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Voces: CONTRATO ~ UNIFICACION CIVIL Y COMERCIAL ~ CODIGO CIVIL Y COMERCIAL DE LA

NACION ~ INTERPRETACION ~ INTERPRETACION CONTRACTUAL


Título: La interpretación de los contratos
Autor: Lorenzetti, Ricardo L.
Publicado en: Sup. Esp. Nuevo Código Civil y Comercial de la Nación. Contratos 2015 (febrero), 25/02/2015,
191
Cita Online: AR/DOC/237/2015
Introducción.
La interpretación de los contratos en el Nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, ha seguido criterios
generales que ya estaban en el anterior Código y en la evolución doctrinaria y jurisprudencial. No obstante, es
muy importante consignar que el Nuevo Código tiene un campo de regulación mucho más amplio y por eso, hay
que hacer algunas distinciones iniciales.
En el título introductorio se regula el ejercicio de los derechos introduciendo la regla de la buena fe (art. 9)
En materia de Contratos, se regulan separadamente los que son celebrados entre partes iguales y los de
consumo. Asimismo, se distinguen los celebrados por adhesión y los conexos.
Por lo tanto, el esquema en materia de interpretación es el siguiente:
* Los contratos en general deben interpretarse de buena fe (art. 961).
* Los contratos celebrados por adhesión a cláusulas generales predispuestas tienen un régimen especial (art.
987).
* Los contratos paritarios tienen las reglas generales de interpretación (arts 1061 y ss.).
* Los contratos conexos tienen una regla especial (art. 1074).
* Los contratos de consumo tienen su propias normas (art. 1094 y ss.).
Primera Parte. Fractura del tipo general del contrato.
Uno de los aspectos más innovadores del Código es la fractura del tipo general del contrato, dedicando un
título al contrato en general y otro título a los contratos de consumo. Es un método único en el derecho
comparado y tiene un impacto directo en materia de interpretación.
Para una breve explicación reproducimos algunos aspectos explicados en los fundamentos del anteproyecto,
que ha tenido escasa difusión pública.
En el derecho comparado hay distintos modelos.
Una opción es mantener separadas ambas regulaciones. Es el criterio del Código de Consumo italiano
(Decreto Legislativo nº 206 del 6 de setiembre de 2005), del texto refundido de la Ley General para la Defensa
de los Consumidores y Usuarios y otras leyes complementarias española (Real Decreto Legislativo 1/2007 del
16 de noviembre de 2007) y del Anteproyecto de Reforma al Código Civil francés en el Derecho de
obligaciones y el Derecho de la prescripción, dirigido por el profesor Pierre Catalá y presentado al Ministerio de
Justicia en el año 2005, que tampoco incorpora la regulación de los contratos de consumo al Código Civil.
Todos los Estados Partes del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela) así como todos los
Estados Asociados (Bolivia, Chile, Perú, Ecuador y Colombia) tienen leyes del consumidor separadas del
Código Civil. El comentario 2º al Preámbulo de los Principios de Unidroit señala el "propósito de excluir del
ámbito de los Principios las llamadas operaciones de consumo".
Con otro criterio, la reforma del año 2002 al Código Civil alemán incorporó algunas normas aplicables
específicamente al derecho del consumidor (definición de consumidores y profesionales, contratos celebrados
fuera de los establecimientos mercantiles y a distancia, garantías en la venta de bienes de consumo) junto con
otras propias del Código (condiciones generales de la contratación, morosidad en las operaciones comerciales,
comercio electrónico). El Código Civil quebequés de 1991 incluyó disposiciones atinentes a los contratos de
consumo y a los celebrados por adhesión (artículos 1432, 1437, 1438) así como a la responsabilidad de los
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intervinientes en el proceso de fabricación y comercialización de cosas muebles (artículos1468 y 1469). El
Código Civil holandés de 1992 reguló las condiciones generales de contratación (Libro 6, artículos 231 a 247),
la responsabilidad por productos (Libro 6, artículos 185 a 193) y las exigencias en cuanto a la publicidad (Libro
6, artículos 194 a 196).
En el ordenamiento jurídico argentino hay que considerar el rango constitucional de los derechos del
consumidor, la amplia aplicación de estas normas en los casos judiciales y la opinión de la mayoría de la
doctrina. Siguiendo estos lineamientos, es necesario no sólo avanzar en cuanto a la unificación de los contratos
civiles y comerciales, sino también incorporar a los contratos de consumo.
La extensión del objeto regulatorio plantea problemas en cuanto a las distinciones y al modo en que se
presentan.
Una posibilidad consiste en regular el contrato discrecional y dedicar algunos artículos relativos a los efectos
que consideren la temática de los vínculos de consumo. Esta perspectiva fue adoptada en el Proyecto de 1998,
pero la evolución que ha experimentado la materia desde entonces impide este abordaje, ya que la amplitud de la
definición de la relación de consumo existente hace que los contratos de consumo constituyan un ejemplo de la
fragmentación del tipo general.
La alternativa contraria consiste en establecer una regla que aplique el principio protectorio de modo
general, como si todos los contratos sean de consumo. También es inconveniente, porque se distorsiona
gravemente el sistema y sería inadecuado aplicar este régimen a la contratación entre empresas para la
construcción de un puente o el desarrollo de tecnología, o el aprovisionamiento, o cualquier otro vínculo
semejante. En todos estos casos subsiste la necesidad de preservar la autonomía privada, como es consenso
mayoritario en el país y en todo el derecho comparado. Tampoco puede seguirse un criterio cuantitativo que
lleve a la conclusión de que, si se celebran más contratos de consumo, estos constituyen la regla general, porque
ello no es así en ningún sistema de derecho comparado ni podría serlo. La diferenciación es argumentativa,
valorativa y basada en principios, pero no en cantidades que pueden variar sensiblemente.
