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LA VUELTA DE OBLIGADO

Por Alberto Ezcurra Medrano

En 1845, la Confederación Argentina se hallaba en conflicto con Francia e


Inglaterra, debido a la pretensión de estas potencias de que no continuase la
guerra que sostenía con el gobierno de Rivera en la Banda Oriental. Esta guerra
había sido declarada por Rivera con el apoyo de Francia, y no preocupó a las
mencionadas potencias mientras se desarrolló en territorio argentino. Comenzaron
a juzgarla perjudicial para la “Humanidad” cuando, a raíz de la victoria de Arroyo
Grande, Oribe puso sitio a Montevideo. Estaba en juego, por otra parte, el
supuesto derecho de esas grandes potencias a la libre navegación de nuestros
ríos. Y por sobre todo, la pretensión de Francia e Inglaterra de establecer su
influencia y dictar su voluntad en el Río de la Plata.

El primer episodio de este conflicto tuvo lugar el 2 de agosto. Lo constituyó el


incalificable atropello del secuestro de la escuadra argentina que al mando de
Brown bloqueaba Montevideo. El hecho se produjo sin previa declaración de
guerra, pendientes todavía las negociaciones con los ministros mediadores,
Ouseley y Deffaudis, y pudo ser justamente calificado como acto de piratería. Al
robo siguió el reparto de los buques, que fueron arbolados con la bandera oriental
y puestos al mando del aventurero internacional José Garibaldi. De inmediato los
aliados se dispusieron a imponer por la fuerza la libre navegación de los ríos
argentinos, y entre el 7 y el 11 de agosto se vió a algunos de sus barcos haciendo
trabajos de sondeo en la boca del Paraná Guazú.

Ante el giro que tomaban los acontecimientos, Rosas adoptó diversas medidas. El
13 de agosto dirige una nota al Comandante en Jefe del Departamento del Norte,
General Lucio Mansilla. Este general tenía en su haber una brillante foja de
servicios, pues había peleado en las invasiones inglesas, Chacabuco, Maipú,
Camacuá e Ituzaingó, comandando además como jefe la división argentina que
venció en Ombú al famoso general brasileño Bentos Manuel. En su nota, Rosas le
hace ver la necesidad de “construir cuanto antes, en la costa firme del Paraná, una
batería en el punto más aparente” y acoderar los buques todo combinado para una
resistencia simultánea, de modo que la escuadra enemiga “no pueda pasar más
adelante”; le indica la conveniencia de que el lugar destinado para la defensa fuera
en la provincia de Buenos Aires o Santa Fé, las cuales reunían más abundancia
de recursos que Entre Ríos; pone a su disposición los buques de guerra y demás
elementos que están al mando del Coronel Francisco Erézcano con 4 oficiales y
100 marineros. Todo esto es interesante, porque revela hasta qué punto Rosas –
que no participó directamente en la Vuelta de Obligado-, fue el inspirador y el alma
de la resistencia contra el invasor extranjero.

Felizmente, el temor que tenía Rosas de una agresión por el Paraná, no se realizó
con la prontitud que era de esperar. Los aliados temían lanzar su escuadra por un
río que les era desconocido. Y Rosas contribuyó a fomentar este temor. Hizo

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difundir la falsa noticia de que en cuatro puntos del Paraná se habían echado a
pique buques cargados con piedras para obstruir el canal. La noticia llegó a
conocimiento de los jefes aliados, quienes el 23 de agosto hicieron detener a un
ballenero argentino, exigiendo a su patrón que informara el lugar donde habían
sido echados a pique los buques, lo que por supuesto ignoraba. La marcha lenta y
llena de precauciones con que más tarde los invasores navegaban el Paraná,
demuestra que el ardid de Rosas había producido su efecto.

Lo cierto es que las actividades bélicas de los aliados tomaron otro rumbo. El 31
de agosto los anglo-franceses y Garibaldi ocuparon, incendiaron y saquearon la
Colonia. El 5 de septiembre se presentaron en Martín García. Rosas, aleccionado
por la estéril aunque gloriosa defensa de 1838, la había hecho evacuar
previamente, dejando sólo una guarnición simbólica compuesta de 10 soldados
ancianos y un niño y el pabellón argentino izado al tope del mástil, como signo de
soberanía. A Garibaldi cupo la heroica hazaña de semejante conquista, elogiada
como tal por la prensa de Montevideo. El 20 de septiembre –recalco la fecha- el
mismo Garibaldi saqueó Gualeguaychú, “escandalosamente”, según el propio
secretario de Rivera. Conviene recordar más a menudo que para nosotros, los
argentinos, el 20 de septiembre es el aniversario del saqueo a Gualeguaychú.

