paganos (Lv. 17:5–9). Segundo, para impedir que los adoradores comieran la
sangre del sacrificio (Lv. 17:10–13). La expresión cada uno hace lo que bien le parece puede
implicar cierto relajamiento por parte de la gente, al cumplir esta prohibición (Lv. 17:3–4). O
Moisés pudo haber dicho que había cierta confusión acerca de cómo aplicar la prohibición
original. Sin embargo, la legislación que sigue quita cualquier ambigüedad acerca de comer o
sacrificar la carne.
12:10–14. Las ofrendas (holocaustos … sacrificios … diezmos … ofrendas elevadas y
votos, etc. V. el comentario del v. 6), fueren de carne o grano, podrían presentarse sólo en el
tabernáculo (cf. vv. 17–18), el lugar que Dios escogió para poner en él su nombre (V. el
comentario del v. 5). Esos actos de adoración debían ser tiempos de regocijo (v. 12).
d. Instrucción acerca de qué presentar en la adoración (12:15–28)
12:15–16. Los animales de cacería y aquellos que eran aceptables para el sacrificio podían
comerse sin traerlos al santuario central, mientras no fueran sacrificados para ofrendas. Debido a
que tales animales no estaban destinados a la adoración sacrificial, no importaba si quien
participaba de la comida estaba o no ceremonialmente limpio o inmundo. (Las leyes
ceremoniales que se encuentran principalmente en Lv., no eran de naturaleza moral; más bien
estaban diseñadas para enseñar al pueblo las verdades acerca de la naturaleza de Dios, la
naturaleza humana, y su relación con el Señor. E.g., las leyes ceremoniales de Lv. 12 acerca del
parto no implican que el nacimiento de un niño es éticamente incorrecto.) Sin embargo, la
prohibición de comer la sangre de animales seguía en pie (V. el comentario de Dt. 12:23).
12:17–19. Moisés advirtió a la gente, por segunda vez (cf. vv. 12–13), que cualquier animal
que se planeara utilizar en la adoración del Señor se podría comer sólo en el futuro sitio que
ocuparía el santuario central. De esa forma, se protegía la pureza de la adoración. De nueva
cuenta, Moisés habló acerca de la adoración como un tiempo de júbilo (cf. v. 12). Puesto que los
levitas no tenían ninguna asignación tribal de territorio (10:9; 12:12), vivían en las poblaciones
de las tribus (v. 18; 14:29; 16:11). El pueblo debía proveer para las necesidades de ellos (cf.
14:27).
12:20–28. Aquí se repite la autorización de comer carne que no estaba destinada al culto sin
traerla al santuario (cf. vv. 15–16), pero añadiendo algunos detalles. Los lectores modernos
encontrarán esta repetición algo tediosa. Pero debe recordarse que Deuteronomio fue
originalmente presentado a Israel en forma de sermones. La repetición es generalmente
importante en el proceso de aprendizaje, pero es doblemente importante en los discursos orales,
porque la gente no tiene la oportunidad de “leer” de nuevo algo que no pudo escuchar la primera
vez.
La anterior prohibición (Lv. 17:1–12) contra comer carne sin ofrecerla primero en el
tabernáculo, tenía el propósito de aplicarse sólo mientras los israelitas estuvieran en el desierto,
donde sus “hogares” estaban cerca del santuario. Ahora el pueblo estaba a punto de trasladarse a
la tierra prometida, donde la mayoría de la gente viviría muy lejos del santuario central como
para llevar la carne allí. De manera que se dio permiso de sacrificar y comer animales en casa en
las comidas “seculares”.
Aun así, el permiso fue dado de tal manera que se preservó el propósito original del
mandamiento (Lv. 17:1–12). La prohibición estaba motivada por la idea de prevenir la
contaminación del culto por los rituales cananeos y evitar que los israelitas comieran sangre de
los animales. Aquí Moisés advirtió contra comer la sangre, ya sea que el animal hubiera sido
sacrificado en casa (Dt. 12:23–25; cf. v. 16) o en el santuario (v. 27).
La sangre simbolizaba la vida (la sangre es la vida, v. 23). Al abstenerse de comer sangre,
los israelitas demostraban respeto por la vida y, al fin y al cabo, por el Creador de la vida.
Además, como lo indica Levítico 17:11, la sangre es el precio de rescate por los pecados, así que
la sangre es sagrada y no debe ser consumida por la gente. Moisés también preservó el propósito
original de Levítico 17:3–4 al insistir una vez más que todas las ofrendas para el Señor debían
presentarse en el santuario central (Dt. 12:26–27; cf. vv. 11, 17–18). La sangre debía ser
derramada sobre el altar del holocausto.
El N.T. abrogó la ley del santuario único, porque cada cristiano se ha convertido en
santuario, en el “templo del Dios viviente” (2 Co. 6:16). Sin embargo, el principio eterno de un
santuario único, expresado en la ley, sigue vigente, porque Dios sigue demandando pureza en la
adoración (Jn. 4:24) y en la unidad de su pueblo (Fil. 2:1–5).
Cada una de las tres secciones de este cap. concluye con la exhortación a tener cuidado de
llevar a cabo esas instrucciones (Dt. 12:13, 19, 28; tambon V. los vv. 1, 30). Este es uno de los
muchos temas que se remarcan en Deuteronomio, dados quizá porque el ser humano es
descuidado y negligente.

3. REPRESIÓN DE LA IDOLATRÍA (12:29–13:18)


a. Debían evitar las prácticas de los cultos paganos (12:29–32)
12:29–30. De nuevo, Moisés sacó a colación la necesidad de que los israelitas evitaran todo
contacto con las prácticas de los cultos paganos. Ese pecado era ofensivo por dos razones.
Primero, vendría en el tiempo en que se estaba manifestando la gracia de Dios, i.e., después de
que el Señor había destruido a las naciones que estaban frente a ellos. A pesar de la gracia
divina, la simple curiosidad puede guiar a los creyentes a ser atrapados (cf. 7:26) en las prácticas
idolátricas. Esto retrata gráficamente la perversión del corazón humano y la frágil naturaleza del
compromiso de la voluntad humana con el Dios santo. No sorprende que Moisés haya instado de
nuevo al pueblo a ser cuidadoso (cf. el comentario de 12:28).
12:31–32. La segunda razón de la naturaleza ofensiva del culto pagano era la profundidad de
las abominaciones a las que conducen a las personas. Al adorar a sus dioses, los paganos hacían
toda clase de cosas abominables que Jehová aborrece. La peor de estas “cosas aborrecibles” era
el sacrificio de infantes. Esa práctica de quemar a sus hijos y a sus hijas en sacrificio se
asociaba frecuentemente con el culto amonita del dios Moloc (Lv. 18:21; 20:2–5; 2 R. 23:10; Jer.
32:35). El castigo de Dios por el sacrificio de un niño era la muerte (Lv. 20:2–5). A pesar de
todo, Salomón edificó un lugar alto para adorar a Moloc en el monte de los Olivos (1 R. 11:7), y
tanto los reyes Acaz (2 Cr. 28:3) como Manasés (2 R. 21:6) sacrificaron a sus propios hijos en un
altar de fuego. La práctica de sacrificar niños es listada como la razón culminante por la que se
produjo el exilio de Israel, el reino del norte, en el s. VIII a.C. (2 R. 17:6, 17). De manera que, la
simple curiosidad por las perversas prácticas religiosas a fin de cuentas condujo a la destrucción
de esa nación. Pablo repite la misma advertencia: “Porque vergonzoso es aun hablar de lo que
ellos hacen en secreto” (Ef. 5:12).
b. Invitación a la idolatría por un falso profeta (13:1–5)
13:1–5. Después de enunciar la prohibición general contra involucrarse en la adoración
pagana (12:29–31), Moisés discutió tres maneras por las que podría darse la tentación a la
idolatría: a través de un falso profeta (13:1–5), por un ser querido (vv. 6–11), o por individuos
“revolucionarios” que hubieran tenido éxito en conducir a una población entera a la apostasía
(vv. 12–18).
Las señales milagrosas solas jamás han sido prueba de la verdad. Los milagros se dan en
muchas religiones debido a que Satanás usa a las religiones falsas y a los falsos profetas para
engañar al mundo (cf. 2 Co. 11:13–15; Ef. 6:11; Ap. 12:9). Así que Moisés advirtió al pueblo
que la prueba definitiva de la verdad no debía ser jamás una maravilla o señal milagrosa (u otras
áreas de la experiencia humana). La prueba definitiva de la verdad es la palabra de Dios.
La predicción de un profeta o soñador puede llegar a ser verdad. Pero si su mensaje
contradecía los mandamientos de Dios, entonces el pueblo debía confiar en Dios y su palabra en
lugar de en su experiencia al presenciar un milagro. Si la experiencia humana contradijera la
clara enseñanza de Dios, debían postrarse en sumisión a los mandamientos del Señor, porque su
palabra es verdad (cf. Jn. 17:17).
Los israelitas debían ver cada invitación a practicar la idolatría como una manera de poner a
prueba su amor por el Señor. Aunque siempre existía el peligro de que sucumbieran a la
tentación, con cada rechazo exitoso del pecado, su fe y amor por él se fortalecerían (cf. Stg.
1:2–4). Ellos debían amarlo, andar con él, temerlo, obedecerlo, servirlo y seguirlo (cf. Dt. 10:20;
11:22; 30:20). La pena capital para el falso profeta era necesaria porque si tenía éxito en seducir
al pueblo a que practicara la idolatría, los conduciría a estar bajo el juicio de Dios (cf. 7:26).
Matar al falso profeta era una manera de quitar el mal de Israel. Moisés enfatizó la necesidad de
mantener la pureza nacional, porque el mandato: “quitarás el mal de en medio de ti”, aparece
nueve veces en el libro (13:5; 17:7, 12; 19:19; 21:21; 22:21–22, 24; 24:7).
c. Invitación a ta idolatría por miembros de la familia o amigos (13:6–11)
13:6–7. Quizá la más trágica y dolorosa de todas las situaciones que Moisés pudo haber
contemplado era que un ser amado le tentara a practicar la idolatría. Moisés mostró que entendía
la profundidad de la tragedia al describir deliberadamente con terminología afectiva las diversas
relaciones involucradas: tu hermano … tu mujer (lit., “la mujer de tu pecho”) o tu amigo
íntimo. Con frecuencia sucede que los amigos tratan de influenciarse mutuamente. A diferencia
de la anterior tentación en la que el falso profeta abiertamente trataba de seducir al pueblo a la
idolatría (vv. 1–2), esta tentación se ofrecía de manera secreta e individual. Moisés realza lo
absurdo de esta tentación al describir a los otros dioses. Eran dioses que ni ellos ni sus padres
habían conocido. Moisés no quería decir que el pueblo no conocía a esos dioses de manera
intelectual, sino que no los conocían de manera experimental. Esos “dioses ajenos” no habían
hecho nada por Israel y jamás lo harían, porque no existían.
13:8–10a. La persona tentada debía responder en principio negándose a consentir a la
tentación (no consentirás). El mandato ni le prestarás oído quizá significa no ceder a su ruego
de mantener en secreto sus actividades. Debido a que la tentación provenía de un ser amado, la
persona naturalmente sentiría compasión o misericordia por ella y probablemente se sentiría
inclinada a disimular el pecado de su ser amado, por eso se les dice: ni lo encubrirás. Pero en
ese asunto como en otros, los mandamientos de Dios debían gobernar las experiencias y
sentimientos humanos. La persona tentada debía delatar a su ser querido y, de hecho, ser el
primero en apedrearlo (cf. Zac. 13:3). Al lanzar la primera piedra, el acusador declaraba que su
testimonio era cierto. La participación del resto de la comunidad mostraba su lealtad al Señor y
su resuelta hostilidad hacia cualquier cosa que pudiera poner en peligro esa lealtad y quisiera
alejarlos del Señor.
13:10b–11. El resultado de tan severa acción sería que todo Israel oiría acerca de su
extraordinaria devoción al Señor y le infundiría el temor a desobedecerlo (cf. Hch. 5:11). Esto es
precisamente lo que Moisés demandaba del pueblo elegido, un compromiso extraordinario (que
superara todas las demás relaciones íntimas) con el Dios que había mostrado su extraordinaria
gracia a la nación en el pasado (que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; cf.
Éx. 13:3, 14; 20:2; Dt. 5:6; 6:12; 7:8; 8:14; 13:5). Jesús pudo haber tenido en mente este pasaje
cuando exigió un compromiso similar a sus seguidores (cf. Mt. 10:34–39; Lc. 14:26).
d. Destrucción de una población apóstata (13:12–18)
13:12–13. La situación que Moisés contemplaba aquí probablemente era el peligro
potencialmente más serio para la nación como colectividad. Ciertos hombres impíos podrían
extraviar a toda una población. La maldad de esos hombres se realza por el hecho de que podrían
engañar a una de las ciudades que el Señor daría a Israel.
13:14–18. El castigo de ese pecado debía ser tan drástico, que antes de realizar cualquier
acción, la veracidad del reporte debía confirmarse mediante una investigación meticulosa. Si el
informe se confirmaba, entonces el pueblo debía ser tratado como una ciudad cananea: apartarla
para la completa destrucción de los moradores y ganados (acerca de la palabra ḥāram
destruyéndola con todo lo que en ella hubiere, V. el comentario de 7:26; Jos. 6:21). El hecho
de que todo su botín debía destruirse, y que dicha ciudad no debía ser jamás reedificada,
impediría cualquier codicia o motivaciones ilegítimas en aquellos que debían realizar la
destrucción. La obediencia a ese mandato produciría la limpieza moral de la tierra y un
avivamiento espiritual. Luego, en su misericordia y compasión, el Señor haría prosperar al
pueblo, multiplicándolo, como lo juró a sus padres (cf. 4:31).
En su mayor parte, Israel fracasó en aplicar los mandamientos de este cap. Esta falla produjo
que tanto el reino del norte como el del sur sufrieran el exilio. Los mandatos de este cap. no se
dirigen a los cristianos, porque no viven en una nación gobernada por Dios; i.e., la iglesia del
N.T. no es una teocracia. Sin embargo, se debe ejercer la disciplina eclesiástica (Mt. 18:15–17; 1
Co. 5) y hay pecado que conduce a la muerte (1 Jn. 5:16–17; cf. He. 10:26–31).
4. LEYES QUE REFLEJAN LA SANTIDAD DEL PUEBLO (CAP. 14)
Ser “pueblo santo a Jehová” significaba ser apartado para Dios y para que él lo usara. En la
sección anterior (12:29–13:18) Moisés remarcó la necesidad de que la nación se apartara de
todos los pueblos paganos en su adoración. En el cap. 14 Moisés puso su atención en los asuntos
cotidianos de la vida y exhortó al pueblo a que viviera de tal forma, que reflejara su posición
singular entre todas las naciones.
a. Prohibición de practicar los ritos paganos de duelo (14:1–2)
14:1–2. Cuando Moisés llamó a los israelitas hijos de Jehová vuestro Dios no se refería al
nuevo nacimiento o a la regeneración. Más bien quería expresar el privilegio especial de Israel
como la única nación sobre la faz de la tierra que tenía una relación íntima con el Señor. Todas
las demás naciones debían acercarse al Señor a través del ministerio o testimonio de la nación de
Israel. A causa de esto, el pueblo santo (apartado) para el Señor, debía demostrar su santidad
ante las demás naciones. Una nación singular, Israel, era un pueblo único para Dios (cf. 7:6;
26:18; Sal. 135:4; Mal. 3:17; V. el comentario de Éx. 19:5).
Las demás naciones tenían creencias peculiares y supersticiosas acerca de la muerte y los
muertos. Algunas incluso rendían culto a los espíritus de los muertos. Se desconoce en la
actualidad el significado exacto de los rituales de autoflagelación y de raparse la cabeza (Dt.
14:1), mencionados aquí. Sin embargo, cortarse uno mismo era señal de duelo (cf. Jer. 16:6;
41:5; 47:5; 48:37).
No obstante, resulta claro que esas prácticas reflejaban creencias acerca de los muertos que
estaban en abierto conflicto con la fe en el Señor, la fuente definitiva de la vida. Por lo tanto,
cuando moría un ser querido, los israelitas debían demostrar su fe en el Altísimo evitando esas
prácticas paganas. Hoy en día, los cristianos pueden demostrar una fe mayor cuando muere un
ser querido (cf. 1 Ts. 4:13–18).
b. Alimentos limpios e inmundos (14:3–21)
El significado preciso de estas leyes ha sido fuente de debates desde antes de la era cristiana.
Quizá la explicación moderna más popular de esas leyes es que estaba prohibido consumir
ciertos animales por razones higiénicas. Los comentaristas señalan que el cerdo podía ser fuente
de triquinosis y que la liebre puede transmitir tularemia. Sin embargo, algunas evidencias hacen
que esa explicación sea improbable: (1) Jesús declaró que todo alimento debe considerarse
limpio (Mr. 7:14–23). Esto fue confirmado en la visión celestial que recibió Pedro (Hch.
10:9–23), debido a que los discípulos parecían haber entendido mal el punto de la declaración
previa de Jesús. Es difícil creer que Dios estuviera preocupado por la salud de su pueblo en el
A.T. para luego abandonar esa preocupación en el N.T. (2) Comer algunos de los animales
“limpios” podía representar un peligro mayor para la salud que comer algunos de los
“inmundos”. (3) No se dan razones higiénicas como motivo para observar la ley de los alimentos
limpios e inmundos. Y el A.T. no dice que los israelitas consideraban a los animales inmundos
como nocivos para la salud.
Una segunda interpretación popular de la prohibición de comer animales inmundos es que se
usaban en los ritos religiosos paganos. La evidencia para apoyar esto es que a los animales
inmundos se les describe como “abominables” (Dt. 14:3). La misma palabra hebr. se usa en otros
lugares de Deuteronomio para referirse a la idolatría y otras prácticas paganas (7:25; 12:31).
Además, algunos animales inmundos (e.g., cerdos) eran usados ampliamente en los rituales
paganos. Sin embargo, esta interpretación no explica muchos de los detalles y por eso no es muy
útil. Uno puede encontrar ejemplos contrarios. E.g., el toro que era permitido como alimento a
los israelitas era un símbolo común en las religiones del antiguo Cercano Oriente.
Una tercera explicación es que los animales limpios e inmundos eran símbolos del bien y el
mal en la esfera humana. Esta explicación llegó a ser extremadamente subjetiva e incluso
fantasiosa en los antiguos intérpretes del A.T. E.g., algunos sostenían que el rumiar (14:6–8)
representaba a los creyentes fieles que meditaban en la ley. Otros enseñaban que la oveja (v. 4)
era un animal limpio porque servía como recordatorio de que el Señor es pastor de su pueblo.
Esta interpretación simbólica debe rechazarse debido a que está divorciada de cualquier control
de la exégesis histórica-gramatical, y por lo tanto, es imposible de validar. Sin embargo, una
interpretación simbólica puede ser esencialmente correcta si se aplica comprensivamente y bajo
reglas exegéticas estrictas a todos los animales ceremonialmente limpios o inmundos que se
mencionan aquí.
Los animales se clasifican de tres formas: los que viven en la tierra, los que viven en el agua,
y los que vuelan. Se ha sugerido que ciertos animales de cada grupo son prototipo de los demás
de su clase; cualquier animal que se desvíe de ese prototipo es inmundo. E.g., las aves inmundas
son pájaros de rapiña que comen carne de la que no se ha drenado la sangre y/o son
consumidores de carroña, mientras que las aves limpias son presumiblemente las que comen
grano. Esto, algunos sugieren, simboliza a dos clases de personas: los gentiles que comen carne y
sangre de animales ya muertos (v. 21), y los israelitas que se abstienen de consumir ambas. Sin
embargo, el prototipo de cada clase de animales a veces es difícil de distinguir.
Una cuarta explicación dice que la distinción entre animales puros e inmundos es arbitraria,
i.e., Dios estableció tales distinciones de manera que Israel pudiera tener una manera de expresar
su singular relación con él, incluso en el asunto de la comida. De estas cuatro explicaciones la
tercera y la cuarta son preferibles. Si los animales limpios e inmundos simbolizan la esfera
humana (tercera explicación) entonces las leyes dietéticas tienen una doble función. Fueron
ilustraciones pedagógicas para Israel acerca de su relación con Dios y las naciones, y les
recordaba su singularidad como nación teocrática.
14:3–8. Son inciertas las identificaciones de algunos de los animales y aves listados en los
vv. 3–18. Los animales de este primer grupo son los que caminan por la tierra. Todo animal que
tenía pezuña hendida y que rumiare podía servir de alimento. Diez de tales animales son
listados en los vv. 4–5. Los que tuvieren sólo una de las dos características antes mencionadas
eran considerados inmundos. Entre estos se incluían al camello, la liebre, el conejo, y el cerdo.
Las listas de animales son obviamente representativas más bien que exhaustivas.
14:9–20. De todo lo que está en el agua se podía comer si tuviere aleta y escama. Otro tipo
de animales marinos no se podían comer porque eran inmundos.
Las criaturas que vuelan, la tercera clasificación, estaba subdividida en aves, (vv. 11–18), e
insectos (vv. 19–20). Como se mencionó antes, las aves inmundas—se listan 21—son aves de
rapiña o devoradoras de carroña. Los insectos voladores eran inmundos, pero otros (e.g., la
langosta, grillo y el saltamontes) eran limpios (v. 20).
14:21. La prohibición de comer carne de animal, ave, o insecto que fuere encontrado muerto
probablemente tenía el propósito de evitar la contaminación que sobrevendría por consumir
sangre. Esto era así porque no se habría drenado apropiadamente la sangre del animal. Otras
personas podían comerlo, pero Israel no, porque era un pueblo distinto, santo para el Señor.
La prohibición de comer el cabrito guisado en la leche de su madre posiblemente se dio
porque reflejaba un rito cana-neo de fertilidad, aunque la interpretación del texto ugarítico sobre
el cual se dice que se apoya esta interpretación se presta a conjeturas. Quizá la prohibición tenía
el significado de que los israelitas no debían tomar aquello que tenía el propósito de promover la
vida (leche de cabra) y usarlo para destruir la vida (V. el comentario del pasaje paralelo: Éx.
23:19; cf. Éx. 34:26).
En conclusión, todas esas leyes dietéticas debieron recordar a Israel su posición privilegiada
y única delante de Dios. Ningún israelita podía comer sin tomar en cuenta que cada área de su
vida debía consagrarse al Señor. De similar forma, la dieta del israelita servía de testimonio de su
relación con el Altísimo en presencia de los gentiles. Como se afirmó antes, en el N.T. Dios
abolió las leyes dietéticas del A.T. (Mr. 7:14–23; Hch. 10:9–23). Sin embargo, los cristianos
deben mostrar su relación singular con Dios mediante la pureza de su vida; y durante el tiempo
de la comida, mostrar su fe y relación singular con él ofreciéndole su gratitud sincera a Dios,
quien es el creador y proveedor de todo alimento (1 Ti. 4:3–5).
c. Ley de los diezmos (14:22–29)
14:22–23. Las normas acerca del diezmo de los productos del campo y ganado—que debían
comerse en una comida fraternal en el santuario central—estaban relacionadas con las anteriores
leyes dietéticas (vv. 3–21). Comer el producto de los diezmos delante del Señor era otra forma
en que los israelitas debían expresar su singular relación con el Señor y su dependencia de él en
referencia con su alimentación. (Acerca de el lugar que Dios escogería para poner allí su
nombre, V. el comentario de 12:5; también cf. 12:11; 16:2, 6, 11; 26:2.) La dieta de los israelitas
no sólo estaba restringida en lo que podían comer, sino también en relación a qué tanto alimento
podían reservar para ellos. La ley de los diezmos, con su provisión para ayudar a los pobres
(14:28–29), también anticipaba la siguiente legislación (15:1–18) acerca de los deudores,
esclavos, y otras personas empobrecidas.
Dios recalcó la absoluta necesidad de que los israelitas diezmaran: indefectiblemente
diezmarás. Moisés había dicho previamente que los diezmos de los israelitas debían darse a los
levitas (Nm. 18:21–32). Aquí añadió un nuevo aspecto a la legislación del diezmo. Los israelitas
debían entregar parte de su diezmo al santuario central, y comerlo allí en una comida fraternal
delante del Señor. O esto pudo ser un segundo diezmo (un décimo del restante 90 por ciento),
parte del cual debía comerse en el santuario dando el sobrante a los levitas que ministraban allí
(cf. Dt. 14:27). Esa experiencia fue diseñada para enseñar a los israelitas a temer (cf. 4:10) a
Jehová que es su Dios todos los días. Al hacer esa comida delante de Dios, siguiendo la
enseñanza sacerdotal, ellos reconocían que su alimento (y por tanto, sus propias vidas) dependía
no de sus habilidades para la agricultura, sino de la bendición del Señor. De ese modo
aprenderían a temerlo, porque sólo obedeciéndolo, podrían seguir comiendo y viviendo en
prosperidad.
14:24–27. Algunas personas que vivieran muy lejos del futuro santuario y para quienes sería
impráctico arriar o llevar su siezmo, podían intercambiar su diezmo de productos agrícolas o
ganado por plata. Luego, podrían viajar al santuario central y comprarían allí vacas … ovejas …
vino o sidra, o cualquier cosa que quisieran y luego comerían y beberían delante de Dios. (Cf.
otra concesión en 12:20–25.)
Tanto el “vino” como la “sidra” se permiten tanto aquí como en actos de adoración al Señor.
La palabra hebr. que se usa para “vino” es yayin, que en ocasiones se refiere a una bebida
intoxicante y en otras a una que no lo es. La palabra hebr. para “sidra” (s̆ēḵār) se trad. “bebida
fermentada” [VP, BJ] o “licor fermentado” [VM, NC]. Pero esto es engañoso, porque sugiere
que s̆ēḵār se refiere a un licor destilado. Sin embargo, el proceso de destilación no se usó en el
antiguo Cercano Oriente sino hasta el s. VII d.C. La “sidra” era probablemente un tipo de
cerveza, producida por los antiguos egipcios y acadios, y por lo tanto, de bajo contenido
alcohólico. (Sin embargo, el vino [yayin] bebido en exceso puede ser intoxicante; cf., e.g., Is.
5:11; Pr. 20:1; y la embriaguez es pecado.)
Presumiblemente, una familia no podía comer todo su diezmo, así que lo que quedaba debía
darse a los levitas del santuario. De esta forma, los levitas recibían su provisión debido a que no
poseían tierra como herencia propia.
14:28–29. Cada tercer año, (cf. el comentario de los vv. 22–27) no debía traerse el segundo
diezmo al santuario, sino debía usarse para alimentar a los levitas y los menesterosos de la
sociedad. Los extranjeros eran inmigrantes de otros pueblos que vivían con los israelitas. Aunque
los extranjeros debían recibir trato justo, no compartían todos los privilegios de la ciudadanía
israelita. A las viudas y sus hijos (los huérfanos) se les concedía trato especial (cf. 24:19–21;
26:12–13).
Si los israelitas obedecían este mandamiento de compartir, podían tener la expectativa de
vivir en una sociedad próspera y podrían ser generosos, porque Dios los bendeciría en toda obra
de sus manos. En el N.T. no se manda diezmar. Aun así, los creyentes de la era de la iglesia
siguen indicando, cuando dan generosamente, que Dios los sostiene y tiene cuidado de ellos. Los
cristianos deben dar “generosamente”, sabiendo que también “cosecharán generosamente” (2 Co.
9:6; cf. 2 Co. 9:7–9; 1 Co. 16:1–2).

5. EL AÑO DE REMISIÓN (15:1–18)


a. Cancelación de deudas (15:1–11)
15:1. El año sabático o año de remisión se prescribió también en Éxodo 23:10–11 y Levítico
25:1–7. Sin embargo, mientras estos vv. declaran que en el séptimo año la tierra debía quedar
barbechada pero sin que se sembrara semilla, no mencionan la cancelación de deudas. Sólo aquí
Moisés prescribe esa exigencia. Cada siete años es una expresión idiomática hebr. que significa
“durante el séptimo año”. La ley de la cancelación se declara en Deuteronomio 15:1 y se explica
en los vv. 2–11.
15:2–6. Las palabras perdonará a su deudor pueden significar que la deuda quedaba
totalmente suprimida. O puede significar que quedaba cancelada sólo durante el séptimo año;
i.e., el pago no debía exigirse en el séptimo año, pero después de éste año el empréstito debía
pagarse. A favor de este segundo punto de vista está el hecho de que durante el séptimo año,
cuando la tierra debía quedar barbechada, un deudor israelita no tendría los medios para pagar su
deuda, pero sí podría hacerlo en los siguientes seis años. (Las deudas de un comerciante
extranjero—i.e., un forastero, pero no un “extranjero residente”; cf. 14:29—no se cancelaban.
Esto era así porque tal persona no dejaba su tierra barbechada o suspendía su fuente normal de
ingresos por un año, como hacían los israelitas.)
A pesar de este argumento, parece más probable que la deuda era perdonada completa y
permanentemente. Varios elementos apoyan esto: (1) Este punto de vista es más coherente con la
generosidad que Dios había expresado hacia Israel. (2) Es más consistente con las declaraciones
de 15:9–11. (3) La práctica de cancelar toda la deuda de manera permanente en el séptimo año
fue evidentemente diseñada para preparar a los israelitas para las derrochadoras prácticas
estipuladas en el año de jubileo (cincuentavo año) en el que a cada uno se le devolvería su
“propiedad familiar” (Lv. 25:8–17). (4) La cancelación permanente de las deudas ayudaría a
evitar la pobreza extrema (Dt. 15:4a; cf. el comentario del v. 11). (5) El potencial de riqueza
increíble de la tierra de Israel también apoya el argumento de la cancelación permanente de las
deudas. Israel tuvo la oportunidad de ser la nación más rica y próspera que ha habido sobre la faz
de la tierra (Jehová te bendecirá con abundancia, v. 4b; cf. v. 6a). Pero esa prosperidad no se
debería a ningún logro tecnológico de parte del pueblo, sino al compromiso fiel con Dios: si
escuchares fielmente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y cumplir estos mandamientos
que yo te ordeno hoy (v. 5). La declaración de Moisés: prestarás … a muchas naciones, más
tú no tomarás prestado, era, en efecto, una promesa de ejercer soberanía sobre el mundo
(tendrás dominio sobre muchas naciones).
15:7–11. Moisés dejó la esfera de la ley por un momento para hacer un llamado al corazón de
sus compatriotas. La ley de cancelación de deudas (vv. 1–6) tenía el propósito de producir un
espíritu de generosidad entre los israelitas y, de esa manera, quedarían libres del amor al dinero y
a las cosas materiales. Por tanto, un israelita frío y calculador sería culpable de pecado si se
negaba a dar un préstamo a algún hermano menesteroso (v. 7; cf., v. 9) por miedo a que no se le
devolviera el pago, por razón de que el año séptimo estaba cerca. Quien endureciera su corazón
o cerrara su mano hacia otros, daba a entender que no confiaba en el Señor para que bendijera
todos sus hechos. Salomón pudo haber meditado en estas palabras de Moisés cuando escribió:
“unos reparten a manos llenas, y reciben más de lo que dan; otros ni sus adeudos pagan, y acaban
en la miseria” (Pr. 11:24, NVI). Moisés resumió la actitud que los israelitas debían tener hacia
los que estaban en necesidad: abrirás a él tu mano liberalmente (Dt. 15:8, 11). La triste
confesión porque no faltarán menesterosos en medio de la tierra, es quizá un vislumbre
trágico de la renuencia de Israel a obedecer completamente al Señor (v. 5).

b. Liberación de los esclavos (15:12–18)


15:12–15. A veces una persona incapaz de pagar sus deudas se vendía a sí misma como
esclava a su acreedor. Si el tamaño de su deuda le obligaba a trabajar por seis años, debía ser
liberada al séptimo año. Esto no correspondía con el año de la cancelación de las deudas (vv.
1–6), sino era el séptimo año del trabajo de esa persona como esclava. El Señor había dejado en
claro previamente que seis años de la vida de la persona era tiempo suficiente para compensar un
préstamo (cf. Éx. 21:2). Sin embargo, en Deuteronomio, Moisés añadió el hecho de que el
empleador debía hacer algo más que liberar al esclavo; debía abastecerlo liberalmente con
ganado, grano y vino según el Señor lo hubiera bendecido.
Después de seis años, el esclavo debía poseer poco o nada, de manera que enviarlo con las
manos vacías pondría de nueva cuenta en peligro su libertad.
La obediencia a este mandato apoyaría al valioso propósito de recordarle a los empleadores
la gracia que Dios había mostrado a Israel al redimirlo de Egipto (cf. Dt. 24:18, 22). Les
recordaría que su propio bienestar dependía también de su gracia.
15:16–17. Moisés también hizo provisión para un siervo que había quedado tan ligado a la
familia que servía como para dejarla. El empleador debía horadar la oreja del siervo con una
lesna, para indicar que ese hombre lo serviría de por vida (cf. el comentario de Éx. 21:5–6).
15:18. Moisés ofreció una doble motivación al que quizá era demasiado codicioso como para
dejar libre a su esclavo. Sería justo que se diera cuenta que le hubiera costado por lo menos el
doble contratar a un jornalero por seis años. Segundo, si en fe obedecía el mandato de dejar
libre al esclavo, el Señor lo bendeciría en todo lo que hiciera. Esta promesa de bendición en
respuesta a la obediencia se declara frecuentemente en Deuteronomio, y sólo en este cap. aparece
cuatro veces (vv. 4, 6, 10, 18).

6. LEY DE LOS PRIMOGÉNITOS DE LOS ANIMALES (15:19–23)


La ley acerca de los primogénitos de los animales pudo haber aparecido a estas alturas del
discurso de Moisés porque al igual que las leyes de cancelación de las deudas y liberación de los
esclavos, involucraba ceder las posesiones de uno. Esta ley fue primeramente registrada en
Éxodo 13:11–15 y era de naturaleza pedagógica: el sacrificar a los primogénitos de los animales
recordaba a los israelitas su redención de Egipto cuando murieron todos los hijos primogénitos
egipcios. Esta era una ocasión para que los israelitas enseñaran a sus hijos la redención de Dios
de su nación. Según Éxodo 22:29–30 los primogénitos debían ser sacrificados en el octavo día de
nacidos. Los sacrificios de los primogénitos se realizaban para ayudar al sostén de los sacerdotes
(Nm. 18:15–18).
15:19. En el ganado de Israel se debía apartar completamente todo primogénito macho para
Jehová. El dueño no recibía beneficio alguno del animal para su granja; el primogénito macho
de las vacas no debía arar la tierra, y el primogénito de las ovejas no debía ser trasquilado. (Los
machos cabríos se mencionan también en Nm. 18:17.)
15:20. Cada año (presumiblemente durante una de las fiestas anuales; cf. 6:16), los
primogénitos jóvenes de los animales debían llevarse al santuario central para ser sacrificados.
Luego se comía allí la carne de los animales sacrificados en una comida fraternal con la familia
del ofrendante.
15:21–23. Un animal primogénito que fuera imperfecto no era aceptable como sacrificio (cf.
17:1), de modo que debía tratarse como animal de caza (cf. 12:15; 14:4–5)—se comía en casa
pero no era ofrecido en sacrificio. Como se declaró antes (12:16, 23–24) la sangre de tales
animales no debía comerse.

7. FIESTAS DE PEREGRINAJE (16:1–17)


Las fiestas mencionadas aquí eran los tres grandes eventos anuales a los cuales todos los
varones israelitas debían asistir (v. 16). De ser posible, sus familias debían acompañarlos (cf. vv.
11, 14, V. el comentario del v. 16). Esas fiestas eran tan importantes para la vida religiosa de
Israel, que después del exilio algunos judíos residentes en lugares alejados de Palestina seguían
asistiendo a una o más de ellas cuando les era posible (cf. Hch. 2:9–11, la fiesta de las semanas o
Pentecostés). Asistir a esas fiestas daba oportunidad a los israelitas de reconocer al Señor como
su libertador y proveedor, así como de expresar su fe en el Señor al dejar a sus familias al
cuidado divino para viajar al santuario. Esas celebraciones demostraban que el culto a Dios debía
ser una jubilosa experiencia en la que los participantes agradecidamente compartían la plenitud
de la bendición del Señor (Dt. 16:11, 14–15; cf. 12:7, 12, 18; 14:26).

a. La pascua (16:1–8)
16:1–2. Las instrucciones más detalladas acerca de la pascua aparecen en Éxodo 12:1–28,
43–49. La palabra “pascua” (pesaḥ) proviene del vb. pāsaḥ, que significa “pasar sobre”. Esa
fiesta conmemoraba la noche que el Señor “pasó sobre” las casas de los israelitas en que se había
untado sangre, preservando así las vidas de sus primogénitos, y dando muerte a los primogénitos
de los egipcios y de su ganado. Las vidas de los primogénitos israelitas fueron protegidas (de
gente y ganado) por la sangre sacrificial. Los israelitas debían observar la pascua como rito
conmemorativo para enseñar a sus hijos la milagrosa liberación divina de la esclavitud en Egipto
(Éx. 12:26–27).
La pascua se celebraba el 14 de Abib (marzo-abril). Originalmente, el sacrificio de la pascua
provenía del rebaño, fuere de oveja o de cabra de un año (Éx. 12:5). Las palabras de las vacas
significan que Moisés amplió la elección de la víctima a escoger. O quizá el sacrificio de las
vacas debía ofrecerse en la fiesta de los panes sin levadura que duraba siete días (Dt. 16:3),
inmediatamente después de la pascua. De cualquier forma, los corderos llegaron a ser los
animales que se sacrificaban tradicionalmente en la pascua. Los animales eran sacrificados “al
atardecer” (V. el comentario de Éx. 12:6).
Los gentiles quedaban excluidos de la pascua a menos que se hicieran prosélitos (Éx.
12:43–49). Cada año la pascua se celebraba un mes después para aquellos que no pudieran
hacerlo en el mes de Abib, por causa de inmundicia ceremonial o por estar de viaje (Nm.
9:6–12).
16:3–4. La pascua era inmediatamente seguida por la fiesta de los panes sin levadura que
duraba siete días, de modo que, en realidad, las dos constituían una sola (cf. Lc. 2:41; 22:7; Hch.
12:3–4; V. el comentario de Lc. 22:7–38; Jn. 19:14). Comer pan sin levadura conmemoraba la
premura con la que los israelitas tuvieron que salir de Egipto (Éx. 12:33–34). Esto les ayudaría a
recordar su rápida salida de Egipto. Comer el pan de aflicción también simbolizaba la
esclavitud de los israelitas en Egipto. Ninguna porción de la carne sacrificada en la tarde del
primer día (del cordero pascual) debía guardarse para la mañana siguiente. Debía quemarse
(Éx. 12:10), quizá aludiendo así a la naturaleza sagrada del sacrificio.
16:5–8. La primera pascua se había celebrado en los hogares de los individuos israelitas.
Pero después que se edificara el santuario central (el lugar que Dios escogiere para que habite
allí su nombre; cf. 12:5, 11; 14:23; 16:2, 11; 26:1, 15), la pascua se podría llevar a cabo
solamente allí. Esto pudo haber simbolizado el nacimiento de Israel como nación durante el
éxodo. Esa nación tenía el propósito de ser una familia teniendo a Dios como su cabeza. Si bien
“por la tarde” puede significar de 3 a 5 p.m. (V. el comentario de Éx. 12:6), puede entenderse
claramente que se realizaba al inicio de la puesta del sol.
Después de asar y comer el animal de la pascua, el pueblo debía regresar a sus tiendas, las
casas temporales de los que habían venido al santuario central para la celebración. En el N.T.,
Jesucristo se identifica como el cordero pascual que fue sacrificado en favor de los creyentes (1
Co. 5:7; también cf. Jn. 19:36 con Éx. 12:46b). Al aplicarse la sangre de Cristo a sí mismos, i.e.,
al confiar en Aquel que murió en su lugar por sus pecados, los cristianos son preservados de la
muerte eterna.

b. Fiesta de las semanas (16:9–12)


16:9. El nombre “fiesta de las semanas” surgió del mandato que dio Moisés de contar siete
semanas desde el tiempo en que se iniciaba la cosecha de grano en marzoabril, lo cual significa
que se daba a fines de mayo o principios de junio. También era conocida como la “fiesta de la
siega” (Éx. 23:16) y el día de “las primicias” (Nm. 28:26). Más adelante se le dio el nombre de
“Pentecostés” basándose en la trad. que hace la LXX de la expresión “50 días” (Lv. 23:16).
16:10–12. La fiesta … de las semanas era para celebrar la rica provisión de Dios a su
pueblo. Por lo tanto, cada ofrenda voluntaria debía presentarse según … Dios … hubiere
bendecido (cf. v. 17; 15:14). Es probable que Pablo haya tenido en mente esa medida de
ofrendar para los cristianos y no el sistema de diezmos, cuando instruyó a los cristianos corintios
acerca de que cada uno debe dar según hubiere “prosperado” (1 Co. 16:2).
Esa fiesta debía ser un tiempo de júbilo y de compartir bendiciones. Debido a que el Señor
había sido “generoso” con los israelitas, ellos debían serlo con otros, especialmente con los
miembros desposeídos de la sociedad (cf. Dt. 14:21; 16:14; 24:19–21). De manera apropiada, el
Espíritu Santo fue dado a los creyentes durante la fiesta de Pentecostés (Hch. 2) para simbolizar
el fin del sistema de culto veterotestamentario y el principio del nuevo (V. el comentario de Hch.
2:4). También señalaba el hecho de que la más grande provisión para la vida cotidiana del
cristiano es el don del Espíritu Santo. (Acerca de la exhortación guardarás y cumplirás, V. el
comentario de Dt. 31:12.)

c. Fiesta de los tabernáculos (16:13–17)


16:13. A la fiesta de los tabernáculos se le llamó así debido a que los israelitas, después de la
cosecha de otoño (Lv. 23:39), debían vivir en tabernáculos o “chozas” (Lv. 23:42) fabricadas con
ramas de árbol y follaje (Lv. 23:40). También se le llamaba la “fiesta de la cosecha” (Éx. 23:16;
34:22). Comenzaba en el día quince del mes séptimo (Lv. 23:34, 39), el mes de Tisri
(septiembre-octubre). El hecho de que se llamara la “fiesta solemne de los tabernáculos a
Jehová” (Lv. 23:29), y también simplemente “la fiesta” (Ez. 45:25) puede indicar que esa
celebración otoñal llegó a ser la más grande de las tres fiestas de peregrinación israelitas.
16:14–15. El júbilo (v. 15) debía caracterizar a esa fiesta, algo que también debe aplicarse a
la fiesta de las semanas (vv. 10–11). El pueblo debía estar alegre por la provisión de Dios, pero
también (como Lv. 23:42–43 indica) debían regocijarse por su liberación de Egipto. La semana
que vivían en los tabernáculos debía evocar el viaje a través del desierto después de que la
nación salió de Egipto. Así, la fiesta otoñal celebraba la formación de la nación por la gracia de
Dios y el constante apoyo divino hacia ella, hasta el momento que se realizaba la fiesta.
16:16–17. En resumen, Moisés recordó a los varones israelitas su obligación de ir tres veces
cada año para presentarse delante del Señor. Eso no quería decir, por supuesto, que los
familiares del hombre no debían participar en las fiestas. El ideal era que todos los miembros de
la familia—junto con los esclavos, levitas, extranjeros, huérfanos y viudas—se unieran a la
celebración (cf. vv. 11, 14). Cada hombre debía traer una ofrenda, porque la nota distintiva de
las fiestas era la expresión jubilosa de gratitud por las ricas bendiciones materiales y espirituales
de Dios experimentadas en el pasado y en el presente. Las ofrendas dadas al Señor debían ir de
acuerdo a las bendiciones que el pueblo recibía de él (cf. v. 17; 15:14).

8. INSTRUMENTOS DE LA TEOCRACIA (16:18–18:22)


Las secciones anteriores del libro (12:1–16:17) se ocupan principalmente de las leyes
relacionadas con el culto del pueblo al Señor. Esta sección (16:18–18:22), trata acerca de las
responsabilidades que tenían los líderes religiosos de mantener la pureza del culto dentro de la
tierra prometida y de impartir justicia de manera imparcial.

a. Jueces y oficiales (16:18–17:13)


16:18–20. A esas alturas de su discurso, Moisés no había especificado cómo serían
nombrados los jueces y oficiales. En el desierto, en el principio, Moisés había sido el único juez
del pueblo. Sin embargo, cuando la cantidad de asuntos judiciales llegó a ser demasiado grande
para él, Moisés nombró a “los principales” de las tribus como líderes militares (“jefes”), jueces y
oficiales (1:15–18; cf. Éx. 18). Probablemente esos hombres eran los ancianos más importantes
de cada tribu. Así que los jueces que se nombraban en cada ciudad quizá eran tomados del
concilio de ancianos de ella (los ancianos constituían un órgano judicial; cf. Dt. 19:12).
Los “oficiales” eran probablemente ayudantes de los jueces y tal vez fungían como
secretarios. Esos líderes debían juzgar al pueblo con justo juicio (lit., “justamente”; cf. 1:17; Pr.
18:5; 24:23). Sus veredictos debían conformarse a las justas normas establecidas en la palabra de
Dios (que en ese tiempo constaba de los cinco libros de Moisés). No debían torcer el derecho.
Esto implica que Dios ya les había dado el patrón celestial para normar las acciones entre ellos.
Si los actos de los israelitas no se conformaban a ese patrón, sus acciones debían ser rectificadas
o castigadas. Cualquier alteración del patrón de justicia era una perversión.
Tampoco debían hacer acepción de personas (lit., “no reconozcan rostros”). Idealmente, los
jueces debían tratar a las personas como si no tuvieran conocimiento previo de ellas. Aceptar un
soborno era algo obviamente malo porque oscurecía (ciega y pervierte) la capacidad de los
jueces de actuar con equidad entre las partes en litigio.
Moisés resumió las exigencias para los jueces y oficiales con un enfático mandato: ¡la
justicia (y solamente), la justicia seguirás! Esas palabras implican que impartir justicia
imparcial podía ser un objetivo muy difícil de alcanzar debido a la debilidad del ser humano. Por
lo tanto, era absolutamente esencial que el estándar establecido en la ley se siguiera con
precisión. Sus vidas y prosperidad (Dt. 16:20) dependían de que impartieran justicia imparcial en
la tierra prometida.
16:21–17:1. La primera responsabilidad de los jueces era impedir las prácticas viciadas de
adoración en la tierra. Estaba prohibida cualquier cosa que pudiera conducir al sincretismo
(conformar el culto del Señor a los sistemas paganos), incluyendo plantar algún árbol para
adorar a Asera (o que simbolizara a esa diosa de la fertilidad, consorte de Baal) o adorar
cualquier estatua, columna de piedra que simbolizaba la fecundidad masculina (cf. 7:5; 12:3; Éx.
34:13).
Traer un sacrificio defectuoso a Jehová (Dt. 17:1; cf. 15:21) era llevar al santuario algo que
era ajeno a la adoración a Dios, así como las columnas de Asera y las piedras sagradas eran
ajenas al culto genuino. Tal sacrificio era aborrecible al Señor. Ofrecer a Dios menos que lo
mejor era “menospreciar” su nombre (Mal. 1:6–8). Ofrecer menos que un perfecto sacrificio
significaba, de hecho, que la persona no reconocía a Dios como el proveedor principal de todo lo
mejor de la vida. También significaba no reconocer la gran sima que existe entre el perfecto y
santo Dios y la gente pecadora.
Los sacerdotes eran comúnmente los responsables de mantener la adoración pura en el
santuario (i.e., no tener símbolos de fecundidad en él ni presentar sacrificios defectuosos), pero la
responsabilidad final recaía en los jueces. Si los sacerdotes fallaban en su responsabilidad,
entonces era necesario que los jueces intervinieran.
17:2–7. Los jueces debían vigilar que los falsos adoradores fueran ejecutados. Quien hubiere
adorado a dioses ajenos merecía la pena capital porque su acto amenazaba la existencia misma
de la nación. También se prohibía la adoración a los astros (cf. 4:19), lo cual equivalía a rendir
honor a la creación inanimada en lugar de hacerlo al Creador y Dios vivo. La ejecución del
transgresor se podía realizar sólo después de que se hubiera probado el delito mediante una
investigación meticulosa. Para evitar una ejecución injusta, se requería el testimonio de dos o
tres testigos. El testimonio de un solo testigo era insuficiente (cf. 19:15) porque si mentía, nadie
podía probar lo contrario.
Los testigos de cargo debían ser los primeros en participar en la ejecución. De esta manera, si
más adelante se encontraba que su testimonio había sido falso, entonces ellos se harían culpables
de homicidio y quedarían sujetos a ser ejecutados. Toda la comunidad (todo el pueblo) se unía
entonces en la ejecución, demostrando de ese modo su rechazo a otros dioses (17:3) y su
compromiso con el Señor. Tal idolatría era un mal que tenía que ser erradicado del pueblo (cf. v.
12; V. el comentario de 13:5).
Las iglesias del N.T. también tienen la responsabilidad de mantenerse puras. El creyente que
comete una falta debe ser apartado de la comunión con la iglesia local después de probar que ha
pecado mediante una investigación cuidadosa y si rehúsa arrepentirse. Si se trata de un creyente
genuino, no perderá la vida eterna. Sin embargo, sí sufrirá algún tipo de pérdida en la tierra y
recibirá menos recompensas en el cielo (Mt. 18:15–20; 1 Co. 3:10–15; cap. 5; 1 Ti. 5:19).
17:8–13. Moisés hizo provisión para los futuros jueces cuando llegaran a la tierra prometida,
similar a la que hizo para los jueces del período del peregrinaje por el desierto (1:17). Si un juez
consideraba que tenía un caso que fuere difícil para él, podía llevarlo a un tribunal central
(constituido por los sacerdotes y el juez principal en turno) que estaría instalado en el futuro
lugar del santuario central (el lugar que Jehová tu Dios escogiere). Las decisiones del tribunal
serían definitivas. Cualquier rebelión contra el tribunal sería considerada “desacato a la autoridad
de la corte” lo cual constituía un crimen que ameritaba la pena capital. Eso haría que la ley
rigiera en la tierra y que se evitara la anarquía.
b. El rey (17:14–20)
Después de que Moisés y Josué murieran, el pueblo debía ser gobernado por jueces y
sacerdotes. Sin embargo, ese sistema no daría a Israel nada parecido a un gobierno central fuerte.
Sólo podía funcionar si los líderes (los sacerdotes y jueces) y el pueblo estaban comprometidos
en seguir al Señor. El libro de jueces registra el triste fracaso del pueblo y los líderes cuando
siguieron ese sistema. Moisés previó ese fracaso al incluir esta ley referente al futuro rey. Uno
podría preguntarse ¿por qué permitió Dios que los jueces y sacerdotes fallaran? O, ¿por qué Dios
no instituyó la monarquía inmediatamente? La respuesta, al menos en parte, es que Dios estaba
preparando al pueblo para apreciar el regalo de la monarquía.
17:14–15. Después de que Israel no pudo seguir tolerando su posición singular de no tener
rey, pediría y recibiría un rey. Los vv. 14–15 hablan de los requisitos para ser rey, los vv. 16–17
de su conducta, y los vv. 18–20 de su preparación. El rey tenía que cumplir dos requisitos.
Primero, debía ser escogido por Dios. La historia posterior deja en claro que los profetas,
hablando en nombre de Dios, declaraban su elección (e.g., el apoyo de Samuel a Saúl, 1 S. 9–12,
y luego a David, 1 S. 16; el apoyo de Natán a Salomón, 1 R. 1). El pueblo podía estar seguro de
que Dios no pondría a alguien en el trono que no estuviera dotado para ser rey. Por lo tanto, si
uno de ellos fallaba, la razón no se debería a su falta de capacidad, sino a su carácter moral.
Segundo, el rey tenía que ser israelita. Un israelita criado desde su niñez en las tradiciones de las
Escrituras sería una elección mucho mejor que un extranjero, esto se instituyó con el fin de
proteger la pureza de la religión de Israel.
17:16–17. Aquí se remarcan tres cosas acerca de la conducta del rey. La prohibición de
adquirir gran número de caballos significaba que en términos humanos, el ejército del rey,
compuesto mayormente de fuerzas de infantería, sería mucho más débil que los ejércitos
enemigos que contaban con muchos carros y efectivos de caballería; precisamente eso era lo que
se pretendía con esto. Un rey israelita que fuere obediente, no iba a depender de la fuerza militar,
sino del Señor y nada más. Dios ya había demostrado su capacidad para destrozar un ejército
más grande y superior dotado de carros de guerra (Éx. 14–15). Adquirir caballos daría a entender
que el pueblo iría a Egipto, donde había muchos de ellos disponibles. Regresar a la tierra donde
habían sido esclavos era algo impensable.
La prohibición de tomar muchas mujeres se dio debido a que muchos reyes se casaban con
mujeres extranjeras para formar alianzas políticas. Pero si el rey seguía al Señor, no tenía
necesidad de concertar ese tipo de convenios. Además, las esposas extranjeras desviarían su
corazón para adorar a sus ídolos.
La prohibición de no acumular plata ni oro tenía el propósito de evitar que el rey
desarrollara un sentido de independencia y codicia por las riquezas materiales (cf. Pr. 30:8–9).
Entonces, las tres prohibiciones fueron diseñadas para reducir al rey a la condición de un siervo,
totalmente dependiente de su amo, el Señor. La tragedia que produjo el ignorar estos
mandamientos se puede ver en el caso de Salomón, quien transgredió estas tres prohibiciones (1
R. 10:14–15, 23, 26–28; 11:1–6).
17:18–20. La preparación del rey consistía en copiar, leer, y guardar cuidadosamente la ley
y estos estatutos, i.e., todo el libro de Deuteronomio (no sólo esta pequeña sección de los vv.
14–20). Esto garantizaría que el rey tendría un espíritu recto (i.e., humilde y obediente) y una
dilatada dinastía.
c. Sacerdotes y levitas (18:1–8)
La tribu de Leví estaba dividida en tres familias (gersonitas, coatitas, y meraritas).
Originalmente, cada división tuvo responsabilidades diferentes relacionadas con el tabernáculo
(Nm. 3–4). A su vez, los coatitas fueron divididos en dos grupos: los que eran descendientes de
Aarón y los que no lo eran (Jos. 21:4–5).
Sólo a los descendientes de Aarón se les permitía ministrar como sacerdotes (Nm. 3:10).
Generalmente se hace referencia a ellos como “los sacerdotes” o “los hijos de Aarón” (Nm.
10:8). Al resto de la tribu, los que no ministraban como sacerdotes, se les designaba como
levitas. De esa manera, los sacerdotes eran una minoría en la tribu de Leví.
Los levitas servían como siervos de los sacerdotes (Nm. 18:1–7; 1 Cr. 23:28–32) y, en
general, como maestros de la ley de Israel (Dt. 33:10a; 2 Cr. 17:8–9). Los sacerdotes oficiaban
en el tabernáculo y además tenían otras responsabilidades. Servían como jueces (Dt. 17:8–9),
guardianes del rollo de la ley (17:18; 31:9), maestros de las leyes relacionadas con los
padecimientos cutáneos (24:8), y ayudaban a Moisés en la ceremonia de renovación del pacto
(27:9).
18:1–2. A diferencia de las otras once tribus, ninguno de los levitas, incluyendo a los
sacerdotes, recibió tierras para asentarse en ellas y cultivarlas. Sin embargo, se apartaron 48
ciudades para darlas a ellos (Nm. 35:1–8; Jos. 21:1–42). Los sacerdotes (y los levitas que los
asistían en el santuario central) debían recibir sostenimiento de las ofrendas quemadas a
Jehová que presentaba el pueblo. Los levitas que no ministraban en el santuario central debían
ser sostenidos por donativos del pueblo (Dt. 14:28–29; 16:10–11).
18:3–5. El pueblo era responsable de sostener materialmente a los sacerdotes que oficiaban
en el santuario central; debían recibir partes de los toros y corderos que fueran sacrificados, así
como las primicias de … grano, vino, aceite y lana. Esto era así porque Dios había escogido a
Aarón y sus descendientes de entre todas las tribus para que ministraran en el nombre de
Jehová, i.e., por su causa.
El N.T. amplió el sacerdocio para incluir a todos los cristianos (1 P. 2:9). La razón por la que
se dio esto es que Jesucristo, por su ministerio, muerte y resurrección, sustituyó al sacerdocio
aarónico del antiguo pacto (mosaico) y llegó a ser el sumo sacerdote del nuevo pacto (He.
2:17–18; 4:14–5:10; 6:19–7:28). Cada cristiano ha entrado en la familia de Jesús (He. 2:10–13)
y, por lo tanto, en su linaje sacerdotal.
18:6–8. Si un levita quería ir al santuario central para ministrar allí en el nombre del Señor
(por su causa), se le permitía hacerlo y recibir el sostenimiento equivalente junto con los demás
levitas. Pero eso no implicaba que ese levita ministraba como sacerdote, como algunos sugieren.
Los levitas debían ayudar a los sacerdotes (1 Cr. 23:28–32). Aunque tuvieren patrimonios
(probablemente por la venta previa de sus posesiones familiares, cf. Lv. 25:32–34) antes de
mudarse a Jerusalén, debían recibir el sostenimiento por su trabajo en el santuario. Pablo
reafirmó este principio para la iglesia del N.T. (1 Co. 9:14; 1 Ti. 5:17–18).
d. Profetas (18:9–22)
18:9–14. En estos vv., todas las prácticas prohibidas que se llaman abominaciones (cf. v. 12)
de las naciones de la tierra, tenían que ver con la magia o predicción del futuro. Mediante el uso
de la magia, sus adeptos intentaban manipular o forzar a sus “dioses” a seguir ciertos cursos de
acción. El sacrificio de niños se menciona aquí debido a que se usaba como medio para predecir
el futuro o como recurso mágico para manipular ciertos eventos.
Todas esas prácticas estaban prohibidas debido a que producían un divorcio entre la vida y la
moral. Varios factores dejaban esto en claro: (1) El futuro de la persona se “determina” por su
conducta moral, no por manipulaciones mágicas. (2) Usar la magia para manipular las
circunstancias personales era, en esencia, un fútil intento de librarse de las leyes éticas del Señor
que promueven la vida y su bendición. (3) El uso de la magia y adivinación (vv. 10, 14)
implicaba negarse a reconocer la soberanía del Señor. (4) El confiar en esas prácticas indicaba
una correspondiente falla en la persona para encomendar confiadamente su vida al Señor. Las
personas entendidas en el ocultismo y la posesión demoniaca señalan, sin vacilar, que las
prácticas mencionadas en los vv. 9–14 han conducido a muchos a estar bajo el dominio satánico.
La adivinación (vv. 10, 14), del vb. qāsam, “dividir”, significa dar una falsa profecía o buscar
determinar la voluntad de Dios examinando e interpretando diversos presagios. (Qāsam se usa
también en Jos. 13:22; 1 S. 6:2; 28:8; 2 R. 17:17; Is. 3:2; 44:25; Jer. 27:9; 29:8; Ez. 13:6, 9, 23;
21:21, 23, 29; 22:28; Miq. 3:6–7, 11; Zac. 10:2.) El agorero (‘ānan, Dt. 18:10, 14; cf. Lv. 19:26;
2 R. 21:6; Is. 2:6; Miq. 5:12) es quien intenta controlar a la gente o las circunstancias por un
poder adquirido de los espíritus malos (demonios). El sortílego interpreta el futuro basado en
“señales”, tales como el vuelo de las aves, el movimiento del fuego o la lluvia. El hechicero
(kāšap̱) es quien practica la magia a través de encantamientos. El encantador es lit. “uno que ata
nudos” (ḥāḇar), es el que domina a otras personas emitiendo murmullos mágicos. Un adivino es
quien supuestamente se comunica con los muertos, pero en realidad lo hace con los demonios.
La expresión quien consulta a los muertos puede significar que el espiritista intentaba hacer
contacto con los muertos para adquirir consejo, información sobre el futuro, o ayuda para
manipular a otros.
Tales abominaciones fueron una razón para que el Señor usara a Israel para destruir a los
cananeos. Por lo tanto, era lógico que el israelita debiera detestar cualquier involucramiento en
esas cosas. Al evitarlas, quedarían libres de esos terribles pecados.
18:15–19. En contraste con la magia negra de los adivinos, brujos y espiritistas cananeos, los
israelitas debían escuchar al profeta del Señor. Ellos podían estar seguros de que después de
Moisés seguiría una “línea de profetas” debido a su petición original en Horeb (Sinaí) de que
Dios les hablara a través de Moisés como mediador (cf. 5:23–27). Cada profeta que Dios
levantara sería israelita, y debido a que el profeta genuino sólo hablaría las palabras … de
Jehová, el pueblo estaba obligado a obedecer (oir) esas palabras.
El más grande profeta conforme al patrón de Moisés (18:15, 18) es Jesucristo—quien habló
las palabras de Dios y quien provee liberación para su pueblo. Ni siquiera Josué se podía
comparar con Moisés, porque después de éste, “nunca más se levantó profeta en Israel como
Moisés” (34:10) que tuviera tal poder delante de los hombres y una relación más íntima con
Dios. No importa qué tan notable fuera el trabajo de un futuro profeta de Israel, ninguno sería
como Moisés hasta que viniera Jesucristo, el mediador del nuevo pacto. Moisés estableció el
modelo para cada futuro profeta. Cada uno de ellos debía hacer lo más posible para vivir según el
ejemplo mosaico, hasta que viniera Aquel que iba a introducir el nuevo pacto. Durante el s. I
d.C., los líderes oficiales del judaísmo seguían esperando el cumplimiento de la predicción de
Moisés (cf. Jn. 1:21). Pedro dijo que su búsqueda debió haber terminado con la venida del Señor
Jesús (Hch. 3:22–23). (Otras predicciones antiguas y claras del Mesías pueden encontrarse en
Gn. 49:10–12; Nm. 24:17–19.)
18:20–22. Puesto que el pueblo debía obedecer al profeta de Dios sin excusa (v. 19),
profetizar falsamente era, de hecho, usurpar el lugar de Dios. Por ello, el falso profeta debía ser
ejecutado.
Se podían usar dos pruebas para determinar si un profeta hablaba o no las palabras de Dios.
Primero, el mensaje debía estar de acuerdo con el Señor y su palabra. Si hablaba en nombre de
dioses ajenos, entonces contradecía la palabra de Dios objetivamente revelada y era, por tanto,
un falso profeta (cf. 13:1–5). Segundo, su profecía debía cumplirse. Si no se cumplía alguna de
esas condiciones, no importa qué tan poderoso pareciera el presunto profeta, el pueblo no debía
tener temor de él o de alguna represalia que pudiera haber predicho en su contra.

9. CIUDADES DE REFUGIO Y CÓDIGO PENAL (CAP. 19)


a. Tres ciudades de refugio para el homicida involuntario (19:1–13)
19:1–3. Moisés había apartado previamente tres ciudades de refugio en la región al oriente
del Jordán (4:41–43). Puesto que sabía que el Señor no le permitiría cruzar el Jordán y entrar a la
tierra prometida con Israel, aquí instruyó a la nación para que apartara otras tres ciudades de
refugio de acuerdo con las instrucciones originales de Dios (Nm. 35:9–34). Las ciudades de
refugio debían estar equitativamente espaciadas a lo largo de toda la tierra (arreglarás los
caminos, y dividirás en tres partes la tierra) de manera que cualquier homicida pudiera llegar
a ellas con facilidad. (V. “Las seis ciudades de refugio”, en el Apéndice, pág. 283.) La palabra
homicidio (rāṣaḥ; cf. Éx. 20:13) significa “privar de la vida a alguien sin autorización legal” y
puede referirse al asesinato intencional o al homicidio involuntario o no intencional.
19:4–7. Esas ciudades debían ser apartadas (v. 2) para evitar cualquier calamidad adicional
que surgiera de una situación trágica. Sólo una persona que hubiere matado a su prójimo sin
intención y sin haber tenido enemistad con él (v. 4) podía huir a una de estas ciudades para
salvar su vida (v. 5). Esas comunidades ofrecían protección del vengador de la sangre. La
palabra que se trad. “el vengador de la sangre” es gō’ēl. Un gō’ēl era esencialmente un “protector
de la familia”. Era un “pariente cercano” (tradicionalmente entendido como el pariente varón
más cercano) responsable de redimir (comprar) a un pariente para librarlo de la esclavitud (Lv.
25:48–49), o a la propiedad de un pariente (Lv. 25:26–33), o casarse con la viuda del pariente y
levantar descendencia en nombre del difunto (Rut 3:13; 4:5–10), o para vengar la muerte del
pariente (Nm. 35:19–28). Quien matara a su prójimo de manera no intencional (e.g., por un
hacha que accidentalmente saltare el hierro del cabo, hiriendo y matando a su prójimo) debía
estar en la ciudad de refugio hasta la muerte del sumo sacerdote que estuviera en turno. Los
ancianos de esa ciudad estaban obligados a protegerlo del vengador de la sangre (Nm. 35:25). Si
la persona culpable de homicidio involuntario abandonaba la ciudad antes de la muerte del sumo
sacerdote, entonces el vengador de la sangre lo podía matar sin culpársele por ello (Nm. 35:27).
Las ciudades de refugio enseñaban a Israel cuan importante era la vida para Dios. Aun cuando
un hombre hubiere matado a su prójimo sin intención, tenía que ceder buena parte de su libertad
por un período de tiempo relativamente largo.
19:8–10. Si los israelitas hubieran sido fieles en seguir cabalmente al Señor, entonces él
habría ensanchado su territorio hasta las fronteras determinadas en la promesa del pacto
abrahámico (Gn. 15:18–21). (Acerca del énfasis de Dt. en los padres V. el comentario de Dt.
1:35.) En ese caso, se habrían necesitado tres ciudades más de refugio, un total de nueve, para
evitar que la tierra se corrompiera con el derramamiento de sangre inocente.
La frase en pl. estos mandamientos (19:9) es lit., “este mandamiento”. Al usar el sing.
Moisés hacía hincapié en la unidad de la ley; toda ella es una y debe obedecerse completamente:
Pero también señalaba el requisito esencial de la ley, i.e., amar a Jehová tu Dios (un tema en el
cual insiste Dt. repetidamente, V. el comentario de 6:5). La ley fue dada para que Israel pudiera
tener un medio para expresar su amor por él. En la era de la iglesia, los cristianos expresan su
amor al Señor al obedecer los mandamientos de Jesús (Jn. 14:21).
19:11–13. Una ciudad de refugio no podía ser un santuario para un homicida intencional.
Éste tenía que ser devuelto a su pueblo y morir a manos del vengador de la sangre (V. el
comentario del v. 6). Si la nación iba a prosperar bajo la bendición de Dios, no podía mostrar
compasión hacia el asesino. El pecado de derramar sangre inocente debía erradicarse de la
nación.
b. Modificación de los límites territoriales (19:14)
19:14. No es claro el porqué Moisés colocó esta ley acerca de los límites de la propiedad
entre la legislación acerca de las ciudades de refugio (vv. 1–13) y los testigos falsos (vv. 15–21).
Mover los límites de la propiedad de un prójimo equivalía a robarle su propiedad. De acuerdo
con la literatura extrabíblica, ese era un problema muy difundido en el antiguo Cercano Oriente
(cf. Job 24:2). Aparentemente también llegó a ser muy común en Israel (Dt. 27:17; Pr. 22:28;
23:10; Os. 5:10).
c. Ley de los testigos (19:15–21)
19:15. Moisés estableció el principio de que se requería más de un … testigo para mantener
la acusación de crimen contra un hombre (cf. 17:6). Ese principio debía funcionar como
salvaguarda contra falsos testigos que podrían levantar un cargo falso contra otro israelita debido
a un pleito u otro motivo escondido. Al requerir más de un testigo—al menos dos o tres—se
lograba llevar el caso con más precisión y objetividad.
19:16–20. Era inevitable que en algunos casos hubiere un solo testigo. Pero un testigo único
estaba aún obligado a presentar cargos contra el acusado. Sin embargo, tal caso debía llevarse
ante el tribunal central de sacerdotes y jueces (cf. 17:8–13) para ser juzgado. Si en la
investigación el testimonio era hallado falso, entonces el acusador (un testigo falso, 19:16, 18)
recibía el castigo correspondiente al crimen en cuestión. Cuando la suerte del testigo falso se
daba a conocer en Israel, servía como un gran disuasivo para no dar falso testimonio en los
tribunales. Violar el noveno mandamiento (Éx. 20:16) era un mal que debía erradicarse de la
nación (cf. Dt. 19:13 y V. el comentario de 13:5). Las modernas teorías sociológicas que
sostienen que el castigo, particularmente la pena capital, no detiene el crimen, contradicen el
concepto que la Biblia tiene de la naturaleza humana.
19:21. La ley de la retribución conocida en latín como lex talionis, se había dado
previamente en Éxodo 21:23–25 y Levítico 24:17–22. Esa ley fue dada para reforzar el castigo
que merecían los criminales en casos en los que hubiera tendencia a que el juez fuera demasiado
indulgente o estricto. Los códigos legales del antiguo Cercano Oriente dictaban la mutilación del
criminal (e.g., sacar un ojo, cortar un labio, etc.). Con una excepción (Dt. 25:11–12), la ley
israelita no permitía explícitamente tal castigo. Fuera de ese ejemplo, sólo se aplicaba la primera
parte de esa ley, vida por vida, para indicar que el castigo debía ser equivalente al crimen. De
esa manera, un esclavo que perdiere un ojo sería dejado libre (Éx. 21:26). La lex talionis también
servía como un factor restrictivo en los casos en los que quien dictaba el castigo estuviera
inclinado a excederse en la sanción. Jesús no rechazó la validez de ese principio en los
tribunales, sino su uso en las relaciones interpersonales (Mt. 5:38–42). No debe existir la
venganza o la represalia personal.

10. NORMAS PARA LA GUERRA SANTA (CAP. 20)


a. Mandato de no temer a un enemigo superior (20:1–4)
20:1. Principios similares a los que aparecen aquí, acerca de la batalla y la guerra santa, se
habían dado previamente (2:24–3:11; 7), y el tema fue tratado de nuevo más adelante en el
discurso de Moisés (21:10–14; 23:9–14; 24:5; 25:17–19). Israel jamás debía temer a los caballos
y carros de sus enemigos, porque el resultado de la batalla nunca sería determinado por la sola
fuerza militar (cf. Is. 31:1–3; Os. 14:3). El mandato de no tener temor de ellos estaba basado en
la fidelidad de Dios. Él ya había probado su fidelidad a la nación al sacarla de Egipto. En
tiempos de adversidad, los creyentes de la actualidad también deben evocar la fidelidad de Dios
en el pasado, porque trae alivio a los temores de las circunstancias presentes.
20:2–4. La función del sacerdote en la batalla era no sólo cuidar el arca, que simbolizaba la
presencia del Señor con el ejército de Israel, sino también animar a los soldados con la palabra de
Dios, para que fueran fuertes en su fe. La falta de confianza en la capacidad de Dios para pelear
por ellos (cf. 1:30; 3:22) afectaría su fuerza de voluntad, i.e., sus corazones podrían desmayar
fácilmente. Si la voluntad débil no era controlada por la fe desde el principio, conduciría al
miedo, terror, e incluso al pánico delante de sus enemigos. De esta manera, si los soldados no
oían al sacerdote, serían presas del temor y experimentarían la derrota.

b. Personas exentas de prestar servicio militar (20:5–9)


20:5. Los sacerdotes eran responsables de animar al ejército con la palabra de Dios (vv. 2–4).
Los oficiales eran responsables de asegurar que el ejército estuviera compuesto por hombres
calificados. Sin embargo, los más calificados no eran necesariamente los mejores dotados para
combatir. Estos eran, más bien, los más comprometidos con el Señor y que estaban libres de
cualquier distracción que pudiera apagar su espíritu de combate. Por lo tanto, por razones
humanitarias, así como por el estado de ánimo del ejército, cualquiera que hubiere edificado
casa nueva y no la hubiera empezado a “usar” (estrenado, del vb. hebr. ḥānak) se le concedía la
exención del servicio militar.
20:6. La misma exención se concedía a cualquiera que hubiere plantado una viña, y no
hubiera disfrutado de ella. Esa exención específica podía durar hasta cinco años (cf. Lv.
19:23–25).
20:7. Un hombre comprometido a casarse también quedaba exonerado del servicio militar.
La duración en el caso de un recién casado era de un año (24:5). Esas exenciones (20:5–7) traen
a colación uno de los propósitos básicos de la guerra santa. Aunque se le apreciaba como un
castigo por la maldad de la población cananea (V. el comentario del cap. 7), era librada también
para que Israel pudiera tener una tierra en la cual vivir en forma estable y pacífica, edificando
casas, sembrando los campos, y criando a sus familias bajo el gobierno divino. Debido a que
Dios estaba peleando por Israel, no era necesario que la guerra tuviera absoluta prioridad sobre
todos los deberes familiares.
20:8–9. Mientras que las anteriores exenciones se habían concedido por razones
humanitarias, la de aquellos que eran medrosos y pusilánimes se daba con objeto de preservar el
estado de ánimo del ejército. Puesto que el mejor ejército era el que estaba comprometido con el
Señor, debía quitarse a cualquiera o cualquier cosa que pudiera afectar la fe y confianza de las
tropas israelitas. La cobardía aquí es estimada como un problema espiritual. Debido a que no
existía una corte marcial, los oficiales quitaban a un soldado medroso antes de que tuviera
oportunidad de desertar en combate y/o causar que otros soldados también se atemorizaran. La
enseñanza de Moisés de que los oficiales nombraran capitanes sobre el ejército, implica que las
fuerzas militares de Israel no estaban permanentemente organizadas con oficiales de cada rango.

c. Política exterior de Israel (20:10–18)


20:10–15. Moisés enseguida dio instrucciones para la política exterior de Israel (vv. 10–18).
La gente de las ciudades que se encontraban muy lejos (v. 15), se refiere a las naciones que
estaban fuera de Canaán pero dentro de la extensión territorial prometida a Abraham y sus
descendientes (Gn. 15:18–21). El mandato de hacer una oferta de paz a la gente de una ciudad,
significaba ofrecerles hacer un pacto de vasallaje. Haciendo esto, la ciudad reconocía la
soberanía del Dios de Israel y de su pueblo escogido. Si la ciudad aceptaba someterse, entonces
su población debía ser tributaria (cf. Jos. 9). Pero si la ciudad rechazaba claramente los términos
de paz, los israelitas debían ejecutar a todo varón y todo lo demás debía tomarse como botín.
Luego, aparentemente, a las mujeres y los niños se les daba la oportunidad de ingresar a la
religión de Israel (V. también el comentario del tercer párrafo de Dt. 20:16–18).
20:16–18. Sin embargo, dentro de los límites de Canaán absolutamente nada debía ser
librado de la destrucción. En el v. 17 se listan seis naciones en representación de todas las que
habitaban en Canaán. Los heteos eran de Anatolia (Turquía) pero algunos inmigrantes antiguos
se habían asentado en Canaán (e.g., Efrón el heteo en Gn. 23). Los amorreos habitaban en las
colinas (cf. el comentario de Gn. 14:13–16). Su origen es desconocido (se hace referencia a ellos,
por vez primera, en textos antiguos del tercer milenio a.C.). Los cananeos era un término general
para referirse a los pobladores de Palestina. Los ferezeos eran quizá moradores de aldeas o
nómadas. Los heveos estaban posiblemente en el norte de Palestina por las montañas de Líbano
(Jos. 11:3; Jue. 3:3). Los jebuseos vivían en las montañas (Nm. 13:29) que rodeaban Jebús,
conocida después como Jerusalén (Jos. 15:8). Otra nación que no se menciona aquí pero que se
incluye en Deuteronomio 7:1 (V. el comentario allí) son los gergeseos, cuya ubicación se
desconoce.
Esos pueblos estaban tan degenerados y comprometidos con el mal que, a menos que fueran
completamente destruidos, podrían fácilmente influenciar (enseñar) a los israelitas a hacer según
todas sus abominaciones … para sus dioses; i.e. inclinarlos a diversas formas de idolatría (cf.
18:9–12).
Las mujeres de las naciones mencionadas en 20:10–15 (i.e., de la cultura arameasiria) no
eran tan degeneradas como las de la cultura cananea. Además, aquéllas adoptaban la religión de
sus esposos. Abraham, e.g., insistió en que su siervo trajera una esposa para su hijo Isaac de la
cultura aramea y no una cananea (Gn. 24). Por consiguiente, a las mujeres y niños de esas
naciones se les podría perdonar. No obstante, sólo necesitamos recordar la influencia de la
malvada Jezabel, que indujo a su esposo Acab a practicar la adoración a Baal, para ver los
efectos destructivos que producía casarse con una mujer cananea.

d. Prohibición de destruir los árboles frutales (20:19–20)


20:19–20. Las potencias militares del antiguo Cercano Oriente castigaban a sus enemigos
arrasando la tierra de manera indiscriminada. Esa práctica no tenía sentido en relación con la
tierra de Canaán, porque llegaría a ser la posesión de Israel. ¿Por qué debería Israel talar árboles
cuyo fruto podía comer posteriormente? Y ¿por qué los árboles, no siendo hombres, eran
destruidos? Incluso en las tierras fuera de Canaán esa práctica debía evitarse porque mostraba
una falta de respeto hacia la creación de Dios y una preocupación excesiva de usar el poder
destructor áspera y desmedidamente.

11. LEYES DIVERSAS (CAPS. 21–25)


a. Homicidios sin resolver (21:1–9)
21:1–9. Si un hombre era hallado muerto, fuere por homicidio intencional o imprudencial,
los ancianos y jueces del tribunal central (17:8–13) debían convocar a los ancianos de la ciudad
más cercana al lugar donde se encontraba el cadáver. Ante los sacerdotes (presumiblemente
del tribunal central) los ancianos de esa ciudad debían quebrar la cerviz de una becerra
declarando enseguida su inocencia.
Quebrar la cerviz de la becerra simbolizaba que el crimen merecía la pena capital, y al
lavarse las manos sobre la becerra, los ancianos comunicaban simbólicamente su inocencia en
cuanto a ese asunto. Ese ritual demostraba cuán extremadamente valiosa es la vida para Dios.
Porque, a pesar de no haberse aclarado el homicidio, tanto la tierra como el pueblo habían
incurrido en la culpa de derramar la sangre inocente. El sacrificio de la becerra, acompañado de
la petición de los ancianos, producía la expiación, i.e., apartaba la ira de Dios del pueblo.

b. Leyes referentes a la familia (21:10–21)


(1) Matrimonio con una mujer cautiva (21:10–14). 21:10–11. Un israelita podía casarse con
una mujer hermosa de entre los cautivos de una batalla determinada. Esto presuponía que la
batalla en cuestión era contra una de “las ciudades que [estaban] muy lejos” (20:15), no una
ciudad que estaba dentro de los límites de Palestina. Por lo tanto, la candidata a esposa no sería
una mujer cananea (cf. la prohibición de casarse con hombre o mujer cananeo, 7:1, 3–4).
Si un soldado israelita genuinamente deseaba a una de las cautivas, sólo podía tenerla a
través del matrimonio. Esto contribuía a proteger la dignidad de las cautivas y la pureza de los
soldados israelitas. Éstos no debían violar, saquear o maltratar de otras maneras a los cautivos,
como hacían otros ejércitos del antiguo Cercano Oriente.
21:12–14. El matrimonio de un soldado con una cautiva no podía realizarse de inmediato. La
candidata a esposa debía prepararse sicológicamente para su nueva vida como israelita. Esto se
lograba rapando su cabeza, cortando sus uñas, mudando sus vestidos, y haciendo lamento por
sus padres durante un mes. El lamento podría indicar ya sea que su padre y su madre habían
muerto en la batalla o que quedaría separada de ellos por su nuevo matrimonio. Los otros rituales
mencionados pueden haber simbolizado también su lamento por haber dejado su antigua vida.
Un mes era tiempo suficiente para que la mujer cautiva hiciera duelo, y le daba oportunidad
al futuro marido de meditar su decisión inicial de tomarla como esposa. Esto porque al tener su
cabeza rapada luciría menos atractiva.
La expresión y si no te agradare se puede referir no tanto a un problema trivial de su
relación, sino a la renuencia de la nueva esposa a aceptar los valores espirituales de su esposo.
En ese caso, el marido podía disolver el matrimonio renunciando a todos sus derechos sobre ella.
Al prohibírsele al marido tratarla como esclava, aunque hubiere sido humillada, la esposa, a
través del divorcio, retenía en alguna medida su dignidad. Esa ley remarcaba el valor de la vida
humana en contraste con el terrible trato que se daba a los prisioneros de guerra en todo el
antiguo Cercano Oriente.
(2) Derecho del primogénito 21:15–17. La monogamia es el ideal divino para el matrimonio
en el A.T. (Gn. 2:20–24). La poligamia, aunque era practicada por algunos, nunca aparece como
algo positivo en el A.T.; las Escrituras jamás describen un matrimonio polígamo verdaderamente
feliz. Una razón de lo anterior es que el marido amaría a una de sus mujeres más que a la(s)
otra(s). En este caso, se prohibía al hombre obedecer a sus sentimientos sacrificando la ley. Su
hijo primogénito debía recibir doble herencia de su padre aunque fuere hijo de la mujer
aborrecida.
(3) Un hijo rebelde. 21:18–21. Una violación extrema del quinto mandamiento “honra a tu
padre y a tu madre” (5:16), debía ser castigada con la muerte. Lo que se considera aquí no es un
incidente aislado de desobediencia, sino una rebelión persistente contra el padre y la madre del
individuo, incluso después de que los padres hubieren advertido a su hijo acerca de las
consecuencias de sus actos rebeldes. El hijo se rebelaba, a fin de cuentas, contra la autoridad del
Señor y, por lo tanto, atacaba las bases de la comunidad del pacto. La legislación presentada aquí
no era cruel, ni autorizaba a los padres a abusar de sus hijos.
El hijo debía ser llevado a los ancianos a la puerta (i.e., donde la ley era impartida; cf.
22:15; Jos. 20:4; Job 29:7) del lugar. A los ancianos se les exigía que realizaran un juicio
imparcial. El hijo no era juzgado por ser glotón y borracho, sino por ser rebelde. Tanto su vida
autoindulgente como su ebriedad eran simplemente evidencias de su rebelión contra la autoridad
paterna. Todos los hombres (en lugar de los padres) debían apedrear al hijo si se demostraba
que eran ciertos los cargos contra él. De nueva cuenta se mencionan los efectos disuasivos de la
pena capital: todo Israel oirá y temerá (cf. Dt. 13:11; 17:13). No hay registro en la Biblia, ni en
la literatura extrabíblica que indique que este castigo se haya aplicado alguna vez.
Aparentemente, el miedo a la muerte impidió que los hijos judíos fueran rebeldes y contumaces.
c. Diversas leyes (21:22–22:12)
(1) Un cadáver colgado. 21:22–23. El acto de colgar a un criminal de un madero no tenía el
propósito de darle muerte. Más bien, después de que era castigado por causa de un crimen
digno de muerte …, su cuerpo era colgado de un madero como advertencia a todo el que lo
viera de que no cometiera el mismo delito. El criminal estaba bajo la maldición de Dios, no por
causa de que se encontraba colgado en un madero, sino porque había violado la ley divina,
cometiendo un crimen digno de muerte. Por lo tanto, su cuerpo no debía pasar la noche colgado.
Este texto fue usado por el apóstol Pablo (Gá. 3:13) para apoyar la doctrina de la muerte vicaria
de Cristo en favor de los pecadores. El haber estado bajo la maldición de Dios (cf. el comentario
de Mr. 15:34) lo capacitó para redimirnos “de la maldición de la ley”.
(2) El ganado de un vecino israelita. 22:1–4. La ley acerca del ganado era una expresión
concreta del eterno principio moral “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv. 19:18), y “todas
las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”
(Mt. 7:12). Originalmente, la regla de Deuteronomio 22:1–4 no se refiere a tomar el animal
extraviado de alguien, sino más bien a la tendencia natural de no hacer caso del que sufrió la
pérdida debido al tiempo adicional y el trabajo que involucraba devolverle al animal. Si el dueño
del animal vivía muy lejos o era desconocido, quien encontró al animal podía llevarlo a casa
hasta que el dueño lo buscara. Lo mismo sucedía con el vestido extraviado y otros objetos que
fueren encontrados.
El mismo principio se aplicaba en el caso de un animal caído (v. 4). Hoy en día, esa ley se
aplicaría en cualquier circunstancia en que el creyente se sintiera tentado a “rehusarse” a ayudar
a una persona en necesidad (cf., e.g., Stg. 2:15–16; 1 Jn. 3:17).
(3) Travestismo. 22:5. Estaba prohibido usar ropa del sexo opuesto debido a que esto
suprimía la distinción de los sexos y violaba así una parte esencial del orden de la vida
establecido por Dios (Gn. 1:27). Además, estaba asociado con, o promovía la homosexualidad.
La misma palabra hebr. que se trad. como abominación (tô ‘ēḇâh, lit., “cosa detestable”) se usa
para describir el punto de vista divino de la homosexualidad (Lv. 18:22; 20:13). Aunado a eso,
existe alguna evidencia de que el travestismo pudo estar relacionado con el culto a las deidades
paganas. Debido a que esa ley estaba relacionada con el orden divino de la creación, y puesto
que Dios aborrece a cualquiera que esto hace, los creyentes de la actualidad deben tener muy
en cuenta este mandato.
(4) Aves en el nido. 22:6–7. Muchos han sugerido que esta ley fue dada para enseñar a Israel
la compasión o reverencia por las relaciones paternales, valiéndose de una lección objetiva
extraída del reino animal. Sin embargo, el hecho de que se permitía a los israelitas tomar los
pollos del nido, parece militar contra este punto de vista. Más probablemente, Moisés estaba
enseñando a los israelitas que debían proteger la fuente de los alimentos. Al dejar ir a la madre,
promovían la producción de más crías en el futuro. Obedecer esa estipulación, como las demás
de la ley, traería bendición al pueblo (para que te vaya bien; cf. 4:40; 5:16; 6:3, 18; 12:25, 28;
19:13).
(5) El pretil. 22:8. El techo de una casa en el antiguo Cercano Oriente era utilizado con
varios propósitos. Hacer un pretil en la casa de uno ayudaba a evitar que alguien cayera del
terrado. Preocuparse por la seguridad de otros, era la oportunidad para demostrar que se amaba
al prójimo como a uno mismo (Lv. 19:18). Esto de nueva cuenta remarca el valor de la vida
humana.
(6) Prohibición de hacer mezclas. 22:9–11. Es incierta la razón de que se diera la prohibición
de plantar un campo con semillas diversas, ayuntar juntos un buey y un asno para arar y tejer
vestidos de lana y lino. Pudieron tener una función simbólica para enseñar a los israelitas algo
acerca del orden creado. O las mezclas mencionadas pueden reflejar ciertas prácticas religiosas
paganas.
(7) Flecos. 22:12. La significancia de esta enseñanza acerca de los flecos no se explica aquí,
pero sí en Números 15:37–41. Los flecos debían actuar como recordatorios de los mandamientos
del Señor y la responsabilidad que tenía Israel de obedecerlos.
d. Violaciones al matrimonio (22:13–30)
22:13–21. Esta ley se creó con el propósito de reforzar la pureza sexual en la etapa
prematrimonial y animar a los padres a que enseñaran a sus hijos el valor de la pureza sexual. Sin
embargo, la ley podía ser mal utilizada por un esposo inescrupuloso en contra de su mujer, por
razones de índole personal, o quizá para recuperar el precio de la novia que originalmente había
pagado al padre de la joven. Si tal marido acusaba a su mujer de que no era virgen cuando se
casaron, entonces los padres de ella estaban obligados a ofrecer una prueba de su virginidad. La
evidencia debía ser una vestidura, una prenda manchada con sangre, o una sábana de la noche
de bodas. Los registros de varias culturas del antiguo Cercano Oriente se refieren a este tipo de
evidencia como algo que se realizaba en público.
Si los padres ofrecían tal evidencia de la virginidad de su hija antes del matrimonio, entonces
el hombre que la acusó falsamente debía ser azotado (que es el probable significado de la
expresión lo castigarás, v. 18) y multado con cien piezas de plata (aprox. 1.2 kgs.).
Aparentemente ese era el doble del precio pagado por la novia (el v. 29 parece indicar que el
precio normal de la novia era de cincuenta piezas de plata). El dinero de la multa era dado al
padre de la joven, porque había quedado muy afectado por la acusación del esposo. Se había
cuestionado tanto el deseo como la capacidad del padre de transmitir a sus hijos los valores del
reino que tenían que ver con la pureza sexual. Además, porque a la hija se achacó una mala
fama. El apoyo económico a la esposa y quizá también el derecho legal de su hijo primogénito
quedaban protegidos por la renuncia irrevocable del esposo a su derecho de divorciarse de su
mujer (v. 19).
Por otra parte, si la acusación del esposo no podía desmentirse, entonces la esposa debía ser
apedreada a la puerta de la casa de su padre. Ese severo castigo no era sólo para el pecado de
fornicación, sino también por haber mentido a su probable esposo y por involucrar a su padre en
el engaño. Este mal debía erradicarse de la nación (cf. vv. 22, 24; V. el comentario de 13:5).
22:22. Aunque la pena capital debía administrarse por la infidelidad sexual en el matrimonio
(cf. Lv. 20:10), no se especifica la manera exacta en que debía llevarse a cabo. En Mesopotamia
se ataba y echaba al río a la pareja adúltera (Código de Hammurabi, ley 129), aunque ningún
registro existente proveniente de Mesopotamia indica que alguna vez se aplicara esa ley. Los
líderes oficiales del judaísmo en el tiempo de Jesús interpretaban esa pena como la muerte por
lapidación (cf. Jn. 8:5) pero la tradición rabínica tardía prescribía la muerte por estrangulamiento.
No se sabe qué tan frecuentemente se hizo cumplir esa ley. (Acerca de la seriedad del pecado de
adulterio, V. el comentario de Dt. 5:18.)
22:23–27. Una virgen desposada debía ser tratada como mujer casada. Se asumía que una
relación sexual que se había llevado a cabo en la ciudad no era una violación (vv. 23–25) sino
adulterio (i.e., la joven había dado su consentimiento). Si se hubiere tratado de un caso de
violación, sus gritos de auxilio habrían sido oídos, fuere o no rescatada. Si el asalto ocurría en el
campo, entonces se le daba a la joven desposada el beneficio de la duda y solamente se
ejecutaba al hombre (vv. 25–27). En la ley se considera que la violación es tan grave como el
homicidio y, por tanto, merecía la pena capital.
22:28–29. Un hombre que violaba a una virgen no desposada era forzado a casarse con ella
(después de pagar el precio de la novia de cincuenta piezas de plata a su padre) y debía
renunciar a su derecho a divorciarse de ella. Esto protegía, hasta cierto punto, el honor de la
joven y le garantizaba a ella (y a su hijo si resultaba embarazada por la violación) el sostén
permanente. Esta estipulación pudo haber servido también como disuasivo de la violación,
debido a que el hombre que abusara de una mujer debía vivir con ella el resto de su vida.
22:30. En lugar de hablar del adulterio, este v. probablemente se refiere a un hombre que se
casa con su madrastra tras la muerte de su padre. Tal matrimonio debía considerarse como
incestuoso (cf. Lv. 18:8).
e. Exclusión de la congregación de Jehová (23:1–8)
23:1. La congregación de Jehová probablemente se refiere aquí al pueblo reunido para
cumplir propósitos religiosos. Por lo tanto, esta ley y las de los vv. 2–8 tienen que ver con la
exclusión del culto israelita. Estas leyes parecen tener un cierto carácter ceremonial. Como las
leyes de impureza (e.g., Lv. 12–15) estas no excluyen a un individuo por causa de su pecado
moral específico. Más bien cumplen una función pedagógica o simbólica. La exclusión de un
individuo del culto israelita no impedía a éste creer en el Señor y recibir el regalo de la vida
eterna.
La historia de Israel demuestra que estas leyes (en Dt. 23:1–8) no tenían el propósito de
aplicarse de manera legalista, sin considerar las circunstancias de cada individuo que pudiera
tener el deseo de participar en el culto israelita. Excluir al que tuviera amputado el miembro
viril se refiere a la persona que intencionalmente se hubiera hecho castrar para cumplir
propósitos religiosos paganos. Esta ley por ningún motivo tenía el propósito de excluir a un
eunuco comprometido en obedecer al Señor (Is. 56:3–5). Sin embargo, algunos afirman que sí
excluía a todos los eunucos sin importar la razón por la que se hubieren castrado. De ser así,
entonces la ley probablemente refleja que el eunuco había perdido la capacidad de procrear y ya
no era perfecto porque había perdido algo de la imagen de Dios. Por lo tanto, la ley habría
enseñado simbólicamente la necesidad de que los adoradores fueran perfectos delante de Dios,
así como los sacrificios presentados a Dios tenían que ser sin defectos físicos.
23:2. Bastardo es la trad. de una rara palabra hebr. cuyo significado es oscuro. (Mamzēr se
usa en el A.T. sólo aquí y en Zac. 9:6, donde se usa en sentido figurado con respecto a los
extranjeros.) Tradicionalmente se ha entendido como que se refiere (en Dt. 23:2) a un hijo nacido
de un matrimonio ilegítimo. No obstante, es posible que el término se refiera a un hijo nacido de
una relación incestuosa, de una prostituta cúltica, o de un matrimonio mixto (i.e., un israelita
casado con una amonita, moabita, filistea, u otra). De nuevo, el duro castigo infligido a tal
persona ayudaría a evitar que otros israelitas realizaran ese tipo de matrimonios.
23:3–6. Ni al amonita ni al moabita se le permitía asistir a las reuniones religiosas de Israel
debido al trato que dieron al pueblo escogido durante su peregrinación por el desierto. Se
negaron a proveer pan y agua a Israel, y a través de Balac, los moabitas alquilaron a Balaam
para maldecir a Israel (Nm. 22:2–6). (Tampoco Israel debía hacer la paz con ellos, Dt. 23:6.)
Además los moabitas y amonitas eran descendientes de la relación incestuosa de Lot y sus hijas
(Gn. 19:30–38). Estos hechos confirman que desde el principio, habían estado y seguirían
estando contra el Señor y su pueblo. Sin embargo, el trato de Booz hacia Rut, junto con otros
israelitas de Belén demuestra que esta ley nunca tuvo el propósito de excluir a alguien que dijera
“tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” (Rt. 1:16). Isaías parece haber tenido una
interpretación similar (cf. Is. 56:3, 6–8) pero quizá esos vv. del profeta se aplican exclusivamente
a los postreros días.
23:7–8. El trato al pueblo edomita era más considerado debido a que eran descendientes de
Esaú (Gn. 36:40–43), el hermano de Jacob. El áspero trato del pueblo egipcio a Israel fue pasado
por alto debido a la prolongada estancia del pueblo escogido en su territorio y quizá también por
el trato positivo dado en un principio a José y su familia cuando entraron por primera vez a
Egipto (Gn. 37–50).
f. Inmundicia en el campamento (23:9–14)
23:9–14. Los vv. 1–8 tienen que ver con la necesidad de mantener la pureza religiosa de la
congregación. Los vv. 9–14 se preocupan de la pureza en el campamento durante la batalla. La
emisión nocturna del hombre, aunque no era en sí moralmente mala, hacía al individuo inmundo
por todo el día siguiente. De similar forma, el mandato de enterrar el excremento (v. 13) no tenía
ninguna connotación moral. Aparentemente esta ley era de naturaleza ceremonial. Al cumplir de
manera regular esas leyes, se recordaba a los soldados israelitas la santidad y presencia del
Señor. Incluso en los momentos más privados de su vida, el Dios santo estaba con ellos,
observando su conducta.
g. Diversas leyes (23:15–25:19)
(1) Esclavos prófugos. 23:15–16. Los esclavos considerados aquí no eran israelitas. Eran
personas de otras naciones que venían buscando refugio en Israel. El mandato de no devolver al
esclavo a su antiguo amo iba en contra de la práctica normal del antiguo Cercano Oriente. De
hecho, los tratados en esa región incluían la provisión de que fueran devueltos los esclavos
prófugos y otros fugitivos. Por lo tanto, esta ley pudo haber sido para recordar a Israel que su
pacto era con el Señor y no necesitaban concertar ninguna alianza política con otra nación.
También es posible que, puesto que un esclavo había sido oprimido injustamente, esta ley que
impedía seguir oprimiéndolo sirviera como recordatorio a los israelitas de su antigua condición
de esclavos en Egipto.
(2) Prostitución (23:17–18). 23:17. La prostitución cúltica era común en las religiones del
antiguo Cercano Oriente. La prohibición presentada aquí tenía probablemente el propósito de
impedir que los israelitas practicaran una religión foránea, y mantener el culto al Señor libre de
la contaminación de la prostitución cúltica. La historia posterior de Israel está repleta de
ejemplos de su fracaso en obedecer este mandato (cf., e.g., 1 R. 14:24; 15:12; 22:46; 2 R. 23:7;
Os. 4:14).
23:18. Las palabras usadas para referirse a las prostitutas indican que aquí se consideraba la
prostitución en general, y no específicamente la cúltica. La palabra para la prostituta es zônâh y
para el varón que la practicaba es keleḇ (lit., “perro”). No se podía pagar un voto con dinero
obtenido de esa práctica pecaminosa. El pago de un voto permitía al israelita expresar su gratitud
por la provisión bondadosa de Dios para su vida. Por consiguiente, usar dinero que Dios no había
provisto para pagar un voto, era algo falto de sinceridad y por lo tanto, hipócrita. No sorprende,
entonces, que fuera “abominación” al Señor. (Otras cosas abominables eran la idolatría, ofrecer
animales con defecto para el sacrificio y la deshonestidad; cf. la palabra “abominación” en
7:25–26; 12:31; 13:14; 14:3; 17:1, 4; 18:9, 12 [dos veces]; 20:18; 24:4; 27:15; 29:17; 32:16; y la
palabra “abominar” en 22:5; 25:16.)
(3) Préstamos y cobro de intereses (23:19–20). 23:19. Los pasajes paralelos (Éx. 22:25; Lv.
25:35–37) aclaran que el hermano que pedía dinero prestado era un israelita (cf. Dt. 23:20) que
había empobrecido o se encontraba en extrema necesidad y que no pedía prestado para
comprometerse en una operación capitalista. Cobrar interés a un hermano, sólo empeoraría su
condición y alimentaría la codicia del acaudalado al prestar.
23:20. Se permitía al israelita cobrar interés al extraño debido a que éste no era miembro de
la comunidad del pacto ni un extranjero residente en la tierra prometida. Probablemente el
“extraño” era un mercader y el préstamo que solicitaba lo usaría con el propósito de hacer
negocios.
(4) Votos. 23:21–23. Esa ley hace hincapié en la necesidad de los israelitas de ser
completamente honestos delante de Dios y tener sumo cuidado al hacer compromisos verbales
con él. El voto que se considera aquí era uno hecho por el adorador de manera voluntaria. Una
vez hecho, tenía que ser cumplido (cf. Pr. 20:25; Ec. 5:4–5), así como el Señor había cumplido
sus promesas a Israel.
(5) Comer en el campo del vecino. 23:24–25. Esta ley, como las de 22:1–4, daban expresión
concreta al principio de amar al prójimo como a uno mismo. Al viajero se le daba derecho de
comer de la viña o de la mies, pero no de llevar uvas con él, ni cosechar el campo. Debido a que
el Señor había sido generoso en proveer al agricultor, él a su vez debía ser generoso con el
extraño que viajara por su tierra.
(6) Divorcio y nuevo matrimonio. 24:1–4. El divorcio era una práctica muy común en el
antiguo Cercano Oriente. Sin embargo, el A.T. siempre lo consideró como una tragedia (cf. Mal.
2:16). Por consiguiente, los mandatos de Deuteronomio 24:1–4, se dieron para regular una
práctica ya existente. La cosa indecente que el esposo pudiera encontrar en su esposa, no se
refiere al adulterio, el cual se castigaba con la muerte (22:22). Tampoco puede referirse a una
relación sexual premarital de la mujer con otro hombre, la cual también se castigaba con la pena
capital (22:20–21). Se desconoce el significado exacto de esa frase. Si el hombre encontraba algo
indecente en su mujer, la carta de divorcio que escribía era aparentemente dada a ella para
brindarle protección bajo la ley. Si la mujer, después de divorciada, se casaba de nuevo, y luego
su segundo esposo se divorciaba de ella o moría, no se le permitía al primer marido volverse a
casar con ella, porque había sido envilecida. La palabra que se trad. “envilecida” se usaba
también para describir a un hombre que había cometido adulterio (Lv. 18:20). Así que el uso de
esta palabra para describir a una mujer divorciada y casada de nuevo con el mismo hombre,
sugiere que el divorcio era visto de manera negativa a pesar de que Moisés lo permitiera. Casarse
con su exesposo sería equivalente al adulterio y, por lo tanto, se consideraba abominación a
Jehová (V. el comentario de “abominable” y “abominación” en Dt. 23:18). Parece que el
propósito de esa ley era evitar los divorcios por razones frívolas, y presentarlo como algo
negativo. La interpretación que Jesús dio de este pasaje indica que el divorcio (como la
poligamia) iba en contra del ideal divino para el matrimonio (V. el comentario de Mt. 19:3–9).
(7) Nuevo matrimonio. 24:5. Igual que la ley anterior (vv. 1–4), ésta enfatiza la importancia
del matrimonio y la familia. Se consideraba cruel enviar a un recién casado … a la guerra (cf.
20:7). Si moría en combate quizá no tendría descendencia para preservar su nombre (para
entender el significado de esto V. 25:5–10). También el recién casado debía estar exento de otras
responsabilidades para darle tiempo a que se acoplara y pudiera alegrar a su mujer.
(8) Empeños. 24:6. La muela del molino era un objeto de uso diario en las casas para moler
el grano y preparar comidas. Tomar una o ambas como prenda de garantía por una deuda, estaría,
en efecto, privando al hombre de su pan diario (la vida del hombre) y, por lo tanto, contradecía
el espíritu de generosidad que debió haber motivado en primer lugar al prestamista.
(9) Secuestro. 24:7. Aparentemente el secuestro era algo común en el antiguo Cercano
Oriente, porque se menciona también en los códigos legales de Mesopotamia y del imperio
heteo. Debido a que el secuestrador privaba de la libertad a su víctima (esclavizándola o
vendiéndola), debía ser castigado con la pena capital—como si hubiera tomado la vida de la
víctima. Este era otro de varios crímenes que ameritaban la pena de muerte. Acerca de la
expresión quitar el mal, V. el comentario de 13:5.
(10) Enfermedades cutáneas. 24:8–9. La palabra hebr. que se trad. plaga de lepra se refiere a
una amplia variedad de enfermedades de la piel, y no exclusivamente a la lepra. En lugar de
repetir la legislación acerca de esos males, Moisés remitió al pueblo a la enseñanza original (lo
que les he mandado a los sacerdotes) en Levítico 13–14. La motivación para obedecer esta
legislación ceremonial fue provista por el ejemplo de María, quien por haberse opuesto a
Moisés, se llenó de lepra (Nm. 12).
(11) Recolectar una prenda. (24:10–13). 24:10–11. Se respetaba la dignidad del que pidió
prestado al prohibírsele al prestamista entrar a su casa para tomar cualquier cosa que quisiera, en
prenda de pago.
24:12–13. Si el que había pedido prestado era tan pobre, que lo único que podía ofrecer en
prenda, era su ropa (que le servía como cobertor en la noche), entonces el prestamista tenía que
regresársela antes del anochecer (cf. Éx. 22:26–27; Job 22:6). Al actuar de esta manera, el
prestamista estaba expresando amor a su prójimo.
(12) Pago a los empleados. 24:14–15. Un jornalero pobre necesitaba que se le pagara su
salario cada día, no cada semana ni cada mes. La cláusula con él sustenta su vida parece indicar
que necesitaba recibir su jornal cada día para proveer alimento para él y su familia. Debió haber
sido fácil para un patrón rico, el retener el salario de un hombre pobre. Pero el patrón debía
recordar que Israel, por un tiempo, había sido oprimido por el faraón hasta que clamó al Señor
(cf. Éx. 2:23; 3:9).
De igual manera, si el hombre pobre clamaba a Jehová, el empleador podría llegar a
encontrarse bajo el juicio de Dios, como ocurrió al faraón.
(13) Responsabilidad por la culpa dentro de la familia. 24:16. Aunque la responsabilidad
personal era la norma en los códigos legales del antiguo Cercano Oriente, en algunos casos se
permitía que el hijo muriera en lugar de su padre (e.g. Código de Hammurabi, ley 230), aunque
de nuevo (cf. el comentario de 22:22) no hay registros en los juicios de entonces que afirmen que
esto se aplicó alguna vez. Moisés prohibió tal práctica: cada uno morirá por su pecado (cf. el
comentario de Nm. 14:26–35). Sin embargo, era cierto que un padre que se rebelaba contra el
Señor podía influir en sus descendientes para que hicieran lo mismo (V. el comentario de Dt.
5:9).
(14) Trato al extranjero, al huérfano y a la viuda (24:17–22). 24:17–18. Los extranjeros,
huérfanos y viudas (cf. vv. 19–21) podían ser maltratados con facilidad en los tribunales y por
los ricos. Sin embargo, la gente necesitada de Israel debía ser tratada con amor y justicia (cf.
10:18–19; 27:19), especialmente a la luz de la opresión que Israel había sufrido a manos del
faraón y su liberación de Egipto (15:15; 24:22). Si la nación fallaba en proceder con justicia, en
este sentido Dios podría juzgarlos al igual que hizo con el faraón. Acerca de tomar en prenda la
ropa de la viuda, V. el comentario de los vv. 12–13.
24:19–22. Esta ley acerca de dejar en los campos algo de grano (trigo y cebada), olivos, y
uvas hacía posible que los extranjeros, huérfanos y viudas pudieran recoger algo durante el
tiempo de la cosecha (cf. Lv. 23:22). Así, los necesitados no quedaban sujetos a la humillación
de mendigar o buscar ayuda caritativa; podían seguir trabajando por su alimento. Además, se le
daba oportunidad a los agricultores de expresar gratitud a Dios por su abundante provisión y su
amor hacia los miembros más pobres de la comunidad del pacto.
(15) Enjuiciando a los criminales. 25:1–3. Cuando dos personas tuvieren pleito que no
pudieran resolver por ellos mismos, debían permitir que los jueces decidieran quién era inocente
y quién culpable. El propósito principal de esta ley era regular el castigo corporal. Después de
que el caso era juzgado en el tribunal …, el delicuente era azotado en presencia del juez que
presidía, quien debía vigilar que el castigo se aplicara de manera justa. De esta manera se
respetaba la dignidad del culpable, no permitiendo que se le golpeara (probablemente con una
vara; cf. Éx. 21:20) más de cuarenta veces. El Código de Hammurabi (ley 202) permitía 60
latigazos y otras leyes asirias tardías permitían entre 40 y 50. En tiempos del N.T., los judíos
habían establecido el castigo de 39 latigazos como salvaguarda para no pasarse de 40 (2 Co.
11:24). Se ha dicho frecuentemente que la tortura de Jesús consistió de 39 latigazos, pero debido
a que fue flagelado por los romanos, no por los judíos, se desconoce el número de latigazos que
recibió. A veces los romanos eran excesivamente crueles al flagelar a otros.
(16) Bueyes que trillan. 25:4. El mandato de no poner bozal al buey cuando trillare (sobre
una era para abrir los tallos y sacar el grano) remarca la bondad y equidad que debía darse a los
animales que ayudaban a la persona a ganar el pan cotidiano. El uso que Pablo hizo de este v. (1
Co. 9:9) no sugiere que Dios no tiene cuidado de los bueyes. Pablo quiso decir que, si Dios cuida
de los bueyes que trillan, con mucha más razón cuida de los obreros humanos, especialmente los
que trabajan en su reino (V. el comentario de 1 Co. 9:9–10).
(17) Matrimonio por levirato (25:5–10). 25:5–6. Sólo en un tipo de circunstancia se permitía
que alguien se casara con un pariente cercano. Estaba prohibido casarse con una cuñada
divorciada o viuda (Lv. 18:16), a menos que se cumplieran las siguientes condiciones: Los
hermanos debían haber vivido juntos (i.e., habían heredado la propiedad de su padre
juntamente), y el hermano muerto debía haber fallecido sin tener hijo varón. Si se cumplían
ambas condiciones, entonces el matrimonio por levirato (del latín levir, “cuñado” o hermano del
esposo) debía realizarse. De esta manera, el matrimonio proveería un heredero varón que a su
tiempo podría cuidar de sus padres en edad provecta, e impedir la pérdida de la propiedad
familiar.
Además, el primogénito nacido del matrimonio por levirato recibía el nombre del hermano
muerto para que el nombre de éste no fuera borrado de Israel. De esta forma, aunque un
hombre muriese antes de que el Señor cumpliera las promesas del pacto hechas a Abraham y su
progenie (Gn. 15:5, 18–21; 17:19; 22:17–18; 28:13–14; 35:12) podía participar, en cierto
sentido, en el futuro glorioso de Israel a través de sus descendientes.
25:7–10. Si el cuñado de la viuda se rehusaba a cumplir su deber fuere por codicia (no
queriendo compartir la herencia de la familia con su cuñada) o porque no le agradaba su
cuñada—ella podía decirlo a los ancianos de su ciudad. Enseguida ella podía quitarle un zapato
y escupir en su rostro. Estas acciones mostrarían el fuerte desacuerdo que tenía con él. Este
incidente lo avergonzaría, y le impondría el estigma de ser conocido por su renuencia a ayudar a
la viuda, lo cual ilustra cómo usaba Dios la presión social para motivar a la gente a la obediencia.
(18) Impedir una riña. 25:11–12. Este es el único ejemplo en la ley en la que se realizaba una
mutilación física en castigo por un delito (V. el comentario de 19:21). La aplicación limitada de
este tipo de castigo en Israel, contrasta con otros códigos legales del antiguo Cercano Oriente,
que hacían provisión para una amplia variedad de mutilaciones físicas, dependiendo del crimen
cometido (e.g. en la ley asiria se le cortaba el labio con una espada a un hombre que en la calle
besara a una mujer que no fuera su esposa). El mandato de 25:11–12 tenía quizá el propósito de
proteger tanto el recato femenino como la capacidad del hombre de producir herederos. Este
segundo propósito ayuda a explicar por qué esta ley se colocó aquí, inmediatamente después de
las instrucciones acerca del matrimonio por levirato (vv. 5–10). Esta es la cuarta ocasión en
Deuteronomio que Moisés ordenaba al pueblo que no perdonara al aplicar el castigo (cf. 13:8;
19:13, 21).
(19) Pesas injustas. 25:13–16. Los israelitas debían ser completamente honestos en sus tratos
comerciales. Ellos podían serlo debido a que era el Señor a fin de cuentas quien los sostendría y
prosperaría. Así, la honestidad en los negocios era una manera de proclamar la fe que uno tenía
en la capacidad divina de apoyarlo y darle larga vida. El tema de la pesa justa e injusta, así como
las “básculas” es común en el A.T. (Pr. 11:1; 16:11; 20:10, 23; Am. 8:5; Miq. 6:11; V. el
comentario de Os. 12:7). Acerca de tener larga vida en la tierra V. Deuteronomio 5:16; 6:2;
11:9; 32:47.
(20) Destrucción de los amalecitas. 25:17–19. Los amalecitas eran una tribu nómada que
habitaba desde Sinaí hacia el norte hasta la parte septentrional de Arabia (cf. 1 S. 15:7; 27:8). Su
genealogía se remonta a Amalec, hijo de Elifaz y nieto de Esaú (Gn. 36:12). La referencia a
“todo el país de los amalecitas” (Gn. 14:7) es deliberadamente anacrónica. En el Pentateuco se
mencionan dos batallas específicas con los amalecitas (Éx. 17:8–16; Nm. 14:39–45), pero
Deuteronomio 25:17–19 parece indicar que existió una serie de batallas que no se mencionan en
ningún otro lugar. El ataque no provocado que lanzaron contra el débil, cansado y trabajado
Israel, demuestra la cobardía de los amalecitas así como su falta de temor al Dios de los hebreos.
Puesto que no habían mostrado misericordia al pueblo escogido, ellos tampoco la recibirían.
Israel debía borrar la memoria de Amalee de debajo del cielo. Más de 400 años después, David
derrotó a los amalecitas (2 S. 1:1), pero no fueron completamente borrados sino hasta 300 años
después, en tiempos de Ezequías (1 Cr. 4:41–43). El fuerte mandato ¡no lo olvides! es el último
de nueve similares que existen en Deuteronomio (cf. el comentario de Dt. 4:9).