En la jurisprudencia, el principal problema es que se terminan aplicando principios protectorios propios de la
tutela del consumidor a los contratos de empresas, con deterioro de la seguridad jurídica. En la doctrina, hay
muchos debates derivados de la falta de una división clara en la legislación. Los autores más proclives al
principio protectorio hacen críticas teniendo en mente al contrato de consumo que pretenden generalizar,
mientras que aquéllos inclinados a la autonomía de la voluntad, principalmente en materia comercial, ven una
afectación de la seguridad jurídica. El problema es que hablan de objetos diferentes.
En virtud de todo ello, corresponde regular los contratos de consumo atendiendo a que no son un tipo
especial más (ejemplo: la compraventa), sino una fragmentación del tipo general de contratos, que influye sobre
los tipos especiales (ejemplo: compraventa de consumo), y de allí la necesidad de incorporar su regulación en la
parte general. Esta solución es consistente con la Constitución Nacional que considera al consumidor como un
sujeto de derechos fundamentales, así como con la legislación especial y la voluminosa jurisprudencia y
doctrina existentes en la materia.
Es necesario, entonces, regular tanto los contratos civiles, como los comerciales y de consumo,
distinguiendo el tipo general del contrato de consumo.
Dentro del Libro Tercero (De los derechos personales) y luego del Título I (de las obligaciones en general),
se distinguen tres Títulos: el primero dedicado a los contratos en general, el segundo a los contratos de consumo
y el tercero a los contratos en particular.
En este contexto es que se debe analizar la interpretación.
Segunda Parte. El concepto de interpretación del contrato
1). Interpretación, calificación e integración
En materia de interpretación del contrato es necesario distinguir las fuentes, es decir el texto al cual se
aplica, de las reglas, es decir, los criterios con los cuales se interpreta (1), y ello es recibido por el Código nuevo,
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como veremos.
Previamente, corresponde precisar el concepto de interpretación del contrato.
La interpretación consiste en adjudicar un sentido a la regla contractual (2).
Las partes son las que interpretan el contrato, pero cuando hay desacuerdo es que se necesita la intervención
de un tercero (Arbitro, Juez) para decidir sobre cuál es el sentido correcto.
El Código introduce la regulación del contrato de arbitraje (art. 1649) lo que permite la solución de
diferencias de interpretación a través de un tercero, excepto que sean contratos celebrados por adhesión o de
consumo (art. 1651).
El Código distingue claramente la interpretación de la integración.
Si se trata de determinar los derechos y las obligaciones de las partes el problema es la interpretación; en
cambio, si la disidencia es sobre el tipo de vinculo, se trata de "calificación", y si se vincula con la extensión de
obligaciones no previstas, es "integración".
La interpretación es una reflexión sobre un texto previo, para determinar su sentido, y por ello es una mirada
hacia el pasado, intentando reconstruir lo originariamente pactado. En cambio, la integración mira hacia el
futuro y la calificación se enfoque en el presente.
2). Interpretación del contrato y de la ley.
Relacionado con esto cabe decir unas palabras en cuanto a la interpretación de la ley. En una época se basó
en la intención del legislador, pero más actualmente se acepta que debe aplicarse un criterio general y evolutivo,
que es la finalidad de la ley, y no del legislador, ya que de ese modo la interpretación se basa en el texto y su
contexto, adaptándolo a las mudanzas del tiempo. Esto motivó varias discusiones en el trámite parlamentario del
Código, ya que había legisladores que sostenían que la ley debía interpretarse conforme a la intención del
legislador. En realidad se trataba de una cuestión de poder, de realzar la función del redactor de la norma. Sin
embargo, los efectos de esta posición son profundamente perniciosos, ya que fija el sentido de la norma en el
momento en que fue sancionada. En esto consiste el originalismo, es decir, que la norma se interpreta conforme
a su origen, a las ideas del legislador que la sancionó, impidiendo toda interpretación adaptativa. La
consecuencia de esto es el conservadorismo, contrario a los criterios que utiliza la doctrina y jurisprudencia
argentina, que han adaptado el sentido de las leyes a la evolución de las costumbres y de la economía con gran
utilidad para los ciudadanos. Los ejemplos son múltiples, y van desde la decisión de declarar la
inconstitucionalidad de la prohibición del divorcio hasta la indexación de las deudas en contextos inflacionarios;
nada de esto hubiera sido posible en un sistema originalista. Por eso es que, luego de ese debate, se consiguió
que el Código mantuviera la expresión "la finalidad de la norma" (Art. 1) y no la intención del legislador.
En la interpretación del contrato, por el contrario, se trata de reglas particulares y no evolutivas, razón por la
cual, normalmente, no se aplican los criterios usados para la ley. El Juez debe hacer una hermeneutica individual
(3), y no está autorizado a adaptar las reglas a nuevas circunstancias, salvo que exista una pretensión deducida
con ese objetivo (4).
3). Interpretación de las reglas claras:
Habitualmente se sostiene que la interpretación sólo es posible cuando hay:
* Ambigüedad: porque el texto permite varios significados posibles
* Vaguedad: el texto no tiene precisión, y no se puede saber con exactitud cuál es la obligación asumida.
Si no hay ambigüedad o vaguedad, se trata simplemente de aplicar lo pactado. Esta es una antigua regla de
derecho ("in claris non fit interpretatio"), recibida por los tribunales en forma reiterada (5), y cuya función es
brindar seguridad: si el texto es claro, sólo hay que aplicarlo y no apartarse del mismo.
Esta cuestión requiere precisiones.
Aplicar implica, previamente, interpretar: ¿cómo se logra establecer que el texto es ambiguo, oscuro o

