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CAPÍTULO XXI.

LA PLENITUD DEL ABSOLUTISMO


1. CONSIDERACIONES GENERALES
En el siglo XVIII la monarquía alcanzó la plenitud de su poder (“poderío real absoluto”).
Este aumento del poder real se manifiesta en el modo de creación del Derecho, que ya no
procede de diversas instancias de poder, sino que emana única y exclusivamente del rey y de
las instituciones dependientes de él.
Las principales manifestaciones del absolutismo son el regalismo.
La defensa por parte de la monarquía de sus derechos inalienables (regalías) y la lucha por la
recuperación de muchos poderes concretos enajenados durante los siglos anteriores se operó
contra la Iglesia y otras instancias de poder, tales como la señorial o la municipal. Así se llevó a
cabo lo que se ha denominado “el revisionismo crítico del legado medieval”.
Los ilustrados consideraban que la soberanía estaba integrada por una serie de poderes
inalienables de derechos regios (regalías).
Se pensaba que, aunque en siglos anteriores la Corona hubiese hecho cesión de algunos de sus
derechos políticos a súbditos individuales o colectivos, tales cesiones eran recuperables y que
la Corona podía incorporar al ámbito de su poder las jurisdicciones, rentas y oficios en otro
tiempo enajenados (los de renta y los de venta).
A lo largo del siglo XVIII esta política de incorporación a la Corona de parcelas de poder
enajenadas se realizó de un modo casuístico lentamente, pero contribuyó a fortalecer su
poder de hecho.
De forma simultánea, la monarquía combatió las autonomías municipales, favoreciendo el
control del gobierno municipal desde el Consejo Real o por funcionarios intermedios
(corregidores, intendentes) y absorbiendo la administración de las Haciendas municipales.
Otra manifestación de este absolutismo monárquico consistió en la progresiva intervención del
Estado en materias que hasta ahora habían permanecido ajenas a su control. Además, se
produjo una mayor y más eficaz intervención en el comercio y en la regulación de las
actividades económicas.
Para que todo ello fuera eficaz, la monarquía de los primeros Borbones procedió a la
racionalización institucional de su aparato de poder. Los ilustrados entendían la racionalización
organizativa como centralización y unificación. Un ejemplo de centralización consistió en el
fortalecimiento del Consejo Real (órgano dotado de facultades legislativas, administrativas y
judiciales que se trata de la cúspide del poder). La tendencia a la unificación tuvo su más
importante manifestación en los Decretos de Felipe V contra Valencia, Mallorca, Aragón y
Cataluña.
2. LA UNIFICACIÓN IMPUESTA: LOS DECRETOS DE FELIPE V CONTRA LOS TERRITORIOS DE LA
CORONA DE ARAGÓN.
a) Antecedentes
Desde la unión de las Coronas de Aragón y de Castilla se mantuvo el difícil equilibrio entre la
unidad de la Monarquía y la diversidad de los reinos y de sus respectivos ordenamientos
jurídicos. Felipe IV, cuando conquistó militarmente Cataluña, y tras él su hijo Carlos II,
respetaron el Derecho de Cataluña a pesar de su voluntad separatista.
Desde el Tratado de los Pirineos de 1659, con el cual se puso fin a la guerra con Francia y las
hostilidades en tierras catalanas, Cataluña mostró una voluntad de participación en los asuntos
de España. Se mantuvo una animadversión antifrancesa.
Carlos II respetó el ordenamiento jurídico catalán en su integridad (“neoforalismo”) y la
recuperación económica inducía a los catalanes a mantener su pertenencia a España.
Pero, la crisis sucesoria abierta a la muerte de Carlos II provocó nuevas situaciones tensas.
Cataluña no aceptó a Felipe V y en 1705 manifestó sus preferencias por el archiduque Carlos
de Austria (garantizaba el ordenamiento jurídico catalán y reafirmaba su conciencia nacional).
Inglaterra, Holanda y el Imperio eran partidarios de don Carlos. Los restantes territorios de la
Corona de Aragón secundaron la actitud de Cataluña. Hubo guerra y ganó Felipe V (apoyado
por los territorios de Castilla).
La victoria de Felipe en Almansa (25 de abril de 1707) y la entrada final del duque de Berwick
en Barcelona (11 de septiembre de 1714) fueron los hechos decisivos de la contienda.
