Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
del salvaje
Pasiones y política
en Spinoza
EDICIONES COLIHUE
12
14
15
16
17
1
Révah, I., S., Spinoza et Juan de Prado, Etudes Juives I, París, 1959, p. 29.
2
Lucas, J. M., “Vida de Spinoza”, en Domínguez, A. (comp.), Biografías de Spinoza,
Alianza, Madrid, 1995, pp. 146-156.
3
Yovel, Y., “Why Spinoza was excommunicated”, en Commentary, nov. 1977, pp. 46-52;
también Spinoza, el marrano de la razón, Anaya & Mario Muchnik, Barcelona, 1995.
4
Méchoulan, H., “Le Herem à Ámsterdam et l’excommunication’ de Spinoza”, en Cahiers
Spinoza, nro. 3, Réplique, París, 1979-1980, pp. 117-134.
18
19
20
21
22
biopolitique”, en Foucault, M., Dits et Ecrits 1954-1988, tomo III, Gallimard, París, 1994,
p. 818. Cfr. también el ensayo de Agamben, G., “Forma-di-vita”, en Mezzi senza fine. Note
sulla politica, Bollati Boringhieri, Torino, 1996, pp. 13-19). Damos aquí al término una
acepción más amplia –que se extiende al menos hasta Hobbes– que la foucaultiana,
entendiendo por “biopolítica” una manera de concebir la política que tiene por materia
no nociones concernientes a la libertad de los ciudadanos, sino a la necesidades de los
hombres en cuanto seres vivos. Seguramente es en la obra de Hannah Arendt donde
encontraremos la crítica más significativa a esta última forma de comprender la esfera
pública, que deviene así despolitizada, preponderantemente “social”.
7
Aristóteles, Ética Eudemia 1234b 22-23.
8
Ibid., 1239b 10-15.
9
Ibid., 1237b 30. Sobre la teoría aristotélica de la amistad en la Ética Eudemia, Cfr. De-
rrida, J., Politiques de l’amitiè, Galilée, París, 1994.
23
10
Kant, Zum ewigen Frieden, BA 40, Kant-Werke, IX, p. 224; trad. española, La paz perpetua,
Espasa, Calpe, Madrid, 1982, p. 126.
24
Bobbio, N., Thomas Hobbes, Fondo de Cultura Económica, México, 1991, pp. 36-37.
11
25
12
Spinoza, Tratado teológico-político, cap. XX, pp. 410-411; O, III, pp. 240-241.
26
13
Descartes, “Les passions de l’âme”, en Oeuvres et lettres, Gallimard, París, 1953, p. 718.
En sus Études de philosophie ancienne et de philosophie moderne (Alcan, París, 1912),
Victor Brochard ha puesto de relieve el cartesianismo de Spinoza en lo que concierne a
las pasiones –“…la théorie spinoziste des passions est d’esprit tout cartesian” (p. 330)–;
Spinoza, según esta perspectiva, no constituye pues una “reacción anticartesiana” sino
que más bien opera una radicalización del cartesianismo. Lo esencial, según Brochard,
permanece común: que las pasiones son pensamientos o ideas, que los apetitos son
voluntades.
14
Descartes, “Les passions…”, en op. cit., p. 695.
15
“El error que se ha cometido haciendo representar al alma personajes diferentes
que de ordinario son contrarios unos a otros, procede de no haber distinguido bien
sus funciones de las del cuerpo, al cual debe atribuirse exclusivamente todo lo que en
nosotros puede hallarse de repugnante a nuestra razón: de manera que toda la lucha
que hay aquí se reduce a que, pudiendo la glandulita que existe en medio del cerebro
ser impulsada de un lado por el alma y del otro por los espíritus animales (que no son
más que cuerpos, como ya hemos dicho), sucede muchas veces que estos dos impulsos
son contrarios, y el más fuerte anula el efecto del otro” (ibid., pp. 718-719).
27
16
Brykman, G., “Spinoza et la séparation entre les hommes”, en Revue de métaphysique
et de morale, nro. 2, 1973, pp. 174-188.
17
Spinoza, Tratado teológico-político, cap. III, p. 116; O, III, p. 44.
18
El pasaje antes transcripto tiene contexto en el análisis de la pretensión de los hebreos
de ser un pueblo elegido por Dios entre las demás naciones, con lo que –según una de
las tesis más fuertes del TTP– los hebreos de algún modo produjeron el antisemitismo,
atrayéndose el “odio universal” no sólo a causa de sus ritos externos opuestos a los de
las demás naciones, sino también “ causa del signo de la circuncisión, al cual siguen
religiosamente apegados”. Este argumento lo encontramos ya en la conmovedora
autobiografía que escribiera Uriel da Costa antes de darse muerte, presumiblemente
en 1940. Allí, anota el renegado Uriel contra la Sinagoga de su tiempo: “…el género
humano del cual sois los comunes enemigos, puesto que a todas las demás naciones las
estimáis en menos de nada, y entre las simples bestias las contáis, mientras desvergon-
zadamente os atribuís en exclusiva el acceso al cielo, otorgándoos a vosotros mismos
con mentiras, cuando es así que nada tenéis de lo que en verdad podáis gloriaros, a
no ser tal vez que gloria sea para vosotros el estar desterrados, de todos sometidos al
desprecio y al odio, a causa de vuestras ridículas y rebuscadas costumbres, mediante
las cuáles buscáis separaros de los demás hombres” (Uriel da Costa, Espejo de una vida
humana, edición bilingüe, Hiperión, Madrid, 1985, pp. 44-45).
28
19
Matheron, A., Individu et communauté chez Spinoza, Minuit, París, 1988, p. 155.
29
20
En Nietzsche, F., Il libro del filosofo, edición al cuidado de M. Beer y M. Ciampa, Savelli,
Roma, 1978, pp. 105-120; trad. española, “Lo impolítico nietzscheano”, en Cacciari, M.,
Desde Nietzsche. Tiempo, arte, política, Biblos, Buenos Aires, 1994, pp. 61-79.
21
Categorie dell’impolitico, Il Mulino, Bologna, 1999 (orig. 1988); “La prospettiva
dell’impolitico”, en Micromega, 4, 1989; y Communitas. Origine e destino della comunità,
Einaudi, Torino, 1998.
30
22
Una política de lo irrepresentable –de lo que no tiene identidad ni interviene en el
todo como una parte suya– ha sido recientemente, asimismo, objeto de reflexión de Gior-
gio Agamben: “que ciertas singularidades constituyan una comunidad sin reivindicar
una identidad, que ciertos hombres co-pertenezcan sin una condición de pertenencia
representable (incluso en la forma de simple presupuesto) es lo que el Estado no puede
en ningún modo tolerar… la novedad de la política que viene es que ella ya no será una
lucha por la conquista o el control del Estado, sino una lucha entre el Estado y el no-
Estado (la humanidad), disyunción irremediable entre las singularidades cualesquiera
y la organización estática”. (Cfr. Agamben, G., La comunità che viene, Einaudi, Torino,
1990; trad. española, La comunidad que viene, Pre-textos, Valencia, 1996).
31
23
Esposito, R., Categorie dell’impolitico, op. cit., p. 9.
32
24
En un artículo apasionante (“Un autre Spinoza”, en Archives de philosophie, 48, 1985,
pp. 37-57), R. Popkin ha investigado la relación de Spinoza con misioneros cuáqueros
ingleses en Ámsterdam, inmediatamente después de la excomunión (entre 1657 y 1666).
A partir de un conjunto de documentos de la época, Popkin afirma –coincidiendo con
el historiador holandés Van den Berg– que Spinoza habría traducido del holandés al
hebreo un libro sobre la Escritura de Margaret Fell –uno de los principales referentes
cuáqueros de Inglaterra–, en el que se buscaba la conversión de los judíos. Un cotejo
de dicha versión hebrea con el Tratado teológico-político, dice Popkin, muestra ciertos
elementos comunes que permitirían presumir que Spinoza habría sido permeable a
algunas ideas cuáqueras: “Spinoza adopta algunas de las opiniones de los cuáqueros:
la necesidad del conocimiento interior de Moisés, de Jesús y de los profetas; el acento
puesto sobre el Espíritu–Santo, en el comienzo del Tractatus, y el acento puesto sobre
la salvación a través de una suerte de conciencia espiritual” (p. 55). Como se sabe, esta
comunidad de cristianos protestantes –llamados despectivamente cuáqueros– se cons-
tituye a partir de las predicaciones de G. Fox a mediados del siglo XVII, y se dieron a
sí mismos el nombre de “Sociedad de los Amigos”. ¿La noción de amistad que Spinoza
hace intervenir en el libro IV de la Ética, podría incluirse –al menos tangencialmente–
en el repertorio de influencias cuáqueras según sostiene Popkin? ¿Formó el filósofo
parte de la “Sociedad de los Amigos” de manera plena?
Por lo demás, no parece del todo convincente la sugerencia de Popkin respecto a la
existencia de “otro Spinoza”, opuesto al Spinoza ultrarracionalista y calmo “canoniza-
do” por sus amigos y albaceas, quienes habrían expurgado sus papeles de documentos
–entre ellos la Apología con que el joven filósofo se defendió de la excomunión– que
comprometían esta imagen. En efecto, la sostenida relación de Spinoza con el místico
milenarista Serrarius no deja de ser extraña, como tampoco dejan de serlo algunos
pasajes de su epistolario con Oldenburg, ni el hecho de que el TTP no se haya burlado
de los movimientos mesiánicos y milenaristas de su tiempo. No obstante, la sugestiva
alusión de Popkin según la cual Spinoza habría sido un partidario secreto de Sabba-
taï Zevi –considerado por sus seguidores como el Mesías con el que se cumpliría el
milenium– resulta un poco forzada, así como también afirmar la pertenencia del autor
de la Ética a un “mundo loco” de “fanáticos religiosos”, que permitiría hablar de “dos
33
35
27
Ha sido G. Deleuze uno de los lectores más sensibles a la forma de la Ética y uno de
los más atentos a los matices que este aspecto presenta. Deleuze ha podido encontrar
en sus páginas un “libro-río” (constituido por las definiciones, axiomas, postulados,
demostraciones y corolarios), un “libro de fuego” (los escolios) y un “libro de aire” (la
parte V) (“Spinoza et les trois Ethiques”, en Critique et clinique, Minuit, París, 1993, pp.
172-187). En efecto, la Ética nos impresiona y nos conmueve por su efecto de conjunto,
por la delicada artesanía geométrica cuya productividad genética revela no tanto lo
que las cosas son, sino cómo se producen. El constructo spinozista, en todo caso, no
aprehende el mundo sólo conceptualmente, sino que más bien da cuenta de su acontecer
según una ley de inmanencia estricta.
28
Estrictamente considerada, en efecto, la Ética carece de autor –a pesar de que las
definiciones iniciales de las partes I, II, III y IV están formuladas en primera persona:
“Por Dios entiendo…”; “Por cuerpo entiendo…”; “Llamo causa adecuada…”; “Llamo
cosas singulares contingentes…”, etc.; es decir, Spinoza emplea la primera persona sin-
gular (intelligo, voco) y no, por ejemplo, la forma impersonal intelligitur. En función de
este aspecto, P. Macherey sostiene que, a diferencia de “la forma gramatical empleada
por Descartes en sus Meditaciones metafísicas, donde la primera persona de la fórmula
del cogito o del ego sum res cogitans tiene una significación que excede manifiestamente
la realidad singular del hombre que se llama Descartes”, Spinoza “habla en nombre
37
propio y no por otro y lo hace bajo su entera responsabilidad…” (Macherey, P., “Lire
aujourd’hui l’Ethique”, en Magazine littéraire, nro. 370, noviembre de 1998, pp. 36-37).
Sin embargo, más próxima al espíritu de Spinoza parece la indicación del prefacio a las
versiones latina y holandesa de las Opera posthuma de 1677, atribuido a J. Jelles: “Tanto
en la portada como en otros lugares el nombre de nuestro escritor sólo es impreso con
las iniciales por la sencilla razón de que, poco antes de morir, él mismo expresó su
deseo de que no se pusiera su nombre a la Ética, que se disponía a imprimir. Aunque
no dio explicación alguna, en nuestra opinión, el único motivo de tal decisión es que
no quiso que su doctrina fuera designada con su propio nombre…” (una traducción
del prólogo a la edición de 1677 en Biografías de Spinoza, comp. A. Domínguez, Alianza,
Madrid, 1995, p. 48).
29
El análisis de este escrito reviste su importancia para nuestro objeto, en la medida
en que aloja ya en el centro mismo de la problemática filosófica –y, por extensión,
política– la cuestión de la pasionalidad humana.
30
Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, p. 78; Opera, II, p. 7.
38
que ama, y las ofensas, las sospechas, las enemistades, etc., nacen
sólo del amor hacia las cosas de las que nadie puede ser dueño” (E,
V, 20, esc.). Por el contrario, continúa el texto, el tercer género de
conocimiento engendra “amor hacia una cosa inmutable y eterna”,
un amor por el que el ánimo se ve afectado “ampliamente” y que
Spinoza distingue del “amor ordinario”, pues no podría jamás
provocar celos ni trocarse en odio; en particular, la especificidad
de este amor radica en que no aspira a ser amado a su vez, en su
no reciprocidad: “Quien ama a Dios no puede esforzarse para que
Dios lo ame” (E, V, 19).
La filosofía (el método) será una práctica cartográfica, el tra-
zado de un diagrama que se constituye tentativamente registran-
do las posibles rutas y los accidentes de esa terra incognita que se
abre entre la communis vita (a primera vista una “cosa cierta”) y
el novum institutum (una cosa “todavía incierta”), como las cartas
de navegación para uso de marinos que se aventuran por mares
desconocidos. La “nueva meta”, la forma de vida que subordina a
sí misma el placer, las riquezas y el honor, lo que Spinoza llama el
“novum institutum”, no es una certeza sino más bien una promesa
cuya eventual realización resulta imposible sin transformar la vida
tal y como es dada: “Así que me preguntaba una y otra vez si acaso
no sería posible alcanzar esa nueva meta, o al menos su certeza,
aunque no cambiara mi forma y estilo habitual de vida (…ordo &
commune vitae meae institutum non mutaretur). Pero muchas veces lo
intenté en vano”31.
31
Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, p. 76; Opera, II, p. 7. Ciertamente, se
trata de un motivo clásico (abandonarlo todo para ganarlo todo), que no obstante será
parcialmente enmendado un poco más adelante, pues si aquí placer, riqueza y honores
son considerados vanos y fútiles en sí mismos, en el parágrafo 4 y en los parágrafos 11 y
17, estos grandes poderes de la vida común son considerados nocivos sólo cuando son
afirmados en cuanto fines y no buscados como medios. De cualquier modo, es posible
que este texto haya encontrado inspiración en un pasaje del Enquiridión de Epicteto
–libro del que Spinoza poseía en su biblioteca un ejemplar en versión latina–, en el que
se lee: “Puesto que aspiras a conseguir tan grandes bienes, ten en cuenta que no ha
de hacerse con ellos quien se haya movido tibiamente, sino que unas cosas es preciso
dejarlas del todo, y otras diferirlas de momento. Pero si deseas aquellos bienes y, al mis-
mo tiempo, aspiras al poder y a las riquezas, puede que fracases por haberte apegado
a otros fines, mientras que sólo lo primero puede asegurar la libertad y la felicidad”
(Enquiridión, edición bilingüe, Anthropos, Madrid, 1991, pp. 6–8). El estoicismo roma-
no, como podrá verificarse, es una fuente de singular relevancia para el pensamiento
de Spinoza, no obstante la célebre crítica a los estoicos –y a Descartes– por creer que
“los afectos dependen absolutamente de nuestra voluntad y que podemos dominarlos
completamente” (E, V, praef.). La tesis mayor de la Stoa según la cual las pasiones no
39
son naturales, es precisamente lo que busca ser rebatido en la Ética. Sin embargo –dice
F. Mignini refiriéndose al Tratado de la reforma…–, “se debe suponer que Spinoza com-
parte, en este momento, la opinión de los estoicos y de Descartes… según la cual el
hombre estaría en condiciones de dominar completamente sus propias pasiones” (Cfr.