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claro?. Se requiere atribuirle un sentido y ello significa interpretar. Por lo tanto, la claridad no es un presupuesto,
sino el resultado de la interpretación.
La discusión se refiere, en rigor de verdad, a si la interpretación debe basarse solamente al texto escrito o
bien puede incluir elementos externos al instrumento (6).
La primera opción, referida al contrato escrito, tiene su raíz en la exégesis y por ello presupone un texto
escrito y claro.
La segunda, se hace cargo de la existencia de contratos verbales, de prácticas sociales, de comportamientos
que causan obligación y que lo escrito, aún en los contratos entre empresas, es el elemento central, pero no el
único.
Esta es la tesis que ha recogido el Código en el citado Art. 961.
Ello puede dar lugar a una interpretación integradora.
Hay casos en que la interpretación llega a las fronteras y se independiza del texto estrictamente fijado por las
partes, integrándolo. En este límite hay un espacio común, en que se interpreta y se integra.
Prevalece la buena fe como regla de interpretación e integración
Tercera Parte. Las fuentes y el objetivo de la interpretación
1). El texto escrito y otras fuentes. Interpretación restrictiva.
El Código contiene dos normas que se relacionan. Por una parte, el Art. 1065 dice: "Fuentes de
interpretación. Cuando el significado de las palabras interpretado contextualmente no es suficiente, se deben
tomar en consideración:
a) las circunstancias en que se celebró, incluyendo las negociaciones preliminares; b) la conducta de las
partes, incluso la posterior a su celebración;
c) la naturaleza y finalidad del contrato. Por otra parte, dice (Art. 1062) "Interpretación restrictiva. Cuando
por disposición legal o convencional se establece expresamente una interpretación restrictiva, debe estarse a la
literalidad de los términos utilizados al manifestar la voluntad. Este artículo no es aplicable a las obligaciones
del predisponente y del proveedor en los contratos por adhesión y en los de consumo, respectivamente".
El problema que se intenta resolver en estos textos es si la interpretación sólo debe tener en cuenta lo escrito
por las partes o, por el contrario, puede basarse en otros factores, como las negociaciones, la conducta de las
partes y la finalidad.
El Código se inclina por establecer que la fuente de interpretación es el significado de las palabras,
subsidiariamente puede recurrirse a las circunstancias, conductas y finalidad del contrato, excepto que las partes
hayan pactado expresamente que la única fuente es la literalidad de sus palabras. Ello obviamente en relación a
los contratos paritarios.
En la doctrina (7) se ha estudiado este problema de colisión de fuentes de interpretación (escrito vs. otras
fuentes), frente a lo cual las posiciones son las siguientes:
- Regla de la prioridad absoluta: debe interpretarse solamente lo escrito. La "parol evidence rule",
desarrollada en el derecho anglosajón se inclina por esta tesis y no se admiten otras evidencias para variar el
sentido de lo escrito, salvo que sea parcial o totalmente incompleto en el punto que se desea dilucidar (8). No se
puede aportar evidencia en contra de lo escrito.
- Regla de subsidiariedad: debe interpretarse lo escrito y, si hay duda (sólo en este caso), puede recurrirse a
otros elementos, principalmente la conducta de las partes; (esta es la regla adoptada en el art. 1065)
- Regla de igualdad: El texto de las reglas deriva tanto de lo escrito como de la conducta, haya o no duda;
- Regla de subsidiariedad inversa: En este sentido, el Proyecto de Código Civil Argentino de 1998 (Art.
1023, inc. a) se afirma que el contrato debe ser interpretado asignando especial relevancia a lo que ha sido
común intención de las partes, antes que la literalidad de lo manifestado. En este caso se opta por invertir la
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regla subsidiaria normalmente admitida. El intérprete no se encuentra limitado por el tenor literal del texto para
la comprobación del significado del contrato (9), sino que puede recurrir a otros elementos para determinar el
alcance de una cláusula cuestionada (10).
La primera posición es la tradicionalmente adoptada (11), pero hay muchos casos en los que las leyes y los
tribunales se han apartado de ella, adoptando la segunda y en situaciones especiales la tercera.
El Código adoptó la regla de la subsidiariedad.
El texto a interpretar está constituido por lo escrito, por razones de seguridad jurídica, porque es claro que
utilizando este medio se intentó fijar de un modo indubitable el plexo obligatorio (Art. 1065). Incluso puede
suceder que las partes, interesadas en reforzar ese aspecto pacten sobre la restricción probatoria diciendo que
sólo lo escrito será válidamente tenido en cuenta (Art. 1062).
Existen situaciones en que lo escrito es insuficiente. Ello puede ocurrir en contratos largamente negociados,
complejos, en que hay escritos que reflejan aspectos diferentes y en ese caso cabe delimitar dos supuestos:
* Lo escrito en las negociaciones no coincide con lo escrito en el acuerdo final, y debe darse prioridad a este
último documento. No hay aquí colisión de fuentes sino un caso de sucesión y por ello, se supone que lo
redactado en último término modifica lo anterior.
* Lo escrito es contradicho por otras fuentes (comportamientos, etc.). Debe darse prioridad a lo escrito.
Sobre este aspecto el proyecto de 1998 daba amplitud al Juez, (12), con lo cual se deja abierta la posibilidad de
considerar que esa intención común se deduzca de materiales diferentes (13). No hay argumentos claros que
expliquen por qué sería mejor que el Juez tenga libertad para interpretar, ni hay evidencias de que el resultado
sea superior (14).
Queda claro entonces que la fuente es el contrato escrito, y subsidiariamente los otros elementos designados.
2). Extensión de la obligación contractual.
La fuente de interpretación permite desentrañar el contenido de la regla contractual, que puede ser extendida
por la buena fe.
En este sentido, el Código dispone (Art. 961) que "Los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse
de buena fe. Obligan no sólo a lo que está formalmente expresado, sino a todas las consecuencias que puedan
considerarse comprendidas en ellos, con los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante
cuidadoso y previsor". Esta norma se corresponde con la que existía en el Código derogado, (Art. 1198) que
decía "los contratos deben...interpretarse de buena fe y de acuerdo con lo que verosímilmente las partes
entendieron o pudieron entender, obrando con cuidado y previsión"(15).
Es decir que el acto interpretativo se refiere a la intención común de las partes conforme a la buena fe y a lo
que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor. La buena fe, el modelo del
contratante son auxilios del intérprete en caso de duda y su significado surge de las prácticas y usos
contractuales en el tipo de contrato de que se trate.
El intérprete puede aplicar esta cláusula general incorporando un elemento objetivo de carácter normativo,
ya que es un deber ser (16).
En los celebrados por adhesión, no se refiere a la intención común, porque hay una parte que predispone.
Cuarta Parte. Las reglas de interpretación.
1). Intención común:
"El contrato debe interpretarse conforme a la intención común de las partes y al principio de la buena fe"
(Art. 1061).
La primera regla manda establecer la intención común de los contratantes.
En Código anterior se disponía: "debe buscarse más bien la intención común de las partes que el sentido
literal de los términos" (art. 218, inc. 1º, Cód. Com.) (17), lo que ha sido confirmado por la jurisprudencia al
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decir que "la literalidad del texto contractual no descarta la investigación de la voluntad real de las partes, siendo
relevantes para ello la intención y la finalidad de los contratantes; es decir, debe tenerse en cuenta la clara
intención de ellos, más allá de la literalidad (18).
En los casos en que no es posible determinar la voluntad común, hay que recurrir a fuentes alternativas,
siendo la tendencia más generalizada la de utilizar un estándar, que es el de la buena fe.
2). Significado de las palabras.
El Código dispone (Art. 1063). "Significado de las palabras. Las palabras empleadas en el contrato deben
entenderse en el sentido que les da el uso general, excepto que tengan un significado específico que surja de la
ley, del acuerdo de las partes o de los usos y prácticas del lugar de celebración conforme con los criterios
dispuestos para la integración del contrato. Se aplican iguales reglas a las conductas, signos y expresiones no
verbales con los que el consentimiento se manifiesta". En materia de integración del contrato se dice (Art. 964)
que "El contenido del contrato se integra con: a) las normas indisponibles, que se aplican en sustitución de las
cláusulas incompatibles con ellas; b) las normas supletorias; c) los usos y prácticas del lugar de celebración, en
cuanto sean aplicables porque hayan sido declarados obligatorios por las partes o porque sean ampliamente
conocidos y regularmente observados en el ámbito en que se celebra el contrato, excepto que su aplicación sea
irrazonable".
Esta norma tiene una extensa tradición en el derecho argentino y ha sido muy elaborada durante muchos
años, que resumiremos seguidamente.
El problema del lenguaje y del significado que se debe dar a las palabras es tan importante que muchos
contratos se redactan con un preámbulo o un "diccionario" en los que se mencionan una serie de vocablos y su
significado.
La comunicación entre los contratantes se realiza en base al lenguaje, lo cual puede plantear diferentes tipos
de problemas:
Lenguas diferentes: en los contratos internacionales es habitual que se utilicen diferentes lenguas y ello
puede plantear problemas de interpretación.
Las partes pueden establecer que un idioma tiene prioridad sobre otro, de modo similar al "uso oficial", y si
no hay estipulación al respecto, suele utilizarse una presunción de que las partes quieren ser leídas en el idioma
en que se hizo la primer redacción (19) -Lenguaje verbal o gestual: es posible utilizar el lenguaje gestual:
expresiones corporales, signos, símbolos. Ello es habitual en las contrataciones de consumo (20).
Lenguaje electrónico: las partes pueden usar el lenguaje binario típico en la informática.
Lenguaje común o profesional: la regla general en el código derogado era la primacía del sentido que las
palabras tienen en el lenguaje común (Art. 217, Cód. Com.) que ahora se reitera. Naturalmente no es así cuando
las partes son profesionales y usan un lenguaje específico, o cuando son comerciantes, o agricultores y utilizan
expresiones que corresponden a los usos de ese sector. Por eso puede ocurrir que tengan un sentido diferente al
común, como ocurre en los siguientes casos: 1)- cuando las partes pactaron sobre el tema y decidieron
atribuirles un sentido específico; 2). cuando los usos y costumbres del lugar de celebración del contrato, o las
prácticas establecidas entre las partes, asignan a las palabras un significado propio; 3)- cuando se trata de
palabras científicas, técnicas, o del arte, aplicables a una actividad específica de la que participan ambas partes.
Soporte escrito, verbal o electrónico Las partes pueden usar el lenguaje en distintos soportes: escrito, verbal
o electrónico.
3). Interpretación contextual:
El Código dispone (Art. 1064) que "Las cláusulas del contrato se interpretan las unas por medio de las otras,
y atribuyéndoles el sentido apropiado al conjunto del acto".
Las distintas cláusulas deben ser interpretadas armónicamente porque constituyen un sistema indivisible, lo
que ya estaba previsto en el Código derogado (art. 218, inc. 2º, Cód. Com.).