Felipe V, como consecuencia de la victoria y como represalia contra la oposición bélica de los
territorios de la Corona de Aragón, procedió a la extirpación de sus ordenamientos jurídicos.
b) Análisis de cada uno de los Decretos de Felipe V
El primer Decreto fue promulgado por Felipe V el 29 de junio de 1707 (2 meses después de la
batalla de Almansa) y afecta a los reinos de Valencia y Aragón. Su contenido es rotundo y
explícito que significó la extinción de todo el Derecho de Valencia.
En posteriores Decretos de 29 de julio de 1707 y 5 de noviembre de 1708, Felipe V manifestó
su voluntad de confirmar a aquellos nobles valencianos que le habían sido fieles y a los
titulares de las viejas jurisdicciones señoriales concedidas en el siglo XIV por Alfonso II.
El resto del ordenamiento jurídico (tras la conquista de Jaime I) quedó extinguido por el
Derecho derogatorio del 29 de junio de 1707.
En 1719, el ayuntamiento de la ciudad le solicitó a Felipe V la devolución por lo menos del
Decreto civil valenciano, pero el mandato regio otorgado de palabra no logró la plasmación
normativa necesaria.
En el caso de Aragón, a finales del 1710, tras las batallas de Brihuega y Villaviciosa, Felipe V se
consideró vencedor contra los partidarios del archiduque Carlos. En el Decreto de 3 de abril de
1711, Felipe V otorgó una nueva organización, es decir, una “nueva planta” a la Audiencia de
Zaragoza, restableciendo parte del Derecho aragonés derogado en 1707. La nueva planta
afectó a la Audiencia, al gobierno y al Derecho del reino.
En este decreto de 1711 creó para Aragón un comandante general como autoridad militar
suprema, a cuyo cargo quedó el gobierno militar, político y económico del reino. Además de
presidir la Junta de Hacienda (recauda las rentas reales) y la Audiencia. Con ello se percibe la
decisión de someter a una autoridad militar las nuevas instituciones del reino.
Se dispuso que la Audiencia tuviera dos Salas; una dedicada a los pleitos criminales con arreglo
a las leyes castellanas y la otra sala era civil, pero con arreglo a las leyes del reino de Aragón.
Como en apelación contra las sentencias de una y otra sala de la Audiencia era necesario
recurrir ante el Consejo de Castilla, ya que tal y como declara en el Decreto de 1711 en este
había ministros instruidos en las leyes de Aragón para que puedan conocer las apelaciones de
pleitos civiles.
Así pues, el reino de Aragón recuperó su Derecho Civil en 1711 y lo conservó hasta la
codificación del Derecho civil elaborada en el siglo siguiente.
Felipe V mantuvo con Mallorca y Cataluña una actitud más complaciente y negociadora, así no
salieron tan mal libradas de la situación como Aragón y Valencia.
Felipe V reguló el establecimiento y planta de la Audiencia de Mallorca por Decreto de 28 de
noviembre de 1715. En él se creaba la figura del comandante general y las de otros
funcionarios reales destinados a fortalecer la intervención de la Monarquía en el reino. Pero
no se derogó todo el Derecho de Mallorca, sino que se declaró que quedaban en vigor las
pragmáticas y estilos antiguos en lo concerniente al Derecho civil, penal y procesal, así como
que se mantenía el Consulado del mar.
El nuevo régimen jurídico de Cataluña quedó establecido por el Decreto de 16 de enero de
1716. Felipe V introduce en Cataluña la figura del comandante general, otras instituciones
típicas castellanas (corregidores, regidores municipales) y ordena que los procesos ante la
Audiencia se han de sustanciar en lengua castellana. Quedan conservados el Derecho civil,
penal, procesal y mercantil, y las peculiaridades jurídicas catalanas.
La postura de Felipe V respecto a Cataluña fue relativamente moderada si comparamos su
actitud respecto a Valencia que fue mucho más radical. Se dice que Luis XIV aconsejó a Felipe V
que fuera flexible donde ministros como Ameller y Patiño también adoptaron esta postura
frente la postura radical de Melchor de Macanaz.
c) Balance comparativo e interpretación global
Felipe V manifestó una política discriminatoria en los distintos territorios de la Corona de
Aragón. Aunque en el Decreto de 1707 expuso su voluntad de reducir todos sus reinos a unas
mismas leyes, lo cierto es que su decisión solo la implantó radical y definitivamente respecto a
Valencia. En relación con Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya no impulsó ninguna disposición
legal unificadora, respetando sus respectivos regímenes.