12. DOS CEREMONIAS LITÚRGICAS (26:1–15)


a. Liturgia para la presentación de los primeros frutos (26:1–11)
26:1–4. Cuando Israel hubiere tomado posesión (cf. el comentario de 1:8) de la tierra
prometida, debía celebrar dos rituales. Debido a que ya se había dado la legislación acerca de los
diezmos de cada tercer año (14:28–29), parece ser que estos dos rituales que acompañaban las
ofrendas de los primeros frutos (26:2–11), y del diezmo “en el año tercero” (vv. 12–15) tenían el
propósito de que se practicaran sólo una vez, una después de la primera cosecha de Israel y la
otra después de estar tres años en la tierra. Esos rituales fueron dados para celebrar la transición
de Israel de practicar una vida nómada, a conformar una comunidad agrícola establecida,
situación que fue posible gracias a las bendiciones del Señor.
El primer ritual consistía en llevar las primicias (i.e., la producción inicial de la cosecha; cf.
Lv. 23:9–14) al sacerdote en el santuario central. La declaración que hacía el ofrendante:
Declaro hoy … que he entrado en la tierra, era un testimonio de la fidelidad del Señor al haber
traído a la nación a la tierra que él había prometido. De esta forma, justamente al principio de su
nueva vida, cada uno de todos los que formaban la nación, tenía la oportunidad de venir delante
de Dios individualmente para confesar su fe en él. El sacerdote debía tomar la canasta (Dt.
26:4; cf. v. 2) de las primicias, pronunciar algunas palabras y luego regresarla al adorador.
26:5–10. La segunda parte del ritual era una confesión más elaborada de la fidelidad del
Señor (vv. 5–10a) seguida de otra presentación de la canasta (v. 10b). La confesión destacaba
tanto la fidelidad de Dios, como la milagrosa preservación de Israel.
La expresión un arameo a punto de perecer se refiere a Jacob, quien era el padre de todos
los israelitas o, más bien, su ancestro. Cuando Abraham dejó Ur, se estableció por un tiempo en
Harán, ciudad aramea de Mesopotamia septentrional (Gn. 1:28–32). Abraham después se
trasladó a Canaán, pero algunos de sus parientes se quedaron en ese lugar y llegaron a ser
conocidos como arameos. Tanto Isaac como Jacob se casaron con mujeres de esa rama aramea
de la familia. Así, Jacob podía también ser llamado arameo. Jacob tenía ya 130 años de edad
cuando descendió a Egipto después de lo cual vivió 17 años más. Los pocos hombres de su
familia eran un total de 70 (Gn. 46:27).
A pesar de que los egipcios … maltrataron a la nación, ésta siguió creciendo. Dios
respondió al clamor de su pueblo oprimido liberándolo de Egipto de manera milagrosa, con
mano fuerte y brazo extendido (V. el comentario de Dt. 4:34) incluyendo la manifestación
divina de señales y milagros (cf. 4:34; 6:22; 7:19; 26:8; 29:3).
Aunque naciones poderosas habitaban Canaán, Israel poseería la tierra que fluye leche y
miel (cf. 26:15 y V. el comentario de Éx. 3:8). En pocas palabras, la confesión ponía de relieve
la obra milagrosa de Dios en cada giro de la historia israelita.
26:11. Después de siglos de sufrir y esperar, era conveniente que cada familia, junto con
todas las personas necesitadas de Israel, se regocijaran por todas las bendiciones abundantes
provistas por el Señor.
b. Liturgia para la presentación del diezmo después de los primeros tres años (26:12–15)
26:12. Como se afirmó en el comentario de los vv. 1–4, ese diezmo podía ser una ofrenda
única presentada después de los primeros tres años que Israel ocupara la tierra.
26:13–15. La confesión que debía hacerse junto con la ofrenda del diezmo, consistía en una
declaración positiva (v. 13), otra negativa (v. 14), y una oración pidiendo bendición (v. 15).
Debido a que ese diezmo se distribuía en las poblaciones, y puesto que no se hace mención
alguna del santuario central, esa confesión quizá debía hacerse en las casas de los israelitas. El
trasfondo de las expresiones negativas del v. 14 es oscuro, pero puede ser que estuviera
relacionado con las prácticas religiosas cananeas. El ofrendante debía indicar que no había
comido nada del diezmo en su luto, ni había gastado de ello estando inmundo, ni había
ofrecido nada a los muertos.
La oración pidiendo bendición (v. 15) para el pueblo y la tierra remarca la dependencia de
Israel en el Señor y la gracia de Dios. Él es tan trascendente que habita en el cielo, pero a pesar
de ello, al mismo tiempo está muy cerca de su pueblo para oir sus oraciones en la tierra. (Acerca
de la expresión la tierra que fluye leche y miel, cf. v. 9, y V. el comentario de Éx. 3:8.)

D. Declaración de compromiso (26:16–19)


Estos cuatro vv. concluyen la explicación de la ley que presentó Moisés (5:1–26:15)
haciendo un llamado a hacer un compromiso total con el Señor y sus mandamientos, y
confirmando también el compromiso de Dios con Israel. Esta sección puede verse también como
una ratificación formal del pacto entre el Señor y el pueblo escogido a pesar de que la palabra
“pacto” no aparece en estos cuatro vv. Israel aceptó y confirmó sus responsabilidades pactales y
el Señor confirmó su promesa de exaltar al pueblo obediente por encima de todas las naciones de
la tierra.

1. RESPONSABILIDAD DE ISRAEL (26:16–17)


26:16–17. Israel debía consagrarse a obedecer los estatutos y decretos divinos de manera
cuidadosa y sin reservas. (Acerca de la expresión con todo tu corazón y toda tu alma; V. el
comentario de 6:5.) Las palabras has declarado es una afirmación técnica en el lenguaje de los
tratados del antiguo Cercano Oriente. Significa que Israel aceptaba formalmente los términos del
pacto del Señor y reconocía su responsabilidad de obedecerlos.

2. RESPONSABILIDAD DEL SEÑOR (26:18–19)


26:18–19. Con la misma terminología de los pactos (ha declarado; cf. v. 18) el Señor
formalmente reconoció su deber hacia Israel de ser su Dios, y hacer de su pueblo su posesión
más valiosa en la tierra. La reiteración de la responsabilidad de Israel (que guardes todos sus
mandamientos) recordaba a la nación que su posición especial ante el Señor dependía de su
obediencia a él. El ser la exclusiva posesión de Dios (cf. 7:6; 14:2; Sal. 135:4; Mal. 3:17; V. el
comentario de Éx. 19:5) significaba que él exaltaría a Israel sobre todas las naciones (cf. Dt.
28:1). Por su desobediencia y rebeldía, generación tras generación de israelitas perdieron su
derecho a ser exaltadas sobre todas las naciones. Sin embargo, Isaías escribió que la rebeldía de
Israel no sería para siempre, porque el Señor levantará una generación de fieles israelitas en el
futuro que disfrutará la gracia de Dios en una era dorada de bendiciones (Is. 60–62). A esa era se
le llama comúnmente el milenio.

IV. Tercer discurso de Moisés: El mandato de renovar el pacto y la declaración de


bendiciones y maldiciones (27:1–29:1)
El nuevo discurso se señala por la mención de Moisés en tercera persona (27:1). A Moisés no
se le había mencionado en tercera persona desde 5:1, al principio de su segundo discurso
(5:1–26:15). El líder ya había explicado los requisitos esenciales de la ley de Dios (caps. 5–11) y
sus detalles específicos (12:1–26:15). Sería necesario que a través de la historia israelita, se
hicieran llamados a la nación para renovar su compromiso y obediencia al pacto. Esas
renovaciones se llevarían a cabo en ocasiones significativas de su historia, tales como en la etapa
de preparación para entrar a la tierra prometida (cap. 27), en la dedicación del templo de
Salomón (1 R. 8), y durante un cambio de liderazgo (Jos. 24; 1 S. 12).
Así que Moisés dio instrucciones para la ceremonia de renovación del pacto que debía
observarse cuando Israel entrara en la tierra prometida (Dt. 27). Enseguida, Moisés puso de
nuevo su atención en el pueblo que se encontraba en los llanos de Moab y le presentó las
bendiciones y maldiciones del pacto (cap. 28). Los tratados del antiguo Cercano Oriente
comúnmente colocaban una sección de bendiciones y maldiciones hacia el final del documento
(V. “Estructura” en la Introducción). Las bendiciones fueron prometidas a cambio de la fidelidad
al pacto y las maldiciones por la desobediencia a éste.

A. Mandato de renovar el pacto (cap. 27)


1. ESCRITURA DE LA LEY Y PRESENTACIÓN DE SACRIFICIOS (27:1–10)
a. Escritura de la ley (27:1–4)
27:1. La referencia a Moisés y los ancianos probablemente era para hacer hincapié en el
liderazgo de estos últimos en la ceremonia de renovación del pacto, cuando la nación entrara a la
tierra prometida, porque Moisés ya no estaría con ellos para guiarlos.
27:2–4. Era común en Egipto que se escribiera la ley en piedras grandes revocadas con cal.
El significado de la expresión todas las palabras de esta ley (cf. v. 8) es un poco incierto. Sin
embargo, a la luz de las costumbres egipcias, la referencia era a todo el libro de Deuteronomio,
más bien que a sólo a algunas partes de él.
La significancia de este acto era doble. Primero, conmemoraba la fidelidad de Dios al darles
la tierra (como Jehová el Dios de tus padres te ha dicho). (La expresión “Dios de tus padres”
aparece seis veces en Dt.; V. el comentario de 1:11.) Las piedras debían ser levantadas en el
monte Ebal (aprox. a 54 kms. al norte de Jerusalén), al pie del cual se asentaba la ciudad de
Siquem. Fue allí donde el Señor se apareció por vez primera a Abraham, y donde el patriarca
edificó su primer altar al Señor (Gn. 12:6–7). La selección de ese lugar hacía hincapié en la
fidelidad de Dios a las promesas hechas originalmente a Abraham, e insinuaba que el tiempo de
su completo cumplimiento podía estar cerca si tan sólo Israel obedecía a Dios. Segundo, la
escritura de la ley, cuando entraran a la tierra prometida, sería símbolo de la misión de la nación
de poner a Canaán bajo el dominio de la palabra del Señor.
b. Ofrendas sacrificiales (27:5–8)
27:5–8. El pacto debía renovarse no sólo mediante la escritura de la ley, sino también con
ofrendas sacrificiales. El hecho de que el altar debía estar hecho de piedras no cortadas (cf. Éx.
20:25) puede significar que los hebreos (que en aquel entonces no poseían hierro) no debían
desarrollar una dependencia de ninguno de los pueblos vecinos para obtenerlo y arriesgarse así a
ser influenciados por ellos de manera peligrosa. O quizá las piedras no cortadas tenían el
propósito de comunicar que ni la ley ni el sistema sacrificial debía llevar ningún adorno hecho
por el hombre.
Los holocaustos (que debían consumirse completamente en el altar) expresaban la
dependencia total del pueblo en el Señor. Las ofrendas de paz (que se comían como banquete de
comunión) expresaban su gratitud a Dios y su regocijo por su provisión.
El recordatorio final (Dt. 27:8) de escribir la ley muy claramente remarca la importancia
suprema que tendría la palabra de Dios en la nueva tierra.
c. Desafío a obedecer el pacto (27:9–10)
27:9–10. Aunque estas palabras fueron expresadas por Moisés y los sacerdotes (cf. Moisés y
los ancianos, v. 1) a los israelitas en los llanos de Moab (y, por lo tanto, parecen interrumpir el
hilo de pensamiento de los vv. 1–8 y 11–26), fueron probablemente repetidas en Siquem como
parte de la ceremonia de renovación del pacto. Las palabras: hoy has venido a ser pueblo de
Jehová tu Dios, no sugieren que Israel no había sido el pueblo de Dios antes de ese momento.
Significan que allí, en los llanos de Moab, en un punto significativo de su historia, Israel se había
comprometido de nuevo con el Señor. De nueva cuenta se le indicó que obedeciera a Dios y
cumpliera sus mandamientos y sus estatutos.

2. BENDICIONES Y MALDICIONES (27:11–26)


a. Ubicación de las tribus y de los levitas (27:11–14)
27:11–14. Esta ceremonia había sido previamente ordenada por Moisés (11:26–32). Después
de que el altar fuera erigido sobre el monte Ebal (27:1–8), seis de las tribus debían reunirse
sobre el monte Gerizim para bendecir al pueblo y las otras seis sobre el monte Ebal para
pronunciar la maldición. Realmente, el pueblo debía estar frente a las montañas (Jos. 8:33). Un
valle se extiende entre estos dos montes de Samaria. El monte Gerizim se ubica al suroeste del
monte Ebal. Siquem se encuentra cerca en el mismo valle (V. “Canaán durante la conquista”, en
el Apéndice, pág. 284).
Las seis tribus del monte Gerizim eran descendientes de Raquel y Lea, esposas de Jacob.
Cuatro de las seis tribus apostadas sobre el monte Ebal para pronunciar la maldición eran
descendientes de Bilha y Zilpa, concubinas de Jacob. Las otras dos eran la tribu de Rubén,
primogénito de Jacob, que perdió su derecho por un incesto (Gn. 35:22; 49:3–4), y Zabulón, el
hijo menor de Lea.
Los levitas permanecieron ubicados entre las dos montañas para recitar las bendiciones y
maldiciones. En realidad, sólo los levitas que eran sacerdotes y cuidaban el arca estaban en
medio (Jos. 8:33) y todos los demás estaban cerca del monte Gerizim (Dt. 27:12). En los vv.
15–26 sólo se incluyen las maldiciones, aunque la razón de esto no es clara. Otras maldiciones se
registran en 28:15–68. Sólo doce afirmaciones acerca de personas que transgredían ciertas leyes
se incluyen en 27:15–26.
b. Maldiciones (27:15–26)
Es difícil detectar un patrón común en estas doce maldiciones, si bien muchas de ellas tienen
que ver con acciones de los individuos realizadas en secreto. Ocho de ellas se refieren a
violaciones de los diez mandamientos: el v. 15, al segundo mandamiento (5:8–10); 27:16, al
quinto (5:16); 27:17, al octavo (5:19); 27:20, 22–23, al séptimo (5:18); y 27:24–25, al sexto
(5:17).
27:15. Para conocer la significancia de la violación mencionada aquí (idolatría) V. el
comentario de 5:8–9. Aunque el transgresor pudiera arreglárselas para mantener en oculto el
ídolo que él mismo fabricó, el Señor lo vería y el idólatra sería maldecido. Todo el pueblo, al
responder con un amén, reconocía y expresaba su acuerdo con la maldición proferida.
27:16–18. Acerca del v. 16, V. el comentario de 5:16 y 21:18–21; y acerca de 27:17, V. el
comentario de 19:14. Aunque un ciego (27:18) no pudiera identificar al agresor que le estaba
haciendo errar en el camino—un despreciable acto falto de bondad—el Señor sabría quien era el
ofensor y lo maldeciría. Esa maldición probablemente se aplicaba a todos los que maltrataban a
los miembros débiles y oprimidos de la comunidad (cf. Lv. 19:14).
27:19. También sería fácil para el israelita tomar ventaja de esa clase de persona pobre. Pero
Dios también la defendería (10:18; cf. 24:17, 19–21).
27:20–23. Estas cuatro maldiciones están dirigidas a personas implicadas en una de cuatro
relaciones sexuales prohibidas. La sexta maldición (v. 20) podía aplicarse al individuo que
tuviera relaciones sexuales con su madrastra o la concubina de su padre, mientras éste estaba
aún vivo (e.g., Rubén, Gn. 35:22), así como casarse con la madrastra o con la concubina de su
padre después de que hubiere muerto.
La séptima maldición (Dt. 27:21) fue dirigida contra quien cometiera bestialismo (cf. Éx.
22:19; Lv. 18:23; 20:15–16). Aunque se hiciera en secreto, el Señor lo sabría.
La octava y novena maldiciones (Dt. 27:22–23) fueron dirigidas a quienes cometían incesto o
se casaban (o cometían adulterio) con parientes cercanos (cf. Lv. 18:9, 17).
27:24–25. La décima y onceava maldiciones tienen que ver con el intento de violar en
secreto el sexto mandamiento (contra el homicidio; V. el comentario de 5:17).
27:26. Esta última maldición demuestra que la lista anterior era representativa. Quizá los
once ejemplos fueron seleccionados, como se dijo antes, porque muchos de esos pecados se
podían realizar en secreto y, por lo tanto, no se podía detectar con facilidad al transgresor, como
cuando violaba otras leyes. La amplia naturaleza de la doceava maldición, indica que Dios
deseaba una obediencia fiel a la ley tanto en público como en privado. Pablo usó este v. para
enseñar que nadie puede hallar la vida eterna obedeciendo la ley (Gá. 3:10). La vida eterna se
recibe únicamente por la gracia de Dios, cuando uno pone su fe en Jesucristo, como sacrificio
vicario por el pecado (Ro. 3:24–25; Ef. 2:8–9).

B. Bendiciones y maldiciones (cap. 28)


Moisés ordenó a Israel que cuando entrara en la tierra prometida, renovara el pacto en
Siquem. Luego centró su atención de nuevo en la experiencia presente de Israel en los llanos de
Moab. Puso delante de ellos las bendiciones y maldiciones del pacto que estaban renovando. La
sección de maldiciones (vv. 15–68) es casi cuatro veces más larga que la de bendiciones (vv.
1–14). Esto pudo haber sido así debido a que estaba en conformidad con el estilo que seguían los
tratados de vasallaje del antiguo Cercano Oriente que, por lo general, incluían más maldiciones
que bendiciones. Sin embargo, es más probable que la gran extensión de la sección de
maldiciones tuviera el propósito de presagiar el fracaso final de Israel bajo el pacto.

1. BENDICIONES (28:1–14)
a. Las bendiciones dependían de la obediencia (28:1–2)
28:1–2. La invitación de Dios a Israel para participar en el pacto fue por su gracia. Sin
embargo, la bendición bajo el pacto mosaico estaba condicionada a la obediencia del pueblo (cf.
el comentario acerca de “obedecer” en 6:3). Esto era así porque ese pacto fue hecho con un
pueblo que ya había sido redimido por la bondadosa liberación divina de Egipto. Así que el pacto
fue dado a Israel para que pudiera disfrutar de comunión con Dios y estuviera preparado para
recibir sus bendiciones. Una de ellas sería exaltarlo por sobre todas las demás naciones (cf.
26:19).
b. Bendiciones específicas (28:3–6)
28:3–6. Si Israel obedecía al Señor (vv. 1–2), entonces cada aspecto de su vida sería
bendecido. Serían favorecidos tanto el mercader de la ciudad como el agricultor en el campo.
Israel podía esperar que tanto las personas como sus animales fueran fecundos (v. 4). Siempre
habría provisiones en su casa para la comida cotidiana. Debido a que sería bendita su artesa de
amasar (v. 5) Israel jamás experimentaría una hambruna. En todo trabajo cotidiano (tu entrar y
tu salir) los israelitas disfrutarían las bendiciones divinas. La felicidad del ser humano proviene
de obedecer los mandamientos de Dios.
c. Promesas del Señor (28:7–14)
La sección anterior (vv. 3–6) era probablemente leída en voz alta durante las ceremonias de
renovación del pacto, donde se declaraban las bendiciones de la obediencia a éste. Esta sección
(vv. 7–14) quizá fue la disertación homilética de Moisés acerca de esas bendiciones.
28:7–14. Aquí se destacan tres áreas de bendición. La primera tiene que ver con las
naciones. Israel iba a tener un éxito militar sobrenatural (v. 7), y mucha prosperidad económica.
Esas cosas la colocarían por encima de las otras naciones (vv. 12b–13), pudiendo prestarles a
ellas, pero nunca pidiéndoles prestado. Israel siempre sería el líder de ellas (la cabeza) y nunca
las seguiría (la cola). Sin embargo, la desobediencia produciría el resultado contrario (zvv.
43–44).
La segunda área se refiere a los esfuerzos agrícolas. Israel experimentaría una abundante
prosperidad en su vida, en el campo y en el hogar (vv. 8, 11–12a; cf. v. 4). Los cananeos creían
que el dios de la fertilidad, Baal, enviaba la lluvia de los cielos, pero los hebreos debían saber
que el Señor daba la lluvia.
La tercera área era su reputación. Si el pueblo de Dios fuera obediente y santo (cf. 26:19),
los israelitas disfrutarían de tal intimidad con el Señor, que darían testimonio a todos los pueblos
de la tierra, quienes al ver esto temerían; i.e., se maravillarían de Israel (cf. 2:25; 11:25). El
pueblo escogido experimentaría bendiciones en todas estas áreas (éxito militar y económico,
agricultura, y reputación) si no se apartaba de ninguno de los mandamientos ni seguía a dioses
ajenos (28:14).

2. MALDICIONES (28:15–68)
a. Maldiciones específicas (28:15–19)
28:15–19. Así como la obediencia les traería bendiciones, de la misma manera la
desobediencia acarrearía maldiciones. (V. “Los castigos del pacto”, en el Apéndice, pág. 308.)
No podía haber término medio. Las cuatro maldiciones de los vv. 16–19 son exactamente lo
opuesto a las cuatro bendiciones citadas en los vv. 3–6 (aunque la segunda y tercera están en
orden inverso, y las palabras “el fruto de tus bestias” v. 4, no aparecen en el v. 18).
b. Juicios del Señor (28:20–68)
Esta sección es la disertación homilética de las maldiciones específicas de los vv. 16–19. (Cf.
vv. 7–14, que es la disertación homilética de Moisés de las bendiciones en los vv. 3–6.) Cada
juicio específico tenía esencialmente un objetivo: hacer que Israel dejara de ser desobediente.
(1) Horrible destrucción. 28:20. Moisés amenazó a Israel con una dolorosa destrucción si
dejaba al Señor. Asombro fue el término usado para describir el pánico que provocaría Dios,
igual al que sobrevino a los enemigos de Israel, volviéndolos indefensos en la batalla o
atormentándolos con dolorosos padecimientos (cf. 1 S. 5:9; 14:20). Apartarse de Dios es hacer
algo malo.
(2) Enfermedad. 28:21–22. Se desconoce la denominación exacta de las primeras tres
enfermedades: tisis … fiebre … inflamación. Las últimas dos enfermedades calamidad
repentina y añublo afectaban a las plantas. Las otras dos acepciones ardor y sequía (“tizón”,
BLA), aunque no eran enfermedades, afectaban a la gente y la vegetación y finalmente causaban
la muerte.
(3) Sequía. 28:23–24. La una vez fértil tierra de Israel se quedaría sin lluvia. El cielo sería
como de bronce, i.e., el calor del sol siempre caería a plomo, no habría nubes de lluvia. En lugar
de lluvia habría polvo, de modo que nada pudiera crecer (la tierra sería como hierro).
(4) Derrota en combate. 28:25–26. Israel experimentaría devastadoras derrotas en batalla. En
lugar de que los enemigos huyeran por siete caminos (cf. v. 7) presas del pánico, Israel huiría
por siete caminos. A causa de su derrota, nadie quedaría vivo para enterrar a sus muertos.
(5) Enfermedades físicas y mentales de Egipto. 28:27–29. Como el Señor había herido una
vez a Egipto con úlceras (Ex. 9:8–12) y había producido confusión (locura) en el ejército de
faraón (Éx. 14:23–28), así él afligiría a Israel con los mismos males (cf. “enfermedades” en Éx.
15:26; Dt. 7:15; 28:60; note también 28:35). Las aflicciones mentales y físicas serían tan
grandes, que los israelitas no tendrían la fuerza o claridad mental para llevar a cabo ninguna tarea
(no serás prosperado en tus caminos), tampoco podrían defenderse de sus opresores.
(6) Oprimidos y robados. 28:30–35. Las aflicciones mencionadas aquí serían producto de la
derrota militar. Las exenciones militares mencionadas en 20:5–7 serían canceladas, al quedar sin
la protección de Dios (28:30). El ganado y los niños se perderían para siempre (vv. 31–32). Los
ejércitos extranjeros cosecharían el beneficio del duro trabajo de los agricultores (v. 33). Esas
devastadoras pérdidas producirían locura (v. 34) y dolorosas úlceras (v. 35; cf. v. 27).
(7) Exilio. 28:36–37. Si Israel rehusaba servir al Dios viviente, sería arrojado a una tierra
extraña para servir a dioses muertos. En lugar de ser cabeza de las naciones (v. 13), sería la
nación más repulsiva sobre la tierra, motivo de refrán y burla por parte de sus captores.
(8) Ruina agrícola y económica (28:38–44). 28:38–42. No importaba qué tan duro trabajaran
los israelitas para hacer producir sus campos, porque su objetivo siempre sería frustrado. La
langosta y el gusano obedecerían al Señor soberano, incluso si Israel no hiciera lo mismo. De
modo que todos los sembradíos de granos de Israel, sus viñas y olivos serían destruidos.
Tampoco sus hijos les ayudarían a superar la maldición, porque ellos serían llevados en
cautiverio. Esta sección termina como comenzó, con una referencia a la langosta (vv. 38, 42).
28:43–44. Durante las plagas, el Señor hizo una distinción entre los egipcios e israelitas y
protegió a estos últimos de los desastres que afectaron a Egipto. Lo contrario llegaría a suceder
en ese juicio, porque el extranjero obtendría ganancia a costa de Israel, y llegaría a ser el líder
(cabeza; cf. v. 13).
(9) Razón de las maldiciones. 28:45–48. En ese punto de su sermón, Moisés parecía seguro
de que Israel definitivamente recibiría todas estas maldiciones. Ya no sería asunto de “si
obedeces”, sino más bien, por cuanto no atendiste a la voz de Jehová tu Dios (v. 45) y por
cuanto no serviste a Jehová tu Dios (v. 47). Por lo tanto, esas maldiciones serían seguras:
vendrán sobre ti (v. 45). Ellas tendrían una función pedagógica porque servirían como señal de
advertencia acerca de la milagrosa intervención de Dios mediante juicios, y como motivo de
asombro porque serían tan horribles y amplias, que llamarían la atención de los futuros israelitas.
Las maldiciones demostrarían también la justicia retributiva del Señor. Debido a que Israel
rehusó servirle a él con alegría en tiempos de abundancia, se encontraría sirviendo a un tirano
en tiempo de extrema pobreza. Israel estaría de nuevo en esclavitud, sujeto a sus enemigos como
un buey al yugo de hierro (cf. Jer. 28:14). Los yugos se hacían normalmente de madera; un
yugo de hierro sería más pesado y severo.
(10) Los horrores de las ciudades sitiadas (28:49–57). 28:49–52. Las dos peores maldiciones
fueron reservadas hasta la conclusión del discurso, para ser descritas específicamente: el sitio a
las ciudades (vv. 49–57) y el exilio (vv. 58–68). La nación extranjera que los asediara sería ágil
y poderosa (como águila; en Hab. 1:6, 8 los babilonios son comparados entre otras cosas, con un
ágil águila), brutal (fiera de rostro y no perdonará), destructiva (destruiría el fruto de la tierra
las viñas y olivos y mataría al ganado joven), y avasalladora (pondría sitio a todas las ciudades
en toda la tierra de Israel). No sería de sorprender que Israel quedaría en completa ruina (Dt.
28:51).
28:53–57. Los horrores del sitio a las ciudades llegarían a su clímax con la manifestación del
canibalismo (cf. Lv. 26:27–29; Jer. 19:9). Aun el padre tierno y delicado estaría tan hambriento
durante el sitio, que comería a sus propios hijos. Mientras que los enemigos comerían o
destruirían los sembradíos y ganado (Dt. 28:51), los israelitas devorarían a sus propios hijos, el
fruto de sus vientres (v. 4), los regalos que Dios les había dado. Esa maldición se cumplió lit.
cuando los sirios sitiaron Samaria (2 R. 6:24–29) y cuando los babilonios sitiaron Jerusalén
(Lam. 2:20; 4:10). Este es uno de los más grandes ejemplos de la profundidad de la perversión a
la que conduce la desobediencia a Dios.
(11) Destrucción de la nación mediante la enfermedad y exilio. 28:58–68. Al cumplir las
maldiciones sobre su pueblo desobediente, Dios dejaría sin efecto todas las bendiciones previas
que generosamente le había otorgado. Si bien Israel había escapado previamente de las
aterradoras plagas y males de Egipto (cf. 7:15; 28:27, 35; Éx. 15:26), ahora Dios las haría caer
sobre la nación (cf. Am. 4:10). También enviaría otra clase de enfermedad … que no estaba
escrita en el libro de esta ley (Dt. 28:61).
Aunque Dios había multiplicado a su pueblo como las estrellas del cielo (cf. Gn. 15:5;
22:17; 26:4), quedaría reducido a unos cuantos (Dt. 28:62). Y aunque Israel había habitado
seguro en la tierra, perdería su identidad al ser desarraigado y esparcido por todos los pueblos
(vv. 63–64). A Israel se le había concedido el privilegio de servir al Señor, pero después se le
obligaría a servir a los ídolos (v. 64). Por un tiempo vivió seguro, pero después viviría en
ansiedad, desesperación, en constante suspenso y temor por su vida (vv. 65–66). Para escapar de
su miseria, iba a desear que llegara pronto la noche y luego el día. Dios lo había librado de la
esclavitud en Egipto, pero el pueblo regresaría voluntariamente a esa miseria, y en tan humillante
condición, que no habría egipcio que los quisiera comprar como esclavos.

C. Conclusión del tercer discurso de Moisés (29:1)


29:1. Algunos ven este v. como una introducción al cuarto discurso de Moisés que comienza
en el v. 2, pero probablemente lo que hace es concluir la ceremonia de renovación del pacto en
Moab. Esta última opción se refleja en el texto hebr. que designa este pasaje como 28:69 en lugar
de 29:1. Las palabras: el pacto … en … Moab, además del pacto que concertó con ellos en
Horeb, han llevado a algunos a proponer la existencia de un pacto distinto (i.e., un pacto
palestino) en adición al pacto mosaico. Sin embargo, el texto no tenía el propósito de reflejar que
se estaba concertando un nuevo pacto, sino que se estaba renovando el pacto mosaico hecho en
Horeb. El cuarto discurso de Moisés no presenta nuevas estipulaciones pactales que no hubiesen
sido explicadas ya en sus otros discursos. De modo que Deuteronomio 29:2–30:20 recapitula los
detalles del pacto que habían sido presentados en los caps. anteriores del libro.

V. El cuarto discurso de Moisés: Resumen de las demandas del pacto (29:2–30:20)


A. Llamado a la obediencia pactal (29:2–29)
1. REPASO HISTÓRICO DE LA FIDELIDAD DEL SEÑOR (29:2–8)
29:2–8. Para entender la significancia de este repaso, V. el comentario de los caps. 1–3 y
8:1–5. El nuevo elemento de esta revisión es la afirmación de Moisés que dice: pero hasta hoy
Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oir (29:4). Esto
no quiere decir que, debido a que Israel era desobediente, no podía entender el significado de los
elementos milagrosos de su historia. La expresión “hasta hoy” sugiere que Israel no había
entendido aún estos eventos salvíficos. Su desobediencia y rebelión tuvieron su origen en una
mente que no podía entender del todo las implicaciones de las obras salvíficas de Dios. Por
consiguiente, sin la iluminación divina, el pueblo siempre permanecería insensible a la obra del
Todopoderoso (cf. el uso que San Pablo le da a este texto en Ro. 11:8).

2. ESENCIA DE LA RENOVACIÓN DEL PACTO (29:9–15)


29:9–15. Hasta el grado que Israel obedeciera las palabras de este pacto, así prosperaría. En
hebr., las palabras vosotros todos estáis hoy (v. 10; cf. vv. 12, 15) implican que se estaba
celebrando un cierto tipo de ceremonia formal de renovación del pacto. La palabra hoy aparece
cinco veces (vv. 10, 12–13, 15 [dos veces]). De manera que se estaba haciendo hincapié en el
presente, lo cual significaba que no estaban entrando a un nuevo pacto, sino renovando su
compromiso con el pacto mosaico. En esta renovación del pacto los israelitas se comprometieron
a obedecer a Dios a tal grado que el Señor pudo confirmarlos como su pueblo (v. 13) y a él
mismo como su Dios. Esto era importante, porque había prometido a los patriarcas (Abraham,
Isaac y Jacob; cf. 1:8; 6:10; 9:5, 27; 30:20; 34:4) que él daría esa tierra a sus descendientes.
El alcance de la renovación del pacto abarcaba a futuras generaciones (los que no están
aquí hoy, 29:15). Por lo tanto, la obediencia de esa generación tendría un gran efecto sobre los
que aún no habían nacido.

3. MALDICIONES POR LA DESOBEDIENCIA (29:16–29)


29:16–18. Moisés recordó a los israelitas que no eran ajenos a la idolatría. La habían visto en
Egipto y habían caído en ella en el camino a la tierra prometida (Éx. 32; Nm. 25). Ellos habían
visto los abominables ídolos de los paganos y conocían la forma en que un varón …, mujer …,
familia, o tribu idólatra podía contaminar a muchos con la hiel y ajenjo de la idolatría (cf. He.
12:15). El ajenjo es una planta conocida por su pulpa amarga y frecuentemente se le asocia con
el veneno (cf. Am. 5:7; 6:12; Jer. 9:15; 23:15). Por lo tanto, se les indicó que fueran
extremadamente cuidadosos de no cometer ese pecado cuando entraran en la tierra de Canaán y
confrontaran nuevas tentaciones para caer en la idolatría.
29:19–21. Una raíz idólatra (cf. v. 18) podía inmiscuirse en Israel a través de un individuo
que, amparado por el anonimato, podría pensar que estaría a salvo del juicio, porque el Señor
había declarado que Israel era su pueblo. Esa raíz de idolatría, no obstante, crecería hasta formar
una apostasía general que atraería el castigo de Dios. Todos los israelitas sufrirían en ese juicio
(esto provocaría lo que dice 29:19 en la BLA: “a fin de destruir la tierra regada junto con la
seca”). Una persona que introdujera en Israel tal idolatría no podría escapar jamás de las
consecuencias de su pecado. Toda maldición descrita en Deuteronomio caería sobre él y no
tendría heredero varón para mantener su nombre, porque ésto sería borrado. No hay pecado que
pueda ocultarse del Señor omnisciente (cf. He. 4:13).
29:22–28. Sin embargo, el juicio sobrevendría no sólo al individuo que introdujera la
idolatría, sino también a toda la nación, por permitir que la arrastrara a la falsa adoración. El
juicio futuro (plagas y enfermedades en la tierra; cf. 28:22b, 59–61) sería tan severo, que se
comparó con el de Sodoma y Gomorra, Adma y Zeboim. Esas dos últimas ciudades, cercanas a
Sodoma y Gomorra, tenían un pacto con ellas (Gn. 14:2). La tierra sería cubierta con azufre y
sal y, por lo tanto, se volvería improductiva. Ese amplio juicio debe referirse a la devastación
ocurrida en las invasiones asiria y babilónica.
La devastación sería tan completa, que las naciones preguntarían por qué la ira de Dios
produjo esto (Dt. 29:24). La respuesta sería que Israel había dejado el pacto mosaico al cometer
el pecado de idolatría. Incluso su culto falso probaría la veracidad de la palabra de Dios, porque
las maldiciones … en este libro les sobrevendrían tal como les fue advertido. Debido a que se
inclinaron ante dioses ajenos (cf. 30:17), Dios en su ira los desarraigaría y pondría en el exilio.
Allí se inclinarían ante sus captores.
29:29. Las cosas secretas del Señor probablemente se refieren a los detalles del futuro que
Dios aún no ha revelado. Con todo, lo que él ya ha revelado (e.g., el juicio futuro por la
desobediencia, las bendiciones futuras por la obediencia, sus estipulaciones para alcanzar la
santidad, etc.) era suficiente para animar a los israelitas a cumplir todas las palabras de esta ley.

B. Bendiciones prometidas por el arrepentimiento de Israel (30:1–10)


1. RESTAURACIÓN A LA TIERRA PROMETIDA (30:1–5)
30:1–2. Moisés había instado apasionadamente a la nación a obedecer al Señor y sus
mandatos, y había puesto la bendición y maldición … delante de ellos para motivarlos a
hacerlo. Aún así, conocía suficientemente bien a su pueblo terco y veleidoso para darse cuenta de
que su apostasía era inevitable y que le sobrevendrían las peores maldiciones—el exilio y la
dispersión entre todas las naciones. Sin embargo, incluso en medio de esa maldición, Moisés
previó la bendición de Dios. Israel volvería en sí y recibiría de todo corazón su palabra.
30:3–5. Sin embargo, el arrepentimiento de Israel sería insuficiente para cancelar los efectos
de sus maldiciones, porque seguirían estando bajo dominio extranjero. De manera que, en
respuesta a su arrepentimiento, Dios mismo intervendrá, y con tierna misericordia reunirá a la
nación y la pondrá de nuevo en su tierra. Él restaurará la riqueza de Israel, un tema que aparece
frecuentemente en los libros de los profetas (cf., e.g., Jer. 30:18; 32:44; 33:11, 26; Jl. 3:1). Los
profetas dejaron en claro que esa gran restauración de la nación a su tierra no ocurriría sino hasta
la segunda venida del Mesías, justo antes de su reino milenial en la tierra (e.g., Is. 59:20–62:12;
cf. la enseñanza de Jesús de la restauración en Mt. 24:31; Mr. 13:27). Ese tiempo será de gran
prosperidad material y espiritual cual la nación jamás ha conocido (Dt. 30:5).

2. PROMESA DE UN NUEVO CORAZÓN Y PROSPERIDAD ABUNDANTE (30:6–10)


30:6. La promesa de que Dios circuncidará el corazón del pueblo (cf. 10:16), significa que
él bondadosamente concederá a la nación una nueva voluntad para obedecerlo, reemplazando así
su insensibilidad y terquedad espiritual. Después de retornar a la tierra prometida, con un nuevo
corazón, ellos seguirán comprometidos con el Señor y experimentarán bendiciones abundantes
(vivas). Al amarlo con fidelidad (cf. 30:16, 20: V. el comentario de 6:5), no caerían de nuevo en
la apostasía, como hicieron antes. Un elemento esencial del nuevo pacto es el nuevo corazón (cf.
Ez. 36:24–32), promesa que no se cumplirá a Israel como nación hasta el retorno de Cristo (cf.
Jer. 31:31–34).
30:7–10. Israel recibirá toda la prosperidad mencionada aquí (cf. 28:4) debido a que, bajo el
nuevo pacto, la nación por fin quedará capacitada para obedecer al Señor sinceramente (cf. con
todo tu corazón y toda tu alma en 30:6; 6:5).

C. Encargo final a elegir la vida (30:11–20)


1. CLARIDAD Y DISPONIBILIDAD DE LA LEY (30:11–14)
30:11–14. La ley no era incomprensible (demasiado difícil) o inaccesible (ni está lejos).
Aunque la ley tenía un origen celestial, Dios la reveló a Israel claramente, de manera que no
había necesidad de que alguien subiera al cielo por ella, o que cruzara el océano para traerla.
Tampoco Israel necesitaba un intérprete especial para poder obedecerla. La ley ya había sido
escrita y sus estipulaciones eran familiares al pueblo cuando anduvo en el desierto. De manera
que Moisés podía decir: porque muy cerca de ti está la palabra. Podían hablarla (está en tu
boca) y la conocían bien (está en tu corazón).
El uso que le da Pablo al v. 14 en Romanos 10:6–8 se basa en el hecho de que Cristo cumplió
la ley y es la única persona que la ha vivido de manera perfecta (Ro. 10:4–5). Así como la ley era
una bondadosa revelación de la justicia de Dios, así también Cristo, quien encarnó perfectamente
todo lo que está en la ley, fue dado generosamente por el Padre. Esta palabra acerca de Cristo
está, por tanto, a la mano (“cerca de ti”, Ro. 10:8) así que nadie necesita traer a Cristo del cielo o
de entre los muertos, porque él ya se ha levantado de la tumba y ha ascendido al cielo.

2. LA OBEDIENCIA PRODUCE LA VIDA (30:15–20)


30:15–16. Moisés nunca enseñó que los israelitas quedaban justificados por obedecer la ley.
Al principio del libro de Génesis declaró que Abraham fue justificado por la fe en el Señor (Gn.
15:6). Sin embargo, en Deuteronomio 30:15–20 Moisés estaba hablando a creyentes acerca de la
comunión con Dios, no de la justificación. Su punto era simplemente este: que el disfrute pleno
de la vida dependía de obedecer la palabra de Dios. Si un creyente israelita deseaba sinceramente
agradar a Dios—y era normal para esa persona amarlo y andar en sus caminos—entonces viviría
con la bendición divina. De manera que aunque nadie podía ser justificado por la ley, un creyente
podía ser bendecido por ella.
30:17–20. Pero si el israelita seguía el patrón de menospreciar la ley, fácilmente podía
dejarse extraviar e inclinarse a dioses ajenos (cf. 29:18), lo que traería un juicio catastrófico a
su vida. Tal persona perecería (moriría) o sería arrebatada de la tierra por medio del cautiverio o
la muerte.
De modo que la nación debía basar su razón de ser en la obediencia a Dios, la cual podía
transmitirse de una generación a otra, debido a que los padres piadosos generalmente producen
hijos piadosos. De manera que los padres que escogieran obedecer a Dios estaban tomando una
decisión significativa para su posteridad. Debido a que el Señor era su vida, no sorprende que
Moisés termine su mensaje instando de nuevo al pueblo a amar a Dios (cf. vv. 6, 16), escucharlo
(i.e., obedecerlo) y seguirlo (cf. 10:20; 11:22; 13:4).

VI. La transición de Moisés a Josué (caps. 31–34)


Moisés hizo provisión para la continuidad del pacto durante la transmisión del liderazgo
nacional de él a Josué. Ciertos aspectos de esta sección se encuentran también en los tratados de
vasallaje del antiguo Cercano Oriente: el depósito del documento pactal en un lugar sagrado
(31:24–26), provisión para la sucesión dinástica (31:7–8), y provisión para la futura lectura del
pacto y otras ceremonias pactales (cf. 31:9–13).

A. El nombramiento de Josué y el depósito de la ley (31:1–29)


1. JOSUÉ ES COMISIONADO POR MOISÉS (31:1–8)
31:1–6. Aunque Moisés era muy anciano, “sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su
vigor” (34:7), pero debido a su gran edad (ciento veinte años), carecía de la fuerza para dirigir a
la nación en la guerra. Además, el Señor le había prohibido entrar a la tierra de Canaán por su
anterior acto de incredulidad (Nm. 20:1–13). No obstante, el programa de Dios para la nación no
dependía de un líder humano, sino del poder de Dios para cumplir sus propias promesas pactales.
Él destruiría a las naciones cananeas cuando Israel las atacara bajo el liderazgo de Josué. A la
luz de este hecho y la fidelidad de Dios en el pasado (como hizo con Sehón y con Og, Dt. 31:4),
Moisés encareció a la nación a que fuese obediente (haréis con ellos conforme a todo lo que os
he mandado, v. 5) y no tuviera temor (esforzaos y cobrad ánimo; no temáis ni tengáis miedo,
v. 6; cf. 1:21, 29). Podían descansar en el hecho de que el Señor siempre estaría con ellos.
31:7–8. Después de dar este mandato al pueblo (vv. 1–6) Moisés comisionó a Josué como el
Señor se lo había indicado (3:28). Antes, Moisés había recordado al pueblo la decisión de Dios
de reemplazarlo a él con Josué (1:38), pero su repetición aquí en presencia de todo Israel hace
hincapié en la aprobación que recibió Josué tanto de parte de Dios como de Moisés. Esto ayudó a
facilitar la transición al nuevo liderazgo. Enseguida, Moisés dio a Josué casi la misma
exhortación que acababa de dar al pueblo: esfuérzate y anímate (cf. 31:23; Jos. 1:6, 9), no
temas ni te intimides (cf. Jos. 1:9; 8:1).

2. LECTURA DE LA LEY (31:9–13)


31:9–13. Así como los tratados de vasallaje del antiguo Cercano Oriente contenían
provisiones para su lectura pública, así las contenía el pacto mosaico. Esta ley (v. 9) es una
expresión que probablemente se refiere a todo el libro de Deuteronomio, aunque la trad. de dicha
frase ha sido debatida. La ley y su lectura pública había sido confiada a los sacerdotes, entre
cuyas funciones estaba enseñar la ley al pueblo. Los sacerdotes debían leer la ley públicamente
en la fiesta de los tabernáculos (septiembre-octubre; V. el comentario de 16:13–15), en el año
de remisión que se daba cada siete años (V. el comentario de 15:1–11). Sólo a los varones se
les exigía hacer el viaje al santuario central para asistir a las fiestas principales (cf. 16:16),
aunque algunos miembros de sus familias frecuentemente los acompañaban. Pero incluso las
mujeres y los niños debían asistir a esa ceremonia especial cada siete años.
Esa experiencia era importante por dos razones. Primero, era raro que un individuo poseyera
una copia de las Escrituras. La persona adquiría conocimiento de ellas por medio de las
enseñanzas de sus padres y de los sacerdotes así como de su lectura pública en ocasiones como
esta. Así que la lectura pública de la ley tenía gran significancia.
Segundo, la experiencia del peregrinaje al santuario central—que significaba confiar a Dios
sus hogares que habían dejado y el viaje que habían de hacer—evocaba algo del éxodo original
de Egipto. Era una ocasión ideal para recibir la palabra en un espíritu de fe y así aprender a temer
a Jehová (V. el comentario de 4:10) y cuidar de cumplir todas las palabras de esta ley.
“Cuiden de cumplir” es una amonestación que aparece frecuentemente en los últimos caps, de
Deuteronomio (16:12; 17:19; 19:9; 24:8; 28:1, 13, 15, 58; 29:9; 31:12). Esa repetición muestra la
preocupación de Moisés de que los israelitas manifestaran una obediencia estricta. Los hijos
también se beneficiarían porque oyendo, aprenderían a temer al Señor.

3. EL SEÑOR COMISIONA A JOSUÉ (31:14–23)


31:14. La comisión formal de Josué se menciona aquí y al final de esta sección (v. 23),
proveyendo así un marco de referencia para la predicción del Señor acerca de la rebelión de
Israel (vv. 15–22). Esto a su vez sirvió como una introducción ampliada del cántico de Moisés
(31:30–32:43). Mientras que la comisión de Josué por Moisés había sido pública (31:7–8), esta
fue privada, apareciendo en esta ocasión sólo Moisés y Josué ante el Señor en el tabernáculo de
reunión.
31:15–22. Después de haber llevado una vida de servicio a la nación, Moisés oyó noticias
tristes de parte del Señor: este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos de la
tierra a donde va. A pesar de que Moisés advirtió de manera repetitiva a los israelitas los
peligros de la idolatría y la necesidad de obedecer las estipulaciones del pacto, el Señor sabía que
sucumbirían ante la tentación. En respuesta a su defección, Dios, en su ira (cf. 29:20, 24)
escondería (retiraría su presencia) de ellos su rostro. Como resultado de esto, cuando
sobrevinieran los males a la nación, no encontrarían alivio (31:17–18), pero incluso en su
rebelión hallarían la gracia de Dios. En el cántico con el cual Moisés les iba a instruir,
encontrarían la razón de los juicios que les sobrevendrían y la pauta para el arrepentimiento (vv.
19–22). El cántico serviría también como advertencia del juicio que vendría por caer en la
apostasía. Dios está totalmente percatado de la tendencia del corazón humano a desviarse de él:
porque yo conozco lo que se proponen de antemano.
31:23. A pesar de esta predicción de la rebeldía de la nación, el Señor formalmente
comisionó a Josué dándole un mandato (esfuérzate y anímate; cf. v. 7; Jos. 1:6, 8) y
asegurándole el éxito con la promesa: yo estaré contigo.

4. LA LEY QUE DEBÍA DEPOSITARSE JUNTO AL ARCA (31:24–29)


31:24–29. El libro con las palabras de esta ley (v. 24; cf. este libro de la ley, v. 26) se
refiere a Deuteronomio que fue colocado al lado del arca, no dentro de ella. Sólo los diez
mandamientos serían puestos dentro del arca (cf. Éx. 25:16 con Éx. 31:18; V. también 1 R. 8:9).
Las palabras de enojo de Moisés (Dt. 31:27–29) reflejan tanto su justa indignación, como su
frustración con ellos tras escuchar la predicción divina de su futura apostasía (v. 16). Debido a
que Moisés conocía por experiencia que ellos eran rebeldes y de dura cerviz (cf. 9:6, 13;
10:16), sabía que después de su muerte seguirían siendo rebeldes e incluso llegarían a ser
totalmente corruptos (probablemente por la idolatría; cf. 4:16, 25; 9:12). En consecuencia, Dios
en su ira haría que sobreviniera el mal a ellos.

B. Cántico de Moisés (31:30–32:43)


1. INTRODUCCIÓN EN PROSA (31:30)
31:30. El cántico de Moisés (cf. vv. 19, 21) debía enseñarse a Israel para ser usado en la
ceremonia de renovación del pacto. De esta manera, constituía una parte integral de
Deuteronomio (que trata de la renovación del pacto en los llanos de Moab), y no sólo un
apéndice del quinto libro de Moisés. Aunque el cántico no es de naturaleza profética, tiene
matices predictivos. El futuro de Israel se describe en términos más bien lúgubres, debido a que
su recién adquirida riqueza lo conduciría a la apostasía. Sin embargo, después de que pasara por
el castigo severo del Señor, él en su compasión liberaría a su pueblo y tomaría venganza de sus
enemigos. De manera que al entonar este cántico, los israelitas recordarían dos cosas: (a) su
obligación de obedecer al Señor, y (b) el carácter justo y seguro de su juicio si caían en la
apostasía.

2. INTRODUCCIÓN POÉTICA (32:1–3)


32:1–3. El llamado que Moisés hace a los cielos y la tierra quiere decir que el cántico tiene
significancia para toda la creación. Cualquiera que obedeciera la enseñanza de Moisés en este
cántico y todo Deuteronomio, llegaría a ser fructífero y próspero de la manera en que la lluvia y
el rocío refrescan la grama y la hierba. El contenido de esa enseñanza era una proclamación del
nombre de Jehová, i.e., una descripción de su carácter y obras. De esta manera, cualquier
israelita que considerara seriamente el carácter y obra de Dios, evidenciando así su fe en él,
podía esperar disfrutar una vida bendecida.

3. UN DIOS FIEL Y UN PUEBLO CORRUPTO (32:4–9)


32:4. La descripción de Dios dada en este v. contrasta fuertemente con la subsiguiente de su
pueblo (vv. 5–9). Él es la Roca (cf. vv. 15, 18, 30–31; 2 S. 22:2–3; Sal. 18:2; Hab. 1:12). Esto
significa que Dios es estable y permanente. De manera que la única estabilidad de la vida
humana viene a través de depender de él, la gran Roca. Su obra (acciones) es perfecta (cf. 2 S.
22:31) y él es justo en todos sus tratos con la humanidad. A diferencia de los dioses del antiguo
Cercano Oriente cuyos seguidores creían que frecuentemente eran inmorales y caprichosos,
siempre se podía confiar en el Señor. Él es fiel (BLA “fidelidad”, cf. Dt. 7:9) y siempre realiza lo
que es moralmente correcto (no hay ninguna iniquidad en él).
32:5–9. En contraste con la fidelidad y justicia de Dios, su pueblo se había descarriado tanto,
que ya no reflejaba a su padre. Casi siempre se podía esperar de ellos que obraran mal. Se
remarcó la profundidad del contraste recordando al pueblo que el Señor (Jehová) era su Creador
(v. 6), i.e., formó al pueblo como nación en el éxodo (cf. v. 9).
Así que el pueblo era doblemente necio al actuar tan corruptamente (cf. 31:29). Primero,
desdeñó la gracia de su Dios y segundo, se olvidó de su poder. Porque si él los había formado
como nación, también podía destruirlos. Si el pueblo dudaba de que él era su Creador sólo tenía
que echar una mirada a su historia (acuérdate de los tiempos antiguos, v. 7). El desafío a que
“recordaran” se da 16 veces en Deuteronomio, comenzando en 4:10 y terminando aquí.
Los ancianos podían explicarles que Dios había establecido los límites … de Israel,
haciéndolo su pueblo y heredad (i.e., poseyéndolos como algo suyo), y que él era absolutamente
soberano, el Altísimo sobre todas las naciones.

4. BONDAD DE DIOS AL CREAR A ISRAEL (32:10–14)


32:10–14. La descripción del Señor como el “padre” y “Creador” de Israel (v. 6) se amplía
en estos vv. La expresión tierra de desierto probablemente se refiere a Egipto más bien que al
desierto donde vagaron por cuarenta años. En la experiencia de Israel, Egipto fue un yermo de
horrible soledad. Además, en comparación con la tierra prometida, por la que fluía leche y miel,
Egipto era como un desierto. Allí, en ese “desierto”, el faraón trató de sacrificar a los
primogénitos de Israel, pero Dios los protegió y cuidó. Dios protegió a Israel como una persona
que automáticamente protege la niña de su ojo (cf. Sal. 17:8; Pr. 7:2; Zac. 2:8).
La metáfora del águila habla del amor sabio y paternal de Dios. Así como el águila fuerza a
los aguiluchos de su nidada a salir del nido para que aprendan a volar y a valerse por sí mismos,
así el Señor condujo a su gente por la rigurosa vida de la esclavitud en Egipto y después por los
peregrinajes del desierto para que llegaran a ser fuertes. Y como el águila, el Señor estuvo
vigilante para “atraparlos” en su caída cuando fuera necesario. Los siguientes dos vv. predicen
algo acerca de la conquista. Israel anduvo en las alturas de la tierra y disfrutó la prosperidad de
la tierra prometida (Dt. 32:13b–14). Las expresiones miel de la peña y aceite del duro pedernal
sugieren que incluso los lugares más estériles llegarían a ser fértiles. La bondad de Dios se
apreciaba de manera especial al proveerles rica y variada comida y bebida, entre las que se
incluían mantequilla …, leche …, corderos …, machos cabríos …, carneros de Basán (un
área fértil al oriente del mar de Cineret, llamado después mar de Galilea), así como trigo y vino.

5. LA PROSPERIDAD DE ISRAEL LO CONDUJO A LA APOSTASÍA (32:15–18)


32:15. Muchos creyentes aprenden que la prosperidad es una prueba más peligrosa que la
adversidad. En las circunstancias adversas, el creyente recuerda cuán desesperadamente necesita
la ayuda de Dios, pero en tiempos de prosperidad lo olvida con facilidad. Israel, irónicamente
aludido como Jesurún (“justo”; 33:5, 26), abandonó al Señor, su única esperanza de salvación,
cuando obtuvo la prosperidad (engordó). La metáfora de un animal pateando a su dueño sugiere
la insensata naturaleza de la rebelión de Israel contra Dios, su Roca (cf. el comentario de 32:4).
32:16–17. La apostasía de la nación tomó forma en la adoración de ídolos (cf. v. 21) lo cual
significa que en realidad ofrecían sacrificios a los demonios (cf. Sal. 106:37). El control o
influencia demoniacos pueden, de hecho, contribuir a explicar el poderoso dominio que la
idolatría ejerció sobre la gente del antiguo Cercano Oriente y de Israel en particular, en distintas
ocasiones de su historia. El apóstol Pablo pudo haber tenido en mente Deuteronomio 32:16–17
cuando escribió: “lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no
quiero que vosotros os hagáis participantes de los demonios” (1 Co. 10:20). Dios es celoso (cf.
Dt. 4:24; 5:9; 6:15; 32:21) en el sentido de que él quiere proteger el honor que sólo pertenece a
él. Él está en contra de compartir la devoción de su pueblo con otros dioses.
32:18. La perversidad de la apostasía de Israel fue remarcada por una metáfora de Moisés.
Comparó al Señor con un padre (“te engendró”, BLA) y una madre (“que te dio a luz”, BLA).
Puesto que sólo la persona más pervertida puede olvidar el amor de sus padres, Israel era
obviamente, corrupto.
6. JUICIO DEL SEÑOR SOBRE ISRAEL (32:19–27)
32:19–22. La apostasía de Israel (vv. 15–18) provocó la ira de Dios (vv. 19–22), que se
expresó por medio del juicio sobre el pueblo. La ira de Jehová contra la apostasía de sus hijos e
hijas (v. 19) no era el enojo egoísta de alguien que se siente menospreciado por la poca atención
que se le concede. Más bien, era una justa indignación de un Dios santo y bondadoso hacia sus
hijos que son infieles e incluso perversos (v. 20), y que siguieron a ídolos vanos (v. 21; cf. v.
16).
En su justa indignación, Dios retiró su benéfica presencia (esconderé de ellos mi rostro, v.
20) y juzgó a Israel por medio de una nación extranjera, un pueblo que no es pueblo (v. 21).
Esto puede indicar que una nación conquistaría a Israel, lo cual nunca pudo haber hecho si éste
hubiere seguido al Señor. Israel había provocado a celos a Dios (v. 21; cf. el comentario del v.
16) e ira, así que él también provocaría al pueblo a celos e ira.
La metáfora del fuego (v. 22) señala las terribles consecuencias y la naturaleza tan amplia del
juicio de Dios.
32:23–27. Los vv. 19–22 tratan principalmente acerca de la ira de Dios y se refieren a su
juicio sólo en términos generales; los vv. 23–27 presentan los detalles de su juicio. Ese juicio
devastador tocaría cada área de la vida. Israel experimentaría hambre …, fiebre ardiente …,
peste, ataques de fieras y serpientes (v. 24), e incluso severas guerras (v. 25) en las que iban a
morir a espada personas de todas las edades (cf. Ez. 5:17; 14:21). La devastación por medio de
esos agentes sería tan grande, que Israel estaría al borde de la aniquilación (Dt. 32:26). Aunque
la nación merecía ser exterminada, el Señor no permitiría que eso sucediera, porque provocaría
que sus enemigos cuestionaran su poder y soberanía (v. 27).

7. FALTA DE DISCERNIMIENTO DE ISRAEL (32:28–33)


32:28–33. El juicio de Dios sobre Israel alcanzaría niveles terribles debido a que la nación
estaba privada de entendimiento (v. 28). No tenía la capacidad de discernir el catastrófico fin al
que la conduciría su rebelión (v. 29). Aún así la evidencia del juicio sobrenatural sería clara (v.
30). Un hombre no puede vencer solo a mil o a diez mil enemigos con ayuda de un solo
compañero, a menos que el Señor, su Roca (cf. el comentario del v. 4), lo ayude. Ese juicio no
podía atribuirse a los dioses de los enemigos de Israel (v. 31). De hecho, los enemigos que
ejecutarían el juicio de Dios sobre Israel eran tan malos como Sodoma y Gomorra, lo cual
remarca más aún la maldad y vergüenza en la que Israel había caído (vv. 32–33). Tan impíos
serían los enemigos de Israel (entre los cuales estaban los asirios y babilonios), que incluso sus
uvas, hablando en sentido figurado, serían ponzoñosas y su vino sería como veneno de
serpientes.

8. COMPASIÓN DE DIOS Y VENGANZA (32:34–43)


32:34–35. Aunque el Señor permitiría a sus enemigos ejecutar el castigo sobre Israel, haría
que le rindieran cuentas por su iniquidad y les retribuiría por su maldad (cf. vv. 41, 43). Se
considerarían ellos mismos libres del juicio de Dios debido a que habrían vencido al pueblo del
Señor. Pero los designios y poder divinos están más allá de su conocimiento; es como si Dios los
hubiera sellado en sus tesoros.
32:36–38. Al castigar a los enemigos de Israel, Dios tendría compasión de su pueblo. La
declaración Jehová juzgará (una mejor trad. es la que aparece en la BLA, “vindicará”) a su
pueblo significa que Dios les haría justicia (i.e., los reivindicaría). Sin embargo, Israel no
experimentaría su compasión hasta que renunciara a poner su confianza en sus propios esfuerzos
(cuando viere que su fuerza pereció) y en los dioses falsos en que se refugiaban. Moisés
irónicamente exhortó a Israel a volverse a los dioses falsos para solicitarles ayuda, sabiendo que
serían incapaces de ayudar al pueblo.
32:39–43. El objetivo divino al castigar a Israel no era el exterminio. Quería llevar a su
pueblo a un punto en que entendiera que aparte de él no hay otro dios, y que sólo él tiene poder
sobre la vida y la muerte (v. 39). La mano alzada de Dios era un ademán que se usaba al hacer
un juramento (cf. Gn. 14:22; Éx. 6:8; Neh. 9:15; Sal. 106:26; Ez. 20:5). Cuando Israel se diera
cuenta de esto, Dios tomaría venganza de sus propios enemigos (Dt. 32:41, 43; cf. v. 35).
Debido a que Dios usaría a otra nación para derrotar a los enemigos de Israel, él dijo que su
espada sería la espada de dicho agente (vv. 41–42). En ese acto de venganza, Dios haría
expiación (liberaría) por su pueblo.

C. Preparación para la muerte de Moisés (32:44–52)


1. ÚLTIMO MANDATO DE MOISÉS A LA NACIÓN (32:44–47)
32:44–47. Después de recitar todas las palabras del cántico (vv. 1–43), Moisés indicó al
pueblo que considerara seriamente (aplicad vuestro corazón) las palabras del mismo. Si ellos
meditaban acerca e la certeza y severidad del juicio que el Señor enviaría a causa de su apostasía,
el cántico de Moisés serviría como poderoso disuasivo para una futura rebelión. La amenaza de
la justicia retributiva del Señor fue dada para promover su salud espiritual. El sano temor del
juicio presentado en el cántico, los capacitaría para enseñar a sus hijos la necesidad de obedecer
las palabras de esta ley. De nuevo, Moisés concluyó con un recordatorio al pueblo de que su
existencia, prosperidad y longevidad (cf. 5:16; 6:2; 11:9; 25:15) dependía de su obediencia a los
mandamientos de Dios.

2. MANDATO DE DIOS A MOISÉS DE QUE ASCENDIERA AL MONTE NEBO (32:48–52)


32:48–52. El monte Nebo era uno de los picos más prominentes de la cordillera de Abarim
de Moab; desde él se veía el extremo norte del mar Muerto. Allí, fuera de la tierra prometida,
Moisés moriría, aunque Dios bondadosamente le permitió ver la tierra de lejos (v. 52) antes de
morir. La razón de esta disciplina se registra en Números 20:1–13. Dios había ordenado a Moisés
hablar a la roca para obtener de ella agua para el pueblo que se quejaba de él y Aarón. Moisés
desobedeció al Señor al golpear la roca dos veces en lugar de hablarle (Nm. 20:11), y por sugerir
de manera arrogante que él y Aarón, no el Señor, habían hecho salir el agua. Por ese acto de
incredulidad y por no dar a Dios la gloria (santificarlo) delante de la nación, Moisés perdió su
derecho de conducir al pueblo a la tierra prometida.

D. Bendición de Moisés (cap. 33)


1. INTRODUCCIÓN EN PROSA (33:1)
33:1. La bendición de Moisés dada aquí antes que muriese (34:1–8) queda muy bien en el
contexto. Era costumbre que un padre impartiera una bendición justo antes de su muerte (cf. la
bendición de Jacob, Gn. 49). Moisés, líder del éxodo y mediador del pacto de Sinaí, era en cierto
sentido, “padre” de Israel. A Leví se le omite frecuentemente de las listas de tribus en el A.T.
Aquí se omite a la tribu de Simeón, que posteriormente sería absorbida por Judá (Jos. 19:1–9).
Como el anterior cántico de Moisés (Dt. 32:1–43), su bendición se da en forma poética. Algunas
porciones del cap. 33 son difíciles de interpretar debido al uso de varias palabras raras,
construcciones sintácticas inusuales y diversos problemas textuales. La siguiente exposición
sigue principalmente al texto de la RVR60 y no discute los aspectos más técnicos del pasaje.

2. ALABANZA DE MOISÉS AL SEÑOR (33:2–5)


33:2–5. La alabanza de Moisés a Dios comienza con la descripción de la aparición del Señor
en Sinaí, cuando dio la ley al pueblo por conducto de Moisés. Ese fue un evento de gran
importancia en la historia de Israel. Para llegar a ser una nación, debían ser un solo pueblo (v. 5),
contar con una constitución común (la ley, v. 4), y un territorio común. La estancia en Egipto
conformó a los descendientes de Jacob en un solo pueblo, y al dárseles la ley en Sinaí, recibieron
una constitución común.
Cuando Dios apareció a Moisés en el monte Sinaí, fue como si hubiera venido de Seir
(Edom) hacia el nordeste y del monte de Parán (cf. Hab. 3:3), probablemente en el desierto de
Parán al norte de Sinaí, hacia Seir. En la terrible manifestación de su gloria en el monte Sinaí
(Éx. 19:16–19; 24:15–18) estuvieron presentes los ángeles (sus consagrados). Las palabras de
Moisés de Deuteronomio 33:3–5 parecen reflejar la respuesta del pueblo en alabanza.
Reconocieron el amor del Señor por ellos, por su pueblo y el ministerio de los ángeles (“los
consagrados”) al ser mediadores en la entrega de la ley (cf. Hch. 7:38, 53; Gá. 3:19; He. 2:2). La
proclamación del reinado del Señor sobre Jesurún (nombre dado a Israel; cf. Dt. 32:15; 33:26)
es una retrospectiva de la liberación de la nación del yugo de Egipto y la entrega de la ley
(cuando los jefes y las tribus se reunieron para recibir los mandamientos de Dios). La posición
del Señor como “rey en Jesurún”, pudo haber anticipado su entrega a Israel de la tierra de
Canaán.

3. BENDICIONES DE MOISÉS A LAS TRIBUS (33:6–25)


a. Rubén (33:6)
33:6. El deseo de que la tribu de Rubén … viva sugiere que enfrentaría alguna adversidad
especial, o que tenía algún defecto en su carácter que podría producir algún desastre. Lo último
es probablemente lo cierto, a la luz del carácter de la tribu reflejado en Jueces 5:15–16, y el
pronunciamiento de Jacob acerca de Rubén: “no serás el principal” (Gn. 49:4). La última
cláusula de Deuteronomio 33:6 puede trad. “que sus hombres sean pocos” o “no sean pocos sus
varones”.
b. Judá (33:7)
33:7. Puesto que Judá marchaba a la cabeza de las tribus (Nm. 2:9) era la primera en entrar
en la batalla. De modo que esta bendición era esencialmente una oración para que, con la ayuda
de Dios, Judá tuviera éxito en el combate.
c. Leví (33:8–11)
33:8–11. El Tumim y Urim eran probablemente dos piedras preciosas usadas para echar
suertes con el fin de recibir respuestas divinas para asuntos difíciles (cf. Éx. 28:30 y el
comentario allí; Lv. 8:8; Nm. 27:21; 1 S. 28:6; Esd. 2:63; Neh. 7:65). Dichos objetos fueron
encomendados a los mediadores sacerdotales, los sacerdotes de la tribu de Leví. Al principio, la
fidelidad de Leví fue alabada en su representante Moisés, el varón piadoso, que fue fiel en
Masan, llamada también Meriba (cf. Éx. 17:1–7). Enseguida, la tribu fue alabada
colectivamente (Dt. 33:9) por su administración imparcial del juicio de Dios en el asunto del
becerro de oro (Éx. 32:25–29). Los sacerdotes de la tribu de Leví debían enseñar los juicios de
Dios y la ley a Jacob (sinónimo de la nación de Israel; cf. Dt. 33:28) y oficiar el culto en el
tabernáculo (v. 11). La bendición del v. 11 es una oración para pedir una capacitación
sobrenatural de los levitas con el fin de que tuvieran éxito al usar sus habilidades en la obra de
Dios. La identidad de los enemigos de Leví no es clara.
d. Benjamín (33:12)
33:12. La oración de Moisés por la seguridad y paz de Benjamín como el amado de Jehová
y protegido suyo, refleja la posición especial de éste como el hijo más joven y especialmente
amado de Jacob (Gn. 44:20).
e. José (33:13–17)
33:13–16. Moisés oró primero por la prosperidad material de José. Los sembrados crecerían
(su tierra sería bendecida) al recibir rocío del cielo y aguas de abajo. Las aguas de abajo deben
referirse a los manantiales o ríos derivados de corrientes subterráneas. El sol y la luna (lit.,
“meses” lunares, i.e., estaciones) eran también necesarios para el crecimiento de los sembradíos.
El fruto más fino de los montes antiguos y la abundancia de los collados eternos
probablemente se refieren a la madera de los bosques usada para construir casas. A los buenos
frutos del campo que disfrutó esa tribu, se les llamó las mejores dádivas de la tierra; los cuales
fueron dados por Dios, que moraba en la zarza ardiente (Éx. 3).
33:17. Moisés enseguida oró por el éxito militar de José, representado como un toro o
búfalo que acorneaba a los pueblos. Esa tribu estaba dividida a su vez en otras dos, la de
Manasés, primogénito de José, y Efraín, su hijo menor. Ellas eran las tribus más grandes de las
que se ubicaban en el norte. Aunque Manasés fue el mayor, Jacob dio a Efraín la bendición de la
primogenitura (Gn. 48:17–20). Esa es la razón por la que Moisés mencionó primero a Efraín y
acreditó diez millares a él, y sólo millares a Manases.
f. Zabulón e Isacar (33:18–19)
33:18–19. Zabulón e Isacar, mencionados juntos aquí, fueron mencionados juntos también en
la bendición de Jacob (Gn. 49:13–15) y en el cántico de Débora (Jue. 5:14–15). Las expresiones
cuando salieres y en tus tiendas, probablemente se refieren a la vida cotidiana del pueblo; i.e.,
eran equivalentes a “en tu trabajo y en tu casa”. El mandato de alegrarse indicaba entonces que
esas dos tribus podían esperar la bendición de Dios en su vida diaria. La identidad del monte es
incierta (posiblemente se trata del monte Tabor que se localiza entre los territorios de las dos
tribus), pero la fuente de su prosperidad se refiere claramente a los mares (en Gn. 49:13–15 sólo
Zabulón se asocia con el mar). Aunque aparentemente ninguna de estas tribus tuvo contacto con
el mar Mediterráneo, Isacar estaba cerca del mar de Cineret (Galilea), y Zabulón estaba a unos
cuantos kms. del Mediterráneo. Los mercaderes probablemente recorrían los territorios de ambas
tribus llevando productos del mar.
g. Gad (33:20–21)
33:20–21. La trad. de algunas de estas líneas es incierta. Pero su significado general parece
ser que, aunque Gad había establecido su territorio al este del Jordán, escogiendo para sí la
mejor tierra (3:12–17), la tribu seguía luchando valientemente (como león) en la conquista de
Canaán (cf. Jos. 22:1–6). De esa forma, los gaditas cumplieron con los mandatos de … Jehová.
h. Dan (33:22)
33:22. La metáfora de Dan que lo representa como cachorro de león puede implicar su
potencial para llegar a tener gran fuerza. Muchos comentaristas modernos prefieren trad. la
palabra hebr. vertida Basán como “serpiente”. La claúsula diría por lo tanto así: “huyendo de la
serpiente”. Aunque potencialmente fuerte, Dan todavía se intimidaba ante una serpiente. Si esta
es la trad. correcta, la bendición de Dan puede reflejar la declaración previa de Jacob, “será Dan
serpiente” (Gn. 49:17).
i. Neftalí (33:23)
33:23. Esta bendición describe la ubicación geográfica de Neftalí que se extendía hacia el
sur hasta llegar al mar (V. BLA), probablemente el mar de Cineret (Galilea), una región fértil.
Como los hijos de José, Efraín y Manasés (v. 16) y también Aser (v. 24), esa tribu gozaría de los
favores de Dios y su bendición.
j. Aser (33:24–25)
33:24–25. El nombre Aser significa “bendito”, “feliz”. Mojar en aceite su pie en lugar de
ungirlo, sería un derroche. De ese modo, la tribu de Aser experimentaría abundante fertilidad y
prosperidad. Los cerrojos de hierro y bronce indican la seguridad militar de la tribu.

4. ALABANZA CONCLUSIVA DE MOISÉS AL SEÑOR (33:26–29)


33:26–29. Jesurún (lit., “el justo”; cf. v. 5; 32:15) era otro de los nombres dados a Israel. El
Dios de la nación es incomparable en poder, es el que cabalga sobre los cielos y sobre las
nubes (33:26). No importa qué adversidad confrontara Israel, el Señor podía estar ahí de
inmediato con poder para liberar a su pueblo. Ya que Dios es eterno, y es refugio de su pueblo,
sus brazos eternos, en sentido figurado, protegerían a Israel de los tiempos de calamidad y
destruirían a sus enemigos (v. 27). Por contar con tan maravilloso y poderoso Dios, la nación
podía estar segura de conquistar Canaán y luego vivir por un tiempo confiado y disfrutando de
prosperidad (v. 28). Si tan sólo Israel sirviera a su incomparable Dios, él sería un pueblo
incomparable (Oh Israel. ¿Quién como tú …?) por las bendiciones que recibiría (pueblo salvo
y protegido por Dios) e invencible delante de sus enemigos (v. 29).

E. Muerte de Moisés (cap. 34)


1. MOISÉS VE LA TIERRA PROMETIDA (34:1–4)
34:1–4. Moisés Subió al monte Nebo como el Señor se lo había indicado (3:27; 32:48–50).
La cumbre del Pisga probablemente se refiere a una cresta que se extiende desde la cima del
monte Nebo. Los lugares que avistó Moisés se extienden desde el norte y siguen hacia el sur en
dirección opuesta a las manecillas del reloj. Aunque uno normalmente no podría ver el mar
occidental (el Mediterráneo) desde el monte Nebo, quizá Moisés fue sobrenaturalmente
capacitado por el Señor para poder verlo (allí le mostró Jehová toda la tierra). Zoar (cf. Gn.
14:2; 19:22–23) pudo estar en el extremo sur del mar Muerto. La mención divina del
“juramento”, recordó a Moisés que, aunque a él no se le había permitido conducir al pueblo a la
tierra prometida, Dios seguiría siendo fiel a su promesa hecha a los patriarcas (Abraham, Isaac,
y Jacob; cf. Dt. 1:8; 6:10; 9:5, 27; 29:13; 30:20) y llevaría a Israel a su nueva tierra.

2. MUERTE DE MOISÉS Y SUCESIÓN DE JOSUÉ (34:5–9)


34:5–8. Aunque Moisés estaba siendo disciplinado por su acto de incredulidad (Nm.
20:1–13) al no permitírsele entrar en la tierra prometida, él murió en fe y como un honroso
siervo del Señor. Moisés recibió honor adicional porque el Señor mismo lo enterró. Es posible
trad. la cláusula lo enterró como “fue enterrado” (dando a entender que los hombres y no Dios
lo enterraron). Pero la afirmación: ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy, indica
que pudo haber sido el Señor solo quien enterró a Moisés o quizá por medio de sus ángeles.
Judas (v. 9) parece confirmar esta última interpretación. El sitio de la sepultura de Moisés,
aunque desconocido, estaba en algún lugar de Moab, en el valle enfrente de Bet-peor. Este era
el valle donde los israelitas acamparon mientras Moisés les daba las instrucciones y bendiciones
registradas en Deuteronomio 5–33 (cf. 3:29; 4:46).
Moisés era tan especial, que sus últimos momentos en la tierra los pasó en íntima comunión
con Dios, quien no permitió que nadie más participara en su sepultura. Acerca de la observación
referente a la salud de Moisés V. el comentario de 31:2. Después de la muerte de Moisés a la
edad de ciento veinte años … los hijos de Israel lo lloraron por treinta días. El tiempo normal
de duelo por un ser querido era de siete días (cf. Gn. 50:10). Siglos después, Moisés apareció con
Elias en la transfiguración de Cristo (Mt. 17:1–3).
34:9. Entonces Josué … fue lleno del espíritu de sabiduría. Esto también ocurrió cuando
Moisés lo comisionó (31:7). “El espíritu de sabiduría” puede hacer referencia al Espíritu Santo
(cf. Is. 11:2) o al espíritu de Josué. Como sea, Dios le dio a Josué una capacidad sobrenatural
para dirigir a los hijos de Israel.

3. EPITAFIO DE MOISÉS (34:10–12)


34:10–12. Moisés fue único entre todos los profetas por su relación íntima con el Señor (a
quien haya conocido a Jehová cara a cara como amigo; cf. Éx. 33:11; Nm. 12:8) y por sus
señales y prodigios así como su gran poder y hechos grandiosos (Dt. 34:11–12). Él introdujo
una nueva era en la historia del pueblo de Dios, la era de la ley. Los israelitas esperaban que Dios
levantara profeta como Moisés (18:15). Por ello, el libro concluye con una nota profética que
avizoraba el día que Israel recibiría “otro Moisés”. Ese día finalmente llegó cuando el Señor
Jesucristo vino como siervo, pero también como el mismísimo Hijo de Dios, sobrepasando
incluso a Moisés (cf. He. 3:1–6). Él ofreció llevar a Israel a una nueva época, la de su gracia. Los
israelitas culminaban siglos de rebeldía al rechazar esa generosa oferta. Sin embargo, el cántico
de Moisés sigue señalando hacia el futuro, al día en que esa oferta será aceptada y Dios sanará y
vengará a su pueblo (Dt. 32:36, 43).
BIBLIOGRAFÍA

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JOSUÉ
Donald K. Campbell
Traducción: Alberto Peláez Irissón

INTRODUCCIÓN

Título del libro. En el texto hebr., el libro se titula Yehôšūa‘, nombre que también corresponde a
Josué, su figura central. El nombre y título del libro significan “Jehová salva” o “Jehová es
salvación”. Por lo tanto, describe adecuadamente la forma en que Dios usó a Josué, lo cual se
registra en este libro. El Altísimo salvó a su pueblo por medio de la conquista de Canaán y la
repartición de la tierra prometida.
Lugar en el canon. En el A.T. español, Josué aparece como el primero de los 12 libros
históricos (Jos. a Est.) conforme al orden de la LXX (trad. gr. del A.T), en la cual se agrupan de
la siguiente manera: Pentateuco (Gn. a Dt.), historia (Jos. a Est.), poesía (Job a Cnt.) y profecía
(Is. a Mal.). En el canon hebr. los libros son idénticos, pero se agrupan en distinta forma. Se
dividen en ley, profetas, y escritos. Por lo tanto, en este caso, el libro de Josué encabeza la
segunda división del A.T. llamada profetas. A su vez, los “profetas” están divididos en “profetas
anteriores” (Jos. a 2 R., sin incluir a Rut) y “profetas posteriores” (Is. a Mal. sin incluir Lm. y
Dn.). Los “escritos” incluyen (en ese orden) a Salmos, Job, Proverbios, Cantar de los Cantares,
Rut, Eclesiastés, Lamentaciones, Ester, Daniel, Esdras, Nehemías y 1 y 2 Crónicas. Algunos
eruditos han cuestionado la razón de que Josué esté colocado entre los “profetas”. Algunos han
sugerido que se debe a que ese líder desempeñaba el oficio de profeta. Otros dicen que los libros
históricos, o “profetas anteriores”, ilustran los mismos principios que predicaban los profetas.
Autor. La Biblia no identifica al autor de este libro. Muchos eruditos liberales lo consideran un
compendio de los documentos que supuestamente apoyan al Pentateuco, pero hay suficientes
pruebas en su unidad como para aducir que pudo ser compuesto por un solo autor (e.g., Gleason
L. Archer, A Survey of Old Testament Introduction, “Reseña Crítica de una Introducción al
Antiguo Testamento”. Chicago: Moody Press, 1964, págs. 252–253). En cualquier discusión
acerca de la autoría se debe tener en cuenta lo siguiente: (1) Un testigo ocular escribió muchas
partes del libro (cf. la referencia a “nosotros” en 5:1, BLA, nota mar. y v. 6) así como las vívidas
descripciones que hace del envío de los espías, del cruce del Jordán, de la captura de Jericó, de la
batalla de Hai, etc.). (2) Se requiere de una autoría temprana por la evidencia interna (Rahab
todavía vivía en el tiempo en que se escribió [6:25]; los jebuseos todavía vivían en Jerusalén
[15:63]; las ciudades cananeas se mencionan con sus nombres arcaicos, tales como Baala que es
Quiriat-jearim y Quiriat-arba, que es Hebrón [15:9, 13]; Tiro no había conquistado a Sidón, lo
cual ocurrió en el s. XII a.C. [13:4–6]; los filisteos no representaban una amenaza nacional para
Israel como llegaron a serlo después de su invasión, aprox. en 1200 a.C.). (3) Josué había escrito
algunas partes del libro (cf. 8:32; 24:26). (4) Es claro que otras partes del libro se escribieron
después de la muerte de Josué (cf. 24:29–30—el registro de su muerte; 15:13–14—la conquista
de Hebrón por Caleb [también registrada en Jue. 1:1, 10, 20]; Jos. 15:15–19—la conquista de
Debir por Otoniel [también registrada en Jue. 1:11–15]; Jos. 19:47—la conquista de Lesem por
los de la tribu de Dan [también registrada en Jue. 17–18]). A la luz de estos factores, muchos
estudiosos evangélicos atribuyen la escritura de la mayoría del libro a Josué, con algunas
pequeñas adiciones hechas por el sumo sacerdote Eleazar y su hijo Finees.
Fecha. Debido a que gran parte del libro fue escrito por un testigo ocular (V. la sección anterior
“Autor”), la fecha de su escritura está íntimamente relacionada con la de los acontecimientos.
Entre los estudiosos también hay considerable desacuerdo en cuanto a la fecha en que Josué
conquistó Canaán. Algunos la ubican en el s. XV a.C., mientras que otros la colocan en el s. XIII
a.C. (Para más información acerca de este tema, V. la Introducción del libro de Éx.) Primero
Reyes 6:1 y Jueces 11:26 son los vv. clave para dirimir este asunto. Según 1 Reyes 6:1, los
israelitas salieron de Egipto 480 años antes del cuarto año del reinado de Salomón, i.e., antes del
año 966 a.C. Al sumar estas cifras, la fecha del éxodo se ubica en el año 1446 a.C. La conquista
comenzó 40 años después (de andar vagando por el desierto), i.e., en el año 1406 a.C. La
evidencia de Jueces 11:26 confirma esto. Jefté mencionó que el tiempo transcurrido entre la
conquista y su época fue de 300 años (Jue. 11:26). Al sumarle 140 años para cubrir el período
desde Jefté hasta el cuarto año de Salomón, nos da un total de 480 años, lo que concuerda con 1
Reyes 6:1 (40 años de vagar por el desierto, más 300 años del período entre la conquista y Jefté
más 140 años desde Jefté hasta el cuarto año de Salomón, igual a 480 años). Ya que la conquista
duró siete años (cf. V. el comentario de Jos. 14:10), probablemente la tierra quedó ocupada para
1399 a.C. El libro, sin contar las adiciones menores, pudo haberse terminado enseguida de que
sucedió todo esto.
Propósito. El propósito del libro de Josué es hacer el recuento oficial de cómo se cumplió
históricamente la promesa dada por Dios a los patriarcas de entregar a Israel la tierra de Canaán
por medio de una guerra santa. Una “guerra santa” se refiere a un conflicto con matices
religiosos y no por motivaciones políticas, con objeto de defender o aumentar territorios. Esto se
puede ver tanto en la encomienda inicial (1:2–6) dada a Josué, como en el resumen final (21:43)
de ese período de historia.
La conquista de Canaán bajo el liderazgo de Josué se basó específicamente en el pacto
abrahámico. Dios, habiendo conocido a todas las naciones, hizo de Abraham el centro de sus
propósitos y determinó alcanzar al mundo perdido a través de su simiente. El Señor hizo un
contrato o pacto con Abraham, prometiendo darle una tierra incondicionalmente, así como una
descendencia y una bendición espiritual a él y a su progenie (Gn. 12:2–3). Poco tiempo después,
Dios dijo que daría la tierra a Israel para siempre (cf. Gn. 13:15). Entonces, el Señor definió los
límites geográficos de la tierra a su siervo Abraham (Gn. 15:18–21). Posteriormente, Dios
reafirmó que los que tenían derecho a la herencia de la tierra prometida eran Isaac y su
descendencia (Gn. 17:19–21). Así que el libro de Josué registra el cumplimiento de la promesa
hecha a los patriarcas y cómo Israel se fue apropiando de la tierra, prometida siglos antes por el
Dios fiel. El hecho de que la tierra fuera posteriormente arrebatada a la nación, de ninguna
manera refleja el carácter de Dios, sino la volubilidad del pueblo, que tomó por seguras las
bendiciones divinas y cayó en la tentación de adorar a los dioses de sus vecinos. Por lo tanto,
fueron objeto del castigo que Dios les había advertido (cf. Dt. 28:15–68). Sin embargo, Israel
debe poseer la tierra para siempre según la promesa. El cumplimiento de esto espera a que
regrese el Mesías para redimir a Israel. Según el profeta Isaías, el Mesías será un “segundo
Josué”; él “restaurará la tierra … y heredará asoladas heredades” (Is. 49:8).
Pablo enseñó que los sucesos del éxodo y la conquista son de gran importancia para los
cristianos, porque son tipos importantes (cf. 1 Co. 10:1–11). “Jesús” es la forma gr. del nombre
“Josué” (“Jehová salva” o “Jehová es salvación”). Así como Josué dirigió a Israel para que
venciera a sus enemigos y para que obtuviera la tierra prometida, e intercedió por la nación
después de que hubo pecado y fue derrotada, así lo hace Jesús. Él lleva a las personas a Dios, y
les da el reposo prometido (He. 4:8–9); intercede continuamente por los suyos (Ro. 8:34; He.
7:25); y los capacita para derrotar a sus enemigos (Ro. 8:37; He. 2:14–15).

BOSQUEJO

I. Invasión de Canaán (1:1–5:12)


A. Comisión de Josué (cap. 1)
1. Josué escucha a Dios (1:1–9)
2. Josué da órdenes a sus oficiales (1:10–15)
3. Josué recibe apoyo del pueblo (1:16–18)
B. Espionaje en Jericó (cap. 2)
1. Los espías son enviados a Jericó (2:1)
2. Rahab encubre a los espías (2:2–7)
3. Los espías reciben el informe de inteligencia de Rahab (2:8–11)
4. Promesa de los espías a Rahab (2:12–21)
5. Regreso de los espías a Josué (2:22–24)
C. Cruce del Jordán (cap. 3)
1. Preparativos para cruzar (3:1–4)
2. Consagración para cruzar (3:5–13)
3. Cruce del Jordán (3:14–17)
D. Construcción de memoriales (cap. 4)
E. Consagración de los israelitas (5:1–12)
1. Renovación de la circuncisión (5:1–9)
2. Celebración de la pascua (5:10)
3. Posesión del fruto de la tierra (5:11–12)
II. Conquista de Canaán (5:13–12:24)
A. Introducción: El comandante divino (5:13–15)
B. Campaña principal (caps. 6–8)
1. Conquista de Jericó (cap. 6)
2. Derrota en Hai (cap. 7)
3. Victoria en Hai (cap. 8)
C. Campaña del sur (caps. 9–10)
1. Alianza con los gabaonitas (cap. 9)
2. Defensa de los gabaonitas (cap. 10)
D. Campaña del norte (11:1–15)
1. La confederación (11:1–5)
2. El conflicto (11:6–15)
E. Resumen de los triunfos (11:16–12:24)
1. Zonas conquistadas (11:16–23)
2. Reyes conquistados (cap. 12)
III. Subdivisión de Canaán (caps. 13–21)
A. Porciones para las dos tribus y media (cap. 13)
1. Orden divina de repartir la tierra (13:1–7)
2. Concesión especial para las tribus de oriente (13:8–33)
B. Heredad de Caleb (cap. 14)
1. Introducción (14:1–5)
2. Caleb en Cades-barnea (14:6–9)
3. Historia de Caleb durante la peregrinación en el desierto y la conquista (14:10–11)
4. Caleb en Hebrón (14:12–15)
C. Porciones para las nueve tribus y media (15:1–19:48)
1. Territorio de la tribu de Judá (cap. 15)
2. Territorio de las tribus de José (caps. 16–17)
3. Territorios de las demás tribus (18:1–19:48)
D. Territorios para Josué, para los homicidas y para los levitas (19:49–21:45)
1. Provisión especial para Josué (19:49–51)
2. Ciudades de refugio (cap. 20)
3. Ciudades de los levitas (21:1–42)
4. Resumen de la conquista y la distribución (21:43–45)
IV. Conclusión (caps. 22–24)
A. Riña por los límites de la tierra (cap. 22)
1. Exhortación de Josué (22:1–8)
2. Acción simbólica de las tribus del oriente (22:9–11)
3. Amenaza de guerra (22:12–20)
4. Defensa de las tribus del oriente (22:21–29)
5. Reconciliación de las tribus (22:30–34)
B. Últimos días de Josué (23:1–24:28)
1. Desafío final de Josué a los líderes (cap. 23)
2. Encomienda final de Josué al pueblo (24:1–28)
C. Apéndice (24:29–33)

COMENTARIO

I. Invasión de Canaán (1:1–5:12)


A. Comisión de Josué (cap. 1)
1. JOSUÉ ESCUCHA A DIOS (1:1–9)
1:1 Las palabras después de la muerte de Moisés unen este libro con Deuteronomio (cf. Dt.
34:1–9). Antes de la muerte de Moisés, Josué fue nombrado como su sucesor (cf. Nm. 27:15–23;
Dt. 3:21–22; 31:1–8). Josué había sido el joven servidor de Moisés durante algunos años (Éx.
24:13; 33:11; Nm. 11:28), era de la tribu de Efraín (Nm. 13:8), y vivió 110 años (Jos. 24:29).
Es posible que Josué se sintiera solo, por lo que esperó cerca del río Jordán para escuchar la
voz de Dios y no quedó desilusionado. Cuando los siervos de Dios se proponen escucharlo, el
Señor siempre se comunica con ellos. En la actualidad, él generalmente habla por medio de su
palabra escrita. Pero en el A.T. lo hacía por medio de sueños, visiones, a través del sumo
sacerdote, y en ocasiones, con voz audible.
1:2. Cualquiera que haya sido la forma en que Dios se comunicó con Josué, el mensaje fue
claro. Moisés, el siervo de Dios había muerto. (Es interesante que a Moisés se le llame “siervo
de Jehová” tres veces en Josué 1 [vv. 1, 13, 15; cf. Éx. 14:31], y trece veces en otras partes del
libro. Al final de su vida, Josué también fue llamado “siervo de Jehová” [Jos. 24:29].) Sin
embargo, a pesar de que Moisés ya había muerto, el propósito de Dios seguía vivo, y Josué era
ahora la figura clave para llevar a cabo el programa divino. Sus instrucciones fueron explícitas.
De inmediato, Josué debía asumir el control de todo el pueblo y llevarlo a través del Jordán …,
a la tierra que Dios estaba a punto de darle. Nadie puede cuestionar el derecho que Dios tenía de
dar a los hijos de Israel la tierra de Canaán, puesto que él es dueño de toda la tierra. Como
afirma el salmista: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Sal.
24:1).
1:3–4. Aunque la tierra era regalo de Dios para Israel, sólo podía adquirirla por medio de una
fuerte lucha. Dios les entregó el título de propiedad de su territorio, pero los israelitas tenían que
entrar a poseerlo y marchar sobre todo el lugar. Las fronteras establecidas por Dios y prometidas
a Abraham (Gn. 15:18–21) y a Moisés (Dt. 1:6–8) se extendían desde el sur del desierto hasta el
norte de los montes del Líbano, y desde el río Eufrates al oriente hasta el gran mar, el
Mediterráneo que estaba al occidente, donde se pone el sol. La expresión toda la tierra de los
heteos que se añade aquí probablemente no se refiere al extenso imperio heteo que se encontraba
al norte de Canaán, sino al hecho de que en los tiempos antiguos se les llamaba “heteos” a todos
los pobladores de la región de Canaán (cf. Gn. 15:20). Varios “grupos” de heteos vivían
diseminados en Canaán.
Josué había explorado esa tierra buena y fructífera treinta y ocho años antes, cuando formó
parte del grupo de los doce espías (Nm. 13:1–16; ahí [Nm. 13:8] es llamado “Oseas”, una
variante en la manera de escribir su nombre). El recuerdo de la belleza y fertilidad de Canaán no
se había borrado de su memoria. Ahora él debía conducir a los ejércitos de Israel a conquistar ese
territorio.
¿Cuál era la extensión de la tierra? Realmente el territorio conquistado y controlado por
Israel en tiempos de Josué fue mucho más pequeño del que se prometió en Génesis 15:18–21.
Aun en tiempos de David y Salomón, cuando la tierra alcanzó su máxima extensión, los distritos
que quedaban en los extremos sólo recibían una influencia parcial de Israel.
¿Cuándo poseerá la nación de Israel toda la tierra? Los profetas han declarado que será
cuando Cristo regrese a la tierra. Entonces, reunirá a los judíos y reinará sobre la tierra y sobre la
nación redimida y convertida de Israel. La posesión absoluta todavía está pendiente, esperando
que llegue aquel día (cf. Jer. 16:14–16; Am. 9:11–15; Zac. 8:4–8).
1:5. Al enfrentar el tremendo reto de conquistar a Canaán, Josué necesitaba una palabra
fresca de ánimo. A partir de sus observaciones personales, Josué sabía que los cananeos y los
otros pueblos eran muy fuertes y que vivían en ciudades bien fortificadas (cf. Nm. 13:28–29).
Además, las frecuentes batallas mantenían a los guerreros en excelentes condiciones para pelear.
Por otro lado, la mayor parte de la tierra era montañosa, lo cual complicaría las maniobras
militares. Pero cuando Dios da una orden, generalmente la acompaña de una promesa, así que él
aseguró a Josué que tendría una trayectoria de victorias continuas sobre sus enemigos, debido a
la presencia y ayuda infalibles de Dios. Las palabras no te dejaré (cf. Jos. 1:9) pueden
entenderse como “Yo nunca te soltaré o abandonaré” y Dios nunca se retracta de sus promesas.
1:6. Esta fuerte declaración de parte del Señor de que nunca desampararía a Josué, es el
origen del llamado que le hizo a ser valiente, el cual consta de tres partes. En primer lugar, Josué
recibió el mandato de esforzarse y ser valiente (cf. vv. 7, 9, 18) porque Dios había prometido
darle la tierra. El esfuerzo y la fortaleza eran necesarios para llevar a cabo la agotadora campaña
militar que estaba por delante. Pero Josué debía tener muy presente que el éxito que alcanzaría
dando a Israel por heredad la tierra, sería gracias a que había sido prometida a sus padres; i.e.,
a Abraham (Gn. 13:14–17; 15:18–21; 17:7–8; 22:16–18), a Isaac (Gn. 26:3–5), a Jacob (Gn.
28:13; 35:12), y a la nación entera, que era la simiente de Abraham (Éx. 6:8), como su posesión
eterna. Finalmente, Josué debía conducir a los hijos de Israel a poseer la tierra prometida. ¡Qué
papel tan importante le tocaría desempeñar en ese tiempo tan crucial para la historia de la nación!
Aunque el cumplimiento de esa promesa tan especial y única depende de la obediencia de
Israel (cualquiera que sea la generación de que se trate) a Dios, no hay duda de que la Biblia
afirma que Israel tiene derecho a poseer esa tierra. El título de propiedad le pertenece por
contrato divino, aunque no la poseerá en su totalidad ni la disfrutará a plenitud hasta que esté
bien con Dios.
1:7–8. En segundo lugar, Josué recibió la orden de esforzarse y ser muy valiente. Debía
tener cuidado de hacer conforme a toda la ley de Moisés. Ese mandamiento está basado en el
poder de Dios impartido a través de su palabra. Esta es una exhortación más fuerte, indicando
que se requiere mayor fuerza de carácter para obedecer fiel y cabalmente la palabra de Dios ¡que
para ganar batallas militares! El énfasis de estos vv. claramente se pone en un cuerpo escrito de
verdades. Muchos críticos argumentan que las Escrituras no aparecieron en forma escrita sino
hasta varios siglos después. No obstante, aquí hay una referencia clara que afirma que ya existía
un libro de la ley.
Para disfrutar de la prosperidad y para que todo saliera bien en la conquista de Canaán, Josué
debía hacer tres cosas respecto a las Escrituras: (a) El libro de la ley no debía apartarse de su
boca; i.e., debía hablar acerca de él (cf. Dt. 6:7); (b) debía meditar en él de día y de noche; i.e.,
pensar acerca de él (cf. Sal. 1:2; 119:97); (c) él debía hacer conforme a todo lo que en él está
escrito, y obedecer por completo los mandamientos; i.e., actuar conforme a ellos (cf. Esd. 7:10;
Stg. 1:22–25).
La vida de Josué demuestra que él vivía en la práctica las enseñanzas de la ley de Moisés, la
única porción de la palabra de Dios que estaba por escrito en ese entonces. Solamente así se
explican los triunfos que logró en las batallas y el éxito que caracterizó a su carrera. En uno de
sus discursos de despedida antes de morir, exhortó a la nación a vivir en obediencia a las
Escrituras (Jos. 23:6). Trágicamente, el pueblo sólo hizo caso a esta exhortación por un corto
período de tiempo. En sus siguientes generaciones, Israel se rehusó a ser guiado por la autoridad
revelada de Dios, y cada uno hacía lo que bien le parecía (Jue. 21:25). Israel rechazó las
instrucciones objetivas de justicia y prefirió las subjetivas, que se caracterizan por una
espiritualidad y moralidad relativas. Esto condujo a la nación a la apostasía religiosa y a la
anarquía moral que duró varios siglos.
1:9. El tercer llamado a Josué para que fuera valiente se basa en la presencia de Dios. Esto de
ninguna manera minimiza la tarea que debía enfrentar el líder. Él tendría que confrontar a
gigantes y ciudades fortificadas, pero la presencia de Dios sería la que les daría el triunfo sobre
sus enemigos.
Probablemente en la vida de Josué hubo momentos en que se sintió débil, incapaz y asustado.
Tal vez llegó a considerar la posibilidad de renunciar antes de comenzar la conquista. Pero Dios
conocía exactamente sus sentimientos de debilidad personal y de temor y le dijo tres veces te
mando que te esfuerces y seas valiente (vv. 6–7, 9; cf. v. 18). Dios también lo animó a no
temer ni a desmayar (cf. Dt. 1:21; 31:8; Jos. 8:1). Esas exhortaciones, junto con sus palabras de
ánimo (la promesa, el poder y la presencia de Dios), fueron suficientes para sostenerlo durante
toda su vida. Los creyentes de todos los tiempos pueden animarse con las mismas promesas.

2. JOSUÉ DA ÓRDENES A SUS OFICIALES (1:10–15)


El Señor había hablado con Josué. Ahora él debía hablar al pueblo y lo hizo sin tardanza. Las
órdenes que dio fueron dadas con plena certidumbre. El nuevo líder había tomado el mando con
confianza. La situación que Josué y el pueblo enfrentaban no era fácil. De hecho, era similar al
dilema que enfrentaron Moisés y el pueblo cuando estuvieron frente al mar Rojo (Éx. 14). En
ambos casos, se presentó un obstáculo al comienzo del ministerio de los líderes que parecía
imposible de superar recurriendo a métodos naturales. Ambos casos exigían una profunda
confianza y una dependencia absoluta en el poder sobrenatural de Dios.
1:10–11. Había dos asuntos que exigían atención inmediata. Primero, debían juntar
provisiones. Aunque la provisión del maná diario no había cesado aún, el pueblo debía
recolectar algunos frutos y granos de las planicies de Moab para alimentarse ellos y sus ganados.
La orden de “preparar” fue dada por Josué a los oficiales (lit., “escribas”), quienes a su vez
hablaron al pueblo al igual que hacen los jefes de personal en la actualidad, que pasan las
órdenes de un superior a la gente. La conquista comenzaría en tres días (cf. 2:22).
1:12–15. El segundo asunto que Josué tenía que resolver era recordar a las tribus de Rubén,
Gad y a la media tribu de Manasés, que aunque ya se les había asignado la tierra que estaba al
oriente del Jordán como herencia, tenían el compromiso de pelear con sus hermanos y
ayudarlos a conquistar la tierra que se encontraba al occidente de ese río (Nm. 32:16–32; Dt.
3:12–20). La palabra clave aquí es acordaos. Su respuesta (Jos. 1:16–18) muestra que no habían
olvidado su promesa y que estaban listos para cumplirla. De hecho, debían formar la vanguardia
y encabezar el ataque sobre Canaán (v. 14, delante de vuestros hermanos).

3. JOSUÉ RECIBE APOYO DEL PUEBLO (1:16–18)


1:16–18. La respuesta de las dos tribus y media que se habían asentado del otro lado del
Jordán fue entusiasta y de corazón. Seguramente reflejaba la actitud de todas las tribus en ese
momento crucial en que se preparaban para la invasión. Para el nuevo líder, esto debió haber sido
de gran ánimo. Estaba seguro de que su pueblo estaba unido y apoyándolo. En su juramento de
lealtad y obediencia (nosotros haremos … e iremos) prometieron solemnemente que cualquiera
que desobedeciera al líder sería condenado y ejecutado. Hasta las tribus de Israel animaron a
Josué a esforzarse y a ser valiente (cf. vv. 6–7, 9).
Sin embargo, había una condición: ellos estarían dispuestos a seguir a Josué si él les daba
evidencias claras de que era guiado por Dios (v. 17). Esta fue una sabia precaución y debían estar
vigilantes de esto. Si no, los líderes de Israel resultarían ser falsos profetas o “ciegos guiando a
ciegos”.

B. Espionaje en Jericó (cap. 2)


Josué había sido uno de los doce espías que exploraron la tierra de Canaán (Nm. 13–14).
Ahora que levantaba su vista hacia el occidente, al otro lado del turbulento Jordán, y veía la
tierra que Dios les había prometido, no es de sorprender que mandara reunir la información
necesaria para llevar a cabo una batalla exitosa. Esa batalla fue el inicio de una guerra
prolongada y difícil.

1. LOS ESPÍAS SON ENVIADOS A JERICÓ (2:1)


2:1. El líder vio en medio del camino que debían recorrer, la ciudad amurallada de Jericó,
centro estratégico del valle del Jordán que controlaba los caminos que conducían al altiplano
central. Antes de atacar, Josué necesitaba contar con información completa acerca de ese
fuerte—cómo eran sus puertas, sus torres fortificadas, su fuerza militar y el ánimo de sus
habitantes. Así que eligieron a dos agentes secretos y los enviaron a realizar una misión
cuidadosamente disfrazada. Ni aun los mismos israelitas debían conocer de ella, por el peligro de
que un informe desfavorable los desanimara como sucedió con sus antepasados en Cades-barnea
(Nm. 13:1–14:4).
Arriesgando la vida, los dos espías salieron de Sitim, 11 kms. al oriente del Jordán y
probablemente viajaron hacia el norte, cruzando a nado el río desbordado (cf. 3:15) por algunos
vados. Se dirigieron hacia el sur y entraron a Jericó por el lado occidental. Pronto estuvieron
caminando por las calles, y mezclándose con la gente.
No se menciona cómo es que los espías escogieron la casa de una ramera que se llamaba
Rahab. Algunos sugieren que la vieron caminando por la calle y la siguieron, pero es mejor
creer que en la providencia de Dios, los hombres fueron guiados hasta allí. El propósito del
Señor para la visita de los espías a Jericó incluía algo más que obtener información militar. Allí
vivía una mujer pecadora a la cual él, en su gracia, había escogido para librarla del juicio
inminente que vendría sobre la ciudad. Así que el Omnipotente, actuando de manera misteriosa,
reunió a los dos agentes secretos del ejército de Israel con la prostituta de Canaán, que se
convertiría en prosélita del Dios de Israel.
Desde el tiempo de Josefo hasta nuestros días, algunos han tratado de maquillar ese
encuentro, argumentando que Rahab era solamente la que cuidaba una posada. Sin embargo, las
referencias del N.T. (He. 11:31; Stg. 2:25) indican que era una mujer inmoral. Esto de ninguna
manera pone en duda la justicia de Dios al usar a una persona como ella para cumplir sus
propósitos. Por el contrario, este incidente sirve para poner en alto relieve su gracia y
misericordia (cf. Mt. 21:32; Lc. 15:1; 19:10).

2. RAHAB ENCUBRE A LOS ESPÍAS (2:2–7)


2:2–3. El disfraz de los espías era inadecuado. La ciudad entera se había puesto en guardia al
saber que Israel estaba acampando al otro lado del Jordán. Alguien detectó a los agentes, los
siguió hasta la casa de Rahab y rápidamente mandaron un informe al rey. Éste, respondiendo
con prontitud, mandó mensajeros para ordenar a Rahab que entregara a los espías. De acuerdo a
la costumbre oriental de respetar la privacidad aun de una mujer como Rahab, los enviados del
rey no entraron por la fuerza en su casa para catearla.
2:4–6. Aparentemente, Rahab también sospechaba de la identidad de los dos visitantes.
Cuando vio que los soldados se acercaban a su casa, escondió a los espías debajo de los manojos
de lino que se habían puesto en su terrado para que se secaran. Después de cosechar el lino, éste
se sumergía en agua durante tres o cuatro semanas para separar las fibras. Después de secarlo al
sol, se hacía la tela de lino.
La mujer bajó de prisa para abrir la puerta delantera a los mensajeros y tranquilamente
admitió que, en efecto, dos extraños habían venido a su casa, pero ¿cómo podría ella saber su
identidad y misión? Les dijo mintiendo: “Cuando se iba a cerrar la puerta de la ciudad, siendo
ya oscuro …, salieron”. Y añadió: “Pero si los siguen aprisa, probablemente los alcanzaréis”.
2:7. Los soldados creyeron la explicación de Rahab, y no buscaron más en su propiedad, sino
que fueron tras ellos persiguiéndolos hacia el oriente, hasta los vados … del Jordán, que era la
ruta más viable para escapar.
¿Actuó mal Rahab al mentir para proteger a los espías? ¿Existen algunas situaciones en las
que es aceptable hacerlo?
Algunos dicen que después de todo, ese es un asunto cultural, ya que Rahab fue criada en el
ambiente depravado de los cananeos en que la mentira era aceptable. Probablemente ella no vio
nada malo en lo que hizo. Además, si ella hubiera dicho la verdad, los espías habrían sido
asesinados por el rey de Jericó.
Sin embargo, esos argumentos no son convincentes. Asegurar que los espías tal vez hubieran
perecido si Rahab hubiera dicho la verdad, es hacer a un lado la opción de que Dios tenía el
poder para protegerlos de alguna otra manera. Excusar a Rahab por mentir es pasar por alto algo
que Dios condena en forma expresa. Pablo citó a un profeta de Creta que dijo que los cretenses
eran mentirosos incurables, y después añadió: “Este testimonio es verdadero; por tanto,
repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe” (Tit. 1:13). Aquí se registra la mentira de
Rahab, pero no se aprueba. La Biblia aprueba su fe, la cual quedó demostrada con sus buenas
obras (He. 11:31), pero no aprueba su falsedad. (Sin embargo, algunos explican la mentira de
Rahab diciendo que en la guerra se permite el engaño.)

3. LOS ESPÍAS RECIBEN EL INFORME DE INTELIGENCIA DE RAHAB (2:8–11)


2:8–11. Entre Rahab y los espías se llevó a cabo una conversación muy interesante. Los
mensajeros del rey se habían marchado y Rahab subió al terrado de su casa donde platicó con
los espías en la oscuridad. Difícilmente se podría estar preparado para entender la sorprendente
declaración de fe que expresó la mujer a continuación. En primer lugar, declaró que creía que
Jehová, el Dios de Israel, les había dado la tierra de Canaán. A pesar de que el ejército israelita
no había cruzado aún el río Jordán, Rahab afirmó: “ya se llevó a cabo la conquista”. En segundo
lugar, les reveló información muy valiosa acerca de los habitantes de Jericó y de toda la tierra de
Canaán. Aparentemente, los cananeos estaban totalmente desmoralizados: todos los moradores
del país ya han desmayado por causa de vosotros. (Cf. v. 24, y v. 11, ha desmayado nuestro
corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno.) Estaba sucediendo lo que Dios había
dicho (Éx. 23:27; Dt. 2:25). Sin duda, esas palabras les fueron de mucho agrado, ya que uno de
los objetivos principales de su misión era sondear el ánimo de sus enemigos. Pero, ¿por qué
estaban aterrorizados? Porque cuarenta años antes, el poder del Dios de Israel había dividido las
aguas del Mar Rojo para que los esclavos hebreos pasaran, y más recientemente, les había dado
la victoria sobre Sehón y … Og, los grandes reyes de los amorreos que estaban al otro lado
del Jordán (Nm. 21:21–35). Ahora, ese mismo Dios era el que los estaba amenazando y sabían
que no podían ganar.
Fue entonces que Rahab declaró su fe en el Dios de Israel: porque Jehová vuestro Dios es
Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra. Respondiendo en fe a lo que había escuchado
acerca de las obras maravillosas de Dios, creyó, y confió en su misericordia y poder. Esa fe fue
la que la salvó. Pero ¿cómo podía tener Rahab una fe tan sólida y seguir siendo una prostituta
que mentía con facilidad? La respuesta puede ser que inicialmente respondió con fe al mensaje
que escuchó acerca de las obras de Dios y después continuó aprendiendo las enseñanzas acerca
de las leyes divinas para regir su vida y también las obedeció. Después de todo, la madurez
espiritual es gradual, no instantánea. De la misma manera, Juan Newton, aun después de que se
convirtió y escribió el himno “Sublime gracia”, siguió traficando con esclavos hasta que por fin
desistió, convencido de que era un negocio bajo y degradante.

4. PROMESA DE LOS ESPÍAS A RAHAB (2:12–21)


2:12–13. Rahab no solamente demostró su fe al proteger a los espías (He. 11:31; Stg. 2:25),
sino también al mostrar preocupación por la seguridad de su familia. Abiertamente declaró que
buscaba la liberación física de ella, pero es posible que también haya querido que llegaran a ser
parte del pueblo de Dios, y que sirvieran al único Dios verdadero, en vez de seguir esclavizados
a la degradante corrupción e idolatría de los cananeos.
Ella presentó esa petición a los espías con cuidado pero con insistencia, presionando a los
israelitas para que hicieran un pacto con ella por haber cooperado con su causa.
Cuando Rahab pidió misericordia (ḥeseḏ) para la casa de su padre, utilizó una palabra muy
significativa, porque ḥeseḏ se menciona aprox. 250 veces en el A.T. y significa amor leal,
constante o fiel, basado en una promesa, acuerdo o pacto. Algunas veces, la palabra se usa para
referirse al pacto de amor de Dios con su pueblo y en otras ocasiones como aquí, para describir
una relación al nivel humano. La petición de Rahab era que los espías hicieran un pacto de ḥeseḏ
con ella y con la familia de su padre, de la misma manera que ella había hecho un pacto de ḥeseḏ
con ellos al salvarles la vida.
2:14. La respuesta de los espías fue inmediata y decidida: “Cuando Jehová nos haya dado
la tierra, i.e., Jericó, nosotros guardaremos el acuerdo de ḥeseḏ. Si no denuncias nuestra misión,
nosotros te protegeremos a ti y a tu familia y nuestra vida responderá por la vuestra”.
2:15–20. Mientras los espías se disponían a marcharse, confirmaron el pacto una vez más,
repitiendo y aclarando a Rahab las condiciones a las cuales debía someterse. Primero, tenía que
marcar su casa con un cordón de grana y colgarlo de la ventana. Debido a la posición en que
se encontraba su casa, sobre el muro de la ciudad (V. el comentario de 2:21 tocante a la casa
sobre el muro) el cordón sería claramente detectado por los soldados de Israel cuando marcharan
alrededor de los muros (6:12–15). Así, su casa quedaría claramente marcada y ningún soldado,
sin importar lo dispuesto que estuviera a destruirla, se atrevería a violar el juramento y matar a
cualquiera que estuviera dentro de su casa.
Segundo, Rahab y su familia debían permanecer en casa durante el ataque sobre Jericó. Si
alguien salía y moría, la culpa caería sobre su cabeza, no sobre los invasores. Finalmente, los
espías enfatizaron que quedarían libres de este juramento de protección si ella denunciaba su
misión.
2:21. Rahab aceptó esas condiciones, y en cuanto se marcharon los espías, ella ató el cordón
de grana a la ventana de su casa. Probablemente también se apresuró a decir a su familia que se
reuniera en ella. La de su casa, era la puerta a la liberación del juicio que pronto caería sobre
Jericó (cf. Gn. 7:16; Éx. 12:23; Jn. 10:9).
Al completar su misión, los espías y Rahab intercambiaron las últimas instrucciones acerca
del escape (cf. Jos. 2:15–16). En aquellos tiempos, Jericó estaba rodeada por dos muros paralelos
con una separación de 4.5 mts. La gente colocaba tablas de madera entre ambos muros y sobre
ese cimiento construía sus casas. Quizá por el problema de espacio que había en esa pequeña
ciudad, la casa de Rahab se construyó “en el muro”. Entonces, en ese sentido, su casa era “parte
del muro de la ciudad” (v. 15).

