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Concepciones teóricas de la personalidad


Modelos teóricos y definiciones
Alejandro Castro Solano

La personalidad implica el estudio sistemático de las diferencias


individuales en tanto patrones de comportamiento, emociones y
pensamiento que los seres humanos poseen. Diferentes autores han dado
peso a uno u otro componente, según la tradición de investigación en la que
se hayan situado. Según Pervin (2000), podemos ubicar tres tipos de
abordaje de este constructo: el clínico, el correlacional y el experimental.
Describiremos a continuación, en forma sucinta, cada una de estas
tradiciones, sus metodologías y conceptualizaciones.

El abordaje clínico
Los primeros teóricos que evidenciaron la importancia de las diferencias
individuales entre las personas fueron, sin lugar a dudas, los psicólogos
clínicos. Durante la primera mitad del siglo XX tuvo su auge el estudio de
las grandes teorías de la personalidad. Estos psicólogos eran partidarios de
una concepción holística u organísmica y estaban preocupados por entender
los principios de funcionamiento que son comunes a todas las personas, en
especial aquellos que hacen a la singularidad propia de cada sujeto. Dentro
de los autores más importantes podemos citar a Freud (psicoanálisis),
Rogers (fenomenología/ humanismo) y George Kelly (constructos
personales). Estas diferentes líneas teóricas consideraban que cada
individuo es singular, único e irrepetible. Los autores basaban sus
afirmaciones en el estudio clínico de algunos pocos sujetos (pacientes) que
estaban realizando tratamiento psicoterapéutico. En esta línea cobraba
importancia el poder comprender las causas del funcionamiento psicológico
individual.
16 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.)

Dentro de esta tradición, personalidad era un sinónimo de psiquismo,


otorgándose importancia al poderoso efecto de los vectores internos en la
determinación tanto de los actos, los pensamientos, como de las emociones
personales (Fierro, 1996). Este enfoque se consideró idio- gráfíco, ya que,
como antes se comentaba, tomaba en cuenta el estudio de pocos casos
(clínicos). En algunas oportunidades, incluso, se trataba del estudio
intensivo de un solo sujeto (e.g., Freud).
Las definiciones más clásicas de personalidad tienen su origen en esta
tradición. Allport (1937) definía el concepto como psicología de lo
individual, de lo idiosincrático. Para este autor, la personalidad es "la
organización dinámica de los sistemas psicofísicos que determina los
ajustes del individuo al medio circundante" Murray (1938), en tanto,
consideraba que este constructo complejo estaba en relación con lo singular
y no podía ser entendido mediante leyes generales. Para otro autor clásico,
Filloux (1960), “la personalidad es la configuración única que toma, en el
transcurso de la historia de un individuo, el conjunto de los sistemas
responsables de su conducta"

El abordaje correlacional

Si bien los seres humanos difieren en sus comportamientos, no difieren


al azar ni de modo incoherente. Los autores de esta línea se preocuparon
por identificar en las personas patrones o pautas comunes que fueran la
razón de determinados estilos de comportamiento. Estos psicólogos fueron
denominados "rasguistas" porque intentaron aislar un conjunto de rasgos o
dimensiones que diferenciaban a los individuos. Se basaron en el análisis
de las respuestas dadas por los sujetos a inventarios de personalidad, que eran
posteriormente analizados mediante la metodología del análisis factorial.
De este modo, se identificaba la estructura subyacente a la organización
com- portamental y se establecían las regularidades del comportamiento
tomando como unidad de análisis los rasgos psicológicos. Los rasgos se
definen como tendencias latentes que predisponen a los seres humanos a
comportarse de determinado modo; son los responsables de las diferencias
individuales y predicen la conducta humana en diferentes situaciones.
Esta aproximación también se denominó nomotética (nomos = ley). La
consideración de los rasgos psicológicos supone consistencia
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y estabilidad. La consistencia se refiere a cierta regularidad de la conducta en


situaciones diferentes y la estabilidad hace alusión a la perdurabilidad
temporal de las conductas de un individuo. Dicho de otro modo, esto implica
que las personas son las mismas a lo largo del tiempo y en los diferentes
contextos. Los rasgos, a su vez, fueron caracterizados como predisposiciones
básicas (latentes) que daban lugar al comportamiento efectivo. Autores como
Cattell o Eysenck estaban enrolados dentro de esta tradición de estudio de la
personalidad, que tuvo su auge a principios del siglo XX, luego se dejó de
lado hacia la mitad del siglo, y resurgió con vigor hacia finales de los años
ochenta a través del modelo de los cinco factores de la personalidad (véase
Capítulo 2).