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Es un criterio tradicional, que ya estaba en la Regla 6ª de Pothier, "se debe interpretar una cláusula por las
otras cláusulas contenidas en el acto, ya precedan o sigan a dicha cláusula", en el Código Civil Francés (Art.
1161), en el Código Civil Italiano (Art. 709) y en las reglas de Unidroit (Art. 4.4).
4)- El principio de conservación:
El Código establece (Art. 1066) "Principio de conservación. Si hay duda sobre la eficacia del contrato, o de
alguna de sus cláusulas, debe interpretarse en el sentido de darles efecto. Si esto resulta de varias
interpretaciones posibles, corresponde entenderlos con el alcance más adecuado al objeto del contrato".
En el régimen anterior se decía: "Las cláusulas susceptibles de dos sentidos, del uno de los cuales resultaría
la validez, y del otro la nulidad del acto, deben entenderse en el primero" (art. 218, inc. 3º, Cód. Com). También
aquí se puede rastrear el origen en la Regla 2ª de Pothier que expresa: "Cuando una cláusula es susceptible de
dos sentidos, se debe más bien entenderla conforme al que ha podido tener efecto, y no según aquel sentido que
daría por resultado no ser posible estipulación alguna"; por ejemplo, si al partir bienes se dice que ha sido
convenido entre Pedro y Pablo, que Pablo podrá pasar por sus heredades, aunque la expresión sus heredades
pueda significar tanto las de Pedro como las de Pablo, "no es dudoso que se trata de las de Pedro, pues de otro
modo la cláusula no tendría efecto alguno, puesto que Pablo no tiene necesidad de estipular que podrá pasar por
sus propias heredades".
La disposición tiene como presupuesto la existencia de duda, es decir que la regla contractual permite ser
interpretada en, al menos, dos sentidos. En este caso, se fija un criterio obligatorio para el intérprete, que es
inclinarse por conservación.
Si la duda recae sobre todo el contrato, se debe procurar su eficacia, si es por una de sus cláusulas, hay que
darles efecto, y siempre con el sentido más favorable al cumplimiento del objeto, según lo definido por las
partes y lo dispuesto por los artículos 1003 y siguientes.
5). La Proteccción de la confianza.
El Código dispone (Art. 1067) que "La interpretación debe proteger la confianza y la lealtad que las partes
se deben recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con una conducta jurídicamente relevante, previa
y propia del mismo sujeto".
Esta norma es muy importante y su análisis excede este breve trabajo, pero es claro que se trata de una
aplicación del principio general de buena fe, contemplado en el título introductorio. La buena fe en el sentido de
protección de la apariencia creada (21), la buena fe lealtad en el sentido del cumplimiento de lo acordado, y la
prohibición de actuar contra los propios actos.
6) El principio "favor debitoris" y la equidad.
El Código dispone (Art. 1068) "Cuando a pesar de las reglas contenidas en los artículos anteriores persisten
las dudas, si el contrato es a título gratuito se debe interpretar en el sentido menos gravoso para el obligado y, si
es a título oneroso, en el sentido que produzca un ajuste equitativo de los intereses de las partes".
Tradicionalmente se ha interpretado que cuando hay duda, se debe interpretar que una persona no ha querido
obligarse, porque hay que respetar la libertad, siendo la obligación una excepción. Por esta razón, en el régimen
anterior se decía que en caso de duda "las cláusulas ambiguas deben interpretarse siempre en favor del deudor, o
sea en el sentido de liberación" (art. 218, inc. 7º, Cód. Com.) (22), lo que ha sido entendido como protección de
la parte débil.
En la actual norma, se hace una distinción entre los contratos a título gratuito y los onerosos. En los
primeros, es claro que debe buscarse el sentido menos gravoso al obligado, y de la menor transmisión de
derechos. En cambio, en los onerosos, debe buscarse el mantenimiento de la equivalencia, el logro de la mayor
reciprocidad y no la liberación simple (23).
Quinta Parte. Contratos conexos.
El Código incorpora una regulación de los contratos conexos que es novedosa en el derecho comparado

