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GUADALAJARA.
Grupo 4 A
En realidad cada una de las teorías -la liberal y la comunitarista- hace uso de lo
importante en la otra, explicándola con lo que tiene por fundamental. Si lo justo es
lo principal, el bien sería aquello que el individuo desearía en la medida en que
sus actos sean conformes con la exigencia de la obligación: el bien sería el objeto
del deseo justo. En cambio, si el bien es lo fundamental, lo justo sería aquello que
se debe hacer para lograr lo que se quiere, si se estuviera correctamente
informado.
Para J. S. Mill, si la justicia se funda en una concepción singular del bien,
impondría ciertas preferencias en algunos ciudadanos, lo que pondría trabas a la
búsqueda de la utilidad; y para Kant, avasallaría a los individuos en la
irracionalidad, ya que ninguna concepción del bien podría ser objeto de un
consenso basado en la razón. Como sabemos, para este último, la única cosa que
puede ser incondicionalmente buena es la buena voluntad. Es esta idea de la
prioridad de lo justo sobre el bien la que es retomada por la teoría liberal moderna.
Así, Rawls define a la justicia como “la primera virtud de las instituciones sociales”:
lo justo se constituye bajo el efecto de la voluntad de la justicia y no por la
conformidad a cualquier idea del bien, ya que éste no es más que la satisfacción
del deseo racional manifestado por la persona moral. Entonces el concepto de
justicia es independiente del concepto de bien y anterior a él, en el sentido de que
sus principios limitan las concepciones autorizadas del bien. Los derechos
devienen de la naturaleza de los individuos y no de sus méritos o virtudes, que no
serían más que atributos contingentes de la personalidad. Ellos no pueden realzar
más que una noción abstracta de la justicia, no una concepción previa del bien y
de la vida buena. Con relación a estos derechos, lo justo prima sobre el bien de
dos formas: en importancia -ya que los derechos individuales no pueden nunca ser
sacrificados al bien común-, y desde un punto de vista conceptual -los principios
de justicia que especifican estos derechos no pueden ser fundados en una
concepción particular del bien-. Para Rawls, cada persona posee una inviolabilidad
fundada en la justicia, la que en nombre del bienestar del conjunto, no puede ser
transgredida. El temor a los totalitarismos se hace patente cuando se afirma que la
dignidad individual es un absoluto que no puede ser sacrificado por presuntas
ventajas sociales, ni por cualquier interés general o bien común. No existe ninguna
entidad social en la que el bien sea tal que justifique un sacrificio que llegue a ese
punto. No hay más que individuos, individuos diferentes que guían sus propias
vidas. Aquí vemos que la crítica de la noción de bien se mezcla con la
antropología individualista, ya que la sociedad no resulta ser más que una suma
de individuos, especie de átomos sociales separados. Lo que justificaría los
derechos no es que ellos mismos permitan maximizar el bienestar general o
promover el bien, sino que constituyen un marco equitativo en el interior del cual
los individuos y los grupos pueden elegir sus propios valores y sus propios fines,
siempre que se respete la libertad y el derecho de los otros.
El primado de lo justo está entonces directamente vinculado a que el Estado
permanezca neutro respecto de los fines. La sociedad liberal sería aquella en que
no se prejuzga lo que lo ciudadanos deben ser, hacer o creer; en la que no se
adopta ninguna visión positiva particular sobre la finalidad de la existencia; en la
que el gobierno es escrupulosamente neutro entre los ciudadanos; pero en la que
se muestra claramente la concepción minimalista del liberalismo. La justificación
de esta posición tiene dos formas diferentes. De un lado se sostiene que nadie
sabe mejor que el mismo individuo dónde reside su mayor interés; y por la otra, se
resalta la fragmentación social existente, para concluir que los socios no podrán
jamás ponerse de acuerdo sobre una concepción del bien. Toda concepción
particular de la vida buena, es decir de vida concreta -una estructura específica de
actividades, significados y fines-, debe ser vista como puramente contingente,
porque si fuese constitutiva del “yo” (self), el individuo no podría hacer libremente
sus elecciones, por encima de las circunstancias empíricas. Así, el “yo” es siempre
anterior a sus fines, lo que significa que uno no es nunca definido por sus
compromisos o sus relaciones de pertenencia, sino que, por el contrario, uno
siempre puede tomar distancia para hacer libremente sus elecciones, lo que se
hace posible si la persona es un ser separado. El Estado neutro resulta entonces
necesario para los individuos separados e independientes con un marco de
derecho que no acepta optar entre los fines y los objetivos concurrentes. Si el
individuo es anterior a sus fines, lo justo debe ser anterior al bien.
