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©2023, Trilogía hermanos McGregor

© 2023 Josephine Lys


Corrección: Violeta Treviño y Anabel Botella
Diseño portada y contraportada: Nune Martínez
Maquetación: Valerie Miller

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alquiler o cesión de esta sin el consentimiento
expreso y por escrito de la autora.
INDICE

EL HIELO BAJO TUS PIES


CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPITULO XI
CAPITULO XII
CAPITULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPITULO XV
CAPITULO XVI
CAPITULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPITULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPITULO XXII
CAPITULO XXIII
CAPITULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPITULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPITULO XXX
EPÍLOGO

NO PUEDO EVITAR AMARTE

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII

SUSÚRRALE MI NOMBRE AL VIENTO

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
BIOGRAFÍA
OTROS TÍTULOS DE LA AUTORA
Para mi hija Isabel y para todos los que creen que
los sueños pueden hacerse realidad.
CAPÍTULO I

Highlands, Escocia, 1180

Le llamaban de muchas formas: diablo, ángel de la muerte, ira


vengadora, furia de las Highlands, el demonio de Escocia. Todos adjetivos
locuaces y nada halagüeños para los oídos de una joven novia. Meg
McGregor se repetía eso una y otra vez para justificar su temerario plan. Un
plan que la había llevado hasta las puertas de aquel castillo, de aquella
monstruosa fortaleza gris, reducto del clan McAlister.
El odio entre el clan McAlister y el clan McGregor se remontaba a
varios siglos atrás cuando un McGregor fue acusado de asesinar a su esposa
McAlister. Desde entonces, las continuas guerras entre los dos clanes
habían sido épicas. Los hombres contaban las historias repletas de
sangrientas batallas y de atroces ofensas siempre que se reunían, y las
nuevas generaciones crecían escuchando esos relatos que, con el paso del
tiempo, cada vez más engalanados por sus interlocutores, se habían
convertido en auténticas leyendas.
El rey Guillermo de Escocia más que harto del encarnizado odio entre
los dos clanes, decretó que el jefe del clan McAlister, Evan McAlister, «el
demonio», contrajera matrimonio con una de las hijas de Dune McGregor,
jefe del clan McGregor antes de que acabase el año, y así forjar un lazo de
unión entre ambos y acabar de una vez por todas con aquella enemistad que
había sangrado a ambos clanes a lo largo de los años. Faltaban solo cinco
meses para la fecha límite impuesta por el rey.
Meg volvió a pensar en la angustia y la rabia que sintió cuando su
padre, Dune McGregor les dio la noticia. Conocía demasiado bien a su
padre como para saber que aquello lo había destrozado por dentro. El jefe
del clan McGregor, el jefe de un clan fuerte y orgulloso, era un hombre a
temer por sus enemigos. Un jefe justo y con un genio vivo, pero también un
padre maravilloso. Saber que tenía que entregar a una de sus dos hijas a su
enemigo era algo difícil de aceptar, aun sabiendo que aquella orden era
irrevocable.
Por eso Meg había ideado un plan. Si tenía que casarse con el diablo
en persona, quería saber a qué se enfrentaba, porque, aunque ella era la hija
menor de Dune McGregor, no iba a dejar que le destrozaran la vida a su
hermana mayor casándola con tal engendro. Aili era demasiado dulce y
buena, y si lo que contaban de Evan McAlister era cierto, quebraría el
espíritu y destrozaría el tierno corazón de su hermana en menos de una
semana. Y no estaba dispuesta a que eso sucediera. Aili siempre se había
sacrificado por los demás. Cuando murió su madre, asumió a una edad muy
temprana el rol de madre para Meg y de señora de la casa para el resto de la
familia y del clan. Había cuidado de su padre y de su hermano mayor,
Logan, y se había echado sobre sus hombros una carga muy pesada para
una niña de tan solo doce años.
Meg sonrió al recordar a su hermana. Aili tenía el pelo negro como lo
noche, que caía sobre sus hombros como un manto de seda. Sus ojos eran
del color del mar embravecido y su tez como la porcelana. Era hermosa
tanto por fuera como por dentro y querida y respetada por todo el clan. Y lo
más importante, estaba enamorada del joven McPhee, y Meg no iba a
consentir que la felicidad de su hermana, a la que quería con toda su alma,
le fuese arrebatada por el orgullo de dos hombres.
A pesar de que Meg solo tenía dos años menos que Aili, siempre
había sido la oveja negra de la familia. Testaruda, vital y rebelde por
naturaleza, había heredado el genio de su padre, algo que la había hecho
meterse en más líos de los que se esperaba de una dama. Su pelo alborotado
por unos rizos ingobernables del color del bronce que le caían hasta la
cintura, la volvían loca y por eso siempre los llevaba recogidos. Si no se los
había cortado era por la insistencia de Aili, que decía que eran muy
hermosos. Meg sabía que era amor de hermana, porque a ella le parecían de
lo más normal. Sus ojos, castaños claros, parecían dorados a la luz del sol y
brillaban siempre que su sonrisa se instalaba en sus labios, normalmente por
la ocurrencia de alguna idea que hacía temblar hasta al mismísimo Dune
McGregor.
Unas pecas, dispuestas al azar, surcaban la parte superior de sus
mejillas, cosa que no le importaba demasiado, ya que no era nada coqueta,
salvo cuando su hermano lo utilizaba para meterse con ella. Aún hoy en día,
siempre que discutían o quería sacarla de quicio la llamaba «pequeña
mocosa pecosa». Aili siempre le decía que no era consciente de su propia
belleza y Meg le ponía una mueca para luego abrazarla por intentar que ella
no se sintiese como el patito feo de la familia.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer, chiquilla? —preguntó Adam
McDuff.
Meg miró al hombre que la había acompañado hasta allí. Era primo
de su madre, que también había sido una McDuff, y aunque los años lo
habían tratado con cierta cortesía, podía verse en las cicatrices de su cara y
de sus manos que era un hombre a tener en cuenta. La esposa de su tío
había sido una McAlister y la hermana de esta llevaba muchos años siendo
la cocinera del jefe del clan McAlister.
Cuando Meg le pidió permiso a su padre para pasar uno días con su
buena amiga Evelyn McDuff, Dune McGregor aceptó pensando que le
vendría bien a Meg pasar una temporada lejos del clan, y más después de la
orden del rey. Habían sido unos días difíciles para todos.
Lo que no sabía era que, en realidad, esa visita era la excusa perfecta
para que Meg pudiera llevar a cabo su descabellado plan.
Adam McDuff miró nuevamente a Meg. Todavía no llegaba a
comprender cómo se las había ingeniado para meterle en aquel lío. Se había
negado en redondo a ayudarla hasta que, después de dos días persiguiéndole
sin darle tregua alguna, terminó por aceptar. Era eso o la asesinaba, y no
creía que el jefe del clan McGregor permitiera tal ofensa; al fin y al cabo,
era su hija.
—Estoy segura, Adam —dijo Meg con más resolución de la que
sentía en realidad.
McDuff sonrió a desgana. Había que reconocer que aquella chiquilla
tenía valor.
—Repasémoslo una vez más —le dijo McDuff, haciendo un gesto
con su mano cuando vio que Meg iba a discutir.
—Está bien —dijo Meg haciendo una mueca— aunque no veo la
necesidad, la verdad. Creo que soy capaz de recordar lo que me has dicho,
no soy tonta, McDuff.
Adam alzó una ceja y Meg sonrió.
—Soy tu sobrina, hija de tu hermano Brian y de su mujer, Edna
McAlister —comenzó a recitar la chica—. Tu hermano era la oveja negra
de la familia porque se separó del clan y se fue a vivir a las Lowlands, cosa
que nunca le perdonaste y razón por la que nunca hablas de él. Hace un par
de meses me presenté en tu casa pidiéndote ayuda. Mis padres fallecieron y
no tengo a dónde ir. Así que le pediste ayuda a la hermana de tu mujer para
que me buscara una ocupación en el castillo, ya que, al fin y al cabo, la
mitad de mi sangre es McAlister. ¿Es correcto? —preguntó Meg mirándole
a los ojos cansada de repetir una y otra vez la misma historia.
McDuff afirmó con la cabeza mientras la miraba fijamente.
—Un fallo y no me gustaría estar en tu pellejo, muchacha. McAlister
es un hombre con el que no se debe jugar —dijo McDuff ya más serio—.
Tu padre me matará si se entera alguna vez de esto y McAlister me cortará
los hue… —Adam carraspeó y dejó la palabra a medias al darse cuenta de
lo que iba a decir delante de la muchacha que lo miraba fijamente con una
chispa divertida en los ojos— para luego matarme igualmente —concluyó
McDuff con cara de derrota.
—Todo va a salir bien. En menos de un mes estaré de vuelta y mi
padre no se enterará de nada.
—Por tu bien y el mío espero que tengas razón —dijo McDuff—
porque te estás metiendo en la boca del lobo, y McAlister es un lobo muy
peligroso.
CAPÍTULO II

Meg miró la olla que tenía ante sí como si fuera un monstruo de dos
cabezas. Había ayudado a la curandera del clan en muchas ocasiones, ya
que le gustaba y se le daba bien, pero la cocina era un terreno inexplorado.
—Muchacha, mueve la comida si no quieres que esta noche no tengan
nada que echarse a la boca el jefe McAlister y el resto de los hombres.
Llevan dos días fuera y volverán hambrientos.
Meg miró a la mujer que la había llamado la atención. Hacía solo
media hora que la conocía, pero ya sabía que sería un hueso duro de roer.
Después de que entraran a aquella especie de fortaleza-castillo —el más feo
que jamás sus ojos habían visto, el derruirlo sería un favor que hicieran a la
humanidad—, McDuff le presentó a Helen McAlister, la hermana de su
difunta mujer. Helen la repasó de arriba abajo, y después de abajo arriba
para luego quedarse un buen rato mirándola a la cara. Meg intentó estar
tranquila a pesar del examen al que estaba siendo sometida, aunque la cara
de asco de la señora, seguida por el sonido de su lengua en señal de
disgusto, hizo que Meg se pusiera en tensión. El inicio era prometedor, si lo
que quería era pasar una temporada en el infierno McAlister.
McDuff habló con la hermana de su mujer, quedando más que patente
que la relación entre ambos no era la más cordial, sin embargo, Helen
consintió en hacerle este favor, con el que, según sus propias palabras,
quedaban en paz. Después de eso, McDuff se fue sin mirar atrás y Meg se
quedó a solas con Helen, que la conminó a que la siguiera a la cocina.
—Empezarás por ayudarme en la cocina, muchacha, y después ya
veremos qué más obligaciones tendrás. Laird McAlister ha dado el visto
bueno así que haz bien tu trabajo y todo irá bien. Te quedarás en el castillo,
ya que yo vivo aquí desde que me quedé viuda hace años. Te he asignado
una pequeña habitación en la otra ala, junto a la mía.
Meg había asentido a todo y se había dejado llevar. Sin embargo, su
entusiasmo por verse introducida ya en el clan sin sospechas, se redujo a
cenizas cuando Helen la puso frente al hogar, donde se estaba haciendo un
estofado de carne y al lado, algo de color verde pegajoso que a Meg se le
antojó como un moco gigante.
—Muchacha, mueve ese guiso, y échale la jarra que tienes encima de
la repisa al estofado.
Meg no quería ser quisquillosa, pero en la repisa había dos jarras.
Miró de nuevo a Helen para preguntarle cuál de ellas, cuando la mujer la
miró con incisiva intensidad para después soltar con un gruñido.
—¿Sufres algún tipo de retraso, muchacha? Porque McDuff no me
dijo nada de eso. ¡Vamos! —casi gritó al final, volviéndose para seguir con
su quehacer, que por lo que pudo observar era la elaboración de un pastel de
manzana.
A Meg había dos cosas que la sacaban de sus casillas. Una era que
insultaran su inteligencia y otra que la llamaran «muchacha». Se calló,
porque no era prudente decir nada en sus circunstancias, pero tuvo que
morderse la lengua. Ya que parecía que Helen no iba a sacarla de sus dudas,
cogió los dos recipientes y los olió, esperanzada en que el olor de su
contenido pudiese orientarla. Ambos olían a hierbas y condimentos. No iba
a perder más tiempo en decidir, así que vació en la olla el de la jarra que le
pareció que olía un poco mejor y lo removió para que se mezclara con el
guiso, dejando la otra encima de la mesa que había a su izquierda.
El sonido de la puerta al abrirse hizo que diera un pequeño saltito.
Debía controlarse. Estaba nerviosa y si iba a estar allí unos días y
enfrentarse al jefe del clan McAlister debía empezar a templar sus nervios.
Un hombre de edad avanzada se la quedó mirando con curiosidad antes de
dirigirse a Helen, que le miraba con los brazos en jarras.
—Menos mal que llegas. El brebaje que te he preparado no va a durar
todo el día. Debes tomarte solo un trago. Lo he hecho más fuerte de lo
normal para que haga más efecto —espetó Helen frunciendo el entrecejo al
terminar.
—Pues ya estoy aquí. No me mires así mujer, el viejo Donald me ha
entretenido con sus historias. Ya sabes cómo es.
Helen movió la cabeza en señal de desaprobación.
—Está bien, pero tómatelo ya, Gawen. Lo he dejado encima de algún
sitio… —dijo Helen, arrugando el entrecejo e intentando hacer memoria.
—Ah, ahí está —dijo señalando la jarra que Meg había dejado encima
de la mesa. —No recuerdo haberla puesto ahí —continuó con la cara
contrariada— pero qué más da. Lo importante ahora es que te lo tomes. Con
tus síntomas no es bueno que estés tantos días sin abonar la tierra.
Meg intentó no pensar en las últimas palabras de Helen, porque si
había entendido bien, aquella mujer le había hecho un brebaje de hierbas al
tal Gawen a fin de terminar con un problema intestinal. Maldijo para sus
adentros. Si se había equivocado de jarra….
—¿Y esta muchacha quién es? —preguntó Gawen después de tomar
un pequeño sorbo del bebedizo.
Aquella pregunta saco a Meg de sus pensamientos.
—Se llama Meg McDuff —dijo Helen asintiendo con la cabeza en su
dirección—aunque su madre era una McAlister. No sé si te acordarás de
ella. Era la hija del viejo William.
Gawen pareció pensativo durante unos segundos mientras se tocaba el
pelo con la mano.
—¿William Seis Dedos, el que corría desnudo cuando se despertaba
por la noche y parecía que seguía dormido, o William el que tenía una oveja
dentro de su cabaña y la vestía como a su esposa muerta? —preguntó de
repente con interés.
A Meg se le cayó de la mano la cuchara de madera cuando escuchó la
pregunta. Estaban de broma, ¿no? Esperó un par de segundos a que le
dijeran que era una broma de mal gusto, pero sus caras, serias e
inexpresivas, indicaban que aquello tenía toda la pinta de ir en serio. Así
que o tenía un antepasado al que le gustaba enseñar el trasero a todo el
pueblo o uno que estaba loco de atar. Esperó un poco más, conteniendo la
respiración. Esperaba que Helen le hiciera el favor de contestar por ella,
pero aquella mujer, que no había hecho otra cosa que lanzar lindezas por su
boca desde que ella había llegado, ahora parecía haberse quedado muda.
—Ehh, lamentablemente yo no llegué a conocer a mis abuelos y mi
madre no hablaba de ellos, creo que le daba mucha pena recordarlos —dijo
Meg con cara de pesar.
Meg sintió resbalar unas pequeñas gotas de sudor por su espalda,
debajo de aquel vestido de lana que en el aquel momento la estaba matando
del calor. El silencio se le hizo eterno a pesar que creía haber reaccionado
bien a su pregunta. Lo que había contestado era coherente y no la
comprometía en nada.
Helen la siguió mirando unos segundos más antes de hablar.
—La verdad es que tu madre era muy reservada, apenas hablaba
cuando era una muchacha y no me extraña que no quisiera hablar de su clan
y de su familia. Debió ser muy duro para ella seguir a un marido que la
llevó hasta las Lowlands —dijo Helen poniendo cara de asco al pronunciar
el nombre de aquella región. Meg pensó que solo le había faltado escupir en
señal de repulsa.
—Efectivamente —respondió poniendo la misma cara que Helen.
Lo que parecía un leve atisbo de sonrisa se adueñó de los labios de la
mujer. Meg pensó que después de todo quizás sobreviviera a su primer día
con el enemigo.
CAPÍTULO III

Evan McAlister intentaba en vano centrarse en sus pensamientos.


Desde que habían salido de los dominios del clan McLane, tanto su
hermano Andrew como su primo Calum no dejaron de parlotear, como si de
dos críos se trataran.
—O dejáis de hablar o juro que os arranco la cabeza a los dos —dijo
Evan con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas.
Andrew miró a su hermano, reprimiendo a duras penas una sonrisa.
—Estás de muy mal humor desde que le dijiste al viejo Balthair
McLane que el compromiso que daba ya por hecho entre su hija y tú ha
pasado a ser historia.
Evan miró a Andrew. Su hermano lo conocía demasiado bien como
para saber cuándo debía morderse la lengua. A pesar de ello, tenía toda la
razón. Estaba de un humor de perros. El viejo McLane había montado en
cólera cuando le dijo que el matrimonio con su hija ya no era factible
debido a la orden real. Ante eso no podía hacer nada y McLane lo sabía,
como sabía también que a pesar de que no se formalizase la alianza entre
los dos clanes, no le convenía dejar de tenerlo como aliado. Por eso, a pesar
de su furia inicial, no habían quedado en malos términos.
—Creí que al jefe McLane le iba a dar un ataque —aseveró Calum—.
¿Visteis lo rojo que se puso? Pensé por un momento que iba a reventar,
aunque después de ver tu cara, Evan, rebajó bastante su indignación. Le
faltó pedirte perdón —siguió Calum ajeno a las miradas de Andrew, que le
decían claramente que lo dejara ya.
Evan dirigió una mirada fulminante a Calum, que por fin pareció
coger la indirecta, callándose al instante.
Tres años más joven que él, Andrew era de los tres hermanos el que
tenía el carácter más extrovertido. Siempre estaba de buen humor, siempre
positivo, con una eterna sonrisa en los labios. Parecía que nada podía
ensombrecer esas facciones tan parecidas a las suyas y a la vez tan distintas.
Mientras que Evan tenía el pelo castaño y ojos verdes, Andrew era pelirrojo
y sus ojos eran de una tonalidad verde más oscura, con pequeñas motas
marrones, lo que le aportaba una profundidad y un punto canalla que no
pasaba desapercibido entre las féminas. Su hermano, junto a Malcolm y
Colin, eran sus hombres de confianza. En cambio, Calum guardaba en su
interior demasiado rencor y furia por la muerte de su padre como para poder
confiar ciegamente en su criterio. Evan confiaba en que, con el tiempo, con
la madurez de los años, Calum aprendiera a controlarse.
Malcolm se había quedado al frente del clan en su ausencia mientras
que Colin iba a su lado en ese momento con una media sonrisa socarrona en
los labios.
—¿Y tú por qué sonríes? —le preguntó a su mano derecha y amigo de
toda la vida con voz cortante.
Colin no se hizo de rogar.
—Porque te conozco y se lo que estás pensando —dijo este, elevando
una de sus cejas—. Piensas que lo de casarte con una de las chicas
McGregor te traerá un montón de problemas y quebraderos de cabeza. Y no
te equivocas. Hay mucha gente en contra de ese matrimonio, empezando
por miembros de tu propio clan.
Evan siguió mirando al frente cuando contestó.
—Es una orden real y mi clan la acatará —dijo con esa seguridad que
emanaba de él de forma innata—. Este matrimonio, a pesar de lo que crea el
rey, solo traerá más resentimiento entre ambos clanes, pero confío en mi
gente y saben que no hay otra opción.
Colin afirmó con la cabeza en señal de acuerdo antes de continuar.
—Eso no te lo discuto. Nuestro clan te seguiría al mismísimo infierno
si hiciera falta, pero no son ellos los que me preocupan. Son los otros clanes
que se están relamiendo en este preciso instante, sabiendo que esta unión
abrirá una fisura con nuestros aliados naturales cuya enemistad con el clan
McGregor seguirá a pesar de tu matrimonio, y eso…, nos coloca en una
posición incómoda.
Evan ya sabía eso, pero también tenía la certeza de que muchos de
esos clanes preferían seguir manteniéndolos como aliados que indisponerse
con ellos.
—Con un poco de suerte —continuó Colin algo pensativo— son los
McGregor los que se rebelan contra esta orden y nos ahorran el tener que
matarlos a todos en la boda.
—No creo que eso le hiciese mucha gracia a la joven novia —dijo
Andrew guiñándole un ojo a Colin.
Evan le miró con cara de pocos amigos, pero Colin sonrió divertido.
—Y no te quiero contar tu noche de bodas —siguió Colin—. Yo de ti
me cuidaría las espaldas con una McGregor. Dicen que son grandes y
robustas, que su lengua es viperina y que no dejan indiferente al que las
conoce. Algunos dicen que hasta tienen vello en la cara, como un hombre.
Esto último lo dijo en un tono de voz apenas audible, mirándolo con
pesar.
Evan maldijo en su interior. Todavía faltaban cinco meses para esa
maldita boda y ya tenía que estar aguantando ese tipo de sandeces. Los
McGregor podrían ser unos malnacidos, pero no se rebelarían contra un
dictado real, sin embargo, de lo que no estaba tan seguro era de que Dune
McGregor se quedara de brazos cruzados viendo el tiempo pasar. Y sabía
que lo que tuviese en mente no sería beneficioso para su clan.
Evan miró al horizonte. A lo lejos ya podía verse de forma algo
borrosa el hogar de los McAlister, su hogar. Situado en la península de
Kintyre, aquellas tierras eran hermosas. El brezo, fuerte y resistente, podía
verse en todo su esplendor. Aquel arbusto era el reducto de una de las flores
más habituales, pero también más hermosas de Escocia. Revestían las
montañas con sus colores, púrpura y amarillo, haciendo de aquellos parajes
una delicia para la vista.
Ese pensamiento le llevó a un recuerdo de su niñez.
Visualizó como si fuese ayer mismo a su hermano Kerr, junto a él,
corriendo por aquellas montañas con espadas de madera, imaginando que
eran grandes guerreros, luchando y riendo sin parar, hasta que Kerr, que era
el más patoso de los dos, normalmente caía montaña abajo rodando para
acabar magullado y muerto de risa a los pies de la loma. Recordó una de
aquellas veces, él no tendría más de cinco o seis años, en el que vio caer a
su hermano. Ese recuerdo hizo que sintiese un nudo en la boca del
estómago, igual que aquel día.
Recordó cómo corrió como el viento, con la respiración agitada y las
piernas al límite por el esfuerzo para llegar a su lado. Le llamó gritando su
nombre y el condenado no respondió. Cuando llegó junto a él, con el miedo
asfixiante de pensar que le podía haber pasado algo, encontró a su hermano
con una pequeña brecha en la cabeza y riendo a más no poder. En ese
momento le hubiese estrangulado por no contestar y casi matarlo de la
preocupación, y, sin embargo, terminó en el suelo junto a él riendo.
Ese hermano ahora yacía bajo esas mismas montañas, enterrado junto
a su esposa, víctimas de unas fiebres que se llevaron a ambos con pocas
horas de diferencia.
De eso hacía solo dos años, pero a él le parecía una eternidad.
Su muerte, tan repentina e injusta, fue un duro golpe para Andrew y
para él. Kerr solo tenía veintitrés años, los mismos que tenía Andrew en la
actualidad. Era un hombre joven y fuerte con una vitalidad envidiable.
Cuando pensaba en lo que hizo esa enfermedad con él en pocos días, una
rabia ciega e intensa le carcomía por dentro.
—Tengo ganas de llegar y probar el guiso de Helen. Esa mujer cocina
como los propios ángeles.
Las palabras pronunciadas por Calum sacaron a Evan de sus
recuerdos.
El rugido de sus tripas delató a Evan y dieron la razón a Calum. Hacía
más de diez horas que no probaban bocado y estaba hambriento. Sí, se dijo
por primera vez con una tenue sonrisa en los labios. Sus hombres y él
darían esa noche buena cuenta de la comida de Helen.
CAPÍTULO IV

Meg estaba ayudando a Helen a adecentar las mesas del salón para la
cena. Lo habían dejado todo bastante limpio y habían colocado flores en
ciertos lugares para impregnar el ambiente de un olor agradable.
El salón era bastante grande y varias mesas de madera con largos
bancos estaban repartidas por él. Los anchos muros de piedra estaban
iluminados con antorchas y la pared contigua a la salida estaba decorada
con un tapiz en el que se podía ver el escudo de los McAlister, así como su
lema: «Fortiter».
Cuando Meg, sumida en sus pensamientos, iba a salir de la estancia
para volver de nuevo a la cocina, unas voces provenientes de la entrada
principal del salón la detuvieron. Miró a Helen. Ella todavía seguía ocupada
con una mesa, concentrada y ajena a la nueva compañía.
Meg sabía que antes o después debía enfrentarse a más miembros del
clan, pero en aquel momento no le apetecía si podía evitarlo, así que se
acercó a uno de los laterales del pasillo que iban directos a la cocina y se
quedó allí. La curiosidad pudo con ella. Comprobó que desde su posición
tenía una buena visión del salón sin que pudiese ser vista con facilidad. La
luz más tenue y el ángulo en el que se encontraba le conferían cierta
discreción ante la posible mirada de los ocupantes. Así que decidió
quedarse allí por unos segundos para ponerle cara a las voces que se oían
cada vez más próximas.
Meg retuvo el aliento cuando un grupo de cinco hombres entró en el
salón y los vio con claridad. Aunque eran hombres imponentes por su altura
y complexión, lo que hizo que su estómago se contrajese y su corazón se
saltara un latido, fue cuando el más alto de ellos se dio la vuelta. Cuando
Helen dijo su nombre, Meg apoyó una mano en la pared como si tuviese
que buscar algún punto de sujeción, ya que sus piernas parecieron fallarle.
Había escuchado todos los apelativos por los que le llamaban. De
hecho, se los sabía de memoria.
Diablo, ángel de la muerte, ira vengadora, furia de las Highlands, el
demonio de Escocia. Puede que todos pudieran aplicársele al hombre que
veía a escasos metros, pero sin lugar a dudas se habían quedado cortos.
Ninguna de esas acepciones le servía para poder describir a aquel hombre.
¿Por qué no «demonio del pecado»?
Sus facciones eran prácticamente perfectas, su mirada penetrante y su
sola presencia imponía. La oscuridad con la que el vello sin rasurar de
varios días cubría su mandíbula, era lo único que le hacía parecer más
terrenal.
Muy alto y de anchas espaldas, era pura fibra. La fuerza, la atracción
y en cierto modo el peligro que emanaban de cada poro de su cuerpo, y que
ella podía sentir con intensidad a pesar de la distancia que los separaba, la
hicieron sentirse vulnerable.
Sus ojos verdes, como los de un gato, inspeccionaron la estancia, y un
destello casi imperceptible cruzó por su mirada. Una mirada intensa e
inquebrantable que hizo que Meg casi se cayera cuando se posó sobre ella.
Ahora que la miraba directamente, se quedó petrificada, como si ni un solo
músculo de su cuerpo pudiese reaccionar. ¿La había visto? Tragó saliva solo
de pensarlo. Ella no era ninguna cobarde, pero un extraño vértigo atenazó
sus sentidos como nada antes lo había hecho.
Le vio intensificar su mirada adquiriendo una tonalidad más oscura.
Ese pequeño matiz pareció sacarla de su aletargamiento, y sin saber cómo,
se dio media vuelta para volver a la cocina. Solo quería alejarse de allí para
poner sus ideas en orden. ¿Pero qué demonios le había pasado?
Todavía no sabía por qué había reaccionado de esa manera a su
presencia. «¡Pero si es solo un hombre!», se decía una y otra vez mientras
aligeraba el paso. Y ella tenía experiencia con hombres grandes, con
autoridad y genio. Eso era lo más gentil que decían de su propio padre y
ella siempre le había hecho frente cuando encontraba algo injusto o
inadecuado. No en vano, era el quebradero de cabeza de su progenitor,
como muchas veces él se había encargado de recordarle. Y su hermano no
se quedaba atrás.
No había andado ni dos metros cuando una mano la agarró del brazo,
deteniendo su avance.
El contacto de esa mano le hizo soltar un pequeño jadeo antes de
volverse y ver al hombre que segundos antes la había dejado totalmente
turbada.
—Eres la muchacha McDuff que Helen me dijo que vendría,
¿verdad?
Evan miró a la mujer que tenía delante. Cuando momentos antes la
había visto entre la penumbra había pensado que era un espejismo. Estaba
allí y a los pocos segundos había desaparecido. Era rápida, de eso no cabía
duda. Había tenido que aligerar el paso para alcanzarla antes de que
desapareciera.
Cuando Helen le pidió permiso para que la hija, fruto del matrimonio
entre Edna McAlister y un miembro del clan McDuff, viviera y trabajara
allí en el castillo, se negó. Sin embargo, al saber que la muchacha era
huérfana y que el clan McDuff no la veía con buenos ojos porque su padre
se había separado del clan y se había trasladado a las Lowlands, se
replanteó su decisión. Además, Helen se lo pidió como un favor personal.
Al parecer tenía alguna deuda pendiente con el hermano del padre de la
chica, y los McAlister siempre pagaban sus deudas. Y si eso no bastase, la
muchacha era mitad McAlister y eso la hacía de su clan. En cierto sentido
se sintió obligado a darle cobijo, por lo que al final consintió.
Después de aquello, Evan ya no pensó más en la solicitud de Helen,
pero al verla hoy allí, una cara totalmente desconocida y con los ojos más
expresivos, grandes y hermosos que había visto jamás, que le miraban como
si intentara adivinar qué era lo que pensaba, Evan dedujo lo obvio, a pesar
de su sorpresa inicial.
—Sí, soy yo —dijo Meg sintiendo su voz algo aguda.
Evan la soltó, observándola con interés.
—¿Tu nombre?
Meg tragó saliva antes de contestar.
—Meg —dijo ya sin titubear.
—¿Y por qué has huido así del salón?
En cuanto Evan preguntó, fue testigo de la trasformación que se
produjo en la joven. De pronto se irguió, levantando un poco la barbilla con
determinación. Su mirada se había vuelto más intensa, acentuando los
matices dorados de sus ojos. A Evan le hizo gracia su reacción. Era como si
le hubiese acicateado su orgullo.
—Yo no he huido —dijo con determinación, mirándole fijamente a
los ojos.
Evan enarcó una ceja. Aquella mujer no sabía mentir, pero sí tenía
coraje. Sabía de hombres que ni siquiera eran capaces de mirarle a los ojos,
y en cambio, aquella mujer le miraba directamente, con un pequeño mohín
de evidente disgusto en su boca que a Evan le hizo pensar más de lo debido
en sus carnosos labios.