5. REGRESO DE LOS ESPÍAS A JOSUÉ (2:22–24)


2:22–24. Los espías descendieron cuidadosamente por una cuerda que colgaba de la ventana
de Rahab (v. 15). Su escape hubiera sido más difícil, por no decir imposible, si hubieran tenido
que salir por la puerta de la ciudad. A escasos 800 mts. al occidente de Jericó hay precipicios de
piedra caliza de aprox. 500 mts. de altura, con abundantes cuevas. Fue allí donde se escondieron
los espías (en el monte) durante tres días (cf. 1:11), hasta que los soldados de Jericó se dieron
por vencidos y suspendieron la búsqueda. Durante la noche, los espías cruzaron el Jordán
nadando y llegaron rápidamente al campamento en Sitim (cf. 2:1). Informaron a Josué de su
interesante y extraña aventura y el temor y desánimo que embargaba a los cananeos. Su
conclusión fue: Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos; y también todos los
moradores del país desmayan delante de nosotros (cf. v. 9; Éx. 23:27; Dt. 2:25). ¡Qué informe
tan distinto al que entregó la mayoría de los espías en Cades-barnea: “No podremos subir contra
aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros”! (Nm. 13:31)

C. Cruce del Jordán (cap. 3)


1. PREPARATIVOS PARA CRUZAR (3:1–4)
3:1. Josué era un hombre de acción. En cuanto los espías entregaron su informe, el líder de
Israel comenzó de inmediato los preparativos para cruzar el Jordán e invadir Canaán. Hasta ese
momento, Josué no tenía idea de cómo podría cruzar ese numeroso grupo de gente un río tan
caudaloso (cf. v. 15). Sin embargo, creyendo que de alguna forma Dios iba a hacerlo posible, los
trasladó con todo y equipaje a 11 kms. de Sitim … hasta el Jordán. (Probablemente Sitim es el
mismo lugar que Abel-sitim, que se menciona en Nm. 33:49.) (V. “Canaán durante la conquista”,
en el Apéndice, pág. 284.)
3:2–3. Al llegar al río, permanecieron allí tres días. Sin duda, los líderes necesitaban tiempo
para organizar el cruce y dar instrucciones al pueblo. El retraso también dio a todos la
oportunidad de acercarse y ver el río. En ese tiempo, debido al deshielo de la nieve de invierno
procedente del monte Hermón que estaba al norte, iba crecido y llevaba corrientes fuertes y
rápidas. Sin duda, el pueblo sintió temor ante la aparente imposibilidad de cruzar.
Al finalizar el tercer día de espera, el pueblo recibió instrucciones. La columna de nube no
los guiaría más, y ahora debían seguir el arca del pacto. Las tropas no debían pasar primero a la
tierra, sino los sacerdotes que llevaban el arca (cf. v. 11). El arca simbolizaba a Jehová. Por lo
tanto, era él quien dirigiría a su pueblo hasta Canaán.
3:4. El arca iba delante del pueblo y quizá ellos iban detrás o rodeándola por los tres lados.
Sin embargo, debían guardar una distancia de aprox. 1,000 mts. de ella ¿Por qué? Tal vez para
recordarles que el arca era sagrada y que representaba la santidad de Dios. Ellos no debían tener
una relación con Dios por casualidad o por descuido, sino un profundo espíritu de respeto y
reverencia. Dios no debía ser considerado con liviandad, sino como el Dios santo y soberano de
toda la tierra.
Era indispensable que guardaran esa distancia para que la mayoría del numeroso grupo de
personas pudiera ver el arca. Dios estaba a punto de conducirlos por una tierra desconocida, por
un camino que no habían pasado antes. Era territorio inexplorado y sin la dirección y liderazgo
de Dios, el pueblo no sabría qué rumbo tomar.

2. CONSAGRACIÓN PARA CRUZAR EL RÍO (3:5–13)


3:5. A medida que se acercaba el día para cruzar, Josué mandó al pueblo que se consagrara
o santificara. ¡Hubiera sido mejor que les dijera: “Afilen sus espadas y revisen sus escudos!” Sin
embargo, necesitaban preparación espiritual más que militar, porque Dios estaba a punto de
manifestarse a ellos y realizar un gran milagro a favor de Israel. Así como alguien se prepara
escrupulosamente para conocer a una persona que posee fama terrenal, así era necesario que los
israelitas se prepararan para recibir la manifestación del Dios de toda la tierra. El mismo mandato
fue dado en Sinaí, cuando la generación anterior se había preparado para recibir la revelación
majestuosa del Señor al darle la ley (Éx. 19:10–13).
Sin embargo, eso no era todo. El pueblo de Israel debía esperar que Dios hiciera un milagro.
Debían estar expectantes, cautivados por un gran sentido de admiración. Israel no debía perder
de vista a Dios, quien puede hacer lo increíble y lo humanamente imposible.
3:6–8. Jehová dijo a Josué la forma en que cruzarían y le explicó que ese milagro lo
engrandecería como líder delante de los ojos de todo Israel. Era tiempo de presentar las
credenciales de Josué como representante de Dios para guiar a Israel. ¿Qué mejor forma de
hacerlo que hacer pasar al pueblo por en medio de un río que se dividiría milagrosamente? En
efecto, después de cruzar el río, el pueblo empezó a respetar a Josué (4:14) porque sabía que
Dios estaba con él (3:7; cf. 1:5, 9).
3:9–13. Cuando Josué repitió las palabras de Jehová al pueblo, no mencionó la promesa
especial de que con ese evento milagroso él sería exaltado. En vez de hacerlo, les dijo que el
milagro certificaría que el Dios viviente, en contraste con los ídolos muertos que adoraban los
paganos, estaba en medio de ellos. Además de abrir camino en medio del caudaloso Jordán, el
Dios viviente echaría fuera a los siete grupos de gente que habitaban en esa tierra. La promesa: el
Dios viviente está en medio de vosotros, llegó a ser el lema de la conquista y la clave para
obtener la victoria sobre sus enemigos. Esa misma promesa aparece casi en cada una de las
páginas de este libro: “¡Yo estaré con vosotros!” Esa es la promesa que todavía sostiene al
pueblo de Dios—la seguridad de la presencia divina. Dios es el Señor (’ăḏôn “dueño”) de toda
la tierra (cf. Sal. 97:5). Ciertamente él era capaz de conducir a su pueblo a través de un río.

3. CRUCE DEL JORDÁN (3:14–17)


3:14–15a. Finalmente llegó el día para pasar el Jordán y entrar en Canaán. El pueblo
levantó sus tiendas y siguieron el arca, que fue llevada por los sacerdotes, hasta la orilla del
Jordán. Era el tiempo de la siega de la cebada, el mes de Nisán (marzo-abril), el primer mes del
año judío (4:19). El río estaba desbordándose—lo cual era un panorama amenazador y una fuerte
prueba para su fe. ¿Dudarían temerosos, o avanzarían con fe, creyendo que lo que Dios había
prometido (acerca de detener el agua; V. el comentario acerca de 3:13) realmente se cumpliría?
3:15b–17. Algo dramático sucedió cuando los sacerdotes que llevaban el arca del pacto se
metieron entre las aguas corrientes y lodosas del río. Las aguas que venían de arriba se
detuvieron (cf. v. 13); se amontonaron a la altura de la ciudad de Adam, y las aguas que
descendían de otros arroyos se acabaron y no entraron en el cauce del Jordán. Así que el
pueblo pasó por tierra seca en dirección de Jericó. Este fue una reminiscencia del paso del mar
Rojo (de los Juncos o de los Carrizos; cf. Éx. 15:8; Sal. 78:13).
Aunque el lugar llamado “Adam” solamente se menciona aquí, generalmente se identifica
con Tell ed-Damiyeh, que está aprox. a 25 kms. al norte del vado que se encuentra frente a
Jericó. Una amplia sección del fondo del río permaneció seca, permitiendo que el pueblo pasara
rápidamente con sus animales y equipaje (cf. Jos. 4:10).
¿Cómo pudo ocurrir algo tan sensacional? Muchos insisten en que no fue un milagro, y que
puede explicarse como un fenómeno natural. Argumentan que el 8 de diciembre de 1267, un
terremoto ocasionó que los peñascos altos que estaban cerca del Jordán se derrumbaran cerca de
Tell ed-Damiyeh, bloqueando la corriente del río por espacio de diez horas. El 11 de julio de
1927, otro terremoto cerca de allí bloqueó el río durante 21 horas, pero es claro que esos
bloqueos no sucedieron durante la temporada de desbordamiento del río. Sin duda, Dios pudo
haber utilizado los fenómenos naturales tales como un terremoto o un derrumbe y aun así haber
efectuado una intervención milagrosa sincronizando los eventos. ¿Será que el texto bíblico
permite hacer esa misma interpretación del acontecimiento?
Al considerar todos los detalles involucrados, parece mejor ver este suceso como una obra
especial de Dios, quien se manifestó a su pueblo de manera increíble. Sin duda, hubo una
combinación de muchos elementos sobrenaturales: (1) El acontecimiento se efectuó tal como
había sido predicho (3:13, 15). (2) El tiempo fue exacto (v. 15). (3) El milagro ocurrió cuando el
río estaba desbordándose (v. 15). (4) La muralla de agua permaneció en su lugar por muchas
horas, posiblemente durante todo un día (v. 16). (5) El fondo del río se secó completamente, al
instante (v. 17). (6) El agua volvió inmediatamente a su lugar cuando el pueblo terminó de pasar
y los sacerdotes salieron del río (4:18). Siglos después, los profetas Elías y Eliseo cruzaron al
oriente de ese mismo río por tierra seca (2 R. 2:8). Y poco después, Eliseo volvió a cruzar el río
en seco. Si fuera necesario mencionar un fenómeno natural para explicar el paso de los israelitas
bajo el liderazgo de Josué, entonces tendríamos que aducir que sucedieron dos terremotos en
rápida sucesión en tiempos de Elías y Eliseo como para que pasara cada uno de ellos, lo cual
parece improbable.
Debido a este milagro en que una nación de cerca de dos millones de personas pasó el río
Jordán en seco durante la época del desbordamiento, Dios fue glorificado, Josué fue exaltado,
Israel se sintió animado, y los cananeos quedaron aterrorizados.
Para Israel, el paso del Jordán significó que estaba destinado irrevocablemente a luchar
contra ejércitos, carros y ciudades fortificadas. También, que quedaba comprometido a caminar
por fe con el Dios viviente y a dejar de vivir de acuerdo con la carne, como había hecho con
frecuencia en el desierto.
Para los creyentes actuales, cruzar el Jordán representa pasar de un nivel de madurez
cristiana a otro. (No es el tipo de un creyente que muere y entra al cielo. ¡Para los israelitas,
Canaán no era precisamente el cielo!) Más bien, representa el inicio de una lucha espiritual para
apropiarse de lo que Dios ha prometido. Es decir, termina una vida fincada en el esfuerzo
humano y comienza una de fe y obediencia.

D. Construcción de memoriales (cap. 4)


4:1–3. Era importante que Israel nunca olvidara este gran milagro. Para que los israelitas
recordaran cómo había obrado Dios a su favor en ese día histórico, el Señor les hizo erigir un
memorial de doce piedras, como recordatorio del paso del Jordán por tierra seca de las
multitudes israelitas.
Jehová dijo a Josué que mandara a doce hombres, previamente seleccionados (cf. 3:12),
para que transportaran doce piedras del lecho del río al lugar donde iban a acampar la primera
noche.
4:4–8. Josué llamó a los doce representantes, uno de cada tribu, y les dio instrucciones.
Debían regresar hasta la mitad del Jordán y cada uno debía traer una piedra. Esas piedras
serían un vívido recuerdo (un monumento conmemorativo) de la obra salvífica de Dios (cf. v.
24) y una ayuda didáctica para que los israelitas recordaran a sus hijos ese acto misericordioso
(vv. 6–7; cf. vv. 21–24).
Sin hacer preguntas, los doce hombres obedecieron de inmediato. Muy bien pudieron haber
sentido temor de regresar al Jordán. Después de todo, ¿cómo sabían cuánto tiempo permanecería
seco el río? Sin embargo, hicieron a un lado sus temores y obedecieron sin dudar las
instrucciones de Dios.
4:9. Josué acompañó a los hombres en su extraña misión y mientras estaban levantando las
grandes piedras del río, él levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar exacto donde
estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto. Aparentemente, Josué
tuvo la iniciativa de hacer esto y así expresó su deseo de tener un recuerdo personal de la
fidelidad de Dios desde el comienzo de la conquista de Canaán.
4:10–18. Ya se había llevado a cabo todo lo que Jehová había mandado. Antes de que las
aguas del Jordán regresaran a su lugar, el pueblo repasó los detalles del cruce del río. (1) Los
sacerdotes y el arca del pacto permanecieron en el río hasta que el pueblo pasó al otro lado (v.
10; cf. 3:17). (2) Debido a que no tenían el estorbo de sus familias y posesiones, los hombres
armados de las tribus que vivían al otro lado del Jordán encabezaron el paso (4:12–13). (3) Tan
pronto como el pueblo hubo pasado y la encomienda especial de los memoriales se completó, los
sacerdotes salieron del río—ellos fueron los primeros en entrar y los últimos en salir—y
nuevamente se pusieron al frente del pueblo (vv. 11, 15–17). (4) De inmediato, las aguas del río
Jordán regresaron a su cauce normal (v. 18).
Todas las tribus participaron en el paso del río. Sin embargo, la tribu de Rubén, y los hijos
de Gad y la media tribu de Manasés sólo enviaron tropas para que los representaran. El resto
de las dos tribus y media se quedaron del lado oriental para proteger a sus hogares y sus ciudades
(cf. v. 13). La población de varones de veinte años para arriba de esas tribus era de 136,930 (Nm.
26:7, 18, 34). Los cuarenta mil soldados (Jos. 4:13) que enviaron constituían el 29 por ciento
del total de la población adulta de varones—menos de uno por cada tres varones.
Alexander Maclaren escribió, “El hecho más importante es el regreso instantáneo del torrente
a su cauce normal tan pronto como desapareció el bloqueo. Como un caballo gozándose en su
libertad, la corriente de aguas se vació en su cauce y pronto todo se veía como antes, excepto por
el nuevo monumento, que había sido formado por manos humanas y que era acariciado por el
agua” (Expositions of Holy Scripture, “Exposición de las Sagradas Escrituras”. Londres: Hodder
& Stoughton, 1908, 3:119).
La impresión de los israelitas debe haber sido tremenda cuando se detuvieron en la orilla del
río y voltearon a ver cómo el torrente caudaloso se apresuraba a cubrir su cauce. Es posible que
hayan levantado sus ojos para ver al otro lado del río, al lugar donde se habían detenido esa
misma mañana. Ya no había forma de regresar. Había comenzado un nuevo y emocionante
capítulo de su historia.
4:19–20. Sin embargo, ese no era tiempo para detenerse a reflexionar. Josué condujo al
pueblo hacia Gilgal, el primer sitio donde acamparían en Canaán, aprox. a 3 kms. de Jericó. Allí
erigieron las doce piedras que habían traído del Jordán, tal vez colocándolas en un pequeño
círculo. El nombre Gilgal significa “círculo”, y pudo haber sido tomado de una costumbre
pagana antigua de colocar las piedras formando esa figura. Si fue así, este nuevo círculo
conmemorando el gran milagro de Jehová, serviría para contrarrestar la relación que ese lugar
tenía con la idolatría.
4:21–23. El propósito de las piedras claramente era pedagógico: Recordar a las generaciones
futuras de Israel que Jehová fue quien los guió a través del Jordán (cf. vv. 6–7), así como
anteriormente había hecho cruzar a sus padres por en medio del Mar Rojo.
Pero, ¿cómo iban a saber las generaciones futuras lo que significaban esas piedras? Los
padres debían enseñar a sus hijos los caminos y las obras de Dios (cf. Dt. 6:4–7). Un padre judío
no debía enviar a su hijo a que hiciera preguntas a un levita o para que resolviera sus dudas. El
padre mismo debía responderle.
4:24. Sin embargo, además de servir como ayuda visual para que los padres instruyeran a sus
hijos, el monumento conmemorativo tenía un propósito más amplio: para que todos los pueblos
de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa. Seguramente, la primera noche que
los israelitas pasaron en la tierra, estaban llenos de incertidumbre y temores. Las altas montañas
que se elevaban al occidente se veían muy amenazadoras. Pero al mirar las doce piedras que
habían tomado del Jordán, el pueblo recordaría que Dios había hecho algo maravilloso por ellos
ese día. Entonces, en los días por venir, podrían confiar plenamente en él.

E. Consagración de los israelitas (5:1–12)


Cerca de dos millones de soldados y civiles cruzaron el Jordán por intervención milagrosa de
Dios y bajo el liderazgo de Josué. Rápidamente se estableció un cuartel en Gilgal y desde el
punto de vista humano, era el tiempo adecuado para atacar de inmediato las fortalezas cananeas.
Después de todo, el ánimo de los pobladores de Canaán se había derrumbado por completo al
escuchar una noticia anterior y dos más recientes que se habían propagado por la tierra: (a) El
Dios de Israel había secado el mar Rojo (de los “Juncos” o “Carrizos”; 2:10); (b) Los israelitas
habían derrotado a dos reyes poderosos de los amorreos en Transjordania (2:10); (c) Jehová
también había secado las aguas del Jordán para que los israelitas cruzaran a Canaán (5:1; cf.
4:24).
Así como se difundieron esas noticias, así también se extendió el miedo. ¿Qué mejor
momento para atacar y asestar un golpe definitivo? Seguramente, los líderes militares de Israel
estaban a favor de un ataque inmediato.
Pero ese no era el plan de Dios. Él nunca tiene prisa, aunque sus hijos muchas veces sí la
tienen. Desde el punto de vista divino, Israel todavía no estaba listo para pelear en territorio
cananeo. Existía un asunto pendiente—y era de carácter espiritual. Era el tiempo de renovación.
La consagración precedía a la conquista. Antes de que Dios condujera a Israel a la victoria, él
tenía que hacerlos pasar por tres experiencias: (a) la renovación de la circuncisión (5:1–9), (b) la
celebración de la pascua (v. 10), y (c) comer del fruto de la tierra (vv. 11–12).

1. RENOVACIÓN DE LA CIRCUNCISIÓN (5:1–9)


5:1–3. Cuando todas las naciones de la tierra estaban aterrorizadas (cf. 4:24), Jehová mandó
a Josué a que circuncidara a los hijos de Israel. Él obedeció, aunque debió haber sido difícil para
él como comandante militar hacer que todo su ejército quedara imposibilitado, y estando en un
ambiente tan hostil.
5:4–7. A continuación se da una explicación a esa orden. Aunque todos los hombres de
Israel fueron circuncidados antes de salir de Egipto, murieron en el desierto por su
desobediencia en Cades-barnea (Nm. 20:1–13; cf. Nm. 27:14; Dt. 32:51). Los hijos que habían
nacido en el desierto no estaban circuncidados, lo que manifiesta aún más la indiferencia
espiritual de sus padres. Ese rito sagrado debía ser practicado en esa nueva generación.
5:8–9. Una vez que todos los varones fueron circuncidados, Jehová reconoció que la tarea
estaba completa y declaró: Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto. Debido a que los
israelitas habían sido esclavos en Egipto, no practicaron la circuncisión hasta que estuvieron a
punto de salir. Sin duda los egipcios prohibían tal práctica, ya que estaba reservada para sus
sacerdotes y para los ciudadanos de clase alta. “El oprobio de Egipto” puede referirse a la burla
que los egipcios harían de los israelitas porque no habían podido tomar posesión de la tierra de
Canaán.
Otra indicación de la importancia de ese evento es el hecho de que el nombre Gilgal llegó a
tener una doble interpretación. No sólo significaba “círculo”, lo cual les recordaría el
monumento circular (V. el comentario de 4:19–20); la nueva idea, “quitar el oprobio” (en hebr.
galal), haría memorable el acto de obediencia de Israel en el mismo lugar.
Pero, ¿por qué era tan importante la circuncisión? La respuesta de la Biblia es clara. Esteban,
al presentar su dinámico discurso ante el sanedrín, declaró que Dios “le dio a Abraham el pacto
de la circuncisión” (Hch. 7:8). Ese acto por lo tanto, no era un rito religioso ordinario, sino que
estaba basado en el pacto abrahámico, en el contrato que garantizaba descendencia a la simiente
de Abraham y su posesión eterna de la tierra (Gn. 17:7–8). En relación con esto, Dios adoptó la
circuncisión como la “señal” o símbolo del convenio (Gn. 17:11). Dios instruyó a Abraham
diciéndole que todo varón de su casa y de su descendencia debía ser circuncidado. Y Abraham
obedeció inmediatamente (Gn. 17:23–27).
¿Por qué escogió Dios la circuncisión como señal de su pacto con Abraham y con su
descendencia? ¿Por qué no escogió otro acto? Porque la circuncisión simbolizaba una separación
completa de los pecados carnales que prevalecían en esa época: adulterio, fornicación y sodomía.
Además, el rito no solamente tenía implicaciones sobre la conducta sexual, sino sobre todas las
áreas de la vida: “Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más
vuestra cerviz” (Dt. 10:16; cf. Dt. 30:6; Jer. 4:4; Ro. 2:28–29).
De esta manera, Israel entendería que la circuncisión no era solamente una herida en la carne;
significaba que debían apartar sus vidas y vivir en santidad. Es por ello que Dios dijo en Gilgal:
“Antes de que yo pelee sus batallas en Canaán, ustedes deben tener esta marca de mi pacto en su
carne”. Josué entendió la importancia de ese requisito divino e hizo que todos los varones lo
obedecieran de inmediato.
En el N.T., Pablo aseguró que un cristiano ha sido “circuncidado” en Cristo (Col. 2:11). Esa
circuncisión es espiritual y no física; no se relaciona con un órgano externo, sino con el hombre
interior, con el corazón. Esta circuncisión se lleva a cabo en el momento de la salvación, cuando
el Espíritu Santo viene a unir al creyente con Cristo. En ese momento, la naturaleza pecaminosa
es juzgada (Col. 2:13). El cristiano debe reconocer ese hecho (Ro. 6:1–2), aunque su naturaleza
pecaminosa continúa siendo parte de él toda la vida. Debe tratar a su carne como un enemigo que
ha sido juzgado y condenado (aunque todavía no haya sido ejecutado).

2. CELEBRACIÓN DE LA PASCUA (5:10)


5:10. Israel acampó en Gilgal, y celebraron la pascua. Si no hubieran sido circuncidados,
no habrían podido participar de esa importante ceremonia (Éx. 12:43–44, 48). Es interesante que
la nación llegó al otro lado del Jordán justo a tiempo para celebrar la pascua, el día catorce …
del mes (Éx. 12:2, 6). ¡El tiempo de Dios siempre es exacto!
Esta era apenas la tercera pascua que la nación celebraba. La primera fue en Egipto, la noche
antes de su liberación de la esclavitud y la opresión (Éx. 12:1–28). La segunda fue en el monte
Sinaí, justo antes de que levantaran su campamento y se dirigieran hacia Canaán (Nm. 9:1–5).
Es evidente que el pueblo no celebró la pascua durante la peregrinación por el desierto, pero
en Gilgal de Canaán la fiesta se celebró una vez más. El reciente cruce del Jordán era tan
parecido al del mar Rojo (de los “Juncos” o “Carrizos”), que a la mente de aquellos que
estuvieron en Egipto (las personas menores de 20 años en el tiempo del éxodo no fueron
excluidas de Canaán) vinieron vívidos recuerdos. Sin duda, muchos israelitas recordaban cómo
su padre había matado a un cordero y rociado su sangre en el dintel y poste de la puerta de su
casa. Los que habían llegado a Canaán tal vez todavía podían escuchar el terrible llanto de los
primogénitos egipcios. Después de eso, siguió la emocionante salida a la medianoche, el terror
de la persecución egipcia y el asombro de caminar en medio de las murallas de agua para escapar
de Egipto.
Estaban reviviendo todos aquellos momentos. Al estar matando a los corderos, sentían la
seguridad de que así como el paso del mar Rojo precedió a la destrucción de los egipcios, así el
paso del río Jordán sería el preludio de la derrota de los cananeos. Recordar el pasado era una
preparación excelente para las pruebas del futuro.

3. POSESIÓN DEL FRUTO DE LA TIERRA (5:11–12)


5:11. A la mañana siguiente de la pascua y una vez que Israel se preparó para la batalla,
comieron del fruto de la tierra. Como habían dado muestras de querer obedecer completamente
la ley de Dios, es probable que primero hayan traído una ofrenda mecida de un manojo de grano,
como se prescribe en Levítico 23:10–14. Después, el pueblo comió con libertad de la cosecha,
incluyendo panes sin levadura y grano tostado. En el Medio Oriente las espigas nuevas
tostadas todavía se consideran un manjar y se comen en lugar de pan.
Dios había prometido dar a Israel una tierra de abundancia, “una tierra de trigo y cebada, de
vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel” (Dt. 8:8). Por fin ahora habían
probado los frutos de la tierra y se dieron cuenta de que eran solamente una muestra de las
bendiciones que vendrían más adelante.
5:12. Al siguiente día, el maná cesó. Esa provisión había durado por cuarenta largos años
(cf. Éx. 16:4–5), pero ahora se detuvo repentinamente, así como comenzó, demostrando que la
provisión no era cuestión de suerte, sino de una providencia especial.
Vale la pena notar que Dios no dejó de enviar el maná cuando Israel se hartó de él, (Nm.
11:6), ni aun cuando la generación incrédula salió de Cades-barnea para peregrinar sin rumbo
por el desierto. Por lo menos, por amor a sus hijos él continuó proveyéndolo, hasta que entraron
a la tierra de la promesa. Fue entonces cuando Dios dejó de realizar ese milagro, pues ya estaban
disponibles los frutos de la tierra.

II. Conquista de Canaán (5:13–12:24)


A. Introducción: El comandante divino (5:13–15)
Dios acababa de guiar a los israelitas en tres eventos: el rito de la circuncisión, la celebración
de la pascua y la alimentación con los frutos de Canaán. Todos estos fueron para edificación de
Israel. Después de ello, Josué tuvo una experiencia a solas. También fue de suma importancia, y
enseguida la compartió con el pueblo.
5:13. Parecería obvio que el siguiente paso era la captura de Jericó. Sin embargo, como no
había llegado mensaje o instrucciones divinas para Josué (como cuando cruzaron el Jordán), el
líder salió a reconocer la supuestamente invencible ciudad. ¿Se sintió perplejo al ver las
infranqueables murallas de Jericó? Después de todo, los espías habían reportado en Cades-barnea
que las ciudades de Canaán eran “grandes y amuralladas hasta el cielo” (Dt. 1:28). A pesar de la
amplia experiencia militar de Josué, nunca había dirigido un ataque sobre una ciudad fortificada,
que estaba preparada para un sitio largo. De hecho, de todas las ciudades amuralladas en
Palestina, probablemente Jericó era la más difícil de vencer. El líder también tenía dudas en
cuanto al armamento. El ejército israelita no contaba con maquinaria para sitiar una ciudad, no
tenía arietes, ni catapultas, ni torres movibles. Sus únicas armas eran hondas, flechas y
lanzas—que serían como virutas de paja que se estrellarían en las paredes de Jericó. Josué sabía
que debían ganar esa batalla, porque ahora que sus tropas habían cruzado el Jordán, no tenían
hacia dónde retroceder. Además, no podían ignorar la ciudad y pasar de largo, porque tendrían
que dejar a sus mujeres, hijos, posesiones y ganado, en Gilgal y en peligro de ser destruidos.
Josué se encontraba absorto en sus pensamientos cuando de pronto algo captó su mirada.
Alzó los ojos y vio a un soldado con la espada desenvainada. Instintivamente retó al extraño y
preguntó: “¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?” Si era un israelita, estaba fuera de los
límites del campamento y tendría que dar una explicación por sus actos. ¡Esto era especialmente
necesario, ya que Josué no había dado ninguna orden de desenvainar las espadas! Si el extraño
era un enemigo, ¡Josué estaba listo para pelear!
5:14. La respuesta fue sorprendente y reveladora. Sucedió algo que convenció a Josué de que
no se trataba de un soldado humano. Así como sucedió a Abraham bajo el encino de Mamre, a
Jacob en Peniel, a Moisés en la zarza ardiendo, a los dos discípulos en el camino a Emaús, la
suya fue una revelación especial. Josué se dio cuenta de que se encontraba en la presencia misma
de Dios. Parece claro que Josué ciertamente estaba hablando con el Ángel de Jehová, que en el
A.T. era una aparición del mismo Señor Jesucristo (cf. 6:2).
El Príncipe del ejército de Jehová estaba de pie con su espada desenvainada, indicando que
pelearía con y por Israel. Sin embargo, la espada también muestra que la paciencia de Dios había
llegado a su límite, que el castigo había sido declarado, y que la iniquidad de los amorreos había
llegado al colmo (cf. Gn. 15:16). Los israelitas serían el instrumento para aplicar el castigo
judicial sobre ellos.
¿Qué clase de fuerza militar dirigía ese comandante divino? El “ejército de Jehová”
ciertamente no se limitaba al ejército de Israel, aunque seguramente éste estaba incluido. Más
específicamente, se refería a huestes angelicales, al mismo “ejército” celestial que sitiaría la
ciudad de Dotán cuando Eliseo y su siervo parecía que estaban en desventaja ante el ejército sirio
(2 R. 6:8–17). Jesús se refirió al ejército celestial cuando iba a ser arrestado en el huerto de
Getsemaní, al decir que doce legiones de ángeles estaban listas para defenderlo (Mt. 26:53). En
Hebreos 1:14 estos se describen como “espíritus ministradores enviados para servicio a favor de
los que serán herederos de la salvación”. Aunque son invisibles, sirven y cuidan a los hijos de
Dios en tiempos de gran necesidad.
Al reconocer a ese visitante celestial con la espada desenvainada, Josué se postró sobre su
rostro en tierra y adoró diciendo; “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
5:15. La respuesta de Dios a Josué fue breve, pero urgente. Quita el calzado de tus pies,
porque el lugar donde estás es santo. La presencia de Dios santificó ese sitio de una tierra
extraña y profana (cf. el mandato similar para Moisés, Éx. 3:5).
Para Josué, esa fue una experiencia muy significativa. Él había anticipado la batalla entre dos
ejércitos enemigos, Israel y Canaán. Había pensado que esa guerra era suya y que él iba a ser el
comandante en jefe. Sin embargo, cuando se enfrentó con el comandante divino, supo que la
batalla era del Señor. El jefe del ejército de Jehová no había venido solamente para ser un
espectador del conflicto, ni sólo un aliado. Él tenía el control absoluto, y en breve revelaría sus
planes para capturar la fortaleza de Jericó.
¡Cuán consolador fue todo eso para Josué! Ya no tendría que llevar a solas la pesada carga y
la responsabilidad del liderazgo. Al quitar su calzado, aceptó gustosamente que esa batalla y la
conquista completa de Canaán, estaban en las manos de Dios y que él solamente era un siervo.

B. Campaña principal (caps. 6–8)


El diseño de la estrategia divina para la conquista de Canaán se basó en factores geográficos.
Desde su campamento en Gilgal cerca del río Jordán, los israelitas podían avistar las altas
montañas que estaban al occidente. Jericó controlaba el camino que llevaba a esas montañas, y
Hai, otra fortaleza, se encontraba justo al comenzar la subida. Si los israelitas iban a conquistar la
región montañosa, definitivamente primero tenían que tomar Jericó y Hai. Eso les permitiría
controlar la cima de la cordillera y el altiplano central, y establecer una cuña para separar las
secciones norte y sur de Canaán. De esa manera, Israel podría combatir a los ejércitos del sur y
después a los del norte. Pero primero debía caer Jericó—y eso sólo se llevaría a cabo si Josué y
el pueblo seguían el plan de acción del Señor.

1. CONQUISTA DE JERICÓ (CAP. 6)


a. Estrategia de la conquista de Jericó (6:1–7)
6:1. Jericó se preparó para el sitio. Se habían dado órdenes de que se cerraran todas las
puertas, y el tráfico se detuvo, porque nadie entraba ni salía. Tal como Rahab había revelado a
los espías (2:11), los habitantes de Jericó estaban aterrorizados a causa del avance implacable de
Israel (cf. 5:1).
6:2. Esa impresionante fortaleza se veía erguida a la vista de Josué, quien continuaba
conversando con el príncipe del ejército de Jehová. Ese comandante era Dios mismo, y prometió
dar la victoria a Josué. Además, le anunció que él había entregado … en sus manos a Jericó. La
ciudad, su rey, y su ejército, caerían en manos de Israel. En hebr., el tiempo perfecto profético
del vb. (yo he entregado), describe una acción futura como si ya hubiera ocurrido. Como Dios
lo había declarado, la victoria estaba asegurada.
6:3–5. El plan de batalla que Josué iba a seguir era bastante extraño. No se utilizaron armas
de guerra ordinarias, tales como lanzas, arietes, o escaleras. En lugar de ellas, Josué y sus
hombres de guerra debían marchar alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días
sucesivos con siete sacerdotes tocando siete bocinas … delante del arca del pacto. Al séptimo
día, debían rodear Jericó siete veces y entonces el muro de la ciudad se derrumbaría y la ciudad
podría ser tomada.
En la Biblia, con frecuencia el número siete simboliza algo que es completo o perfecto. Se
dispuso que fueran siete sacerdotes, siete trompetas, siete días, y siete recorridos alrededor del
muro en el séptimo día. Aunque el plan de acción de Dios pudo haber parecido tonto a los
hombres, fue una estrategia perfecta para esa batalla.
¿Qué significado tenía el sonido de las bocinas? Esos instrumentos eran lit. en hebr.
“trompetas de júbilo” y se usaban en las fiestas solemnes de Israel para proclamar la presencia de
Dios (Nm. 10:10). Por lo tanto, la conquista de Jericó no era exclusivamente un asunto militar,
sino también religioso, y las bocinas declaraban que el Dios del cielo y de la tierra estaba
haciendo sentir su presencia invisible en esa ciudad ya condenada. Es como si el Señor dijera a
través del sonido de las trompetas sacerdotales: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos
vosotras puertas eternas, y entrará el Rey de gloria” (Sal. 24:7). Cuando Cristo regrese, él, que es
el rey de la gloria, entrará a las ciudades en triunfo, y la conquista de Jericó representa una
entrada triunfal similar.
6:6–7. Ninguna otra estrategia de guerra perecía más ilógica que ésta. ¿Qué iba a impedir que
el ejército de Jericó arrojara flechas y lanzas contra los israelitas indefensos mientras marchaban
silenciosamente? O, ¿quién podría impedir que el ejército enemigo saliera de improviso por las
puertas de la ciudad para romper las filas israelitas y matarlos? Josué era un líder militar
experimentado. Seguramente estas preguntas y muchas otras vinieron a su mente cuando escuchó
los planes. Sin embargo, a diferencia de Moisés cuando estuvo frente a la zarza ardiente, Josué
no se opuso al plan de Dios hablando con elocuencia (cf. Éx. 3:11–4:17). Él respondió en
obediencia, sin cuestionar nada. Tampoco perdió tiempo en reunir a los sacerdotes y soldados
para darles las instrucciones que había recibido del comandante en jefe.
b. Secuencia de la conquista de Jericó (6:8–21)
6:8–9. Quizá era un poco después del amanecer cuando la larga procesión comenzó a
marchar del campamento de Israel. Primero, iban los hombres armados con los estandartes de
cada tribu, después los siete sacerdotes con las siete bocinas; les seguía el arca de Jehová, y
por último, los que formaban la retaguardia. Aunque el ejército ocupaba un lugar prominente en
la procesión, Jericó no caería por su fuerza militar, sino por el poder de Dios.
6:10–11. Guardando absoluto silencio (excepto por los siete sacerdotes que hacían sonar sus
bocinas), el extraño desfile se dirigió hacia Jericó y serpenteándola dieron una vuelta alrededor
de la ciudad. En aquel tiempo, la superficie de Jericó era como de 3.3 hectáreas, y tomaba
menos de 30 minutos marchar alrededor de ella. Una vez que terminaron de rodearla, los
israelitas volvieron a su campamento silenciosamente. Esto sorprendió en gran manera a los
cananeos, quienes esperaban un ataque inmediato.
6:12–14. Este mismo procedimiento lo realizaron durante seis días. Nunca se había
conquistado una fortaleza de esa manera. Probablemente, esa extraña estrategia fue usada para
probar la fe de Josué. Él no la cuestionó; sólo confió y obedeció. Ese procedimiento también se
diseñó para probar la obediencia de Israel a la voluntad divina, lo cual, dada la situación, no era
nada fácil. Cada día se expondrían al ridículo y al peligro. Un soldado de Jericó pudo haber
mirado hacia abajo a los israelitas y preguntarse: “¿En verdad creen que nos pueden asustar para
que nos rindamos con el sonido de sus cuernos de carnero?” y el resto de los soldados pudieron
haberse unido a él en un fuerte coro de risas burlonas.
Probablemente los israelitas recibieron sus órdenes cada mañana, para que su decisión no
fuera un asunto de obedecer y olvidarse, sino un nuevo desafío cada día. Esta es la forma en que
muchas veces Dios trata a sus hijos. Les pide que realicen su “marcha diaria” sin que tengan
conocimiento de lo que sucederá mañana (Pr. 27:1; Stg. 4:14; cf. Mt. 6:34).
La fe de los israelitas triunfó sobre el temor de que los enemigos los atacaran. También
triunfó sobre la burla y la sorna. Nunca antes, y en muy pocas ocasiones futuras, se elevó tanto el
termómetro de la fe como en ese acontecimiento histórico de Israel.
6:15–20a. Aquel crucial séptimo día, la procesión marchó alrededor del muro siete veces.
Ese desfile—que consistía de la guardia armada, los siete sacerdotes que tocaban las bocinas,
los sacerdotes que cargaban el arca del pacto y la retaguardia—pudo haber durado tres horas.
(Acerca de la palabra anatema mencionada en los vv. 17–18, V. el comentario del v. 21.) (Josué
registró que Israel había experimentado consecuencias desastrosas por una violación inmediata
de las instrucciones de Dios en los vv. 18–19.) Al finalizar la séptima vuelta, se escuchó
claramente la voz de Josué, ¡Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad! También les
dijo que no atacaran a Rahab y su familia (cf. 2:8–13). Así que cuando los sacerdotes tocaron
las bocinas … el pueblo gritó. Ese alarido resonó en las montañas que estaban alrededor,
espantando a los animales y aterrorizando a los moradores de Jericó. En ese momento, el muro
de Jericó, obedeció a Dios, y se derrumbó (lit., “cayó en su lugar”).
6:20b–21. Los israelitas subieron por el escombro y encontraron a los habitantes paralizados
de terror, e incapaces de ofrecer resistencia. A continuación, destruyeron completamente toda
vida humana y animal que había en Jericó, excepto a Rahab y su casa (cf. v. 17). Aunque algunos
críticos han considerado esa destrucción como una mancha en la pureza del relato del A.T., es
claro que Israel actuó siguiendo las instrucciones divinas. Por tanto, la responsabilidad de la
destrucción recae en Dios, no en los israelitas.
La ciudad de Jericó y todo lo que estaba en ella debía ser “anatema (ḥērem) a Jehová” (v.
17). lit., “estará bajo restricción”. El v. 21 incluye una forma del vb. de ese sustantivo ḥērem:
Destruyeron (wayyaḥărîmû, de ḥāram) a filo de espada todo lo que en la ciudad había. La
idea es que todo lo que había en la ciudad fue entregado al Señor al ser destruida totalmente. (El
vb. ḥāram se trad. “los destruyó por completo” en 10:28; “mató todo” v. 35; “hirieron a filo de
espada … con todo … sin dejar nada” vv. 37, 39–40; “destruyéndolo por completo” 11:11–12;
“destruyó” v. 21 y “destruirlos” en 11:20; cf. 1 S. 15:3, 8–9, 15, 18, 20). El sustantivo ḥērem se
trad. “anatema” en Jos. 6:17–18; 7:1, 11–12, 15; 1 S. 15:21; “separada como anatema” en Lv.
27:29; “cosa abominable … anatema” en Dt. 7:26. (Según el diccionario de la Real Academia
Española, “en el A.T. ‘anatema’ significa condenar al exterminio a las personas o cosas afectadas
por la maldición atribuida a Dios”. Algunas veces, sin embargo, no se encuentra la idea de
destrucción en esa palabra; cf., e.g., Lv. 27:21, 28).
Las cosas que había en Jericó debían entregarse “al Señor” como primicias de la tierra. Así
como los primeros frutos de la cosecha que eran entregados a Jehová anticipaban las cosechas
futuras, así la conquista de Jericó anticipaba que Israel recibiría toda la tierra de Canaán por
mano del Señor. El pueblo no debía tomar botín de la ciudad de Jericó. Para obedecer el mandato
del ḥērem, el pueblo debía matar a los animales y a la gente (Jos. 6:17, 21) y todas las demás
cosas debían ser destruidas o apartadas para el santuario, como en el caso de la plata y el oro, y
los utensilios de bronce y de hierro (v. 19). Todo debía ser “consagrado” para destrucción, o para
el “tesoro” de Jehová; el pueblo debía entregarlo todo.
Dios tiene derecho a dictar sentencia contra los individuos y naciones que están en pecado.
¿Hay alguna evidencia de que la iniquidad de los cananeos había llegado a su límite? Pocos
pueden cuestionar que imperaba la idolatría y el estilo de vida depravado. Los descubrimientos
arqueológicos (e.g., las tablas de Ras Shamra) comprueban que el castigo divino sobre Jericó fue
justificado.
Finalmente, el propósito de Dios era bendecir al pueblo de Israel en la tierra y usarlo como
canal de bendición al mundo. Pero esto se vería seriamente frustrado si se dejaban contaminar
por la religión degenerada de los cananeos. Gleason Archer declara: “En vista de la influencia
corrupta de la religión cananea, especialmente la prostitución religiosa … y el sacrificio de
infantes, era imposible que se conservara pura la fe y la adoración de Israel a menos que se
exterminara por completo a los cananeos” (A Survey of Old Testament Introduction, “Reseña
Crítica de una Introducción al Antiguo Testamento”, Chicago: Moody Press, 1964, pág. 261).
El pecado es sumamente contagioso. Contemporizar con el mal es arriesgado, porque es una
invitación al desastre espiritual.
Han surgido varias interpretaciones en cuanto a la caída de los muros de Jericó en el preciso
instante en que el pueblo gritó: (1) Que un terremoto causó la destrucción. (2) Que los soldados
israelitas socavaron los cimientos del muro mientras los otros marchaban. (3) Que la vibración
causada por el sonido de las trompetas y los gritos de los soldados hicieron que cayeran los
muros. (4) Que las ondas de impacto creadas por la marcha de los israelitas ocasionaron el
derrumbe. De cualquier forma, fue un evento sobrenatural. Esto puede verse claramente por el
hecho de que todo el muro fue destruido, excepto la sección de la casa de Rahab. Realmente no
hay necesidad de determinar los medios exactos que Dios utilizó para realizar este o cualquier
otro milagro. Un escritor del N.T., al revisar siglos después ese evento, escribió: “Por la fe
cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días” (He. 11:30).
La evidencia arqueológica acerca de la caída de los muros de Jericó en días de Josué no es
tan clara como alguna vez se supuso. Esto se puede explicar porque las excavaciones posteriores
determinaron que en su larga historia, Jericó tuvo un total de 34 muros. (Jericó es una de las
ciudades más antiguas del mundo. Muchos arqueólogos sostienen que estuvo habitada desde
7000 a.C.) Los frecuentes terremotos que se dan en el área, la destrucción completa de la ciudad
bajo el mando de Josué, y el proceso de erosión durante cinco siglos antes de que fuera
reconstruida en tiempos de Acab (1 R. 16:34), también contribuyeron a los escasos escombros y
a la extremada dificultad de identificar esos restos con el ataque de Josué. La evidencia más
significativa parece ser la cerámica encontrada entre los escombros y tumbas de esa zona. Esos
hallazgos permiten identificar que Jericó estuvo habitada hasta aprox. 1400 a.C. Debajo de la
cerámica hay una gruesa capa de ceniza que representa una destrucción mayor. Esto sin duda
deja ver la destrucción de Josué y el incendio (Jos. 6:24) posterior de la ciudad. (Para una
discusión arqueológica amplia sobre el Jericó del A.T., V. Leon Wood, A Survey of Israel´s
History, “Síntesis de la Historia de Israel”. Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1970.
págs. 94–99.)
c. Secuelas de la conquista de Jericó (6:22–27)
A medida que esta gran historia del A.T. se acerca a su fin, se mencionan brevemente dos
asuntos: el rescate de Rahab y el incendio, saqueo y maldición de la ciudad.
6:22–25. La historia de la liberación de Rahab es como un oasis en medio del exterminio que
se realizó. Antes de que la ciudad fuera consumida con fuego (v. 24), Rahab fue rescatada.
Josué cumplió la promesa hecha a Rahab por los dos espías (cf. 2:12–21) y envió a los mismos
dos hombres a la casa donde colgaba el cordón de grana de la ventana. Ella y toda la casa de su
padre los siguieron sin vacilar y salieron de la ciudad condenada. Rahab y su familia eran
gentiles y necesitaban ser limpiados ceremonialmente. Seguramente los hombres fueron
circuncidados antes de que pudieran identificarse con el pueblo de Israel. La historia de Rahab es
un ejemplo de la gracia de Dios obrando en la vida de un individuo y su familia. Sin importar su
vida pasada, ella fue salvada por la fe en el Dios viviente y aun vino a ser parte de la línea
mesiánica (Mt. 1:5). De acuerdo con el patrón bíblico, Rahab y su familia fueron librados del
juicio divino (cf. Gn. 7:1; 1 Ts. 5:9) por medio de la fe.
6:26. Dedicar a Jericó para destrucción (cf. V. el comentario del v. 21) incluía pronunciar
una maldición sobre cualquiera que se atreviera a reedificar la ciudad, o a reconstruir los
cimientos y las puertas. Aunque posteriormente el lugar fue ocupado por períodos breves
(18:21; Jue. 3:13; 2 S. 10:5) la prohibición de reconstruir la ciudad no se violó sino hasta los días
del rey Acab, 500 años después. Como una indicación de la apostasía de ese período, Hiel de
Bet-el intentó reedificar los muros de Jericó, pero le costó la vida de sus dos hijos, Abiram y
Segub (1 R. 16:34).
6:27. Este cap., que registra la victoria espectacular en esa primera batalla de Israel en
Canaán no termina con una nota negativa. Las palabras finales vuelven la atención del lector al
triunfo y a sus efectos: Estaba, pues, Jehová con Josué (cf. 1:5, 9; 3:7), y su nombre se
divulgó por toda la tierra. El secreto de la victoria sobre Jericó no fue el ingenio militar de
Josué, ni su ejército entrenado para la guerra. El triunfo se obtuvo porque él y el pueblo
confiaron absolutamente en Dios y obedecieron sus mandamientos (1:6–9).

2. DERROTA EN HAI (CAP. 7)


En forma inesperada, enseguida Israel experimentó una derrota. Hasta ese punto de la
conquista, el ejército que Josué comandaba sólo había experimentado victorias. La posibilidad de
una derrota militar era la cosa más remota que pudiera pasar por la mente de los israelitas,
especialmente después del triunfo de Jericó. Sin embargo, los hijos de Dios nunca son más
vulnerables, ni están en mayor peligro, que después de que han obtenido una gran victoria.
Hai era el siguiente blanco en la ruta de conquista de Israel. Era más pequeña que Jericó,
pero estaba ubicada en una intersección estratégica de dos rutas naturales que iban de Jericó a la
zona montañosa que rodea a Bet-el. La derrota de Hai les permitiría tener el control total de la
principal “ruta de la cordillera”, que corría de norte a sur a lo largo del altiplano central.
Muchos arqueólogos han identificado Hai con et-Tell (“la ruina”). Sin embargo, las
excavaciones de ese lugar no arrojan evidencias de que hubiera un asentamiento en tiempos de
Josué. La geografía del área coincide perfectamente con los detalles que se encuentran en Josué
8. Así que quizá el rey de Hai condujo a sus tropas para que pelearan en el lugar que ya estaba en
ruinas, en vez de combatir en una ciudad que estuviera en pie. Por otro lado, algunos
arqueólogos han seguido buscando otras ubicaciones para Hai y las excavaciones los han llevado
a un sitio que se denomina Khirbet Nisya.
Aunque todavía pueden existir interrogantes en cuanto a la ubicación de Hai, se puede
apreciar la importancia de los acontecimientos por la gran cantidad de material bíblico que hay
acerca de la derrota de Israel en ese lugar (cap. 7) y su subsiguiente victoria allí mismo (cap. 8).
a. Desobediencia (7:1)
7:1. El cap. comienza con la palabra fatal pero. El gozo de la victoria pronto fue
reemplazado por la tristeza de la derrota. Y todo por la desobediencia de un hombre. Jericó había
sido puesta bajo el ḥērem de Dios (“apartada para destrucción; 6:18–19), i.e., Dios ordenó que
todo lo que tuviera vida debía ser destruido y los objetos valiosos, puestos en el tesoro de Jehová.
Ningún soldado israelita debía tomar para sí nada del botín—pero para un hombre, la tentación
fue demasiado grande.
Aunque uno quisiera elogiar la disciplina del ejército de Josué por no ceder a la tentación con
excepción de uno, para Dios ese hombre no pasó desapercibido. El Señor vio el pecado de Acán
cuando tomó del anatema; y por causa de esa infracción, la ira de Jehová se encendió contra
toda la nación. Él consideraba que todos eran culpables y detuvo su bendición hasta que se
arregló el asunto. De hecho, es evidente que la historia de Israel hubiera terminado aquí si la ira
de Dios no se hubiera apartado de ellos.
b. Derrota (7:2–5)
7:2. Ignorando la desobediencia de Acán, y deseoso de aprovechar la inercia de su primera
victoria, Josué hizo preparativos para la siguiente batalla. Por eso, envió diez espías desde
Jericó a Hai (aprox. a 16 kms.), que estaba ubicada al oriente de Bet-el. Tal parece que ésta era
una práctica común de Josué (cf. 2:1). (Bet-avén [“casa de maldad”] fue un apodo [Os. 10:5] que
se le dio a Bet-el [“casa de Dios”]. Sin embargo, parece que aquí se refiere a otro lugar, que
estaba aprox. a 5 kms. al norte de Hai.)
7:3. Cuando los espías regresaron hablaron con mucha confianza. Afirmaron que Hai podría
ser fácilmente conquistada con sólo dos mil o tres mil hombres. Y añadieron que en la ciudad
había pocos varones. Sin embargo, los espías estaban equivocados. Realmente Hai tenía 12,000
hombres y mujeres, i.e., aprox. 6,000 hombres (8:25). Más tarde, cuando Dios dio órdenes a
Josué, le dijo: “lleva a todo el ejército” (8:1). A pesar de que Hai era más pequeña que Jericó,
también estaba bien fortificada y sus soldados, bien atrincherados. Israel cometió la falta de
subestimar la fuerza de su enemigo y sobreestimar la suya. En esa ocasión no se menciona que
hicieran alguna oración y no hay evidencia de que dependieran del Señor.
Es un craso error minimizar el poder del enemigo. Con frecuencia, los creyentes fallan
porque no reconocen que sus enemigos son poderosos (Ef. 6:12; 1 P. 5:8). Es por eso que los
cristianos sufren las consecuencias de la ignominiosa derrota espiritual.
La calamidad que sobrevino a Israel fue debido en parte, a que menospreciaron a su enemigo
y que supusieron que la primera victoria les garantizaba la siguiente. Pero simplemente la vida
no funciona de esa manera. La victoria de ayer no hace al creyente inmune a la derrota de hoy.
Debe depender continuamente del Señor para obtener fortaleza. Refiriéndose al conflicto entre
los cristianos y el mal, Pablo escribió: “fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef.
6:10).
7:4–5. Pero Josué mandó solamente tres mil hombres a Hai, donde lamentablemente fueron
derrotados y huyeron. Los israelitas bajaron aterrados la montaña que con tanta arrogancia
habían subido por la mañana. Finalmente, los de Hai los alcanzaron en “las canteras” (VP), y en
la bajada dieron muerte a unos treinta y seis soldados israelitas. El resto escapó y regresó al
campamento.
Cuando las noticias de la derrota se divulgaron por el campamento, el pueblo se desmoralizó
por completo. El corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua. A pesar de que ésta
fue la única derrota en siete años de conquistas en la tierra de Canaán, el asunto que los
desconcertó en sí no fue la derrota, ni la muerte de los 36 soldados, sino el temor que se apoderó
de ellos al pensar que la bendición de Dios se había apartado de ellos. No sabían por qué había
sucedido esto. ¿Habría cambiado Dios de opinión?
c. Desaliento (7:6–9)
7:6–9. Josué también estaba perplejo ante la derrota. De acuerdo con los ritos antiguos de
luto, el líder y los ancianos rasgaron sus vestidos … y los ancianos … echaron polvo sobre sus
cabezas (cf. Job 1:20; 2:12). Además, se postraron sobre sus rostros delante del arca de
Jehová hasta caer la tarde. Finalmente, Josué pudo balbucir algunas palabras e hizo tres
preguntas al Señor: (1) ¿Por qué nos trajiste aquí para que nos destruyan? (2) ¿Qué diré,
ahora que Israel ha sido derrotado? (3) ¿Qué harás tú para proteger tu reputación?
Josué parecía estar culpando a Dios por la derrota y ni siquiera consideró que la causa fuera
otra. En la primera pregunta, adoptó la misma forma de pensar de los espías contra quienes
protestó enérgicamente en Cades-barnea (cf. Nm. 14:2–3). La preocupación más grande de Josué
era que las noticias de su derrota provocarían que los paganos perdieran el respeto hacia Dios y
su grande nombre. Como consecuencia, sus nombres serían borrados, i.e., serían destruidos y
nunca serían recordados.
d. Instrucciones (7:10–15)
7:10–11. La respuesta de Dios a Josué fue brusca. Levántate; ¿por qué te postras así sobre
tu rostro? Enseguida, Dios explicó la causa de la derrota y la necesidad de tomar acción. La
culpa era de Israel, no de Dios—Israel había pecado. Para hacer su acusación, Dios empleó con
enojo una lista de vbs. Fue de lo general a lo particular y acusó a Israel de pecar, de violar el
pacto, de tomar cosas del anatema (haḥērem, “cosas apartadas o destinadas para destrucción”;
cf. 6:18–19. V. el comentario de 6:21), de robar, mentir y de esconder lo robado entre sus cosas.
(En 7:21 se mencionan esas cosas.) Hasta que no reconocieran esas transgresiones e hicieran
expiación por ellas, el pecado de una persona sería considerado como el pecado de toda la
nación.
7:12. Después de la caída de Jericó, el relato dice: “Estaba, pues, Jehová con Josué” (6:27).
Pero ahora, Dios les hizo un anuncio devastador: ni estaré más con vosotros hasta que ese
pecado fuera juzgado y el anatema destruido.
7:13–15. A continuación, Dios reveló los pasos que debían seguir en el proceso de expiación.
Primero, el pueblo debía consagrarse. No podrían obtener ninguna victoria sobre sus enemigos
hasta que ese problema se resolviera. Segundo, debían reunirse al día siguiente para identificar al
ofensor, aparentemente echando suertes (cf. el comentario de los vv. 16–18), exponiendo
primero a la tribu culpable, luego a la casa, y entonces a la familia, hasta llegar por último al
individuo. Tercero, el ofensor, junto con todas sus posesiones (no solamente las cosas robadas)
debía ser quemado. Dios consideró ese pecado como maldad, i.e., una cosa abominable. La
transgresión de Acán fue desobediencia deliberada a las instrucciones de Dios (6:18), y ocasionó
que toda la nación se hiciera merecedora de la destrucción. ¡Si los israelitas no destruían los
bienes de los cananeos, Dios podría destruirlos a ellos!
e. Descubrimiento (7:16–21)
7:16–18. Aquel día siniestro, Josué se levantó muy de mañana. Reunió a todo Israel para
llevar a cabo el ritual de determinar quién había sido el ofensor. Probablemente, esto fue hecho
por suertes, sacando de un recipiente pedazos de tablillas grabadas. Pero ya que Dios sabía quién
era el culpable, ¿por qué no simplemente reveló a Josué su identidad? La respuesta es que ese
método tan dramático impactaría a la nación de Israel, que así vería la gravedad de desobedecer
los mandamientos de Dios. Puesto que el proceso tomaría tiempo, también daría oportunidad al
culpable de arrepentirse y de confesar su pecado. Si Acán hubiera reaccionado de esa forma y se
hubiera amparado en la misericordia de Dios, sin duda habría sido perdonado como siglos
después sucedió con el pecado de David (Sal. 32:1–5; 51:1–12).
Hubo un ominoso silencio mientras el proceso se dirigía a la tribu de Judá, y a las casas de
Zera, Zabdi, Carmi, hasta llegar a Acán, el transgresor. No hubo irregularidades en el proceso,
ni fue cuestión del destino; fue la dirección de la providencia de Dios. Salomón describe bien
este proceso: “La suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ella” (Pr. 16:33).
7:19–21. Es extraño que Acán guardara silencio a lo largo del procedimiento a pesar de que
con seguridad, el miedo lo había paralizado y su corazón latía más apresuradamente mientras
observaba cómo se acercaba el momento en que se descubriría su falta. Josué se dirigió a Acán
tiernamente, pero con firmeza. El líder odiaba el pecado, pero no al pecador. Era necesaria una
confesión pública para confirmar la identificación sobrenatural de la persona culpable.
La respuesta de Acán fue directa y completa. Confesó su pecado y no presentó excusas. Pero
tampoco expresó arrepentimiento por haber desobedecido el mandato de Dios, por haber
traicionado a su nación tomando el botín y por haber causado la derrota a las tropas de Israel y la
muerte de los 36 soldados. Probablemente el remordimiento que sintió fue solamente por haber
sido sorprendido.
Los tres pasos clásicos del pecado se ven en los actos de Acán: vio, codició y tomó. Eva
siguió esa misma secuencia trágica en el huerto del Edén (Gn. 3:6), así como David con Betsabé
(2 S. 11:2–4).
Entre los objetos que Acán tomó de Jericó y escondió bajo tierra en medio de su tienda
había (a) un manto babilónico muy bueno, quizá adquirido por alguien en Jericó que hizo
trueque con un babilonio, (b) doscientos siclos de plata, que pesaban aprox. 2.3 kgs. y (c) un
lingote de oro que pesaba cincuenta siclos (aprox. 570 grs.) Tal vez Acán pensó: “Después de
todo, me he privado de todas estas cosas buenas por andar en el desierto. Aquí hay un precioso
vestido nuevo y a la moda y algo de plata y oro. ¿Cómo podría negarme Dios estas cosas? Nadie
las echará de menos, y yo merezco algo de placer y prosperidad”. Sin embargo, había un
mandato específico que prohibía tomar cosas del botín de Jericó. (Josué había dicho al pueblo
que toda la plata y el oro debían apartarse para el tesoro de Jehová, Jos. 6:19.) La palabra de
Dios no puede abrogarse impunemente por medio de argucias y buscando justificantes mentales.
f. Muerte (7:22–26)
7:22–25. La confesión de Acán fue confirmada inmediatamente; los objetos robados fueron
encontrados donde dijo que estaban. En seguida, los pusieron delante de Jehová, a quien
realmente pertenecían. Después, sacaron a ese hombre abominable al valle de Acor, junto con lo
robado, su familia, sus animales y todas sus pertenencias. Las piedras mortales lanzadas por los
israelitas cayeron sobre Acán y sus hijos, y el fuego consumió sus cuerpos y posesiones. Al
robar los objetos “consagrados”, Acán se contaminó y tuvo que ser condenado a la destrucción.
Puesto que los hijos no debían ser ejecutados por los pecados de sus padres (Dt. 24:16), se infiere
que la familia de Acán (excluyendo a su esposa, que no se menciona) había sido cómplice en el
crimen (cf. V. el comentario de Nm. 16:28–35).
7:26. La etapa final de este suceso vino cuando se levantó un monumento histórico formado
por un gran montón de piedras sobre el cuerpo de Acán. Parece que ese era un método común
de enterrar a los individuos non gratos (cf. 8:29). Su propósito era advertir a Israel que no debía
pecar contra Dios, ni desobedecer sus mandatos expresos.
Tal vez exista una relación entre las palabras hebr. Acán y Acor. Acán, cuyo nombre
posiblemente significa “conflictivo” fue enterrado en el Valle de Acor, el valle del “conflicto”.
Debido a que Israel estuvo dispuesto a eliminar el pecado que había en medio de ellos, el ardor
de la ira de Dios (7:1) se apagó y se dispuso a dirigirlos una vez más a la victoria.

3. VICTORIA EN HAI (CAP. 8)


a. Escenario de la batalla (8:1–2)
8:1. El impulso inicial que Israel llevaba después de cruzar milagrosamente el Jordán y
obtener la portentosa victoria sobre Jericó, se vio detenido por la derrota en Hai. La tristeza y el
desánimo hicieron presa del pueblo, no sólo de los que estaban en el campamento, sino también
de Josué.
Pero una vez que el crimen fue castigado, se restauró el favor de Dios para con Israel y Josué
recibió la confirmación de que el Señor no se había olvidado de él ni de su pueblo. Cuando Josué
escuchó las palabras de ánimo de Dios, su corazón se reanimó, porque esas fueron las mismas
palabras que Moisés pronunció en Cades-barnea cuando envió a los doce espías (Dt. 1:21).
También fueron las palabras que Moisés dijo a Josué cuarenta años después de ese suceso,
cuando le estaba entregando las riendas del liderazgo (Dt. 31:8). Una vez más, Josué las escuchó
cuando Dios le habló justo después de la muerte de Moisés (Jos. 1:9). En ese momento crucial de
su vida, fue reconfortante recordar que Dios deseaba dirigirlo si él estaba dispuesto a seguir el
plan divino, lo cual hizo.
En su plan, Dios involucró a todos los hombres de guerra de Israel. Aunque la razón principal
de la derrota en Hai fue el pecado de Acán, la segunda falla fue subestimar al enemigo (cf.
7:3–4). Ahora podría corregirse ese error. Dios dijo a Josué: levántate y sube a Hai,
prometiéndole convertir el lugar de derrota en uno de victoria.
8:2. Antes de que Dios revelara a Josué el plan definitivo, le dijo que Israel podía tomar de
Hai los despojos y sus bestias. Jericó había sido declarado anatema, pero Hai no.
¡Qué ironía! Si Acán tan sólo hubiera reprimido sus deseos egoístas y codiciosos y hubiera
obedecido la palabra de Dios dada en relación a Jericó, habría obtenido todo lo que su corazón
deseaba con la bendición divina. El camino de la fe y de la obediencia siempre es el mejor.
b. Desarrollo de la batalla (8:3–29)
El orden de los eventos en Hai difiere completamente del de Jericó. Los israelitas no
marcharon alrededor de los muros de Hai siete veces. Las murallas no cayeron milagrosamente.
Israel tenía que conquistar la ciudad por medio de una operación de combate normal. Dios no
está limitado a seguir un solo método específico de trabajo. No actúa ni actuará en forma
estereotipada en sus operaciones.
8:3–9. La estrategia para la captura de Hai fue ingeniosa. Colocaron una emboscada …
detrás (al occidente) de la ciudad. Fue Dios mismo quien dijo a Josué que hiciera esto (vv. 2, 8).
Para realizar ese plan, se necesitaban tres grupos de soldados. El primero fue un contingente de
guerreros valientes que salieron de noche para esconderse al occidente, no muy lejos de la
ciudad de Hai. Su tarea era entrar rápidamente a la ciudad y prenderle fuego mientras sus
defensores salían a perseguir al ejército de Josué. Ese grupo estaba formado por treinta mil
hombres y aunque parece que eran demasiados para encontrar escondite cerca de la ciudad, en la
región había grandes rocas que permitieron que todos ellos quedaran fuera de la vista de los
habitantes.
8:10–11. El segundo grupo era el ejército principal, el cual salió muy de mañana, viajando
aprox. 24 kms. desde Gilgal y acamparon a plena vista de los habitantes, al norte de Hai. Sin
duda, el grupo se componía de muchos miles de soldados. Dirigidos por Josué, ese ejército actuó
como carnada para hacer que los defensores de Hai salieran de la ciudad.
8:12–13. El tercer contingente preparó otra emboscada de cinco mil hombres que tomaron
su posición entre Bet-el y Hai para evitar que refuerzos procedentes de Bet-el ayudaran a los
hombres de Hai. Josué se apostó en un valle que estaba al norte de Hai, en un cañón profundo
que había entre las montañas.
8:14–22. El plan funcionó a la perfección. Cuando el rey de Hai vio al ejército de Israel,
mordió el anzuelo. Al salir a perseguir a los israelitas, los cuales fingieron que habían sido
derrotados, la ciudad de Hai quedó desprotegida. A la señal de Josué, las otras tropas se
apresuraron a entrar a la ciudad y a prenderle fuego. Los hombres de Hai se consternaron por
completo al ver las llamaradas de fuego y el humo que subía al cielo procedente de su ciudad.
Antes de que pudieran recuperarse de la impresión, fueron capturados y destruidos por los
israelitas, quienes atacaron por los dos frentes.
8:23–29. Cuando los israelitas acabaron de matar a todos los soldados de Hai, el ejército
entró de nuevo a la ciudad y mató a todos sus moradores. En total, mataron a doce mil personas
entre militares y civiles. Los soldados de Israel tomaron los despojos de la ciudad como Dios
les había dicho (v. 2) y ésta se convirtió en un montón de escombros. El rey de Hai, que no fue
ejecutado, fue colgado de un madero hasta caer la noche, en que fue sepultado bajo un montón
de piedras (cf. la sepultura similar de Acán, 7:26). El cuerpo del rey fue bajado del madero al
atardecer, tal y como Dios ordenó (Dt. 21:22–23; cf. Jos. 10:27).
Israel obtuvo esa gran victoria porque había sido restaurado el favor de Dios para con ellos.
Después de la derrota, Dios les dio otra oportunidad. Para el Señor, una derrota o error no es el
fin del servicio de un creyente.
c. Secuelas de la batalla (8:30–35)
8:30–31. Después de la victoria en Hai, Josué hizo algo extraño y muy tonto militarmente
hablando. En vez de asegurar ese territorio, que era el centro de la tierra prometida buscando más
triunfos, dirigió al pueblo a que hiciera una reflexión espiritual. ¿Por qué? Simplemente porque
Moisés … lo había mandado (Dt. 27:1–8).
Sin demora, Josué llevó desde Gilgal a los hombres, mujeres, niños y ganado hacia el norte,
en el valle del Jordán, al lugar divinamente indicado: el monte Ebal (Jos. 8:30) y el de Gerizim
(v. 33), que estaban en Siquem. El recorrido de aprox. 48 kms. no fue difícil o peligroso, ya que
no era un zona muy poblada. Pero, ¿cómo evitaron los israelitas un enfrentamiento con los
hombres de la ciudad de Siquem, fortaleza que protegía la entrada del valle que estaba entre las
dos montañas?
En la Biblia no se registran todas las batallas de la conquista y es posible que se omitiera la
captura de Siquem. O quizá en ese tiempo la ciudad tenía gobernadores pacíficos, o tal vez se
rindieron sin resistencia alguna. Pero ¿por qué se escogió ese lugar? Esas montañas están
ubicadas en el centro geográfico de la tierra y desde cualquier cima, se podía ver una buena parte
de la tierra prometida. Por tanto, en ese lugar, que representaba toda la tierra, tanto al momento
de entrar a Canaán como cuando su mandato ya estaba por llegar a su fin (cf. 24:1), Josué retó al
pueblo a renovar sus votos pactales con el Señor.
Las ceremonias religiosas solemnes y llenas de significado incluían tres cosas. Primero,
levantaron un altar de piedras enteras sobre el monte Ebal e hicieron sacrificios (incluyendo
holocaustos … y ofrendas de paz; cf. Lv. 1:3) a Jehová. Habían caído Jericó y Hai, donde se
adoraba a los dioses falsos de los cananeos; ahora Israel adoraba públicamente y proclamaba su
fe en el único Dios verdadero.
8:32. Segundo, Josué preparó unas piedras grandes. Escribió sobre ellas una copia de la ley
de Moisés, aunque no se menciona qué parte de ella se inscribió. Algunos sugieren que sólo se
incluyeron los diez mandamientos, otros piensan que por lo menos incluía todo el contenido de
Deuteronomio 5–26. En el Medio Oriente, los arqueólogos han descubierto columnas o lápidas
de aprox. 2 a 3 mts. con inscripciones similares. La inscripción del Behistun encontrado en Irán,
es tres veces más grande que Deuteronomio.
8:33–35. Tercero, Josué … leyó … la ley a los israelitas. La mitad de ellos estaba al sur, en
las laderas del monte Gerizim, … la otra mitad al norte, en el monte Ebal y el arca del pacto
estaba en el valle, al centro, rodeada por los sacerdotes. Conforme se fueron leyendo las
maldiciones de la ley, las tribus que estaban en el monte Ebal fueron respondiendo a cada una:
“¡Amén!”. Y mientras se leían las bendiciones, las tribus que estaban en el monte Gerizim
respondían: “¡Amén!” (Dt. 11:29; 27:12–26). El gran anfiteatro natural que aún existe ahí,
permitió que el pueblo escuchara todas y cada una de las palabras. Con toda sinceridad, Israel
aseguró que la ley del Señor sería realmente la ley de la tierra.
A partir de este punto, toda la historia de los judíos ha dependido de su actitud hacia la ley
que escucharon aquel día. Cuando la obedecían, había bendición; cuando la desobedecían, había
castigo (cf. Dt. 28). Es trágico que las afirmaciones hechas en esa ocasión tan importante se
olvidaran tan pronto.

C. Campaña del sur (caps. 9–10)


El error que Israel cometió de no consultar al Señor fue uno de los principales factores que
condujeron a la derrota en Hai. La falta de dependencia en el Señor de sus líderes estaba por
desatar otra crisis.
Todo sucedió cuando menos lo esperaban. El pueblo acababa de regresar al campamento de
Gilgal después de escuchar la ley de Dios en los montes Ebal y Gerizim. Gran parte de la ley fue
inscrita en piedras, e Israel confirmó su disposición de obedecer la palabra de Dios. Ese fue un
tiempo de victoria espiritual; y también para que Satanás los atacara sutilmente. Cuando el
pueblo de Dios piensa que “ya la hizo” está más vulnerable a las asechanzas del enemigo.
Esta historia se desarrolla en los siguientes dos capítulos del libro de Josué—la alianza con
los gabaonitas (cap. 9) y la defensa de las gabaonitas (cap. 10).
1. ALIANZA CON LOS GABAONITAS (CAP. 9)
a. Astucia de los gabaonitas (9:1–15)
9:1–2. Las victorias de Israel sobre Jericó y Hai provocaron que toda la región se uniera para
tomar acción. Estos vv. preparan al lector para las campañas de conquista en el norte y en el sur
que se describen en los caps. 10 y 11.
Los reyes atemorizados están agrupados según tres zonas geográficas: Los que estaban en
las montañas del centro de Palestina, los que estaban en los llanos (valles o tierras bajas), y los
de la costa que se extendía al norte hasta llegar a Líbano. Debido a la exitosa estrategia de Josué
de dividir la tierra en dos colocándose entre las dos mitades, los reyes no lograron unirse para
formar una sola fuerza militar como lo habían planeado.
Sin embargo, sí llegaron a formar confederaciones poderosas al norte y al sur. Se firmaron
treguas entre las tribus que estaban en guerra y los que antes habían sido enemigos a muerte, se
unieron para hacer frente a la fuerza invasora del pueblo de Dios.
9:3. No todos los enemigos de Israel querían pelear. Los gabaonitas estaban convencidos de
que nunca podrían derrotar a Israel en la guerra, así que buscaron la paz. Ubicada en la región
montañosa, a sólo 9 kms. al noroeste de Jerusalén y aprox. a la misma distancia al suroeste de
Hai, la de Gabaón era conocida como “una ciudad importante” (10:2). Era cabeza de una
confederación pequeña formada por tres pueblos vecinos (cf. 9:17).
9:4–6. Después de una reunión de consejo, idearon el plan de mandar emisarios a Josué
disfrazados como viajeros cansados y harapientos que habían venido de un largo viaje. Una
mañana llegó al campamento de los israelitas en Gilgal, esta extraña delegación llevando
cueros … de vino … viejos y parchados, con zapatos viejos de suelas gastadas, con vestidos
viejos, sucios y rasgados, y con pan … seco y mohoso. Al ir pasando los visitantes por en medio
de la gente para llegar hasta Josué, seguramente todos se preguntaban quiénes serían esos
extraños, de dónde venían y por qué estaban ahí.
Las respuestas que dieron los gabaonitas a Josué fueron falsas. Le dijeron: Nosotros venimos
de tierra muy lejana; haced, pues, ahora alianza con nosotros. Pero, ¿por qué hicieron énfasis
en que venían de un país lejano y por qué se vistieron de forma engañosa para “probarlo”?
Aparentemente los gabaonitas conocían las estipulaciones de la ley mosaica que permitían a
Israel hacer paz con ciudades que estuvieran a una distancia considerable, pero exigía que
arrasara por completo a las ciudades de las siete naciones de los cananeos (Dt. 20:10–18; 7:1–2).
9:7. Al principio, Josué y su gabinete tuvieron serias dudas y no estaban convencidos por
completo. Les respondieron diciendo: Quizá habitáis en medio de nosotros. Estuvo bien que
dudaran y estuvieran alerta, porque las cosas no siempre son lo que parecen. Los malvados
frecuentemente quieren aprovecharse de los justos.
Los viajeros de Gabaón eran llamados heveos (cf. 11:19). Descendían de Canaán, hijo de
Cam (Gn. 10:17). Posiblemente los heveos también eran llamados horeos (en Gn. 36:2 a Zibeón
se le llama heveo y en Gn. 36:20 se le llama horeo).
9:8–13. Josué hizo preguntas para indagar más y los astutos gabaonitas procedieron a contar
su falsa historia. Insistieron en que venían desde muy lejos para presentar sus tributos al
poderoso Dios de los israelitas, con objeto de que pudieran vivir en paz como siervos de Israel.
Ya se habían divulgado las noticias de lo que Dios había hecho por los israelitas en Egipto
(probablemente las plagas y el paso del mar Rojo (de los “Juncos” o “Carrizos”) y de las
victorias de Dios sobre Sehón y Og (Nm. 21:21–25; Dt. 2:26–3:11). Sin embargo, es interesante
que no mencionaran los triunfos recientes sobre Jericó y sobre Hai, ya que como supuestamente
venían de un país lejano, no podían estar enterados de esas batallas. Siguieron elaborando su
farsa, y presentaron sus credenciales—el pan mohoso, los cueros de vino remendados, los
vestidos rasgados y los zapatos gastados—lo cual hizo que desaparecieran las sospechas de
Josué y los líderes.
9:14–15. Los hombres líderes de Israel fueron engañados por la estrategia astuta de los
gabaonitas y decidieron hacer una alianza formal con ellos. Pero Josué y los israelitas
cometieron por lo menos dos errores. Primero, al examinar las provisiones de ellos, las
aceptaron como evidencia a pesar de ser cosas muy dudosas. Si los visitantes hubieran sido
verdaderos embajadores con poder para formar alianzas con otra nación, deberían haber
presentado credenciales más sustanciales. Fue necio de parte de Josué no requerirlas.
La segunda y tal vez la principal razón del fracaso de Israel se menciona en el v. 14: Los
líderes no consultaron a Jehová; no buscaron la dirección de Dios. ¿Pensó Josué que la
evidencia era tan contundente que no necesitaban el consejo de Jehová? ¿Pensó que el asunto era
demasiado rutinario o trivial para “molestar” a Dios? Cualquiera que haya sido la causa, fue un
error confiar en su propio juicio y hacer sus planes. Esto es igualmente cierto para los creyentes
de todos los tiempos (Stg. 4:13–15).
b. Descubrimiento de la farsa (9:16–17)
9:16–17. A los tres días, los israelitas se dieron cuenta de que los habían “engañado”, ya que
los gabaonitas vivían a sólo 40 kms. de Gilgal, en territorio cananeo, y no venían de un país
lejano. Una comisión exploradora confirmó su fraude al descubrir la ubicación cercana de
Gabaón y sus tres ciudades dependientes. “El labio veraz permanecerá para siempre; mas la
lengua mentirosa sólo por un momento” (Pr. 12:19). Tarde o temprano, el engaño y la mentira
quedan expuestas. La verdad siempre triunfa.
c. Decisión de los líderes (9:18–27)
9:18–19. ¡Cuán enojados estaban los hijos de Israel cuando descubrieron que habían sido
timados! En verdad, el pueblo quería hacer a un lado la alianza y destruir a los gabaonitas, pero
Josué y su gabinete declararon que el engaño de los enemigos no podía anular el acuerdo. El
trato era sagrado, porque se había ratificado por medio de un juramento en el nombre de Jehová
Dios de Israel (cf. v. 15); quebrantar tal pacto provocaría la ira divina sobre Israel. Una tragedia
similar ocurrió después, durante el reinado de David, porque Saúl no respetó este juramento (cf.
2 S. 21:1–6).
9:20–27. Josué y los príncipes eran hombres íntegros, que cumplían su palabra. Aunque se
sentían humillados por lo ocurrido, no querían ocasionar deshonra a Dios y al pueblo al
quebrantar el acuerdo de paz. Sin embargo, aunque Israel no podía retractarse de su juramento,
los engañadores debían ser castigados. Por lo tanto, Josué habló a los gabaonitas, los reprendió
por su falta de honestidad y les anunció que serían malditos y que vivirían en esclavitud
perpetua. Esa opresión consistiría en que se convertirían en los leñadores y aguadores de los
israelitas. Para evitar que la idolatría de los gabaonitas se infiltrara en la religión de Israel, su
trabajo debía ser realizado exclusivamente en relación con el tabernáculo, donde estarían
expuestos a la adoración del único Dios verdadero.
De esta manera, los gabaonitas perdieron lo que esperaban ganar. Querían desesperadamente
conservar su libertad; y al final se convirtieron en esclavos. Pero la maldición llegó a ser una
bendición. Fue a favor de los gabaonitas que Dios hizo un milagro (cf. 10:10–14). Después se
levantó el tabernáculo en Gabaón (2 Cr. 1:3); y posteriormente, algunos gabaonitas ayudaron a
Nehemías a reconstruir el muro de Jerusalén (Neh. 3:7). Así es la gracia de Dios. Hasta en
nuestros días, él puede convertir la maldición en bendición. Aunque es cierto que por lo general
las consecuencias naturales del pecado deben tomar su curso, la gracia de Dios no sólo puede
perdonar, sino que también pasa por alto los errores y obtiene bendición de los pecados y
fracasos.

2. DEFENSA DE LOS GABAONITAS (CAP. 10)


a. Causa del conflicto (10:1–5)
10:1–2. Repentinamente, la atención cambia de Gabaón a Jerusalén, que estaba a 8 kms. al
sur. El rey Adonisedec fue presa del pánico, y con justa razón. Con la traición de los gabaonitas,
los israelitas habían logrado completar un arco en la tierra, comenzando en Gilgal, pasando por
Jericó y Hai hasta un punto cercano que estaba a pocos kms. al noroeste de Jerusalén. La
escritura ya estaba grabada en la pared. La seguridad de Jerusalén estaba severamente
amenazada. Si el avance de las tropas israelitas continuaba sin obstáculos, Jerusalén pronto sería
rodeada y capturada.
10:3–4. Así que el rey de Jerusalén envió un mensaje urgente a otros cuatro reyes de la
parte sureña de Canaán, enfatizando el hecho de que Gabaón había hecho paz con … Israel, lo
cual significaba traición, y por lo tanto, era condenable. Esto podría preparar el camino para que
otras ciudades se rindieran de la misma manera. Era una señal de guerra. Debía tomarse acción
inmediata en contra de Gabaón.
10:5. La respuesta no tardó en llegar. Poco tiempo después se juntaron las fuerzas armadas
de cinco reyes para formar la confederación del sur para poner sitio a Gabaón. Los reyes eran
de los amorreos, i.e., de la región montañosa de Canaán (cf. V. el comentario de Gn. 14:13–16).
b. Desarrollo del conflicto (10:6–15)
10:6. Confrontados con la amenaza de ser masacrados, los moradores de Gabaón enviaron
a un mensajero a Josué … en Gilgal con una insistente petición de ayuda para contrarrestar al
imponente ejército que los estaba presionando.
¿Por qué tendría Josué que acceder a esa solicitud proveniente del mismo pueblo que lo
engañó? ¿Por qué no simplemente se hizo a un lado y dejó que los cananeos pelearan entre sí? Si
lo hubiera hecho así, habría eliminado la evidencia de su fracaso al entrar en pacto con los de
Gabaón.
10:7–8. Por la reacción inmediata de Josué, es evidente que esta no era una opción para él.
Algunos sugieren que más bien, es una prueba de que el pacto entre Israel y los gabaonitas era de
defensa mutua. Sin embargo, el registro escritural no lo menciona. Por otro lado, es absurdo
pensar que Israel se comprometiera a rescatar a una nación “lejana”, lo cual dieron por sentado
cuando se realizó el tratado entre ellos y los gabaonitas.
El motivo por el cual Josué respondió de esa forma, está relacionado con su estrategia
militar. Hasta ese momento, el ejército de Israel había atacado una ciudad fortificada a la vez,
que era un procedimiento largo y difícil si querían conquistar toda la tierra de Canaán. Pero
ahora, Josué sentía que esa era la oportunidad estratégica que necesitaba. Todo el ejército de las
fuerzas de los amorreos estaba acantonado en un campo abierto fuera de Gabaón. Si Israel
alcanzaba la victoria en ese sitio, acabaría con las fuerzas enemigas de la región. Además, Dios
aseguró a Josué que no debía tener temor de ellos (cf. 1:9; 8:1) porque él le daría el triunfo.
Josué reunió los hombres valientes y marcharon 40 kms. desde Gilgal hasta Gabaón
durante la noche. Aquel fue un recorrido extenuante, ya que ascendieron aprox. 1,100 mts. por
un terreno difícil. No tuvieron tiempo para descansar. Aunque fatigadas, las tropas tenían que
enfrentar a un enemigo poderoso. Ciertamente Dios tendría que intervenir, si no, serían
derrotados.
10:9–10. Motivado por la promesa divina de victoria, Josué dirigió a sus soldados en un
ataque sorpresivo sobre las fuerzas de los amorreos del sur, probablemente cuando todavía estaba
oscuro. El enemigo cayó presa del pánico y después de oponer una débil resistencia, en la que
muchos hombres quedaron muertos, se dieron por vencidos y se llenaron de consternación,
huyendo despavoridos hacia el occidente. En su escape, atravesaron un camino angosto y bajaron
al valle de Ajalón, hasta donde los persiguieron los israelitas. Esa no fue la única vez que el
camino que bajaba de las montañas centrales se usaba como ruta de escape. En 66 d.C., el
general romano Cestius Gallus recorrió ese camino descendente cuando iba huyendo de los
judíos.
10:11. Sin embargo, los amorreos no pudieron escapar. Jehová usó las fuerzas de la
naturaleza (enviando grandes … piedras de granizo) para derrotar al enemigo. El granizo cayó
con tal precisión, que los que murieron por la granizada fueron más … que los que murieron a
espada.
Todo este pasaje provee una ilustración impactante de la relación que hay entre los factores
humanos y divinos para obtener la victoria. Los vv. 7–11 hablan alternadamente de Josué (e
Israel) y el Señor. Todos tuvieron una parte importante en el conflicto. Los soldados tenían que
pelear, pero Dios les dio la victoria.
10:12. El día en que se libró la batalla de Bet-horón se estaba terminando. Josué estaba
fatigado y sabía que la persecución contra el enemigo sería larga y extenuante. El líder militar
contaba con sólo doce horas de luz para pelear. Era obvio que necesitaría más tiempo para ver
realizada la promesa de Dios (v. 8) y para que pudiera exterminar a sus adversarios. Por lo tanto,
Josué hizo una petición bastante extraña a Jehová diciendo: Sol, deténte en Gabaón; Y tú,
luna, en el valle de Ajalón.
10:13–15. Cuando Josué hizo su oración, era el mediodía, y el sol estaba alumbrando
directamente sobre su cabeza. La luna estaba en el horizonte. Dios contestó rápidamente su
petición. Josué oró con fe y el resultado fue un milagro grandioso. Sin embargo, el registro de
ese milagro ha sido llamado el ejemplo más contundente del conflicto que hay entre las
Escrituras y la ciencia, porque es bien sabido que la noche y el día no son resultado del
movimiento del sol alrededor de la tierra, sino que la luz y la oscuridad son ocasionadas por la
rotación de la tierra sobre su propio eje y porque gira alrededor del sol. Entonces, ¿por qué se
dirigió Josué al sol en vez de a la tierra? Simplemente porque estaba usando el lenguaje de la
observación. Habló desde la perspectiva de la apariencia de las cosas como se ven desde la tierra.
Hoy en día, las personas hacen lo mismo, aún en la comunidad científica. Los almanaques y
diarios registran los horarios de la salida y puesta del sol, y nadie los acusa de errar
científicamente.
Sin embargo, el “día largo” de Josué 10 debe explicarse. ¿Qué fue lo que realmente sucedió
aquel día tan peculiar? Hay muchas respuestas (un eclipse solar, nubes sobre el sol, una
refracción de los rayos solares, etc.). Parece que la mejor explicación es que en respuesta a la
oración de Josué, Dios ocasionó que la velocidad de rotación de la tierra bajara de tal modo, que
hizo una rotación completa en 48 horas en vez de 24. Aparentemente este punto de vista se apoya
en el poema que se encuentra en los vv. 12b–13a y por la prosa del v. 13b. (El libro de Jaser es
una colección literaria hebr. que fue escrita en forma poética para reconocer los logros de los
líderes de Israel; cf. la endecha de David a Saúl en 2 S. 1:17–27).
Dios detuvo los efectos cataclísmicos que hubieran ocurrido naturalmente, tales como el
surgimiento de enormes mareas y que los objetos volaran por todas partes. La evidencia de que
la rotación de la tierra simplemente bajó de velocidad se encuentra en las palabras finales de
Josué 10:13: El sol se paró … casi un día entero. Por tanto, la tierra no avanzó con normalidad
y tardó en llegar a el ocaso; i.e., su movimiento desde el mediodía hasta el anochecer fue
notablemente lento, dando a Josué y a sus soldados suficiente tiempo para completar su
victoriosa batalla.
Un detalle importante que no debe soslayarse es que el sol y la luna eran las deidades
principales de los cananeos. Los dioses de los cananeos fueron forzados a obedecer a causa de la
oración de Josué. El descontrol de sus dioses debió haber provocado gran temor y molestia a los
cananeos. El secreto del triunfo de Israel sobre la confederación de los cananeos se encuentra en
las palabras, ¡porque Jehová peleaba por Israel! En respuesta a la oración, Israel experimentó
una intervención dramática de Dios a su favor y la victoria fue contundente.
c. Culminación del conflicto (10:16–43)
10:16–24. Josué aprovechó ese largo día y continuó persiguiendo a su enemigo. Los cinco
reyes fuertes y sus ejércitos habían abandonado sus ciudades fortificadas para pelear contra
Israel en campo abierto. Ahora, Josué estaba determinado a evitar que regresaran a sus ciudades
amuralladas. Cuando escuchó las noticias de que los cinco reyes se habían escondido en una
cueva, Josué no se entretuvo con ellos, sino que persiguió vigorosamente a los soldados
amorreos, matando a todos, menos a unos pocos que se metieron en las ciudades fortificadas.
Después regresó a la cueva que estaba custodiada, sacó a los reyes y los ejecutó. Pero primero,
siguiendo una costumbre de los conquistadores orientales, a menudo descrita en los monumentos
egipcios y asirios, Josué dio instrucciones a sus principales hombres de guerra para que
pusieran sus pies sobre los cuellos de los reyes. Este era símbolo de subyugación total del
enemigo derrotado.
10:25–27. Después, Josué, utilizando las mismas palabras que Dios le había hablado, animó
a sus soldados a no temer (cf. 1:9; 8:1) sino a ser fuertes y valientes (cf. 1:6–7, 9). El triunfo
sobre los reyes amorreos fue un atisbo de las victorias futuras que Israel tendría en Canaán, y
Josué dijo respecto a esto: así hará Jehová a todos vuestros enemigos contra los cuales
peleáis. Josué mató a los reyes y sus cuerpos fueron colgados y expuestos hasta caer la noche
(cf. 8:29). Después fueron echados en la cueva, misma que fue bloqueada por grandes piedras,
como se había hecho anteriormente (10:18). Esas rocas llegaron a ser otro monumento para
conmemorar la marcha victoriosa de Israel sobre Canaán.
10:28–39. La derrota de los cinco reyes y sus ejércitos aseguró la conquista definitiva del sur
de Canaán. En una serie de ataques rápidos, Josué invadió los centros militares claves para
incapacitar a cualquier fuerza militar que hubiera. Primero, tomó … Maceda (v. 28), después,
Libna (v. 29), Laquis (v. 31), y Eglón (v. 34). Esas ciudades, que se extendían de norte a sur,
custodiaban las vías de acceso al altiplano del sur. Siglos después, tanto Senaquerib como
Nabucodonosor siguieron la misma estrategia en sus ataques contra Judá.
A continuación, Josué entró al centro de la región sureña y tomó las dos ciudades
amuralladas principales, Hebrón (v. 36) y Debir (v. 38). (V. “Josué derrota de los cinco reyes”,
en el Apéndice, pág. 285.)
Sin embargo, Jerusalén y Jarmut, dos de los cinco estados confederados (v. 5) no se
mencionan. Tampoco se explica la razón de que no se incluya el relato de la derrota de la ciudad
de Jarmut. En cuanto a Jerusalén, sin duda las tropas de Israel estaban demasiado cansadas como
para realizar esa tarea tan difícil cuando iban de regreso a su campamento de Gilgal.
Posteriormente, esa “isla” pagana que dejaron en la tierra sería un problema para las tribus de
Judá y Benjamín hasta que fue conquistada definitivamente por David (2 S. 5:7).
10:40–43. La extensión de la campaña de Israel en el sur se resume en los vv. 40–41 (cf.
11:16). Toda la tierra de Gosén, no el Gosén de Egipto (Gn. 45:10; 46:34; 47:1, 4, 6),
probablemente se refiere a la zona que había alrededor de Debir al sur de Canaán. Un pueblo
llamado Gosén era uno de los once pueblos “de la región montañosa” que incluía a Debir (Jos.
15:48–51). Quizá la región se llamaba así por estar cerca de ese pueblo. Las impresionantes
victorias registradas en Josué 10 se hacen creíbles debido a la declaración final: Todos estos
reyes y sus tierras los tomó Josué de una vez; porque Jehová el Dios de Israel peleaba por
Israel.
Con esa confianza, Josué y su ejército regresaron a Gilgal a hacer preparativos para terminar
su tarea.

D. Campaña del norte (11:1–15)


Después de terminar la extenuante campaña militar en el sur, Josué no tuvo un período
prolongado de recuperación antes de enfrentarse a un reto aún mayor, la coalición masiva de
fuerzas del norte. Pero de todos modos, estaba dispuesto a enfrentar ese desafío.
El líder de Israel era tanto un genio militar como un gigante espiritual. Militarmente, sus
tácticas eran resultado de su vasta experiencia: (1) Todas sus batallas eran ofensivas. Cuando se
enteraba de que se avecinaba una batalla, él atacaba primero. (2) Con frecuencia echó mano del
elemento sorpresa (e.g., contra los cinco reyes amorreos cuando sitiaban Gabaón, 10:9; contra
muchos reyes en las aguas de Merom, 11:7; y contra Hai cuando hizo caer en la trampa al
enemigo, 8:14–19). (3) Además, mandó a sus soldados a aniquilar a los enemigos que huían para
evitar que llegaran a sus ciudades (10:19–20).
Espiritualmente, Josué fue ejemplo para su pueblo: honró la promesa que los espías habían
hecho a Rahab; respetó su pacto con los gabaonitas mentirosos; y aunque pudo haber usado su
posición para obtener ganancias personales, no lo hizo.
Con un líder así al frente de los asuntos de Israel, finalmente iniciaron la etapa final de la
conquista.

1. LA CONFEDERACIÓN (11:1–5)
11:1–3. Los triunfos aplastantes de Josué en el sur, provocaron alarma entre los reyes que
estaban en la región del norte. Jabín rey de Hazor, en una acción desesperada, organizó una
estrategia para detener el avance de la conquista de la tierra por el ejército de Israel. Sin duda
hubiera tenido más éxito de haberse unido a la coalición de Adonisedec (10:1–3), y hubiera
avanzado desde el norte hasta encontrarse con las fuerzas del sur para así despedazar a Israel en
Gabaón. Pero Dios detuvo a Jabín de realizar esa táctica, por lo que el rey reaccionó con rapidez,
pero demasiado tarde, ante la crisis y se llenó de pánico.
De inmediato, los mensajeros se dispersaron hacia el norte, sur, este y oeste llevando
mensajes con un llamado urgente para que se levantaran en armas. Esa situación fue similar a la
de Saúl, cuando convocó a Israel para seguirlo a Jabes de Galaad. En esa ocasión, mató un par de
bueyes y mandó los pedazos a cada uno de ellos con mensajeros que exclamaban: “Así se hará
con los bueyes del que no saliere en pos de Saúl y en pos de Samuel” (1 S. 11:7). Cineret (Jos.
11:2; cf. 13:27; 19:35; Nm. 34:11; Dt. 3:17; 1 R. 15:20) es el nombre antiguo que se daba al mar
de Galilea y también de un pueblo que se encuentra en la orilla del lago. Ese nombre significa
arpa, refiriéndose a la forma de arpa del lago. En el N.T., a veces se llama al mar de Galilea lago
Genesaret, trad. gr. de la palabra hebr. Cineret (e.g., Lc. 5:1).
11:4–5. Aunque no existía una gran amistad entre los reyes del norte, la amenaza de ser
exterminados los forzó a formar una alianza. Los ejércitos unidos se apostaron a pocas millas al
noroeste del mar de Galilea, en una planicie cerca de las aguas de Merom.
El ejército combinado era impresionante. No sólo incluía un número de soldados como la
arena que está a la orilla del mar, sino que además tenían muchos caballos y carros de
guerra. Josefo, historiador judío del primer siglo d.C., especulaba que esa confederación del
reyes del norte consistía de 300,000 soldados de infantería, 10,000 tropas de caballería y 20,000
carros de guerra.
Las posibilidades de ganar de los israelitas parecían casi nulas. ¿Cómo podía pensar Josué
que triunfaría en esa batalla?

2. EL CONFLICTO (11:6–15)
La multitud de cananeos estaba atrincherada cerca de las aguas de Merom (v. 5). Es probable
que su plan, después de organizar los destacamentos y explicar las estrategias, era bajar por el
valle del Jordán y atacar a Josué en Gilgal. Pero Josué no esperó a que la batalla viniera a él y
comenzó a marchar hacia Merom, haciendo un recorrido de cinco días desde su cuartel general.
Mientras avanzaban, tuvo mucho tiempo para pensar en el enorme ejército que los esperaba. Sin
duda, temblaba al imaginar la tremenda batalla que tendrían que librar.
11:6. Fue entonces que Dios le habló. La promesa que dio a Josué fue específica y clara: No
tengas temor de ellos (cf. 1:9; 8:1), porque mañana a esta hora yo entregaré a todos ellos
muertos delante de Israel. Eso era justo lo que Josué necesitaba y se aferró por completo a la
promesa de Dios, creyendo que él les daría la victoria sobre su poderoso enemigo.
Específicamente, Dios dijo a Josué: desjarretarás sus caballos (i.e., debía cortarles los tendones
de las patas) y sus carros quemarás a fuego (cf. el comentario de 11:9).
11:7–9. La batalla se llevó a cabo en dos etapas. Al día siguiente, Josué sorprendió a su
enemigo, atacándolo junto a las aguas de Merom. Después, lo persiguieron hacia el oeste, hasta
la costa (hasta Sidón la grande y … Misrefotmaim), y al oriente, hasta el llano de Mizpa.
Josué siguió las instrucciones de Dios (v. 6) al pie de la letra y mató a todos sus enemigos,
quemó sus carros y desjarretó sus caballos.
Pero, ¿por qué ordenó Dios el acto tan drástico de quemar los carros y desjarretar los
caballos? Porque los cananeos usaban a los caballos en sus cultos paganos (y más tarde también
lo hizo Judá; cf. 2 R. 23:11). También existía el peligro de que Israel depositara su confianza en
las nuevas armas de guerra y no en el Señor. El salmista David declaró: “Estos confían en carros,
y aquéllos en caballos, mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria”
(Sal. 20:7).
11:10–14. En la segunda etapa de la batalla del norte de Canaán, Josué regresó, después de
haber perseguido al ejército enemigo, y capturó todas las ciudades de los reyes derrotados. Sin
embargo, Hazor se reservó para darle un trato especial, probablemente porque era la ciudad más
grande de la antigua Palestina (ocupaba una región de 80 hectáreas, Meguido tenía 5.6 y Jericó
sólo 3.3). Hazor dominaba varios ramales de un antiguo camino que iba desde Egipto hasta
Siria, llegando a Asiria y Babilonia. Debido a ello, tenía una posición estratégica. La ubicación
privilegiada de esa ciudad, que estaba en medio de las rutas comerciales, contribuía en gran
manera a su riqueza. De entre las ciudades del norte, sólo Hazor fue sitiada y quemada. Aunque
Josué pudo haber decidido no destruir a las otras ciudades con el fin de usarlas más adelante para
los israelitas, optó por hacer de Hazor un ejemplo. Era la capital de todos estos reinos
(ciudades-estado) y la que convocó a todos sus ejércitos. Si la gran Hazor no podía escapar de ser
destruida, los cananeos tendrían que reconocer que cualquier otra ciudad podía ser destruida por
decreto de Josué.
11:15. Así fue como se obtuvo el triunfo decisivo en el norte. La clave fue la obediencia a
Dios. Josué lo hizo, sin quitar palabra de todo lo que Jehová había mandado a Moisés.

E. Resumen de los triunfos (11:16–12:24)


Oficialmente, la victoria en el norte fue el final de la conquista. Sin embargo, antes de asentar
el registro de cómo fue repartida la tierra entre las tribus, el autor hace una pausa para repasar y
resumir el alcance de los triunfos de Israel en Canaán. Aquí incluye una descripción de las áreas
geográficas conquistadas (11:16–23) y una lista de los reyes derrotados (cap. 12).

1. ÁREAS CONQUISTADAS (11:16–23)


11:16–17. Las batallas que libraron Josué y sus tropas se extendieron de frontera a frontera,
de sur a norte y de oriente a occidente. Toda aquella tierra, las montañas, todo el Neguev,
toda la tierra de Gosén, los llanos, el Arabá, y las montañas de Israel, se refieren a las
secciones centrales y sureñas de la tierra (cf. 10:40). “El Neguev” es el territorio desierto que
está al suroeste del mar Muerto y “el Arabá” es la depresión del valle del Jordán que se encuentra
al norte y sur del mar Muerto. El monte Halac está en la región sur del desierto; Baal-gad (se
desconoce la ubicación exacta) estaba en el extremo norte, en la llanura del Líbano, quizá a
48–64 kms. al norte del mar de Galilea.
11:18–20. El período de la conquista duró mucho tiempo. La victoria no fue fácil ni rápida;
rara vez es así. Sin embargo, en todos los enfrentamientos militares sólo una ciudad, Gabaón
buscó la paz. El resto de ellas fue tomado en guerra, porque Dios endurecía el corazón de ellos
(cf. el comentario de Éx. 4:21; 8:15) para pelear contra Israel y ser destruidos. Había expirado el
período de gracia para los cananeos. Habían pecado contra la verdad revelada de Dios a través de
la naturaleza (Sal. 19:1; Ro. 1:18–20), de la conciencia (Ro. 2:14–16) y de los recientes milagros
del mar Rojo (de los “Juncos” o “Carrizos”), del río Jordán y de Jericó. Antes de castigarlos, el
Dios soberano confirmó que esa gente contumaz seguía teniendo un corazón necio lleno de
incredulidad.
11:21–22. Se hace una mención especial de los anaceos, los gigantes que habían aterrado a
los espías enviados 45 años antes (Nm. 13:33; cf. el comentario de Jos. 14:10), de quienes se
preguntó: ¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac? (Dt. 9:2) Pero bajo el liderazgo de
Josué, esos supuestos enemigos invencibles fueron destruidos completamente. Solamente
quedaron unos pocos en las ciudades remotas de Gaza … Gat y … Asdod—que después
resultó ser un error de Josué, porque en el tiempo de David, Goliat vino de Gat a desafiar a Israel
y a Dios (1 S. 17).
11:23. La sección concluye con una declaración que resume el libro de Josué como un todo.
Tomó, pues, Josué toda la tierra (cf. v. 16). Esas palabras miran hacia atrás y condensan la
historia de la conquista que se narra en los caps. 1–11. Y la entregó Josué a los israelitas por
herencia conforme a su distribución según sus tribus. Ese comentario apunta hacia adelante, y
resume la distribución de la tierra que se relata en los caps. 13–22.
Pero, ¿cómo se puede entender la frase: “Tomó, pues, Josué toda la tierra”, si más adelante se
escribe que “quedaba mucha tierra por poseer”? (13:1) En la mente de los hebreos, una parte
representa el total. Así que solamente se necesita demostrar que Josué tomó las principales
ciudades de todas las partes de la tierra, para que sea válida la declaración de que ya había
conquistado toda la tierra.
A. J. Mattill, Jr., ha analizado meticulosamente la conquista de Canaán, estudiando las
divisiones geográficas de la tierra y las partes representativas tomadas por Josué (Representative
Universalism and the Conquest of Canaan, “Universalismo Representativo y la Conquista de
Canaán”. Concordia Theological Monthly, “Concordia, Revista Teológica Mensual”, 35, enero
1964:8–17). En ese estudio están incluidos los sitios conquistados en la costa, en las llanuras del
Sefela, la meseta central, el valle del Jordán, y la meseta de Transjordania. Ningún área fue
totalmente ignorada. Ciertamente Josué tomó toda la tierra, como Dios lo había prometido si
obedecía la palabra divina en lugar de la sabiduría humana (cf. 1:8). También V. el comentario
de 21:43–45. Acerca de la declaración final, y la tierra descansó de la guerra (11:23), V. el
comentario de esas palabras en 14:15.

2. REYES CONQUISTADOS (CAP. 12)


El cap. 12 concluye la historia que comenzó en el cap. 1 y da una lista detallada de los reyes
derrotados por Israel. Obviamente, los caps. anteriores sólo registran las batallas más
importantes. Sólo aquí aparece la lista completa de los reyes conquistados. Esto no quiere decir
que Israel ocupó todas esas ciudades. Ciertamente Josué no tenía suficientes hombres como para
dejar una delegación que supervisara cada lugar. Sin duda, Josué esperaba que posteriormente,
las tribus ocuparan esas ciudades.
12:1–6. Primero se registraron los triunfos que obtuvo Moisés al lado oriente del Jordán;
las victorias importantes sobre Sehón y Og. Sehón había gobernado sobre una amplia extensión
de tierra de aprox. 144 kms. de norte a sur desde el arroyo de Arnón, que estaba a la mitad del
mar de Arabá (también llamado el Mar Salado y mar Muerto) hasta el mar de Cineret (V. el
comentario de 11:2). Og gobernaba sobre un territorio que estaba al norte de aprox. 96 kms. y
comenzaba en la frontera norte de Sehón (cf. Nm. 21:21–35; Dt. 2:24–3:17). Ese territorio fue
asignado a las tribus de Rubén, Gad y a la media tribu de Manasés (Nm. 32; cf. Jos. 13:8–13).
(Acerca de Gesur y Maaca, V. el comentario de 13:13).
12:7–24. En esta sección, primero se enumeran 16 reyes cananeos del sur (vv. 9–16) y
después 15 reyes del norte de Canaán (vv. 17–24).
Es sorprendente encontrar este registro de treinta y un reyes en una tierra que de norte a sur
sólo mide aprox. 240 kms. y 80 kms. de ancho. Pero debemos recordar que esos reyes
gobernaban sobre ciudades-estado, y que sólo tenían autoridad local. Aparte de las
confederaciones que surgieron de las uniones de los reyes de Jerusalén (10:1–5) y Hazor
(11:1–5), la falta de un gobierno central en Canaán hizo que la tarea de los israelitas fuera más
fácil.
Con respecto a las victorias de Josué, un escritor declaró: “Nunca ha habido una guerra tan
grande por una causa tan importante. La batalla de Waterloo decidió el destino de Europa, pero
esta serie de batallas en la lejana tierra de Canaán decidió el destino de la humanidad” (Henry T.
Sell, Bible Study by Periods, “Estudio Bíblico por períodos”. Chicago: Fleming H. Revell Co.,
1899, pág. 83).

III. Subdivisión de Canaán (caps. 13–21)


A. Porciones para las dos tribus y media (cap. 13)
Una vez que Israel eliminó la principal amenaza militar de Canaán, Josué, el soldado
envejecido, se convirtió en administrador. La tierra conquistada por medio de tan sangrientas
batallas tenía que ser distribuida entre las diferentes tribus y Josué supervisaría esa importante
comisión. Para su avanzada edad, ese trabajo resultaría menos extenuante y más apropiado.
A mucha gente, le parece tediosa esta sección del libro de Josué, que contiene listas
detalladas de límites y ciudades. Alguien ha dicho: “La mayor parte de esta porción suena como
las estipulaciones de un título de propiedad”. Esto es precisamente lo que se encuentra en la
extensa narración—una descripción legal (según la costumbre de aquellos remotos días) de las
áreas designadas a las 12 tribus. Los títulos de propiedad son documentos importantes, por lo
cual, los que se encuentran en Jos. 13–21 no deben considerarse insignificantes o superfluos.
Aquél fue un momento culminante en la vida de la joven nación. Después de siglos de
esclavitud egipcia, de décadas de peregrinar por el árido desierto, y de años de dura lucha en
Canaán, había llegado la hora en que los israelitas podían por fin establecerse y construir sus
hogares, cultivar sus tierras, levantar a sus familias y vivir en paz en su propia tierra. Los días en
que la tierra se distribuyó, fueron días felices para Israel.

1. ORDEN DIVINA DE REPARTIR LA TIERRA (13:1–7)


13:1a. Como Josué ya era viejo, Dios le mandó que repartiera la tierra que se encontraba al
occidente del Jordán. Ya que Josué murió a la edad de 110 años (24:29), probablemente a esas
alturas tenía por lo menos cien años. La comisión de Dios para Josué incluyó no solamente
conquistar la tierra, sino también distribuirla entre las tribus (cf. 1:6). Por lo tanto, debía darse
prisa en realizar esa tarea.
13:1b–7. La tierra que quedaba aún por poseer se describe de sur a norte e incluye Filistea
(vv. 2–3; V. el comentario acerca de los filisteos en Gn. 21:32), Fenicia (Jos. 13:4), llamada aquí
tierra de los cananeos, pero refiriéndose a los moradores de la costa Siro-Palestina; y el Líbano
(vv. 5–6). Toda esa tierra debía ser repartida entre las nueve tribus … y media restantes. Dios
les había prometido exterminar y sacar a sus enemigos (v. 6).

2. CONCESIÓN ESPECIAL PARA LAS TRIBUS DEL ORIENTE (13:8–33)


13:8–13. Después de esto, Josué fue llamado a reconocer y confirmar lo que ya había hecho
Moisés al otro lado del Jordán, al oriente. Las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de
Manasés, poseían una gran cantidad de ganado y estaban ansiosas por establecerse cerca de los
ricos pastizales ubicados en Transjordania. Pero solamente después de que los varones aceptaron
pelear junto a sus hermanos para ganar Canaán, Moisés les daría su tierra (Nm. 32). En estos vv.
se hace un estudio de la zona de Transjordania (Jos. 13:9–12; cf. 12:1–5). No se menciona la
razón por la cual los hijos de Israel no derrotaron a Gesur y Maaca (mencionados
anteriormente en 12:5). Esas naciones estaban ubicadas en el oriente y nordeste del mar de
Cineret (mar de Galilea).
13:14. Tal como Moisés había indicado (Nm. 35:1–5), la tribu de Leví no recibió un
territorio específico como lo hicieron las otras tribus (cf. v. 33; 14:3–4; 18:7). En lugar de ello,
los levitas recibieron 48 poblados con pastizales para sus rebaños (14:4; 21:41).
13:15–32. Rubén (vv. 15–23) recibió el territorio que había ocupado Moab, al oriente del
mar Muerto. La tribu de Gad heredó la parte central de la región, en la tierra que fue
originalmente de Galaad (vv. 24–28).
El territorio que recibió la media tribu de Manasés (vv. 29–31) fue la fértil meseta de
Basán, al oriente del mar de Cineret.
Siglos antes de que la tierra fuera repartida, Jacob, estando en su lecho de muerte, profetizó
en cuanto a sus hijos. La profecía acerca de su primogénito Rubén fue amenazadora (cf. Gn.
49:3–4; 35:22). Aunque Rubén era el primogénito y merecía una doble porción (Dt. 21:17), no la
recibió él, ni su tribu. Ahora, después de más de cuatro siglos, el castigo por su pecado fue
transmitido a sus descendientes. El derecho de primogenitura fue transferido a su hermano José,
quien recibió dos partes, una para Efraín y otra para Manasés (Gn. 48:12–20).
¿Habrá sido una petición sabia de parte de las dos tribus y media establecerse al otro lado del
Jordán? La historia parece contestar que no. Sus territorios no tenían límites naturales al oriente y
por lo tanto, quedaron expuestos a las continuas invasiones de los moabitas, cananeos, arameos,
madianitas, amalecitas y otros. Cuando el rey de Asiria codició la tierra de Canaán, Rubén, Gad
y la media tribu de Manasés fueron las primeras en ser llevadas en cautiverio por las tropas
asirias (1 Cr. 5:26).
13:33. En contraste con la herencia próspera pero también peligrosa que recibieron esas dos
tribus y media, se enfatiza en dos ocasiones en este cap. (vv. 14, 33) y dos veces más adelante
(14:3–4; 18:7), que la tribu de Leví no recibió heredad de parte de Moisés. A primera vista,
esto produce confusión, pero al examinar más de cerca el texto, en lugar de recibir tierra, la tribu
de Leví heredó los sacrificios u holocaustos (13:14), el sacerdocio (18:7), y al mismo Jehová
Dios de Israel (13:33). ¿Quién podría soñar con una mejor herencia?
Las dos tribus y media escogieron su tierra, al igual que Lot, basándose en las apariencias (cf.
Gn. 13:10–11), y eventualmente perdieron su herencia. Por otro lado, los levitas no pidieron una
porción, pero les fue dada una heredad con significado espiritual perpetuo.

