1. CONSIDERACIONES GENERALES En el siglo XVIII la monarquía alcanzó la plenitud de su poder (“poderío real absoluto”). Este aumento del poder real se manifiesta en el modo de creación del Derecho, que ya no procede de diversas instancias de poder, sino que emana única y exclusivamente del rey y de las instituciones dependientes de él. Las principales manifestaciones del absolutismo son el regalismo. La defensa por parte de la monarquía de sus derechos inalienables (regalías) y la lucha por la recuperación de muchos poderes concretos enajenados durante los siglos anteriores se operó contra la Iglesia y otras instancias de poder, tales como la señorial o la municipal. Así se llevó a cabo lo que se ha denominado “el revisionismo crítico del legado medieval”. Los ilustrados consideraban que la soberanía estaba integrada por una serie de poderes inalienables de derechos regios (regalías). Se pensaba que, aunque en siglos anteriores la Corona hubiese hecho cesión de algunos de sus derechos políticos a súbditos individuales o colectivos, tales cesiones eran recuperables y que la Corona podía incorporar al ámbito de su poder las jurisdicciones, rentas y oficios en otro tiempo enajenados (los de renta y los de venta). A lo largo del siglo XVIII esta política de incorporación a la Corona de parcelas de poder enajenadas se realizó de un modo casuístico lentamente, pero contribuyó a fortalecer su poder de hecho. De forma simultánea, la monarquía combatió las autonomías municipales, favoreciendo el control del gobierno municipal desde el Consejo Real o por funcionarios intermedios (corregidores, intendentes) y absorbiendo la administración de las Haciendas municipales. Otra manifestación de este absolutismo monárquico consistió en la progresiva intervención del Estado en materias que hasta ahora habían permanecido ajenas a su control. Además, se produjo una mayor y más eficaz intervención en el comercio y en la regulación de las actividades económicas. Para que todo ello fuera eficaz, la monarquía de los primeros Borbones procedió a la racionalización institucional de su aparato de poder. Los ilustrados entendían la racionalización organizativa como centralización y unificación. Un ejemplo de centralización consistió en el fortalecimiento del Consejo Real (órgano dotado de facultades legislativas, administrativas y judiciales que se trata de la cúspide del poder). La tendencia a la unificación tuvo su más importante manifestación en los Decretos de Felipe V contra Valencia, Mallorca, Aragón y Cataluña. 2. LA UNIFICACIÓN IMPUESTA: LOS DECRETOS DE FELIPE V CONTRA LOS TERRITORIOS DE LA CORONA DE ARAGÓN. a) Antecedentes Desde la unión de las Coronas de Aragón y de Castilla se mantuvo el difícil equilibrio entre la unidad de la Monarquía y la diversidad de los reinos y de sus respectivos ordenamientos jurídicos. Felipe IV, cuando conquistó militarmente Cataluña, y tras él su hijo Carlos II, respetaron el Derecho de Cataluña a pesar de su voluntad separatista. Desde el Tratado de los Pirineos de 1659, con el cual se puso fin a la guerra con Francia y las hostilidades en tierras catalanas, Cataluña mostró una voluntad de participación en los asuntos de España. Se mantuvo una animadversión antifrancesa. Carlos II respetó el ordenamiento jurídico catalán en su integridad (“neoforalismo”) y la recuperación económica inducía a los catalanes a mantener su pertenencia a España. Pero, la crisis sucesoria abierta a la muerte de Carlos II provocó nuevas situaciones tensas. Cataluña no aceptó a Felipe V y en 1705 manifestó sus preferencias por el archiduque Carlos de Austria (garantizaba el ordenamiento jurídico catalán y reafirmaba su conciencia nacional). Inglaterra, Holanda y el Imperio eran partidarios de don Carlos. Los restantes territorios de la Corona de Aragón secundaron la actitud de Cataluña. Hubo guerra y ganó Felipe V (apoyado por los territorios de Castilla). La victoria de Felipe en Almansa (25 de abril de 1707) y la entrada final del duque de Berwick en Barcelona (11 de septiembre de 1714) fueron los hechos decisivos de la contienda. Felipe V, como consecuencia de la victoria y como