El abordaje experimental
Esta escuela, a diferencia de la anterior, hace hincapié en las leyes
generales que rigen la conducta humana y que resultan aplicables a todos los
individuos. Si comparamos la tradición Correlacional con la experimental, la
primera hace foco en las diferencias individuales, y la segunda enfatiza más
los universales que rigen los comportamientos humanos. Autores tales como
Dollar y Miller durante las décadas de 1940 y 1950 se enrolaron dentro de
este enfoque experimentalista y emplearon las bases de las teorías del
aprendizaje para formular los principios del funcionamiento individual.
Hacia 1960 y 1970, y fruto de la revolución cognitiva, autores como Bandura
y Mischel enfatizaron, dentro de un marco de trabajo cognitivo-social, el
estudio de los procesos cognitivos en la determinación de la conducta
humana. Este abordaje metodológico intentó conectar los campos de la
psicología cognitiva y la psicología social.
En síntesis, para la tradición clínica (idiográfica), la personalidad es
sinónimo de singularidad; para la tradición correlacional, el origen de las
diferencias individuales entre los seres humanos se debe a ciertas
disposiciones básicas -los rasgos psicológicos-, y para el enfoque
experimental, importan las leyes generales (procesos básicos) que rigen los
comportamientos humanos.
18 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.)

El problema de las unidades de análisis


El gran problema de la conceptualización de la personalidad es el tipo
de unidades de análisis que debemos tomar en cuenta para su estudio. Este
fue un tema de preocupación de los teóricos de principios del siglo XX y no
ha sido resuelto a la fecha.
Allport (1937) consideraba, por ejemplo, los rasgos estilísticos, los
patológicos, los estilos cognitivos, las actitudes, las motivaciones
inconscientes y el temperamento, entre otros. Emmons (1995) tenía en
cuenta diferentes dominios de la personalidad; según él, esta puede
entenderse en tanto estructura morfológica (intrapsíquica) de los in-
dividuos tal como en las conceptualizaciones psicodinámicas, en un nivel
interpersonal o en un nivel biofísico (temperamental) del comportamiento.
Asimismo, de acuerdo con el autor, la personalidad puede estudiarse a
nivel de las conductas de las personas, a nivel de los constructos
motivacionales o a nivel de los rasgos psicológicos. Algunos autores
contemporáneos proponen incluir aspectos tan diversos tales como
procesos básicos, afrontamiento, comportamientos, estilos cognitivos,
motivacionales y representaciones sociales, solo para nombrar algunos
(Fierro, 1996). Las teorías de la personalidad más modernas incluyen los
aspectos emocionales, motivacionales y cognitivos y toman tanto los
aspectos conscientes como los inconscientes (Emmons, 1995).
Comentaremos a continuación las principales unidades de análisis
consideradas por los teóricos de la personalidad (véase Tabla 1).

TABLA 1. Algunas unidades de análisis para el estudio de la personalidad.

Unidades de análisis de estudio de la


personalidad
Temperamento Estructura intrapsíquica Rasgos
patológicos Rasgos “normales" / Tipos
Afrontamiento Cogniciones