B. Heredad de Caleb (cap. 14)


1. INTRODUCCIÓN (14:1–5)
14:1–5. Una vez que se registró la distribución hecha por Moisés de la tierra de
Transjordania, llegó el turno para repartir la tierra de Canaán a las nueve tribus y a la media
tribu restantes. Se repite la explicación acerca de los acuerdos con los rubenitas, los gaditas y la
media tribu de Manasés; y los arreglos que se hicieron para la tribu de Leví (cf. 13:14, 33; 18:7).
También se especifica el método que se utilizó para lotificar la tierra de Canaán: La tierra fue
asignada por suerte (14:2; 18:8; 19:51). Jehová … había mandado a Moisés que cada tribu
recibiera un territorio proporcional a su población, pero la ubicación se determinaría por medio
de la suerte (Nm 26:54–56). Según la tradición judía, el nombre de la tribu se sacaba de una urna
y simultáneamente se sacaban de otra urna los límites que determinaban sus fronteras. Con ese
método se asignó la herencia de cada tribu. Pero no todo se dejó a la suerte ciega, Dios estaba
supervisando todo el procedimiento (cf. Pr. 16:33). Las desigualdades en la repartición que
causaban tensiones y envidias debían ser aceptadas como parte del propósito de Dios, no como
algo arbitrario o injusto.

2. CALEB EN CADES-BARNEA (14:6–9)


14:6–9. Cuando llegó el turno para asignar su tierra a la tribu de Judá, recibieron la primera
parte y se reunieron en Gilgal. Antes de que los lotes fueran asignados, Caleb un “gran hombre
en Israel”, dio un paso al frente para recordar a Josué la promesa que Dios les había hecho 45
años antes: “Y a él le daré la tierra que pisó, y a sus hijos; porque ha seguido fielmente a Jehová”
(Dt. 1:36). La vida de Caleb se estaba apagando y debía tomar una decisión. ¿Qué era lo que
deseaba por encima de todas las cosas? En un discurso memorable, Caleb repasó los momentos
más importantes de su vida e hizo su petición. Su breve autobiografía resalta los acontecimientos
de Cades-barnea, los que sucedieron durante la peregrinación por el desierto y la conquista.
En este pasaje, Caleb se presenta como el hijo de Jefone cenezeo. Según Génesis 15:19, en
tiempos de Abraham los cenezeos eran una tribu de Canaán. Por lo tanto, la familia de Caleb
estaba originalmente fuera del pacto y de la comunidad de Israel así como lo estaban Heber
ceneo (Jue. 4:17), Rut la moabita (Rut 1:1–5), Urías heteo (2 S. 11:3, 6, 24) y otros. Es obvio que
por lo menos una parte de los cenezeos se unieron a la tribu de Judá antes del éxodo. Así que su
fe no fue heredada, sino que fue fruto de la convicción. Es obvio que Caleb demostró esa fe a
través de toda su vida.
Caleb (Jos. 14:10), que a la sazón tenía 85 años de edad, se puso de pie ante el general Josué,
su viejo amigo y colega de espionaje (Nm. 14:6), y contó la historia de un día que nunca debían
olvidar, y que había acaecido 45 años antes (v. 10), cuando los dos se quedaron solos frente a los
otros diez espías y la multitud cobarde. De los doce espías que Moisés había enviado a Canaán
(Nm. 13:2), Caleb y Josué fueron dos de ellos (Nm. 13:6, 8). Cuando regresaron, diez espías
alabaron a la tierra, pero concluyeron con temor que no se podía conquistar (Nm. 13:27–29,
31–33). Pero Caleb se atrevió a contradecirlos (Nm. 13:30), y cuando todo el pueblo temeroso
amenazó con rebelarse, Josué se unió a su colega para exhortar a la gente a confiar en que Dios
les daría la victoria (Nm. 14:6–9). En recompensa por el liderazgo que Caleb ejerció
enfrentándose a los espías y al pueblo incrédulo, Jehová ofreció darle bendiciones y
recompensas especiales (Nm. 14:24; Dt. 1:36).
El testimonio (Jos. 14:6–12) de Caleb fue sencillo. Él había hablado en aquel día memorable
como lo sentía en su corazón; no minimizó los problemas—los gigantes y las ciudades
fortificadas—pero sí magnificó el poder de Dios. Para él, Dios era mayor que el problema más
grande. Caleb tenía fe en el poder de Dios. No así los otros espías. Ellos magnificaron los
problemas y por lo tanto, minimizaron a Dios. Pero Caleb no pudo seguir la corriente de la
multitud. No consideró ni siquiera por un momento que debía comprometer sus convicciones
para que existiera unanimidad. Por el contrario, cumplió su encargo siguiendo a Jehová (cf. v.
14).

3. HISTORIA DE CALEB DURANTE LA PEREGRINACIÓN EN EL DESIERTO Y LA CONQUISTA (14:10–11)


14:10. Las reminiscencias que hizo Caleb acerca de la fidelidad de Dios a través de muchos
años, prolongaron su autobiografía. Primero, afirmó que Jehová lo había mantenido con vida
durante los últimos cuarenta y cinco años, tal como había prometido. Realmente, Caleb fue
receptor de dos promesas divinas. La primera, fue que su vida sería prolongada, y la otra, que
algún día heredaría el territorio que valientemente había explorado cerca de Hebrón. Sin
embargo, 45 años es mucho tiempo para esperar el cumplimiento de un juramento, demasiado
tiempo para vivir confiando en una promesa. Pero Caleb esperó a lo largo de los interminables
años de peregrinación en el desierto y los años difíciles de lucha durante la conquista. Caleb
tenía una fe sólida en las promesas de Dios. Ellas lo sostuvieron durante los tiempos difíciles.
Los comentarios de Caleb proveen información para determinar cuánto tiempo duró la
conquista de los israelitas. Caleb declaró (v. 7) que tenía 40 años cuando fueron a espiar la tierra.
La peregrinación en el desierto duró 38 años, y eso nos muestra que Caleb tenía 78 años cuando
comenzó la conquista. Después Caleb dijo que al final de la conquista, tenía ochenta y cinco
años. Así que podemos deducir que la conquista duró siete años. Esto lo confirmó Caleb al hacer
referencia (v. 10) a la gracia de Dios que lo sostuvo por 45 años desde que estuvo en
Cades-barnea (38 años de peregrinación más 7 años de conquista).
14:11. ¡Es interesante que Caleb, siendo octogenario, dijera que se sentía tan fuerte y
vigoroso a los ochenta y cinco como a los cuarenta!

4. CALEB EN HEBRÓN (14:12–15)

14:12–14. Caleb concluyó su discurso dirigido a Josué con una petición increíble. A la edad
de 85 años, en vez de escoger un lugar tranquilo para pasar el resto de sus días cultivando
verduras y flores, pidió que se le diera la misma porción de tierra que había infundido temor a los
diez espías. Esa era la heredad que él deseaba para que la promesa de Dios hallara su
cumplimiento. A pesar de que las personas mayores son más afectas a hablar acerca de los
problemas pasados que de nuevos retos, Caleb estaba listo para pelear otra buena batalla. Estaba
ansioso de pelear contra los anaceos de Hebrón y hacer suya la ciudad. Caleb escogió una tarea
grande y peligrosa, lo cual no quiere decir que descansaba en sus logros y habilidades, sino que
más bien, confiaba en que Dios estaría con él. Caleb tuvo fe en cuanto a la presencia de Dios.
Con mirada expresiva y voz fuerte, concluyó: Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré,
como Jehová ha dicho. Y así lo hizo, como registra el relato de Josué (15:13–19). La respuesta
de Josué a la petición de Caleb se compone de dos partes: (a) bendijo a Caleb; i.e., pidiendo que
Dios lo capacitara, enriqueciera y diera éxito en su tarea y (b) Josué le dio … Hebrón en una
declaración que enfatiza que esa concesión de tierra era una transacción legal.
14:15. La historia termina dando una explicación acerca del nombre anterior de Hebrón,
Quiriat-arba. Arba fue un hombre grande entre los anaceos, una nación de gigantes, hecho
que hace resaltar más la heroica fe de Caleb. Las palabras finales: Y la tierra descansó de la
guerra (cf. 11:23 corresponde a la misma expresión que se incluyó cuando terminó la conquista)
muestra lo que la fe en el Señor pudo lograr respecto a la tierra que les faltaba por dominar.

C. Porciones para las nueve tribus y media (15:1–19:48)


1. TERRITORIO PARA LA TRIBU DE JUDÁ (CAP. 15)
15:1–12. La petición de Caleb fue concedida, y Josué volvió al negocio de dividir la tierra
que se encontraba al occidente del Jordán entre las nueve tribus y media (V. “Distribución de la
tierra a las tribus de Israel” en el Apéndice, pág. 282). Judá fue la primera tribu en recibir una
heredad y por ser la tribu más numerosa, su porción excedía a las demás. La profecía de Jacob
acerca de Judá y su simiente se cumplió asombrosamente con la porción de territorio que esa
tribu recibió después de la conquista. Primero, Judá estaba rodeada de enemigos (Gn. 49:8–9).
Los moabitas estaban en el este, los edomitas en el sur, los amalecitas en el suroeste y los
filisteos al oeste. Por tanto, con esos enemigos que estaban contra ellos, para sobrevivir
necesitaban gobernadores fuertes como David. Segundo, la tierra asignada a Judá era ideal para
plantar viñedos (Gn. 49:11–12). Fue del valle de Judá (el valle de Escol) de donde los espías
cortaron el racimo gigante de uvas (Nm. 13:24). Tercero, Judá era la tribu de donde vendría el
Mesías (Gn. 49:10; Mt. 1:1, 3; Lc. 3:23, 33).
El límite por el lado del sur (Jos. 15:2–4) corría desde el extremo sur del Mar Salado hacia
el occidente, hasta el río de Egipto (Wadi el-Arish). El límite del lado del norte corría desde la
punta norte del mar Muerto hacia el occidente, hasta el Mar Grande, el Mediterráneo (vv.
5–12). Esos dos cuerpos de agua estaban en los límites oriental y occidental. Su territorio estaba
compuesto principalmente por la parte que conquistó Josué en su campaña del sur (cap. 10). Esa
zona incluía zonas fértiles, así como grandes porciones montañosas y áridas.
15:13–19. En la parte que le tocó a Judá estaba Hebrón (Quiriat-arba; cf. 14:15) que había
sido asignada a Caleb. El registro describe la forma en que el valeroso guerrero reclamó y
aumentó su herencia (después de la muerte de Josué). Para ello, contó con la ayuda de su valiente
sobrino Otoniel, que posteriormente llegó a ser su yerno (cf. Jue. 1:1, 10–15, 20) y juez de Israel
(Jue. 3:9–11).
15:20–63. Las ciudades de Judá se enumeran de acuerdo a la ubicación que tenían en las
cuatro regiones geográficas principales de la tribu: veintinueve ciudades con sus aldeas al sur o
Neguev (vv. 21–32); 42 ciudades, más sus villas y sus aldeas, en las llanuras occidentales y que
era conocida como la región del Sefela (vv. 33–47); 38 ciudades con sus aldeas en las
montañas centrales (vv. 48–60); seis ciudades con sus aldeas en el área escasamente poblada
del desierto de Judá que desciende hasta el mar Muerto (vv. 61–62). Se menciona que el número
de ciudades del Neguev es de 29 (v. 32); sin embargo, se enumeran 36 (vv. 21–32). Esto se
explica por el hecho de que posteriormente, siete de ellas fueron dadas a la tribu de Simeón:
Molada, Hazar-sual, Beerseba, Ezem, Eltolad, Horma y Siclag (19:1–7). Judá heredó más de
100 ciudades, y parece que las ocuparon con poca o ninguna dificultad, a excepción de Jerusalén.
Judá no pudo arrojar de su tierra a los jebuseos, que moraban en Jerusalén (15:63). ¿Sería que
los hombres de Judá “no pudieron” o “no quisieron”? ¿Fallaron por falta de fuerza o por falta de
fe? El recuento de la herencia de Judá termina con una nota amenazadora.

2. TERRITORIO DE LAS TRIBUS DE JOSÉ (CAPS. 16–17)


a. Territorio para Efraín (cap. 16)
16:1–3. La poderosa casa de José, formada por las tribus de Efraín y Manasés, heredó el rico
territorio ubicado en el centro de Canaán. Debido a que José había protegido la vida de toda su
familia durante la hambruna de Egipto, el patriarca Jacob ordenó que los dos hijos de José,
Efraín y Manasés, fueran nombrados fundadores y cabezas de tribus juntos con sus tíos (cf. Gn.
48:5). En muchos aspectos, su territorio en Canaán fue el más fértil y hermoso.
16:4–10. Ubicado justo al norte del territorio asignado a Dan y Benjamín, la tierra de Efraín
se extendía desde el Jordán hasta el Mediterráneo e incluía los sitios en los que se llevaron a
cabo algunas de las batallas de Josué, así como Silo (Taanat-silo) donde permaneció el
tabernáculo cerca de 300 años. Para fomentar la unidad, algunas de las ciudades de Efraín
estaban en el territorio de Manasés (v. 9).
Sin embargo, al igual que los de Judá, los hombres de Efraín no arrojaron completamente a
los cananeos de su región. Motivados por su actitud materialista y para obtener mayores
ganancias, decidieron poner bajo tributo a los cananeos de Gezer. Esto resultó ser un error fatal,
ya que en los siglos posteriores, en la época de los jueces, el arreglo fue revertido cuando los
cananeos se rebelaron y esclavizaron a los israelitas. Aquí, además de la lección histórica, existe
un principio espiritual. Es muy fácil para un creyente tolerar y pasar por alto un pecado menor,
pero algún día se dará cuenta de que ha crecido de tal forma, que llega a dominarlo y a derrotarlo
espiritualmente. Vale la pena erradicar el pecado en forma decisiva y dura.
b. Territorio para Manasés (17:1–13)
17:1–2, 7–10. Los descendientes de Maquir, primogénito de Manasés, se establecieron en
Transjordania (vv. 1–2). El resto de los herederos se asentaron en Canaán y les fue dado el
territorio norte de Efraín, el cual también se extendía desde el río Jordán hasta el mar
Mediterráneo (vv. 7–10).
17:3–6. En esta sección, se hace mención especial de las hijas de Zelofehad, tataranieto de
Manasés. Ya que su padre murió sin hijos, ellas, como Jehová había mandado, recibieron su
heredad (cf. Nm. 27:1–11). Las mujeres se presentaron delante del sacerdote Eleazar (el hijo
de Aarón, Jos. 24:33), quien junto con Josué y los príncipes, supervisaron la repartición de los
territorios para las tribus (cf. 19:51). Esas cinco mujeres reclamaron y recibieron su porción
dentro del territorio de Manasés. Este incidente es significativo, ya que muestra que se
protegieron los derechos de las mujeres, aun en una época en que eran consideradas como una
propiedad más.
17:11–13. Varias de las ciudades ubicadas en los territorios de Isacar y Aser fueron
asignadas a Manasés. Ellas fueron las fortalezas cananeas de Betseán … Ibleam … Dor …
Endor … Taanac … y Meguido. (Dor, la tercera ciudad de la lista, también era conocida como
Nafot). Por razones militares, es evidente que era necesario que una tribu fuerte poseyera esas
ciudades. Sin embargo, la decisión fue en vano, porque los hijos de Manasés, al igual que los de
Efraín, prefirieron imponer tributo a sus moradores que echarlos de su territorio.
c. Queja de Efraín y Manasés (17:14–18)
17:14–15. Los descendientes de José presentaron una fuerte queja ante Josué, reclamando
que su heredad era muy pequeña en proporción a su población. Josué, con tacto y firmeza, los
retó primeramente a que talaran los árboles del bosque y habitaran ahí (v. 15). Además, les
sugirió que unieran sus fuerzas para arrojar a los cananeos (v. 18).
17:16–18. Pero eso no era lo que ellos querían escuchar. Insistieron en que el monte no era
suficiente para ellos, y que los cananeos que habitaban allí tenían carros herrados, los cuales
probablemente estaban hechos de madera y cubiertos de hierro. Una vez más, Josué les recordó
que eran gran pueblo y que tenían gran poder para talar los árboles del bosque y arrojar al
cananeo. Aunque hay algunas similitudes entre esta sección y la que registra la petición de Caleb
(14:6–15), sus puntos de vista fueron diferentes. El de Caleb estaba fundamentado en la fe, pero
el de los hijos de José, en el temor. Sin embargo, tal vez el propósito de este episodio era advertir
a los israelitas que cada tribu tenía que conducirse con valor y fe si quería poseer completamente
la tierra prometida.

3. TERRITORIOS DE LAS DEMÁS TRIBUS (18:1–19:48)


a. Introducción (18:1–10)
18:1–3. Antes de establecer las divisiones finales de la tierra, los israelitas se trasladaron
desde Gilgal hasta Silo, ubicada aprox. a 32 kms. al noroeste, desde el valle del Jordán hasta la
región montañosa. ¿Por qué? Probablemente porque Silo, que estaba en el centro de la tierra, era
un lugar conveniente para establecer el tabernáculo (el tabernáculo de reunión) y para recordar
al pueblo que la clave de la prosperidad y la bendición en la tierra era adorar y servir a Jehová.
Infortunadamente, la insatisfacción de los hijos de José por su territorio (17:14–18) fue un
anticipo de la futura desintegración de la nación debido a intereses egoístas. Para contrarrestar
esa tendencia y para promover la unidad nacional, el tabernáculo fue colocado en Silo.
Cuando los israelitas se reunieron para erigir el tabernáculo y celebrar el nuevo centro de
adoración, Josué se dio cuenta de que la gente estaba fatigada por la guerra. Todos estaban
exhaustos por la conquista de Canaán, así que se detuvieron a la mitad de la tarea de repartir las
tierras a las tribus. Siete de ellas todavía estaban sin hogar, aunque es evidente que estaban
contentas de continuar con su existencia nómada y sin propósito, como habían vivido en el
desierto. Su indiferencia provocó que Josué tomara la iniciativa para motivarlos a la acción.
Reprendiéndoles con dureza, les dijo: ¿Hasta cuándo seréis negligentes para venir a poseer la
tierra que os ha dado Jehová el Dios de vuestros padres? Es evidente que las tribus ya debían
haber comenzado la repartición de la tierra. Probablemente Josué veía cada día que pasaba como
un día perdido en el programa de ocupar todo su territorio, un día en que el enemigo podía
regresar con más fuerza y apoderarse de la tierra.
18:4–7. Josué estaba a favor de la acción, pero no sin antes hacer preparativos cuidadosos.
Escogió a una delegación de 21 hombres, tres … de cada una de las siete tribus que todavía no
recibían su territorio y los envió a realizar un estudio topográfico de la tierra que faltaba por
repartir. No se menciona cuánto tiempo les tomó realizar esa compleja tarea, pero obviamente
fue un trabajo que requirió tiempo y habilidad. Josefo escribió que esos hombres eran expertos
en geometría. Probablemente sus padres habían dominado la ciencia de la agrimensura en
Egipto. ¡Nunca imaginaron que aplicarían ese conocimiento especializado en la tierra que Dios
les había prometido!
18:8–10. Esos expertos anotaron sus observaciones en un libro y después volvieron a Silo,
donde Josué procedió a echar suertes (V. el comentarios de 14:1–5; cf. 19:51) para determinar
las porciones de territorio de cada una de las siete tribus restantes.
b. Territorio para Benjamín (18:11–28)
18:11–28. A la tribu de Benjamín se le asignó la tierra que estaba en medio de los territorios
de Judá y de José, refiriéndose a Efraín, con objeto de minimizar la rivalidad incipiente que
existía entre esas dos importantes tribus. Aunque esas tierras estaban llenas de montañas y
barrancas, y tenía una longitud de 40 kms. de este a oeste y 24 kms. en la parte más ancha de
norte a sur, incluía muchas ciudades que fueron importantes en la historia bíblica—Jericó …
Bet-el … Gabaón, Ramá … Mizpa, y la ciudad de los jebuseos, Jerusalén (vv. 21–28). De esta
manera, el sitio para el futuro templo de Jerusalén quedó en la tribu de Benjamín, cumpliéndose
así la profecía de Moisés (Dt. 33:12).
c. Territorio para Simeón (19:1–9)
19:1–9. Ya que la tierra asignada a Judá … era excesiva para ellos (v. 9), y en
cumplimiento con la profecía de Jacob (cf. Gn. 49:5–7), a Simeón se le dio la tierra que se
encontraba al sur del territorio de Judá, incluyendo 17 ciudades y sus aldeas. Pero no pasó
mucho tiempo para que Simeón perdiera su individualidad como tribu, ya que finalmente su
territorio se incorporó al de Judá y muchos de sus ciudadanos emigraron hacia el norte, a Efraín
y Manasés (cf. 2 Cr. 15:9; 34:6). Esto explica por qué, después de la división del reino a la
muerte de Salomón, había diez tribus en el norte y sólo dos tribus en el sur (Judá y Benjamín).
d. Territorio para Zabulón (19:10–16)
19:10–16. Según la profecía de Jacob, Zabulón habitaría “en puertos del mar” y sería
“puerto para naves” (Gn. 49:13). Por tanto, a esa tribu se le asignó una sección en la región baja
de Galilea, que no tenía salida al mar. Sin embargo es posible entender que una franja de esa
tierra se extendía hacia el mar Mediterráneo, ocupando así un territorio enclavado en el territorio
de Isacar. Es extraño que se omita a la ciudad de Nazaret, que estaba ubicada dentro de los
límites del territorio de Zabulón. (La ciudad de Belén que se menciona en 19:15 no es la aldea de
Belén de Judá [Miqueas 5:2] donde nació Jesús.)
e. Territorio para Isacar (19:17–23)
19:17–23. A Isacar le fue asignado el hermoso y fértil valle de Jezreel, ubicado al oriente de
Zabulón y al sur del mar de Galilea. Ese lugar también era considerado como un buen campo de
batalla. Sin embargo, hasta el tiempo de David, la gente se quedó en el distrito montañoso que se
encontraba al extremo oriente del valle.
f. Territorio para Aser (19:24–31)
19:24–31. A Aser se le asignaron las tierras costeras del Mediterráneo, desde el monte
Carmelo hacia el norte, hasta Sidón y Tiro. En virtud de su ubicación estratégica, esa tribu
debía proteger a Israel de los enemigos de la costa norte, tales como los fenicios. Para la época
de David, la importancia de Aser había menguado, aunque nunca perdió su identidad como tribu.
La profetisa Ana, que junto con Simeón dieron gracias por el nacimiento de Jesús, era de la tribu
de Aser (cf. Lc. 2:36–38).
g. Territorio para Neftalí (19:32–39)
19:32–39. Al oriente de Aser, se le asignó a Neftalí la tierra que tenía como límite oriental el
Jordán y el mar de Galilea. Aunque esas tierras no tuvieron mucha importancia durante el
período del A.T., fueron muy relevantes en la narración del N.T., ya que el ministerio galileo de
Jesucristo se centró en esa región. El profeta Isaías contrastó la devastación temprana de Neftalí
(debido a la invasión Asiria) con la gloria que tendría cuando Cristo estuviera allí (cf. Is. 9:1–2:
Mt. 4:13–17).
h. Territorio para Dan (19:40–48)
19:40–48. El territorio menos deseable fue asignado a Dan. Estaba rodeado por Efraín al
norte, Benjamín al oriente y Judá al sur, y sus límites coincidían con esas tribus. Por tanto, no se
describen los de Dan. Esas tierras sólo incluían aldeas, de las cuales tenía 17. El territorio era
muy pequeño, por lo que después de que parte de él se perdió en la batalla contra los amorreos
(Jue. 1:34), casi toda la tribu emigró hacia el norte y combatieron y tomaron Lesem (Lais), que
estaba al lado opuesto del sector norte de Neftalí. A esa tierra la llamaron … Dan (cf. Jue. 18;
Gn. 49:17).
Fue así como Dios proveyó para las necesidades de cada tribu, aunque en algunos casos,
parte de su herencia estaba todavía en manos del enemigo. Los israelitas debían poseer la tierra
por fe, confiando en que Dios los capacitaría para derrotar a sus enemigos. Siglos después,
Jeremías compró un campo que había retenido el ejército invasor de Babilonia (Jer. 32).
Posteriormente, un ciudadano romano logró comprar un trozo de tierra donde acamparon los
invasores de Roma. De manera similar, Israel debía reclamar su herencia por fe. Si fracasaban en
esa tarea, vivirían en pobreza y debilidad, condiciones que Dios no deseaba para su pueblo.

D. Territorios para Josué, para los homicidas y para los levitas (19:49–21:45)
1. PROVISIÓN ESPECIAL PARA JOSUÉ (19:49–51)
19:49. El territorio de Caleb fue asignado primero (14:6–15), y por último, el de Josué. Sólo
después de que todas las tribus recibieron sus tierras, Josué solicitó la suya. Qué espíritu tan
altruista poseía, y cómo contrasta su conducta con la de muchos líderes políticos actuales, que
utilizan su influencia y posición para enriquecerse junto con sus familias.
19:50–51. La elección de tierra que hizo Josué ilustra aún más su humildad. Él solicitó que se
le diera Timnatsera, ciudad ubicada en la región montañosa, escabrosa y estéril de su tribu
(Efraín), cuando bien pudo haberse apropiado de una zona más productiva y fértil de Canaán.
Debido al profundo aprecio que tenía por su liderazgo, que evidentemente había sido dirigido por
Dios, el pueblo concedió a Josué su modesta petición, por lo que él reedificó la ciudad y habitó
en ella. En una de las descripciones finales que se hacen de ese líder fiel, Josué es recordado
como constructor (además de ser general y administrador). Es raro encontrar una combinación
similar de talentos entre los siervos de Dios.
Todas las tribus recibieron sus heredades … por suerte (V. el comentario de 14:1–5).

2. CIUDADES DE REFUGIO (CAP. 20)


Una de las primeras ordenanzas después de que se dieron los diez mandamientos proveía el
establecimiento de ciudades de refugio (Éx. 21:12–13), las cuales eran para dar refugio a quienes
hubieran matado a alguien por accidente. Éstas se describen con detalle en Números 35:6–34 y
en Deuteronomio 19:1–14. Este cap. trata acerca de cómo se establecieron esas ciudades después
de la conquista (V. “Canaán durante la conquista” en el Apéndice, pág. 284).
El hecho de que se haga referencia a esas ciudades en cuatro libros del A.T., remarca la gran
importancia que tenían. Es evidente que Dios quería que Israel comprendiera lo sagrado de la
vida humana. Quitar la vida a una persona, aún sin intención, es asunto serio, y las ciudades de
refugio subrayaban este hecho con gran énfasis.
En el mundo antiguo, la venganza de sangre era una práctica muy común. En el momento en
que alguien era asesinado, su pariente más cercano asumía la responsabilidad de vengarse. Ese
antiguo deber de tomar venganza con frecuencia era pasado de generación en generación,
provocando así que aumentara el número de personas que morían violentamente. La necesidad
de que hubiera un refugio en Israel era evidente, y esas ciudades la suplieron.
20:1–3. En el A.T., se hace una clara distinción entre el asesinato premeditado y el homicidio
accidental (cf. Nm. 35:9–15 con Nm. 35:16–21). En el caso de un asesinato, el pariente más
cercano se convertía en el vengador de la sangre, y debía matar a la parte culpable. Pero si
alguno mataba a otro por accidente, se le proporcionaba asilo en una de las seis ciudades de
refugio. Sin embargo, tenía que llegar al refugio más cercano lo antes posible. Según la tradición
judía, los caminos que llevaban a esas ciudades se mantenían en excelentes condiciones y los
cruces estaban bien marcados con señalamientos que decían: “¡Refugio! ¡Refugio!”. También se
habían apostado guías a lo largo del camino para guiar a los fugitivos.
20:4–6. Al llegar a la puerta de la ciudad de refugio, el homicida debía presentar sus
razones (seguramente ¡sin aliento!) a los ancianos de aquella ciudad, quienes formaban la
antigua corte de justicia (cf. Job 29:7; Dt. 21:19; 22:15). Se hacía entonces una decisión
provisional para concederle asilo hasta que se le sometiera a juicio en presencia de la
congregación. Si el acusado era exonerado de haber cometido un asesinato premeditado, se le
permitía quedarse en la ciudad de refugio, donde podía vivir hasta que el sumo sacerdote
muriera. Después de ello, el homicida podía volver a su … casa. A veces, esto ocurría muchos
años después. Por lo tanto, el homicidio involuntario era algo que debía evitarse a toda costa.
Muchos se han preguntado qué relación tiene la muerte del sumo sacerdote con el cambio de
situación del homicida. La mejor explicación puede ser que el cambio de administración
sacerdotal se utilizaba para determinar el fin del exilio del fugitivo en la ciudad de refugio.
20:7–9. Las seis ciudades designadas estaban ubicadas a ambos lados del río Jordán. En la
parte occidental estaban Cedes en Galilea … de Neftalí, Siquem en … Efraín, y Hebrón en
Judá. Las ciudades al oriente eran Beser, al sur de Rubén, Ramot en Galaad en la tribu de
Gad, y Golán en el territorio norte de Basán, en la tribu de Manasés.
Pero ¿por qué no hay en el A.T. ni una sola mención de que se hubiera utilizado esa
provisión misericordiosa? Algunos críticos sugieren que esas ciudades no formaban parte de la
legislación mosaica, sino que fue una provisión instituida después del exilio. Sin embargo, los
libros postexílicos tampoco se refieren al uso de esas ciudades, así que otros críticos han
sugerido que no se ocuparon sino hasta la época de Cristo. En vista de tan distintas opiniones, es
mejor reconocer la historicidad de estos recuentos y explicar el silencio diciendo que puesto que
los autores de la Escritura fueron selectivos en lo que registraron, es evidente que una vez que se
expidió esa provisión, no era necesario documentar casos específicos en los que se usó.
Ese beneficio para Israel de contar con un lugar seguro debe traer a la memoria de los
creyentes Salmos 46:1: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones”, y Romanos 8:1: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús”. El escritor de la epístola a los Hebreos pudo haber tenido en mente las ciudades de
refugio cuando escribió que los creyentes debemos animarnos a “asirnos de la esperanza puesta
delante de nosotros” (He. 6:18). Las ciudades de refugio parecen ser un tipo de Cristo, a quien
pueden recurrir los pecadores que son perseguidos por la ley, la cual produce juicio y muerte,
para encontrar refugio. La expresión que Pablo menciona con frecuencia “en Cristo” habla de la
seguridad y confianza que posee cada creyente.

3. CIUDADES DE LOS LEVITAS (21:1–42)


21:1–3. En esta sección se describe el acto final y culminante de la distribución de la tierra.
Los líderes de la tribu de Leví dieron un paso al frente y reclamaron las ciudades que les habían
sido prometidas por Moisés (cf. Nm. 35:1–8). Esas 48 ciudades con sus ejidos, incluyendo las
seis ciudades de refugio, fueron asignadas a los levitas.
21:4–7. La distribución se describe según las tres familias principales de la tribu de Leví que
correspondían a sus tres hijos: Coat … Gersón, y Merari (V. “Ascendientes de Moisés hasta
Abraham,” en el Apéndice, pág. 286).
21:8–19. En primer lugar se menciona la lista de trece ciudades para los coatitas. Nueve de
ellas estaban en las tribus de Judá y Simeón, incluyendo Hebrón (ciudad de refugio) y cuatro
estaban en la de Benjamín. Todas esas trece ciudades eran para los sacerdotes, los
descendientes de Aarón.
21:20–26. Diez ciudades más, incluyendo Siquem (ciudad de refugio), fueron asignadas a
las otras familias de los coatitas en Efraín … Dan, y la parte occidental de Manasés. De esta
manera, las ciudades de los sacerdotes quedaron dentro del reino del sur de Judá, donde más
tarde se construiría el templo en Jerusalén, su capital.
21:27–33. Las trece ciudades levitas de los hijos de Gersón estaban ubicadas al oriente de
Manasés … Isacar … Aser, y Neftalí. Aquí se incluyen dos ciudades de refugio, Golán en
Basán y Cedes en Galilea.
21:34–40. Los descendientes de Merari, hijo de Leví, recibieron doce ciudades en Zabulón
y en las tribus transjordanas de Rubén y Gad, incluyendo Ramot, ciudad de refugio de Galaad.
Así que diez de las 48 ciudades de los levitas quedaron ubicadas al oriente del río Jordán—dos
en la media tribu de Manasés (v. 27), y dos en cada una de las tribus de Rubén (vv. 36–37) y Gad
(vv. 38–39).
Con esta dispersión de Leví entre las demás tribus se cumplió la maldición que Jacob
anunció sobre Leví y Simeón (Gn. 49:5, 7) por el asesinato inmisericorde de los moradores de
Siquem (Gn. 34). En el caso de los descendientes de Leví, Dios quiso preservar su identidad
como tribu y los usó para que fueran de bendición para Israel. Esto lo hizo porque los levitas
estuvieron al lado de Moisés durante los tiempos de crisis agudas (Éx. 32:26) y porque Finees
(levita hijo de Eleazar) reivindicó el nombre justo de Dios en las planicies de Moab (Nm. 25).
21:41–42. Sin embargo, durante el tiempo de asignación, muchas de las ciudades de los
levitas todavía estaban bajo el control cananeo y tenían que ser conquistadas. Es obvio que los
levitas no siempre triunfaron y las otras tribus no les ofrecieron su ayuda. Esta parece ser la
explicación más simple para entender la falta de relación entre la lista de las ciudades levitas que
se menciona aquí y la que aparece en 1 Crónicas 6:54–81. (V. “Ciudades de los levitas
mencionadas en Josué 21 y 1 Crónicas 6”, en el Apéndice, pág. 287.)
Los beneficios que las tribus recibirían con la distribución de los levitas entre ellas no tenían
límite. Moisés, al dar su bendición final a las tribus, dijo acerca de Leví: “Ellos enseñarán tus
juicios a Jacob, y tu ley a Israel” (Dt. 33:10). La responsabilidad solemne y el alto privilegio de
los levitas era instruir a Israel en la ley de Dios y resguardar su palabra entre el pueblo.
Especialmente en el norte y en el oriente, los levitas debían ser las barreras contra la idolatría de
Tiro y Sidón, así como de las prácticas paganas de las tribus del desierto.
Alguien ha calculado que nadie en Israel vivía a más de 16 kms. de distancia de cualquiera de
las 48 ciudades levitas. Así que todo el pueblo tenía cerca a un hombre versado en la ley de
Moisés que podía dar consejo y dirección en los muchos problemas de la vida religiosa, familiar
y política. Era esencial que Israel obedeciera la palabra de Dios en todas las áreas de su vida
porque sin ella, su prosperidad cesaría y sus privilegios serían retirados. Pero la realidad fue muy
distinta. Los levitas no vivieron conforme a su potencial; ni cumplieron su misión. Si lo hubieran
hecho, la idolatría y su influencia corrupta no se habrían propagado en la tierra de Israel.

4. RESUMEN DE LA CONQUISTA Y LA DISTRIBUCIÓN (21:43–45)


21:43–45. Aquí termina la gran sección que describe el reparto de los territorios y las
ciudades. El historiador echó un vistazo hacia atrás desde el comienzo y resumió la conquista y
la subdivisión de la tierra haciendo hincapié en la fidelidad de Dios. El Señor había cumplido su
promesa de dar a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres; también les dio
reposo alrededor y la victoria sobre sus enemigos. De hecho, Dios fielmente realizó cada parte
de su obligación; y no falló ninguna de todas las buenas promesas hechas por él. Esto no quería
decir que todos los rincones de la tierra ya pertenecían a Israel, ya que Dios mismo les había
dicho que tenían que conquistar la tierra en forma gradual (Dt. 7:22). Ninguna de estas dos
declaraciones finales ignoran las tragedias que se desarrollarían durante el período de los jueces,
las cuales pueden imputarse a Israel, no a Dios. Así que de ninguna manera la infidelidad de
Israel pone en duda la fidelidad de Dios. Pablo afirmó este principio en las palabras que dijo a
Timoteo: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo” (2 Ti. 2:13).
Algunos teólogos insisten en que la declaración de Josué 21:43 significa que en ese momento
se cumplió la promesa del pacto abrahámico relacionada con la extensión de la tierra prometida.
Sin embargo, esto no puede ser verdad, porque más adelante, la Biblia da predicciones
adicionales acerca de Israel, diciendo que poseería la tierra después del tiempo de Josué (e.g.,
Am. 9:14–15). Por tanto, Josué 21:43 se refiere a la extensión de la tierra que se menciona en
Números 34, y no a la totalidad de su extensión como será en el reino mesiánico (Gn. 15:18–21).
Además, aunque Israel ya poseía la tierra en ese momento, después le fue quitada, y el pacto
abrahámico prometía que Israel poseería la tierra para siempre (Gn. 17:8).

IV. Conclusión (caps. 22–24)


A. Riña por los límites de la tierra (cap. 22)
Cuando las tribus orientales regresaron a sus heredades, tomaron una fuerte e imprevista
decisión que amenazó con provocar una desastrosa guerra civil entre las comunidades que
acababan de establecerse. Fue una situación peligrosa y potencialmente explosiva. El enemigo
rondaba cerca, sin duda deseando que se presentara un conflicto que dividiera a las tribus para
recuperar sus territorios perdidos. Pero en su providencia, Dios impidió la tragedia, e Israel
aprendió algunas lecciones valiosas e importantes.

1. EXHORTACIÓN DE JOSUÉ (22:1–8)


22:1–4. Las tribus orientales de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés habían trabajado
bien. Cuando fueron llamados por su general, Josué los alabó por haber cumplido con la palabra
que habían empeñado ante Dios, Moisés, y Josué mismo en el sentido de que pelearían junto a
sus hermanos en todas las batallas de la conquista de Canaán (cf. Nm. 32; Jos. 1:16–18;
4:12–14). Durante siete largos años, esos hombres estuvieron lejos de sus esposas y familias,
pero ahora la guerra había terminado, la tierra ya estaba repartida y era tiempo de volver a casa.
Así que Josué despidió con honor a aquellos soldados.
22:5–8. Los soldados, cansados pero contentos, emprendieron el camino de regreso, llevando
consigo una parte sustancial de los despojos obtenidos del enemigo. Josué les dio instrucciones
de compartir el botín con sus hermanos que habían permanecido en casa (v. 8). Los soldados
habían adquirido grandes riquezas, incluyendo ganado, metales y vestidos. Pero ¿por qué
habrían de disfrutar del botín los que no habían tenido que soportar el dolor y el peligro?
Probablemente muchos de los hombres que se habían quedado atrás hubiesen preferido ir a la
guerra, pero ¿quién iba a cultivar los campos y proteger a las mujeres y niños? Entonces, se
estableció un principio relativo a que el honor y las recompensas no solamente serían para
aquellos que cargaran armas, sino también para los que se quedaron en casa para llevar a cabo las
responsabilidades cotidianas (1 S. 30:24).
Los soldados que regresaban también llevaban resonando en sus oídos las seis exhortaciones
dadas por Josué: (a) solamente que con diligencia cuidéis de cumplir el mandamiento y la
ley, (b) que améis a Jehová vuestro Dios, (c) y andéis en todos sus caminos, (d) que guardéis
sus mandamientos, (e) y le sigáis a él y (f) le sirváis de todo vuestro corazón y de toda
vuestra alma. Ese encargo, breve pero intenso, pedía obediencia, amor, comunión y servicio.
Habían cumplido con sus obligaciones militares, y aquí les recordó sus compromisos
espirituales, los cuales eran indispensables para que continuaran recibiendo las bendiciones de
Dios. De la misma manera que un padre ansioso ve a su hijo o hija dejar el hogar para ir a un
lugar donde estará lejos de su influencia espiritual, así Josué presentó ese reto a los guerreros.
Tal vez temía que la separación del resto de las tribus ocasionara que se alejaran de la adoración
a Dios y abrazaran la idolatría.

2. EL ALTAR QUE EDIFICARON LAS TRIBUS DEL ORIENTE (22:9–11)


22:9–11. El ejército de las tribus orientales partió de Silo y se dirigió a casa. Seguramente, a
medida que se acercaban al Jordán, sus mentes se llenaban de los recuerdos de los
acontecimientos de siete años atrás, cuando pasaron milagrosamente por ese río, de la victoria
extraordinaria que obtuvieron en Jericó, y de los otros triunfos que compartieron con sus
hermanos, de quienes se habían separado recientemente. Un sentimiento de soledad comenzó a
inundar sus corazones. No sólo por el hecho de pensar que un río ordinario como el Jordán
separaría a las tribus orientales de las occidentales, y es obvio que el Jordán no es un río común.
Las montañas que había a ambos lados de él se elevaban a más de 600 mts. y el valle del Jordán
que estaba en medio medía de 8 a 20 kms. de ancho. Durante una época del año, el calor intenso
desmotivaba a los viajeros. Entonces ese río formó una frontera formidable y ese hecho pudo
haber contribuido al temor que esos hombres sentían de verse separados permanentemente de sus
hermanos. Después de todo, “ojos que no ven, corazón que no siente”. ¿Qué podían hacer para
mantener firmes los lazos de unidad que se habían creado durante los largos años de batallar
juntos? ¿Qué podría simbolizar la unidad entre el pueblo a ambos lados del río, que les recordara
que todos eran hijos de la promesa?
La respuesta que vino a la mente de aquellos soldados fue que debían construir un gran altar
que pudiera verse desde una gran distancia, un altar de grande apariencia que testificara de su
derecho a entrar al altar original del tabernáculo. Así que edificaron el altar en el lado
(occidental) de los hijos de Israel, en la orilla del río Jordán. ¿Por qué no construyeron otro
tipo de monumento? Porque sabían que la base principal de su unidad era la adoración común a
Dios que se centralizaba en los sacrificios que se presentaban en el altar.

3. AMENAZA DE GUERRA (22:12–20)


22:12. Sin embargo, el símbolo de unidad fue interpretado como un señal de apostasía.
Cuando llegaron las noticias a oídos de las otras tribus, se reunieron en Silo, lugar donde estaba
el único altar verdadero (1 S. 4:3), y se prepararon para subir a pelear contra los ejércitos de
las tribus del oriente. Con base en lo que habían oído (Jos. 22:11), los israelitas sacaron sus
conclusiones y pensaron que esa era una rebelión contra Dios, y que los otros habían edificado
un segundo altar de sacrificio, lo cual iba contra la ley mosaica (Lv. 17:8–9).
“Pensaron que la santidad de Dios estaba siendo amenazada. Así que esos hombres, cansados
de la guerra, dijeron: ‘la santidad de Dios exige que no comprometamos nuestras convicciones’.
Ojalá que la iglesia del s. XX aprendiera esta lección. La santidad de Dios, quien existe,
demanda que no haya componendas en esta área de la verdad” (Francis A. Schaeffer, Joshua and
the Flow of Biblical History, “Josué y el Decurso de la Historia Bíblica”, pág. 175).
22:13–14. Al enfrentarse a ese aparente olvido del compromiso hecho con Dios y su
desobediencia a los mandamientos divinos, los israelitas convocaron a una guerra para castigar a
sus hermanos. Aunque su celo por mantener la verdad y su compromiso de procurar la pureza en
la adoración eran dignos de admiración, afortunadamente la sabiduría prevaleció contra la
dureza. Se tomó la decisión de enviar una reprimenda vigorosa a las dos tribus y media para que
detuvieran su proyecto. De esa manera, se evitaría la guerra. El hijo de Eleazar, Finees, que
había sobresalido por su celo justo de Dios (Nm. 25:6–18), encabezó una delegación de diez
líderes tribales cuya responsabilidad era confrontar a sus hermanos.
22:15–20. Al llegar al sitio del nuevo altar, el grupo designado acusó a los hombres de las
tribus orientales de haberse apartado de seguir a Jehová (vv. 16, 18) y de estar en rebelión
contra Jehová (v. 16; cf. vv. 18–19). Les recordaron que la maldad de Peor había traído el
juicio de Dios sobre la nación entera (Nm. 25), así como el pecado de Acán (Jos. 22:20; cf. cap.
7). Ahora, toda la nación estaba en peligro otra vez por ese desafiante acto de rebelión. Tal
pecado traería la ira de Dios sobre ella (22:18; cf. v. 20). Finalmente, les sugirieron con
magnanimidad que si pensaban que la tierra oriental era inmunda, i.e., si había quedado
abandonada de la presencia de Dios, ellos les harían espacio en su lado del Jordán. Esta fue una
oferta generosa y llena de amor y si se aceptaba, significaría un alto costo para ellos.

4. DEFENSA DE LAS TRIBUS ORIENTALES (22:21–29)


La delegación enviada por los israelitas estaba a punto de conocer cuán falsos y duros habían
sido sus juicios y denuncias. Por fin salieron a la luz las motivaciones que había detrás de la
construcción del gran altar a la orilla del Jordán.
22:21–23. En lugar de reaccionar al duro regaño con enojo, las tribus orientales rechazaron
solemne y sinceramente la acusación de haber edificado el altar en rebelión contra Dios.
Invocaron a Jehová Dios como testigo y juraron dos veces por sus tres nombres—El, Elohim y
Jehová (Jehová Dios de los dioses), asegurando que si su acto había sido motivado por rebelión
contra Dios y sus mandamientos relativos a la adoración, merecían su juicio.
22:24–25. Entonces, ¿por qué habían construido el segundo altar? Ellos explicaron de
inmediato que lo hicieron por la separación geográfica de su pueblo y el efecto negativo que esto
podría tener en las generaciones futuras.
22:26–29. Los varones de las tribus orientales aclararon que estaban totalmente conscientes
de las leyes de Dios que regulaban el servicio de Israel. El altar recientemente edificado no era
para ofrecer holocausto o sacrificio (cf. v. 23), sino para que fuera un testimonio para todas
las generaciones de que las tribus de Transjordania tenían derecho a cruzar el Jordán para adorar
en Silo. Ese altar era solamente una copia del verdadero centro de adoración y evidencia de su
derecho a visitar aquél. Aunque la preocupación por el bienestar espiritual de las futuras
generaciones era admirable, parecería que esa acción de las dos tribus y media era innecesaria.
Dios había ordenado en la ley que todos los varones israelitas debían ir al santuario tres veces al
año (Éx. 23:17). Si cumplían esa ley, se preservaría la unidad espiritual y política entre las tribus.
Además, la construcción de otro altar era también un precedente peligroso. John J. Davis
comenta: “El factor unificador en el Israel antiguo no era su cultura, la arquitectura, la economía
o los objetivos militares. El factor que a la larga mantuvo la unidad fue la adoración a Jehová.
Cuando el santuario central fue abandonado y olvidado como el lugar verdadero de adoración,
las tribus desarrollaron santuarios independientes, separándose de las otras y debilitando su
poder militar. Los resultados de esa tendencia se ven durante el período de los jueces” (Conquest
and Crisis, “Conquista y Crisis”, pág. 87).

5. RECONCILIACIÓN DE LAS TRIBUS (22:30–34)


22:30–34. Esa aguda crisis tuvo un final feliz. La explicación de los representantes de las
tribus orientales fue aceptada completamente por Finees y su delegación así como por las otras
tribus cuando se les entregó el informe. De hecho, a las nueve y media tribus que estaban al
occidente del Jordán el asunto les pareció bien … y bendijeron a Dios. Para concluir todo el
asunto, Finees expresó profunda gratitud porque no se había cometido ningún pecado y no se
había provocado la ira de Dios.
En este libro que describe la ocupación y distribución de la tierra prometida, ¿por qué habría
de tratarse este incidente aislado con tanto detalle? Simplemente porque ilustra ciertos principios
que eran vitales para que Israel pudiera vivir en armonía en la tierra y recibiendo todas las
bendiciones de Dios. Esos mismos principios se aplican a los que hoy formamos la familia de
Dios:
1. Es bueno que los creyentes tengan celo por la pureza de la fe. Comprometer la verdad
siempre exige un costo muy alto.
2. Es erróneo juzgar las motivaciones de las personas con base en evidencias
circunstanciales. Es importante reunir todos lo hechos, recordando que cualquier desacuerdo
siempre tiene dos lados.
3. La discusión franca y abierta ayuda a aclarar el panorama y esto puede llevar a la
reconciliación. La confrontación debe realizarse con un espíritu de mansedumbre, no de
arrogancia (Gá. 6:1).
4. Una persona que ha sido acusada injustamente debe recordar el sabio consejo de Salomón:
“La blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor” (Pr. 15:1).

B. Últimos días de Josué (23:1–24:28)


El libro de Josué termina presentando el cuadro de un soldado anciano que dice adiós. Como
las últimas palabras de casi todas las personas, su discurso de despedida se vio ensombrecido por
la tristeza. Expresa la profunda preocupación de quien estaba observando la creciente
complacencia de Israel con los cananeos que quedaban en la tierra, y lo fácilmente que aceptaron
vivir juntos en un territorio que era exclusivo de ellos. Los enemigos de Israel estaban
prácticamente conquistados, y Josué sabía el peligro que había en que su pueblo bajara la
guardia. Antes de retirarse del liderazgo sintió la necesidad de advertirles que la obediencia
continua a los mandamientos de Dios era esencial para seguir disfrutando de su bendición.
Aunque algunos han sugerido que estos caps. finales contienen dos registros del mismo evento,
parece mejor ver el cap. 23 como el reto que Josué lanzó a los líderes de Israel, y el cap. 24, al
pueblo.

1. DESAFÍO FINAL DE JOSUÉ A LOS LÍDERES (CAP. 23)


a. Primer encuentro (23:1–8)
23:1–2. Aproximadamente 10 o 20 años después del final de la conquista y de la repartición
de la tierra, Josué … llamó a los líderes de Israel, probablemente a Silo, donde se encontraba el
tabernáculo, para advertirles enérgicamente contra los peligros de alejarse de Jehová. Aquella fue
una reunión solemne. Sin duda, Caleb estaba ahí, junto con el sacerdote Eleazar, y los soldados
conquistadores que habían cambiado sus espadas por arados y se habían convertido en jefes de
familia, así como los ancianos, y jueces.
Vinieron sin dudar, respondiendo al llamado de su líder para escuchar sus últimas palabras.
El veterano líder, ya muy avanzado en años, habló acerca de un solo tema—la fidelidad
infalible de Dios hacia Israel y la responsabilidad que tenían de ser recíprocamente fieles a él.
En tres ocasiones repitió su mensaje central (vv. 3–8, 9–13, 14–16). Tres veces, temeroso de que
no escucharan ni hicieran caso a su exhortación, hizo hincapié en la fidelidad de Dios y la
responsabilidad de Israel.
23:3–5. Evitando cualquier tentación de autoexaltarse, Josué les recordó que sus enemigos
habían sido derrotados solamente porque Jehová su Dios había peleado por ellos. Las batallas
habían sido del Señor, no suyas. Posteriormente, uno de los salmistas reiteró esta afirmación
(Sal. 44:3). Con respecto a los cananeos, que todavía habitaban en la tierra, Jehová … Dios los
arrojaría para que Israel pudiera tomar posesión de las tierras que en ese entonces estaban
ocupando parcialmente.
23:6–8. Tratando de que los israelitas comprendieran a fondo su responsabilidad, Josué les
repitió las mismas palabras con las que el Señor lo había animado cuando lo instruyó a cruzar el
Jordán: Esforzaos … mucho en guardar y hacer (cf. 1:6–9). La obediencia y el valor fueron las
virtudes que trajeron el éxito en la conquista de Canaán y seguían siendo muy importantes (cf.
22:5). Josué reprendió específicamente la conformidad que mostraba Israel con las naciones
paganas que lo rodeaban, así que prohibió todo contacto o confraternidad con ellas, sabiendo que
su pueblo iría retrocediendo hasta llegar a la degradación y a postrarse delante de las deidades
paganas (cf. 23:16). Josué les exhortó a seguir a Jehová … Dios (cf. 22:5).
b. Segundo encuentro (23:9–13)
23:9–13. Josué regresó a su idea central y volvió a insistir una vez más en la fidelidad de
Dios hacia Israel. Jehová había peleado las batallas por ellos (cf. v. 3), y aunque todavía había
algunos cananeos en la tierra, en las ocasiones en que había habido enfrentamiento entre los
cananeos y los israelitas, éstos siempre ganaban.
Israel recibió la exhortación solemne que se basaba en las intervenciones divinas a su favor.
Debían amar a Jehová … Dios (cf. 22:5), lo cual requeriría diligencia y una actitud vigilante por
la cercanía de sus vecinos corruptos. La tentación de olvidarse de Dios y mezclarse con la gente
de Canaán hasta el punto de casarse con ellos sería muy fuerte. Esa sería una decisión fatal y
llena de peligro para Israel. Josué describió esa amenaza gráficamente, así como los terribles
resultados que vendrían. Primero, Dios no arrojaría a esas naciones de delante de ellos. Sólo
quedarían para perjudicar la herencia de Israel. Segundo, los cananeos serían lazo y tropiezo que
los enredarían, serían como azote para hacerles daño y como espinas que llegan a la cara y
lastiman los ojos. Tercero, los problemas y la miseria aumentarían en Israel hasta que fueran
desposeídos de su buena tierra (cf. 23:15–16).
Josué no veía ninguna posibilidad de que se mantuvieran neutrales cuando los confrontó con
la decisión que debían tomar. O seguían al Dios de Israel, o a la gente de Canaán. En la
actualidad sucede lo mismo. No hay un camino intermedio: “Nadie puede servir a dos señores”
(Mt. 6:24; cf. Mt. 12:30).
c. Tercer encuentro (23:14–16)
23:14–16. Como buen maestro de la predicación, Josué repitió su discurso, aunque esta vez
enfatizando que él estaba a punto de morir y que, por ello, deseaba que sus palabras llegaran a su
corazón con mayor profundidad. Una vez más habló acerca de la maravillosa fidelidad de Dios a
cada una de sus promesas (cf. buenas promesas [palabras] en 21:45). Y una vez más les advirtió
acerca de la maldición que acarrearía la desobediencia. La profunda preocupación de Josué
provenía de su temor por las naciones que quedaban en la tierra. El soldado anciano veía hacia
adelante y podía predecir las componendas pecaminosas que Israel haría con los paganos y el
destino trágico que traerían sobre el pueblo de Dios. La ira de Jehová se encendería contra
ellos, y perecerían en la buena tierra (cf. “buena tierra” en 23:13, 15–16).
El punto culminante de su mensaje a los líderes de la nación enfatizaba el hecho de que el
mayor peligro para Israel no era militar, sino moral y espiritual. Si Josué estuviera vivo hoy en
día, lo más probable es que dijera lo mismo a nuestra nación.

2. ENCOMIENDA FINAL DE JOSUÉ AL PUEBLO (24:1–28)


La última reunión de Josué con el pueblo se llevó a cabo en Siquem. No se puede determinar
si esa segunda reunión ocurrió a continuación de la primera, o si se llevó a cabo en el siguiente
aniversario, o si hubo un intervalo largo entre la primera y la segunda.
El escenario geográfico es interesante. Siquem, que estaba a pocos kms. al noroeste de Silo,
fue donde por primera vez Abraham recibió la promesa de Dios de darle la tierra de Canaán a su
descendencia. Abraham respondió construyendo un altar para demostrar su fe en el único Dios
verdadero (Gn. 12:6–7). También Jacob se detuvo en Siquem cuando regresaba de Padan-aram y
enterró ahí los ídolos que su familia había traído consigo (Gn. 35:4). Después de que los
israelitas completaron la primera fase de la conquista de Canaán, viajaron a Siquem, donde Josué
construyó un altar a Jehová, escribió la ley de Dios en columnas de piedra y repasó las leyes al
pueblo (Jos. 8:30–35). Por lo tanto, Josué tenía buenas razones para convocar a Israel en ese
sitio. Ciertamente las piedras en que había sido escrita la ley estaban todavía en pie y eran
vívidos recordatorios de aquel evento tan significativo. Desde ese momento, el hermoso valle
entre los montes Ebal y Gerizim estaría relacionado con esa conmovedora escena de despedida,
desde donde el honorable líder les habló por última vez.
La forma literaria de ese discurso ha ocasionado mucho interés y comentarios. En nuestros
días se sabe que los gobernadores del imperio heteo que gobernaban en ese período (ca.
1450–1200 a.C.) realizaron acuerdos internacionales con sus estados vasallos, obligándoles a
servirles con lealtad y obediencia. Esos tratados de vasallaje seguían un patrón común y
requerían una renovación periódica. Josué 24 contiene, siguiendo la forma de los tratados
normales de vasallaje de aquella época, un documento de renovación pactal por medio del cual el
pueblo de Israel se comprometía a confirmar su relación pactal con Dios (cf. “Estructura” en la
Introducción de Dt.). Al igual que los acuerdos de soberanía-vasallaje, las partes de la
renovación del pacto incluían un preámbulo (vv. 1–2a), un prólogo histórico (vv. 2b–13), las
estipulaciones que obligaban a los vasallos junto con las consecuencias por la desobediencia (vv.
14–24), y la escritura del acuerdo (vv. 25–28). El pacto mosaico establecido en Sinaí no era
perpetuo; por lo tanto, necesitaba ser renovado por cada generación. Fue durante esa ceremonia
formal e impactante que se realizó la transacción de la renovación.
a. Repasando sus bendiciones (24:1–13)
24:1–13. Se identifica a Dios como el autor de este pacto y a Israel como el pueblo (vv.
1–2a). Seguido de ese preámbulo, encontramos el prólogo histórico (vv. 2b–13), en el cual
Jehová recuerda sus bendiciones pasadas para con ellos. Primero, los sacó de Ur de los Caldeos
(vv. 2b–4), después, de Egipto (vv. 5–7), y los introdujo en Canaán (vv. 8–13). Algunos han
dicho que los tábanos (v. 12 [“avispas”, BLA]; Éx. 23:28; Dt. 7:20) se refieren a las tropas
egipcias que pudieron haber atacado Canaán antes de la conquista. Otros dicen que los tábanos se
refieren en forma figurada al pánico (V. nota mar. RVR95) que experimentaron los habitantes de
Canaán cuando escucharon lo que Dios había hecho por Israel (cf. Dt. 2:25; Jos. 2:10, 24, 5:1).
Otros sugieren que lit. se refiere a avispas.
Fue Dios el que habló en esta recapitulación de la historia de Israel. El pronombre personal
“yo” (aunque a veces en forma tácita) se usa 18 veces: yo tomé … le di … yo envié … herí …
os saqué … os libré, etc. Como haría un rey heteo que recordaba a sus vasallos los actos de
benevolencia que había tenido para con ellos, Dios repasó las obras maravillosas que había
realizado a favor de Israel. La grandeza que el pueblo había logrado no había sido por su
esfuerzo, sino por la gracia y poder de Dios. Desde la primera hasta la última, las conquistas de
Israel, su liberación y su prosperidad eran por las misericordias divinas y no por sus méritos
propios.
b. Repasando sus responsabilidades (24:14–24)
24:14–15. A continuación se mencionan las estipulaciones de la renovación del pacto: Israel
debía temer a Jehová y servirle. En los acuerdos de los heteos se rechazaba toda alianza con
cualquier otro extranjero, así que en este pacto, Israel debía evitar cualquier relación con los
dioses ajenos. Josué los retó a escoger de entre los dioses de Ur, a quienes sus ancestros
sirvieron (cf. v. 2) al otro lado del río (i.e., el Éufrates), o a los dioses de los amorreos de
Canaán, o a Jehová. Josué, el venerado líder, se presentó como ejemplo para reafirmar esa
exhortación. Cualquiera que fuera la opción que ellos escogieran, su decisión era clara: yo y mi
casa serviremos a Jehová.
24:16–18. Entonces el pueblo respondió entusiastamente, movido por la fuerza de los
argumentos dados por Josué y el magnetismo de su ejemplo. Rechazaban la sola mención de
dejar a Jehová para servir a otros dioses; porque Jehová era quien los sacó … de la tierra de
Egipto, de la casa de servidumbre y el que los había guardado por todo el camino del
desierto. Además, los había conducido hasta la tierra de promisión. Su respuesta fue: Nunca …
acontezca, que seamos culpables de cometer esa ingratitud. A continuación añadieron:
Nosotros, pues, también serviremos a Jehová.
24:19–21. Josué habló una vez más. No se sintió satisfecho con su respuesta entusiasta.
¿Será que detectó algún rastro de insinceridad? ¿Esperaba que el pueblo trajera sus ídolos para
destruirlos así como había hecho la familia de Jacob en ese mismo lugar siglos antes? (Gn. 35:4;
Jos. 24:14, 23) No hubo tal respuesta, así que Josué declaró ásperamente: No podréis servir a
Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros
pecados. Es evidente que Josué no quiso decir que Dios no es un Dios de perdón. Más bien, dijo
que la adoración y servicio a él no deben tomarse a la ligera, y que apartarse de él
deliberadamente para servir a los ídolos es un pecado voluntario de arrogancia para el cual no
hay perdón bajo la ley (Nm. 15:30). Cometer tal pecado resultaría en un desastre. Una vez más,
el pueblo respondió a las penetrantes palabras de Josué, declarando firmemente su intención de
servir a Jehová.
24:22–24. Josué habló por tercera vez, desafiándolos a servir como testigos contra sí
mismos si se negaban a andar con Dios. Y el pueblo inmediatamente respondió: Testigos somos.
Finalmente, Josué volvió a hablar por cuarta vez, llegando una vez más al punto que había
mencionado al principio: Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros (cf.
v. 14). Habiendo escuchado el juramento de sus labios; aquí los desafió a comprobar su
sinceridad por medio de sus obras. Conociendo que muchos de ellos estaban practicando
secretamente la idolatría, Josué ordenó que quitaran a sus dioses falsos. Sin titubear, el pueblo
exclamó: A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos. Dijeron que serían
siervos obedientes de Dios, no esclavos de Egipto o de otros dioses. (El vb. “servir”, en sus
diferentes conjugaciones, se menciona 13 veces en los vv. 14–24.)
No era posible mezclar la fidelidad a Dios con la de los dioses ajenos. Esa generación, al
igual que cada una de las que vinieran posteriormente, debía tomar una decisión firme. La gente
debe escoger entre la conveniencia y los principios, entre el mundo y la eternidad, entre Dios y
los ídolos (cf. 1 Ts. 1:9).
c. Registro del juramento (24:25–28).
24:25–26a. Josué procedió a renovar el pacto. Sabía que no tenía caso abundar más en las
palabras, aunque dudaba que la consagración del pueblo fuera genuina y sincera. Por eso,
escribió el pacto en el libro de la ley de Dios, que probablemente se colocaría junto al arca del
pacto (cf. Dt. 31:24–27). De igual manera, en los tratados de vasallaje de los heteos, ese
documento era colocado en el santuario del estado vasallo.
24:26b–27. Como recordatorio final, aparentemente Josué escribió también los estatutos del
pacto en una gran piedra que colocó debajo de la encina que estaba en ese sitio sagrado. Al
excavar en Siquem, los arqueólogos descubrieron una gran columna de piedra caliza que podría
identificarse con el memorial que aquí se menciona. Josué dijo que esta piedra serviría de
testigo, como si ella hubiera oído todas las cláusulas del pacto.
24:28. Una vez que Josué hubo dirigido al pueblo de Israel a renovar el pacto por medio de
ese ritual sagrado, en el cual juraron temer y seguir a Jehová Dios, terminaron sus apariciones en
público. Con los recuerdos de esa solemne ocasión indeleblemente impresos en su memoria, los
israelitas regresaron a sus hogares, cada uno a su posesión.

C. Apéndice (24:29–33)
24:29–31. Tres entierros—todos efectuados en la tribu de Efraín—cierran el libro de Josué.
Primero se registra que Josué … murió a la avanzada edad de ciento diez años … y fue
sepultado en su heredad (cf. 19:50). No puede haber mayor tributo que haber sido llamado
simplemente siervo de Jehová. Para él, nunca existió un rango mayor que ése.
24:32. También se registra el entierro de los huesos de José. Estando en su lecho de muerte,
había pedido que lo sepultaran en la tierra prometida (Gn. 50:25). Moisés supo de esa petición y
llevó consigo los huesos de José durante el éxodo (Éx. 13:19). Ahora, después de los largos años
de peregrinación y de conquista, los restos de José, que habían sido embalsamados en Egipto
(Gn. 50:26) más de 400 años antes, fueron depositados en Siquem (cf. Gn. 33:18–20).
24:33. El tercer entierro que se menciona es el del sumo sacerdote Eleazar hijo de Aarón,
que había sido su sucesor. Él tuvo el privilegio de estar con Josué en la distribución de la tierra
(Nm. 34:17; Jos. 14:1; 19:51) y encabezar el ministerio en el tabernáculo durante los años
cruciales de la conquista y el asentamiento en Canaán.
Es extraño que un libro como el de Josué termine con tres entierros. Sin embargo, esas tres
apacibles tumbas son testimonio de la fidelidad de Dios hacia Josué, hacia José y hacia Eleazar,
quienes alguna vez vivieron en tierra extraña. Cuando vivían fuera de la tierra prometida
recibieron la promesa de Dios de llevarlos a ellos y su pueblo a Canaán. Por fin, los tres
descansaban en paz en la tierra de promisión. Dios cumplió su palabra a Josué, José y Eleazar—y
a todo el pueblo de Israel. En la actualidad esto debería animar a los hijos de Dios a confiar en la
infalible fidelidad de Dios.
BIBLIOGRAFÍA

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JUECES
F. Duane Lindsey
Traducción: Elizabeth C. de Márquez

INTRODUCCIÓN

Título y lugar que ocupa en el canon. El título de “Jueces” puede trazarse hasta el hebr. šōp̱eṭîm
(“jueces”), a través de la frase en latín (Liber Judicum) y de la que aparece en la LXX en gr.
(Kritai, “Jueces”). El título es muy apropiado, porque el concepto de arbitraje legal que
conocemos en la actualidad también abarcaba la autoridad administrativa en general, así como la
liberación de los enemigos de Israel.
En nuestra Biblia, el libro de los Jueces se encuentra entre los que generalmente se clasifican
como “libros históricos”. Pero en la Biblia hebr., está incluido en la división de “los profetas” (va
precedido por “la ley” y seguido de “los escritos”), específicamente en los “profetas anteriores”,
que incluyen a Josué, Jueces, Samuel y Reyes.
Autor y fecha. La evidencia interna del libro de los Jueces sugiere que fue escrito durante los
primeros días de la monarquía—después de la coronación de Saúl (1051 a.C.), pero antes de la
conquista de Jerusalén por David (1004 a.C). Los tres hechos siguientes apoyan esta afirmación:
(1) El lema estilístico de “en aquellos días no había rey en Israel”—y que se repite hacia el final
del libro (17:6; 18:1; 19:1; 21:25) mira hacia atrás, viéndolo desde el período en que ya había
reyes en Israel. (2) La declaración que se hace acerca de Jerusalén en el sentido de que el
“jebuseo habitó con los hijos de Benjamín en Jerusalén hasta hoy” (1:21), claramente indica que
el libro se escribió antes de que David conquistara la ciudad de Jerusalén (cf. 2 S. 5:6–7). (3) La
referencia a los cananeos de Gezer sugiere una fecha anterior al tiempo en que los egipcios
dieron dicha ciudad como regalo de bodas a la esposa egipcia de Salomón (cf. 1 R. 9:16).
Aunque no existe evidencia interna para identificar al autor de Jueces, el Talmud (Tratado
Baba Bathra 14b), adjudica a Samuel los libros de Jueces, Rut y Samuel. Aunque esto es difícil
de comprobar, identificar a ese profeta como autor de Jueces va de acuerdo con la evidencia
interna mencionada arriba y con el hecho aceptado de que Samuel fue escritor (1 S. 10:25). Por
tanto, Jueces parece haber sido escrito entre 1040 y 1020 a.C. Sin duda, el autor inspirado se
basó en fuentes anteriores, tanto escritas como orales, para conjuntar esta parte teológicamente
seleccionada de la historia de Israel que va desde la muerte de Josué, hasta el comienzo de la
monarquía.
Cronología del período de los jueces. Los eruditos concuerdan en que ese período histórico
empezó con la muerte de Josué y terminó con la coronación de Saúl y el comienzo de la
monarquía. Pero disienten en cuánto a qué tiempo transcurrió entre esos dos acontecimientos.
Puesto que la mayoría de los eruditos aceptan que la monarquía empezó con Saúl en 1051 a.C.,
el debate se concentra en la fecha en que Josué murió. El problema radica principalmente en la
fecha en que se efectuó el éxodo bajo el mando de Moisés. La mayoría de los eruditos
conservadores aceptan que fue en 1446 a.C., mientras que la mayoría de los eruditos liberales
piensan que fue en una fecha posterior (ca. 1280/1260 a.C.). El argumento conservador se basa
en el uso lit. de las cifras que se registran en 1 Reyes 6:1 y Jueces 11:26. (V. la Introducción del
libro de Éxodo donde se halla una discusión de la fecha del éxodo.) Los estudiosos que aceptan
la fecha más posterior, consecuentemente dicen que el período de los Jueces fue entre 1220 a
1050 a.C., mientras que los que aceptan la fecha más temprana del éxodo dicen que el período de
los Jueces empezó entre 1390–1350 a.C. y que terminó aprox. en 1050 a.C.
Es muy fuerte la evidencia que hay para fechar el inicio del período de los Jueces cerca de
1350 a.C. (cf. Eugene H. Merrill, Paul’s Use of ‘About 450 Years’ in Acts 13:20; “El Uso que
Pablo Hace de la Frase ‘Como por Cuatrocientos Cincuenta Años’ en Hechos 13:20”,
Bibliotheca Sacra 138. Julio-septiembre 1981:249–250). Los ancianos que sobrevivieron a Josué
(Jos. 24:31; Jue. 2:7), no debieron haber tenido más de veinte años en 1444 a.C., que fue cuando
los espías fueron a reconocer la tierra prometida (Nm. 13:2; 14:29), dos años después del éxodo.
Si vivieron hasta cerca de ciento diez años (que era la edad que Josué tenía cuando murió; Jos.
24:29), el mayor de ellos habría muerto alrededor de 1354 a.C. (Si nacieron en 1464 a.C. o más
tarde, y si no vivieron más de ciento diez años, entonces su muerte se fecharía en 1354 a.C.) La
idolatría que provocó la primera esclavitud (la efectuada por Cusan-risataim, Jue. 3:8) parece
haber comenzado después de que murieron esos ancianos (2:7).
El siguiente acontecimiento que aparece en Jueces y que puede fecharse, es la ocupación de
Galaad por los amonitas. Jefté dijo que eso ocurrió trescientos años (11:26) después de que los
israelitas ocuparon la región este del Jordán (ca. 1406 a.C.). Entonces, el año 1106 a.C. marcó,
ya sea el comienzo de Jefté como juez (lo cual es probable), o bien el comienzo de la invasión
amonita realizada dieciocho años antes (posiblemente). Las fechas del período de Sansón como
juez (ca. 1105–1085 a.C.) y el liderato de Elí (ca. 1144–1104 a.C.) y Samuel (ca. 1104–1020
a.C.) pueden ser reconstruidas con bastante exactitud (haciendo que se traslapen los años de
Sansón y Samuel) a partir de las fechas bastante conocidas del reinado de Saúl (Merrill, págs.
250–252).
La evidencia disponible es insuficiente para apoyar cualquiera de las propuestas
contradictorias relacionadas con las fechas exactas de casi todos los otros jueces. Compare e.g.,
las fechas establecidas por J. Barton Payne, Chronology of the Old Testament; “Cronología del
Antiguo Testamento”, Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible, “Enciclopedia Pictórica
Zondervan de la Biblia”. Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1975, 1:829–845; Merrill
F. Unger, Archaeology and the Old Testament, “El Antiguo Testamento y la Arqueología”.
Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1954, págs. 158–187; John C. Whitcomb, Jr., Chart
of the Old Testament Patriarchs and Judges, “Cuadro de los Patriarcas y Jueces del Antiguo
Testamento”, Study-graph, 3a. rev. ed. Chicago: Moody Press, 1968; y Leon J.Wood,
Distressing Days of the Judges, “Los Aciagos Días de los Jueces”, págs. 10–21, 303–304,
341–342, 409–411.
Aumentando el tiempo de regencia de cada juez a la opresión previa, se obtiene un total de
410 años (si la opresión filistea y la regencia de Sansón se cuentan por separado), que es un
período demasiado largo para acomodar el período entre Josué y Saúl. Por lo tanto, los eruditos
concuerdan en que los períodos de algunas opresiones y regencias se traslaparon. Esto es lo que
podría esperarse, porque muchos jueces (si no es que todos), probablemente gobernaron sobre
porciones geográficamente limitadas de Israel.
Escenario histórico y teológico. Históricamente, el libro de los Jueces es la continuación del de
Josué. Ambos libros están ligados estrechamente, porque incluyen la narración de la muerte de
Josué (Jue. 2:6–9; cf. Jos. 24:29–31). Los logros militares de Josué destruyeron la coalición
cananea que se había extendido por toda la tierra (Jos. 11:16–23), pero dejó grandes zonas
todavía pendientes de ser dominadas por las tribus en forma individual (Jos. 13:1; Jue. 1:2–36).
De tiempo en tiempo, esos reductos cananeos se insurreccionaron una y otra vez durante el
período de los Jueces (4:2). El libro no sólo mira hacia atrás, a las victorias de Josué, sino
también adelante, al establecimiento de la monarquía en Israel (cf. 17:6; 18:1; 19:1; 21:25; así
como cf. 8:23 con 1 S. 8:7; 12:12).
Teológicamente, el período de los Jueces es una transición entre la actividad de Jehová a
través de sus dos mediadores, Moisés y Josué, y de su gobierno usando a los reyes ungidos como
mediadores. Durante el período de los Jueces, Jehová levantó libertadores escogidos a quienes
ungió con su Espíritu para rescatar a su pueblo Israel de sus enemigos. Parece irónico que Jehová
entregara a su pueblo en manos de esos mismos enemigos para castigarlo por sus pecados (cf. el
comentario de Jue. 3:1–6).
La función de los jueces. La palabra hebr. šōp̱eṭ (“juez, libertador”) tiene una connotación más
amplia que la palabra castellana “juez”. Ese es el término general con que se designaba a un líder
que combinaba tanto la rama ejecutiva (incluyendo la militar) como el aspecto judicial del
gobierno. Entonces, los jueces de Israel principalmente fueron líderes militares y civiles que
ejercieron funciones judiciales estrictas, según lo requiriera el caso (cf. 4:5).
Propósito y tema. El propósito del libro de Jueces es demostrar el castigo que Dios impuso al
pueblo de Israel debido a la apostasía. En forma más particular, el libro registra la desobediencia
de Israel al gobierno que Jehová ejercía a través de sus líderes soberanamente elegidos y
capacitados con su Espíritu, y la consiguiente necesidad de imponer una monarquía hereditaria
centralizada, como el medio a través del cual el Señor continuaría ejerciendo el control sobre la
nación de Israel. La desobediencia a Jehová del pueblo, y su adoración de los dioses cananeos, le
impidió experimentar la bendición divina y lograr la completa conquista de sus enemigos (cf.
3:1–6). La influencia cananea en las áreas social y moral condujo a la apostasía de los israelitas y
a la anarquía, demostrando que en Israel era necesario que hubiera una monarquía hereditaria
centralizada. (V. “Los jueces de Israel”, en el Apéndice, pág. 288.)

BOSQUEJO

I. Prólogo: Causas que provocaron el período de los Jueces (1:1–2:5)


A. Antecedentes político-militares—la conquista parcial de Canaán por Israel (cap. 1)
1. Éxito de Judá y Simeón al conquistar la parte sur de Canaán (1:1–20)
2. Fracaso de Benjamín al tratar de desplazar a los jebuseos (1:21)
3. Éxito parcial de la casa de José al ocupar la parte central de Canaán (1:22–29)
4. Fracaso de las tribus israelitas en el norte de Canaán (1:30–33)
5. Los amorreos confinan a los danitas a los montes (1:34–36)
B. Antecedentes religioso-espirituales—Israel rompe el pacto con Dios (2:1–5)
1. Sentencia pronunciada por el ángel de Jehová (2:1–3)
2. Reacción del pueblo de Israel (2:4–5)
II. Registro documental: Casos que muestran los hechos de los Jueces (2:6–16:31)
A. Introducción a la historia de los jueces (2:6–3:6)
1. Resumen de la muerte de Josué (2:6–10)
2. Patrón de conducta que siguió Israel en el período de los jueces (2:11–19)
3. Resultados del incumplimiento del pacto (2:20–23)
4. Identificación de las naciones que quedaron (3:1–6)
B. Descripción de las opresiones y liberaciones (3:7–16:31)
1. Liberación por Otoniel de la opresión de Cusan-risataim (3:7–11)
2. Liberación por Aod de la opresión de Eglón (3:12–30)
3. Liberación por Samgar de la opresión de los filisteos (3:31)
4. Liberación por Débora y Barac de la opresión de los cananeos (caps. 4–5)
5. Liberación de la opresión de los madianitas por Gedeón (6:1–8:32)
6. Gobiernos de Tola y Jair después de la usurpación de Abimelec (8:33–10:5)
7. Liberación por Jefté de la opresión de los amonitas (10:6–12:7)
8. Gobiernos de Ibzán, Elón, y Abdón (12:8–15)
9. Liberación por Sansón de la opresión de los filisteos (caps. 13–16)
III. Epílogo: Condiciones que ilustran el período de los jueces (caps. 17–21)
A. Apostasía religiosa: La idolatría de Micaía y la migración de los danitas (caps. 17–18)
1. Idolatría de Micaía el efrateo (cap. 17)
2. Migración de los danitas hacia el norte (cap. 18)
B. Degradación moral: La atrocidad cometida en Gabaa y la guerra con los benjamitas (caps.
19–21)
1. Atrocidad cometida contra la concubina del levita (cap. 19)
2. Guerra contra la tribu de Benjamín (cap. 20)
3. Preservación de la tribu de Benjamín (21:1–24)
4. Características del período de los jueces (21:25)

COMENTARIO

I. Prólogo: Causas que provocaron el período de los Jueces (1:1–2:5)


El registro en sí de los hechos heroicos de los jueces está precedido por dos secciones
introductorias (1:1–2:5 y 2:6–3:6). La segunda de ellas, compuesta por un análisis teológico de la
época de los jueces, propiamente es la introducción literaria del resto del libro. Sin embargo, la
antecede una introducción que trata tanto los aspectos político-militares (la conquista parcial de
Canaán por Israel) como los factores religioso-espirituales (la ruptura del pacto de Israel con
Jehová).
El principal problema de interpretación que surge en esta sección de antecedentes (1:1–2:5)
es su relación cronológica con la muerte de Josué. La muerte de ese gran líder (previamente
registrada en Jos. 24:29–31) de nuevo se relata en forma resumida en Jueces 2:6–10, en especial
los vv. 8–9. Jueces 2:10 y los que siguen, evidentemente se refieren a los acontecimientos
experimentados por la nueva generación de israelitas que alcanzó la madurez después de la
muerte de Josué. Pero, ¿cómo se relacionan los acontecimientos de Jueces 1:1–2:5 con la muerte
de Josué? El libro comienza con la declaración aparentemente directa: “Aconteció después de la
muerte de Josué” (1:1) y sigue con una secuencia de eventos que se relacionan con la ocupación
de Canaán por las tribus. Pero si esos acontecimientos siguieron a la muerte de Josué, ¿por qué
se relata ésta en 2:8?
Se han dado tres respuestas a estas preguntas. Algunos eruditos consideran que todos los
acontecimientos de 1:1–2:5 tienen lugar después del deceso de Josué, y que la segunda
introducción que comienza en 2:6 proporciona un nuevo resumen de su muerte. De acuerdo con
ese punto de vista, parece que los paralelismos entre Jueces 1 y el libro de Josué de hecho se
refieren a dos diferentes series de sucesos—los primeros logros militares del ejército de Israel
bajo el liderazgo de Josué, y la subsiguiente posesión de las tribus de zonas individuales
asignadas por Josué para ser ocupadas. Este punto de vista enfrenta muchos problemas,
incluyendo el hecho de que cuando todas las tribus de Israel fueron convocadas por Josué (Jos.
24:1), tuvieron que trasladarse desde sus heredades asignadas (Jos. 24:28), lo cual indicaría que
ya había ocurrido la ocupación de las tribus en un porcentaje significativo (Jos. 15:13–19).
Un segundo punto de vista considera que cuando menos el pasaje de Jueces 1:11–15 (los
sucesos relacionados con la conquista de Debir por Otoniel) es paralelo con Josué 15:16–19. De
acuerdo con este punto de vista, el relato de Jueces 1 comienza después de la muerte de Josué,
pero cambia (quizá en el v. 10) al tiempo pluscuamperfecto (en hebr., la diferencia de tiempos es
una decisión contextual) y e.g., debería decir: “ya habían avanzado” (v. 10). Aunque esto es
posible, parece que interrumpe la secuencia aparente que se nota a través de todo este cap.
Un tercer punto de vista reconoce que la primera oración del libro (“… después de la muerte
de Josué”) es un título del libro de Jueces como un todo, mientras que los hechos verdaderos que
siguieron a la muerte de Josué no se relatan sino hasta que se registra su deceso en 2:8. Esta
perspectiva tiene menos problemas cronológicos, y le hace justicia a la continuidad de
pensamiento del cap. 1.
Cualquiera que sea el punto de vista que se adopte, está claro que las guerras tribales de
ocupación (cap. 1) acontecieron después de las guerras nacionales de conquista que se llevaron a
cabo bajo el mando de Josué cuando asignó los territorios a cada tribu. La posesión de esos
territorios por las tribus seguramente comenzó antes de que Josué muriera, ya sea que el registro
de Jueces 1 se refiera a esta fase de la ocupación o a una etapa posterior, después de que el líder
murió.

A. Antecedentes político-militares—la conquista parcial de Canaán por Israel (cap. 1)


1. ÉXITO DE JUDÁ Y SIMEÓN AL CONQUISTAR LA PARTE SUR DE CANAÁN (1:1–20)
a. Confirmación divina de la supremacía de Judá (1:1–2)
1:1–2. El deseo de los israelitas de pelear contra los cananeos estaba en armonía con el
mandato dado por Josué de que cada tribu ocupara sus territorios asignados (Jos. 18:3; 23:5).
Aunque la tierra les había sido dada por Dios y había sido conquistada y dividida por Josué,
todavía era necesario que cada tribu luchara para desplazar a los cananeos que aún habitaban en
ella. En este pasaje no se especifica el método que los israelitas usaron para consultar a Jehová,
ni el modo en que el Señor respondió, pero probablemente se realizó gracias al ministerio del
sumo sacerdote que oficiaba en el tabernáculo, ya fuera usando el Urim y Tumim (cf. Éx. 28:30;
Nm. 27:21; 1 S. 14:37–43) o por una forma verbal de dirección divina. La elección de Dios fue
Judá (los nombres de los hijos de Jacob a través de todo este cap. se refieren a entidades
tribales). Esta supremacía militar va de acuerdo con la preferencia mostrada por el Señor por
Judá cuando Jacob emitió sus bendiciones patriarcales (Gn. 49:8). Para ver la localización de las
doce tribus, V. “Distribución de la tierra a las tribus de Israel” en el Apéndice, pág. 282).
b. Convenio entre Judá y Simeón (1:3)
1:3. La alianza militar entre las tribus de Judá y Simeón era lógica, ya que el territorio
asignado a los simeonitas estaba dentro de los límites sureños de la tribu de Judá (Jos. 19:1–9).
Además, entre Judá y Simeón existía un vínculo natural, porque ambos fueron descendientes de
Jacob y Lea (Gn. 29:33–35). Su enemigo común era el cananeo, término que tal vez se usa aquí
como una designación general de todos los habitantes de Canaán que vivían en la parte que se
encontraba al occidente del río Jordán. En un sentido más restringido, el término “cananeo”
algunas veces se refiere a los habitantes de la planicie costera y de los valles, mientras que los
moradores de la zona montañosa a veces se llaman amorreos (Nm. 13:29; cf. Jue. 1:34–36; 3:5).
c. La victoria dada por Dios en Bezec (1:4–7)
1:4–7. A continuación, Jehová entregó en sus manos [de Judá] al cananeo y al ferezeo.
Este último grupo puede haber sido un pueblo autóctono, diferente de los cananeos. O tal vez ese
término es social y no étnico, y se usa para referirse a los “aldeanos”. Los soldados de Judá
hirieron … en Bezec a diez mil hombres, tal vez en el mismo poblado (que actualmente se
llama Khirbet Ibziq) en Manasés, al sur del monte Gilboa, donde Saúl reunió a su ejército para
atacar a los amonitas en Jabes de Galaad (1 S. 11:8–11). Adoni-bezec probablemente es un título
cuyo significado es “príncipe de Bezec”. Sin embargo, algunos eruditos identifican ese nombre
con Adonisedek, uno de los reyes de Jerusalén (Jos. 10:1, 3). El salvaje acto cometido por los
israelitas en que le cortaron los pulgares de las manos y de los pies al rey, ni fue ordenado ni
aprobado por Dios; pero fue reconocido por Adoni-bezec como un castigo divino, ya que él
había hecho lo mismo con setenta reyes (aparentemente durante un largo período de tiempo).
Aunque se antoja un acto bárbaro según los estándares modernos, ese acto fue muy práctico, ya
que la pérdida de los pulgares impedía el uso de armas y la de los pulgares de los pies hacía
imposible mantener el equilibrio en el combate. Puesto que la principal función de los reyes era
dirigir a sus ejércitos en batalla (cf. 2 S. 11:1), es evidente que esa mutilación descalificó a ese
monarca para continuar en su oficio. Su propio pueblo lo llevó a Jerusalén para que terminara
ahí sus días.
d. El exitoso Ataque sobre Jerusalén (1:8)
1:8. El éxito inicial que tuvo Judá al conquistar Jerusalén puede referirse sólo a la colina
desprotegida que estaba al suroeste (el actual monte Sion). En todo caso, Judá no pudo desplazar
a los jebuseos en forma permanente (cf. Jos. 15:63) y los benjamitas tampoco pudieron hacerlo
(Jue. 1:21).
e. Conquista del territorio de Judá en el sur y el occidente (1:9–20)
(1) Resumen de la conquista. 1:9. La región de Canaán que estaba al sur de Jerusalén y que
correspondía al territorio dado a Judá (incluyendo a Simeón) se dividió geográficamente entre la
región de las montañas (i.e., la cordillera central que estaba a horcajadas en el desfiladero que se
encontraba en la ruta entre Jerusalén y Hebrón) en el Neguev (que era la región intermedia y
semiárida que corría de este a oeste desde Beerseba), y en los llanos occidentales (lit. “el
Sefela”), que estaba entre la zona montañosa y el llano costero (que no se menciona sino hasta
los vv. 18–19).
(2) La conquista de Hebrón. 1:10. El nombre antiguo de Hebrón (que significa
“confederación”) era Quiriat-arba (que significa “ciudad de los cuatro”, tal vez por una antigua
coalición de cuatro ciudades), aunque algunos la han identificado con Arba, el padre de los
anaceos, que fue quien tal vez fundó esa ciudad (cf. Jos. 14:15; 15:13; 21:11; Jue. 1:20). Hebrón
se localiza cerca de 30 kms. al suroeste de Jerusalén en un valle que se encuentra a 930 mts.
sobre el nivel del mar. Esa ciudad fue bien conocida por Abraham (Gn. 13:18) y posteriormente
se convertiría en la capital de Judá durante los primeros siete años y medio del reinado de David
(2 S. 5:5). Los populosos clanes de Sesai … Ahimán y … Talmai, que descendían de Anac (cf.
Jue. 1:20; Jos. 15:14) y que eran los pueblos autóctonos que habitaban al sur de la región
montañosa (Nm. 13:22, 28; Jos. 11:21–22), fueron derrotados, ya que los ejércitos de Judá los
hirieron de muerte en o cerca de Hebrón. Tal vez en esta, o en una ocasión anterior, Caleb fue el
líder que derrotó a Hebrón (Jue. 1:20; cf. Jos. 15:14).
(3) Conquista de Debir. 1:11–15. En cierta época, Debir, la estratégica y real ciudad cananea
(cf. Jos. 10:38; 12:13), fue identificada por los eruditos con Tell Beit Mirsim, que está aprox. a
18 kms. al suroeste de Hebrón, pero más recientemente se identificó con Khirbet Rabud, que está
a 13 kms. al suroeste de Hebrón. No se sabe por qué su nombre anterior fue Quiriat-sefer (que
significa “ciudad de escritura”). Moisés había prometido dar Hebrón a Caleb, porque había sido
uno de los dos espías fieles que regresaron de reconocer Canaán (Nm. 14:24; Jos. 14:6–15; Jue.
1:20). Parece que Debir también se asignó a Caleb, pero después de conquistar Hebrón, él pidió
la ayuda de otros líderes para atacar a Debir. Esto lo logró porque ofreció a Acsa su hija, por
mujer al hombre que atacare … y … tomare a Debir. Otoniel hijo de Cenaz, hermano menor
de Caleb, o sea su sobrino, capturó la ciudad y probablemente, el corazón de Acsa.
Si Cenaz es el nombre del padre de Otoniel, debe haber sido hijo de la madre de Caleb, cuyo
padre era “Jefone cenezeo” (Nm. 32:12). Tal vez “hijo de Cenaz” puede significar “cenezeo” (un
clan edomita asociado con la tribu de Judá; cf. Gn. 36:11). De todos modos, Caleb y Otoniel eran
judíos naturales si su madre era de esa tribu. El premio de Otoniel fue que quedó exento de
entregar el precio acostumbrado que se daba a la familia de la novia. Pero Otoniel persuadió a
Acsa para que pidiese a su padre un campo, y asimismo le pidió también fuentes de aguas,
como una bendición adicional con motivo de sus esponsales (un don). La espléndida respuesta
del líder fue darle las fuentes de arriba y las fuentes de abajo. Es interesante resaltar que
durante la época de sequía, el suministro de agua de Khirbet Rabud dependía exclusivamente de
las fuentes superiores e inferiores de ’Alaqa, que se encontraba aprox. a 3 kms. de distancia hacia
el norte de ese sitio.
(4) Asentamientos de los ceneos. 1:16. Los ceneos era un pueblo nómada asociado con los
amalecitas (cf. 1 S. 15:6) y los madianitas (cf. Éx. 18:1 con Jue. 1:16). Jetro, suegro de Moisés,
fue sacerdote de Madián (Éx. 18:1). La ciudad de las palmeras era el oasis de Jericó (Dt. 34:3;
Jue. 3:13). Los habitantes del desierto de Judá pueden haber sido los amalecitas. Arad (cf. Nm.
21:1–3) es Tell Arad, que está a 26 kms. al sur de Hebrón, aunque algunos eruditos identifican la
antigua ciudad cananea de Arad con Tell el-Milḥ), que está a otros 13 kms. hacia el suroeste.
(5) Conquista de Horma. 1:17. Los de la tribu de Judá se unieron a los de Simeón (cf. v. 3)
para atacar a Sefat (cf. Jos. 19:4), una de las ciudades que se les había asignado, y que se cree es
Tell Masos/Khirbet el-Meshash, que está a 11 kms. al oriente de Beerseba. Anteriormente ya
había sido conquistada (Nm. 21:2–3), pero en esa ocasión la derrotaron … y la asolaron
completamente. “Asolaron” es trad. de la palabra hebr. ḥāram, que indica que se realizó una
guerra santa en la que la ciudad y sus ocupantes estaban indefectiblemente destinados a la
destrucción (cf. el comentario de Jos. 6:21). Esto se refleja en el nombre que dieron a la
ciudad—Horma (que significa “destinado” o “destrucción”).
(6) Victoria sobre las ciudades de la costa. 1:18. Las ciudades de Gaza … Ascalón … y
Ecrón (que posteriormente se asociaron con Asdod y Gat, que pertenecían a la pentápolis
filistea) se localizaban en la llanura costera. El hecho de que tomó también Judá esas ciudades
se contradice por lo que dice la LXX: “no las tomó”, cuya trad. probablemente fue influenciada
por la declaración del v. 19 que dice: “mas no pudo arrojar a los que habitaban en los llanos”.
Pero esto no niega la victoria inicial de Judá sobre esas ciudades; sólo significa que los hombres
de Judá no pudieron desplazar completamente a los habitantes de la zona como para ocupar las
ciudades.
(7) Ocupación limitada de las ciudades conquistadas. 1:19. Y Jehová estaba con Judá a
medida que arrojaba a los habitantes de las montañas (cf. v. 22). La razón por la cual el clan no
pudo arrojar a los que habitaban en los llanos no se debió a que Jehová estuviera ausente,
sino a los carros herrados de sus enemigos, que fueron introducidos por los filisteos ca. 1200
a.C. Pero posteriormente, el autor registra la reprensión divina contra esa tribu (2:2–3), la cual
relaciona su incapacidad de echar fuera a esos moradores con la desobediencia de Israel al pacto
mosaico.
(8) Asignación de Hebrón a Caleb. 1:20. Esta declaración sumaria relaciona la derrota de
Hebrón (v. 10) con la ocupación de esa ciudad por Caleb, como Moisés había dicho (cf. Nm.
14:24; Dt. 1:36; Jos. 14:9; 15:13). Aparentemente, Caleb dirigía a los hombres de Judá cuando
derrotaron a los tres hijos de Anac (Jue. 1:10, 20).

2. FRACASO DE BENJAMÍN AL TRATAR DE DESPLAZAR A LOS JEBUSEOS (1:21)


1:21. Jerusalén se encontraba en los límites entre Judá y Benjamín. Después de la victoria
parcial y/o temporal de Judá (v. 8), el jebuseo que habitaba en Jerusalén y que no había sido
arrojado por los hijos de Benjamín, continuó viviendo en la colina fortificada del sureste hasta
los tiempos del rey David (2 S. 5:6–9). Los jebuseos eran los moradores cananeos de la ciudad
que también se conocía como Jebús (Jue. 19:10–11).

3. ÉXITO PARCIAL DE LA CASA DE JOSÉ AL OCUPAR LA PARTE CENTRAL DE CANAÁN (1:22–29)


a. El éxito logrado por toda la casa de José en la conquista de Bet-el (1:22–26)
1:22–26. La clave de la victoria alcanzada por la casa de José (i.e., Efraín y Manasés; cf.
Gn. 48) sobre la ciudad de Bet-el fue debido a que Jehová estaba con ellos (cf. Jue. 1:19). Su fe
en el Señor y su obediencia a las condiciones estipuladas en el pacto para poseer Canaán, les
dieron la victoria gracias a la intervención divina. No obstante, su fracaso en arrojar a los
cananeos de las otras ciudades mencionadas en los vv. 27–29 demuestra que la desobediencia y
la falta de fe iban en aumento (cf. 2:1–5). Bet-el (“casa de Dios”), ciudad de mucha
trascendencia para la historia de Israel (e.g. Gn. 12:8; 28:10–22; 35:1–15), se ubicaba en la alta
planicie central a 16 o 19 kms. al norte de Jerusalén, en la frontera entre Efraín y Benjamín.
Estaba estratégicamente situada en la ruta comercial que iba de norte a sur, y era donde se
juntaba el tráfico que venía de la costa marítima del Mediterráneo al occidente con el que venía
del oriente del valle del Jordán, pasando por Jericó. Comúnmente, Bet-el se ha identificado con
la actual Beitin, que está aprox. a 19 kms. al norte de Jerusalén, aunque ciertos datos favorecen a
el-Bireh, que está a 3 kms. más hacia el sur (cf. David Livingston, Location of Biblical Bethel
and Ai Reconsidered, “Reconsiderando el Sitio del Bet-el Bíblico y de Hai”, Westminster
Theological Journal 33. Noviembre 1970:20–44; y Traditional Site of Bethel Questioned, “La
Localización Tradicional de Bet-el Cuestionada”, Westminster Theological Journal 34.
Noviembre 1971:39–50).
Cuando los espías que fueron enviados a reconocer Bet-el no pudieron encontrar la entrada
secreta para invadir la ciudad, ofrecieron protección a uno de sus ocupantes a cambio de que se
las mostrara. Después de derrotar a los habitantes de esa ciudad, dejaron ir a aquel hombre con
toda su familia, quien se fue a radicar al norte de Siria (i.e., a la tierra de los heteos; cf. Jos.
1:4), que tal vez había sido la residencia de sus ancestros, donde edificó una ciudad a la cual
llamó Luz, en memoria del nombre original de Bet-el (Jue. 1:23)
b. Manasés fracasa en ocupar el sur de Jezreel (1:27–28)
1:27–28. La obstinación de los cananeos para permanecer en las ciudades clave que
protegían el valle de Jezreel fue más fuerte que la fe que ejerció la tribu de Manasés para
arrojarlos de ellas. El hecho de que al final Israel cediera y tomara al cananeo como tributario
(cf. vv. 30, 33, 35), demostró la obediencia incompleta que caracterizaba a algunas tribus, como
se establece en el resto del cap. 1. Las ciudades no se listan en secuencia geográfica exacta, la
cual sería (contando de este a oeste): Bet-seán, estratégicamente situada al oriente del valle de
Harod; Ibleam … Taanac y Meguido, que guardaban las entradas clave al valle de Jezreel; y
Dor, localizada en la costa al sur del monte Carmelo.
c. Efraín fracasa en desplazar a los cananeos de Gezer (1:29)
1:29. Gezer estaba estratégicamente localizada en la frontera suroeste de Efraín, a la entrada
del valle de Ascalón. Guardaba el cruce de los caminos de la rama oriental del camino costero así
como la principal ruta oeste-este a través del valle de Ascalón hacia Jerusalén o Bet-el. Así como
hizo Manasés en el norte, Efraín permitió que el cananeo habitara en medio de ellos en Gezer
(cf. vv. 27–28).

4. FRACASO DE LAS TRIBUS ISRAELITAS EN EL NORTE DE CANAÁN (1:30–33)


a. Fracaso de Zabulón en arrojar a los cananeos (1:30)
1:30. La obediencia imperfecta de Zabulón fue similar a la de Manasés y Efraín, porque lo
único que logró fue que los habitantes cananeos de Quitrón y de Naalal fueran sus tributarios.
Esas ciudades no han podido ser identificadas, pero pudieron haber estado ubicadas en el
extremo noroeste del valle de Jezreel.
b. Fracaso de Aser en arrojar a los cananeos (1:31–32)
1:31–32. Aquí se pone de manifiesto que la desobediencia de Aser fue aún mayor, porque
esa tribu moró … entre los cananeos que habitaban en la tierra; pues no los arrojó. No tomó
a los habitantes para que fueran tributarios como hicieron Manasés y Zabulón (cf. vv. 28, 30),
sino que permitió que vivieran entre ellos. Las ciudades cananeas mencionadas en el v. 31 se
ubicaban en la zona que posteriormente llegó a conocerse como Fenicia.
c. Fracaso de Neftalí en arrojar a los cananeos (1:33)
1:33. La tribu de Neftalí tampoco arrojó a los cananeos, sino que moró entre los cananeos
que habitaban en la tierra, aunque sí hicieron tributarios (cf. vv. 29–30, 35) a los moradores
de Bet-semes y los moradores de Bet-anat. Se ha sugerido que esos sitios estaban en la parte
norte y sur de Galilea.

5. LOS AMORREOS CONFINAN A LOS DANITAS A LOS MONTES (1:34–36)


1:34–36. Los amorreos (cf. el comentario del v. 3) no … dejaron descender a los llanos a
los danitas, a pesar de que éstos al final hicieron tributarias a las ciudades de la región del Sefela.
El hecho de que los amorreos hayan confinado a los danitas al monte, hizo que finalmente éstos
migraran hacia Lais, que está al norte del mar de Galilea (cf. cap. 18), debido a que el territorio
que poseía era muy reducido. Tan sólo consistía de un poco más de 6 kms. de ancho, de Ajalón
en el occidente, donde comienza la región montañosa y por el oriente hasta la frontera con la
tribu de Benjamín.

B. Antecedentes religioso-espirituales—Israel rompe el pacto con Dios (2:1–5)


1. SENTENCIA PRONUNCIADA POR EL ÁNGEL DE JEHOVÁ (2:1–3)
2:1a. El ángel de Jehová (en hebr. Yahweh) subió de Gilgal a Boquim. Éste no era sólo “un
ángel”, sino una teofanía—la aparición de la segunda persona de la Trinidad en forma visible y
corporal antes de su encarnación. Ese tipo de manifestación divina fue muy prominente en los
tiempos de Moisés (Éx. 3:2–15; Nm. 22:22–35) y de Josué (Jos. 5:13–15) y también apareció
durante el período de los jueces a Gedeón (Jue. 6:11–24) y a los padres de Sansón (13:3–21). El
ángel del Señor era la Deidad, por lo que fue llamado Jehová (e.g., Jos. 5:13–15; Jue. 6:11–24;
Zac. 3) y Dios (e.g., Gn. 32:24–32; Éx. 3:4) y tenía las prerrogativas y atributos divinos (cf. Gn.
16:13; 18:25; 48:16). Sin embargo, ese mensajero del Señor es distinto de Jehová, lo cual indica
que hay una pluralidad de personas dentro de la Trinidad (cf. Nm. 20:16; Zac. 1:12–13). Algunas
alusiones del N.T. sugieren que el ángel del Señor del A.T. era el Señor Jesucristo (cf. Jn. 12:41;
1 Co. 10:4; Jn. 8:56; He. 11:26).
“Gilgal” fue donde acamparon los israelitas por primera vez después de que cruzaron el
Jordán. Ahí fueron circuncidados y se consagraron a tener fe y obedecer el pacto (Jos. 5:2–12).
Gilgal estaba cerca de Jericó y tal vez debe identificarse con Khirbet al-Mafjar, que está a unos 2
kms. al nordeste de la Jericó del A.T. La “encina de los lamentos” cerca de Bet-el (Gn. 35:8), se
ha sugerido como el sitio probable de “Boquim” (“los que lloran”), pero se desconoce su
ubicación exacta.
2:1b–2. Es evidente que el ángel del Señor habló como Jehová mismo, porque utilizó la
fórmula pactal para referirse a sus misericordias redentoras durante el éxodo y a su
misericordioso establecimiento del pacto mosaico (cf. Éx. 19:4; 20:2; Jos. 24:2–13). Además,
repasó las prohibiciones divinas de que los israelitas hicieran alianzas con los cananeos (no
hagáis pacto con los moradores de esta tierra) y que no cayeran en la idolatría que ellos
practicaban (cuyos altares habéis de derribar; cf. Éx. 23:32–33; 34:12–16; Nm. 33:55; Dt. 7:2,
5, 16; 12:3). Después, hablando como Jehová, el ángel confirmó el hecho de que Israel había
desobedecido (cf. el acuerdo hecho con los gabaonitas, Jos. 9; y la permanencia de los cananeos
como tributarios, Jue. 1:28, 30, 33, 35). Dios hizo hincapié en la desobediencia de Israel,
haciendo una pregunta diseñada para despertar su conciencia: ¿Por qué habéis hecho esto?
2:3. Como resultado de la desobediencia de Israel, desapareció la ayuda divina por medio de
la cual Israel hubiera podido arrojar fuera de la tierra a los cananeos (cf. 2:20–3:6). Los
matrimonios mixtos con los cananeos condujeron a la tolerancia y aun a la participación en su
idolatría. La forma en que desobedecieron y que provocó la ira divina, se convirtió a su vez en el
castigo que el Señor envió sobre ellos. El tropezadero de la idolatría cananea fue un anticipo de
los ciclos que caracterizaron a la época de los jueces.

2. REACCIÓN DEL PUEBLO DE ISRAEL (2:4–5)


2:4–5. El pueblo alzó su voz y lloró, pero lo único que esto logró fue dar nombre al lugar
(Boquim, “los que lloran”), ya que no se registra que el pueblo se arrepintiera en verdad. La
gente no se alejó en forma permanente de su desobediencia y los sacrificios que ofrecieron a
Jehová en Boquim sólo fueron un ritual externo en vez de una expresión de fe verdadera.

II. Registro documental: Casos que muestran los hechos de los Jueces (2:6–16:31)
A. Introducción de la historia de los jueces (2:6–3:6)
Esta sección sigue respondiendo a la pregunta: ¿Por qué dejaron los israelitas a algunos
gentiles en la tierra? Mientras que 1:1–2:5 forma la introducción histórica del libro, esta sección
es una introducción literaria de los hechos de los jueces, y narra los ciclos repetitivos de la
historia que formaron el patrón de la regencia de los jueces.

1. RESUMEN DE LA MUERTE DE JOSUÉ (2:6–10)


Jueces 2:6–9 corresponde a Josué 24:29–31, y de esta forma enlaza el final del libro de la
conquista al mando de Josué, con el libro que registra los hechos de los jueces.
a. Los años en que Israel obedeció a Dios antes y después de la muerte de Josué (2:6–7)
2:6–7. Aparentemente, Josué despidió al pueblo de Israel (Jos. 24:28) inmediatamente
después de la ceremonia de renovación del pacto en Siquem que se describe en Josué 24:1–27.
Desde Siquem, cada uno debía regresar a su heredad para terminar la dominación de la tierra, y
para eliminar a los moradores locales y destruir los altares paganos. En general, esto se logró
durante el tiempo en que el pueblo había servido a Jehová; i.e., durante el período de todo el
tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que lo sobrevivieron (cf. Jos. 24:31). Esa
obediencia fue una reacción fiel a todas las grandes obras de Jehová, que él había hecho por
Israel durante el éxodo de Egipto, la peregrinación en el desierto y la conquista inicial de la
tierra prometida.
b. Obituario de Josué (2:8–9)
2:8–9. En contraste con Moisés (cf. Jos. 1:1–9; Nm. 27:12–23), murió Josué sin nombrar a
su sucesor, estableciendo así el escenario para el período de los jueces. El epitafio de Josué, que
lo identifica como siervo de Jehová, lo relaciona con otros siervos-regentes teocráticos (Moisés,
Jos. 1:1; los reyes, 2 S. 3:18; 2 Cr. 32:16; y el Mesías prometido, Is. 52:13; 53:11). Siendo de
ciento diez años, falleció Josué y lo sepultaron en su heredad en Timnat-sera (Jos. 19:50;
24:30) que tradicionalmente se ha identificado con Tibneh, aprox. a 29 kms. al noroeste de
Jerusalén.
c. Surgimiento de una nueva generación infiel (2:10)
2:10. Y se levantó … otra generación, distinta de la de sus padres fieles, que se distinguió
porque no tenía fe en Dios. El hecho de que esa generación no conocía a Jehová, ni la obra que
él había hecho por Israel, puede sugerir que la generación anterior fracasó en comunicarle los
actos portentosos de Dios (cf. Dt. 6:7). Pero la palabra “conocía” probablemente tiene el sentido
de “reconocer” (cf. Pr. 3:6, donde “conocer” se trad. como “reconocer”), lo cual indicaría que
había incredulidad y no ignorancia. Rechazaron tanto la gracia de Dios para ellos como sus
responsabilidades para con él. Esto los condujo a realizar las prácticas idolátricas que se
mencionan en los siguientes vv.

2. PATRÓN DE CONDUCTA QUE ISRAEL SIGUIÓ EN EL PERÍODO DE LOS JUECES (2:11–19)


En estos vv. se sintetizan más de tres siglos de historia. El autor dirige nuestra atención a una
secuencia de eventos que fue recurrente durante el período de los jueces (y que se ilustra con
toda claridad en el relato acerca de Otoniel en 3:7–11): (a) el pecado o rebeldía de Israel a través
de la idolatría o de la apostasía (2:11–13, 17; 3:7, 12; 4:1; 6:1; 10:6; 13:1), (b) la opresión de
Israel por pueblos extranjeros como castigo de Dios (2:14–15; 3:8), (c) la súplica o
arrepentimiento de Israel (3:9a; cf. 2:18), (d) la liberación (militar) y la restauración al favor
divino por medio de un libertador capacitado por el Espíritu (un juez, vv. 16–18; 3:9b–10), y (e)
un período de silencio en que el pueblo y la tierra descansaban; i.e., cesaban las hostilidades
(3:11). Sin embargo, al poco tiempo, ese mismo patrón se volvía a repetir. Pero esto era peor que
sólo un ciclo, era una espiral descendente (cf. 2:19). (V. “Espiral descendente de Israel en el
período de los jueces”, en el Apéndice, pág. 290.)
a. El pecado de deserción de los israelitas (2:11–13)
2:11–13. El pecado de los israelitas se establece en los siguientes términos dejaron a Jehová
el Dios … que los había sacado de la tierra de Egipto y se dedicaron a servir y adorar a otros
dioses … de … los pueblos que estaban en sus alrededores (v. 12), mismos que se identifican
como los baales (v. 11) o Baal y … Astarot (v. 13). La palabra “baal”, que puede significar
“señor” o “esposo”, corresponde a la similitud que hay entre la idolatría y el adulterio espiritual
(cf. v. 17). “Baal” era el nombre cananeo del dios sirio Hadad, dios de las tormentas y de las
guerras. En pl., “baales” (be ‘ālim) sugiere que había muchas formas locales de adorar a ese dios
(cf. Baal-peor, Nm. 25:3; Baal-gad, Jos. 11:17; Baal-berit, Jue. 9:4; Baal-zebub, 2 R. 1:2). En
Canaán, la diosa Astarot era la consorte de Baal, y era conocida en Siria como ‘Athart y en
Babilonia como Ishtar. (Cf. el comentario acerca de otra diosa, Asera, que se menciona en Jue.
3:7.) Astarot era la diosa de la fertilidad. La adoración a Baal incluía la más corrupta inmoralidad
imaginable.
b. Derrota y apuros de los israelitas (2:14–15)
2:14–15. Se encendió … el furor de Jehová (cf. v. 12), como reacción justa ante el pecado
de Israel y su adulterio espiritual. El vívido simbolismo que utiliza el autor de un tratante de
esclavos (los vendió en mano de sus enemigos), indica la gravedad del descontento que sentía
el Señor al castigar a su pueblo. Sus enemigos se encontraban alrededor de Israel, como se
entiende porque los entregó en manos de robadores que los despojaron durante todos los días
en que rigieron los jueces. La derrota de Israel a manos de sus enemigos (v. 15; cf. Lv. 26:17; Dt.
28:25, 48), fue porque la mano de Jehová estaba contra ellos y como respuesta a la advertencia
previa que Jehová … había jurado. Salmos 106:34–42 es una paráfrasis poética de Jueces
2:11–15. Debido a sus derrotas continuas en batalla, los israelitas tuvieron gran aflicción.
c. Liberación por los jueces (2:16–19)
Este resumen introductorio del “patrón” que siguieron los israelitas durante el tiempo de los
jueces no menciona específicamente la súplica de Israel por medio de la cual “clamaban al
Señor”, pero sí es una parte recurrente del patrón según se menciona en 3:9, 15; 4:3; 6:6–7;
10:10. La súplica se sugiere en 2:18, donde dice que emitían “gemidos a causa de los que los
oprimían y afligían”.
2:16. En esta declaración sumaria acerca de las liberaciones, el autor las atribuye a Jehová,
quien levantó jueces que los librasen de mano de los que los despojaban.
2:17. No está claro si el v. 17 se refiere a una idolatría continua aun durante los períodos de
reposo que duraba la vida de cada juez, o si se relaciona con el período de los jueces como un
todo, en cuyo caso se referiría a la declinación y desobediencia recurrente después de que moría
cada juez. En cualquier caso, se pone de manifiesto el pecado de Israel—fueron tras dioses
ajenos (“se prostituyeron”, BLA) se apartaron … del camino en que anduvieron sus padres
obedeciendo a los mandamientos de Jehová. Puesto que las prácticas de los adoradores de los
dioses cananeos de la fertilidad incluían la prostitución ritual, la frase “se prostituyeron” (BLA)
es tanto literal como figurada.
2:18–19. Cuando Jehová les levantaba jueces, la liberación era efectiva durante el resto de
la vida de cada uno de ellos, porque Jehová era movido a misericordia. Pero al morir cada
juez, Israel recaía en su espiral descendente y en el deterioro progresivo que era seguido por un
agravamiento, ya que se corrompían más que sus padres, i.e., eran peores que la corrupta
generación inmediatamente anterior. (Los “padres” del v. 17 parecen referirse a la generación
obediente de los días de Josué, mientras que los “padres” del v. 19 se relacionan con la
generación precedente).

