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Al querer la libertad descubrimos que ella depende enteramente de la libertad de los demás (Jean-Paul
Sartre).
Aplicando esta reflexión al ámbito político, y dado que las democracias representativas
actuales suelen carecer generalmente de mecanismos de intervención política directa, las libertades
de asociación y de reunión/manifestación se constituyen en cauces esenciales de ejercicio
democrático de la ciudadanía. Sin embargo, y pese a su enorme interés para el progreso
democrático, la positivación de los derechos de asociación y reunión fue posterior al de las
libertades individuales. El motivo de su tardío reconocimiento constitucional se debe inicialmente a
que la ideología revolucionaria francesa mostró abiertamente su rechazo a los cuerpos sociales
intermedios, es decir, a toda acción colectiva que pudiera establecer impedimentos o injerencias en
la relación entre los individuos y el Estado. De hecho, en España, el primer texto constitucional
que reconoce las libertades de asociación y de reunión, resultado de la Revolución de 1868, es la
Constitución de 1869.
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El artículo 21 de la CE de 1978 garantiza el derecho de reunión:
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Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, reguladora del derecho de reunión.
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las que se produce el desplazamiento de personas en un lugar de tránsito público
(manifestaciones)- requiere escrito de comunicación previa, en el que se debe hacer constar: a)
Nombre, apellidos, domicilio y documento oficial de identificación del organizador u
organizadores; b) lugar y fecha, hora y duración prevista; c) objeto de la misma; d) itinerario
proyectado, cuando se prevea la circulación por las vías públicas; e) medidas de seguridad previstas
por los organizadores o que se soliciten de la autoridad gubernativa. La autoridad gubernativa -las
de la administración general del Estado y las de las comunidades autónomas con competencias
para la protección de personas y bienes y para el mantenimiento de la seguridad ciudadana- podrá
prohibir la reunión o manifestación si considerase que existen razones fundadas de que puedan
producirse alteraciones del orden público, con peligro para personas o bienes. Sin embargo, en
todo caso, la resolución ha de ser motivada.
Como hemos visto, por tanto, la CE y la Ley Orgánica reguladora del Derecho de Reunión
señalan que las reuniones no están sometidas al régimen de autorización previa. Sin embargo, la
celebración de reuniones en lugares de tránsito público (concentraciones o manifestaciones), sí
debe ser comunicada por escrito a la autoridad gubernativa correspondiente por los organizadores
o promotores de las mismas, con una antelación de diez días como mínimo y treinta como
máximo (solamente en caso de urgencia la comunicación podrá hacerse con 24 horas de antelación). Su
ejercicio requiere, en consecuencia, un requisito previo: el deber de comunicarlo con antelación a la
autoridad competente; deber de comunicación –nos dice el TC- que no constituye una solicitud de
autorización, ya que el ejercicio de este derecho fundamental se impone por su eficacia inmediata y
directa, sin que pueda conceptuarse como un derecho de configuración legal, sino tan sólo una
declaración de conocimiento a fin de que la autoridad administrativa pueda adoptar las medidas
pertinentes para posibilitar tanto el ejercicio en libertad de los derechos de los manifestantes, como
la protección de derechos y bienes de titularidad de terceros.
Y en este sentido, el Tribunal Constitucional insiste en que para que los poderes públicos
puedan incidir en el derecho de reunión constitucionalmente garantizado, ya sea restringiéndolo,
modificando las circunstancias de su ejercicio, o prohibiéndolo incluso, es preciso que existan
razones fundadas, lo que implica una exigencia de motivación de la resolución correspondiente en
la que se aporten las razones que han llevado a la autoridad gubernativa a concluir que el ejercicio
del derecho fundamental de reunión, tal y como se hubo proyectado por su promotor o sus
promotores, producirá una alteración del orden público proscrita en el art. 21.2 CE, o bien la
desproporcionada perturbación de otros bienes o derechos protegidos por nuestra Constitución».