Motivaciones
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Rasgos y tipos psicológicos. Los rasgos son una de las unidades de análisis
más estudiadas. Como ya hemos referido, se trata de tendencias latentes que
predisponen a los individuos a comportarse de determinado modo, son los
responsables de las diferencias individuales entre unos y otros, y predicen la
conducta humana en diferentes situaciones. Por ejemplo, una persona que
posee el rasgo extroversion, tiende a ser sociable, gregaria, comunicativa,
disfruta del contacto con los demás y participa de diferentes actividades
sociales. Aquello que "impulsa" a este individuo a ser extrovertido es
precisamente este componente, que es el rasgo extroversion. Los rasgos son
de naturaleza inferencial y, por lo tanto, no observables.
Los principios fundamentales que distinguen a los rasgos son la
consistencia y la estabilidad, y son el presupuesto básico de que existe algo
que se mantiene más allá de las diferentes situaciones y a lo largo del tiempo.
Los autores han aislado mediante la metodología del análisis factorial las
dimensiones básicas de las diferencias individuales entre las personas. El
enfoque más moderno y más utilizado por los científicos es el modelo del Big
Five (véase Capítulo 2). Se supone que los rasgos son sumamente estables y
que se consolidan alrededor de los 30 años, existiendo poco cambio en la
personalidad más allá de esta edad (Costa y McCrae, 1990).
La agrupación de varios rasgos distintos se denomina tipo. A diferencia
del rasgo, la consideración del tipo hace alusión a un perfil y es categorial.
Así, algunos autores han aislado diferentes tipos psicológicos: por ejemplo, las
personas que se adaptan y responden bien al estrés constituirían un tipo
psicológico determinado. Myers, McCaulley y Quenk (1998) consideran
dieciséis combinaciones tipológicas basadas en los tipos psicológicos de Jung
(por ejemplo, introvertido/orientado al pensamiento o
extravertido/orientado a la sensación). Esta conceptualization fue tomada
por T. Millón a mediados de la década de 1990 para configurar su descripción
de los modos cognitivos, como estructurante de la personalidad normal
(véase Capítulo 3).
Cabe considerar que muchos autores se dedicaron al estudio de los rasgos
patológicos de la personalidad. No fue sino hasta 1980 que el concepto de
trastornos de la personalidad comenzó a utilizarse, de la mano de las nosologías
internacionales de clasificación (DSM), ocupando allí un lugar destacado y
conocido como Eje II. La tradición de análisis de los rasgos psicológicos
permaneció disociada del estudio de la psicopatología en la historia de la
psicología de la personalidad. No fue sino hasta el año 2013 que la nueva
revisión de las nosologías
20 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.)

internacionales (DSM-5) incluyeron una consideración dimensional (más


rasguista) de la psicopatología de la personalidad, reuniendo en un enfoque
único el modelo de los cinco factores de la personalidad con la
psicopatología contemporánea que, como se comentó, funcionaron de
modo separado durante gran parte del siglo XX (véase Capítulo 4).
Constructos motivacionales. La motivación es el determinante que activa
la conducta efectiva de los seres humanos. ¿Qué es lo que lleva a una
persona a comportarse del modo en que lo hace? Para Freud, importaba el
concepto de pulsión (drive), entendido como un modelo de tensión-
reducción; la pulsión tiene que satisfacerse (pero nunca lo hace
completamente) y en su camino la persona es impulsada a reducir esa
tensión a través de determinadas acciones.
Murray resaltaba el concepto de necesidad. Para este autor existen tres
grandes necesidades que gobiernan la conducta humana: afiliación, logro y
poder. Aquellos que registraban una alta necesidad de poder eran los que se
desempeñaban en puestos de liderazgo, eran asertivos y controladores en
sus relaciones personales. En cambio, aquellos que tenían alta motivación
de afiliación daban más importancia a las relaciones personales, a la
proximidad, e invertían más el tiempo en su vida social comparados con los
otros dos. Una prueba proyectiva importante de la primera mitad del siglo
XX (TAT, Tema- tic Aperception Test) estaba basada en esta teoría de la
motivación. El concepto de motivación tuyo su auge a principios del siglo
XX y luego, con el predominio de las teorías conductistas y posteriormente
con la revolución cognitiva, estas variables internas que regían la conducta
dejaron de estudiarse.
Las modernas teorías cognitivas enfatizan el papel de la motivación a
través del concepto de metas u objetivos. Estos pueden definirse como
representaciones internas de estados ideales a ser alcanzados. Estos estados
pueden ser resultados, eventos o procesos (Austin y Vancouver, 1996).
Internamente, pueden entenderse desde las necesidades biológicas como
estados iniciales de procesos internos (por ejemplo, temperatura corporal)
a complejas construcciones cognitivas de resultados a obtener (por ejemplo,
graduarse en una carrera). Dentro de los teóricos de la personalidad que
trabajaron más en la perspectiva cognitiva de la motivación podemos
ubicar a Little (1989), quien inició una tradición de estudio del constructo
proyectos personales (personal goals), a Emmons (1986), quien propuso el
término de planes personales (personal strivings), a Zirkel y Cantor (1990), que
hablaron de tareas vitales y a Klinger (1977), quien acuñó el concepto de
preocupaciones actuales.
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Estas aproximaciones tenían de común el presupuesto de que la conducta del


