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Ante el giro que tomaban los acontecimientos, Rosas adoptó diversas medidas. El
13 de agosto dirige una nota al Comandante en Jefe del Departamento del Norte,
General Lucio Mansilla. Este general tenía en su haber una brillante foja de
servicios, pues había peleado en las invasiones inglesas, Chacabuco, Maipú,
Camacuá e Ituzaingó, comandando además como jefe la división argentina que
venció en Ombú al famoso general brasileño Bentos Manuel. En su nota, Rosas le
hace ver la necesidad de “construir cuanto antes, en la costa firme del Paraná, una
batería en el punto más aparente” y acoderar los buques todo combinado para una
resistencia simultánea, de modo que la escuadra enemiga “no pueda pasar más
adelante”; le indica la conveniencia de que el lugar destinado para la defensa fuera
en la provincia de Buenos Aires o Santa Fé, las cuales reunían más abundancia
de recursos que Entre Ríos; pone a su disposición los buques de guerra y demás
elementos que están al mando del Coronel Francisco Erézcano con 4 oficiales y
100 marineros. Todo esto es interesante, porque revela hasta qué punto Rosas –
que no participó directamente en la Vuelta de Obligado-, fue el inspirador y el alma
de la resistencia contra el invasor extranjero.
Felizmente, el temor que tenía Rosas de una agresión por el Paraná, no se realizó
con la prontitud que era de esperar. Los aliados temían lanzar su escuadra por un
río que les era desconocido. Y Rosas contribuyó a fomentar este temor. Hizo
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difundir la falsa noticia de que en cuatro puntos del Paraná se habían echado a
pique buques cargados con piedras para obstruir el canal. La noticia llegó a
conocimiento de los jefes aliados, quienes el 23 de agosto hicieron detener a un
ballenero argentino, exigiendo a su patrón que informara el lugar donde habían
sido echados a pique los buques, lo que por supuesto ignoraba. La marcha lenta y
llena de precauciones con que más tarde los invasores navegaban el Paraná,
demuestra que el ardid de Rosas había producido su efecto.
Lo cierto es que las actividades bélicas de los aliados tomaron otro rumbo. El 31
de agosto los anglo-franceses y Garibaldi ocuparon, incendiaron y saquearon la
Colonia. El 5 de septiembre se presentaron en Martín García. Rosas, aleccionado
por la estéril aunque gloriosa defensa de 1838, la había hecho evacuar
previamente, dejando sólo una guarnición simbólica compuesta de 10 soldados
ancianos y un niño y el pabellón argentino izado al tope del mástil, como signo de
soberanía. A Garibaldi cupo la heroica hazaña de semejante conquista, elogiada
como tal por la prensa de Montevideo. El 20 de septiembre –recalco la fecha- el
mismo Garibaldi saqueó Gualeguaychú, “escandalosamente”, según el propio
secretario de Rivera. Conviene recordar más a menudo que para nosotros, los
argentinos, el 20 de septiembre es el aniversario del saqueo a Gualeguaychú.
La verdadera guerra iba a comenzar. “El gobierno argentino –escribía “La Gaceta
Mercantil”- se halla pues en el forzoso caso de repeler una guerra de abominable
conquista anglo-francesa sobre las nacionalidades americanas”.
Demás está decir que salvo el pequeño grupo que, según frase de Lavalle antes
de imitarlo, había “trastornado las leyes eternas de patriotismo, del honor y del
buen sentido”, todos los argentinos, sin distinción de clases sociales,
acompañaron a Rosas en esta cruzada por la soberanía. Como expresión máxima
de ese sentimiento, Don Vicente López y Planes, que había cantado en “El Triunfo
Argentino” la epopeya de las invasiones inglesas, y en el “Himno Nacional” la de la
Independencia, compuso una “Oda Patriótica”, donde llamaba así a los argentinos
a defender por tercera vez su libertad:
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Se interpone ambicioso el extranjero,
Su ley pretende al argentino dar,
Y abusa de sus naves superiores
Para hollar nuestra patria y su bandera,
Y fuerzas sobre fuerzas aglomera
Que avisan la intención de conquistar
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Veamos como se organizó la defensa de esa posición, de acuerdo a los datos
suministrados por el propio Mansilla en su informe del 20 de diciembre. Sobre la
costa se instalaron cuatro baterías. La de la derecha, denominada “Restaurador
Rosas”, estaba al mando del ayudante mayor de marina Alvaro de Alzogaray y
constaba de seis cañones, dos de a 24 y cuatro de a 16. La Segunda, ciento diez
varas más arriba, era la “General Brown”, a las órdenes del teniente de marina
Eduardo Brown, hijo del almirante, y constaba de cinco cañones, uno de a 24, dos
de a 18, uno de a 16 y uno de a 12. A cincuenta varas le seguía la tercera,
“General Mansilla”, comandada por el teniente de artillería Felipe Palacios y
compuesta de tres cañones, dos de a 12 y uno de a 8, en línea rasante con el río.