3. RESULTADOS DEL INCUMPLIMIENTO DEL PACTO (2:20–23)


2:20–23. Este párrafo, junto con el que sigue (que identifica por nombre a las naciones
enemigas que quedaron en la tierra, 3:1–6), concluye el análisis teológico del período de los
jueces. Mientras que el patrón que se identifica en 2:11–19 se relaciona con las naciones
circunvecinas que llegaban y despojaban a las varias tribus de Israel, 2:20–3:6 se refiere a los
pueblos cananeos que ya vivían en la tierra y que Israel fracasó en desalojar debido a su falta de
fe y desobediencia.
Jehová permitió que las naciones cananeas permanecieran en la tierra por cuatro razones: (1)
Decidió castigar a Israel por su apostasía al volverse a la idolatría (2:2, 20–21, cf. Jos. 23:1–13).
Al identificarse con los pueblos de la tierra a través de los matrimonios mixtos y la idolatría
subsecuente (cf. Jue. 3:6), los israelitas violaron el pacto que Dios había hecho con sus padres
(cf. Jos. 23:16). Por lo tanto, como el Señor lo había prometido (Jos. 23:4, 13), no volvería más a
arrojar de delante de ellos a ninguna de las naciones que dejó Josué cuando murió. (2) El
Señor dejó a las naciones cananeas en la tierra para probar con ellas a Israel y su fidelidad para
con él (Jue. 2:22; 3:4). Esto daba a cada generación la oportunidad de seguir el camino de
Jehová (cf. “el camino … obedeciendo los mandamientos de Jehová”, 2:17) o bien de imitar la
rebeldía de sus antecesores inmediatos. (3) El Señor dejó a los cananeos en su tierra para que
Israel adquiriera experiencia en la guerra (V. el comentario de 3:2). (4) Otra razón se establece
en Deuteronomio 7:20–24—evitar que la tierra se convirtiera en un páramo antes de que la
población israelita creciera lo suficiente como para ocupar todo el territorio.

4. IDENTIFICACIÓN DE LAS NACIONES QUE QUEDARON (3:1–6)


3:1–2. La lista de las naciones remanentes está precedida por dos razones por las que el
Señor permitió que se quedaran en la tierra—para probar con ellas a Israel (como se había
indicado previamente en 2:22; cf. 3:4), y para que … Israel conociese la guerra, para que la
enseñasen a los que antes no la habían conocido, i.e., para que adquirieran experiencia en el
tipo de “guerra santa”, como la que realizó Josué durante la conquista de la tierra. Por ello,
“guerra” probablemente no sólo se refiere a cómo guerrear, sino cómo hacerlo con éxito,
dependiendo del Señor para obtener la victoria.
3:3. Tanto esta lista como la que aparece en el v. 5, mencionan a los cananeos y a los heveos.
Los cananeos son los pueblos mencionados en 1:27–33. Se piensa que los heveos eran los
horeos que anteriormente habían estado relacionados con Mitani, un reino que se encontraba en
la parte norte de Mesopotamia. Los horeos mejor conocidos en tiempos de Josué fueron los
gabaonitas, quienes formaban una confederación de ciudades-estado que incluía a Gabaón (Jos.
9:7, 17). Los heveos que se mencionan aquí habitaban en el monte Líbano, desde el monte de
Baal-hermón hasta llegar a Hamat (quizá la moderna Lebweh, que está en el valle de Beqaa a
22 kms. al nordeste de Baalbek). Los filisteos, que se hallaban organizados en una pentápolis
(confederación de cinco ciudades), habitaban en Asdod, Ascalón, Ecrón, Gat y Gaza, las
ciudades costeras del sur. Debido a la importancia de la ciudad de Sidón en esa época, los
cananeos, que también eran conocidos como fenicios, eran llamados los sidonios.
3:4. Esta es la tercera vez que se menciona el propósito que tuvo Jehová para dejar a esos
pueblos: para probar con ellos a Israel (cf. 2:22; 3:1).
3:5–6. Al adaptarse culturalmente al paganismo de los cananeos, los hijos de Israel
descendieron tres escalones: (a) habitaban entre los cananeos, (b) tomaron de sus hijas por
mujeres y (c) sirvieron a sus dioses. Cada uno de esos escalones conduce al siguiente en forma
natural. La resultante separación del Señor ya se había descrito varias veces en relación con la
opresión que sufrieron a manos de sus enemigos y robadores (2:11–19). (Para estudiar acerca de
los cananeos y heveos, V. el comentario de 3:3; de los heteos, V. 1:26; de los amorreos, V. el
comentario de 1:3; acerca de los ferezeos, V. el comentario de 1:4; y acerca de los jebuseos, V.
el comentario de 1:21). (V. “Los jueces y sus opresores”, en el Apéndice, pág. 291.)

B. Descripción de las opresiones y liberaciones (3:7–16:31)


1. LIBERACIÓN POR OTONIEL DE LA OPRESIÓN DE CUSAN-RISATAIM (3:7–11)
Esta sucinta descripción de la regencia de Otoniel maximiza la estructura literaria y el patrón
histórico de los hechos heroicos de los jueces, al mismo tiempo que minimiza los detalles
históricos de esa liberación en especial.
a. Deserción de Israel (3:7)
3:7. El episodio comienza mencionando la idolatría de Israel, que fue un acto deliberado por
medio del cual alejaron de su mente a Jehová para servir a los baales (cf. 2:11) y a las imágenes
de Asera (pilares de madera o imágenes que se usaban como objeto de adoración idolátrica; cf.
Éx. 34:13; Dt. 16:21; Jue. 6:25). Asera era la diosa del mar en la literatura ugarítica de Siria y
esposa de El; pero no debe confundirse con Astarot, la esposa de Baal que se mencionó en 2:13.
b. Opresión bajo los sirios (3:8)
3:8. Cusan-risataim es un nombre que significa: “Cusan de doble maldad” y Mesopotamia
(“Aram Naharaim”) lit. es “Siria de los dos ríos”, y se refiere a la alta Mesopotamia. Puesto que
parece extraño que una nación tan lejana viniera a despojar a Israel, especialmente en la zona de
Judá donde vivía Otoniel, algunos eruditos han considerado que “Aram” es una alteración de
“Edom” (que sólo tiene una pequeña diferencia en una de sus letras en hebr.), y que estaba más
lógicamente cerca, al sur de Judá. Sin embargo, no sería inusual que un ambicioso rey de
Mesopotamia invadiera territorio cananeo, especialmente en los días en que Egipto, que estaba el
suroeste (y que tenía el control nominal de Canaán) se había debilitado. En cualquier caso,
sirvieron como tributarios los hijos de Israel a Cusan-risataim ocho años.
c. Liberación por Otoniel (3:9–10)
3:9–10. En respuesta a la súplica de Israel (clamaron los hijos de Israel a Jehová), Jehová
levantó un libertador … a Otoniel. Éste, cuando el Espíritu de Jehová vino sobre él (6:34;
11:29; 13:25; 14:6, 19; 15:14), juzgó a Israel, y salió a batalla. Otoniel ya había sido
presentado (1:11–15) como el hermano menor de Caleb (cf. Jos. 15:13–19). Así como Jehová
“vendió [a los israelitas] en manos de” sus opresores los sirios (Jue. 3:8), así también Jehová
entregó al rey enemigo en su mano [de Otoniel], a Cusan-risataim.
d. Duración del reposo (3:11)
3:11. De esta manera quedó asegurada la paz, y reposó la tierra cuarenta años, que fue el
resto de los días que vivió Otoniel.
2. LIBERACIÓN POR AOD DE LA OPRESIÓN DE EGLÓN (3:12–30)
a. Deserción de Israel (3:12a)
3:12a. La espiral descendente comenzó de nuevo: Volvieron los hijos de Israel a hacer lo
malo ante los ojos de Jehová (cf. v. 7). Evidentemente, ese mal consistía en la desobediencia al
pacto mosaico, y en alejarse de Dios para adorar a otros dioses (cf. 2:17, 19)
b. Opresión bajo los moabitas (3:12b–14)
3:12b–14. Una vez más se observa el control soberano que Dios tiene sobre los asuntos
humanos, porque Jehová fortaleció a Eglón rey de Moab contra Israel. Los moabitas
descendían de Lot y eran producto de la incestuosa relación que tuvo con su hija mayor (Gn.
19:30–38). Vivían en el territorio que se encontraba al oriente del mar Muerto, entre los ríos
Arnón y Zered. Ocuparon las tierras de Rubén, metiéndose en ellas hasta aprox. 40 kms. al norte
del Arnón, y después siguieron la misma ruta que Josué para entrar en la tierra y capturar el oasis
de Jericó (la ciudad de las palmeras). Aparentemente, los israelitas habían vuelto a ocupar
Jericó, pero sin protegerla con murallas debido a la maldición que caería sobre cualquiera que
hiciera esto (cf. Jos. 6:26)
En ese conflicto, los moabitas fueron auxiliados por los hijos de Amón y de Amalec. Los
amonitas eran los vecinos que vivían al nordeste de los moabitas y estaban relacionados con ellos
por ser los descendientes de Lot y su hija menor (Gn. 19:38). Los amalecitas eran acérrimos
enemigos de Israel (cf. Éx. 17:8–13; Dt. 25:17–19) y vivían como nómadas en la tierra que se
encontraba al sur de Beerseba. Y sirvieron los hijos de Israel (i.e., los benjamitas y tal vez
algunos efrateos) a Eglón rey de los moabitas dieciocho años.
c. Liberación por Aod (3:15–29)
3:15a. Después de que los israelitas clamaron a Dios, Jehová les levantó un libertador, a
Aod hijo de Gera … el cual era zurdo. El término “zurdo” lit. es “alguien atado de la mano
derecha”. Es evidente que esto no era un obstáculo para los benjamitas. De hecho, contaban con
setecientos zurdos que eran excelentes tiradores de honda (cf. 20:16). En el caso de Aod, el
hecho de ser zurdo le permitiría realizar una hazaña muy atrevida.
3:15b–19a. Puesto que los hijos de Israel enviaron con él un presente (quizá consistente
en animales domésticos así como de oro o plata y otros bienes preciosos) a Eglón rey de Moab,
probablemente ya era reconocido como líder en Benjamín. Y Aod se había hecho un puñal de
dos filos (tal vez una daga sin mango) que era lo suficientemente corta (de un codo de largo,
aprox. 45 cms.) como para que se la atara debajo de sus vestidos (su túnica exterior), a su lado
derecho. Después de entregar el presente a Eglón, que era un hombre muy grueso (cf. v. 22),
Aod despidió a la gente que … había traído el pesado tributo con él. Mas él se volvió desde
los ídolos … en Gilgal y pidió tener una audiencia a solas con el rey. Los ídolos que estaban en
Gilgal era un punto bastante conocido, y tal vez eran piedras esculpidas o imágenes labradas.
Posiblemente esta es una referencia a las doce piedras que los hombres de Josué tomaron del río
Jordán para construir memoriales (Jos. 4:1–7).
3:19b–22. Aod picó la curiosidad del Rey diciéndole que tenía una palabra secreta … que
decirle, por lo que se quedó a solas con él, estando él sentado solo en su sala de verano. Allí le
dijo lo siguiente: Tengo palabra de Dios para ti y enseguida tomó el puñal … y se lo metió
por el vientre, de tal manera que la empuñadura entró también … y la gordura cubrió la
hoja. El escondite de la daga era perfecto, porque estaba en un lugar totalmente inesperado, en
su lado derecho, de donde arteramente la asió con su mano izquierda.
3:23–26. El escape de Aod estaba bien planeado. Para ganar tiempo, cerró tras sí las
puertas de la sala y las aseguró, saliendo sin ser descubierto, o cuando menos sin que se le
pusieran obstáculos. Ganó bastante tiempo, el que necesitaba para escapar, porque los siervos
del rey se demoraron al ver la puerta cerrada, pensando que él estaba cubriendo sus pies
(eufemismo que se usaba para indicar la “eliminación corporal” cf. 1 S. 24:3). Cuando se dieron
cuenta de que estaban en un error, tomaron la llave y abrieron, encontrando muerto al rey.
Mientras tanto, Aod había escapado pasando los ídolos, la conocida señal (cf. Jue. 3:19) de
Gilgal, y se puso a salvo en Seirat (un lugar no identificado de Efraín).
3:27–29. Aod tocó el cuerno en el monte de Efraín y los hijos de Israel descendieron y
los guió a la batalla contra los desconcertados moabitas. No hizo ningún pronunciamiento
personal, sólo les dijo: Seguidme, porque Jehová ha entregado a vuestros enemigos … en
vuestras manos. Su estrategia militar consistió en tomar los vados del Jordán, por donde tenían
que cruzar los moabitas que huían para regresar a su país. En aquel día, los israelitas mataron de
los moabitas como diez mil hombres, sin dejar que escapara ninguno por el río Jordán.
d. Duración del reposo (3:30)
3:30. La derrota de los moabitas fue tan decisiva, que fue subyugado Moab … bajo la
mano de Israel. Como resultado de la liberación de Aod, reposó la tierra ochenta años, el
período más largo de paz que hubo en los tiempos de los jueces.

3. LIBERACIÓN POR SAMGAR DE LA OPRESIÓN DE LOS FILISTEOS (3:31)


3:31. La regencia de Samgar parece haber transcurrido después de la liberación de Aod, pero
ocurrió antes de que éste muriera (el relato histórico de 4:1 continúa después de la muerte de
Aod, no de Samgar). El nombre de Samgar era horeo, pero esto tal vez sólo sugiere que sus
padres tenían influencia horea, no que él no fuera israelita. El hecho de que él salvara a Israel lo
hace destacar como un juez, aunque lo único que se sabe de él es que mató a seiscientos
hombres de los filisteos con una aguijada de bueyes. No se indica si ese saldo fue producto de
toda una vida de luchas o de un solo episodio. Su arma fue una vara con punta metálica afilada
de cerca de 2 a 3 mts. de largo que se usaba para dirigir a los bueyes. El otro extremo de la
aguijada generalmente era una navaja biselada que se usaba para limpiar el arado.

4. LIBERACIÓN POR DÉBORA Y BARAC DE LA OPRESIÓN DE LOS CANANEOS (CAPS. 4–5)


El centro de atención cambia a las tribus del norte (cf. 4:6; 5:14–15, 18) que estaban siendo
oprimidas por una coalición de cananeos que se habían reunido al mando de Jabín de Hazor (4:2)
y que aparentemente era descendiente del rey Hazor que fue vencido por Josué (Jos. 11:1–13).
Al contrario de las opresiones precedentes realizadas por invasores extranjeros, esta fue instigada
por la población cananea que vivía en la tierra, parte de la misma gente que los israelitas habían
fallado en desterrar de la parte norte de Canaán (cf. Jue. 1:30–33).
a. Deserción de Israel (4:1)
4:1. Que los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová indica su
continua declinación espiritual, misma que los iba conduciendo a practicar la idolatría de los
cananeos (cf. 2:19; 3:7, 12). Esa deserción espiritual parece que se manifestó una vez que murió
Aod, lo que muestra que él ejerció una influencia positiva mientras dirigió al pueblo como juez.
Al comparar la fecha de este cap. con la regencia de Aod, es evidente que la liberación de Israel
por Samgar (3:31) ocurrió durante, y no después, del liderazgo de Aod.
b. Opresión bajo los cananeos (4:2–3)
4:2–3. Unos doscientos años antes, Jehová había liberado a Israel de la esclavitud de Egipto.
Ahora, en contraste, los vendió en mano de los cananeos para castigarlos por sus pecados (cf.
2:14; 3:8; 1 S. 12:9). Probablemente, Jabín es un título hereditario (cf. un Jabín diferente en Jos.
11:1–13). Hazor (Tell el-Quedaḥ), que estaba ubicada a cerca de 13 kms. al norte del mar de
Cineret (Galilea) era la fortaleza cananea más importante del norte. Ni Hazor, ni su rey Jabín,
intervienen activamente en el relato de Jueces 4–5, porque la atención se centra en el capitán de
su ejército, que se llamaba Sísara y que era originario de Haroset-goim (cf. 4:13, 16) que
algunas veces se identifica como Tell el-‘Amar (ciudad localizada en un angosto desfiladero
donde el arroyo de Cisón entra en la planicie de Acra, cerca de 16 kms. al noroeste de Meguido).
La opresión cananea fue muy severa debido a la superioridad de su ejército, que iba precedido
por novecientos carros herrados (cf. v. 13). La opresión duró veinte años, por lo que los hijos
de Israel clamaron a Jehová en busca de liberación.
c. Liberación por Débora y Barac (4:4–5:31a)
(1) El liderazgo de Débora. 4:4–5. Débora (cuyo nombre significa “abeja de miel”) era tanto
profetisa como juez (porque gobernaba en aquel tiempo a Israel). Al principio actuó como
juez porque los hijos de Israel subían a ella a juicio. Su corte se localizaba a unos 13 o 16 kms.
al norte de Jerusalén, entre Ramá y Bet-el, en el monte de Efraín. Aparentemente, era efratea,
aunque algunos la han relacionado con la tribu de Isacar (cf. 5:15). Nada se sabe de su esposo,
excepto que se llamaba Lapidot (que significa “antorcha” y que no debe confundirse con Barac,
que significa “relámpago”).
(2) La comisión de Barac (4:6–9). 4:6–7. Débora envió a llamar a Barac, que era de la aldea
de Cedes de Neftalí, ciudad de refugio (Jos. 20:7) y que generalmente se identifica con Tell
Qedesh, población que está a 8 kms. al noroeste del lago Huleh, cerca de donde moraban los
opresores cananeos de Galilea. Hay un sitio alterno, Khirbet el-Kidish, en la orilla oriental del
valle de Jabneel, cerca de 1.5 kms. de la orilla suroeste del mar de Galilea, que está localizado
más cerca del monte de Tabor, donde Barac reunió al ejército de Israel. Débora, hablando como
profetisa del Señor, ordenó a Barac que reuniera a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de
la tribu de Zabulón y los llevara al monte Tabor. Este es una elevación cónica de 390 mts. de
altura que estaba estratégicamente situado en la confluencia de las tribus de Neftalí, Zabulón e
Isacar al nordeste del valle de Jezreel. (Isacar, que no se menciona en este cap., se cita en Jue.
5:15.) El Tabor era un lugar que estaba relativamente a salvo de los carros de sus enemigos y
que sería el lugar ideal para lanzar el ataque contra sus opresores, quienes quedarían debajo de
ellos, en el valle. El mensaje de Dios informó a Barac que soberanamente, el Señor estaría en
control de la batalla (y yo atraeré hacia ti al arroyo de Cisón a Sísara … y lo entregaré en tus
manos).
4:8–9. Sin importar su motivación, la respuesta condicionada de Barac a Débora (Si tú
fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres conmigo, no iré), fue una respuesta inadecuada al
mandato de Dios. Tal vez Barac simplemente quería asegurarse de que por medio de Débora, la
profetisa-juez, la presencia divina estaría con él en la batalla. Es digno de notarse que Barac está
incluido en la lista de los héroes de la fe (He. 11:32). Débora aceptó ir, pero dijo que la reacción
condicionada de Barac al mandato divino sería la causa de que no fuera suya la gloria de la
jornada, sino que en mano de mujer entregaría Jehová a Sísara. Sin duda, Barac pensó que
hablaba de ella misma, pero esa declaración era profética, en anticipo de la intervención de Jael
(Jue. 4:21).
(3) Reunión de las tropas. 4:10–13. Acompañado de Débora, juntó Barac a Zabulón y a
Neftalí … y subió con diez mil hombres … al monte de Tabor. En un paréntesis (en anticipo
de los vv. 17–22), se incluye la explicación de que el nómada Heber ceneo … se había
apartado de los ceneos que habitaban en la parte sur de Judá (cf. 1:16) y había plantado sus
tiendas … junto a Cedes. Para una explicación más amplia de Hobab suegro de Moisés (o
cuñado), V. el comentario de Números 10:29. Cuando vinieron … a Sísara las nuevas de la
acción de Barac …, reunió … todos sus carros, novecientos carros herrados (cf. Jue. 4:3)
cerca del arroyo de Cisón, probablemente en las cercanías de Meguido o Taanac (cf. 5:19) en el
valle de Jezreel.
(4) Derrota de los cananeos. 4:14–16. Al recibir la orden de Débora (levántate) junto con sus
palabras de ánimo (Jehová ha entregado a Sísara en tus manos), Barac descendió del monte
de Tabor y luchó contra los ejércitos mucho más superiores de Sísara. Como Débora había
prometido, Jehová quebrantó a Sísara, a todos sus carros y a todo su ejército. Los medios
usados por Dios fueron tanto humanos (a filo de espada) como divinos (envió una fuerte y
violenta tormenta que atascó los carros enemigos en las cercanías del Cisón desbordado; cf.
5:20–22). Al ver esto, Sísara descendió del carro, y huyó a pie, en dirección nordeste, más allá
del monte Tabor, mientras las fuerzas de Barac perseguían y mataban a los cananeos hasta no
quedar ni uno.
(5) Huida y muerte de Sísara. 4:17–22. Y Sísara huyó a pie en dirección a Cedes (una
ciudad de refugio) o tal vez a Hazor, a la tienda … de Heber ceneo; porque había paz (šālôm)
entre Jabín rey de Hazor y la casa de Heber ceneo. Jael, esposa de Heber, puso en práctica
con Sísara toda la hospitalidad oriental que se esperaba en esos casos, porque ella le cubrió con
una manta, tal vez un mosquitero o un tapete para ocultarlo, abrió un odre de leche,
probablemente yogur (cf. 5:25) y le dio a beber. Además, se puso al frente de la tienda para
evitar que alguien lo molestara. Sin embargo, es evidente que Jael no compartía la misma lealtad
de su marido para con el rey Jabín, porque en cuanto Sísara se quedó dormido, tomó una estaca
y con un mazo en su mano … le metió la estaca por las sienes, y la enclavó en la tierra (cf.
5:26). ¡Sin duda, esta fue una grave falta contra la hospitalidad oriental! Puesto que las mujeres
beduinas eran las que se encargaban de levantar las tiendas, ella seguramente tenía mucha
experiencia en el uso de las herramientas que se necesitaban para hacerlo. Después, Jael llamó a
Barac que iba siguiendo … a Sísara, y le mostró el cadáver del general enemigo. De esta
manera se cumplió la profecía de Débora (cf. 4:9), porque finalmente fueron dos mujeres las que
recibieron el honor de ser quienes derrotaran a Sísara—Débora, que fue quien inició la lucha, y
Jael, que la concluyó. (V. “Mapa de la batalla de Débora y Barac”, en el Apéndice, pág. 292.)
(6) Destrucción de Jabín. 4:23–24. La derrota del ejército de Jabín inició un período de
continua decadencia en Galilea, hasta que las fuerzas de Canaán dejaron de ser una amenaza
para Israel.
(7) El himno de victoria (5:1–31a). 5:1. Este antiguo poema, que quizá inicialmente fue
preservado en una colección similar a la de “el libro de las batallas de Jehová” (Nm. 21:14) o en
la de “el libro de Jaser” (Jos. 10:13), lit. es un cántico de victoria (género bien conocido, ya que
en Egipto y Asiria se han encontrado algunos escritos similares de los s. XV a XII a.C.). Sin
duda, ese cántico fue escrito por la misma Débora (cf. Jue. 5:7–9), aunque Barac se unió a ella al
entonarlo (v. 1). Con profunda sencillez, el himno atribuye a Jehová, el Dios del pacto con Israel,
la victoria obtenida sobre Sísara y sus huestes de cananeos. Asimismo, añade algunos incidentes
que no se mencionaron en la narración del cap. 4. Es interesante notar que a través de todo el
poema, destacan en forma prominente los temas de la bendición y la maldición. El himno de
victoria consta de cinco partes: (a) título del himno (5:1), (b) alabanza de Débora (vv. 2–11), (c)
la convocación de las tropas (vv. 12–18), (d) la derrota de los cananeos (vv. 19–30) y (e) la
oración final que incluye la maldición y la bendición (v. 31a).
5:2–5. El llamado inicial load a Jehová se relaciona con el espíritu voluntario que surgió
entre los israelitas, tanto dentro de los caudillos como dentro del pueblo (v. 2). Una
proclamación típica de alabanza (v. 3) va seguida por un recitativo de los hechos portentosos de
Dios al librarlos en los días pasados (vv. 4–5). Jehová se identifica como el que estaba en Sinaí
(cf. Sal. 68:8) y se asocia con los eventos que ocurrieron antes de que el pueblo cruzara el Jordán
comandado por Josué. La mención de Seir (cf. Dt. 33:2) y Edom (cf. Hab. 3:3 que menciona a
Temán, una ciudad de Edom) ha hecho que algunos eruditos sitúen al monte Sinaí justo al
oriente del valle del Arabá (al sur del mar Muerto) pero esto es improbable.
5:6–8. A continuación, la jueza describió la terrible situación por la que pasaban las tribus
del norte de Israel (cf. 3:31; 4:2–3) hasta que ella, Débora, se levantó como madre en Israel.
Debido a la opresión cananea, nadie transitaba por los caminos. Además, las aldeas que estaban
fuera de los muros fortificados (de las ciudades amuralladas), quedaron abandonadas, ya que la
amenaza de sus enemigos llegaba hasta las puertas de las ciudades. Esa aflicción se debió a la
idolatría, porque como dijo Débora, los israelitas escogían nuevos dioses.
5:9–11. Débora dio gracias a Dios por los jefes de Israel y por los que voluntariamente se
ofrecieron para luchar de entre el pueblo. Asimismo, convocó a los ricos (los que cabalgáis en
asnas blancas) y a los pobres (los que viajáis a pie) para que escucharan el cántico de victoria.
Los triunfos de Jehová se obtuvieron gracias a la intervención divina y por medio de ellos, el
Señor trajo salvación y victoria a su pueblo.
5:12–18. El cántico de victoria propiamente dicho, comienza con el llamado a Débora y
Barac para que se iniciara la acción bélica. Después se pronuncian bendiciones sobre las tribus
que respondieron libremente al llamado para la batalla—Efraín … Benjamín … Maquir (que
era una sección de la tribu de Manasés, generalmente la porción que se encontraba al oriente del
río Jordán, pero probablemente aquí se refiere, ya sea a la tribu combinada, o bien al sector que
vivía al occidente del Jordán; cf. Nm. 26:29; 27:1), Zabulón e Isacar (Jue. 5:14–15). La
explicación que se da acerca de los radicados en Amalec de la tribu de Efraín (v. 14) parece
indicar que los efrateos vivían en la región montañosa central que anteriormente había estado
ocupada por los amalecitas. Una serie de reproches que sugieren maldiciones (cf. la maldición
sobre la ciudad israelita de Meroz en el v. 23 por negarse a prestar ayuda durante la batalla) se
dirigen a Rubén … Galaad (aparentemente se refiere a Gad y a parte de Manasés), Dan y Aser
(vv. 15–17). Sin embargo, el pueblo de Zabulón (cf. v. 14) y Neftalí se alaban por su
intervención en las batallas (v. 18; cf. 4:6, 10).
5:19–22. Los reyes de Canaán pertenecían a la confederación de ciudades-estado cananeas
que se habían unido y eran comandados por Jabín de Hazor y cuyo ejército combinado era
dirigido por Sísara. La batalla se llevó a cabo en Taanac (que se localizaba a 8 kms. al sureste de
Meguido). El lenguaje altamente poético que se usa—desde los cielos pelearon las estrellas …
contra Sísara—no apoya la creencia generalizada de que las estrellas fueron las que causaron la
lluvia; simplemente afirma que en la batalla se vio claramente la intervención divina. Como lo
sugiere el v. 21, la participación de Dios tomó la forma de una lluvia inesperada (los cananeos
nunca se hubieran arriesgado a permitir que sus carros transitaran por territorio cenagoso durante
la época de lluvias) que convirtió el seco lecho del río Cisón en un torrente embravecido (cf. 1 R.
18:40).
5:23–27. Aquí se profiere una maldición sobre Meroz (probablemente localizada en la ruta
de la huida de Sísara) por no haber ayudado en la batalla, pero se pronuncia una bendición sobre
Jael por su valerosa acción de asesinar a Sísara (cf. 4:21–22), acto que obviamente se
consideraba como una expresión de fidelidad para Israel, el pueblo del pacto, con quien el clan
de Jael se identificó a través de Moisés. La vívida descripción que se hace de la muerte de Sísara
(5:26–27) no está diseñada para repetir los pasos que Jael dio durante la acción física, sino para
relatar metafóricamente, o para decirlo de otra manera, en cámara lenta, la caída de ese líder.
5:28–30. La emoción por la caída del general enemigo se amplifica por la irónica descripción
que se hace de la madre de Sísara, a quien se menciona diciendo que seguramente estaría
esperando el imposible regreso de su hijo de la batalla. Su preocupación—¿por qué tarda su
carro en venir? y las esperanzadas excusas que ella y su sirvienta dan por su demora, hacen un
vívido contraste con la verdad última.
5:31a. Es muy apropiado que este himno, que describe la victoria de Jehová sobre los
enemigos idólatras, culmine con una maldición sobre los enemigos impíos y con una bendición
sobre los que son fieles a Jehová. Ser como el sol cuando sale en su fuerza, significa tener una
vida llena de bendiciones.
d. Duración de la paz (5:31b)
5:31b. La liberación de Israel del poder cananeo bajo el mandato de Débora hizo que la
tierra reposara por cuarenta años.
5. LIBERACIÓN DE LA OPRESIÓN DE LOS MADIANITAS POR GEDEÓN (6:1–8:32)
a. Deserción de Israel (6:1a)
6:1a. Los ciclos de decadencia (V. “Espiral descendente de Israel en el período de los
Jueces”, en el Apéndice, pág. 290) y apostasía (los hijos de Israel hicieron lo malo ante los
ojos de Jehová; cf. 3:7, 12; 4:1) alternados con las liberaciones de Dios, continuaron en el caso
de Gedeón, cuya regencia es objeto de la narración más extensa del libro de los Jueces (100 vv. a
lo largo de tres caps.). Sólo la historia de Sansón se puede comparar con ésta, ya que contiene 96
vv. en 4 caps.
b. Aflicción del pueblo bajo los madianitas (6:1b–6)
6:1b–6. Los siete años de opresión en mano de Madián fue un castigo divino por la
idolatría y prácticas impías de Israel. Ese período de esclavitud relativamente breve se dio en
medio de dos etapas de paz de cuarenta años cada una (5:31; 8:28). Los madianitas eran
descendientes de Abraham y Cetura (Gn. 25:1–2) y habían sido derrotados por Israel durante sus
años de andar vagando por el desierto (Nm. 22:4; 25:16–18). Era un pueblo nómada procedente
de las inmediaciones del golfo de Aqaba que generalmente recorría todo el desierto de Arabá y la
parte oriente del Jordán. En ese tiempo, cuando cruzaron el Jordán para entrar en Canaán,
aparentemente subyugaron a los edomitas, moabitas y amonitas a su paso por sus ciudades
durante su desplazamiento hacia el norte, llegando tan lejos como el valle de Jezreel (Jue. 6:33) y
tan al sur y occidente como Gaza (v. 4). Probablemente se movían hacia el occidente por el valle
de Jezreel y después viraron hacia el sur por la planicie costera.
La fuerza de los ataques de los madianitas forzaron a Israel a esconderse, tanto ellos como
sus bienes, en cuevas … cavernas, y lugares fortificados. Sin embargo, esta no era una
opresión continua (como en el caso anterior de los cananeos), sino que era una invasión que se
daba por temporadas, durante las cosechas, cuando Israel había sembrado sus semillas. El
principal objetivo de los madianitas era apoderarse de los frutos de la tierra para alimentarse
ellos y sus ganados. Aun así, el efecto acumulado de esas invasiones sobre la agricultura y los
ciclos alimentarios de los israelitas tuvo un efecto muy devastador. Los madianitas tenían como
aliados a los amalecitas (que provenían del sur de Judá, cf. 3:13) y los hijos del oriente, término
general que se daba a los nómadas del desierto sirio, y que tal vez incluían a algunos amonitas y
edomitas. Durante esas invasiones anuales de rapiña, sus opresores se apegaban al estilo
típicamente nómada. Venían con sus tiendas y acampaban en la tierra en tal número, y
producían tal devastación, que se les compara diciendo que era una grande multitud como
langostas (cf. 7:12). Los madianitas y sus aliados tenían camellos … innumerables (cf. 7:12),
cuya asombrosa capacidad para viajar y velocidad (hasta 160 kms. por día) constituían una
formidable amenaza militar de largo alcance. Esta es la primera referencia que se hace a un
ataque organizado donde se usan camellos (cf. Gn. 24:10–11). El empobrecimiento que vino
sobre el pueblo hizo que los hijos de Israel clamaran a Jehová. Pero ese clamor no parece haber
sido de arrepentimiento por sus pecados, porque es obvio que no sabían cuál era la causa moral
que había detrás de la opresión de sus enemigos, hasta que el Señor les envió un profeta para
hacérselos saber (cf. Jue. 6:7–10).
c. Liberación por Gedeón (6:7–8:27)
(1) Un profeta censura a Israel. 6:7–10. Jehová envió … un varón profeta anónimo (el
único profeta que se menciona en el libro, aparte de Débora la profetisa) para recordar a Israel
sus obligaciones pactales con Jehová Dios de Israel que los había hecho salir de Egipto (cf. Éx.
34:10–16; Dt. 7; Jos. 3:5–6). Por lo tanto, no debían temer ni adorar a los dioses de los
amorreos. El profeta los reprendió por su continua desobediencia (pero no habéis obedecido
mi voz [de Dios]). Ese mensaje fue parecido al que el ángel de Jehová les dio en Boquim (cf.
2:1–3).
(2) El llamamiento de Gedeón por el ángel de Jehová (6:11–24). 6:11–12a. La historia de
Gedeón no se introduce con la afirmación: “Dios levantó a un libertador llamado Gedeón”, sino
más bien relatando la manera en que Dios lo levantó. El llamamiento o comisión de Gedeón
vino como resultado de un enfrentamiento con el ángel de Jehová (que es “el Señor”, v. 14; cf.
el comentario de 2:1), quien se le apareció como un viajero extranjero y se sentó debajo de la
encina que está en Ofra. Puesto que Joás, padre de Gedeón, era abiezerita (clan que pertenecía
a Manasés, Jos. 17:2), la encina de Ofra no es el lugar del mismo nombre que estaba en
Benjamín, sino un sitio que se encontraba en el norte, posiblemente cerca de la frontera de
Manasés con el valle de Jezreel. Los posibles sitios donde pudo haberse encontrado son el-Affula
(a unos 10 kms. al oriente de Meguido) o et-Taiyiba (Hafaraim, a 13 kms. al noroeste de
Bet-sán). El hecho de que Gedeón estuviera sacudiendo trigo en el lagar (prensa de vino)
refleja tanto el miedo que tenía a ser descubierto por los madianitas como la pequeñez de su
cosecha. Normalmente, el trigo se trillaba (i.e., el grano se separaba de los tallos) en un campo
abierto donde (cf. 1 Cr. 21:20–23) los bueyes tiraban de las rastras trilladoras sobre los tallos
para separar el grano.
6:12b–13. La observación inicial del ángel fue para confirmar a Gedeón que la presencia de
Jehová estaría con él (contigo) y lo describe como un varón esforzado y valiente (“valiente
guerrero”, BLA; las palabras gibbôr ḥāyil también se aplican a Jefté, 11:1; y a Booz, Rt. 2:1).
Aunque esta descripción pudo haberse dicho con ironía (¡en ese entonces, Gedeón era todo,
menos un poderoso guerrero!), probablemente refleja el potencial que tendría Gedeón después de
que recibiera la capacitación divina y el alto rango que tenía dentro de su comunidad.
La respuesta inicial de Gedeón pasó por alto el pronombre singular “contigo” (Jue. 6:12)
porque contestó: si Jehová está con nosotros (pl.). Es evidente que Gedeón cuestionaba la
promesa divina en vista de las circunstancias por las que pasaba su pueblo. Sin embargo,
correctamente llegó a la conclusión de que era Jehová quien los había entregado en mano de
los madianitas.
6:14. “El ángel del Señor” (vv. 11–12) aquí habló como Jehová y lo comisionó con las
siguientes palabras: Vé … y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. Es probable que la
expresión con esta tu fuerza se refiera a la presencia de Dios que se mencionó previamente (v.
12).
6:15. Pero Gedeón respondió diciendo: mi familia es pobre … y yo el menor. Esta
objeción debe haber surgido de la típica humildad que se practicaba en el Medio Oriente, pero
también refleja una verdad incuestionable.
6:16. Pero Dios volvió a asegurarle que él estaría con él (yo estaré contigo) y que le sería
relativamente fácil obtener la victoria sobre los madianitas (porque él haría que fueran como …
un solo hombre).
6:17–21. Gedeón le pidió una señal que confirmara la promesa divina y se le concedió su
petición (cf. v. 21). Mientras tanto, la incertidumbre en cuanto a la identidad de ese visitante
sobrenatural, hizo que Gedeón hiciera gala y le ofreciera toda la hospitalidad que se
acostumbraba en el Medio Oriente. La ofrenda o regalo (minḥâh) que quería poner delante de
su visitante, puede referirse a una ofrenda voluntaria correspondiente al sistema sacrificial de
Israel, o bien al tributo que normalmente se daría a un rey o a una persona superior (cf. 3:15). La
gran cantidad de comida que preparó Gedeón—un cabrito … panes sin levadura de un efa
(unos 22 litros) de harina; y … caldo indican que era rico, aunque los tiempos eran malos, y
refleja el exceso típico en el comer que se practicaba en el Medio Oriente. Sin duda, planeaba
llevar lo que quedara para su familia, pero el ángel de Jehová, con el báculo que tenía en su
mano, tocó la comida con la punta e hizo que subiera fuego de la peña que consumió todo el
presente, para dar a Gedeón la señal que había pedido (6:17; cf. Lv. 9:24; 1 R. 18:38).
Enseguida, el ángel de Jehová desapareció de su vista.
6:22–24. La consternación de Gedeón probablemente refleja su temor a sufrir una muerte
inminente por haber visto cara a cara a la persona divina (cf. Éx. 33:20). Cuando Jehová le dijo
que no iba a morir, edificó allí Gedeón altar a Jehová, y lo llamó Jehová-salom, el “Señor es
paz”.
(3) Gedeón destruye el altar de Baal (6:25–32). 6:25–26. Jehová todavía le puso a Gedeón
otra prueba de obediencia. Si él era quien iba a libertar a Israel de los madianitas, debía no sólo
lograr la victoria militar sobre sus enemigos, sino también eliminar la causa de la idolatría, que
fue la que inicialmente hizo que el Señor entregara a su pueblo a los opresores madianitas (cf. v.
1). Por eso, el Señor ordenó a Gedeón que derribara el altar de Baal que pertenecía a su propio
padre, así como la imagen de Asera (un objeto de culto que probablemente representaba a la
diosa ugarítica del mar; cf. el comentario de 3:7) que estaba junto a él. Después, Gedeón debía
edificar un altar a Jehová … en la cumbre …, en lugar conveniente y tomar la madera de la
imagen de Asera para encender el fuego donde sacrificaría un toro de la manada de su padre
(que probablemente se había destinado originalmente para ser sacrificado a Baal) el cual debía
presentar como holocausto delante de Jehová.
6:27. La obediencia de Gedeón al mandato de Dios no se debe minimizar debido a que tuvo
que echar mano de diez hombres (desmantelar un altar cananeo requería de mucho esfuerzo), o
por el hecho de que lo hizo de noche (porque es evidente que los adoradores de Baal le hubieran
impedido hacerlo durante el día).
6:28–32. La hostilidad resultante de la comunidad contra Gedeón fue apagada gracias al
consejo sabio de su padre Joás. Cuando los pobladores investigaron quién era autor del
vandalismo nocturno, rápidamente descubrieron que el causante había sido Gedeón, por lo que
exigieron que fuera ejecutado. Pero Joás, tal vez arrepentido, o inspirado por las asombrosas
acciones de su hijo, sabiamente dijo: Si Baal es un dios, contienda por sí mismo con el que
derribó su altar. Tal vez quiso decir que la gente no debía interferir en el derecho que tenía Baal
de defenderse (cf. la ironía que empleó Elías para referirse a Baal, 1 R. 18:27). Ese sabio consejo
convenció al pueblo, que a partir de entonces llamó a Gedeón Jerobaal, esto es: Contienda
Baal contra él. Aunque es obvio que le dieron ese nombre en forma despectiva, es probable que
posteriormente llegara a tener un significado honroso, porque era el testigo viviente de la
incapacidad de Baal para defenderse (cf. Jue. 7:1; 8:29; y el comentario acerca de Jerobaal en
9:1).
(4) Gedeón se prepara para la batalla. 6:33–35. La comisión dada a Gedeón por Dios parece
que fue anterior a la siguiente (y final) invasión anual de los madianitas y sus aliados, quienes se
juntaron, y pasando el río Jordán, no muy lejos al sur del mar de Cineret, en forma típicamente
beduina acamparon en el rico y fértil valle de Jezreel. La liberación del pueblo a través de
Gedeón comenzó cuando el Espíritu de Jehová vino sobre Gedeón (cf. 3:10; 11:29; 13:25;
14:6, 19; 15:14), proporcionándole la capacitación divina por medio de la presencia del Espíritu
Santo. De inmediato, Gedeón empezó a reunir a sus hombres, empezando con el clan de los
abiezeritas (cf. 6:11, 24) a quienes convocó tocando el cuerno, así como con el resto de la tribu
de Manasés, quienes se juntaron con él, y las tribus de Aser …, Zabulón y … Neftalí cuando
recibieron a sus mensajeros.
(5) Las señales relativas al vellón de lana. 6:36–40. La aparente falta de fe de Gedeón al
buscar una señal milagrosa de Dios (cf. Mt. 12:38; 1 Co. 1:22–23) parece extraña en un hombre
que está incluido en la lista de los héroes de la fe (He. 11:32). Es más, Gedeón ya había recibido
una señal del Señor cuando fue comisionado (Jue. 6:17, 21). Es importante observar sin
embargo, que Gedeón no usó el vellón de lana para averiguar la voluntad de Dios, porque por
revelación divina ya sabía lo que el Señor quería que hiciera (v. 14). La señal que buscaba se
relacionaba con la confirmación o seguridad de que Dios estaría con él y que lo capacitaría para
la obra que le encargó. Dios condescendió con la débil fe de Gedeón y empapó el vellón con
rocío, en tal cantidad, que Gedeón lo exprimió … y sacó de él … un tazón lleno de agua. Tal
vez Gedeón dudó en cuanto a la singularidad de ese suceso, ya que después de todo, la tierra que
rodeaba al vellón se podría haber secado en forma natural antes que el vellón. Así que solicitó lo
contrario—que solamente el vellón quede seco, y el rocío sobre la tierra. Pacientemente, lo
hizo Dios así, y Gedeón se sintió seguro para seguir con su encomienda.
(6) Reducción en el ejército de Gedeón (7:1–8a). 7:1–2. Gedeón, y todo el pueblo …
acamparon junto a la fuente de Harod (probablemente En-harod, que se encontraba al pie del
monte Gilboa, y que era un manantial que corría por el valle de Harod hacia el oriente, hasta
llegar al río Jordán). Su ejército probablemente estaba formado de 32,000 personas (v. 3). Pero
las fuerzas de los madianitas eran de 135,000 (cf. 8:10) y estaban acampadas a 5 o 6 kms. al
norte, al pie del collado de More, en el valle que se encontraba al pie del monte del mismo
nombre, mismo que se elevaba como centinela para defender la entrada oriental al valle de
Jezreel. Dios, cuya fuerza no depende de los números (cf. Sal. 33:16), quería entregar a los
madianitas en … mano de Israel usando muy pocos hombres, de tal modo que Israel no se
vanagloriara por haberse salvado a sí mismo. Sin duda, Gedeón se quedó perplejo cuando
escuchó las palabras de Dios: El pueblo que está contigo es mucho.
7:3–6. El medio por el que se redujo el ejército de Gedeón constó de dos pasos: (a) veintidós
mil reclutas temerosos fueron eliminados sumariamente (lo cual concuerda con Dt. 20:8) y se les
permitió volver a sus hogares; y (b) asimismo se eliminaron nueve mil setecientos hombres que
no eran lo suficientemente cautelosos y que fallaron en una prueba muy sencilla (Jue. 7:4–8; o
cuando menos se les dio permiso de retirarse temporalmente; cf. v. 23).
El permiso dado por Dios: devuélvase desde el monte de Galaad (v. 3) es muy enigmático,
porque ese monte estaba al otro lado del río Jordán, al oriente. Algunos eruditos consideran que
“Galaad” es un error cometido por algún copista primitivo que escribió esa palabra en lugar de
“Gilboa”, el monte que estaba cerca del ejército de Gedeón. O tal vez había otro monte Galaad
que se encontraba cerca, ya que algunos de los descendientes de Galaad vivían en el lado
occidental del Jordán. Aunque la prueba que fallaron los nueve mil setecientos hombres parece
excesivamente simple, las palabras que la describen nos parecen un poco ambiguas. Mientras el
pueblo bebía, Gedeón debía separar a quien lamiere las aguas con su lengua como lame el
perro, de cualquiera que se doblare sobre sus rodillas para beber. Pero, ¿cómo “lame las
aguas un perro”? ¿No debe arrodillarse primero para acercar su hocico al agua? Algunos
comentaristas sugieren que no se arrodillaban, sino que levantaban el agua con una mano
(mientras sostenían su arma con la otra) y de allí la lamían. Otros escritores han dicho que
usaban su mano para traer el agua a su boca como hace un perro con su lengua para beber.
Cualquiera que sea la explicación, probablemente la prueba sirvió para identificar a los que se
mantenían vigilando, aunque algunos piensan que fue una prueba estrictamente arbitraria para
reducir el número de combatientes. El historiador Josefo incluso creía que los trescientos
hombres que superaron la prueba eran menos vigilantes, lo cual aumentaría el reconocimiento
del poder divino.
7:7–8a. A pesar de tener sus fuerzas tan diezmadas, a Gedeón se le dio la seguridad de la
promesa divina: Con estos trescientos hombres … os salvaré, y entregaré a los madianitas en
tus manos (cf. 6:14). Los hombres que quedaron tomaron las provisiones …, y las trompetas
de quienes regresaron a su tienda.
(7) El ánimo dado a Gedeón en relación con la victoria (7:8b–15). 7:8b–11a. A pesar de todo
el ánimo y seguridades que ya se le habían dado a Gedeón, el Señor sabía que tenía temor de
descender y atacar a los madianitas, así que usó dos medios más para animarlo: (a) la palabra
divina directa: Levántate, y desciende al campamento; porque yo lo he entregado en tus
manos (cf. vv. 7, 14–15) y (b) un sueño providencialmente planeado que fue relatado por un
madianita y que fue escuchado por Gedeón (vv. 13–14).
7:11b–15. Gedeón descendió con Fura su criado para espiar el campamento enemigo
desde afuera. Ahí pudo observar que estaban tendidos en el valle como langostas (cf. 6:5), pero
la cantidad de camellos (cf. 6:5) era mucho mayor que la de las tiendas, pues eran como la
arena … del mar. Aquí se demuestra en forma maravillosa la providencia divina, porque:
Cuando llegó Gedeón … un hombre estaba contando a su compañero un sueño acerca de un
pan de cebada que rodaba hasta el campamento de Madián, y llegando a la tienda, la
golpeó …, y la tienda cayó. El otro madianita respondió, quizá con burla, que seguramente se
refería a la espada de Gedeón … varón de Israel, en cuyas manos Dios había entregado … a
los madianitas. No obstante, el simbolismo divinamente dirigido era muy claro (el pan de
cebada describe muy adecuadamente al pueblo empobrecido de Israel y la tienda, a los
madianitas nómadas). De inmediato, Gedeón interpretó esto como una seguridad procedente del
Señor de que Israel vencería a Madián, ya que espontáneamente adoró a Jehová después de
escuchar ese mensaje y regresó al campamento de Israel para iniciar el ataque. Transmitió a sus
guerreros el mismo mensaje de seguridad que había recibido de Dios diciendo: porque Jehová
ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos (cf. 7:7, 9, 14).
(8) Victoria de Gedeón sobre los madianitas. 7:16–22. Gedeón dividió a su pequeño ejército
en tres escuadrones, cuyas armas estratégicas eran por demás extrañas: trompetas …, y
cántaros vacíos con teas ardiendo dentro de ellos. Llegaron al extremo del campamento
enemigo justo en el tiempo providencial del cambio de la guardia de la medianoche (10 p.m.),
cuando acababan de renovar los centinelas (hora en que los soldados relevados estarían
todavía moviéndose hacia sus tiendas). En ese tiempo, la primera vigilia era de 6 p.m. a 10 p.m;
la de medianoche era de 10 p.m. a 2 a.m. y la vigilia matutina empezaba a las 2 a.m. y terminaba
a las 6 a.m.
En ese preciso momento, los israelitas tocaron las trompetas, y quebraron los cántaros
que llevaban (lo cual provocó un ruido estruendoso al mismo tiempo que dejaban ver las
antorchas encendidas) y gritaron: ¡Por la espada de Jehová y de Gedeón! Ese grito de batalla
indica que tenían confianza en que el Señor les daría la victoria, asimismo los identificaba con
los madianitas y eso seguramente les provocó más temor. La palabra que se trad. trompetas es
šôp̱ārôṯ, que significa “hecho de cuerno de animales”, así que esas trompetas producían un
sonido agudo y estridente. Los cántaros probablemente eran de barro. La confusión que surgió en
el campamento madianita fue increíble, porque los soldados se imaginaron que los atacaba un
ejercito israelita mucho más grande de lo que en realidad era, y porque probablemente creyeron
que también eran israelitas sus propios guardias que habían sido relevados. La confusión
divinamente planeada hizo que la espada de cada uno de los madianitas se volviera contra su
compañero en todo el campamento, mientras que los israelitas los miraban desde en derredor
del campamento sin poner en peligro su vida. El ejército madianita echó a correr dando gritos
y huyendo hacia el sureste, hasta Bet-sita (un lugar bastante cercano) y Abel-mehola, en
dirección al río Jordán. Es probable que Abel-mehola fuera Tell Abu Sus, unos 38 kms. al sur del
mar de Cineret (Galilea). (El profeta Eliseo vivía en Abel-mehola cuando Elías lo llamó para que
fuera su protegido, 1 R. 19:16.) El ejército evidentemente huyó en esa dirección con el fin de
cruzar el río Jordán y llegar a Zerera (probablemente Zarethan o Tell es-Saidiya) y Tabat (Ras
Abu Ṭalbat).
(9) Gedeón pide refuerzos. 7:23–24a. El líder pidió refuerzos de Neftalí, de Aser y de todo
Manasés para perseguir a los madianitas. Los que respondieron, probablemente eran los
mismos contingentes que anteriormente habían sido rechazados por Gedeón. Asimismo, les pidió
ayuda a los efrateos, que estaban bien situados, para que cortaran el paso de los madianitas en
lugares estratégicos para evitar que vadearan el río Jordán.
(10) Captura de Oreb y Zeeb por los efrateos. 7:24b–25. Con rapidez, los hombres de
Efraín tomaron los vados … del Jordán (en la actualidad se desconoce cuál era la localización
de Bet-bara). Asimismo tomaron a dos príncipes de los madianitas, Oreb (que significa
“cuervo”) y Zeeb (que significa “lobo”) y trajeron sus cabezas … a Gedeón, siguiendo las
típicas prácticas militares del Cercano Oriente.
(11) Diplomacia de Gedeón con los efrateos. 8:1–3. Pero los hombres de Efraín criticaron
fuertemente a Gedeón por no haberlos invitado a participar en el conflicto inicial que se realizó
cerca “del collado de More” (7:1). La “blanda respuesta” (cf. Pr. 15:1) de Gedeón demostró su
diplomacia llena de tacto a la luz de los celos de los efrateos, con lo cual se evitó una guerra
entre las tribus (cf. Jue. 12:1–6, donde Jefté reaccionó en forma muy diferente ante los celos de
los efrateos). En la parábola que dijo Gedeón en que mencionó la vendimia de Abiezer, el líder
probablemente se estaba refiriendo a la victoria inicial alcanzada en el campamento de Madián
(Gedeón era un abiezerita, 6:11) y al hablar de el rebusco de Efraín diciendo que era mejor, se
refirió a las operaciones finales que realizó esa tribu y que resultó en la muerte de los dos
príncipes de Madián.
(12) Persecución de los madianitas hasta la región oriente del Jordán (8:4–21). 8:4–9.
Aunque los refuerzos israelitas habían destruido a la mayoría de los madianitas que huían, un
grupo considerable, incluyendo a Zeba y Zalmuna, reyes de Madián, había escapado más allá
del Jordán, en dirección sureste. Pero Gedeón y los trescientos hombres que traía consigo los
persiguieron. Debido a ello, los israelitas tuvieron que pedir alimentos a los habitantes de Sucot
(v. 5) y de Peniel (vv. 8–9), que eran ciudades israelitas que se encontraban en el territorio de
Gad, al este del Jordán (cf. Gn. 32:22, 30; Jos. 13:27). Ambas comunidades se rehusaron a
ayudar a Gedeón, tal vez debido a que tenían miedo de ser objeto de la venganza de los
madianitas. Sin embargo, esto equivalía a aliarse con los enemigos y ponerse en contra del Señor
y su libertador escogido. Por eso, en forma parecida a la maldición que Débora dio sobre la
ciudad de Meroz (cf. Jue. 5:23), Gedeón amenazó con castigarlos en pago por su hostilidad
manifiesta. A la gente de Sucot dijo: yo trillaré vuestra carne con espinos y abrojos del
desierto (cf. 8:16). Esto puede significar que él los arrastraría sobre los espinos como hacía la
trilladora sobre el grano, o que tal vez los “trillaría”, haciendo que las trilladoras pasaran sobre
ellos. Cualquiera que sea el significado exacto, el resultado sería una muerte inevitable. Además,
amenazó a la gente de Peniel diciendo: Cuando yo vuelva en paz, derribaré esta torre (cf. v.
17). Probablemente se refería a la torre que hacía las veces de fortaleza, donde la gente buscaba
seguridad, parecida a las torres de Siquem (9:46–49) y de Tebes (9:50–51).
8:10–12. Los dos reyes madianitas Zeba y Zalmuna llegaron a Carcor (un sitio no
identificado, que se piensa estaba cerca de Wadi Sirhan, muy al oriente del mar Muerto), y con
ellos su diezmado ejército como de quince mil hombres, que eran los únicos que habían
sobrevivido, y que constituían como el once por ciento del ejército completo de 135,000
madianitas. Gedeón siguió por el camino de las caravanas hacia el oriente de Noba
(probablemente se refiere a Quanawat, que está en Basán oriental) y de Jogbeha (actualmente
llamado el-Jubeihat, a 24 kms. al sureste de Peniel), y lanzó un ataque sorpresivo sobre los
madianitas: prendió a los dos reyes de Madián …, y llenó de espanto a todo el ejército.
8:13–17. Regresando hacia el noroeste antes que el sol subiese (“por la subida a Heres”,
BLA), Gedeón obligó a un joven … de Sucot a que le diera por escrito los nombres de los …
setenta y siete varones principales de Sucot. A continuación, Gedeón cumplió con la amenaza
que les había hecho previamente, y castigó (cf. v. 7) con ellos a los de Sucot. Asimismo
cumplió con su otra amenaza, y derribó la torre de Peniel (cf. v. 9).
8:18–21. Llevando consigo a los dos reyes madianitas, Gedeón los interrogó acerca de un
incidente que no se encuentra registrado en ningún otro lugar—el asesinato de unos hombres
(hermanos de Gedeón) en Tabor, la pequeña montaña cónica que se encuentra justo al norte del
monte More. Aquí no se especifica si el asesinato se perpetró en la última invasión madianita o
en alguna de las anteriores en que invadieron el valle de Jezreel. Puesto que Gedeón se sentía
obligado a matarlos para cumplir con el deber de vengar la sangre de sus parientes (cf. Dt. 19:6,
12), probablemente era porque sus hermanos habían sido asesinados en sus hogares o en los
campos, no en batalla. Gedeón dijo a Jeter, su primogénito, que matara a los reyes enemigos.
Este era un honor que no obstante, el muchacho no estaba preparado para recibir, aunque
hubiera sido un insulto muy merecido para los reyes ser muertos por un enemigo bisoño. Por eso,
valientemente invitaron a Gedeón a que él llevara a cabo la venganza, ya que consideraban un
honor morir a manos de ese valeroso guerrero. Gedeón cumplió con su petición y mató a Zeba y
Zalmuna; y tomó los adornos de lunetas (probablemente en forma de luna) que sus camellos
traían al cuello (cf. Jue. 8:26) como botín de guerra.
(13) Gedeón se rehúsa a ser rey. 8:22–23. Después de tan importante victoria, los israelitas
dijeron a Gedeón: Sé nuestro señor, i.e., le pidieron que estableciera una dinastía gobernante
(tú, y tu hijo, y tu nieto). Pero el líder declinó tanto el poder como la dinastía (aunque
Abimelec, uno de sus hijos, posteriormente hablaría por sí mismo; cf. 9:1–6). Probablemente
Gedeón habló en forma más significativa de lo que entendía cuando confirmó el señorío
teocrático de Yawheh—Jehová señoreará sobre vosotros.
(14) La trampa del efod de Gedeón (8:24–27). 8:24–26. Aunque Gedeón rechazó el señorío,
sí aprovechó la ocasión para recoger un impuesto, porque pidió a cada uno [de sus hombres] los
zarcillos [de oro] de su botín, el cual alcanzó un total de mil setecientos siclos de oro (unos
19.5 kgs). El término ismaelitas originalmente se refería a otra tribu nómada que descendía de
Agar (Gn. 16:15), pero es evidente que ese nombre adquirió un sentido mucho más amplio hasta
llegar a aplicarse a los madianitas.
8:27. Gedeón tomó los zarcillos de oro que recibió e hizo de ellos un efod, el cual hizo
guardar en su ciudad de Ofra. Cualquiera que haya sido su intención al hacerlo, la gente adoró
el efod y fue tropezadero a Gedeón y a su casa. No se especifica cuál era la naturaleza del
efod. Pudo haberse manufacturado siguiendo el diseño del vestido exterior que usaba el sumo
sacerdote (Éx. 28:6–30; 39:1–21; Lv. 8:7–8). Pero en vez de usarlo como vestimenta,
obviamente el efod de oro de Gedeón se puso en un lugar alto y se convirtió en un ídolo. De
alguna manera, debe haber sustituido la función del sacerdote y/o establecido un centro de
adoración que competía con el tabernáculo. Parece que al final, Gedeón regresó a la sociedad
sincretista de la cual Dios lo había llamado para libertar a Israel.
d. La duración de la paz (8:28)
8:28. Como resultado de la derrota de los madianitas, reposó la tierra cuarenta años en los
días de Gedeón. Este fue el último período de paz que se registra en el libro de los Jueces. Las
actividades de Jefté y Sansón que le siguieron parece que no produjeron un paréntesis de paz ni
detuvieron la decadencia de la nación.
e. Muerte de Gedeón (8:29–32)
8:29–32. Aunque Jerobaal (i.e., Gedeón; cf. 6:32; 7:1) había rechazado el poder, en general
vivió como rey (ya que tuvo muchas mujeres que le dieron setenta hijos). Asimismo, tuvo una
concubina … en Siquem (que en forma característica vivía con la familia de sus padres), quien
le dio un hijo, y le puso por nombre Abimelec. Esto establece el escenario para la siguiente
espiral descendente de la historia de apostasía de Israel, espiral que comenzó a manifestarse en
forma seria después de la muerte de Gedeón.

6. GOBIERNOS DE TOLA Y JAIR DESPUÉS DE LA USURPACIÓN DE ABIMELEC (8:33–10:5)


Puede ser muy significativo el hecho de que ninguno de los gobiernos de los jueces que se
registran en lo que resta del libro de los Jueces, resultara en un período de paz (contraste 3:11,
30; 5:31; 8:28). Esto parece adaptarse bien al patrón general de declinación progresiva tanto
política como social, así como a la degeneración moral que aparece en el libro. El
acontecimiento que inició la fase de declinación del período de los jueces fue la regencia espuria
de Abimelec, quien era hijo de Gedeón y su concubina, pero que no fue un juez con llamamiento.
De hecho, su gobierno incluyó algunos elementos de opresión que fueron eliminados sólo
cuando murió, y por el subsiguiente gobierno positivo de Tola (que vivía en la misma zona del
altiplano central).
a. Deserción de Israel (8:33–35)
8:33–35. Como si la hubieran estado esperando con ansiedad, la muerte de Gedeón provocó
que los hijos de Israel regresaran de inmediato a la idolatría (cf. 2:19). En vez de adorar a
Jehová con gratitud por todas sus liberaciones, escogieron por dios a Baal-berit, cuyo centro de
adoración principal estaba en Siquem (9:3–4), donde también se le daba culto con el nombre de
El-berit (9:46). El hecho de que no se mostraron agradecidos con la casa de Jerobaal, el cual
es Gedeón (cf. 6:32; 7:1; 8:29), puede explicar la aparente facilidad con que sus hijos fueron
sumariamente asesinados por Abimelec (9:5).
b. Aflicción bajo Abimelec (cap. 9)
(1) Conspiración de Abimelec en Siquem (9:1–6). 9:1. (Es interesante que en todo el cap. 9, a
Gedeón se le llame Jerobaal. Cf. el comentario acerca de “Jerobaal” en 6:32). Abimelec era hijo
de Jerobaal y su concubina (8:31), una esposa secundaria que pudo haber vivido con su propia
familia y a quien su esposo visitaba ocasionalmente. Tal vez debido a esos antecedentes,
Abimelec era rechazado por sus medio hermanos (cf. su venganza en 9:5), pero en cambio, sí era
aceptado por toda la familia de la casa del padre de su madre, que vivía en Siquem.
La ciudad de Siquem había sido un importante centro religioso desde el tiempo de Abraham
(Gn. 12:6–7). Se localizaba en un angosto valle entre la altas montañas de Gerizim y Ebal, sitio
donde se hizo el recitativo de las bendiciones y maldiciones de la ley durante el tiempo de Josué
(Jos. 8:30–35) y donde se realizó la ceremonia de ratificación y renovación del pacto antes de la
muerte de Josué (Jos. 24:1–28). Esa ciudad estaba situada en el estratégico cruce de caminos
entre la ruta que ascendía del camino costero occidental y que descendía hasta Adam, en el río
Jordán, y la ruta longitudinal que corría desde la cordillera central que salía de Jerusalén por el
sur y que llevaba a los caminos norteños que desembocaban en el valle de Jezreel.
9:2–5. Abimelec apeló a su sangre siquemita para ofrecerse a sí mismo a todos los de
Siquem como gobernante, en vez de que reinaran corporativamente los setenta hombres, todos
… hijos de Jerobaal, quienes de todos modos tal vez no tenían ni el deseo, ni el apoyo del
pueblo para ser reyes. Por eso, sus coterráneos le dieron … plata del templo de Baal-berit, con
la que Abimelec alquiló hombres ociosos y vagabundos, que le siguieron y formaron su
guardia personal. Su primera encomienda fue asesinar a todos sus hermanos … sobre una
misma piedra, lo que sugiere que fue una ejecución masiva realizada en público. Es
significativo que Jotam, el hijo menor de Jerobaal, quedara vivo.
9:6. Después de haber eliminado con éxito a quienes pudieran disputarle el poder (¿o fue la
motivación verdadera de Abimelec la venganza personal?), todos los ciudadanos comunes de
Siquem junto con la clase alta que vivía en la sección de la ciudad llamada la casa de Milo
(“casa de la fortaleza”), fueron y eligieron a Abimelec por rey. La coronación se efectuó cerca
de la llanura (“junto a la encina”, BLA; que probablemente era un árbol sagrado bien conocido;
cf. Gn. 12:6; 35:4) del pilar que estaba en Siquem (cf. Jos. 24:26). Es improbable que la
autoridad de Abimelec se extendiera más allá de algunas ciudades que estaban en los alrededores
de Siquem.
(2) Respuesta de Jotam a los siquemitas (9:7–21). 9:7. Jotam, el hijo menor de Gedeón que
había escapado de la masacre perpetrada por Abimelec (v. 5), valerosamente subió a la cumbre
del monte de Gerizim, que estaba al suroeste de la ciudad, y alzando su voz clamó para hacerse
oir por los varones de Siquem. Probablemente habló desde una saliente triangular de roca en el
costado del monte, que forma un púlpito natural desde el cual la voz puede escucharse tan lejos
como el monte Ebal, que está al otro lado del valle. El discurso de Jotam se destaca por su forma
y contenido, porque es el primero en la Biblia que contiene una de las pocas fábulas (una historia
breve en la que se personifica a los animales u objetos inanimados, e.g., árboles), que se
mencionan en ella. Su propósito era llamar a los siquemitas a cuentas delante de Dios (Oídme …
y así os oiga Dios) por haber aceptado como líder al despreciable asesino Abimelec.
9:8–15. El punto principal de la parábola de Jotam fue que sólo la gente inservible busca
enseñorearse de otros, porque los individuos que valen la pena están demasiado ocupados,
realizando tareas útiles como para buscar un puesto de autoridad. Las características de la
parábola son muy claras. Los árboles querían tener rey sobre sí, pero fueron rechazados
sucesivamente, por (a) el olivo (v. 8), el árbol más antiguo, que estaba ocupado produciendo
aceite, con el cual … se honra a Dios y a los hombres (v. 9); (b) por la higuera (v. 10) el árbol
más común en Israel, cuyo buen fruto es alimento para otros (v. 11); y (c) por la vid (v. 12),
cuyo mosto … alegra a Dios (en las libaciones) y a los hombres (v. 13). En su desesperación,
los árboles invitaron a la zarza (que era usada para encender el fuego para cocinar en las áreas
desérticas de Palestina) para que reinara sobre ellos (v. 14). La aceptación condicionada de la
zarza dependía de que los árboles fueran a abrigarse bajo su sombra (v. 15). Jotam empleó una
exagerada ironía en esta declaración, porque la débil zarza, que crece al pie de los otros árboles,
apenas si produce sombra. Pero la amenaza: Salga fuego de la zarza fue muy real, porque los
agricultores temían los fuegos repentinos que se extendían rápidamente a través de la yesca seca
de las zarzas.
9:16–20. Entonces Jotam aplicó la parábola. Esa aplicación se enfocaba en el despreciable
“rey de paja”, Abimelec, y reprendía a los siquemitas por aceptar a tan inservible monarca. De
hecho, esa reprensión tomó la forma de una maldición (v. 20; cf. v. 57). Jotam empezó a
reprenderlos usando tres cláusulas condicionales (v. 16). Después de un paréntesis (vv. 17–18)
que describe la buenas obras de Gedeón y las malas de Abimelec, Jotam volvió a refrasear su
reprensión: Si con verdad y con integridad habéis procedido hoy con Jerobaal (i.e., Gedeón),
que gocéis de la relación con Abimelec y él goce de vosotros (v. 19). Y si no, si lo contrario era
la verdad (que obviamente era la suposición de Jotam), fuego salga … que consuma a los de
Siquem y a Abimelec. Esta declaración tan apropiada fue designada específicamente como
“maldición” (v. 57).
9:21. Es obvio que los siquemitas respondieron en forma negativa a esa reprensión, porque
escapó Jotam y huyó, y se fue a Beer (“pozo”). Este es un nombre tan común en Israel, que
sería inútil tratar de identificarlo.
(3) La revuelta de los siquemitas bajo el mando de Gaal (9:22–29). 9:22–25. Tres años bajo
la regencia de Abimelec establecieron el escenario que hizo surgir una revuelta siquemita. Para
cumplir con la maldición de Jotam, envió Dios un mal espíritu (demoniaco) que provocó
desconfianza o celos entre los siquemitas: Y los de Siquem pusieron en las cumbres de los
montes asechadores que robaban a las caravanas y a otros viajeros que pasaban por las
estratégicas rutas comerciales cercanas a Siquem. Esas acciones ahuyentaron a los viajeros, e
hicieron que Abimelec dejara de percibir el dinero de los impuestos y cuotas de quienes
transitaban por su territorio. El hecho de que Dios fue quien envió el demonio o mal espíritu,
muestra que él reina soberanamente sobre todo el universo. Incluso, Satanás no pudo atacar a Job
sin el permiso de Dios (Job 1:12; 2:6)
9:26–29. El populacho indisciplinado de Siquem encontró a un nuevo líder en Gaal, hijo de
Ebed, quien vino a Siquem con sus hermanos (esto quizá se refiere a un ejército privado de
bandoleros). Durante la época de levantar la cosecha de la uva (junio-julio), los siquemitas
celebraban una fiesta paganareligiosa que era parecida a la fiesta israelita de los tabernáculos
que se efectuaba en septiembre-octubre (cf. Dt. 16:13–15). Durante el festival, comieron y
bebieron, y maldijeron a Abimelec y pusieron su confianza en Gaal, quien ridiculizó tanto a
Abimelec como a Zebul su ayudante, que fungía como gobernador de Siquem (Jue. 9:30). Gaal
los exhortó diciendo: Servid a los varones de Hamor, el ancestro de su clan (Gn. 34:26) en
lugar de que sirvieran al bastardo Abimelec. Esto sugiere que una gran parte del populacho de
los siquemitas era de procedencia cananea. Abiertamente, Gaal desafió al ausente Abimelec
diciendo: Aumenta tus ejércitos, y sal.
(4) Desquite de Abimelec contra Gaal (9:30–49). 9:30–33. Zebul (cf. v. 28) gobernador de
la ciudad, se enfureció contra el rebelde Gaal. Por tanto, envió un mensajero a Abimelec, que
vivía en la cercana ciudad de Aruma (v. 41), que tal vez es Khirbet el-Urma entre Siquem y Silo,
para que trajera a sus tropas de noche, y que por la mañana al salir el sol, cayera sobre la
ciudad para matar a Gaal.
9:34–41. Abimelec se dirigió a Siquem con sus tropas formadas en cuatro compañías, las
cuales se escondieron durante la noche y a la salida del sol atacaron la ciudad. Viendo Gaal el
movimiento de gente tan temprano, se lo dijo a Zebul, pero éste afirmó que era la sombra de los
montes. Pero Gaal insistió, y dijo que era gente que descendía de en medio de la tierra (lit.,
“del ombligo de la tierra”; que obviamente es una referencia a Gerizim, que se localizaba en el
centro del altiplano central). La encina de los adivinos puede haber sido la encina de More (Gn.
12:6). Cuando ya no pudo engañar más a Gaal, Zebul lo apremió para que llevara sus tropas
fuera de las murallas protectoras de la ciudad para que peleara contra las tropas de Abimelec.
Después de haber proferido tantas bravuconadas, Gaal no tuvo otra opción que enzarzarse en ese
encuentro. Pero sus seguidores siquemitas fueron derrotados arrolladoramente por Abimelec,
quien regresó a Aruma. Los siquemitas que todavía permanecían fieles a Zebul, echaron fuera a
Gaal y a sus hermanos para que no morasen en Siquem.
9:42–45. Sin embargo, la ira de Abimelec no se había apagado, ni su temor a que siguiera la
revuelta de los siquemitas. Por eso, puso emboscadas en el campo para que atacaran a la gente
mientras trabajaba. Dos compañías acometieron a todos los que estaban en el campo, y los
mataron. Mientras tanto, Abimelec aseguraba la puerta de la ciudad con la tercera compañía.
Para cuando cayó la noche, ya había tomado y asolado a la ciudad, matando a sus habitantes.
Enseguida, la sembró de sal, lo cual simbolizaba una sentencia de infertilidad para que
permaneciera estéril para siempre (cf. Dt. 29:23; Jer. 17:6). La arqueología ha confirmado esta
destrucción de Siquem en el s. XII, la cual permaneció en ruinas hasta que fue reconstruida
cuando se convirtió en la ciudad capital de Jeroboam I (1 R. 12:25).
9:46–49. Estos vv. probablemente explican un incidente acaecido dentro de la ciudad durante
la destrucción previamente relatada en el v. 45 y no a un acontecimiento posterior fuera de la
derruida ciudad. Cuando los siquemitas oyeron, ya sea acerca de la masacre de los campos (vv.
43–44), o de la captura de la puerta de la ciudad (v. 44), se retiraron a la torre de Siquem
(probablemente la misma Milo que se menciona en el v. 6), y se metieron en la fortaleza del
templo del dios Berit (otro de los nombres de Baal-berit, v. 4) que probablemente formaba parte
de la torre de Siquem. Abimelec … y sus tropas (toda la gente que con él estaba), subieron al
monte de Salmón (probablemente el monte Gerizim o el monte Ebal) y tomaron de los árboles
cada uno su rama … y las pusieron junto a la fortaleza, y prendieron fuego … a la
fortaleza, de modo que … murieron como unos mil hombres y mujeres.
(5) La ignominiosa muerte de Abimelec en Tebes. 9:50–55. A continuación, Abimelec …
puso sitio a Tebes …, y la tomó. Esa ciudad probablemente puede identificarse con la moderna
Tubas, que está como a 16 kms. al nordeste de Siquem, en el camino que va a Bet-sán.
Aparentemente, esa ciudad dependía de Siquem y también estaba bajo el control de Abimelec,
pero se había unido a la revuelta de Gaal. Queriendo repetir su hazaña de Siquem, Abimelec
trató de prenderle fuego (a la torre fortificada que se encontraba dentro de la ciudad) a donde
se retiraron … los hombres y las mujeres, y … los señores de la ciudad. Sin embargo, una
mujer dejó caer un pedazo de una rueda de molino sobre la cabeza de Abimelec, y le
rompió el cráneo. Ese “pedazo de la rueda de molino” tal vez era una piedra en forma cilíndrica
de un molino manual (de unos 20 o 25 cms. de largo y de varios cms. de espesor) o bien la parte
superior más grande de un molino común (de como 30 o 45 cms. de diámetro con un agujero en
el centro y de varios cms. de espesor). Mientras expiraba, al igual que Saúl (1 S. 31:4), ordenó a
su escudero …: Saca tu espada y mátame, porque no quería que se dijera que una mujer lo
había matado. Los seguidores de Abimelec (que aquí se identifican como los israelitas) cuando
vieron muerto a su caudillo, se fueron cada uno a su casa.
(6) Cumplimiento de la maldición de Jotam. 9:56–57. El historiador sagrado registró la
forma en que la divina providencia estuvo detrás de la destrucción de Siquem y de la muerte de
Abimelec: Así pagó Dios a Abimelec el mal que hizo a Gedeón su padre y a su familia. Y todo
el mal de los hombres de Siquem lo hizo Dios volver sobre sus cabezas. De esa manera, vino
sobre ellos la maldición de Jotam hijo de Gedeón (cf. v. 20).
c. Liberaciones por Tola y Jair (10:1–5)
Tola y Jair están entre los llamados “jueces menores”, pero no por eso fueron menos
importantes, porque también liberaron a Israel durante el período previo a la monarquía.
Específicamente, la regencia de Tola fue una acción temporal contra la corrupción que dejó el
gobierno de Abimelec. El mandato de Jair en Galaad anticipaba el del siguiente juez principal,
Jefté, quien regiría en la misma zona geográfica.
10:1–2. Puesto que Tola, que era varón de Isacar, habitaba en Samir en el monte de
Efraín, a él le tocó liberar a esa región. Su gobierno puede haber afectado a la vecina tribu de
Manasés, donde se había establecido el insignificante reino de Abimelec. Puesto que no se
mencionan opresores extranjeros, sus actos de liberación (se levantó para librar a Israel)
pueden haberse relacionado con las pugnas internas surgidas a raíz del triste estado en que
quedaron los asuntos de la región (incluyendo el gobierno de Abimelec) después de la influencia
positiva de Gedeón. Tola juzgó a Israel veintitrés años; y murió. No se ha podido identificar
Samir, su lugar de residencia y sepultura.
10:3–5. Después del gobierno de Tola, se levantó Jair galaadita (de Galaad, la zona de
Manasés al oriente del Jordán), el cual juzgó a Israel veintidós años. Su ascendencia noble se
pone en evidencia porque tuvo treinta hijos que cabalgaban sobre treinta asnos, animales que
eran símbolo de su alta posición (cf. 12:14). Las ciudades de Jair (Havot Jair) era un grupo de
treinta aldeas que estaban en Basán y que fueron nombradas por un Jair anterior (Nm. 32:39–42;
Dt. 3:14). Éstas fueron relativamente duraderas, porque seguían ahí durante los días del autor del
libro de los Jueces. El lugar donde fue sepultado Jair fue Camón, tal vez la moderna Qamm de
Galaad.

7. LIBERACIÓN POR JEFTÉ DE LA OPRESIÓN DE LOS AMONITAS (10:6–12:7)


Parece que Jueces 10:6–16 es una introducción teológica ampliada de los gobiernos tanto de
Jefté (10:17–12:7) como de Sansón (caps. 13–16), porque los opresores que se mencionan en
10:7 son simultáneamente los amonitas (al oriente) y los filisteos (al occidente).
a. Deserción de Israel (10:6)
10:6. Es interesante observar la correspondencia numérica que hay entre los siete grupos de
dioses paganos (v. 6) y las siete naciones que oprimían a Israel (v. 11). Los baales y … Astarot,
como se mencionó antes, eran los dioses de los cananeos (cf. 2:13). Los dioses de Aram,
incluían a Hadad o Rimón (2 R. 5:18) mientras que los dioses de Sidón eran Baal y Asera de los
fenicios (cf. 1 R. 16:31–33; 18:19). El principal dios de Moab era Quemos (cf. 1 R. 11:5, 33; 2
R. 23:13), el de Amón era Milcom o Moloc (1 R. 11:33; Sof. 1:5) y el de los filisteos era Dagón
(Jue. 16:23). Es asombroso que los hijos de Israel adoraran a esos dioses de las naciones
circunvecinas al mismo tiempo que dejaron a Jehová, y no le sirvieron. (V. “Algunos dioses y
diosas paganos que adoraban las naciones vecinas de Israel”, en el Apéndice, pág. 293.)
b. Aflicción bajo los amonitas (10:7–9)
10:7–9. De nueva cuenta, el Señor castigó a su descarriado pueblo, enviando opresores
extranjeros y los entregó en mano de los filisteos que vivían hacia el occidente (en anticipación
de la narrativa de Sansón de los caps. 13–16), y en mano de los hijos de Amón que vivían hacia
el oriente, que los oprimieron … dieciocho años. Amón era un reino al este del Jordán (al otro
lado del Jordán) al nordeste de Moab que se había aliado con Eglón de Moab en tiempos de
Aod (3:13). Los amonitas esclavizaron a Galaad, la zona oriente del Jordán habitada al sur por la
tribu de Gad y al norte, por la media tribu de Manasés. Los hijos de Amón pasaron el Jordán,
probablemente haciendo incursiones periódicas, para hacer guerra … contra Judá y contra
Benjamín y la casa de Efraín (la zona del altiplano central).
c. Arrepentimiento de Israel (10:10–16)
10:10–16. En ocasiones anteriores en que Israel había sido afligido, el clamor que elevaba a
Jehová no había sido respaldado por el arrepentimiento auténtico de su pecado (cf. 3:9, 15; 4:3).
Y durante la época de las invasiones madianitas, el Señor envió a un profeta para indicarles su
necesidad de arrepentirse (6:7–10). Sin embargo, en esta ocasión, los hijos de Israel
demostraron un arrepentimiento sincero, primero confesando sus pecados (Nosotros hemos
pecado contra ti) y después de que el Señor los reprendió diciendo: Andad y clamad a los
dioses que … os libren ellos, permanecieron firmes en su decisión de cambiar. Primero
volvieron a confesar sus pecados y después quitaron de entre sí los dioses ajenos y sirvieron a
Jehová. La misericordia divina ante la aflicción de Israel le hizo levantar a Jefté como su líder.
La referencia a los maonitas (10:12) puede indicar a los madianitas (cf. v. 12, LXX), o a un clan
que descendía de alguien que llevaba el nombre cananeo de Maón.
d. La liberación por Jefté (10:17–12:6)
(1). Elección de Jefté por los ancianos de Galaad (10:17–11:11). 10:17–11:6. En respuesta a
la invasión amonita de Galaad; se juntaron … los hijos de Israel, y acamparon en Mizpa
(probablemente Ramat Mizpe [Khirbet Jalad, unos 22 kms. al nordeste de Rabat Amón, i.e., la
moderna Amán] o Ramot Galaad [Tell Ramit, aprox. a 64 kms. al norte de Rabat Amón]). La
primera tarea de Israel fue buscar un caudillo que los dirigiera. Su búsqueda los llevó a Jefté
(11:4–6), un reconocido líder cuya historia familiar previa se resume en 11:1–3. Como Abimelec
(cf. cap. 9), Jefté probablemente era medio cananeo (era hijo de una mujer ramera). Con
anterioridad, había sido echado de su hogar por sus medio hermanos (11:2). En la tierra de Tob
(probablemente al norte de Amón y al oriente de Manasés), se juntaron con él hombres ociosos
(v. 3; esta oración indica que quizá era un “grupo de bandoleros”).
11:7–11. Los ancianos de Galaad insistieron en llamarlo a pesar de que Jefté los reprendió
(v. 8). Pero ellos le confirmaron la promesa de que sería caudillo de todos los de Galaad
después de que obtuviera una victoria militar. Para ello, le hicieron un juramento solemne
diciendo: Jehová sea testigo entre nosotros (v. 10). Esto fue seguido por una ceremonia de
toma de protesta que se realizó en Mizpa. En contraste con la regencia de Gedeón, que
inicialmente fue llamado por el Señor, Jefté fue llamado por otros hombres. Sin embargo,
Jehová fue invocado para que fuera testigo de su elección (vv. 10–11) y el Señor puso su
Espíritu en Jefté para que obtuviera la victoria (v. 29).
(2) Diplomacia de Jefté con el rey amonita (11:12–28). 11:12–13. Es sorprendente que el
primer acto de Jefté como caudillo de Galaad fuera buscar un acuerdo pacífico para resolver el
conflicto armado. Enviando mensajeros al rey de los amonitas, le preguntó por qué había
venido a atacar a Galaad. La respuesta del rey vino en forma de una acusación—Por cuanto
Israel tomó mi tierra, cuando subió de Egipto. Jefté se abocó a comprobar que esa imputación
era falsa (vv. 14–27). El rey ofreció la paz a Jefté a cambio de que le devolviera la tierra. El
Arnón y el Jaboc eran los ríos que formaban los límites del sur y norte de Amón. Moab estaba
al sur del río Arnón, mismo que fluye hacia el mar Muerto. Por su parte, el Jaboc desemboca en
el río Jordán.
11:14–22. Jefté aplicó sus conocimientos acerca de la historia de Israel (que había aprendido
de fuentes orales o escritas) para refutar el reclamo del rey de los amonitas. De paso, Jefté le
indicó que Israel había aceptado la negativa de Moab y de Edom (cf. Nm. 20:14–21) de no
permitirles pasar por sus tierras (Jue. 11:17–18). Igualmente, cuando Israel rodeó las fronteras de
Edom y Moab, y acampó al otro lado de Arnón (que era la frontera norte reconocida de
Moab), Sehón rey de los amorreos también les negó el paso hacia el noroeste, en dirección al
río Jordán, y peleó contra Israel. Pero Jehová Dios de Israel dio la victoria a su pueblo y se
apoderó Israel de toda la tierra de los amorreos que habitaban … desde Arnón hasta
Jaboc—precisamente el territorio que se encontraba en disputa entre los amonitas y los
galaaditas (cf. v. 13). Esa zona en realidad correspondía a la parte sur de Galaad (el resto del
territorio de esa región estaba al norte del río Jaboc), y su parte sur (desde el Arnón hasta una
línea que iba hacia el oriente desde la parte norte del mar Muerto) periódicamente estaba en
manos de los moabitas.
11:23–24. Debido a ello, Jefté argumentó que Jehová Dios de Israel era quien había dado
esa tierra a su pueblo Israel. Concluyó ese punto de su argumento indicando que los amonitas
debían sentirse satisfechos con la tierra que su dios Quemos les había dado y que no deberían
contender por la tierra que Jehová les había dado a los israelitas. Históricamente, Quemos era el
dios de los moabitas, y Milcom (o Moloc), de los amonitas. Sin embargo, parece que Jefté se
estaba refiriendo al dios que predominaba en esa parte de la tierra, que previamente había
pertenecido a los moabitas, antes de que Sehón hubiera desplazado a Moab hacia el sur del
Arnón. Otra explicación es que en esa ocasión los moabitas se habían aliado con los amonitas
para atacar a Galaad, así que en realidad, a esas alturas de su apología, Jefté se estaba dirigiendo
a los moabitas. Una tercera posibilidad es que para ese entonces, los amonitas hubieran adoptado
también el culto a Quemos.
11:25–27. Jefté también argumentó que Balac … rey de Moab, a quien había pertenecido
una parte del territorio en disputa, había aceptado el derecho que tenía Israel a poseerlo. De
hecho, Jefté adujo, en el momento de la invasión de los amonitas, la tierra ya había pertenecido a
Israel … por trescientos años, sin que ninguna de las naciones circunvecinas se la disputaran.
De esta manera, Jefté refutó cualquier acusación contra Israel de haberse aprovechado de Amón.
Por último dijo al rey de los amonitas: tú haces mal conmigo peleando contra mí.
11:28. Pero el intento de Jefté de arreglar el asunto por medio de la diplomacia falló, porque
el rey de los hijos de Amón no atendió a las razones que Jefté le envió.
(3) Jefté recibe el poder del Señor. 11:29. Y el Espíritu de Jehová vino sobre Jefté. El
propósito de esto era proporcionar capacitación divina a su liderazgo militar contra los opresores
paganos, a quienes el Señor había estado usando para castigar a su pueblo (cf. 3:10; 6:34; 13:25;
15:14). La presencia del Espíritu Santo en los líderes del A.T. principalmente era con el fin de
que realizaran ciertos servicios para Dios, no específicamente para que vivieran santamente. De
esa manera, la presencia del Espíritu en Jefté no estaba necesariamente relacionada con su
juramento ni con el cumplimiento de éste, como se registra en los siguientes vv. Es evidente que
el viaje de Jefté por Galaad y Manasés fue para reclutar a su ejército.
(4) El juramento de Jefté al Señor. 11:30–31. Viviendo en la época de la ley mosaica, no era
extraño que alguien, en este caso Jefté, hiciera voto a Jehová. Jefté pudo haberlo hecho
anticipando su gratitud por obtener la victoria con la ayuda divina sobre los amonitas. Aunque el
juramento muestra la diligencia y celo de Jefté, muchos han pensado que también indica cierta
precipitación de su parte. Algunos eruditos han querido proteger a Jefté de este último cargo
alterando la trad. Sin embargo, la RVR60 refleja muy bien la intención de Jefté: será de Jehová,
y lo ofreceré en holocausto.
(5) Victoria de Jefté sobre Amón. 11:32–33. Dios concedió a Jefté su petición y … entregó a
los amonitas en su mano. Veinte ciudades de la zona de Galaad que habían sido tomadas por
los amonitas, fueron devastadas y Jefté hizo grande estrago en ellas. Así, fueron sometidos los
amonitas. Aroer (Khirbet Arair) se encontraba en la principal ruta comercial que corría de norte
a sur, en un punto que se localizaba a cerca de 22 kms. al oriente del mar Muerto, cerca de la
intersección del río Arnón, o sea, el límite sur de Rubén, y “el camino del rey”.
La vega de las viñas (Abel-keramim, BLA) puede identificarse con Naur, que está cerca de
13 kms. al suroeste de Rabat Amón (la moderna Amán). El sitio de Minit se desconoce, pero
probablemente estaba cerca de Abel-keramim.
(6) La acción de Jefté en relación con su hija. 11:34–40. Cuando llegó victorioso, Jefté fue
recibido a la puerta de su casa por su hija, que estaba celebrando jubilosa el triunfo de su padre
sobre Amón. El relato hace especial hincapié en decir que era su hija única y que no tenía hijos
varones (no tenía fuera de ella hijo ni hija). Sabiendo que debía cumplir con su voto, Jefté
expresó su gran pesar y tristeza actuando en la forma típica del Cercano Oriente y rompió sus
vestidos (cf., e.g., Gn. 37:29, 34; 44:13; Jos. 7:6; Est. 4:1; Job 1:20; 2:12). Su declaración:
porque le he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme, puede reflejar que ignoraba la
opción legal que existía de redimir (con plata) a las personas que se habían dedicado de esa
manera al Señor (cf. Lv. 27:1–8). Asimismo, la ley mosaica prohibía expresamente los
sacrificios humanos (cf. Lv. 18:21; 20:2–5; Dt. 12:31; 18:10). Por lo tanto, muchos eruditos
llegan a la conclusión de que cuando el relato dice que Jefté hizo con ella conforme al voto que
había hecho (Jue. 11:39), en realidad lo que hizo fue cambiar el destino fatal de su hija de ser
presentada en holocausto por el de que se quedara virgen para siempre, sirviendo en el santuario
central de Israel. Otros eruditos creen que la cultura semipagana de Jefté hizo que en efecto, la
sacrificara en holocausto. Se han presentado fuertes argumentos para apoyar ambos puntos de
vista (cf. Wood, Distressing Days of the Judges, “Los Aciagos Días de los Jueces”, págs.
288–295; Merril F. Unger, Unger’s Commentary on the Old Testament, “Comentario de Unger
del A.T.”, 2 vols. Chicago: Moody Press, 1981, 1:331).
La mayoría de las explicaciones que se han ofrecido a favor o en contra de que efectivamente
Jefté ofreciera a su hija en sacrificio, pueden usarse para defender cualquiera de esas posiciones,
y por lo tanto, no son concluyentes. Por ejemplo, la aflicción que expresaron tanto Jefté como su
hija, se pueden interpretar tanto a su muerte como a su virginidad perpetua. En cualquiera de los
casos, ella moriría sin hijos (más tarde o más temprano) y Jefté quedaría sin descendientes. La
petición de la joven de que se le permitiera ir a vagar por dos meses … por los montes para
llorar por su virginidad porque nunca se casaría, puede ser uno de los argumentos más fuertes
que apoyan el punto de vista de la virginidad. Pero también podría significar que se estaba
lamentando de antemano por su propia muerte, en cuyo caso por supuesto que se quedaría sin
hijos. Aunque Jefté hizo un voto precipitado, probablemente sabía algo acerca de las
prohibiciones de la ley mosaica con respecto a los sacrificios humanos. Sin embargo, sus
antecedentes semipaganos, combinados con la falta de orden legal que prevalecía en el período
de los jueces (cf. 17:6; 21:25) pueden explicar que llevara a cabo su juramento. El registro de
que surgió una costumbre local anual para endechar a la hija de Jefté (11:39–40) carece de
suficientes detalles como para apoyar definitivamente cualquiera de los dos puntos de vista.
Incluso, los pasajes que se usan (Éx. 38:8; 1 S. 2:22) para decir que un grupo de mujeres
jóvenes servía en el tabernáculo, no pueden demostrar esto sin lugar a dudas. Tampoco se
pueden aplicar directamente a este caso las leyes optativas para los juramentos (Lv. 27). Nada se
dice acerca del servicio sustitutorio a Dios en lugar de un sacrificio—sólo se menciona la
sustitución con un pago en efectivo. Por lo tanto, ante la ausencia de cualquier evidencia
definitiva que indique que la joven se dedicó al servicio del tabernáculo como virgen perpetua, la
interpretación más lógica del eufemismo que dice que Jefté “hizo de ella conforme al voto que
había hecho”, parece indicar que en efecto, ofreció a su hija como sacrificio humano.
Cualquiera que sea la posición que se adopte, es digna de observarse la actitud que tomó la
joven. Ya sea que fuera para morir o para servir perpetuamente en el santuario, de todos modos
ella no tendría hijos jamás. En el Israel primitivo, esto era causa de mucho dolor, y sin embargo,
ella se sometió al juramento de su padre: si le has dado palabra a Jehová, haz de mí conforme
a lo que prometiste. A raíz de este incidente, surgió una costumbre en Israel, aunque
probablemente era a nivel local: De año en año …, las doncellas de Israel iban a endechar a la
hija de Jefté galaadita, cuatro días en el año.
(7) Conflicto de Jefté con Efraín. 12:1–6. Los efrateos habían sido atacados por los hijos de
Amón (cf. 10:9), pero la tierra de los de Efraín aparentemente no había sido ocupada por los
amonitas como la de Galaad. No obstante, los efrateos reaccionaron contra Jefté porque no los
había invitado para guerrear contra Amón. En contraste con el tacto que usó Gedeón para
manejar una situación similar (cf. 8:1–3), Jefté los acusó de que ellos no habían respondido a su
llamado (aunque el relato no menciona esa supuesta invitación), así que Jefté les dijo que había
peleado y Jehová le había entregado a los amonitas sin requerir de la ayuda de los efrateos.
Debido a los insultos de éstos últimos, Jefté y los … de Galaad pelearon y derrotaron a
Efraín. Los galaaditas incluso degollaban junto a los vados del Jordán a los sobrevivientes
que querían cruzar al otro lado del río para regresar a Efraín. Los efrateos se identificaban
fácilmente debido a su pronunciación coloquial del sonido hebr. sh, que ellos pronunciaban
como s. Este conflicto civil de Israel costó a Efraín la vida de cuarenta y dos mil personas. Sin
duda, pagaron un precio muy alto por sus celos.
e. Muerte de Jefté (12:7)
12:7. Después de la victoria sobre los amonitas, Jefté juzgó a Israel seis años hasta que
murió.

8. GOBIERNOS DE IBZÁN, ELÓN, Y ABDÓN (12:8–15)


Después de Jefté, se levantaron tres jueces menores en varias regiones de Israel.
12:8–10. El relato dice: Juzgó a Israel Ibzán, probablemente desde su ciudad, Belén. No se
indica si se trata de Belén de Judá o Belén de Zabulón (cf. Jos. 19:10, 15). La alta posición que
tenía Ibzán en su comunidad se manifiesta por su gran familia, compuesta por treinta hijos y
treinta hijas. El hecho de que buscara fuera de su clan parejas para sus hijas e hijos, indica que
tenía buenas alianzas políticas. Además, juzgó a Israel siete años antes de morir.
12:11–12. Elón zabulonita … juzgó a Israel diez años. No se dice nada más acerca de él,
excepto que su lugar de sepultura fue Ajalón (ciudad no identificada), que estaba en la tierra de
Zabulón.
12:13–15. Abdón, hijo de Hilel piratonita, de la tribu de Efraín (Piratón se localizaba a 11
kms. al suroeste de Siquem), tuvo cuarenta hijos y treinta nietos. Cada uno tenía su propio
asno, símbolo de nobleza (cf. el juez Jair, cuyos treinta hijos cada uno tenía su asno; 10:4). Es
posible que durante los ocho años en que juzgó a Israel haya tenido algunos conflictos con los
amalecitas.

9. LIBERACIÓN POR SANSÓN DE LA OPRESIÓN DE LOS FILISTEOS (CAPS. 13–16)


a. Deserción de Israel (13:1a)
13:1a. La monótona espiral descendente de Israel llegó a su clímax con la séptima apostasía
que registra el libro de los Jueces (cf. 3:5–7, 12–14; 4:1–3; 6:1–2; 8:33–35; 10:6–9). Parece que
esa apostasía fue una fase de la adoración idolátrica previamente descrita en 10:6 (que incluía a
“los dioses de los filisteos”), porque en 10:7 se menciona la resultante opresión filistea (en el
occidente) que complementó la que realizaron los amonitas (al oriente).
b. Aflicción bajo los filisteos (13:1b)
13:1b. Las profundidades de la apostasía israelita y la enormidad del ejército de los filisteos
fueron las causas de una exagerada opresión sin precedentes—cuarenta años. Los filisteos
continuaron siendo una amenaza hasta los primeros años del reinado de David (cf. 2 S. 5:17–25).
Aunque algunos asentamientos filisteos primitivos ya habían estado presentes en Palestina (cf.
Gn. 21:32–34; 26:1–18; Jue. 1:18–19), los filisteos llegaron en grandes oleadas durante la
invasión de los pueblos procedentes del mar ca. 1200 a.C. Organizaron una pentápolis o
confederación de cinco ciudades—Gaza, Ascalón y Asdod, situadas en el estratégico camino
costero, y Gat y Ecrón en la orilla del Sefela, llanos que se encontraban al pie de las montañas de
Judea (cf. Jos. 13:3).
Cuando los ataques filisteos se movieron hacia el oriente, hasta la tierra de Benjamín y Judá,
los israelitas aceptaron su dominio sin resistir (cf. 14:4; 15:11) hasta el tiempo de Samuel (cf. 1
S. 7:10–14)
¿Cómo es posible que los padres de Sansón, que eran danitas, todavía estuvieran viviendo en
el valle de Sorec, siendo que la tribu de Dan se había trasladado al norte mucho tiempo antes?
(Jue. 18) Es evidente que un puñado de clanes danitas se quedaron atrás y no migraron hacia el
norte.
c. Liberación por Sansón (13:2–16:31)
A menos que el arrepentimiento mencionado en 10:10–16 incluya a las tribus israelitas
occidentales que estaban siendo oprimidas por los filisteos (cf. 10:7)—lo cual es improbable en
vista de que aparentemente habían aceptado el dominio filisteo (cf. 15:11)—no se hace mención
de que Israel clamara a Dios antes de que él levantara a Sansón como libertador (contraste 3:9,
15; 4:3; 6:7; 10:10). Puesto que Sansón juzgó a Israel por veinte años (15:20; 16:31), obviamente
comenzando cuando tenía veinte años, toda su vida se equipara con los mismos cuarenta años de
opresión de los filisteos, la cual comenzó antes de su nacimiento (cf. 13:5). Por lo tanto, fue
contemporáneo de Samuel, quien con la ayuda de Dios, dominó a los filisteos después de la
muerte de Sansón (cf. 1 S. 7:10–14).
(1) Nacimiento de Sansón (13:2–24). 13:2–5. Los padres de Sansón eran de la tribu de Dan,
lo que tal vez implica que la mayoría de esa tribu ya había migrado hacia el norte, al valle de
Huleh (cf. cap. 18), así que sólo uno o dos clanes seguían viviendo en su heredad tribal original.
La estéril esposa de Manoa de Zora fue visitada por el ángel de Jehová. Zora, el punto más
alto del Sefela, se situaba en un alto risco al norte del valle de Sorec y a unos 22 kms. al
occidente de Jerusalén. Originalmente, Zora perteneció a Judá (Jos. 15:20, 33), pero
posteriormente fue asignada a la tribu de Dan (Jos. 19:40–41). En la teofanía que aquí se
menciona (cf. el comentario de Jue. 2:1–2), el Señor predijo a la mujer que tendría un hijo,
Sansón, y añadió que sería nazareo (que significa “devoto” o “consagrado”). Los nazareos eran
personas cuyo voto de separación a Dios requería que se abstuvieran de tomar bebidas
fermentadas, que nunca cortaran el pelo de su cabeza, y que evitaran tocar cuerpos muertos
(Nm. 6:2–6). Generalmente, los votos se hacían por un período limitado de tiempo, pero Sansón
iba a ser nazareo para Dios toda su vida (Jue. 13:7). Asimismo, y por determinado tiempo, su
madre debía compartir con él los votos nazareos (vv. 4, 7, 14). Además de ser apartado para ser
nazareo, Sansón fue escogido por Dios para comenzar a salvar a Israel de mano de los filisteos.
La terminación de esa obra sería dejada a Samuel (1 S. 7:10–14) y a David (2 S. 5:17–25)
13:6–8. Cuando la esposa de Manoa reportó a su marido el encuentro que tuvo con quien ella
llamó un varón de Dios cuyo aspecto era como … el de un ángel …, oró Manoa a Jehová
pidiendo que regresara el ángel y les enseñara lo que debían hacer con el niño, y cómo criarlo.
13:9–18. En respuesta a la petición de Manoa, el ángel de Dios (que es otro nombre del
ángel de Jehová) volvió a aparecer, primero a su esposa y después al mismo Manoa, pero se
limitó a repetir las instrucciones que les había dado previamente (vv. 13–14). Sin comprender
totalmente el carácter divino de su huésped (v. 16b), Manoa invitó al mensajero a que se quedara
a comer. Pero el ángel de Jehová le dijo que cualquier provisión debía usarse para hacer
holocausto y presentarlo a Jehová. Cuando Manoa le preguntó su nombre, el ángel simplemente
respondió que era admirable.
13:19–23. Manoa ofreció en sacrificio a un cabrito (cf. v. 15) junto con una ofrenda de
grano (oblación, cf. Lv. 2) sobre una peña a Jehová. Él y su esposa quedaron espantados
cuando el ángel de Jehová subió en la llama del altar ante sus asombrados ojos.
Comprendiendo por fin cuál era la verdadera identidad del mensajero divino, Manoa expresó
temor de morir en forma inminente porque habían visto a Dios (cf. la respuesta similar de
Gedeón; Jue. 6:22–23). En forma más práctica, la mujer de Manoa le indicó que el hecho de que
Dios hubiera aceptado el sacrificio y les hubiera prometido un hijo, era señal de que en el plan de
Dios no estaba que murieran tan pronto.
13:24. En cumplimiento de las palabras del mensajero divino, la mujer de Manoa dio a luz
un hijo y lo llamó Sansón (nombre que se relaciona con la palabra “sol”), el cual creció bajo la
bendición de Jehová.
(2) Sansón es movido por el Espíritu Santo. 13:25. Un día, el Espíritu de Jehová comenzó a
manifestarse en Sansón, i.e., a darle poder para que comenzara a salvar a Israel. Esto sucedió en
Mahaneh Dan (los campamentos de Dan; cf. 18:11–12 para ver el origen de ese nombre) entre
Zora (el hogar de Sansón, cf. 13:2) y Estaol (ciudad que estaba a 2.5 kms. al nordeste de Zora).
Posteriormente, Sansón fue sepultado entre esas dos ciudades (16:31; también cf. 18:2, 8, 11). El
liderazgo de Sansón como juez o libertador no consistió en comandar un ejército para luchar
contra los filisteos. Más bien, él se convirtió en un luchador solitario que combatía por su causa y
por su pueblo. Sus proezas, que empiezan a partir del cap. 14, distrajeron a los filisteos,
impidiéndoles emprender invasiones más serias contra las áreas tribales de Benjamín y Judá.
(3) Sansón se casa con una filistea (cap. 14). 14:1–4. Las hazañas de Sansón comenzaron
cuando vio en Timnat a una mujer de … los filisteos (probablemente la moderna Tell
el-Batashi, a 6 kms. al noroeste, en el valle de Sorec, a partir de Bet-semes). Puesto que los
padres eran quienes concertaban los casamientos, (cf. Gn. 21:21), Sansón insistió con los suyos
para que la tomaran y fuera su mujer. Debido a que los matrimonios con un no israelita estaban
expresamente prohibidos por la ley mosaica (Éx. 34:16; Dt. 7:3), sus padres se rehusaron a
hacerlo (Jue. 14:3). Otros pueblos circunvecinos ya fueran egipcios o semitas, practicaban la
circuncisión, pero los filisteos no, por lo que se consideraban incircuncisos. Al mencionar este
hecho a Sansón, sus padres se estaban burlando de los filisteos.
Aunque los padres de Sansón se opusieron a su matrimonio con la filistea, finalmente
permitieron que él llevara a cabo sus deseos. Ellos no sabían que esto venía de Jehová, porque
él buscaba ocasión contra los filisteos. Esto no significa que Dios deseara que se transgrediera
la ley, sino que la decisión de Sansón fue usada por Dios para que se llevara a cabo el propósito
divino y para que el Señor fuera glorificado.
14:5–7. Sansón descendió con su padre y con su madre a Timnat con objeto de arreglar la
boda. Él se desvió del camino y entró en las viñas de Timnat, tal vez con el fin de arrancar
algunas uvas, pero fue atacado por un león joven que venía rugiendo. Capacitado con el poder
del Espíritu de Jehová (cf. 14:19; 15:14), despedazó al león a mano limpia (sin tener nada en
su mano). Probablemente lo hizo al estilo en que la gente de esa región mataba a las cabras
pequeñas, descoyuntándolas por el medio, a partir de las patas traseras. El hecho de que no
declaró ni a su padre ni a su madre lo que había hecho, sugiere que ellos habían seguido su
camino hasta Timnat para terminar los arreglos del desposorio. Cuando Sansón llegó a la ciudad,
pudo hablar con la mujer por primera vez (ya que anteriormente sólo la había visto, 14:2) y ella
agradó a Sansón.
14:8–9. Volviendo después de algunos días, una vez concluido el período de desposorio
para consumar su casamiento, de nueva cuenta Sansón se apartó del camino y se metió entre las
viñas para ver el cuerpo muerto del león, en el cual encontró un enjambre de abejas, y un
panal de miel. Tomó una porción de la miel y se la fue comiendo. Además la compartió con su
padre y … su madre sin mencionarles de dónde procedía. La ley del nazareato prohibía
estrictamente tocar un cadáver. El propósito de esto era evitar la impureza ceremonial (Nm. 6:7).
Debido a que tocar el cadáver de un animal, aunque fuera limpio, hacía de la persona (con la
excepción obvia de un sacerdote oficiante) ceremonialmente impura (Lv. 11:39–40),
probablemente el hecho de que Sansón sacara la miel del cadáver del león fue una violación del
voto del nazareato. Su participación en la fiesta de bodas (Jue. 14:10) también debe haber sido
una transgresión de su voto, que decía que debía abstenerse de bebidas fermentadas. Sin
embargo, antes de su nacimiento, sólo se había especificado uno de los requisitos del
nazareato—que no se cortara el cabello (13:5). Más adelante, la violación de esa práctica
específica haría que el poder del Espíritu de Dios lo dejara (16:17–20).
14:10–14. Durante los siete días de la ceremonia de bodas, Sansón ofreció el acostumbrado
banquete (lit., “fiesta para beber”) y estuvo acompañado de treinta compañeros (los típicos
“amigos del novio”, que evidentemente fueron provistos por la familia filistea). Sansón les
propuso un enigma, que hizo más atractivo al ofrecer como apuesta treinta vestidos de lino
(sábanas largas y rectangulares que a menudo se usaban como ropa interior) y treinta vestidos
de fiesta (que generalmente eran bordados). Pero para poder resolver el enigma expresado en
forma poética por Sansón—del devorador salió comida, y del fuerte dulzura—era
indispensable conocer que él había encontrado miel en el cadáver del león.
14:15–18. Incapaces de resolver el enigma después de tres días, los compañeros amenazaron
a la mujer de Sansón y a su familia con la muerte si ella no obtenía la respuesta para ellos.
Éstos le dieron a entender que sabían que ella estaba en contubernio con Sansón para despojarlos
por medio de la apuesta. Sansón resistió la presión y las lágrimas de la mujer durante los siete
días que duró el banquete. Pero al final de ellos, cuando expiraría el plazo para adivinar el
enigma (cf. v. 12) cedió a su presión. Sansón mostró su debilidad al darse por vencido por las
lágrimas y súplicas de una mujer (cf. 16:16). Mas al séptimo día él se lo declaró, porque le
presionaba, y ella a su vez lo declaró a los treinta filisteos. Cuando ellos dieron la solución a
Sansón, también lo hicieron usando un paralelismo poético, como él había expresado el enigma.
Sansón les respondió refiriéndose a su mujer con una figura de lenguaje que era a la vez burlona
y pintoresca: si no araseis con mi novilla, nunca hubierais descubierto mi enigma. Al
llamarla “novilla”, la estaba ridiculizando por su espíritu rebelde y contumaz (cf. Jer. 50:11; Os.
4:16).
14:19–20. Para cumplir con la obligación contraída por la apuesta (cf. v. 12), Sansón
descendió a Ascalón (a 37 kms. al suroeste, en la costa mediterránea—lo suficientemente lejos
como para que no se le asociara con el Sansón de Timnat) y mató a treinta hombres … y …
dio las mudas de vestidos a los que habían explicado el enigma. Dios anuló la necedad de
Sansón al infundirle el poder capacitador del Espíritu de Jehová (cf. v. 6; 15:14) para que
realizara sus propósitos de interrumpir la dominación filistea de Israel (cf. 14:4). Todavía
encendido por el enojo, Sansón se volvió a la casa de su padre en Zora sin regresar con su
esposa para consumar el matrimonio en la séptima noche de la boda. Para evitar la desgracia por
lo que él consideraba una anulación, el padre de la mujer (cf. 15:2), se la dio a su compañero, o
padrino de boda.
(4) Conflictos de Sansón con los filisteos (15:1–16:3). 15:1–5. Después de algún tiempo,
durante la cosecha del trigo (i.e., en mayo), Sansón regresó a Timnat con un regalo para su
mujer, consistente en un cabrito (cf. 13:15, 19). Es evidente que el matrimonio de Sansón era
de la clase ṣadīqa, porque la esposa permaneció con sus padres y era visitada periódicamente por
su marido (cf. 8:31). Entonces, el regalo de Sansón probablemente no era un presente de
reconciliación por su comportamiento previo, sino sólo el regalo que se esperaba de un esposo
que hacía su visita regular. Pero muy pronto Sansón descubrió que el padre de su mujer la había
dado a otro, pensando que Sansón la había aborrecido (la misma palabra hebr. se usa en Dt. 24:3
en el contexto del divorcio).
Sin aceptar la oferta de casarse con la hermana menor de su mujer, de nueva cuenta Sansón
aplacó su ira desquitándose con los filisteos. En esa ocasión, quemó las mieses (de trigo, Jue.
15:1) amontonadas y en pie. La forma en que lo hizo fue cazando trescientas zorras (la
palabra hebr. también significa chacales, los cuales andan en manadas y se cazan más
fácilmente). Después, ató cola con cola de cada animal, puso una tea ardiente entre cada dos
colas y soltó las zorras en los sembrados. La terrible destrucción incluyó el grano seco ya
levantado así como el que aún estaba en pie y que estaba a punto de ser segado, y se extendió
hasta las viñas y olivares (destruyendo así las tres cosechas principales de esa tierra, cf. Dt. 7:13;
Hag. 1:11).
15:6–8. Cuando los filisteos supieron que Sansón era quien había causado la destrucción, a
su vez se desquitaron quemándola a ella y a su padre (parece que destruyeron totalmente la casa
del timnateo). De nuevo, motivado por querer saciar su venganza personal, Sansón hirió a los
filisteos en la cadera y muslo con gran mortandad. La frase “cadera y muslo” es una metáfora
que se usaba en las luchas cuerpo a cuerpo para significar un ataque feroz. Posteriormente,
descendió y habitó en la cueva de la peña de Etam. Aunque hay una aldea llamada Etam a
unos 3 kms. al suroeste de Belén de Judea (casi a 27 kms. de distancia de Timnat), otra
posibilidad es identificar ese lugar con la hendedura que se encuentra encima de Wadi Isma‘in,
cerca de 4 kms. al sureste de Zora.
15:9–14. Los filisteos persiguieron a Sansón, y acamparon en Judá, cerca de Lehi (lit.,
“quijada”; que probablemente es la moderna Khirbet es-Siyyaj). Cuando los de Judá supieron el
motivo del despliegue de fuerza de los filisteos, enviaron a tres mil hombres a buscar a Sansón
para entregarlo a los filisteos. Aparentemente se encontraban satisfechos con el estado de cosas,
porque dijeron a Sansón: ¿No sabes tú que los filisteos dominan sobre nosotros? Después de
que le aseguraron que no lo matarían ellos, Sansón (no queriendo derramar sangre israelita)
permitió que lo prendieran y entregaran a sus enemigos. Entonces le ataron con dos cuerdas
nuevas, pero éstas se hicieron como lino quemado con fuego, y … cayeron de sus manos justo
cuando iban llegando cerca de los jubilosos filisteos. Otra vez el Espíritu de Jehová le dio
fuerza especial (cf. 14:6, 19).
15:15–17. Sansón, hallando una quijada de asno fresca aún (una más vieja hubiera sido
demasiado quebradiza) la tomó y mató con ella a mil hombres de los filisteos. Su expresión de
triunfo incluye un juego de palabras con el término ḥămôr, que puede significar tanto “asno”
como “montón”. Entonces la frase un montón, dos montones podría trad. “un asno, dos asnos”;
también podría interpretarse como “los he apilado en montones”. El lugar donde esto aconteció
fue Ramat-lehi, que probablemente significa “la colina (o altura) de la quijada”.
15:18–19. El siguiente incidente que sucedió en la vida de Sansón fue la provisión divina de
agua para él. Sansón tuvo gran sed por su dificultoso encuentro y por el clima caliente y seco.
Su clamor a Jehová fue milagrosamente contestado y entonces abrió Dios la cuenca (maḵtēš,
lit. “mortero”, i.e., “vasija”) que hay en Lehi; y salió de allí agua. Ese lugar, donde Sansón
recobró sus fuerzas, todavía era llamado Enhacore (“manantial del que clama”) cuando se
escribió el libro de los Jueces, porque el autor dice que permanecía allí hasta hoy.
15:20. El liderazgo de Sansón sobre Israel que se resume en este punto, también se
menciona en 16:31. Los veinte años (ca. 1069–1049 a.C.) que gobernó, cubren toda la vida
adulta de Sansón hasta su muerte en Gaza (cf. 16:30–31).
16:1–3. El incidente de haber quitado las puertas de la ciudad de Gaza muestra que su fuerza
física no tenía rival, pero moralmente, era débil. No se explica el motivo por el que Sansón fue a
Gaza, probablemente la ciudad filistea más importante. Esa población estaba cerca de la costa, a
unos 56 kms. al suroeste de su hogar en Zora. Cualquiera que haya sido la razón, sus
inclinaciones sensuales lo dominaron y viendo a una mujer ramera …, se llegó a ella.
Sabiendo que Sansón estaba en la ciudad, los filisteos de Gaza lo acecharon toda aquella
noche a la puerta de la ciudad, planeando matarlo cuando se marchara al amanecer. Pero
Sansón se levantó a medianoche y los sorprendió de tal manera, que pudo escapar y aun le dio
tiempo de tomar las puertas de la ciudad con sus dos pilares y su cerrojo. Es más, se las echó
al hombro, y … las subió a la cumbre del monte que está delante de Hebrón. No se aclara en
el texto si se refiere a una montaña que estaba en las afueras de Gaza que mira hacia el oriente
hacia Hebrón, o que Sansón llevó las puertas a 60 kms. de distancia, hasta una colina en las
afueras de Hebrón. La tradición local identifica el lugar con El Montar, monte que está justo al
oriente de Gaza. Parece que no hay razón para que Sansón llevara las puertas más lejos, porque
ya había insultado bastante a la gente de la ciudad al quitar las puertas que les daban seguridad.
(5) La caída de Sansón a manos de Dalila (16:4–22). 16:4–14. Sucedió que Sansón se
enamoró de una mujer llamada Dalila (aunque probablemente era filistea, tenía un nombre
semita, que significa “devota”, así que tal vez era una prostituta del templo). Cuando menos, es
la tercera mujer con la que Sansón se involucró (cf. 14:1–2; 16:1). La ciudad donde ella vivía
estaba en el valle de Sorec (donde Sansón pasó la mayor parte de su vida), pero no se menciona
por nombre, y puede ser Har-heres (Bet-semes), o Timnat, o cualquier otra aldea.
Los príncipes de los filisteos tramaron un plan para capturar a Sansón. La Biblia no dice
cuántos de ellos se involucraron, pero probablemente eran cinco, uno por cada una de las
principales ciudades de Filistea. Contrataron a Dalila para que lo engañara y obtuviera el secreto
de su gran fuerza y para que averiguara cómo podrían vencerlo y dominarlo. Cada uno de los
gobernantes ofreció pagarle la exorbitante suma de mil cien siclos de plata (unos 632.5 kgs.),
cantidad que la convertiría en una mujer extremadamente rica. Dalila hizo tres intentos por ganar
la confianza de Sansón, que fueron infructuosos, para obtener el secreto de su fuerza. En cada
uno de ellos, él la engañó inventando un método por el cual él se debilitaría y sería como
cualquiera de los hombres. Según él, podría ser capturado: (a) si lo ataren con siete mimbres
verdes (cuerdas de arco hechas de vísceras de animales); (b) si lo ataren con cuerdas nuevas
que no se hubieran usado (aunque ya se había comprobado la ineficacia de ellas; 15:13); y (c) si
tejieren siete guedejas de su cabeza (lo cual estaba más cerca de la verdad) con la tela.
Inútilmente, Dalila utilizó cada uno de los métodos, aparentemente mientras Sansón dormía
(como en 16:13), y lo provocaba gritando: ¡Sansón, los filisteos contra ti! (vv. 9, 12, 14). Pero
lo que en realidad hizo fue probar la inutilidad o fracaso de cada uno de esos métodos delante de
los filisteos, quienes estaban escondidos en el aposento (vv. 9, 12) porque no se atrevían a
dejarse ver por Sansón.
16:15–17. Finalmente, Sansón le reveló el origen de su fuerza, que no era nada mágico como
habían supuesto los filisteos, sino una capacitación sobrenatural del Espíritu de Dios (cf. 13:25;
14:6, 19; 15:14). Esa capacitación estaba asociada con su consagración especial al Señor por su
posición de nazareo, que en su caso estaba simbolizada porque su pelo nunca había sido cortado
(13:5). Cuando Sansón ya no pudo aguantar más la insistencia de la mujer para que le revelara su
secreto, descubrió … todo su corazón a Dalila, explicándole su voto de nazareo. Y le dijo:
Nunca a mi cabeza llegó navaja, pero si fuere rapado, su fuerza se apartaría de él y se
debilitaría y sería como todos los hombres. Esto no se debía a que su fuerza estuviera en el
cabello, sino que si lo cortaba, estaría desobedeciendo al Señor flagrantemente, desobediencia
que comenzó precisamente cuando reveló la verdad a Dalila, en quien no tenía por qué confiar.
16:18–22. La indiscreción de Sansón lo hizo caer prisionero de los filisteos. En esa ocasión,
Dalila sabía que Sansón le había descubierto todo su corazón, así que volvió a ponerle otra
trampa. Trajo a un hombre, quien le rapó la cabeza mientras Sansón dormía sobre su regazo.
Como resultado de su necia desobediencia al Señor, su fuerza se apartó de él. Es evidente que
también ataron a Sansón, porque cuando Dalila lo despertó diciendo: ¡Sansón, los filisteos sobre
ti! intentó escaparse como las veces anteriores. Lo más trágico es que no sabía que Jehová ya se
había apartado de él. El hecho de que el Espíritu del Señor se apartara de él era equivalente a su
despido de su papel de juez.
Los filisteos … echaron mano del indefenso Sansón y le sacaron los ojos, y le llevaron a
Gaza. Ellos decidieron que este era el castigo que se merecía por haber robado las puertas de la
ciudad (vv. 1–3). Además, le ataron con cadenas de bronce para que moliese el grano entre
dos piedras de molino mientras estaba en la cárcel, que era un trabajo que realizaban las
mujeres. El molino quizá era de mano y estaría montado en un cojinete (cf. el comentario de
9:53). Es incierto si en esos tiempos ya se usaban los molinos más grandes que eran movidos por
animales. A medida que el tiempo pasaba en prisión, el cabello de su cabeza (símbolo de su
consagración nazarea, 13:5) le comenzó a crecer de nuevo. Puesto que era normal que su pelo
volviera a crecer, el objeto de esta observación debe haber sido anticipar que la fuerza de Sansón
volvería para que pudiera realizar un último acto de venganza contra los filisteos (cf. 16:28–30).
(6) Venganza de Sansón contra los filisteos. 16:23–30. Llegó el día en que los filisteos se
juntaron para ofrecer sacrificio a Dagón su dios. Éste era el dios del grano de los semitas
occidentales (cf. 1 S. 5:2–7; 1 Cr. 10:10) que los filisteos habían conocido y adoptado por
conducto de los amorreos. Puesto que creían que su dios había entregado a Sansón en sus
manos, sacaron a Sansón de la cárcel para que los divirtiera (tal vez esperaban ver algunos actos
de fuerza extraordinaria o sólo querían burlarse de su enemigo derrotado y sin fuerza). Los
templos filisteos generalmente constaban de una gran cámara interior cuyo techo era sostenido
por dos columnas. Un enorme grupo de filisteos (incluyendo a tres mil hombres que estaban en
el techo) estaban mirando el escarnio (o la actuación cf. “para que nos divierta”, v. 25) de
Sansón, que probablemente se llevó a cabo en un patio exterior, aunque no se dice exactamente
en qué consistió su actuación. El ciego Sansón hizo que el joven que lo iba guiando lo pusiera
entre las columnas que sostenían al templo, so pretexto de apoyarse en ellas. Enseguida, clamó
Sansón a Jehová pidiéndole ayuda para que le permitiera realizar un último acto de fuerza para
cumplir su venganza contra los filisteos. Asió luego Sansón las dos columnas de en medio (ya
sea que estuviera entre ellas empujando hacia afuera o junto a ellas empujando hacia adelante) y
echó todo su peso sobre ellas al tiempo que decía: Muera yo con los filisteos y a continuación,
se inclinó con toda su fuerza. Dios contestó su última petición y cayó la casa … sobre todo el
pueblo, matando Sansón al morir … muchos más filisteos que los que había matado durante
su vida. Anteriormente, cuando menos dio muerte a 1,030 enemigos (treinta en Ascalón, 14:19,
y mil en Ramat-lehi, 15:14–17).
(7) Sepultura de Sansón por sus parientes. 16:31. Toda la familia de Sansón, incluyendo a
sus hermanos (que no se mencionan en todo el relato anterior) y toda la casa de su padre
fueron a Gaza y recogieron el cuerpo de Sansón y le sepultaron entre Zora (su lugar de
nacimiento, 13:2) y Estaol (cf. 13:25; 18:2, 8, 11), en el sepulcro de su padre Manoa. Así
terminaron los veinte años de regencia de Sansón sobre Israel (cf. 15:20). Aunque Sansón
poseía grandes capacidades y el Espíritu Santo lo dotó con una extraordinaria fuerza física, cedió
a la tentación varias veces y tuvo que sufrir las consecuencias de ello. Su vida es una dura
advertencia contra quienes se sienten inclinados a seguir el camino de la sensualidad.