Felipe V ejerció una soberanía. Para él la concepción pactista quedó rota por la rebelión y en su
lugar se instala la concepción de la soberanía absoluta, de un “dominio absoluto” basado en la
herencia y en la conquista.
Por otra parte, para Felipe V unificar equivalía a castellanizar. La política apuntada por Olivares
en 1624 se lleva a cabo ahora. La predilección real por las leyes castellanas es explícita. Ese
Derecho, el castellano, es el impuesto en su integridad a Valencia desde 1707 y a los demás
territorios en menor medida. Y junto con el Derecho, la lengua castellana. Por tanto,
unificación significó castellanización.
La intención política de Felipe V consistió en transformar la constitución jurídico-política de la
España de los Reyes Católicos y de los Asturias. Desde 1469 a 1707 en España hubo unidad de
Monarquía y pluralidad de naciones, cada una con su peculiar categoría (reino de Aragón,
Valencia...) y con su propio ordenamiento jurídico.
Este equilibrio quedó destrozado entre 1707 y 1716 en lo concerniente a los territorios de
Aragón. La Monarquía borbónica se esforzó por imponer una estructura nacional unitaria. La
política de unificación jurídica fue el instrumento necesario para imponer esa nueva
constitución jurídico-política.
Por eso, fueron suprimidas en todos los territorios de la Corona de Aragón todas sus
instituciones políticas, administrativas, fiscales y judiciales, sustituidas por las castellanas.
La única posibilidad de completar y renovar los sectores conservados en Cataluña, Aragón y
Mallorca consistía en recurrir a la fuerza integradora y supletoria de sus respectivos Derechos
supletorios. Aunque los Decretos de Felipe V no aluden en ningún caso a ellos.
Una interpretación global de todos los Decretos de Felipe V y de normas posteriores podría
inclinarse hacia la supresión de los Derechos supletorios de cada territorio. Sin embargo, en la
práctica prosperó la interpretación contraria consistente en considerar vigentes los Derechos
subsidiarios, por no haber sido expresamente derogados (sobre todo la Constitución de 1599
de Cataluña).
d) Letargo de la conciencia nacional y desarrollo económico de la burguesía
Los Decretos abolicionistas de Felipe V no levantaron resistencia violenta en ningún territorio
de la Corona de Aragón. Tras las consecuencias de la guerra desde 1720-1726 se inicia en
general en toda España, 1º estabilización demográfica y económica (aprovechado y
capitalizado por la burguesía mercantil periférica y por la de Cataluña) y 2º gran desarrollo.
Todo esto favorece la política de Felipe V y se desarrolla la burguesía catalana debido a la
supresión del particularismo jurídico-político del Principado.
En Cataluña se conservaron aquellas instituciones, como el Derecho mercantil. La nobleza fue
superada por la burguesía, a la que afectó menos la unificación de las instituciones políticas y
administrativas.
La política de Felipe V se caracteriza por la unificación y la imposición de la castellanización.
Además, sus Decretos alteraron la historia constitucional de España.
3. LA ABUNDANTÍSIMA LEGISLACIÓN BORBÓNICA: LA RECOPILACIÓN OFICIAL DE AUTOS
ACORDADOS, Y LOS REPERTORIOS Y COLECCIONES PRIVADAS.
a) El Consejo Real como órgano legislativo
Los reyes consideran que “uno de los principales atributos de la soberanía es la imposición y
derogación de leyes” (ejercido hasta el final del Antiguo Régimen). Las Cortes desaparecen en
Cataluña, Aragón y Valencia y las de Castilla se convierten en Cortes nacionales (acuden
representantes de los antiguos reinos de la Corona de Aragón); pero estas Cortes no legislan
nunca a lo largo del siglo XVIII (solo las de Navarra), ya que la plenitud del poder legislativo
reside en el rey que lo ejerce a través del Consejo Real.
A éste se incorporaron por Decreto de 15 de julio de 1707 las competencias del entonces
extinguido Consejo de la Corona de Aragón, con lo que la Corona de Castilla pasó a llamarse
Consejo Real.