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codificado. Si bien hay leyes especiales no hay una disposición de este tipo en los códigos vigentes.
Brevemente diremos que (Art. 1073) "Hay conexidad cuando dos o más contratos autónomos se hallan
vinculados entre sí por una finalidad económica común previamente establecida, de modo que uno de ellos ha
sido determinante del otro para el logro del resultado perseguido. Esta finalidad puede ser establecida por la ley,
expresamente pactada, o derivada de la interpretación, conforme con lo que se dispone en el artículo 1074".
La definición no está basada en una fuente precisa, sino que se ha elaborado teniendo en cuenta los
elementos que se han trabajado en la doctrina argentina (24) durante los últimos años (25).
Básicamente se requiere que sean contratos autónomos entre sí, como por ejemplo, una compraventa y un
mutuo. El nexo es la finalidad económica, lo que ocurre cuando para vender se hace un préstamo, es decir, el
contrato es un instrumento de una estrategia económica más amplia. Esta decisión debe estar previamente
determinada y no a posteriori, porque esto último daría lugar a interpretaciones demasiado amplias. La relación
entre ambos no puede ser de cualquier tipo, sino determinante, es decir, uno explica al otro.
Cuando existe conexidad, una de las consecuencias es la interpretación y en tal sentido se dice (Art. 1074)
"Los contratos conexos deben ser interpretados los unos por medio de los otros, atribuyéndoles el sentido
apropiado que surge del grupo de contratos, su función económica y el resultado perseguido".
Estas disposiciones contempladas en los Arts 1073, 1074 y 1075 tienen una gran utilidad práctica.
Existen casos en los que varios contratos aparecen frente a la otra parte unidos por una operación
económica: la venta de bienes informáticos incluye un contrato sobre el hardware, otro sobre el software, otro de
asistencia; la de bienes a crédito consiste en una compraventa más un mutuo; la de inmuebles en un condominio
puede incluir una compraventa, un mutuo, la constitución de un fideicomiso y la participación en una sociedad;
un préstamo bancario puede tratarse de un mutuo, una garantía hipotecaria, un seguro de vida; una tarjeta de
crédito puede incluir una apertura de cuenta corriente.
La doctrina ha utilizado distintos nombres: contratos conexos, grupos de contratos, negocios coligados,
redes, networks, etc. Lo que sucede en estos supuestos, es que el negocio excede al contrato, se hace con varios
de ellos, y entonces es necesario vincularlos en sus efectos, consagrando una excepción al efecto relativo (Art.
959).
Sexta Parte. Contratos celebrados por adhesión y contratos de consumo
1) El principio protectorio
El Código regula los contratos paritarios y, dentro de ellos, establece un nivel de protección para aquellos
celebrados por adhesión. En otro título, fija reglas para los contratos de consumo. Ambas decisiones tienen una
extensa tradición basada en el principio protectorio, que conviene presentar, aunque sea de modo breve.
En el Código de Luisiana se estableció la regla de interpretación contra el estipulante en caso de duda (art.
1953); en el Código de Prusia se dispuso que se interpretará en "perjuicio del que ha hecho insertar en él
términos ambiguos" (art. 266). La regla fue admitida en el derecho hispánico y en las codificaciones
latinoamericanas. Vélez Sarsfield la incluyó en el Código de Comercio al indicar que en casos dudosos las
cláusulas ambiguas deben interpretarse siempre en favor del deudor, en el sentido de la liberación (art. 218 inc.
7 Cod Comercio).
La regla de la interpretación "contra stipulatorem" surge en el derecho romano, ya que existía la estipulatio
como forma adhesiva. En el Digesto se encuentra el principio al referirse al caso de duda: "verba contra
stipulatorem interpretanda sunt" (Digesto, libro 45, tit. 1, ley 38, párr. 19). En las Partidas encontramos normas
similares, que establecen que se debe interpretar la duda contra aquel que "dixo la palabra" y en "pro de la otra
parte" (Partida VII, Titulo XXXIII, ley 2). Desde ese estadio llegamos a la codificación decimonónica en la que
el tema era ya conocido (26).
El Código Civil Argentino, en su redacción originaria no consagró regla alguna en materia de interpretación
contractual, remitiéndose en ello a lo que ya se había regulado en el Código de Comercio (27). Este último