sujeto estaba organizada alrededor del concepto de objetivo o meta. El
objetivo es una representación mental (cognitiva) de un resultado a alcanzar
alrededor del cual se organizan las acciones de la persona. Así, cada persona
es caracterizada por un conjunto de metas personales, que integra el sistema
personal de objetivos de su vida. A su vez este sistema recluta conductas y
acciones de menor nivel. Por ejemplo, para una adolescente para quien ser
físicamente atractiva sea muy importante, este plan de vida reclutará las
acciones de hacer dieta, gimnasia, cuidado externo, etcétera, que dará
coherencia a todas las acciones que ejecute. Esta concepción de los objetivos
está basada en la teoría del control y de la autorregulación (Carver y Schcier,
1981). Aquí la conducta efectiva se interpreta como un proceso de reducción
de la discrepancia entre la condición presente y el estado ideal a alcanzar,
que es precisamente el objetivo. Desde el punto de vista metodológico esta
aproximación de la motivación combina las estrategias nomotética e
idiográñca, tradición que inició Little en los años ochenta. El autor proponía
el análisis de las matrices de objetivos personales (idiográ- fico) siguiendo
criterios nomotéticos.
Cogniciones. En este apartado podemos mencionar la teoría de los estilos
cognitivos de Witkin y Goodenaugh (1981) y la teoría de la atribución causal
(Seligman, 1990) como las más importantes unidades de análisis de
diferencias individuales desde el punto de vista cogni- tivo. La teoría de los
estilos cognitivos de Witkin postulaba la existencia de importantes
diferencias individuales en la forma en que los sujetos procesan la
información. Las investigaciones de Witkin demostraron que las personas
difieren marcadamente en la ejecución en tareas de orientación espacial (test
del marco y de la varilla). Algunos, a la hora de establecer la verticalidad de
un objeto, confiaban más en las referencias internas que en las claves qne
proporcionaba el contexto. A estos se los llamó independientes del campo. Estas
personas eran flexibles, funcionaban de manera más autónoma y tendían a
imponer su estructura personal a los problemas, comparados con los
dependientes del campo. Estos últimos dependían altamente del ambiente.
El "campo" ejercía un influjo tan grande sobre ellos que se perdían entre las
coordenadas del contexto. Los dependientes del campo estaban más
preocupados por los vínculos, gustaban de estar con otras personas, siendo
por lo tanto más "dependientes" del ambiente, sin tender a estructurar los
estímulos. Estas dimensiones fueron de algún modo retomadas por Millón
en la consideración de la personalidad normal,
22 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.)

cuando incorporó unidades de análisis cognitivas (modos cognitivos) en su


evaluación (véase Capítulo 3). La forma de captar y procesar la información
según estos modelos forma parte de la personalidad, siendo una fuente
importante de diferencias individuales.
De modo más reciente, Martin Seligman estudió la importancia de las
atribuciones causales que hacen las personas sobre determinados eventos,
generalmente negativos (estilo atribucional), en función de las cuales les era
posible determinar expectativas concernientes al desarrollo de los
acontecimientos futuros (estilo optimista vs. pesimista). Seligman
estableció tres dimensiones: (a) interno/externo; (b) estable/inestable; y (c)
global/específico.
Aquellos que tienden a hacer atribuciones internas, globales y estables
son quienes sufren mayormente de depresión, tienen un rendimiento
académico más pobre y registran peores resultados psicológicos en general
(por ejemplo, "Me fue mal en determinado examen porque no soy
inteligente [atribución estable e interna y global]). En cambio, quienes
realizan atribuciones externas, específicas e inestables (por ejemplo, "Me
fue mal en un examen porque ese día no estaba concentrado y no había
estudiado mucho") son caracterizados como "optimistas" Seligman
proponía que, mediante determinadas estrategias cognitivas, era posible
"enseñar" a los pesimistas las estrategias que empleaban los optimistas, de
modo de mejorar sus expectativas sobre los eventos futuros. Esta es la base
del programa en entrenamiento en resiliencia de Pennsylvania, y consiste
en aprender un estilo atribucional más adaptativo frente a los eventos
indeseables.
Estilos de afrontamiento. Bajo el nombre de afrontamiento (coping) se
consignan las acciones que implementan las personas para hacer frente al
estrés. Es un concepto que vincula las experiencias del ambiente (el
estresor), las capacidades del individuo (las estrategias de afrontamiento) y
el resultado (su efectividad: malestar vs. bienestar resultante).
La teoría psicológica más utilizada en esta temática es el modelo
transaccional de Lazarus y Folkman (1984). En él se postula la importancia
de la estimación (appraisal) que hace la persona sobre los eventos estresantes
(valoración primaria). Desde este punto de vista, la naturaleza del estresor
radica más en el sujeto que en las características del estresor en sí mismo
(por ejemplo, las arañas pueden ser altamente estresantes para algunos y
no para otros, sin generarles ninguna reacción en absoluto). Una vez
realizada esta valoración primera, el individuo pone en marcha los
mecanismos disponibles para afrontar
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el estresor (valoración secundaria). La idea básica del modelo es que las