Mientras tales atropellos se perpetraban bajo la protección de las escuadras de


Francia e Inglaterra, los llamados ministros mediadores de estas potencias, que
en realidad fueron ministros interventores, declaraban, el día 17, el bloqueo de los
puertos y costas de la Provincia de Buenos Aires. “La Gran Bretaña y la Francia –
comenta acertadamente Saldías- a título de mediadores, tomaban contra la
Confederación Argentina la misma medida que se habían negado a reconocer
como emanada de esta última, a título de beligerante, ante la plaza de
Montevideo”.

La verdadera guerra iba a comenzar. “El gobierno argentino –escribía “La Gaceta
Mercantil”- se halla pues en el forzoso caso de repeler una guerra de abominable
conquista anglo-francesa sobre las nacionalidades americanas”.

Demás está decir que salvo el pequeño grupo que, según frase de Lavalle antes
de imitarlo, había “trastornado las leyes eternas de patriotismo, del honor y del
buen sentido”, todos los argentinos, sin distinción de clases sociales,
acompañaron a Rosas en esta cruzada por la soberanía. Como expresión máxima
de ese sentimiento, Don Vicente López y Planes, que había cantado en “El Triunfo
Argentino” la epopeya de las invasiones inglesas, y en el “Himno Nacional” la de la
Independencia, compuso una “Oda Patriótica”, donde llamaba así a los argentinos
a defender por tercera vez su libertad:

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Se interpone ambicioso el extranjero,
Su ley pretende al argentino dar,
Y abusa de sus naves superiores
Para hollar nuestra patria y su bandera,
Y fuerzas sobre fuerzas aglomera
Que avisan la intención de conquistar

Morir antes, heroicos argentinos


Que de la libertad caiga este templo
Daremos a la América alto ejemplo
Que enseñe a defender la libertad!

Es interesante señalar que la opinión americana, manifestada a través de la


prensa, comprendió ampliamente el sentido y la trascendencia de la lucha que se
preparaba. Sería largo y pesado abundar en citas. Como ejemplo, bastará con
dos. “El Grito del Amazonas”, del Brasil, decía: “Nos llamarán rosistas! somos
americanos! Todo el Río de la Plata y sus tributarios, sólo por un milagro dejarán
de ser surcados por los galo-británicos. Vosotros, argentinos, acabad con honor.
No retrocedáis delante de los que amenazándoos hoy con bombardeos porque os
suponen débiles, se olvidan de la humillación de Whitelocke y del tratado de
Mackau”. Y “The New York Sun” expresaba: “Nos es grato ver al gobierno
argentino firme en su determinación de defender la integridad de la Unión. La
rebelión del Uruguay fue puesta en pie por Francia con la esperanza de obtener
los dominios del Príncipe de Joinville, hermano político del emperador del Brasil.
La sumisión a la vil alianza de Guizot, sería la señal de una repartición de la
República Argentina entre las potencias aliadas; pero nuestra confianza en el
General Rosas y en su administración no nos deja qué temer al respecto”.

Mientras estas reacciones se producían en la opinión nacional y extranjera, el


General Mansilla se dedicaba activamente a dar cumplimiento a las órdenes de
Rosas. Había elegido para ello el lugar conocido por Vuelta de Obligado, en el
partido de San Pedro. Allí el río se enangosta y forma una curva muy pronunciada.
Su anchura es de unos 600 metros y su profundidad, en el canal principal, de 15.
La barranca es muy adecuada para la instalación de baterías.

Después de algunas vacilaciones, que le hicieron abandonar transitoriamente ese


lugar para trasladarse al paraje denominado “Las Hermanas”, situado seis leguas
más arriba, Mansilla resolvió definitivamente por la Vuelta de Obligado, donde lo
encontramos instalado el 17 de septiembre.

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Veamos como se organizó la defensa de esa posición, de acuerdo a los datos
suministrados por el propio Mansilla en su informe del 20 de diciembre. Sobre la
costa se instalaron cuatro baterías. La de la derecha, denominada “Restaurador
Rosas”, estaba al mando del ayudante mayor de marina Alvaro de Alzogaray y
constaba de seis cañones, dos de a 24 y cuatro de a 16. La Segunda, ciento diez
varas más arriba, era la “General Brown”, a las órdenes del teniente de marina
Eduardo Brown, hijo del almirante, y constaba de cinco cañones, uno de a 24, dos
de a 18, uno de a 16 y uno de a 12. A cincuenta varas le seguía la tercera,
“General Mansilla”, comandada por el teniente de artillería Felipe Palacios y
compuesta de tres cañones, dos de a 12 y uno de a 8, en línea rasante con el río.
La cuarta, “Manuelita”, a cuyo frente estaba el teniente coronel de artillería Juan
Bautista Thorne, distaba 160 varas de la anterior y tenía siete cureñas de mar, de
a 100 y de a 8, rudimentariamente empotradas en troncos de tala. Estas baterías
estaban servidas por 160 artilleros y 60 de reemplazo.

La batería “Restaurador Rosas” estaba guarnecida en su flanco derecho por 500


milicianos de infantería, de los cuerpos de Patricios de Buenos Aires, al mando del
Coronel Rodríguez, y por cuatro cañones de a 4 al mando del teniente José
Serezo. El flanco izquierdo era defendido por 100 milicianos al mando del teniente
Juan Gainza.