En este Consejo se elaboraron durante el siglo XVIII casi todas las disposiciones emanadas de la
Monarquía. Al emanar de un mismo órgano todas las disposiciones legales, la diferencia entre
estas pierde importancia. Sigue habiendo Reales, Pragmáticas y continuó reservándose la
forma de las Reales Pragmáticas para las cuestiones de mayor importancia y generalidad.
Sigue habiendo Reales Provisiones y Reales Cédulas conteniendo estas normas disposiciones
de gobierno; así como las Pragmáticas suele firmarlas el rey, estas disposiciones
reglamentarias se tramitan sin su intervención. Otras disposiciones de gobierno suelen
denominarse Circulares o Instrucciones o reglamentos en atención a su contenido.
Abundaban también las disposiciones llamadas Reales Decretos y Reales Ordenes. Eran de
gran importancia y se despachaban por “vía reservada” (por medio del rey o secretario del
despacho). Las Reales Ordenes suelen ser disposiciones emitidas solo por un ministro y sin
contar con el rey ni con el Consejo y su contenido reviste menor entidad.
Se denominaba “Autos Acordados” a todas las disposiciones nombradas (Pragmáticas,
Decretos...)
b) Las recopilaciones oficiales de Autos Acordados
Para facilitar el conocimiento de las normas se procedió a su recopilación. En 1723 y por
Pragmática de Felipe V se recopilaron todos los Autos Acordados, como complemento de la
recopilación de 1567. Se agruparon cronológicamente en 2 partes:
1º Autos entre 1532 y 1648
2º Fechados entre 1650 y 1722
Años después se sistematizaron los Autos Acordados, agrupándolos en libros y títulos con el
mismo método sistemático de la recopilación de 1567. Por Real Orden se publicó esta
ordenación de Autos Acordados formando el tercer tomo de la recopilación de 1567, como
complemento del contenido de la misma. Esta edición de 1745 fue reimpresa, pero con
pequeñas adiciones.
c) Los repertorios y colecciones privadas
Para facilitar el conocimiento y la concordancia de las fuentes legales vigentes sobre cada
cuestión, Antonio Xavier Pérez y López publicó el repertorio “Theatro de la legislación universal
de España e Indias”. La obra va precedida de una pequeña historia de las fuentes del Derecho
de Castilla. En los sucesivos tomos examina y comenta las normas vigentes del Derecho
romano-canónico del castellano recopilado, del de Indias y del más reciente Derecho real no
recopilado acerca de cada materia. Copia numerosas y recientes resoluciones no recopiladas
(útiles para los historiadores actuales y los antiguos juristas).
4. DERECHO CANÓNICO Y REGALISMO: EL “CORPUS IURIS CANONICI” Y LA LEGISLACIÓN
TRIDENTINA
Hubo un “regalismo borbónico” (antes hubo un “regalismo austríaco”).
En las fuentes generales del Derecho canónico no hubo ruptura de continuidad entre los siglos
XVI-XVII y XVIII. El concertado entre la Monarquía hispánica y la Santa Sede era concebido
como una vía de solución de los múltiples problemas pendientes entre ambos poderes.
El Concilio de Trento (1545-1563) pidió al papa que se publicasen ediciones auténticas de los
textos canónicos clásicos. Se nombró una comisión romana (“correctores romani”) para
depurar y perfeccionar el Decreto de Graciano, las Decretales de 1234 y las otras colecciones
medievales. Se publicó el Corpus iuris canonici (incluyendo el Decreto, las Decretales, el Liber
Sextus, las clementinas y las Extravagantes) que constituyó el núcleo normativo del Derecho
canónico.
Destaca la importante labor legislativa del Concilio de Trento, ya que sus disposiciones fueron
enviadas por Pío V a Felipe II. Este, por Real Cédula de 12 de julio de 1564, declaró que
aceptaba y recibía todos los decretos tridentinos.
5. LA RETENCIÓN DE BULAS (“PASE REGIO” O “REGIUM EXEQUATUR”)
Facultad que ejercieron los reyes españoles consistente en examinar las bulas y letras
apostólicas venidas desde Roma y en retenerlas cuando los reyes estimaban que lesionaban
sus derechos o los de un tercero. Cuando la Corona entendía que una Bula no perjudicaba sus
derechos le concedía su “placet” o “exequatur”, permitiendo la ejecución de la misma en sus
reinos. No todo el Derecho canónico de Roma rigió en España, sino que la Monarquía ejerció
una labor selectiva y contribuyó a la formación de un ordenamiento canónico nacional.