III. Epílogo: Condiciones que ilustran el período de los jueces (caps. 17–21)
Teológicamente, los caps. 17–21 constituyen un epílogo que ilustra la apostasía religiosa y
decadencia social que caracterizó al período de los jueces. Esas condiciones fueron vistas por el
autor (que posiblemente escribió al principio de la monarquía) como indicio de la anarquía que
prevalecía cuando “no había rey en Israel” (17:6; 18:1; 19:1; 21:25). Históricamente, los sucesos
registrados en estos caps. forman un apéndice del libro, aunque acontecieron al principio de la
historia anterior. En ellos se sugiere una fecha temprana, porque menciona a los nietos, tanto de
Moisés (18:30), como de Aarón (20:28) y por la referencia que se hace al arca diciendo que
estaba en Bet-el (20:27–28). Es posible que los acontecimientos de los caps. 17–18 se hayan
efectuado en los días de Otoniel, el primer juez de Israel.
Este epílogo está formado por dos secciones principales: (1) Los caps. 17–18 entretejen la
historia de la idolatría familiar de Micaía el efrateo que contrató al levita Jonatán, nieto de
Moisés (18:30) como su sacerdote personal, con la migración e idolatría tribal de los danitas. (2)
Los caps. 19–21 relatan la atrocidad cometida en Gabaa contra la concubina de otro levita y la
resultante guerra civil contra la recalcitrante tribu de Benjamín, que por poco provoca la
aniquilación total de esa tribu.

A. Apostasía religiosa: La idolatría de Micaía y la migración de los danitas (caps. 17–18)


1. IDOLATRÍA DE MICAÍA EL EFRATEO (CAP. 17)
a. Micaía adquiere una imagen (17:1–5)
17:1–5. Resulta irónico que un hombre que se llamaba Micaía (que significa “¿quién es
como Jehová?”) fuera quien estableciera un santuario espurio y un sacerdocio ilegal. En parte,
esa situación se produjo cuando él escuchó a su madre maldecir al ladrón que le había hurtado
mil cien siclos de plata (aprox. 126.5 kgs.). Micaía tuvo que confesar: el dinero está en mi
poder (esos mil cien siclos de plata no deben confundirse con el pago que los gobernantes
filisteos le dieron a Dalila, 16:5, 18). Como premio por su “honradez”, su madre trató de
neutralizar la maldición dándole una bendición: Bendito seas de Jehová, hijo mío. El hecho de
que enseguida ella dijera: He dedicado el dinero a Jehová …, para hacer una imagen de talla
era una flagrante desobediencia de Éxodo 20:4, y refleja la influencia cananea idólatra que había
sobre los israelitas en ese tiempo.
Las frases “imagen de talla” y de fundición sugieren dos objetos para ser adorados, una
imagen labrada en piedra o madera y otra vaciada en un molde con metal de fundición. Pero
algunos eruditos opinan que la frase es una endíadis (y que en realidad se trata de una sola
imagen moldeada), y que tal vez se refiere a un ídolo recubierto de plata que hizo la madre de
Micaía, la cual fue puesta en la casa de Micaía. Sin embargo, en Jueces 18:18 se hace una
distinción clara entre los dos objetos. La madre de Micaía pagó doscientos siclos de plata (23
kgs.) a un fundidor para que hiciera esos objetos de culto. Pero esos no fueron los únicos ídolos
que había en la casa de dioses de Micaía, porque también hizo un efod (quizá como objeto de
adoración; cf. 8:24–27; o para que fuera usado por un sacerdote) y terafines (ṯerāp̱îm; cf. Gn.
31:17–50). Después consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote y llevara a cabo
el culto de su santuario (posteriormente, Micaía instaló otro sacerdote, Jue. 17:12).
b. Características del período de los jueces (17:6)
17:6. El autor, escribiendo desde el punto de vista de la incipiente monarquía, explica la
religión ilegal de Micaía diciendo que era una de las características de un período en que no
existía la autoridad centralizada de un rey en Israel (cf. 18:1; 19:1; 21:25).
c. Micaía contrata a un sacerdote levita (17:7–13)
17:7–13. Un joven de Belén de Judá (nieto de Moisés, hijo de Gersón llamado Jonatán, cf.
18:30) salió de la ciudad de Belén de Judá … para ir a vivir … al monte de Efraín, donde
encontró trabajo con Micaía, quien le dijo: Serás para mí padre (un alto honor; cf. Gn. 45:8; 2
R. 6:21; 13:14) y sacerdote. Micaía lo tomó bajo su cuidado y fue para él como uno de sus
hijos. Así que Micaía consagró al levita (cf. Jue. 18:4) como sacerdote (además de su propio
hijo que ya fungía como tal, 17:5). Micaía se alegró mucho, porque su idea supersticiosa de tener
un levita (un joven; cf. 18:3) por sacerdote le aseguraba las bendiciones de Jehová, cuando en
realidad estaba prohibido por la ley (cf. Nm. 3:10). Por supuesto que el levita era tan culpable (o
más) que Micaía, por haber aceptado esa posición. Esos actos de desobediencia a la ley de Dios
eran típicos de los israelitas en tiempos de los jueces.
2. MIGRACIÓN DE LOS DANITAS HACIA EL NORTE (CAP. 18)
a. El problema de los danitas (18:1)
18:1. Este cap. repite el refrán de este epílogo que dice: En aquellos días no había rey en
Israel (17:6; 19:1; 21:25). Sin duda, la falta de una autoridad centralizada que pudiera reunir un
ejército israelita agravó el problema que enfrentó la tribu de Dan; i.e., su incapacidad (o falta de
fe) para hacer suya la posesión que se le había dado al igual que a las otras tribus de Israel. Los
danitas estaban siendo desplazados por los amorreos (1:34–35; cf. Jos. 19:47) y más adelante,
también por los filisteos (que acosaban también al resto de Israel; cf. Jue. 13:1; 14:4; 15:11). Dan
se vio forzado a moverse más y más hacia el oriente, hacia el territorio de Benjamín y Efraín.
Debido a las condiciones apretadas en que vivían, los danitas decidieron buscar otro territorio.
b. La misión de los espías (18:2–10)
18:2–6. Los danitas enviaron … cinco hombres … de Zora y Estaol (cf. 13:25; 16:31)
para que … explorasen bien la tierra. Al inicio de su jornada, llegaron hasta la casa de
Micaía, y allí posaron. Micaía vivía en el monte de Efraín (cf. 17:1). Estando ahí,
reconocieron la voz (probablemente el acento de los de Judea) del joven levita (Jonatán; cf.
17:12) que oficiaba como sacerdote de Micaía y lo interrogaron acerca de su presencia y de las
actividades que realizaba en Efraín. Cuando les informó que estaba fungiendo como sacerdote,
supersticiosamente le pidieron que pidiera la dirección y bendición de Dios para su misión. No
deja de asombrar cómo pudo responder ese sacerdote con tanta seguridad: Delante de Jehová
está vuestro camino en que andáis. Pero el éxito externo de su misión no se conformaba con el
plan revelado del Señor para la tribu de Dan, y provocó el establecimiento de un importante
centro idólatra (cf. 18:30–31; 1 R. 12:28–30).
18:7. En su viaje de reconocimiento, los cinco espías finalmente llegaron a Lais (que en Jos.
19:47 se denomina Lesem; y que actualmente es Tell el-Qadi), cerca de 40 kms. al norte del mar
de Cineret y a 43 kms. al oriente de Tiro. Debido a que estaba en la parte norte del fértil valle de
Huleh, descubrieron que el pueblo que habitaba en esa región era próspero, no le faltaba nada y
además, vivía seguro … y confiado. Esos pobladores estaban lejos de los sidonios, aislados por
la cordillera montañosa de Líbano, y asimismo, lejos de Siria, separados por el monte Hermón y
la cordillera anti-Líbano, así que no tenían aliados militares cercanos. Es posible que Hazor ya
hubiera sido destruida (Jue. 4:2, 23–24), aunque esto hace surgir algunos problemas cronológicos
respecto a que en efecto el levita fuera nieto de Moisés (cf. 18:30).
18:8–10. Cuando regresaron a casa, los cinco espías informaron que habían visto a un
pueblo confiado y … una tierra muy espaciosa …, lugar donde no hay falta de cosa alguna.
Por tanto, animaron a los danitas a que sin demora atacaran Lais. Ellos sentían que Dios la había
entregado en sus manos. Aunque su afirmación teológica es discutible, la victoria que preveían
parecía inevitable.
c. Expedición contra Lais (18:11–28a)
18:11–13. Seiscientos hombres de la familia de Dan …, de armas de guerra …,
acamparon en Quiriat-jearim (aprox. a 10 kms. al oriente de la zona de Zora-Estaol). Ese sitio
fue llamado el campamento de Dan (Mahaneh Dan), y fue donde posteriormente Sansón
experimentó por primera vez la obra del Espíritu Santo en su vida (13:25). De allí, los danitas
pasaron al monte de Efraín, donde vivía Micaía (cf. 17:1; 18:2).
18:14–21. Los cinco espías informaron a los soldados acerca de la casa y santuario de Micaía
(cf. 17:5). Mientras los guerreros esperaban afuera, los cinco hombres le preguntaron al levita
cómo estaba y enseguida tomaron la imagen de talla, el efod y los ídolos. Cuando el sacerdote
les preguntó: ¿Qué hacéis vosotros? ellos le respondieron: Calla …, y vente con nosotros.
Ellos querían que él se convirtiera en el sacerdote de su tribu en vez de ser sacerdote en casa de
un solo hombre. Gustosamente, él aceptó el ofrecimiento y tomó el efod y los terafines y la
imagen de Micaía (cf. 17:4–5). Anticipando que Micaía los perseguiría, los danitas partieron, y
pusieron todas sus posesiones por delante y a algunos soldados en la retaguardia.
18:22–26. Muy pronto, Micaía descubrió el robo, y acompañado por sus amigos y vecinos,
siguieron a los hijos de Dan. Micaía los acusó de haber robado sus dioses y su sacerdote. Pero
cuando ellos lo intimidaron y amenazaron con repeler su presencia con violencia, con renuencia
pero sabiamente, y al ver que eran más fuertes que él, Micaía regresó a su casa. Su patética
pregunta relacionada con sus ídolos:—¿qué más me queda?—indica la vacuidad que produce la
idolatría.
18:27–28a. En Lais, el pueblo tranquilo y confiado (cf. v. 7) no pudo enfrentarse a los
decididos danitas, quienes los derrotaron y además, quemaron su ciudad. Los habitantes de Lais
vivían a cuarenta y tres kms. de Sidón (cf. v. 7) y no hubo quien los defendiese, ni aliados que
vinieran a rescatarlos.
d. Establecimiento de la idolatría en Dan (18:28b–31)
18:28b–31. Los danitas reedificaron la ciudad y la llamaron … Dan, conforme al nombre
de … su antepasado tribal. Pero lo que es más importante (y triste) es que establecieron un
centro tribal de adoración idolátrica bajo el sacerdocio del levita Jonatán hijo de Gersón (cf.
Éx. 2:22) que se extendió a todos sus descendientes hasta el día del cautiverio de la tierra.
Muchos eruditos se refieren a esto diciendo que se trata de la deportación de Israel realizada por
los asirios en 722 a.C. (2 R. 17:6), o bien de la cautividad de la población galilea por
Tiglat-pileser III en 733–732 a.C. (2 R. 15:29). Sin embargo, si se fija una fecha temprana para la
escritura del libro de los Jueces como habiendo sido redactado al principio de la monarquía
israelita, entonces es posible que esa declaración se refiera a una cautividad anterior que es
desconocida (algunos han sugerido que se trata de la captura del arca por los filisteos; cf. 1 S.
4:11). En hebr., el texto inserta una n superlinear en el nombre de Moisés (mōšeh) para hacer que
se lea como Manasés (menaššeh, V. BLA y nota mar. RVR95). Es evidente que esto fue un
piadoso intento de algún escriba para evitar que Jonatán, nieto de Moisés, se viera involucrado
en la idolatría. La referencia que se hace a la casa de Dios que estuvo en Silo (la moderna
Seilun, a 30 kms. al norte de Jerusalén), implica que la adoración del santuario de los danitas en
Dan iba contra la verdadera adoración a Jehová en Silo (cf. Jos. 18:1). Esa adoración falsa de
Dan fue la antecesora de la que posteriormente estableció Jeroboam I en Dan, en el reino del
norte (cf. 1 R. 12:28–31).

B. Degradación moral: La atrocidad cometida en Gabaa y la guerra contra los benjamitas


(caps. 19–21)
1. LA ATROCIDAD COMETIDA CONTRA LA CONCUBINA DEL LEVITA (CAP. 19)
a. Reconciliación del levita con su concubina (19:1–9)
19:1a. Este cap. comienza con la repetición del lema: En aquellos días, … no había rey en
Israel (cf. 17:6; 18:1; 21:25). Esto indica que los caps. 19–21 ilustran la anarquía e injusticia
que prevalecían cuando los israelitas todavía no contaban con la autoridad centralizada de un rey.
Los caps. 17–18 describen la idolatría que caracterizaba a la nación.
19:1b–9. El levita que se menciona en este cap. no es el de Micaía (caps. 17–18), aunque
ambos tenían relaciones con Belén de Judá y ambos vivían en el monte de Efraín. Esa parte …
remota (lit., “la parte de atrás de”) se encontraba lejos de la ruta principal del desfiladero que
corría de norte a sur. La concubina de ese levita (su esposa de segunda categoría, aunque tal
práctica nunca fue aprobada por la Divinidad; cf. 8:31), le fue infiel (lit., “se hizo como una
ramera”) a raíz de lo cual se fue de él a casa de su padre en Belén. Cuatro meses después, el
levita viajó a Belén para buscar la reconciliación con su concubina y fue alegremente recibido
por el padre de la joven, quien, poniendo en práctica la típica hospitalidad del Cercano Oriente,
lo atendió por espacio de cuatro días y parte del quinto, antes de que el levita decidiera que no
podía permanecer allí por más tiempo.
b. Llegada del séquito del levita a Gabaa (19:10–15)
19:10–15. El levita tomó a su criado y a sus dos asnos (cf. v. 3) y a su concubina y viajó 10
kms. hacia el norte pasando por Jebús (uno de los nombres de Jerusalén que sólo se usa aquí [vv.
10–11] y en 1 Cr. 11:4–5, llamada así por el grupo amorreo de los jebuseos que vivían allí). El
levita no hizo caso de la sugerencia de su criado de que pasaran en ella la noche diciendo que
era una ciudad de extranjeros, debido a que no eran de los hijos de Israel. El levita decidió
seguir adelante hasta llegar a territorio más amistoso (la cual resultó ser una decisión infortunada
e irónica, a la luz de los acontecimientos que le siguieron). Así que avanzaron otros 6.5 kms.
hacia el norte, hasta Gabaa (actualmente llamada Tell el-Ful) para pasar allí la noche. Sin
embargo, aunque entraron en la plaza de la ciudad, los benjamitas no les ofrecieron
hospitalidad.
c. Hospitalidad del anciano de Efraín (19:16–21)
19:16–21. En el último minuto, fueron salvados de los peligros de la noche por un hombre
viejo … el cual era del monte de Efraín y que los invitó a su casa para pasar la noche en
Gabaa.
d. Ataque de los hombres malvados de Gabaa (19:22–26)
19:22–26. Parecidos a los sodomitas impíos del tiempo de Lot (cf. Gn. 19:1–11), los
hombres perversos (o “sin valor”; lit. “hijos de Belial”; cf. 1 S. 1:16; 2:12) de Gabaa rodearon
la casa y exigieron al viejo que les entregara al levita para satisfacer con él sus deseos
homosexuales. Considerando que las leyes de la hospitalidad eran más importantes que la
caballerosidad hacia la mujer, el anciano dueño de la casa les ofreció en su lugar a su hija
virgen y a la concubina del levita. Los hombres no le escucharon o de plano rechazaron su
oferta, pero cuando el levita les entregó a su concubina …, abusaron de ella toda la noche … y
la dejaron cuando apuntaba el alba para que regresara. Ella cayó delante de la puerta de la
casa y allí quedó muerta.
e. El llamado del levita a tomar venganza (19:27–30)
19:27–30. Cuando el levita salió para seguir su camino (no para buscar a su concubina),
descubrió el cadáver delante de la puerta de la casa y la levantó …, y echándola sobre su
asno … se fue a su lugar. A continuación, el levita llevó a cabo un acto de crueldad casi
increíble: partió el cuerpo de su concubina por sus huesos (lit., “según cada uno de sus huesos”,
como haría un sacerdote que preparaba un sacrificio), en doce partes (aparentemente una para
cada tribu) y la envió por todo el territorio de Israel (cf. 1 S. 11:7; 1 R. 11:30). Aunque esto es
muy difícil de entender para los lectores actuales (y sin duda para los contemporáneos del levita;
Jue. 19:30; cf. Os. 9:9), lo que ese hombre pretendía hacer era que el pueblo se pusiera en acción
para convocar una audiencia judicial a nivel nacional. Quizá consideraba que toda la nación
debía ser la encargada de quitar la culpa de sangre que afectaba a todo el pueblo por la muerte de
su concubina. El relato añade: Y todo el que veía aquello se quedaba horrorizado y
desconcertado en cuanto a lo que debía hacerse.

2. GUERRA CONTRA LA TRIBU DE BENJAMÍN (CAP. 20)


La guerra contra la tribu de Benjamín que se relata en este cap. fue resultado del juicio que se
le siguió a raíz de la muerte de la concubina del levita (cf. cap. 19). Y describe uno de los
episodios más oscuros de la historia de Israel.
a. La asamblea de Israel en Mizpa (20:1–11)
20:1–7. En respuesta al llamado que hizo el levita para realizar un juicio contra la tribu de
Benjamín, respondieron todos los hijos de Israel … desde Dan hasta Beerseba (i.e., desde las
fronteras norte y sur de Israel. Esta es una expresión estereotipada escrita desde la perspectiva
histórica del autor, situado al principio de la monarquía) y la tierra de Galaad (que aquí se
refiere a todas las tribus de la región oriente del Jordán) y se reunieron a Jehová en Mizpa (Tell
en-Nasba, a 13 kms. al norte de Jerusalén y a sólo 6 kms. al norte de Gabaa. Aquí no se refiere a
la Mizpa de Galaad, cf. 10:17; 11:29). La referencia a cuatrocientos mil hombres no debe
interpretarse como cuatrocientos contingentes o como cuatrocientas unidades familiares, como
han sugerido algunos eruditos.
Los hijos de Benjamín no estaban oficialmente representados en Mizpa debido a que los
que violaron a la concubina del levita eran de Gabaa de Benjamín. Sin embargo, es evidente
que la tribu de Benjamín recibió una de las doce partes de la concubina muerta (cf. 19:29; 20:6).
A petición de los hijos de Israel, el levita explicó las circunstancias en que su concubina había
sido violada y asesinada. A continuación, pidió al pueblo que le diera su parecer y consejo.
20:8–11. El veredicto fue unánime: todo el pueblo, como un solo hombre, se levantó para
atacar a la ciudad de Gabaa con objeto de hacerle pagar conforme a toda la abominación que
había cometido. La décima parte de las tropas israelitas se encargó de recoger provisiones para
los que realizaron el ataque.
b. Rechazo del veredicto por los benjamitas (20:12–13)
20:12–13. La tribu de Benjamín rechazó la petición que las otras tribus le hicieron de que
se rindiera y entregara a los hombres perversos para que fueran ejecutados y para que quitaran
el mal (la culpa por el derramamiento de sangre) de Israel. Debido a ese rechazo, los hijos de
Israel siguieron adelante con el plan y atacaron a Gabaa.
c. Reunión de las tribus para la batalla (20:14–18)
20:14–16. Habiendo rechazado la petición de sus coterráneos los israelitas (cf. v. 13), los
benjamitas movilizaron a veintiséis mil hombres, además de setecientos hombres escogidos de
Gabaa … que eran zurdos, y expertos en tirar con la honda.
20:17–18. Como se mencionó anteriormente (v. 2), las once tribus tenían la ventaja, porque
contaban con un ejército mucho más numeroso—cuatrocientos mil hombres, los cuales
subieron a la casa de Dios (Bet-el) a consultar a Dios (posiblemente a través del Urim y
Tumim del sumo sacerdote; cf. Lv. 8:8; Nm. 27:21; Dt. 33:8) para saber cuál era la tribu que
debía ir primero a la guerra contra los hijos de Benjamín. Y Jehová respondió: Judá será el
primero. Puesto que el tabernáculo (o el santuario central similar donde se podía consultar al
sumo sacerdote) estaba en Silo, tanto antes (cf. Jos. 18:1) como después (cf. 1 S. 1:9) de este
incidente, algunos eruditos afirman que el Bet-el que se menciona aquí no se refiere a la ciudad
con ese nombre, sino “a la casa de Dios” que se encontraba en Silo (cf. Jue. 18:31, donde dice
que “la casa de Dios estuvo en Silo”). Sin embargo, en 18:31 y en otros lugares, cuando el
santuario es llamado “casa de Dios”, la frase hebr. Es ḇêṯ-hā ’ĕlōhîm, no sólo ḇêṯ- ’ēl (como en
20:18, 26). Es posible que el santuario central se cambiara de lugar alternando entre Silo y
Bet-el, y que esto se hiciera más de una vez. Por eso, es preferible considerar al Bet-el que se
menciona en los vv. 18 y 26 como la ciudad que estaba en la ruta de la cordillera central a 16 o
19 kms. al norte de Jerusalén.
d. Victorias de Benjamín sobre Israel (20:19–28)
20:19–23. La localización y topografía del terreno en que estaba Gabaa hizo que fuera fácil
de defender. Saliendo entonces de Gabaa los hijos de Benjamín, atacaron las posiciones
israelitas y mataron aquel día veintidós mil hombres de los hijos de Israel. Mas
reanimándose … los de Israel, volvieron a ordenar la batalla en el mismo lugar para
contraatacar a los benjamitas al siguiente día. En vista de su derrota, los hijos de Israel subieron
y lloraron delante de Jehová en Bet-el, pidiendo que les dijera si debían volver a pelear con
los hijos de Benjamín. Y Jehová les respondió: Subid contra ellos.
20:24–28. La estrategia y acontecimientos del primer día volvieron a repetirse en el segundo
día, pero en él, “sólo” perdieron la vida dieciocho mil hombres. Esta segunda derrota hizo que
los israelitas vinieran de nueva cuenta a la casa de Dios, donde lloraron … y ayunaron … y
ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz delante de Jehová (cf. 21:4). Tal vez una de las
razones por las que el Señor permitió tales derrotas iniciales fue para forzar al pueblo a que
renovara la descuidada adoración sacrificial con un espíritu de arrepentimiento. En esa ocasión,
la pregunta que hicieron acerca de si debían continuar en la batalla, no sólo recibió una respuesta
afirmativa (subid), sino que también incluyó una promesa de victoria (mañana yo os los
entregaré). La mención de Finees hijo de Eleazar (i.e., el nieto de Aarón), indica que él fue el
instrumento que buscó el oráculo de parte del Señor. Asimismo, esto indica que la guerra
aconteció poco después de la muerte de Josué (cf. 18:30).
e. Israel derrota a Benjamín (20:29–46)
Un relato general de la batalla (vv. 29–36a) va seguido de un registro detallado y
complementario (vv. 36b–46).
20:29–36a. La promesa divina de que obtendría la victoria (v. 28) no hizo que Israel se
sintiera seguro, porque sus dirigentes revisaron y mejoraron su estrategia de lucha. El relato dice
que pusieron emboscadas alrededor de Gabaa. Esto se logró siguiendo el siguiente orden: los
hijos de Israel … ordenaron la batalla delante de Gabaa, como las otras veces y a
continuación huyeron de forma deliberada cuando les salió al encuentro el ejército de Benjamín,
de tal modo que hicieron que éste se alejara de la ciudad. Josué usó una estrategia similar de
emboscada cuando luchó contra Hai (Jos. 8:1–29). Y vinieron contra Gabaa diez mil hombres
escogidos de … Israel para atacar la ciudad de frente, y derrotó Jehová a Benjamín ese día,
dando la victoria a los israelitas. Los benjamitas perdieron veinticinco mil cien hombres—casi
todo su ejército de veintiséis mil setecientos (Jue. 20:15).
20:36b–46. Estos vv. complementan el relato previo al detallar en qué consistió la
emboscada y el resultado de la batalla principal. Cuando los benjamitas estuvieron lejos de la
ciudad (cf. vv. 31–32), los hombres de las emboscadas acometieron prontamente a Gabaa, y
avanzaron e hirieron a filo de espada a toda la población y quemaron la ciudad haciendo
subir una gran humareda por el incendio. Cuando la columna de humo comenzó a subir de
la ciudad, que era la señal determinada para que los hombres de Israel que iban huyendo se
volvieran y contraatacaran a los aterrados benjamitas, éstos huyeron con dirección al desierto
(hacia el oriente; cf. v. 43). Antes de que sólo seiscientos hombres de Benjamín pudieran escapar
y alcanzar la peña de Rimón (v. 45; cf. v. 47), murieron aquel día, veinticinco mil hombres
que sacaban espada (la cifra más exacta de 25,100 se da en el v. 35). El relato agrupa sus
muertes en las distintas etapas de la batalla—dieciocho mil (v. 44), cinco mil hombres en los
caminos además de otros dos mil hombres (v. 45).
f. Consecuencias de la derrota de Benjamín (20:47–48).
20:47–48. Seiscientos hombres de Benjamín huyeron a la fortificada y mejor defendible
peña de Rimón (actualmente Rammun, a 6 kms. al oriente de Bet-el), donde se quedaron por
cuatro meses (hasta que los israelitas les enviaron las condiciones para efectuar la paz; cf.
21:13–14). Esos fueron los únicos sobrevivientes de toda la tribu de Benjamín, porque los
soldados y los hombres de Israel volvieron, destruyeron y pusieron fuego a todas las
ciudades que hallaban. Puesto que la destrucción incluyó a las bestias y todo lo que fue
hallado, es evidente que habían puesto a las ciudades de Benjamín bajo “el anatema”, como se
hacía en la guerra santa (cf. el comentario de 1:17).

3. PRESERVACIÓN DE LA TRIBU DE BENJAMÍN (21:1–24)


a. Preocupación nacional porque Israel estuviera completo de nuevo (21:1–7)
21:1–7. La atrocidad cometida en Gabaa (19:25–26) había sido castigada y la culpa por el
derramamiento de sangre había sido quitada de Israel al morir los benjamitas (20:35). Habiendo
pasado por la guerra y destrucción que provocó esa conflagración, al ponerse a reflexionar, los
israelitas se dieron cuenta de otro problema muy doloroso—una de las doce tribus de Israel había
sido exterminada casi totalmente y puesto que sólo quedaban seiscientos hombres vivos,
Benjamín estaba en peligro de extinción. El problema se agravó por el hecho de que los varones
de Israel habían jurado en Mizpa diciendo que ninguno daría su hija a los de Benjamín por
mujer (cf. 21:7, 18). Por supuesto que era contra la ley mosaica que el remanente de seiscientos
sobrevivientes benjamitas se casaran con mujeres que no fueran israelitas (cf. Éx. 34:16; Dt. 7:3).
Otro asunto secundario que confrontaron los israelitas fue el cumplimiento de otro gran
juramento que habían hecho de que muriera el que no subiese para reunirse a Jehová en
Mizpa. Pero el principal asunto de la extinción de Benjamín resultó en todavía otro período de
oración en Bet-el: Y vino el pueblo a la casa de Dios, y se estuvieron allí hasta la noche, e
hicieron gran llanto. El contenido de su lamento era: ¿por qué ha sucedido esto en Israel, que
falte hoy de Israel una tribu? También participaron en la adoración sacrificial y ofrecieron
holocaustos y ofrendas de paz (cf. Jue. 20:26).
b. Expedición de Israel contra Jabes-galaad (21:8–12)
21:8–12. Al analizar su problema secundario (cf. v. 5), los israelitas descubrieron que ningún
habitante de la ciudad de Jabes-galaad (localizada a cerca de 14 kms. al sureste de Bet-sán y a 3
kms. al oriente del río Jordán) había venido al campamento en respuesta al llamado de Mizpa.
Así que cumplieron su juramento enviando a doce mil hombres de los más valientes para que
mataran a filo de espada a los moradores de Jabes-galaad, excepto a cuatrocientas doncellas
que no habían conocido ayuntamiento de varón a quienes perdonaron la vida como paso para
resolver el problema principal de la extinción de Benjamín.
c. Reconciliación de Israel con Benjamín (21:13–18)
21:13–18. A continuación, toda la congregación envió … a los hijos de Benjamín una
propuesta formal de paz (šālôm, lo cual sugiere que serían restaurados a la participación del
pacto). Ellos aceptaron la oferta de paz y se les concedió tener a las cuatrocientas vírgenes de
Jabes-galaad. Sin embargo, el dolor continuó entre los israelitas, porque doscientos benjamitas
se quedaron sin esposa.
d. Provisión de doncellas de Silo para los benjamitas (21:19–24)
21:19. Los israelitas concibieron un plan basado en un cabo suelto de su juramento, mismo
que sugirieron a los benjamitas. El voto decía que los israelitas no podían “dar” (vv. 1, 7, 18) sus
hijas a los benjamitas, pero no decía nada acerca de que las hijas no pudieran “ser tomadas”.
Afortunadamente, las doncellas de la cercana Silo (aprox. a 21 kms. al nordeste de Mizpa)
estarían participando próximamente en la fiesta solemne de Jehová con motivo de las cosechas,
donde danzarían en los campos que se encontraban cerca de los viñedos. Lebona (actualmente
el-Lubān) estaba a cerca de 5 kms. al norte de Silo.
21:20–24. Los doscientos hijos de Benjamín debían esconderse en las viñas hasta que la
festividad estuviera en su apogeo, y después, cada uno debía arrebatar una doncella para sí de
las hijas de Silo y después irse a tierra de Benjamín. Posteriormente, los israelitas explicarían
la situación a los hombres de Silo diciéndoles que no eran culpables (de romper el voto hecho en
Mizpa; v. 1) porque ellos no habían dado sus hijas a los benjamitas voluntariamente. Fue de esta
manera que se evitó que la tribu de Benjamín se extinguiera. Entonces, los hijos de Benjamín …
se fueron, y volvieron a su heredad, y reedificaron sus ciudades. Y los hijos de Israel se
fueron también de allí … cada uno a su heredad. La tribu de Benjamín se salvó de la
extinción a pesar de las maquinaciones no aceptables de Israel para evitar cumplir su voto.

4. CARACTERÍSTICAS DEL PERÍODO DE LOS JUECES (21:25)


21:25. El libro de Jueces concluye con una declaración repetitiva que alude al fracaso
humano relacionado con la anarquía moral y social que prevaleció en ese período que antecedió
a la monarquía. Como se mencionó tres veces anteriormente, en estos días no había rey en
Israel (17:6; 18:1; 19:1). El hecho de que cada uno hacía lo que bien le parecía es un
comentario triste acerca de la deplorable condición espiritual en que vivía la nación en esa época.
Aunque Israel sufrió bajo la opresión de muchos enemigos, la gracia divina se hizo evidente en
todas las ocasiones en que el pueblo se volvía a él arrepentido. El libro de Jueces ilustra tanto la
justicia de Dios como su gracia—su justicia al castigar el pecado, y su gracia al perdonarlo.
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RUT
John W. Reed
Traducción: Elizabeth C. de Márquez

INTRODUCCIÓN

Título y autor. El libro de Rut lleva el nombre de una moabita que se casó con un judío que
vivía en Moab. Después de la muerte de su marido, Rut emigró a Belén de Israel junto con
Noemí, su suegra viuda que era hebrea. Ahí, Dios providencialmente proveyó para sus
necesidades y la dirigió a casarse con Booz, un próspero agricultor hebreo. Rut se convirtió en la
bisabuela del rey David y se encuentra incluida en la genealogía de Jesucristo de Mateo 1:5.
Rut y Ester son los únicos dos libros de la Biblia que llevan nombre de mujer. Ester fue una
judía que se casó con un monarca gentil. Dios la usó en un tiempo crítico de la historia de Israel
para preservar a la nación de ser destruida. Por otro lado, Rut fue una mujer gentil que se casó
con un judío. Dios la utilizó para perpetuar la línea del Mesías, el Señor Jesucristo.
Anualmente, los judíos ortodoxos leen el libro de Rut durante la fiesta de Pentecostés, que
conmemora la entrega de la ley en el monte Sinaí, y que se celebra en el tiempo del comienzo de
la ofrenda llamada primicias de la cosecha (Éx. 23:16). El compromiso para el casamiento de
Rut se llevó a cabo durante la época festiva de la cosecha, en que se acostumbraba aventar la
parva de la cebada (Rt. 3:2; cf. 1:22).
Nadie sabe con certeza quién escribió el libro de Rut. La tradición judía lo ha atribuido a
Samuel. Si él fue su autor, el libro pudo haber sido escrito cerca de la época en que David fue
ungido como rey de Israel. Entonces, una de las razones por las cuales Samuel escribió el libro
de Rut tal vez fue para justificar el reclamo de David al trono (que le correspondía por ser nieto
de Rut y Booz).
La mayoría de eruditos conservadores ubican la fecha de escritura de Rut durante la
monarquía, ya fuera en tiempos de David o de Salomón. Puesto que Salomón no se menciona en
la genealogía que aparece al final del libro (4:18–21), se podría deducir que el libro se escribió
en tiempos de David. Por otro lado, en 4:7 se explica una antigua costumbre que había dejado de
practicarse—la entrega del zapato. Esto ha hecho que algunos piensen que más bien se escribió
durante el período salomónico, porque ya habría pasado más tiempo para que esa costumbre
cayera en desuso. Hals discute con mucho más detalle el asunto de la autoría (The Theology of
the Book of Ruth, “Teología del Libro de Rut”, págs. 65–75).
Características históricas y literarias. El libro de Rut brilla como una hermosa perla cuando se
compara con el profundamente oscuro escenario que en esa época prevalecía en Israel. La acción
que se desarrolla en el relato tuvo lugar durante el período de los Jueces (Rt. 1:1), que fueron los
días más oscuros de la historia de Israel. Las victorias de Josué habían sido seguidas por períodos
de declinación espiritual intercalados con breves períodos de avivamiento. A medida que la
época de los jueces llegaba a su fin, la apostasía se profundizó hasta que ese libro termina
narrando un estado generalizado de corrupción y de sangrientas luchas intestinas.
La época de los jueces se caracterizó por la débil fe y conducta irresponsable de los israelitas.
Hasta Gedeón, que tuvo una gran fe y enfrentó enormes peligros durante la destrucción de los
invasores madianitas, amalecitas y de las tribus del desierto oriental (Jue. 7:12, 17–21),
posteriormente dejó de buscar el consejo divino para que lo dirigiera en los asuntos cotidianos de
su regencia (Jue. 8:16–17, 21, 27). Ese líder tuvo muchas esposas y concubinas, que le dieron
setenta hijos (Jue. 8:29–32).
Después de la muerte de Gedeón, Abimelec, hijo de la concubina que tenía en Siquem, mató
a todos los otros hijos, excepto a uno, y se estableció como un rey impío y sanguinario (Jue. 9).
Puesto que Rut fue bisabuela de David (Rt. 4:17), quien comenzó su reinado en Hebrón en
1010 a.C., las experiencias del libro de Rut acontecieron en la segunda parte del s. XII a.C. Esto
significa que Rut pudo haber sido contemporánea de Gedeón (V. “Los Jueces de Israel” en el
Apéndice, pág. 288).
Las sensuales actividades del juez Sansón lo convirtieron en el arquetipo de un héroe que es
poderoso en fuerza física, pero débil de carácter en lo moral y espiritual.
Ante ese fondo de irresponsabilidad nacional y debilidad de carácter, Rut la moabita y Booz
el terrateniente hebreo, brillan como ejemplos de pureza, fe y de una vida responsable. El relato
de Rut proveyó un grato recordatorio de que aun en los tiempos más oscuros, Dios estaba
obrando en el corazón de un remanente fiel.
En el libro de los Jueces, a menudo se menciona el tema de la permisividad que existía en
Israel, lo cual se confirma en el último v. del libro: “En estos días no había rey en Israel; cada
uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 21:25). En contraste, el libro de Rut proporciona la
perspectiva de la gente que actuaba con responsabilidad en vez de hacerlo con indiferencia, y que
depositaba su fe en el control soberano y sobreveedor de Dios.
Asimismo, Rut destaca sorprendentemente contra el fondo de sus propios antecedentes
moabitas. Moisés describió la sombría historia del origen de la nación de Moab (Gn. 19:30–38).
Las dos hijas de Lot pensaron que no podrían tener algún futuro después de la destrucción de
Sodoma y Gomorra. Por eso, actuando con una irresponsabilidad impía, hicieron que su padre se
emborrachara lo suficiente como para tener relaciones sexuales con ellas en la cueva donde
vivían. Los hijos de esas relaciones incestuosas fueron Moab y Ben-ammi. Esos hijos vinieron a
ser los fundadores de las tribus de los moabitas y los amonitas respectivamente, pueblos que con
frecuencia guerreaban contra Israel.
Rut la moabita rompió con las tradiciones tanto de su pueblo idólatra, como de su antepasada
irresponsable, la hija mayor de Lot. Rut se hizo creyente en el Dios de los hebreos; y buscó la
realización de su maternidad a través de las santas estipulaciones de la ley mosaica. Además,
comprobó que era digna de ser incluida en la lista de las mujeres más destacadas de Israel.
La práctica matrimonial del levirato (el requerimiento de que un hombre se casara con la
viuda de su hermano muerto, Dt. 25:5–6) y la actividad del pariente-redentor, proveen un marco
adicional para el relato. Rut 4:9–17 describe los aspectos específicos de esa práctica cuando
Booz asumió la responsabilidad de pariente-redentor y se casó con la viuda moabita. En esa
narración se encuentra un fuerte énfasis en la gracia, porque Booz no estaba dentro del círculo
inmediato que lo obligara a cumplir con la ley del levirato. En otras palabras, no era hermano de
Mahlón, el esposo muerto de Rut. Su aceptación gustosa de esa responsabilidad mostró la
auténtica y alta calidad de su carácter, así como su amor por Rut.
Esa acción voluntaria de Booz lo coloca en contraste con su antepasado Judá, uno de los doce
hijos de Jacob. Judá no actuó con la misma responsabilidad en el caso de su nuera Tamar. Él
tuvo tres hijos de su esposa cananea, el mayor de los cuales se casó con Tamar, también cananea.
Ese hijo, llamado Er, era malvado, por lo que Jehová le quitó la vida (Gn. 38:7). Entonces, Judá
casó a Onán, su segundo hijo, con Tamar, para que cumpliera con la obligación del levirato y le
levantara un hijo a su hermano muerto.
Aunque disfrutaba de las relaciones sexuales con Tamar, “sabiendo Onán que la
descendencia no había de ser suya” (Gn. 38:9), porque los hijos que le nacieran de Tamar no
perpetuarían su nombre, sino el de su hermano Er, “vertía en tierra” su esperma. A Dios no le
agradó que se negara a cumplir con la ley del levirato, por lo que también a él le quitó la vida
(Gn. 38:10).
Después de la muerte de Onán, Judá no entregó a Tamar a su tercer hijo, Sela. Tal parecía
que la línea familiar desaparecería. Pero después de que Judá enviudó, Tamar se disfrazó como
una prostituta y lo sedujo. De esa relación, ella concibió y tuvo gemelos, Fares y Zara. A pesar
de las acciones de Tamar, Judá declaró que ella había sido más justa que él, porque él se había
rehusado a cumplir con su responsabilidad de darle a su hijo Sela (Gn. 38:11–30).
Cuando los ancianos que estaban a la puerta de Belén testificaron de la transacción de
levirato entre Booz y Rut, bendijeron su unión haciendo referencia a Fares, que Tamar había
concebido de Judá (Rt. 4:9–12). Rut fue diferente de Tamar en que ella obtuvo honorablemente
el cumplimiento de la ley del levirato, conforme a la ley mosaica, mientras que Tamar utilizó un
disfraz y la seducción. Sin el nacimiento de Fares (a Tamar) y de Obed (a Rut y Booz), se habría
roto la línea entre Judá y David.
La gracia de Dios se manifestó al incluir a varios no israelitas en la genealogía de David.
Puesto que esa era la línea a través de la cual vendría Cristo, fue un anticipo de la inclusión de
los gentiles en la obra del descendiente de David, el Señor Jesucristo. En la genealogía de Cristo
de Mateo 1 se mencionan cuatro mujeres no israelitas—Tamar (Mt. 1:3), Rahab (Mt. 1:5), Rut
(Mt. 1:5) y la mujer de Urías, Betsabé (Mt. 1:6). Tamar era cananea, y se convirtió en la madre
de los hijos de Judá, Fares y Zara. Rahab fue una prostituta cananea de Jericó que vino a ser
antepasada de Booz (cf. el comentario de Rut 4:21). Y Rut fue la moabita que llegó a ser la
madre de Obed. Puesto que Betsabé, la madre de Salomón por medio de David, había sido
esposa de Urías heteo, es probable que también haya sido hetea.
El libro de Rut está bellamente escrito siguiendo un diseño simétrico. Es una “epopeya
romántica” que empezó en circunstancias muy trágicas y terminó con un cumplimiento gozoso.
Es un libro de búsquedas. Rut deseaba tener un hogar, suficiente provisión, un esposo, y en
última instancia, un hijo. Aunque era viuda y no tenía hijos, Dios le dio un marido y un hijo.
Noemí perdió a su marido y a sus dos hijos en Moab. Cuando se encontraba sumida en su
depresión, no pudo reconocer el valor de Rut, su nuera moabita. Pero el libro termina diciendo
que la amargura de Noemí se convirtió en gozo. Sus vecinas le decían que su nuera Rut era más
valiosa que siete hijos. Noemí arrulló en sus brazos a Obed, su nieto, pero sus vecinos decían de
Obed: “le ha nacido un hijo a Noemí” (4:17) porque la obligación del levirato había sido
voluntariamente asumida por el devoto Booz.
Actualmente, hay cuentos jocosos acerca de las suegras que están incluidos en todos los
repertorios de los comediantes. Es posible que esto mismo haya sucedido en los insensibles días
en que vivió Noemí. Pero el amor y cuidado de Rut por su anciana suegra son un modelo para
todas las generaciones. El hecho de que Booz estuviera dispuesto a proveer tanto para Noemí
como para Rut, indica que su espíritu estaba sintonizado con el de Rut en ese aspecto. Esta es la
más bella historia de una suegra y su nuera, y debería repetirse muchas veces.
Énfasis teológico. El autor de Rut hizo hincapié en varias verdades teológicas. En primer lugar,
a través del libro se usan profusamente varios nombres de Dios. “Jehová” (Yahweh) se usa
diecisiete veces en hebr. “Dios” (’ĕlōhîm) tres veces (1:16 [dos veces]; 2:12) y “Todopoderoso”
(šadday) dos veces (1:20–21). Jehová es el nombre que habla de la naturaleza esencial de Dios
como una fuerza activa y presente en la vida del pueblo del pacto.
En dos ocasiones, el autor habló directamente de la gracia de Dios soberana y supereminente
obrando en favor de los principales personajes del libro de Rut: (1) Noemí “oyó en el campo de
Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan” (1:6). (2) Rut había sido estéril
varios años en Moab antes de que su esposo Mahlón muriera. Posteriormente, como esposa de
Booz, “Jehová le dio que concibiese y diese a luz un hijo” (4:13).
En ocho ocasiones, los personajes del libro hablan de la actividad de Dios (1:13, 20–21
[cuatro veces]; 2:20; 4:12, 14). Y con frecuencia se elevan peticiones al Señor para que conteste
la oración en favor de ellos (1:8–9; 2:12; 4:11–12). Cinco veces, se pide la bendición del Señor a
favor de los fieles (2:4 [dos veces], 19–20; 3:10). Rut y Booz se consagraron a cumplir con sus
responsabilidades a la luz de la fidelidad de Dios (1:17; 3:13). Booz felicitó a Rut por buscar
refugio bajo las alas protectoras del Dios de Israel (2:12).
Es evidente que Dios siempre actúa con responsabilidad y cumple con su plan. La cuestión
era si la gente que se menciona en el libro de Rut respondería de manera similar. Puede ser que
Elimelec actuara irresponsablemente por dejar Belén y trasladarse a Moab (1:2). Pero Noemí
actuó responsablemente al volver (1:7). Orfa regresó a su hogar y a sus dioses moabitas. En
contraste, Rut decidió seguir al Dios de Noemí y hacerse cargo de ella (1:14–17). Aunque el
pariente más cercano se rehusó a redimirla, el fiel Booz actuó responsablemente al redimir a Rut
(3:12; 4:1–10). En el libro, en veinte ocasiones se usan diversas formas de las palabras hebr. que
se trad. como “redimir”, “redentor”, “redención” y “pariente-redentor”, lo cual hace que
“redención” sea una de las palabras clave del libro.
Otra palabra clave es ḥeseḏ, que habla de la fidelidad que surge del amor y bondad hacia
aquellos de quienes la persona es responsable. Noemí pidió al Señor que mostrara su ḥeseḏ a sus
nueras (1:8). Noemí también habló de la ḥeseḏ de Dios hacia ella (“la viva”) debido a lo que
Booz había hecho por Rut (2:20). Booz admiró la ḥeseḏ de Rut porque ella le pidió que se casara
con ella en lugar de buscar a uno más joven. Según Booz, esa bondad había sido aun más grande
que la que anteriormente había mostrado a Noemí (3:10). Booz realizó un acto de ḥeseḏ cuando
fue más allá de los límites de lo que se requería de él al casarse con Rut.
Mensaje. El tema del libro pudo haber sido la afirmación de los derechos que tenía el rey David
al trono de Israel. El despliegue de la providencia divina de permitir que esto sucediera puede
desafiar a los cristianos a confiar en que Dios también está actuando en sus vidas.
La verdad del libro para todas las edades puede establecerse como sigue: El Señor es fiel y
cumple su obra de cuidar de su pueblo en forma amante, supervisora y providencial. Asimismo,
el pueblo de Dios debe trabajar en la obra del Señor mientras realiza sus actividades cotidianas.
Puesto que el pueblo de Dios es receptor de su gracia, al igual que Rut y Booz, debe responder
en obediencia fiel a él y en obras de misericordia hacia otras personas.
Durante un período de tremenda irresponsabilidad en la historia de Israel, el libro de Rut fue
un llamado a vivir en forma responsable. Es obvio que este mensaje también se necesita en la
actualidad.
Booz es un ejemplo de uno mayor que él que procedió de su familia, el Señor Jesucristo.
Booz actuó en gracia para redimir a Rut; Cristo actuó en gracia dándose a sí mismo como
Redentor para proveer de salvación a toda la humanidad.

BOSQUEJO

I. Introducción (1:1–5)
A. Un peregrinaje trágico (1:1–2)
B. Un vacío deprimente (1:3–5)
II. Buscando un hogar por fe (1:6–22)
A. Una decisión de amor (1:6–18)
B. Un regreso agridulce (1:19–22)
III. Buscando provisiones en forma responsable (cap. 2)
A. Un acontecimiento dirigido por Dios (2:1–3)
B. Una gracia bien merecida (2:4–17)
C. Una expresión de gozo (2:18–23)
IV. Buscando un amor redentor (cap. 3)
A. Un plan para la redención (3:1–5)
B. Un reclamo de redención (3:6–9)
C. Una promesa de redención (3:10–15)
D. Un anticipo de la redención (3:16–18)
V. Recepción del premio amoroso de la redención (4:1–13)
A. Negativa para redimir (4:1–8)
B. Una redención realizada (4:9–12)
C. Una redención premiada (4:13)
VI. Conclusión (4:14–21)
A. Cumplimiento gozoso (4:14–17)
B. Genealogía sorpresiva (4:18–22)

COMENTARIO

I. Introducción (1:1–5)
El relato comienza con la indispensable mención de la época, nombres, lugares y
acontecimientos. El ambiente se nota sombrío y sobrecogedor. Una hambruna forzó a una
familia de Belén a migrar a una tierra extraña. La situación se convirtió en una oportunidad para
que Dios demostrara su gracia. El desenvolvimiento de la historia revela la forma en que
providencialmente, el Señor obró para llenar sus necesidades.

A. Un peregrinaje trágico (1:1–2)


1:1. Los acontecimientos que se relatan en el libro de Rut sucedieron en los días que
gobernaban los jueces, probablemente durante la regencia del juez Gedeón (V. “Características
históricas y literarias” en la Introducción). El hambre que hubo en la tierra quizá fue obra de
Dios para castigar a su pueblo pecador. Muchos años después, en los días de Elías, Dios envió
otra hambruna como juicio sobre Israel por adorar a Baal (1 R. 16:30–17:1; 18:21, 37; 19:10).
El control divino sobre las cosechas es uno de los principales factores que afectan el
desarrollo de los acontecimientos del libro de Rut. Durante el período de los jueces, era común
que los israelitas adoraran al dios cananeo Baal (Jue. 2:11; 3:7; 8:33; 10:6, 10). Se creía que Baal
era dueño de la tierra y que controlaba su fertilidad. La contraparte femenina de ese dios era
Astarot. Se creía que las relaciones sexuales entre esos dos dioses eran las que regulaban la
fertilidad de la tierra y de sus criaturas.
Dios había ordenado a los israelitas que estaban bajo el liderazgo de Josué, que purgaran la
tierra, tanto de los cananeos como de sus ídolos (Dt. 7:16; 12:2–3; 20:17). El fracaso de los
israelitas en realizarlo (Jos. 16:10; Jue. 1:27–33) los dejó expuestos a la tentación de buscar a los
ídolos en vez de a Dios para recibir la bendición agrícola. Es posible que la prostitución cúltica y
las prácticas sexuales utilizadas en la adoración a Baal también atrajeran al pueblo hebreo. Es
interesante que el padre de Gedeón construyó un altar a Baal, pero Gedeón lo derribó (Jue.
6:25–34). El relato de Rut muestra la sabiduría que hay en confiar en Dios y su providencia en
lugar de hacerlo en los dioses cananeos.
Belén estaba como a 8 kms. al sur de Jerusalén. Posteriormente, Obed, hijo de Rut y Booz,
nació en esa población y el nieto de Obed, David, también nació allí (Rt. 4:18–21; 1 S. 17:58).
Por supuesto que Belén también fue el lugar donde nació nuestro Señor Jesucristo, que fue
descendiente de David (Lc. 2:4–7).
Y un varón de Belén de Judá junto con su familia, fue a morar en … Moab (que se
encontraba a 80 kms. al oriente, al otro lado del mar Muerto). Él planeaba permanecer allí por un
corto tiempo, pero no se dice por qué escogió Moab. Es probable que hubiera escuchado que en
ese lugar no había hambre. Sin embargo, los acontecimientos posteriores indican que la suya fue
una decisión poco sabia, y que Belén, no Moab, era el lugar donde Dios lo bendeciría. Los
habitantes de Moab habían quedado excluidos de la congregación del Señor (Dt. 23:3–6). (Para
estudiar el origen de los moabitas, V. “Características históricas y literarias” en la Introducción;
cf. Gn. 19:30–38.) Ese pueblo adoraba a Quemos, una deidad que recibía un culto parecido al de
Baal.
1:2. El nombre de aquel varón era Elimelec, y el de su mujer, Noemí; y los … de sus
hijos eran Mahlón y Quelión. Algunos eruditos bíblicos insisten mucho en el hecho de que
Elimelec significa “mi Dios es rey”, pero es posible que él no haya vivido a la altura de su
nombre. (V. el comentario de los vv. 20–21 para estudiar el juego de palabras del nombre de
Noemí.) El adj. efrateos se usaba para designar a los habitantes de Efrata, otro de los nombres
dados a Belén de Judá (cf. 4:11; Gn. 35:19; 48:7; Miq. 5:2).

B. Un vacío deprimente (1:3–5)


1:3. Noemí tuvo que enfrentar el doloroso problema de la muerte de su esposo. No se sabe
cuánto tiempo vivieron en Moab antes de que Elimelec muriera, pero Noemí, aunque viuda,
llorando la muerte de su esposo, y encontrándose en tierra extraña, contaba con la esperanza de
que todavía le quedaban sus dos hijos. A partir de aquí, Noemí se convierte en el personaje
central del relato.
1:4. Sus hijos tomaron para sí mujeres moabitas … Orfa, y … Rut. Esos matrimonios no
se condenan. Aunque la ley mosaica prohibía a los israelitas casarse con cananeos (Dt. 7:3), no
decía nada acerca de que no se pudieran casar con moabitas. Sin embargo, la experiencia de
Salomón probó posteriormente que el mayor problema de tales matrimonios es la tentación de
servir a los dioses de la esposa (1 R. 11:1–6; cf. Mal. 2:11). Sin duda, los israelitas ortodoxos
habrían pensado que era poco sabio casarse con una moabita. El libro de Rut no registra cuál fue
la duración de esos matrimonios, pero sí dice que no tuvieron hijos. No es sino hasta Rut 4:10
que el lector sabe cuál de los hijos (Mahlón) de Noemí fue el que se casó con Rut. Y habitaron
allí [en Moab] unos diez años, que probablemente fue más tiempo del que habían planeado
permanecer en ese país (cf. “fue a morar”, que en el hebr. implica por un corto tiempo, 1:1).
1:5. Entonces murieron los dos hijos de Noemí. La tradición judía consideraba que la muerte
de esos tres varones (Elimelec, Mahlón y Quelión) era un castigo de Dios por salir de Belén.
Aunque eso es posible, el texto no lo indica así. Noemí vio grandemente multiplicada su tristeza
y desesperación. Sus dos hijos y … su marido habían muerto antes de tiempo; ella quedó sola y
viviendo en tierra extraña. Si el nombre de la familia debía continuar, debía existir un heredero.
Pero puesto que ya no tenía hijos, Noemí quedó desamparada y sin esperanza. Y sus nueras
moabitas no le podían ofrecer un heredero.

II. Buscando un hogar por fe (1:6–22)


Aquí empieza la principal porción del relato. El autor utiliza el diálogo como estilo principal.
Cincuenta y nueve de los 85 vv. del libro contienen diálogos, que empiezan en el v. 8. Noemí
decidió regresar a su casa y pensó que debía dejar a sus nueras en Moab porque era mejor para
ellas. Pero recibió una gran sorpresa cuando Rut decidió ir con ella.

A. Una decisión de amor (1:6–18)


1:6–7. Noemí oyó que por fin las lluvias habían llegado a su tierra. La hambruna había
concluido y Jehová había provisto a su pueblo lo necesario para darles pan (i.e., cosechas de
los campos y frutos de los árboles). Fue el Señor quien suspendió el hambre y dio la lluvia, no
Baal, que los cananeos creían era el dios de la lluvia. “Regreso” es una de las palabras clave de
Rut. En este primer cap. se usan varias formas en hebr. de esa palabra. Y aquí se encuentra una
adecuada ilustración del arrepentimiento. Noemí desanduvo el camino que ella y su esposo
habían tomado y regresó de los campos de Moab y de los errores del pasado. Dio la espalda a
las trágicas sepulturas de sus seres queridos para volverse a la tierra de Judá, donde estaba su
casa.
1:8. Sabiendo que eran muy escasas las posibilidades de que sus nueras volvieran a casarse
en Israel, les encareció que se quedaran en Moab. El que les haya dicho que regresaran a la casa
de su madre era poco usual en una sociedad dominada por los varones. Pero puesto que Noemí
estaba pensando en que se volverían a casar, tal vez se refirió a que cada una de sus nueras
planearía su boda con su respectiva madre.
La palabra misericordia es el equivalente del término hebr. ḥeseḏ, que es una de las palabras
importantes tanto de Rut (cf. 2:20; 3:10) como de todo el A.T. Habla de la lealtad pactal de Dios
para con su pueblo e incluye la gracia que les fue otorgada aun cuando no la merecían. Aquí van
de la mano la voluntad divina y las acciones humanas. Tanto Dios como los hombres son
dispensadores de ḥeseḏ. La base de la bendición de Noemí fueron las acciones misericordiosas
que Rut y Orfa mostraron a sus respectivos esposos y a ella. A los ojos de la suegra viuda, ambas
nueras eran muy valiosas, así que deseaba que Dios fuera bueno con ellas. Aunque eran
extranjeras, se habían casado con dos israelitas y por lo tanto, estaban bajo el pacto de Dios.
1:9–10. A continuación, Noemí pidió: os conceda Jehová que halléis descanso, cada una
con su marido. Esto se convierte en un asunto clave del libro, porque el matrimonio significaba
seguridad para la mujer. E irónicamente, parecía que al abandonar Moab, Rut estaba rechazando
esa posibilidad. Los besos de Noemí eran para despedirse, pero ambas nueras le dijeron que
querían ir con ella. Es posible que alguna costumbre de esos tiempos lo requiriera así.
1:11. En tres ocasiones, Noemí insistió en que regresaran a Moab (vv. 11–12, 15), porque era
necesario que se aseguraran de volverse a casar. En el antiguo Cercano Oriente, una mujer sin
marido enfrentaba una situación seria, porque quedaba sin protección. En especial, las viudas
eran las que más la necesitaban. Noemí se refirió a la ley del levirato de Israel por medio de la
cual un hombre era responsable de casarse con la viuda de su hermano para poder levantar un
hijo que perpetuara el nombre del hermano muerto y que recibiera su herencia (Dt. 25:5–10).
Noemí les indicó que en su caso, eso no era posible, porque ya no tenía más hijos en el vientre.
1:12–13. Después añadió que ya hacía mucho que había pasado su edad para tener hijos.
Aunque se volviera a casar, ya era vieja para tener marido. Y aunque lo hiciera, y diese a luz
hijos, sería ridículo pensar que Orfa y Rut estarían dispuestas a esperarlos hasta que fuesen
grandes para casarse con ellos.
Parece que Noemí fue un poco indiferente al dolor de sus nueras. Ella pensaba que era
mayor su amargura que la de ellas, porque ellas todavía podían tener hijos. Además, consideró
que esto se debía a que la mano de Jehová la estaba castigando (cf. vv. 20–21). Es evidente que
Noemí se encontraba en un estado tan profundo de aflicción, que se atrevió a hablar contra Dios
con enojo. Y aun así, fue una mujer de fe. Ella no tenía duda de que Dios estaba obrando
activamente en sus vidas (cf. vv. 8–9; 2:20). Sabía que el Señor es soberano y que es la causa
última de las circunstancias de la vida.
1:14. No se debe criticar indebidamente a Orfa por haber regresado a Moab, ya que sólo
estaba obedeciendo los deseos de su suegra. Orfa no se vuelve a mencionar en el libro de Rut y
es posible que se casara en Moab.
Sin embargo, Rut hizo algo inesperado. Orfa tomó la decisión de quedarse a buscar marido,
mas Rut se quedó con Noemí, evidentemente escogiendo seguir y servir a su suegra viuda en
vez de permanecer en su tierra y buscar esposo. Rut pensaba que probablemente esa decisión
significaba que ella nunca tendría otro marido ni hijos. Santiago, el escritor novotestamentario,
probablemente habría considerado esa preocupación por su suegra viuda como un acto
profundamente religioso (Stg. 1:27).
1:15. Pero de nueva cuenta, Noemí encareció a Rut que regresara a su casa y citó el ejemplo
obediente de Orfa a su petición. Noemí estaba consciente de que si Rut decidía quedarse en
Moab, significaría que seguiría estando bajo la influencia de los dioses moabitas, incluyendo a
Quemos, su principal ídolo (Nm. 21:29; 1 R. 11:7). Pero la importancia de que Rut volviera a
casarse era mayor que esa preocupación. Ciertamente Noemí no facilitó las cosas para que Rut
llegara a la fe del Dios de Israel.
1:16. Rut resistió las tres instancias en que su suegra le pidió que regresara a Moab (vv.
11–12, 15). Prefirió vivir con Noemí a permanecer con su familia, a conservar su identidad
nacional y a seguir en su idolatría. La suya es una de las expresiones de consagración más
hermosas que hay en toda la literatura mundial, porque decidió entrelazar su futuro con el de
Noemí. Ella confesó su lealtad al pueblo de Israel (tu pueblo) y al Dios de Israel (tu Dios). Este
es un conmovedor ejemplo de lo que significa romper totalmente con el pasado. Como Abraham,
Rut decidió dejar la tierra idólatra de sus ancestros para ir a la tierra de promisión. Y lo hizo aun
sin la seguridad que le daría contar con una promesa. De hecho, tomó su decisión a pesar de la
insistencia de Noemí de que actuara en contrario.
1:17. La decisión de Rut fue tan firme, que incluso hizo referencia a la muerte y a la
sepultura. Afirmó que se quedaría con Noemí hasta la muerte y todavía más allá. Para sellar la
alta calidad de su decisión, Rut invocó el castigo de Jehová, el Dios de Israel, el cual aceptaría si
acaso rompiera su juramento de lealtad a su suegra. La conversión de Rut fue total, y los
acontecimientos que siguieron confirmaron que vivió de acuerdo a su promesa.
1:18. Viendo Noemí que estaba tan resuelta …, no dijo más ni siguió insistiendo en que
Rut regresara a Moab. Puesto que Rut había puesto como testigo al nombre de Dios al hacer su
juramento (1:17), Noemí aceptó su decisión. Ya nada más podía decirse. El libro de Rut no dice
nada acerca de si Noemí dio la bienvenida a su nuera a la congregación de aquellos que
confiaban en el Dios de Israel. Por fe, Rut superó las barreras que estaban puestas frente a ella.

B. Un regreso agridulce (1:19–22)


1:19. Anduvieron, pues, ellas dos e hicieron la ardua jornada hasta llegar a Belén. Aquí
continúa el relato estrictamente femenino de esta porción del cap. 1, porque en Belén, toda la
ciudad se conmovió y se expresó a través de las mujeres que decían: ¿No es ésta Noemí? Esta
pregunta sugiere que todavía la recordaban, y que ella había experimentado un evidente cambio,
obviamente para empeorar.
1:20. La aflicción y depresión de Noemí, que ya se habían expresado contra Dios (v. 13),
continuaban. Por eso, declaró que su nombre, Noemí, que significa “dulzura o agradable”, no era
el más adecuado para las circunstancias en que se encontraba. Por eso, les dijo: llamadme Mara,
que significa “amargura”. La razón que adujo fue que en grande amargura me ha puesto el
Todopoderoso (šadday). Al referirse a Dios como “el Todopoderoso”, estaba haciendo hincapié
en su gran poder (o “provisión”; cf. el comentario de Gn. 17:1). Y no era posible resistirse a tan
grande Dios. El desastre que él le había enviado no se pudo haber evitado. Noemí tenía tal fe en
Dios y sabía que él participaba activamente en su vida, que sabía que las cosas difíciles que había
experimentado provenían de él. Su dolor era verdadero; y es evidente que tomaba a Dios con
gran seriedad.
1:21. La queja de Noemí se hizo más específica. Años antes, se había ido a Moab llena, con
un marido y dos hijos, pero ahora, dijo que Jehová la había vuelto con las manos vacías. Su
dolor y depresión no le permitieron reconocer que su nuera moabita era su única posesión de
importancia. Sin embargo, más adelante recibió grandes beneficios gracias a Rut (4:15). Noemí
estaba segura de que todos sus males eran por culpa de Dios. Su regreso a casa sólo había
aumentando la profundidad de su dolor. En el futuro no preveía nada, sino la soledad, el
abandono y la impotencia de la viudez. Su queja empezó y terminó mencionando el nombre del
Todopoderoso, el Dios omnipotente, que era quien la había afligido. Pero aún en medio de su
profunda tragedia, muy pronto Dios iba a intervenir con su misericordiosa gracia.
1:22. Este v. proporciona una transición de esperanza para Noemí, así como para Rut la
moabita, su nuera. En realidad, Dios no era su enemigo, sino que gracias a su soberana y
vigilante providencia, obraría a favor de ambas viudas.
Noemí había abandonado Belén debido a una hambruna, y regresó con hambre en su alma.
Sin embargo, las muejres llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada. Esto debió
haber sido una buena bienvenida. Pero estando en su depresión, Noemí no se sintió
impresionada. (La cosecha de la cebada era en el mes de Nisán [marzo-abril]. V. “Calendario de
Israel” en el Apéndice, pág. 294.)
Noemí pensó que estaba regresando con las manos vacías, pero tenía a Rut la moabita con
ella. Y la siega había madurado; entonces, había esperanza para ellas.

III. Buscando provisiones en forma responsable (cap. 2)


A esas alturas, Rut ya era creyente (cf. v. 12) y se encontraba ya en la tierra de Israel. ¿Cuál
sería su proceder? Puesto que los moabitas estaban excluidos de la congregación de Israel (Dt.
23:3), en realidad ella se encontraba allí por gracia. Los acontecimientos que se relatan en Rut 2
muestran la forma en que fue recibida. En este cap., se incluye a otro personaje, Booz, un rico
agricultor. ¿En verdad se comportaría como un miembro responsable de la santa congregación de
Israel? Noemí había vuelto a casa. ¿Disminuiría su dolor y sanaría su depresión? Por medio de
sus palabras y acciones, esos tres personajes revelaron su verdadero carácter.

A. Un acontecimiento dirigido por Dios (2:1–3)


2:1. El dominio femenino de la historia se modifica aquí, porque el relato incluye a un
destacado varón. Tenía Noemí un pariente cercano de su finado marido …, el cual se llamaba
Booz (1:2–3; cf. 2:3). Éste era un hombre de características prominentes. Las palabras hebr. ’îš
gibbôr ḥayil que se trad. hombre rico, lit. son “un hombre poderoso y valiente”. En hebr., estas
son las mismas que se utilizan para describir a Gedeón y Jefté, quienes se conocen como
hombres esforzados y valientes (Jue. 6:12; 11:1); ellos fueron hombres osados—capaces,
eficientes y valientes en batalla. Booz fue un hombre poderoso, valiente, destacado en su
comunidad y que llevaba una vida ejemplar (cf. ḥayil cuando se refiere a Rut, Rt. 3:11).
2:2. De nueva cuenta, el autor recordó a sus lectores que Rut era moabita (cf. 1:22), quizá
para hacer resaltar el trato preferente que iba a recibir de Booz. Rut entendía el derecho que
tenían los pobres de Israel de recoger el grano que quedaba en los campos después de que los
segadores terminaban de recoger la producción. Los rincones de los campos debían ser dejados
para que los pobres los cosecharan (Lv. 19:9–10; 23:22). Era bien sabido que algunos generosos
terratenientes llegaban a dejar hasta la cuarta parte de su cosecha para los menesterosos y
extranjeros. En este caso, Rut no esperó a que Noemí le sirviera. Ella tomó la iniciativa y la
suegra la animó diciendo: Vé, hija mía.
2:3. Debido a que ya se había mencionado a Booz en el relato (v. 1), es evidente que Rut no
fue a su campo por pura coincidencia. Ella había tomado la iniciativa en obediencia a los
derechos establecidos en la ley divina y fue guiada por gracia al lugar que Dios proveyó. La
misma providencia que posteriormente dirigió a los magos de oriente hasta Belén (Mt. 2:1–8) fue
la que dirigió a Rut a ir al campo correcto de Belén. De nuevo, aquí el autor afirma que Booz
pertenecía a la familia de Elimelec (cf. Rt. 2:1). Este dato es importante para el desarrollo de los
acontecimientos.

B. Una gracia bien merecida (2:4–17)


2:4. El tono espiritual que empleó Booz para hablar a sus trabajadores, así como el que ellos
utilizaron para responderle, fue cálido y vigoroso. Cuando él los saludó con la frase Jehová sea
con vosotros, ellos respondieron en forma muy parecida diciendo: Jehová te bendiga. Es
evidente que en su vida estaba activa la fe en Dios, porque Booz hablaba con el lenguaje de la fe.
¿Corresponderían sus acciones a sus palabras?
2:5–6. La curiosidad de Booz se despertó al ver que en su campo había una muchacha nueva
entre los segadores. Cuando preguntó: ¿De quién es esta joven? su criado la identificó como la
joven moabita que volvió con Noemí de los campos de Moab. Algunos han dicho que la
declaración del mayordomo al mencionar a Moab se hizo en forma despectiva, pero el texto no
apoya esa afirmación.
2:7. El criado añadió que la joven le había pedido permiso para recoger y juntar tras los
segadores entre las gavillas (i.e., en los montones de los granos de cebada). Y le informó que
había estado trabajando desde por la mañana hasta la tarde, sin descansar ni aun por un
momento. (La trad. de la BLA, RVR09, VM y NC indican que había tomado un solo y breve
descanso.) Por eso, Booz pudo darse cuenta de que era una trabajadora diligente.
2:8–9. Booz se dirigió a Rut llamándola hija mía (cf. 3:10–11), que es una referencia a la
gran diferencia de edades que había entrambos, ya que él estaba más cerca de la edad de Noemí
(cf. “los jóvenes”, 3:10). Booz no sólo expresó que tenía fe en el Señor (2:4), sino que su vida
era congruente con sus palabras. Es evidente que al decir a Rut que continuara espigando en su
campo, se refería a que debía seguir haciéndolo durante todas las semanas de la cosecha (cf. v.
23) de cebada (marzo-abril) y de trigo (junio-julio). Generalmente, los espigadores llegaban a los
campos cuando los segadores habían abandonado una zona. Sin embargo, Booz dijo a Rut que
permaneciera junto a sus criadas, y que las siguiera a medida que trabajaban en la cosecha.
Además, le aseguró que estaría a salvo de cualquier comentario o incidente embarazoso que
pudiera proceder de sus criados (cf. v. 15). Añadió que cuando tuviera sed, no se preocupara de
sacar agua, sino que fuera a las vasijas, y bebiera del agua que sacaran los trabajadores. En
todos estos detalles, Booz estaba proveyendo para Rut más allá de lo que exigía la ley (cf. v. 16).
2:10. Rut respondió con total humildad, y bajando su rostro se inclinó a tierra, un gesto
muy común en el antiguo Cercano Oriente y que con frecuencia se menciona en la Biblia (cf.,
e.g., Gn. 19:1; 42:6; 43:26; 48:12; Jos. 5:14; 2 S. 1:2). Ella estaba realmente sorprendida por la
gracia (cf. Rt. 2:2, 13) que había hallado delante de los ojos de tan importante personaje. En el
A.T., se usa a menudo esta palabra “gracia” (ḥēn, “gracia, favor, aceptación”; e.g., Gn. 6:8; 18:3;
30:27; Sal. 84:11; Pr. 3:4, 34). En realidad, Rut esperaba un tratamiento opuesto al que recibió.
Aunque estaba agradecida por las muestras de amabilidad que obtuvo, quería saber por qué había
sido escogida para recibir tan inusual trato, ya que no sólo era una extraña, sino que también era
extranjera.
2:11. Booz sabía muchas cosas acerca de Rut. Las noticias acerca de ella habían viajado con
rapidez por la pequeña ciudad. Profundamente conmovido por lo que Rut había hecho por su
suegra después de la muerte de su marido, Booz le habló a Rut con palabras de alta estima. Lo
que dijo acerca de que había dejado a su padre y a su madre así como la tierra donde había
nacido para ir a vivir a un pueblo que no conocía, son parecidas a las palabras que Dios utilizó
para llamar a Abram (Gn. 12:1)
2:12. Booz oró pidiendo que Dios recompensara a Rut como premio por la amabilidad que
había mostrado a su suegra. A continuación, él insistió en su petición diciendo: Jehová
recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová Dios de Israel,
bajo cuyas alas ella se había refugiado. Aquí, él utilizó una figura de lenguaje conocida como
zoomorfismo, por medio del cual se compara a Dios con alguna característica de un animal. Le
dijo que ella había venido a tomar refugio bajo las alas del Señor, como lo hace un pollito bajo
las de su madre gallina (cf. Sal. 17:8; 36:7; 57:1; 61:4; 63:7; 91:4; Mt. 23:37); sin duda, ella
confiaba en la protección divina. Muy pronto, Booz sería utilizado por Dios para dar respuesta a
su propia plegaria.
2:13. Aunque las palabras de Booz pudieron hacer que se sintiera orgullosa, Rut continuó
respondiendo humildemente. Noemí no le había dado palabras de ánimo, pero ese hombre le dio
palabras consoladoras que alentaron su corazón. A continuación, ella expresó su gratitud por la
gracia que había hallado delante de sus ojos (cf. vv. 2, 10), porque la había consolado y
porque había hablado a su corazón. Además, ella deseaba que así continuara, porque se sentía
menos importante que una de las criadas de Booz.
2:14. Booz continuó dándole muestras de aprecio. La invitó a participar de las buenas
viandas que comían él y los segadores y no la dejó sola para que se defendiera como pudiera,
que era el trato común que se daba a los espigadores. Él le proporcionó más alimento del que
pudo comer, ya sea para demostrarle su preocupación genuina e interés por ella, o bien para que
pudiera llevar algo a su suegra (cf. v. 18). Es evidente que el vinagre de vino era una
especialidad que acentuaba el sabor de la comida. El potaje era una comida muy común en
aquellos días. Se hacía a base de cebada tostada sobre el fuego en una plancha de hierro.
2:15–16. Pero Rut no se entretuvo demasiado tiempo en la comida. En cuanto ella regresó
con los espigadores, Booz dijo a sus siervos que hicieran algo más que sólo dejarla espigar con
ellos; debían dejar caer manojos de espigas de cebada en su camino para que ella tuviera
abundantes provisiones. También esto iba más allá de lo que la ley exigía a Booz (cf. v. 9). Los
hombres no debían reprenderla ni impedirle de ninguna manera que recogiera el grano.
2:17. Después de trabajar arduamente durante todo el día, hasta la noche, Rut desgranó lo
que había recogido, i.e., golpeó las gavillas para sacar el grano, y obtuvo como un efa de
cebada, lo cual equivale a 22 lts. Esta era una cantidad inusualmente generosa (como 13.5 kgs.)
por un día de espigar y era suficiente para comer muchos días (V. “Tabla de pesas y medidas en
la Biblia” en el Apéndice, pág. 296).

C. Una expresión de gozo (2:18–23)


El regreso de Rut a casa con Noemí, puso fin al vacío de la anciana y la llenó de esperanza y
gratitud.
2:18. Cuando Rut trajo a casa la efa de grano de cebada, producto de su duro trabajo, su
suegra vio la gran cantidad de lo que había recogido. Además, Rut sacó también y dio a
Noemí lo que le había sobrado después de haber quedado saciada durante la comida (cf. v.
14). Noemí fue una viuda que no pasó desapercibida en la diaria provisión de comida (cf. Hch.
6:1). Rut cuidaría de Noemí.
2:19. Noemí pidió a Rut que le diera el nombre de su benefactor y oró pidiendo una
bendición para él aun antes de que Rut respondiera a su pregunta. Y contó ella a su suegra con
quién había trabajado, y dijo: … es Booz.
2:20. Noemí repitió su bendición al saber a quién debía aplicarse (cf. v. 19a). Su noche de
tristeza y su negra nube de depresión se tornaron en un nuevo día lleno de alegría. Dios, quien
había sido la fuente de su tristeza (1:20–21), ahora se había convertido en la fuente de su gozo.
La benevolencia (ḥeseḏ; cf. 3:10 y el comentario de 1:8) de Jehová de nuevo descansaba en los
vivos, i.e., en Rut y en ella misma.
De inmediato, la mente de Noemí percibió el significado de la situación. Tal vez aun los
muertos pronto serían bendecidos, ya que el nombre de Elimelec, su marido fallecido, podría
seguir viviendo a través de Rut, su nuera fiel. Booz era un pariente, pero no sólo eso, también
era el pariente-redentor que podría redimirlas. Él podía ejercer el acto de redimir la propiedad y
las personas. Haría las veces del levir, palabra latina que significa cuñado, cumpliendo la ley del
levirato, que requería que el hermano de un muerto se casara con su viuda para engendrar un hijo
a nombre de su hermano (Dt. 25:5–10). Aunque Booz no era el hermano de Mahlón, el fallecido
esposo de Rut (Rt. 4:10), sí era un pariente cercano de la familia y podría actuar como levir si así
lo deseara. De alguna manera, Noemí se dio cuenta de la disposición de Booz para hacer esto. No
se explica por qué la anciana no mencionó al pariente-redentor que era más cercano que Booz
(cf. 3:12)
2:21–22. Pero Rut tenía otras buenas noticias. Booz la había invitado a permanecer en su
campo durante toda la siega (cf. vv. 8, 23). Naturalmente, Noemí animó a Rut a que aceptara la
generosa oferta de Booz. Quizá para enfatizar la necesidad de que permaneciera ahí, Noemí
advirtió a Rut del peligro que había en que la encontraran en otro campo. Este es un
recordatorio de la baja moralidad que caracterizaba a los tiempos en que vivieron los jueces y
Rut.
2:23. La lealtad de Rut se puso de manifiesto por su obediencia a las palabras de Noemí y
siguió espigando con las criadas de Booz (cf. v. 8) durante las siguientes semanas hasta que se
acabó la siega de la cebada y la del trigo; y vivía con su suegra durante ese tiempo. No
obstante, la tensión de la trama continúa, porque la temporada de la siega pronto terminaría.
¿Qué pasaría a las viudas después de que acabara?
IV. Buscando un amor redentor (cap. 3)
Noemí ya no estaba deprimida. Se convirtió en una casamentera y preparó a Rut para que
buscara el amor de Booz, su bien dispuesto pariente-redentor. A esas alturas, ya era inminente
que se llegara al punto decisivo de toda la narración.

A. Un plan para la redención (3:1–5)


Durante las semanas de la cosecha de la cebada y el trigo (cf. 2:23), Noemí tuvo suficiente
tiempo para hacer su plan. Y cuando el tiempo llegó, actuó decididamente.
3:1. Sin duda, Noemí era muy perseverante (cf. 1:8–15). Había determinado buscar que su
nuera tuviera descanso y seguridad haciendo que se casara. Rut ya había descartado la idea de
volver a casarse para poder atender a su envejecida suegra, pero de pronto, el matrimonio se
convirtió en una buena posibilidad. La costumbre era que los padres judíos arreglaran el
matrimonio de sus hijos (Jue. 14:1–10). Buscar hogar lit. significa “hallar descanso” (cf. Rt.
1:9), asentarse y vivir con seguridad en una casa con su marido.
3:2. Noemí indicó que puesto que Booz era su pariente, podía actuar como pariente-redentor
de Rut, porque además había mostrado que tenía un corazón abierto y dispuesto. Así que Noemí
sugirió a Rut que esa noche fuera al lugar donde se desgranaba la cebada. Los agricultores de
Belén tomaban turnos para utilizar la era donde se trillaba el grano, que era un lugar liso y duro
que se encontraba en una plataforma o colina ligeramente elevada. Allí golpeaban los tallos con
un mayal para desgranarlos (cf. 2:17), o bien hacían que los bueyes los pisaran. Después se
aventaba el grano por el aire para que el viento se llevara la paja. A continuación, el grano se
retiraba de la era de trillar y se ponía en montones para venderlo o bien se almacenaba en
graneros.
La época en que se trillaba y aventaba el grano era de gran regocijo y celebración. Noemí
sabía que Booz estaría trillando su grano ese día y por eso lo eligió para llevar a cabo su plan.
Asimismo sabía que esa noche, Booz estaría durmiendo cerca de su grano con objeto de
protegerlo.
3:3. Por lo tanto, Rut, debía prepararse para esa noche. Debía lavarse y ungirse o perfumarse.
Sus mejores vestidos puede trad. como una “vestidura exterior grande”, la cual evitaría que fuera
reconocida. Además, debía observar a Booz cuando comiera y bebiera, pero no debía permitir
que él supiera que ella estaba presente.
3:4. Después de que Booz terminara de comer y beber, Rut debía fijarse en el lugar donde él
iba a pasar la noche. Bajo la protección de la oscuridad, debía acercarse a él, descubrir sus pies,
y acostarse allí. (Para una explicación de la costumbre de descubrir los pies, V. el comentario del
v. 7.) Noemí terminó de dar sus instrucciones diciendo que esperase a que Booz le dijera qué
debía hacer. Es claro que Rut debía hacer todo lo que él le dijera.
3:5. Rut contestó diciendo: Haré todo lo que tú me mandes, indicando así que actuaría en
total e indiscutible obediencia a las instrucciones de su suegra (cf. 2:22–23).

B. Un reclamo de redención (3:6–9)


Los preparativos para la experiencia redentora habían sido cuidadosamente planeados. Ahora
el plan debía llevarse a cabo.
3:6. Así que Rut descendió … a la era y a pie juntillas realizó el plan que había diseñado la
casamentera Noemí.
3:7. Algunos comentaristas sugieren que lo que hizo Rut se prestaba a inmoralidad. Pero no
hay nada en el pasaje que sugiera esto. Su suegra tenía una confianza absoluta en la integridad
del pariente-redentor. Estaba segura de que Booz era confiable y que actuaría responsablemente.
Además, Rut era considerada como una “mujer virtuosa” (v. 11). El descubrimiento de los pies
era un acto ceremonial totalmente aceptable. Es probable que esa escena se haya realizado en la
oscuridad para que Booz tuviera oportunidad de rechazar la proposición sin que se enterara todo
el pueblo.
3:8–9. A la medianoche, algo sobresaltó a aquel hombre. Se volvió; y he aquí, una mujer
estaba acostada a sus pies. Booz preguntó quién era su inesperada huésped (cf. 2:5). Rut
respondió humildemente (cf. 2:10): Yo soy Rut tu sierva. Primero, ella se había puesto bajo las
alas de Jehová (2:12) y ahora pidió estar bajo las alas protectoras de Booz. En la frase extiende
el borde de tu capa sobre tu sierva, “borde” es kānāp̱, que en 2:12 se trad. “alas”. Aquí, ella
utilizó una imagen poética basada en la bendición que Booz le había dado. Aquella viuda
moabita estaba llamando la atención de un renombrado hebreo para que cumpliera con su
responsabilidad. Él podría hacer que se cumpliera su propia bendición (2:12) al convertirse en su
pariente-redentor y proporcionándole la seguridad del matrimonio.

C. Una promesa de redención (3:10–15)


Booz recibió alegremente la proposición de Rut. Sin embargo, continúa la tensión de la
trama, porque había otro pariente que tenía mayores derechos sobre ella.
3:10. De ninguna manera Booz sugirió que se sintiera apenado por las acciones de Rut o que
pensara que ella había hecho algo que no estuviera dentro de sus derechos o que fuera contra las
costumbres de la época. En vez de abrigar pensamientos pecaminosos como otros hubieran
hecho en caso de estar en su lugar, de inmediato bendijo a Rut diciendo: Bendita seas tú de
Jehová, y volvió a utilizar la frase hija mía, que era un recordatorio de la diferencia de edades
que había entre ellos (cf. 2:8; 3:11). Además, felicitó a Rut por su acto de amabilidad o bondad
(“lealtad”, ḥeseḏ; cf. el comentario de 1:8), la cual había sido mayor que la primera, la que la
había impulsado a seguir y servir a su suegra. Asimismo, Booz la felicitó por no ir en busca de
los jóvenes; parece que él creía que Rut encontraría fácilmente otro compañero de su misma
edad. La alabó por estar dispuesta a casarse con un hombre mayor que ella y a cumplir con su
compromiso para con Mahlón, su primer marido (cf. 4:10), y con el nombre de la familia de
Elimelec.
3:11. Enseguida, Booz disipó cualquier duda que Rut hubiera podido abrigar al decirle: no
temas, hija mía; yo haré contigo lo que tú digas. Tal vez él percibió que ella temía la forma en
que él interpretaría su audaz propuesta. Booz le dijo además que toda la gente de su pueblo (lit.,
“la gente que está a la puerta”; tal vez refiriéndose a los ancianos de Belén) sabía que era una
mujer de reputación intachable. La frase mujer virtuosa es trad. de ḥayil (“valor, valía,
capacidad”), y es la misma que se usa al hablar de la valía de Booz (2:1 [rico]; cf. Pr. 12:4;
31:10, 29 [“virtuosa”]). ¡En verdad eran el uno para el otro!
3:12. A pesar de esto, el relato todavía no llega a su fin; aún debían resolver otra
complicación. Booz ya había investigado los aspectos legales de la propuesta matrimonial; quizá
ya había anticipado que Rut la propondría. Él sabía que por su casamiento con el hijo de
Elimelec, ella tenía otro pariente más cercano que él. No obstante, le prometió que haría todo lo
que estuviera a su alcance para que el resultado satisficiera la petición de Rut.
3:13. Booz actuó responsablemente de dos maneras: (1) No la envió a su casa sino hasta que
fue de día. Más bien, la protegería y la tocaría sólo cuando ella le perteneciera legalmente. (2)
También protegió los derechos de su pariente más cercano. Si el otro redimiere a la mujer, él lo
aceptaría, mas si él no la quisiere redimir, de cierto Booz lo haría. Confirmó su juramento
poniendo a Jehová como testigo. No hay duda de la forma en que Booz quería que se resolviera
el asunto.
3:14. Rut durmió a sus pies hasta la mañana y se levantó antes del amanecer. Booz no
quería que la vida de Rut se complicara con las murmuraciones de la ciudad, así que le encareció
que no se supiera que una mujer había ido a la era. No había sucedido nada impropio, pero a los
chismosos no les interesan los hechos reales.
3:15. Booz puso dentro del manto de Rut seis medidas de cebada para ella y Noemí, quien
se convencía cada vez más de lo sabia que había sido su decisión de regresar a Belén. Las
“medidas” probablemente eran de un seah (1/3 de efa que equivale a 4.5 kgs. de grano).
Entonces, seis seahs equivaldrían a unos 27 kgs. Rut debe haber sido muy fuerte para poder
cargar un peso semejante. Es probable que Booz pusiera el bulto sobre su cabeza (V. “Tabla de
pesas y medidas en la Biblia” en el Apéndice, pág. 296).
Algunos mss. hebr. dicen: “Entonces él se fue a la ciudad”, pero otros dicen: y ella se fue a
la ciudad, en lugar de “él”. Puesto que Rut regresó a Belén en ese momento y posteriormente
también Booz lo hizo esa misma mañana (4:1), ambas trad. (“ella” y “él”) se ajustan a los
acontecimientos reales.

D. Un anticipo de la redención (3:16–18)


Ansiosamente, Noemí pidió que Rut le contara el resultado de su aventura y predijo
correctamente que ese mismo día, Booz resolvería el asunto. Cualquiera que fuera el resultado de
quién redimiría a Rut, ese sería el día en que la moabita sería redimida.
3:16–17. Su suegra quería saber cómo le había ido a Rut. Como había hecho antes, la llamó
hija mía (v. 1; 2:2; cf. 1:11–13; 3:18). Rut le dio un informe completo y añadió que Booz le
había dado seis medidas de cebada para que su suegra compartiera con ella la futura felicidad
de Rut. Noemí había cumplido bien con su labor de casamentera y tenía derecho al premio. La
anciana viuda podría descansar confiada en que en el futuro no sería olvidada.
3:18. Noemí y Rut ya habían hecho todo lo que podían. El siguiente trámite quedaba en
manos de Booz. Noemí dijo a Rut: Espérate … aquel hombre no descansará hasta que
concluya el asunto hoy.

V. Recepción del premio amoroso de la redención (4:1–13)


Debido a que la acción quedó en manos de Booz, él tomó la iniciativa. ¿Tomaría el otro
pariente lo que se le había ofrecido a él?

A. Negativa para redimir (4:1–8)


4:1. Booz subió a la puerta de la ciudad de Belén y se sentó allí. Ese lugar era donde se
tramitaban los negocios personales y civiles del pueblo. La era de trillar estaba en un nivel más
bajo de la ciudad, y por esa razón se dice que Booz “subió” a la puerta. Toda esa zona era muy
montañosa. Y he aquí pasaba aquel pariente más cercano de la familia de Elimelec (3:12), por
lo que Booz le dijo: … ven acá y siéntate. El hecho de que no se mencione su nombre puede
haber sido porque se aplicó una justicia poética, ya que rehusó convertirse en el redentor. La
palabra fulano se convirtió en una frase coloquial en Israel; los escritos rabínicos la usaban para
designar a un desconocido, parecido a “Juan Pérez”.
4:2. Además, Booz tomó a diez varones de los ancianos de la ciudad y también se
sentaron con ellos. Ellos serían testigos de la transacción legal (vv. 4, 9–11). Pero no se indica
por qué escogió a diez personas. (Siglos más tarde, ese número fue el que llegó a requerirse para
realizar la bendición matrimonial judía o para formar el quorum de una reunión de la sinagoga.)
Aquél era un mundo netamente masculino, donde la decisión que se tomara públicamente acerca
de ese importante asunto afectaría profundamente a las mujeres que habían intervenido hasta ese
punto.
4:3. Booz había planeado cuidadosamente su estrategia. Presentó un desarrollo de los
elementos del caso paso a paso. Primero explicó que Noemí (y Rut; cf. v. 5) estaba vendiendo
una parte de las tierras que habían pertenecido a su difunto esposo. No se proporciona
información acerca de la forma en que ella llegó a poseerlas. Es evidente que su pobreza la
obligaba a venderlas. Pero de ser posible, las tierras debían permanecer dentro de la familia (cf.
Jer. 32:6–12).
4:4. El pariente más cercano tenía prioridad sobre la propiedad y Booz era el siguiente. Si el
pariente más cercano no redimía (compraba) la propiedad, Booz estaba dispuesto a hacerlo. El
hombre respondió: Yo redimiré.
4:5. Pero a continuación Booz explicó que cuando lo hiciere, debería tomar también a Rut
la moabita. Es obvio que cuando murió Elimelec, las tierras pasaron a ser posesión de Mahlón,
así que la mujer del difunto estaba incluida en la responsabilidad redentora. Debía engendrar un
hijo, a quien pertenecería esa propiedad, para que perpetuara el nombre del muerto.
4:6. Cuando el pariente escuchó esa estipulación de casamiento, rechazó su derecho a
comprar la propiedad, porque no quiso poner en peligro su propia heredad. De esa manera,
traspasó su derecho a Booz. ¿Por qué cambió de opinión? (Cf. “Yo redimiré”, v. 4b, con “No
puedo redimir”, v. 6.) Quizá era demasiado pobre como para sostener la tierra y otra esposa. O,
como algunos han sugerido, tal vez tenía miedo de casarse con una moabita temiendo que cayera
sobre él la fatalidad que había acontecido a Mahlón, el primer esposo de Rut (v. 10). Quizá la
mejor interpretación sea que cuando supo de parte de Booz que Rut era propietaria de la tierra
junto con Noemí (v. 5), sabía que si Rut le daba un hijo, él heredaría finalmente no sólo la
propiedad redimida, sino probablemente también parte de su propia heredad. De esa manera, el
pariente más cercano podría “poner en peligro” su heredad. Sin embargo, si sólo Noemí fuera la
viuda (no Noemí y Rut), entonces ningún hijo del casamiento por levirato heredaría las
posesiones del redentor, porque Noemí ya era incapaz de tener hijos.
4:7–8. La transacción legal se cerró, pero no firmando un papel, sino por medio de un acto
simbólico muy dramático que los otros podían testimoniar y recordar. La entrega del zapato
simbolizaba el derecho que tenía Booz de caminar por la tierra que poseía (cf. Dt. 1:36; 11:24;
Jos. 1:3; 14:9). Después de quitarse y dar el zapato a Booz, el pariente salió de la escena y se
perdió en el anonimato. No obstante, el nombre de Booz fue recordado por todas las
generaciones posteriores (cf. Rt. 4:14).

B. Una redención realizada (4:9–12)


Booz se movilizó con rapidez para terminar la transacción. Reclamó y recibió el derecho a
redimir, tanto la tierra de Elimelec como a Rut, que era la única viuda que quedaba que podía
concebir un hijo que perpetuara el nombre de la familia.
4:9–10. Booz llamó a los ancianos para que testificaran de la transacción de tomar posesión
de la propiedad de Noemí así como de tomar por … mujer a Rut la moabita (cf. 1:22; 2:2, 21;
4:5). Booz no mostró ningún reparo en llamar a Rut “moabita”, porque la respetaba por ser una
mujer valiosa. Él le levantaría un hijo que continuara el nombre de Elimelec y de su hijo Mahlón.
En los vv. 9–10 se vuelven a mencionar los nombres de todos los miembros de la familia, con
excepción de Orfa. Ella también cayó en el anonimato junto con el desconocido pariente cercano.
Aunque no se dice expresamente, puede suponerse que junto con Rut, Booz adquirió la
responsabilidad de cuidar de Noemí. Esto es lógico, debido al compromiso que Rut había hecho
de cuidar a su suegra. Posteriormente esto fue confirmado por las mujeres de Belén (v. 15). Booz
es una hermosa ilustración de nuestro Señor Jesucristo, que fue el pariente-redentor de la
humanidad y el que arregló las cosas de los que confían en él ante Dios el Padre.
4:11. Los ancianos aceptaron ser testigos de esa transacción redentora y bendijeron a Booz,
deseándole que Dios hiciera que Rut fuera una madre fecunda. El hecho de que mencionaran a
Raquel y … Lea, las cuales edificaron la casa de Israel, es muy importante. Raquel, que se
menciona primero, fue estéril por muchos años antes de que concibiera y tuviera hijos. De la
misma manera, Rut había sido estéril en Moab.
Además, los ancianos oraron pidiendo que Booz fuera ilustre (ḥayil) en Efrata. En hebr., la
palabra ḥayil (“valor, valía, capacidad”) se aplica tanto a Booz (2:1) como a Rut (3:11). Efrata
era otro de los nombres que se daban a Belén (cf. Gn. 35:19; 48:7; Miq. 5:2). Asimismo, los
ancianos pidieron que Booz fuera de renombre en Belén. Como muchos han testificado, Dios
contestó sus oraciones en forma por demás abundante.
4:12. Los ancianos también pidieron que Booz tuviera una abundante y distinguida progenie.
Su petición partía de la base de que los hijos son un regalo de Dios (la descendencia que de esa
joven te dé Jehová; cf. Sal. 127:3). Ellos no podían imaginarse que de esa unión saldrían los
reyes más destacados de Israel, incluyendo a David y al rey eterno, el Señor Jesucristo. Fares
puede haberse mencionado aquí: (a) por su relación con el matrimonio por levirato de Tamar
(V. la Introducción), (b) porque los descendientes de Fares se habían asentado en Belén (1 Cr.
2:5, 18, 50–54; observe “Efrata” y “Belén” en 1 Cr. 2:50–51) y (c) porque Fares fue ancestro de
Booz (Rt. 4:18–21).

C. Una redención premiada (4:13)


4:13. Este clímax del relato es breve, pero está lleno de significado. En muy pocas palabras,
se mencionan el matrimonio, la concepción dada por Dios, y el nacimiento del tan esperado
heredero.
En Moab, Rut fue estéril durante todos los años que duró su matrimonio con Mahlón
(1:4–5). Ahora, su obediencia fiel fue premiada, porque Dios le permitió concebir un hijo. En
cierto modo, esto prefiguraba el milagroso nacimiento del Hijo de Dios, que se realizaría en
Belén cuando llegara el cumplimiento del tiempo (Lc. 1:26–38; 2:1–7; Gá. 4:4). La estancia de
Noemí en Moab fue de cuando menos diez años (Rt. 1:4). A manera de contraste, a las pocas
semanas de su regreso a Belén, Noemí y Rut recibieron ricas y abundantes bendiciones.

VI. Conclusión (4:14–21)


Esta conclusión del relato es un hermoso contraste con su sombrío comienzo (1:1–5). El
dolor profundo se convirtió en gozo radiante; la soledad dio lugar a la plenitud.

A. Cumplimiento gozoso (4:14–17)


4:14. De nueva cuenta, Noemí vuelve al centro del escenario. Las mujeres de Belén, que
habían observado su soledad cuando regresó (1:19), decían a Noemí: Loado sea Jehová, que
hizo que no te faltase hoy pariente-redentor. Si no hubiera ya pasado la época en que Noemí
podía tener hijos (1:12; 4:15), tal vez ella hubiera sido la que se acostara a los pies de Booz en la
era (3:7). Las mujeres sabían eso y hablaban de Booz como el pariente-redentor de Noemí, como
si ella hubiera sido la que estuvo allí. Bendijeron a Booz en forma muy parecida a la de los
ancianos (cf. 4:11). Pidieron que su nombre fuera celebrado en Israel, petición que Dios
también contestó. El libro de Rut está lleno de bendiciones y alabanzas del pueblo de Israel
(1:8–9; 2:4, 12, 20; 3:10; 4:11–12, 14–15).
4:15. Las mujeres predijeron que Booz cuidaría de Noemí, restauraría su alma y le daría
sustento en su vejez. Rut, a quien Noemí no había considerado importante mencionar cuando
regresó a Belén, era considerada por las mujeres como de más valor … que siete hijos. Siete
hijos eran símbolo de la máxima bendición que podía tener una familia judía (cf. 1 S. 2:5; Job
1:2). El valor de Rut se relacionó con el acto en que dio a luz a su hijo.
4:16–17. Noemí … fue el aya de Obed. Tal vez este era un acto formal de adopción. Las
vecinas de Belén le pusieron el nombre de Obed, que significa “adorador” y Noemí lo aceptó.
Ella, que había estado vacía, ahora estaba llena. La amargada había sido ricamente bendecida.
Noemí ahora tenía un hijo (aunque de hecho era su nieto, pero en hebr., “hijo” a menudo
significa “descendiente”). A su tiempo se aclaró el propósito providencial de Dios. El niño se
convirtió en el abuelo del rey David.

B. Genealogía sorpresiva (4:18–22)


La línea de la familia de Fares provee el registro del cuidado providencial de Dios. Estos
acontecimientos aparentemente ordinarios del libro de Rut (e.g., los viajes, los casamientos, las
muertes, las cosechas, el comer, dormir a los pies del pariente y comprar la tierra) revelan la
actividad controladora del soberano Dios
4:18–20. Fares fue hijo de Judá por medio de Tamar (Gn. 38:12–30; Rt. 4:12). Hezrón era
de los descendientes de Jacob que lo acompañaron a Egipto (Gn. 46:12). A Ram se le menciona
en 1 Crónicas 2:9. Aminadab fue el suegro de Aarón (Éx. 6:23) y Naasón fue cabeza de la casa
de Judá (Nm. 1:7; 7:12; 10:14).
4:21. Salmón engendró a Booz. De acuerdo con Mateo 1:5, la madre de Booz fue Rahab, la
ramera cananea que vivió en Jericó. No obstante, Rahab vivió en tiempos de Josué, unos
250–300 años antes. Entonces, es probable que Rahab fuera la “madre” de Booz en el sentido de
que era su antepasada (cf. “nuestro padre Abraham”, Ro. 4:12, que significa “nuestro antepasado
Abraham”).
4:22. Obed, el hijo de Booz y Rut, engendró a Isaí, quien engendró a David (1 S. 17:12).
(V. “Antepasados de David a partir de Abraham” en el Apéndice, pág. 295.) El linaje de Jesús a
través de María se traza hasta David (Mt. 1:1–16; cf. Ro. 1:3; 2 Ti. 2:8; Ap. 22:16). Por eso,
Cristo es llamado “Hijo de David” (Mt. 15:22; 20:30–31; 21:9, 15; 22:42). Algún día, Cristo
regresará a la tierra y se sentará en el trono de David y será el rey milenial (2 S. 7:12–16; Ap.
20:4–6).
A pesar de todas las aparentes evidencias en contrario, Dios, que es fiel, había estado
realizando su obra a favor de Rut. De la misma forma, los creyentes deben realizar de continuo la
obra divina. El premio de vivir responsablemente siempre produce el dulce fruto de la gracia
divina.
BIBLIOGRAFÍA

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de Refugio”. Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1983.
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Wood, Leon. Distressing Days of the Judges, “Los Aciagos Días de los Jueces”. Grand
Rapids: Zondervan Publishing House, 1975.
1 SAMUEL
Eugene H. Merrill
Traducción: Elizabeth M. de Carpinteyro

INTRODUCCIÓN

Nombres. El nombre de los libros de 1 y 2 Samuel provienen del profeta Samuel, que es el
primer personaje importante que se menciona en este libro. Los mss. más antiguos en hebr. no
dividen los dos tomos. Sencillamente titulan la colección “Samuel”. La LXX fue la primera
versión que dividió el material en dos partes. Esa división se sigue utilizando hasta el día de hoy
en todas las trad. y versiones, incluyendo las Biblias impresas en hebr.
Autor. La autoría de 1 y 2 Samuel es anónima, aunque difícilmente se puede dudar de que
Samuel haya escrito o suplido la información de 1 Samuel 1:1–25:1. Ese pasaje describe su vida
y ministerio hasta su muerte. Sin embargo, es imposible decir algo con certeza acerca del autor
del resto de esos dos libros.
Fecha. La fecha de composición de los libros no puede determinarse con precisión. No hay
evidencia alguna de que el(los) autor(es) haya(n) sabido algo acerca de la caída de Samaria que
sucedió en 722 a.C., y aun así vivió(eron) sin duda alguna, en la era postsalomónica, después de
la división del reino entre Israel y Judá (931 a.C.). Esto se infiere por la referencia a Siclag,
ciudad filistea que, según el autor, “vino a ser de los reyes de Judá hasta hoy” (1 S. 27:6) y por
las alusiones a Israel y Judá (11:8; 17:52; 18:16; 2 S. 5:5; 11:11; 12:8; 19:42–43; 24:1, 9).
Ubicación histórica. Los eventos que se describen en 1 y 2 Samuel giran alrededor de la vida de
tres personajes importantes—Samuel, Saúl y David. Primero Samuel comienza con la narrativa
del nacimiento de Samuel, que ocurrió hacia finales del s. XII, alrededor del año 1120 a.C.
Primero Reyes inicia con la historia de la sucesión monárquica. Estando en su lecho de muerte,
David hizo los arreglos necesarios para que su hijo Salomón heredara el trono. Ese
acontecimiento debe fecharse en el 971 a.C. Por lo tanto, el período histórico de los libros abarca
alrededor de 150 años.
Los 300 o más años de la historia de Israel bajo el gobierno de los Jueces estuvieron
marcados por la anarquía y la declinación política, moral y espiritual. La situación llegó a tal
extremo, que incluso los hijos de Elí, el sumo sacerdote que oficiaba al final del s. XII, habían
apostatado totalmente de la fe y habían utilizado el ministerio sacerdotal para satisfacer sus
tendencias licenciosas y obtener ganancias ilícitas. En el preciso momento en que parecía que la
nación había llegado a la peor podredumbre, Dios intervino. En respuesta a las oraciones
piadosas de Ana, le concedió el nacimiento de Samuel. El fuerte liderazgo de Samuel como juez,
profeta y sacerdote proveyó para el pueblo un respiro temporal de las amenazas internas y
externas. Sin embargo, cuando envejeció y se requirió de un sucesor, infortunadamente sus
propios hijos no fueron dignos de tomar su lugar. Ese hecho, aunado a las invasiones de los
amonitas por el oriente del río Jordán, orillaron a Israel a demandarle que les diera un rey “como
tienen todas las naciones” (1 S. 8:5, 20). A pesar de que él se molestó por esa petición, la cual
implicaba el rechazo de Jehová como Rey, Samuel seleccionó a Saúl para que fuera el monarca.
Esa elección fue determinada y aprobada por Jehová mismo. Así fue como se estableció la
monarquía en Israel. Las circunstancias y el tiempo de su institución no eran los apropiados, pero
la idea de que se instituyera la realeza era parte del plan de Dios, tal como él lo había revelado
anteriormente, en el tiempo de los patriarcas (Gn. 17:6, 16; 35:11; Dt. 17:14–20). Al final, al
seleccionar y ungir a David, el segundo rey de Israel, Samuel pudo ver el inicio de la dinastía
real que el Señor había prometido como parte de su plan mesiánico y redentor (Gn. 49:10; Nm.
24:17). Los libros de Samuel, entonces, abarcan ese período crítico de la historia de Israel: de la
época de los jueces a la monarquía, de fracciones tribales débiles, a un gobierno central
poderoso.
Propósito. Los libros de Samuel proveen un relato de la historia de Israel desde finales del s. XII
hasta principios del X a.C. Pero, tal como sucede con toda la historia bíblica, estos libros deben
mantenerse en una perspectiva teológica y no considerarlos un simple relato de eventos,
divorciados de los propósitos y plan de Dios. Dado que se puede sostener que el tema más
importante de la teología bíblica se relaciona con el establecimiento de la soberanía de Dios
sobre todas las cosas, se puede decir que el propósito específico de 1 y 2 Samuel es mostrar
cómo esa soberanía fue delegada a la nación de Israel a través de la línea divinamente elegida de
reyes davídicos. David y su dinastía demuestran lo que significa gobernar bajo la autoridad de
Dios. Además, fue a través de la casa real de David que se encarnó nuestro Señor Jesucristo, su
descendiente más sobresaliente. Cristo gobernó perfectamente en su propia vida y proveyó con
su muerte y resurrección, la base sobre la cual los que creen en él pueden reinar con, y a través
de él (2 S. 7:12–16; Sal. 89:36–37; Is. 9:7).