represalia contra la oposición bélica de los territorios de la Corona de Aragón, procedió a la extirpación de sus ordenamientos jurídicos. b) Análisis de cada uno de los Decretos de Felipe V El primer Decreto fue promulgado por Felipe V el 29 de junio de 1707 (2 meses después de la batalla de Almansa) y afecta a los reinos de Valencia y Aragón. Su contenido es rotundo y explícito que significó la extinción de todo el Derecho de Valencia. En posteriores Decretos de 29 de julio de 1707 y 5 de noviembre de 1708, Felipe V manifestó su voluntad de confirmar a aquellos nobles valencianos que le habían sido fieles y a los titulares de las viejas jurisdicciones señoriales concedidas en el siglo XIV por Alfonso II. El resto del ordenamiento jurídico (tras la conquista de Jaime I) quedó extinguido por el Derecho derogatorio del 29 de junio de 1707. En 1719, el ayuntamiento de la ciudad le solicitó a Felipe V la devolución por lo menos del Decreto civil valenciano, pero el mandato regio otorgado de palabra no logró la plasmación normativa necesaria. En el caso de Aragón, a finales del 1710, tras las batallas de Brihuega y Villaviciosa, Felipe V se consideró vencedor contra los partidarios del archiduque Carlos. En el Decreto de 3 de abril de 1711, Felipe V otorgó una nueva organización, es decir, una “nueva planta” a la Audiencia de Zaragoza, restableciendo parte del Derecho aragonés derogado en 1707. La nueva planta afectó a la Audiencia, al gobierno y al Derecho del reino. En este decreto de 1711 creó para Aragón un comandante general como autoridad militar suprema, a cuyo cargo quedó el gobierno militar, político y económico del reino. Además de presidir la Junta de Hacienda (recauda las rentas reales) y la Audiencia. Con ello se percibe la decisión de someter a una autoridad militar las nuevas instituciones del reino. Se dispuso que la Audiencia tuviera dos Salas; una dedicada a los pleitos criminales con arreglo a las leyes castellanas y la otra sala era civil, pero con arreglo a las leyes del reino de Aragón. Como en apelación contra las sentencias de una y otra sala de la Audiencia era necesario recurrir ante el Consejo de Castilla, ya que tal y como declara en el Decreto de 1711 en este había ministros instruidos en las leyes de Aragón para que puedan conocer las apelaciones de pleitos civiles. Así pues, el reino de Aragón recuperó su Derecho Civil en 1711 y lo conservó hasta la codificación del Derecho civil elaborada en el siglo siguiente. Felipe V mantuvo con Mallorca y Cataluña una actitud más complaciente y negociadora, así no salieron tan mal libradas de la situación como Aragón y Valencia. Felipe V reguló el establecimiento y planta de la Audiencia de Mallorca por Decreto de 28 de noviembre de 1715. En él se creaba la figura del comandante general y las de otros funcionarios reales destinados a fortalecer la intervención de la Monarquía en el reino. Pero no se derogó todo el Derecho de Mallorca, sino que se declaró que quedaban en vigor las pragmáticas y estilos antiguos en lo concerniente al Derecho civil, penal y procesal, así como que se mantenía el Consulado del mar. El nuevo régimen jurídico de Cataluña quedó establecido por el Decreto de 16 de enero de 1716. Felipe V introduce en Cataluña la figura del comandante general, otras instituciones típicas castellanas (corregidores, regidores municipales) y ordena que los procesos ante la Audiencia se han de sustanciar en lengua castellana. Quedan conservados el Derecho civil, penal, procesal y mercantil, y las peculiaridades jurídicas catalanas. La postura de Felipe V respecto a Cataluña fue relativamente moderada si comparamos su actitud respecto a Valencia que fue mucho más radical. Se dice que Luis XIV aconsejó a Felipe V que fuera flexible donde ministros como Ameller y Patiño también adoptaron esta postura frente la postura radical de Melchor de Macanaz. c) Balance comparativo e interpretación global Felipe V manifestó una política discriminatoria en los distintos territorios de la Corona de Aragón. Aunque en el Decreto de 1707 expuso su voluntad de reducir todos sus reinos a unas mismas leyes, lo cierto es que su