El segundo argumento tiene su base en el pluralismo existente y en la
imposibilidad de optar entre las concepciones concurrentes del bien. Podríamos
deducir que en una sociedad pluralista, un Estado que se identificase con una
concepción de la vida buena discriminaría entre los ciudadanos que se adhieran
ésta y los de las otras, y ya no trataría a todos los miembros por igual. Como en su
opinión no es posible decir objetiva y racionalmente cuál es la mejor concepción
de vida buena, no puede fundarse la política en una idea específica del bien
común. Desde el otro lado, ningún acuerdo respecto de la naturaleza del bien
común se puede hacer sin que los miembros de la sociedad se pongan de
acuerdo sobre la prioridad del derecho de cada uno a tomar libremente sus
decisiones siempre que sean compatibles con la libertad de los otros. El Estado no
debe pretender entonces volver virtuosos a los ciudadanos, ni promover fines
particulares, ni tampoco proponer una concepción sustancial de la vida buena,
sino sólo garantizar las libertades políticas y civiles fundamentales (lo que
corresponde al primer principio de Rawls, al que los liberales suman el derecho de
propiedad) de manera que cada uno pueda perseguir libremente los fines que se
haya fijado a partir de su propia concepción del bien, lo que además sería
imposible si se partiera de una concepción particular de este. El Estado debe
respetar la multiplicidad de doctrinas y de sistemas de valores siempre que sean
compatibles con sus principios de justicia. Sus valores deben ser solo procesales,
para permitir la coexistencia concurrente de estas diferentes concepciones, e
impedir que el uso que unos hacen de su libertad perjudique la de los otros. Este
fin procesal no corresponde a un fin determinado, sino que constituye solo el
marco en el cual pueden realizarse las elecciones individuales. La teoría de la
neutralidad del Estado, ligada por definición a la idea de gobierno limitado y a la
distinción entre esferas pública y privada, resulta en una visión instrumental de la
política, que no resulta portadora de ninguna dimensión ética, ya que no se puede
exigir ni promover en su nombre ninguna concepción del bien común.
https://revistaideele.com/ideele/content/la-concepci%C3%B3n-del-hombre-en-las-
teor%C3%ADas-liberales
Ideas pluralistas de la justicia
El pluralismo es la ideología de nuestro tiempo. Elevado a criterio de valor, la
ética, la ciencia, la religión o la democracia, para ser dignas y legítimas necesitan
presentarse como pluralistas. El liberalismo, que ayer se definía como
esencialmente individualista, hoy se proclama pluralista y hace del culto a la
diversidad su propia excelencia.
No es una exageración decir que el pluralismo político define al estado liberal
democrático de nuestras sociedades. Con este presupuesto hemos llevado a cabo
la reflexión de dos tesis. Una, la relación entre el liberalismo clásico, individualista,
con el liberalismo contemporáneo, pluralista, confrontando sus respectivas ideas
de individuo y estado, y argumentando la identidad de fondo entre ambos
discursos. Otra, la idea rawlsiana de "pluralismo razonable", revelando sus
presupuestos ontológicos, explicitando su función política y criticando sus
carencias teóricas y practicas, defendiendo la tesis de la impotencia teórica del
discurso del pluralismo liberal para pensar las diferencias ontológicas prepolíticas,
especialmente la diversidad étnica.
http://www.scielo.org.co/pdf/ef/n56/0121-3628-ef-56-00136.pdf
Teorías marxistas de la justicia
¿ Existe en el pensamiento marxista una concepción específica sobre la justicia?