BOSQUEJO

I. Preparativos para la monarquía (caps. 1–9)


A. Nacimiento y niñez de Samuel (cap. 1)
1. Familia de Samuel (1:1–3)
2. El problema de Ana (1:4–8)
3. Oración de Ana (1:9–18)
4. Nacimiento de Samuel (1:19–23)
5. Presentación de Samuel ante Dios (1:24–28)
B. Cántico de Ana (2:1–10)
1. Ana se gloría en el Señor (2:1)
2. Ana exalta al Señor (2:2–8)
3. Lo que Ana esperaba del Señor (2:9–10)
C. Situación en Silo (2:11–36)
1. Progreso de Samuel (2:11, 26)
2. Pecados del sacerdocio (2:12–17, 22–25)
3. Bendición de la familia de Samuel (2:18–21)
4. Rechazo del sacerdocio (2:27–36)
D. Llamamiento de Samuel (cap. 3)
1. La voz divina (3:1–10)
2. El mensaje divino (3:11–14)
3. Reivindicación de Samuel (3:15–21)
E. El arca (caps. 4–7)
1. Captura del arca (cap. 4)
2. Poder del arca (cap. 5)
3. Regreso del arca (6:1–7:1)
4. Restauración del arca (7:2–17)
F. Selección de un rey (caps. 8–9)
1. El pueblo exige un rey (8:1–9)
2. Naturaleza del rey (8:10–18)
3. Presentación del rey (8:19–9:14)
4. Elección del rey (9:15–27)
II. Período de Saúl (caps. 10–31)
A. Saúl asciende al trono (caps. 10–14)
1. Israel elige a Saúl (cap. 10)
2. Primera victoria de Saúl (cap. 11)
3. Discurso de Samuel (cap. 12)
4. Primera reprensión para Saúl (cap. 13)
5. Jonatán en peligro (cap. 14)
B. Rechazo de Saúl (cap. 15)
C. Saúl y David (caps. 16–26)
1. En términos amistosos (caps. 16–17)
2. En términos de enemistad (caps. 18–26)
D. Muerte de Saúl (caps. 27–31)
1. David en Siclag (cap. 27)
2. Saúl en Endor (cap. 28)
3. Regreso de David a Siclag (caps. 29–30)
4. Batalla en Gilboa (cap. 31)

COMENTARIO

I. Preparativos para la monarquía (caps. 1–9)


A. Nacimiento y niñez de Samuel (cap. 1)
1. FAMILIA DE SAMUEL (1:1–3)
1:1–3. Samuel fue hijo de Elcana, efrateo de Ramataim de Zofim. Esa área, también
conocida simplemente como Ramá (“la altura”), se encontraba en las montañas, aprox. 24 kms.
al norte de Jerusalén. Es posible identificarla, según Eusebio, con Arimatea, el hogar de José de
Arimatea de la época novotestamentaria. (Ramá fue el lugar de nacimiento de Samuel [vv.
19–20], el lugar de su residencia [7:17] y donde fue sepultado [25:1]). La descripción que se
hace de Elcana como procedente de la tribu de Efraín presenta cierto problema, ya que Samuel
fungió como sacerdote, que era un ministerio reservado exclusivamente para los levitas. Sin
embargo, Elcana era descendiente directo de Leví (1 Cr. 6:33–38) y fue así como Samuel pudo
cumplir la función sacerdotal. Elcana era levita por su linaje, pero efrateo por residencia. Una
indicación de la falta de leyes que imperaba en los tiempos en que nació Samuel es el
matrimonio bígamo de su padre. En esos días, era usual (aunque nunca fue aprobado por Dios)
que un hombre cuya esposa era estéril pudiera tomar una segunda mujer para tener hijos (Gn.
16:1–3; 30:3–4, 9–10, etc.). Eso explica por qué Elcana tenía … dos mujeres y por qué Ana, la
amada pero estéril, deseara un hijo con tanto anhelo.
2. EL PROBLEMA DE ANA (1:4–8)
1:4–8. Dado que la posteridad de un hebreo dependía de tener hijos que perpetuaran su
nombre, la incapacidad de su esposa para concebir se consideraba una maldición de parte de
Dios. (De acuerdo con Dt. 7:13–14 tener hijos era una señal de bendición divina. Por ello, los
israelitas consideraban la esterilidad como maldición.) Pero la esterilidad de Ana no hizo que
disminuyera el amor de Elcana por ella. De hecho, le daba el doble de la porción que daba a
Penina, su segunda esposa, cuando llevaban sus ofrendas a Jehová … en Silo, lugar que se
encontraba aprox. a 25 kms. al norte de Ramá. Allí fue donde Josué estableció el lugar del
tabernáculo (Jos. 18:1). Eso molestaba a Penina, por lo que menospreciaba a su rival Ana (1 S.
1:6–7). Uno puede recordar los celos que Raquel debe haber sentido en su corazón por la
bigamia de Jacob (Gn. 30:1). La seguridad de la devoción que Elcana le profesaba no surtía
efecto alguno sobre Ana y tampoco aliviaba su profundo dolor (1 S. 1:8). Su único consuelo era
entregarse completamente a la misericordia de Dios.

3. ORACIÓN DE ANA (1:9–18)


1:9–18. La ley requería que todos los varones adultos de los hebreos asistieran al tabernáculo
o templo de Jehová durante las tres festividades religiosas más importantes del año (Éx.
23:14–17). En ese período de la historia, el tabernáculo se encontraba en Silo, 24 kms. al norte
de Ramá. Elcana asistía regularmente a las festividades con sus esposas, y Ana derramaba su
espíritu ante Dios rogándole por un hijo varón. En una de esas ocasiones, Ana hizo un voto al
Señor de que si le otorgaba su petición, ella entregaría su hijo para que sirviera a Jehová todos
los días de su vida. Esa dedicación era un voto de nazareato, mismo que se describe en Números
6:1–8. Ese fue el mismo voto que juraron los padres de Sansón cuando lo dedicaron al Señor en
idénticas circunstancias (Jue. 13:2–5). La oración silenciosa de Ana fue tan intensa, que el
sacerdote Elí, que estaba sentado cerca de allí, notó el movimiento de la boca de ella y supuso
que estaba ebria. Cuando conoció su verdadera situación, le aseguró que Jehová respondería a su
petición.

4. NACIMIENTO DE SAMUEL (1:19–23)


1:19–20. Poco tiempo después del regreso de Ana a Ramá, concibió, y al cumplirse el
tiempo de gestación, dio a luz un hijo a quien puso por nombre Samuel. Aunque técnicamente
ese nombre significa “su nombre es Dios” o algo similar, Ana debe haber entendido que el
nombre significaba “pedido a Dios”, porque ella le había “pedido” (šā’al) a Dios un hijo y él la
había “escuchado” (šāma‘). Así que “Samuel” podría relacionarse con el vocablo šămūa‘’ēl,
“oído por Dios”, porque ella lo había pedido a Jehová.
1:21–23. Durante la siguiente fiesta anual, Elcana fue a Silo a ofrecer a Jehová el sacrificio
(cf. v. 3) y en esa ocasión también pagó su voto al Señor. Ese pago debe haber consistido en
ofrendar al mismo Samuel a quien Elcana (y Ana) habían prometido entregar si el Señor
respondía a sus oraciones (cf. Lv. 27:1–8; Nm. 30:1–8).
Ana y Samuel no acompañaron a Elcana, puesto que el niño no había sido aún destetado, y
era totalmente dependiente de su madre. Elcana aprobó esa sabia decisión y estuvo de acuerdo
en que Ana y Samuel se quedaran en su hogar. Sin embargo, es probable que él haya sentido
cierto temor al impedir que temporalmente Samuel estuviera al servicio del Señor, poniendo así
en peligro el favor divino (al darles un hijo que fuera sano y madurara). Por eso, Elcana oró para
que Jehová cumpliera su palabra.

5. PRESENTACIÓN DE SAMUEL ANTE DIOS (1:24–28)


1:24–28. Después de que Ana hubo destetado a su hijo, cumplió su promesa y lo llevó
consigo a Silo para ofrecerlo a Jehová para que fuera nazareo de por vida. La costumbre era que
los niños fueran destetados hasta cumplir los tres años (V. el libro apócrifo de 2 Macabeos 7:27).
Así que el pequeño Samuel no representaría carga alguna para Elí y los sacerdotes de Silo.
Además, tenía la suficiente edad como para aprender los rudimentos del servicio del tabernáculo.

B. Cántico de Ana (2:1–10)


Este es uno de los más antiguos y más conmovedores poemas del A.T. Es tan mesiánico en
su carácter que María, la madre de Jesús, lo incluyó en su propio cántico de triunfo, el
Magnificat, en el cual alabó a Dios por haberla elegido para ser la madre humana del Mesías (Lc.
1:46–55).

1. ANA SE GLORÍA EN EL SEÑOR (2:1)


2:1. Haciendo una clara referencia a su rival Penina, Ana habló de su gozo en Jehová, quien
por fin la había ayudado, dándole la satisfacción de ser madre. Los cuernos, usados por los
animales como defensa y ataque, simbolizaban el poder. Así que Ana habló de su cuerno (V.
“cuerno” en RVR09 y BLA nota mar. La RVR60 trad. “poder”.) para describir la fortaleza que le
había venido cuando Dios contestó sus oraciones.

2. ANA EXALTA AL SEÑOR (2:2–8)


2:2–8. A través de sus atributos de santidad, poder (refugio), conocimiento y discernimiento
(vv. 2–3), y en vista de sus hechos tanto a favor del piadoso como del impío (vv. 4–8), el Señor
muestra su asombrosa soberanía en las relaciones humanas. En especial, resalta la referencia que
hace de sí misma (v. 5) y de Penina, respectivamente: Hasta la estéril ha dado a luz siete, y la
que tenía muchos hijos languidece. Al pasar el tiempo, Ana tuvo otros cinco hijos (v. 21), pero
la expresión “siete” simboliza el cumplimiento de su deseo de tener un hijo. Las frases
quebrantar los arcos (v. 4), saciar a los hambrientos (v. 5), levantar de la muerte (v. 6), y
enaltecer al pobre (vv. 7–8), se refieren al principio de que la decisión final de todas las cosas
está en las manos de Jehová. Él es quien creó al mundo (v. 8) y también hizo que Ana triunfara.

3. LO QUE ANA ESPERABA DEL SEÑOR (2:9–10)


2:9–10. Además de declarar que Jehová bendice a sus santos, mas trae la destrucción sobre
los impíos (v. 9), Ana termina su poema con el anuncio profético de que el Señor dará poder a
su Rey, y exaltará el poderío (“cuerno”, RVR09) de su Ungido. La referencia que este pasaje
hace a un rey antes de que existiera la monarquía ha hecho que muchos críticos afirmen que el
poema fue redactado en un período más tardío y que fue puesto en labios de Ana. Pero si uno
acepta la posibilidad de que exista la profecía predictiva [la que se refiere a hechos futuros
cuando se escribió], no es necesario afirmar tal cosa. Además, el conocimiento de un rey humano
venidero no es ajeno a la expectativa israelita, ya que el Señor había hablado de ello claramente
desde los tiempos de Abraham (V. la Introducción). La palabra paralela a “rey” (v. 10), es
“Ungido”, una trad. de māšîaḥ (“Mesías”). Esta es la primera referencia del A.T. a un individuo
que sería “el Ungido”. Aunque no podría justificarse hacer una relación directa entre la profecía
de Ana y Jesús el Mesías, es evidente que la yuxtaposición de “rey” y “Ungido” señala la
naturaleza real del ungido(s) a quien(es) Dios levantaría (V. Sal. 89:20–24).

C. Situación en Silo (2:11–36)


1. PROGRESO DE SAMUEL (2:11, 26)
2:11, 26. Inmediatamente después del regreso de sus padres a casa el joven Samuel comenzó
su capacitación delante del sacerdote Elí (v. 11), la cual se caracterizó por su desarrollo físico,
pero especialmente por el moral y espiritual (v. 26). Él crecía en sabiduría y en estatura, y en
gracia para con Dios y los hombres es una descripción adecuada de un hijo que, como al igual
que el de María, había venido como una bendición de Dios al mundo (Lc. 2:52).

2. PECADOS DEL SACERDOCIO (2:12–17, 22–25)


2:12–17, 22–25. Ya se ha registrado la razón humana para el nacimiento de Samuel. Él nació
en respuesta a las oraciones de una madre piadosa. Ahora era importante entender la razón divina
de su venida. El libro de Jueces afirma: “en estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo
que bien le parecía” (Jue. 21:25), lo cual también se aplicaba a los sacerdotes. Elí era
aparentemente un hombre muy moral, pero había perdido el control de sus hijos, que incluso
llegaron al punto de apropiarse de la carne de los sacrificios animales que por derecho le
pertenecían a Jehová y sus ofrendas (1 S. 2:12–17). Más aún, practicaban la fornicación ritual
en el mismo recinto del tabernáculo de Silo, tal como se hacía en las prácticas cúlticas de los
cananeos (vv. 22–25).

3. BENDICIÓN DE LA FAMILIA DE SAMUEL (2:18–21)


2:18–21. Como si quisiera mostrar un contraste entre lo impío y lo piadoso relacionado con
lo que Ana acababa de cantar, el autor compara a la familia de Samuel con la de Elí. A pesar de
que la madre de Samuel había entregado a su hijo a Jehová, ella todavía lo amaba y sentía una
gran responsabilidad por él. Por eso, iba cada año a Silo para cubrir las necesidades de su hijo.
Tampoco Jehová se olvidó de Ana. Como sucede con frecuencia, él le dio no solamente aquello
por lo que había orado, sino mucho más—en su caso tres hijos y dos hijas (cf. el ejemplo de
Raquel, Gn. 30:22–24; 35:16–18).

4. RECHAZO DEL SACERDOCIO (2:27–36)


2:27–36. No es de sorprender que Dios haya rechazado el sacerdocio de Elí y sus hijos.
Después de repasar las circunstancias de la selección de los antecesores de Elí para que fueran
sacerdotes delante de Jehová sobre los hijos de Israel (vv. 27–28), un varón de Dios cuyo
nombre no se menciona, le anunció a Elí que su sacerdocio terminaría porque había violado los
requisitos estipulados para que continuara en su familia (vv. 29–33). Sin embargo, Jehová no
terminaría con el oficio de sacerdote, pues levantaría un sacerdote fiel (v. 35), cuya línea de
sucesión (casa) sería establecida firmemente y quien ministraría delante de su ungido (i.e., el
rey) para siempre. En términos humanos eso se cumplió cuando el sacerdocio le fue quitado a
Abiatar, descendiente de Itamar hijo de Aarón y fue dado a Sadoc, descendiente de Eleazar, hijo
de Aarón (1 R. 2:27, 35). Pero en el sentido más estricto, el “sacerdote fiel” y “el ungido” es uno
solo y el mismo, el Señor Jesucristo. Él es sacerdote y rey (Sal. 110; He. 5:6; Ap. 19:16).

D. Llamamiento de Samuel (cap. 3)


Por varios siglos Dios se había comunicado muy poco con su pueblo a través de revelaciones
(v. 1). Pero ahora contaba con un hombre a quien podría confiar su mensaje. Él llamó al joven
Samuel.

1. LA VOZ DIVINA (3:1–10)


3:1–10. Aunque Samuel había sido dedicado al ministerio levítico en Silo y había pasado por
el adiestramiento en las cosas de Jehová, todavía no le había sido revelada directamente la
palabra del Señor (v. 7). Por fin el tiempo llegó para que Jehová cumpliera su promesa de quitar
el sacerdocio de Elí y establecer otro, y para que cesara el silencio divino. Samuel se encontraba
recostado en el tabernáculo (el significado del heb. hêkāl, es templo, v. 3) al pendiente de la
lámpara y oyó la voz de Jehová, la cual por equivocación confundió con la de Elí. Finalmente
Elí entendió que lo estaba llamando Jehová y le aconsejó que se sometiera a lo que Jehová le
ordenara.

2. EL MENSAJE DIVINO (3:11–14)


3:11–14. El mensaje consistió en anunciarle que la remoción de la familia de Elí del
sacerdocio estaba por llegar. Era una noticia tan estremecedora, que quien la oyera haría que le
retiñeran ambos oídos, tal como un martillo retiñe sobre una campana. La razón de ello se dice
explícitamente—los hijos de Elí eran impíos y aunque su padre lo sabía, no los había estorbado.
Aunque el mensaje le fue dado a Elí a través de Samuel en ese momento, Elí vivió un poco más
de tiempo y el sacerdocio continuó en su familia por tres generaciones más. Eso es evidente por
14:3—Ahías fungió como sacerdote del rey Saúl. A él se le identifica como el bisnieto de Elí,
nacido a través de Finees y Ahitob. La profecía de Samuel vino a cumplirse por completo cuando
el rey David puso a Sadoc en lugar de Abiatar, hijo de Ahías (también llamado Ahimelec en
22:9–12), después de que Abiatar se puso de lado de Adonías para oponerse a Salomón (1 R.
1:7–8; 2:27, 35). Por lo tanto, el tiempo que transcurrió entre la profecía y su cumplimiento fue
de más de 130 años. No obstante, se cumplió lo dicho por Dios y el sacerdocio fue entregado a
Sadoc descendiente de Eleazar e hijo de Aarón, y permaneció en poder de sus descendientes a
través de toda la historia posterior de Israel.

3. REIVINDICACIÓN DE SAMUEL (3:15–21)


3:15–21. Elí reconoció que ese primer acto de Samuel como profeta provenía de Dios. Ese
fue sólo el comienzo de un ministerio profético público que duraría toda su vida y que sería
reconocido por todo el pueblo como un llamamiento divino, ya que la palabra de Jehová
“escaseaba en aquellos días” (v. 1). Sin embargo, ahora sería común que él hablara, puesto que
había encontrado un hombre en quién confiar. La prueba de que Samuel era el embajador de
Dios fue que el Señor no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras (v. 19); i.e., todo lo que
profetizó se cumplió. Todo Israel, desde Dan hasta Beerseba (las ciudades que formaban la
frontera norte y sur de Israel—en total una distancia de aprox. 240 kms.), conoció que Samuel
era fiel profeta de Dios. La prueba más clara de que un hombre era llamado a ser profeta era
que su palabra predictiva se cumplía siempre y sin error (Dt. 18:21–22). Una nueva era en la
revelación divina estaba entrando en vigor cuando se manifestó que los derechos de Samuel
como profeta estaban bien fundamentados. La revelación a través del sacerdocio y el efod estaba
quedando atrás y dando paso a la revelación a través de los profetas.

E. El arca (caps. 4–7)


1. CAPTURA DEL ARCA (CAP. 4)
Los filisteos fueron enemigos acérrimos de Israel durante el período de los últimos jueces
(Jue. 10:6–8; 13–16). Eran un pueblo no semítico cuyos orígenes probablemente se encuentran
en Creta o en alguna otra parte cercana al mar Egeo (Gn. 10:14; V. Jer. 47:4; Dt. 2:23; Am. 9:7).
Llegaron a Canaán en dos migraciones diferentes, una muy antigua, durante el tiempo de
Abraham (2000 a.C.) y la otra, alrededor de 1200 a.C. Vivían en cinco ciudades principales de la
costa sur de Canaán—Gaza, Ascalón, Ecrón, Gat y Asdod. Eran gente avanzada en tecnología y
fueron los pioneros en el uso del hierro y otras habilidades de combate (1 S. 13:19–20). El dios
principal de su mitología era Dagón, deidad a la que también se adoraba en la Alta Mesopotamia
como dios del grano. Algunos estudiosos sugieren que el dios Dagón de los filisteos se
representaba con un torso y cuerpo humanos con cola de pez. Es posible que los filisteos
originales fueran marineros y trajeran su dios-pez a Canaán y luego lo adaptaran al dios semítico
Dagón (o Dagán, como se conoce extrabíblicamente), por la necesidad que tenían de convertirse
en gente productora de semillas (Jue. 15:3–5).
4:1–11. Cuando Samuel era todavía joven, los filisteos atacaron a Israel en Afec, lugar que
se encuentra aprox. a 40 kms. al poniente de Silo. Cuando se dieron cuenta de que los filisteos
iban a ganar, los israelitas enviaron hombres a Silo, y trajeron de allá el arca del pacto al
campo de batalla, pues supersticiosamente creían que su presencia, como objeto de suerte, les
ayudaría a superar la dificultad. El arca sí representaba la presencia de Jehová en batalla (Nm.
10:35; Jos. 6:6), pero solamente cuando el pueblo la cargaba con fe y bajo la dirección divina.
Aun los filisteos se atemorizaron cuando supieron que el arca se encontraba en el campamento
de Israel, pues habían oído de su relación con los dioses poderosos que los habían sacado de
Egipto hacía más de 300 años (1 S. 4:6–8). Sin embargo, con gran valor pelearon, pues, los
filisteos, e Israel fue vencido. En la batalla, el arca … fue tomada, y los hijos de Elí, sus
cuidadores, encontraron la muerte (v. 11).
4:12–22. Cuando Elí, que estaba en Silo, supo que el arca había sido tomada por los
filisteos paganos y que sus hijos … fueron muertos … cayó hacia atrás de la silla …, se
desnucó y murió. Poco después, su nuera la mujer de Finees murió al dar a luz un hijo a
quien llamó Icabod, “no hay gloria” (’îḵāḇôḏ). Dado que el arca representaba la presencia de
Dios en Israel, su captura sugería que no solamente se habífa ido el arca, sino que el Señor
mismo y toda su gloria estaban en manos de sus enemigos. La mentalidad de los paganos
suponía que sus dioses podían ser llevados al exilio (Is. 46:1–2), pero los israelitas debían haber
sabido que su omnipresente Dios no podría ser quitado de ellos. ¡Cuán pagana se había vuelto la
percepción de Israel acerca del Señor!

2. PODER DEL ARCA (CAP. 5)


5:1–5. Los filisteos estaban por aprender el hecho de que el Dios de Israel era omnipresente
y omnipotente. Puesto que tomaron el arca como un trofeo de su conquista, la llevaron en primer
lugar a Asdod …, la casa de Dagón, ubicada aprox. a 80 kms. al suroeste de Silo. Allí la
colocaron a los pies de Dagón (o de su cola) como diciendo que Dagón era el vencedor y Jehová
su prisionero. Pero al siguiente día, la imagen de Dagón estaba postrada delante del arca.
Levantaron al ídolo y lo pusieron en su lugar, pero el siguiente día, nuevamente había caído
postrado en sumisión ante Jehová. Esta vez, estaba roto y mutilado. Solamente el tronco quedó
intacto. La cabeza …, y las dos palmas de sus manos estaban cortadas y esparcidas por el
umbral o estrado. La palabra que se trad. “umbral” (mip̱tān) puede y debería entenderse como el
pedestal en el cual estaba posado el ídolo. Los filisteos estaban tan avergonzados por la desgracia
de su dios, que a partir de ese momento se rehusaron a volver a poner un pie en el escenario de
tal calamidad.
5:6–12. También fueron afectados personalmente, pues el Señor envió una plaga a los
pobladores de Asdod que fue transmitida por las ratas y que causaba grandes tumores (hebr.
’ōp̱el, “prominencia”) en el cuerpo (5:6). La naturaleza de la plaga no es muy clara, pero parece
que fue algún tipo de afección en el área rectal como indica la palabra hebr. ’ōp̱el.
Probablemente era una dolencia parecida a las hemorroides, como sugieren algunas versiones
(e.g., RVR09 y NC, v. 12).
En total desesperación por lo ocurrido, los asdoditas decidieron enviar el arca … a Gat,
localizada a unos 19 kms. al sureste en dirección a Israel. Sin embargo, los moradores de Gat
fueron víctimas del mismo desastre (v. 9); así que finalmente el arca fue trasladada a Ecrón, a
donde ya habían llegado las noticias de sus poderes mortíferos. Los habitantes de esa ciudad
corrieron con la misma suerte y de inmediato determinaron enviar el arca (el cofre cuyo
contenido, según ellos, era el Dios de Israel) a su lugar. Esto podría parecer muy ingenuo a los
lectores modernos, pero la gente de todos los tiempos ha intentado encajonar a Dios y
manipularlo a su conveniencia.

3. REGRESO DEL ARCA (6:1–7:1)


6:1–12. Después de sufrir la humillación de su dios Dagón y las consecuencias fatales y
dolorosas de la plaga enviada por Dios, los nobles de los filisteos decidieron devolver el arca de
Jehová a Israel. Siguiendo sus técnicas supersticiosas, consultaron a sus sacerdotes y adivinos,
quienes les aconsejaron volver a enviar el arca junto con otros objetos de tributo como cinco
tumores de oro y cinco ratones de oro, para representar las cinco ciudades filisteas (vv. 17–18).
Esas ofrendas para el Dios de Israel eran como un reconocimiento de su superioridad (v. 5).
Además, el arca debía ser enviada en un carro nuevo como una prueba más del origen de sus
problemas. Si los animales (dos vacas que todavía estuvieran criando a sus becerros y en las
cuales nunca había sido puesto yugo, v. 7) tiraban del carro en dirección de Israel, sería muy
claro que su Dios les había causado la aflicción. Y si no, los filisteos podrían atribuir el desastre
a la mala suerte o a un accidente.
Aunque no se sabe mucho acerca de la adivinación en el A.T., ya que estaba prohibida para
Israel, abundan los textos de adivinación en el mundo del antiguo Cercano Oriente. En ellos se
mencionan las técnicas que usaban para descubrir la intención de los dioses así como las que
utilizaban para contrarrestar los presagios malignos. Como en esta historia, era frecuente que
utilizaran una forma binaria, i.e., se hacía una prueba en la que sólo era posible una respuesta: sí
o no. Es probable que cuando Gedeón usó un pedazo de lana estaba recurriendo a tal práctica de
adivinación, pero libre de todo matiz pagano. Echar las suertes era algo similar. De cualquier
manera, las sospechas de los filisteos fueron confirmadas cuando las bestias caminaron sin
apartarse ni a derecha ni a izquierda hasta que llegaron a Israel. Era obvio que Jehová había
causado todos sus problemas.
6:13–7:1. Los israelitas estaban tan gozosos de ver el arca después de siete meses (6:1), que
ofrecieron un sacrificio con las vacas en Bet-semes. Esa era la ciudad fronteriza hacia donde el
arca se había dirigido, y estaba a 24 kms. al poniente de Jerusalén (V. el mapa “Traslados del
arca del pacto”, en el Apéndice, pág. 297). Desafortunadamente, los de Bet-semes no solamente
se regocijaron por el regreso del arca (6:13) y ofrecieron … holocausto en adoración
(6:14–15), sino que también la profanaron cuando la abrieron y vieron su interior (6:19), quizá
para comprobar si las tablas de la ley todavía estaban allí. Esa fue una violación al estatuto
mosaico que estipulaba que sólo los levitas podían manipular el arca y que ni ellos podía
siquiera tocarla directamente, mucho menos ver su interior (Nm. 4:5, 15, 20). La desobediencia a
ese asunto ocasionaba la muerte. El pecado de la gente de Bet-semes fue deliberado, una
violación flagrante de la voluntad de Dios que claramente se había manifestado (1 S. 6:19; cf. 2
S. 6:6–7). (De acuerdo a la VP, BJ, NC y otros mss. hebr., setenta personas murieron. Sin
embargo, la mayoría de los mss. hebr. registran 50,070. Parecería un número demasiado grande,
pero podría explicarse por medio de algo que todavía no se ha descubierto.) Lo importante es que
no solamente los incrédulos (los filisteos) padecen cuando la ley de Jehová es quebrantada; los
creyentes (los israelitas) también sufren cuando no se conforman a los requerimientos estrictos
de Dios. Después de ese desastre en Bet-semes, el arca se trasladó nuevamente (1 S. 6:21), esta
vez a Quiriat-jearim (la moderna Abu Ghosh, aprox. a 16 kms. al noroeste de Jerusalén). No
hay duda alguna de que el arca fue llevada allá en vez de a Silo porque esa ciudad fue destruida
por los filisteos, quizás después de la batalla de Afec (cap. 4; cf. Jer. 26:9). En ese lugar, el arca
permaneció bajo la custodia de la familia de Abinadab (1 S. 7:1) cerca de 100 años.

4. RESTAURACIÓN DEL ARCA (7:2–17)


El regreso del arca a Quiriat-jearim parecía ser una señal tangible de que Dios estaba una vez
más en medio de su pueblo para bendecirlo y liberarlo de todos sus opresores. Sin embargo,
Israel había aprendido en la batalla de Afec, que la sola presencia del arca no garantizaba el favor
del Señor. En lugar de ello, lo esencial era la sumisión al Dios del arca (v. 4).
7:2. Después de que el arca estuvo en Quiriat-jearim por más de veinte años, Samuel se
dirigió a los israelitas (v. 3). En otras palabras, el arca estuvo en Quiriat-jearim por 20 años antes
de que Samuel iniciara su primer ministerio público que se conoce. De hecho, el arca permaneció
en Quiriat-jearim por aprox. 100 años. Fue llevada allí justo después de la batalla de Afec (1104
a.C.) donde permaneció hasta que David la llevó a Jerusalén en su primer año de gobierno sobre
todo Israel (1003 a.C.; V. 2 S. 5:5; 6:1–11).
7:3–4. Después de esos veinte largos años que el arca estuvo en Quiriat-jearim, Samuel retó
al pueblo de Israel a que probara su lealtad a Jehová dejando los dioses ajenos y volviéndose a
Jehová solamente. El pl. los baales y … Astarot describe los abundantes lugares sagrados que
había dedicados a las deidades cananeas de la naturaleza. Baal, también identificado como el hijo
de El (cabeza de los dioses cananeos) o como el hijo de Dagán (deidad de Mesopotamia), era
reconocido particularmente como dios del trueno y la lluvia, cuya tarea era hacer que la tierra
produjera. Astarot (o Astoret) era la diosa del amor y de la guerra, tal como sus contrapartes
Ishtar y Afrodita de Babilonia y Grecia respectivamente. Parece que funcionaba junto con Baal
como una deidad de fertilidad y el resultado de su unión sexual era que la tierra y toda la vida
experimentaban mágicamente cada año un efecto rejuvenecedor y de fructificación. (V.
“Algunos dioses y diosas paganos que adoraban las naciones vecinas de Israel”, en el Apéndice,
pág. 293.)
7:5–9. Después, Samuel convocó al pueblo en Mizpa, ubicada a unos 11 kms. al norte de
Jerusalén y allí oró por ellos e hizo un sacrificio en holocausto a Jehová (v. 9). Ese era el lugar
donde regularmente se realizaban asambleas en Israel. En el tiempo de los Jueces, los ancianos
de las tribus se reunieron allí para decidir el destino de Benjamín después de que esa tribu
permitió el homicidio de la concubina de un levita (Jue. 19:1–20:1, 3; 21:1, 5, 8). Más tarde, Saúl
fue presentado a Israel como rey en Mizpa (1 S. 10:17). Incluso, llegó a ser capital de Judá
después de la destrucción de Jerusalén por los babilonios (2 R. 25:23, 25). Con toda
probabilidad, la ciudad de Mizpa puede ser identificada con la moderna Tell en-Nesbeh.
7:10–17. Cuando los filisteos se enteraron de la reunión, atacaron a Israel en Mizpa, pero
Jehová hizo una majestuosa demostración de su poder (por medio de gran estruendo) y los
derrotó. Para conmemorar ese gran triunfo, Samuel erigió en el lugar entre Mizpa y Sen (cuya
ubicación es desconocida), un monumento al cual llamó Eben-ezer, que significa lit. la “piedra
de la ayuda [de Dios]”. Es obvio que eso terminó con la ocupación de la tierra israelita a manos
de los filisteos, aunque posteriormente, éstos aparecían una y otra vez para molestar a Israel
(13:5; etc.). El amorreo (7:14) se refiere al pueblo que habitaba en las montañas del sur de
Canaán (V. Nm. 13:29; Jos. 10:5). De ahí en adelante, juzgó Samuel a Israel todo el tiempo
que vivió, haciendo un circuito (de aprox. 80 kms. de circunferencia) que incluía Bet-el …
Gilgal … Mizpa, así como su lugar natal Ramá (V. “Las ciudades de Samuel”, en el Apéndice,
pág. 298).

F. Selección de un rey (caps. 8–9)


Después de la batalla en Eben-ezer (7:12), alrededor de 1084 a.C. (V. el comentario de 7:2),
la nación de Israel estuvo dispuesta a seguir el liderazgo de Samuel por los aprox. 30 años que
siguieron. El pueblo había hecho intentos fallidos para establecer una monarquía durante los días
de los jueces (V. Jue. 8:22–23; 9), lo cual iba en contra del ideal teocrático de un reinado divino.
Pero cuando Samuel envejeció, y parecía que no viviría mucho tiempo más, el pueblo
nuevamente expresó su deseo de tener un monarca. Dios ya tenía en mente a un hombre que sería
levantado y señalado en el tiempo que él lo determinara (Dt. 17:14–15), pero ese momento no
había llegado aún. Así que el escenario estaba listo para que se diera un encuentro entre Samuel
y el pueblo.

1. EL PUEBLO EXIGE UN REY (8:1–9)


8:1–6. Poco tiempo antes del año 1051 a. C., año en que Saúl llegó a ser rey (habiendo
Samuel envejecido. Para entonces probablemente tenía entre 65 y 70 años), el pueblo de Israel,
consciente de la avanzada edad de Samuel y de la maldad de sus hijos (vv. 3, 5), exigieron al
profeta que seleccionara un rey que los gobernara. Los hijos de Samuel habían fungido como
jueces en Beerseba de Judá y sin duda, sus actos recordaban al pueblo de Israel la maldad de los
hijos de Elí (2:12, 22). Probablemente el pueblo temía que se repitieran los días aciagos
anteriores a que Samuel fuera elegido por el Señor. Los hijos de Samuel, Joel y … Abías …
eran jueces deshonestos, que se dejaban sobornar y pervertían la justicia en vez de seguirla. Por
supuesto que Samuel sentía dolor de que el pueblo quisiera un rey humano, porque era Dios
quien los había redimido de Egipto para que fuera su pueblo y él, su Rey.
8:7–9. Pero dijo Jehová a Samuel que el pueblo no lo estaba rechazando a él, sino a Dios
mismo. Además, él permitiría que tuvieran un rey, pero tendrían que vivir lamentando ese
impulso.
El requerimiento de un rey humano no era malo en sí mismo, puesto que Dios ya lo había
prometido (V. Introducción). Pero cuando se negaron a esperar el tiempo divino causó desagrado
al Señor y a su profeta. Cuando se enfrentó al conflicto con los amorreos (V. 12:12–13), el
pueblo dijo que quería un rey “como … todas las naciones” (8:5). Aunque reconoció la dirección
de Jehová en la aplastante victoria sobre los filisteos en Eben-ezer, Israel exigió que le dieran un
líder falible y humano.

2. NATURALEZA DEL REY (8:10–18)


8:10–18. Finalmente, Samuel cedió y dijo al pueblo que Dios concedería su petición, pero
que el rey sería un déspota, un dictador exigente que se enriquecería a expensas de ellos.
Además, los forzaría a involucrarse en sus asuntos militares y domésticos (vv. 11–13, 16, 17).
Asimismo, se iba a apoderar de sus propiedades, las usaría para su provecho (vv. 14, 16), y les
impondría pesados tributos (vv. 15, 17). Y cuando todo eso pasara, sería demasiado tarde para
reclamar nada, porque la gente habría cosechado las consecuencias de obedecer sus deseos
carnales (v. 18). Poco después de que Saúl subiera al trono, muchas de esas predicciones se
cumplieron (14:52) y continuaron marcando la larga historia de la monarquía tanto en Israel
como en Judá (2 S. 15:1; 1 R. 12:12–15; 21:7).

3. PRESENTACIÓN DEL REY (8:19–9:14)


8:19–9:2. Después de que el Señor había acordado que el pueblo tuviera a su rey como
todas las naciones, Saúl es presentado en la historia. Él era un benjamita, alto y bien parecido
(9:1), que aparentaba ser tímido y cualquier otra cosa, menos un rey. Era oriundo de Gabaa
(10:26), donde la concubina de un levita que había buscado hospitalidad, había sido violada y
asesinada (Jue. 19). Las excavaciones de Tell el-Ful, ciudad encontrada a unos 5 kms. al norte de
Jerusalén, la han identificado como el lugar de la antigua Gabaa. Aunque era uno de los hijos de
Cis, hombre de cierta influencia (1 S. 9:1), Saúl no tenía muchos recursos para que se le
encomendara la alta posición de rey a no ser por su escultural físico (9:2). Dios tuvo que
convencer tanto a Saúl como al pueblo de que él era el candidato elegido.
9:3–11. Estando en una misión en la cual debía encontrar las asnas que le pertenecían a su
padre Cis, Saúl se aproximó a la región de Zuf (en el monte de Efraín; cf. 1:1, el hogar de
Samuel). Al sirviente de Saúl se le ocurrió que ya que Samuel era vidente, podría ayudarles a
encontrar los animales. En los días de Saúl, un profeta era conocido principalmente como un
vidente (rō’eh), sin duda porque la mayor parte de su ministerio consistía en recibir la revelación
divina, aun en asuntos tan corrientes como encontrar animales perdidos. Los profetas más tardíos
actuaron más como proclamadores de la revelación; eran portavoces de Dios (nāḇî’), aunque
todos los profetas eran videntes y proclamadores. E.g., a Samuel se le conocía por ambos
términos (9:11; 3:20).
9:12–14. Cuando Saúl y su siervo llegaron a la ciudad de Samuel, supieron que el profeta iba
camino al lugar alto más cercano (un lugar de adoración en la montaña) para ofrecer un
sacrificio. Con gran decisión, los benjamitas continuaron su camino hasta que lo encontraron.

4. ELECCIÓN DEL REY (9:15–27)


9:15–27. Entre tanto, Jehová había revelado … a Samuel que Saúl estaba por llegar y que
él era el elegido para ser el rey (vv. 15–17). Eso no significa que Saúl cumplía con todos los
requerimientos de Dios, pero que en su gracia él estaba permitiendo que el pueblo obtuviera lo
que había pedido. Cuando se encontraron los dos (por el control providencial de Dios), Samuel
no solamente tranquilizó a Saúl respecto a las bestias perdidas, sino que también le dijo que él
era el elegido de Dios para ser el rey (v. 20). Visiblemente impresionado, Saúl solamente pudo
responder que era indigno de tan alto honor (v. 21). A esas alturas de su carrera, todavía se podía
ver la transparencia y humildad de Saúl. Samuel lo invitó a que se sentara con él como invitado
de honor en el festín del sacrificio (vv. 22–24) y luego a que pasara la noche en su casa en la
ciudad que estaba al pie del monte. A la mañana siguiente, Samuel lo detuvo para poder
comunicarse con él a solas (el siervo ya se había adelantado) acerca de la revelación de Dios
relacionada con su elección como rey (vv. 25–27).

II. Período de Saúl (caps. 10–31)


A. Saúl asciende al trono (caps. 10–14)
1. ISRAEL ELIGE A SAÚL (CAP. 10)
10:1–8. Samuel se dispuso a revelarle a Saúl los propósitos de Dios y lo primero que hizo
fue ungirlo con aceite. En el A.T., el acto de ungir con aceite simbolizaba la separación de una
persona u objeto para el servicio divino (Éx. 30:23–33). Ese acto también iba acompañado de la
presencia y poder del Espíritu Santo (1 S. 10:6, 10; 16:13). Cuando Samuel lo derramó sobre su
cabeza, fue para representar la aprobación de Dios sobre Saúl como príncipe sobre su pueblo.
Para confirmar a Saúl y al pueblo el llamamiento y comisión divinas, se le dijo a Saúl que
experimentaría tres señales: (a) hallaría dos hombres junto al sepulcro de Raquel, en el
territorio de Benjamín y Efraín, quienes le señalarían el paradero de las asnas perdidas; (b) se
encontraría en la encina de Tabor, que estaba entre Selsa y Gabaa, con tres hombres, que le
darían dos panes; y (c) se encontraría con una compañía de profetas que descendía del lugar
alto que estaba en Gabaa. Es de notarse que él se uniría a los profetas y profetizaría cuando el
Espíritu de Jehová viniera sobre él, después de lo cual, sería mudado en otro hombre. Con
frecuencia se toma este pasaje para decir que Saúl se convirtió y llegó a ser un hombre
espiritualmente regenerado. Sin embargo, esta terminología para describir la renovación
espiritual no se conocía en el A.T., y las subsecuentes actitudes y conducta de Saúl contradicen
que ése haya sido el caso (16:14; 18:12; 28:15–16). De hecho, lo que el Espíritu hizo fue
capacitar al Saúl carente de experiencia y educación, para que asumiera las responsabilidades
reales, de la misma manera en que los jueces que le precedieron fueron objeto de la misma
bendición (Jue. 6:34; 11:29; 13:25; 14:6, 19; 15:14).
10:9–13. Cuando Saúl se alejó de Samuel, se cumplieron todas las señales prometidas. Los
que presenciaron el cambio de carácter tan dramático e impactante que sufrió Saúl, estaban tan
sorprendidos, que crearon un proverbio que de ahí en adelante se citaba para describir un
fenómeno totalmente inexplicable e inesperado: ¿Saúl también entre los profetas? Eso no
quiere decir que llegó a formar parte del ministerio profético dirigido por Samuel, sino que
estaba capacitado para ejercer el don de profecía, al menos en esa ocasión, aunque nunca había
recibido entrenamiento profético. Esa fue una señal muy notable y convincente de la presencia
de Dios y su poder derramado en la vida de Saúl.
Hay una evidencia importante que indica que Saúl no se convirtió en profeta. Ésta descansa
en la raíz del vb. hebr. Profetizó entre ellos que significa lit. “actuó como un profeta entre
ellos”, i.e., según todas las apariencias, él era un profeta, porque podía ejercer la actividad
profética.
10:14–16. Saúl le contó a un tío suyo que con la ayuda de Samuel encontraron las asnas …,
mas del asunto del reino … no le descubrió nada.
10:17–27. Algún tiempo después Samuel reunió en Mizpa, uno de los lugares favoritos para
reuniones en tiempos del profeta (cf. 7:5–6), a los líderes de Israel. Después de recordarles su
tonta insistencia de tener un rey sin tomar en cuenta la voluntad directiva de Dios, procedió a
demostrar la elección divina de Saúl usando un proceso de eliminación (10:18–19). La suerte, o
algún método similar, cayó sobre la tribu de Benjamín, luego sobre la familia de Matri y
después fue tomado Saúl hijo de Cis (vv. 20–21). Sin embargo, al momento de ser señalado, lo
buscaron, pero no fue hallado. Una indicación de la sencilla humildad que caracterizaba a Saúl
fueron sus intentos iniciales de evitar la publicidad (v. 22), otra es que no buscó vengarse de
aquellos que ridiculizaban su elección como rey (v. 27). Pero las masas estaban convencidas de
su idoneidad para el alto puesto, y gritaron con gran júbilo: ¡Viva el rey!
Sin embargo, a los ojos del Señor, Saúl estaba descalificado. La palabra profética de Jacob
era que el cetro (del reinado) no se apartaría de Judá (Gn. 49:10). La dinastía prometida de reyes
de la cual provendría el Mesías debía originarse en Judá. Como benjamita, Saúl no podría llenar
el requisito básico del linaje. Sin embargo, el pueblo había hecho su demanda, y Jehová había
accedido. Todo lo que le restaba hacer a Samuel era investir a Saúl con la autoridad y
responsabilidad inherentes a su cargo, como se describe en un libro que fue preparado para la
coronación (1 S. 10:25). Sin duda alguna, el texto incluía las reglas mosaicas para el reinado que
se encuentran en Deuteronomio 17:14–17. Es interesante que algunos hombres de guerra se
unieran a Saúl en Gabaa (V. el comentario de 1 S. 9:1).

2. PRIMERA VICTORIA DE SAÚL (CAP. 11)


11:1–6. En cuanto Saúl hubo comenzado su reinado, una parte lejana pero importante de su
reino fue atacada por los amonitas. Era la ciudad de Jabes de Galaad, aprox. a 40 kms. al sur del
mar de Galilea, al oriente del río Jordán. La preocupación especial que sintió Saúl por esa
comunidad puede deberse a su posible antiguo nexo. Jueces 19–21 registra la historia de una
guerra civil entre Benjamín y las demás tribus que resultó en la aniquilación de todos, menos 600
hombres de Benjamín. Sin tener esposas e hijos, se esperaba que la tribu desapareciera. Para
evitarlo, los líderes de Israel propusieron que las mujeres vírgenes de cualquier ciudad que no
hubiera enviado tropas a pelear contra Benjamín, fueran apartadas y entregadas a los
sobrevivientes como esposas. Cuando descubrieron que Jabes de Galaad no había cumplido el
acuerdo, las 400 vírgenes de la ciudad fueron capturadas y dadas a los benjamitas. Puesto que
Saúl era de la tribu de Benjamín, es muy posible que parte de sus antepasados provinieran de
Jabes de Galaad.
Cuando Saúl supo que Jabes de Galaad, una ciudad sin esperanza alguna, era asediada por
los amonitas y que inevitablemente sería derrotada, se llenó de ira (1 S. 11:6) y se dio a la tarea
de levantar un ejército capaz de liberarla. El rey de Amón, Nahas, estaba tan confiado en que
ganaría, que celebró una alianza con Jabes de Galaad en la cual decía que si sus moradores se
rendían, les arrancaría el ojo derecho. Si oponían resistencia, Nahas los mataría. Los ancianos de
Jabes le pidieron siete días de gracia para encontrar ayuda. Nahas aceptó, para evitar un sitio
largo y costoso, asumiendo que Saúl no tendría poder alguno para intervenir, pues ni siquiera
tenía ejército.
11:7–15. Oyendo Saúl de la dificultad del pueblo, tomó un par de bueyes y los cortó … y los
envió por todo el territorio de Israel, diciéndoles que así se haría a los bueyes de cualquiera
que no saliera en pos de Saúl y … Samuel. Ese método de atraer la atención de las tribus es
muy similar al que usó el levita de Efraín que cortó en pedazos el cuerpo de su concubina y los
envió a las tribus, que es parte de la historia de Jueces 19–21 (V. el comentario de Jue.
19:27–30). Después de reclutar a 330,000 soldados en Bezec, a unos 20 kms. al poniente de
Jabes de Galaad, Saúl marchó toda la noche y parte de la mañana (la vigilia de la mañana era
el último tercio de la noche), enfrentó a los amonitas … y, los derrotó, y fueron dispersos. La
diferencia que se hace entre Israel y Judá (cf. 1 S. 15:4; 17:52; 18:16) indica que 1 Samuel fue
escrito después de que la nación se dividió en los reinos del norte y del sur en el año 931 a.C.
Después de esa gran victoria, Saúl fue aclamado como un gran héroe y se afirmó en su papel de
monarca, pero él atribuyó toda la gloria a Jehová. Ese logro convenció a Samuel de que Dios
había puesto su mano sobre Saúl, así que el profeta convocó a otra asamblea en Gilgal para que
el pueblo pudiera renovar allí el reino. Aunque la evidencia es algo escasa, la ocasión descrita
fue como una ceremonia de renovación del pacto, quizá junto con la celebración del primer
aniversario de Saúl como rey. La presencia de Jehová, del rey y de todos los de Israel, podría
sugerir esto, particularmente a la luz de la fiesta sacrificial que engalanó el evento (1 S. 11:15).

3. DISCURSO DE SAMUEL (CAP. 12)


12:1–5. Samuel ya había hablado al pueblo acerca de su avanzada edad y de la inminencia
de su muerte, así que nuevamente se dirigió a la asamblea de Israel siendo ya Saúl el rey. Como
si ahora quisiera restablecer su credibilidad entre ellos, Samuel pidió que la gente mencionara si
había detectado alguna falla moral o espiritual en su vida. (En contraste, las faltas habían sido
muy evidentes en sus hijos, 8:3.) La respuesta, como era de esperarse, fue negativa. La intención
de Samuel era mostrar que así como había sido confiable en el pasado, su palabra podría ser
aceptada con plena confianza en el presente y en el futuro.
12:6–25. Israel había llegado a un punto crítico. El pueblo lo había exigido y se le había
dado un rey, en contra de los propósitos precisos y la voluntad de Dios. Ese rey les había guiado
a una victoria gloriosa ¡en su primera campaña! Ahora la pregunta era ¿percibiría Israel esa
victoria como una evidencia de la bendición de Dios para darle a él la gloria, o la interpretaría
como un logro puramente humano, divorciado de la capacitación divina? Samuel se anticipó a tal
pregunta y buscó dirigir a la gente a que reconociera de nueva cuenta la soberanía de Dios y la
necesidad de adorarle y alabarle como fuente de todas sus bendiciones. Hizo esto al recordarles
primeramente la forma en que Dios los había redimido de Egipto y los había traído a Canaán
(vv. 6–8). Luego hizo un recuento de su desobediencia bajo el dominio de los jueces (vv. 9–11).
(Jerobaal, v. 11, era el otro nombre de Gedeón, Jue. 6:32. Barac, como aparece en la RVR60, es
lit. Beḏān en hebr. [V. BLA, RVR09]. Beḏān era otro nombre dado a Barac u otro juez que sólo
se menciona aquí en el A.T.). Enseguida, Samuel puntualizó que la amenaza de los amonitas los
había orillado a pedir un rey humano, petición que, por su gracia, Jehová había otorgado (1 S.
12:12–15). Finalmente, Samuel rogó a Jehová que enviara una señal del cielo para autenticar
sus advertencias de juicio y hacer que la gente reverenciara al Dios que les había llamado y que
deseaba bendecirlos y usarlos (vv. 16–18). El Señor les recordó que su insistente demanda por
un rey, aunque les había sido otorgada, era una petición impía, porque era prematura y por
motivos erróneos.
Cuando el pueblo vio los truenos y lluvias, un fenómeno extraño a principios del verano,
tiempo de la siega del trigo (v. 17), se volvió a Samuel en solícita penitencia y le pidió que
rogara a Jehová para que perdonara su impulso de buscar a un rey (v. 19). En una manifestación
maravillosa de la gracia de Dios, Samuel dijo al pueblo que el Señor lo bendeciría a pesar de su
mala elección, si era constante en su obediencia a partir de ese momento. El pasado no podía
deshacerse, pero su futuro estaba sin mancha y podrían ser devotos al Señor (vv. 20–22).
También Samuel, un verdadero mediador, se comprometió a seguir orando por la gente (siglos
después, Jeremías se refirió a Samuel diciendo que fue un gran hombre de oración, Jer. 15:1). Si
fallaba en su intercesión, dijo Samuel, sería ¡pecado contra Jehová! (1 S. 12:23). Si el pueblo
respondía afirmativamente, podría esperar la continua bendición de Dios sobre la nación. Pero si
no, podría esperar que cayera sobre él el juicio divino (vv. 24–25).

4. PRIMERA REPRENSIÓN PARA SAÚL (CAP. 13)


13:1. Si el escenario de la reafirmación del reinado de Saúl y el discurso dicho por Samuel en
esa ocasión ocurrieron en el primer aniversario de su coronación, podría ser que los eventos de
este cap. ocurrieran después de su segundo aniversario. Esta es una de las posibles
interpretaciones de este pasaje textualmente difícil de trad. y que la BLA consigna de la siguiente
manera: “Saúl tenía treinta años cuando comenzó a reinar, y reinó cuarenta y dos años sobre
Israel”. En hebr., dice lit. “Saúl era de años cuando empezó a reinar y reinó dos años sobre
Israel”. Obviamente un número se ha omitido de la primera parte de la declaración, y la segunda
parte no puede significar que reinó un total de solamente dos años. La cronología del A.T.
implica—tal como dijo Pablo en su discurso en Antioquía de Pisidia (Hch. 13:21)—que Saúl
reinó por cuarenta años, sin duda un número redondo, pero muy cerca de la cantidad real. Sin
embargo, esa no es razón para pensar que el número “dos” es sospechoso, pues todos los mss. y
versiones lo conservan. Eso es solamente el deseo de ver en 1 S. 13:1 una fórmula normal del
reinado (como en 2 S. 2:10; 5:4; 1 R. 14:21; 22:42; etc.) que lleva a muchos estudiosos a decir
que falta el “40” u otro número. No obstante, según el contexto, el historiador no está
introduciendo aquí una fórmula de reinado (¿por qué hacerlo, una vez que ya estaba bien
establecido el reinado de Saúl?), sino que probablemente está indicando que la amenaza amonita
había venido en el primer año de Saúl y ahora, en el segundo, debía enfrentar a los filisteos.
Todavía queda un problema con la primera parte de la oración hebr., “Saúl era de años …”.
Muchos eruditos, seguidores de Orígenes (ca. 185–254 d.C.), postulan que son “30” (como dice
la BLA). Puesto que el hijo de Saúl, Jonatán, ya había crecido para entonces y era comandante
militar, Saúl debe haber sido mayor de 30 años. Sin embargo, es más probable que la cantidad
que deba suplirse es “40”, a pesar de que eso resulta más difícil de reconciliar con la descripción
(1 S. 9:2) de que Saúl era en el momento de su ungimiento muy “joven”. Por supuesto que
“joven” en ese pasaje podría no ser una muy buena trad. del hebr. bāḥûr, vocablo que podría
vertirse como “elección”.
La mejor trad. de 13:1 puede ser: “Saúl era de [40] años de edad cuando empezó a reinar, y
reinó sobre Israel por dos años”. Eso encuentra aún mayor apoyo en el siguiente v., que empieza
con un vb. en tiempo pretérito, construcción gramatical que denota la cercana relación con la
cláusula previa. “Saúl escogió …” (v. 2) implica que después de que hubo reinado por dos años,
Saúl comenzó a seleccionar y a entrenar a un ejército regular, no una milicia como la que había
usado anteriormente.
13:2–15. Habiendo aprendido de su reciente experiencia con los amonitas, Saúl se dedicó a
crear un ejército de tres mil hombres entrenados. Dos mil estarían bajo sus órdenes directas y
mil bajo su hijo Jonatán. Éstos se estacionaron en Micmas y en Gabaa (V. “Israel bajo el
reinado de Saúl”, en el Apéndice, pág. 299), respectivamente, con el propósito de impedir los
ataques filisteos. Después de un encuentro preliminar en el collado cerca de Gabaa, a medio
camino entre Micmas y Gabaa, los filisteos (con treinta mil carros, seis mil hombres de a
caballo e innumerable pueblo de a pie) empujaron a las tropas israelitas hacia el oriente, hasta
llegar a Gilgal (vv. 3–7). Esa fue la primera de tres batallas grandes de Israel contra los filisteos
durante el reinado de Saúl (cf. 17:1–54; 31:1–6). (A pesar de que el hebr. dice “30,000 carros”,
eso es difícil, porque significaría que eran 5 carros por cada hombre. Las palabras hebr. para
“30,000” y “3,000” son casi idénticas. Una podría fácilmente tomarse como la otra cuando se
copió el texto. Tal vez eso sugiera que el texto de 1 S. ha sufrido un poco en la transmisión
textual.)
En ese lugar, Saúl esperó a Samuel para que llegara a ofrecer el sacrificio (13:8) tal como se
le había dicho que hiciera dos años antes (10:8; V. el comentario del 13:1–2). Pero en el séptimo
día, en el cual Samuel debía llegar, Saúl no pudo esperar más y, en contra de la ley, se adjudicó
la tarea sacerdotal de ofrecer holocausto en favor del pueblo. Entonces llegó Samuel, y cuando
supo que Saúl había ofrecido el sacrificio, lo reprendió con las palabras: locamente has hecho.
Por ello, Samuel le dijo que su dinastía tendría su final (tu reino no será duradero), y que la de
otro hombre tomaría su lugar, un varón conforme al corazón de Jehová. La severidad del juicio
de Dios sobre Saúl debe ser vista a la luz de la santidad divina. Así como en el caso de la
manipulación descuidada de la gente con respecto al arca en Bet-semes, así Saúl había violado
las normas santas del Señor, desobedeciendo la ley de Moisés (Lv. 6:8–13) y la palabra de su
profeta Samuel (1 S. 10:8). Había una posibilidad de duración eterna de la dinastía de Saúl y se
deriva de 1 S. 13:13, pero eso no enseña que el levantamiento de la dinastía de David fue una
contingencia debido a la caída de la de Saúl. Todo lo que Samuel dijo era que el reinado de Saúl
terminaría y que empezaría el de alguien más.
13:16–18. Habiendo tomado Gabaa de manos de los filisteos (v. 3), después del incidente
con Samuel en Gilgal, Saúl … y Jonatán fueron atacados una vez más por los filisteos de
Micmas. Se dividieron en tres escuadrones, uno marchaba al norte por el camino de Ofra, el
segundo hacia el suroeste hacia Bet-horón, y el tercer escuadrón hacia el oriente, hacia el
valle de Zeboim (el valle del Jordán). El resto del ejército filisteo, muy confiado en sí mismo,
permaneció en Micmas.
13:19–23. Esta nota explicativa dice que los israelitas se encontraban en una gran desventaja,
porque no eran diestros en la manufactura y el uso del hierro; los filisteos les habían impedido el
uso de la metalurgia por temor a que los israelitas se hicieran espada o lanza. Parece que los
filisteos habían aprendido el oficio de la metalurgia avanzada de los heteos, u otros pueblos
anatolianos con quienes habían entrado en contacto durante la migración de la gente del mar
Egeo hacia Canaán alrededor de 1200 a.C. Israel tenía que depender de los filisteos para obtener
sus armas y herramientas de hierro (v. 20). En tiempo de guerra, tales servicios no estaban
disponibles, así que sólo Saúl y Jonatán tenían armas de hierro (v. 22).

5. JONATÁN EN PELIGRO (CAP. 14)


14:1–14. Cuando volvió a la escaramuza con los filisteos, Saúl acampó cerca de la capital de
Gabaa (v. 2), con seiscientos hombres. Pero Jonatán inició una misión secreta para atacar el
campamento enemigo que estaba cerca de Micmas. En el camino, Jonatán y su criado que traía
las armas pasaron entre dos peñascos llamados Boses, y el otro Sene (v. 4). Al pasar por el
estrecho cañon, los filisteos los descubrieron y los retaron a participar en un concurso (v. 12).
Habiendo aceptado su misión confiando en Jehová (vv. 6, 10), Jonatán sabía que él y su siervo
vencerían. Juntos mataron como veinte hombres en un campo pequeño.
14:15–23. El acto heroico de Jonatán impresionó y atemorizó a los filisteos. Los centinelas
de Saúl pudieron observar que el enemigo estaba retirándose. Sabiendo que eso debía haber
ocurrido por causa de alguna avanzada israelita, el rey buscó determinar quién de sus soldados
había realizado esa acción independiente. Pero Jonatán y su paje de armas no se encontraron.
Entre tanto, el sacerdote Ahías (cf. v. 3) vino cargando el arca del Señor (vv. 18–19). Ésta
todavía se encontraba en Quiriat-jearim (7:1) pero era un símbolo de la presencia del Señor, así
que Saúl la requirió para la batalla. Cuando Saúl vio que los filisteos se encontraban totalmente
confundidos, ordenó a Ahías que detuviera su mano (i.e., de las piedras sagradas Urim y Tumim,
14:19; cf. Éx. 28:29–30; 1 S. 14:40–42). La voluntad de Dios ahora era clara, así que Saúl
obtuvo una gran victoria, auxiliado por hebreos desertores (v. 21) y otros israelitas que se
habían escondido en el monte de Efraín (v. 22).
14:24–48. Antes que eso sucediera, Saúl había juramentado a todos los hombres para que
ayunaran hasta que hubieran derrotado a los filisteos. Todos estaban hambrientos por la batalla,
pero rechazaron ingerir cualquier comida, ni siquiera aceptaron comer algo de miel del campo,
pues el ejército temía que les cayera la maldición del juramento. Jonatán no había oído nada
acerca de aquel voto, así que cuando encontró miel, la comió e inmediatamente se sintió mejor
(fueron aclarados sus ojos, cf. v. 29). El resto del ejército de Saúl estaba tan hambriento, que
después de la victoria tomó los animales de los filisteos, los mataron y se los comieron sin drenar
completamente la sangre (vv. 32–33; cf. Lv. 17:10–14). Eso consternó tanto a Saúl, que
impulsivamente edificó un altar en el cual ofreció un sacrificio propiciatorio para el Señor (1 S.
14:35).
Después, Saúl tomó la decisión de perseguir y saquear a los filisteos, pero no obtuvo
respuesta del Señor (v. 37). Tal vez eso significaba que alguien había violado el ayuno, y por
medio de la suerte (i.e., el Urim y Tumim, vv. 41–42; cf. v. 19) descubrió que había sido su
propio hijo, Jonatán. Lo único que salvó a Jonatán de ser ejecutado fue que el pueblo lo impidió
(v. 45).
Las principales campañas de Saúl se relatan en los vv. 47–48, e incluyen las victorias sobre
Moab … Amón … Edom … Soba (los sirios), los filisteos y aun sobre los amalecitas, aunque
su éxito sobre estos últimos se vio mermado por su desobediencia a Dios (cf. 15:20–23).
14:49–52. La familia real consistía de Saúl; su esposa Ahinoam; sus tres hijos … Jonatán,
Isúi (que no es el mismo que Is-boset o Es-baal; cf. 1 Cr. 10:2 donde Isúi es la misma persona
que Abinadab), y Malquisúa. Sus hijas fueron Merab y Mical (la primera esposa de David; cf.
1 S. 18:27); además su pariente Abner, quien sirvió a Saúl como general de su ejército.
Es poco probable que Isúi sea el mismo que Is-boset, porque éste parece haber sido el hijo
más pequeño de Saúl que nació después de que empezara a reinar. Por esa razón no se encuentra
en la lista de 1 Samuel 14:49, pero sí se menciona en la lista completa de los hijos de Saúl de 1
Crónicas 8:33 (cf. el comentario de 2 S. 2:8).
De acuerdo con 1 Crónicas 8:33 y 9:39, Ner fue abuelo de Saúl (Ner engendró a Cis, Cis
engendró a Saúl), pero en 1 Samuel 14:50, Ner parece ser tío de Saúl y Abner como su primo.
En 1 Crónicas Abner, a pesar de que no se menciona, sería el tío de Saúl, puesto que Abner era
hijo de Ner (1 S. 14:50). Esa aparente contradicción se aclara por el texto hebr. de 1 Samuel
14:50b, donde dice lit., “Abner hijo de Ner, tío de Saúl”, con el entendimiento de que la frase
ambigua “tío de Saúl” se refiere a Abner, no a Ner. (V. “Relación Familiar de Saúl” en el
Apéndice, pág. 300.)

B. Rechazo de Saúl (cap. 15)


15:1–8. Mucho tiempo antes, en los días de la peregrinación por el desierto, Israel había sido
atacado salvajemente por la retaguardia por los de Amalec, acción de la cual Dios había
prometido vengarse algún día (Éx. 17:8–16). Ahora había llegado ese tiempo, así que Samuel
dijo a Saúl que destruyera a los amalecitas por completo, i.e., que debía “colocarlos bajo el
anatema (ḥērem) de la guerra santa” (1 S. 15:3; cf. vv. 8–9, 15, 18, 20–21; Dt. 20:16–18; V. el
comentario de Jos. 6:21). Sin embargo, Saúl debía perdonar a los ceneos, porque habían
mostrado misericordia hacia los hijos de Israel en la peregrinación (1 S. 15:6; cf. Éx. 18:9–10
[Jetro era ceneo, Jue. 1:16]). Saúl entonces procedió a cumplir lo dicho por Samuel (1 S.
15:7–8), pero no completamente.
15:9–35. Cuando Saúl advirtió que las ovejas y el ganado mayor de los amalecitas estaba
muy bien engordado, consideró el aumento de su propia gloria y prestigio si hacía prisionero a
Agag rey de Amalec. Entonces no pudo resistir la tentación de traerlos para hacer de ellos una
exhibición pública de su liderazgo (v. 9). Que esa era la intención de Saúl, se manifiesta en el v.
12, pues habla de que se levantó a sí mismo un monumento en Carmel (de Judá, no Carmel de
la costa alta Mediterránea). Cuando fue abordado por Samuel (v. 14), Saúl trató de justificar su
desobediencia diciendo que las bestias habían sido traídas para sacrificarlas a Jehová (vv. 13,
15) por insistencia del pueblo (vv. 20–21). Pero Samuel respondió con un enunciado que
contiene un principio cuya aplicación trasciende a cualquier época: obedecer es mejor que los
sacrificios, y el prestar atención, que la grosura de los carneros (v. 22). Además de la
desobediencia, Saúl se hizo culpable de la rebelión … obstinación y de desechar
deliberadamente la palabra de Jehová (v. 23).
El resultado para Saúl fue que Dios lo rechazó como rey (v. 26), lo cual se simboliza en el
acto en que Saúl rasgó el manto de Samuel (v. 27–28). El repudio de Saúl y la elección de un
suplente (David) no significaba que el Señor había dirigido mal a Samuel o que se había
arrepentido (v. 29). En lugar de ello, había escogido desde el principio a otro que sería
“conforme a su corazón” (cf. 13:14; 16:1). Aunque todavía fue reconocido por el pueblo como
rey por unos quince años más, Saúl fue depuesto por Jehová desde ese momento (cf. 16:14), y
Samuel fue quien ejecutó a Agag (15:32–33). El profeta sabía que la determinación divina era
definitiva, y desde ese día nunca más volvió a ver al rey (v. 35). El alejamiento entre Samuel y
Saúl equivalía a la separación permanente que surgió entre el Señor y el rey desobediente.
Aunque Dios había permitido que Saúl reinara en respuesta a la exigencia del pueblo, esa misma
concesión ahora le pesaba a Jehová en su corazón (v. 35).

C. Saúl y David (caps. 16–26)


1. EN TÉRMINOS AMISTOSOS (CAPS. 16–17)
a. Elección y ungimiento de David (16:1–13)
16:1–13. Después de la rebelión de Saúl contra Jehová y su consecuente rechazo, Samuel
fue comisionado para que buscara al que sucedería a Saúl en el trono de Israel. Ese hombre ya
había sido identificado como “un varón conforme a su corazón [de Jehová]” (13:14), y como “un
prójimo tuyo [de Saúl], mejor que tú” (15:28). David había sido escogido desde la eternidad
pasada para ser gobernante de Israel. El rechazo de Saúl no forzó a Jehová a tomar un nuevo
curso de acción. Por el contrario, la acción de Dios siguió su plan omnisciente, de tal manera que
usó la desobediencia de Saúl como el evento humano que le permitió implementar su plan más
elevado. Dios había permitido al pueblo tener un rey según su elección. Ahora que se había
manifestado su error al escoger a ese rey, Dios comprobó la superioridad de su sabiduría al
levantar a uno que daría cumplimiento a su perfecta voluntad.
Después de un tiempo no determinado en el cual Samuel se lamentó por el rechazo de Saúl,
el Señor ordenó al profeta que fuera a Belén a seleccionar a uno de los hijos de Isaí, el cual sería
el siguiente rey (16:1–3). Isaí era nieto de Rut y Booz (Rt. 4:18–21), así que se encontraba en la
línea de la promesa (V. “Antepasados de David a partir de Abraham”, en el Apéndice, pág. 295).
Así como las esposas de Jacob dieron origen a una casa real (Gn. 35:11; 49:10), Rut produjo la
dinastía davídica (Rt. 4:11). Dios no le dijo a Samuel que mintiera, sino que combinara el
ungimiento con el ofrecimiento del sacrificio (1 S. 16:2), ya que los ancianos de la ciudad de
Belén podrían preguntarse si Samuel habría ido a su ciudad a aplicar algún juicio (v. 4).
Después de que los siete hijos mayores de Isaí fueron descalificados uno por uno (vv. 5–10),
David fue señalado por Jehová y Samuel … lo ungió (vv. 11–13). Como en la experiencia con
Saúl, el ungimiento fue acompañado de la venida sobrenatural del Espíritu de Jehová sobre el
joven (v. 13). Esa era la autenticación de la voluntad de Dios. Tiempo después, David fue ungido
como rey sobre Judá (2 S. 2:4) y luego sobre todo Israel (2 S. 5:3).
b. David como músico de Saúl (16:14–23)
16:14–23. Cuando David fue investido por el Espíritu, ese mismo Espíritu dejó a Saúl. Esa
es una evidencia de que la presencia o ausencia del Espíritu Santo en el A.T. no indicaba nada
acerca de la salvación, sino que su poder obraba en aquellos a quienes Dios había seleccionado
para su servicio (cf. Jue. 3:10; 6:34; 13:25; 14:6; 1 S. 10:10; 16:13).
Con la partida del Espíritu de Dios, a Saúl le atormentaba un espíritu malo que fue
permitido por Jehová (v. 14; cf. vv. 15–16; 18:10; 19:9). No se sabe si ese espíritu tenía
características pecaminosas o solamente dañinas, lo que sí es cierto es que fue un instrumento
demoniaco de parte de Satanás (cf. Job 1:12; 2:6; 1 R. 22:19–22). Aquejado por ese problema,
Saúl sólo podía encontrar alivio en la música, así que ordenó que encontraran a un músico (1 S.
16:15–17). Providencialmente, Dios hizo que eligieran a David, así que el pastorcito fue llevado
al palacio del rey (vv. 18–21). El Espíritu Santo le dio poder a David para que alejara al espíritu
malo que atormentaba a Saúl (v. 23). Las arpas ya se habían mencionado en relación a la
profecía (10:5). Posteriormente, Eliseo también pidió que se tocara un arpa mientras esperaba la
revelación del Señor (2 R. 3:15). También Asaf, Hemán y Jedutún profetizaron con arpas, liras y
címbalos (1 Cr. 25:1).
c. Triunfo de David sobre Goliat (cap. 17)
17:1–51. Poco tiempo después de que David comenzara su trabajo como músico de la corte,
Israel se encontró nuevamente en peligro por causa de los filisteos. Ambos ejércitos se apostaron
en los lados opuestos del valle de Ela, ubicado a algunos kms. al suroeste de Jerusalén (vv. 2–3).
Es probable que ambos ejércitos se sintieran intimidados uno por el otro, así que decidieron que
el resultado del encuentro se determinara por un combate entre los paladines de cada uno de los
ejércitos, que debían enfrentarse hasta morir. Los filisteos ofrecieron enviar a Goliat, un gigante
(¡de aprox. 3 mts. de altura!), pero Israel no pudo encontrar a nadie que le diera batalla. Ni
siquiera Saúl podría enfrentarlo (vv. 4–11). Goliat usaba un casco de bronce y una cota de
malla, cuyo peso era de cinco mil siclos de bronce, i.e., aprox. 56 kgs., y sobre sus piernas
traía grebas de bronce. Además, iba armado con una jabalina de bronce, y una lanza muy
larga, con una punta de hierro que pesaba aprox. ¡7 kgs! (v. 7). Finalmente llegó a oídos de
David la noticia, y habiendo sido enviado al campamento de Israel con provisiones para sus
hermanos (vv. 12–22), rogó a Saúl que le permitiera pelear contra el filisteo (vv. 23–32). A
regañadientes, Saúl aceptó, y armado solamente con su confianza en Dios y cinco piedras lisas
y su honda, David mató a Goliat, le cortó la cabeza, y la trajo en señal de triunfo (vv. 33–51).
17:52–58. Cuando terminó el conflicto, Saúl preguntó por la identidad de aquel joven
guerrero y supo que era David, hijo de Isaí (vv. 55, 58). ¿Por qué Saúl no reconoció a David, que
ya le había trabajado por algún tiempo como músico y paje de armas? Una respuesta es que Saúl
no estaba preguntando quién era David sino que, por primera vez, estaba interesado en su
familia: ¿de quién es hijo ese joven? (v. 55; cf. v. 25). Cuando el mismo David fue interrogado,
no dijo “soy David”, sino: Yo soy hijo de tu siervo Isaí de Belén (v. 58). Otra solución y
probablemente la mejor, es que el servicio anterior de David había sido corto y esporádico, y que
ya habían pasado varios años desde que Saúl lo había visto por última vez. E.g., si David hubiera
tenido 12 años cuando llegó a ser músico de Saúl y lo había hecho de vez en cuando por aprox.
un año, ahora que contaba con 17 o 18 años, Saúl no pudo reconocerlo. Ese punto de vista se
apoya en el hecho de que después de que David se juntó con Saúl en esa ocasión, el rey “no le
permitió volver a la casa de su padre” (v. 15; 18:2). Eso implica que la estancia anterior de David
en el palacio no había sido permanente. De cualquier manera, no es necesario afirmar que los
caps. 16 y 17 se basan en distintas fuentes textuales, o ver los eventos como hechos
irreconciliables.

2. EN TÉRMINOS DE ENEMISTAD (CAPS. 18–26)


a. David huye de Saúl (18–20)
(1) Popularidad de David. 18:1–7. Como ya hemos visto, David no solamente había sido
elegido desde la eternidad para que fuera fundador de la dinastía mesiánica de reyes, sino que
también había sido preparado providencialmente por el Señor para asumir las responsabilidades
de la realeza. Habiendo sido pastor, poseía el corazón amoroso y protector de un apacentador,
atributo digno de un rey. Aprendió a ser responsable y valiente al enfrentarse y matar a las
bestias salvajes que amenazaban a su rebaño (17:34–36). Sabía tocar el arpa, habilidad que le
hizo ser sensible al lado bello de la vida y que le ayudó a componer los conmovedores salmos
que exaltan al Señor y celebran sus majestuosas obras. Fue traído al palacio del rey como músico
y guerrero para que adquiriera la experiencia de gobernar. Aunque en el momento de su
ungimiento todavía era novato, para el día de su coronación, unos 15 años después, ya estaba
completamente capacitado para ser rey de Israel. Sin embargo, su capacitación no siempre fue
agradable. Su creciente popularidad entre el pueblo provocó el deterioro de su relación con Saúl,
pues éste se enceló irracionalmente contra el nuevo héroe de Israel.
Después de la dramática victoria de David sobre Goliat, Saúl lo llevó a su palacio una vez
más, ahora como comandante de la gente de guerra (18:5). La posición favorecida de David en
la corte se fortaleció aun más por el afecto personal que despertó en Jonatán, el hijo mayor de
Saúl (vv. 1, 3). Esa amistad llegó a ser tan profunda que Jonatán, siendo el heredero con
derecho al trono de Israel (cf. 20:31), se despojó de sus ropas reales y las colocó sobre David, en
reconocimiento de que Dios lo había elegido para reinar (18:4; cf. 23:17). Más de una vez, el
pacto de amistad entre los dos hombres resultó en ventaja para David. Además, David llegó a ser
tan diestro en la milicia, que sus éxitos se celebraban con una canción: Saúl hirió a sus miles, y
David a sus diez miles.
(2) Los celos de Saúl (18:8–20:42). 18:8–16. Saúl se encontraba tan encolerizado por la
disminución de su propia gloria, que, inspirado por el espíritu malo (v. 10; cf. 16:14–16; 19:9),
trató de alancear a David contra la pared con su lanza (18:10–11; 19:9–10). Pero Dios libró a
David, y le dio una popularidad mayor (18:12–16).
18:17–30. Cuando Saúl entendió que no podría destruir a David por su propia mano,
determinó que lo harían los filisteos. Para ello, hizo los arreglos necesarios, proponiendo que
David se casara con Merab, su hija mayor. Pero el rey ya había fallado con anterioridad en
cumplir una promesa a David respecto a un compromiso marital (17:25). Sin embargo, David
respondió que era un hombre común y corriente y que no tenía suficientes recursos como para
pagar “la compensación que se acostumbraba dar por la esposa” (18:25, mōhar, no “dote” como
dice la RVR60 y otras). Antes de darse cuenta, Merab … fue dada por mujer a otro hombre (v.
19). Nuevamente Saúl ofreció a su segunda hija, Mical, que a esas alturas estaba enamorada de
David (v. 20; cf. 2 S. 6:16). Pero una vez más David argumentó que no era digno de ser el yerno
del rey por su baja condición social (1 S. 18:23). En un despliegue de aparente generosidad,
Saúl perdonó el pago normal que se daba por la novia y solamente pidió a David que matara a
cien … filisteos y trajera sus prepucios (v. 25), meta que sobrepasó sin dificultad, porque mató a
doscientos (v. 27) enemigos. Saúl había estado esperando, por supuesto, que David muriera
durante la expedición (v. 25). Como resultado, Saúl quedó atemorizado por David otra vez (v.
29; cf. vv. 12, 15). David se convirtió en su yerno al casarse con Mical (v. 27) y, además, su
éxito militar y popularidad se incrementaron (v. 30).
Cap. 19. Después de que Jonatán tuvo éxito en calmar los sentimientos hostiles de su padre
hacia David (vv. 1–7), Saúl redobló sus esfuerzos para destruirlo. Primeramente trató de matarlo
con su propia lanza (vv. 9–10), luego contrató a unos conspiradores para matarlo en la cama,
complot que fue frustrado por Mical (vv. 11–17). Después envió mensajeros a Naiot en Ramá
donde David se había refugiado con Samuel (vv. 18–24). (Ramá era la ciudad natal de Samuel.)
Sus intentos también fracasaron pues ellos, y después Saúl, fueron sorprendidos por el Espíritu
de Dios que vino sobre ellos y les hizo que actuaran como profetas (la RVR60 dice
profetizaron, vv. 20–21, 23–24). Eso significa que cayeron en trance o en un estado extático que
los inmovilizó e incapacitó para lograr sus intenciones diabólicas.
20:1–23. Habiéndose convencido de la irremediable hostilidad de Saúl hacia él, David buscó
el origen de ella y procuró hallar la manera de reconciliarse. La prueba sería la reacción de Saúl
ante la ausencia de David en la fiesta de la nueva luna (v. 5), que se llevaba a cabo el primer día
de cada mes (Nm. 28:11–15). Si Saúl se enojaba por su ausencia, sabría que no había esperanza
de reconciliar sus diferencias. Sin embargo, si el rey se mostraba accesible, era señal de lo
contrario (1 S. 20:6–8). Jonatán se iba a acercar a su padre para conocer su estado de ánimo y
le comunicaría los resultados a David, lanzando sus saetas (vv. 18–23).
20:24–42. Al principio, Saúl pensó que David no estaba presente en la celebración porque no
estaba limpio (v. 26). Pero entonces la reacción de Saúl fue exactamente la que David temía.
Después de su ausencia el segundo día, se llenó de ira contra David y Jonatán (vv. 30, 33).
Todo el tiempo que David viviera, dijo Saúl, no habría esperanza de que su propia dinastía
continuara (v. 31).
A la siguiente manaña y con el corazón lleno de pesar, Jonatán le hizo saber a David lo
sucedido por medio de las palabras que gritó a un muchacho con un mensaje y por las saetas
que lanzó (vv. 34–40). Jonatán y David se encontraron y lloraron el uno con el otro (v. 41).
Era obvio que era imposible lograr la reconciliación con Saúl. Pero Jonatán dijo que su propio
lazo de lealtad con David jamás sería roto (v. 42). Así, Jonatán entregó su reino por amor a su
amigo.
b. Vida de David en el exilio (caps. 21–26)
Hasta donde se sabe, David era un joven de no más de 20 años cuando se vio forzado a
abandonar el palacio de Saúl y su propio hogar debido a la intransigente determinación del rey de
destruirlo. Llegó al área desértica de Judea, lo cual resulta lógico por el conocimiento que tenía
de esa zona desde su infancia. Allí vivió al estilo de “Robin Hood” por cerca de diez años. Esta
cifra se basa en el hecho de que David ya había cumplido 30 años cuando comenzó a reinar sobre
Judá en Hebrón (2 S. 5:4). Su ascensión al trono ocurrió inmediatamente después de la muerte de
Saúl (2 S. 2:10–11). El futuro rey había pasado un año y cuatro meses entre los filisteos antes de
eso (1 S. 27:7) y, como hemos sugerido, solamente tenía 20 años cuando fue exiliado por Saúl.
Los eventos de los caps. 21–26 deben representar solamente una pequeña parte de las actividades
de David durante ese período. Pero Dios le enseñó muchas cosas en aquellos días; lecciones que
posteriormente David compartió con los lectores de los salmos, cuyo contexto se encuentra en
ese turbulento período de su vida (V. e.g., Sal. 18; 34; 52; 54; 56–57). Con toda seguridad, esas
cosas estaban obrando para bien en la preparación de David con miras a llegar a ser el tipo de
líder que traería gloria a Dios e inspiración a su pueblo.
(1) David en Nob y Gat (cap. 21). 21:1–6. Es difícil trazar la historia del tabernáculo después
de la captura del arca en 1104 a.C. Ésta se encontraba en Quiriat-jearim desde entonces (7:2; 2 S.
6:3–4), pero el tabernáculo no se menciona en lo más mínimo sino hasta 1 Samuel 21, donde se
presume que estaba en Nob, la “ciudad de los sacerdotes”, hacia donde David huyó después de
su ruptura definitiva con Saúl. Así como había buscado anteriormente el santuario con Samuel en
Ramá (19:18), ahora fue a buscar el santuario con Ahimelec (también conocido como Ahías),
sacerdote de Nob (21:1), ubicado a la mitad de la distancia entre Jerusalén y Gabaa. David
estaba hambriento debido a su apresurada huida y pidió que el sacerdote le diera panes (v. 3).
Éste respondió que no tenía pan común a la mano (v. 4), pero que tenía el pan sagrado (Éx.
25:30) que había quitado de la presencia de Jehová para reemplazarlo por pan más fresco (1 S.
21:6; cf. Lv. 24:5–9). Ese pan podía comerse, como Jesús lo sugirió más tarde (Mt. 12:3–4), pero
solamente por los sacerdotes y por aquellos que estuvieran ceremonialmente limpios (1 S.
21:4–5; Lv. 15:18). El hecho de que David haya comido nos ilustra una concesión que la ley
permitía—la vida es más sagrada que el pan (Mt. 12:7–8).
21:7–15. Mientras David se encontraba en Nob, fue descubierto por un espía de Saúl,
llamado Doeg edomita, quien informó al rey acerca del paradero de su enemigo (v. 7; 22:9).
David tomó la espada de Goliat que estaba guardada con los sacerdotes de Nob (21:8–9) e
inmediatamente huyó para salvar su vida. Sin mayor precaución, llegó a Gat, tierra natal de
Goliat, el héroe filisteo a quien él había matado (v. 10). Cuando Aquis rey de Gat lo reconoció,
David se fingió loco y así logró escapar de las represalias de los filisteos (vv. 11–13). Esto
concuerda con la práctica del mundo antiguo, en que se consideraba que un demente estaba bajo
una influencia malévola que lo eximía de cualquier ataque, so pena de provocar a los dioses.
(2) David en Adulam. Cap. 22. El siguiente lugar a donde David se dirigió, fue a Adulam,
ubicada alrededor de 32 kms. al suroeste de Jerusalén y a 16 kms. al nordeste de Gat (v. 1). Allí
entró a morar en una cueva con otros cuatrocientos hombres que por diversas razones también
eran desertores (v. 2). Mientras tanto, David percibió que había una amenaza contra su familia,
por lo que se la llevó a Moab (vv. 3–4), quizá para vivir entre la parentela de su bisabuela Rut.
Entonces David se fue … al bosque de Haret, al oriente de Adulam, en Judá (v. 5), sin duda
para estar con sus coterráneos, porque Dios lo había ungido para que reinara sobre ellos.
Tan pronto como Saúl supo que David había regresado a Judá, comenzó a maldecir a sus
seguidores por no haberle comunicado todo lo que sabían acerca de las actividades de David, en
particular acerca de su cercana amistad con Jonatán (vv. 6–8). Doeg había visto a David en Nob,
y para consolar a Saúl, le dijo que el sacerdote de ese lugar ayudó a David. Así que en su
delirante paranoia, Saúl llegó a la conclusión de que Ahimelec y los sacerdotes estaban
conspirando contra él, y cuando los llamó y escuchó su defensa, ordenó que los mataran (vv.
11–16). Sólo Doeg estuvo dispuesto a asumir esa tarea tan espantosa. Así que mató en aquel día
a ochenta y cinco sacerdotes de Nob junto con sus familias y ganados (vv. 17–19).
Pero Abiatar, uno de los hijos de Ahimelec, huyó y se unió a David luego de que Saúl
exterminara a toda la comunidad sacerdotal (vv. 20–23). Eso marcó el inicio de una buena
relación de David con la familia sacerdotal. Esa familia fue la que posteriormente dirigió la
adoración en el tabernáculo en Jerusalén.
(3) David en el desierto (caps. 23–24). 23:1–18. Durante su huida, David hizo algo más que
sólo esconderse. También luchó a favor de su pueblo oprimido por los filisteos. En primer lugar,
y después de haber consultado a Jehová por medio del efod sagrado (v. 2; cf. v. 6), liberó a
Keila, ciudad que se encontraba cerca de la frontera filistea, 24 kms. al suroeste de Belén (vv.
1–5). Pero el pueblo le “pagó” por su bondad traicionándolo y entregándolo a Saúl (vv. 7–12).
Así que huyó con los seiscientos hombres que le siguieron siendo fieles (v. 13; cf. 27:2; 30:9; 2
S. 15:18), al desierto de Zif (1 S. 23:14), área desolada llena de colinas y bosques situada entre
Hebrón y el mar Muerto. Ahí se le unió Jonatán por breve tiempo (en Hores, en el desierto de
Zif), quien confirmó una vez más la legalidad del reinado de David (vv. 16–18).
23:19–29. Los de Zif también traicionaron a David ante Saúl (vv. 19–23). David tuvo
conocimiento de ello (vv. 22–25), así que escapó hacia el desierto de Maón, aprox. a 16 kms. al
sureste de Hebrón. Saúl lo persiguió hasta allí, pero tuvo que regresar a defender a Israel contra
otra incursión filistea (vv. 27–28). Eso dio a David la oportunidad de irse a En-gadi (v. 29),
oasis ubicado a 16 kms. al norte de Masada, cerca del mar Muerto.
Cap. 24. Saúl alcanzó a David en En-gadi y por poco lo encuentra. Sin embargo, el Señor
tenía otros planes, y la vida de Saúl cayó en manos de David cuando el rey fue a cubrir sus pies,
eufemismo que indica ir al retrete (v. 3), en la misma cueva en la que David se escondía. El rey
estuvo tan cerca de él, que David pudo cortar la orilla del manto de Saúl como evidencia de la
oportunidad que tuvo de matarlo. Pero aun esa acción hizo que David se sintiera mal, pues por
su mente nunca pasó dañar al rey (vv. 5–7); él jamás lastimaría al monarca, pues lo respetaba por
ser el ungido de Jehová (vv. 6, 10; cf. 26:9, 11, 23). Además, David decía que el rey no tenía
justificación para perseguirlo (24:14–15). Saúl se arrepintió y reconoció la justicia de David (vv.
17–19) y el hecho de que llegaría a ser el rey (v. 20).
(4) David y Nabal. Cap. 25. Este cap. comienza con la muerte y sepultura de Samuel … en
Ramá. Después David … se fue al desierto de Maón (v. 1; cf. 23:24). David se encontraba
pasando por terribles circunstancias y se acordó de un hombre muy rico que tenía tres mil
ovejas y mil cabras (25:2–3). Apelando a la protección que le había prodigado a Nabal en el
pasado (v. 7; cf. vv. 15–16, 21), David le pidió provisiones para sustentarse él y sus hombres en
el desierto.
Sin embargo, con absoluto desprecio, Nabal se negó a ayudarle (vv. 4–11). Eso enfureció
tanto a David, que tomó a cuatrocientos hombres para quitarle por la fuerza lo que necesitaban.
De no haber sido por su esposa, Abigail, Nabal hubiera muerto. Ella supo de la necia respuesta
de su esposo por medio de uno de los criados. Para impedir el mal …, tomó provisiones de
comida en abundancia para suplir los requerimientos de David (vv. 14–19). Cuando la mujer les
salió al encuentro, rogó a David que no castigara a su esposo porque, dijo, conforme a su
nombre, así es … la insensatez está con él (nāḇāl, “insensato”). En lugar de ello, Dios iba a
bendecir a David y pronto lo haría rey (v. 28). Matar al insensato Nabal solamente le traería
remordimientos innecesarios (v. 31). David, impresionado por la sabiduría de la mujer, siguió
su consejo y con gratitud recibió de su mano lo que le había traído (vv. 32–35).
El buen juicio de Abigail fue muy pronto reivindicado. Nabal se emborrachó y supo cuán
cerca había estado de caer en manos de David. La noticia lo impactó tanto, que sufrió un ataque
al corazón y diez días después … murió (vv. 36–38). David comprendió que esos eventos eran
señal de Dios. David quedó tan impresionado por la belleza y carácter de Abigail, que le propuso
matrimonio y ella lo aceptó con gozo. Así que David tuvo otra esposa además de Ahinoam y
Mical, con quienes se había casado anteriormente, aunque durante su ausencia de Gabaa, Saúl
había dado a su hija Mical … a un hombre llamado Palti (vv. 43–44; cf. 2 S. 3:15–16).
(5) Última persecución de Saúl contra David. Cap. 26. Una vez más, Saúl supo del escondite
de David por los zifeos, así que con tres mil hombres escogidos fueron hacia el collado de
Haquila (cf. 23:19) en el desierto de Zif para buscar a David. El Señor volvió a hacer un
milagro al liberar a su escogido, quien en esa ocasión llegó—con Abisai … hermano de Joab,
un soldado diestro y fiel (26:6; cf. 2 S. 2:24; 10:14; 18:12; 21:17; 23:18)—tan cerca del rey que
estaba durmiendo, que David pudo llevarse su lanza y la vasija de agua (1 S. 26:5–12). Una vez
más David no se atrevió a lastimar al ungido de Jehová (vv. 9, 11, 23; cf. 24:6, 10).
Después de cruzar hacia el lado opuesto, David le gritó a Abner, que supuestamente era el
encargado de guardar la integridad de Saúl, y lo regañó por su descuido al permitir que le
quitaran su lanza … y la vasija de agua (26:13–16). Entonces Saúl despertó y una vez más
escuchó la súplica de David de que lo dejara en paz. Si Dios era el que guiaba a Saúl en su
persecución, David se rendiría (v. 19). Mas si fueren hijos de hombres los responsables,
entonces serían malditos del Señor, porque habían interferido en los propósitos divinos al
separar a David de su hogar (la heredad de Jehová, v. 19) y de su adoración pública a Dios (Vé
y sirve a dioses ajenos, v. 19).
Para Saúl la protección de Dios sobre su joven rival fue tan evidente que no solamente pudo
confesar su propia maldad (v. 21), sino que también reconoció completa y finalmente que David
estaba destinado a ser el pastor de Israel (v. 25). Hasta donde se sabe, Saúl aceptó su destino y
nunca más trató de interferir con la voluntad divina con respecto al reino y su próximo líder
ungido (cf. 27:4). (V. “Huidas de David de manos de Saúl”, en el Apéndice, pág. 301.)

D. Muerte de Saúl (caps. 27–31)


1. DAVID EN SICLAG (CAP. 27)
Cap. 27. Aunque finalmente Saúl llegó a la conclusión de que seguir persiguiendo a David
era en vano porque Dios lo había señalado para ocupar el trono, David no lo sabía. Así que
decidió fugarse a la tierra de los filisteos (v. 1). Ese movimiento logró dos objetivos
importantes: (a) lo libró de cualquier posible peligro de parte de Saúl, y (b) lo congració con los
filisteos, así que ya no tenía más temor de ellos. No menos importante fue el hecho de que en ese
respiro de 16 meses (v. 7) (desde el tiempo de su estancia filistea hasta la muerte de Saúl) tuvo la
oportunidad de desarrollar mejor sus habilidades de combate y liderazgo. Él necesitaba ese
tiempo para estabilizarse en vista del inminente final de la dinastía de Saúl y el inicio de la suya.
Después de muchos años de huir de Saúl, David finalmente llevó a su familia inmediata (sus
dos mujeres v. 3, Ahinoam jezreelita [cf. 25:43] y Abigail … de Carmel [cf. 25:42]) y
seiscientos hombres (27:2; cf. 23:13; 30:9; 2 S. 15:18) a Gat y se puso a merced de Aquis,
príncipe de los filisteos. David había tratado de hacerlo con anterioridad (1 S. 21:10–15), pero
fue durante el período temprano de su distanciamiento de Saúl. En ese entonces, Aquis tenía
temor de David y con gran dificultad escapó para salvar la vida. Pero ahora era obvio para todo
el mundo que David era el enemigo mortal de Saúl y que podría ser útil a los filisteos en sus
batallas contra Israel. Ahora Aquis y David podían tener una relación de señor y vasallo
(27:5–6). De acuerdo con los términos del pacto que hicieron, David prometió lealtad a Aquis a
cambio de vivir en una de sus aldeas. Aquis le otorgó permiso de vivir en la ciudad de Siclag,
un asentamiento pequeño en la frontera sur de Filistea entre Gaza y Beerseba.
Siclag fue la base de operaciones de David por más de un año, hasta que murió Saúl y David
cambió de residencia a Hebrón (v. 7; 2 S. 1:1–2). De ahí llevó a cabo incursiones de pillaje
contra algunos pueblos del desierto, incluyendo a los gesuritas (tribu fronteriza de los filisteos
por el sur, Jos. 13:2), los gezritas (pueblo desconocido que vivía en las tierras que estaban entre
los filisteos y Egipto), y los amalecitas (1 S. 27:8), matando a la gente y saqueando sus ganados
y otros bienes (v. 9). Tales incursiones en la región de la moderna Gaza se llevaron a cabo hacia
el desierto de Shur, al oriente del actual canal de Suez (v. 8). Pero David reportaba a Aquis que
los ataques eran contra su propia tribu de Judá o Jerameel o contra los ceneos, declaraciones
falsas que lo hacían más querido entre los filisteos y los convencía de que era un súbdito leal y
verdadero (v. 12).

2. SAÚL EN ENDOR (CAP. 28)


28:1–2. Llegó el día en que los filisteos determinaron hacer otra incursión masiva contra
Israel. No está muy clara la razón por la que la hicieron, pero puede ser que haya sido motivado
por la inestabilidad mental del anciano rey Saúl y la debilidad de su nación o por el aparente
cambio de lealtad de David. Sea lo que sea, sintieron que era el momento propicio. Por supuesto
que el resultado fue que David se encontró en una posición muy comprometida, porque sería
llamado a demostrar su lealtad a su nuevo señor ¡peleando contra su propio pueblo!
28:3–6. Mientras tanto, Saúl también se encontraba en una situación desesperante. Samuel
había muerto (cf. 25:1) y los filisteos habían acampado en Sunem (en el valle de Jezreel). Saúl
se encontraba en Gilboa, 8 kms. al noroeste del monte con el mismo nombre y tenía miedo. Él
había arrojado de la tierra a los encantadores (’ōḇôṯ, BJ “nigromantes”, BLA, “médium”, los
que se comunican con los espíritus de los muertos) y a los adivinos (yidd e ‘ōnîm, en hebr. “los
que tienen contacto con los espíritus demoniacos”, BLA “espiritistas”, v. 3). Pero el Señor no
respondió a Saúl cuando le pidió ayuda.
28:7–14. Entonces Saúl recurrió a una conocida adivina que vivía cerca de Endor y que
había escapado de ser echada de la tierra. El rey se disfrazó y llegó a Endor de noche, al valle de
Jezreel, que estaba al norte del monte Moriah. Después de tranquilizarla, Saúl le pidió que
entrara en contacto con Samuel. Usando sus poderes demoniacos de nigromancia (Dt.
18:10–11), ella invocó la aparición de Samuel. La adivina se impresionó tanto de que apareciera
en verdad, que inmediatamente se dio cuenta de que esa obra era de Dios y no de sí misma, y que
el visitante nocturno disfrazado era el mismo rey Saúl. Eso implica que ella no creía que Samuel
iba a aparecer, sino que más bien esperaba una imitación satánica de él. Después de haber
descrito la visión como dioses (’ĕlōhîm, “el poderoso”) y como un hombre anciano … cubierto
de un manto … Saúl entonces entendió que era Samuel. El hecho de que no esperaban que
Samuel apareciera ni en visión, enseña con claridad que la nigromancia o los médiums realmente
no tienen acceso a los muertos, especialmente a los justos, sino que sólo pueden producir
imitaciones. La aparición de Samuel aquí se explica por la intervención del Señor, quien por su
gracia, permitió a Saúl tener un último encuentro con el profeta a quien había buscado tantos
años atrás, cuando andaba en busca de las asnas perdidas de su padre (1 S. 9:6–9).
28:15–25. En esa ocasión, Samuel no dio buenas noticias al rey. Más bien reprendió a Saúl
por su impiedad y le informó que el Señor había quitado el reino de su mano y lo había dado a
su compañero David. También le dijo que así como Jehová lo había rechazado como rey por su
pecado en el asunto de los amalecitas (15:7–26), así lo entregaría ahora a los filisteos y permitiría
su muerte y la de sus hijos. Después de aceptar con renuencia una comida (un ternero
engordado y panes sin levadura) de manos de la adivina, Saúl se levantó y, abatido, se fue
aquella noche.

3. REGRESO DE DAVID A SICLAG (CAPS. 29–30)


a. Dilema de David (cap. 29)
Cap. 29. En la víspera del combate, los filisteos se dieron cita en Afec, precisamente donde
habían derrotado a Israel y capturado el arca unos 90 años antes (4:10–11). Israel tomó
posiciones en la fuente que está en Jezreel, en un flanco del monte Gilboa, aprox. a 64 kms. al
nordeste de Afec. Entre las tropas de Aquis príncipe de Gat, se encontraban David y sus
hombres. Aquis tenía plena confianza en David (29:3) y lo defendió ante los otros líderes para
que lo dejaran pelear contra Saúl, pero los que se oponían eran la mayoría (vv. 6–7, 9). Es
comprensible que los demás príncipes temieran que en el fragor de la batalla, David se uniera a
Israel (v. 4). David presentó una débil protesta (v. 8), pero para su gran alivio, fue despedido y
regresó a Siclag.
b. Diplomacia de David (cap. 30)
30:1–7. Durante la ausencia de David de Siclag, los invasores amalecitas habían prendido
fuego a la ciudad y se habían llevado cautiva a su familia y las de todos los demás. Después de
un gran lamento (v. 4) y de la amenaza de sus hombres de apedrearlo, David consultó a Jehová
por medio del sacerdote Abiatar buscando la voluntad divina en ese asunto. La pregunta se hizo
por medio del efod, túnica parecida a un delantal que usaba el sacerdote y que contenía al Urim y
Tumim, piedras sagradas que se usaban para discernir la voluntad de Dios (cf. Éx. 28:30).
30:8–31. Se le aseguró la victoria (v. 8), así que David y sus hombres persiguieron a los
amalecitas hasta el torrente de Besor (Wadi el-Arish, a unos 32 kms. al sur de Siclag). Cuando
por fin los encontraron (con la ayuda de un joven egipcio … siervo de un amalecita [vv.
11–15]), los cuatrocientos hombres de David, que eran lo suficientemente vigorosos como para
soportar la dura marcha (vv. 9–10), vencieron a los amalecitas (excepto a cuatrocientos jóvenes
que huyeron sobre los camellos, v. 17) y recuperaron intactas a sus familias y posesiones (vv.
17–20). Pero los doscientos que se habían quedado sin cruzar el torrente de Besor (vv. 10, 21)
querían una parte del botín amalecita. (Acerca de los 600 hombres de David, V. 23:13; 27:2; 2 S.
15:18.) Su requerimiento sonó tan razonable a David, que en aquel día estableció un principio
que prevaleció en los años posteriores: la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la
parte del que queda con el bagaje; les tocará parte igual (1 S. 30:24). Pero el toque maestro
de la diplomacia de David radica en haber devuelto el botín robado por los amalecitas a las
ciudades y pueblos de Judá (vv. 26–31). Los israelitas nunca olvidarían esa preocupación por
ellos y cuando llegó el momento en que David afirmó su reinado en Hebrón, sin duda obtuvo el
apoyo entusiasta de esa gente.

4. BATALLA EN GILBOA (CAP. 31)


31:1–6. Tal como Samuel había profetizado (28:19), los filisteos derrotaron rápida y
fácilmente a Israel en la planicie del valle de Jezreel (2 S. 1:6), ya que gracias a sus carruajes,
contaban con una avasalladora ventaja (cf. Jos. 17:16; Jue. 4:3, 13, para ver el uso de carros
herrados por los cananeos en esa misma área). Saúl con tres de sus cuatro hijos—excepto
Is-boset (V. 2 S. 2:8)—huyeron del monte de Gilboa. Sin embargo, a Saúl … le alcanzaron y
lo hirieron de muerte después de que hubieron asesinado a sus hijos. Temiendo ser encontrado
por los filisteos y ser torturado hasta la muerte (1 S. 31:4), pidió a su escudero que lo matara,
orden que su sirviente desobedeció. Entonces Saúl se suicidó, violando flagrantemente un tabú
israelita (v. 5). Ese era un acto poco común entre los israelitas del A.T. (Cf. Abimelec [Jue.
9:54], Sansón [Jue. 16:30], Ahitofel [2 S. 17:23] y Zimri [1 R. 16:18]). El hecho de que Saúl
tomara su vida en sus manos fue el clímax de haber vivido totalmente ajeno a Dios.
31:7–10. Cuando los de Israel supieron que su rey había muerto, dejaron las ciudades y
huyeron al desierto. Los filisteos encontraron los cuerpos de Saúl y … sus tres hijos,
decapitaron el cuerpo de Saúl, exhibieron sus armas en el templo de Astarot (cf. el comentario
de 7:3–4) y colgaron su cuerpo en el muro de Bet-sán, ciudad prominente que se encontraba en
la vertiente oriental del monte Gilboa hacia el valle del Jordán.
31:11–13. Los de Jabes de Galaad se horrorizaron cuando supieron de la profanación del
cadáver de su rey y fueron de noche a bajar el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus hijos para
llevarlos a su ciudad, ubicada a unos 16 kms. del otro lado del Jordán. Probablemente con el
propósito de esconder la horrible mutilación de que fueron objeto, los quemaron y sepultaron.
Esa última muestra de respeto fue una señal de gratitud por el hecho de que la primera obra
pública de Saúl fue rescatar a esa misma ciudad de manos de los amonitas cuarenta años antes
(11:1–11). Tampoco se puede olvidar que la propia tribu de Saúl, Benjamín, tiene sus orígenes
históricos recientes en Jabes de Galaad (Jue. 21:8–12). De cualquier manera, la valentía de la
gente de Jabes de Galaad no sería olvidada por David cuando finalmente llegara al poder (2 S.
2:4–7). Más tarde, David exhumó los huesos de Saúl y Jonatán y los enterró en Benjamín (2 S.
21:11–14).
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2 SAMUEL
Eugene H. Merrill
Traducción: Elizabeth M. de Carpinteyro

INTRODUCCIÓN

V. la Introducción de 1 Samuel.

BOSQUEJO

I. David en Hebrón (caps. 1–4)


A. Lamento por la muerte de Saúl y Jonatán (cap. 1)
B. Batalla entre David y Abner (cap. 2)
C. Conflicto entre Joab y Abner (cap. 3)
D. Muerte de Is-boset (cap. 4)
II. Prosperidad de David (caps. 5–10)
A. La capital en Jerusalén (cap. 5)
B. Regreso del arca (cap. 6)
C. El pacto davídico (cap. 7)
D. Campañas de David (cap. 8)
E. Bondad de David hacia la familia de Saúl (cap. 9)
F. Amón maltrata a los embajadores de David (cap. 10)
III. Pecado de David y sus problemas familiares (caps. 11–21)
A. Adulterio de David (cap. 11)
B. Reprensión de Natán y el castigo de David (cap. 12)
C. Pecado y asesinato de Amnón (cap. 13)
D. Distanciamiento entre Absalón y David (cap. 14)
E. Revolución de Absalón (caps. 15–18)
1. Absalón se apodera del reino (cap. 15)
2. Consolidación del poder de Absalón (cap. 16)
3. Absalón persigue a David (cap. 17)
4. Derrota y muerte de Absalón (cap. 18)
F. Regreso de David al poder (caps. 19–20)
1. Preparativos para el regreso (cap. 19)
2. Restablecimiento de la autoridad (cap. 20)
G. Masacre y sepultura de los hijos de Saúl (cap. 21)
IV. Últimos años de David (caps. 22–24)
A. Cántico de David (cap. 22)
1. Exaltación del Señor (22:1–4)
2. Grandezas del Señor (22:5–20)
3. Justicia del Señor (22:21–30)
4. Excelencia del Señor (22:31–51)
B. Héroes de David (cap. 23)
C. Pecado de David al levantar el censo (cap. 24)
COMENTARIO

I. David en Hebrón (caps. 1–4)


A. Lamento por la muerte de Saúl y Jonatán (cap. 1)
1:1–10. David volvió a Siclag (cf. 1 S. 27:6) poco después de su incursión contra los
amalecitas (2 S. 1:1), y en el camino se encontró con un mensajero que regresaba de Gilboa
trayendo las noticias de la muerte de Saúl y sus hijos (vv. 2–4). Se le pidió que detallara lo
sucedido y declaró que había encontrado a Saúl herido (vv. 5–6), que se había identificado con él
como amalecita (vv. 7–8) y que había matado al rey porque éste le pidió que lo hiciera por
misericordia (vv. 9–10). El informe de ese hombre difiere del registro de 1 Samuel 31:3–6,
porque estaba mintiendo. Probablemente se hizo llamar amalecita para evitar que Saúl cargara
con el remordimiento de conciencia de pedir a un israelita que hiciera lo impensable—matar a su
propio rey, el ungido de Jehová (cf. 2 S. 1:14, 16).
1:11–16. David se enojó tanto, que cuando disminuyó su dolor al final del día (vv. 11–12),
ordenó que el supuesto amalecita fuera ejecutado (vv. 13–15). Su falso testimonio no lo hizo
congraciarse con David; más bien, selló su propia muerte. Es irónico el hecho de que Saúl haya
perdido su reino por no haber exterminado a los amalecitas y que muriera uno que decía ser de
ese pueblo por declarar que había matado a Saúl.
1:17–27. La expresión pública del dolor de David por la muerte de Saúl y Jonatán quedó
consignada en un poema: “El canto del arco” (vv. 19–27), que a su vez, forma parte de una
composición más larga que se ha perdido y a la que el historiador se refiere como el libro de
Jaser (cf. Jos. 10:13). La misma epopeya contenía una estrofa que Josué entonó cuando derrotó a
los amorreos (Jos. 10:12–13).
En el cántico de David que empieza y termina con ¡cómo han caído los valientes! (2 S.
1:19, 27; cf. 1:25), David advirtió que nadie relatara la tragedia a los filisteos para que sus
doncellas no se alegraran (v. 20), tal como años atrás las jóvenes israelitas habían cantado los
triunfos de Saúl y David (1 S. 18:7). Entonces David maldijo a los montes de Gilboa por haber
sido el escenario donde Saúl y Jonatán habían defendido a Israel con heroísmo, aunque
inútilmente, de sus enemigos (2 S. 1:21–22). La inquebrantable lealtad que sentía por Jonatán se
expresa en una alabanza especial, en la cual David manifiesta la relación del padre con su hijo y
cómo éstos se unieron en su vida y en su muerte (v. 23). Aunque Saúl había oprimido al pueblo
en algunas ocasiones, el salmista dijo que también le había proporcionado lujos y abundancia (v.
24). Sin embargo, celebra su amistad con Jonatán con un sentimiento especial. Todos los años
de inquebrantable amistad fueron resumidos en una conmovedora declaración: más maravilloso
me fue tu amor que el amor de las mujeres.

