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Relaciones entre filosofía e historia de la ciencia

Realiza un resumen del siguiente artículo: T. S. Kuhn. “El problema con la filosofía de la
ciencia histórica”, en su El camino desde la estructura, Paidós, Barcelona, 2002, pp.131-
148.
PROBLEMA CON LA FILOSOFÍA DE LA
CIENCIA HISTÓRICA
En el último cuarto de siglo, la imagen dominante de la ciencia tanto dentro
como, en menor medida, fuera del mundo académico se ha transformado
radicalmente. Yo mismo fui uno de los que contribuyeron a esta
transformación, el cambio empezó a dar paso a una comprensión mucho
más realista de lo que es la empresa científica, se tata de lo que puede y no
puede conseguir, de la que antes tenía. Pero la transformación ha tenido un
subproducto, básicamente filosófico, pero con implicaciones también en el
estudio rico y sociológico de la ciencia, lo que frecuentemente llama la
atención, en particular porque inicialmente este tema fue enfatizado y
desarrollado por personas que a menudo se autodenominaban kuhnianos.
Se creó un punto de vista que es perjudicialmente erróneo. Este tema se
pide dividir en 2 partes. La primera es una breve explicación de lo que salió
mal y de algunas posibles razones para que sucediera así. La segunda
esboza un camino por el que el perjuicio puede ser evitado y nuestra
comprensión de la empresa científica puede mejorar.
Lo que pensábamos que se hacía al dedicarse a la historia era construir una
filosofía de la ciencia sobre las observaciones de la vida científica, y la
documentación histórica nos proporcionaba los datos que necesitábamos.
Todos habíamos sido educados para creer, más o menos, en una u otra
versión de un conjunto tradicional de enseñanzas. La ciencia procede a partir
de los hechos dados por la observación. Estos hechos son objetivos en el
sentido de que son interpersonales: son, según se dice, accesibles e
indudables para todos los observadores humanos estudiosos de la materia.
Naturalmente, han de ser descubiertos antes de que puedan convertirse en
datos de observación para la ciencia, y su descubrimiento a menudo requiere
la invención de refinados instrumentos nuevos. Pero la necesidad de

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identificar los hechos de observación no se veía como una amenaza a su


autoridad una vez que habían sido hallados. Su estatus como el punto de
partida al objetivo, era asequible para todos, seguía estando garantizado.
Estos hechos, continuaba la vieja imagen de la ciencia, son previos a las
leyes y teorías científicas a las que proporcionan el fundamento, y éstas a su
vez constituyen la base para las explicaciones de los fenómenos naturales.
A diferencia de los hechos en los que están basados en algo, en estas leyes,
las teorías y explicaciones no son simplemente dadas. Para hallarlas, uno
debe interpretar los hechos e inventar leyes, teorías y explicaciones para
encajarlos. Y la interpretación es un proceso humano, en absoluto igual para
todos: puede contarse con que diferentes individuos que interpretarán los
hechos de modo diferente, inventarán leyes y teorías característicamente
diferentes. Pero, asimismo, se decía que los hechos observados
proporcionan una corte de apelación final. Dos conjuntos de leyes y teorías
no tienen usualmente las mismas consecuencias, y las pruebas diseñadas
para ver qué conjunto de consecuencias se observan eliminarán por lo
menos uno de ellos. Estos procesos, elaborados de distintos modos,
constituyen algo llamado método científico. A veces se considera que fue
inventado en el siglo xv. Sería el método mediante el cual los científicos
descubrieron generalizaciones y explicaciones verdaderas de los fenómenos
naturales. O si no exactamente verdaderas, por lo menos aproximaciones a
la verdad. Y si no aproximaciones ciertas, al menos sí altamente probables.
En primer lugar, los hechos y observaciones supuestamente sólidos
resultaron ser dúctiles. Los resultados alcanzados por distintas personas que
observaban aparentemente los mismos fenómenos diferían unos de otros,
aunque nunca mucho. Y estas diferencias aunque contenidas en la misma
categoría a menudo eran suficientes para afectar a puntos cruciales de la
interpretación. Por añadidura, se comprobaba que los llamados hechos
nunca eran meros hechos independientes de la creencia o teoría existente.
Producirlos requería un aparato que a su vez dependía de la teoría, a