Esta pregunta surge casi naturalmente cuando nos concentramos en los aspectos
estrictamente normativos de la teoría marxista. La respuesta no es tan sencilla
como podría parecer a primera vista. Por una parte, la concepción de Marx sobre
la sociedad, la política y la economía proporciona una explicación acerca de por
qué sociedades basadas en diferencias de clase -especialmente las sociedades
capitalistas- se sustentan en mecanismos de explotación y son, por ende, injustas.
Sin embargo, la visión de Marx sobre la justicia misma es mucho menos
específica.
En particular, sus comentarios sobre el ideal comunista ofrecen solamente un
esquema muy preliminar con respecto a cuáles deberían ser los principios rectores
de una sociedad justa. Por otra parte, la tradición marxista ha ignorado largamente
el examen de la idea misma de justicia1. Esta falta de interés se vincula, entre
otros factores, al legado de la propia concepción de Marx sobre la política y la
justicia “burguesas”. Esquematizando, Marx consideraba a aquélla última como un
velo que oscurecía el carácter de clase de la dominación burguesa en el
capitalismo.
Ciertos procesos históricos recientes tales como la crisis y ruptura de los
“socialismos reales”, el retroceso del estado de bienestar en la mayoría de los
países desarrollados y en vías de desarrollo, el fracaso electoral de coaliciones
políticas reformistas durante los ochenta, la debilidad estructural de la clase
obrera, y la repentina resurrección y éxito de las recetas neoclásicas de ajuste
económico, han afectado profundamente el universo teórico del marxismo. Como
señalaba John Roemer algunos años atrás, el marxismo contemporáneo debe
enfrentar dos desafíos magníficos: explicar la crisis del mundo socialista, y
aceptar, ni más ni menos, que el capitalismo parece estar lo suficientemente vivo y
saludable como para no desvanecerse en el aire en breve (Gutiérrez, 1990). En tal
contexto, el tema de la construcción utópica, y en particular del ideal de justicia del
marxismo, asume una significancia renovada para esta teoría.
Entre las innumerables preguntas que plantea este tema hay un conjunto de
cuestiones que parecen exigir especial consideración. Por ejemplo: las nociones
normativas de la teoría marxista ¿entrañan un ideal de justicia atractivo? ¿Es
posible compatibilizar el énfasis de la teoría marxista en la igualdad con un
sistema de libertades básicas -”burguesas”- como el propuesto por John Rawls? Y
si tal fuera el caso, ¿podría hablarse de una crítica específicamente marxista a los
sistemas de justicia contemporáneos?. Junto a estos interrogantes, hay uno en
particular que plantea desafíos aún mayores. Tal como lo señala Rawls, la idea de
Marx sobre una sociedad comunista plenamente desarrollada parece situarse
“más allá de la justicia”, es decir, presupone una comunidad armoniosa que ha
“eliminado todas las ocasiones en las que resulta necesario apelar a los principios
del derecho y la justicia” (Rawls, 1971, 281). ¿Sobre qué bases, entonces, podría
el pensamiento marxista ser capaz de redefinir una teoría de la justicia si se
asume que existen ciertos límites en la “fuerza de la motivación social y altruista?”
(Rawls, 281).
La vertiente analítica de la teoría marxista ha intentado dar cuenta de algunas de
estas preguntas, procurando por su parte criticar el intento arquitectónico de Rawls
de compatibilizar libertad e igualdad. Entre otras contribuciones, el marxismo
analítico ha examinado críticamente la noción de explotación, una pieza
conceptual clave del sistema de pensamiento de Marx que resulta sin dudas
central a la hora de embarcase en el empeño de repensar el ideal marxiano de
justicia. Como señala Jon Elster, esta categoría juega un rol doble en la teoría
marxista. Por un lado proporciona una base fundamental para criticar al
capitalismo desde un punto de vista ético, y por otro ofrece a los explotados una
explicación y una justificación para la acción -ya sea colectiva o individual- contra
el sistema (Elster, 1991, 166).
http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20100613044727/11guinazu.pdf