B. Batalla entre David y Abner (cap. 2)


2:1–4a. David pensó en el pasado y se lamentó por él, pero la muerte de Saúl trajo consigo la
oportunidad que había estado esperando desde el día en que Samuel lo ungió, más de 15 años
antes (1 S. 16:13). Existía un profundo vacío de poder, particularmente en Judá, ahora que
habían muerto Saúl, tres de sus hijos, y su esposa Ahinoam. (Saúl tuvo otros dos hijos con su
concubina Rizpa, 2 S. 21:8, 11). Por lo tanto, David buscó la voluntad de Dios y supo que debía
ir a Hebrón donde al fin fue instalado formalmente y ungido con aceite como rey sobre la casa
de Judá. (Más tarde fue ungido por tercera vez como rey de toda la nación, 5:3.) Ese fue un
cambio decisivo e importante, porque lo separó completamente de los filisteos, con quienes se
había refugiado y hecho convenios. Además, significaba que habría una independencia relativa
entre Judá e Israel, situación que culminaría posteriormente con la división del reino después de
la muerte de Salomón (1 R. 12:16). Y por último, con esa ceremonia se afirmó el reinado de
David en oposición al de Is-boset, el hijo de Saúl, quien sucedió a su padre en el norte.
2:4b–11. David no tardó en mostrar sus habilidades diplomáticas. En primer lugar se ganó la
amistad del pueblo de Jabes de Galaad al felicitarlos por lo que habían hecho con los restos de
Saúl (cf. 1 S. 31:11–13). David les recordó que ahora que Saúl había muerto, él sería su
soberano.
Enseguida comenzó a resolver el problema de la sucesión de Saúl. Abner …, general del
ejército de Israel se constituyó en el poder tras el trono. Él dio autoridad a Is-boset (conocido
también como Es-baal, que con seguridad era su nombre original; 1 Cr. 8:33; 9:39), quien parece
que era el hijo más joven de Saúl y el menos indicado para asumir el poder. El nombre Es-baal
significa “fuego de Baal”, así que para evitar el rastro pagano del nombre, se lo cambiaron a
Is-boset (“hombre de vergüenza”). Su edad era de cuarenta años cuando su padre murió (2 S.
2:10). Este es un dato cronológico importante. Puesto que no se menciona como uno de los hijos
de Saúl al principio de su reinado (1 S. 14:49), pero sí se incluye en la lista final de sus hijos (1
Cr. 8:33), debió haber nacido después de que su padre llegó a ser rey, lo cual indica que Saúl
gobernó por un período de cuando menos 40 años (V. Hch. 13:21; y el comentario de 1 S. 13:1).
Is-boset reinó desde Mahanaim, al centro-oriente de la región este del Jordán, por un corto
período de dos años. El hecho de que David reinara en Hebrón por siete años y seis meses
antes de que hiciera de Jerusalén la capital de su reino (2 S. 5:5), no necesariamente implica que
Is-boset haya reinado ese mismo lapso de tiempo en Mahanaim. Eso contradiría a 2:10. Debe
haber existido un tiempo entre los mandatos de Saúl e Is-boset y está claro que David reinó por
más tiempo sobre Judá desde Hebrón después de la muerte de Is-boset.
2:12–32. Desde el inicio del reinado de David, su verdadero rival en el norte no era Is-boset,
sino Abner. Para aclarar la confusión y resolver el problema de la sucesión real, Abner y el líder
militar de David, Joab, escogieron doce hombres de cada bando para realizar un combate cuerpo
a cuerpo en Gabaón. Los ganadores tendrían en sus manos la decisión final. La naturaleza de la
batalla no es muy clara. Probablemente se trató de una lucha libre que terminó en una contienda
con dagas. Era raro que se usaran dagas; esto se sugiere porque nombraron el lugar donde se
realizó el concurso Helcat-hazurim (“campo de dagas”).
La victoria fue para los siervos de David, pero no se conformaron con terminar la contienda
ahí. Continuaron con una cruda persecución de Abner y sus amigos, una cacería que resultó en
que el experimentado guerrero Abner matara a Asael, el hermano menor del líder de David,
Joab (v. 23). Por ello, éste y su otro hermano que no murió, Abisai, juraron vengarse (v. 24),
pero cuando se enfrentaron a las circunstancias tremendamente desfavorables, se dieron por
vencidos (vv. 25–28). Entonces Abner llegó a su hogar en Mahanaim (por el camino del
Arabá, i.e., el valle del Jordán, por todo Bitrón, un valle que lleva a Mahanaim, v. 29) y Joab
regresó de noche a Hebrón (v. 32). David perdió a 20 soldados, pero Abner perdió trescientos
sesenta (vv. 30–31). La batalla terminó, pero no así la guerra.

C. Conflicto entre Joab y Abner (cap. 3)


3:1–11. La lucha no se limitaba sólo a individuos, también incluía dos dinastías. Eso se hace
evidente en el v. 1: Hubo larga guerra entre la casa de Saúl y la casa de David (cf. v. 6). Los
que apoyaban a la familia de Saúl habían determinado oponerse a los designios de David y
limitar su influencia a Judá. Pero los que pertenecían a la dinastía de David estaban convencidos
de que ya era tiempo de que “el varón conforme al corazón de Dios” gobernara sobre toda la
nación. El historiador describió esos juegos de poder al hacer un recuento de los matrimonios de
David con sus seis esposas (vv. 2–5; V. “Familia de David”, en el Apéndice, pág. 302),
especialmente con Maaca, hija de Talma rey de Gesur, estado que se ubicaba al nordeste del
mar de Cineret (cf. 15:8). En el norte, Abner tomó una concubina de Saúl llamada Rizpa,
práctica común en el antiguo Cercano Oriente para indicar que alguien aspiraba a suceder a un
rey. Is-boset entendió el significado de su proceder y lo reprendió (3:7). En su enojo, Abner
respondió que ahora se esforzaría para entregar el reino de la casa de Saúl a David (vv. 9–10).
Abner ayudaría a David a establecerse sobre Israel y sobre Judá, desde Dan hasta Beerseba.
Esto destruyó la relación que había entre Abner e Is-boset (v. 11).
3:12–21. Entonces Abner propuso a David que hicieran un pacto y que él le ayudaría a
conseguir a todo Israel. David le demandó que como señal de su buena fe, le devolviera a su
esposa Mical, de quien había estado separado por largo tiempo (vv. 13–14; cf. 1 S. 18:20–27;
25:44). Después de eso (2 S. 3:15–16), Abner se reunió con los ancianos de Israel, en especial
con los de la tribu de Saúl, los de Benjamín, y los persuadió de que lo mejor que podría
sucederles era que David reinara sobre ellos. Claro que eso hizo que se elevara la estima de
David por Abner, lo cual no fue del agrado de sus hombres fieles.
3:22–39. Joab fue quien más contrariado se sintió. Cuando supo que David había ofrecido
un banquete para Abner (v. 20) y que le había dado muestras de amistad (v. 22), lo reprendió,
diciéndole que el propósito de Abner era espiar lo que hacía (vv. 24–25). Así que Joab tomó
medidas para que Abner regresara a Hebrón por el pozo de Sira (sitio desconocido). Lo engañó
fingiendo que iba a decirle algo importante al oído, lo llevó aparte, y lo asesinó con saña (le
hirió por la quinta costilla, v. 27; cf. 4:5–6). Eso fue en venganza por haber matado a su
hermano Asael (3:27, 30; 2:23). Cuando David descubrió lo sucedido, no se alegró, sino que
pronunció una maldición sobre Joab y su progenie (3:29). El asesinato de Abner tuvo lugar en
Hebrón, que era una ciudad de refugio (Jos. 21:13) donde estaba prohibido tomar venganza (Nm.
35:22–25). Entonces David proclamó un duelo público (2 S. 3:31), sepultó a Abner en Hebrón
con honores (v. 32) y compuso un lamento (vv. 33–34), en el cual habló de la manera tan
vergonzosa en que había fallecido. David manifestó sus cualidades compasivas y su espíritu
perdonador, que lo distinguían de los hombres comunes.
En señal de sinceridad, David se declaró en ayuno. También dijo que él era débil comparado
con Abner. Aunque reconocía que los hijos de Sarvia (Joab y sus hermanos) debían ser
castigados, no sabía cómo hacerlo (vv. 35–39). Sarvia era media hermana de David (1 Cr. 2:16;
cf. 2 S. 2:18 y V. el cuadro “Familia de David”, en el Apéndice, pág. 302).

D. Muerte de Is-boset (cap. 4)


4:1–8. Las noticias acerca de la muerte de Abner no ayudaron a Is-boset para que reafirmara
su autoridad sobre Israel; al contrario, solamente aumentaron su inestabilidad y trajo pánico a la
nación (v. 1). Dos asesinos benjamitas Baana, y … Recab, percibieron que Is-boset se había
quedado sin poder alguno (vv. 2–3), así que lograron entrar en su casa de Mahanaim a plena luz
de día y lo mataron en su cama (lo hirieron y lo mataron, v. 7; cf. la manera tan similar del
asesinato de Abner, 3:27), lo decapitaron (4:7) y llevaron su cabeza a David en Hebrón (v. 8).
Dentro de este relato se encuentra la mención de Mefi-boset (antes había sido Merib-baal, 1
Cr. 8:34) hijo de Jonatán (v. 4). La razón del cambio de nombre es similar a la del cambio de
Es-baal a Is-boset, pero aquí la permuta fue de “Baal contiende” a “de la boca de la vergüenza”.
Su discapacidad física sucedió cuando su nodriza lo dejó caer al suelo cuando era de cinco años
de edad y corrió para salvarlo del peligro después de la muerte de Jonatán. Mefi-boset reaparece
más tarde en la historia como una persona que tenía una gran necesidad de protección (2 S. 9).
Por lo tanto, esa referencia prepara a los lectores para lo que sigue.
4:9–12. La respuesta de David a la acción que fue hecha obviamente para ganar su
aprobación, fue idéntica a la reacción que tuvo cuando supo de la muerte de Saúl (vv. 9–11; cf.
1:11–16). Ordenó que los dos fueran ejecutados, que les cortaran las manos y los pies y que los
colgaran sobre el estanque de Hebrón (4:12). David calificó su acto como un abuso
injustificado contra un hombre indefenso (v. 11). No hay duda de que las medidas tomadas por
David respecto a ese castigo reflejaban su genuino amor por Saúl y su familia, a pesar de que
ésta se oponía a su reinado.

II. Prosperidad de David (caps. 5–10)


A. La capital en Jerusalén (cap. 5)
5:1–3. Una vez que murió el hijo de Saúl, Is-boset, el camino estaba libre para que David se
afirmara como soberano sobre las tribus de Israel en el norte, así como sobre Judá. Existía un
reconocimiento general en el norte de que eso era lo correcto, así que una delegación de esas
tribus vino a Hebrón a animar a David para que reinara sobre ellos. Puntualizaron que eran sus
parientes, hueso … y carne suya, i.e., todos descendían de Jacob. Establecieron que él se había
distinguido como un héroe de Israel, y que estaban conscientes de que Jehová lo había llamado
y ungido para darle el poder de apacentarlos.
Sin mayor titubeo lo instalaron como rey sobre toda la nación. David fue recíproco al hacer
un pacto con ellos. El ungimiento de Samuel años atrás (1 S. 16:13) demostraba que Dios había
elegido a David. Este tercer ungimiento, tal como el segundo en Hebrón como rey de Judá (2 S.
2:4), era la confirmación y su instalación pública. Con toda probabilidad, el pacto de David
incluyó un juramento en el cual se comprometía a obedecer los requerimientos mosaicos en su
reinado (Dt. 17:14–20).
5:4–5. David comenzó a reinar a los treinta años, edad en que los sacerdotes comenzaban a
ministrar (Nm. 4:3; 1 Cr. 23:3). Después de siete años y seis meses en Hebrón, decidió cambiar
el lugar de su capital. Con toda seguridad sus razones eran políticas, pues escogió a Jerusalén,
ciudad que se encontraba en los límites entre Judá y las tribus del norte. La distinción que se
hace entre Israel y Judá (2 S. 11:11; 12:8; 19:42–43; 24:1, 9) indica que 2 Samuel fue escrito
después de que la nación se dividió en 931 a.C., para formar los reinos del norte y del sur.
5:6–9. Jerusalén había permanecido bajo el control de los jebuseos desde los días de Josué
(Jos. 15:63), por lo que se consideraba ciudad neutral, así que al cambiar su residencia allá,
David estaba demostrando su imparcialidad. Pero el mismo hecho de que la ciudad siguiera
siendo jebusea indica que era inexpugnable. Esto se infiere claramente por la respuesta de sus
ciudadanos cuando David asedió a la ciudad. Dijeron que aun los ciegos y los cojos lo echarían
de allí.
David se instaló en la fortaleza de Sion, la cual es la ciudad de David, que se encuentra al
sur de la ciudad jebusea (el monte Ofel; V. el mapa “Jerusalén en tiempo de los reyes”, en el
Apéndice, pág. 307). Ahí David prometió a sus hombres que cualquiera que descubriera una
forma de entrar a la ciudad sería promovido a comandante en jefe (1 Cr. 11:6). El relato de 1
Crónicas narra que Joab fue quien logró hacerlo, pasando a través del túnel de agua que
conectaba las fuentes que se encontraban fuera de la ciudad con sus reservas internas (2 S. 5:8).
La palabra hebr. que se usa para canal ṣinnôr podría referirse a un tipo de gancho que usan los
alpinistas (V. RVR95 nota mar.). De cualquier manera, tomaron la ciudad y la establecieron
como su capital.
La frase sarcástica usada por los jebuseos con respecto a los ciegos y cojos fue tan ofensiva
para David, que llegó a ser un proverbio que se usaba para hablar de sus enemigos en general, a
quienes se llamaba ciegos y cojos. Después de que sometieron a la ciudad, los montes de Sion y
Ofel se consolidaron como una sola entidad que aquí se describe y en otros lugares como la
Ciudad de David (5:7, 9; 6:12; 1 R. 2:10). Milo (2 S. 5:9) significa “relleno o muros de
contención”; así que debe haber sido el área que quedaba entre las colinas y que se había
rellenado hasta llegar al nivel de la ciudad entera. También podría referirse al terraplén
construido para proteger a la ciudad de los pueblos del norte (1 R. 9:15, 24).
5:10–12. La captura, expansión y ocupación de Jerusalén por David fue un claro indicio para
todo Israel y los pueblos aledaños de que Jehová … estaba con él, y que no era un jefe tribal
renegado, sino que poseía un poder político digno de consideración. Lo anterior se manifiesta en
la atención de que fue objeto por parte de Hiram rey de Tiro, ciudad-estado fenicia, que envió a
David hombres y materiales para construir un palacio (cf. 1 R. 5:1–11). David se convenció por
medio de ese reconocimiento proveniente de una persona tan importante, de que ciertamente
Dios había confirmado y engrandecido su reino.
5:13–16. Una señal de grandeza en el mundo del antiguo Cercano Oriente era tener un harén
muy numeroso. Aunque no se puede justificar la actitud de David con respecto a ese asunto, el
cual en efecto le provocó gran dolor, él practicó las costumbres de su tiempo.
5:17–25. Los filisteos tomaron muy en cuenta la prosperidad de David. Es probable que
durante los años que gobernó desde Hebrón lo hayan considerado un vasallo fiel (1 S. 27:5–7;
29:3, 6–9). Sin embargo, ahora sabían sin lugar a duda que David era su enemigo implacable,
pues era el sucesor de Saúl. Después de asegurarse de la promesa de la bendición de Dios (2 S.
5:19), David marchó contra los filisteos que se habían reunido para la batalla en el valle de
Refaim, ubicada a sólo 5 o 6 kms. al suroeste de Jerusalén, y les infligió una sonada derrota. El
resultado fue que llamaron a aquel lugar Baal-perazim, “el Señor [aquí es el de Israel] que
quebranta”. Es irónico que los filisteos abandonaran allí sus ídolos en manos de los israelitas, tal
como en los días de Samuel éstos habían dejado el arca, símbolo del pacto y de la presencia de
Dios (1 S. 4:11), a merced de los filisteos.
Pero los filisteos volvieron a venir (2 S. 5:22) a Refaim. Esa vez la estrategia divina fue
diferente. Israel debía rodearlos por detrás y cuando oyeran ruido como de marcha en las
balsameras, debían atacar y echarlos de Gabaón (1 Cr. 14:16) hasta llegar a Geser, a una
distancia de 24 kms. Así, tanto amigos como enemigos pudieron ver la evidencia de la
protección y poder de Dios sobre David y su reino. (V. “El reinado David”, en el Apéndice, pág.
303).

B. Regreso del arca (cap. 6)


6:1–5. Por cien largos años, el arca del pacto había estado fuera del tabernáculo y de los
otros lugares de adoración. Después de haber sido capturada por los filisteos en Afec (1 S. 4:11),
permaneció en Filistea por siete meses, luego por un breve tiempo estuvo en Bet-semes y el resto
del tiempo en Quiriat-jearim. Ahora que David se había asentado en Jerusalén, un lugar neutral,
y la había hecho la capital política del reino, lo único que le faltaba era recuperar el arca,
colocarla en el tabernáculo que iba a erigir en el monte Sion y declarar a Jerusalén el centro
religioso de la nación.
Primeramente fue con treinta mil hombres a Baala de Judá (la misma ciudad que
Quiriat-jearim; Jos. 15:9) para traer el arca de la casa de Abinadab, que era su guardián. El arca
se describe como que portaba el nombre de Dios mismo y representaba la presencia divina que
habitaba entre su pueblo de manera muy especial (cf. Éx. 25:22). Como tal, debía manejarse con
reverencia, aun al transportarla de un lugar a otro. La ley especificaba que sólo los levitas podían
cargarla sobre sus hombros por medio de unas varas que atravesaban los anillos de oro que se
encontraban adheridos a ella (Éx. 25:14; cf. Nm. 4:15, 20). Ni aun los levitas podían tocar el
arca o mirar dentro de ella, porque era santa. No es posible saber por qué David hizo a un lado
esas instrucciones, pero él y Uza y Ahío, hijos de Abinadab, colocaron el arca en un carro y
avanzaron en medio de una gran celebración musical hacia Jerusalén. El uso de los instrumentos
musicales (2 S. 6:5) era común en la adoración de Israel como se puede apreciar, e.g., en Salmos
150, donde se mencionan la mayoría de los instrumentos que se citan aquí.
6:6–11. Por el camino pasaron por un tramo malo y sinuoso, por la era de Nacor (o Quidón,
1 Cr. 13:9), y los bueyes tropezaron, con peligro de que se cayera el arca. En una reacción
instintiva, Uza, uno de los vigilantes, extendió su mano al arca para detenerla, lo cual fue un
acto de irreverencia que le costó la vida. La dureza de la disciplina de Jehová debe entenderse a
la luz de su santidad absoluta, la cual requiere que las obras sagradas se lleven a cabo de la
misma manera (cf. el comentario de 1 S. 6:19–7:2). Dios se había encendido en furor (pāraṣ)
contra Uza, así que aquel lugar se llamó Pérez-uza (“el quebrantamiento de Uza”). David
aprendió una gran lección. No movería el arca otra vez hasta que Dios le diera la orden. Por
tanto, estuvo el arca de Jehová en casa de Obed-edom geteo (nativo de Gat) tres meses.
6:12–15. Finalmente, la procesión comenzó una vez más, ahora en concordancia con las
estipulaciones divinas. Mientras que el arca iba de camino, David se vistió con vestiduras
sacerdotales (un efod de lino), ofreció un holocausto y bailó y gritó de júbilo con los israelitas.
En esa instancia tocaron trompetas (cf. otros instrumentos en el v. 5). David no era un
descendiente de Aarón y no era apto para ser sacerdote. Sin embargo, era el ungido de Dios, el
fundador de la línea mesiánica que culminaría con el Rey que cumpliría también con los oficios
de sacerdote y profeta (7:12–16; 1 S. 2:35; Dt. 18:15–19). Otros reyes davídicos también
desempeñaron funciones religiosas, aunque no siempre de manera correcta (1 R. 3:4; 8:62–63; 2
Cr. 26:16–19).
6:16–23. Por fin la procesión llegó hasta Jerusalén. La primera esposa de David, Mical, hija
de Saúl, vio al rey que saltaba y danzaba con júbilo delante de Jehová y disgustada y
avergonzada por la celebración, reprendió a David por ello (v. 20). Éste se defendió afirmando
que no había hecho nada malo (vv. 21–22). Parece que fue entonces que se separó de ella y
nunca tuvo hijos. Mical había interpretado mal su celo sagrado como exhibicionismo, acusación
que lo hirió profundamente (V. el comentario de 21:8). El arca fue colocada en el tabernáculo
que David … había levantado (6:17). Ahí continuó con el sacrificio de holocaustos y ofrendas
de paz delante de Jehová y culminó las celebraciones con regalos de comida, para toda la
multitud de Israel, así a hombres como a mujeres … un pan, un pedazo de carne y una
torta de pasas.

C. El pacto davídico (cap. 7)


7:1–2. Cuando ya David se había establecido completamente en Jerusalén y gozaba de
reposo de todos sus enemigos, tuvo la idea de construir algo más permanente para que el Señor
habitara entre su pueblo. La tienda ya no era un lugar apropiado, especialmente cuando se
comparaba con su palacio de cedro (cf. 5:11).
7:3–17. Entonces comunicó su deseo al profeta Natán, quien inicialmente respondió
favorablemente. Pero David pronto supo que sus intenciones eran prematuras. Desde el éxodo,
Jehová había morado entre su pueblo en un edificio temporal. No había necesidad ahora de algo
diferente. De hecho, no era la voluntad divina que David le edificara casa; más bien, ¡Dios
edificaría una casa para David! (v. 11) Él lo había sacado de un origen poco prometedor para ser
pastor del pueblo de Dios (v. 8). De la misma manera, había juntado a Israel para sí mismo y les
daría un lugar para ellos en su propia tierra. La casa que iba a construir para David era una casa
real, una dinastía de reyes. Tendría su origen en él, pero jamás conocería final (v. 16). El reino y
su trono serían permanentes, una esfera sobre la cual el Hijo de David reinaría para siempre (cf.
23:5).
La promesa de que David y su simiente serían reyes cumplía la bendición más antigua del
pacto abrahámico que decía que los patriarcas serían padres de reyes (Gn. 17:6, 16; 35:11). A
Judá, el bisnieto de Abraham, le fue dada la promesa específica de que el regidor vendría de su
tribu (Gn. 49:10). Samuel ungió a un joven de la tribu de Judá, David mismo, de quien el Señor
dijo: “Éste es” (1 S. 16:12). David estaba consciente de su elección por Dios y del significado
teológico que tenía, como parte de la línea mesiánica que finalmente desembocaría en el
descendiente divino y Rey (Sal. 2:6–7; 110; cf. las palabras de Etán en Sal. 89:3–4). Los profetas
también testificaron de la venida del Mesías davídico, aquel que reinaría desde su trono sobre
todos y para siempre (Is. 9:1–7; 11:1–5; Jer. 30:4–11; Ez. 34:23–24; 37:24–25; Am. 9:11–15).
La promesa de que el pueblo de Dios, el reino de David en Israel, tendría una tierra propia
por siempre, también se basa en los compromisos anteriores del Señor. Él había dicho que la
tierra de Canaán sería el hogar que se daría a la simiente de Abraham para siempre (Gn. 13:15;
15:18; 17:8; Dt. 34:4).
En cuanto al templo, a David no le sería permitido edificarlo, pero uno de sus hijos tendría el
honor de hacerlo (2 S. 7:12–13). El contexto claramente se refiere a una casa literal y no a una
dinastía, porque habla de los resultados que vendrían si su hijo no era obediente a su Señor (vv.
14–15), lo cual no puede aplicarse al Rey que se menciona como la figura culminante de la
dinastía davídica. Estos vv. son un buen ejemplo de un pasaje del A.T. en el cual algunos
elementos encuentran su cumplimiento en el futuro inmediato (Salomón y otros descendientes
humanos de David), mientras que otros se cumplirán solamente en el futuro más lejano
(Jesucristo, el Hijo de David; cf. Lc. 1:31–33).
7:18–29. La reacción de David a la magnífica revelación concerniente a la naturaleza de su
reinado fue reconocer la bondad del Señor de la cual fue objeto (vv. 18–21) y exaltar la
incomparable soberanía de Dios (tú te has engrandecido … por cuanto no hay como tú, v.
22). Ésta se manifestó de manera especial en la elección de Israel por su gracia redentora (vv.
23–24). Finalmente, oró pidiendo que la promesa de Dios se cumpliera para que su nombre fuera
glorificado—que sea engrandecido su nombre para siempre (vv. 25–29). Es interesante que
David se haya dirigido a la divinidad siete veces como el soberano Jehová Dios (vv. 18–20, 22,
28–29), palabras que trad. el hebr. ’ădōnāy (lit. “Señor”) Yahweh. David expresó su humildad
ante el Señor al referirse diez veces a sí mismo como su siervo (vv. 19–21, 25–29).

D. Campañas de David (cap. 8)


8:1–2. Como parte del pacto con David, Dios había prometido que le daría a Israel descanso
de todos sus enemigos (7:11). Ahora empezaba a cumplirlo. Primeramente, los enemigos
acérrimos de Israel por más de 125 años, los filisteos, fueron derrotados en Meteg-ama, ciudad
de la cual no se sabría nada a no ser por esta alusión. Después David derrotó también a los de
Moab, matando a dos de cada tres prisioneros. Los sobrevivientes fueron siervos, lo que implica
que Moab llegó a ser un estado tributario del gran rey David. Es desconcertante el trato tan duro
que David les dio, puesto que sus raíces se encontraban en Moab, y hasta ese momento parecía
que la relación era amigable (1 S. 22:3–4).
8:3–8. El siguiente objetivo de David fueron los sirios (o “arameos”, BLA, vv. 5, 6). Su
organización consistía de una confederación de ciudades-estado dispersas que cobraron
prominencia al mismo tiempo en que floreció la monarquía israelita bajo Saúl y David. En
primer lugar, David hizo una incursión contra Hadad-ezer (o Hadarezer), rey de Soba, un área
que estaba al norte de Damasco. Hadad-ezer había salido en campaña rumbo al río Eufrates para
recuperar algo de su territorio. Durante su ausencia, David atacó la ciudad. La victoria sobre los
sirios le proporcionó prisioneros (mil setecientos hombres de a caballo, y veinte mil hombres
de a pie), y cien carros con sus caballos, los cuales David usó por primera vez en los ejércitos
de Israel (a pesar de que en hebr. el v. 4 dice “mil setecientos hombres de a caballo”, 1 Cr. 18:4
es un texto con toda probabilidad mejor preservado y reza: “mil carros [y] siete mil de a
caballo”). Antes de que David regresara, él y sus hombres fueron atacados por las tropas de
Damasco. Una vez más, David venció y después de matar a veintidós mil hombres, estableció
una guarnición en ese lugar, haciendo de él otro estado tributario de Israel. Finalmente, regresó
a Jerusalén para celebrar su gran triunfo, trayendo escudos de oro y una gran cantidad de
bronce como botín de su conquista.
8:9–12. Toi, rey de la ciudad-estado siria de Hamat, fue testigo de los notables éxitos
militares de David, así que decidió darse por vencido y hacerse vasallo de Israel sin luchar.
Como símbolo de sus intenciones, envió … a su hijo Joram (o Adoram, 1 Cr. 18:10) a David
cargado con hermosos utensilios de plata, de oro y de bronce. David los añadió a todo el botín
que había ganado en sus campañas anteriores (2 S. 8:11–12) contra Edom (cf. v. 14); Moab (cf.
v. 2); los amonitas (cf. cap. 10); los filisteos (cf. 8:1); y los amalecitas (la conquista de Amalec
por David no se narra en el A.T.). Todas esas ganancias las dedicó al servicio de Jehová (cf. 1
R. 7:51).
8:13–14. David obtuvo una gran fama al derrotar a un ejército de dieciocho mil edomitas en
el Valle de la Sal, una planicie pantanosa que estaba al sur del mar Muerto. Aunque el vocablo
“aram” (i.e., “arameos”) se encuentra en la mayoría de los mss. hebr., la LXX y otras versiones
dicen “Edom”, lectura que también es apoyada por algunos mss. hebr. y por 1 Cr. 18:12. La
diferencia en el idioma original radica en una sola letra: d (como en Edom) y r (como en Aram),
la cual puede confundirse con facilidad en hebr. Si fuera “arameos” puede ser que los edomitas
hubieran solicitado ayuda de los arameos para pelear contra Israel. De cualquier modo, David los
venció y puso a Edom bajo su hegemonía. Y Jehová dio la victoria a David por dondequiera
que fue.
8:15–18. La creación de un imperio, aunque pequeño en comparación con las grandes
potencias del día de hoy, requería de la formación de una burocracia para administrar todos sus
asuntos. Los principales oficiales de David eran Joab … general del ejército; Josafat el
cronista; Sadoc … y Ahimelec eran sacerdotes; Seraías era escriba; Benaía (cf. 23:2–23) era
el líder de las tropas de los cereteos y peleteos (también mencionados en 1 S. 30:14; 2 S. 15:18;
20:7, 23; 1 R. 1:38, 44; 1 Cr. 18:17; Ez. 25:16; Sof. 2:5, y posiblemente tenían relación con los
filisteos de alguna manera); y los hijos de David eran los príncipes (kōhănîm). Ese vocablo
hebr. por lo regular denota “sacerdotes” (cf. 2 S. 20:26) y significa “príncipes” (cf. 1 Cr. 18:17) o
“asesores reales”. Sin duda esta interpretación es mejor, puesto que los hijos de David, siendo de
la tribu de Judá, no eran aptos para ministrar como sacerdotes. La mención de Sadoc y Ahimelec
juntos (8:17) indica la transición que estaba tomando lugar en el oficio de sacerdote. Ahimelec,
hijo de Abiatar era descendiente de Elí (V. el cuadro “Antepasados de Sadoc y Abiatar”, en el
Apéndice, pág. 304) cuya línea sacerdotal Samuel había dicho que terminaría (1 S. 3:10–14).
Sadoc era descendiente de Aarón a través de Eleazar (1 Cr. 6:4–8). Por medio de Sadoc
continuaría la línea de los sacerdotes por el resto del A.T.

E. Bondad de David hacia la familia de Saúl (cap. 9)


Este cap. introduce lo que a veces se llama “relato de la sucesión”, una pieza literaria que
abarca los caps. 9 al 20. Su propósito es mostrar las medidas que David tomó al suceder a Saúl y
establecer la permanencia de su propia dinastía. El primer paso que dio fue solicitar apoyo de las
tribus del norte al extender su favor a los miembros sobrevivientes de la casa de Saúl.
9:1–8. David había jurado a Jonatán que nunca olvidaría el pacto de amistad que los había
unido (1 S. 20:14–17). Así que llamó a un siervo de la casa de Saúl … Siba, y le preguntó si
había algún miembro de la familia de Saúl que tuviera alguna necesidad especial (2 S. 9:2–3; cf.
1 S. 20:42). Siba respondió que un hijo de Jonatán, lisiado de los pies … Mefi-boset (2 S.
4:4), todavía vivía y se encontraba en Lodebar (al oriente del Jordán, a 8 kms. al sur de Wadi
Yarmuk; cf. 17:27). David hizo que lo trajeran inmediatamente, le devolvió el patrimonio de
Saúl y le asignó una pensión real (9:7). En señal de humildad, Mefi-boset se declaró siervo de
David (v. 6) y como un perro muerto (v. 8), i.e., sin valor (cf. 16:9).
9:9–13. David le dijo a Siba y a sus quince hijos y veinte siervos que labraran la tierra de
Mefi-boset y que lo trataran como si fuera hijo de David (9:9–11). La provisión del rey hacia
Mefi-boset y permitirle comer a su mesa (vv. 7, 10–11, 13) demostró una vez más el corazón
magnánimo de David. En todo esto demostraba su misericordia (ḥeseḏ, “amor leal”) por amor
de Jonatán (v. 1; cf. v. 7).

F. Amón maltrata a los embajadores de David (cap. 10)


10:1–5. Otro aspecto del reinado de David fueron sus relaciones internacionales. David había
sojuzgado a muchas de las naciones vecinas y ahora pagaban tributo a Israel (8:12). Entre ellas
se encontraba Amón, un reino que estaba al oriente del río Jordán. Desde los primeros años del
reinado de Saúl, Nahas había sido rey de Amón. De hecho, había atacado a Jabes de Galaad al
principio del mandato de Saúl, pero éste lo derrotó (1 S. 11:1–11).
Finalmente, Nahas murió, y en su lugar reinó Hanún su hijo. Puesto que Nahas había
mostrado a David cierto grado de misericordia que aquí no se especifica, David envió unos
mensajeros a su hijo para consolarlo por la muerte de su padre. No hay duda de que David
esperaba que este gesto le ayudaría a tener un aliado amistoso en su frontera oriental. Pero es
probable que los consejeros de Hanún le hayan recordado la derrota que sufrieron a manos de
Saúl cincuenta años antes y le aconsejaron que no aceptara la generosidad de David, sino que la
considerara como un acto de espionaje. Así que los mensajeros de David no solamente fueron
rechazados, sino que les raparon la mitad de la barba y les cortaron los vestidos por la mitad
para exhibirlos vergonzosamente, lo cual fue una ignominia insoportable para los sensibles
semitas (cf. Is. 15:2; 20:4).
10:6–14. Hanún reconoció que ese insulto a David era, de hecho, una declaración de guerra,
así que enlistó a 33,000 tropas mercenarias de los tres reinos sirios de Bet-rehob (en Galilea del
norte), Soba (V. el comentario de 8:3), Maaca (al oriente de la alta Galilea) y de Is-tob, pequeño
reino en el límite poniente del desierto siro-árabe. David … envió a su ejército al mando de Joab
y Abisai para encontrarse con el ejército de Hanún y sus mercenarios en Medeba (1 Cr. 19:7),
ubicada a 19 kms. al oriente de la orilla norte del mar Muerto. Joab atacó a las divisiones sirias,
y las tropas de Abisai a los amonitas, con el entendido de que el uno ayudaría al otro según las
circunstancias lo requirieran. El resultado fue una aplastante victoria para Israel.
10:15–19. Aunque parece que los amonitas aprendieron la lección, los sirios determinaron
vengar el desastre de Medeba haciendo llamar a sus ejércitos que estaban del otro lado del
Eufrates para pelear contra Israel. Bajo la dirección de Sobac, general del ejército de
Hadad-ezer de Soba, tomaron posiciones en Helam, lugar desértico ubicado a 64 kms. al oriente
del mar de Cineret. Allí se encontraron con David y una vez más, el Señor dio a Israel el triunfo.
Mató a setecientos hombres de carros y a cuarenta mil hombres de a caballo e hirió … a
Sobac. (Aunque en hebr. dice 700 hombres de carros, el pasaje paralelo de 1 Cr. 19:18 indica
que fueron 7,000 hombres de carros. Es preferible tomar el número mayor, ya que el relato de
Cr. en general es más completo y amplio.) Eso rompió con la resistencia siria e hizo caer a la
confederación bajo el dominio israelita. Nunca más se aliaron con Amón para pelear contra
Israel.
Este es el segundo relato de la opresión de Hadad-ezer a manos de David (cf. 2 S. 8:3–8).
Parece ser que el cap. 8 registra una rendición inicial de los sirios de Soba al vasallaje israelí,
mientras que el cap. 10 infiere que hubo una rebelión siria contra la opresión de David, la cual
fue aplastada y resultó en la continuación de la sumisión siria.

III. Pecado de David y sus problemas familiares (caps. 11–21)


A. Adulterio de David (cap. 11)
11:1. A pesar de que los sirios no volvieron a apoyarlos, los amonitas tercamente siguieron
siendo hostiles hacia Israel. En el contexto de los problemas cotidianos de David con sus
enemigos empedernidos, se presenta el suceso que dio un nuevo giro a su reinado.
Fue en la primavera, después de que las lluvias tardías habían pasado y aunque era la
costumbre de los reyes salir a la guerra, David ordenó a Joab que invadiera Rabá, la capital de
Amón. La tradición era que los reyes dirigieran personalmente a sus ejércitos, pero David se
quedó en Jerusalén por razones que no se mencionan.
11:2–3. Un día, al caer la tarde, David estaba inquieto y se levantó … de su lecho, salió al
terrado de la casa real y desde ahí pudo observar a Betsabé … mujer de Urías, su vecino. Ella
se estaba bañando al aire libre. No se puede culpar a David por haber buscado la brisa
refrescante de la tarde, pero Betsabé sí conocía la cercanía que había entre su jardín y el palacio
real. Es probable que albergara alguna intención oculta para atraer al rey. Lo que sí es
imperdonable es que el rey cediera totalmente a sus encantos, pues las acciones premeditadas
que tomó para traerla al palacio requerían mucho más que el tiempo necesario para que pudiera
resistir la impulsiva tentación inicial (cf. Stg. 1:14–15).
11:4–5. Cuando supo quién era, David envió mensajeros para que la trajeran inmediatamente
y sostuvo relaciones sexuales con ella después de cerciorarse de su pureza ritual (cf. Lv. 12:2–5;
15:19–28). Es probable que el baño que se estaba dando tuviera el propósito de llevar a cabo el
rito de la purificación, el cual exhibía sus encantos y de paso anunciaba que estaba disponible.
Con el paso del tiempo, ella se dio cuenta de que estaba encinta y sin duda muy desconcertada,
informó al rey de su condición.
11:6–13. La crisis que provocó el embarazo exigía que se diera una solución inmediata, así
que David determinó “legitimar” el futuro nacimiento de su hijo trayendo a Urías de la campaña
contra los amonitas, y propiciando la posibilidad de que él disfrutara de la intimidad conyugal.
Pero el subterfugio no resultó, aunque David hizo dos intentos (vv. 8, 13) para que Urías fuera a
su casa y estuviera con su mujer, a lo cual el noble heteo se rehusó. (Aunque el imperio heteo
había terminado por el año 1200 a.C., todavía existían algunos grupos de ellos en Siria y en
Israel. Urías provenía de uno de ellos.) Él se preguntó repetidamente cómo podía permitirse el
lujo de ir a su hogar y gozar de una visita conyugal mientras que sus amigos estaban privados de
todo ello porque estaban en batalla. Aun después de que David lo embriagó, el sentido de lealtad
hacia sus compañeros hizo que Urías reprimiera su deseo natural de estar con su esposa.
11:14–21. Con gran frustración escribió David … una carta para Joab diciéndole que en
cuanto regresara Urías a su lado, debía ponerlo al frente de la batalla y luego abandonarlo frente
al enemigo, iniciando la retirada inesperada de Israel. La ironía fue que Urías fue el portador de
su propia sentencia de muerte. Ese plan sí tuvo éxito y Urías murió. En otras circunstancias,
David se hubiera enojado por las noticias de las bajas ocurridas en batalla. Hubiera argumentado
la imprudencia de Israel al pelear bajo el muro de Rabá, lo que le costó la vida a Abimelec hijo
de Jerobaal o Gedeón, mucho tiempo antes (Jue. 9:50–54). Así que Joab le dijo al mensajero
que específicamente informara al rey que Urías también había muerto. Él sabía que eso aplacaría
su enojo.
11:22–27. La respuesta de David ante las noticias era de esperarse. Le dijo al mensajero que
dijera a Joab que en la guerra, la vida y la muerte son un asunto de suerte. Sus instrucciones para
Joab fueron de que arreciara el sitio impuesto a Rabá. Muy pronto, Betsabé se enteró de la
trágica muerte de su esposo. Pero en cuanto pasó el luto, se fue a vivir al palacio, a tiempo de
dar a luz a su hijo. Lo ocurrido fue desagradable ante Jehová, y puso en marcha los
acontecimientos que atormentarían a David hasta el día de su muerte.

B. Reprensión de Natán y castigo de David (cap. 12)


12:1–6. Algún tiempo después del nacimiento del hijo de Betsabé, Natán el profeta narró a
David una historia acerca de un hombre rico que teniéndolo todo, robó a su vecino pobre la
única corderita que tenía con objeto de ofrecerla en un banquete para un visitante.
En un arranque de ira, David pronunció el veredicto de que el que tal hizo, merecía la
muerte. A pesar de que la ley no contemplaba ese castigo por el hurto de propiedad, el secuestro
era una ofensa capital, y puede ser que el rey haya percibido al robo como tal (Éx. 21:16).
Además, dijo que el rico debía restaurar a su vecino con cuatro tantos, porque ni aun con su
muerte podría recompensar la pérdida que provocó al hombre pobre (Éx. 22:1).
12:7–14. La respuesta de Natán a todo esto fue como una bomba: Tú eres aquel hombre …
Jehová, dijo, le había dado todo, pero como en la historia, él había tomado a la corderita de uno
de sus vecinos pobres (v. 9). Ahora David tendría que sufrir la misma espada que había matado
a Urías, y sus mujeres serían robadas tal como él había hecho con Betsabé, tomándola de manos
del heteo. Eso se cumplió con Absalón (el propio hijo de David), cuando tuvo relaciones
sexuales con las concubinas de su padre (16:22). Pero la vergüenza de David sería mucho mayor
porque, en contraste con el secreto en que él cometió su pecado, esas cosas ocurrirían a los ojos
de la opinión pública, a pleno sol.
Podríamos preguntarnos por qué David no recibió el castigo de la muerte con que tan
severamente había condenado al culpable de la historia de Natán. El adulterio y el homicidio
eran causas suficientes para la ejecución de un rey (Éx. 21:12; Lv. 20:10). De seguro la respuesta
yace en el arrepentimiento genuino que David expresó, no solamente en presencia de Natán, sino
con mucha más fuerza en Salmos 51. El pecado de David fue atroz, pero Natán pudo dar
testimonio de que la gracia de Dios era más que suficiente para perdonarlo y restaurarlo. Pero a
pesar de haber sido restaurado a la comunión con su Dios, las consecuencias de su pecado
continuaron, y el dolor que causó se hizo palpable tanto en la nación entera como en su vida
personal.
12:15–23. Poco después de su entrevista con Natán, el niño … enfermó gravemente. A
pesar del ayuno y oración intensos de David, murió antes de cumplir una semana. Hasta ese
momento David suspendió su luto; se lavó, adoró y comió, lo cual era contrario a la costumbre
que prevalecía, y para asombro de sus siervos. La explicación de David fue simple: Viviendo
aún el niño, yo ayunaba y lloraba … mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar?
¿Podré yo hacerle volver? David estaba dando testimonio de la irrevocabilidad de la
muerte—su naturaleza definitiva hace absurda cualquier petición posterior. Yo voy a él,
continuó, mas él no volverá a mí. Esto refleja su convicción de que los muertos no pueden
volver a la vida, sino que son los vivos los que van hacia la muerte.
12:24–25. Con el paso del tiempo, Betsabé dio a David otro hijo, al cual pusieron dos
nombres. Sus padres lo llamaron Salomón (“paz”), pero Jehová le puso el nombre de Jedidías
(“amado de Jehová”) a través de Natán.
12:26–31. Mientras tanto, a Joab le iba bien en la guerra contra los amonitas. Le faltaba
poco para capturar la capital, Rabá, porque ya había tomado la ciudadela real y las fuentes de
agua. Para que David obtuviera el crédito por su caída, Joab le mandó pedir que dirigiera el
último ataque. Así lo hizo David. Despojó a la ciudad de toda su riqueza, y quitó al rey (malkām,
que también podría hacer referencia a “Moloc”, el dios de los amonitas) de Amón su corona …,
la cual pesaba un talento de oro (34 kgs.). A los sobrevivientes David les dio trabajo de
esclavos (usando sierras … trillos de hierro y hachas, y además los puso a trabajar en los
hornos de ladrillos) y volvió triunfante a Jerusalén.

C. Pecado y asesinato de Amnón (cap. 13)


Natán había dicho a David que por sus amoríos con Betsabé la espada nunca se apartaría de
su casa (12:10). No pasó mucho tiempo antes de que el monarca empezara a experimentar la
amargura que le provocaron las violaciones y asesinatos dentro de su propia familia.
13:1–6. Absalón, el hijo que David tuvo con Maaca (3:3), tenía una hermana hermosa
cuyo nombre era Tamar. Por otra parte, el primogénito de David con Ahinoam (3:2) era
Amnón, y éste se enamoró de ella. Él se encontraba angustiado porque todos sus intentos de
ganarse su favor habían fallado. Entonces buscó el consejo de su primo Jonadab, que era muy
astuto, quien le aconsejó que fingiera estar enfermo y luego le pidiera a su padre que Tamar le
hiciera algo de comer y se lo llevara.
13:7–14. Después de haber hecho hojuelas delante de él, Amnón le dijo que sacara de la
habitación a todos los siervos. Entonces, y a pesar de sus súplicas, la forzó, y se acostó con ella.
La pérdida de la virginidad de esa manera era una maldición insoportable en Israel (Dt.
22:13–21). Aun más, las relaciones entre medio hermanos estaban estrictamente prohibidas por
la ley. Los culpables de tales pecados debían ser cortados de la comunidad del pacto (Lv. 20:17).
En este caso, por supuesto, Tamar fue la parte inocente, ya que ella había sido atacada (Dt.
22:25–29).
13:15–19. Sintiéndose repugnante por lo que había hecho, aborreció Amnón a Tamar más
de lo que la había amado. Esto indica que su sentimiento original no había sido amor, sino
lujuria. Amnón … echó fuera a Tamar añadiendo un insulto peor que la violación,
transgrediendo así la ley flagrantemente. Él deseaba que ella se alejara de su presencia de
inmediato, en señal de que la repudiaba y que no podía llegar a ser su prometida. Con ese acto de
bajeza, Amnón humilló a una virgen, y la ley exigía que se casara con ella (Dt. 22:29). La
reacción de Tamar a todo ello—esparció … ceniza … sobre su cabeza, y rasgó sus vestidos
reales (cf. 2 S. 13:31; Job 2:12)—muestra la intensidad de su dolor al perder su pureza y tal vez
cualquier oportunidad de casarse.
13:20–22. Cuando Tamar llegó a la casa de su hermano Absalón, éste inmediatamente
sospechó lo que había pasado. No hay duda de que conocía muy bien los bajos instintos de
Amnón. Ya estaba planeando la forma de vengarse y aconsejó a su hermana que callara el
asunto y que se quedara en su casa. Llegó a oídos de David lo ocurrido y aunque se enojó
mucho, no aplicó la penalidad prescrita en la ley; probablemente porque Amnón era su
primogénito. Pero Absalón aborrecía a Amnón.
13:23–29. Pasaron dos años antes de que Absalón pudiera llevar a cabo su venganza.
Preparó un festival para celebrar el tiempo de esquilar las ovejas, costumbre que se practicaba en
Israel desde tiempos muy antiguos (Gn. 38:12–13; 1 S. 25:2, 7). Así que invitó y aun porfió con
su padre David para que asistiera a Baal-hazor (como a 10 kms. al sur de Silo), lugar donde
sería la celebración, pero David declinó la invitación. Entonces Absalón le pidió que Amnón
fuera en su lugar, lo cual el rey aceptó a regañadientes. En medio de la algarabía, los siervos de
Absalón, al recibir una señal prevista, atacaron y asesinaron a Amnón, el cual nunca sospechó
nada. Ese homicidio fue en venganza por la violación de Tamar.
13:30–39. Llegó a oídos de David que Absalón había matado a todos sus hijos así que cayó
en una inconsolable depresión. Aun cuando después supo que la información era incorrecta y que
solamente Amnón había muerto, no pudo hallar consuelo (v. 36). Mientras tanto, Absalón huyó
de Baal-hazor y encontró refugio con Talmai, su abuelo materno, que vivía en Gesur, al oriente
del mar de Cineret. Allí permaneció tres años, aunque su padre ya se había consolado y deseaba
verlo.

D. Distanciamiento entre Absalón y David (cap. 14)


14:1–3. Para todos era muy evidente que David extrañaba profundamente a su hijo exilado,
pero nadie sabía qué hacer para que Absalón regresara y se reconciliara con su padre. Finalmente
Joab, el experto en tácticas, convenció, o quizá ordenó, a una mujer astuta de Tecoa (que más
tarde fue el hogar del profeta Amós [Am. 1:1]; ubicada a 11 kms. al sur de Belén) que se
disfrazara de luto y que entrara al rey contándole una historia que él inventó y la puso en su
boca.
14:4–7. En presencia del rey, la mujer dijo que tenía dos hijos, uno de los cuales había
asesinado al otro. Eso significaba que el sobreviviente merecía que sus familiares vengaran la
sangre de su hermano. Pero ya que era viuda, eso implicaría que quedaría desamparada
(expresada con la figura del lenguaje, así apagarán el ascua que me ha quedado). Y quizá lo
más importante era que se quedaría sin heredero que portara el nombre y la memoria de su
difunto marido.
14:8–11. David se mostró muy sensible al relato y le dijo que regresara a su casa en paz. Él
giraría una orden para exonerar al asesino. Sin embargo, ella no estaba convencida de haberse
explicado bien y llevó su explicación un paso más allá. En caso de que no se hiciera justicia, ella
y su familia serían responsables. Es decir, si las circunstancias requerían que la venganza se
llevara a cabo (Nm. 35:9–12), ella quería que el rey supiera que él no sería tenido por culpable
legal o moralmente si no impedía que la venganza se realizara. David la escuchó pacientemente y
una vez más le aseguró que cualquiera que tratara de proseguir en el caso tendría que responder
al rey. Sin embargo, ella continuó implacable hasta que sacó de David un juramento formal de
que el hijo en cuestión no sufriría el más mínimo daño: Vive Jehová (cf. el comentario de 1 R.
1:29), que no caerá ni un cabello de la cabeza de tu hijo en tierra.
14:12–14. Finalmente satisfecha, la mujer con sabiduría acosó al rey con el significado de su
parábola. Al otorgar la amnistía a un asesino desconocido ahora le correspondía a él hacer lo
mismo con su hijo Absalón. Existen circunstancias, dijo, bajo las cuales la pena capital no
necesita ser aplicada, particularmente donde no ha habido premeditación de por medio (Nm.
35:15). Aunque eso no era aplicable aquí, pues Absalón había planeado la muerte de Amnón con
mucha anticipación, todavía prevalecía el principio de la misericordia: Dios no quita la vida,
sino que provee medios para no alejar de sí al desterrado.
14:15–20. Luego, para hacer creer a David que sus comentarios acerca de Absalón eran
puramente casuales y que los usó para reforzar su propósito, la sierva recordó al rey el temor
que la había obligado a venir en primer lugar. Ella añadió a ese recordatorio una efusiva
adulación a la sabiduría del rey (mi Señor el rey es como un ángel de Dios para discernir
entre lo bueno y lo malo, v. 17; cf. v. 20). Pero David entendió que “la mujer había insistido
demasiado” y le preguntó si Joab tenía algo que ver con el asunto. Cuando se descubrió su plan,
la mujer tuvo que admitir que era verdad. Seguramente David supo que Joab era el instigador
porque conocía su astucia, y también porque David sabía del interés que tenía Joab en que
regresara Absalón.
14:21–24. David no tuvo otra alternativa que actuar conforme al dictamen que dio a la mujer
acerca del perdón, aunque había sido engañado. Envió a Joab a que trajera a su hijo de regreso.
Pero cuando Absalón regresó, David se rehusó a verlo personalmente o recibirlo en palacio. Tal
vez sentía que una reconciliación tan prematura haría que el pueblo creyera que él no
consideraba demasiado serio el crimen que Absalón había cometido.
14:25–27. El autor del libro describe a Absalón como hermoso en todo sentido para dar
énfasis a sus atributos, los cuales debían hacer que David lo recibiera una vez más, pues fueron
los que más tarde le ganaron el favor del pueblo. Se hace una referencia especial a su cabello
largo (que pesaba doscientos siclos, i.e. alrededor de 2 kgs., cuando llegaba a cortárselo) para
preparar al lector para el relato de su forma tan peculiar de morir—se le atoró la cabeza
(probablemente su pelo) en las ramas de un encino (18:9). Su profundo amor por su hermana
violada Tamar también habla de sus buenas cualidades; de hecho, a su propia hija también la
llamó Tamar.
14:28–33. Después de dos años más de separación de su padre, Absalón buscó en un par de
veces la ayuda de Joab para poner fin a las diferencias con el rey. Habiendo sido rechazado en
ambas ocasiones, Absalón recurrió a una acción dramática—prendió fuego a un campo de
cebada para llamar su atención. Entonces Joab fue ante el rey y finalmente hizo posible que
Absalón se reuniera con su progenitor. La reunión fue cordial, al menos superficialmente, pero
como lo demostraron los eventos subsiguientes, la aceptación tan pospuesta de David de su hijo
llegó demasiado tarde. Absalón se había amargado y determinó hacer lo que fuera necesario para
que David pagara por su intransigencia.

E. La revolución de Absalón (caps. 15–18)


1. ABSALÓN SE APODERA DEL REINO (CAP. 15)
15:1–6. El primer paso de Absalón para lograr su venganza fue hacerse muy visible: se ponía
al lado del camino junto a la puerta, con carros y caballos, y cincuenta hombres, para
escuchar las quejas de los ciudadanos. Con astucia insinuaba que el rey estaba demasiado
ocupado para atenderles y que no había provisto jueces para considerar sus asuntos. ¿Quién me
pusiera por juez en la tierra? decía Absalón, para que él pudiera escuchar a todos y tratar
imparcialmente cada caso. Asimismo, Absalón mostró gran cariño a la gente al besarles cuando
venían a inclinarse ante él. Así que poco a poco se fue ganando el apoyo de las masas.
15:7–12. Un día, sintiendo que el apoyo popular era arrollador, Absalón le pidió, y recibió
del rey, permiso para ir a Hebrón, supuestamente para pagar un voto que había hecho a Jehová
mientras estaba exilado en Gesur (cf. 13:37). Por cuatro años Absalón había estado alejando al
pueblo de David (los “cuatro años” aparecen en el texto Luciano de la LXX y en la versión
siríaca [peshita], pero el hebr. dice “40 años”, cantidad que podría referirse a un evento temprano
en la vida de David, tal vez a su ungimiento en Belén, 1 S. 16:13). Ahora había llegado el tiempo
propicio para iniciar su revolución. Cuando Absalón llegó a Hebrón, lugar donde David había
empezado su reinado (2 S. 3:2–3) y la dinastía davídica, Absalón anunció que tomaba el poder
(15:10). Los doscientos hombres que lo acompañaron desde Jerusalén … iban sin saber nada.
Parece ser que fueron ganados a la causa como lo fue Ahitofel … consejero de David.
15:13–23. Las noticias de que Absalón había usurpado el trono y que todo estaba perdido,
llegaron con rapidez a la capital del reino. David se convenció de que no había esperanza alguna
para su causa y en su afán de salvar a la ciudad de la destrucción, hizo planes para huir y
dirigirse al oriente, al otro lado del Jordán, dejando a sus diez mujeres concubinas. El pueblo,
que incluía a seiscientos hombres de Gat (hombres fieles que lo habían seguido desde Gat en
Filistea, cuando era perseguido por Saúl; 1 S. 23:13; 27:2; 30:9), huyó con David. El rey trató de
convencer a su oficial mercenario filisteo Itai geteo para que se quedara, pues no tenía nada que
temer de Absalón. Pero acertadamente Itai se negó a ello, y prefirió cumplir su compromiso de
lealtad al rey uniéndose a su huida.
15:24–29. David envió de regreso a la ciudad a Sadoc, y … a Abiatar, los dos sumos
sacerdotes. Sabía que si era la voluntad de Dios que regresara como rey, lo haría. Así que no
había necesidad de sacar el arca del santuario. Después de todo, David era quien se iba al exilio,
no Dios. Además, los dos hijos de los dos sacerdotes (Ahimas, hijo de Sadoc y Jonatán, el de
Abiatar; V. el cuadro “Antepasados de Sadoc y Abiatar”, en el Apéndice, pág. 304) podrían
comunicarle a David la revelación que el Señor pudiera dar a sus padres.
15:30–37. Mientras tanto, David y sus fieles compañeros se fueron por el oriente hacia el
valle de Cedrón y luego hacia el monte de los Olivos. La mención que hace el texto de que iba
con la cabeza cubierta y los pies descalzos, indica la profundidad de su dolor. Para empeorar las
cosas, David supo que Ahitofel, el consejero en quien había confiado, se había unido a la
revuelta de Absalón. Para contrarrestar la influencia de Ahitofel, David llamó a su amigo Husai,
quien quería acompañar al rey en su camino, pero éste lo persuadió para que regresara a
Jerusalén y se pusiera a las órdenes de Absalón como consejero de la corte. Su misión sería
contradecir el consejo de Ahitofel y comunicarle a Sadoc y Abiatar los planes de Absalón (cf.
v. 27) para que a su vez, sus hijos los transmitieran a David (cf. 17:21; 18:19). Entonces continuó
su viaje, mientras Absalón tomó el control de Jerusalén.

2. CONSOLIDACIÓN DEL PODER DE ABSALÓN (CAP. 16)


La salida forzosa de David de Jerusalén no sólo puso en peligro su reinado, sino que también
abrió la puerta a mayores luchas por ocupar el trono entre las dinastías de Saúl y David. Parecía
que Absalón se estaba apoderando de Jerusalén, pero eso de ninguna manera implicaba que
también ganaría el control sobre las tribus del norte. De hecho, la rivalidad dentro de la familia
de David revivió la esperanza entre los hijos de Saúl de recuperar su reino.
16:1–4. Lo anterior resulta evidente, en primer lugar, por la reacción de Mefi-boset, nieto de
Saúl, ante la huida de David. Mientras que el rey se dirigía hacia el oriente a través de las colinas
de Judea, Siba, siervo de Mefi-boset, le salió al encuentro y en señal de gratitud por su
misericordia en el pasado (cap. 9), le dio al fugitivo rey asnos y provisiones para su viaje. Pero
también le dio las malas y tristes noticias de que Mefi-boset se había vuelto contra el rey
esperando recuperar el antiguo trono de Saúl en medio de la confusión ocasionada por la
revolución de Absalón (16:3; pero cf. 19:24–30). Entonces David despojó a Mefi-boset de la
pensión tan generosa que le había asignado anteriormente y se la otorgó a Siba (cf. 9:7, 13).
16:5–14. El siguiente encuentro de David fue con Simei, otro pariente de Saúl que maldijo y
arrojó piedras al monarca fugitivo y a sus oficiales en Bahurim (al oriente del monte de los
Olivos). Insultó a David diciéndole que por ser un hombre sanguinario, Dios estaba vengando
la muerte de Saúl y su familia al quitarlo del poder. Claro que eso era mentira, puesto que David
nunca levantó su mano contra Saúl, a quien consideraba el ungido del Señor. Además, había
tomado todas las medidas necesarias para extender su gracia a los sobrevivientes de su casa. La
verdadera queja de Simei se evidencia por su propia confesión de que David se había sentado en
el trono de Saúl (en lugar del cual tú has reinado).
El guardaespaldas de David y sobrino suyo, Abisai, le rogó que le permitiera decapitar a
Simei (a quien le llamó perro muerto, i.e., sin valor y despreciable; cf. 9:8). Pero David le
prohibió hacerlo con la observación de que quizá Simei, al maldecirlo, estaba siendo instrumento
del mismo Dios. Si Absalón, su propio hijo trataba de matarlo, ¿por qué habría de preocuparse
por la maldición de Simei? Algún día, Dios lo reivindicaría, pero ahora no era el momento de
castigar a Simei por su conducta malévola. Éste continuó maldiciendo, lanzando piedras y
esparciendo polvo por el camino donde iban pasando David y los suyos.
16:15–23. Mientras tanto, Absalón llegó a Jerusalén, y de inmediato se encontró con el
amigo de David, Husai, que aparentó ser fiel a Absalón. Su misión de contradecir los consejos
de Ahitofel, asesor en jefe de Absalón, se cumpliría más adelante. Cuando Absalón preguntó a
Ahitofel qué debería hacer, respondió que debía llegarse a las concubinas de su padre en señal
de que tenía derecho a la sucesión del trono (cf. 3:6–7) a lo cual Absalón accedió. El consejo que
Ahitofel le dio fue como si hubiera venido directamente de Dios, porque sus palabras y consejos
se consideraban muy sabios. La misión de Husai no sería fácil.

3. ABSALÓN PERSIGUE A DAVID (CAP. 17)


17:1–14. La segunda ocasión en que Ahitofel aconsejó a Absalón le dijo que delegara en él
la autoridad para perseguir a David para matarlo y hacer que todo el pueblo se volviera a
Absalón. Si su rey moría, los seguidores se rendirían y regresarían a Jerusalén en paz.
Absalón estaba deseoso de contar con una segunda opinión, así que llamó a Husai para
preguntarle si el consejo de Ahitofel era sabio. Husai respondió que David y sus hombres, lejos
de estar exhaustos, tendrían más valor y temeridad que nunca. Como osa en el campo cuando le
han quitado sus cachorros, el rey estaba enardecido por la pérdida de su reino. Levantarse
contra él sería una tontería. Era casi seguro que habría muchas bajas entre los hombres de
Absalón y que los sobrevivientes se desanimarían y se darían por vencidos. Sería mucho mejor
que Absalón esperara a consolidar un ejército grande para luego atacar. Entonces podría destruir
a David y a sus seguidores, aunque eso implicara tener que arrastrarlos hasta el arroyo. Absalón
consideró mejor el sagaz consejo de Husai y rechazó el de Ahitofel. Obviamente fue un acto
soberano de Dios que el consejo de Ahitofel se viera frustrado para que Jehová hiciese venir el
mal sobre Absalón.
17:15–23. Inmediatamente, Husai comunicó el consejo dado por Ahitofel y el suyo propio a
Sadoc y Abiatar, para que lo transmitieran a sus hijos Jonatán y Ahimaas, que estaban en
Rogel (al sur de Jerusalén; V. “Jerusalén en tiempos de los reyes”, en el Apéndice, pág. 307) con
objeto de que advirtieran a David que apresurara su huida. Pero los dos jóvenes fueron
descubiertos y fue dado aviso a Absalón. Sin embargo, gracias a la sabiduría y bondad de una
mujer de la aldea de Bahurim, que estaba al oriente del monte de los Olivos (cf. 16:5), pudieron
escapar y esconderse en un pozo seco. Hasta entonces pudieron llegar hasta David, que se
encontraba en el Jordán. Sin demora alguna, David y sus seguidores pasaron el río y buscaron
refugio en Mahanaim. En Jerusalén, Ahitofel estaba deprimido porque Absalón había
desechado su consejo, y se fue a su casa, que estaba en su ciudad, y se ahorcó.
17:24–29. Es probable que David haya escogido ir a Mahanaim porque era una ciudad
fortificada y porque había sido la capital de Israel bajo el mando de Is-boset (2:8). Quizá sus
habitantes aceptaran a David por la protección que había brindado a la familia de Saúl,
especialmente a Mefi-boset (9:10–13). Mientras estuvo ahí, sus escasas provisiones aumentaron
gracias a Sobi hijo de Nahas (y hermano de Hanún, 10:1), Maquir … de Lodebar (V. el
comentario de 9:4) y Barzilai … de Rogelim, que estaba ubicada a 40 kms. al norte de
Mahanaim. Le trajeron cosas como camas, tazas, vasijas de barro, y muchos víveres como
trigo, cebada, harina, grano tostado, habas, lentejas, garbanzos tostados, miel, manteca,
ovejas, y quesos de vaca. Estos tres hombres eran los jefes de los clanes tributarios de David y
que estaban unidos a él por lazos de lealtad y otras obligaciones (Barzilai era viejo y rico, 19:32).
Además, prefirieron echar su suerte con David a quien conocían, que con Absalón, de quien no
sabían nada.

4. DERROTA Y MUERTE DE ABSALÓN (CAP. 18)


18:1–5. Resguardado y lleno de provisiones, David procedió a tomar medidas para
reorganizar sus tropas y prepararlas para la inevitable confrontación con Absalón. Puso una
tercera parte bajo el mando de Joab; una tercera … bajo … Abisai, hermano de Joab, y una
tercera … al mando de Itai. David decidió que iba a dirigir personalmente el ataque, pero el
pueblo se opuso y lo persuadió en contrario. Él valía tanto como diez mil de ellos, le dijeron.
Aunque la mitad muriera, podrían seguir adelante, pero si David perecía, su causa estaría
perdida. El rey aceptó a regañadientes quedarse en la retaguardia, pero ordenó a sus capitanes
que no lastimaran a Absalón en la batalla.
18:6–18. Así que el encuentro se libró … en el bosque de Efraín, lugar despoblado cerca de
Mahanaim (cf. 17:24, 27) que de otra manera no se conocería si no fuera por esta referencia. Las
bajas ocasionadas por la espada de los héroes de David fueron terribles (18:7), pero peores
fueron las pérdidas a causa de los elementos físicos de esa tierra inhóspita (v. 8). Absalón mismo
intentó escapar montado en su mulo, pero entró por debajo … de una gran encina y se enredó
en sus ramas. Así que quedó suspendido entre el cielo y la tierra. Uno de los soldados de
David lo encontró en esa situación, pero David había ordenado a sus hombres que no hirieran a
Absalón y no lo hizo. Pero como Joab estaba sediento de sangre, tomando tres dardos en su
mano, los clavó en el corazón de Absalón. Inmediatamente después, diez jóvenes … hirieron
a Absalón para asegurarse de que había muerto. Absalón se había erigido un monumento con
anterioridad (llamado columna de Absalón) en el valle del rey (tradicionalmente el valle de
Cedrón al oriente de Jerusalén) porque no tenía hijo que conservara la memoria de su nombre.
Pero ahora Joab lo sepultó en un gran hoyo en el bosque, y levantaron sobre él un monte de
piedras.
18:19–23. Cuando el mensajero de David, Ahimaas (cf. 15:36; 17:17) dijo que iría a avisar a
David que habían ganado, Joab se lo prohibió, supuestamente para evitarle al rey el dolor
innecesario de saber de la muerte de su hijo. Es posible que Joab estuviera preocupado por el
bienestar del joven mensajero, pues por llevar tan malas noticias tal vez no sería bien recibido.
En lugar de ello, Joab envió a un etíope cuyo nombre no se menciona, pero que era bien
conocido por David. O se le consideraba mejor enterado de lo que había pasado a Absalón (cf.
18:29), o era menos importante y podría morir. Sin embargo, a Ahimaas no se le impidió ir. Éste
tomó un atajo y pasó delante del etíope.
18:24–33. Ambos corredores fueron avistados desde lejos y cuando David supo que el que
estaba más cerca era Ahimaas, asumió que portaba buenas nuevas, porque Ahimaas era
hombre de bien. Sin embargo, estaba equivocado, porque cuando finalmente Ahimaas entregó
su mensaje, todo lo que pudo decir en términos generales fue que habían vencido a Absalón. Los
detalles de la batalla los trajo el etíope que compartió con el rey las malas nuevas de que
Absalón y sus hombres habían muerto. El rey se turbó y subió a su aposento, donde derramó su
corazón ante el Señor en profundo dolor. La grandeza de su amor por su hijo rebelde se percibe
en su lamento: ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti …! Dos de los hijos de David,
Amnón (13:28–29) y Absalón (18:15) murieron violentamente como consecuencia del pecado de
su padre (12:10).

F. Regreso de David al poder (caps. 19–20)


1. PREPARATIVOS PARA EL REGRESO (CAP. 19)
19:1–3. Lo que debía haber sido un día gozoso de victoria, llegó a ser para David un día de
gran dolor. El placer de recuperar el reino se vio nublado por el sufrimiento de haber perdido a
su hijo. Tan desalentados se encontraban los soldados de David, que salieron de Mahanaim
como si hubieran sido los derrotados en vez de los vencedores.
19:4–8a. Joab, quien había experimentado la frustración de hacer lo que a su juicio era lo
correcto para después ser rechazado por el rey (cf. 3:27–39; 14:28–33), confrontó y reprendió a
David por su insensibilidad hacia sus oficiales y pueblo. Parecía, dijo Joab, que David hubiera
estado más feliz que Absalón viviera, aunque todos ellos estuvieran muertos. Para salvar el
poco ánimo que todavía le quedaba a la gente, Joab presionó al rey para que apareciera en
público ante su ejército y le asegurara que agradecía su servicio altruista.
19:8b–13. Los sobrevivientes del ejército de Absalón llegaron a sus hogares y junto con el
resto de Israel, no sabían qué hacer. Habían seguido a Absalón, pero éste había muerto.
Además, David les había demostrado en el pasado que era un gran líder. Entonces ¿por qué no
hacían volver al rey? David percibió la indecisión de los príncipes locales, así que envió a los
sacerdotes Sadoc y Abiatar para preguntarles la razón por la cual estaban tan renuentes a
restaurar a David en el trono cuando era claro que el pueblo estaba listo para hacerlo. David
pidió a los sacerdotes que le prometieran a Amasa, su sobrino (cf. 17:25; 1 Cr. 2:7) que él
sucedería al general del ejército … Joab (2 S. 19:13). Esto lo hizo sin duda para revivir el
apoyo de Judá hacia él. Joab, otro de los sobrinos del rey por otra de sus medias hermanas (1 Cr.
2:16), había caído en completo descrédito ante sus ojos por sus francos desacuerdos con la
política de David.
19:14–23. La misión de Sadoc y Abiatar fue todo un éxito. En completo acuerdo (como …
un solo hombre), el pueblo de Judá no solamente invitó a David a regresar a reinar sobre ellos,
sino que también envió a una delegación al río Jordán para recibirlo y ayudarle a cruzar. Simei
estaba incluido en esa delegación (v. 16). Él fue quien había maldecido a David cuando iba
camino al exilio (16:5–8). También iba Siba (19:17), el siervo de Mefi-boset que había ayudado
al monarca en su huida (16:1–4). Simei reconoció el peligro en que se encontraba, porque ahora
David había sido restaurado, así que se postró delante del rey e imploró su perdón, a lo cual
David accedió temporalmente a pesar de la objeción de Abisai (19:21–23; pero cf. la última
instrucción de David a Salomón, 1 R. 2:8–9). El gran número de hombres de Benjamín que
acompañaron a Simei (2 S. 19:17) y que fueron identificados por él (v. 20) como parte de toda la
casa de José (i.e., Israel) es indicio de los primeros pasos que la tribu de Benjamín dio para
unirse con la de Judá.
19:24–30. Luego vino Mefi-boset diciendo a David que su siervo Siba había mentido acerca
de la razón por la cual él se había quedado en Jerusalén mientras que el rey se vio forzado a
irse. El nieto de Saúl dijo que no había tratado de aprovecharse de la ocasión como oportunidad
de reinstalar la dinastía de su abuelo como Siba había dicho (cf. 16:3). Si eso era verdad o no, no
se puede saber, pero David le creyó y decidió regresarle al menos la mitad de la herencia que
había amenazado con quitarle (19:29; cf. 16:4).
19:31–38. Entonces Barzilai galaadita, quien había provisto a David de muchos bienes
cuando cruzó a la región este del Jordán (17:27–29), se presentó ante el rey. En agradecimiento
por su bondad, David le pidió al anciano, de ochenta años que se mudara a Jerusalén y
terminara sus días aprovechando el sustento gubernamental. Barzilai dijo que era demasiado
viejo para hacer tal viaje y que prefería morir en su propia tierra. Sin embargo, le pidió que
Quimam, probablemente uno de sus hijos, tomara su lugar y fuera recompensado de la misma
manera. David lo hizo con gusto.
19:39–43. Finalmente, el rey y sus acompañantes pasaron el Jordán y llegaron a Gilgal,
donde encontraron una muchedumbre de ciudadanos de Judá e Israel. Éstos últimos estaban
contrariados de que los de Judea reclamaran a David como si fuera de su propiedad, aislándolo
de las demás tribus (v. 41). Cuando los judíos declararon que David era parte de su propia carne
(v. 42), los israelitas respondieron que ellos representaban a diez tribus, y que su reclamo tenía
mucho mayor peso. Además, dijeron, ellos habían sido los primeros en insistir con David para
que regresara a gobernar sobre la nación (v. 43), algo que, dicho sea de paso, tiene base en el
relato que se ha preservado (vv. 9–10). El argumento revela lo voluble del carácter del pueblo
que primeramente había consentido en apoyar de palabra la rebelión de Absalón, si no es que
también de hecho, y ahora afirmaba que había sido el primero en darle la bienvenida a David.
También indica la profundidad del cisma que se estaba desarrollando entre Judá e Israel, el cual
finalmente produciría dos reinos separados.

2. RESTABLECIMIENTO DE LA AUTORIDAD (CAP. 20)


20:1–3. La discusión entre las delegaciones israelita y judía en Gilgal llegó a ser tan
acalorada, que Seba … hombre de Benjamín, anunció un movimiento revolucionario contra
David y guió a los israelitas a desertar del rey. David y los de Judá continuaron su viaje hacia su
hogar en Jerusalén solos. Una vez ahí, David reafirmó su derecho gubernamental al volver a
reunir a su harén (cf. 15:16), entre otras cosas. Les dio alimentos …, pero nunca volvió a tener
relaciones sexuales con sus concubinas, porque Absalón se había llegado a ellas (16:21–22).
20:4–10. El primer asunto de estado era urgente. David sabía que debía aplastar el
movimiento de oposición que se había suscitado en Gilgal con Seba. Así que ordenó a Amasa,
su nuevo comandante (19:13) que reorganizara el ejército de Judá en el término de tres días
para que Seba fuera puesto en su lugar. Pero Amasa no logró hacerlo en el tiempo establecido,
así que David dijo a Abisai que él tomara el mando de sus tropas élites (cf. 18:2) y saliera con
rumbo al norte (20:7). En el camino se encontraron con Amasa en Gabaón, a unos 8 kms. al
norte de Jerusalén. A pesar de haber sido removido y reemplazado por Amasa, Joab estaba
presente. Fingió saludar a Amasa cordialmente y lo mató con su daga. Así se vengó por la
pérdida de su rango militar. Este fue un acto impío, porque Amasa y Joab eran primos, hijos de
dos de las medias hermanas de David (1 Cr. 2:16–17). Nuevamente la profecía de Natán se
cumplió: “No se apartará jamás de tu casa la espada” (2 S. 12:10).
20:11–22. Rápidamente, Joab recuperó el control del ejército como si nada hubiera pasado.
Los soldados se detenían en el camino para observar el cuerpo de Amasa. Con frialdad, Joab
arrastró el cuerpo camino al campo, y echó sobre él una vestidura y no se tomó la molestia de
enterrarlo. Juntó a sus refuerzos y marchó hacia el norte hasta Abel-bet-maaca (a 6 kms. al
poniente de Dan y al norte del mar de Cineret) a través del territorio de Barim (lugar que es
desconocido). Ahí encontró a Seba establecido con seguridad detrás de la muralla de la ciudad,
preparado aparentemente para enfrentar un largo sitio. Mientras trataban de derribar la muralla,
una mujer sabia de la ciudad le gritó a Joab que quería hablar con él. Le dijo que la conocían
como portadora de sabiduría (v. 18) y luego le preguntó por qué estaba destruyendo su ciudad,
que siempre había sido leal a Israel. La ciudad, conocida como una madre en Israel, era muy
prominente.
Joab respondió a esto que no era a la población a la que atacaba, sino que buscaba a Seba, el
rebelde que había alejado a Israel de su rey. Si ella le entregaba a Seba, terminaría el sitio. Al
poco tiempo, su cabeza [de Seba] fue arrojada desde el muro y el sitio se levantó, coronando
con el éxito su misión, y así regresó a Jerusalén.
20:23–26. Parece que David aceptó el asesinato de Amasa a manos de Joab porque éste
aparece en la lista de los administradores reales de David. Joab quedó sobre todo el ejército de
Israel, y Benaía hijo de Joiada sobre los cereteos y peleteos, las tropas especiales de David
(V. el comentario de 8:15–18). Pasado un tiempo, Benaía iba a reemplazar a Joab, lo cual
sucedió al principio del reinado de Salomón (1 R. 2:35; 4:4). Adoram estaba encargado de los
tributos, posición que siguió ocupando en el gobierno de Salomón. (En 1 R. 4:6 y 5:14 el hebr.
dice Adoniram, una forma más larga de su nombre.) Josafat … era el cronista. Seva era el
escriba oficial, quien evidentemente, fue el sucesor de Seraías (2 S. 8:17). Sadoc y Abiatar
siguieron siendo los principales sacerdotes. Finalmente, Ira jaireo fue un ministro especial de
David, que ocupó el lugar de los propios hijos del rey en esa función (V. el comentario de 8:18
para el significado de kōhēn en 20:26, regularmente trad. como “sacerdote”).

G. Masacre y sepultura de los hijos de Saúl (cap. 21)


21:1–8. En algún momento del reinado de David, probablemente hacia el final, Israel sufrió
una gran hambre … por tres años. Cuando el rey preguntó a Jehová en cuanto a la causa, él le
reveló que era un castigo por la violación de Saúl al pacto concertado con los gabaonitas en los
días de Josué (Jos. 9:15–21). En ese tiempo, bajo el liderazgo del caudillo, Israel había destruido
Jericó y Hai y estaba a punto de atacar a la confederación amorrea del país cananeo. El pueblo de
Gabaón, que estaba en la línea directa de la conquista de Josué, fingió ser un extranjero que
venía de muy lejos y se salvó de la total aniquilación. Además, engañó a Josué para que hiciera
un pacto con ellos, en el cual se estipuló que servirían por siempre a Israel en las labores más
humildes, y que nunca se les podría dañar. Aunque el convenio fue hecho con engaños, su
validez era reconocida tanto por los israelitas como por los gabaonitas.
En un hecho que no se registra en el relato bíblico, Saúl había matado a algunos gabaonitas
durante su mandato (2 S. 21:1). Cuando David supo que la hambruna había sido el castigo por la
violación de ese pacto, preguntó a los líderes de los gabaonitas qué podría hacer por ellos.
Respondieron que no tenían interés alguno en recibir ni plata ni … oro. Ni siquiera, dijeron,
podían tomar la venganza en sus propias manos por ser vasallos de Israel. Entonces pidieron que
siete varones de los hijos de Saúl les fueran dados para que pudieran llevar a cabo la antigua
tradición del lex talionis—ojo por ojo, diente por diente, y vida por vida (Éx. 21:23–25).
David reconoció que su demanda era justa, pero también tenía que equilibrarla con la
promesa que había hecho a Jonatán de que siempre preservaría su simiente (1 S. 20:15–16). Así
que David perdonó … a Mefi-boset, hijo de Jonatán, pero eligió a otros hijos de Saúl para que
fueran ejecutados. Éstos incluían a Armoni y a otro Mefi-boset, hijos que Saúl tuvo con su
concubina Rizpa (cf. 2 S. 3:7). Los otros cinco eran hijos de Mical hija de Saúl, con su esposo
Adriel (cf. 1 S. 18:19). (La RVR60, siguiendo muchos mss. hebr., reza: “Mical”, pero esa lectura
hace que 2 S. 21:8 contradiga la declaración de 6:23 de que Mical murió sin hijos. Es probable
entonces que la BLA sea la correcta al seguir los dos mss. hebr. y otros mss. que dicen “Merab”).
21:9–10. Esos siete hijos y nietos de Saúl fueron ejecutados públicamente por los gabaonitas
… en los primeros días de la siega (de cebada), al principio de la primavera (V. “Calendario de
Israel”, en el Apéndice, pág. 294). Sus cuerpos fueron colgados en un lugar para ser expuestos y
Rizpa, la madre de los primeros dos (v. 8) se rehusó a bajarlos y enterrarlos. En su profundo
dolor se lamentó por ellos sobre una roca hasta que llegó el tiempo de las lluvias. La razón para
hacer eso no es muy clara, a menos que ella percibiera en la venganza de los gabaonitas la misma
venganza de Dios contra la tierra por causa de Saúl. El hecho de que los cuerpos hayan
permanecido ahí hasta el tiempo de lluvias, sugiere que la maldición de Dios había caído sobre la
tierra y ahora descansaba en los hijos ejecutados de Saúl, porque “maldito por Dios es el
colgado” (Dt. 21:23). La llegada de la lluvia significaba que la maldición había terminado y que
sus cuerpos podían descolgarse y enterrarse. Aunque la ley establecía que un cuerpo colgado de
un madero debía bajarse antes del anochecer (Dt. 21:23), implicaba que se trataba del castigo de
un individuo por sus crímenes personales. Este caso no tenía que ver con ningún homicidio
personal, sino con la violación de un pacto, lo cual provocó el desagrado de Dios hacia toda la
nación y requería una venganza de naturaleza pública y prolongada.
21:11–14. Cuando David supo de la devoción de Rizpa al proteger los cuerpos de sus hijos
de las aves de rapiña y de las bestias, recordó la exposición vergonzosa de la que los cuerpos de
Saúl y Jonatán fueron objeto en las murallas de Bet-sán, donde los … filisteos los colgaron
después de la batalla de Gilboa (1 S. 31:11–13). Aunque los pobladores de Jabes de Galaad
habían enterrado sus cuerpos, sus restos estaban lejos de Gabaa, el hogar de la familia de Saúl.
David decidió traer sus huesos desde Jabes de Galaad y enterrarlos en el sepulcro de Cis, padre
de Saúl, en tierra de Benjamín, en Zela. Después que hicieron eso, Dios fue propicio a la
tierra.
21:15–22. El cap. concluye mencionando la hostilidad de David hacia los filisteos. Para
entonces, David ya no era el guerrero joven y robusto del pasado, sino que había envejecido y se
encontraba muy débil. En esas condiciones, un hijo de los gigantes (la VM, BJ y NC de 2 S.
21:16, 18, 20, 22 hablan de los descendientes de “Rafa” que viene del hebr. “refaim”, que se
refiere a una raza de gigantes), Isbi-benob … trató de matar a David con una lanza (sólo su
punta pesaba trescientos siclos de bronce, aprox. 3.4 kgs.) y con una espada nueva. (El hebr.
dice lit. en el v. 16: “armado con una nueva cosa”, sin especificar el tipo de arma.) Pero Abisai
… llegó en su ayuda en el momento preciso y mató al gigante. Los guerreros de David le
aconsejaron que nunca más saliera con ellos a la batalla. Su muerte provocaría el final de su
liderazgo, una tragedia que haría que se apagara la luz de Israel (la lámpara de Israel), pues en
David y a través de él, las bendiciones del pacto se cumplirían (1 R. 11:36; 15:4; 2 R. 8:19).
Otras batallas se libraron contra los filisteos en Gob y Gat después de la que se acaba de
registrar. En Gob (Gezer en 1 Cr. 20:4), Sibecai, un héroe israelita, mató a Saf (Sipai en 1 Cr.
20:4), otro descendiente de los gigantes (la VM, BJ y NC de 2 S. 21:16, 18, 20, 22 hablan de los
descendientes de “Rafa” que viene del hebr. “refaim”, que se refiere a una raza de gigantes).
Nuevamente en Gob …, Elhanán mató a otro gigante, Goliat. Elhanán era de Belén y
algunos estudiosos creen que era el mismo David y que este pasaje es un resumen de su victoria
anterior. Contra este argumento está la falta de evidencia y la dificultad de identificar a Elhanán
con David y el hecho de que los registros de los vv. 18–22 y de 1 Cr. 20:4–8 siguen a los que
mencionan la conquista de Goliat por muchos años. De hecho, el cronista declaró que el gigante
muerto a manos de Elhanán fue el hermano de Goliat, Lahmi (1 Cr. 20:5). La solución del
problema bien podría ser que hubo dos filisteos que se llamaban Goliat, uno fue muerto por
David y el otro por Elhanán. Probablemente la versión de Crónicas es un intento de aclarar la
confusión de que ambos gigantes tuvieran el mismo nombre.
El conflicto en Gat involucraba a un gigante (descendiente de Rafa; cf. 2 S. 21:16, 18, 20,
22) que tenía doce dedos en las manos, y otros doce en los pies. Los rasgos genéticos que
producían el gigantismo también deben haber causado esa malformación. Éste fue muerto a
manos del sobrino de David, Jonatán, cuyo nombre le fue puesto como recordatorio del amado
amigo del monarca. Con la muerte de ese gigante terminó el terror que infundían los filisteos
gigantes.

IV. Últimos años de David (caps. 22–24)


A. Cántico de David (cap. 22)
1. EXALTACIÓN DEL SEÑOR (22:1–4)
22:1. Esta composición, colocada entre el registro de las guerras filisteas de David
(21:15–22) y la lista de sus héroes (23:8–39), es un poema que celebra la providencia de Dios al
librar al rey de todos sus enemigos (cf. v. 4). También se repite con casi todas sus palabras en
Salmos 18. Esta pieza se ha clasificado desde el punto de vista de la literatura, como un himno
real de acción de gracias.
22:2–4. En la manera característica de expresar ese tipo de himno, el salmista David
primeramente reconoce la grandeza y gloria de Jehová, dándole una serie de nombres—Roca …
fortaleza … libertador … fortaleza … escudo … salvación (V. el comentario de 1 S. 2:1), el
fuerte de mi salvación (miśgoḇ; V. el comentario de Sal. 9:9), refugio y Salvador. Las
maravillas hechas por Dios en el pasado y sus promesas para el futuro están fundadas en lo que
él es. Esas descripciones del Señor son muy apropiadas, especialmente a la luz del contexto del
cántico, que se basa en la huida, el conflicto y la victoria de su siervo.

2. GRANDEZAS DEL SEÑOR (22:5–20)


22:5–20. David estaba consciente de la historia y de la intervención providencial de Dios en
sus eventos particulares; reconoció que esto también era cierto con respecto a sus circunstancias
personales (vv. 5–7), las cuales describió de manera metafórica como semejantes a la muerte. Él
se había encontrado en serios peligros, y su situación había sido tan desesperada, que la muerte
era inminente. Solamente la misericordia de Dios en respuesta a sus oraciones le había traído
salvación del cielo (su templo).
A partir de David como el centro de los propósitos salvíficos de Dios, las grandezas del
Señor se extendían casi concéntricamente por todo el escenario de toda la tierra (vv. 8–9). Quizá
con referencia a los mitos paganos que prevalecían entonces acerca de la creación, David mostró
que es el Altísimo quien controla la tierra. En su ira, la tierra fue conmovida como
manifestación de su preocupación por David.
Pero la soberanía de Dios va más allá. Él es el Señor también de los cielos (vv. 10–16).
Aunque el dios cananeo Baal era conocido entre sus adoradores como el “que vuela en las
nubes”, Jehová es quien está entronizado en los cielos y quien somete a toda la creación a su
control. Con relámpagos y voces como de truenos clamó contra sus enemigos (y los de David),
aterrorizándolos. El dueño de la creación reacomodó la creación a favor de David.
La conclusión del pasaje pone de manifiesto que David se refiere a las poderosas obras de
Dios (vv. 8–16) como una expresión, no de su papel como creador en sí, sino como el poderoso
para salvar (vv. 17–20): Dios lo había librado de sus enemigos porque era objeto de su
misericordia y gracia. La liberación de Dios se expresa con varios verbos: (a) envió, (b) me
tomó, (c) me sacó (vv. 17, 20), (d) me libró (vv. 18, 20).

3. JUSTICIA DEL SEÑOR (22:21–30)


22:21–30. La liberación de David por parte del Señor precedió a sus bendiciones, las cuales
fueron premios divinos proporcionales a la justicia de David. No está sugiriendo que las obras
son necesarias para la salvación, lo cual no es el tema en ese pasaje. Sin embargo, lo que se
implica es que los beneficios de Dios con frecuencia se obtienen en esta vida por ser
perseverantes y fieles en la piedad. Él guardó los caminos de Jehová, (v. 22), sus decretos (v.
23) y estatutos (v. 23) y se apartó de la iniquidad (v. 24; cf. vv. 21, 25). Por lo tanto Dios lo
recompensó (v. 25) y le mostró misericordia, tal como hace con todo aquel que es recto
(misericordioso … íntegro … limpio … afligido; vv. 26–28). Por otro lado, el malvado no
puede esperar el favor divino a causa de su orgullo (v. 28b). El justo es invencible con Jehová a
su lado, porque él irradia luz como de lámpara (v. 29). Él puede atravesar barricadas (no
ejércitos) y asaltar muros (v. 30).

4. EXCELENCIA DEL SEÑOR (22:31–51)


22:31–51. En la sección final del salmo, David regresa una vez más a los atributos de Dios,
pero ahora los relaciona con maneras específicas en las que el Señor había trabajado y que haría
a favor suyo. Primeramente describe al Señor como el fortalecedor (vv. 31–35), el que es escudo
…, roca …, fuerza (lit. “fuerte refugio” o “fortaleza”), el que da rapidez y poder a sus siervos.
También es un escudo (v. 36) y nos protege de tropezar y caer (vv. 36–37). Asimismo, es quien
somete a los enemigos (vv. 38–41). Por medio de Jehová, David podía perseguir y destruir a sus
enemigos de tal manera que no se volvieran a levantar.
El Señor también es un apoyo (vv. 42–46). Los enemigos de David habían llamado a Dios,
pero él no les respondió (v. 42). En lugar de ello, permitió que David los destruyera (v. 43) y
reinara sobre ellos, así como sobre su propio pueblo (vv. 44–46).
Finalmente, David dijo que el Omnipotente era salvación suya (vv. 47–51). Aunque sus
enemigos lo rodearon y estuvieron a punto de destruirlo, el Señor lo hizo un triunfador. Como
resultado de ello, David lo alabó (v. 50) y reconoció que todos los beneficios divinos en el
pasado eran muestras de sus bendiciones prometidas hechas a David y a su descendencia,
bendiciones que permanecerían para siempre.

B. Héroes de David (cap. 23)


23:1–7. La lista de los grandes hombres que estuvieron junto a David está precedida por un
poema corto (vv. 1b–7) titulado las palabras postreras de David. En la primera estrofa (v. 1) se
identifica a sí mismo como hijo de Isaí … varón que fue levantado en alto, el ungido del Dios
de Jacob, el dulce cantor de Israel. Se puede notar una progresión desde ser el humilde hijo de
un hombre común de Belén hasta llegar a ser rey de Israel, dotado para escribir poesía, desarrollo
que David atribuía a haber sido escogido y ungido por el Señor.
Su reconocimiento de ser instrumento de Dios se hace manifiesto en la segunda estrofa (vv.
2–4), en la cual declara que el Señor le había hablado a él (v. 3) y a través de él (v. 2), a la
nación, permitiéndole gobernar con rectitud en el temor reverente de Dios. Un rey que rige
como siervo de Dios es como el brillo del sol en una mañana sin nubes y como un día claro
después de la lluvia.
En la tercera estrofa (vv. 5–7) David centra su atención en el pacto davídico por medio del
cual Dios lo escogió y lo bendijo. El Señor hizo un compromiso perpetuo con él y su dinastía
(mi casa), pacto que garantiza su bienestar fundamental (cf. 7:8–16). En contraste, los impíos,
que son como espinos arrancados; serán echados fuera y consumidos en el juicio de Dios (cf.
Mt. 13:30, 41).
23:8–39. La galería de los héroes de David consiste de treinta y siete hombres (v. 39), que
se distinguieron por actos admirables de servicio a Dios y a Israel y que evidentemente formaron
parte de sus tropas de élite. Ese grupo estaba formado por tres principales de los capitanes (vv.
8–17), otros dos de un segundo rango (vv. 18–23) y 32 que se mencionan en la lista más larga
(vv. 24–39). (V. “Los hombres valientes de David”, en el Apéndice, pág. 305.) Es significativo
que se haya omitido a Joab. Dos de sus hermanos—Abisai y Asael—sí son nombrados (vv. 18,
24). Quizá ni el autor de Samuel ni el de Crónicas sintió la necesidad de mencionar a Joab, ya
que fue jefe de todo el ejército durante casi todo el reinado de David (20:23).
Aunque la ortografía de algunos de los nombres difiere de la lista que se encuentra en 1
Crónicas 11:11–47, los nombres casi siempre pueden identificarse en ambos pasajes. Sin
embargo, el cronista añade algunos nombres a los 37 de 2 Samuel. Probablemente fueron
hombres de rangos menores que los que se listan en Samuel, o tal vez reemplazaron a otros (ya
enlistados) que murieron en batalla.
Los primeros tres fueron (a) Joseb-basebet el tacmonita que mató a ochocientos hombres
en una ocasión (2 S. 23:8; acerca de los “300” de 1 Cr. 11:11 V. el comentario ahí); (b) Eleazar
hijo de Dodo, ahohita que hirió a los filisteos (2 S. 23:9–10) en Pasdamim (1 Cr. 11:13; cf.
Efes Dammim en 1 S. 17:1); y (c) Sama hijo de Age, ararita, que trajo una gran victoria sobre
los filisteos (2 S. 23:11–12).
Los tres también demostraron su valor al sacar agua del pozo de Belén para David mientras
estaban sitiados durante el verano (tiempo de la siega) por los filisteos en Adulam (vv. 13–15;
cf. 1 S. 22:1). David se conmovió tanto por su valor, que se rehusó a beber el agua y la derramó
para Jehová como una ofrenda (2 S. 23:16–17). Muchos estudiosos niegan que los tres
involucrados sean los mismos que se nombraron, ya que la palabra “tres” no tiene un artículo
definido en el texto hebr. en el v. 13. Por otro lado, el v. 17 implica que todo lo sucedido había
sido realizado por esos tres y en esta ocasión se usa el artículo definido.
Incluidos en el segundo rango estaban Abisai … hijo de Sarvia (y sobrino de David, 1 Cr.
2:15–16) que fue el principal de los segundos tres (o treinta, RVR60), pero no es tan
prominente como los ya mencionados (2 S. 23:18–19; cf. 1 S. 26:6–11; 2 S. 10:14; 21:16–17) y
Benaía, que logró notables victorias sobre hombres y leones (23:20–23; cf. 8:18; 1 R. 1:32, 36,
38; 2:35; 4:4).
La lista más larga consiste de 32 nombres. Ese grupo normalmente estaba formado por
treinta, pero podría haber algunos más o menos y todavía conocerse como “los 30”, que es un
término técnico que se refiere a un contingente militar pequeño conocido en hebr. como
haššelošîm (“los 30”). O tal vez habían muerto dos de ellos en batalla (incluyendo a Urías heteo,
2 S. 11:14–17) y por eso, fueron reemplazados.

C. Pecado de David al levantar el censo (cap. 24)


24:1–3. Es imposible determinar la fecha de este episodio de 2 Samuel por sí solo, pero la
versión paralela de 1 Crónicas 21 lo ubica inmediatamente antes de las instrucciones que dio
David a Salomón respecto a la construcción del templo (1 Cr. 21:28–22:19). El censo debe
haberse levantado a finales del reinado de David y debe haber sido parte del plan de la sucesión
de la dinastía, en anticipo de la toma del poder por Salomón.
Por razones que no se establecen, volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel (el vb.
volvió de 2 S. 24:1 puede referirse a 21:1) y él incitó a David a levantar el censo. En 1 Crónicas
21:1 esta motivación se atribuye a (lit.) “un Satanás” (o un adversario). Esto no es una
contradicción, porque el Señor había permitido a Satanás que indujera a David a que tomara un
curso de acción inapropiado con el propósito de que Israel fuera castigado y que su rey
aprendiera una lección. Esto es similar al permiso que Dios otorgó a Satanás para atribular a Job
(Job 1:12; 2:6) y el que le dio a un espíritu maligno para que atormentara a Saúl (1 S. 16:14; V.
el comentario allí). En cualquier caso, el Señor mismo no incitó a David a hacer lo malo, porque
“Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Stg. 1:13).
Las razones por las cuales David deseaba levantar un censo tampoco son claras. El hecho de
que tenía contados a sólo sus militares (2 S. 24:2, 9) sugiere que estaba interesado en determinar
su fortaleza militar. Es aquí donde yace el pecado—probablemente hizo eso para presumir de su
poderío humano. Lo anterior puede sugerirse por la queja de Joab en cuanto al por qué debían
tomar el censo. Jehová podía añadir al pueblo cien veces tanto como son, así que ¿por qué
sentía David la necesidad de evaluar su poderío?
24:4–9. Sin embargo, prevaleció la orden de David y envió a los censadores por todo el
reino. Empezando en la región este del Jordán, pasaron en orden contrario a las manecillas del
reloj hacia el norte, desde Dan-jaán (variación de Dan), luego al poniente y al suroeste de Sidón
y Tiro, a través de la planicie y los valles de las poblaciones heveas (horeas) y cananeas, y luego
al sur, a Beerseba. Finalmente y después de nueve meses y veinte días, se dio el resultado;
había en Israel ochocientos mil hombres aptos para la guerra y en Judá quinientos mil (v. 9).
Las cantidades de 1 Crónicas son 1,100,000 hombres en Israel y 470,000 en Judá, pero el
cronista escribió que los levitas y benjamitas no estaban incluidos (1 Cr. 21:5–6). La conciliación
de las cifras de esta información puede descansar en la posibilidad de que 1,100,000 describe el
gran total de Israel, incluyendo el ejército, que consistía de doce unidades de 24,000 hombres
cada una (dando un total de 288, 000, 1 Cr. 27:1–5) más 12,000 soldados asignados
especialmente a Jerusalén y a las ciudades de carros (2 Cr. 1:14). Si restamos esos 300,000 al
1.100,000, nos da un resultado de 800,000, que es la cantidad que se encuentra en 2 Samuel 24:9.
También es probable que el cronista no haya incluido a los 30,000 hombres del ejército de Judá
(6:1), aunque sí se incluyeron en el cap. 24. Esto elevaría el total de Crónicas de 470,000 a
500,000, igual a Samuel. Esta es una de las posibles soluciones, pero con la poca información
disponible en cuanto a cómo se hicieron las sumas, no se puede decir algo más acertado.
24:10–25. Después de que David recibió el informe, se dio cuenta de su pecado de orgullo y
autosuficiencia y lo confesó como tal (al cual llamó: he hecho muy neciamente) a Jehová (1
Cr. 21:7 señala que el Señor castigó a Israel, indicando así lo pecaminoso del censo). Entonces
Dios envió al profeta Gad a David con la lista de tres cosas de las cuales podría escoger para
que por medio de ella, Dios manifestara su desagrado y quitara el mal. Las posibilidades eran:
siete años de hambre …, tres meses de persecución delante de sus enemigos, o tres días de
peste (2 S. 24:13). (Aunque el hebr. dice “siete” años de hambre, 1 Cr. 21:12, un texto mejor
preservado con toda probabilidad, dice “tres” como lo dice la BJ, NC). David escogió la tercera
opción acogiéndose a las misericordias de Jehová (2 S. 24:14).
El resultado fue una peste que costó la vida a setenta mil hombres. Cuando la ciudad de
Jerusalén fue amenazada por la destrucción, el Señor intervino y ordenó a su ángel destructor
que se detuviera. David confesó su pecado y rogó al Altísimo que perdonara a la gente inocente.
Entonces, para hacer una restitución correcta y la expiación correspondiente, David levantó un
altar a Jehová. Gad le dijo que debía construirlo en la era de Arauna jebuseo, un ciudadano de
Jerusalén, ya que era allí donde el ángel se había detenido en la destrucción de la ciudad (v. 16).
De acuerdo con una tradición bien fundamentada, esa era con superficie ancha, plana y dura
como piedra, era parte del monte Moriah, que se encontraba fuera del muro norte de la Jerusalén
de David. Pero el rey no tenía derecho a ella porque era propiedad de un ciudadano. Sin
embargo, cuando Arauna conoció el deseo de David (v. 21), estuvo dispuesto no sólo a dársela
al rey, sino a proveer la leña y los animales necesarios (v. 22). David se rehusó a aceptar esa
oferta tan noble. ¿Cómo podría ofrecer a Jehová … holocaustos que no le costaran nada? Eso
sería negar el mismo significado del sacrificio. Así que Arauna le vendió la era y los bueyes
por cincuenta siclos de plata (sin embargo, los 600 siclos de oro que menciona 1 Cr. 21:25
incluyen “el lugar”, no solamente la era). Los 50 siclos eran aprox. medio kg. de plata. La plata
que David pagó era solamente por los bueyes y la era, y los 600 siclos (7 kgs. de oro)
mencionados en 1 Crónicas 21:25 eran por toda la tierra que rodeaba la era.
Habiendo obtenido el predio, edificó allí David un altar, ofreció los sacrificios e intercedió
por su pueblo. Dios lo escuchó y respondió, y cesó la plaga en Israel. Eso sucedió en el mismo
lugar donde Abraham ofreció a Isaac (Gn. 22:2) y donde Salomón construyó más tarde su
magnífico templo (1 Cr. 22:1; 2 Cr. 3:1).
BIBLIOGRAFÍA

V. las 14 referencias de la Bibliografía de 1 Samuel, además de las siguientes 3:


Ackroyd, Peter R. The Second Book of Samuel, “El segundo libro de Samuel”. Nueva York:
Cambridge University Press, 1977.
Kirkpatrick, A.F. The Second Book of Samuel, “El segundo libro de Samuel”. Cambridge:
Cambridge University Press, 1886.
Moriarty, Fredrick. The Second Book of Samuel, “El segundo libro de Samuel”. Nueva York:
Paulist Press, 1971.
Apéndice
El pacto mosaico comparado con los acuerdos de vasallaje del antiguo Cercano Oriente
Posible ruta del éxodo
Distribución de la tierra a las tribus de Israel
Las seis ciudades de refugio
Canaán durante la conquista
Josué derrota a los cinco reyes
Ancestros de Moisés desde Abraham
Ciudades de los levitas mencionadas en Josué 21 y 1 Crónicas 6
Los jueces de Israel
Canaán en los días de los jueces
Espiral descendente de Israel en el período de los Jueces
Los jueces y sus opresores
Mapa de la batalla de Débora y Barac
Algunos dioses y diosas paganos que adoraban las naciones vecinas de Israel
Calendario de Israel
Antepasados de David a partir de Abraham
Tabla de pesas y medidas de la Biblia
Traslados del arca del pacto
Las ciudades de Samuel
Israel bajo el reinado de Saúl
Relación familiar de Saúl
Huidas de David de manos de Saúl
Familia de David
El reinado de David
Antepasados de Sadoc y Abiatar
Los hombres valientes de David
Jerusalén en tiempos de los reyes
Los castigos del pacto
EL PACTO MOSAICO COMPARADO CON LOS ACUERDOS DE
VASALLAJE
Partes en los acuerdos Dado en el monte Dado al oriente del Dado en Canaán
de vasallaje del Sinaí Jordán
Cercano Oriente

Preámbulo Éx. 20:2a Dt. 1:1–4 Jos. 24:1–2a

Prólogo histórico Éx. 20:2b Dt. 1:5–4:43 Jos. 24:2b–13

Estipulaciones Éx. 20:3–17 Dt. 4:44–11:32 Jos. 24:14–15, 23


generales

Estipulaciones Éx. 20:22–23:33 Dt. 12:1–26:15


específicas

Depósito y lecturas Éx. 25:16, 21 Dt. 31:9–13, 26 Jos. 24:25–26a


periódicas

Invocación de testigos Dt. 30:19; 31:28 Jos. 24:22, 26b–27

Maldiciones y Lv. 26 Dt. 27–28 Jos. 24:19–20


bendiciones

Juramento de lealtad Éx. 24:3 Jos. 24:16–18, 21, 24


del vasallo

Ceremonia solemne Éx. 24:4–11


CIUDADES DE LOS LEVITAS MENCIONADAS EN JOSUÉ 21 Y 1
CRÓNICAS 6

Ciudades de los coatitas que Josué 21:9–42 1 Crónicas 6:54–81


eran sacerdotes.

En Judá y Simeón 1. Hebrón 1. Hebrtn

2. Libna 2. Libna

3. Jatir 3. Jatir

4. Estemoa 4. Estemoa

5. Holón* 5. Hilén*

6. Debir 6. Debir

7. Aín 7. Asán*

8. Juta (Juta)

9. Bet-semes 8. Bet-semes

En Benjamín 10. Gabaón (Gabaón)

11. Geba 9. Geba

12. Anatot 10. Alemett*

13. Almón* 11. Anatot

Ciudades de los coatitas que no


eran sacerdotes

En Efraín 14. Siquem 12. Siquem

15. Gezer 15. Gezer

16. Kibzaim 14. Jocmeam

17. Bet-horón 15. Bet-horón

En Dan 18. Elteque ———


19. Gibetón ———

20. Ajalón 16. Ajalón

21. Gat-rimón 17. Gat-rimón

Al occidente de Manasés 22. Taanac 18. Aner

23. Gat-rimón 19. Bileam

Ciudades de los gersonitas

Al oriente de Manasés 24. Golán 20. Golán

25. Beestera 21. Astarot

26. Cisón 22. Cedes

27. Daberat 23. Daberat

28. Jarmut* 24. Ramot*

29. En-ganim 25. Anem*

En Aser 30. Miseal* 26. Masal*

31. Abdón 27. Abdón

32. Helcat* 28. Hucoc*

33. Rehob 29. Rehob

En Neftalí 34. Cedes 30. Cedes

35. Hamot-dor 31. Hamón*

36. Cartán 32. Quiriatim*

Ciudades de los meraritas

En Zabulón 37. Jocneam (Jocneam)

38. Cartán (Cartán)

39. Dimna* 33. Rimón*


40. Naalal 34. Tabor

En Rubén 41. Beser 35. Beser

42. Jahaza* 36. Jaza*

43. Cademot 37. Cademot

44. Mefaat 38. Mefaat

En Gad 45. Ramot 39. Ramot

46. Mahanim 40. Mahanim

47. Hesbón 41. Hesbón

48. Jazer 42. Jazer


LOS JUECES DE ISRAEL

Opresores Años de Jueces Años que fungió Citas bíblicas


opresión

Arameos 8 1. Otoniel 40 Jueces 3:7–11

Moabitas 18 2. Aod 80 Jueces 3:12–30

Filisteos ? 3. Samgar ? Jueces 3:31

Cananeos 20 4. Débora 40 Jueces 4–5

Madianitas 7 5. Gedeón* 40 Jueces 6–8

? ? 6. Tola 23 Jueces 10:1–2

? ? 7. Jair 22 Jueces 10:3–5

Amonitas 18 8. Jefté 6 Jueces 10:6–12:7

? ? 9. Ibzán 7 Jueces 12:8–10

? ? 10. Elón 10 Jueces 12:11–12

? ? 11. Abdón 8 Jueces 12:13–15

Filisteos 40 12. Sansón 20 Jueces 13–16


ALGUNOS DIOSES Y DIOSAS PAGANOS QUE ADORABAN LAS NACIONES
VECINAS DE ISRAEL

Nombres Nación

1. Baal Siria, Fenicia, Canaán

2. Asera Siria, Fenicia, Canaán

3. Astarot Siria, Fenicia, Canaán

Otro nombre: ’Athtart (a veces se llama Siria


Astarte y se conocía en Babilonia como
Ishtar

4. Hadad = Rimón (nombre ar. de Baal) Siria

5. Adad = Hadad Mesopotamia

6. Quemos Moab

7. Milcom = Moloc Amón

8. Dagón Filistea

9. Reshef Siria
CALENDARIO DE ISRAEL
Calendario Calendario Judío Año agrícola Días especiales
Gregoriano

marzo-abril Primer mes: Nisán


(Nombre anterior: Lluvias tardías 1. Nisán 14: Pascua
Abib) Cosecha de la cebada (Éx. 12:1–11; Lv. 23:5)
Cosecha de lino 2. Nisán 15–21: Fiesta
de los panes sin
levadura (Lv. 23:6–8)
3. Nisán 21: Los
primeros frutos (Lv.
23:9–14)

abril-mayo Segundo mes: Iyyar Comienza la temporada


(Nombre anterior: Ziv) de sequía

mayo-junio Tercer mes: Siván Los primeros higos se 4. Siván 6: (50 días
maduran después de los primeros
Se preparan los viñedos frutos): Pentecostés
(Lv. 23:15–22)

junio-julio Cuarto mes: Tammuz Cosecha del trigo


Se maduran las
primeras uvas

julio-agosto Quinto mes: Ab Cosecha de las uvas

agosto-septiembre Sexto mes: Elul Dátiles e higos de


verano

septiembre-octubre Séptimo mes: Tishri Primeras lluvias 5. Tishri 1: Trompetas


(Nombre anterior: (Lv. 23:23–25)
Etanim) 6. Tishri 10: Día de la
Expiación (Lv. 16;
23:26–32)
7. Tishri 15–21:
Tabernáculos
(Lv. 23:33–36)

octubre-noviembre Octavo mes: Marhesván Arar la tierra


(nombre anterior: Bul) Cosecha del olivo

noviembre-diciembre Noveno mes: Kislev Siembra de granos 8. Kislev 25:


Dedicación (Hanuká)
(Jn. 10:22)

diciembre-enero Décimo mes: Tébet Lluvias tardías


enero-febrero Décimo primer mes: Los almendros florean
Sabat

febrero-marzo Décimo segundo mes: Cosecha de cítricos 9. Adar 13–14: Purim


Adar (Est. 9:26–28)
TABLA DE PESAS Y MEDIDAS DE LA BIBLIA

UNIDAD BÍBLICA* EQUIVALENTE EN EL


SISTEMA MÉTRICO

PESOS

talento (60 minas) 34.0 kgs.

mina (50 siclos) 0.6 kgs.

siclo (2 beqas) 11.5 grs.

pim (2/3 siclo) 7.6 grs.

beqa (10 geras) 6.0 grs.

gera 0.6 grs.

LONGITUD

codo 45 cms.

palmo 23 cms.

palmo menor 7 cms.

MEDIDAS DE CAPACIDAD PARA ÁRIDOS

coro [homer] (10 efas) 220 litros

létek (5 efas) 110 litros

efa (10 gomers) 22 litros

seah (1/3 efa) 7.3 litros

gomer (1/10 efa) 2 litros

cab (1/18 efa) 0.3 litros

PARA LÍQUIDOS

bato (1 efa) 22 litros


hin (1/6 bato) 4 litros

log (1/72 bato) 0.3 litros


Los hombres valientes de David

2 Samuel 23 1 Crónicas 11

“Los tres”

1. Joseb-basebet el tacmonita (23:8) Jasobeam hijo de Hacmoni (11:11)

2. Eleazar hijo de Dodo, ahohíta (23:9) (11:12)

3. Sama hijo de Age, ararita (23:11) (No se menciona en 1 Cr. 11, pero se
implica en 11:15–19)

Otros hombres de honor

4. Abisai hermano de Joab, hijo de Sarvia (11:20)


(23:18)

5. Benaía hijo de Joiada (23:20) (11:22)

Los “treinta”

6. Asael hermano de Joab (23:24) (11:26)

7. Elhanán hijo de Dodo (23:24) (11:26)

8. Sama harodita (23:25) Samot harodita (11:27)

9. Elica harodita (23:25) (No se menciona en 1 Cr. 11)

10. Heles paltita (23:26) Heles pelonita (11:27)

11. Ira hijo de Iques (23:26) (11:28)

12. Abiezer anatotita (23:27) (11:28)

13. Mebunai husatita (23:27) Sibecai husatita (11:29)

14. Salmón ahohíta (23:28) Ilai ahohota (11:29)

15. Maharai netofatita (23:28) (11:30)

16. Heleb hijo de Baana (23:29) (11:30)

17. Itai hijo de Ribai (23:29) (11:31)


18. Benaía piratonita (23:30) (11:31)

19. Hidai de … Gaas (23:30) Hurai de … Gaas (11:32)

20. Abi-albón arbatita (23:31) Abiel arbatita (11:32)

21. Azmavet barhumita (23:31) Azmavet barhumita (11:33)

22. Eliaba saalbonita (23:32) (11:33)

23. Los hijos de Jasén (23:32 BLA) (Estas Los hijos de Hasem (11:34) (Estas palabras
palabras podrían trad. Bene-Jasen, el podrían trad. Bene-hasem, el nombre propio
nombre propio de un soldado) de un soldado) Jonatán hijo de Sage ararita
(11:34)

24. Jonatán ararita (23:32–33)

25. Sama

26. Ahíam hijo de Sarar, ararita (23:33) Ahíam hijo de Sacar hararita (11:34) Elifal
hijo de Ur (11:35)

27. Elifelet hijo de Ahasbai (23:34) Hefer mequeratita (11:36) Ahías pelonita
(11:36)

28. Eliam hijo de Ahitofel (23:34) (No se menciona en 1 Cr. 11)

29. Hezrai carmelita (23:35) (11:37)

30. Paarai arbita (23:35) Naarai hijo de Ezbal (11:37)

31. Igal hijo de Natán (23:36) (No se menciona en 1 Cr. 11) Joel hermano
de Natán

32. Bani gadita (23:36) Mibhar hijo de Hagrai (11:38)

33. Selec amonita (23:37) (11:39)

34. Naharai beerotita (23:37) (11:39)

35. Ira itrita (23:38) (11:39)

36. Gareb itrita (23:38) (11:40)

37. Urías heteo (23:39) “treinta y siete por (11:41)


todos” (23:39)*
Zabad hijo de Ahlai (11:41)

Adina hijo de Siza (11:42)

Hanán hijo de Maaca (11:43)

Josafat mitnita (11:43)

Uzías astarotita (11:44)

Sama hijo de Hotam (11:44)

Jehiel hijo de Hotam (11:44)

Jediael hijo de Simri (11:45)

Joha tizita (11:45)

Eliel mahavita (11:46)

Jerebai hijo de Elnaam (11:46)

Josavia hijo de Elnaam (11:46)

Itma moabita (11:46)

Eliel (11:47)

Obed (11:47)

Jaasiel mesobaíta (11:47)


LOS CASTIGOS DEL PACTO

CASTIGO AMÓS LEVÍTICO DEUTERONOM 1 REYES


IO

Hambruna 4:6 26:26, 29 28:17, 48 8:37

Sequía 4:7–8 26:19 28:22–24, 48 8:35

Escasez 4:9 26:20 28:18, 22, 30, 8:37


39–40

Langostas 4:9 — 28:38–42 8:37

Plagas 4:10 26:16, 25 28:21–22, 27, 35, 8:37


59–61

Derrota militar 4:10 26:17, 25, 33, 28:25–26, 49–52 8:33


36–39

Devastación 4:11 26:31–35 29:23–28 —

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