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Pero para ello «no basta con que existan dudas sobre si el derecho de reunión pudiera producir
efectos negativos, debiendo presidir toda actuación limitativa del mismo el principio o criterio de
favorecimiento del derecho de reunión de manera que solamente razones convincentes e
imperativas pueden justificar las restricciones a esa libertad» (STC 170/2008, Fundamento Jurídico
3). En conclusión, las concentraciones o manifestaciones tan sólo pueden prohibirse, en aplicación
del límite previsto del artículo 21.2 CE, cuando existe una situación de desorden material en el
lugar de tránsito público, entendiendo por desorden material el que impide el normal desarrollo de
la convivencia ciudadana en aspectos que afectan a la integridad física o moral de personas o la
integridad de bienes públicos o privados (Massó Garrote).
Por otra parte, el artículo 5 de la Ley Orgánica 9/1983 dispone que la autoridad
gubernativa suspenderá y, en su caso, procederá a disolver las reuniones y manifestaciones, aunque
hubieren sido comunicadas previamente, en los siguientes supuestos:
a) Cuando se consideren ilícitas de conformidad con las leyes penales. El artículo 513 del
Código Penal tacha de ilícitas las reuniones que se celebren con el fin de cometer algún delito, y
aquéllas a las que concurran personas con armas, artefactos explosivos u objetos contundentes o
de cualquier otro modo peligroso.
b) Cuando se produzcan alteraciones del orden público, con peligro para personas o
bienes.
d) Cuando fueran organizadas por miembros de las Fuerzas Armadas o de la Guardia Civil
infringiendo las limitaciones impuestas en el artículo 13 de la Ley Orgánica 9/2011, de 27 de julio,
de derechos y deberes de los miembros de las Fuerzas Armadas2 o en el artículo 8 de la Ley
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Art.13.1. El militar podrá ejercer el derecho de reunión, de acuerdo con lo previsto en la Ley Orgánica 9/1983, de
15 de julio, reguladora del Derecho de Reunión, pero no podrá organizar ni participar activamente en reuniones o
manifestaciones de carácter político o sindical. Vistiendo el uniforme o haciendo uso de su condición militar no
podrá organizar, participar ni asistir en lugares de tránsito público a manifestaciones o a reuniones de carácter
político, sindical o reivindicativo.
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Orgánica 11/2007, de 22 de octubre3 , reguladora de los derechos y deberes de los miembros de la
Guardia Civil4.
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Art.8.3. En todo caso no podrán asistir a manifestaciones o reuniones vistiendo el uniforme reglamentario, ni
portando armas y deberán respetar las exigencias de neutralidad propias de la condición de Guardia Civil.
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Sobre la interpretación de este artículo resulta de interés la STS 512/2017, de 24 de marzo.
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indefensión de los ciudadanos” (Bilbao Ubillos). Esta Ley fue objeto de dos recursos de
inconstitucionalidad. El Tribunal Constitucional, a excepción de un inciso del artículo 36.23,
declaró su constitucionalidad.
En definitiva, las modificaciones más polémicas y criticadas de esta Ley son: el excesivo
incremento de las infracciones -44 frente a las 26 de la legislación previa-; la vaguedad en la
redacción de algunos preceptos; la falta de proporcionalidad del régimen sancionador; y, por
último, la imputación de la responsabilidad a los organizadores o promotores por los hechos que
pudieran producirse en el curso de una manifestación. Conviven en esta Ley, de una parte,
conceptos jurídicos indeterminados que afectan al principio de tipicidad y por otro, nuevas
infracciones que parecen dirigidas contra colectivos o entidades perfectamente identificados. En
este sentido, el diputado Sánchez Amor puso de manifiesto que en la Ley nos encontramos con
una cláusula top manta, una cláusula Greenpeace, una cláusula Femen, una cláusula okupa, una
cláusula desahucio, o una cláusula botellón (Bilbao Ubillos).