representaciones o esquemas mentales que tenga cada uno acerca del
mundo influirán en la respuesta a determinadas amenazas del ambiente.
Esta teoría está enmarcada dentro de un abordaje de la cognición social.
Existen formas más y menos adaptativas frente a los estresores, así
como dos estrategias generales de afrontamiento: (a) las dirigidas hacia la
remoción del problema y (b) las que se encaminan a mitigar la emoción
concomitante a este. Las personas van variando su repertorio de respuestas
en función de la situación y la evaluación del estresor; de allí que el modelo
se denomine transactional. Una estrategia puede resultar muy adaptativa en
una situación y no en otra para determinado sujeto (por ejemplo, algunos
pueden mitigar la ansiedad mediante el ejercicio, las actividades deportivas,
etcétera y para otros esto no resulta eficaz). Sin embargo, es esperable que
cada uno tenga un estilo de afrontamiento en particular, esto es, una preferencia
por la utilización de ciertas estrategias de afrontamiento. Algunos, por
ejemplo, son muy intolerantes respecto de la ambigüedad de las situaciones
y no pueden afrontar este tipo de estresores; en cambio otros son más
proclives a resolver las situaciones que generan incertidumbre. Esta forma
particular de afrontar las situaciones está ligada a la estructura de la
personalidad y, por ende, se enmarca como una variable de estudio de
naturaleza personológica o estilística. Este concepto, por ser de naturaleza
cognitivo-social, está muy vinculado con lo que comentamos anteriormente
respecto del estilo atribucional del modelo de 1 Seligman. El estilo optimista,
desde esta perspectiva, sería un estilo de afrontamiento particular (externo,
específico e inestable) que las personas aplican a una gama diferente de
situaciones y problemas.
Temperamento. Los autores coinciden en agrupar bajo la etiqueta de
temperamento los aspectos "más biológicos" de la personalidad, es decir,
aquellos menos influidos por el ambiente y, por lo tanto, de naturaleza más
hereditaria (Bornstein, 2000). Esto nos lleva a la vieja polémica
natura/nurtura. ¿La personalidad es adquirida o es heredada? ¿Cuál es el
impacto que tiene el medio sobre el desarrollo de la personalidad?
Los autores contemporáneos determinaron que alrededor de un 40% de
las diferencias individuales en la personalidad se deben a diferencias
temperamentales heredadas. En los niños recién nacidos, la expresión
emocional es tosca y rudimentaria y más libre de influencias ambientales,
y las diferencias temperamentales (biológicas) son más aparentes. Estos
niños actúan en fundón del ambiente según sus disposiciones
temperamentales y modelan sus emociones según la respuesta que reciban
délos
24 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.)

otros. Un niño con un temperamento "irritable” generará una respuesta


negativa en sus cuidadores que influirá posteriormente en su capacidad de
autorregulación emocional futura. La interacción entre estas disposiciones
ambientales y las respuestas de los padres y otros significativos modelará
lo que en la adultez denominaremos personalidad.
El temperamento aparece de forma muy temprana en la vida de los
niños y es la base sobre la cual se modela la personalidad adulta (Rothbart
y Bates, 1998). Los tres atributos temperamentales son: (a) el nivel de
actividad -tempo y energía de los infantes, algunos son sedentarios mientras
que otros son más "activos"-; (b) sociabilidad, que se refiere a cuán receptivos
son los niños a las interacciones sociales, algunos son reticentes y otros
buscan contactarse de modo más activo con los demás; y (c) emocionalidad,
que se refiere a la intensidad de la respuesta emocional, algunos se
tranquilizan rápidamente y otros lloran ante el menor disturbio.
Sintetizando, entonces, según los autores el temperamento es un rasgo
bastante estable de la personalidad y es en su mayor parte heredado. La
base de la personalidad futura depende de la forma en que se consoliden o
no el resultado de las interacciones entre el temperamento del niño y las
experiencias ambientales tempranas.

