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Hegel utiliza la dialéctica para comprender las profundidades de la racionalidad, y distingue tres
momentos dentro de ella para entender un concepto. El primero es el universal abstracto, que no
actúa; es un momento en el que hay algo universal que aplana todas las diferencias y une a todos
inmediatamente (DERECHO ABSTRACTO). El segundo es la particularización, y refiere a que ese
general abstracto debe singularizarse, refiriéndose a una sola cosa; lo universal adopta límites con
lo particular, no se puede elegir todo, elegimos un recorte que ya no es abstracto (DERECHO
INDIVIDUAL) y que interrumpe la unidad anterior con diferencias de lo particular. En el tercer
momento, llamado universal concreto, se integran los dos anteriores, conteniendo tanto las
diferencias particulares como los enunciados generales dichos antes. Propone superar la
contradicción entre las dos primeras mediante el retorno a la universalidad de todas las cosas pero
conteniendo las diferencias vistas en la particularización.
Ilustración es el abandono por parte del ser humano de la minoría de edad, la cual representa su
incapacidad de utilizar su propio entendimiento sin ser dirigidos por otros. Cada uno es culpable
de su minoría de edad, siendo la pereza y la cobardía las causas que explican por qué los hombres
se sostienen en ese estado. Que la humanidad considere fatigoso y peligroso el paso a la mayoría
de edad es de lo que se encargan esos tutores, atontando a su gente. Pero ese peligro no es tan
grande, pues luego de algunas caídas aprendería a andar. Así, para cada ser humano es difícil
deshacerse de la minoría de edad, siendo incapaz de servirse de su propio entendimiento porque
no se le ha permitido ni intentarlo.
Que un público se ilustre a sí mismo es algo posible, si se le concede libertad, ya que así algunos
encontrarán la manera de ejercer su pensamiento propio; si estos se convierten en tutores, serán
capaces entonces de difundir estimación al pensar por sí mismo. Sólo puede alcanzarse la
ilustración lentamente para poder reformar verdaderamente la manera de pensar (ya que si se
realiza una revolución lograríamos instaurar prejuicios momentáneos que no modifican a la larga
el pensamiento de la muchedumbre).
Para lograr esta ilustración se requiere solo libertad en tanto hacer uso público de la razón,
debiendo ser siempre el uso que alguien hace de ella ante un público, un mundo de lectores. El
uso privado de la razón será aquel que uno pueda hacer en tanto se ha encomendado un cargo
civil; este uso puede ser a menudo muy limitado, sin que esto obstaculice la ilustración. Para los
asuntos que afectan al interés de toda la comunidad, es necesario un mecanismo por medio del
cual algunos miembros deben comportarse de manera pasiva para ser dirigidos por el gobierno,
mediante una unanimidad artificial. En este caso no está permitido que todos razonen, deben
obedecer, sólo puede hacerlo aquel que haya alcanzado la condición de sabio, quien se dirige a un
público según su propio entendimiento, pudiendo entonces razonar sin que ello afecte a los
asuntos que lo consideren como miembro pasivo. El ciudadano no puede negarse a pagar los
impuestos que le correspondan, pero no actúa contra su deber cuando critica la injusticia de tal
impuesto. De esta misma manera, un pastor está comprometido a realizar su exposición frente a
su congregación, por representar a la Iglesia como símbolo, pero al ser sabio tiene la libertad de
dar a conocer todas sus ideas acerca de los defectos de ese símbolo, comunicando sugerencias
para que la Iglesia mejore, y porque puede ser posible que en esas ideas se encuentre la verdad.
Además, en estas ideas no sería posible encontrar algo que contradiga a la religión en sí misma, ya
que, si el pastor creyera encontrar esto, debería renunciar. Así, el uso de la razón del maestro
espiritual es un uso privado porque se encuentra en una reunión doméstica en la que él, en tanto
pastor, no es libre porque lleva a cabo una orden ajena; mientras que como docto que le habla por
escritos al público, ejerce su razón en su uso público, disfrutando de libertad infinita: que los
tutores del pueblo deban ser ellos mismos menores de edad es una insensatez. La resistencia
activa a los símbolos como la Iglesia o la ley no existen, pero puedo renunciar, saliéndome del
marco de esa estructura.
Una época no puede atarse a un solo estado del conocimiento, impidiendo que avance la
ilustración; por ejemplo, un monarca no puede promulgar una constitución eclesiástica que limite
el conocimiento.
La base de todo aquello que puede ser decidido como ley para un pueblo se encuentra en la
pregunta de si el pueblo puede imponerse a sí mismo una ley que genere un contrato entre sus
ciudadanos que responda a determinar un símbolo eclesiástico que tutele al pueblo de manera
perpetua. Esto podría ser así pero solo por un tiempo, tratando de introducir un cierto orden, y se
dejaría a los ciudadanos ser libres para expresar sus reflexiones acerca de los defectos de las
instituciones. Si este juicio es ampliamente admitido, los ciudadanos pueden proponer modificar la
institución religiosa, sin impedir a quienes lo prefiriesen permanecer en la antigua situación. Sin
embargo, queda prohibido reunirse bajo una constitución religiosa permanente que nadie pueda
poner en duda, porque no permitiría ampliar el conocimiento.
