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Esto no solo está ligado al entorno en cómo crecimos sino también en las
exigencias qué se nos han cargado. Se tiene que aprender de la teoría de la
comunicación pero también ser un experto en social media; no se le olvide redactar
bien pero tiene que combinarlo con verse lindo en la pantalla; practique el tono de
voz para que suene bien en radio pero al mismo tiempo hágame una hoja de cálculo
en excel. Que no se vayan a malinterpretar mis palabras, la comunicación lo
requiere, se necesita ser un profesional integral si se quiere sobrevivir en el sistema,
pero también, es pesado tener la presión de que por comunicador se debe saberlo
todo.
Es de conocimiento global que pasamos la mitad de los días refugiados en las redes
sociales para evitar contagio con la realidad, para el entretenimiento, el trabajo o el
aprendizaje. Siendo muy honestos se pierde la noción del tiempo dentro de las
aplicaciones y en mi caso, por ejemplo, gasto en un aproximado de 2155 minutos a
la semana deslizando hacia arriba, mandando stickers, viendo historias y leyendo
hilos. Sin embargo, reconozco que las casi 36 horas que uso redes sociales no son
del todo perdidas y he consumido contenidos que me han aportado tanto en mi
crecimiento personal como profesional, pero se podría hacer más.
El tiempo no descansa y no hay tregua para el que no quiera correr con él. Más que
desanimarse es hacerse una crítica y reflexión, interiorizando las propias
capacidades y hasta dónde alcanzan para los sueños que se esperan tener. Es
pulirse, es entrenarse y tomar las cosas con la seriedad que se necesita para
intentar sobrevivir en la sociedad del tener.