Meg tenía todo su cuerpo en tensión. Si Evan McAlister le había


parecido imponente a unos metros, a escasos centímetros era para quedarse
sin palabras. Ahora desde la cercanía podía ver dos cicatrices en su rostro.
Una encima de la ceja izquierda y otra en su mejilla derecha, casi pegada a
la oreja y de unos tres centímetros de largo. La verdad era que aquellas
imperfecciones, en vez de restar atractivo a su rostro, extrañamente lo
realzaban más. Su mirada pareció oscurecerse y escudriñar la suya. Sintió
como si pudiese ver en su interior, como si pudiese leerle el pensamiento y
eso la hizo sentirse desnuda. En el momento en que pensó en esa palabra
sintió cómo el calor subía por su cuerpo hasta instalarse en sus mejillas.
¿Por qué demonios había tenido que pensar en nada que tuviera que ver con
la palabra «desnuda»? Intentó quitarse la imagen de su cabeza, pero al
mirarlo a él, a ese gigante que tenía delante, la palabra arraigó en su mente.
Su sucia mente. ¡Maldita fuera! ¿Pero qué demonios…? Ella no era así.
¡Por Dios, si se lo estaba imaginando como vino al mundo …! ¡Eso tenía
que ser pecado!
Como si él hubiese adivinado lo que ella estaba debatiendo en su
interior, Evan se acercó aún más. Sus ojos estaban clavados en ella.
Meg contuvo la respiración cuando él se acercó. Tanto, que pudo
sentir sus labios cerca de su oído. Sintió su voz dura y acerada y su aliento
en su cuello cuando sus palabras llegaron hasta ella.
—Si quieres quedarte aquí y formar parte de este clan, nunca más,
jamás, vuelvas a mentirme.
Meg se quedó petrificada en el sitio, no por lo que acababa de decirle,
porque era más que evidente que aquello no iba a poder hacerlo. Mientras
estuviese allí iba a mentir, a mentir y… ah, sí… mentir. Pero no era aquella
la causa de su turbación, sino lo que su aliento en su cuello le había hecho
sentir. Un escalofrío le había recorrido todo el cuerpo, dejándola anhelante
de algo que ni entendía, ni comprendía.
Después de eso, solo pudo mirarle, quieta y estupefacta por lo que
acababa de experimentar, mientras el jefe del clan McAlister se daba la
vuelta y desaparecía de su vista no sin antes dejarla para que ella siguiera
con sus obligaciones.
Aquello iba a ser mucho más difícil de lo que pensaba. Creía que
estaba preparada para todo. Para encontrarse con el mismísimo diablo, con
un hombre despiadado, grotesco y brutal. Pero nada la había preparado para
lo que acababa de pasar. Ya sentía que estaba traicionando a su clan,
porque, aunque no quisiera reconocerlo, por unos segundos se había sentido
atraída por su peor enemigo.
CAPÍTULO V

Meg estaba empapada en sudor. Tomó nota mentalmente para al día


siguiente ponerse el otro vestido más liviano, porque este le estaba costando
la vida. En la cocina hacía calor, y tanto ir pasillo arriba y pasillo abajo para
llevar las viandas desde allí hasta la estancia donde los hombres estaban
esperando ansiosos la cena, la estaban haciendo sudar como nunca en su
vida. Menos mal que desde que llegó tenía recogido su pelo y cubierto con
un pañuelo para que no le molestara. Si seguía así se lo iba a cortar. ¿Para
qué quería ella tanto pelo? No era más que una molestia añadida.
Sonrió con añoranza al acordarse de Aili, su hermana. Si la escuchara
pondría el grito en el cielo. Ella era la principal razón de que no hiciera algo
drástico con él.
—Meg, muchacha, ¡muévete! Los hombres tienen hambre y tú estás
muy tranquila.
Meg apretó los dientes por no decirle tres cosas a aquella bruja. ¿Que
estaba tan tranquila? Si no había parado en toda la tarde…, pero se contuvo.
Sonrió con desgana antes de mirar a Helen.
—Por supuesto, Helen. ¿Qué quiere que haga más? —le preguntó con
ironía.
Como no se montara en un cerdo y volara, que era lo único que le
faltaba hacer, ya no sabía que más quería de ella.
—¿Llevar el guiso te parece mucho esfuerzo? —contestó Helen.
—Claro que no, Helen, ahora mismo —dijo Meg con cara de
inocencia y una sonrisa en los labios.
Helen entrecerró un poco los ojos, pensando si aquella chiquilla era
pura inocencia y candor como estaba mostrando y además medio lela, o si
realmente le estaba tomando el pelo y era mucho más de lo que aparentaba.
No sabía porque, pero algo le decía que la muchacha era de la segunda
clase. No podía negar que era trabajadora. Había realizado todas las tareas
que le había encomendado con presteza y buena disposición. Si bien era
cierto que se le veía verde en la cocina, lo suplía con su actitud.
Ella le azuzaba como hacía con casi todos los que la rodeaban, sin
embargo, había descubierto que la muchacha no respondía como la
mayoría. Esta joven, a pesar de su fingida docilidad, no la engañaba. Había
visto en su mirada chispas de rebeldía, y sabía que se había mordido la
lengua en más de una ocasión. Eso le gustaba.
—Toma, y que no se te caiga ni una gota por el camino.
Meg cogió la olla de manos de Helen, que la miraba con
determinación y un poco de desagrado. No sabía si le había hecho algo a
aquella mujer o simplemente es que era así de desagradable pero la verdad
es que tenía ganas de perderla de vista un rato.
La olla pesaba más de lo que imaginaba y al principio sus brazos
cedieron un poco por el peso inesperado.
—Ten cuidado con la comida, jovencita, y sujétala bien —le dijo
Helen señalándola con un dedo.
Meg pensó en cinco modos de deshacerse de ese dedo y en ninguna
había un atisbo de compasión por su parte. Y sí mucha, muuuucha sangre.
Cuando entró en el salón, las voces se habían multiplicado. Las mesas
estaban llenas con los hombres del clan. En la principal estaba sentado Evan
McAlister junto a varios hombres más. Ella reconoció al que estaba a su
lado como uno de los que habían llegado con él horas antes. Se parecían
ambos, pensó en un instante. Si bien era cierto que el desconocido tenía el
pelo pelirrojo y el color de ojos distinto, sus rasgos eran muy parecidos. Era
muy atractivo también, sin embargo, su rostro era más afable y una sonrisa
parecía no querer desaparecer de sus labios. No como Evan McAlister, cuyo
rostro era duro e imperturbable. En ese momento sintió que su mirada se
volvía hacía ella.
Meg apartó la vista y sintió calor en las mejillas, como si la hubiesen
pillado haciendo algo inadecuado. Dejó la olla en el extremo de la mesa y
se fue sin mirar atrás.

—¿Esa chica es la muchacha de la que te habló Helen? —preguntó


Andrew con una sonrisa en los labios—. Es preciosa.
Andrew reprimió una carcajada cuando vio la expresión de su
hermano. Para cualquier espectador, nada en el semblante de Evan podía
delatar lo que pensaba, pero Andrew era su hermano y lo conocía a la
perfección. Había visto cómo su mirada se oscurecía al oír sus palabras, y
también cómo había apretado ligeramente la mandíbula.
—Sí, en efecto. Se llama Meg —dijo Evan como si no tuviese la
mayor importancia.
—¿Has hablado ya con ella?
Evan observó a su hermano. Conocía muy bien ese brillito en sus
pupilas.
—¿A dónde quieres llegar?
Andrew sonrió nuevamente. Había sido testigo de cómo su hermano
había mirado a la joven nada más entrar en el salón. Evan había seguido
todos los movimientos de la muchacha y no le había quitado la vista de
encima, eso había despertado también su interés. No por la muchacha, que
en verdad era preciosa, sino por la forma de actuar de su hermano. Hacía
mucho tiempo que no veía esa curiosidad en la mirada de Evan.
—Sí, he hablado con ella, pero solo he cruzado unas cuantas palabras.
¿Por qué?
Andrew hizo un gesto con la cabeza restando importancia a su
comentario anterior.
—Por nada, simple curiosidad —respondió con una sonrisa de medio
lado.
—Un día tu curiosidad puede darte un disgusto —dijo Evan
volviéndose hacia él.
Andrew miró a su hermano y vio una chispa divertida en sus ojos.
«¡Vaya!», pensó con un atisbo de esperanza. Era la primera vez en
dos años que veía a Evan algo más relajado. Desde la muerte de Kerr, Evan
había cambiado. Ya apenas sonreía y se había vuelto más duro e
inaccesible, y aunque le comprendía como nadie, en su fuero interno echaba
de menos a su hermano mayor, al Evan que había sido antes de aquel
trágico suceso.
Evan siempre fue el más callado de los tres. El más duro y exigente
consigo mismo. Fuerte, observador, parecía poder con todo, y él lo había
admirado desde que eran niños, y así seguía siendo.
Su hermano Kerr, sin embargo, había sido el nexo de unión de toda su
familia. Diplomático, paciente, buen oyente, siempre había sido capaz de
ver a través de las personas. Había sido también el confidente y la mano
derecha de Evan.
Dejando a un lado sus pensamientos, Andrew miró de nuevo a Evan
antes de contestarle.
—Ya, pero ese día no es hoy —replicó alzando una ceja con su
sonrisa eterna en los labios.
—Yo no estaría tan seguro, hermano —contestó Evan.
Andrew soltó una pequeña carcajada.
En ese momento, llegó Helen y empezó a servir los platos con su
fantástico guiso.
La carne asada también desprendía un olor exquisito.

Evan miró de reojo a Andrew, que estaba hablando ahora con


Malcolm. Su hermano le preocupaba. A pesar de su eterna sonrisa y de su
buen humor, Evan le conocía demasiado bien y sabía que debajo de aquello
había mucho más, un dolor que no había exteriorizado en ningún momento
durante los últimos meses. Andrew escondía bien sus sentimientos detrás de
su sentido del humor. Era irónico que, de los tres, desde niño, el más
extrovertido fuese el más hermético.
El murmullo de aprobación que recorrió la sala al comer el guiso de
Helen hizo que prestara atención al plato que tenía delante. Sus tripas, que
eligieron aquel momento para hacer un pequeño ruido, avisaban
impacientes de su necesidad.
Sin más, cortó un trozo de carne que había en una de las bandejas y se
dispuso a disfrutar de la comida. Seguro que le sabría a gloria.
CAPÍTULO VI

Alguien había intentado envenenarlos. Esa era la única opción lógica.


Habían saboreado la gloria, pero no en sentido figurado. Había faltado poco
para que casi la totalidad de sus hombres visitaran al Creador aquella noche.
La mitad estaba agonizando. Hombres más altos que castillos corrían
por sus tierras en busca de un rincón en el que vaciar sus tripas, abonar el
campo e intentar que la humillación no magullara mucho su orgullo.
Evan miró de nuevo la cara de su hermano, que había empezado a
adquirir una tonalidad verdosa. Un sudor frío perlaba su frente, contrayendo
sus facciones cada vez que el ruido proveniente de sus tripas parecía
adquirir más fuerza.
—Perdonad de nuevo —dijo Andrew mientras salía a toda prisa del
salón.
Era la tercera vez que su hermano debía irse.
—¡Maldita sea! —dijo Evan cuando vio a Andrew desaparecer tras la
puerta.
A pesar de su preocupación inicial, en ese momento, después de más
de dos horas de ver correr a sus hombres como almas que llevaba el diablo
sin que ninguno de ellos revistiese más gravedad que una descomposición
colectiva como la que no había visto jamás en su vida, Evan empezó a
pensar que aquellos sobrevivirían a esa noche.
Malcolm y él eran los únicos hasta el momento que permanecían sin
mostrar síntomas del mal que aquejaba a sus hombres.
—Es algo que hemos comido o bebido. Llama a Helen —dijo Evan
con un tono de voz duro.
Helen entró en el salón dos minutos más tarde y por su aspecto podría
decirse que tampoco estaba bien. Su piel tenía una tonalidad grisácea y sus
ojos parecían algo apagados.
Evan preguntó, temiendo la respuesta.
—¿Tú también, Helen?
Helen en vez de contestar, soltó un gemido lastimero y, llevándose
una mano al estómago, salió a toda prisa. Jamás en su vida había visto a
Helen correr de tal manera.
Evan miró a Malcolm. Sus ojos destilaban cualquier cosa menos
compasión.
—¡Esto es una plaga! Maldita sea, ¿queda alguien en las cocinas que
no se esté muriendo?
—Creo que no —contestó Malcolm con total seriedad.

Hacía más de dos horas que Meg había llegado a una conclusión. Lo
que no habían conseguido años de enemistad, ni las enfermedades, ni las
guerras entre los clanes, había estado a punto de conseguirlo ella solita
aquella noche. Y no con un cuchillo, ni con una espada, ni con veneno, sino
con una maldita diarrea.
Y ni siquiera lo había hecho a propósito.
Su padre estaría orgulloso de ella. Muy orgulloso. Había dejado
inutilizados a todos los guerreros del clan McAlister. Bueno, a casi todos.
Evan McAlister y uno de sus hombres de confianza, Malcolm, seguían en
pie, y con cara de querer asesinar al culpable de aquella tropelía.
Meg sabía que tenía dos opciones: guardar silencio y simular el más
absoluto desconocimiento en caso de que le preguntaran algo, o confesar
que era muy posible que, de manera fortuita, ella fuese la culpable de aquel
desagradable infortunio.
Su cabeza le decía a voz en grito que lo negara todo hasta la saciedad,
pero las entrañas le decían algo bien distinto. Y ella era una mujer que hacía
caso de su instinto, aunque a veces este le fallase. Era impulsiva y tenaz, y
por mucho que quisiera en aquel momento evadir su responsabilidad, no
por miedo, sino por no querer llamar la atención de esa manera el primer
día, algo le decía que era mucho mejor entrar en el salón, mirar a la cara al
jefe del clan y decirle que lo que había pasado era sin duda fruto de un
inocente error.
Así que cogió aire y entró con paso firme en la estancia, esperando
que aquel no fuera el final de su incursión en territorio McAlister.

Evan fue consciente de su presencia nada más entrar la muchacha en


el salón. Su nombre, si no recordaba mal, era Meg, y en ese momento no
parecía estar enferma. Ella había estado en la cocina ayudando a Helen.
Antes de que pudiese llamar su atención para que se acercara, esta se
encaminó hacia donde él se encontraba. Su rostro mostraba seriedad y
aunque su apariencia detonaba tranquilidad, Evan vio en sus ojos un
pequeño atisbo de inquietud.
—Laird McAlister, tengo que decirle algo que creo que debe saber.
Aquello llamó la atención de Evan. En su contacto anterior con ella,
Meg apenas había hablado. Por eso no había podido percibir el sonido de su
voz, dulce y melodioso, que en ese momento le pareció sumamente
atractivo. Sus ojos grandes y expresivos habían adquirido una tonalidad
ambarina difícil de ignorar. Sin embargo, los acontecimientos de esa noche
habían hecho que Evan no estuviese de humor para adivinanzas.
—Espero que sea importante y que no me hagas perder el tiempo.
¿Qué es lo que quieres decirme? —soltó Evan de forma brusca.
Meg pensó varias cosas a la vez. Uno, que Evan McAlister era un
hombre que no dejaba indiferente en ningún sentido. Dos, que si pensaba
que iba a intimidarla por fruncir ligeramente el entrecejo y mirarla como si
quisiera traspasarla, estaba muy equivocado. Y tres, que era mejor que
soltara la información de golpe y que McAlister se gestionara el enfado él
solito.
Meg se aclaró la garganta antes de coger carrerilla.
—Creo que, por un desafortunado error, yo eché al guiso la jarra que
Helen había preparado para los problemas intestinales de uno los miembros
de su clan. Es a la conclusión que he llegado después de ver lo que ha
pasado.
A Meg no le pasó desapercibido cómo la mirada del laird McAlister
se oscureció de repente, adquiriendo un brillo peligroso.
—¿Que has hecho qué? —preguntó con la voz apenas contenida por
el enfado.
Había que reconocer que McAlister sabía dominarse. Si hubiese sido
su padre a quien le hubiese contado eso, los gritos se estarían escuchando
en Inglaterra.
—Lo que ha oído. Helen me dijo que echara la jarra con especias en
el guiso y… bueno, había dos jarras —explicó Meg como si con eso
quedara todo claro.
Meg observó cómo McAlister apretaba la mandíbula.
—¿Dos jarras? —preguntó Evan entre dientes.
Meg afirmó con la cabeza. Por la mirada de McAlister entendió que
esperaba alguna explicación más.
—Helen me dijo que echara la jarra preparada con especias al guiso.
Pero había dos jarras. Creí que eran lo mismo y eché una de ellas. Después
llegó Gawen y fue cuando Helen le dijo que se tomara lo que había
preparado para su problema digestivo. Mencionó algo de una jarra, pero yo
estaba ayudándola y apenas presté atención. Sin embargo, después de lo que
ha pasado, he recordado todo lo que le he contado, y he llegado a la
conclusión de que quizás desafortunadamente eché la jarra con el remedio
al guiso, y Gawen se tomó un vasito de la preparada para la comida.
Evan la miró como si de repente le hubiesen salido dos cabezas.
—¿Y en ningún momento se te ocurrió preguntar qué jarra debías
echar? Y mejor aún, una vez que te enteraste que una de ellas era un
remedio para Gawen, ¡¿no pensaste que era mejor decir algo?! —preguntó
alzando cada vez más la voz, a medida que hablaba y su enfado iba
creciendo.
Meg podía entender su enfado, pero ni mucho menos iba a dejar que
aquel hombre la tratara como si fuera tonta.
—Ya le he dicho que no presté atención. Era mi primer día, estaba
nerviosa y jamás había trabajado en una cocina. ¿Qué quiere que le diga?
¿Que jamás pensé que podría suceder algo así? Pues se lo digo —terminó
Meg con voz firme. Estaba también alterada, y su mirada en ningún
momento se desvió de los ojos de Evan McAlister, que la miraba como si
no pudiese creer que ella le hubiese contestado de esa manera.
Ambos se quedaron en silencio y mirándose mutuamente de una
forma poco gentil.
—Malcolm —dijo Evan, rompiendo momentáneamente aquella
conexión visual que le tenía asombrado.
Evan miró a Malcolm cuando no contestó. Casi maldijo cuando le vio
mirar hacia otra parte, no sin antes darse cuenta de la tenue sonrisa que este,
con poco éxito, trataba de disimular.
—Cuando Helen esté mejor, dile que quiero hablar con ella —dijo
Evan con un tono de voz que hizo que la sonrisa de Malcolm se borrara de
inmediato.
—Y tú —dijo volviendo de nuevo su atención a Meg—, es mejor que
salgas de esta sala antes de que la poca paciencia que me queda desaparezca
y me arrepienta de haber dejado que te quedes con nuestro clan.
Meg no esperó ninguna otra indicación, y antes de que McAlister
cambiara de opinión y efectivamente la echara de sus tierras, se fue con
paso rápido hasta la entrada. No sin antes pensar que aquel día había
aprendido dos cosas: primero, que en la cocina un error podía ser mortal, y
segundo, que pese a todos los apelativos del laird McAlister, en el fondo,
puede que este no fuera tan despiadado.
CAPÍTULO VII

Era un auténtico demonio. Y eso que había intentado ser objetiva


después de todo, pero aun así había que reconocer que ese hombre tenía
algún tipo de problema con ella.
Tras el pequeño incidente de las jarras, laird McAlister habló con
Helen y decidieron reubicarla para que realizara otro tipo de trabajo. Al
parecer se la consideraba altamente peligrosa en la cocina, ya que no la
dejaron a partir de entonces acercarse a la misma a menos de diez metros de
distancia.
Pasaron varios días en los que Meg observó todo lo que pudo, que
sinceramente no fue mucho ya que su siguiente trabajo fue con la aguja y el
hilo. La pusieron a coser aquellas prendas de laird McAlister que habían
sufrido algún percance, como por ejemplo una camisa a la que se había
descosido una parte de la manga. Se pasaba todo el día en el cuarto de
costura y eso no contribuía mucho a poder conocer más al jefe del clan y a
sus miembros.
La verdad es que lo que se dice coser no había cosido nunca en su
vida, pero había visto a Aili hacerlo y francamente aquello no podía ser tan
difícil. El cesto que tenía al lado con la ropa a la que tenía que hacer
arreglos y que Helen le había dado esa mañana, se le hizo encargo difícil
cuando, después de tres horas, seguía con la misma camisa, sin embargo,
dio por bien empleado el tiempo cuando acabó con ella y sonrió bastante
complacida con el resultado. El día anterior solo había hecho pequeños
arreglos, pero aquella camisa…, eso era harina de otro costal. A pesar de
todo, estaba más que satisfecha con su trabajo. Realmente había quedado
bien.
El problema fue cuando esa misma tarde, un grito parecido al gruñido
de un animal rabioso cruzó el castillo.
Meg seguía cosiendo otras prendas nuevas que Helen le había dejado
cuando la puerta de la habitación se abrió. Era Brigitte, una muchacha del
clan, sobrina de Helen, que también ayudaba en los quehaceres diarios de la
casa. A Meg le había caído bien de inmediato. Brigitte no se parecía en
nada a su tía. Con una figura generosa, unos ojos algo rasgados de un
precioso color azul y una eterna sonrisa en los labios, la muchacha la acogió
con efusividad desde el primer momento. Extrovertida y alegre, exudaba
vitalidad por cada poro de su piel.
—¿Pasa algo, Brigitte?
Meg se levantó cuando vio la cara de la muchacha. Se conocían desde
la noche del infortunado accidente con la cena, cuando ambas habían
recogido el salón después de que casi el clan en pleno estuviese
descompuesto. A pesar del escaso tiempo que hacía que la conocía, por su
cara supo que algo no marchaba bien.
—Laird McAlister ha mandado a que venga a por ti, y está muy
enfadado —espetó Brigitte con el aliento entrecortado, como si hubiese
venido corriendo.
Meg no supo qué decir a eso. No sabía en qué podía ella ayudar o por
qué se la llamaba. Se había pasado los últimos dos días metida en aquel
cuarto sin apenas cruzarse con nadie del clan. Comía y cenaba en un cuarto
adyacente a la cocina porque esta estaba vedada para ella. A Meg aquello la
indignó. Porque hubiese habido aquel pequeño accidente no significaba que
fuera a repetirlo.
—De acuerdo, vamos —dijo Meg que, siguiendo el ritmo de Brigitte,
corrió tras ella para subir las escaleras y llegar hasta la primera planta. Se
dirigieron después a la última habitación del pasillo. Antes de llegar se
escuchó un nuevo gruñido seguido de una serie de maldiciones que hizo a
Meg ralentizar el paso.
Cuando Meg por fin llegó a la puerta y entró en la habitación, lo que
vio en ella la dejó helada. Laird McAlister estaba con el torso desnudo,
llevando puesto solo el feileadh mor de cintura para abajo. La tela, de unos
cinco metros de longitud, que se colocaba alrededor de la cintura y se
sujetaba con un cinturón, estaba dispuesta con soltura sobre sus caderas.
Los colores distintivos del clan McAlister, rojo y verde, destacaban dentro
de aquella habitación algo espartana. Era una desgraciada coincidencia que
su clan también tuviese esos colores, aunque el dibujo de los cuadros
formado por ellos fuese distinto. Una cama en el rincón y una mesa en la
pared opuesta eran básicamente todo el mobiliario.
Pero lo que menos le interesaba a Meg en ese instante era el atuendo
de Evan McAlister sino lo que no llevaba puesto. El pecho, los brazos y el
abdomen de aquel hombre la hicieron tragar saliva. Saliva que no encontró
porque se le había quedado la boca seca de golpe. Ella estaba acostumbrada
a ver los músculos desarrollados de los hombres de su clan, fruto del
entrenamiento continuo con diversas armas a la que se sometían todos los
días, pero la semidesnudez de Evan McAlister la había dejado clavada en el
sitio. Cada uno de sus músculos parecían esculpidos en piedra. ¿Cómo sería
tocarlos? En el mismo momento en que lo pensó, sintió cómo un rubor
inundaba sus mejillas. Rogó para que McAlister no se diera cuenta de ello.
Pero al elevar su mirada y clavarla en la suya, dejó de prestar atención a esa
parte de la fisionomía del laird, pues los ojos llenos de furia de McAlister
estuvieron a punto de atravesarla.