Lo que a un pueblo no le está permitido decidir por sí mismo tampoco le está permitido decidir al
monarca, ya que su autoridad para promulgar leyes recae en que reúne toda la voluntad del
pueblo en la suya. Le concierne que no se utilice la violencia entre los súbditos que limite sus
capacidades para alcanzar su destino. Un príncipe ilustrado será aquel que no prescribe nada a los
seres humanos en materia de religión, dejando libre a cada uno para que se sirva de su propia
razón. Este observará que no hay ningún peligro en que los súbditos hagan un uso público de su
razón y expongan sus ideas o críticas, inspirándolos a razonar todo lo que quieran, pero
obedeciendo.
Karl Marx es otro de los teóricos que discute la cuestión de la emancipación. No la concibe como
un evento único, sino como un proceso histórico en constante desarrollo, al igual que Kant. En la
cuestión judía, Marx hace una crítica y responde a la obra de Bruno Bauer, un filósofo Hegeliano.
Bauer escribió sobre el intento de los judíos de lograr la emancipación política en Prusia,
argumentando que solo podrían obtenerla renunciando a su conciencia religiosa particular, ya que
mientras el Estado siga siendo cristiano y el judío, judío, ambos serán igualmente incapaces de
otorgar la emancipación el uno y de recibirla, el otro. La solución de Bauer es la de que para poder
emancipar a otros, debemos emanciparnos a nosotros mismos: si hay una antítesis entre el judío y
el cristiano, la única manera de hacerla imposible es aboliendo la religión, debiendo ser la ciencia
su unidad. Exige que el hombre en general abandone la religión para poder ser emancipado como
ciudadano, y considera la abolición política de la religión como la abolición de la religión en
general. Marx argumenta que Bauer se equivoca respecto de a qué clase de emancipación se
refiere, ni investiga la relación entre la emancipación política y la emancipación humana: el Estado
se emancipa de la religión cuando no profesa ninguna, pero esta emancipación estatal no
garantiza que el hombre en sí mismo se libere también. El Estado puede haberse emancipado de la
religión sin que su población lo haya hecho: el hombre se emancipa políticamente de la religión al
pasarla del derecho público al privado, y la religión pasa a ser un elemento más de la sociedad
burguesa, deja de tener un privilegio en el Estado. Como, entonces, los judíos pueden emanciparse
políticamente sin desentenderse del judaísmo, se explica entonces que la emancipación es sólo
política, no humana.
Bauer supone que la abolición política de la religión significa la abolición de la religión en general;
entiende que la imposición de un Estado Laico lograría que los ciudadanos dejen su religión.
Confunde este, según Marx, la emancipación política, con la emancipación humana general. Marx,
no se posiciona en contra de la emancipación política, sino que recalca que es necesaria, pero que
esta no es suficiente para abolir la religión, sino que solo lo hace en la esfera estatal. Para Marx, la
emancipación política que termina con la religión oficial, no termina con la religión de las personas
en la sociedad civil, sino que les deja a los individuos ejercer su religión libremente. Concluye
Marx, en que la emancipación política consiste en que el Estado pueda liberarse de un límite sin
que el hombre se libere realmente de él.
El texto de Marx es una respuesta a Bruno Bauer. El Estado Alemán no era un Estado laico en ese
momento, profesaban la religión cristiana, por lo que no podía garantizar la emancipación política
de todos los ciudadanos que no respondiesen a la religión establecida. Si el estado según Hegel era
la realización absoluta del ser humano, debería ser abstracto, secular y emancipado. Para Bauer, la
secularización y la emancipación eran lo mismo, separando a los Estados de toda forma de
religiosidad. El estado cristiano no puede emancipar a los judíos, porque solo puede comportarse
respecto a los judíos a la manera del privilegio, consintiendo que se segregue al judío entre los
demás súbditos. A su vez, el judío solo puede comportarse con respecto al Estado a su manera,
considerándose alguien ajeno a él. Al ser el Estado incapaz de otorgar la emancipación, se tiene
abolir la religión. Lo que criticará Marx será que esa secularización en realidad transformaría al
Estado en un propio credo, profesando los ciudadanos la doctrina estatal.
1) La libertad en cuanto hombre. Tiene que ver con el derecho que tengo a procurar mi
felicidad, cada quien debe buscar su felicidad sin perjudicar la libertad de los demás de
hacer lo mismo. Un gobierno que se constituyera benevolente para con el pueblo
(gobierno paternalista) en el que los súbditos son incapaces de distinguir lo que los
beneficia, se ven obligados a comportarse de manera pasiva y esperar que el Jefe de
Estado les imponga como ser felices, siendo el mayor despotismo imaginable. No es este
tipo de gobierno sino uno patriótico en el que cabe pensar a hombres capaces de tener
derechos. El modo de pensar patriótico es aquel en que cada uno considera a la
comunidad como el seno materno, y cada uno sólo se considera autorizado para preservar
sus derechos mediante leyes de la libertad común, que le corresponden en cuanto hombre
como ser capaz de tener derechos. El hecho de que nadie me puede obligar a ser feliz a su
manera, es el principio teórico que nos permite diferenciar entre un gobierno patriótico y
uno paternalista en la práctica.