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cuerpo legislativo dispone en el artículo 218, inc. 7 que en casos dudosos las cláusulas ambiguas deben
interpretarse siempre en favor del deudor, en el sentido de la liberación, lo que permitió interpretar que hay un
principio "favor debitoris". Normas similares regían en la sede civil como en el contrato de transacción (art. 854
CC) en la renuncia (art. 874), o en el caso de duda sobre la cantidad que ha sido legada, en que se debe juzgar
que ha sido el menor valor (art. 3765 CC).
Durante este extenso periodo histórico, el sujeto protegido era el deudor.
En la sociedad moderna se advirtió que muchos deudores son fuertes y otros acreedores débiles.
La mudanza subjetiva comenzó con los obreros-acreedores-débiles y sus empleadores-deudores-fuertes, en
relación al salario, pero luego se extendió a numerosos acreedores hiposuficientes.
Podemos señalar que ya no se trata de un "favor debitoris", sino de un "favor debilis", ajustando el principio
a las nuevas demandas que presenta la sociedad (28).
Durante el periodo de vigencia exclusiva de los principios "favor debitoris" y "favor debilis", la protección
se basó en la noción de obligación, ya que tanto el acreedor, como el deudor, son sujetos activo y pasivo de la
relación obligatoria. Posteriormente, en la legislación protectoria de mediados del siglo veinte, se dirigió a
categorías amplias de sujetos: trabajadores, locatarios, tomadores de préstamos destinados a vivienda,
adquirentes de lotes, etc.
La protección dejó de ser individualizada y casuística, ya que se abarca a toda una clase de sujetos
independientemente de las particularidades del caso.
El elemento que se toma en cuenta es la tipicidad contractual: los trabajadores en el contrato de trabajo, los
locatarios en la locación, los tomadores de préstamos en el mutuo, etc.
En los últimos treinta años del siglo XX, se decidió dar un paso más amplio en la protección: no sólo la
posición en la relación obligatoria, no sólo la posición en un contrato típico.
Surgió la noción de consumidor que se relaciona con el acto de consumo, y no específicamente con la
calidad de acreedor o deudor en una obligación o con un contrato en particular.
Por estas razones, el Código actual contempla dos tipos de tutelas contractuales, la referida a la adhesión, y
la del consumidor.
2). Contratos celebrados por adhesión.
El Código lo define (art. 984) diciendo "El contrato por adhesión es aquel mediante el cual uno de los
contratantes adhiere a cláusulas generales predispuestas unilateralmente, por la otra parte o por un tercero, sin
que el adherente haya participado en su redacción".
En materia de interpretación dice (Art. 987) "Las cláusulas ambiguas predispuestas por una de las partes se
interpretan en sentido contrario a la parte predisponente".
Esta norma ha sido muy estudiada y aplicada por la jurisprudencia y no es necesario dar mayores
explicaciones. Sólo cabe señalar que se aplica a todo tipo de contratos.
2) Contratos de consumo.
El Código contiene un título III dedicado a los contratos de consumo, que desarrolla toda una parte general.
Se lo define (Art. 1093) diciendo que "es el celebrado entre un consumidor o usuario final con una persona
humana o jurídica que actúe profesional u ocasionalmente o con una empresa productora de bienes o prestadora
de servicios, pública o privada, que tenga por objeto la adquisición, uso o goce de los bienes o servicios por
parte de los consumidores o usuarios, para su uso privado, familiar o social".
En materia de interpretación se dice (Art. 1094) que "Las normas que regulan las relaciones de consumo
deben ser aplicadas e interpretadas conforme con el principio de protección del consumidor y el de acceso al
consumo sustentable. En caso de duda sobre la interpretación de este Código o las leyes especiales, prevalece la
más favorable al consumidor" y luego que (Art. 1095) "El contrato se interpreta en el sentido más favorable para