Después de dos días, Evan estaba dispuesto a darle una oportunidad a


Meg McDuff. Lo que ella le había dicho le hizo reflexionar, y si bien creía
que lo que había hecho distaba mucho de un «pequeño infortunio», era
verdad que ese hecho parecía estar desprovisto de malicia.
Apenas si la había visto en esos dos días transcurridos desde
entonces, desde que Helen le encontró otra ocupación. Sin embargo, las
escasas veces que había cruzado su camino con ella, no había sido
indiferente a su presencia y eso había acrecentado su curiosidad. Se había
sorprendido a sí mismo más de una vez recordando unos enormes ojos color
miel.
Así que, a pesar de que estuvo a punto de acabar con la totalidad de
su clan, decidió dejar correr su error en la cocina.
Eso fue hasta el instante en que intentó vestirse.
Cogió una de sus camisas para cambiarse. Había estado ejercitándose
con Malcolm y Andrew esa mañana, y después de ir al lago a darse un
chapuzón rápido en sus gélidas aguas, volvió a casa a fin de cambiarse para
la cena. Metió su brazo derecho y todo fue perfecto, pero al meter su brazo
izquierdo, algo le impidió sacar su mano por el extremo inferior. Se inclinó
para ver lo que pasaba y cuando vio el extremo de la manga cosida al
cuerpo de la camisa, todo se volvió rojo.
Y lo supo. Supo que había sido ella.
Sabía por la misma Helen que esta había cambiado a Meg de trabajo.
Evan le había dicho que le daba igual dónde la pusiera, pero lejos de la
cocina. Ahora ya sabía de qué se encargaba, porque apostaría la cabeza a
que aquel despropósito solo podría provenir de la mata-clanes.
Llamó a Helen, conteniendo la furia que le quemaba en las venas.
Cuando apareció, Brigitte sintió pena por ella, por la cara que puso
cuando le rugió que fuera a por Meg y la llevara ante su presencia. De esta
no iba a salir impune.
CAPÍTULO VIII

Meg miró la prenda que McAlister le tendía. No sabía qué quería que
hiciera con ella, así que le miró, antes de preguntar.
—¿Pasa algo con la camisa?
—¿Tú qué crees? —le preguntó Evan a su vez, entre dientes.
Meg la cogió y al hacerlo sus dedos rozaron la mano de McAlister.
Meg la retiró inmediatamente como si su contacto le hubiese
quemado. Su roce, aunque había sido ínfimo, la había perturbado,
produciéndole un latigazo que recorrió todo su cuerpo y la dejó
desconcertada.
—Intenta meter la mano por la manga izquierda —espetó Evan, lo
cual sonó más a orden que a una petición.
Meg intentó hacer lo que pedía, pero al llegar al puño, algo le impidió
que pudiese sacar la mano. Lo miró con más detenimiento y descubrió que
no podía porque estaba parcialmente cosido al cuerpo de la camisa. Sintió
cómo un pequeño rubor subía a sus mejillas.
Ella no había cosido en la vida ¿Qué esperaban? ¿Que hiciese
virguerías con la aguja? Intentando arreglar en algo lo que había hecho,
pegó un pequeño tirón para descoser ambas partes de la prenda. Solo eran
unas pequeñas puntadas las que había que deshacer. Cerró los ojos cuando
el sonido de la tela al rasgarse llegó hasta sus oídos.
No estaba preparada para aquello. Se quedó momentáneamente
bloqueada, mirando la camisa, intentando no soltar una carcajada. Porque,
aunque no era el momento adecuado, aquella situación le pareció muy
graciosa.
Un gruñido retumbó en la habitación e hizo que mirase nuevamente a
McAlister.
Meg no sabía qué aspecto tendría laird McAlister en plena batalla,
pero debía asemejarse bastante a la que tenía en aquel momento. Su rostro
estaba tenso, sus ojos verdes habían adquirido un tono más oscuro. Su
mirada, la misma que estaba clavada ahora mismo en ella, era letal, tan
afilada como una espada, y un tic parecía haberse instalado en su ojo
izquierdo. Todo su cuerpo estaba rígido.
—Puedo intentar cosérselo otra vez, aunque no creo que esto tenga
mucho arreglo —dijo Meg con naturalidad.
Supo que no tenía que haber pronunciado aquellas palabras en el
mismo momento en que salieron de su boca y los ojos de McAlister
brillaron como si albergaran fuego en su interior.
Evan se acercó a ella y antes de que pudiese reaccionar, le quitó de un
tirón la camisa de las manos.
—¿Has cosido alguna vez? —le preguntó con un gruñido.
Meg le miró fijamente antes de contestar.
—He visto cómo se hace, pero coser, coser… No.
Meg observó cómo Evan apretó los dientes.
—¡Maldita sea! ¿y no se te ocurrió decirlo? —gritó Evan—. ¡Mira lo
que has hecho! —le dijo poniendo la camisa delante de sus narices.
Meg volvió a mirar la tela.
—Ya lo veo, y lo siento mucho —contestó Meg con cierto pesar.
—¿Y eso es todo? ¿«Lo siento mucho»? ¿Lo haces a propósito o es
que tu inteligencia no da para más? —aseveró Evan tirando la tela encima
de la cama con un manotazo.
Meg estaba intentando pedirle disculpas, pero él se lo estaba poniendo
muy difícil, y más si tenía en cuenta que estaba a medio vestir y aquello la
ponía nerviosa.
Su genio, ese que estaba reprimiendo desde que llegó, clamaba por
decirle cuatro cosas a aquel demonio, pero no pudo contenerse cuando puso
en duda su inteligencia.
—Ya le he dicho que lo siento, y dado que como podemos comprobar
no puedo arreglársela, francamente no sé qué más puedo hacer —dijo Meg
apoyando las manos sobre su cintura y poniendo los brazos en jarras—.
Además, ¿no cree que está exagerando un poco? Es solo una camisa, un
trozo de tela —exclamó Meg ya enojada—. Y en cuanto a si mi inteligencia
no da a más, me ofende gravemente al insinuarlo siquiera. No sé cocinar ni
coser, pero no porque sea torpe sino porque nunca me han enseñado —dijo
Meg alzando la voz.

Evan no podía creérselo. Esa muchacha estaba allí frente a él, después
de haberle destrozado su mejor camisa y le estaba… ¿Qué demonios estaba
haciendo? ¿Recriminarle que se enfadara con ella?
Era inaudito, sobre todo cuando hizo trizas la tela y pudo ver una
sonrisa en sus labios. Él estaba hecho una furia y ella se reía.
Y ahora estaba con los brazos en jarras, haciéndole frente, acortando
la distancia entre ambos y mirándole, ceñuda.
Evan sintió hervir la sangre en sus venas. Acortó el escaso espacio
que los separaba y sin pensarlo, tomó su boca. Aquellos labios carnosos que
momentos antes le habían replicado desafiantes y orgullosos, ahora suaves
y tentadores, lo recibían con sorpresa y estupor. Se había acercado a ella
con furia, con determinación, y así había tomado sus labios. Sin embargo,
sus manos, ajenas a su enojo, a su voluntad, enmarcaron la cara de Meg con
cuidado, casi con mimo, acariciando suavemente la comisura de sus labios a
fin de que los abriera. Cuando así lo hizo, Evan no pudo evitar que un
gruñido de satisfacción se escapara de su garganta. Ahondó el beso con
cuidado, con lentitud, saboreando y probando cada parte de su boca. Solo
había pretendido borrar aquella expresión satisfecha y rebelde con la que
aquella muchacha le había mirado, pero no había esperado aquello. No
había podido prever la necesidad visceral y desmedida que se apoderó de él
al probar sus labios. La sintió estrechar su cuerpo contra él y sus manos
rozar levemente sus brazos como una caricia. Su tacto casi lo volvió loco.

Meg no tenía explicación alguna para lo que estaba sucediendo. Sabía


que debería haberse resistido, debería haberse alejado de él. Y lo intentó.
Pero una vez que comprobó que no podía liberarse de él, en vez de quedarse
indiferente a su acción, algo dentro de ella se despertó y tomo las riendas de
la situación. Se odiaba por ello, pero no pudo evitarlo. Quería negarse el
placer que sus labios le estaban provocando, pero su cuerpo traicionero
parecía no pertenecerle. Se sorprendió cuando las manos de Evan, grandes y
con durezas, le tocaron la cara con mucho cuidado, como si temiera que ella
se rompiese. Aquel gesto, tan inaudito en un hombre como aquel, hizo que
parte de su renuencia desapareciera como si nada. Sus labios, su lengua, le
hicieron sentir necesitada de algo que no entendía pero que quería obtener
como fuese. Y eso hizo que, tímidamente, con la torpeza de la
inexperiencia, copiara los movimientos de McAlister, tentando, saboreando
su boca a la vez, pegándose a su cuerpo y apoyando la mano sobre sus
brazos, cuyos músculos sintió contraerse ante su contacto. El gruñido de
satisfacción masculina que se bebió de los labios de Evan le provocó un
anhelo casi doloroso, dejándola a su merced.
Y luego todo acabó demasiado pronto.
CAPÍTULO IX

El carraspeo proveniente de la puerta devolvió a Evan a la realidad.


Maldijo interiormente porque ni siquiera había oído llegar a su hermano. El
mismo que desde la entrada de la habitación le miraba con una sonrisa
socarrona en los labios y un brillo malicioso en los ojos.
—Lamento interrumpir —dijo Andrew, cuyas facciones delataban
que sus disculpas eran del todo menos sinceras.
Evan vio cómo Meg cambiaba su expresión. Como si hubiese
despertado de pronto y comprendiese que había cometido un terrible error.
Deseó hablar con ella, pero antes de que pudiese decir nada, esta salió por
la puerta de forma apresurada.
—No digas una sola palabra —dijo Evan cuando vio la intención de
Andrew.
Este cerró la boca, pero por poco tiempo.
—Ni se te ocurra —exclamó entre dientes Evan con un tono
amenazador cuando vio luchar a su hermano sin mucho éxito con la
imperiosa necesidad de soltar algún comentario.
Lucha que perdió sin remedio.
—En estas situaciones es muy difícil no decir nada, pero dado que
hoy no te encuentras generoso a la hora de expresar tus sentimientos y…
Andrew tuvo que agacharse para que no le alcanzara el libro que le
arrojó Evan y que, de darle, le hubiese hecho un buen chichón.
Evan le miró como si quisiera asesinarlo y Andrew soltó una
carcajada.
—Vale, vale, ya me callo, pero antes… he venido para decirte que
Malcolm ha regresado ya. Nos está esperando abajo y por su expresión no
creo que sean buenas noticias.
Evan frunció el ceño. El hecho de que Malcolm hubiese regresado tan
pronto tampoco era buena señal.
Iba pensando en ello mientras bajaba con Andrew a la planta baja
donde Malcolm los esperaba. Se reunieron en una pequeña habitación que
Evan utilizaba para la correspondencia y las cuentas. Había otros laird que
dejaban esos asuntos en manos de un hombre de confianza, por
desconocimiento o por no querer ocuparse de esos aspectos que
consideraban nimios, sin embargo, él se encargaba personalmente de ellos.
—Malcolm, te esperaba dentro de un par de días.
Malcolm asintió con la cabeza antes de hablar.
—Y así hubiese sido si no fuera porque los Campbell han estado
sufriendo robos de ganado. Alec no estaba. Había salido con sus hombres
en busca de respuestas. Grant, que se ha quedado al frente durante su
ausencia, me ha dicho que sospechan que los responsables del robo sean los
McDonall.
Andrew sonrió de medio lado.
—La paz entre esos dos clanes estaba durando ya demasiado.
A Evan no le hacía ninguna gracia que los Campbell y los McDonall
se enfrentaran de nuevo. Los Campbell eran aliados de los McAlister desde
hacía muchos años. De hecho, Alec, el jefe del clan Campbell y él eran
buenos amigos.
—De todas formas, le he dejado a Alan la carta que me diste.
Evan miró a Malcolm. Quince años mayor que él, aparentaba unos
cuantos más. Su pelo castaño veteado con canas así lo hacía presumir. Su
semblante duro y sus cicatrices, visibles en su rostro, demostraban su
experiencia en el campo de batalla y en la vida.
—Está bien. Quiero que Alec esté en la reunión de la semana que
viene. Sería importante que todos los clanes cercanos, incluso los
McDonall, viniesen, si eso es posible y para entonces no se han matado con
los Campbell.
Alec dijo esas últimas palabras mirando de nuevo a Malcolm.
—Descansa un poco y después prepara el entrenamiento con los más
jóvenes. Colin se ha estado encargando de ello en tu ausencia y no tiene tu
paciencia. Estuve con él en el entrenamiento y le faltó poco para matar con
sus propias manos al joven Gordon.
Malcolm asintió mientras soltaba una pequeña carcajada.
—Sí, le comprendo. Ese muchacho haría blasfemar hasta a un santo.
Me recuerda a alguien.
Tanto Evan como Malcolm miraron a Andrew y sonrieron
abiertamente. Gordon era un diablo con la espada. Rápido y hábil. Tenía
mucho potencial. Pero también era cabezota, impulsivo y engreído. Y eso
había llevado a la muerte a más de uno.
—Ehhh, que no me parezco en nada. Soy el hombre más templado
que ha conocido este clan. Y yo nunca he sido tan prepotente como Gordon,
ni siquiera con su edad. Simplemente soy el mejor —dijo con una sonrisa
en los labios.
Evan y Malcolm rieron de buena gana, aunque tenía razón. Era muy
bueno con la espada. El mejor de sus hombres después de Evan y Malcolm.
Y también era verdad que, a diferencia del joven Gordon, Andrew siempre
había controlado muy bien su ímpetu. A pesar de la jovialidad y la
despreocupación que siempre demostraba, detrás de ello, desde pequeño,
siempre había estado el control férreo de sus emociones, el temple, sobre
todo en la lucha con el rival. En ese sentido no se parecía al joven Gordon.
—Lo que tú digas, muchacho, pero eras un grano en el culo igual que
él —dijo Malcolm con tono jocoso.
—Yo también te aprecio, Malcolm —aseveró Andrew con su eterna
sonrisa.
Evan carraspeó, llamando la atención de los dos.
—Bueno, volviendo al tema que estábamos discutiendo, Colin va a ir
a hoy a ver al clan McLane.
—Yo puedo ir a ver los McDonall y que me acompañe Calum —dijo
Andrew.
Evan lo pensó unos instantes antes de asentir.
—De acuerdo, pero tened cuidado. Por lo que parece, este no es el
mejor momento para ir a hacerle una visita a los McDonall. Solo intentad
que la semana que viene venga a la reunión.
—¿Estás seguro que quieres reunir a los jefes de todos esos clanes
bajo tu mismo techo? —preguntó Malcolm alzando una ceja.
Evan se apoyó en la mesa y cruzó los pies a la altura de los tobillos
antes de contestar.
—Los Campbell puede que empiecen una guerra contra los
McDonall, los McPherson no pueden escuchar hablar de los McGregor sin
que alguien pida sangre por ello, al igual que nuestro clan, su enemistad con
ellos es larga. Por otro lado, están los McLane. Ya sabéis cómo dejamos al
viejo Balthair después de romper mi compromiso con su hija. Así que la
respuesta es sí, quiero reunirme con ellos. Intentaremos que no se maten los
unos a los otros mientras estén aquí. Ya es difícil la situación con mi futuro
matrimonio como para tener que preocuparme porque estalle una guerra
entre los clanes vecinos. Quiero saber cuál va a ser su postura y quiero que
tengan claro que, si actúan en contra de los McGregor en un futuro sin una
causa poderosa, yo no tendré más remedio que posicionarme al lado de la
familia de mi futura esposa.
Malcolm silbó por lo bajo.
—Eso va a caer como un jarro de agua fría, lo sabes, ¿verdad? Nadie
quiere tenerte como enemigo. Maldita sea, no creo que ni siquiera lleguen a
planteárselo, pero esto no los dejará nada contentos, ni tampoco a nuestro
propio clan. Todavía escuecen las heridas de los antiguos enfrentamientos
con los McGregor. Ahí tienes a tu primo Calum, o a Lammont. Su odio
hacia los McGregor sigue siendo muy fuerte.
—Lo sé —contestó Evan con semblante serio—. Nadie quería este
matrimonio y aún espero que ocurra algo que me exima de mi
cumplimiento, pero no podemos obviar un mandato real, y si al final tengo
que casarme y doy mi palabra, no pienso romperla, Malcolm, ni dejaré que
lo haga ningún miembro de mi clan. Eso no significa que ese matrimonio
me ate de pies y manos. Ten por seguro que el jefe del clan McGregor
tendría que enfrentarse también a mí si decide atacar a cualquiera de
nuestros aliados sin razón alguna. Eso es lo que quiero dejar claro en esa
reunión.
—De acuerdo, muchacho. Que así sea —dijo Malcolm poniendo una
mano sobre el hombro de Evan.
—¿A mí me llama grano en el culo y tú que eres el laird dejas que te
llame muchacho? Hermano, estás perdiendo facultades.
—Mocoso, tu madre te limpiaba el culo cuando yo ya sostenía una
espada en las manos. Si digo que eres un grano en el culo es que lo eres, y a
Evan le llamo muchacho porque para mí siempre lo será, pero no creo que
nadie lo respete más como laird, como guerrero y como hombre que yo, así
que cierra la boca si no quieres que te la cierre yo.
Evan sonrió y Andrew, con las manos en alto, soltó una carcajada.
—Te pones muy serio cuando se te lleva la contraria, Malcolm, eso es
que te estás haciendo viejo.
—Muchacho del demonio —exclamó Malcolm. Tenía el entrecejo
fruncido pero el brillo divertido de sus ojos desmentía su expresión austera.
Malcolm se acercó a Andrew y antes de que este se diera cuenta, le dio un
golpe en el estómago que lo dejó sin respiración—. Este viejo todavía tiene
cosas que enseñarte, como que no debes fiarte de nadie —le dijo con voz
más baja mientras le daba unos golpecitos en la espalda a Andrew que,
doblado por la mitad, intentaba recuperarse.
—Lo he visto, pero no quería dejarte en mal lugar —dijo Andrew con
voz entrecortada.
Malcolm sonrió antes de salir de la habitación.
Andrew se enderezó poco a poco hasta que consiguió ponerse
derecho nuevamente.
—No lo has visto venir, ¿verdad? —le preguntó Evan divertido.
—Ese viejo pega tan fuerte como la coz de un caballo —dijo Andrew
apretando los dientes.
Evan salió de la estancia sin decir nada más, con una sonrisa en los
labios.
CAPÍTULO X

Meg llevaba dos días sin poder concentrarse en lo que hacía, y eso era
peligroso. Al final, después del despropósito cometido con la costura, Helen
le había preguntado por fin que si sabía hacer algo y qué clase de educación
le habían dado para no saber nada de costura ni de cocina.
Meg se ciñó lo máximo posible a la realidad. Las mentiras, cuanto
más se distanciaban de la verdad, más difíciles eran de controlar y de
recordar.
Así que le dijo que sus padres en las Lowlands habían trabajado para
un barón, padre de dos hijos. El barón la tomó a ella como sirvienta de su
hija, aunque sus labores se reducían prácticamente a ser su acompañante y
asistirla en sus quehaceres diarios. Debido a ello, permanecía junto a ella en
las clases que recibía de escritura y lectura. Así fue como aprendió ambas
cosas.
A Helen aquello le pareció extraño, pero lo aceptó, sobre todo porque
eran de las Lowlands y ya se sabía que aquella gente no estaba bien de la
cabeza. Por lo tanto, Meg le dijo que no sabía coser ni cocinar, pero podía
hacer otras tareas como fregar los suelos, ayudar a la curandera del clan —
pues había aprendido mucho de una curandera de las Lowlands—, leer o
escribir alguna misiva para los miembros del castillo, o encargarse de
adecentar las habitaciones, haciendo las camas o colocando la ropa.
Así que eso fue exactamente lo que le encomendó. Fregaba los suelos
del castillo. Doblaba la ropa y la colocaba en los aposentos, y ayudaba a
Kate McAlister, la curandera del clan, cuando lo necesitaba.
Kate McAlister, baja y delgada, y con unos bonitos ojos verdes, le
cayó bien desde el principio. No tenía pelos en la lengua y mostraba un
carácter de mil demonios, pero le gustó nada más conocerla. Tenía un hijo
de seis años, Ian, travieso, vivaz y con una imaginación desbordante. La
verdad es que le recordó a sí misma cuando era pequeña. Había pasado con
él bastante tiempo, dado que acompañaba a veces a su madre, como la tarde
anterior cuando fue con ellas a hacer unas visitas a varios de los miembros
del clan aquejados de diversos males. Uno de ellos era Herbert, un hombre
ya entrado en años que tenía un pequeño resfriado. Meg intuyó que, más
que resfriado, lo que Herbert quería era tener a alguien con quien hablar de
todos sus achaques. Vieron también a un reticente William con un corte
grande en el antebrazo fruto de una distracción durante el entrenamiento de
esa mañana. Las malas lenguas decían que había pasado cuando se quedó
mirando Brigitte al pasar esta por el patio delante del grupo de guerreros. Y
la última a la que vieron fue a Sara, la mujer más anciana del clan, que a sus
79 años tenía una mirada penetrante y muy intuitiva. Cuando la miró, Meg
tuvo la sensación de que le leyó hasta el alma. El pequeño Ian había ido con
ellas ese día porque estaba castigado. La tarde anterior había estado con
Alan y Connor, los nietos de David, en su día hombre de confianza del
abuelo de Evan y también uno de los consejeros del mismo. Alan tenía
cinco años y Connor siete, y tampoco eran unos santos. Llevaba poco
tiempo allí, pero si una cosa sabía era que cuando andaban los tres juntos
nada bueno podía esperarse. Si no que se lo dijeran a Henrietta, cuyas canas
parecían haberse incrementado desde que pintaron a su cabra de azul hacía
dos días. Cómo lo habían conseguido, era todavía un misterio.
A Meg le sorprendió la actitud de Evan McAlister cuando, ante las
quejas de Henrietta, mandó llamar a su presencia a los tres niños.
Kate se apresuró a llevar a Ian a una sala contigua al salón, donde el
jefe de los McAlister solía recibir a los miembros de su clan que querían
exponerle algún problema. Otro rasgo que también la sorprendió, y la llevó
a empezar a replantearse si verdaderamente las cosas que había escuchado
de él hasta entonces tenían algún fundamento. ¿Qué hombre del que decían
era el mismísimo diablo escucharía atentamente a los miembros de su clan,
aun cuando esas quejas podrían ser absurdas o nimias?
Lo mismo pasó esa tarde cuando, después de echarles una reprimenda
a los niños y castigarles con tener que dejar los establos relucientes durante
una semana, Meg le sorprendió con una leve sonrisa en los labios. Como si
la travesura de los pequeños le hubiese hecho gracia.
Así que no podía, sino que empezar a pensar qué había de cierto y qué
no en los testimonios oídos durante los últimos años.
Era cierto que con la espada y en la lucha, Evan era un auténtico
demonio. Ella lo había visto entrenarse con el resto de sus hombres y jamás
en su vida había sido testigo de un guerrero igual. Su velocidad, su fuerza,
su destreza no tenían parangón. Solo su padre o su propio hermano, que
hasta la fecha eran los mejores que había visto jamás, podrían igualársele.
Su capacidad de liderazgo y su elocuencia eran también grandes rasgos de
los que había sido testigo. Había visto a su clan respetarle y acatar cada una
de sus decisiones, y no llevados por el miedo, sino por el respeto y el afecto
que le tenían.
Por eso no podía en ese momento reconciliar lo que sabía de aquel
hombre que estaba conociendo desde que llegó al clan McAlister con el
hombre del que había oído hablar los últimos años.
En aquel momento, mientras doblaba la ropa que después del lavado
quedaba por disponer en los distintos aposentos, pensó en si se estaría
ablandando con el clan McAlister.
La única verdad era que estaba mintiendo a toda aquella gente.
Cuando trazó el plan, ni siquiera se lo planteó, porque no pensó en ellos
como personas individuales sino como clan, como McAlister. Un clan que
había odiado al suyo y a la inversa durante demasiado tiempo. Era estúpido
que un apellido te definiese como persona, pero la realidad era que el clan y
la lealtad hacia él estaban por encima de todo. Sin embargo, eso no le hacía
más fácil su tarea ahora que empezaba a conocerlos. Helen, a pesar de
aparentar de ser una bruja, tenía su corazoncito escondido. Lo había visto
en el trato con su hija, con su sobrina y con los demás. Hablaba y gruñía,
pero después siempre estaba atenta a las necesidades de sus prójimos.
Incluso de ella. Como cuando llegó tarde a la comida porque había tardado
más de la cuenta al fregar la planta superior y se encontró con que le había
guardado un plato y lo había mantenido caliente para que comiese. Eso
denotaba que había pensado en ella, y que no era ni la mitad de fiera de lo
que le gustaba aparentar. Brigitte también era un cielo. Era muy inocente y
dulce, y la ayudaba cuando había terminado sus quehaceres para que no se
quedara atrás.
Y ahora Kate, que la había aceptado sin ningún tipo de hostilidad,
solo esperando de ella diligencia y buen hacer. Incluso estaba confiando en
ella para dejarle a su hijo.
Aquello la conmovió más de lo que podría haber imaginado.
Sabía por qué estaba haciendo aquello. Lo hacía por Aili, y porque le
importaba el futuro y la felicidad de sus hermanos por encima de todo. Sin
embargo, en los últimos días tenía que repetírselo a sí misma a menudo.
—Meg, ¿qué haces?
Meg dio un salto cuando escuchó la voz a sus espaldas.
—Te he asustado, ¿eh? —dijo Ian con una risilla por lo bajo.
Meg miró al pequeño que la observaba con toda la inocencia del
mundo en sus ojos.
—Estoy terminando de doblar la ropa. ¿Y tú, diablillo? ¿Qué haces?
¿No tendrías que estar limpiando los establos como te ordenó laird
McAlister?
El niño puso cara de disgusto. La mueca que hizo consiguió arrancar
una carcajada en Meg sin que pudiese evitarlo.
—Lo vamos hacer estar tarde. Alan y Connor están con su abuelo,
que también les ha impuesto otras tareas como parte del castigo. No sé por
qué pintar la cabra de la señora Henrietta es tan malo. Yo la veo ahora más
bonita. Tiene un azul precioso —continuó Ian todo convencido—. ¿Por qué
no me cuentas una de esas historias de batallas antiguas y guerreros de
tierras lejanas? —preguntó luego, esperanzado.
Meg dejó la ropa que estaba arreglando y le miró con los brazos en
jarras sobre sus caderas.
—Después, en cuanto acabes esta tarde con lo de los establos te
prometo que te contaré una de esas historias.
La cara de decepción de Ian no pudo ser más elocuente. Sus ojos la
miraron como si la pena más grande le estuviese consumiendo e incluso
creyó ver cierto temblor en su labio inferior. Esos pucheritos los conocía
demasiado bien. Ella les hacía lo mismo a sus hermanos. Logan era el que
siempre se ablandaba antes.
—No puedo, Ian. Pero te prometo que después te contaré la historia.
—¿Y una pequeña lucha con espada? —preguntó Ian sacando del
saco que llevaba a la espalda colgado dos pequeñas espadas de madera.
—Iaaaan —dijo Meg alargando el nombre en señal de que estaba
mermando su paciencia.
—Por favor, Meg. Me aburro. Mamá está con Rose, que creo que va a
tener a un bebe pronto. Connor y Alan no están. Helen está demasiado
ocupada para hacerme caso. Solo unos minutos, Meg, por favooooor…
A Meg aquella súplica le llegó al corazón.
—Está bien. Pero solo unos minutos.
La sonrisa de Ian que se extendió hasta sus ojos hizo que Meg
sonriera a su vez.
—¿Cuál es mi espada? —preguntó Meg con voz más grave.
Ian le guiñó un ojo.
—Esta, señor. Nos enfrentaremos en combate por la ofensa que ha
cometido.
—¿Y puedo saber qué ofensa ha sido esa? —preguntó Meg divertida.
—Comerse los bollos de Helen, por supuesto. Eso no se hace.
Meg soltó una carcajada muy a su pesar.
—Está bien. Comencemos —dijo Meg recuperando la seriedad y
tomando la espada de manos de Ian.
—Pero aquí no podemos luchar, señor. Esto es el cuarto de la
lavandería. Salgamos al campo de batalla —dijo Ian arrugando la nariz
como si fuera una ofensa luchar en aquel lugar.
Meg lo pensó y la verdad era que allí podría entrar alguien. Y lo peor
no era eso, sino que Ian, en su ímpetu, le diera un porrazo a toda la ropa que
ya llevaba doblada y tuviese después que empezar de nuevo.
—Está bien, vamos —contestó Meg muy seriamente.
Salieron ambos con paso decidido y Meg llevó a Ian hasta uno de los
pasillos que daban a la parte posterior de la casa. Era poco transitado y casi
nadie pasaba por allí y menos a aquella hora.
—Comencemos —dijo Meg. No había terminado de hablar cuando el
pequeño blandió su espada con más fuerza de la que esperaba en un niño de
su edad. La lucha estaba servida.
CAPITULO XI