2) La igualdad en cuanto súbdito. Tiene que ver con el derecho que tiene cada miembro a
coaccionar a cualquier otro en el marco de la ley. Toda persona que en un Estado se halle
bajo leyes es súbdita, y se encuentra sometida a leyes de coacción/castigo si viola esas
leyes. Sólo el Jefe de Estado no puede ser coaccionado. Esta igualdad es compatible con la
máxima desigualdad en las posesiones (el bienestar de uno depende de la voluntad de
otro, como el pobre y el rico), pero según el derecho todos son iguales entre sí porque
ninguno puede coaccionar a otro si no es por medio de la ley pública. Cualquier hombre
podrá alcanzar una posición en la sociedad como consecuencia del talento o suerte de sus
acciones; por lo tanto, como el nacimiento no es una acción por parte del que nace, no
puede haber ningún privilegio innato y nadie puede dejar a sus descendientes el privilegio
de su posición. El principio teórico es entonces que somos todos iguales en el derecho a
coacción, y en la práctica se refleja en la prohibición de las prerrogativas hereditarias. Se
puede considerar feliz a un hombre solo si es consciente de que el hecho de no ascender
al mismo nivel que los demás depende únicamente de él mismo.
3) La autonomía/independencia en cuanto ciudadano. Todos aquellos que son libres e
iguales bajo leyes públicas no son considerados iguales en lo que refiere al derecho de
dictar esas leyes. El ciudadano para ser autónomo tiene que participar en las formas de
hacer la ley, por lo tanto no todos son ciudadanos porque no tienen autonomía suficiente
para darse ley a sí mismos (mujeres, niños), y solo deben obedecerla en calidad de co
protegidos. Somos autónomos porque todos los ciudadanos decidimos sobre lo que nos
concierne a todos, siendo la ley entonces producto de una voluntad general y no
particular, y no pudiéndose entonces cometer una injusticia sobre nadie. A la ley
fundamental que solo puede emanar de la voluntad general del pueblo se la llama
contrato originario, y se debe pretender una mayoría para dar ley, no así una unanimidad.
La cualidad exigida para ello es que cada uno sea su propio señor, que tenga alguna
propiedad que le mantenga y que esté al servicio solo de la comunidad. El principio teórico
es que la ley tiene que ser producto de una voluntad que no sea injusta, mientras que en
la práctica esta voluntad es la de los varones adultos y propietarios.
Todo orden jurídico se basa en una idea de contrato originario, pero que es simplemente una idea
y no tanto un hecho, y es de esa idea que se desprende la legitimidad de la ley. El contrato no es
un hecho histórico, sino que es una idea de la razón que tiene una realidad práctica. El legislador
cuando hace la ley tiene que considerar a cada súbdito como si pudiera estar de acuerdo con esa
ley, ya que si una constitución favoreciera solo a ciertos sectores, generaría desacuerdos en el
resto del pueblo. El poder que en el Estado da efectividad a la ley no admite resistencia, y no hay
comunidad jurídicamente constituida sin tal poder, por lo que toda oposición contra el poder
legislativo es el delito supremo en una comunidad, porque destruye sus fundamentos. Incluso si el
Jefe de Estado procede de modo despótico sigue sin estar permitida al súbdito ninguna oposición
a título de contra violencia, porque el pueblo no tiene el derecho a emitir juicio sobre cómo debe
ser administrada la constitución. El soberano tiene que garantizar la libertad de pluma para admitir
que puede equivocarse y ser señalado cuando esto ocurra.
HEGEL: patriotismo
Los individuos reconocen que necesitan algo que garantice sus intereses particulares. Al buscar
cada uno su fin particular, van a actuar a favor de un fin general; para que el estado actúe cada
uno tiene que reconocer que, al actuar, está haciéndolo en pos de un fin que engloba a todos. El
interés particular no debe ser dejado de lado ni reprimido, sino que es puesto en concordancia con
los intereses universales. La eticidad representa la realización de la libertad individual en el
contexto de una comunidad política organizada, permitiendo el Estado la conexión entre los
intereses particulares y los generales. La disposición política, el patriotismo, es el resultado de las
instituciones existentes en el Estado. Es aquí donde la racionalidad está efectivamente presente,
obrando conforme a las instituciones estatales. El patriotismo como disposición para la política es
la confianza de cada individuo en que su interés particular está preservado y contenido dentro del
interés y el fin de otro, en este caso el Estado. Esta confianza entre el individuo y el Estado se da
mediante el reconocimiento del primero en que puede realizarse a sí mismo a través del segundo
(sólo puedo realizarme si hay una comunidad que me lo permite). Por tanto, el principio ético del
Estado va a ser el patriotismo en tanto disposición que en circunstancias normales lleva a
considerar a la cosa pública como fin y fundamento esencial.