Enfoques teóricos
Existen diferentes modelos y enfoques para el estudio de la
personalidad. Para el planteamiento de las diferentes teorías de la
personalidad seguiremos la sistematización propuesta por Millón (1996). El
autor propone diferenciar los enfoques en monotaxonómicos y politaxonó-
micos, empíricos y explicativos, respectivamente (véase Figura 1).

FIGURA 1. Modelos teóricos que estudian la personalidad.

EXPLICATIVO EXPLICATIVO
POLITAXONÓMICO MONOTAXONÓMICO

(Millón) (Kohut, Gunderson, Kernberg)

EMPÍRICO EMPÍRICO
POLITAXONÓMICO MONOTAXONÓMICO

(Big Five, McCrae y Costa) (Cattell, Eysenck)


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Los enfoques monotaxonómicos están orientados hacia el tratamiento de


pocas unidades de análisis, ya sean categorías, dimensiones o prototipos.
Están limitados a áreas circunscritas y no pretenden explicar todo el campo
de la personalidad, sino que están interesados por determinadas áreas o
procesos. Los enfoques politaxonómicos, en cambio, se dirigen hacia la
búsqueda de pilares teóricos que den una explicación de la estructura de la
personalidad. El énfasis está puesto en la explicación de las entidades
latentes. El intento de este enfoque es explicar las múltiples variaciones
observadas en las conductas, emociones y pensamientos de las personas
mediante un número menor de variables o principios teóricos explicativos.
Estas dos líneas pueden estar orientadas hacia la explicación teórica de los
constructos o simplemente hacia la descripción y sistematización de las
variables.

Enfoques empíricos monotaxonómicos


Esta aproximación hace foco en una o pocas categorías de análisis.
Considera que el conocimiento avanza a través de la explicación de la
estructura de los datos obtenidos por medio de los instrumentos de medida
existentes y no a través de la exploración de nuevos conceptos y teorías.
Típicamente, uno o varios instrumentos son descompuestos en sus
elementos constituyentes, sean factores, clusters o inspecciones gráficas de
dendogramas. La validez de este enfoque demanda una perfecta
correspondencia entre variables latentes y observadas. Se asume que los
factores o variables extraídas, generalmente de procedimientos estadísticos
multivariados, representan diferentes aspectos de los constructos, tal como
existen en la realidad. Los enfoques tradicionales del rasgo están ubicados
en esta categoría. Las variaciones individuales son explicadas a través de un
escaso número de rasgos (véanse Capítulo 2 y Fernández Liporace, Cayssials
y Pérez, 2009, Capítulo 2). El problema surge cuando tenemos que decidir
cuáles de estos rasgos o variables son aquellos necesarios para describir y
explicar la personalidad. Aquí podemos localizar las conceptualizaciones de
Raymond Cattell (1965) y Hans Eysenck (1960).
Cattell fue uno de los pioneros defensores de la aproximación analítico
factorial para establecer dimensiones de personalidad. Mediante estos
procedimientos obtuvo dieciséis dimensiones básicas de personalidad o
factores primarios. Luego sometió estas dimensiones a un análisis factorial
de segundo orden obteniendo otras siete dimensiones. De
26 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.)

estas otorgó mayor importancia a dos de ellas, sobre las que construyó
cuatro tipos de personalidad. Las dimensiones son baja/alta ansiedad e
introversión/extroversión. A pesar de sus esfuerzos, el problema de esta
tipología es no proveer un marco comprehensivo que explique de forma
acabada el ámbito de las diferencias individuales.
Eysenck, por su parte, ha seleccionado tres dimensiones fundamentales
de la personalidad que la explican. Neuroticismo, introversión/
extroversion y psicoticismo. Siguiendo las ideas de Jung, Pavlov y
Kretschmer, el autor construyó un marco explicativo de la personalidad en
términos biológicos, relacionando la condicionabilidad de los estímulos con
la reactividad nerviosa autónoma.