Las baterías “General Brown” y “General Mansilla” eran resguardadas por 200
milicianos del Norte, bajo las órdenes del teniente coronel Laureano Anzoátegui y
por el capitán de marina Santiago Maurice.

Apostadas en un monte, a 100 pasos de distancia, servían de reserva 600


hombres de infantería y dos escuadrones de caballería al mando del ayudante
Julián del Río y del teniente Facundo Quiroga, hijo del caudillo riojano, y ambas
bajo las órdenes del teniente coronel José María Cortina.

A estas fuerzas hay que añadir los vecinos de San Pedro a las órdenes de Benito
Urraca; de Baradero, a las de Juan Magallanes; y de San Antonio de Areco, a las
de Tiburcio Lima, que en número total de 300 se unieron a último momento en
patriótico y meritorio esfuerzo.

Y completa esta enumeración la escolta del General Mansilla, compuesta de 70


hombres al mando del teniente Cruz Cañete.

En el flanco izquierdo de la batería General Mansilla, en un mogote aislado,


estaban apoyadas las anclas que sostenían una línea de 24 buques
desmantelados, de los que hacían la navegación del Paraná y probablemente
algunos de guerra, con tres cadenas corridas por la proa, centro y popa. El
extremo opuesto de esas cadenas estaba sostenido por el bergantín
“Republicano”, con seis piezas de a diez sobre estribor, y al mando del capitán de
marina Tomás Craig. Por si el enemigo intentaba cortarlas, los místicos
“Restaurador” y “Lagos”, con una pieza de a 6 cada uno, montaban guardia junto
al “Republicano”. Tenían las mencionadas cadenas una doble finalidad: dificultar el

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paso del enemigo y demostrarle simbólicamente que la navegación del río no era
libre y que sólo la lograría a la fuerza.

En una ensenada de la margen izquierda, 14 embarcaciones a remo con 200


infantes estaban listas para acudir a cualquier parte de la cadena o de la margen
opuesta. Por último, se tenían preparadas dos líneas de a 5 chalanas unidas entre
sí, con materias incendiarias a su bordo, para largarlas oportunamente a la deriva.

De todo lo dicho se deduce el acierto de Mansilla en disponer la defensa. Los


principales jefes enemigos fueron los primeros en reconocerlo. Hubo fallas, sin
duda. La artillería era escasa, las municiones más aún. Las había en Buenos
Aires. Hubo demora en pedirlas y en enviarlas. El Teniente Coronel Ramírez
Juárez, en el capítulo “Comprobaciones tardías” de su interesante libro “Conflictos
diplomáticos y militares en el Río de la Plata”, ha señalado muy bien este aspecto
negativo de la Vuelta de Obligado. Pero todo ello fué explicable dada la falta de
experiencia en este género de guerra, y no aminora en nada la gloria del combate,
sino que en cierto modo la aumenta, ya que en su transcurso el elemento humano
supo sobreponerse a las deficiencias y dificultades materiales.

Dejemos a Mansilla instalado en sus baterías y volvamos al campo enemigo.

Rosas no se equivocó al esperar el principal ataque por el lado del Paraná. Existió
en Montevideo una fuerte empresa comercial inglesa, cuyo jefe era Samuel
Lafone. Esa empresa había adquirido el producto de la renta de aduana de
Montevideo, dando una asignación usuraria a los orientales, y se beneficiaba,
además, con el producto de los saqueos de Rivera. En ella tenían acciones
algunos miembros del gobierno riverista, como el ministro Vázquez, y logró
interesar también a los ministros mediadores –o interventores- de Inglaterra y
Francia, Ouseley y Deffaudis. Había conseguido de la “generosidad” del gobierno
de Rivera el privilegio de la navegación del Río Uruguay. Pero le interesaba
obtener lo mismo en el Paraná, para comerciar con el Paraguay y con la Provincia
de Corrientes, sublevada contra Rosas. Para ello preparaba un “convoy” de barcos
mercantes, que sería protegido por la escuadra anglo-francesa.

El 1º de noviembre, el “British Packet” nos entera de que se habla formalmente de


una expedición al Río Paraná. El 6 se concentran los barcos frente al Carmelo.
Luego se internan en el Delta remontando en son de exploración el imponente
Paraná Guazú. El 10 pasan por Baradero. Se detienen frente a la boca del Ibicuy,
en sitio adecuado al entrenamiento de la infantería. El 17, la expedición sigue viaje
en busca de la amenaza de la que se tienen noticias imprecisas. El 18 al atardecer
fondea a una legua de la Vuelta de Obligado, a la vista de las posiciones de
Mansilla. “Las márgenes –expresan en un mensaje- están cubiertas de gente
vestidas de colorado, y frente a la obstrucción cruzan una goleta de guerra, cinco
lanchas armadas y dos místicos”.