Mignini, F., Introduzione a Spinoza, Laterza, Bari, 1994, pp. 18-19. La contribución de
F. Mignini ha sido decisiva para una comprensión más adecuada –tanto en el aspecto
cronológico y filológico en general, como también en el aspecto conceptual– de los
primeros escritos de Spinoza. Además del libro citado, su edición del Korte Verhandeling/
Breve trattato, Japadre ed., L’Aquila, 1986; también, “Per la datazione e l’interpretazione
del ‘Tractatus de intellectus emendatione’”, en La Cultura, 17, 1979 1/2, pp. 87-160).
32
Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, p. 76; Opera, II, p. 7.
33
Ibid., p. 77; ibid., p. 6.
40
34
Ibid., p. 78; ibid., p. 7.
35
Ibid., p. 77; ibid., p. 6.
36
Un importante pasaje de la República platónica presenta una marcada analogía con
este texto spinozista, en lo que concierne a la vida común y la experiencia como punto
de partida de la filosofía y a la necesidad de articular experiencia y meditación. Se trata
de la discusión de República, 580e-583a, donde Platón refiere al paralelismo de las par-
tes del alma con las clases de la pólis. El argumento es el siguiente: a las tres partes del
alma, dice Platón, corresponden tres clases de placeres y tres órdenes de deseos –que
implican a su vez tres “principios de acción” o tres formas de vida. Estas maneras de
existencia son: la que tiene por principio los placeres sensibles y la codicia de riquezas
en la medida en que dichos placeres se obtienen mediante dinero; la vida que aspira
a la dominación, la superioridad, la fama y los honores, esto es la vida fundada en la
ambición; y finalmente una forma de vida que se desentiende tanto de la codicia de
riquezas como de la ambición de honores y que sólo busca comprender, una forma
de vida “amiga de la ciencia y de la sabiduría”. El filósofo, el ambicioso, el avaro, no
son sino expresiones de la preponderancia que adopta una de las tres partes del alma
(intelectual, irascible, concupiscible) sobre las otras. Ahora bien, continúa Platón, si
le preguntásemos a cada uno de ellos cuál es la vida mejor, dirían que la propia. Por
41
consiguiente, el problema es si resulta posible saber “cuál de estos tres hombres habla
con mayor verdad”, es decir, cuál de los tres es el juicio más justo. La calidad de un juicio,
nos dice aquí Platón, deriva de la articulación de la experiencia con la inteligencia. El filósofo
es quien juzga adecuadamente en virtud de su “mayor experiencia”, pues en tanto que
el avaro ignora el placer procedente del reconocimiento así como el procedente de
la sabiduría, y el ambicioso desconoce este último, el filósofo conoce perfectamente,
por experiencia, el placer de la ganancia y el placer de los honores. Por tanto, “en razón
de su experiencia, el filósofo tiene mayor criterio para juzgar que los otros dos [pues,
había dicho antes Platón, desde la infancia el filósofo ha pasado por la necesidad de
conocer las otras clases de placeres]… además será el único que une la inteligencia a
esa experiencia” (582d).
37
Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, p. 77; Opera, II, pp. 6-7.
42
38
Ibid., p. 78; ibid., p. 7.
39
Ibid., p. 79; ibid., p. 8. En un libro contemporáneo de los primeros escritos de Spinoza,
R. P. I. F. Senault (De l’usage des passions, Chez Jean Elzevier, Leide, 1658) anticipa con
dicha expresión el programa spinozista, que será exactamente –según se desprende del
texto anterior– el de un “uso de las pasiones”; una crítica, por consiguiente, de toda ética
y de toda política que no las tome en cuenta, o que simplemente se oriente a su represión.
En el prefacio al texto, que comienza con una “Apologie pour les passions contre les Stoiques”,
escribe Senault: “Aunque las pasiones son desordenadas y el Pecado las haya reducido a
un estado en el que son más criminales que inocentes, sin embargo, la Razón con la ayuda
de la Gracia puede emplearlas útilmente, y sin halagarlas me atrevo a decir en favor suyo
que no hay en ellas nada tan despreciable que no pueda ser transformado en una gloriosa
virtud… puedo asegurar que toda la moral consiste en esto: que enseñando el uso de las
pasiones se enseña todo lo necesario para volver virtuoso al hombre”. Contra los moralistas
y los filósofos, dice Senault –siempre en el prefacio– que “a causa de una vana confianza,
ellos [los filósofos] imaginaron que podían someter el cuerpo al espíritu, y restablecer a
ese soberano en su antigua autoridad…”. La transformación, la torcedura, el buen empleo,
nunca su represión es lo que cabe respecto a las pasiones, consideradas por Senault como
“semillas de virtud”; de manera que “nuestra salvación sólo depende del uso de las pasiones
y la virtud sólo subsiste por el buen empleo de los movimientos de nuestra alma” (p. 559).
43
44
42
Spinoza, Tratado político, V, 4, p. 120; Opera, III, p. 296.
43
Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, p. 80; Opera, II, p. 8. En la Ética, esta
aspiración de convenientia se establecerá según la modalidad afectiva expresada en E,
IV, 46: “Quien vive bajo la guía de la razón se esfuerza cuanto puede en compensar, con
amor o generosidad, el odio, la ira, el desprecio, etc., que otro le tiene”.
44
Véase La violence et le sacré, Grasset, París, 1972. Según este mecanismo, la pérdida
de la distinción entre los hombres es tanto la fuente de lo social como el origen de la
violencia. La apropiación mimética de opiniones, ideas, tipos de acción, etc., genera
al mismo tiempo pugna, competencia, rivalidad entre quienes imitan y quienes son
imitados, generando las condiciones para la irrupción de la violencia. Spinoza describe
este proceso de desdiferenciación tanto a partir de la imitación –o “emulación” (E, III,
27-32)– como a partir de la imposición de opiniones, deseos y acciones, lo que ocasiona
inmediatamente la apertura de un ámbito de rivalidad.
45
45
Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, p. 81; Opera, II, p. 9. Los subrayados son
nuestros. Esta preceptiva de prudencia es asimismo formulada con insistencia, en las
Epistulae, por Séneca: “…no hagas algo –a la manera de esos que no desean aprovechar
sino ser vistos– que en tu comportamiento o en tu género de vida sea chocante… ya es
bastante odioso el mismo nombre de filosofía, aunque se practique con moderación:
¿pues qué será de nosotros si comenzamos a salirnos de las costumbres de la gente? Por
dentro todo sea desemejante; por fuera, acomodémonos a nuestro pueblo”, y también:
“Tratemos de llevar mejor vida que el vulgo, pero no la contraria… lo primero que
profesa la filosofía es el sentido común, la cortesía y la socialidad” (Séneca, Epistulae ad
Lucilium, V). La cautela referida al lenguaje tiene asimismo en Epicteto una referencia
precisa: “…haya de ordinario silencio, o háblese [sólo] lo necesario y con brevedad…
y, sobre todo, no hables de la gente reprendiendo o alabando o haciendo comparacio-
46
nes. Si eres capaz, procura con tus razones que también la de quienes estén contigo se
oriente hacia lo que conviene. Pero si te hallas aislado en medio de extraños, cállate”
(Enquiridión, op. cit., XXIII, pp. 72-74; Cfr. también Diatribas, III, 16, 1 y ss.).
47
46
Derrida, J., “Politiche dell’amicizia”, en revista aut-aut, nro. 242, 1991, p. 10.
47
Al comienzo de su “Teoría de la amistad”, escribe Aristóteles: “Todo el que haya
hecho largos viajes ha podido ver por todas partes cuán simpático y cuán amigo es
el hombre del hombre. Podría hasta decirse que la amistad (philía) es el lazo de los
Estados. La concordia (homonoia) de los ciudadanos no carece de semejanza con la
amistad…” (Ética a Nicómaco, 1155a 20). “La concordia así comprendida se convierte,
en cierta manera, en una amistad civil, como ya he dicho, porque comprende entonces
los intereses comunes y todas las necesidades de la vida social” (ibid., 1167b). Pero, por
otra parte, Aristóteles alude a otro tipo de amistad a la que llama “amistad verdadera”,
“amistades tan nobles que han de ser raras”, para cuya formación no es suficiente el
“deseo de ser amigo” sino que “necesita, además, tiempo y hábito”. La amistad verdadera
o profunda “sólo es completa cuando media el concurso del tiempo” (ibid., 1156b 25).
En otro pasaje del libro IX Aristóteles llega a contraponer esta amistad verdadera, que
es rara y entre pocos, a lo que llama “relaciones puramente sociales”. “Los que tienen
muchos amigos y se muestran íntimos con todos pasan por no ser amigos de nadie, si
no es en las relaciones puramente sociales; y cuando se habla de ellos, se dice que son
gentes que sólo aspiran a agradar civil y políticamente” (ibid., 1171a 15). En la Retórica
es posible advertir un cierto giro en el análisis de la philía por relación a las Éticas, en la
medida en que estas la consideran en cuanto “virtud”, mientras que aquella la incluye
entre las pasiones, a cuyo tratamiento está dedicado el Libro II (ver 1380b 35 y ss.).
49
48
Aristóteles, Ética Eudemia, 1234b 22-23.
49
Strauss, L., “How to study Spinoza’s Theologico-Political Treatise”, en Persecution and
the Art of Writing, The University of Chicago Press, Chicago & London, 1988. “Porque
su enseñanza –dice Strauss– esta dirigida, sobre todo, a los hombres venideros, el
intérprete debe siempre prestar atención a la diferencia de peso específico entre los
libros del Spinoza maduro y sus cartas. Las cartas no están dirigidas principalmente
a los hombres venideros, sino a contemporáneos particulares. Mientras las obras de
la madurez están destinadas sobre todo a los mejores lectores, la gran mayoría de sus
cartas están dirigidas a hombres más bien mediocres”.
50
Ibid. La tesis general de Strauss es que el poder y la comunidad social se hallan ine-
vitablemente en conflicto con la filosofía y persiguen a los filósofos condenándolos de
múltiples modos, desde el ostracismo hasta la muerte. A su vez, los filósofos se defienden
elaborando un código, un lenguaje particular, un “arte de escribir entre líneas” que
50
oculta a la mayoría y revela sólo a unos pocos el camino del conocimiento auténtico, que
es el objeto de la filosofía. El Tratado teológico-político estaría pues escrito de este modo,
en clave. Spinoza pone su pensamiento bajo el signo de la cautela. Caute designa “la
prudencia con la que se debe investir el filósofo en su relación con los no filósofos”. Toda
una reflexión del vínculo entre el filósofo y el no filósofo, entre el filósofo y la plebe,
dice Strauss, se halla a la base de la formulación filosófica de Spinoza. En el Tratado
teológico-político Spinoza se dirige a una clase muy precisa de filósofos potenciales, pero
sabiendo que el pueblo lo está escuchando. Se pronuncia, por tanto, en modo tal de
no hacer comprender al pueblo su pensamiento. Por este motivo, continúa Strauss, se
expresa contradictoriamente: quienes se escandalizan de sus afirmaciones heterodoxas
son inmediatamente tranquilizados por fórmulas más o menos ortodoxas. Por ejemplo:
en un solo capítulo Spinoza niega la posibilidad de los milagros propiamente dichos,
para hablar luego de milagros en todo el libro. Cada capítulo del Tratado teológico-
político tendría por objeto la refutación de un dogma ortodoxo preciso, refutación que
se ampara en una afirmación de todos los otros. De manera que sólo una minoría de
lectores alcanzará a extraer la conclusión de cada capítulo, despojándola de su cáscara
como si se tratara de una nuez, para luego sumarlas y formar un sentido de conjunto.
Sólo una minoría de lectores llega a comprender que si un autor se contradice respecto
a un determinado tema, su opinión es la que aparece con menor frecuencia, o quizás
sólo una vez, y que esta opinión puede ocultarse gracias a las afirmaciones contradic-
torias que aparecen con frecuencia, o directamente en todos los casos salvo en uno.
Así, una regla de lectura del Tratado teológico-político que Strauss propone es la siguiente:
en caso de contradicción, la afirmación más alejada de lo que Spinoza consideraba
la concepción popular del asunto en cuestión, deberá considerarse como la opinión
expresa del filósofo.
51
Deleuze, G., Spinoza y el problema de la expresión, Muchnik, Barcelona, 1975, pp. 339-346.
“Hay pues dos Éticas coexistentes, una constituida por la línea o el raudal contínuos de
las proposiciones, demostraciones y corolarios, la otra, constituida por la línea quebrada
o la cadena volcánica de los escolios. Una, con un rigor implacable…, progresa de una
proposición a la otra sin preocuparse de las consecuencias prácticas… La otra recoge las
indignaciones y las dichas del corazón, manifiesta la dicha práctica y la lucha práctica
contra la tristeza…” (p. 341). Una Ética de la razón y una Ética del corazón, donde el
procedimiento spinozista consistiría en desplazar sus tesis más explosivas y heterodoxas
a la segunda línea de los escolios (y, agregaríamos, de los prefacios y en particular el
gran apéndice de la parte I).
52
En las páginas finales del Tratado breve, redactado presumiblemente entre 1657 y 1661,
encontramos un texto en el que Spinoza explicita el destinatario de su filosofía, a la vez
que pone de relieve la exigencia de cuidado y cautela en lo que respecta a la circulación
de las ideas allí expuestas –exigencia que permanecerá indeleble tanto durante la vida
del filósofo, como también durante gran parte de la deriva posterior del spinozismo.
“Tan sólo me resta, para terminar todo esto, decir a los amigos para los que escribo este
51
tratado: no os admiréis de estas novedades, ya que bien sabéis que una cosa no deja de
ser verdad porque no sea aceptada por muchos. Y, como vosotros tampoco ignoráis la
condición del siglo en el que vivimos, os quiero rogar muy encarecidamente que pongáis
cuidado en no comunicar estas cosas a otros” (Tratado breve, p. 167; Opera, I, p. 112).
53
“… ni los más versados, por no aludir siquiera a la plebe, saben callar. Es este un
vicio común a los hombres: confiar a otros sus opiniones, aún cuando sería necesario el
secreto” (Tratado teológico-político p. 410; Opera, III, p. 240). Es justamente su capacidad
de secreto lo que permite al sabio vivir libremente bajo cualquier condición política: “In
quaqunque civitate homo sit, liber esse potes….” (ibid., p. 340; ibid., p. 263, Adnotatio XXXIII),
en cualquier ciudad en que el hombre viva, puede ser libre. El filósofo puede vivir bajo
cualquier forma de gobierno –lo que no significa que le es indiferente cualquiera de
ellas–, incluso bajo la tiranía, porque sabe callar, porque con su silencio preserva su
inconmensurabilidad. En realidad, la negación de la libertad de palabra, la prohibición
del lenguaje, es efectiva sólo en la medida en que los hombres no tienen capacidad de
secreto. La proscripción de la palabra, en suma, opera merced a su fracaso –puesto
que no logra que los hombres callen ni bajo la más estricta censura de las ideas–, debe
su eficacia a su imposibilidad. El sabio se disloca de esta circunstancia mediante una
obediencia irónica de su preceptiva: el silencio. Es este uno de los momentos más ele-
vadamente impolíticos de Spinoza.
Complementariamente a la referencia anterior, el capítulo XX del Tratado teológico-político
comienza rompiendo la pretensión de asimilar el gobierno sobre las lenguas con el go-
bierno sobre las almas: “Si fuera tan fácil mandar sobre las almas (animus) como sobre
las lenguas, todo el mundo reinaría con seguridad y ningún Estado (Imperium) sería
violento, puesto que todos vivirían según el parecer de los que mandan… Es imposible,
sin embargo… que la propia alma esté totalmente sometida a otro…” (ibid., p. 408; ibid.,
III, p. 239). El dominio sobre las lenguas es fácil porque hablan; su sometimiento sería
difícil –como lo es el sometimiento de las almas– si supieran anteponer al tirano, al
sacerdote, al delator, el silencio como línea de resistencia.