Los enfoques politaxonómicos empíricos

Similar al enfoque empírico monotaxonómico, este abordaje trabaja


mediante el refinamiento de instrumentos de medida, dependiendo del
isomorfismo entre realidad e instrumentos. Consiste en un refinamiento
psicométrico e instrumental. No se toman en consideración los avances
teóricos. El enfoque anterior se mueve en la dirección de alcanzar un mayor
nivel de especificidad, tratando de descomponer varias unidades de análisis
en una menor cantidad de unidades más comprehensivas. El enfoque
politaxonómico no toma los componentes inferenciales o no observables. El
modelo más representativo de este enfoque es la teoría del Big Five (véase
Capítulo 2). Esta lectura personológica descansa en la hipótesis léxica que
asume que aquellas grandes diferencias entre las personas han sido
codificadas en el lenguaje natural. Solo bastaría con descubrir aquellos
términos del lenguaje que dieran mejor cuenta de las diferencias
individuales a través de las palabras comúnmente usadas, para que,
aplicando sofisticados procedimientos matemáticos, surjan aquellos
factores subyacentes que den cuenta de las diferencias entre las personas.
Esta aproximación a la personalidad ha sido también conceptualizada como
el abordaje matemático de lo latente (Millón, 1994).

Los enfoques teóricos monotaxonómicos

Son enfoques teóricos que tratan con conceptos de naturaleza


inferencial (no observables). Allí se intenta utilizar pocas unidades
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 27

de análisis que den cuenta del fenómeno objeto de estudio. Dentro de esta
línea tenemos autores en su mayor parte psicoanalíticos, con preocupaciones
básicamente clínicas, que intentaron arribar a explicaciones teóricas sobre
cómo la personalidad se torna patológica.
Heinz Kohut (1971 y 1977) consideró la constitución del sí-mismo (self)
como un organizador del desarrollo psicológico individual. Concebía
evolución del self desde el estado infantil de fragilidad y fragmentación a un
estado cohesivo y organizado, que es el correspondiente a la etapa adulta.
Kohut no pensaba el conflicto psicológico como regulador de la vida
psíquica, tal como lo hacían los teóricos del psicoanálisis clásico, sino que
hipotetizaba que los trastornos de la personalidad tenían que ver con déficits
en la estructuración del self.
Gunderson (1988) construyó una teoría que permite identificar el
desarrollo de la personalidad normal hasta sus variantes más patológicas,
haciendo eje en las patologías límite (borderline) a las cuales dedicó la mayor
parte de su obra.
Otto Kernberg (1984), quizá uno de los teóricos del psicoanálisis
contemporáneo con propuestas más novedosas, trató de instaurar una
nueva tipología en el estudio de la personalidad y sus trastornos. Estableció
que la personalidad se halla más ligada a los diferentes niveles de severidad
que a fijaciones a etapas psicosexuales tempranas -como afirmaba el
psicoanálisis clásico-; el autor organiza los tipos de personalidad según su
nivel de severidad (alto, intermedio y bajo) y de organización estructural
(neurótico, límite y psicótico).

Los enfoques teóricos politaxonómicos

Este tipo de enfoque está basado en la construcción de un edificio


taxonómico teórico que nos permite clasificar los diferentes tipos o estilos de
personalidad y sus desórdenes en una misma teoría que provea una
explicación acabada del fenómeno objeto de estudio. El poder explicativo de
este sistema deriva de generar una taxonomía que reemplace la primitiva
agregación de elementos jerárquicos (taxons), organizando un esquema
diagnóstico real. Se avanza así hacia la explicación de las relaciones entre los
constructos y hacia la conceptualization de las categorías empleadas en su
estudio. Por lo tanto, este enfoque intenta la generación de un marco teórico
nuevo para explicar la personalidad. El enfoque de T. Millón (1969, 1981,
1994 y 1996) se encuentra dentro de oslo marco conceptual. Esta teoría está
ubicada
28 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.)

dentro de los modelos integradores en el campo de la personalidad y puede


considerarse un puente entre la personalidad normal y sus trastornos
(véase Capítulo 3).