La cuarta, “Manuelita”, a cuyo frente estaba el teniente coronel de artillería Juan
Bautista Thorne, distaba 160 varas de la anterior y tenía siete cureñas de mar, de
a 100 y de a 8, rudimentariamente empotradas en troncos de tala. Estas baterías
estaban servidas por 160 artilleros y 60 de reemplazo.
Las baterías “General Brown” y “General Mansilla” eran resguardadas por 200
milicianos del Norte, bajo las órdenes del teniente coronel Laureano Anzoátegui y
por el capitán de marina Santiago Maurice.
A estas fuerzas hay que añadir los vecinos de San Pedro a las órdenes de Benito
Urraca; de Baradero, a las de Juan Magallanes; y de San Antonio de Areco, a las
de Tiburcio Lima, que en número total de 300 se unieron a último momento en
patriótico y meritorio esfuerzo.
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paso del enemigo y demostrarle simbólicamente que la navegación del río no era
libre y que sólo la lograría a la fuerza.
Rosas no se equivocó al esperar el principal ataque por el lado del Paraná. Existió
en Montevideo una fuerte empresa comercial inglesa, cuyo jefe era Samuel
Lafone. Esa empresa había adquirido el producto de la renta de aduana de
Montevideo, dando una asignación usuraria a los orientales, y se beneficiaba,
además, con el producto de los saqueos de Rivera. En ella tenían acciones
algunos miembros del gobierno riverista, como el ministro Vázquez, y logró
interesar también a los ministros mediadores –o interventores- de Inglaterra y
Francia, Ouseley y Deffaudis. Había conseguido de la “generosidad” del gobierno
de Rivera el privilegio de la navegación del Río Uruguay. Pero le interesaba
obtener lo mismo en el Paraná, para comerciar con el Paraguay y con la Provincia
de Corrientes, sublevada contra Rosas. Para ello preparaba un “convoy” de barcos
mercantes, que sería protegido por la escuadra anglo-francesa.
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Ingleses:
1) Vapor fragata “Gorgon”, buque insignia del Capitán Hotham, con seis
cañones de 64 y 4 de 32.
2) Vapor fragata “Firebrand”, con igual armamento.
3) Corbeta “Camus”, con 18 cañones de 32.
4) Bergantín “Philomel”, con 10 cañones de 32.
5) Bergantín “Dolphin”, con 3 cañones de 32.
6) Bergantín “Fanny”, con un cañón de 24.
Franceses:
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El 19, estamos en vísperas del combate. Mansilla envía al General Corvalán el
siguiente parte, cuyo original conservo en mi colección de documentos
históricos:
Recio es el fuego de las baterías. El “San Martín” donde flamea la insignia del
Capitán Trehouart, es el más castigado. Con 28 bajas, inclusive sus dos
oficiales, y más de 120 impactos, se ve obligado a retirarse, y Trehouart debe
arbolar su insignia en la “Expeditive”. El “Fulton”, que había acudido a
socorrerlo, sufrió igualmente un serio castigo, recibiendo más de 100 impactos,
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y siendo desmontado uno de sus poderosos cañones de 80. También el
“Dolphin” y el “Pandour” quedan momentáneamente fuera de combate,
debiendo regresar aguas abajo para hacer urgentes reparaciones.
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Tal fué el combate de la Vuelta de Obligado. Once horas había durado la
lucha. Según parte británico los aliados tuvieron 28 muertos y 85 heridos. De
acuerdo al parte argentino, firmado por Crespo en reemplazo de Mansilla, los
defensores muertos ascienden a 150 y los heridos a 101. Es probable que, en
realidad, las bajas hayan sido mayores por ambas partes. La diferencia en
contra de los argentinos es lógica, dadas las características del combate y la
superior cantidad y calidad del armamento extranjero.
Cabe hacer notar que los propios aliados reconocieron el valor de la defensa
argentina. El parte de Capitán Hotham, si bien tergiversa en varios puntos la
verdad –haciendo figurar, por ejemplo, 10 buques de guerra argentinos que no
existieron- lo que motivó un reto a duelo del General Mansilla, reconoce, por
otra parte, que “el enemigo se defendió valerosamente” y que “los hombres
que caían eran inmediatamente reemplazados”.
Resulta difícil hacer sin incurrir en injustas omisiones, el elogio individual de los
héroes de Obligado, porque lo fueron todos los que allí combatieron. Hecha
esta aclaración previa, no podemos dejar de mencionar algunos de entre ellos,
que se distinguieron particularmente.
En primer término el general en jefe, Lucio Mansilla, cuyo elogio hace el propio
Hotham, al reconocer que “una gran habilidad militar se había desplegado,
tanto al escoger el terreno como en el plan de defensa adoptado”; que –según
el “British Packet”- “durante todo el combate estuvo tomando mate con la
mayor sangre fría”; y que concluyó la jornada herido por las metralla enemiga.