54
“…usted –le escribirá Spinoza– me ha mostrado que el fundamento sobre el que yo
me proponía edificar nuestra amistad no estaba puesto como yo pretendía” (carta 23).
52
55
En Politiques de l’amitié (Galilée, París, 1994), J. Derrida pone de relieve esta relación
entre amistad y ausencia comentando la paradójica frase que, en el ensayo “De l’amitié”,
Montaigne, siguiendo a D. Laercio, adjudica a Aristóteles: “O mes amis, il n’y a nul amy!”
(“Essais”, en Oeuvres complètes, Gallimard, París, 1962, p. 189). Se trata, dice Derrida,
de una “queja”. “¿Pero a quién entregar la queja contra otro, desde el momento en que
se dirige a los amigos para decirles que no hay amigos, desde el momento en que ellos
no están presentes, en que no están allí, presentes, vivientes, para recibir la queja o para
juzgarla?” (p. 14). Se impone aquí, asimismo, la invocación del pasaje ciceroniano –que
Derrida transcribe también– según el cual “los ausentes se vuelven presentes (absentes
adsunt), los pobres ricos, los débiles fuertes y, lo que resulta más difícil de decir, los muer-
tos viven (mortui vivunt)” (Laelius de amicitia, VII, 23). Pero tal vez el texto más notable lo
encontraremos en ese documento mayor en el que es posible pensar el significado de un
epistolario –es decir la relación de ausencia y amistad–, a saber las cartas que Séneca le
escribe a Lucilio. Al final de la Epistula LV, leemos: “Se puede conversar con los amigos
ausentes, y por cierto tantas veces como quieras y por tanto tiempo como quieras. De este
placer, que es el mayor de todos, gozamos más cuando estamos ausentes. La presencia
nos hace delicados, y porque de vez en cuando hablamos, nos paseamos o nos sentamos
53
juntos, cuando nos separamos ya no pensamos en aquellos a los que hace poco habíamos
visto. Por esto debemos soportar con ecuanimidad la ausencia, pues nadie hay que no esté
muchas veces ausente aun de los presentes… El amigo se ha de poseer con el ánimo y este
nunca está ausente. Ve cada día a quien quiere. Así que estudia conmigo, cena conmigo,
pasea conmigo. Bien estrechos viviríamos si hubiese algo cerrado al pensamiento. Te
veo, mi querido Lucilio, todavía más, te oigo. Hasta tal punto estoy contigo que dudo si
empezaré a escribirte notas cortas en lugar de cartas largas”.
56
“La virtud del hombre libre se muestra tan grande cuando evita los peligros como
cuando los vence” (E, IV, 69); “En un hombre libre, pues, la huida a tiempo revela igual
firmeza que la lucha; o sea, que el hombre libre elige la huida con la misma presencia
o firmeza de ánimo que el combate” (ibid., corol.), etc.
57
Por lo demás, Oldenburg parece haber advertido inmediatamente, aunque no las
comprenda bien, la heterodoxia de las ideas de Spinoza, pues ya en su segunda carta le
escribe: “Por la amistad que hemos iniciado le conjuro a que actúe con toda libertad y
54
55
56
57
58
60
62
En el Libro VIII de la Ética Nicomáquea (1157 y ss.), Aristóteles realiza una clasificación
de la amistad en tres clases: la amistad perfecta, la amistad que tiene por causa el placer
y la amistad motivada por la utilidad (Cfr. también Ética Eudemia 1236a 30 y ss.). Sólo a
la primera, que tiene la virtud como fundamento, corresponde el término “amistad” en
sentido pleno y no puede ser practicada sino por los “buenos”. Las amistades utilitarias o
por placer, únicamente “por semejanza” son llamadas con el nombre de amistad. Ahora
bien, la amistad perfecta incluye tanto al placer como a la utilidad, sólo que ni el placer
ni la utilidad son su fundamento, sino más bien sus consecuencias: “los buenos también
son útiles el uno para el otro”. En el Laelius –que combina elementos de origen estoico y
de origen peripatético (el Sobre la amistad de Teofrasto ha sido, seguramente, una de sus
fuentes)– Cicerón polemiza de manera constante contra el epicureísmo, distorsionando
en algún sentido la concepción epicúrea de la amistad, a la que adjudica un signifi-
cado claramente utilitario llamándola mercatura utilitatum. Para Cicerón, como para
Aristóteles, el fundamento de la amistad propiamente dicha es la virtud, y la utilidad,
en todo caso, una consecuencia suya: “Non igitur utilitatem amicitia, sed utilitas amicitiam
secuta est” (Laelius, XIV, 51). Spinoza, como veremos, se descentra de esta discusión, en
la medida en que su concepto de utilidad no se reduce al interés propio ni al egoísmo.
Si las amistades utilitarias, según la exposición ciceroniana, proceden de la debilidad, la
indigencia y la impotencia, en Spinoza la amistad a la que el hombre tiende en función
de su propia utilidad es expresión de su potencia y de su generosidad.
61
63
“Por ‘generosidad’ entiendo el deseo por el que cada uno se esfuerza, en virtud del
solo dictamen de la razón, a ayudar a los demás hombres y unirse a ellos mediante la
amistad” (E, III, 59, esc.). Sobre el concepto de “generosidad”, Cfr. el ensayo de Arturo
Deregibus, “La generosità nelle dottrine di Descartes e di Spinoza”, en Spinoza nel 350
anniversario della nascita, Bibliopolis, Nápoles, 1985, pp. 221-235.
64
Bodei, Remo, Geometria delle passioni, Feltrinelli, Milán, 1991, p. 325. Por lo demás,
respecto al concepto spinozista de utilitas Bodei observa que debe ser desmarcado del
“individualismo posesivo” del que habla Macpherson y debe remitirse más bien al con-
cepto estoico de oikeiosis, entendido como “co-pertenencia de todos los seres animados
a la misma gran comunidad de los vivientes”, en el interior de la cual todas las criaturas
tienden a seguir “lo que es útil para la conservación de su naturaleza” (ibid., p. 342).
62
65
Bodei, Remo, op. cit., pp. 40-41.
66
“Hiéron ou le Traité sur la Tyrannie”, en Strauss, Leo, De la tyrannie, Gallimard, París,
1983, pp. 9-38. Se trata de la única pieza de la antigüedad dedicada a la tiranía. En ella,
el tirano Hierón y el poeta Simónides abordan la naturaleza de la tiranía, por lo que la
estructura general del diálogo tiene por referentes al Príncipe y al Sabio. En el comienzo
de la conversación, Hierón busca disipar la creencia común en la presunta situación
de privilegio que ostentaría el tirano respecto de los particulares. “Tener temor de la
multitud y temor de la soledad, temor de la ausencia de escolta, pero temor también de
la misma escolta; no querer estar rodeado de gente desarmada, y tener miedo cuando se
la ve armada, ¿no es esta una condición penosa?” (p. 24). El tirano habita la desconfianza
y la hostilidad potencial de todos quienes lo rodean; tiene para sí vedada la amistad:
“¿Cómo podrías creer –confía Hierón al poeta– que haces el bien a tus amigos cuando
sabes que quien recibe algo de ti tendría el mayor placer en alejarse lo antes posible de
tu vista?, pues lo que ha recibido de un tirano jamás lo considera como propiedad suya
antes de hallarse fuera del dominio de ese tirano” (p. 26).
67
Tanto la amistad como la filosofía y la afición a la gimnasia, dice Platón en Banquete
182b y 182c, corroen a las tiranías. Las grandes amistades, las amistades sólidas (bébaios),
son inconvenientes para los poderosos. Allí alude Platón a la historia de dos amantes,
Aristogitón y Armodio, quienes en las fiestas de las Panateneas en el 514 a. c. conspi-
raron para matar a los tiranos Hiparco e Hipias, hijos de Pisístrato. Aunque después
de matar a los amigos Hipias se mantuvo en el poder durante cuatro años más, según
la tradicióm popular su poder tiránico fue destruido por la amistad de sus víctimas,
quienes, a partir de entonces, fueron considerados como los libertadores de la tiranía
y los fundadores del régimen democrático. De todas maneras, “la ambición de los go-
bernantes”, dice Platón, se apoya en la “cobardía de los gobernados” para desfavorecer
las grandes amistades, que por naturaleza le serán adversas.
68
“…en la tiranía –dice Aristóteles– no hay, o, por lo menos, apenas se encuentra la
amistad; porque donde no hay algo común entre el jefe y los subordinados no hay
afección posible, ni tampoco justicia”. Es por esto que “En las tiranías, los sentimientos
de amistad y justicia tienen escasa expansión. Por el contrario, en la democracia se
desarrollan todo lo posible…” (Ética a Nicómaco, 1161b 10).
69
“¿Quién querría, por los dioses y por los hombres, sin amar a nadie ni ser amado
por nadie, nadar en medio de riquezas y vivir en la abundancia? Esta es la vida de los
tiranos, vida en la que naturalmente no hay ninguna lealtad (fides), ningún afecto
63
64
65
71
Machiavelli, N., Opera, Riccardo Ricciardi, Milán-Nápoles, 1954, p. 76. Una observación
semejante podemos encontrar en el Libro Cuarto de Il cortigiano (1528) del conde Bal-
desar Castiglione; la “ignorancia” y la “presunción” –leemos allí– son los mayores males
que afectan a los príncipes, y remiten a la mentira como su raíz común. El autoengaño es
estimulado por los enemigos, y en cuanto a los amigos, son muy pocos los que se dirigen
al príncipe libremente para marcarle sus errores y deshonestidades. Más comunes son
quienes sólo le dicen cosas que le agraden y le den placer a su ánimo, obrando y hablando
siempre para complacencia suya, de manera que “d’amici divengono adulatori”. Los príncipes,
por consiguiente, “de ninguna otra cosa tienen más carencia que de lo que sería necesario
más que ninguna otra cosa tener en abundancia, esto es, que se les diga la verdad y se les
recuerde el bien”. La “ignorancia de sí”, favorecida por aduladores y enemigos, es el mayor
y más común de los errores en el que incurren los príncipes, quienes de este modo se
creen con capacidad de abandonar toda deliberación y “divengon superbi” (Cfr. Castiglione,
B., Il cortigiano, anotado por V. Cian, Sansoni, Florencia, 1894, Libro IV, par. 6, p. 355).
67
72
Ciceron, Laelius de amicitia, V, 18.
73
En la filosofía política contemporánea, siguiendo una sugestiva lectura de Aristóte-
les, la obra de Hannah Arendt ha buscado aprehender el espacio político griego como
constituido por el habla libre y por la libertad de obrar, que a su vez presuponen la
igualdad como condición. La política, concebida como ejercicio y construcción de la
libertad –para Arendt la política tout court–, propia del mundo clásico, habría desapa-
recido con él, o bien se habría reducido a esas dimensiones de la vita activa que forman
parte del reino de la necesidad, que permanecían fuera del bios politikós y donde, por
tanto, la relación entre los hombres no es política sino despótica. Para Arendt, “el sen-
tido de la política es la libertad”; cuando no es así no hay política. A partir de Hobbes
la filosofía política moderna, siempre según Arendt, concibe la vida de los hombres
en común socialmente, pero de ella ha desaparecido la política propiamente dicha. No
obstante, y si consideramos en particular el Tratado teológico-político, donde Spinoza
escribe que “Finis ergo Reipublicae revera libertas est” (Opera, III, p. 241), y donde postula
–ya en el subtítilo mismo de la obra– que la libertad de filosofar es esencial para la paz
de la república, tal vez debamos desmarcar a la filosofía del pensador de Ámsterdam
de la despolitización moderna; Spinoza, más bien, estaría en sintonía con el pricipio
arendtiano según el cual “el sentido de la política es la libertad”. (Si bien este es uno
de los motivos dominantes de Hannah Arendt, por lo que lo encontramos diseminado
en la mayoría de sus escritos, resultan centrales en este sentido La condición humana,
Paidós, Barcelona, 1993, y los textos póstumos reunidos bajo el título ¿Qué es la polí-
tica?, Paidós, Barcelona, 1997. Sobre Arendt y Spinoza, el trabajo de Myriam Revault
d’Allonnes, “Hannah Arendt et Spinoza: la politique sans la domination”, en Spinoza
au XX siècle, PUF, París, 1990, pp. 375-390).
68
74
Jenofonte, “Hiéron ou Le Traité sur la Tyrannie”, en Strauss, Leo, De la Tyrannie,
Gallimard, París, 1954, pp. 11-12.
75
Ibid., p. 12.
76
Ibid., p. 23.
77
Ibid., pp. 19 y ss.; pp. 25-26.
78
”¿Qué sociedad, en efecto, es agradable sin confianza mutua?… Y bien, las relaciones
de confianza con la gente es algo de lo que el tirano no forma parte. El vive, en efecto,
sin tener confianza…”, ibid., p. 21.
79
Cicerón, Laelius de amicitia, XXIV, 89.
80
Ibid., XXV, 91.
69
81
Ibid., XXV, 92.
82
Ibid., XV, 54.
83
Ibid., XXVI, 98.
84
Ibid., XXVI, 99.
85
La Boétie, É. de, Le discours de la servitude volontaire, Payot, París, 1976, p. 104.
70
86
Ibid., p. 107.
87
Ibid., p. 113.
88
Ibid., p. 115.
89
Citado por L. Delaruelle en “L’inspiration antique dans Le Discours de la Servitude
Volontaire”, en Revue d’histoire littéraire de la France, año 17, 1910, p. 42. El texto de Eras-
mo –escrito para explicar el adagio Multae regum aures atque oculi– es el siguiente: “…los
reyes tienen en todas partes, y en un gran número, gente para observar y escuchar, de la
71
que se sirven como si fueran ojos y orejas… Qué monstruo, y qué temible, es un tirano
que tiene tantos ojos ocupados en espiar, tantas orejas tan largas como las orejas de un
asno, tantas manos, tantos pies, tantos vientres, sin nombrar las partes del cuerpo que
hieren la decencia”. Por lo demás, según Delaruelle, la idea central del Discours –que
los pueblos son, ellos mismos, los autores de su servidumbre– se inspira en Lucano y en
Séneca, quien, en De constantia sapientis, 4, 1, alude a los “poderosos que no son fuertes
más que gracias al acuerdo de sus siervos” (“L’inspiration antique…”, op. cit., p. 38). Cfr.
también las Cartas a Lucilio (Ep. XXII): “Así es, Lucilio; pocos son aquellos a los que la
servidumbre sujeta y muchos los que se sujetan a la servidumbre”.
90
Cfr. el ensayo introductorio de André Tournon a la edición facsimilar de la versión
francesa de las Vindiciae (Droz, Ginebra, 1979): “…las imágenes y comparaciones, por
su energía propia, tienden incluso a superar la tesis que deben ilustrar. Así, se reconoce
un reflejo del Discours de la servitude volontaire en la evocación del rey abandonado por
sus súbditos cuya potencia se derrumba instantáneamente (…los subjuntivos y los im-
perativos –”Que el pueblo se aleje…”, “Sólo derrumbad la base de ese gigante…”– son
hipotéticos; pero el giro, tanto en latín como en francés, da lugar al equívoco)” (p. XXV).
91
Junius Brutus, É., Vindiciae contra Tyrannos, op. cit., pp. 107-108. En efecto, la cons-
trucción es sumamente ambigua por el contrapunto evidente entre “…para el bien
del Estado (pour le bien de l’Estat)” y la forma subjuntiva “Que el pueblo se aleje del Rey
(Que le peuple se eslongue du Roy)”, que funciona aquí casi como una expresión de deseos.