Conclusiones y perspectivas futuras


Quizá uno de los asuntos más importantes en la conceptualization de
la personalidad sea el controvertido tema de la organización y la estructura
de la personalidad. ¿Cuáles son las unidades de análisis que debemos
considerar para estudiar la personalidad? ¿Los rasgos, las motivaciones, las
conductas manifiestas o los procesos inconscientes?
Al respecto, una conceptualización muy útil es la aproximación de
Emmons, que propone diferenciar niveles y dominios de la personalidad.
En cuanto a los niveles, en el nivel I (el más desnaturalizado y neutro)
estarían ubicados los rasgos según lo entienden las aproximaciones
empírico-factoriales (Big Five, por ejemplo), como unidades amplias de
conducta. El nivel II estaría compuesto por aquellos aspectos
motivacionales que están contextualizados en tiempo y espacio, también
llamadas unidades de nivel intermedio. Dentro de esta categoría entrarían
las unidades que operan de puente entre los actos manifiestos de conducta
(nivel molecular) y los niveles supraordinales y valores (nivel molar). Un
ejemplo de esto es la consideración de los objetivos de vida de las personas.
El nivel III estaría enmarcado por la narrativa particular de la historia
personal de los individuos, que lleva a la coherencia, unidad y propósitos
en la vida (Baumeister, 1989). Desde otras aproximaciones esto sería
entendido como el estudio del self o del sí mismo.
Por el otro lado, los dominios de la personalidad aluden a las diferentes
esferas de la actividad humana (Emmons, 1995). Por ejemplo, nivel
intrapsíquico, interpersonal, fenomenológico, biofísico, etcétera. Es decir,
podemos hablar de personalidad en tanto estructura morfológica
intrapsíquica de los individuos (Gunderson, 1988; Kohut, 1977), en tanto
rasgos personológicos (Leary, 1957; Sullivan, 1953) o entendiendo los
diferentes componentes temperamentales o biológicos que tienen las
personas (Cloninger, 1987; Plomin y Dunn, 1996).
Ségún Pervin (2000), resulta fundamental el desarrollo de conceptos
que focalicen en los aspectos más procesuales o de funcionamiento de la
personalidad, (e.g., conflicto, coherencia). Asimismo, el autor enfatiza el
mérito relativo de cada una de las tradiciones de
29

investigación para el estudio de la personalidad y pone de relieve la


combinación de estrategias diferenciales para poder estudiar unidades de
análisis de distinto nivel, como por ejemplo, el estudio de los procesos
inconscientes (inferenciales) y las expresiones más conscientes de la conducta
humana.
Un capítulo aparte merece el estudio de la variación sistemática de los
constructos personológicos en función de la diversidad cultural. Considerar
la universalidad de los constructos psicológicos es un postulado fundamental
de la ciencia psicológica, ya que nos permite hacer generalizaciones respecto
de grupos humanos que hablan lenguas distintas, que tienen distintas
creencias y que difieren de forma sistemática respecto de aquellos países que
presentan un mayor desarrollo de la psicología como ciencia (Casullo y
Fernández Liporace, 2006; Norenzayan y Heine, 2005).
Sin embargo, muchos psicólogos dan por sentada la supuesta
universalidad de los constructos psicológicos. Se extraen conclusiones acerca
de poblaciones muy específicas (e.g, estudiantes universitarios, poblaciones
anglosajonas, de raza blanca, de nivel socioeconómico medio, etcétera) y se
extrapolan estos resultados a contextos culturales más amplios, sin un
estudio adecuado de las variaciones locales de los conceptos estudiados. La
suposición de la universalidad partiendo de una base de datos limitada
constituye no solo un problema teórico, sino también empírico, ya que se
establecen estrategias de intervención en los ámbitos de aplicación, tomando
como referencia investigaciones con sesgos culturales evidentes (Casullo y
Fernández Liporace, 2006).
Este enfoque top-down es el que ha predominado tradicionalmente en el
estudio de la personalidad. La adopción de esta estrategia de trabajo hace que
se desvanezcan las variantes émicas locales, quedando estas
subrepresentadas. Esto lleva a que los constructos psicológicos estudiados
revistan características pseudoéticas o que, en suma, sean "falsamente
universales". Un desafío en este campo consiste en el estudio de las variables
idiosincráticas y locales a través de estudios émicos que recuperen aquellos
aspectos particulares o locales que no toman en cuenta las "grandes” teorías
de la personalidad.
Finalmente, un área nueva de estudio la constituyen las neurocien- cias.
El gran desafío para los psicólogos de la personalidad consistiría en la
integración de aquello que ya se sabe de la personalidad con los nuevos
hallazgos procedentes de marcadores neurobiológicos, sin caer en una
propuesta reduccionista.
30 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.)

A la luz de lo comentado, el futuro de la psicología de la personalidad


resulta en extremo auspicioso; queda en los jóvenes psicólogos que su
estudio se vuelva un área de trabajo fértil. En los capítulos siguientes
comentaremos en detalle las aproximaciones clásicas y las más modernas
para el estudio de la personalidad normal y sus trastornos, para finalizar
con un detalle acerca de los problemas involucrados en los aspectos
relativos a su evaluación.

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