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“La bandera de esa batería, que había defendido tan noblemente, fué tomada
por uno de los hombres de mi mando, y me fue dada por el oficial inglés de
mayor rango, Capitán Aotham. Al ser arriada, la bandera cayó sobre algunos
de los cuerpos de los caídos y fue manchada con su sangre”.
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abatidas para siempre. “Rosas está levantando baterías a lo largo de las
barrancas entre nosotros y Obligado”, escribía el teniente Robins, de la fragata
“Firebrand”, y añadía: “Si no hay una poderosa división abajo con fuerzas de
tierra para sacar los hombres de la barranca, ellos echarán a pique algunos de
los buques del convoy y probablemente harán daño a los de guerra. Nos
hemos internado muy pronto río arriba. Hemos tomado una posición que no
podemos sostener sin muchas posiciones fortificadas”. Y el teniente Marelly,
confesaba: “Nos preocupan mucho las baterías que Rosas levanta contra
nosotros en San Lorenzo”.
Pronto se vió que tales temores no eran infundados. Los barcos que surcan el
río comienzan a ser objeto de continuas agresiones. El 9 de enero el convoy es
hostilizado en Acevedo. El 16 en San Lorenzo y el Quebracho, con grandes
averías y 50 hombres fuera de combate. El 10 de febrero, el “ Alecto” y el
“Firebrand” son atacados en el Tonelero. El 2 de abril el “Philomel” es
perseguido en el Quebracho. El 6, en el mismo lugar, el “Alecto” quedó
bastante descalabrado. El 19 Mansilla se toma un pequeño desquite
recapturando con la bandera inglesa el pailebot “Federal”, uno de los barcos
que sostenían la cadena en la Vuelta de Obligado y que había sido tomado,
armado y rebautizado por los ingleses con el nombre de ese combate. El 21,
Thorne acribilla a balazos al “Lizzard”, causándole 4 muertos y otros tantos
heridos. El 11 de mayo la escena se repite con el “Harpy”, quedando herido su
comandante. Y como coronamiento, el 4 de junio, cuando el convoy regresa a
Montevideo cargado de mercaderías de Paraguay y Corrientes, sufre un
verdadero desastre en el Quebracho, viéndose obligado a incendiar varios
barcos y a emprender una vergonzosa fuga. Desde entonces, el envío del
convoy no se repitió y los buques aliados dejaron de surcar las aguas del
Paraná. ¿Dónde había quedado el dominio del río, objetivo principal de la
Vuelta de Obligado?
Si desde el punto de vista práctico este combate fué una victoria a lo Pirro,
desde el punto de vista moral constituyó un triunfo argentino.
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pocos años después con las salvas con que Inglaterra y Francia desagraviaron
al pabellón nacional.
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Afortunadamente, no todos los enemigos de Rosas cayeron tan hondo. Don
Manuel Erguía protestaba contra esas actitudes en los siguientes términos:
“Para la prensa de Montevideo, la Francia y la Inglaterra tienen todos los
derechos, toda la justicia. Aun más, pueden dar una puñalada de atrás,
arrebatar una escuadra, quemar buques mercantes, entrar en los ríos a
cañonazos, destruir nuestro cabotaje…todo esto y mucho más que aún falta,
es permitido a los civilizadores…el francés maquinista que cae atravesado por
una bala es digno de compasión, y ve caer 400 cabezas argentinas y no
muestra el menor sentimiento por su propia sangre. La prensa de Montevideo
es completamente franco-inglesa”. El coronel Martiniano Chilavert reacciona
aún con mayor energía. “Me impuse –dice- de las ultrajantes condiciones a que
pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores y del modo inicuo
como se había tomado la escuadra. Ví también propagadas doctrinas a las que
deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su
nacionalidad establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan
insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese
instante sólo un buen deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de
justicia y gloria para ella”. Chilavert cumplió su palabra. No pudo luchar en esta
guerra, porque después de Quebracho quedó virtualmente concluída. Pero en
Caseros defendió a su patria contra otra intervención extranjera. Urquiza le
hizo pagar con la vida el terrible delito de haber luchado hasta el fin contra el
invasor brasileño.
El propio Alberdi, que con todos sus errores vió más claro que otros, escribió
por aquel tiempo: “Hoy más que nunca, el que ha nacido en el hermoso país
situado frente a la Cordillera de los Andes y el Río de la Plata, tiene derecho a
exclamar con orgullo: soy argentino. Rosas no es un simple tirano, a mis ojos.
Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la
escarapela de Belgrano. Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su
nombre, como el actual gobernador de Buenos Aires”. Y nada menos que
Sarmiento, se vió obligado a reconocer que a Rosas “debe la República
Argentina en estos últimos años haber llenado de su nombre, de sus luchas y
de la discusión de sus intereses el mundo civilizado, y puéstola más en
contacto con Europa”.
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del 49, le vuelve a escribir a Rosas: “Ud. me hará la justicia de creer que sus
triunfos son un gran consuelo de mi achacosa vejez”.
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