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La regulación actual del derecho de asociación en nuestro país parte del artículo 22 de la
CE. En él se determinan qué asociaciones son ilegales o están prohibidas, la exigencia de la
inscripción registral a los solos efectos de publicidad, y la garantía de que las asociaciones sólo
podrán ser disueltas mediante resolución judicial motivada, es decir, la configuración constitucional
del derecho de asociación establece sus garantías mínimas y delimita, en una aproximación inicial,
su contenido esencial. Junto a este régimen común, la Constitución menciona expresamente otras
asociaciones: partidos políticos, sindicatos, comunidades religiosas, asociaciones profesionales,
colegios profesionales, etc. No obstante, de la jurisprudencia constitucional se desprende que la
garantía común que contiene el artículo 22 es aplicable, como veremos, a todo tipo de
asociaciones, aunque puedan estar, en su caso, sometidas a un régimen especial. La Ley orgánica de
2002 reguladora del derecho de asociación confirma, a su vez, la doctrina constitucional,
afirmando que la Constitución define, de una forma genérica, en su art.22, los principios comunes
a todas las asociaciones, eliminado el sistema de control preventivo contenido en la Ley de 1964, y
posibilitando su ejercicio.
Por lo que ahora interesa es importante destacar la doctrina del TC acerca de la dimensión
relativa a la libertad de creación de asociaciones. El art.22.3 CE establece que la inscripción de las
asociaciones se realizará “a los solos efectos de publicidad”. La vigente Ley reguladora del derecho
de asociación determina, en consecuencia, que las asociaciones adquirirán personalidad jurídica
con el otorgamiento del acta fundacional, es decir, que la existencia de una asociación se basa en la
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voluntad de los promotores, constituyendo una entidad previa a cualquier intervención de los
poderes públicos. La actuación del Registro debe, por tanto, limitarse a una verificación formal y
reglada de las condiciones exigidas legamente, que deben ser, en todo caso, las estrictamente
necesarias para su identificación publicitaria: el acta fundacional que visualiza las condiciones en
que se ha producido el acuerdo de voluntades (Montilla Martos, J.A.).
La libertad de asociación puede ejercerse con fines diversos y, entre ellos, se encuentran
aquellos que se inspiran en y/o persiguen fines ideológicos concretos. Estos grupos ideológicos
han sido estudiados por la doctrina alemana, calificándolos como empresas de tendencia o asociaciones
ideológicas. Se trata de un tipo de organizaciones que no goza de un estatuto específico en nuestro
ordenamiento jurídico, pero sí de protección jurídica, precisamente en relación con el artículo 16
de la CE, en cuanto las empresas de tendencia no son más que organizaciones que se muestran
hacia el exterior como defensoras de una concreta opción ideológica (De Valtena).
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globalización capitalista y las guerras, etc.; estos movimientos han dado lugar a un incremento
progresivo del asociacionismo ideológico (Alberich Nistal).
Se ha de tener en cuenta también que en estos casos resulta esencial publicitar de manera
adecuada la identidad ideológica de la empresa, único modo de garantizar tanto los derechos de sus
trabajadores como de terceros que entren en relación con las mismas. La legislación española, sin
embargo, sólo garantiza expresamente la identificación ideológica de las asociaciones en relación
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con partidos políticos y sindicatos, entidades religiosas y colegios privados o concertados, aunque
también de forma implícita a las empresas informativas a través de la cláusula de conciencia.
b) Noción amplia: en este caso, el concepto englobaría a cualquier organización que sirva
directa o indirectamente a la difusión de un fin ideológico. Aquéllas cuyas actividades estén
inspiradas por ciertos ideales o guiados por la moral, ideas o conceptos protegidos por la
legislación nacional de cada país, sin importar la existencia o no de fin lucrativo (De Valtena).
La LOLR introdujo una categoría jurídica, que algunos han estimado como novedosa, no
sólo en nuestro país sino también en el ámbito del Derecho comparado (Cubillas Recio). Es cierto
que el debate parlamentario no resulta muy clarificador en este punto, pero sí podemos extraer
algunas conclusiones interesantes tras analizar algunas de las intervenciones de los distintos grupos
parlamentarios.
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Durante el debate en el Senado tomó la palabra el portavoz de UCD, el señor Pérez
Crespo, en una intervención que resulta ilustradora para una interpretación adecuada del
significado de las cláusulas de salvaguarda:
“En primer lugar, esta ley orgánica salvaguarda la propia identidad religiosa. No se puede
negar a las confesiones lo que se reconoce a los partidos políticos y sindicatos: el derecho a ser
ellos mismos, con su especificidad (...) no hay garantía completa, si no la hay en su identidad. Eso
es lo que reclaman las confesiones y eso es precisamente lo que garantiza el artículo 6º; derecho,
por otra parte, amparado en algunos ordenamientos europeos, como el alemán”.