La escuadra invasora estaba compuesta de los siguientes buques:

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Ingleses:

1) Vapor fragata “Gorgon”, buque insignia del Capitán Hotham, con seis
cañones de 64 y 4 de 32.
2) Vapor fragata “Firebrand”, con igual armamento.
3) Corbeta “Camus”, con 18 cañones de 32.
4) Bergantín “Philomel”, con 10 cañones de 32.
5) Bergantín “Dolphin”, con 3 cañones de 32.
6) Bergantín “Fanny”, con un cañón de 24.

Franceses:

1) Cajor Fragata “Fulton”, con 2 cañones de 80.


2) Corbeta “Expeditive”, con 16 cañones de 8.
3) Bergantín “San Martín”, robado a la Argentina cuando el secuestro de la
escuadra y constituído en buque insignia del Capitán Trehouart, con 2
cañones de 26 y 16 de 16.
4) Bergantín “Pandour”, con 10 Paixhans de 30 libras.
5) Bergantín goleta “Procede”, con 3 cañones de 24.

En total, 11 buques de guerra con 101 cañones, la mayoría de grueso calibre y


los Paixhans con balas explosivas, que enfrentaban a las 35 pequeñas piezas
de la defensa argentina.

Acompañaban a esta escuadra los buques carboneros que las abastecían. En


el Paraná Guazú, poco antes del Ibicuy, un convoy de 20 barcos mercantes,
cargados con mercaderías extranjeras y destinados a las ciudades ribereñas
del interior aguardaba el resultado del combate.

La primera escaramuza se produce el 18, a las cinco de la tarde, cuando


Mansilla envía en reconocimiento tres lanchones, que se ven obligados a
retirarse ante los disparos del “Dolphin”. Por primera vez había tronado en el
Paraná el cañón de los invasores. Mansilla se dispone al combate y proclama a
sus soldados. “Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra
patria al navegar, sin más títulos que la fuerza, las aguas de un río que corre
por el territorio de nuestro país. Pero no lo conseguirán impunemente. Vamos a
resistirles con el ardiente entusiasmo de la libertad. ¡Suena ya el cañón!
¡Tremola en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco, y debemos
morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!”.

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El 19, estamos en vísperas del combate. Mansilla envía al General Corvalán el
siguiente parte, cuyo original conservo en mi colección de documentos
históricos:

“Sírvase V.E elevar al supremo conocimiento del Excmo. Señor Gobernador y


Capitán General de la Provincia, Brigadier Don Juan Manuel de Rosas, que
hasta ahora que son las siete de la mañana, el enemigo no ha hecho el menor
movimiento, permaneciendo fondeado a tiro de cañón, sin hacérsele fuego por
éstas baterías porque con sólo al recoger el ancla se pondrán a mejor tiro, para
aprovechar con acierto las balas que se les tiren. La relación adjunta le
impondrá a su S.E de los buques anglofranceses que componen la fuerza
invasora.

“Anoche ha desertado en un botecito un marinero del Bergantín de guerra


nacional “Republicano”, e incorporándose al enemigo.

“Dios guarde a Vd. Muchos años –Lucio Mansilla”.

Curioso episodio el de este marinero, que en vísperas del combate se pasa al


enemigo, dando espaldas a la gloria. ¿Sería acaso alguno de esos argentinos
adictos a cierta línea histórica, que no pasa, precisamente, por la Vuelta de
Obligado? Preferimos no creerlo. Según Mackinnon, había algunos extranjeros,
y aún ingleses, en las fuerzas de Rosas. Y Ramírez Juárez atribuye el
conocimiento que los aliados parecieron tener de las posiciones de Mansilla,
sin haber efectuado ningún reconocimiento previo, a algunas deserciones
producidas en esos elementos.

El 20 es el glorioso día. Amanece con niebla, pero ésta se disipa a las 8 y


comienza a soplar una brisa del sur, favorable al ataque. A las 8 y 20 la
vanguardia enemiga avanza lentamente sobre las baterías. A las 9 rompe el
fuego. De inmediato, la banda de los Patricios de Buenos Aires hace oír los
acordes del Himno Nacional, cuya última estrofa es saludada con un ¡Viva la
Patria! y coronada con los primeros cañonazos de la defensa argentina.

Comienzan a avanzar, en primer término, el “Philomel”, la “Procede”, la


“Fanny”. Pero no lo hace impunemente. Sufren serias averías mientras intentan
tomar posiciones. Una vez anclados todos los buques, el combate se hace
general y se mantiene vigoroso por espacio de dos horas.

Recio es el fuego de las baterías. El “San Martín” donde flamea la insignia del
Capitán Trehouart, es el más castigado. Con 28 bajas, inclusive sus dos
oficiales, y más de 120 impactos, se ve obligado a retirarse, y Trehouart debe
arbolar su insignia en la “Expeditive”. El “Fulton”, que había acudido a
socorrerlo, sufrió igualmente un serio castigo, recibiendo más de 100 impactos,

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y siendo desmontado uno de sus poderosos cañones de 80. También el
“Dolphin” y el “Pandour” quedan momentáneamente fuera de combate,
debiendo regresar aguas abajo para hacer urgentes reparaciones.