72
92
La Boétie, É. de, Le discours de la servitude volontaire. op. cit., pp. 116-117. L. Delaruelle
(op. cit., p. 42) recuerda que ya Plutarco había comparado a los príncipes poco dóciles
a la razón con colosos frágiles, al comienzo de un tratado que lleva por título Que se
requiere que un príncipe sea sabio: “…no hay diferencia, pues la pesadez de esas estatuas
enormes –escribía Plutarco– de ningún modo las mantiene derechas y sin oscilar hacia
un lado y hacia el otro; puesto que esos príncipes ignorantes no están suficientemente
enhiestos en su interior, muchas veces son desestabilizados, y otras veces completamen-
te derribados: porque han edificado su potencia sobre una base que no ha sido bien
establecida ni puesta a nivel, se desequilibran y se derrumban con ella”. Asimismo,
antes que en el Discours y que en las Vindiciae, la metáfora reaparecerá, modificada, en
Il cortigiano, IV, 7, de Baldesar Castiglione: “[los príncipes] son, según mi parecer, como
los colosos que el año pasado fueron hechos en Roma para el día de la fiesta de piazza
d’Agone, que por fuera mostraban similitud con grandes hombres y caballos triunfantes,
y por dentro estaban llenos de estopa. Pero los príncipes de esta clase son aún peores,
puesto que los colosos se sostienen de pie por su mismo peso mientras que ellos, mal
contrapesados por dentro y puestos sin medida sobre una base desigual, se derrumban
por su propio peso, y de un error incurren en otros infinitos…” (op. cit., p. 357).
93
Junius Brutus, É., Vindiciae contra Tyrannos, op. cit., p. 108.
94
La Boétie, É. de, Le discours de la servitude volontaire, op. cit., p. 160.
73
95
La idea de que los cortesanos son las mayores víctimas del tirano, tiene en la litera-
tura clásica una muy elocuente expresión: tanto Juvenal, como los relatos de Suetonio
y Tácito nos muestran la extraña complementariedad entre la crueldad refinada de los
emperadores y el servilismo de su entorno; también Séneca en el tratado De la cólera
menciona los sanguinarios procedimientos con que muchos tiranos han sometido a sus
cortesanos, Cfr. Delaruelle, L., “L’inspiration antique dans Le Discours de la Servitude
Volontaire”, op. cit., pp. 59-60.
74
96
La Boétie, É. de, Le discours de la servitude volontaire, op. cit., pp. 154-155.
97
Ibid., p. 156.
98
Ibid.
99
Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, p. 78; O, I, p. 7.
75
100
“Por esta misma razón –escribe La Mettrie en el Anti-Séneca (1748)– olvidémonos de
nuestras penas y profundicemos sólo nuestros placeres, no entremos en ningún detalle
siniestro; no digamos… a los súbditos que es su propia obediencia la causa de sus mar-
tirios y del despotismo de los tiranos” (“Anti-Sénèque”, en De la volupté, Desjonquères,
París, 1996, p. 109).
101
La Mothe Le Vayer, F., “De la liberté et de la servitude”, en Oeuvres, tomo I, Slatkine,
Ginebra, 1970, p. 198.
102
Ibid., p. 196.
103
Ibid., p. 192.
76
77
En Stratégie du conatus. Afirmation et résistence chez Spinoza (Vrin, París, 1996), Laurent Bove
111
78
79
80
81
orienta a una organización de la praxis “para cuya obtención no sea necesario contar con
la educación científica de los sujetos”, sino que “sólo puede consistir en el emplazamiento
de un sistema institucional que los determinará necesariamente, que tenga en cuenta
lo que en realidad son sus pasiones”. Por consiguiente, concluye Matheron, “cualquiera
sea el régimen, los sistemas institucionales coherentes… sustituirán a la virtud” (p. 59).
En la misma dirección se orienta la contribución de Marilena Chauí al Coloquio Internacional
Spinoza (Dolmen, Santiago de Chile, s/f) sobre “La plebe y el vulgo en el Tractatus Politi-
cus” (pp. 69-95). Analizando el texto de TP, VII, 27, la estudiosa brasileña marca la radical
innovación del fragmento spinozista no sólo por relación a la tradición clásica inspirada en
Tito Livio, sino también con respecto a un conjunto de escritos que promueven el derecho
de resistencia, tales como el Acta de destitución de 1581 (por el cual los Estados Generales de
los Países Bajos recusan obediencia y fidelidad al rey de España, calificado allí de tirano),
un texto anónimo contemporáneo de similar tenor conocido como Documento de Antuerpia,
la llamada Deducción de Vrancken (1587) o las Vindiciae contra Tyrannos (1579). En todos estos
casos, el “pueblo” invocado como sujeto político que ha de derribar al tirano, está constituido
por la nobleza y los miembros de las corporaciones. Es el pueblo así concebido quien está
legítimemente llamado a volverse contra el tirano, puesto que reúne las condiciones para
gobernarse a sí mismo. En estos textos, señala Chauí, la característica es “la concepción
romana de populus como conjunto de los optimates y honestiores contrapuesto al conjunto de
los humiliores, esto es, la plebs” (p. 75). Por relación a este contexto y a esta historia de textos
políticos –inscriptos en la ideología del Buen Gobierno– que tuvieron su importancia en la
“Siete Provincias del Norte”, el Tratado político muestra toda su singularidad y su anomalía,
invocando la necesidad de un gobierno institucional contra la inestabilidad de la virtud.
Por lo demás, tanto en el TTP (cap. XVII y XVIII) como en el TP (cap. V, 7 y cap. VIII, 9)
Spinoza considera ineficaz el tiranicidio, aunque según un argumento que da la impresión
de ser condicional: si subsisten las causas que engendraron al tirano, parece decir Spinoza,
es inútil eliminar al tirano, pues sólo se logrará “cambiar muchas veces de tirano, mas nun-
ca suprimirlo…” (TTP, cap. XVIII, p. 389; O, III, p. 227), o bien: “Maquiavelo… buscaba
probar cuán imprudentemente intentan muchos quitar de en medio a un tirano, cuando
no se suprimen las causas por las que un príncipe es tirano…” (TP, V, 7).
Por otra parte, Spinoza parece hacer una referencia ya sea al Acta de destitución ya sea al
Documento de Antuerpia, cuando en el capítulo XVIII del TTP escribe: “Pues los prepo-
tentes Estados de Holanda, como ellos mismos lo ponen de manifiesto en el informe
publicado en tiempos del conde de Leicester, siempre se han reservado la autoridad
de amonestar a dichos condes sobre sus deberes, así como el poder para defender esa
autoridad suya y la libertad de los ciudadanos, para vengarse de ellos, si degeneran en
tiranos y para controlarlos de tal suerte que no pudiesen hacer nada sin la aprobación y
el beneplácito de dichos Estados” (Tratado teológico-político, cap. XVIII, p. 390; O, III, pp.
227-228). Resulta plausible que Spinoza haya podido conocer y discutir estos textos en el
taller de Van den Enden, quien “en 1650 –dice Wim Klever– publicó bajo su propio nom-
bre un folleto con el título de Korte Verthooninghe, que de hecho es la disertación –cuya
fecha originaria es de 1585– en la que los Estados de Holanda defendían sus derechos
democráticos contra el tirano de España, rey Felipe II” (“A New Source of Spinozism:
Franciscus van den Enden”, en Journal of the Histoty of Philosophy, 1991, nro. 4, p. 618).
82
114
Tal vez sea este uno de los aspectos en los que Spinoza toma la mayor distancia de
Maquiavelo. Crítico radical de la Razón de Estado, Spinoza deslegitima el engaño, el se-
creto y el motivo barroco de la “apariencia” como técnicas políticas sugeridas en Il principe
(Cfr. Remo Bodei, Geometria delle passioni, Feltrinelli, Milán, 1992, cap. VII; trad. española,
Geometría de las pasiones, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pp. 127-130. Sobre la
práctica de la simulación y la disimulación como formas creativas y “honestas” de resisten-
cia a la opresión en la cultura barroca del siglo XVII [en particular Justo Lipsio, Torquato
Accetto, Cureau de la Chambre, J. F. Senault y Baltasar Gracián], ibid., pp. 139-149, y del
mismo autor, “El lince y la jibia: observación y cifra de los saberes barrocos”, en AA. VV.,
Barroco y neobarroco, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 1993, pp. 59-68).
115
En la Ética, sin embargo, la duda y la deliberación son consideradas como movimientos
inconstantes propios de la imaginación y vinculados a la fluctuatio animi (por ejemplo, E,
III, 17, dem. y esc.). En este sentido, Víctor Delbos señalaba que en Spinoza “la duda y la
deliberación son estados inferiores, estados de impotencia, que dominan y suprimen en
nosotros el pensamiento claro y la acción decisiva” (Le problème moral dans la philosophie
de Spinoza et dans l’histoire du spinozisme, Presse de l’Université de Paris Sorbonne, 1990,
p. 544). De cualquier modo, y no obstante esta observación, el elemento deliberativo
es imprescindible para la constitución del sujeto práctico spinozista (Cfr. Laurent Bove,
La strategie du conatus, op. cit., pp. 139 y ss.).
83
84
116
Poco antes había escrito Spinoza: “…si nadie puede renunciar a su libertad de opinar
y pensar lo que quiera, sino que cada uno es, por supremo derecho de la naturaleza,
dueño de sus propios pensamientos, se sigue que nunca se puede intentar en un Estado,
sin condenarse a un rotundo fracaso, que los hombres sólo hablen por prescripción
de las supremas potestades, aunque tengan opiniones distintas y aun contrarias. Pues
ni los más versados, por no aludir si quiera a la plebe, saben callar. Es este un vicio
común a todos los hombres: confiar a otros sus opiniones, aun cuando sería necesario
el secreto” (Tratado teológico-político, cap. XX, p. 410; O, III, p. 240).
117
Ibid., pp. 414-415; ibid., p. 243.
118
Ibid., p. 415; ibid., pp. 243-244.
119
Ibid., p. 244. Nuevamente es posible aquí advertir la sintonía de Spinoza con el Discours
laboeciano: “Siempre hay algunos, mejores y más inspirados que los demás, que sienten
el peso del yugo y no pueden evitar sacudírselo, que jamás se someten a la sujeción y
que nunca dejan de tener en cuenta sus derechos naturales ni de recordar a sus prede-
cesores y a su estado original. Son estos quienes, al tener el entendimiento despejado
y el espíritu clarividente, no se contentan, como el populacho, con ver lo que tienen
ante sus pies sin mirar ni hacia adelante ni hacia atrás; por el contrario, rememoran
las cosas pasadas para medir las presentes y juzgar las por venir. Son quienes tienen el
espíritu recto, pulido por el estudio y por el saber. Son quienes cuando la libertad haya
sido perdida y esté completamente fuera del mundo, la seguirán imaginando y sintiendo
en su espíritu, seguirán gozando de ella y rechazando la servidumbre por más que se
la disfrace” (Le discours de la servitude volontaire, op. cit., pp. 134-135).
85
120
Tratado teológico-político, p. 419; O, III, p. 247.
86
121
La cautelosa abstención spinozista de las rixae, su genealogía de las contentiones
(TP, I, 5), su sospecha de las controversiae y su denuncia de las dissidia (TTP, pref.) se
inscriben en una más extensa polémica antiaristotélica que tiene lugar según esos
mismos términos en el siglo XVII. En este sentido se destaca la obra de Pierre Gas-
sendi, uno de los integrantes (junto a Naudé, La Mothe Le Vayer y Diodati) del grupo
conocido como la tétrade, acaso el más célebre círculo del libertinismo erudito. En las
Exercitationes paradoxicae adversus Aristoteleos (1624), Gassendi acusa a los aristotélicos
de desvincular de la filosofía todo lo que no implique litigio (como las matemáticas),
e interesarse sólo en las rixae y en las contentiones; de concebir por tanto a la filosofía
como philologia (o “asunto de palabras”) y como philosophia disputatrix. Spinoza había
estudiado a Gassendi en la escuela de Francis van den Enden –como así también,
presumiblemente, a Bruno, Vanini, Maquiavelo, Hobbes…–, a través de quién tomó
contacto con la tradición atomista y epicúrea. En su biografía sobre Spinoza, Theun
de Vries llamó la atención sobre la importancia decisiva de la heterodoxia libertina de
Van den Enden en la formación del spinozismo (“En la casa de Van den Enden nació,
entre 1656 y 1660 algo completamente nuevo: el spinozismo”) –ver Theun de Vries,
Spinoza in Selbstzeugnissen und Bilddokumenten, Rowholt Taschenbuch, Hamburg, 1970,
pp. 50-55. También Madeleine Francès, en Spinoza dans les pays néerlandais de la seconde
moitié du XVII siècle (Alcan, París, 1937) y K. O. Meinsma –quien califica de “lucianista”
a Van den Enden– en su clásico estudio Spinoza et son cercle. Etude critique historique sur
les héterodoxes hollandais (Vrin, París, 1983; ed. original holandesa de 1896) acentúan
–contra la posición de Israel S. Révah, que tiende a desvincular los elementos herejes
de Spinoza de cualquier inspiración no judía– la influencia intelectual del maestro
libertino sobre el jóven Baruch. Recientemente, Marc Bedjai (“Franciscus van den En-
87
de disputa –que nada tiene que ver con un común examen atento
y libre de las ideas– remite, a nivel de la teoría, a una microfísica
del odio cuyos términos es posible encontrar a lo largo de toda
la obra de Spinoza, desde el Tratado breve hasta el Tratado político.
En la medida en que son fuente de alegrías y de tristezas para sus
semejantes, los hombres se relacionan entre sí –y consigo mismos–
de manera apasionada, amorosamente o con odio. El odio es una
de las formas elementales que asume el desacuerdo y la desave-
niencia entre los hombres. Tan elemental como el amor, el odio es
una de las relaciones sociales más básicas, aquella en virtud de la
cual un hombre es causa de la tristeza o de la impotencia de otro.
La economía psíquica de la tristeza en la que debemos inscribir
el odio, presenta una variedad de aspectos y una complejidad de
operaciones cuyo relevamiento no carece de significado para una
den. Maître spiritual de Spinoza”, en Revue de l’histoire des religions, nro. 207, 1990, pp.
289-311) y Wim Klever (“Proto-Spinoza Franciscus van den Enden”, en Studia Spinozana,
nro. 6, 1990, pp. 281-291; y “A New Source of Spinozism: Franciscus van den Enden”, en
Journal of the History of Philosophy, nro. 29, 1993, pp. 613-633) han acentuado de manera
extrema la influencia de Van den Enden sobre Spinoza; según Klever (que publicó en
1992 los escritos políticos de Van den Enden descubiertos en la Biblioteca Nacional
de París por Bedjaï, Vrije Politicke Stellingen) todos los temas centrales del spinozismo
se encuentran ya en la obra de su instructor. Las Vrije Politicke Stellingen –seguimos la
descripción del contenido realizada por Klever– constituyen un tratado político radical
y antiteológico en el que se sientan las bases para la fundación de un Estado libre. En
él se afirma ya –siempre según la traslación de Klever–: “complete freedom of speech
is essential of a state and the condition of its permanent reformation; nobody may be
molested or persecuted for opinions about religion or anything else (38/17-21)” (“A New
Source of Spinozism…”, op. cit., p. 624); asimismo, las pasiones humanas juegan aquí
un rol decisivo en el proceso de surgimiento del Estado. Spinoza no habría tomado de
Van den Enden únicamente su radicalismo democrático, sino también otros motivos
no directamente políticos, centrales en el spinozismo, como la identidad de Dios y la
naturaleza, el rechazo al dualismo cartesiano, la distinción del conocimiento en tres
géneros, la tesis del paralelismo, así como la expresión “amor Dei intellectualis”. Todo lo
cual hace afirmar a Klever que “The discovery of the works of Spinoza’s master seems to
be a major event in the historiography of Spinozism” (idem, p. 631). Contra esta posición
ha reaccionado Miquel Beltrán, quien radicaliza el judaísmo de Spinoza y ha llegado a
afirmar que “el Dios de Spinoza, considerado en sí mismo, es idéntico al de Maimónides”
y que “mi convencimiento de esta afinidad [entre Spinoza y sus predecesores judíos] es…
mayor que el de cualquier estudioso que haya tratado la cuestión…” (Beltrán, Miquel,
Un espejo extraviado. Spinoza y la filosofía hispano-judía, Riopiedras, Barcelona, 1998, p.