—Los McDonall no estaban muy contentos con nuestra visita, pero


vendrán el viernes. Por cierto, parece que ya habían hablado con los
Campbell. No parece que la cosa pinte bien. Fue pronunciar el nombre de
Alec, y laird McDonall escupió en el suelo.
Andrew McAlister caminaba junto a su hermano Evan por el patio
trasero en dirección a la casa, cuando le dio las novedades. Acababa de
llegar y estaba algo cansado. No tanto del viaje, pero sí de los improperios
de laird McDonall que harían santiguarse hasta al mismísimo diablo. Había
sido difícil, pero había conseguido que laird McDonall diera su palabra de
que asistiría a la reunión del próximo viernes.
—Lo importante es que…
Evan dejó lo que iba a decir. El patio trasero daba entrada a la casa
por uno de los laterales. Cuando tanto Andrew como él entraron y enfilaron
el largo pasillo, una imagen los dejó a los dos parados en el acto.
El pequeño Ian McAlister estaba librando una batalla a espada contra
Meg, que no solo ejecutaba los movimientos con maestría y agilidad, sino
que enseñaba al pequeño Ian a hacerlo.
—¿Meg sabe cómo manejar una espada o me lo estoy imaginando
yo? —preguntó Andrew divertido—. Uf… ese movimiento no ha sido al
azar, y le está explicando a Ian cómo debe atacar a su oponente sin quedar
al descubierto. Todas ellas habilidades normales en una muchacha de su
edad, ¿verdad? —preguntó Andrew con su fina ironía.
Evan ni siquiera lo miró cuando le contestó.
—Si a eso le sumamos que sabe leer y escribir yo diría que es algo
bastante inusual. Helen me dijo que se crió en casa de un barón mientras
hacía de acompañante de su hija y que por eso la chiquilla tiene esas
cualidades.
Andrew alzó una ceja antes de hablar.
—¿Y sabemos qué barón es? Deberíamos preguntar. No creo que
existan muchos hombres como ese.
Evan le miró un segundo antes de contestar.
—También dice que tiene conocimientos para la sanación. Está
ayudando a Kate.
—¿Y no temes que mate a nadie? Si ayudando en la cocina estuvo a
punto de aniquilar al clan y le dio una muerte poco digna a tu camisa, no sé
qué será capaz de hacer con un enfermo. Seguramente lo rematará, pero con
dolor.
Evan no quería darle la razón, pero también era lo primero que él
había pensado.
—Helen me ha dicho que Kate está contenta y que en este caso sí
sabe lo que hace. De todas formas, hay algo que no cuadra en ella.
—Muy bien, hermano. Debes enterarte de qué es —le dijo Andrew
mientras le ponía una mano a Evan en el hombro—. Debes hacer lo que
haga falta para llegar a la verdad.
A Evan no se le escapó el doble sentido que teñía las palabras de
Andrew. Si a eso se le unía su sonrisa socarrona y su ceja ligeramente
alzada, no cabía duda de a dónde quería llegar. Maldito fuera el día que le
pilló besando a Meg… Sabía que su hermano tenía tema de diversión para
rato.
Ian y Meg seguían luchando sin darse cuenta que ellos estaban siendo
testigos de la escena. Meg rio cuando Ian le dijo: «¡Muere, cobarde!», con
tono amenazador, mientras intentaba darle con la espalda en la pierna. Meg
hizo un requiebro para esquivarla, y en ese mismo instante Evan sintió que
se le contraía el estómago como si le hubiesen dejado sin aire. Incluso
Andrew siseó de manera bastante sonora.
El movimiento de Meg para evitar la espada de Ian hizo que el
pañuelo que llevaba en la cabeza se desprendiera y cayera al suelo, dejando
al descubierto su cabello.
Evan jamás había contemplado un cabello igual.
Largo hasta la cintura y ondulado, era como el color del bronce. Pero
eso era demasiado vulgar para describirlo. La luz que entraba desde una de
las ventanas arrancaba destellos de oro que veteaba su abundante cabellera.
Esta se movía al compás de sus movimientos como si fuese un mantón
dorado.
Si era hermosa de por sí, con esos enormes ojos color miel, el
conjunto en ese momento lo dejó sin habla.
Al instante, Meg giró y los vio allí de pie a los dos observando cómo
ella e Ian jugaban con las espadas. Eso la distrajo lo suficiente como para
que Ian, que no era consciente de la compañía, le diera con la espada en el
estómago y la hiciera doblarse en dos de dolor.
—Lo siento, lo siento, Meg. ¿Te duele mucho?
Meg le dijo que no con la cabeza mientras intentaba disimular. El
estómago le dolía a rabiar y se había quedado sin aire. El pequeño Ian era
más fuerte de lo que había pensado.
En ese instante sintió dos manos sobre su cuerpo. Una en la espalda y
otra cogiéndola del brazo. Sabía que era Evan McAlister sin necesidad de
mirar, porque a pesar de dolor, el contacto de esas manos la hizo temblar.
—Meg, ¿estás bien? No he querido hacerte daño.
El pequeño estaba preocupado por ella, su inquietud era palpable.
Cuando Meg recuperó algo de aire, le contestó como pudo.
—Estoy bien, Ian, no te preocupes. Sé que ha sido sin querer. La
culpa ha sido mía. Me he distraído y tú eres un gran guerrero. Has ganado
—le dijo Meg mientras esbozaba una sonrisa.
Ian no parecía muy conforme todavía. La expresión tensa de su rostro
denotaba que no sabía muy bien si creer lo que le había dicho o no.
—Vamos, Ian, nos acercaremos a la cocina a ver si Helen ha hecho
sus famosas galletas. No creo que le importe que tomemos unas cuantas.
Dejemos que Meg se recupere del todo —dijo Andrew cogiendo al niño
como si fuera un saco y echándoselo al hombro.
La risa infantil que resonó en la estancia la convenció de que el niño
ya había olvidado lo que había pasado.
—¿Estás bien? —preguntó Evan con un tono de voz duro. Más de lo
que había sido su intención. Maldita sea, no quería ser tan brusco, pero su
cercanía, el leve olor a flores que impregnaba su pelo y la textura sedosa de
esos rizos que se enredaron en sus dedos cuando la tocó para comprobar
que estaba bien le habían afectado.
El deseo se había apoderado de él, y le costó lo indecible mantenerlo
a raya.
Meg se irguió hasta incorporarse del todo. Todavía le dolía el
estómago, pero por lo menos ya podía respirar. Se volvió para mirar a laird
McAlister que seguía a su lado, sosteniéndola. Había estado evitando
quedarse a solas con él desde el beso. Aquel beso que la había dejado
totalmente desconcertada. Nada la había preparado para aquello y ahora, al
estar tan cerca de él y reconocer en sus ojos el mismo anhelo salvaje que el
día que la besó, dio un paso hacia atrás de forma inconsciente.
—Estoy bien, laird McAlister. Eso me pasa por jugar a las espadas
con Ian. Tiene mucha fuerza y es bastante hábil para su corta edad —dijo
Meg con una sonrisa, intentando poner algo de distancia entre ambos.
Una cosa era lo que quería y otra lo que hizo. Porque, aunque su
cabeza le decía que debía alejarse de allí lo más rápido posible, su cuerpo
permaneció inmóvil, anhelante del contacto del hombre que seguía
sujetándola, provocando que toda su templanza se fuera volando de la mano
de su prudencia.
Evan la soltó, solo después de que recurrir a su fuerza de voluntad y a
su buen juicio.
—Helen me ha dicho que te estás adaptando bien.
Meg esbozó una pequeña sonrisa que hizo que él deseara besarla
hasta que un gemido de placer saliera de entre sus labios.
—Sí, por fin estoy ayudando con algo que sé hacer, aunque
sinceramente no sé cómo dio su permiso para que fuera con Kate a visitar a
los enfermos. Creía que no confiaba en absoluto en que pudiera tener algún
tipo de habilidad.
Evan sonrió, y Meg pensó que era el hombre más apuesto que había
visto jamás. Debía ser pecado tener la apariencia y el cuerpo de ese hombre.
—Y no la tenía, pero Helen y Kate me convencieron. Kate me dijo
que no iba a dejar que te acercaras a ningún enfermo hasta que no estuviese
segura de que no serías la próxima plaga de Escocia.
Meg se rio con ganas, y un pequeño hoyuelo adornó su mejilla
derecha.
—Una mujer que sabe escribir y leer, que puede ver una herida o a un
enfermo sin que se inmute y que además tiene conocimientos básicos en el
manejo de una espada. Sin embargo, no sabe nada de otros quehaceres
comunes entre las mujeres. Eres un misterio, Meg McDuff —dijo Evan a la
vez que le apartaba un mechón de pelo de la cara colocándoselo con
cuidado detrás del hombro. Al hacerlo le rozó la mejilla con los dedos. Su
piel era tan suave al tacto que demoró el contacto más de lo debido.
Meg intentó ocultar la inquietud que le habían provocado sus
palabras, y se guardó de mostrar algún tipo de reacción al escrutinio al que
la estaba sometiendo Evan con su mirada. Era como si intentara leer en ella
algún signo de contradicción o mentira. Sin embargo, la dulzura con la que
le retiró el pelo, y le tocó la cara redujo toda su cautela a la nada. En ese
momento no veía a Evan McAlister, el enemigo de su clan, sino a un
hombre capaz de hacerla perder la cordura.
Cuando retiró la mano de su mejilla casi gritó por la sensación de
pérdida que aquello le provocó. No tenía sentido, pero cuando la tocaba,
sentía que era capaz de cualquier cosa.
—Reconozco que mi niñez y mi educación no han sido las habituales
—dijo Meg intentando volver a la conversación y olvidar lo que Evan la
hacía sentir—. Las circunstancias a mi entender me han hecho afortunada.
El leer y escribir debería ser algo habitual y no una extraña rareza —
continuó Meg con firmeza mirando a Evan.
Este calló por unos instantes que a Meg se le hicieron eternos. Su
mirada penetrante la mantuvo inmóvil hasta que desvió la vista y pasó por
su lado para irse, pero no sin inclinarse un poco sobre ella y decirle al oído:
—Estoy de acuerdo contigo, Meg.
Ella se quedó allí quieta mientras el laird se marchaba.
¿Evan McAlister le había dicho que estaba de acuerdo con ella?
Aquello sí que la desconcertó, tanto que no pudo contestar como debía al
mandato que laird McAlister le dijo antes de doblar la esquina y
desaparecer.
—Y no vuelvas a ponerte ese pañuelo en la cabeza, Meg McDuff. Es
una orden de tu laird.
Meg estuvo a punto de responder que haría lo que ella quisiera, pero
se mordió la lengua a tiempo. No había que ser avariciosa. Ya había
obtenido una pequeña victoria. El demonio de Escocia le había dado la
razón.
CAPITULO XII

Meg estaba ese día cansada. Y eso era raro, ya que su padre siempre
le decía que era un torbellino. Nunca estaba quieta. Sin embargo, después
de pasar toda la noche en pie, ayudando a Kate a traer al mundo al bebé de
Rose y Greg McAlister, el día se le estaba haciendo eterno. Solo había
dormido un par de horas cuando tuvo que levantarse de nuevo. Quizás
hubiese sido la tensión vivida en el parto, ya que el pequeño se había
resistido a salir y durante unas horas, Kate temió que se complicara y la
vida de Rose y el pequeño pudiesen peligrar. La cuestión era que, aunque se
había acostado nada más llegar después de la agotadora noche, se sumió en
un estado de duermevela que le impidió descansar. Después de dos horas de
dar vueltas en la cama, decidió levantarse y empezar con sus quehaceres
diarios, a pesar de que su cuerpo exigía descanso a gritos.
Había ayudado a Brigitte con la ropa y después había fregado los
suelos de la cocina y el salón.
Esa tarde Helen se la dio libre y ella, en vez de irse a su habitación y
descansar un rato, salió del castillo, cruzó las casas de los miembros del
clan y se encaminó al campo que había detrás de una pequeña montaña
visible desde el castillo.
El campo lleno de plantas estaba cerca del lago, y Meg pensó que
podía recoger alguna de las hierbas necesarias para la realización de
diversos remedios para la tos, el dolor y el mal de estómago.
Un trueno sonó a lo lejos. Meg miró al horizonte. Las nubes que se
veían al fondo presagiaban lluvia, y en grandes cantidades. Debía darse
prisa para que la tormenta no la cogiera por el camino.
Estaba recogiendo las últimas plantas cuando el grito de un niño le
llegó, transportado por el viento. Era lejano, pero lo suficientemente claro
como para escucharlo. En la voz del niño pudo percibir el pánico. Una
sensación de angustia se instaló en su pecho cuando creyó reconocerlo:
habría jurado que era Ian.
Soltó las plantas que llevaba recogidas hasta entonces y salió
corriendo en la dirección de la que parecía provenir el grito.
Cuando llegó cerca del lago, sintió que algo se paralizaba en su
interior. En mitad del lago, en aquella época del año, en la que sus aguas
estaban tan frías que podías congelarte en minutos, estaba una pequeña
barca que se había dado la vuelta, y a la que dos niños intentaban agarrarse
a fin de no ser tragados por sus aguas.
No se dio cuenta de que ninguno de ellos era Ian hasta que vio a este
cerca de la orilla.
Se dirigió a él con presteza. Cuando Ian la vio, corrió hacia ella
tirándose a sus brazos.
Meg le abrazó mientras se cercioraba de que estaba bien.
—¿Qué ha pasado? —preguntó mientras se acercaba con él al borde
del lago.
El niño la miró con miedo en los ojos.
—Connor y Alan han cogido la pequeña barca de su abuelo. Yo no
quería ir con ellos porque me mareo —confesó Ian con reticencia—.
Cuando estaban muy lejos de la orilla, el agua empezó a entrar en la barca.
Han intentado volver. Después no sé qué pasó, pero la barca dio la vuelta y
ellos se agarraron a ella para no caerse.
Meg miró a los niños. La barca cada vez estaba más hundida. Estaba
claro que no podía con el peso de los dos.
—Ian, ve al castillo corriendo y pide ayuda. Corre —dijo Meg
mientras comenzaba a quitarse el vestido y los zapatos.
Confiaba en que Ian volviese pronto con ayuda, pero la única verdad
era que los chicos no aguantarían mucho más tiempo en la situación en la
que se encontraban. La barca apenas se veía.
Cuando se metió en el agua y empezó a nadar, fue como si cien
cuchillos se le clavaran por el cuerpo una y otra vez. Sintió que se quedaba
casi sin respiración. El agua estaba helada, y eso le hizo redoblar sus
esfuerzos. Nadó con más ahínco, más rápido, sin pensar en nada más
porque sabía que si no lo hacía, Connor y Alan estarían perdidos.
Tardó lo que le pareció una eternidad en llegar hasta donde ellos se
encontraban. Cogió a Alan, que era el más pequeño, y después de prometer
a Connor que volvería a por él, empezó a nadar hacia la orilla. Alan tenía
los labios casi azules y Meg lo sentía temblar. No le extrañaba, porque ella
misma estaba sufriendo ya serias dificultades para mantener el ritmo.
Nadaba cada vez más lenta y el frío parecía haberse adueñado de sus huesos
hasta dejarla prácticamente paralizada. Sin saber cómo, llegó hasta la orilla
y dejó a Alan sobe la tierra. Estaba muy pálido y con los labios ya morados.
No paraba de temblar, pero lo más importante era que estaba vivo.
Corrió de nuevo hacia la orilla y volvió a sumergirse en sus aguas, sin
pensar que quizás ese viaje solo fuese de ida, sin posibilidad de retorno.
Evan acababa de hablar con Malcolm sobre el entrenamiento del día
siguiente. Cuando salía de los establos con su montura, el pequeño Ian llegó
hasta él con la cara descompuesta.
Evan se agachó hasta ponerse a su altura y lo cogió por los hombros.
—¿Qué pasa, Ian? Preguntó mirando los ojos del crío en los que se
podía ver reflejado el miedo.
—Meg me dijo que corriera a pedir ayuda. Connor y Alan están en el
lago. La barca ha dado la vuelta y ….
Evan no esperó a escuchar más. Saltó a su montura y salió a galope.
El temor de lo que podía encontrar hizo eco en su interior. Se le hicieron
eternos los minutos en que tardó en llegar, y cuando lo hizo la escena que
vio lo dejó helado.
Alan estaba tirado en el suelo, mojado con los labios azulados y
tiritando.
Cuando se acercó a él, el muchacho lo miró con los ojos como platos.
—¿Dónde está Connor? —preguntó con premura.
—Sigue en el lago. Meg nadó hasta la barca y me sacó a mí y luego
ha vuelto a meterse en el agua para ayudar a Connor.
Esas palabras fueron como un puñetazo en el estómago. Esas aguas
estaban heladas.
Miró hacia el lago y en el centro vio la pequeña barca y a Connor
intentando seguir sujeta a ella. Era más que visible que las fuerzas del
muchacho mermaban a cada segundo que pasaba. Y entonces vio a Meg.
Nadando hacia Connor con esfuerzo. Era una distancia considerable. Se
quitó las botas y saltó al agua. Sería un milagro si Meg conseguía llegar de
nuevo hasta su objetivo. Ya de por si era toda una hazaña haber nadado esa
distancia una vez, con esas temperaturas, para sacar a Alan.
Se tiró al agua. Estaba helada y a pesar de estar él acostumbrado,
sintió el helor en los huesos. Siguió nadando hasta que llegó a la barca. Meg
ya estaba allí con Connor.
Maldijo por lo bajo cuando los vio a ambos. Connor estaba
blanquecino y sus labios azulados. Meg no estaba mucho mejor. El alivio
que vio en los ojos de Meg al verle lo conmovió.
—Vamos —dijo Evan cogiendo a Connor e intentando hacer lo
mismo con Meg.
—No nos puedes llevar a los dos —dijo Meg cuando vio las
intenciones de Evan.
—No discutas y cógete a mí —le contestó Evan duramente.
Meg le miró negando con la cabeza.
—Puedo nadar, iré detrás de vosotros y si tengo algún problema
prometo decírtelo. Iremos más rápidos así, y Connor no está bien, lleva
mucho en el agua —dijo Meg temblándole todo el cuerpo.
Evan apretó los dientes mientras miraba a aquella mujer, cabezota e
increíblemente valiente.
—No te despegues de mí —le dijo Evan mientras ya empezaba a
nadar arrastrando a Connor con él.
Meg le siguió como pudo. Le costaba más que la vida misma dar una
brazada más. Los niños no habían estado sumergidos en el agua totalmente.
Prácticamente habían tenido más de medio cuerpo fuera agarrados a la
barca. Se podrían bien, de eso estaba segura.
La alegría que sintió al ver a Evan llegar la invadió por completo. No
había tardado nada en llegar hasta ellos, fueron minutos, aunque a Meg se le
antojaran horas.
Ahora que iba detrás de él, le veía nadar sin esfuerzo, como si el agua
fuese su elemento natural, llevando a Connor con facilidad.
En ese momento, Meg sintió un dolor intenso en la pierna. Un
calambre que la dejó casi inmovilizada. Vio a Evan mirar hacia atrás para
ver si ella le seguía.
—Estoy bien —le gritó para que siguiera con Connor a toda prisa. El
niño necesitaba salir del agua ya.
Meg sintió que el dolor intenso y constante la dejaba a merced de las
frías aguas porque, aunque quiso seguir con todas sus fuerzas, empezó a
hundirse sin que pudiese hacer nada por evitarlo. Jamás pensó que su final
sería aquel, y eso fue lo último que pasó por su mente antes de que la
oscuridad la engullera por completo.
CAPITULO XIII

Evan sacó a Connor del agua y lo dejó junto a Alan, que seguía
temblando. Cuando giró la cabeza hacia el lago y no vio a Meg sintió que el
miedo le atenazaba las entrañas.
Se tiró al agua, rogando llegar a tiempo. Nadó hacia el lugar donde la
había visto la última vez. Los segundos parecían hacerse eternos. Se hundió
en el agua y giró sobre sí mismo, intentando ver algo que delatara dónde
estaba Meg. Los pulmones parecían a punto de estallarle, así que, en contra
de su voluntad, salió a la superficie, inspiró aire y volvió a sumergirse,
negándose a creer que no pudiese salvarla.
Finalmente logró distinguir un destello dorado a su izquierda y nadó
con todas sus fuerzas hasta allí. Profundizó un poco más, escrutando las
aguas como si le fuera su propia vida en ello. Algo le rozó la mano. Se
aferró a ello con los dedos y comprendió que era un mechón de pelo. Tiró
de él mientras se hundía más en el lago hasta que tocó el cuerpo inerte de
Meg. La cogió entre sus brazos y ascendió con ella hasta la superficie.
Cuando salió y comprobó que no respiraba, un grito de rabia salió de su
garganta mientras abrazaba su cuerpo como si así pudiese devolverle la
vida. Un pequeño temblor proveniente de su cuerpo hizo que Evan se
separara de ella lo suficiente como para verle la cara. Un leve aleteo en las
pestañas hizo que el corazón le diera un vuelco. Cuando Meg empezó a
toser de forma continua, expulsando el agua que parecía haber tragado,
Evan la sujetó con más fuerza.
—Tranquila, pequeña… sigue respirando, ya casi hemos llegado —le
susurró, intentando que Meg siguiera luchando. Estaban muy cerca de la
orilla.
Allí distinguió a Malcolm. No había rastro de los niños.
Cuando pudo hacer pie, Evan cogió en brazos a Meg y salió del agua.
Malcolm, que le esperaba en la orilla, la tapó con una manta.
—Debemos llevarla cuanto antes al castillo y darle calor —dijo Evan
entre dientes mientras cogía su montura y conminaba a Malcolm a que le
diera a Meg para acomodarla entre sus brazos.
La mirada de Malcolm delataba su preocupación...
— Ian nos avisó. Andrew y Colin se han llevado a los niños. Están
bien después de todo.
Evan asistió mientras espoleaba su montura. Solo pensaba en una
cosa y era en ver a Meg bien de nuevo.
Cuando llegó al castillo, bajó de la montura con Meg en brazos, con
sumo cuidado. Escuchó llegar a Malcolm segundos después.
A pesar de expulsar el agua de su cuerpo, Meg no estaba consciente
del todo. Entró con ella en el salón cuando Andrew y Helen salieron a su
encuentro.
No dijeron una palabra. Evan pudo observar la mirada preocupada de
Helen y la seriedad en el rostro de su hermano.
En vez de llevarla al cuarto de Meg, subió las escaleras hasta la
primera planta. Entró en su habitación y la depositó en la cama.
—Andrew, ve a ver a los niños y dime después cómo están —le dijo a
su hermano mientras él también empezaba a sentir los estragos que la ropa
húmeda sobre su cuerpo provocaba.
Andrew asintió con seriedad mientras salía de la habitación. Ya solo
estaba Helen con él.
—Helen, dame una de mis camisas. Rápido. Y trae más mantas —le
dijo mientras empezaba a desnudar a Meg. No había mucho que quitar, ya
que al tirarse al agua Meg solo se había dejado la camisola puesta. Había
sido inteligente. Si en su intento por salvar a los niños se hubiese tirado con
la ropa puesta, esta al mojarse, hubiese pesado tanto que la habría arrastrado
hacia el fondo.
Helen no dijo nada cuando Evan le quitó a Meg la ropa mojada. La
prenda húmeda, pegada al cuerpo de Meg, no dejaba nada a la imaginación;
poca diferencia había con su total desnudez. Cerró la puerta antes de volver
junto a ellos. Aquel no era momento para remilgos.
Evan actuó con diligencia, como si el cuerpo desnudo de Meg no le
afectara hasta la médula. Lo importante en aquel momento era quitarle
aquella ropa, ponerle algo seco y darle calor. Helen le ayudó a ponerle una
de sus camisas y a taparla con dos mantas.
Evan se retiró un poco, lo justo para quitarse su camisa mojada y
secarse. Helen se volvió de espaldas mientras se cambiaba del todo.
En menos de dos minutos estaba nuevamente al lado de la cama.
—Le he traído también una de sus camisas —le dijo Helen extrañada
de que no se hubiese cubierto el torso, mientras miraba la que laird
McAlister había dejado a los pies de la cama.
Evan se acostó junto a Meg y la atrajo hacia sus brazos, acunándola
entre ellos y posando la mejilla de Meg sobre su pecho.
—Así le daré calor —dijo Evan, más tranquilo cuando vio que Meg
recobraba algo de color en las mejillas
Helen conocía a Evan de toda la vida. No en vano lo había visto nacer
a él y a sus dos hermanos. Desde pequeño había sido un niño disciplinado,
con carácter, pero justo y noble. No había un laird en toda Escocia del que
su clan pudiese estar más orgulloso. Como en ese instante, cuando vio la
preocupación en sus ojos y sus intentos casi desesperados de que Meg
estuviese lo mejor atendida posible.
Meg sentía frío, tanto que pensó que se le helarían los huesos.
Incluso más que aquella vez en la que su hermano Logan la convenció de
salir a cazar y les sorprendió una nevada. Llegaron a casa medio
congelados.
En ese momento le costaba abrir los ojos. Era como si sus párpados
estuvieran cosidos.
Así que cuando empezó a sentir calor quiso llorar por el alivio tan
inmenso que aquello le proporcionó.
Poco a poco, ese calor fue extendiéndose por su cuerpo hasta que
sintió que podía mover sus extremidades. Parpadeó con cuidado y
finalmente logró abrir los ojos.
Enfocó su mirada al frente y vio a Helen, sentada en una silla frente a
ella, en un cuarto que no era el suyo y en una cama que….
Entonces se dio cuenta. No estaba sola. Estaba apoyada en alguien.
Su cara reposaba en un pecho duro y definido que le proporcionaba el calor
suficiente como para entibiar su cuerpo. Unos brazos la estaban
estrechando, reconfortándola, dándole una seguridad y una calma que no
sentía en mucho tiempo.
—Bienvenida. Ya era hora. Pensábamos que nunca ibas a salir de tu
letargo.
Esa voz…
Evan notó cuando Meg tuvo conciencia de la situación en la que se
encontraba y que él la estaba abrazando. Se tensó en sus brazos antes de
levantar la cara y mirarle a los ojos.
¡Qué hermosa estaba! A pesar de casi haberse ahogado, no podía estar
más preciosa.
Sus enormes ojos adquirieron su habitual vitalidad al ruborizarse sus
mejillas.
Su pelo, esa cabellera abundante, sedosa y ondulada que le caía por la
espalda, enmarcaba su cara, atrayendo la mirada de cualquier ser humano
capaz de sentir.
Sus curvas habían encajado con su cuerpo como si estuviese hecha
para él. A pesar de estar allí con Helen como testigo, había tenido que
recurrir a todo su autocontrol para mantener su deseo a raya. Había sido lo
más difícil que había hecho en su vida.
—Ahora que está despierta, bajaré a hacer un caldo. Algo que te
caliente las tripas —dijo Helen haciendo que Meg desviara la mirada de él y
la centrara en la anciana. Intentó desentenderse de sus brazos, pero él no se
lo permitió. Tuvo que reprimir una sonrisa cuando ella volvió a mirarlo con
un brillo de enojo en los ojos. Estaba seguro que si hubiese podido lo habría
matado en ese momento, y eso lo complació más que nada. El hecho de que
Meg fuese tan trasparente, que le hiciese frente, que le desafiase, que
expresara lo que pensaba a pesar de no ser lo que él quisiese escuchar… eso
lo volvía loco.
—Creo que es muy buena idea, Helen —dijo Evan, mientras la
soltaba por fin, se levantaba de la cama y se ponía la camisa que un rato
antes había dejado a los pies del lecho.
—Me alegro mucho que estés bien, muchacha. Menudo susto nos has
dado, pero estamos todos muy agradecidos por lo que has hecho. Has sido
muy valiente. Gracias a ti, Alan y Connor siguen con nosotros.
Helen le dio una palmadita en el brazo antes de volverse y
encaminarse hasta la puerta.
—Yo me quedaré con ella hasta que regreses —dijo Evan sentándose
en la silla que momentos antes había ocupado Helen. Tenía que hablar con
Meg sobre lo que había pasado aquella tarde y estaba seguro que lo que iba
a decirle no iba a gustarle.
En absoluto.
CAPÍTULO XIV

