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hegemónica (entendida ésta como una identidad dañina, que existe en base a la
desvalorización de todo lo ligado al mundo femenino) y hacer un esfuerzo personal y
grupal por eliminar los prejuicios que subsisten en esta identidad. Denunciar y mostrar,
a hombres y mujeres, aquellos valores y pautas sociales inaceptables que surgen a partir
de esa desvalorización y confrontándolos a luchar contra ellos.
El patriarcado no es sólo el dominio de los hombres sobre las mujeres; sino, sobre todo,
de lo “Masculino” sobre lo “Femenino”.
Ellos consideran que, a nivel político, es necesario que un grupo de varones, cuestionen
los mandatos hegemónicos de su construcción identitaria, apoyen y se plieguen a las
luchas feministas ya iniciadas desde hace tanto tiempo. No sólo como un acto de
consecuencia con lo que piensan, sino como un necesario gesto político. Todo hombre
que sea consciente del sistema sexo-género, y lo implacable que puede ser en la
inoculación de “Significantes Amo” de la masculinidad; debe buscar librarse de los
mismos en el apoyo a las luchas Antihegemónicas. Creen que si los hombres no están
involucrados en estas luchas, de nada sirven las palabras.”
Apuestan por un trabajo con niñas, niños y adolescentes, ya que es a esta edad cuando
más útil resulta un trabajo de reconstrucción de identidades y crítica del poder
hegemónico. Jugar con ellas y ellos a la pelota, en condiciones de equidad, ya vendría
siendo algo importante en ese sentido. O escuchar un cuento en el que podamos criticar
el actuar de los personajes y proponer alternativas de solución a sus conflictos a partir
de la reflexión grupal, también.
Consideramos como violencia contra la mujer todo el orden social que favorece el
acceso de los hombres a los lugares de poder en detrimento de las mujeres. De esta
manera, la violencia contra la mujer es algo que está en la lógica misma de todas las
relaciones sociales y no hay cómo erradicarla sin cambiar radicalmente estas relaciones,
lo que por otro lado no se hace sin la unión masiva de diferentes fuerzas sociales, lo que
en el momento actual es algo que parece bastante remoto. Así, nuestras acciones se ven
recortadas a objetivos más específicos, pero no por ello debemos dejar de considerar el
orden social, en general, como violento contra las mujeres; por más que tengamos que
vivir dentro de él.
Creemos que toda mujer debería poder abortar si así lo decide. El estado debería
apoyarla en esta decisión y ofrecer los medios necesarios para que su salud sea
resguardada. Y, en principio, debería proveerla de la capacidad para poder decidir si
aborta o no al quedar embarazada sin desearlo; pero sobre todo, de proveer de métodos
anticonceptivos para no quedar embarazada si ella no quiere. Aquí en el Perú esto no
ocurre de forma alguna, las leyes penalizan el aborto (a excepción del aborto
terapéutico) y las mujeres son obligadas a arriesgar su vida al recurrir a una práctica de
aborto en condiciones insalubres e inseguras. Además del hecho que el entorno social
también condena la práctica del aborto, de manera que las mujeres ven expuestas tanto
su propia vida como su lugar social. Debemos atribuir, entre otras cosas, este grave
problema (que cuesta la vida de más de 500 mujeres al año en nuestro país, según las
cifras “oficiales”) al ejercicio permanente de la gran influencia política de grupos
conservadores de la iglesia católica peruana, la misma que actualmente se empeña en
impedir la aprobación del protocolo médico de atención en casos de aborto terapéutico.
El mismo que, aunque es legal desde hace muchos años en el Perú, carecía de un
protocolo que viabilizara su práctica en los hospitales.
Asumir esto es asumir que nos hemos estado educando y entrenando para ser personas
opresoras. Que hemos estado siendo capacitados desde pequeños para responder con
violencia a todo lo que nos parece un intento de doblegarnos por parte de los demás.
Que hemos expulsado de nosotros mismos emociones muy importantes para nuestro
desarrollo personal y que no tenemos las habilidades necesarias para convivir con otras
personas de manera sana, sino esperando que los demás nos cuiden y brinden servicios.
Es necesario asumir esto, porque si no lo hacemos seguiremos incurriendo en los
mismos errores, imponiendo violencia física y psíquica a quienes nos rodean y dejando
que nuestro entorno y nosotros mismos nos deterioremos.
Pero si lo asumimos, somos capaces de alcanzar modos alternativos de vida que también
hemos podido recibir: la capacidad de sentir afecto, de cuidar, de relacionarse de
manera más igualitaria: todo esto estuvo también a nuestra disposición, aunque de cierta
forma fue ocultado por lo que, sentíamos, era el modelo correcto de ser hombre (el que
llamamos hegemónico). La cuestión entonces es cómo reordenar nuestra vida a partir de
estos otros valores y así evitar que nosotros mismos reproduzcamos las relaciones de
poder contra las cuales luchamos.