63). En cualquier caso, Spinoza poseía en su biblioteca una edición de las Meditaciones
cartesianas que incluía las Objeciones hechas por Gassendi a ese texto, así como las res-
puestas del propio Descartes a dichas objeciones (ver el trabajo de Bernard Rousset,
“Spinoza, lecteur des Objections de Gassendi à Descartes”, en Archives de philosophie,
tomo 57, 3, julio-septiembre de 1994, pp. 471-484).
88
122
Balibar, É., Spinoza et la politique, PUF, París, 1985, cap. IV.
123
Yirmiyahu Yovel (Spinoza, el marrano de la razón, Anaya & Muchnik, Madrid, 1995)
marca esta particularidad en el contexto de una acentuación de la cultura marrana que
estaría en la base de la heterodoxia spinozista. Respecto de la psicología de los afectos,
escribe que “Spinoza se ocupa más de los individuos que de la sociedad o los grupos.
Trata la alegría y la tristeza, el amor y el odio, la esperanza y el miedo, y así sucesivamente
siempre en el plano individual. Hasta que de pronto nos encontramos en el campo de la
psicología social. Esto ocurre durante el examen del odio…” (p. 194). También Balibar
alude a esta especificidad: “Queda así esbozada –escribe– una idea sorprendente: el
odio es no sólo una pasión social (o relacional) sino también una forma (por cierto que
contradictoria) de ‘lazo social’, de sociabilidad” (Spinoza et la politique, op. cit., cap. IV).
124
La creencia según la cual las pasiones tienen su origen en la opinión pertenece a la
89
90
126
En la Ética, Spinoza nos dice que el odio –o el amor– aumentan con la imaginación
de la libertad de quien lo provoca. Concebida como dislocación de todo orden nece-
sario y de cualquier proceso causal, la libertad forma parte, como así también la idea
de creatio, de una lógica del milagro que será especialmente tratada en el capítulo VI
del Tratado teológico-político. “El amor y el odio hacia una cosa que imaginamos ser libre
deben ser mayores, siendo igual la causa, que los que sentimos hacia una cosa necesaria”
… “De aquí se sigue que los hombres, como piensan que son libres, sienten unos por
otros un amor o un odio mayores de los que sienten por otras cosas…” (E, III, 49). El
conocimiento de la necesidad –bajo la que, por lo demás, cae el odio mismo– atenúa
el poder de las pasiones, que obtienen, en cambio, su expansión y su incremento en la
imaginación de la libertad.
91
breve– es una turbación del alma contra alguien que nos ha hecho
mal voluntaria y conscientemente. La aversión, en cambio, es la
perturbación que surge en nosotros contra una cosa a causa de
la molestia o el dolor que pensamos u opinamos que le pertenece
por naturaleza” (TB, II, 6). Si en la Ética el odio es determinado
como una tristeza, es decir, como una variación del conatus –en
virtud de la cual pasamos de un estado de mayor perfección a uno
de menor perfección– acompañada por la idea de una causa ex-
terna que motiva esta variación por la que somos despotenciados,
en el Tratado breve Spinoza hace surgir la tristeza del odio –“Del
odio proviene la tristeza; y si el odio es grande, proviene la ira […]
De este gran odio procede también la envidia”–, aunque cuando
trata de la tristeza la deriva –como deriva asimismo al odio– de la
opinión, y dice de ella que “proviene de la pérdida de algún bien”
(TB, II, 7). En cualquier caso, resulta significativo que Spinoza
comience aquí por las definiciones del amor y del odio, y sólo en
segundo término trate las pasiones que en la Ética serán las más
elementales y generativas de todas las demás, esto es: el deseo, la
alegría y la tristeza127.
127
La teoría de las pasiones expuesta por Hobbes en el capítulo VI del Leviatán con-
sidera al “deseo” y la “aversión” como las formas elementales del conatus –carentes de
objeto–, que reciben el nombre de “amor” y “odio” respectivamente cuando significan la
presencia de un objeto. En este esquema, la “alegría” es una forma –mental– del placer,
cuyo contrario es el pesar. En cuanto al orden y enumeración de las principales pasiones
realizado por Descartes en Les passions de l’âme (segunda parte, arts. 53 y ss.), la admira-
ción se encuentra en primer término: “…il me semble que l’admiration est la première de toutes
les passions…” (Oeuvres et lettres, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, París, 1953, pp.
723-724). Mientras la admiración refiere a un objeto dado, presente, que nos sorprende
–aquí la pasión llega antes de que podamos conocer si ese objeto nos es conveniente o
no (ibid., p. 723)– por su novedad y por su diferencia respecto a lo que suponíamos que
dicho objeto debía ser, el deseo remite más al futuro que al presente o al pasado: “Car
non seulement lorsqu’on désire aquérir un bien qu’on n’a pas encore, ou bien éviter un mal qu’on
juge pouvoir arriver, mais aussi lorsqu’on ne souhaite que la conservation d’un bien ou l’absence
d’un mal qu’est tout ce à quoi se peut éntendre cette passion, il est évident qu’elle regarde toujours
l’avenir” (ibid., pp. 724-725). Descartes incluye entre las pasiones primitivas, además de la
admiración, al amor, el odio, el deseo, la alegría y la tristeza; de su composición derivan
todas las demás –o bien son especies de alguna de ellas (ibid., pp. 727-728). Spinoza, que
postula al deseo como la pasión principal, no incluye a la admiración entre los afectos,
puesto que la considera una simple “distracción del espíritu [que] no proviene de una
causa positiva” sino de una “ausencia de causa” (E, III, def. af. 4, expl.). La admiración
no aumenta ni disminuye nuestra perfección, no provoca ninguna variación de potencia.
Sobre la diferencia entre la teoría cartesiana y la teoría spinozista de las pasiones, ver el
trabajo de Bennoît Timmermans, “Descartes et Spinoza: de l’admiration au désir”, en
Revue internationale de philosophie, nro. 3, 1994, pp. 327-339.
92
Ibid., 441a.
129
93
130
Aristóteles, Retórica, 1378a 30 y ss., y 1382a.
131
Aristóteles, Ética Nicomáquea, 1108a.
132
En un único pasaje de su obra, Spinoza habla de “ira justa”, pero de manera inci-
dental y sin que la expresión contenga aquí alguna relevancia teórica: “Vemos con lo
dicho cómo fue introducida la religión en el Estado de los hebreos y cómo su estado
pudo ser eterno, si la justa ira de los legisladores (si justa legislatoris ira) les hubiera con-
cedido mantenerse en él. Pero, como eso no fue posible conseguirlo, ese Estado debió
finalmente perecer” (TTP, XVII, pp. 379-380; O, III, p. 220).
94
quien nada nos ha hecho. Pues “El esfuerzo por inferir mal a
quien odiamos se llama ira, y el esfuerzo por devolver el mal
que nos han hecho se llama venganza” (E, III, 40, esc. corol.
II). Por consiguiente, la venganza no es la esencia de la ira –
como lo era para Aristóteles, y también para Tomás– sino que
se trata de dos pasiones de odio, pero diferentes. Esto tiene
su importancia puesto que, como el odio, la ira puede ser in-
citada y estimulada, en tanto que no podría serlo –salvo que
en efecto nos hayan hecho un daño– si la venganza fuera lo
único que la motiva. Así, el Tratado teológico-político alude a “la
ira de la plebe” (plebis ira) y la “ira de la multitud feroz” (sae-
vam multitudinem irâ) como inherentes al imperium violentum,
que las enciende y las incita contra las opiniones 133. Más que
de cualquier otra cosa, el filósofo spinozista deberá guardarse
de “la ira de aquellos que no pueden soportar los caracteres
libres (eorum ira, qui libera ingenia ferre nequeunt), y que, por
una especie de torva autoridad, pueden cambiar fácilmente
la devoción de la masa sediciosa en rabia, e instigarla contra
quienes ellos quieran”134.
Al igual que la ira y la venganza, la Ética registra otra pasión,
considerada también como una pasión de odio, que encierra
una importancia política de primer orden. Un afecto definido
como el odio que alguien puede sentir por quien ha hecho un
daño o un mal a otro, y al que Spinoza llama indignatio, indig-
nación (E, III, 22, esc. y E, III, def. af. 20) –en tanto que el
afecto positivo al que se contrapone es la “aprobación” (favor).
Si bien en cuanto pasión de odio la indignación no puede ser
buena –“tal como la hemos definido, la indignación […] es ne-
cesariamente mala” (E, IV, 51, esc.)–, se trataría de una especie
de odio solidario, una reacción afectiva frente a un daño del
que no somos objeto de manera directa. La indignación es la
tristeza frente a la injusticia que, en la medida en que tiene
curso, corroe la ley. A diferencia de otros afectos de tristeza
contradictorios con la justicia y la equidad, la indignación es
mala, dice Spinoza, no porque se oponga a la equidad sino
más bien porque lleva a “hacer justicia por cuenta propia” (E,
IV, Ap. cap. 24) Si, por consiguiente, en sí misma considerada
la indignación no se opone a la justicia y puede tener lugar en
133
Tratado teológico-político, cap. XVIII, p. 387; O, III, p. 225.
134
Ibid., cap. XX, p. 416; O, III, p. 244.
95
135
En un pasaje del Tratado político –que hace constelación con otros en los que se con-
sidera a los “premios” como cosa de siervos y como un recurso derivado de una lógica
de la trascendencia–, Spinoza alude a la “indignación de todos los hombres de bien” y
a la ruptura de la igualdad que está en la base de la “libertad común” que conllevan los
premios y los honores públicamente otorgados: “Por lo demás, las estatuas, los emblemas
y otros incentivos de la virtud más bien son signos de esclavitud que de libertad, pues
es a los esclavos y no a los hombres libres a quienes se otorgan premios por su virtud
(servis enim, non liberis virtutis praemia decernuntur). Reconozco que sin duda los hombres
se estimulan con estos alicientes. Pero así como, en un comienzo, estas distinciones se
conceden a relevantes personalidades, así después, al crecer la envidia, las recibe gente
inútil y engreída por sus muchas riquezas, con la consiguiente indignación de todos los
hombres de bien (magna omnium bonorum indignatione)… Finalmente… es cierto que
la igualdad, cuya pérdida lleva consigo automática y necesariamente la pérdida de la
común libertad, no puede, en modo alguno, ser considerada desde el momento en que
el derecho público otorga a un hombre, eminente por su virtud, honores especiales”
(TP, X, 8).
136
Cfr. los trabajos de Madelaine Francès, Emilia Giancotti, Antonio Negri, y, más reciente-
mente, el libro de Laurent Bove, La stratégie du conatus. Affirmation et résistence chez Spinoza,
Vrin, París, 1996.
96
137
Por el contrario, el Discurso de la servidumbre voluntaria parte justamente del hecho de
que esta lógica del “mal menor” no es suficiente para despertar a los hombres de su ser-
vilismo, cuyo secreto, así, no ha de ser buscado a nivel de la utilidad, sino de la voluntad
o el deseo. El caso, dice La Boétie, es el de miles de hombres a los que –si extrapolamos
la metáfora de Marx– sólo les quedan por perder sus cadenas y a los que únicamente
bastaría la voluntad de dejar de servir –negar su consentimiento o consenso– para dejar
de hacerlo efectivamente; el misterio de la servidumbre voluntaria es, pues, el misterio
de la no indignación, la ausencia del sentido de la utilidad, la no resistencia a lo que
amenaza y destruye, es decir, en el límite –si seguimos la retórica del Discours…– la no
verificación de la máxima spinozista de E, III, 6, según la cual “toda cosa se esfuerza,
en cuanto está a su alcance, por perseverar en el ser”.
138
“Nunca los hombres cedieron su derecho ni transfirieron a otro su poder hasta el
extremo de no ser temidos por los mismos que recibieron su derecho y su poder, y de no
estar más amenazado el Estado por los ciudadanos, aunque privados de su derecho, que
por los enemigos” (TTP, cap. XX, p. 351; O, III, p. 201); “Así, pues, la causa de que, en
la práctica, el Estado no sea absoluto, no puede ser sino que la multitud resulta temible
a los que mandan. Esta mantiene, por tanto, cierta libertad que reivindica y consigue
para sí, no mediante una ley explícita, sino fácticamente” (TP, VII, 4). Cfr. el trabajo de
É. Balibar “Spinoza: la crainte des masses”, en Spinoza nel 350 anniversario della nascita,
actas del Congreso de Urbino (4-8 de octubre de 1982) editadas por Emilia Giancotti,
Bibliópolis, Nápoles, 1985, pp. 293-320.
97
98
99
100
lo que vuelve necesaria la ley (social) pero, por una parte, esta no
es independiente de aquel y, por otra parte, se rectifica conforme
la razón139. Política es el ámbito de gestión del derecho natural de
los hombres para su concordancia, a la vez que un espacio abierto
de liberación común cuyo horizonte es la vida según el amor inte-
lectual. No sabemos lo que puede un cuerpo político.
El odio expresa nuestra potencia pero de la manera más baja
y destructiva; no es en realidad ejercicio de potencia sino algo
que a ella le sucede: es, en sentido estricto, impotencia. Su única
satisfacción es el perjuicio del objeto odiado –o su destrucción.
El odio es un afecto que instituye una transitividad compleja,
extensa; carga de contenido afectivo a todo aquello y a todos
aquellos que guardan alguna relación con su objeto. Puesto que
“Quien imagina lo que odia afectado de tristeza, se alegrará;
[y que] si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se
entristecerá y ambos afectos serán mayores o menores, según
lo sean sus contrarios en la cosa odiada” (E, III, 23), entonces,
“Si imaginamos que alguien afecta de alegría a una cosa que
odiamos, seremos afectados también de odio hacia él. Si por el
contrario, imaginamos que afecta a esa cosa de tristeza, seremos
afectados de amor hacia él” (E, III, 24). El carácter transitivo
del odio no adopta únicamente la forma restringida de incluir
dentro de su radio afectivo a todos aquellos que a su vez afectan
de alegría al objeto de nuestro odio –dado que, según el pasaje
de E, III, 23, tal cosa significa afectarnos de tristeza a nosotros
mismos–, sino que también –al igual que el amor– cobra la forma
de una transitividad más amplia, “genérica”, que remite más a la
imaginación que a una fluctuación afectiva singular como en el
caso anterior. “Si alguien ha sido afectado por otro, cuya clase o
nación es distinta de la suya, de alegría o de tristeza, acompañada
como su causa por la idea de ese otro bajo el nombre genérico de
la clase o de la nación, no solamente amará u odiará a ese otro,
sino a todos los de su clase o nación” (E, III, 46). Abandonado a
su propio movimiento, a su propio crecimiento, el odio es lo que
ocasiona el desacuerdo entre los hombres, su no comunidad o
139
“La religión no terminará; la política en la que viven los hombres ‘obnoxi passionibus’
no dará lugar necesariamente a una comunidad metapolítica de sabios que vivan en
el amor intelectual de Dios, pero es necesario que este ideal contrafáctico sea produ-
cido y utilizado por el hombre libre y por el sabio” (Tosel, A., “Qué faire avec le Traité
theologico-politique?”, en Studia spinozana, vol. 11, 1995, p. 183.).
101
140
Ver Balibar, É., Spinoza et la politique, op. cit., cap. IV.
141
Spinoza, Tratado teológico-político, pref., p. 68; Opera, III, p. 9.
142
Ibid., cap. XVII, p. 368; ibid., III, p.212.
143
Ibid., cap. XVII, pp. 368-371; ibid., III, pp. 212-214.
102
144
Ibid., pref., p. 64; ibid., III, p. 6.
145
Ibid., ibid., III, p. 7.
146
Ibid., p. 68; ibid., III, p. 9.
147
Ibid., cap. XVII, p. 371; ibid., III, p. 214.