decisión solo la implantó radical y definitivamente respecto a Valencia. En relación con Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya no impulsó ninguna disposición legal unificadora, respetando sus respectivos regímenes. Felipe V ejerció una soberanía. Para él la concepción pactista quedó rota por la rebelión y en su lugar se instala la concepción de la soberanía absoluta, de un “dominio absoluto” basado en la herencia y en la conquista. Por otra parte, para Felipe V unificar equivalía a castellanizar. La política apuntada por Olivares en 1624 se lleva a cabo ahora. La predilección real por las leyes castellanas es explícita. Ese Derecho, el castellano, es el impuesto en su integridad a Valencia desde 1707 y a los demás territorios en menor medida. Y junto con el Derecho, la lengua castellana. Por tanto, unificación significó castellanización. La intención política de Felipe V consistió en transformar la constitución jurídico-política de la España de los Reyes Católicos y de los Asturias. Desde 1469 a 1707 en España hubo unidad de Monarquía y pluralidad de naciones, cada una con su peculiar categoría (reino de Aragón, Valencia...) y con su propio ordenamiento jurídico. Este equilibrio quedó destrozado entre 1707 y 1716 en lo concerniente a los territorios de Aragón. La Monarquía borbónica se esforzó por imponer una estructura nacional unitaria. La política de unificación jurídica fue el instrumento necesario para imponer esa nueva constitución jurídico-política. Por eso, fueron suprimidas en todos los territorios de la Corona de Aragón todas sus instituciones políticas, administrativas, fiscales y judiciales, sustituidas por las castellanas. La única posibilidad de completar y renovar los sectores conservados en Cataluña, Aragón y Mallorca consistía en recurrir a la fuerza integradora y supletoria de sus respectivos Derechos supletorios. Aunque los Decretos de Felipe V no aluden en ningún caso a ellos. Una interpretación global de todos los Decretos de Felipe V y de normas posteriores podría inclinarse hacia la supresión de los Derechos supletorios de cada territorio. Sin embargo, en la práctica prosperó la interpretación contraria consistente en considerar vigentes los Derechos subsidiarios, por no haber sido expresamente derogados (sobre todo la Constitución de 1599 de Cataluña). d) Letargo de la conciencia nacional y desarrollo económico de la burguesía Los Decretos abolicionistas de Felipe V no levantaron resistencia violenta en ningún territorio de la Corona de Aragón. Tras las consecuencias de la guerra desde 1720-1726 se inicia en general en toda España, 1º estabilización demográfica y económica (aprovechado y capitalizado por la burguesía mercantil periférica y por la de Cataluña) y 2º gran desarrollo. Todo esto favorece la política de Felipe V y se desarrolla la burguesía catalana debido a la supresión del particularismo jurídico-político del Principado. En Cataluña se conservaron aquellas instituciones, como el Derecho mercantil. La nobleza fue superada por la burguesía, a la que afectó menos la unificación de las instituciones políticas y administrativas. La política de Felipe V se caracteriza por la unificación y la imposición de la castellanización. Además, sus Decretos alteraron la historia constitucional de España. 3. LA ABUNDANTÍSIMA LEGISLACIÓN BORBÓNICA: LA RECOPILACIÓN OFICIAL DE AUTOS ACORDADOS, Y LOS REPERTORIOS Y COLECCIONES PRIVADAS. a) El Consejo Real como órgano legislativo Los reyes consideran que “uno de los principales atributos de la soberanía es la imposición y derogación de leyes” (ejercido hasta el final del Antiguo Régimen). Las Cortes desaparecen en Cataluña, Aragón y Valencia y las de Castilla se convierten en Cortes nacionales (acuden representantes de los antiguos reinos de la Corona de Aragón); pero estas Cortes no legislan nunca a lo largo del siglo XVIII (solo las de Navarra), ya que la plenitud del poder legislativo reside en el rey que lo ejerce a través del Consejo Real. A éste se incorporaron por Decreto de 15 de julio de 1707 las competencias del entonces extinguido Consejo de la Corona de Aragón, con lo que la Corona de