No obstante, el fuego mortífero de los aliados, y en especial las granadas


paixhans, consiguen hacer mella en las baterías. Además, al cabo de dos
horas de intensa lucha, comienzan a escasear las municiones. A mediodía se
habían agotado las del bergantín “Republicano”. El comandante Craig ante la
imposibilidad de defenderlo, resuelve volarlo para evitar que caiga en manos
de enemigo, y pasa con su gente a engrosar la batería de Thorne.

Libres ya de este obstáculo y después de varias tentativas fracasadas, los


aliados consiguen cortar las cadenas. Realiza esta operación el Capitán Hope,
en una lancha protegida por el “Fulton”, que es el primero en cruzar el paso.
Forzado éste, los potentes cañones de la escuadra consiguen arrojar su
metralla sobre el flanco de las baterías, haciendo estragos en ellas. Las
trincheras se llenan de muertos y heridos, imposibles de reemplazar por la
escasez de personal. No por ello cesa el fuego de los valientes defensores,
que se multiplican a fin de suplir a los que caen. Lo trágico es la falta de
municiones. Callan la segunda y la tercera batería. Las otras dos sólo se dejan
oír de vez en cuando, a largos intervalos. A las 4, Alsogaray dispara la última
metralla de la suya. Sólo queda la de Thorne, sobre la que se concentra el
fuego del enemigo. A las 4 y 50 cuenta sus municiones. Sólo le quedan 8 tiros.
Personalmente dirige sus últimos disparos, sin errar ninguno, que no en vano
es el mejor artillero de la Confederación. Al hacer el último, a las 5 de la tarde,
una granada enemiga, que explota cerca de él, lo derriba en tierra,
fracturándole un brazo y privándole del oído para siempre. Por eso pasó a la
historia como el sordo de Obligado.

El combate puede considerarse decidido. Sólo resta a los aliados consolidar la


destrucción mediante un desembarco. Lo hacen primero los ingleses bajo la
protección de los cañones de la escuadra. Mansilla, en formidable carga a la
bayoneta, desafiando a la metralla enemiga, consigue arrollarlos hasta las
mismas embarcaciones. Pero cae herido por un rebote de granada. Lo
reemplaza el Coronel Crespo, quien ordena al Jefe de Patricios de Buenos
Aires, Coronel Rodríguez, continuar con la resistencia. Entretanto han
desembarcado también los franceses, reforzando el ataque. Rodríguez intenta
una nueva carga, pero es detenido por el terrible fuego de la “Expeditive”, la
“Procide” y el “Philomel”, que han conseguido situarse a sólo 150 metros. Son
tan grandes las bajas, que se ve obligado a replegarse a la altura de las
barrancas, donde ofrece una tenaz resistencia, disputando palmo a palmo el
terreno a los invasores hasta las 8 de la noche. Sólo entonces se retira,
salvando la artillería volante y acampando a dos leguas de distancia, sobre el
camino a San Nicolás.

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Tal fué el combate de la Vuelta de Obligado. Once horas había durado la
lucha. Según parte británico los aliados tuvieron 28 muertos y 85 heridos. De
acuerdo al parte argentino, firmado por Crespo en reemplazo de Mansilla, los
defensores muertos ascienden a 150 y los heridos a 101. Es probable que, en
realidad, las bajas hayan sido mayores por ambas partes. La diferencia en
contra de los argentinos es lógica, dadas las características del combate y la
superior cantidad y calidad del armamento extranjero.

Cabe hacer notar que los propios aliados reconocieron el valor de la defensa
argentina. El parte de Capitán Hotham, si bien tergiversa en varios puntos la
verdad –haciendo figurar, por ejemplo, 10 buques de guerra argentinos que no
existieron- lo que motivó un reto a duelo del General Mansilla, reconoce, por
otra parte, que “el enemigo se defendió valerosamente” y que “los hombres
que caían eran inmediatamente reemplazados”.

Resulta difícil hacer sin incurrir en injustas omisiones, el elogio individual de los
héroes de Obligado, porque lo fueron todos los que allí combatieron. Hecha
esta aclaración previa, no podemos dejar de mencionar algunos de entre ellos,
que se distinguieron particularmente.

En primer término el general en jefe, Lucio Mansilla, cuyo elogio hace el propio
Hotham, al reconocer que “una gran habilidad militar se había desplegado,
tanto al escoger el terreno como en el plan de defensa adoptado”; que –según
el “British Packet”- “durante todo el combate estuvo tomando mate con la
mayor sangre fría”; y que concluyó la jornada herido por las metralla enemiga.