148
Ibid., cap. XX, p.411; ibid., III, p. 241.
103
149
También en el TP, por supuesto, el concepto de libertad es de suma importancia desde
la portada misma, cuyo subtítulo es el siguiente: “en el que se demuestra cómo debe
organizarse una sociedad en la que existe un Estado monárquico, así como aquella en
la que gobiernan los mejores (Optimi), a fin de que no decline en tiranía y se mantengan
incólumes la paz y la libertad de los ciudadanos (et ut Pax, Libertasque civium inviolata
maneat)”. En su edición del TP (“Traité de l’autorité politique”, en Oeuvres complètes de
Spinoza, Gallimard, Bibliothèque la Pléiade, París, 1954, M. Francès sostiene (p. 1485)
que este subtítulo no es de Spinoza –como se sabe, no disponemos del manuscrito del
filósofo–, sino del editor, quien empleando los vocablos optimi en vez de patricii, cives en
vez de subditi y libertas en vez de securitas estaría poniendo de manifiesto su propia posi-
ción aristocrática y antimonárquica en términos que no concordarían con el texto del
TP. En la versión original holandesa (Nagelate Schriften), no encontramos en el subtítulo
el correspondiente holandés de Libertas, sino –significativamente– el término Veiligheit,
que quiere decir “seguridad”. A partir de esta variante –y otras, como la supresión del
célebre elogio a Maquiavelo en TP, V, 7, según la edición latina (OP)–, Paolo Cristofolini
sostiene, contra M. Francès, que los editores de los Nagelate Schriften habrían alterado
el texto latino original por razones de prudencia frente a la monarquía orangista en
el poder desde el asesinato de los hermanos de Witt. (Cfr. la introducción a la edición
italiana del TP por P. Cristofolini, Trattato politico, Edizioni ETS, Pisa, 1999, pp. 14-19;
también la nota de Atilano Domínguez al pasaje referido (p. 74), en la edición española
del Tratado político).
150
Spinoza, Tratado teológico-político, cap. XX, pp. 410-411; Opera, III, pp. 240-241.
151
Ibid., cap. XVI, p. 334; ibid., III, p. 191.
104
152
Spinoza, Tratado teológico-político, cap. IV, p. 147; Opera, III, p. 66.
105
153
Tosel, A., Spinoza ou le crepuscule de la servitude. Essai sur le Traité thologico-politique,
Aubier, París, 1984, p. 10.
154
En un trabajo sobre “Etat et moralité selon Spinoza” (en Spinoza nel 350 anniversario
della nascita, Bibliópolis, Nápoles, 1985), luego de analizar el estatuto del Estado respecto
a la realización moral (aquél es necesario para esta en cuanto la promueve –en cuanto
promueve efectos morales– pero no existe ni por ni para tal realización), Alexandre
Matheron concluye con un extraño texto en el que sugiere que la realización moral
(que es la realización intelectual, la sabiduría) implicaría la abolición del Estado:
“Con el conocimiento y la existencia del tercer género, la ilusión de normatividad
desaparecería completamente: estaríamos más allá del bien y del mal. Para acceder
allí no podemos ya contar con el Estado puesto que él no está hecho para tal fin. El
106
Estado, incluso el mejor, no será nunca otra cosa que la resultante de una relación de
fuerzas entre individuos pasionales; una liberación auténtica, si tuviera lugar en todos,
implicaría su desaparición” (p. 354). ¿Es pensable en Spinoza una política más allá del
Estado? ¿Debemos concebir la comunidad de hombres libres –una vez realizada– como
una existencia en común más allá del Estado, del mismo modo que la amistad, como
comunidad restringida de hombres libres, es una existencia en común más acá del
Estado? ¿Debemos designar aún con la palabra “política” a las relaciones que los hom-
bres son capaces de establecer entre sí al margen, o fuera de esa mixtura de temores,
esperanzas, castigos, premios, amenazas, promesas, que constituyen la materia misma
del Estado? Esos espacios siempre afirmativos en virtud de los cuales los hombres
conciben y practican formas de resistencia o de liberación común desubordinadas del
Estado, tal vez podrían ser invocados o aludidos con el término “impolítico”. Una polí-
tica de lo impolítico presupone por tanto la no convertibilidad de política y Estado, así
como también la anulación de la distinción entre público y privado. Impolítico no es
sinónimo de privado, ni de apolítico, sino la posibilidad de una política más allá/ más
acá del Estado. La singularidad, la forma de vida, la amistad, el deseo de libertad, con-
llevan –sobre todo bajo ciertas circunstancias– una gran intensidad política; intrínseca
politicidad de la ética, podríamos pensar, o bien política de lo impolítico que podría
asimismo, tal vez, ser pensada como un“cinismo” político. En un bello elogio de los
cínicos, dice Epicteto que el cinismo es la política más alta: “Si te parece, pregúntame
también si debe hacer política. Insensato, ¿acaso exiges una política superior a la que él
practica? ¿Prefieres que vaya a Atenas para hacer discursos sobre ingresos e impuestos,
él, que ha de dialogar con todos los hombres, tanto con atenienses como con corintios
o romanos, y no sobre recursos o sobre rentas, ni sobre la paz o la guerra, sino sobre la
felicidad y la desdicha, sobre la bienaventuranza y la desventura, sobre la esclavitud y la
libertad? ¿Y es de un hombre que practica una política tan alta que preguntas si debe
hacer política? Pregúntame también si desempeñará cargos; nuevamente te responderé:
insensato, ¿qué cargo más alto podría tener que el que ya tiene?” (Diatribas, III, 22, 83
y ss.). Una política cínica –en la acepción antigüa del vocablo, claro está– sería así la
potenciación de un conjunto de gestos, deseos, ideas (“felicidad” y “desdicha”, “bien-
aventuranza” y “desventura”, “libertad” y “esclavitud”) no subordinados a una acepción
“administrativa” de la política. En el caso de Spinoza, ese ejercicio de singularidad se
halla mediado –según ha sido diversamente señalado– por una preceptiva de cautela
que, como podrá apreciarse, nada tiene de cínica.
107
155
Machiavelli, N., “Opere”, en La letteratura italiana. Storia e testi, vol. 29, Riccardo Ricciardi
editore, Milán-Napoli, 1954, pp. 170 y ss.
156
Matheron, A., Individu et communauté chez Spinoza, Minuit, París, 1988, p. 163.
157
Cfr. Leviatan, II, 20.
158
Hegel, W. F. G., Fenomenología del espíritu, Fondo de Cultura Económica, México,
1966, pp. 113-120.
109
110
159
Este carácter ambiguo del lazo social ha sido puesto de relieve por É. Balibar, quien marca
a la vez la mediación imaginativa presente en las relaciones sociales. “El ‘semejante’ –el otro
individuo con el que podemos identificarnos, hacia el que tenemos sentimientos ‘altruistas’,
aquel que la religión llama ´prójimo´ y la política ‘conciudadano’– no existe como tal en
la naturaleza, en el sentido esta vez de un ser dado. Sino que resulta constituido por un
proceso de identificación imaginaria, que Spinoza llama también ‘imitación afectiva’ (affec-
tuum imitatio) (III, 27), y que opera tanto en el reconocimiento recíproco de los individuos
como en la formación de la ‘multitud’ en tanto agregado inestable de pasiones individuales.
Los hombres, en cuanto tienen ‘la misma naturaleza’, no son ‘semejantes’ sino que llegan
a serlo. Y lo que provoca la identificación es una ‘causa externa’, es decir, la imagen del otro
como objeto afectivo. Pero esta imagen es profundamente ambivalente: a la vez atrayente y
repulsiva, asegura y amenaza” (Balibar, É. Spinoza et la politique, cap. IV, PUF, París, 1985).
160
Para una crítica de la comunidad como plenitud y propiedad, véase Communitas.
Origine e destino della comunità, de Roberto Esposito, Einaudi, Torino, 1998.
111
112
162
Asimismo, escribe Spinoza en el TRE: “Finalmente, el honor es un gran estorbo,
ya que, para alcanzarlo, tenemos que orientar nuestra vida conforme al criterio de los
hombres, evitando lo que suelen evitar y buscando lo que suelen buscar” (Tratado de la
reforma del entendimiento, p. 77; Opera, II, p. 6).
113
114
ninguna medida, hasta excesos reprochables. Significado amplio: es el obrar por humanidad”
(p. 79) –siempre que, diríamos en función de E, IV, ap., 25, esta humanidad o modestia
esté determinada por la razón, puesto que puede no estarlo y ser sólo una “falsa Pietas”.
115
165
Mauss, M. Sociologie et Anthropologie, PUF, París, 1950.
166
Matheron, A., op. cit., pp. 165-166.
116
117
118
119
120
167
Para la relación pasiones/política, esto es para la comprensión de la toma de postura
spinozista respecto del lugar de las pasiones en la construcción de lo político, resulta central
el texto inicial del Tratado político: “Los filósofos consideran a las pasiones que nos turban
como vicios en los que los hombres caen víctimas por su propia culpa; y por esto tienen la
costumbre de ridiculizarlas, deplorarlas, criticarlas o (cuando quieren ser considerados
más devotos) maldecirlas. Creen estar haciendo una obra divina cuando alaban de muchos
modos una naturaleza humana que no existe en ninguna parte y fustigan con las palabras
la que existe realmente. En efecto, consideran a los hombres no como son sino como
quisieran que fuesen: es por esto que las más de las veces, en vez de una ética han escrito
una sátira y no han concebido jamás una política que pudiera ser puesta en práctica, sino
teorías quiméricas, o que hubieran podido encontrar su realización en el país de Utopía
o en la edad de oro de los poetas, o bien allí donde no había ninguna necesidad de ella…;
para gobernar un Estado, nadie es considerado menos apto que los teóricos, vale decir los
filósofos” (TP, I, 1). El pasaje transcripto pone en evidencia una crítica tanto de la tradición
tomista como del utopismo de Moro (A. Matheron, “Spinoza et la décomposition de la po-
litique thomiste: machiavellisme et utopie”, en AA. VV. Lo spinozismo ieri e oggi, edición de
M. M. Olivetti, en Archivio di Filosofia, 1958, pp. 29-59); asimismo, ha sido puesto en relación
con el libertinismo erudito, el neo-estoicismo y los moralistas (G. Saccaro Battisti, “Spinoza,
l’utopia e le masse: un analisi dei concetti di ‘plebs’, ‘multitudo’, ‘populus’ e ‘vulgus’”, en
Rivista di storia della filosofia, n.º 1, 1984). De cualquier manera Maquiavelo pareciera ser su
inspiración más clara, en particular podría evocarse aquí un pasaje del capítulo XV del
Príncipe: “Puesto que mi intención es escribir cosas que sean útiles a quienes las comprendan,
me parece más conveniente ir directamente a la verdad concreta de las cosas y no a cómo
es imaginada; porque muchos han imaginado Repúblicas y Principados que nunca han
sido vistos ni conocidos en la realidad. Tanta es la distancia entre cómo se vive y cómo se
debería vivir, que quien prefiere lo que debería hacerse en lugar de lo que se hace, obtiene
más bien su ruina que su preservación…” (Machiavelli, Opere, edición de Mario Bonfantini,
Riccardo Ricciardi editore, Milán, Nápoles, 1954, pp. 50-51).
121
168
Tanto en un sentido religioso como en un sentido político, el problema de la obedien-
cia presenta en el Tratado teológico-político matices diferentes, ambiguos y muchas veces
contradictorios. No obstante, es posible identificar una secuencia de pasajes particu-
larmente significativos, según la cual el concepto de obediencia queda destituido de su
antigua centralidad religiosa, como así también de su preeminencia en la determinación
del hecho político: “…como la obediencia consiste en que alguien cumpla las órdenes
(dadas) por la sóla autoridad de quien manda, se sigue que la obediencia no tiene cabida
en una sociedad cuyo poder está en manos de todos y cuyas leyes son sancionadas por el
consenso general; y que en semejante sociedad, ya aumenten las leyes, ya disminuyan, el
pueblo sigue siendo igualmente libre, porque no actúa por autoridad de otro sino por
su proprio consentimiento” (TTP, cap. V, pp. 158-159). Spinoza parece contraponer de
manera problemática una idea de autonomía a la noción de obediencia, anticipando con
ello uno de los motivos centrales –e igualmente problemático– de la filosofía práctica
kantiana y de la Ilustración en general. Esto no sólo en la dimensión política, sino también
en la religiosa; si bien en todo el TTP se insiste en que la Escritura no tiene que ver con la
verdad sino únicamente con la obediencia, hallamos también textos que parecieran tener
otra dirección: “La finalidad de las ceremonias ha sido, pues, esta : que los hombres no
hicieran nada por decisión propia sino todo por mandato ajeno y que con sus acciones y
consideraciones dejaran constancia de que no eran autónomos sino totalmente depen-
dientes de otro” (TTP, cap. V, p. 160). Asimismo, en un pasaje que encontramos poco más
adelante, la idea de autonomía (“cada uno”) como opuesta al concepto de autoridad es
puesta de relieve en lo que concierne a la interpretación de la Escritura: “Lejos, pues, que
pueda deducirse de la autoridad del pontífice de los hebreos para interpretar las leyes
de su patria la autoridad del Romano Pontífice para interpretar la religión, se deduce
más bien de ahí que esta autoridad reside, en su máximo grado, en cada uno… Porque
como la autoridad máxima para interpretar la Escritura está en poder de cada uno, la
norma de la interpretación no debe ser nada más que la luz natural, común a todos, y no
una luz superior a la naturaleza, ni ninguna autoridad externa” (TTP, cap. VII, p. 218).
122
169
¿Pertenece la autonomía, la potencia de pensar y de juzgar, al ámbito de la ética o bien
a la esfera política? Tal vez este problema podría pensarse como sigue: en el interior de
una república libre, la diferencia entre ética y política tiende a desaparecer –o bien, la
ética se extiende a lo largo de la vida política toda como su forma dominante–, en tanto
que en el caso de una situación de servidumbre política, una tiranía por ejemplo, la
ética, el conjunto de capacidades y potencias que no son bajo esa condición las propias
de la civitas en general, sino características de hombres que viven en ella sustraídos sin
embargo a las pasiones y servilismos que la tiranía produce en torno de sí, cobrarán
un significado político como resistencia objetiva a la adversidad y a la dominación del
Uno. Esto es: la ética es resistencia en un Estado violento, y es afirmación en el interior de
una existencia colectiva democrática. (Para una perspectiva diferente, Cfr. el trabajo
de Mario Corsi, Politica e saggezza in Spinoza, Guida, Nápoles, 1978, en el que se afirma
la apoliticidad del sabio y la sabiduría en cuanto tales).
123
170
La consideración de esperanza y miedo como pasiones que se remiten una a otra
y se implican mutuamente –según su estatuto en Spinoza–, tiene origen en la cultura
romana (Salustio, Tito Livio, Tácito). En el pensamiento griego esta implicancia no
era tal, aunque ya Aristóteles sugiere la oposición, pues si bien la pasión contraria del
temor (phóbos) es la confianza (thárros) esta es definida como “una esperanza (elpís)
acompañada de fantasía sobre que las cosas que pueden salvarnos están próximas…”
(Retórica, 1383a 18). En Séneca será ya nítida la mención conjunta de ambas: “…en
nuestro Hecatón he encontrado que el fin de los deseos sirve también de remedio
contra el temor. ‘Dejarás de temer –dice– si dejas de esperar’. Dirás: ‘¿cómo pueden ir
juntas cosas tan diversas?’ Pues así es, mi querido Lucilio; aunque parecen tan opuestas
van juntas. Así como una misma cadena ata al preso y a su guardián, así estas cosas tan
distintas caminan juntamente: el miedo sigue a la esperanza” (Ep. V). (Sobre estos dos
modelos historiográficos de concebir esperanza y miedo, Cfr. Remo Bodei, Geometría de
las pasiones, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pp. 75 y ss.).