Llegados a este punto, debemos resolver un nuevo interrogante: ¿qué tipo de protección
dispensa la cláusula de salvaguarda? Como afirma Calvo Gallego, la efectividad de estas cláusulas
parece destinada a proteger a las confesiones religiosas “frente a actos de sus trabajadores o
sindicatos que pudieran violar su imagen o identidad o que fuesen irrespetuosos con las creencias
del mismo”. Desde esta perspectiva las cláusulas de salvaguarda constituyen “la base jurídico-legal
que permite o legitima tratamientos formalmente discriminatorios tanto en el proceso de selección
como en la extinción del contrato de trabajo. El respeto al carácter propio de la entidad significa,
ante todo, la capacidad del grupo para modalizar el ejercicio de la libertad religiosa de sus
empleados, exigiendo su adecuación o al menos el respeto a las ideas básicas sustentadas por la
Confesión” (Calvo Gallego). Algunas de las intervenciones realizadas durante la elaboración de la
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LOLR muestran también esta tendencia: “De lo que no hay duda es que aquí se está regulando una
relación de colaboración o de empleo con unas instituciones de carácter peculiar y especialísimo
que nadie dudará, y nadie ha puesto en duda que, indudablemente, tienen unas creencias concretas,
en este caso religiosas y, por lo tanto, tienen unos fines muy concretos y una delicada misión que
cumplir” (Intervención del Sr. Vega y Escandon, por el Grupo Parlamentario Centrista)
Una vez clarificado el alcance de estas cláusulas tenemos que determinar a qué tipo de
entidades pueden aplicarse. Del tenor literal del precepto se desprende que las confesiones
religiosas pueden establecer cláusulas de salvaguarda para sí y, también, para las entidades creadas
por ellas para la realización de sus fines. Es decir, en principio, pueden establecer cláusulas de
salvaguarda para cualquiera de las entidades asociativas o fundacionales que creen en su seno, con
independencia de la finalidad que persigan, puesto que la norma no restringe el ámbito de
aplicación de modo alguno. La expresión “para la realización de sus fines” debe interpretarse
respetando la propia autonomía de las confesiones, siempre que se trate de fines, que, aun no
siendo exclusivamente religiosos, sí permitan englobar a estas entidades en el concepto amplio de
asociaciones ideológicas.
Se ha advertido, en este sentido, que aplicar las cláusulas de salvaguarda a todas las
entidades creadas por las confesiones “podría extender unilateral e ilimitadamente el ámbito de
dichas cláusulas de forma evidentemente abusiva”. El Tribunal Constitucional se ha pronunciado
sobre esta cuestión únicamente a propósito de un conflicto surgido en el seno de una entidad
hospitalaria dependiente de una Orden religiosa católica. Lo curioso de este pronunciamiento es
que el Alto Tribunal parece desconocer el reconocimiento expreso que la LOLR dispensa a las
confesiones y las entidades por ellas creadas de dotarse de una determinada opción ideológica,
puesto que, en ningún momento, hace referencia a la cláusula de salvaguarda. En consecuencia,
sostiene que “no puede extenderse de forma incondicionada al centro sanitario el ideario propio de
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la entidad titular, aun admitiendo tanto el carácter religioso de la entidad titular del hospital como
que dicho Centro se halla al servicio de una finalidad caritativa” (STC 106/1996, de 12 de junio)
El artículo 6.1 de la LOLR determina también las limitaciones al ejercicio del derecho a
establecer cláusulas de salvaguarda; éstas deberán, en todo caso, respetar los derechos y libertades
reconocidos por la CE, y, en especial los de libertad, igualdad y no discriminación. La redacción
original del Proyecto de Ley no precisaba restricción alguna, pero tras la presentación de varias
enmiendas con este objetivo se aprobó su inclusión texto definitivo de la Ley.