—Te dije cuando nos vimos la primera vez que no me mintieses si lo


que querías era permanecer en este clan.
Evan la miró con gesto serio, que al igual que sus palabras, destilaban
solo un pequeño porcentaje de su enfado. El mismo enfado que se había
abierto paso tras la preocupación cuando comprendió que ella se pondría
bien. Cuando repasaba mentalmente lo que había pasado aquella tarde y
cómo podía haber acabado todo, el autocontrol del que siempre gozaba se
hacía añicos.
Meg tragó saliva antes de contestar. ¿De qué estaba hablando?
—¿En qué le he mentido?
Evan, sentado en la silla que había frente a la cabecera de la cama,
inclinó el torso hacia delante quedando más cerca de ella. Tanto que Meg
pudo comprobar las vetas de distintos verdes que decoraban sus iris.
—Te dije que podía contigo y con Connor, y no me hiciste caso. Te
pregunté si podías nadar y me dijiste que sí. Te pregunté si estabas bien y
me dijiste que sí, y solo unos segundos después ya no estabas. Estabas
ahogándote —dijo Evan con un tono tan duro que no le cupo duda a Meg de
su estado de ánimo. Enfadado era quedarse corto.
—Además de no confiar en la palabra de tu laird, me mentiste
repetidas veces. ¿Por qué? —preguntó Evan conteniendo la furia que le
carcomía por dentro.
Meg le miró a los ojos. Era increíble que le estuviese recriminando
que no le hiciese caso en un momento como ese. Al fin y al cabo, todo
había salido bien, y los niños al parecer estaban a salvo.
Meg le miró a los ojos, intentando responder con total sinceridad.
—Porque en ese momento pensé que no podría con los dos. Connor, a
pesar de su edad, es un muchacho fornido y el agua estaba muy fría. Le dije
que podía seguirle porque en ese momento creí que podría hacerlo, y
aunque ese no hubiese sido el caso, le habría dicho lo mismo porque
Connor necesitaba salir del agua con prontitud y yo le hubiese retrasado. En
ese momento, Connor era lo importante. La vida de ese niño estaba por
encima de todo lo demás.
—¿Incluso de tu vida? —preguntó Evan.
—Por supuesto —contestó Meg con un tono de voz calmado pero
lleno de determinación—. Si quiere que deje este clan por haber seguido
mis instintos, por haber hecho lo que mi conciencia me dictaba, entonces lo
haré.
Evan endureció la mandíbula al escuchar sus palabras.
—Decidiste no confiar en mí. Podía llevaros a los dos. De eso no te
quepa duda. Estuviste a punto de morir por no hacer lo que te dije que
hicieras. Maldita sea, ¿no te das cuenta de que podías haber muerto? —dijo
Evan entre dientes—. Eres la mujer más cabezota, irritante y rebelde que he
conocido en toda mi vida —continuó con el tono de voz más alto—. Lo que
has hecho hoy es una temeridad. Te lanzaste al agua a por Adam y Connor y
tu coraje y tu fortaleza son de elogiar, pero cuando llegué, ya no estabas en
condiciones de seguir y lo sabes. Podías haber muerto, y todo por tu
cabezonería, tu orgullo o tu poca confianza en mí. Que no vuelva a
repetirse, ¿me has entendido?
Meg no sabía que era lo que la enfurecía más, sí que valorase lo que
había hecho para después tacharla de imprudente, cabezota y orgullosa, o
que se creyera que podía ordenarle que confiara en él. Era cierto que los
miembros de un clan siempre confiaban en su jefe, incluso con su propia
vida, pero ella no era una McAlister, maldita sea, era una McGregor y, aun
así, si hubiese sido una McAlister, habría hecho lo mismo.
—Siento que tengas ese concepto de mí a pesar de alabar mi valor,
pero tú no decides sobre mi vida sino yo, y si yo decidí correr ese riesgo era
solo decisión mía.
Evan endureció sus facciones hasta un límite que Meg pensó que
podría empezar a echar humo por las orejas.
—En eso te equivocas, Meg. Eres responsabilidad mía como el resto
de este clan. Algunas decisiones llevan aparejadas consecuencias que ni
siquiera puedes imaginar.
Meg creyó ver por unos segundos en los ojos de Evan McAlister un
destello de dolor. Y no un dolor cualquiera, sino uno de los que te marcan
para toda la vida. Su corazón se conmovió por lo que vio en ellos.
Desesperación, angustia.
Cuando volvió a hablar, todas esas emociones ya habían desaparecido
de su mirada, como si unos momentos antes no hubiesen existido.
—¿Y por qué tienes que sufrir tú siempre las consecuencias de esas
decisiones? —preguntó Meg mucho más calmada y escrutando ahora su
mirada—. Aunque seas el jefe del clan es una carga demasiado pesada para
que la lleve un solo hombre. Y algunas decisiones solo le compete tomarlas
a la persona a la que le incumbe. No llego a entenderte, laird McAlister.
Meg vio por primera vez en los ojos de Evan la duda. Era como si por
unos segundos estuviera debatiendo interiormente si contarle algo o no.
Al final, después de lo que a Meg le pareció una eternidad, Evan
habló con un tono de voz duro e inflexible.
—No pretendo que lo entiendas.
Meg vio cómo Evan endureció su mirada. Parecía haberse alejado de
allí, de ella. Como si un muro alto y grueso se hubiese interpuesto de
repente entre ellos.
—Inténtalo, por favor —rogó Meg.
En esos momentos no se acordaba que ella era Meg McGregor y él
Evan McAlister. En ese momento lo único que sabía era que le importaba lo
que había visto momentos antes en los ojos de Evan. Que le importaba ese
hombre y que quería entenderlo.
Evan paseó la mirada por la habitación mientras parecía decidir algo.
Cuando volvió a posar sus ojos en ella, volvió a ver en su interior un atisbo
de ese dolor. Cuando empezó a hablar, Meg apretó la manta entre sus manos
como si supiera que lo que iba a escuchar sería desgarrador.
—Un día nos avisaron del clan Campbell. Algunos de los miembros
del clan habían enfermado, dos estaban graves. Nos pidieron ayuda. Su
curandera era una de las enfermas. Por aquel entonces, Edwina era la
curandera de nuestro clan y Kate su ayudante, y aunque esta ya estaba más
que preparada, Edwina, que tenía veinte años más que ella, la superaba en
experiencia. Le pregunté a ella si estaba dispuesta a ir. El clan Campbell
siempre ha sido aliado nuestro y el hecho de que nos pidieran ayuda
denotaba que la situación no era buena. Antes de que Edwina dijera nada,
ya sabía su respuesta. Esa mujer era casi tan testaruda como tú, y amaba lo
que hacía por encima de todo. Le gustaba ayudar a los demás.
Meg comprobó cómo la mirada de Evan se suavizaba al hablar de
Edwina. Era más que obvio que sentía afecto por la mujer.
—Así que partió con dos de mis hombres que regresaron un día
después y con noticias preocupantes. Unas fiebres se habían extendido entre
los habitantes del clan Campbell y para cuando llegó Edwina, la
enfermedad ya se había cobrado una vida. Al cabo de una semana habían
muerto cuatro. A través de un mensajero del clan Campbell, teníamos
noticias de lo que iba ocurriendo. Noticias que se fueron espaciando cada
vez más. Edwina pensaba que era peligroso para nuestro clan que
tuviéramos contacto con alguien de los Campbell. A la semana recibimos
un mensaje en el que Edwina nos comunicaba que había enfermado pero
que era su deseo permanecer allí y que no debíamos acercarnos. Respeté su
decisión por el bien de mi clan. Sin embargo, uno de mis hombres,
desoyendo mis órdenes, llevó a su mujer, que era la hija de Edwina a verla.
Me enteré demasiado tarde, cuando ya no podía detenerles.
Meg vio cómo Evan tragaba saliva antes de seguir con su historia.
Entendía que él no quisiese que nadie fuera allí, y que Edwina no quisiese
regresar. Sabía que, si habían enfermado tantos en tan poco tiempo, no
podía ser casualidad. Era contagioso, sin lugar a dudas y Edwina lo sabía, y
Evan también. Pero también podía entender la necesidad dolorosa de querer
estar al lado de un ser querido cuando este está enfermo y más si es una
madre.
—Al cabo de unos días mi hombre de confianza y la hija de Edwina
volvieron con la noticia de que esta había muerto. Al poco tiempo de
volver, ellos dos enfermaron también. Ambos murieron al cabo de tres días.
Tras dos semanas, quince miembros de este clan también perecieron.
Meg, de manera instintiva alargó su mano y tocó el brazo de Evan
como si así pudiese mitigar en parte esos recuerdos.
—Tú no tuviste la culpa —dijo Meg con convicción.
Evan negó con la cabeza antes de contestar.
—Sí la tuve, Meg. Tenía que haber previsto lo que podía pasar. Si lo
hubiese hecho quizás no tendría que vivir con sus muertes sobre mi
conciencia.
—Tú no podías saber que tu hombre de confianza, el esposo de la hija
de Edwina, llevaría a su esposa hasta allí desoyendo tu orden.
Meg apretó aún más su mano sobre su antebrazo. Sintió los músculos
de Evan tensarse bajo su contacto. Levantó la vista y le miró a los ojos.
Unos ojos que la miraban torturados por el dolor.
—Debería haberlo sabido. Ese hombre era de mi confianza, nos
habíamos criado prácticamente juntos. Le conocía y sabía lo testarudo que
era. Debía haberlo vigilado y haber dado orden de que no saliera de estas
tierras. Cuando discutí con él sobre este asunto, pensé que lo había
comprendido, y no tomé ninguna de esas medidas. Aaron era inteligente. Lo
suficiente para convencerme de que sería consciente de la gravedad que
supondría exponerse a esas fiebres. Habían muerto varios Campbell y las
fiebres parecían extenderse demasiado rápido como para no temer por el
resultado. Edwina lo sabía. Ella misma me lo dijo en el mensaje que me
envió. Me dijo que haría todo lo posible por ellos pero que no debíamos
tener contacto hasta que no pasase más tiempo.
Quise creer que Aaron lo había entendido y que acataría mi orden,
pero la verdad es que debería haber sabido que no lo haría. Por Edna, su
mujer, hubiese vendido hasta su alma.
Meg miró a Evan que endureció su mandíbula y su mirada antes de
posarla en ella.
—Si no hubiese desoído mi orden quizás aún estarían vivos, Meg.
El tono lacerante con el que pronunció esas últimas palabras le
encogió el corazón. Esa mirada torturada que intentaba ocultar bajo la
dureza de sus palabras, conmovió a Meg, mucho más de lo que hubiese
imaginado jamás.
—Quizás tengas razón, pero ¿no has pensado que, aunque ellos no
hubiesen ido, el desenlace podía haber sido el mismo? Si esas fiebres eran
tan contagiosas, cualquiera de los mensajeros podía haber traído la
enfermedad consigo. Nadie sabe por qué algunos enferman y otros no. Ni
por qué esas fiebres parecen viajar de un clan a otro. Es algo que no podías
controlar.
—Eso lo sé demasiado bien, Meg —dijo Evan entre dientes—. Por
eso ni siquiera me cuestioné el no ir cuando solicitaron la ayuda de Edwina.
Pero Aaron debería haberme hecho caso, debería haber acatado mi orden y
quizás seguiría vivo. Él, su mujer y quince miembros más de este clan que
enfermaron después de que ellos muriesen.
Meg sintió que sus ojos se humedecían. Sintió la pena emanar de lo
más hondo de su corazón. Por esa familia que terminó de aquella forma tan
trágica. Por todos los miembros de ese clan que murieron por aquella
enfermedad.
—Tú no tuviste la culpa —volvió a decirle Meg con convicción.
Evan la miró. Por unos segundos, Meg creyó ver en sus ojos cierta
vulnerabilidad. Después su rostro se volvió pétreo, como su mirada, antes
de levantarse y decir una frase que la dejó sin palabras.
—Eso me digo yo cada vez que voy a la tumba de mi hermano y de
su mujer, que estaba embarazada. Intento convencerme a mí mismo cada
vez que recuerdo a Kerr, muriendo entre mis brazos sin que yo pudiese
hacer nada, y viéndole sufrir agónicamente, no por su propio destino, sino
por ser consciente horas antes de que su mujer y su hijo nonato ya habían
exhalado su último aliento. Y, ¿sabes una cosa, Meg? El hecho de pensar
que puede que no tenga la culpa no ayuda.
Evan se dio la vuelta y abandonó la habitación, dejando a Meg con un
nudo en la garganta y un dolor sordo atravesándole el pecho. Había tanta
rabia y dolor en la mirada, en las palabras de Evan, que estaba segura de
que ni él mismo se había dado cuenta de en qué medida se había expuesto
ante ella. Solo de pensar en que algo así pudiese pasarle a uno de sus
hermanos la llevaba al borde del abismo. Ella conocía ese dolor, lo había
padecido cuando murió su madre y no se lo deseaba a nadie, ni siquiera a su
peor enemigo. Ahora que conocía más a laird McAlister, después de ese
tiempo entre los miembros del clan sabía a ciencia cierta que no era el
hombre del que había oído hablar. Era un hombre infinitamente mejor, un
hombre del que, sin poder evitarlo, quizás se estuviese enamorando.
CAPITULO XV

Meg había sido bien recibida desde el principio, pero después de lo


que había pasado en el lago, sentía que los miembros del clan la miraban
diferente. Las mujeres que aún no conocía se acercaban a ella para hablar
de cualquier cosa, y los hombres la trataban con la misma cortesía, pero en
su mirada había cierto reconocimiento que antes no estaba.
Meg no quería que le agradecieran lo que había hecho. Pensaba que
cualquier persona en su lugar hubiese actuado del mismo modo, pero la
verdad era que la nueva actitud de los McAlister la hizo sentir peor de lo
que ya se sentía por tenerlos engañados, si es que eso era posible. Incluso la
dejaban acercarse a la cocina, y sin supervisión. Aquello conmovió a Meg
en lo más hondo, aunque su alegría duró poco.
Una tarde, cuando se dirigía a casa de Henrietta McAlister, a la que le
llevaba un tónico preparado por Kate, escuchó sin querer una conversación
entre dos mujeres del clan.
—¿Quién iba a decir que la Mataclanes iba a tener ese coraje? La
verdad es que le echó valor.
¿Quién sería la Mataclanes?, pensó Meg, divertida. Se acercó más al
lateral de una de las casas para poder oír mejor.
—Con lo pequeña que es y sacó ella sola a Alan de esas aguas
heladas, y se tiró nuevamente a por Connor. No sé cómo pudo, la verdad.
La última vez que estuvo mi marido en el lago hace unos días se le heló el
culo, y eso que solo estuvo unos minutos.
Las dos mujeres se echaron a reír por la ocurrencia de ésta última.
A Meg se le borró al instante la sonrisa de los labios. ¿Que ella era la
Mataclanes? ¿Pero qué clase de monstruo había sido capaz de ponerle ese
apodo?
Meg escuchó movimiento y pensó en la vergüenza que pasaría si la
pillaran allí, así que echó a andar hacia atrás. Su idea era bordear la casa por
detrás y que no la vieran. No quería que pensaran que había estado
escuchando, y además todavía tenía que llevar el tónico a Henrietta. Se le
hacía tarde.
Había dado solo dos pasos cuando su espalda y sus piernas toparon de
golpe con algo cálido, duro y vivo. Muy vivo. Echó la mano hacía atrás y lo
que tocó hizo que cerrara los ojos con fuerza.
«Que no sea él, que no sea él», rogó mentalmente mientras sabía a
ciencia cierta que era él. Con la suerte que tenía desde que llegó allí, no
podía ser otro.

Desde que Evan se marchó de la habitación después de contarle lo de


su hermano, se habían visto de lejos, habían cruzado alguna que otra
mirada, pero no habían hablado, ni habían estado tan cerca como en ese
instante.
Evan volvía del lago cuando vio a Meg en el lateral de la casa de
Ernest, medio agachada, haciendo quién sabía qué. Con sus antecedentes,
era mejor comprobar qué se traía entre manos. Así que se acercó a ella por
detrás hasta que estuvo a escasos pasos. Entonces Meg empezó a andar
hacia atrás, con premura, golpeándose en el camino contra él.
—¿Vas a quedarte ahí toda la tarde o vas a darte la vuelta y mirarme?
—preguntó Evan con un tono de voz cortante.
Meg respiró hondo antes de darse la vuelta. Ese hombre tenía una
habilidad especial para irritarla.
Cuando estuvo frente a él tuvo que volver a respirar hondo. Cada vez
le afectaba más su proximidad, hasta un punto en el que la lengua parecía
que se le quedaba pegada al paladar y todo su vocabulario se reducía a decir
incoherencias a cual más disparatada.
Tuvo que levantar la cabeza para mirarle a los ojos. «Qué guapo
es…», pensó, tragando saliva. «¡Deja de pensar en eso!», se dijo al instante,
mientras la brisa le hizo llegar el aroma del cuero mezclado con el olor
personal de Evan. Olía extraordinariamente bien, tanto que pensó cómo
sería probarlo, pasar su lengua por… Meg volvió a cerrar los ojos con
fuerza y recurrir a todo su autocontrol para dejar de pensar en sandeces. Por
el amor de Dios, cuando se confesase con el padre August iba a tener que
hacer penitencia hasta el final de sus días. Y el padre August era muy
imaginativo con las penitencias. Cuando Meg decía que quería confesarse,
este se santiguaba de antemano mientras rogaba al Señor que le diera
fuerzas. No creía que fuera para tanto, pero una vez le dijo que prefería
confesar a todos los guerreros del clan McGregor juntos antes que a ella.
—¿Escuchando a escondidas? —preguntó Evan con el mismo tono
cortante que antes.
A pesar de su aparente enfado, Meg vio una chispa divertida en sus
ojos, como si aquella situación le hiciera gracia.
—Yo no estaba escuchando —dijo Meg entre dientes.
Evan alzó una ceja y ensanchó aún más su sonrisa. A Meg no se le
daba muy bien mentir, era demasiado directa y sincera para ello. Ese rasgo
le atraía tanto que le hacía desear poder confiar en ella lo bastante como
para olvidar que hacía solo unas semanas que se conocían.
Meg soltó el aire que estaba conteniendo de forma poco femenina.
—Bueno, quizás un poco sí, pero sin querer. Ha sido un accidente.
Evan la miró con tal intensidad que a Meg le dio un vuelco el
corazón.
—Eso me lo creo más —dijo Evan con una sonrisa socarrona en los
labios—. Lo de los accidentes es lo tuyo.
Meg abrió los ojos como platos antes de estirarse todo lo que pudo,
alzar la barbilla con gesto decidido y apretar los puños que mantenía
pegados a ambos lados de su cuerpo.
—Has sido tú el que me ha puesto ese horrible apodo de la
Mataclanes, ¿verdad? — preguntó Meg con ganas de asesinar ella misma a
aquel hombre.
Evan soltó una carcajada que desarmó a Meg. No estaba preparada
para lo que aquella risa franca y despreocupada le hizo sentir. El corazón le
dio otro vuelco mientras su estómago se contraía.
«Ya te estas desviando del tema —se recriminó mentalmente—.
Recuerda por qué estás enfadada con él», volvió a decirse mientras
esperaba una respuesta a su pregunta.
Evan dejó de reírse, aunque no perdió la chispa divertida que brillaba
en sus ojos antes de contestar:
—El primer día que llegaste casi acabaste con mi clan
envenenándolos —dijo Evan mientras le ponía un dedo en los labios a Meg
cuando vio que ella iba a decir algo al respecto—. Todavía no he terminado
—prosiguió Evan mientras retiraba el dedo con premura de los labios de
Meg, como si estos le hubiesen quemado—. Después, asesinaste mi camisa,
y menos mal que nos dimos cuenta porque si no, hubiese tenido que ir
completamente desnudo por un tiempo. Malcolm me contó que cuando
empezaste a fregar los suelos estuviste a punto de acabar con su vida el día
que tiraste el cubo entero lleno de agua por las escaleras justo cuando él
bajaba. Creo que jamás las bajó más rápido. Sobre todo, teniendo en cuenta
que llegó con la cabeza antes que con los pies. Tuvo que confesármelo todo
cuando en el entrenamiento no podía ni moverse. Y la pobre Elizabeth tuvo
unas manchas rojas durante dos días debido a que le diste un ungüento para
la piel que llevaba una planta que le produjo esa reacción. —Evan la miró
fijamente—. Y eso hasta donde yo sé. No quiero ni imaginar de lo que no
me he enterado. Meg —prosiguió con un tono de voz más grave,
acercándose lo suficientemente a ella como para que contuviese el aliento
—, después de todo eso, Mataclanes se te queda corto.
Meg quería seguir enfadada con él, pero Evan, sin proponérselo,
había puesto el dedo en la llaga. Era rebelde por naturaleza y lo sabía.
Testaruda y con mucho carácter, pero no quería hacer daño a nadie, eso
jamás. Sin embargo, su propio padre siempre le recordaba que debía
cambiar. Que era demasiado cabezota y rebelde. Que sus decisiones tenían
consecuencias y que era un verdadero quebradero de cabeza. Su clan había
estado enemistado con los McAlister desde hacía siglos, pero desde que ella
había alcanzado la edad adulta, con sus acciones y decisiones casi había
llevado a su propio clan al borde de la guerra en dos ocasiones.
Evan notó el cambio sutil en la expresión de Meg. Un momento antes
había estado furiosa con él, hasta un ciego se habría dado cuenta de ello. Su
fuerza interior, ese genio vivo y fuerte que la hacía una fuerza de la
naturaleza, incontrolable e ingobernable, en vez de exasperarle le atraía, lo
volvía loco.
Sin embargo, después de sus palabras, algo había cambiado. Vio
apagarse la furia de sus ojos color miel y sustituirla por otra emoción, una
que no le gustó ver en ellos.
Aquella emoción le removió por dentro, y de forma sorprendente se
vio a sí mismo necesitando borrar esa expresión del rostro de Meg. Un
sentimiento tan poderoso de protección hacia ella que le dejó sin aliento.
CAPITULO XVI

—Tengo que ir a llevar este remedio a Henrietta, si me disculpas… —


dijo Meg mientras intentaba pasar por al lado de Evan para marcharse.
Evan no la dejó. Con un brazo, impidió que diera un paso más. Lo
puso alrededor de su cintura. No la estaba sujetando, solo le impedía
continuar.
Meg pensó en pasar por su lado, apartar el brazo que en ese momento
la impedía hacerlo y marcharse de allí, sin embargo, se detuvo, nuevamente
sorprendida por la delicadeza con la que era capaz de actuar Evan
McAlister.
—Meg, ¿qué pasa? —le preguntó Evan a la vez que le levantaba la
barbilla con la mano para que le mirara a los ojos.
—Nada, no pasa nada, solo que tengo prisa y he de irme —le dijo
Meg rehuyendo su mirada.
El leve temblor que detectó en su voz le desarmó. No podía dejar las
cosas así, maldita sea.
Quiso borrar de sus ojos y de su expresión ese sentimiento, ese
pensamiento que la había entristecido, que había apagado una parte de esa
vitalidad que brillaba en ella de forma única. Enmarcó su cara con las
manos, sintiendo la suavidad de su piel como si fuese terciopelo, y se
acercó lentamente a sus labios, dándole tiempo a deshacerse de su contacto
si así Meg lo deseaba. La sintió temblar antes de parar a escasos milímetros
de su boca. Sus labios lo estaban volviendo loco.
Anhelaba su sabor con una necesidad visceral, y sin poder evitarlo, se
rindió a ella, besándola, probando esos labios carnosos que le hacían desear
enterrarse en ella hasta que gritara de placer.
Cuando sintió los brazos de Meg alrededor de su cuello, perdió la
batalla definitivamente. Con un gruñido, la cogió entre sus brazos,
pegándole a él de tal manera que sentía cada una de sus curvas sobre su
cuerpo. Aquello iba a matarlo. Con la poca cordura que le quedaba protegió
a Meg con su cuerpo y la desplazó unos pasos hasta quedar ocultos a la
vista de cualquier curioso, tras la parte trasera de la casa de Ermest.
Ya casi había anochecido. Solo una pincelada anaranjada en el
horizonte evidenciaba el peregrinaje hacia el descanso del astro rey.
Evan quería ir con cuidado, con delicadeza, pero Meg se lo estaba
poniendo muy difícil. Su lengua, sus labios, muy lejos de permanecer
pasivos ante su envite, igualaban su urgencia, sus ganas. Cuando la escuchó
gemir entre sus brazos, deslizó una de sus manos hasta su cuello, Sentía el
latido de su corazón bajo la yema de los dedos. Un sonido que era rápido y
a veces errático. Ella también lo deseaba, su cuerpo y sus ojos se lo decían
con una transparencia imposible de simular. Eso le excitó aún más. Dejó sus
labios y cubrió de besos esa porción de piel exquisita, saboreando cada
centímetro de su cuello, recreándose en su sabor, hasta que llegó al escote,
donde podía verse el nacimiento de sus pechos de proporciones perfectas.
Lo bajó lo suficiente para que uno de ellos quedara expuesto ante sus ojos.
No había visto nada tan exquisito jamás. Tomó su pezón duro y rosado entre
los labios y lo lamió. Succionó, queriendo en vano saciarse de ese exquisito
manjar.
Meg apenas podía sostenerse entre sus brazos. Las piernas le
temblaban al igual que el resto del cuerpo y el placer que le estaba
proporcionando Evan con sus labios era más de lo que jamás había podido
soñar. Era inexperta, pero había escuchado las conversaciones de otras
muchachas McGregor, y sabía qué era lo que pasaba entre un hombre y una
mujer. Sin embargo, nada la había preparado para esa oleada de placer casi
dolorosa que, en su apremio por saciar, la había dejado al borde de la
cordura. Quería cosas que nunca había sentido ni probado, pero que
instintivamente le exigían la necesidad de entregarse por entero a Evan. El
calor y la necesidad imperiosa que se instalaron en su vientre la asustaron y
la excitaron a partes iguales.
Evan levantó el bajo del vestido de Meg y ascendió lentamente,
acariciando su pierna con reverencia. Cuando Meg empezó a temblar, Evan
paró de golpe. Por un segundo, un resquicio de su mente le dijo que aquello
no estaba bien, así no. Saltaba a la vista que Meg era inocente y no se
merecía que él la sedujera de aquella manera. Requirió de toda su fuerza de
voluntad para parar. Apoyó su frente en la de Meg mientras intentaba sin
mucho éxito que su respiración y sus latidos volvieran a la normalidad. Meg
tenía algo que mandaba todo su autocontrol al infierno y eso era muy
peligroso. Jamás ninguna mujer le había afectado de aquella manera.
Aunque quisiera pensar que ese arrebato, esa falta de control, se debía al
tiempo que hacía que no estaba con una mujer, nada podía enmascarar una
realidad que era más que evidente, y esa era que Meg McDuff le afectaba.
Esa muchacha de grandes ojos color miel y con el cabello más hermoso que
había visto jamás se le estaba metiendo bajo la piel, sin ser consciente de
ello.
—Meg, lo que ha pasado… —comenzó Evan antes de que Meg le
impidiera seguir poniéndole una mano sobre sus labios, acallando las
palabras que Evan iba a decir.
—Ahora no, por favor —le contestó Meg.
En su tono de voz había un ruego.
Evan vio la confusión en sus ojos y asintió con la cabeza. Esperaría
para hablar con ella.
—Ya prácticamente ha anochecido —dijo Evan acariciando los
brazos de Meg que parecía tener frío a tenor de cómo empezó a temblar—.
Te acompaño a llevar ese remedio a Henrietta y después te llevo de vuelta al
castillo
Meg quiso decirle que no, que no hacía falta, que no sabía si sería
capaz de dar un paso después de lo que había pasado entre los dos. Que
todavía estaba temblando y que no sabía si las piernas podrían sostenerla.
Que había sido maravilloso, y a la vez aterrador, porque ella había perdido
completamente el control. Que gracias a que él había parado, no había
pasado nada de lo que después tuviera que arrepentirse, porque podía haber
cometido el peor error de su vida.
No podía olvidar por qué estaba allí, no podía olvidar que ella era una
McGregor y él un McAlister y que si supiera quién era ella, la odiaría con
todo el rencor que se profesaban ambos clanes. Así que asintió con la
cabeza mientras pensaba en qué podía hacer. Esa era la primera vez en
mucho tiempo que se sentía tan vulnerable y desnuda ante alguien. Ese
sentimiento le hizo darse cuenta de algo. De que su tiempo con los
McAlister tenía que llegar a su fin. Ya tenía las respuestas que había ido a
buscar allí. Así que con la misma certeza que supo que se estaba
enamorando de Evan McAlister, supo que era el momento de volver a casa,
y eso despertó en ella sentimientos agridulces. Echaba de menos su hogar,
pero ahora sabía con certeza que también echaría de menos la compañía de
los McAlister. La reunión con los jefes de otros clanes sería al día siguiente.
Después de la reunión habría una cena, amenizada con música y baile. No
podía desaparecer ese día, así que esperaría a que todos se hubiesen ido y
después volvería a casa. Debía hacerlo, por el bien de todos.
CAPITULO XVII