Mención especial merecen los coroneles Juan Bautista Thorne y Ramón


Rodoríguez. Dejemos su elogio, en el que incurre en un error que luego
aclararemos, al almirante Sullivan:

“En la batalla de Obligado –dice- un oficial que mandaba la batería principal


causó la admiración de los oficiales ingleses que nos hallábamos cerca de él,
por la manera que animaba a sus hombres y los mantenía en sus puestos, al
pie de los cañones, durante un fuerte fuego cruzado, bajo el cual esta batería
estaba más especialmente expuesta. Por más de 6 horas se paseó por el
parapeto de la batería exponiendo su cuerpo entero, sin otra interrupción que
cuando él mismo ponía de tiempo en tiempo la puntería de un cañón.

“Por prisioneros heridos de un regimiento supimos después que era el Coronel


Rodríguez, del Regimiento de Patricios de Buenos Aires. Cuando los marineros
y soldados ingleses desembarcaron a la tarde y tomaron esa batería, él, con
los restos de su regimiento solamente, y sin otro concurso de las fuerzas
defensoras, mantuvo su posición a retaguardia, a pesar del fuerte fuego
cruzado de todos los buques que se hallaban detrás de la batería, y fue el
último en retirarse.

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“La bandera de esa batería, que había defendido tan noblemente, fué tomada
por uno de los hombres de mi mando, y me fue dada por el oficial inglés de
mayor rango, Capitán Aotham. Al ser arriada, la bandera cayó sobre algunos
de los cuerpos de los caídos y fue manchada con su sangre”.

Sullivan incurre aquí en una confesión. El jefe de la batería, que se paseaba


expuesto al fuego enemigo, no fue Rodríguez, sino Thorne. Sí, fue en cambio
el Coronel Rodríguez quien resistió heroicamente a las fuerzas de
desembarco. El elogio, por lo tanto, corresponde a ambos. La bandera a la que
se refiere Sullivan, la devolvió caballerescamente al Consulado Argentino en
Londres, en 1883. Hoy se encuentra, sin leyenda alguna, en el Museo Histórico
Nacional. Fue la única bandera de combate capturada en Obligado, y como ya
lo hacía notar el “British Packet” el 20 de diciembre de 1845, no es
propiamente la bandera oficial argentina, sino una insignia de regimiento, con
bonetes e inscripciones. Las banderas que se exhibieron en los Inválidos de
París como trofeos de Obligado, no eran banderas de guerra, sino de los
barcos mercantes que sostenían la cadena, o de las carpas de los soldados.

Continuando con la mención de los héroes de Obligado, recordemos a la


heroína nicoleña Petrona Simonino, que con un grupo de abnegadas mujeres,
algunas de las cuales murieron bajo fuego enemigo, prestó ayuda a los heridos
e infundió ánimo a los defensores, consiguiendo salvar el parque sanitario en
momentos de ser flanqueada la batería “Manuelita”.

Y no olvidemos a los que dieron su vida por la patria en tan memorable


ocasión. En la imposibilidad de mencionarlos a todos –se calcula su número en
250- recordemos al menos el nombre de los oficiales: Teniente de Marina José
Romero, subtenientes Marcos Rodríguez y Faustino Medrano, y alféceres
Martínez y Sánchez.

El combate de Obligado, a pesar de constituir técnicamente, el episodio en sí,


una victoria aliada, no lo fue en definitiva, ni por consecuencias prácticas, ni
por su trascendencia moral.

El ejército argentino, aunque diezmado, no se había disuelto. Pronto se rehizo.


Las fuerzas aliadas que desembarcaron en Obligado fueron arrolladas en los
meses de diciembre y enero por las del Coronel Thorne, que comandaba la
línea de observación sobre la costa. El 2 de febrero intentaron un nuevo
desembarco, y otra vez Thorne los obligó a reembarcarse. De nada servía
haber forzado el paso. El objetivo aliado era dominar el río para comerciar con
Paraguay y Corrientes. Pero no se domina el río cuando la costa sigue en
poder del enemigo. Desde sus barcos, los anglo-franceses se veían seguidos y
observados por los jinetes criollos –poncho y gorro colorado- que “surcaban en
todo sentido la llanura, atendiendo a tropas inmensas de caballos y vacas
destinadas a su uso y consumo, mientras los marinos famélicos eran presa del
escorbuto, a pesar de la huerta de legumbres que habían instalado en una
islita”. Veían, por otra parte, levantarse de nuevo sobre la costa las baterías

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abatidas para siempre. “Rosas está levantando baterías a lo largo de las
barrancas entre nosotros y Obligado”, escribía el teniente Robins, de la fragata
“Firebrand”, y añadía: “Si no hay una poderosa división abajo con fuerzas de
tierra para sacar los hombres de la barranca, ellos echarán a pique algunos de
los buques del convoy y probablemente harán daño a los de guerra. Nos
hemos internado muy pronto río arriba. Hemos tomado una posición que no
podemos sostener sin muchas posiciones fortificadas”. Y el teniente Marelly,
confesaba: “Nos preocupan mucho las baterías que Rosas levanta contra
nosotros en San Lorenzo”.