Otro tipo de empresas que pueden ser consideradas como ideológicas son los centros
docentes –que ya analizamos en un tema previo- y las empresas de información, que cumplen o
protegen un interés colectivo: la formación de la opinión pública –en el segundo- y el derecho
fundamental de los padres a escoger una educación moral o religiosa de acuerdo con sus
convicciones –en el primero-. Con ellos se salvaguarda no sólo la configuración pluralista de la
sociedad sino el entero sistema democrático que fluye de nuestra Constitución. En estos supuestos
lo predominante para determinar si se trata o no de empresas de tendencia es que la libertad de
empresa sea un mero instrumento al servicio de la libertad ideológica del empleador. Sólo los
centros docentes dotados de ideario y las empresas informativas ideológicamente caracterizadas
son algo más que la simple libertad de iniciativa económica reconocida en nuestra Constitución.
No se incluirían centros de enseñanza estrictamente profesional como autoescuelas, centros de
preparación de oposiciones, de idiomas, etc., así como empresas informativas dedicadas
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exclusivamente a materias de por sí ideológicamente neutras –mobiliario, belleza, plantas, jardines,
etc.-.
b) Cuando la empresa les traslade a otro medio del mismo grupo que por su género o
línea suponga una ruptura patente con la orientación profesional del informador.
El ejercicio de este derecho dará lugar a una indemnización, que puede ser la pactada
contractualmente o la establecida por la ley para el despido improcedente. Evidentemente, la
cláusula de conciencia sólo puede ejercitarse en el ámbito de las empresas de información de
carácter privado puesto que las de carácter público se rigen por el principio de neutralidad
ideológica.
Respecto a la segunda cuestión planteada, ésta se suscita en relación con la extinción causal
del contrato con indemnización por voluntad del profesional de la información; es decir, si el
profesional puede ejercitar este derecho en cualquier momento permitiendo una auto-tutela
inmediata, aunque después haya de acudirse a los órganos jurisdiccionales para reclamar la
indemnización, o si, por el contrario, es preciso mantener viva la relación laboral, permaneciendo
en el puesto de trabajo en el momento de formular la demanda y mientras se sustancia el proceso.
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El Tribunal Constitucional, en STC 225/2002, de 9 de diciembre, ha señalado que el
derecho a la cláusula de conciencia viene a «asegurar el modo de ejercicio de su fundamental
libertad de información», respecto de la cual aquél tiene un carácter instrumental: a) en cuanto
derecho subjetivo del profesional de la información, el derecho a la cláusula de conciencia protege
la libertad ideológica, el derecho de opinión y la ética profesional del periodista y, si esto es así,
excluir la posibilidad del cese anticipado en la prestación laboral, es decir, obligar al profesional,
supuesto el cambio sustancial en la línea ideológica del medio de comunicación, a permanecer en
éste hasta que se produzca la resolución judicial extintiva, implica ya aceptar la vulneración del
derecho fundamental, siquiera sea con carácter transitorio –durante el desarrollo del proceso–, lo
que resulta constitucionalmente inadmisible; b) por otra parte, y en cuanto la cláusula de
conciencia no es sólo un derecho subjetivo sino una garantía para la formación de una opinión
pública libre, ha de señalarse que la confianza que inspira un medio de comunicación es decir, su
virtualidad para conformar aquella opinión, dependerá, entre otros factores, del prestigio de los
profesionales que lo integran y que le proporcionan una mayor o menor credibilidad, de suerte que
la permanencia en el medio del profesional durante la sustanciación del proceso, puede provocar
una apariencia engañosa para las personas que reciben la información. De todo ello deriva que los
intereses constitucionalmente protegidos reclaman la viabilidad, aun no estando expresamente
prevista en el art. 2.1 de la Ley Orgánica 2/1997, de una decisión unilateral del profesional de la
información que extinga la relación jurídica con posibilidad de reclamación posterior de la
indemnización.
En todo caso se ha de tener presente que la Ley de 1997 reconoce además el derecho de
los profesionales de la información a negarse, motivadamente, a participar en la elaboración de
informaciones contrarias a los principios éticos de la comunicación
(http://fape.es/home/codigo-deontologico/), sin que ello pueda suponer sanción o perjuicio.
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