Esa mañana, el castillo era un hervidero de actividad. Todo tenía que


estar perfecto para la llegada de los jefes de los clanes vecinos. Meg en
cierto modo agradecía todo el trabajo extra que tendría las horas previas a la
llegada de los laird porque gracias a ello podría dejar de pensar por un
segundo en todo lo que pasó el día anterior.
Esa noche no había podido dormir. Las horas se le habían antojado
eternas mientras daba vueltas en la cama, pensando en cómo se había
complicado todo.
Evan McAlister no era el hombre que había esperado encontrar
cuando llegó con la intención de confirmar que todo lo que había oído de él
era verdad, y que las acusaciones que pesaban sobre Evan eran fundadas.
Sin embargo, desde que había llegado al clan McAlister, el demonio de
Escocia había resultado ser un hombre justo, inteligente, entregado al
bienestar de su clan siempre por encima del suyo propio. No había visto ni
rastro del hombre cruel, egoísta y despiadado que imaginaba.
Era un enemigo a temer, de eso no tenía duda alguna. Era capaz de
cualquier cosa con tal de mantener a su clan o a cualquiera de sus miembros
a salvo. Era un guerrero feroz, fuerte y el más hábil que había visto hasta
entonces, pero esas cualidades no las había visto ejecutar en otro terreno
que no fuera el del combate. En su vida cotidiana, aunque era firme, nunca
actuaba de forma grosera o déspota.
Todavía podía sentir sus manos sobre ella, en su rostro, en su cuello, y
todavía se sorprendía al recordar la delicadeza y el cuidado casi reverencial
con el que la había tratado. No tenía experiencia, pero por lo que había
escuchado, sabía que había muchos hombres que eran rudos y egoístas en
esos temas. El tacto y el cuidado con los que Evan se había conducido era
una razón más para darse cuenta de lo equivocada que había estado.
Meg seguía pensando en ello de camino a una de las habitaciones de
la planta superior que debía adecentar para las visitas de los lairds, cuando
escuchó unas palabras que la hicieron parar en seco.
—¿Estás seguro, Colin? ¿Un McGregor? —preguntó Evan. El tono de
voz duro, lacerante, indicaba que el asunto era serio.
—El trozo de tela que había al lado del cuerpo de Fergus no deja
lugar a dudas — contestó Colin con evidente furia.
Meg se quedó paralizada al escuchar aquellas palabras.
—Alguien pudo dejar ese trozo de tela para que creyéramos
exactamente eso, que un McGregor había asesinado a uno de nuestros
hombres —aseveró Malcolm con el ceño fruncido.
—¿Y con qué fin? —preguntó Colin enojado.
Evan le miró fijamente. Externamente parecía calmado, pero
cualquiera que le conociera y viese esa mirada en sus ojos sabía a ciencia
cierta que no presagiaba nada bueno.
—Con la intención de que comience una guerra abierta entre los dos
clanes. El matrimonio decretado por el rey tiene muchos enemigos, nadie
quiere esta unión. No creo que sea una coincidencia que justo hoy, cuando
vienen los jefes de los clanes a los que hemos invitado y cuya alianza está
amenazada por esta unión, uno de nuestros hombres sea asesinado,
presuntamente a manos de un McGregor —dijo Evan intentando controlar
la furia que le corroía por dentro. Fergus era un buen hombre, y uno de sus
mejores guerreros. Aquello no iba a quedar así. En cuanto pasase la reunión
se encargaría de descubrir quién era el culpable de su muerte, y quien fuese
iba a desear no haber nacido.
—Eso tiene mucho sentido —apuntó Andrew mirando fijamente a su
hermano—. Matarían dos pájaros de un tiro.
Evan los miró a su vez con un brillo peligroso en sus ojos.
—También pueden ser realmente los McGregor —dijo Colin
apretando los puños—. No creo que el viejo McGregor se quede sentado
tranquilamente viendo cómo una de sus hijas se convierte en una McAlister
por matrimonio. Estoy seguro que antes prefiere comerse sus propias tripas.
Evan miró a Colin fijamente.
—Tampoco lo descarto, pero eso significaría que los McGregor
sabían de esta reunión con bastante antelación como para planear algo así, y
no quiero pensar en las implicaciones que tiene esa posibilidad.
Andrew miró a su hermano. Ambos se comunicaron sin tener que
pronunciar una palabra más.
—¿Estás hablando de un traidor? —preguntó Colin asqueado con la
idea—. No creerás que alguien de nosotros puede haber hecho algo así.
¿Evan?
—¿Había signos de lucha? —preguntó Evan a Colin, que seguía
mirándole como si no quisiera creer en la posibilidad de una traición. Eso
era imposible.
—No —dijo Colin entre dientes—. Quien fuese lo sorprendió por la
espalda. Como un cobarde McGregor —terminó con evidente odio.
Evan intentaba mantener a raya sus impulsos. El asesinato de Fergus
y cometido de una manera tan deleznable no quedaría sin castigo, sin
embargo, debía mantener la cabeza fría en aquellos momentos.
—Malcolm, Colin, extremad la vigilancia durante las próximas horas.
Durante la reunión no quiero más sorpresas —continuó Evan—. ¿Y el
cuerpo de Fergus? —preguntó con gesto grave.
—Lo hemos dejado en su casa a primera hora de la mañana para que
lo preparen —dijo Colin enfurecido con lo sucedido.
—Da aviso a los hombres para que estén atentos a cualquier
movimiento extraño. No creo que sea un suceso al azar.
—¿Crees que intentarán algo esta noche? —preguntó Andrew
acercándose a su hermano hasta que quedó frente a él.
Evan asintió levemente.
—Es una posibilidad.
Colin estrelló un puño contra la pared, ciego de frustración.
—Malditos McGregor. Ojalá se pudrieran todos en el infierno.
Meg se encogió al escuchar la furia con la que estaban dichas las
últimas palabras. Ella era una McGregor. Estaba segura de que debía ser
una trampa puesta para que inculparan a su clan, porque ella sabía que
ninguno de ellos haría aquello de lo que se le acusaba: asesinar a un hombre
para provocar una guerra. Su padre podría ser un hombre difícil, pero era un
hombre con honor.
Con todo el sigilo del que fue capaz, se fue de allí, con un nudo en la
garganta y con el presentimiento de que algo malo iba a suceder.
CAPÍTULO XVIII

Evan acababa de terminar de hablar con el jefe del clan McDonall


cuando vio a Alec Campbell al otro lado del salón. La música distendía el
ambiente después de la reunión que había durado más de tres horas. Estaba
más que satisfecho con el resultado. McDonall junto a McDune habían sido
los más duros y testarudos, sin embargo, pese a ello, al final quedaron
convencidos de que su unión con una McGregor no iba a afectar a la buena
relación que el clan McAlister tenía con dichos clanes. Evan había dejado
clara su postura, y aunque había quien discrepaba, nadie se atrevió a romper
claramente su alianza natural con ellos. Sabían que tener a los McAlister a
su lado en caso de necesidad era un seguro. Todos temían y respetaban a los
McAlister.
—Alec —dijo Evan cuando llegó hasta donde estaba el jefe del clan
Campbell, que en ese momento hablaba con el padre Lean.
El sacerdote era un hombre mayor que años atrás había cuidado de las
almas de casi todos los clanes que había hoy reunidos allí. McPherson de
nacimiento, una enfermedad dolorosa que desfiguraba sus huesos le había
hecho quedarse con el clan al que desde entonces pertenecía.
—Padre Lean —saludó Evan al sacerdote con una sonrisa en los
labios. Me alegro de volver a verle. Hacía muchos años que no le veía por
aquí.
El padre Lean asintió devolviéndole la sonrisa.
—Ni me verás. Mi cuerpo viejo y dolorido no me lo permite. Estoy
muy bien con los McPherson. Allí estoy más tranquilo y puedo dedicar más
tiempo a mis libros, y a sus almas.
Evan sonrió cuando vio al padre Lean acompañar esas palabras con
un gesto elocuente en su rostro. Todo el mundo sabía que el jefe del clan
McPherson tenía un genio de mil demonios.
—Alec me pidió que viniera hace una semana —continuó el padre
Lean.
Evan miró a Alec de forma interrogativa.
—Mi tío William está muy enfermo. El padre Lean y él son viejos
amigos. Quería verlo antes de morir —comentó Alec con la expresión seria.
Alec se tensó al oír su respuesta. Sabía cuánto quería Alec a su tío.
Había sido él, el que le había criado tras la muerte de sus padres.
—Lo siento mucho, Alec. No sabía nada
Alec miró a Evan. Sabía que las palabras de su amigo eran verdad y
no fruto del formalismo que dictaba la ocasión.
—Lo sé —dijo Alec—. El padre Lean vuelve ya con los McPherson,
por eso le he dicho que nos acompañara.
—Espero no haber sido inoportuno con mi visita. Pero cuando Alec
me dijo que venía a esta reunión quise pasar a verte antes de irme —le dijo
el sacerdote a Evan.
—Por favor, padre, esta es su casa. Me alegro mucho de que haya
venido hoy.
Evan puso su mano en el hombro del sacerdote, enfatizando con ese
gesto sus palabras.
Apreciaba al padre Lean. Aún recordaba la carta que le envió cuando
Kerr murió y sabía que la presencia del padre Lean con los Campbell había
sido positiva para limar aspereza con los McDonall y que al final la sangre
no llegase al río.
Algo llamó la atención de Alec, lo que hizo que Evan mirara en esa
dirección. Incluso el padre Lean se volvió.
En ese momento, después de la cena, en un ambiente mucho más
distendido en el que la música y el baile habían tomado el control del salón,
los hombres se movían por la estancia escuchando música y hablando entre
ellos. Algunos de los jefes de los clanes habían acudido con sus esposas o
parientes más cercanos. Evan, desde el principio había expresado en sus
misivas el deseo de que aquella no fuera solo una visita formal.
En aquel momento algunas de las mujeres del clan McAlister se
unieron a la fiesta. Entre ellas Kate, Brigitte y Meg.
Y eso fue lo que vio en los ojos de Alec. Se había quedado mirando
fijamente a Meg. Aunque no podía culparlo por ello, sintió un regusto
amargo en la boca y el deseo de borrar de la mirada de su amigo el brillo
apreciativo que había visto en ellos cuando posó sus ojos en la joven.
Estaba preciosa esa noche. Desde que la conocía había algo en ella
que había llamado poderosamente su atención. Meg no hacía nada por
destacar su belleza natural. No era coqueta, no utilizaba sus armas de mujer
para seducir, y desde luego Evan no creía que fuera ni siquiera consciente
de su propia belleza. Llevaba un vestido sencillo pero que ella lucía con
elegancia y exquisitez. El pelo suelto caía en ondas hermosamente
imperfectas sobre su espalda, deslumbrando con sus diversos toques
dorados a todo aquel que lo mirase. Su cara preciosa, casi aniñada si no
fuera por la determinación y la fuerza que reflejaba su expresión,
enmarcaba los ojos más expresivos y hermosos que había visto jamás.
—¿Quién es esa muchacha? —preguntó Alec interesado—. Me
acordaría si la hubiese visto antes en tu clan.
Evan contestó con un tono de voz más duro del que pretendía utilizar.
—Se llama Meg McDuff. Su madre era una McAlister, y su padre
Brian McDuff. El cuñado de Helen y hermano de Brian McDuff nos
preguntó si Meg podía quedarse en el clan y trabajar en el castillo. Sus
padres se alejaron del clan McDuff y permanecieron en las Lowlands hasta
que murieron hace poco. Parece ser que Meg no es muy bien vista en el
clan debido a ello. Su tío pensó que era lo mejor.
—¿Y dices que su padre era Brian McDuff? ¿El hermano de Adam
McDuff? —preguntó el padre Lean arrugando el entrecejo.
—Sí, así es —contestó Evan mirando fijamente al padre Lean.
—¿Estás seguro? —insistió el sacerdote.
Evan se puso tenso al instante.
—Sí, estoy seguro. ¿Por qué?
A Evan no le gustó nada la cara que puso el padre Lean. Miró de
nuevo a Meg y luego a Evan.
—Porque no sé quién será esa muchacha, pero desde luego no es hija
de Brian McDuff.
Evan cambió la expresión. Una mirada letal se instaló en ellos
mientras sentía que todo su cuerpo se ponía alerta.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Evan. Sus palabras cortaron el silencio
que se había instalado entre ellos como si de un cuchillo se tratara. El tono
de su voz lacerante y peligroso hizo que el padre Lean le contestara sin
reservas.
—Conocía muy bien al clan McDuff cuando mi enfermedad aún me
permitía asistir espiritualmente a varios clanes. Me llevaba bien con el
padre de Brian y Adam McDuff. De hecho, cuando el joven Brian se fue del
clan a las tierras bajas, su padre le retiró la palabra. Yo me escribía con
Brian cada cierto tiempo, como si fuese un intermediario entre los dos. Le
decía a cada uno de ellos cómo se encontraba en otro y cómo estaba la
familia. Me daba pena que algo así destruyera la relación entre un padre y
un hijo. Después de la muerte del viejo McDuff, seguí escribiéndome con
Brian. Ya era una costumbre y además todavía le quedaba su hermano
Adam. Y ten por seguro que el Señor no tuvo a bien bendecirles con
descendencia alguna. Así que esa muchacha no puede ser bajo ningún
concepto hija de Brian McDuff y su esposa.
Alec vio la cara de Evan cuando el padre Lean acabó de hablar.
Conocía a Evan desde que eran unos críos. La mirada que vio en sus ojos, el
brillo peligroso que destilaba, no indicaba nada bueno. Por la forma en que
le vio tensar cada uno de sus músculos, sabía que se estaba conteniendo con
mucho esfuerzo.
Miró al otro lado de la sala donde estaba Andrew. Cuando este cruzó
la mirada con Alec, la eterna sonrisa que lucía en su cara se desvaneció,
remplazada por la preocupación. Andrew atravesó el salón a la vez que veía
cómo su hermano abandonaba la compañía de Alec y el padre Lean en
dirección contraria. Llegó junto a él cuando Evan se acercó al grupo de tres
mujeres que en ese momento sonreían, hablando animadamente. En cuanto
vio la expresión de su hermano su preocupación se incrementó. Supo que
algo no andaba bien.
—Meg —dijo Evan intentando que su voz no reflejara la furia que en
ese momento le devoraba las entrañas—. Quiero comentarte algo —
continuó, viendo cómo Meg, con una sonrisa que en cualquier otro
momento le hubiese vuelto loco, asentía con la cabeza.
Kate y Helen se disculparon mientras se alejaban para que pudieran
hablar a solas.
—¿Pasa algo? —preguntó Andrew sin apartar la mirada de su
hermano.
Evan le contestó sin dejar de mirar a Meg.
—Eso deberías preguntárselo a Meg, o cómo demonios se llame.
¿Quién diablos eres, eh? Piensa bien la respuesta y dime la maldita verdad.
Andrew miró a Meg cuya cara reflejaba un conjunto de emociones.
Sorpresa, miedo, desconcierto, culpabilidad.
—¡Habla maldita sea! ¿Quién eres? —le preguntó Evan entre dientes.
Meg no podía respirar. Hacía solo unos instantes todo estaba bien y de
repente todo se había desmoronado. Veía la furia contenida en los ojos, en
la voz y en la expresión de Evan, que la miraba como si fuera menos que un
despojo. Y no le culpaba.
Solo un día más y ella se hubiese ido sin hacer daño a nadie, o eso era
lo que se decía a sí misma. Sin embargo, allí estaba, sin poder articular
palabra. Tenía que contarle la verdad, pero no sabía cómo. Temía que la
odiase si sabía quién era en realidad ella, pero la única verdad era que eso
ya no tenía solución. Sintió que un nudo le atenazaba la garganta, la
ahogaba.
—Puedo explicarlo —dijo Meg en un susurro.
Evan endureció su expresión. No había ni una pizca de compasión en
sus ojos.
—Estoy deseando escuchar lo que tengas que contar. No sé cómo vas
a poder explicar el que nos hayas engañado. Después de acogerte, de
confiar en ti… Te has aprovechado de la bondad y la buena voluntad de los
miembros de este clan. Helen, Kate, Ian… Maldita sea, eres despreciable —
continuó Evan, que miró a su alrededor. Se dio cuenta que estaban
empezando a llamar la atención—. Andrew, no la pierdas de vista hasta que
esto acabe. Después por tu bien — dijo dirigiéndose nuevamente a Meg—
tendrás que contarnos la verdad sobre quién eres y qué haces aquí, y reza
porque yo no dude de tu versión o tenga la más mínima sospecha de que
seas una enviada del clan McGregor, y tengas algo que ver en la muerte de
uno de mis hombres. Estás con el hielo bajo tus pies. Un solo paso en falso
y desearás no haber nacido.
Evan se alejó mientras esas últimas palabras resonaban en la cabeza
de Meg. El dolor profundo que le habían provocado sus acusaciones la
herían más de lo que jamás nada lo había hecho.
CAPÍTULO XIX

— ¿Qué has hecho, Meg o como te llames? —preguntó Andrew con


frialdad.
—Si me dejara explicarle… —dijo Meg desesperada—. Andrew, yo
no quería hacer daño a nadie.
Andrew la miró a los ojos intentando evaluar si había algo de verdad
en las palabras de la mujer que tenía delante.
—Ya es tarde para eso. Demasiado —sentenció.
Andrew vio encogerse a Meg ante su respuesta.
Hacía tiempo que no veía a su hermano tan feliz como en las últimas
semanas y estaba seguro que ese cambio se lo debía a la mujer que tenía
delante. Desde que los sorprendiera besándose, Andrew los había estado
observando, y era obvio que había algo entre ellos. Conocía a Evan mejor
que nadie, y en lo que para otros ojos no hubiesen sido sino detalles
insignificantes, él podía reconocer cambios sutiles pero importantes que se
habían producido en Evan. Su hermano era demasiado fuerte, demasiado
exigente consigo mismo. Desde la muerte de Kerr, Evan se había encerrado
en sí mismo. Había levantado un muro imposible de traspasar, pero ese
muro había empezado a agrietarse poco a poco.
Estaba furioso. Todo eso se había esfumado con solo una frase:
«¿Quién eres?». Había visto el dolor por la traición en los ojos de su
hermano. Eso solo podía significar una cosa y era que esa mujer le
importaba, y mucho. Más de lo que Andrew había imaginado al principio.
Lo suficiente para haberla dejado acercarse a él, confiar en ella y permitirse
sentir algo por otra persona, aunque hubiese sido en contra de su propia
voluntad.
Meg intentó aguantar el dolor que la embargaba en ese momento y
que amenazaba con asfixiarla. Sentía que le costaba respirar. Ella no quería
que aquello terminara así. Hacía mucho tiempo, más del que podía recordar,
que no lloraba, pero una lágrima furtiva, traicionera, descendió por su
mejilla izquierda. Levantó la cabeza, y se la limpió torpemente con la mano
cuando un movimiento en las escaleras de la planta superior llamó su
atención.
Todo pasó demasiado deprisa. Vio a un hombre salir de entre las
sombras con un arco y una flecha. Le vio tensar el arco y apuntar a alguien.
El corazón se le paró durante unos segundos, los mismos que tardó en
reaccionar. Echó a correr a través del salón rogando para llegar a tiempo.
Gritó el nombre de Evan en el mismo instante en que de manera instintiva
se puso delante de él. Entonces fue cuando sintió un dolor fuerte y lacerante
en el costado izquierdo que la hizo caer hacia atrás. Unas manos la
sostuvieron mientras un rugido de rabia resonaba en sus oídos.

Evan sentía que le hervía la sangre. Siempre había dominado bien sus
emociones, sus reacciones. Había sido dueño de un autocontrol casi
inhumano, y en cambio ahora estaba fuera de sí. Ese era un claro ejemplo
de por qué no había que bajar nunca la guardia. ¿Cómo había sido tan
estúpido de creer en la inocencia de aquella mujer, cómo había podido dejar
que se le acercara tanto como para que sus mentiras le afectaran de aquella
manera? Eso podía haberle costado la vida a un hombre.
—Perdonad —se disculpó Evan cuando volvió con Alec y el padre
Lean.
—¿Todo bien? —preguntó Alec mirando fijamente a Evan. Lo
conocía lo suficiente para saber que pasaba algo.
—Sí, todo bien —contestó Evan con una ligera sonrisa.
Iba a preguntarle al padre Lean sobre la información que le había
dado antes sobre el clan McDuff cuando la voz de una mujer gritando su
nombre resonó en todo el salón, haciendo que se volviera al instante. Lo
suficientemente rápido como para cogerla entre sus brazos cuando ella cayó
hacia atrás por el impacto de una flecha sobre su cuerpo. Un cuerpo que se
había interpuesto en su trayectoria, recibiéndola por él. De forma instintiva
miró en la dirección de la que provenía el proyectil y vio desaparecer a un
hombre en la escalera del piso superior. Colin y William corrían en esa
dirección, mientras Andrew se arrodillaba junto a él. Ese fue el primer
instante en el que se fijó en la persona que tenía entre sus brazos. Escuchó
un rugido cargado de rabia, que ni siquiera reconoció como suyo propio
cuando vio que era Meg la que le miraba, temblando, mientras todo su
costado izquierdo se llenaba de sangre.
—Maldita sea, Meg, ¿qué has hecho? —dijo Evan poniendo una
mano sobre la herida a fin de intentar impedir que siguiera manando tanta
sangre de ella—. Tenemos que llevarla a una habitación, ¡y trae a Kate!
¡Rápido! —le dijo a Andrew mientras levantaba a Meg en brazos para
sacarla de allí.
Malcolm y Alec se acercaron a él antes de que abandonara el salón,
que en ese momento era un auténtico caos.
—Malcolm intenta calmar a los lairds hasta que pueda averiguar algo
más sobre lo que ha pasado.
—No te preocupes —le dijo Malcolm mirando a Meg que estaba
blanca como la leche.
—Yo le ayudaré. Hablaré con ellos. Haz lo que tengas que hacer —
asertó Alec.
—Gracias —contestó Evan mientras subía las escaleras con Meg
apenas consciente.
Cuando llegó a su habitación la depositó en la cama. En ese momento
Meg parecía tan pequeña y tan frágil que temía siquiera tocarla. Rompió el
vestido con cuidado a fin de poder ver mejor la herida. Estaba muy cerca
del borde del costado. Y la punta había salido por detrás.
Algo dentro de Evan se quebró al verla así. No soportaba verla sufrir.
Solo quería protegerla, que se pusiese bien. Le había salvado la vida y había
recibido esa flecha por él. ¿Por qué?
Kate entró en la habitación con Andrew siguiéndole los pasos. Traían
agua y paños limpios.
—Déjame ver la herida —dijo Kate inclinándose sobre la cama—.
Tranquila. Sé que duele mucho —continuó Kate mirando a Meg mientras la
examinaba. Se volvió hacia Evan—: Hay que cortar la flecha por detrás y
luego sacarla. Después habrá que quemar la herida para que deje de sangrar.
Evan sacó su puñal a fin de cortar la punta de la flecha, y encendió el
fuego en el hogar.
—Andrew, ponte detrás de Meg para que esté lo más quieta posible.
Andrew hizo lo que Kate le dijo, quedando Meg recostada sobre su
pecho.
—Espera —dijo la chica antes de que Evan tocara la flecha.
—Hay que sacar esa flecha, Meg —dijo Evan mirándola a los ojos.
Meg puso una mano sobre su brazo para evitar que siguiera.
—Lo sé, pero antes tengo que deciros algo. No sé cuánto podré
aguantar antes de desmayarme. Así que os pido, os ruego, que después de
que me saquéis la flecha y queméis la herida me llevéis con el clan McDuff
—dijo Meg mientras sentía como un sudor frío le recorría el cuerpo—. Por
favor —suplicó haciendo una mueca con la cara cuando se movió
levemente y un dolor punzante e insoportable le recorrió el costado.
—No vas a ir a ninguna parte —sentenció Evan cuando vio su cara de
dolor. En aquel instante hubiese dado lo que fuera por ser él el que estuviese
en aquella cama y no ella.
—Tienes que hacerlo —dijo Meg elevando la voz—. No lo entiendes.
Si muero aquí, habrá una guerra y no quiero ser la causante de ello.
Antes de que Meg pudiese decir algo más, Evan se acercó, cogió la
punta de la flecha y con un corte certero cercenó la punta.
Meg no pudo detenerle y por un instante pensó que se iba a desmayar.
Aunque Evan había tenido mucho cuidado se sentía como si le estuvieran
hurgando en las entrañas con un hierro ardiente.
—¡Maldita sea, tienes que escucharme! —exclamó Meg con la poca
fuerza que le quedaba.
Evan le rozó la mejilla a la vez que le retiraba un mechón de pelo que
el sudor había pegado sobre su cuello.
—No vas a morir —dijo con una fuerza y convicción que hizo que
Meg negara con la cabeza.
—Eso no lo sabes —susurró Meg entre dientes—. Aunque la herida
no sea grave, es más que posible que después tenga fiebre. Muchos mueren
por ella. Díselo, Kate.
Meg miró a Kate que en ese momento estaba amontonando paños
limpios y empapándolos en agua.
—No debes pensar en eso ahora.
Aunque Kate había dicho esas palabras, su rostro la delataba. Sabía
perfectamente, al igual que Meg, que aquel era un desenlace probable.
—Evan, tienes que escucharme —rogó Meg, que sabía que se le
estaba acabando el tiempo—. Tenías razón sobre mí. No he sido sincera en
cuanto a quién soy. Aunque mi nombre es Meg, mi apellido es McGregor.
Meg sintió cómo el torso de Andrew sobre el que estaba apoyada se
tensaba como una cuerda al escuchar sus palabras, y los ojos de Evan
adquirieron un brillo peligroso. Meg se apresuró a hablar antes de que la
interrumpieran. —Pero no soy ninguna espía, ni he querido haceros daño.
Soy la hija menor de Dune McGregor.
A Kate se le cayó de las manos el paño húmedo que sostenía en aquel
instante, y sin poder articular palabra se quedó con la boca abierta. A
Andrew no le veía porque estaba a su espalda, pero le escuchó contener la
respiración y Evan…, la expresión de Evan hubiese aterrado hasta al
hombre más bragado.
—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Evan sentándose en
la silla que había junto a la cama, quedando muy cerca de ella—. Si es
algún tipo de engaño, yo…
—No te estoy mintiendo —se apresuró a aclarar Meg—. Cuando
supimos del decreto real, yo sabía que lo más natural era que mi hermana
mayor Aili fuera la que tuviese que casarse con el jefe del clan McAlister.
Mi hermana es la persona más noble y más buena que conozco. Siempre se
ha sacrificado por los demás, y lo que yo sabía de ti, lo que había oído de ti,
es que eras un hombre terrible. Sé que, visto ahora, parece una locura, pero
tenía que comprobarlo por mí misma. Así que convencí al primo de mi
madre, Adam McDuff, para que me introdujera en el castillo. Mi padre cree
que estoy visitando a una amiga de ese clan. Yo solo quería comprobar si lo
que decían de ti era cierto. No quería… — dijo Meg teniendo que apretar
los dientes para aguantar el dolor—. No podía dejar que, por el orgullo de
dos hombres, y por la voluntad de otro, sacrificaran a mi hermana. ¿Lo
entiendes ahora? Si muero aquí, mi padre no atenderá a razones y aunque
no me creas no quiero que haya guerra. No quiero que sufra ninguno de los
dos clanes. En el poco tiempo que llevo aquí, he llegado a apreciar a los
miembros de este clan.
—No vuelvas a repetir eso, ¿me oyes? No vas a morir. No lo
permitiré. No creas que vas a librarte tan fácilmente —dijo Evan cogiendo
la flecha con determinación y sacándola del interior de Meg en un solo
movimiento.
El grito de Meg, mezclado con un sollozo, le desgarró el corazón.
—Se ha desmayado —dijo Kate mientras limpiaba la herida y la
taponaba—. Hay que quemarla.
Evan acercó la hoja de su cuchillo al fuego. Cuando estuvo lo
suficientemente caliente, la acercó al cuerpo de Meg y lo posó sobre su
carne herida. Evan apretó los dientes cuando aún desmayada, sintió como
su cuerpo se tensaba.
—Andrew, baja, habla con Malcolm y dime cómo va todo —le dijo
Evan a su hermano mientras Kate vendaba la herida.
Andrew soltó con mucho cuidado a Meg, a la que tumbaron
totalmente sobre la cama. Miró a Evan antes de abandonar la habitación.
—¿Crees que es verdad lo que nos ha dicho?
Evan soltó el aire que estaba conteniendo mientras miraba a Meg,
tumbada en aquella cama.
—Pronto lo averiguaremos, porque vamos a decirle a Dune
McGregor dónde está su hija.
CAPITULO XX

