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- “Señor Rothko”, dijo la mujer con decepción, “Quiero una pintura alegre, con rojo,
amarillo y naranja, no una pintura triste”. Divertido por la respuesta, Rothko
respondió: “Rojo, amarillo y naranja - ¿No son esos los colores de un infierno?”. La
mujer abandonó el estudio sin comprar nada.
La historia, proceso creativo y obra de Rothko permite afirmar, sin ambages, que
no existía tal dicotomía ya que, para el artista – como lo había expresado en
distintas ocasiones – la tragedia era el único tema lo suficientemente noble como
para convertirse en objeto de su obra.
DELEITE EN LA OSCURIDAD
Para Rothko pintar al óleo sobre tela, principalmente, era una experiencia positiva
y regocijante. Tanto así que cuando dejó de pintar en ese medio por la toxicidad
de la inhalación del aguarrás que usó por décadas para adelgazar los pigmentos
del óleo que le permitían crear diáfanas capas de color sobre las telas pasó por un
período de hasta seis meses sin pintar. No tenía deleite alguno en pintar obras en
medios efímeros como el acrílico sobre papel. La obra artística, en su criterio,
debía pintarse al óleo sobre tela para ser eterna.
En una carta que Rothko escribió en 1949 a su colega Clyfford Still dice “Este ha
sido el período más oscuro de mi vida – Por qué y cómo difícilmente lo
sé…Irónicamente mis pinturas nunca han sido más alegres, eufóricas. La gente
pensará que alegre debe ser este joven”.
Alison de Lima Greene, curadora del Museo de Bellas Artes de Houston, que
organizó una retrospectiva de Rothko en el 2016 sostiene en relación con los
catorce murales negros en la Capilla Rothko de Houston, Texas, que “Oscuro no
equivale a melancolía, pero si insistimos en esto, es más cercano a la melancolía
de los grabados de Alberto Durero los cuales reflejan más un estado
contemplativo que nihilista”.
Estos valores son evidenciados por la afición que tenía el estadounidense por la
obra de pintores neerlandeses como Rembrandt y Vermeer a los que estudiaba en
el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York desde que se propuso ser
artista y, luego, a partir de 1950, mediante el primero de cuatro viajes a Europa
para visitar iglesias, capillas, ver obras de viejos maestros en general, y el arte y la
arquitectura italiana, en particular, que tuvieron una fuerte influencia en el
desarrollo de su obra pictórica así como también, la música y la poesía clásicas.
En palabras suyas “me convertí en pintor porque quería levantar la pintura al nivel
de intensa emoción de la música y la poesía”. Su música preferida era la de
Mozart, Schubert, Haydn y Beethoven.
TRANSHISTORICIDAD
MÁS ES MENOS
Rothko quien nació en Dvinsk, parte del Imperio Ruso (hoy conocida como
Daugavpils, en la República de Latvia) en el seno de una familia judía que se vió
forzada por razones económicas, más que de persecución, emigró a los Estados
Unidos en 1913.
El despegue de la carrera de Rothko, sin embargo, tiene lugar hasta 1949 cuando
desarrolla el formato de composición por el cual es ampliamente conocido;
rectángulos de color de bordes difusos que flotan en el espacio de otra zona de
color.
Puesta en práctica de la "transhistoricidad" confrontando un Rembrandt con un Rothko en Viena.
PINTURA AMBIENTAL
Es de tales fuentes de donde Rothko se nutre para sus propuestas pictóricas cada
más monumentales y simplificadas, a base de planos que crean un ambiente que
estimula la auto-receptividad en el observador.
“Un cuadro vive por compañerismo y se expande y aviva a los ojos del observador
sensible”, escribió. “Muere por la misma prueba. Es por eso un acto riesgoso
enviarla al mundo. ¿Cuán a menudo debe ser dañada de manera permanente por
los ojos de la insensibilidad y la crueldad del impotente que podría extender su
aflicción universalmente?”
Sus colegas han citado como antes de sus exhibiciones importantes, Rothko se
retraía defensivamente, y se angustiaba muchísimo al punto de que su
preocupación por la potencial percepción pública de su obra lo llevaba a colapsar
físicamente. Para él, que su obra se percibiera como ridícula era una posibilidad
real.
El director del Museo de Arte Moderno de Nueva York, Alfred Barr, convencido del
mérito de Rothko, lo recomendó ante la familia Bronfman, dueña del edificio, para
que le comisionarán varias pinturas en escala mural que se planeaba exhibir en el
exclusivo restaurante. Pero mientras el pintor pensó que sus obras colgarían de
las paredes, el plan de los dueños del restaurante era adornar las paredes de un
salón de conferencias visible desde la sala de los empleados.
Finalmente, el Museo Kunsthistorisches dedica una última sala a las pinturas más
conocidas de la última década de Rothko que muestran la influencia técnica de
viejos maestros como, por ejemplo, el color en capas a la manera de Tiziano y el
desarrollo del sentido de “luz interior” similar al de Rembrandt.