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el consumidor. Cuando existen dudas sobre los alcances de su obligación, se adopta la que sea menos gravosa".
La primera disposición se refiere a los conflictos aplicación o de interpretación de la ley, estableciendo la
prioridad de aplicación de principios constitucionales como la protección del consumidor y del ambiente.
En los contratos celebrados por adhesión, la interpretación es contra el predisponente y requiere como
presupuesto la existencia de ambigüedad. En cambio, en los contratos de consumo, es a favor del consumidor,
haya o no predisposición de cláusulas generales. Por otra parte, en caso de duda, se aplica el principio "favor
libertatis", es decir, la opción menos gravosa.
Estimamos que esta breve exposición de la materia interpretativa debe ser completada con otros estudios
más amplios del resto de la normativa contractual y del resto del Código, que seguramente será bien efectuada
por los demás autores convocados por el director de la obra.
(1) Lorenzetti, Contratos, Parte General. Ed. Rubinzal y Culzoni.

(2) Stiglitz, Ruben, "Contratos civiles y comerciales", Abeledo Perrot, Bs.As. 1998; Alterini, Atilio A.,
Contratos (civiles, comerciales, de consumo), Teoría General, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1998, p. 411;
Mosset Iturraspe, Jorge, Contratos, Ediar, Buenos Aires, 1978, p. 259. LANDO, O. y BEALE, H.: Principles of
European Contract Law, The Hague-London-Boston, 2000; MCGREGOR, H.: Contract Code, trad. y nota prel.
por J. M. de la Cuesta Sáenz y C. Vattier Fuenzalida, Barcelona, 1997

(3) No puede usar la analogia, como es común en la legislacion.

(4) Por ejemplo, si se solicita la revisión del contrato.

(5) La Corte Suprema ha dicho que "cuando los términos o expresiones empleados en un contrato son claros
y terminantes, solo cabe limitarse a su aplicación sin que resulte necesaria una labor hermenéutica (Fallos: 307-
2216; 314: 363).

(6) Tales como el análisis del comportamiento anterior o posterior a la instrumentación, las negociaciones
previas, los borradores, las cartas de intención. Sobre este tema ver el importante trabajo de DE LORENZO,
Federico, "La interpretación de los tèrminos claros del contrato (in claris non fit interpretatio: un principio
carente de utilidad)", en Obligaciones y Contratos en los Albores del Siglo XXI, Dirigido por Oscar Ameal, y
coordinado por Silvia Tanzi, en homenaje al Profesor Doctor Roberto M. Lopez Cabana, Abeledo Perrot, Bs.As.,
2001, pag 623.

(7) LORENZETTI, Contratos, cit.

(8) FARNSWORTH, E. Allan, "Contracts", 3a ed., New York, 1999, ps. 432 .

(9) BIANCA, Massimo C., Diritto Civile. Il Contratto, Milano, 1998, p. 391.

(10) ALTERINI, Atilio A., Contratos, cit., pág. 414.

(11) El Anteproyecto Gandolfi, favorece claramente el texto literal del contrato (art. 39.1), incluso el

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lenguaje propio de los contratantes (art. 39.2), y se muestra restrictivo respecto al valor hermenéutico de los
elementos extratextuales (art. 39.3).

(12) Por ejemplo Principios Unidroit, art. 4.1.

(13) En el art. 2.17 se regula el tema de las "merger clause", o sea, de cláusulas expresamente contempladas
por las partes en el sentido de que el documento contractual es completo y autosuficiente. Al respecto, el
principio establece que frente a dichas cláusulas el instrumento no puede ser contradicho o integrado a través de
la prueba de declaraciones o acuerdos precedentes. Sin embargo, tales declaraciones o acuerdos pueden ser
usados para "interpretar" el texto escrito.

(14) La interpretación requiere de precisiones jurídicas, ya que de lo contrario es posible conectar hechos de
cualquier modo. Es muy probable que ante igualdad de fuentes, y ausencia de reglas claras, no se encuentren dos
jueces que asignen el mismo sentido a un texto. Existe una cierta ingenuidad en adjudicar un efecto benéfico a la
intervención judicial interpretativa, cuando no hay ninguna evidencia de que ello sea asì. La actividad
interpretativa, como todas, debe estar sometida a reglas previsibles para las partes, ya que de lo contrario huirán
hacia sistemas más seguros.

(15) C.Civil Peruano (Art. 1362): "los contratos deben negociarse, celebrarse y ejecutarse según la buena fe
y común intención de las partes".

(16) CNCiv., Sala E, "Saporiti, Marcelo g. c. Bertani de Roma, S", LA LEY, 21 de agosto de 2002, pág. 9.
"El criterio para la interpretación del contrato entre el profesional arquitecto y los propietarios de la obra, a fin
de poder desentrañar lo que los contratantes entendieron verosímilmente realizar, es el de la buena fe —art.
1198, Cód. Civil—, ya que las tratativas y preliminares son reveladoras de una costumbre que muestra
relaciones entre unos y otros plagadas de hechos que sustituyen o rebasan el contenido de los términos en que
fue concebida la convención". "Toda vez que el locador de la obra es quien tiene a su alcance los precios de los
materiales y los de los trabajos que se mencionan en el presupuesto, cabe interpretar que si éstos superan en un
100% los valores de mercado existe un accionar abusivo que torna procedente la atribución de responsabilidad a
su parte en el distracto producido".

