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Introducción

La población adulta mayor, ha tenido un aumento considerable en los últimos tiempos; para

el año 2030 una de cada seis personas en el mundo tendrá edades mayores a 60 años,

estimando que para el 2050 el rango se duplique a 2.100 millones de personas; lo que

supone una disminución gradual en capacidades físicas y mentales y un mayor riesgo de

enfermedades, como es el caso de demencia (Organización Mundial de la Salud, 2021). La

demencia es una enfermedad neurodegenerativa, considerada una prioridad de salud

pública y el síndrome más silencioso, siendo la enfermedad de Alzheimer (EA), la causa

más común entre los adultos, representando el 60 y 70% de los casos (Organización

Mundial de la Salud, 2013; Santos-Zambrano & Dueñas-Mendoza, 2021).

Entre los factores que se han identificado asociados con un mayor riesgo de demencia, se

encuentran los factores demográficos (edad, sexo, nivel educativo); bajo rendimiento

cognitivo, condiciones médicas comórbidas, obesidad, depresión, carga genética, entre

otros (Cancino & Rehbein, 2016; Romero et al., 2014). El concepto de demencia, y por

consiguiente sus criterios de diagnóstico, han presentado cambios a lo largo del tiempo; el

Manual Diagnostico y estadístico de los trastornos mentales en su quinta edición (DSM-5),

se refiere a un trastorno neurocognitivo mayor y uno leve. El primero abarca la presencia de

un deterioro cognitivo significativo que interfiere en las actividades diarias de una persona.

Por su parte, los pacientes con un deterioro neurocognitivo leve, llevar un estilo de vida

independiente y realizan actividades complejas (American Psychiatric Association, 2014).

La demencia, afecta alrededor de 55 millones de personas en el mundo, siendo el 8,1%

mujeres y el 5,4% hombres mayores de 65 años (Ramos et al., 2021); cifra que
incrementará para el año 2030, alcanzando un total de 82 millones de adultos con demencia

y 152 millones para el 2050 (Organización Mundial de la Salud, 2013)

Por esta razón, es indispensable tener claridad sobre el funcionamiento cognitivo del

paciente a través de una evaluación neuropsicológica que proporcione información acerca

de la relación entre el funcionamiento neurológico, psicológico y conductual o en el caso de

un diagnostico establecido, valorar las consecuencias de la enfermedad y revisar los

cambios que ha ocasionado a lo largo del tiempo; para eso es necesario tener en cuenta los

modelos teóricos y las pruebas validadas, confiables y estandarizadas que permitan explicar

objetivamente el desempeño de personas con EA y su grado de afectación (Basuela, 2008;

Jurado-Noboa, 2011). Con base en lo anterior, el objetivo de este trabajo es hacer una

revisión sobre el rendimiento de las pruebas neuropsicológicas en pacientes con EA.

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