124
171
La mutua remisión de fortuna, spes, metus y fluctuatio animi, en tanto condición de
la superstitio, es el gran motivo del Tratado teológico-político: “[…] y como su ansia [de
los hombres] desmedida por los bienes inciertos de la fortuna les hace fluctuar entre
la esperanza y el miedo, la mayor parte de ellos se muestra sumamente propensa a
creer cualquier cosa” (TTP, Prefacio, p. 61; también E, III, 50, esc.). Es posible, por lo
demás, advertir este motivo desde los primeros escritos de Spinoza. Ya el Tratado breve
hace derivar el miedo y la esperanza de una “mala opinión” – correspondiente, en este
texto, a la más rudimentaria forma de conocimiento, que en la Ética tendrá el nombre
de “imaginación”– y los contrapone al amor. “Ahora bien, de acuerdo a lo que hemos
dicho acerca del amor, estas pasiones [esperanza, temor, seguridad, desesperación] no
pueden tener lugar en un hombre perfecto, puesto que presuponen cosas a las que no
debemos adherirnos a consecuencia de su naturaleza variable” (TB, II, IX, 6).
172
Véase la voz societé en el índice de los principales conceptos de la Ética realizado por
Gilles Deleuze en Spinoza. Philosophie pratique, Minuit, París, 1981.
125
173
Más allá de la política, también en la moral y en la religión el miedo y la esperanza son
los dispositivos pasionales que se hallan en la base de la conducta del vulgo. “Otra parece
ser la opinión del vulgo… Creen que la moralidad y la religión, y, en general, todo lo
relacionado con la fortaleza del ánimo, son cargas de cuyo peso esperan liberarse después
de la muerte, para recibir el premio de la esclavitud, esto es, el premio de la moralidad y
de la religión; y no sólo esta esperanza, sino también –y principalmente– el miedo a ser
castigados con crueles suplicios después de la muerte, es lo que los induce a vivir conforme
a las prescripciones de la ley divina… y si no hubiese en los hombres esa esperanza y ese
miedo y creyeran, por el contrario, que las almas mueren con el cuerpo… querrían regir
todo según su apetito y obedecer a la fortuna más bien que a sí mismos” (E, V, 41, esc.).
174
Véase el ensayo de Madelaine Francès, “La liberté politique selon Spinoza”, en Revue
philosophique de la France et de l’etranger, n° 148, 1958, pp. 317-337. Asimismo, en un trabajo
sobre los conceptos de plebs, vulgus, multitudo y populus y sus diferentes tratamientos en
el Tratado teológico-político y en el Tratado político, É. Balibar interpreta, a partir de estas
nociones, lo político spinozista como un ámbito abierto, problemático y contradictorio.
Si bien en el TP la potencia de la multitud es en realidad la misma que la potencia de los
gobernantes, en el TTP el concepto de multitudo, como así también el de plebs y el de vulgus
“se hallan –escribe Balibar– reservados al aspecto destructivo, antagonista y ‘violento’
de la vida social, por oposición al aspecto constructivo del derecho natural que designa
126
el populus, el conjunto de los cives… Pero en tanto vulgus (que tiene esencialmente una
connotación ‘epistemológica’: es la turba ignorante… caracterizada por sus prejuicios) y
plebs (que tiene una connotación ‘socio-política’: es la masa del pueblo por oposición a los
gobernantes, son los inferiores de hecho o de derecho) están presentes de una punta a la
otra del TTP, multitudo sólo interviene en tres puntos estratégicos [Prefacio, cap. XVII,
cap. XVIII]…” (“Spinoza: la crainte des masses”, en Spinoza nel 350 anniversario della nascita,
edición de Emilia Giancotti, Bibliopolis, Nápoles, 1985, pp. 297-298).
175
En consonancia con la descripción de la servidumbre a la que se ven sometidos los
aduladores del tirano realizada por Étienne de La Boétie en Le discours de la servitude
volontaire, y con la denuncia, en similares términos, del servilismo en las cortes que
lleva a cabo François La Mothe Le Vayer en De la servitude et de la liberté, para Spinoza la
ignorancia y la servidumbre son transversales a la jerarquía social. “El pesimismo [de
Spinoza] concierne… a la preponderancia de la pasionalidad humana; y sería aún poco si,
hablando de hombres pasionales, o bien ignorantes, Spinoza se refiriese a la masa de los
iletrados. Pero las cosas no son así: cuando en la Ética habla de los ignorantes, más que en
ningún otro piensa en los poderosos, y cuando en el Tratado teológico-político nombra con
acento de desprecio al ‘vulgo’, no se refiere a la ‘multitud’, por la que, al contrario, tiene
un gran respeto, sino a los teólogos y a los predicadores fanáticos y al pueblo en cuanto
sugestionado por ellos” (Paolo Cristofolini, Spinoza per tutti, Feltrinelli, Milán, 1993, p. 78).
127
176
“…el verdadero conocimiento y el amor de Dios no pueden someterse al poder de
nadie…” (TP, III, 10).
177
Respecto del problema de la obediencia en el Tratado teológico-político, además de
su clásico estudio sobre Spinoza ou le crepuscule de la servitude (Aubier, París, 1984), ver
el texto de A. Tosel en la discusión con H. Laux publicada en el vol. 11 de la Studia
Spinozana (Königshausen & Neumann, 1995) dedicado a Spinoza´s Philosophy of Religion.
Contra la tesis de Laux, que concibe al TTP exclusivamente como una reforma y una
rectificación del imaginario religioso que no puede ser superado en ningún caso –tesis
que, claramente, tiene como fondo polémico la comprensión straussiana del TTP como
introducción esotérica a la verdadera filosofía–, Tosel preserva el estatuto “político” de la
filosofía con respecto a la obediencia. “Toda doctrina de obediencia es, en este sentido,
teología…; la filosofía, cuya tarea es ante todo conocer… suspende la obediencia cuando
produce el saber de sus causas y de su necesidad práctica para los hombres pasionales, y
en esa suspensión distingue entre la buena y la mala obediencia”; “La única obediencia
que la filosofía legitima como buena es la que puede soportar el saber de su génesis,
aceptar la coexistencia con la vida filosófica y reformularse con conocimiento de causa”;
“…comprender las razones de una obediencia productiva para nosotros, produciendo
las razones de la buena desobediencia a la mala ley teológico-política”, etc. (Tosel, A.,
“Que faire avec le Traité theologico-politique?”, ibid., pp. 186-187).
178
Sobre la vita solitaria y el miedo como formas del “carácter melancólico”, ver Remo
Bodei, Geometría de las pasiones, op. cit., pp. 115-122.
128
179
Más aún que en el caso del miedo y de la esperanza, el tratamiento spinozista de la
securitas es diverso conforme las obras, es decir, según se trate del registro político o bien
tenga que ver con la libertad del sabio. El TTP acentúa la seguridad de manera positiva
como la principal legitimación del estado civil. “Todo cuanto deseamos honestamente, se
reduce a estos tres objetos principales, a saber, entender las cosas por sus primeras causas,
dominar las pasiones o adquirir el hábito de la virtud y, finalmente, vivir en seguridad…”
(TTP, cap. III, pp. 119-120); “…el fin de la sociedad en general y del Estado… es vivir segura
y cómodamente” (ibid., p. 122); “De los fundamentos del Estado, anteriormente explicados,
se sigue que su fin último no es dominar a los hombres ni sujetarlos por el miedo y some-
terlos a otro, sino, por el contrario, liberarlos a todos del miedo para que vivan, en cuanto
sea posible, con seguridad…” (ibid., p. 410), etc. El TP expresa con igual contundencia
–incluso sin remitirla a la libertas, como ocurre en el TTP– la absoluta centralidad de la
securitas en la medida en que, según este texto, constituye la aspiración fundamental de la
vida humana en común y es, por consiguiente, el fin último del Estado. No obstante, en la
Ética –e incluso en el Tratado breve– la perspectiva pareciera ser otra: “Por lo que respecta
a la esperanza, el temor, la seguridad, la desesperación y los celos, nacen de una mala
opinión… y, aunque la seguridad y la desesperación parecen tener lugar dentro del orden
y de la secuencia inviolable de causas…, sin embargo, vistas las cosas con objetividad, está
muy lejos de ser así. En efecto, la seguridad y la desesperación no se dan jamás, si no se han
dado antes la esperanza y el temor, ya que de ellos reciben su ser” (TB, II, IX, 6). En tanto
en la Ética, leemos: “Los afectos de la esperanza y el miedo no pueden ser buenos de por sí”
(…) “A ello se añade que estos afectos revelan una falta de conocimiento y una impotencia
del alma; por esta causa, también la seguridad, la desesperación, la satisfacción (gaudium)
y la insatisfacción (conscientiae morsus) son señales de un ánimo impotente, pues aunque
la seguridad y la satisfacción sean afectos de alegría, implican que los ha precedido una
tristeza, a saber, la esperanza o el miedo” (E, IV, 47, dem. y esc.).
129
130
182
“…los remordimientos –escribe La Mèttrie– son un vano remedio para los accidentes
que amenazan y afligen a la sociedad; ellos no pueden paliar nuestros males ni volver
más dulces a las personas crueles de nuestra especie; incluso turban, por así decirlo, las
aguas más claras sin volver más claras las que están turbias… Destruyamos, en fin, los
remordimientos, que de ahora en más sean los necios los que los tengan, que no se mezcle
la maleza con el buen grano de la vida, y que este cruel veneno sea expulsado para siem-
pre, sobre todo del espíritu de esas personas amables que sólo se entregan a la más sabia
voluptuosidad” (“Anti-Sénèque”, en De la volupté, Desjonquères, París, 1996, pp. 57-58;
trad. española, “Anti-Séneca o Discurso sobre la Felicidad”, en La Mèttrie, Obra Filosófica,
Editora Nacional, Madrid, 1983, p. 341). Para su crítica de los remordimientos –que, al
igual que la crítica spinozista del arrepentimiento y las pasiones tristes, se inscribe en
una más amplia desmitificación de lo que Nietzsche llamará “ideal ascético”–, La Mèttrie
remite a uno de los mayores exponentes del neoepicureísmo libertino del siglo XVII y
uno de los introductores de Spinoza en Francia, esto es Charles de Saint-Evremond, así
como también a Montaigne. (Sobre el spinozismo de Saint-Evremond, Cfr. el trabajo
de Paul-Laurent Assoun, “Spinoza, les libertins francais et la politique (1665-1725)”, en
Cahiers Spinoza, nro. 3, Replique, 1980, pp. 171-207; sobre la influencia de Spinoza en La
Mèttrie, Cfr. André Comte-Sponville, “La Mèttrie: un Spinoza moderne?”, en Spinoza au
XVIII siècle, Méridiens Klincksieck, París, 1990, pp. 133-150).
183
Platón, Fedón, 64a.
184
Cicerón, Tusculanas, I, 74.
185
Epicteto, Enquiridión, cap. XXI.
186
Marco Aurelio, Meditaciones, VII, 69.
131
190
Séneca, Epistulae ad Lucilium, XXVI.
191
Ibid., XXIV.
133
195
Véase TB, II, XII, 2, y también ibid., II, XIII, 2. Con respecto a la consideración de la
gratitud es posible advertir una reformulación importante, pues si en el pasaje indicado del
TB Spinoza escribe: “Bien sé que la mayor parte de los hombres juzgan que estas pasiones
[reconocimiento y gratitud] son buenas. Mas eso no impide que yo me atreva a decir que
no deben tener lugar alguno en el hombre perfecto”, en la Ética se hace de la gratitud una
capacidad propia de la libertad, de manera que “Sólo los hombres libres son entre sí muy
agradecidos” (E, IV, 71). Más aún, en E, IV, 70 se recomienda “en la medida de lo posible”
(quantum potest) evitar el beneficio de los ignaros, puesto que, debido a su ingenium, estos
procurarán siempre una devolución de tal beneficio con otro beneficio que ellos juzguen
(ex eorum affectu) equivalente; no obstante, el escolio explicita la restricción (Dico quantum
potest…): con frecuencia se reciben beneficios de los homines ignari; en ese caso –dice Spi-
noza– es necesario agradecerles dichos beneficios según su índole propia (ex eorum ingenio
congratulari). Por consiguiente, en la Ética la gratitud plena es propia de la amistad que
relaciona a los hombres libres, en tanto que la gratitud por relación a los ignorantes cuando
nos prestan un beneficio debe practicarse ex eorum ingenio, para no ser odiados por ellos.
196
E, V, 41, esc., donde Spinoza denuncia la esclavización y la pasividad a la que conduce
la imaginación de una trascendencia que administra castigos y premios, según lo cual
“los más” conciben todo lo relacionado con la fortaleza de ánimo y las formas de la vida
buena como una “carga” y una “esclavitud” de la que esperan liberarse tras la muerte
para recibir el premio de su tristeza, y que asumen por miedo a ser castigados con crueles
suplicios, etc. Asimismo, en la carta 43 a Ostens, en la que Spinoza responde a un panfleto
de Velthuysen contra el TTP (seguramente se trata del primer escrito –que inaugura una
serie interminable– redactado contra el TTP, pues la carta data de 1671) encontramos
una crítica del miedo inspirado por la religión: “Mas creo ver en dónde está empantanado
este hombre. En efecto, como no encuentra en la virtud misma ni en el entendimiento
nada que le agrade, preferiría vivir según el impulso de sus afectos, si no se lo impidiera
una sóla cosa: que teme el castigo. Por consiguiente, se abstiene de las malas acciones y
cumple los preceptos divinos como un esclavo… De ahí que él crea que todos aquellos
que no se contienen con ese miedo, viven desenfrenadamente y dejan toda religión”
(Correspondencia, carta 43, pp. 287-289; también TTP, cap. IV, pp. 139-140; y E, II, 49, esc.).
197
El “hombre que se guía por la razón”, en cuanto aspira a una vida libre y a conservar
su ser se sujeta a las reglas y a la utilidad comunes; esto es, no observa las leyes comunes
del Estado por miedo a los castigos que implicaría su desobediencia, ni en virtud de
alguna esperanza de lograr un premio que no sea la libertad misma inmanente a la vida
política que se atiene al derecho natural de los hombres (ver E, IV, 73).
198
La última proposición de la Ética concentra la más elevada implicancia práctica de
la inmanencia ontológica spinozista: “La felicidad no es el premio a la virtud, sino la
135
136
200
El término “Estado-potencia” es utilizado por Norberto Bobbio como contraposición
al absolutismo. “La teoría del Estado de Spinoza no es tanto una teoría del Estado ab-
soluto cuanto una teoría del Estado-potencia, y un Estado es tanto más potente cuanto
más razonable es su potencia, esto es, cuanto más obedece a los dictámenes de la razón,
cuanto más los gobernantes no abusan de su poder, dado que sólo en cuanto gobiernan
dentro de los límites de la razón pueden contar con el consenso de los súbditos” (“IL
giusnaturalismo”, en AA. VV. Storie delle idee politiche, economiche e sociali, dir. por L. Firpo,
UTET, Torino, 1980, vol. IV, t. 1, p. 519).
201
Será esta conservación del derecho natural por parte de Spinoza lo que establecerá
el más decisivo punto de ruptura con la filosofía política de Hobbes, según explicita el
mismo Spinoza en la carta 50 (Correspondencia, p. 308).
137
202
En un importante trabajo sobre este tópico fundamental del TP, “Esse sui juris e
scienza politica” (publicado originalmente en Studia Spinozana, I, 1985; incluido luego
en La scienza intuitiva di Spinoza, Morano, Nápoles, 1987, pp. 121-141), Paolo Cristofolini
marca dos significados de la expresión esse sui juris, uno restringido, el otro compren-
sivo. Según el primero, la fórmula significa no estar sometido a, ni superado por, la
potencia de otro; el segundo, remite a la capacidad de hacer uso de la razón y de la
facultad de juzgar. Este último sentido es explicitado por el texto de TP, II, 11: “también
la facultad de juzgar puede pertenecer jurídicamente a otro, en la justa medida en que
el alma puede ser engañada por otro; de donde se sigue que el alma es plenamente
autónoma (maxime sui juris esse) en tanto y en cuanto pueda usar plenamente la razón”.