Castilla pasó a llamarse Consejo Real. En este Consejo se elaboraron durante el siglo XVIII casi todas las disposiciones emanadas de la Monarquía. Al emanar de un mismo órgano todas las disposiciones legales, la diferencia entre estas pierde importancia. Sigue habiendo Reales, Pragmáticas y continuó reservándose la forma de las Reales Pragmáticas para las cuestiones de mayor importancia y generalidad. Sigue habiendo Reales Provisiones y Reales Cédulas conteniendo estas normas disposiciones de gobierno; así como las Pragmáticas suele firmarlas el rey, estas disposiciones reglamentarias se tramitan sin su intervención. Otras disposiciones de gobierno suelen denominarse Circulares o Instrucciones o reglamentos en atención a su contenido. Abundaban también las disposiciones llamadas Reales Decretos y Reales Ordenes. Eran de gran importancia y se despachaban por “vía reservada” (por medio del rey o secretario del despacho). Las Reales Ordenes suelen ser disposiciones emitidas solo por un ministro y sin contar con el rey ni con el Consejo y su contenido reviste menor entidad. Se denominaba “Autos Acordados” a todas las disposiciones nombradas (Pragmáticas, Decretos...) b) Las recopilaciones oficiales de Autos Acordados Para facilitar el conocimiento de las normas se procedió a su recopilación. En 1723 y por Pragmática de Felipe V se recopilaron todos los Autos Acordados, como complemento de la recopilación de 1567. Se agruparon cronológicamente en 2 partes: 1º Autos entre 1532 y 1648 2º Fechados entre 1650 y 1722 Años después se sistematizaron los Autos Acordados, agrupándolos en libros y títulos con el mismo método sistemático de la recopilación de 1567. Por Real Orden se publicó esta ordenación de Autos Acordados formando el tercer tomo de la recopilación de 1567, como complemento del contenido de la misma. Esta edición de 1745 fue reimpresa, pero con pequeñas adiciones. c) Los repertorios y colecciones privadas Para facilitar el conocimiento y la concordancia de las fuentes legales vigentes sobre cada cuestión, Antonio Xavier Pérez y López publicó el repertorio “Theatro de la legislación universal de España e Indias”. La obra va precedida de una pequeña historia de las fuentes del Derecho de Castilla. En los sucesivos tomos examina y comenta las normas vigentes del Derecho romano-canónico del castellano recopilado, del de Indias y del más reciente Derecho real no recopilado acerca de cada materia. Copia numerosas y recientes resoluciones no recopiladas (útiles para los historiadores actuales y los antiguos juristas). 4. DERECHO CANÓNICO Y REGALISMO: EL “CORPUS IURIS CANONICI” Y LA LEGISLACIÓN TRIDENTINA Hubo un “regalismo borbónico” (antes hubo un “regalismo austríaco”). En las fuentes generales del Derecho canónico no hubo ruptura de continuidad entre los siglos XVI-XVII y XVIII. El concertado entre la Monarquía hispánica y la Santa Sede era concebido como una vía de solución de los múltiples problemas pendientes entre ambos poderes. El Concilio de Trento (1545-1563) pidió al papa que se publicasen ediciones auténticas de los textos canónicos clásicos. Se nombró una comisión romana (“correctores romani”) para depurar y perfeccionar el Decreto de Graciano, las Decretales de 1234 y las otras colecciones medievales. Se publicó el Corpus iuris canonici (incluyendo el Decreto, las Decretales, el Liber Sextus, las clementinas y las Extravagantes) que constituyó el núcleo normativo del Derecho canónico. Destaca la importante labor legislativa del Concilio de Trento, ya que sus disposiciones fueron enviadas por Pío V a Felipe II. Este, por Real Cédula de 12 de julio de 1564, declaró que aceptaba y recibía todos los decretos tridentinos. 