(17) Regla 1º de POTHIER, recogida por el artículo 1156 del Código Civil francés. POTHIER ejemplifica
así: si alguien alquila una habitación de mi casa, y en el nuevo contrato le doy en alquiler mi casa por tantos
años, por el precio del anterior arriendo, aunque gramaticalmente mi casa significa la totalidad y no una sola
habitación, es obvio que la intención "no ha sido otra que la de renovar el arriendo de un cuarto que ya había
alquilado". La Regla 8ª de POTHIER establece que, aunque se haya convenido en términos generales, el
contrato "no comprende más que las cosas por las cuales las partes contratantes han entendido contratar, y no
aquellas en las que no han pensado".

(18) (C.S.J.N., Fallos 311:1556)

(19) Principios de UNIDROIT, art. 4.7.

(20) Por ejemplo en la compra en un supermercado puede suceder que no se hable, aún existiendo personas
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(comprador y cajero), y ambos se entienden mediante gestos.

(21) Sobre la importancia de la apariencia, ampliamos en Lorenzetti, "La oferta como apariencia y la
aceptación basada en la confianza", L.L., T.2000-D, Sec. Doctrina, noviembre de 2000, Buenos Aires, páginas
1155 a 1174. También en "Consumidores", y en Tratado de los Contratos, Parte General.

(22) La Regla 8ª, según la cual, por generales que sean los términos del contrato, "no comprende más que
las cosas por las cuales las partes contratantes han entendido contratar" - Un caso de aplicación, sugerido por
POTHIER, resulta del Código Civil en materia de transacción: ésta sólo abarca "la diferencias respecto de las
cuales los contratantes han tenido en realidad intención de transigir" (art. 835).

(23) Código Civil italiano de 1942 dispone que el contrato a título oneroso sea interpretado "en el sentido
que realice al armonización equitativa de los intereses de las partes" (art. 1371; Cód. Civ. portugués de 1967
(art. 237); Las III Jornadas Bonaerenses de Derecho Civil (Junín, 1988) declararon que "la interpretación debe
tender a resguardar la relación de cambio propia del negocio".

(24) Particularmente comencé a trabajar este tema en los años noventa en numerosos trabajos. Ver
Lorenzetti, "Cuál es el cemento que une las redes de consumidores, de distribuidores o de paquetes de negocios-
(aproximación a la conexidad contractual como fundamento imputativo)", L.L., T.1995-E, Sec. Doctrina,
Buenos Aires, 15 de noviembre de 1995, páginas 593 a 603. "Nuevas fronteras del abuso de derecho
(situaciones jurídicas lesivas de libertades-tutela del mercado y amparo)", L.L., T.1995-E, Sec. Doctrina, Buenos
Aires, 17 de octubre de 1995, páginas 1013 a 1025. "Contratos modernos: conceptos modernos. Nuevos
aspectos de la teoría del tipo contractuales mínimo. Problemas contractuales típicos. Finalidad supracontractual
y conexidad", L.L., T.1996-E, Sec. Doctrina, Buenos Aires, 25 de octubre de 1996, páginas 851 a 867. "Redes
contractuales, contratos conexos y responsabilidad", Revista de Derecho Privado y Comunitario, Nº 17, Sección
Doctrina, Editorial Rubinzal y Culzoni, Santa Fe, mayo de 1998, páginas 207 a 261. "Tratado de los Contratos".
Parte especial, cap II, Tratado de los contratos. Parte General, cap XXII;

(25) En la doctrina argentina se ha trabajado este tema. Ver DE LORENZO, Miguel F. y TOBÍAS, José W.,
Complejo de negocios unidos por un nexo (El ligamen negocial), L.L. t. 1996-D, 1387; NICOLAU, Noemí, Los
negocios jurídicos conexos, en "Trabajos del Centro", Revista del Centro de Investigaciones de Derecho Civil,
Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Rosario, Rosario, 1997, Nº 2, pág. 9 y ss; ESBORRAZ, David y
HERNÁNDEZ, Carlos A., Alcances y proyecciones del fenómeno de la vinculación negocial en el ámbito de los
contratos, idem anterior, págs. 29 y ss; MOSSET ITURRASPE, Jorge, Contratos conexos. Grupos y redes de
contratos, Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 1999.

(26) El Código de Luisiana establece la regla de interpretacion contra el estipulante en caso de duda (art.
1953); el Código de Prusia dispone que se interpretará "en perjuicio del que ha hecho insertar en él términos
ambiguos" (art. 266). Esta regla permaneció en el derecho hispánico, al punto que en el Código Civil Español
actual se establece que "la interpretación de las cláusulas oscuras de un contrato no deberá favorecer a la parte
que hubiese ocasionado la oscuridad" (art. 1288).

(27) MASNATTA, "Interpretación de los contratos en la ley y en la jurisprudencia argentina", Bol Inst. Der.
civ. Santa Fe, num. 1, pag. 17, año 1959

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(28) Por esta razón en las X Jornadas Nacionales de Derecho Civil se aprobó un despacho de mayoría que
decía recomendar: "la incorporación al Código civil como principio de protección a la parte más débil sin
distinguir si se trata de un deudor o de un acreedor" (28). Es decir que la doctrina preparó el camino de esta
decisión legislativa.

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