Habían pasado tres días desde que hirieran a Meg. Los lairds se
fueron al día siguiente, convencidos de que Evan llegaría al fondo del
asunto, y descubriría qué había detrás del intento de acabar con su vida.
No consiguieron coger al que había disparado, lo que llevó a pensar a
Evan que no solo era rápido y competente, sino que conocía perfectamente
el castillo y la forma de escabullirse de allí sin que lo atrapasen.
Seguían buscando alguna pista que los llevara hasta aquel hombre.
En esos tres días, salvo en contadas ocasiones, Evan no se había
separado de Meg. A las pocas horas comenzó la fiebre, y llevaba sumida en
ella dos días. Una fiebre que la mantenía inconsciente y que en ocasiones la
hacía delirar, amenazando con arrebatársela para siempre.
—Deberías descansar un rato. Llevas dos días sin dormir.
Evan miró a su hermano. Apenas se había dado cuenta de que había
entrado en la habitación.
—Ya tendré tiempo de descansar cuando despierte.
Andrew frunció el ceño.
—¿Y si no lo hace? —preguntó directamente.
—Lo hará —contestó Evan de forma contundente—. Es una mujer
fuerte y con ganas de vivir.
Andrew asintió mientras se sentaba en la silla vacía que había al lado
de su hermano, junto a la cama.
—De todas formas, deberías comer algo —continuó Andrew—. Si
quieres yo te lo subo. No creo que Dune McGregor tarde mucho en llegar.
A lo sumo un par de días, y debes estar despejado.
Evan cogió la mano de Meg. Trazó un delicado movimiento con los
dedos en la palma de su mano. Cuando se agitaba por la fiebre había
comprobado que aquello parecía tranquilizarla un poco.
A Andrew no le pasó desapercibido aquel gesto. Era más que
evidente que su hermano sentía algo profundo por ella.
— Si lo que Meg nos contó es verdad, tengo que reconocer que es una
mujer muy valiente. Eso o está loca. Imagínate, meterse ella sola en la boca
del lobo. Con todo el odio y resentimiento que hay entre los dos clanes… le
echó mucho valor. Y además te ha salvado la vida. Desde luego tiene
coraje.
—Demasiado para su propio bien —dijo Evan mirando a su hermano.
Andrew esbozó una sonrisa.
—Menos más que Colin no tenía razón y las mujeres McGregor no
tienen barba.
Evan sonrió a su pesar.
—¿Qué vas a decirle a Dune McGregor cuando llegue? Imagino que
querrá matar a alguien primero y hablar después —preguntó Andrew
fijándose en el rostro de Meg. Verla sufrir tampoco era un plato de buen
gusto para él. En las semanas que llevaba allí le había cogido cariño, sobre
todo porque veía por primera vez en mucho tiempo a su hermano reaccionar
emocionalmente ante algo. Desde que muriera Kerr, se había encerrado en
sí mismo como si el peso del mundo entero tuviese que descansar sobre sus
hombros.
Evan miró a Andrew antes de contestar.
—Le contaré todo lo que ha pasado. Tiene derecho a saberlo. Es su
hija. Aunque sería de ayuda saber algo más sobre el hombre que intentó
matarme.
—¿Sigues pensando que es alguien de nuestro clan? Me cuesta creer
que uno de nosotros sea capaz de hacer algo así —aseveró Andrew.
Evan era tan reacio como su hermano a pensar en una traición
semejante, pero la realidad era contundente.
—Lo único que sé, Andrew, es que quien fuese conocía bien el
castillo, entró en él sin levantar sospechas y se escabulló como si nada. Eso
solo puede hacerse de dos maneras. O bien es un McAlister o fue ayudado
por uno.
Andrew sabía que Evan tenía razón.
—Está bien —dijo Andrew, levantándose—. Empezaré a buscar entre
nuestros hombres. Luego te subo algo para comer.
Andrew salió de la habitación, dejando a Evan con Meg que
comenzaba agitarse nuevamente. Le tocó la piel, le rozó la mejilla con los
dedos y estaba ardiendo. Maldiciendo por lo bajo, metió un paño en el agua
fría del aguamanil y se lo colocó en la frente. Si seguía así no duraría
mucho tiempo. Esa maldita fiebre la estaba consumiendo con rapidez.
El peor momento fue esa misma noche, de madrugada, cuando Meg,
entre quejidos, deliraba. Evan, desesperado, no sabía que más podía hacer.
Se sentía impotente y furioso. Se juró a sí mismo que si cogía al hombre
que le había disparado, lo mataría con sus propias manos.
Cuando Meg se quejó sollozando, volvió a ponerle paños húmedos en
la frente, y con delicadeza le humedeció los brazos, las piernas y el pecho,
soportando la tortura de verla sufrir.
Estuvo aliviándola de aquel modo hasta que se quedó más tranquila.
Cuando le tocó la frente y comprobó que esta no quemaba como si fuese el
mismo infierno, soltó el aliento que llevaba conteniendo toda la noche.
A pesar de ello, por primera vez en aquellos tres días, la duda de que
Meg pudiese no sobrevivir hizo mella en su interior. El dolor sordo que
acompañó a aquella idea le dejó sin respiración, desgarrándolo por dentro,
mientras su mente se repetía una y otra vez que no podía perderla.
Con ese pensamiento, se tumbó en la cama, junto a ella, y la atrajo
hacia su pecho. Sabía que no tenía lógica ninguna, pero todo su ser le exigía
que la abrazara, que la sujetara fuerte entre sus brazos, como si de esa
forma pudiese protegerla. Acarició sus cabellos, que se deslizaron entre sus
dedos como si fueran seda, y enterró su rostro en ellos intentando darle su
fuerza para que pudiese seguir luchando. Por primera vez en la vida,
entendió a su hermano Kerr. Ahora no le cabía duda de por qué había
acogido la muerte con una sonrisa en los labios solo unas horas después de
que su mujer hubiese fallecido.
En su fuero interno siempre pensó que él no sería capaz de
enamorarse de esa manera. Y allí estaba, sintiendo que no solo se le
escapaba entre los dedos la vida de Meg, sino también la suya propia.
Porque si a Meg le pasaba algo, una parte de él moriría con ella, y no creía
que pudiese recuperarla jamás. Su corazón era completamente suyo.

Andrew entró a la habitación cuando las primeras luces del alba


empezaban a iluminar el cielo nocturno. Cerró la puerta tras de sí y se
quedó contemplando a las dos personas que ocupaban el lecho. Una sonrisa
se extendió por sus labios. Si alguien le hubiese dicho que sería testigo de
ello, le habría llamado loco. Un McAlister y una McGregor. Dos enemigos
durmiendo juntos, abrazados. Un McAlister protegiendo a una McGregor,
amando a una McGregor.
Quizás, después de todo, los milagros sí existieran.
CAPÍTULO XXI

Al día siguiente la fiebre de Meg remitió, y Evan supo sin lugar a


dudas que iba a ponerse bien. Era demasiado cabezota y rebelde como para
rendirse.
Cuando la dejó esa mañana estaba durmiendo, y su sueño era
reparador y tranquilo, en nada comparable a la agonía de la noche pasada,
en la que, con un nudo en el estómago y el corazón en un puño, pensó que
Meg no llegaría a ver un nuevo amanecer.
Le hizo falta voluntad para apartarse de su lado, pero la verdad era
que ahora que parecía que el peligro había pasado, debía de asearse y comer
algo por mucho que le costase alejarse de ella. Sentía una necesidad física y
emocional de estar junto a ella, de poder tocarla, verla y sentirla. Después
de los últimos días le parecía un milagro que siguiera con vida y cuando
cerraba los ojos a veces temía que al abrirlos todo se hubiese desvanecido y
que la enfermedad se hubiese cobrado su precio.
Pensaba en ello mientras terminaba de darse un baño cuando Colin
entró en tromba en su habitación.
No hizo falta que dijera nada, su mirada lo decía todo. Dune
McGregor acababa de llegar.
Se terminó de vestir a toda prisa y bajó al salón donde la voz del jefe
McGregor resonaba por las paredes de piedra de aquel castillo como si
fuese un trueno.
—¿Dónde está mi hija? —bramó Dune—. No voy a preguntarlo una
vez más. O me dicen ahora mismo dónde está o derribo este castillo piedra
a piedra hasta que la encuentre, aunque tenga que llevarme por delante a
todos los malditos McAlister que habiten en él.
Evan entró en el salón. Dune McGregor estaba más mayor de lo que
recordaba. Las canas que cubrían su cabello y su barba así lo confirmaban.
Sin embargo, a pesar de su edad seguía siendo un oponente temible. Su
cuerpo evidenciaba que el paso de los años no había menguado en nada su
fortaleza física, fruto sin duda del entrenamiento diario. Evan fue
consciente del brillo peligroso y letal que se adueñó de los ojos de Dune
McGregor cuando posó su mirada sobre él.
A su lado había dos hombres, corpulentos y bien entrenados, así como
una muchacha hermosísima, de cabello negro y ojos azules que le miraba
con preocupación e impaciencia. Algo en ella le recordaba a Meg.
En el mismo momento en que llegaba hasta quedar a escasos metros
del jefe McGregor, Andrew entró también el salón, poniéndose a su lado.
—Su hija está ahora descansando.
—¿Descansando? ¿Por qué? —preguntó Dune McGregor apretando
la mandíbula en un acto reflejo que indicaba que se estaba conteniendo.
Evan miró a Malcolm y a Colin, que estaban detrás de él en el salón.
Ambos asintieron y abandonaron la estancia. El jefe McGregor hizo lo
mismo con sus hombres, que salieron de la estancia. Ahora estaban solo
Evan, Andrew, Dune McGregor y la muchacha de ojos azules.
—Alguien intentó matarme hace tres días, y ella me salvó la vida. A
consecuencia de ello, salió herida. Ha tenido mucha fiebre y en un primer
momento temimos por su vida, pero esta mañana la fiebre ha remitido, lo
que nos hace pensar que se recuperará del todo.
La cara de Dune McGregor se contrajo mientras apretaba un puño
como si quisiera asesinar a alguien, y Evan sabía exactamente a quien.
—Espero que todo lo que acaba de salir por tu boca no sea la única
explicación para decirme que mi hija ha estado a punto de morir. Tendrás
que contarme qué demonios hacía ella aquí, cómo llegó y cómo ha acabado
con una herida de esa magnitud. Y tendrás que hacerlo jodidamente bien
para que no te despelleje después de haberte quemado los huevos con un
hierro al rojo vivo.
Evan alzó una ceja ante la parrafada de McGregor. Si bien entendía la
preocupación y la absoluta perplejidad de la situación, no iba a consentir
que Dune McGregor le hablara de aquel modo en su propia casa.
—Entiendo que esté confundido y que necesite una explicación más
extensa, pero…
Evan no pudo terminar. Dune McGregor lo interrumpió con un tono
de voz que rayaba la ira.
—No tienes hijos, así que no me digas que entiendes nada, porque la
verdad es que no entiendes una mierda.
Evan endureció la mandíbula antes de dar dos pasos al frente y quedar
a escasa distancia del jefe del clan McGregor.
—Porque su hija me ha salvado la vida y porque sé que está nervioso
por su salud, voy a hacer como que no he escuchado sus últimas palabras,
de lo contrario me dará igual que ella sea su hija, me dará igual el decreto
real, y me dará igual cualquier cosa que salga por su maldita boca porque lo
sacaré a rastras de mis tierras, no sin antes enseñarle buena educación. Y
créame que para cuando llegue a las suyas, no será ni la sombra de lo que es
ahora. De eso me encargaré yo mismo.
Dune McGregor apretó los dientes y los puños. Los dos hombres se
quedaron a escasos pasos, mirándose, como si ambos se estuviesen
perdonando la vida.
Evan sabía que Dune McGregor había sido un duro oponente de su
padre. El odio entre los dos clanes era más que palpable y a lo largo de los
años había segado más de una vida, sin embargo, su padre siempre le dijo
que a pesar de todo Dune McGregor tenía honor. Esperaba que eso fuese
cierto y que dejara a un lado su ira a fin de que pudiesen hablar.
El silencio continuaba y la situación se volvió insostenible hasta que
la muchacha que había al lado del jefe McGregor posó una mano sobre el
brazo de este, haciendo que se girara para mirarla.
—Padre, por favor… Quiero ver a Meg, necesito saber que está bien.
Evan no se hubiese quedado más sorprendido si no lo hubiese visto
con sus propios ojos. Dune McGregor se mordió la lengua ante la súplica de
su hija. Esa debía ser Aili, la hermana mayor de Meg. Por eso le había
recordado a ella. A pesar de que no tenía ni el mismo color de pelo ni de
ojos, algo en su expresión, en la forma de hablar, de mirar, era exactamente
igual a las de Meg.
—¿Puedo ver a mi hermana? —preguntó Aili adelantándose unos
pasos. Su voz denotaba la angustia y preocupación que sentía en ese
momento.
—Yo la acompañaré hasta ella.
Esas pocas palabras hicieron que Aili mirase al hombre que estaba al
lado de Evan McAlister. Se parecía mucho al jefe del clan McAlister, salvo
en el color de los ojos y el pelo. También en la expresión. Aunque el
semblante de aquel hombre era serio, algo en su mirada y en sus facciones
le hizo pensar que era dado a la sonrisa.
—Imagino que deseará ver también usted a su hija. Aunque me
gustaría que antes habláramos en privado. Sé que tiene muchas preguntas
que hacer —dijo Evan intentando aplacar la furia del jefe del clan
McGregor, que sabía a ciencia cierta que se estaba conteniendo por no
matarle en aquel momento. Aunque detestaba a aquel hombre, comprendió
que si él estuviese en su lugar seguramente ya lo hubiese hecho.
Sabiendo que la conversación que tendrían sería del todo menos fácil,
los hermanos McAlister salieron del salón seguidos por el jefe McGregor y
su hija.
CAPITULO XXII

—¿Cómo se puede ser tan obtuso, tan jodidamente imbécil?


La voz del jefe del clan McLean resonó entre las cuatro paredes de
aquella casucha en mitad de la nada.
—Teníamos un acuerdo. Solo debías de crear confusión a fin de que
los demás lairds presionaran a McAlister para que esa unión no se llevase a
efecto. Con casi todos los clanes en su contra, podríamos haber conseguido
algo ante el rey. Y, sin embargo, ahora mira donde estamos. Has matado a
un hombre y una mujer ha resultado herida.
El hombre que se apoyaba sobre la mesa que había dentro de la única
habitación de la casa, miró al jefe McLean con una sonrisa en los labios.
—Las cosas no salieron como las tenía planeadas, y me repugna a mí
más que a nadie tener que matar a un hombre de mi clan, pero descubrió
algo que me involucraba y no tuve más remedio. El fin justifica los medios.
En ocasiones hay que realizar sacrificios, por muy difíciles que sean, y por
nada del mundo se puede llevar a cabo ese matrimonio.
McLean enfrentó al hombre del clan McAlister con una ceja alzada.
—Nunca debí confiar en ti. Tu torpeza nos puede llevar a una guerra.
¿Qué pretendías conseguir haciéndoles creer que un McGregor había
matado a ese hombre? ¿Quién iba a creerse eso? Solo a un ignorante se le
podría haber ocurrido semejante plan.
El hombre se irguió, cambiando su expresión. Ahora había tanto odio
e ira en su mirada que hasta McLean pensó por un momento que más que
un hombre en busca de venganza era sin duda un loco.
—Escúcheme bien. A pesar de lo que ha pasado, todo ello nos ha
llevado hasta donde estamos, y eso es con la hija de McGregor al borde de
la muerte y con el propio Dune McGregor dirigiéndose hacia las tierras de
los McAlister. Es nuestra oportunidad de acabar con él. De forma limpia y
sin que nadie pueda hacer nada. Yo puedo acercarme lo suficiente como
para acabar con su vida sin que nadie sospeche nada hasta que la mirada
vidriosa de ese hijo de puta evidencie su muerte.
—Estás loco —dijo McLean mientras daba un paso atrás—. No
cuentes conmigo para eso.
El hombre se encogió de hombros como si las palabras que acababa
de pronunciar McLean no le importasen en lo más mínimo.
—No te necesito. No necesito a nadie para acabar con él. Así que
vuelve a tus tierras, a tu comodidad, que yo haré el trabajo sucio por todos
vosotros.
El jefe de clan McLean jamás pensó que haría un pacto con el diablo
cuando ese hombre del clan McAlister se puso en contacto con él. Solo
esperaba vivir el tiempo suficiente como para no arrepentirse, porque si
McAlister alguna vez lo averiguaba sabía que no habría lugar en la faz
sobre la tierra donde pudiese resguardarse de él.

Evan le ofreció asiento a Dune McGregor. Estaban los dos solos. Solo
unos momentos antes, habían estado viendo a Meg, que seguía dormida y
sin fiebre. Aili y su hermano Andrew se habían quedado junto a ella,
mientras Evan junto a Dune McGregor, habían entrado en la habitación
contigua a fin de poder mantener esa conversación que no admitía más
demora.
Mientras tomaban asiento, Evan no hacía sino recordar cómo le había
sorprendido ver al viejo McGregor acercarse a su hija, cogerle una mano y
besarla suavemente en la mejilla como si fuese un preciado tesoro. Esa
demostración de afecto proveniente de un hombre como aquel, y delante de
ellos, evidenció lo que sentía por su hija más que cualquier otro gesto.
Cuando levantó la vista y vio en su mirada el dolor, la preocupación y la
furia que destilaba, comprendió que a pesar del odio mutuo que se tenían
ambos clanes no eran hombres tan diferentes. Decían de McGregor que no
tenía piedad ninguna, que trataba a los suyos con mano dura y
determinación, de tal manera que la lealtad que le profesaban era más
producto del miedo que del respeto.
Sin embargo, al ver como ese guerrero se esforzaba por no
desmoronarse frente a su hija, herida e indefensa, entendió hasta qué punto
los prejuicios, tras años de un odio que ya nadie recordaba de dónde
provenía o por qué seguía ejerciendo un poder tan absoluto sobre sus vidas,
habían hecho mella en las verdades y percepciones de los miembros de
ambos clanes.
La voz de Dune McGregor hizo que volviera al presente.
—Tiene toda mi atención, pero espero que la explicación que tenga
sea suficiente para impedir que le mate por permitir que le pasara algo a mi
hija.
Evan asintió, mientras pasaba a relatarle lo que había acontecido en
las últimas semanas, desde la llegada de Meg al castillo. De qué forma la
hija de Dune McGregor había entrado en sus vidas, así como el hecho de
que, hasta la noche del ataque, ellos desconocieran su verdadera identidad.
También le contó lo que Meg le reveló esa noche, y lo que sabían hasta ese
momento del atentado que había sufrido. No se dejó nada por explicar salvo
el hecho de lo que había pasado entre ellos dos.
Dune McGregor le dejó hablar y solo le interrumpió un par de veces
para que le aclarara algún punto que no había llegado a entender.
Cuando Evan terminó, lo que escondía la expresión de McGregor era
difícil de descifrar.
—Sabía que a Meg le había afectado la noticia de la orden real más
que a ninguno, pero jamás imaginé que pudiese hacer algo así. Aunque no
sé por qué me sorprendo —dijo Dune con gesto serio y resignado—.
Cuando me dijo que quería pasar unos días con el clan McDuff para ver a
su amiga estuve de acuerdo porque pensé que era una forma positiva de que
fuera asimilando la noticia. Entonces debí darme cuenta de que mi hija, la
aceptación y la docilidad son totalmente incompatibles. Es rebelde por
naturaleza. Donde ve una injusticia, ahí se mete de cabeza, sin medir las
consecuencias ni los peligros. Pero esto… esto es una locura. Y cuando
pille a Adam McDuff le voy a despellejar por ayudarla. A saber, a qué otros
peligros ha estado expuesta.
Evan miró a McGregor.
—Si algo puedo decir después de estas semanas conociendo a Meg es
que le ha enseñado muy bien a defenderse sola.
McGregor miró a Evan con gesto adusto.
—¿Y de qué ha tenido que defenderse mi hija desde que está aquí?
Dígamelo —preguntó con un tono calmado que no presagiaba nada bueno.
Evan enarcó una ceja antes de contestar.
—Mas bien podíamos decir que ha sido, al contrario.
—¿De qué está hablando? —preguntó McGregor visiblemente
intrigado.
Evan sonrió de medio lado.
—El mismo día que llegó aquí, estuvo trabajando en la cocina.
Digamos que por un error que cometió, prácticamente envenenó a la
totalidad de mis hombres. Inutilizó al clan por completo ella solita. Hubiese
estado muy orgulloso de ella. Estoy seguro.
Dune McGregor enarcó una ceja ante sus palabras. Casi podía haber
jurado que la sombra de una sonrisa había anidado en sus labios.
—Cuando le pedí explicaciones, no se amedrantó, ni se excusó. Dio
la cara, me dijo que había sido ella por error y con los brazos en jarras, me
dio su punto de vista de forma clara y contundente. Eso, visto en
perspectiva, para una joven que acaba de meterse en la casa de su enemigo
y que ha crecido pensando que son el mismo diablo, debió de ser todo un
reto —siguió Evan con determinación—. Su hija tiene mucho coraje. Es
valiente, de eso no hay duda, sin embargo, estoy de acuerdo con usted en
que piensa demasiado poco en su bienestar.
Evan vio un brillo apreciativo en los ojos del viejo McGregor.
—¿A dónde quiere llegar, McAlister? —preguntó Dune que a su edad
ya era perro viejo.
Evan le miró fijamente a los ojos, para que pudiese comprobar la
seriedad de las palabras que estaba a punto de pronunciar.
—A pesar de lo que ha pasado, de que su hija nos haya engañado,
ahora entiendo por qué lo hizo. Deduzco que siempre piensa en el bienestar
de los demás antes que, en el suyo propio, y eso la honra, pero le hace un
flaco favor. Como ha podido comprobar en el rato que hemos estado en la
habitación con ella, se han acercado varios miembros de mi clan para
interesarse por su estado y para ver si podían ayudar en algo. Lo normal es
que mi clan al completo nada quisiese saber de ella. Los ha utilizado y les
ha mentido desde que llegó aquí, sin embargo, su hija, en solo unas
semanas, se ha ganado el respeto y el cariño de los miembros de mi clan,
que en vez de volverle la espalda o de odiarla por lo que ha pasado, no han
hecho otra cosa durante los últimos días que excusarla ante mí y prestarle
todo su cariño y apoyo.
McGregor le miró con una expresión de incredulidad.
—Hace una semana salvó a dos niños de este clan, de cinco y siete
años, de morir ahogados en el lago. Se metió en las frías aguas y nadó con
ahínco y con más fuerza de la que yo podría imaginar para sacarlos, a costa
de su propia seguridad. Llegamos a tiempo de ayudarla, pero si esos niños
siguen con nosotros es gracias a ella. —Evan se detuvo un instante, antes de
seguir. Las palabras que pronunció a continuación las dijo mirando
directamente a McGregor a los ojos—. Es la mujer más testaruda, cabezota,
rebelde e ingobernable que conozco. Pero también es la mujer más fuerte,
valiente, noble, inteligente y hermosa que he visto en mi vida. Ha
conquistado a mi clan por entero en solo unas semanas, y a pesar de que
ahora saben que es una McGregor, todos han venido a justificarla y
defenderla ante mí, por si se me pasaba por la cabeza tomar represalias por
su engaño. Como si eso fuese posible —dijo Evan con una sonrisa en los
labios—. Antes de caer desmayada por el dolor tuvo la osadía de ordenarme
que la llevara con el clan McDuff. Pensaba que iba a morir y no quería que
la encontraran aquí. Pensaba que eso traería una guerra entre nosotros y no
quería que por su culpa ninguno de los dos clanes sufriera daños. Parece ser
que no solo mi clan ha caído rendido a sus pies. Parece que ella también se
ha encariñado con los McAlister. Así que, en vista de esto y a pesar de que
sé que es imposible que podamos olvidar todo lo que ha pasado entre los
McAlister y los McGregor, creo sinceramente que esta enemistad hace
muchos años que dejó de tener algún sentido. Demasiados años de rencor y
odio que han ocasionado un exceso de pérdidas en ambos lados. El decreto
real no es de mi agrado, e imagino que tampoco del suyo, y si bien en un
principio fue recibido por mí y por los míos como si de una penitencia se
tratara, creo que ahora podría ser el punto de partida de algo bueno para
ambos clanes. Con esta unión podríamos empezar a contar una historia
diferente. Podíamos trazar un puente entre ambos. Creo sin lugar a dudas —
continuó Evan apretando un puño ante la vista de Dune McGregor,
confiriendo más fuerza a las palabras que estaban por decir— que hay
muchos más que temen esta unión, no porque odien a los McGregor o nos
odien a nosotros sino porque lo que más temen es que nuestra enemistad
llegue a su fin. ¿Dos de los clanes más poderosos de las Highlands siendo
aliados? Eso es algo que muchos matarían por evitar.
McGregor miró a Evan McAlister más detenidamente.
Desde que recibiera la misiva en la que le comunicaban que su hija
estaba con el clan McAlister y que debían hablar, había pensado en cómo
matar a ese malnacido. Había conocido a su padre, y a pesar de algunas
semejanzas entre ellos, el hombre que tenía delante era más temible, más
letal y más inteligente que su progenitor. A pesar de su juventud, su mirada
era la de un hombre con mucha más experiencia. Un hombre que había
visto y vivido cosas que marcan de por vida.
Después de la locura de las últimas horas, de todo lo que había
escuchado, del plan descabellado de Meg para proteger a su hermana y a
ella de aquel hombre del que siempre habían oído nombrar como «el
demonio de Escocia», debía admitir que lo que Evan McAlister le estaba
diciendo tenía todo el sentido del mundo, por mucho que le costase
reconocerlo. Porque los hombres mataban por mucho menos, así que, sí,
habría muchos que darían lo que fuera porque esa unión no se llevara a
cabo, y hasta solo unos minutos antes él hubiese sido uno de ellos.
CAPITULO XXIII