Asimismo, esta distinción –agrega Cristofolini– se predica tanto del individuo como de
la colectividad. En este último caso, una civitas es sui juris, en primer lugar cuando es
independiente, es decir, cuando no se halla bajo el temor (“Civitas eo minus sui juris est,
quo magis timendi habet causam”; TP, III, 9) sino que –según la lección maquiaveliana–
está protegida por sus propias armas; en segundo lugar, cuando ha sido constituida y es
dirigida por la razón (TP, III, 7). Cfr. también el ensayo de Marilena Chauí “A instituiçao
do campo politico em Espinosa”, en Análise, nro. 11, Lisboa, 1989, partic. pp. 134-141.
203
Alexandre Matheron ha hecho notar la diferencia entre esta perspectiva expresada por
el Tratado político y la manera en que, en cambio, el estado de naturaleza es presentado por
Spinoza en el Tratado teológico-político, cuando habla de “la libertad que la naturaleza concede
a cada uno” (TTP, cap. XVI, p. 341; O, III, p. 195) Ver A. Matheron, Individu et communauté
chez Spinoza, Minuit, París, 1988, p. 304.
138
139
140
141
142
210
En un ensayo posterior a L’anomalia selvaggia, que insiste en la no modernidad del
pensamiento de Spinoza, Antonio Negri traslada el concepto de “amor intelectual” al
Tratado político y lo vincula a la formación del proceso comunitario allí descripta. “Spinoza
construye la dimensión colectiva de la fuerza productiva, y la figura colectiva del amor
por la divinidad… Lo que queremos decir es que el Amor intelectual es la condición
formal de la socialización y que el proceso comunitario es la condición ontológica del
Amor intelectual; por consiguiente es a la luz del Amor intelectual que se aclara la
paradoja de la multitud y su devenir comunidad, dado que sólo el Amor intelectual
describe los mecanismos reales que conducen la ‘potentia’ de la ‘multitudo’ a determinarse
como unidad de un orden político absoluto: la potestas democratica” (“L’antimodernité
de Spinoza”, en Les Temps Modernes, n.º 539, junio 1991, p. 57).
211
“…he creído que valía la pena… mostrar con este ejemplo el valor del conocimiento
de las cosas singulares, que he llamado conocimiento intuitivo o conocimiento de se-
gundo género, y cuánto más potente es que el conocimiento universal…” (E, V, 36, esc.).
143
144
212
Spinoza, Tratado teológico-político, cap. XVI, p. 334; O, III, p. 191 –texto que reapare-
cerá casi idéntico en TP, II, 15: “sin solidaridad, los hombres apenas si pueden sustentar
su vida y cultivar su mente” [con la versión de auxilium por “solidaridad”, en todas las
referencias que siguen a continuación se interviene la traducción de Atilano Domínguez
que utilizamos sin modificar lo demás].
145
146
215
Justamente porque la solidaridad es una práctica de la razón y no una reacción afectiva
inmediata, su institución, a diferencia de la compasión o la misericordia, es una cuestión
política que concierne al conjunto, un modo de ser propio de una sociedad libre: “…ser
solidario con todos los indigentes (unicuique indigenti auxilium ferre) es algo que supera con
mucho las posibilidades y el interés de un particular… Por otra parte, un solo hombre no
tiene bastante capacidad para hacerse amigo de todos; por ello, el cuidado de los pobres
compete a la sociedad entera y atañe al interés común” (E, IV, Ap. cap. 17).
147
148
La frase “amicorum omnia… debere esse communia” (que Spinoza repite en la Carta 44 a
217
Jarig Jelles, atribuyéndola a Tales) recoge una larga tradición procedente del mundo grie-
go. Ya Timeo (Cfr. Diogenes Laercio, Vita philosophorum, VIII, 10) adjudicaba a Pitágoras la
máxima según la cual “los amigos tienen todo en común” (koinà tà tôn philon). Aristóteles
alude a ella dos veces en la Ética Eudemia (1237b 30-35 y 1238a 15-20), y será retomada en
los Adelphoe de Menandro (C. A. F. III, 9), y en los Adelphoe de Terencio (“nam vetu’ verbum hoc
quidemst, communia esse amicorum inter se omnia”, 803/4), será asimismo citada en el Libro I del
De Legibus ciceroniano: “Unde illa Pythagorica vox, tà phílon koinà kaì philían isóteta, i. e., Res
amicorum communia, et amicitiam aequilitatem” –también en Laelius, XVII, 61, Cicerón
vincula amicitia y communitas: “cuando las costumbres de los amigos sean correctas, entre
ellos habrá comunidad respecto a todas las cosas (cum emendati mores amicorum sint, tum sit
inter eos omnium rerum… sine ulla exceptione communitas)–. En las Epistulae ad Lucilium, Séneca
refiere al tópico pitagórico en reiteradas ocasiones: “[los amigos] saben que tienen todas las
cosas en común, especialmente las adversas” (Ep. VI); “La amistad hace entre nosotros la
comunidad de todas las cosas. Ni lo próspero ni lo adverso es separadamente de cada uno;
se vive en común…; contribuye mucho también a fomentar aquella otra sociedad íntima
de la amistad… Porque tendrá muchas cosas comunes con el amigo quien tiene muchas en
común con el hombre” (Ep. XLVIII), etc. Si bien el ideal epicúreo era el de una comunidad
de doctrina y existencia y la vida en el Jardín era concebida como una vida en común en
el sentido mas elevado, el apotegma pitagórico experimenta aquí un giro, o más bien una
radicalización: “Epicuro no consideraba oportuno que las posesiones debieran ponerse en
común, contra la opinión de Pitágoras según la cual toda cosa debe ser común entre los
amigos. En efecto, Epicuro sostenía que este es el procedimiento de gente que desconfía, y
donde no hay confianza no hay amistad” (Laercio, D., X, 2) (Cfr. Pizzolato, Luigi, L’idea di
amicizia nel mondo antico classico e cristiano, Einaudi, Torino, 1993, pp. 18-21).
149
218
Cicerón vincula asimismo la amistad con el honestum tanto en el tratado retórico De inven-
tione (II, 161 sg.; 167) como en el Laelius (XIII, 44) y la contrapone a la “res turpes” (XII, 40).
219
En una página particularmente compleja de La comunidad que viene (Pre-textos,
Valencia, 1996), G. Agamben presta atención a este texto de Spinoza, y deriva de él la
idea de “comunidad inesencial”. “Nada más instructivo… que el modo en que Spinoza
piensa lo común. Todos los cuerpos, dice (Eth., II, lema II) convienen en que expresan
el atributo divino de la extensión. Y sin embargo (por la prop. 37 ibid.), lo que es común
no puede constituir en ningún caso la esencia de la cosa singular. Decisiva es aquí la
idea de una comunidad inesencial, de un convenir que no concierne en modo alguno
a una esencia. El tener lugar, el comunicar a las singularidades el atributo de la extensión, no
las une en la esencia, sino que las dispersa en la existencia” (p. 18).
150
151
220
Cfr. El ensayo de Cristofolini, P., “La cattedra avvelenata”, en La scienza intuitiva di
Spinoza, Morano, Nápoles, 1987, pp. 107-117.
221
Ver Moreau, P-F., Spinoza. L’expérience et l’éternité, PUF, París, 1994, pp. 11-63.
152
222
“Por consiguiente, este ordenamiento de la vida esta perfectamente de acuerdo con
nuestros principios y con la praxis communis” (E, IV, 45, esc.).
223
“…la experiencia –escribe P. F. Moreau– es ese terreno común a todas las vidas indi-
viduales que está registrado en un cierto modo en la memoria de todos los individuos,
aunque en cada uno de ellos haya sido llamada de una manera diversa; uno ha sido
comerciante en la comunidad judía de Ámsterdam; el otro luterano, médico y director
de teatro; el tercero noble, alemán y matemático…, pero todos han visto, frecuentado
o padecido los honores, el placer y el dinero” (op. cit., p. 57).
153
224
Véase al respecto la nota de Rolland Caillois sobre el significado del verbo convenire en su
versión francesa de la Ética; Spinoza, Oeuvres complètes, textos traducidos, presentados y ano-
tados por R. Caillois, M. Francès y R. Misrahi, Gallimard, París, 1962 (prim. ed. 1954), p. 1428.
225
Cfr. Matheron, A., Individu et communauté chez Spinoza, Minuit, París, 1988 (prim. ed.
1969), p. 19.
154
226
Esta idea reaparece en un pasaje de la parte IV en la Ética, bajo una formulación
diferente: “Es imposible que el hombre deje de ser una parte de la naturaleza y que no
siga el orden común de ella. De todas maneras, si convive con individuos que concuer-
dan con su propia naturaleza de hombre, su potencia de obrar resultará mantenida
y estimulada, pero si, por el contrario, convive con individuos que no concuerdan en
nada con su naturaleza, será muy difícil que pueda adaptarse a ellos sin una importante
transformación de sí mismo” (E, IV, Ap., cap. 7).
155
227
Toda una reorganización spinozista de la reflexión antigua respecto de la relación
entre poiesis, praxis y theoria en cuanto determinaciones de un bios específico, es puesta de
manifiesto por André Tosel. “Mientras que la tradición antigua –escribe– interrogaba a la
physis propia del hombre a partir de la tríada poiesis–praxis–theoria, suponiendo representar
la jerarquía de los géneros de vida propiamente humanos, Spinoza recompone praxis–
poiesis–theoria en la unidad de una misma forma de vida. Toda forma de vida, todo bios,
es una unidad específica de poiesis, praxis y theoria. O, más bien, en cada género de vida, a
una modalidad de existencia del cuerpo individual, por relación a los otros cuerpos de la
naturaleza (poiesis) y a los cuerpos de la misma existencia humana (praxis), corresponde
una modalidad de existencia del alma, una modalidad de conocimiento (theoria).
Spinoza renueva… la teoría aristotélica de los bioi, que coloca la vida filosófica en rela-
ción de continuidad-ruptura con la vida práctica por una parte, y con la vida poiética
por otra…”; “…cada modo de vida es pensado a partir de su poiética y de su práctica
corporal, la cual reúne apropiación económica y comportamientos ético-políticos. El
género de vida dominado por las pasiones y la imaginación, así como el género dominado
por la actividad y la razón, se definen por la capacidad de actuar (poiética y práxica)
del cuerpo” (Tosel, A., “Quelques remarques pour une interpretation de l’Ethique”, en
Giancotti Boscherini, E. (a cura de), Spinoza nel 350 anniversario della nascita, actas del
Congreso de Urbino de 1982, Bibliopolis, Nápoles, 1985, pp. 155-159).
Tosel lleva a cabo una lectura de la Ética como libro de vida, como filosofía práctica orientada
a la liberación que, como su contrario, la servidumbre, no es pensada sustancialmente sino
en tanto efecto (“efecto de liberación”, “efecto de servidumbre”, etc.). Tal vez en este punto
sea posible aprehender la mayor vecindad entre el pensamiento de Spinoza y el de É. de
La Boétie: para ambos lo dado es la servidumbre (el carácter necesariamente “voluntario”
de esta según La Boétie se revela no obstante problemático para Spinoza), frente a la que
cabe implementar (la vida buena sería precisamente esto) una estrategia de liberación. El
“deseo de libertad” laboeciano, sin embargo, no pareciera intercambiable con la “sabidu-
ría” spinozista, o al menos no directamente; esta última comprende al primero pero no
viceversa. Si los dos modelos de vida que la Ética pone en juego son el del Ignorante y el del
Sabio, la alternativa “absoluta” que el Discours de la servitude volontaire pone de relieve es la
alternativa Servidumbre / Libertad; esta común estructura polar, aunque no se superponga
completamente en lo que respecta a su contenido, presenta sin duda analogías muy fecundas.
156
157
158
159
160
235
Tratado teológico-político, cap. III, p. 116; O, III., p. 44.
236
Hölderlin, F., “Las cartas de Jacobi sobre la doctrina de Spinoza”, en Ensayos, Hipe-
rión, Madrid, 1983, p. 15.
237
Scheler, M., “Spinoza”, en AA. VV., Trapalanda, Biblioteca Babel Argentina, Buenos
Aires, 1933, p. 78.
238
Borges, J. L., “Baruch Spinoza”, en Borges en la escuela freudiana de Buenos Aires, Agal-
ma, Buenos Aires, 1993, p. 72.
161
breve: “Tan sólo me resta para terminar todo esto, decir a los amigos
para los que escribo este tratado: no os admiréis de estas novedades, ya
que bien sabéis que una cosa no deja de ser verdad porque no es
aceptada por muchos”–, la operación de escribir la filosofía, y más
aún –como es el caso– hacerlo a riesgo de la propia vida, presupone
el deseo de una comunidad de lectores en cuanto comunidad de
amigos, que no se agota en el presente ni en la presencia sino que
llega hasta nosotros tal vez por eso mismo; una voluntad de amistad,
o una potencia de amistad podría decirse, que se extiende hacia
amigos potenciales de cualquier tiempo y a quienes –según la cita
de quien acaso haya sido el mayor spinozista del siglo XIX– revela
su contundencia inequívoca: “Cuando se conoce a Spinoza […] no
hay nada que hacer. Hay que ser totalmente amigo suyo”. Habrá
siempre un misterio en la filosofía escrita, en el hecho de escribir
filosofía, por consiguiente de incluir a los otros en el propio tra-
bajo con las ideas; más aun cuando, como en el caso de Spinoza,
no intervienen en ello ni la riqueza ni los honores. Se escribe, tal
vez, por amistad.
En muchos sentidos Spinoza interpela a nuestro presente y a la
filosofía que lo tiene por objeto –ya desde Kant sabemos que es la
actualidad el objeto eminente de la filosofía moderna y que su des-
tino en cuanto tal es el de ser una reflexión de la época, una “on-
tología del presente”. Hay algo en Spinoza, su aspecto preilustrado
tal vez, que revela toda su fuerza en el momento en que se discute
de manera casi hegemónica sobre el estatuto de la modernidad,
sobre su crisis, sobre el hecho de si debe abjurar de sí. La de Spi-
noza no es una filosofía del presente; reflexiona el presente, pero
desde un pensamiento que no se agota en él ni lo tiene por objeto
principal. Quizás por eso, en cuanto filosofía, podemos encontrar
aquí una potencia crítica capaz de intervenir en nuestro momento
de manera significativa.
En L’anomalia selvaggia, Antonio Negri habla de una línea vic-
toriosa de la modernidad integrada por Hobbes, Kant y Hegel,
y de una línea postergada, una tradición cancelada, que estaría
constituida por Maquiavelo, Spinoza y Marx. Sin embargo, nues-
tro mundo es también maquiaveliano y marxista; no es posible
pensarlo sin Maquiavelo ni Marx, incluso si, parcialmente, desde
otro ángulo, quizás podríamos considerar a ambos como parte de
una modernidad suspendida y derrotada en el sentido de las Tesis
benjaminianas sobre filosofía de la historia. No es el caso de Spi-
noza. Tal vez ningún otro pensador moderno como él haya tenido
162
163
239
Cfr. de Esposito R., Los confines de lo político. Nueve pensamientos sobre política, Trotta,
Madrid, 1996, pp. 19-37, y del mismo autor, la introducción a su compilación de textos
sobre lo impolítico en Oltre la politica. Antologia del pensiero “impolitico”, Mondadori,
Milán, 1996.
240
Sostenida, entre otros, por A. Negri, É. Balibar, A. Matheron, Lucien Mougnier Po-
llet y Emilia Giancotti, quien lee en clave anticontractualista no sólo el Tratado político
sino también el Tratado teológico-político (Cfr. su introducción a Antonio Negri, Spinoza
sovversivo. Variazioni (in)attuali, Pellicani, Roma, 1992).
165
166
241
Cfr. la definición hobbesiana en Leviatán, I, 10.
167
168
169
171
174
175