5. LA RETENCIÓN DE BULAS (“PASE REGIO” O “REGIUM EXEQUATUR”) Facultad que ejercieron los reyes españoles consistente en examinar las bulas y letras apostólicas venidas desde Roma y en retenerlas cuando los reyes estimaban que lesionaban sus derechos o los de un tercero. Cuando la Corona entendía que una Bula no perjudicaba sus derechos le concedía su “placet” o “exequatur”, permitiendo la ejecución de la misma en sus reinos. No todo el Derecho canónico de Roma rigió en España, sino que la Monarquía ejerció una labor selectiva y contribuyó a la formación de un ordenamiento canónico nacional. Este derecho de control regio se remonta a los primeros Austrias quienes regularon el contenido del derecho de examen y retención. Carlos I y Felipe II no se atribuyeron el derecho universal a retener cualquier tipo de bula pontificia que tuviera contenido dogmático, doctrinal o litúrgico. Carlos I y Felipe II fueron extendiendo el derecho de retención a distintos géneros de bulas. En el reinado de Felipe IV, el jurista Francisco Salgado de Somoza publicó un libro De supplicatione ad Sanctissimum en favor del derecho o regalía de retención. Esta obra y el Tractatus de regía protectione fueron condenados por Roma en el índice de libros prohibidos. Sin embargo, Felipe IV amparó estas obras y continuó ejerciendo el derecho de retención (con apoyo de una junta de teólogos). En el siglo XVIII, los Borbones pretendieron extender el derecho de retención sobre toda clase de bulas pontificias y así lo ordenó Felipe V en 1709. Finalmente, Carlos III promulgó en 1768 una pragmática formulando de manera amplia el derecho de retención. Carlos III mandó que se presentaran ante el Consejo Real “todas las bulas, rescriptos y despachos de la Curia romana que contuvieran ley, regla u observancia general, para su reconocimiento, dándoseles el pase para su ejecución en cuanto no se opongan a las regalías, concordatos, costumbres, leyes y derechos de la nación”. La pragmática de 1768 estuvo vigente en España hasta 1865. 6. REGALISMO Y DERECHO CONCORDADO Entre la Monarquía y la religión hubo una profunda conexión: la teoría del origen divino del poder, la tendencia plástica y retórica hacia una divinización de la figura del rey en el barroco, la política de unidad religiosa seguida desde los Reyes Católicos, la actuación de la Inquisición, la defensa de la Iglesia Católica contra los protestantes realizada por la Monarquía española... Hubo una colaboración entre Iglesia y Estado; pero también hubo sectores de conflicto. Suele denominarse regalismo a la política seguida por las monarquías europeas de países católicos durante los siglos XVI a XVIII, consistente en defender los derechos inalienables (regalías) de la Corona a intervenir en asuntos que afectaban tanto a la Iglesia como al Estado. Estas zonas de interés mixto o conflictivas abarcaban un amplio abanico de cuestiones, tales como los límites de la jurisdicción eclesiástica, inquisitorial, el derecho del patronato real.... Los conflictos fueron casi continuos y crearon unas relaciones progresivamente tensas entre ambos poderes. En el reinado de Felipe IV, Felipe V y Carlos IV hubo momentos de ruptura. Se llevaron a cabo sucesivos acuerdos jurídicos entre la Iglesia y el Estado y a estas diferentes normas se las conoce como “Derecho concordado”. Como precedentes de esta vía política legislativa, podríamos señalar las “Concordias” entre el rey y el inquisidor para delimitar el poder de la Inquisición y sus familiares. Un segundo texto es el “Concordia Facchinetti” (1640) que fue un acuerdo entre César Facchinetti y el Consejo Real que reformaba los abusos que se atribuían al tribunal de la Nunciatura. Esto puso fin a las tensiones existentes en torno a dicho tribunal. El papa Urbano VIII promulgó las “constituciones urbanas”. Pero Felipe IV considerando que este texto perjudicaba al poder real, aceptó y promulgó la Concordia de 1640 y no admitió a las constituciones urbanas. Los primeros textos concordatarios fueron los Concordatos de 1737 y 1753. Cada uno de ellos fue firmado por el rey el papa. El primero se firmó para poner fin a la ruptura de relaciones entre Madrid y Roma motivadas por los abusos de la Dataría y de la Nunciatura. Su contenido principal fue el remedio de dichos abusos y la extensión del derecho de patronato real. Hubo preceptos que nunca se cumplieron. Por ello, el Concordato de 1753 se firmó para arreglar esos preceptos y sentaba nuevos principios de entendimiento entre Roma y la monarquía española. Estuvo en vigor casi un siglo, hasta el concordato de 1851 en Estado liberal.