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menudo de aquella que se suponía que iba a someter a prueba el


experimento. Incluso cuando el aparato podía ser rediseñado para eliminar o
reducir estos desacuerdos, el proceso de diseño a veces obligaba a la
revisión de concepciones sobre lo que se estaba observando. Y después de
esto, los desacuerdos, aunque reducidos, todavía persistían, y a veces de
modo suficiente para tener un cierto peso en la interpretación. Esto es, las
observaciones, incluyendo las designadas como pruebas, siempre dejaban
lugar para el desacuerdo respecto a si alguna ley o teoría concreta debía ser
aceptada. Este margen para el desacuerdo a menudo era explotado: las
discrepancias que a un extraño le parecían triviales eran frecuentemente
cuestiones que tenían un sentido profundo para aquellos que estaban
afectados por la investigación. En estas circunstancias, un tercer aspecto de
lo que descubrimos en la documentación histórica, los individuos
comprometidos con una u otra interpretación defendían en ocasiones sus
puntos de vista de modos que violaban sus cánones profesados de conducta
profesional. La incapacidad para reconocer descubrimientos contrarios, la
sustitución del argumento por la indirecta personal y otras técnicas de esta
suerte no lo eran.
La controversia acerca de temas científicos a veces parecía más bien una
pelea de gatos. Los filósofos de la ciencia tradicionales eran por lo menos
mínimamente conscientes de esto. Se consideraban recordatorios de que la
ciencia era practicada por humanos falibles en un mundo que distaba de ser
ideal. La filosofía tradicional de la ciencia estaba estancada, pero dejando
eso de lado; se consideraba que no tenía ningún lado positivo en la
formación de la doctrina científica. Pero los filósofos de la ciencia de
inclinación histórica consideraban estas observaciones de modo distinto.
Muchos ya estaban descontentos con la tradición dominante y buscaron
claves de conducta con las que reformarla. Estos aspectos de la vida
científica proporcionaban un punto de partida plausible.

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Pensábamos que si la observación y el experimento eran insuficientes para


llevar a diferentes individuos a la misma decisión, las diferencias en lo que
consideraban que eran los hechos y las decisiones basadas en éstos tenían
que deberse a factores personales, inaceptables para la filosofía de la
ciencia anterior. Por ejemplo, los individuos podrían diferir en virtud de sus
gustos o de la historia personal que subyace a sus agendas de investigación.
Otra fuente probable de diferencia eran las recompensas y penalizaciones,
ya fueran de financiación o prestigio, que se estimase probable que
resultaran de las decisiones individuales. Éstos y otros intereses individuales
podían verse en el trabajo y en la documentación histórica, y no parecía que
pudieran eliminarse. Cuando la propia observación era insuficiente para
imponer incluso una decisión individual, sólo este tipo de factores o bien el
echar una moneda al aire podían llenar el vacío. Dada esta diferencia inicial
entre las conclusiones de los individuos, era urgente determinar el proceso
por el cual las diferencias en la creencia se reconciliaban en ruta a un
consenso final dentro del grupo. Es decir, ¿cuál es el proceso por el cual el
resultado de los experimentos es unívocamente especificado como hecho y
por el que las nuevas creencias autorizadas nuevas leyes y teorías
científicas pasan a basarse en este resultado? Estos estudios han tratado,
con detalle microscópico, sobre los procesos sufridos en el interior de la
comunidad o grupo científico a partir de los que finalmente surge un
consenso autorizado, un proceso al que esta literatura a menudo se refiere
como “negociación”.

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