Pronto se vió que tales temores no eran infundados. Los barcos que surcan el
río comienzan a ser objeto de continuas agresiones. El 9 de enero el convoy es
hostilizado en Acevedo. El 16 en San Lorenzo y el Quebracho, con grandes
averías y 50 hombres fuera de combate. El 10 de febrero, el “ Alecto” y el
“Firebrand” son atacados en el Tonelero. El 2 de abril el “Philomel” es
perseguido en el Quebracho. El 6, en el mismo lugar, el “Alecto” quedó
bastante descalabrado. El 19 Mansilla se toma un pequeño desquite
recapturando con la bandera inglesa el pailebot “Federal”, uno de los barcos
que sostenían la cadena en la Vuelta de Obligado y que había sido tomado,
armado y rebautizado por los ingleses con el nombre de ese combate. El 21,
Thorne acribilla a balazos al “Lizzard”, causándole 4 muertos y otros tantos
heridos. El 11 de mayo la escena se repite con el “Harpy”, quedando herido su
comandante. Y como coronamiento, el 4 de junio, cuando el convoy regresa a
Montevideo cargado de mercaderías de Paraguay y Corrientes, sufre un
verdadero desastre en el Quebracho, viéndose obligado a incendiar varios
barcos y a emprender una vergonzosa fuga. Desde entonces, el envío del
convoy no se repitió y los buques aliados dejaron de surcar las aguas del
Paraná. ¿Dónde había quedado el dominio del río, objetivo principal de la
Vuelta de Obligado?

Si desde el punto de vista práctico este combate fué una victoria a lo Pirro,
desde el punto de vista moral constituyó un triunfo argentino.

Lo fué por la desmoralización que produjo el enemigo. Comprendieron que se


trataba de una guerra y no de un paseo. Lo dejan entrever en su
correspondencia. “Nadie se declara en nuestro favor…Dejarlos que se
degüellen unos a otros, limitándonos al bloqueo a menos que vengan otros a
completar el trabajo…Nos hemos metido mucho…Hemos hecho demasiado, o
demasiado poco”. En vista de ello, los interventores solicitan refuerzos. Piden
10.000 soldados franceses, igual cantidad de ingleses y el envío de una nueva
escuadra. Pero los gobiernos de Inglaterra y Francia no contaban con
semejante guerra. Habían creído empresa fácil dominar a los argentinos, a los
“gauchos cobardes” que decía Thiers en el parlamento francés. La realidad les
demostraba otra cosa. La Argentina no era Argelia o Túnez, ni Rosas un
reyezuelo africano. Era un país que sabía hacer honor a su noble estirpe y
defender la independencia que había conquistado. Hubo que abrir con él
negociaciones de paz. El duelo a cañonazos iniciado en Obligado terminó

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pocos años después con las salvas con que Inglaterra y Francia desagraviaron
al pabellón nacional.

A los argentinos, en cambio, la Vuelta de Obligado les retempló el espíritu. Les


dió, como otrora la resistencia a las invasiones inglesas, la conciencia de su
propio valer. Fue la réplica viril al infame atropello del robo de la escuadra y su
recuerdo subsistió, y subsistirá, como saludable lección a las veleidades de la
intromisión extraña. Fue, y sigue siendo para nosotros, aunque todavía no se lo
haya declarado oficialmente, el Día de la Soberanía.

La energía de Rosas y el heroísmo de los combatientes despertó la admiración


de todo el mundo. Especialmente la prensa de Estados Unidos, Chile y Brasil
abundó en comentarios altamente elogiosos. Periódicos de Río de Janeiro se
expresaban en los siguientes términos: “Triunfe la Confederación Argentina o
acabe con honor. Rosas, a pesar del epíteto de déspota con que lo difaman,
será en la posteridad respetado como el único americano del sur que ha
resistido intrépido las violencias y agresiones de las dos naciones más
poderosas del viejo mundo. Un día, los americanos del Norte y el Sur repetirán
con entusiasmo a sus hijos estas palabras enérgicas y famosas dirigidas por el
general argentino a los piratas de las Galias y de la Britania: No cederé
mientras tuviese un soldado…Sean cuales fuesen las faltas de ese hombre
extraordinario, nadie ve en él sino al ilustre defensor de la causa americana, al
principal representante de los intereses americanos. Sea que triunfe o que
sucumba en esa verdadera lucha de gigante en que se halla empeñado, Rosas
será en le presente época el grande hombre de la América”.

A su vez, “The Journal of Commerce” de Nueva York, decía: “No somos


panegiristas del gobernador Rosas, pero deseamos que nuestros compatriotas
conozcan su verdadero carácter, como lo describen los comodoros Ridgley,
Morris y Turner y todo los ciudadanos de los Estados Unidos que haya visitado
Buenos Aires. Verdaderamente él es un gran hombre; y en sus manos ese país
es la segunda república de América”.