Este derecho de control regio se remonta a los primeros Austrias quienes regularon el
contenido del derecho de examen y retención. Carlos I y Felipe II no se atribuyeron el derecho
universal a retener cualquier tipo de bula pontificia que tuviera contenido dogmático, doctrinal
o litúrgico. Carlos I y Felipe II fueron extendiendo el derecho de retención a distintos géneros
de bulas.
En el reinado de Felipe IV, el jurista Francisco Salgado de Somoza publicó un libro De
supplicatione ad Sanctissimum en favor del derecho o regalía de retención. Esta obra y el
Tractatus de regía protectione fueron condenados por Roma en el índice de libros prohibidos.
Sin embargo, Felipe IV amparó estas obras y continuó ejerciendo el derecho de retención (con
apoyo de una junta de teólogos).
En el siglo XVIII, los Borbones pretendieron extender el derecho de retención sobre toda clase
de bulas pontificias y así lo ordenó Felipe V en 1709. Finalmente, Carlos III promulgó en 1768
una pragmática formulando de manera amplia el derecho de retención. Carlos III mandó que
se presentaran ante el Consejo Real “todas las bulas, rescriptos y despachos de la Curia
romana que contuvieran ley, regla u observancia general, para su reconocimiento, dándoseles
el pase para su ejecución en cuanto no se opongan a las regalías, concordatos, costumbres,
leyes y derechos de la nación”. La pragmática de 1768 estuvo vigente en España hasta 1865.
6. REGALISMO Y DERECHO CONCORDADO
Entre la Monarquía y la religión hubo una profunda conexión: la teoría del origen divino del
poder, la tendencia plástica y retórica hacia una divinización de la figura del rey en el barroco,
la política de unidad religiosa seguida desde los Reyes Católicos, la actuación de la Inquisición,
la defensa de la Iglesia Católica contra los protestantes realizada por la Monarquía española...
Hubo una colaboración entre Iglesia y Estado; pero también hubo sectores de conflicto. Suele
denominarse regalismo a la política seguida por las monarquías europeas de países católicos
durante los siglos XVI a XVIII, consistente en defender los derechos inalienables (regalías) de la
Corona a intervenir en asuntos que afectaban tanto a la Iglesia como al Estado.
Estas zonas de interés mixto o conflictivas abarcaban un amplio abanico de cuestiones, tales
como los límites de la jurisdicción eclesiástica, inquisitorial, el derecho del patronato real....
Los conflictos fueron casi continuos y crearon unas relaciones progresivamente tensas entre
ambos poderes. En el reinado de Felipe IV, Felipe V y Carlos IV hubo momentos de ruptura.
Se llevaron a cabo sucesivos acuerdos jurídicos entre la Iglesia y el Estado y a estas diferentes
normas se las conoce como “Derecho concordado”.
Como precedentes de esta vía política legislativa, podríamos señalar las “Concordias” entre el
rey y el inquisidor para delimitar el poder de la Inquisición y sus familiares. Un segundo texto
es el “Concordia Facchinetti” (1640) que fue un acuerdo entre César Facchinetti y el Consejo
Real que reformaba los abusos que se atribuían al tribunal de la Nunciatura. Esto puso fin a las
tensiones existentes en torno a dicho tribunal. El papa Urbano VIII promulgó las
“constituciones urbanas”. Pero Felipe IV considerando que este texto perjudicaba al poder
real, aceptó y promulgó la Concordia de 1640 y no admitió a las constituciones urbanas.
Los primeros textos concordatarios fueron los Concordatos de 1737 y 1753. Cada uno de ellos
fue firmado por el rey el papa. El primero se firmó para poner fin a la ruptura de relaciones
entre Madrid y Roma motivadas por los abusos de la Dataría y de la Nunciatura. Su contenido
principal fue el remedio de dichos abusos y la extensión del derecho de patronato real. Hubo
preceptos que nunca se cumplieron. Por ello, el Concordato de 1753 se firmó para arreglar
esos preceptos y sentaba nuevos principios de entendimiento entre Roma y la monarquía
española. Estuvo en vigor casi un siglo, hasta el concordato de 1851 en Estado liberal.

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