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COMENTARIO DEL TEXTO

por Carlo Alexis Malaluan

En los Salmos, el rey David canta el anhelo de su corazón por la presencia de Dios.
Canta "Una cosa pido al Señor, esta solo busco: habitar en la Casa del Señor todos los dias
de mi vida, para gozar de las delicias del Señor y contemplar su Templo"1. Estas palabras
del antiguo rey de Israel nos presentan la précis de los temas centrales de Josef Pieper:
Primero, la actividad de nuestra vida se dirige hacia un fin, que es la felicidad. En segundo
lugar, nuestra felicidad es visión, es decir, contemplación. y no alcanzamos la felicidad
automáticamente, sino que debemos buscarla.

En su opus, Pieper nos presenta el examen de la felicidad. Desde su significado hasta


la naturaleza de nuestro deseo de felicidad y la posibilidad de la felicidad y la bondad del Ser;
desde la posesión de un bien, la relación entre la felicidad y la alegría y los medios para la
felicidad. Considerando la esfera contemporánea del espíritu contemplativo. Se puede
argumentar que la felicidad se encuentra en la realización del trabajo, en llevar una vida
virtuosa, en un amor desinteresado y en el servicio al prójimo. Pieper rechaza estos
argumentos y se adhiere a la obra del poeta y escritor jesuita Gerard Manley Hopkins y
plantea la idea de que la forma más elevada de felicidad humana descansa eternamente en su
contemplación. Este medio, sostiene Pieper, es la contemplación: una percepción intuitiva
del bonum universale inspirada y agudizada por el amor.

La contemplación, según la tradición occidental, es una actividad de la mente; no


tiene finalidad práctica; es intuitiva, no discursiva; es un tipo de percepción cuyo contexto
natural es la atención silenciosa; va acompañada de asombro y, sorprendentemente, de
inquietud. En sus propias palabras, es "un descansar mirante de la mirada interior, que no
molestado por nada extraño, está perturbado, no obstante, desde el interior por la exigencia
de un descanso más hondo"2. Estas palabras, sin embargo, no deben confundirnos, pues no
pertenece a un estado de bienaventuranza imperturbable, sino que está, como él dice,
"perturbado desde el interior". Debemos evitar el error de concebir erróneamente la felicidad
como una forma de mera emoción, pues Pieper nos da un significado más profundo. La
felicidad es la posesión de un bien. La felicidad más plena del hombre es la posesión del
"bien completo" que es Dios. Las emociones pueden, en forma de alegría o dicha, acompañar
la consecución de la felicidad, pero no significan necesariamente la posesión del bien.

Nuestra contemplación sigue siendo una contemplación imperfecta. En medio de


nuestro reposo, surge la inquietud. Esta inquietud proviene del hecho de que el hombre
experimenta al mismo tiempo la infinitud abrumadora del objeto y sus propias limitaciones.
Es la naturaleza de nuestra contemplación humana la que se maravilla ante la luz cuyo
temible resplandor bendice y deslumbra a la vez. Esta inmensidad es una invitación
silenciosa a entrar en un deseo más profundo de posesión de lo más. A esta inquietud en la
contemplación, Peiper la llama, citando la frase del poeta francés Paul Claudel "la llamada de
lo perfecto a lo imperfecto, que llamamos amor"3. La contemplación, guiada y sostenida por

1
Salmo 27, 4. Biblia de Navarra: Edicion Popular, EUNSA, 2008.
2
PIEPER, Josef, El ocio y la vida intelectual, Madrid, 1998: Rialp, 1998, p. 248.
3
PIEPER, Josef, El ocio y la vida intelectual, 245.
el amor al bien, se encuentra, en la consecución de su objeto, con un amor correspondiente
que la llama. Es un lugar solemne de encuentro del amor del que hablaba san Agustín en sus
confesiones, pondus meum amor meus4, y el amor "altre" que, en las monumentales
palabras de Dante en Paradiso, l'amor che move 'l sole e l'altre stelle5.

Cuando Pieper postulaba que "la contemplación es más bien esto: es un conocer
encendido por el amor"6, es porque ese amor es el que impulsa el anhelo del corazón. Es el
amor el que maniobra el espíritu en un espontáneo asombro ante la sacralidad del otro. No
sólo porque hay cosas que sólo el amante puede descubrir y advertir, sino porque el amante
habita inmensamente en la presencia del otro, poseyéndolo plenamente. Ver es la percepción
sensorial que nos trae el objeto directamente a nosotros y dentro de nosotros. Y con el amor,
ver permite a nuestros ojos ver al otro mismo, plenamente despierto, plenamente activo,
plenamente consciente de que está presente y vivo.

El bien supremo sólo puede encontrarse en Dios. Esta visión de Pieper, me parece, es
la misma realización profunda de San Agustín cuando exclamó su profundo dictum en la
primera parte de su confesión: “Quia fecisti nos ad Te, et inquietum est cor nostrum, donec
requiescat in Te”7. Conocer la forma más noble de posesión. La posesión del amado es la
experiencia real de conocerlo. Y en el sentido bíblico de la palabra "conocer" es estar en su
presencia más cercana. Para Pieper, la búsqueda de Dios se despliega a través del acto
humano de la contemplación. La contemplación, según Pieper, "es un percibir amante. Es
visión del amado"8. La contemplación es un acto de ver, de percibir el mundo creado como
un don ordenado hacia Dios. Si queremos formar individuos cuyo deseo sea alcanzar la
felicidad a través de la contemplación -una felicidad que, en última instancia, está ordenada
a la comunión con Dios y conducirá a ella-, el primer paso es cultivar el deseo más íntimo -el
anhelo del espíritu- de ver, descansar, reflexionar con asombro y, en última instancia,
habitar en el amor.

Dichoso el hombre que se encuentra cara a cara con aquel a quien ama: ésta es su
dicha eterna.

4
SAN AGUSTIN DE HIPONA, Confesiones XII, XI, X. “Mi peso es mi amor (pondus meum, amor
meus...), él me lleva doquiera que soy llevado.” San Agustín habla aquí de la capacidad única del ser
humano de amar cosas distintas.
5
ALIGHIERI, Dante, Paradiso, XXXIII, v. 145. Es el último verso de Paradiso y la Divina Comedia.
Con este verso, Dante encarna el sentido de toda la Divina Comedia, de Dios, del universo, en el hecho
de que el amor es el mecanismo y la vitalidad del universo y de toda vida.
6
PIEPER, Josef, El ocio y la vida intelectual, 242.
7
SAN AGUSTIN DE HIPONA, Confesiones I, I.
8
PIEPER, Josef, El ocio y la vida intelectual, 242.

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