Mientras así se hablaba en el exterior, la única nota disonante –triste es


decirlo- la dio la prensa de los argentinos emigrados en Montevideo y Chile. La
sangre noblemente derramada en Obligado fue innoblemente insultada por
ella, mientras incitaba a los extranjeros a continuar la lucha, bajo el pretexto de
que no había de combatir el pueblo a los hombres “a quienes consideraba
como libertadores”. Con tal motivo, Pinto, ex presidente de Chile, escribía al
plenipotenciario argentino: “Seguimos con el más profundo interés las
aventuras de la guerra contra Buenos Aires, porque esperamos que tarde o
temprano se aplicarán a todos los Estados de América los mismos principios
que ha invocado la intervención para crearse gobiernos esclavos que pongan
al país a merced de la Inglaterra y de la Francia. Así s que todos los chilenos
nos avergonzamos de que haya en Chile dos periódicos que defiendan la
legalidad de la traición a su país, y Ud. sabe quiénes son sus redactores”.

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Afortunadamente, no todos los enemigos de Rosas cayeron tan hondo. Don
Manuel Erguía protestaba contra esas actitudes en los siguientes términos:
“Para la prensa de Montevideo, la Francia y la Inglaterra tienen todos los
derechos, toda la justicia. Aun más, pueden dar una puñalada de atrás,
arrebatar una escuadra, quemar buques mercantes, entrar en los ríos a
cañonazos, destruir nuestro cabotaje…todo esto y mucho más que aún falta,
es permitido a los civilizadores…el francés maquinista que cae atravesado por
una bala es digno de compasión, y ve caer 400 cabezas argentinas y no
muestra el menor sentimiento por su propia sangre. La prensa de Montevideo
es completamente franco-inglesa”. El coronel Martiniano Chilavert reacciona
aún con mayor energía. “Me impuse –dice- de las ultrajantes condiciones a que
pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores y del modo inicuo
como se había tomado la escuadra. Ví también propagadas doctrinas a las que
deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su
nacionalidad establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan
insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese
instante sólo un buen deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de
justicia y gloria para ella”. Chilavert cumplió su palabra. No pudo luchar en esta
guerra, porque después de Quebracho quedó virtualmente concluída. Pero en
Caseros defendió a su patria contra otra intervención extranjera. Urquiza le
hizo pagar con la vida el terrible delito de haber luchado hasta el fin contra el
invasor brasileño.

El propio Alberdi, que con todos sus errores vió más claro que otros, escribió
por aquel tiempo: “Hoy más que nunca, el que ha nacido en el hermoso país
situado frente a la Cordillera de los Andes y el Río de la Plata, tiene derecho a
exclamar con orgullo: soy argentino. Rosas no es un simple tirano, a mis ojos.
Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la
escarapela de Belgrano. Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su
nombre, como el actual gobernador de Buenos Aires”. Y nada menos que
Sarmiento, se vió obligado a reconocer que a Rosas “debe la República
Argentina en estos últimos años haber llenado de su nombre, de sus luchas y
de la discusión de sus intereses el mundo civilizado, y puéstola más en
contacto con Europa”.

Si aún algunos entre los enemigos de Rosas supieron comprender la


trascendencia de la Vuelta de Obligado, cabe suponer la impresión que habrá
producido en el espíritu del más grande los argentinos, el Gral. San Martín, que
supo prever a Rosas y comprenderlo desde su advenimiento y que ya le había
ofrecido sus servicios durante el bloqueo francés del año 38. En carta a Rosas
de marzo de 1846, le dice: “Ya sabía la acción de Obligado, los interventores
habrán visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más
trabajo que el de abrir la boca…Esta contienda, en mi opinión, es de tanta
trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. Su confianza
en el triunfo argentino es absoluta, como se lo manifiesta al General Guido:
“Me asiste la confianza segura de que a pesar de la desproporción de fuerzas y
recursos, el General Rosas triunfará de todos los obstáculos”. Y firmada la paz

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del 49, le vuelve a escribir a Rosas: “Ud. me hará la justicia de creer que sus
triunfos son un gran consuelo de mi achacosa vejez”.

Lo que es menos conocido es que a causa de Obligado, San Martín estuvo a


punto de mandar su sable a Rosas. Lo manifestó expresamente cuando dijo:
“Sobre todo tiene para mí el General Rosas que ha sabido defender con toda
energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después de
Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a
defender la independencia americana, por aquel acto de entereza en el cual,
con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglo-francesa que, pocos o
muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben siempre defender su
independencia”.

Esta intención quedó concretada en la famosa cláusula 3º de su testamento,


donde lega su sable a Rosas “como una prueba la satisfacción que como
argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la
República contra las injusticias pretensiosas de los extranjeros que trataban de
humillarla”.

Ningún argentino recibió nunca mejor premio.

Publicado en el número XVIII de la Revista del Instituto de Investigaciones


Históricas Juan Manuel de Rosas. Año 1958.

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