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La audiovisión
Introducción
a un análisis conjunto
de la imagen y el sonido
10 copias
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PAIDOS Comunicación
Nº 53
1ª edición 1993
ISBN: 84-7509-859-2
Depósito legal: B- 3.948/1993
Impreso en España
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7. DIGNO DEL NOMBRE DE SONORO
I. SESENTA AÑOS DE AÑORANZAS
Hace sesenta años que la película cinematográfica proyectada en las salas incluye una
pista sonora, y sesenta años que el cine se ha visto poco a poco transformado por ella,
renovado desde el interior. Pero sesenta años también que mucha gente sigue
preguntándose si ha hecho bien convirtiéndose en «hablado». Una de las formas bajo las
cuales se manifiesta una prevención tan tenaz hacia el sonido, es la idea, muy extendida,
según la cual hasta ahora nada válido o casi, se habría hecho con él; el cine sonoro, Bella
Durmiente del Bosque, seguiría esperando, a guisa de príncipe, a sus Eisenstein y a sus
Griffith. Ciertamente, con semejantes ideas no se corre peligro de equivocarse. ¿Por qué,
por otra parte, no habría de extenderse esta crítica a la parte visual del cine? En efecto, muy
poco se ha hecho y se ha aventurado en este campo en comparación con lo que sigue
siendo posible. Los discursos sobre la imagen y el sonido podrían quedarse así en el estadio
reivindicativo: no existiendo aquello con lo que soñamos, es inútil interesarnos por lo que
existe.
Pero nuestro punto de vista sobre la cuestión, aquí, no es el de hablar en abstracto en
nombre de lo que queda por hacer, sino más bien preguntarse si se ha tomado bien la
medida de los cambios ya acaecidos y si no observamos de entrada el cine sonoro desde un
punto de vista retrógrado, lamentando más o menos explícitamente que el bribón no haya
permanecido amablemente mudo, como nos gustaba.
Reevaluar cuál ha sido el papel del sonido en la historia del cine, para darle su verdadera
importancia, no es una pura preocupación de crítico o de historiador. Afecta también al
porvenir del cine: éste se moverá mejor y estará más vivo si sabe extraer mejores
consecuencias de lo ya pasado.
Hasta aquí, la historia del sonido en el cine se ha contado casi siempre en función de la
ruptura que habría producido en cierto continuum. Todo lo sucedido después se refiere a
esta ruptura original del advenimiento del cine hablado, una ruptura que tenemos la fortuna
de poder localizar históricamente, tanto más cuanto que alcanzó, por suerte, a todos los
aspectos del cine a la vez: económicos, técnicos, estéticos, etc. Pero, después de ésto, si se
recorre lo que se escribe generalmente sobre el tema, es como si no se hubiese producido
ya nada. Siguen aplicándose los mismos modelos, y emitiéndose los mismos lamentos que
hace cincuenta años. Ahora bien, nos parece que más allá de la historia visible, discontinua,
del cine, marcada por sucesos-ruptura localizables, que son como fechas de grandes
batallas fáciles de aprender, se sigue una historia continua, hecha de cambios más
progresivos y más difíciles también de detectar: por esta historia es por la que nosotros nos
interesamos. 3/10
II. UNA DEFINICIÓN ONTOLÓGICAMENTE VISUAL
Ontológicamente hablando, e históricamente también, la situación del sonido en el cine
consiste en un «además».
Todo consiste, en efecto, en que, incluso dotado de sonido síncrono tras treinta años de
existencia en los que había sabido prescindir de él, y cargado con una banda sonora, cada
vez más rica, brillante y escandalosa en estos últimos años, incluso entonces el cine no ha
dejado de conservar intacta su definición ontológicamente visual. Un filme sin sonido sigue
siendo un filme; un filme sin imagen, o al menos sin marco visual de proyección, no lo es.
Salvo conceptualmente, en un caso límite, como el Wochen-Ende de Walter Ruttman, de
1930: una «película sin imágenes», como su autor la definió, constituida por un montaje de
sonidos sobre pista óptica. Difundida por altavoces, Wochen-Ende no es otra cosa que una
emisión de radio o una obra de música concreta; no se convierte en película sino referida a
un marco, siquiera vacío, de proyección.
El cine hablado, ya lo hemos dicho, es en efecto eso: sonidos referidos a un lugar de
proyección de imágenes, estando ese lugar poblado o vacío. Ya pueden los sonidos pulular
y atravesar el espacio y la imagen permanecer reducida y pobre, eso no tiene importancia,
pues la cuestión de la cantidad y de la proporción en el tema no cuenta. Estos últimos años,
que han visto el aumento cuantitativo del sonido en las películas, lo han demostrado bien,
con el fenómeno de las multisalas equipadas con Dolby, en las que la pantalla queda a
veces reducida al formato de un sello de correos, de modo que el sonido, difundido a
elevada potencia, está en condiciones de aplastarla sin esfuerzo.
Ahora bien, la pantalla sigue siendo el foco de la atención. El camello-sonido sigue
pasando por el ojo de la aguja visual. Bajo el efecto de este sonido generoso, sigue siendo
la pantalla la que irradia potencia y espectáculo; y sigue siendo la imagen, lugar de reunión
de los haces sonoros, espejo convergente de las impresiones procedentes del oído, la que
el sonido decora con su fasto desencadenado.
¿Cómo puede esto funcionar así? Recordemos algunos datos específicamente
cinematográficos.
En el cine, el proyector está situado tras el espectador; el altavoz, ante él. El altavoz no es
en principio el equivalente de una pantalla, sino de un proyector. Solo que, ¿no tiene aquí un
sentido diferente la palabra proyector?
En la cuestión de la proyección interviene también el modo de propagación: la luz se
propaga, al menos aparentemente, de manera rectilínea, pero el sonido se expande como
un gas. A los rayos luminosos corresponden ondas sonoras. La imagen está delimitada en el
espacio y el sonido no.
El sonido es mental, no puede tocarse; la imagen, sí. Es lo que se hace en las
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ceremonias religiosas. No sería demasiado absurdo que nos dedicáramos a tocar la
pantalla.
También podría decirse que, en el cine, es la imagen la proyectada y el sonido el
proyector, en el sentido de que éste proyecta sobre la imagen valores, sentidos.
Sin duda, insidiosamente, este sonido multipresente de hoy ha desposeído a la imagen de
ciertas funciones, por ejemplo la de estructurar el espacio. Ha modificado su naturaleza
pero, al mismo tiempo, le deja su lugar central, focalizador de la atención.
La progresión cuantitativa del sonido —en cantidad de potencia, cantidad de información
y número de pistas sonoras simultáneas— no ha derribado, pues, a la imagen de su
pedestal.
El sonido sigue siendo lo que nos hace ver en la pantalla lo que él quiere que veamos en
ella.
No obstante, el sonido multipistas Dolby, cada vez más frecuente a partir de mediados de
los años 70, no carece de efectos directos o indirectos. Empecemos con el nuevo lugar que
ha permitido conquistar a los ruidos.