—Así que lo que estas tratando de decirme es que quieres cumplir el


decreto real y casarte con una de mis hijas. Y con ello intentar poner fin a
años y años de odio y rencor entre nuestros dos clanes. ¿Es eso? —pregunto
Dune con dureza.
Evan se inclinó hacia delante quedando un poco más cerca del jefe
McGregor.
—Mas o menos, salvo por el hecho que no quiero casarme con una de
sus hijas. Quiero casarme con Meg. Será con ella o no habrá unión.
—No entiendo la finalidad de esta conversación —contestó
McGregor abriendo los brazos en un gesto que indicaba a las claras que esa
unión ya estaba más que decretada—. Esta unión es un mandato real, no
hay nada que hablar, no es algo que podamos decidir nosotros mismos, si
no, ten por descontado que jamás te entregaría a una de mis hijas.
Evan endureció la mandíbula mientras veía la furia brillar en los ojos
de McGregor.
—El matrimonio es inevitable, pero la forma en la que lo llevemos a
cabo, eso podemos decidirlo nosotros —dijo Evan enfatizando cada una de
sus palabras con fuerza—. Antes de esta conversación esa unión iba a ser
una farsa, y los dos lo sabemos. De esta forma le ofrezco la posibilidad de
que no lo sea. De que sirva para algo. De que intentemos terminar con esta
enemistad enfermiza que diezma nuestros clanes y nos hace más débiles. El
viernes, cuando intentaron matarme, estoy seguro de que lo hicieron con
motivo de este enlace. Quieren que no se lleve a cabo. Reuní bajo mi techo
a varios lairds de la zona, aliados naturales de los McAlister, debido a que
este decreto ya estaba suscitando problemas y recelos con ellos.
—¿Crees que el ataque ha sido obra de alguno de ellos?
Evan sabía lo que McGregor le estaba preguntando.
—Puede, aunque sin duda ha tenido que ser con la ayuda de alguien
de mi propio clan.
McGregor miró a Evan McAlister por unos segundos antes de hablar.
—¿Estás seguro? Ha debido ser muy difícil para ti confesarme que
puede que uno de tus hombres te haya traicionado.
Evan apretó los dientes antes de intentar contener la furia que ese
hecho le producía.
—No lo sabes bien, pero estoy seguro de ello. El hombre al que
mataron… era un guerrero bien entrenado. La herida fue con un cuchillo.
Alguien se le acercó lo suficiente para matarlo, pero sin que él se
defendiese. Eso es porque lo conocía y no esperaba que esa persona le
atacase. No le dio opción ninguna. El hombre que lo encontró dice que tenía
esto entre los dedos.
Evan sacó el trozo de tela que llevaba guardado entre su ropa.
—Son los colores de mi clan —exclamó sorprendido McGregor—.
No pensarás por un momento que nosotros hemos tenido algo que ver,
¿verdad, muchacho? Porque si hubiese querido acabar contigo lo habría
hecho de frente —terminó McGregor apretando un puño.
—Sé perfectamente que no han tenido nada que ver, pero el que lo
mató quería que lo encontrara. Creo que me estaba dejando un mensaje.
—Entiendo —dijo Dune con el ceño todavía fruncido.
—La noche de la reunión, el salón estaba lleno de gente, pero nadie
vio nada extraño, nada fuera de lugar. Sin embargo, un hombre se coló hasta
el primer piso y me apuntó con una flecha. Si no hubiese sido por Meg
quizás esta conversación no estaría teniendo lugar. Mis hombres salieron
tras él, pero se escabulló como si nunca hubiera existido. Eso solo es
posible si conoces este castillo a la perfección.
—Pues tienes un problema, muchacho. Bien gordo.
Evan apretó los dientes antes de fulminar a McGregor con la mirada.
—¿Puede dejar de llamarme muchacho? Hace mucho que dejé de
serlo, viejo.
McGregor esbozó, por primera vez desde que llegara, una sonrisa
sincera.
—Está bien. Dejaré de hacerlo solo si me contestas a una pregunta.
Evan tomó aire a fin de que aquel hombre no consiguiera que perdiera
todo su autocontrol.
—¿Cuál es la pregunta? —dijo Evan cuando McGregor alargó el
silencio entre ambos.
Dune McGregor se inclinó un poco hacía delante en la silla quedando
a escasos centímetros de Evan. Su mirada se clavó en sus ojos como si
tuviese la certeza de que observándole atentamente podría evaluar si su
respuesta era en verdad sincera o no.
—Me has contado los motivos por los que quieres esta unión, y me
has dicho que tiene que ser Meg. ¿Por qué Meg? ¿Tu elección es solo
porque tu clan ya la ha aceptado o hay algo más? Piénsalo bien, porque a
pesar de que mi hija ha sido un quebradero de cabeza desde que salió
llorando del vientre de su madre, y que ha estado a punto de meterme en
más guerras de las que se han ocasionado por motivos legítimos y
justificados, sigue siendo mi pequeña y no quiero que sufra.
—Jamás le haría daño.
La forma en que lo dijo, la fuerza que imprimió a sus palabras, el
destello de furia que vio en los ojos de Evan McAlister al sugerir que él
podría hacerla sufrir, fue muy revelador. Ahí tenía su respuesta, aunque el
propio Evan McAlister no se hubiese dado cuenta de ello.
—Si Meg está de acuerdo, acepto tu propuesta —dijo Dune
McGregor extendiendo su mano.
Evan la estrechó fuerte. Por primera vez en varios días se permitió
respirar con cierta normalidad. Ahora solo quedaba que Meg aceptara su
destino.
CAPITULO XXIV

Andrew miró a la mujer que tenía frente a sí, sentada al otro lado de
la cama, mientras ella sostenía la mano de su hermana. Tenía que reconocer
que cuando la vio abajo momentos antes, había sentido como si le hubiesen
dado un puñetazo en las entrañas.
El corazón se le había acelerado como si hubiese estado entrenando
durante horas y algo en su interior se había removido dejándole con la
respiración entrecortada.
Jamás en la vida le había pasado algo parecido. Y aunque estaba
seguro que nadie había notado su reacción, a él todavía le costaba conciliar
todo lo que le había provocado la hermana de Meg.
Se fijó en sus ojos azules, como el mar embravecido, expresivos,
brillantes, anegados en lágrimas sin derramar, pugnando por obtener una
libertad que ella, con voluntad férrea, se negaba a conceder.
La vio tragar saliva en un intento de controlar lo que a todas luces era
una lucha interior por la preocupación y la angustia que había padecido
desde que supo que su hermana estaba allí. La entendía a la perfección. Los
días que estuvo al lado de Kerr en la cabecera de su cama, esperando a una
recuperación cada vez más inalcanzable, habían sido los peores de su vida.
Cuando murió, fue como si un pedazo de él muriese también. Una parte de
él que enterraron con su hermano para siempre.
—Se pondrá bien. Lo peor ya ha pasado —dijo Andrew intentando
mitigar en algo su preocupación.
Aili besó la mano de su hermana antes de dejarla sobre su regazo y
mirar al hombre que tenía enfrente.
—Lo sé, pero veo en su rostro las huellas que han dejado estos días de
enfermedad y mirándola, sé que he estado muy cerca de perderla. Eso hace
que no pueda dejar de temblar por dentro. Lo siento, pero es la verdad.
Andrew miró a Aili a los ojos y lo que vio en ellos hizo que se
sintiera como si una forja al rojo vivo recorriera su cuerpo de los pies a la
cabeza. Esos ojos parecían desnudar su alma. Incapaces de contener ni
esconder una pizca de los sentimientos de Aili, estos se mostraban sin
subterfugios ni engaños, desbordando sus emociones en cada pequeño
aleteo de sus largas pestañas. Era como si en ese momento todo su ser
hablase por ellos. Maldita sea, ¿qué le estaba pasando?
—No te disculpes por querer a tu hermana y preocuparte por ella. Lo
entiendo perfectamente. Pero como he dicho antes, lo peor ya ha pasado. Es
demasiado obstinada y cabezota como para rendirse fácilmente.
Los labios de Aili esbozaron una sonrisa espontánea y mortal. Como
si un rayo le hubiese alcanzado, así sintió el efecto demoledor de ese simple
dibujo en sus labios.
—Veo que has conocido la fuerza y rebeldía de Meg. Yo la adoro por
ello, aunque haya personas a las que esas cualidades le parezcan defectos
insalvables.
Andrew esbozó una de esas sonrisas inherentes a su persona.
—Pues entonces ya somos dos.
Aili le miró atentamente durante unos segundos antes de decir con
una voz algo dulce y grave.
—Gracias.
Andrew sintió la calidez de esa simple palabra hasta en la yema de los
dedos.
—Aili…
Aili miró a la cama al escuchar su nombre, casi en un susurro, salir de
los labios de su hermana. Eso la hizo perder por un instante la batalla que
pugnaba en su interior por mantener las formas y no derrumbarse ante
aquella situación. Lo supo cuando notó sobre su mejilla una lágrima
sigilosa, solitaria.
—Meg, cariño, ¿estás bien? —le preguntó cuando pudo hablar sin
que el nudo que sentía en la garganta se lo impidiera. Se inclinó más sobre
la cama, tocando la frente y la cara de su hermana como si así pudiese creer
que en verdad Meg se había despertado y estaba hablando con ella.
—Estaría mejor si dejaras de aplastarme —dijo Meg con una mueca.
Aili soltó una pequeña carcajada mientras volvía a sentarse en la silla
que había junto a la cabecera de su hermana, pero sin soltarle la mano. Era
incapaz de dejar de tener contacto con ella.
—¿Dónde estoy? ¿Cómo has llegado? —preguntó Meg mirando por
primera vez a su alrededor. Al ver a Andrew, su mano se tensó un poco
sobre la de Aili.
—Hola, Meg —dijo Andrew cuando vio la expresión preocupada de
esta al darse cuenta de su presencia. — No debes preocuparte. Tu hermana
y tu padre están aquí, y como ves todavía no hemos comenzado una guerra.
Evan está hablando con tu padre y debes estar tranquila.
—¿Los habéis dejado solos? Dios mío, ¡estáis locos! —dijo Meg
intentando incorporarse.
La cabeza le dio vueltas en el mismo instante en el que intentó
levantarse, cosa que no logró cuando dos pares de manos la sujetaron para
dejarla otra vez tumbada sobre la cama.
—Andrew, por favor. Ve con ellos. Mi padre es un hombre con el que
no es fácil hablar. Es más, un hombre de armas —dijo Meg mirando a
Andrew con angustia.
Andrew esbozó una pequeña sonrisa y alzó una ceja.
—A Evan no se le conoce precisamente por ser un ángel. Es uno de
los lairds más respetados y temidos de todas las Highlands. Sabe defenderse
él solito. Le dolería saber que no tienes confianza en él.
Meg hizo un gesto con los ojos que hizo que Aili también esbozara
una pequeña sonrisa.
—Sé de lo que es capaz tu hermano. Le he visto entrenarse y le he
visto actuar. Pero Dune McGregor es mi padre y no quiero que ninguno de
los dos salga herido. ¿Podrías ir y ver que todo va bien? Por favor, Andrew.
Andrew miró a Aili, que le suplicó con los ojos que hiciese lo que su
hermana le solicitaba. Andrew pensaba ir desde el primer momento, pero
después de que Aili se lo pidiese de aquella forma, supo con certeza que
jamás hubiese podido negarse y eso le sorprendió y preocupó a partes
iguales. Esa mujer tenía un poder sobre él que era inaudito.
—De acuerdo, fierecilla. Ahora vuelvo.
Andrew miró de nuevo a Aili antes de salir de la habitación y llevarse
con él la tibia sonrisa que le había brindado por hacer que Meg se sintiese
mejor.
Cuando la puerta se cerró tras él, Aili besó a su hermana en la mejilla
y la abrazó con fuerza como si temiese que se la fuesen a arrancar de sus
brazos.
—¿Cómo se te ocurre hacer una locura como esta? ¿En qué estabas
pensando, Meg? —preguntó Aili sin acritud, solo con la preocupación
propia de una hermana que todavía temblaba al pensar en cómo podía haber
acabado aquella temeridad.
Meg miró a su hermana. Era consciente de que las cosas no habían
salido como ella había planeado. Solo iba a estar allí un par de semanas.
Nadie se enteraría y ella sabría si el hombre con el que debía casarse alguna
de las dos era el demonio del que había escuchado hablar. Pero todo se
había complicado. Dos semanas se convirtieron en algo más, los McAlister
no resultaron ser como pensaba y Evan McAlister no era el diablo de las
Highlands. Jamás había pasado tanto miedo como la noche en que la
hirieron. No por ella misma, sino porque pensó durante los pocos segundos
en los que vio a aquel hombre apuntar una flecha al corazón de McAlister,
que Evan moriría. Al recordarlo todavía se estremecía. No sabía ni siquiera
cómo había llegado a tiempo, pero no lo pensó. Solo sabía que tenía que
salvarle, que tenía que retirar el peligro de su camino. ¿Cómo había podido
sentir tanto por alguien en tan poco tiempo? Esa era una pregunta que no
estaba todavía preparada para contestar. Le aterraba pensar en que pudiese
amar a alguien de esa manera, con tal intensidad como para dar su vida por
él. Eso sí que era una locura, y debía recobrar la cordura cuanto antes.
Porque el hecho de que ella le amase de aquella manera solo significaba que
saldría herida, y de esa herida sabía a ciencia cierta que no podría
recuperarse.
—Tienes razón, Aili. Fue una locura. Solo quería saber si lo que
decían de él era verdad. Teníamos el derecho de saber a qué nos
enfrentábamos. Una de nosotras tenía que casarse con él y decían que era
un monstruo. Sé lo que tú estarías dispuesta a hacer por mí. Estoy segura
que ya habías hablado con papá para sacrificarte en nombre de las dos, y no
estaba dispuesta a que hicieses eso por mí. Y sé lo que sientes por McPhee.
Nunca te pediría que renunciases al amor.
Meg se calló se repente cuando vio la cara de su hermana.
—¿Qué pasa, Aili? ¿He dicho algo malo? —preguntó Meg
preocupada.
Había visto el ramalazo de dolor traspasar la mirada de su hermana.
—Respecto a eso, Meg, tengo que contarte algo. Mientras
pensábamos que estabas con los McDuff, yo pase unos días con los
McPhee, con Anna.
Meg sabía la amistad tan grande que su hermana Aili tenía con Anna,
la hermana de Ian e hija del jefe del clan McPhee.
—En ese periodo de tiempo anunciaron el compromiso de Ian con la
hija de los McDougal.
Meg se quedó helada. Extendió su mano hasta que tocó la de Aili. La
cogió con fuerza intentando consolar lo que a todas luces no tenía consuelo
ninguno.
—Lo siento, Aili, no sabes cuánto. ¿Cómo ha podido hacerte esto?
Pensaba que te amaba —dijo Meg con la respiración algo agitada debido al
disgusto.
— Ian resultó no ser el hombre que yo creía que era. Creo que ha sido
lo mejor para todos. Y yo estoy bien. Te lo prometo —dijo Aili con
convicción, aunque Meg no se creyó ni por un instante que su resolución
fuese real—. No volveré a enamorarme jamás. El matrimonio es solo un
acuerdo y ya está —siguió Aili rompiéndole el corazón a Meg, que no
reconocía en esas palabras a su hermana. De las dos, Aili siempre había
sido la que había creído en el amor, la que había deseado encontrar a un
hombre que la amara sin ambages, sin límites. Siempre había querido
formar una familia. Tener hijos y construir un hogar. Estaba claro que la
traición de Ian McPhee le había dolido y mucho.
—Ahora hablas así porque estás herida y te sientes traicionada, pero
con el tiempo verás las cosas de otra manera —dijo Meg intentando insuflar
ánimo y esperanza a las crudas palabras de su hermana.
—No, Meg. Sé lo que te digo. Un matrimonio concertado es lo mejor.
Te ahorras el sufrimiento. Sabes a qué atenerte y además ayudas a tu clan
con la alianza.
Meg sintió un nudo en la garganta y el corazón le dio un vuelco. Una
idea se asentó en su mente, irrumpiendo con fuerza, con voz propia. Ella
amaba a su hermana y quería que fuese feliz. Evan era el mejor hombre que
había conocido, y había un decreto real por el que una de ellas debía casarse
con él. Ahogó sus sentimientos no sin que estos se revelaran clavándose en
su pecho con un dolor tan intenso que pensó que no podría volver a respirar,
sin embargo, la solución estaba tan clara, era tan evidente que no podía
obviarla. Con Evan, Aili estaría segura. La trataría con respeto, con ternura.
De eso estaba segura. Solo debía hacerse a un lado y dejar que los
acontecimientos siguieran su curso. Esta vez no sería Aili la que se
sacrificase por los demás.
CAPÍTULO XXV

Evan dejó intimidad a Aili y a Dune McGregor para que pudieran


estar un rato con Meg y hablar. Imaginaba que sobre todo Dune tendría
muchas cosas que preguntarle a su hija, sin embargo, eso no le hacía más
fácil la espera. Sabía que estaba despierta y necesitaba verla. Después de los
tres últimos días en los que no se había separado de su lado, intentando no
volverse loco pensando en que podría perderla y en lo que eso significaba,
ahora necesitaba ver su cara, su mirada color miel, sus pecas salpicando las
mejillas al azar y su pelo rebelde y rizado que le encantaba enredar entre
sus dedos.
Ver con sus propios ojos que era verdad que lo peor había pasado y
que iba a ponerse bien.
Mientras esperaba, se reunió con Andrew y con Malcolm.
—¿Habéis descubierto algo más? —le preguntó a Malcolm mientras
este dejaba encima de la mesa la Claymore que llevaba en la mano.
Malcolm miró a Evan con gesto serio.
—Nada significativo. Es como si ese hombre fuese un fantasma.
Nadie parece haberlo visto con claridad. Estaba en las sombras en el primer
piso, y todo ocurrió demasiado deprisa. Algunos dicen que creen haber
visto un hombre joven, otros a uno mayor e incluso hay alguien que cree
que era una mujer. Lo más desconcertante es que nadie se cruzara con él ni
le viera en su huida. Es cierto que salió del castillo con mucha facilidad,
pero alguien tuvo que ver algo.
—Eso solo refuerza la idea de que el que disparó era un McAlister.
Nadie repararía en él si se cruzara por los pasillos, porque es de los
nuestros.
Evan dijo aquellas palabras totalmente convencido de que esa era la
razón de que todavía no hubiesen averiguado quien era el hombre que había
disparado contra él.
—Detesto darte la razón —dijo Malcolm endureciendo la mandíbula
con furia—, pero yo he llegado a la misma conclusión. Sin embargo, eso
nos da un margen muy amplio. Hay mucha gente en este clan que odia a los
McGregor.
Andrew dio un paso al frente antes de hablar.
—La cuestión no es quién odia a los McGregor, sino quién lo hace
con tal intensidad como para matar a los suyos por ello. Eso reduce la lista.
Sé que mis primos, sobre todo Calum, los odian por lo que le pasó a su
padre, pero jamás haría daño a uno de los suyos y menos atentaría contra
Evan. Lo quiere como a un hermano.
Evan asintió antes de volver a mirar a Malcolm.
—Empieza a buscar entre los miembros del clan con más edad que
todavía puedan usar el arco o empuñar un cuchillo y hacerlo de forma
certera. Estoy seguro que quien mató a Fergus fue el mismo que disparó con
el arco.
—De acuerdo —dijo Malcolm antes de coger su espada para irse—.
¿Cómo está Meg? —preguntó a Evan antes de salir.
—Se pondrá bien —replicó este.
Evan le conocía desde toda la vida y sabía que, aunque Malcolm fuera
un hombre parco en palabras con esa pregunta estaba manifestando una
genuina preocupación por la joven.
—Me alegro. Será una McGregor, pero tiene la fuerza de los
McAlister. Se puso delante de ti a sabiendas que eso podría matarla. Te
salvó la vida. Es algo que ninguno de nosotros olvidaremos jamás. Yo lo
tendría claro si tuviese que hacer una elección.
Después de esas palabras, Malcolm salió de la estancia dejando a
Andrew con una sonrisa en los labios.
—Sabio consejo, hermano. Aunque imagino que no lo necesitas. A
tenor de cómo os miráis, y de lo que he podido ver entre los dos, no puede
decirse que el vuestro vaya a ser un matrimonio aburrido.
Evan miró a su hermano con una cara que hizo que Andrew levantara
las manos en señal de paz.
—Sé que no soy Kerr y que él era el único de los tres con tendencia a
hablar de sus sentimientos, pero...
Evan miró a Andrew con mayor intensidad.
—Pero soy tu hermano. Si necesitas hablar o …. Cualquier cosa… —
continuó Andrew con cierta dificultad.
Tanto a Evan como a Andrew les costaba expresar sus emociones.
Cada uno de ellos los enmascaraba de forma diferente, pero igual de
efectiva. Aunque si alguno de los dos era más hermético que el otro ese sin
duda era Andrew, por eso Evan valoró ese gesto.
—Lo sé —dijo Evan mientras le daba un toque con la mano en el
hombro.
—Bien, porque pensé que me ibas a dejar terminar, y eso hubiese sido
algo incómodo para los dos —aseveró Andrew con su eterna sonrisa
mientras se encaminaba a la puerta y salía por ella, dejando a Evan solo.

Meg estaba recostada sobre cuatro almohadones. Su hermana y


después Helen se habían turnado para hacerle la convalecencia lo más
cómoda posible, y lo que estaban consiguiendo era volverla loca. Si le
volvían a poner o a quitar un almohadón más se tomaba veneno. Y no era
broma.
Había convencido a su hermana y a su padre de que fueran a
descansar. Después de varios días de viaje estaban agotados. Y la charla que
había mantenido con su padre había sido complicada. En más de una
ocasión, Dune McGregor había elevado la voz al rememorar lo que sintió al
saber que estaba con el clan McAlister. Meg estuvo escuchando durante
más de quince minutos todos los apelativos nada cariñosos con los que su
padre se refirió a su temerario plan.
Ahora que estaba sola, intentó descansar, intentó no pensar, intentó
cerrar los ojos y olvidar dónde se encontraba y todo lo que había pasado,
pero no lo consiguió.
Así que cuando escuchó abrirse la puerta creyendo que era Aili de
nuevo se alegró de ello. La sonrisa se le desdibujó de los labios al ver que
no era su hermana la que la miraba desde la puerta como si el tiempo se
hubiese detenido y solo existiese ese momento.
Meg se tensó por entero al ver a Evan entornar la puerta y acercarse a
ella. Se sentó en la silla que había junto a la cabecera de la cama antes de
hablar.
—Por fin te veo despierta —dijo él con una pequeña sonrisa que hizo
que el estómago de Meg se contrajera, como si estuviese lleno de mariposas
—. ¿Cómo te encuentras?
Meg desvió la mirada hacia sus manos, que sostenían con demasiada
fuerza las sábanas, antes de contestar. Debía relajarse y aparentar
tranquilidad.
—Mucho mejor. Ya no parece que me estoy consumiendo por el
fuego de forma lenta e inexorable.
Evan sonrió un poco más y Meg desvió la mirada. Si seguía
mirándola de esa manera sus propósitos iban a ser mucho más difíciles de
llevar a cabo.
Él cogió la mano de ella entre las suyas. Se moría por tocarla. No
habían estado a solas desde la noche anterior a que su familia llegase.
Meg dio un pequeño respingo al sentir el contacto de Evan y, de
forma suave, retiró su mano. Necesitaba poner distancia, no podía pensar
cuando la tocaba.
Evan frunció ligeramente el entrecejo cuando vio la reacción de Meg
ante su contacto.
—¿Qué pasa? ¿Seguro que estás bien? —preguntó el hombre. Meg
estaba diferente. Al principio lo había achacado a la confusión de recobrar
el conocimiento después de tres días de letargo y encontrarse con su familia
allí y asimilar todo lo que había pasado. Había estado a punto de morir.
Pero ahora no sabía que pensar. Meg no le miraba a los ojos como lo había
hecho siempre, si no que esquivaba su mirada, al igual que había alejado su
mano de la suya cuando él la tomó con cuidado.
—He estado hablando con tu padre. Todo está bien. A pesar del
pasado de nuestros dos clanes, hemos conseguido mantener más de una
conversación civilizada sin que lleguemos a matarnos. Andrew me dijo que
eso te preocupaba.
Meg le miró por primera vez a los ojos, aunque solo fueron unos
breves instantes antes de contestar.
—Mi padre es más un hombre de acción que de palabras. Temía que
desenvainara la espada y quisiera hablar después. Sin embargo, me alegra
haberme equivocado.
Evan asintió antes de sacar el tema que sabía que sería delicado pero
necesario hablar entre los dos.
—Hablé con tu padre sobre el decreto real y ambos hemos llegado a
la conclusión de que en estos momentos es la solución perfecta para crear
una verdadera alianza entre nuestros clanes y acabar con todos estos años
de rencillas y odio que apenas tienen sentido hoy en día.
Meg se adelantó a las siguientes palabras de Evan, dejándole con la
palabra en la boca.
—Yo también he hablado con mi hermana. Cuando vine aquí lo hice
solo con el propósito de saber qué clase de hombre eras, totalmente
convencida de que eras el diablo en persona. No podía permitir que Aili se
casara contigo si eso era cierto, y quería cerciorarme de ello. Sin embargo,
eres alguien completamente diferente a como me había imaginado. De
hecho, eres opuesto a lo que había creído. Creo que Aili no podría tener
mejor marido. Así se lo he hecho saber.
—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Evan que no
esperaba las palabras de Meg. Si había entendido bien, ella daba por hecho
que se casaría con Aili.
Meg puso cara de inocencia. Sus ojos miraron directamente a Evan.
—A que yo creo también que esta alianza sería positiva para ambos
clanes y para Aili. Es mi hermana y una segunda madre para mí, aunque
solo nos separen dos años, pero ella se merece ser feliz, y creo que tú la
harás feliz.
Evan endureció la mandíbula. La conversación estaba tomando un
rumbo inesperado y absurdo que no le gustaba nada. Si lo estaba
entendiendo bien, a Meg le daba igual que se casara con su hermana. De
hecho, parecía totalmente convencida en propiciar tal unión.
—El decreto real decía una de las hijas del jefe del clan McGregor.
Eso os incluye a las dos —dijo Evan mirándola también directamente a los
ojos.
Meg se hizo la sorprendida segundos después de hacer como si
hubiese entendido de repente lo que Evan quería decirle.
—Pero no creerías que yo me casaría contigo, ¿verdad? No pienso
casarme con nadie. Eso lo tengo clarísimo, aunque lo decrete el rey o el
mismísimo Papa. Yo solo vine aquí procurando en todo momento la
felicidad de mi hermana. Ella es la mayor y se sobreentiende que es a la que
le corresponde contraer matrimonio primero. Y, además, como te he dicho,
mi deseo es no casarme nunca.
Evan endureció su mirada hasta un punto en el que Meg pensó que le
estallaría una de las venas del cuello.
—¿De qué va esto, Meg? ¿Qué me estoy perdiendo? Porque eso no es
lo que decían tus ojos, ni tus manos, ni tu cuerpo ni toda tú todas estas
semanas atrás… Sé que sientes algo por mí, no lo niegues.
Meg no podía negar eso así que dijo aquello que podía ser más
creíble.
—Eres un hombre que atraería a cualquier mujer. Eres guapo,
inteligente, fuerte, pero es solo eso, no despiertas en mi ningún tipo de
sentimiento. Lo que pasó entre nosotros, mi respuesta a tus avances, eran la
curiosidad innata de una muchacha inocente que nada sabe de esos temas y
que siente curiosidad.
Meg no sabía de donde habían salido toda aquella sarta de mentiras y
medias verdades, pero el resultado fue efectivo. El eco de sus palabras
todavía resonaba en sus oídos y sabía que había sonado convincente,
carente de emoción. Su expresión había sido igual de anodina, y aburrida
que si hubiese estado hablando del tiempo o de la cosecha en los campos.
No le había resultado fácil, pero por Aili era capaz de mentir como si le
fuese la vida en ello.
Evan no podía creer lo que acababa de escuchar de los labios de Meg.
La observó, intentando ver algún resquicio, alguna grieta en su discurso y
en su expresión. Algo no le cuadraba. La Meg que estaba viendo y
escuchando en ese mismo instante parecía ser una persona totalmente
diferente a la que él había conocido durante las últimas semanas.
Solo cabían dos explicaciones posibles. O le estaba engañando y lo
hacía francamente bien, o por el contrario esa era la auténtica Meg y había
estado fingiendo todo ese tiempo a fin de saber si le convenía a Aili en
realidad.
Llevado por un impulso casi salvaje, conteniendo la furia por la
actitud de Meg y con la necesidad de comprobar algo por sí mismo, se sentó
en la cama y antes de que Meg pudiese protestar la cogió entre sus brazos y
la besó. No fue un beso tierno ni pausado. Fue uno visceral, salvaje y
primitivo que le arrancó un gemido de sus labios. Esa propia reacción le
enfureció aún más porque estaba claro que Meg le afectaba a un nivel que
no podía ni quería ocultar.
Meg intentó contenerse, intentó negarse, pero fue todo en vano. Era
sentir su tacto, su sabor en su boca y volverse loca; sin embargo, a pesar de
que todo su cuerpo respondió los primeros segundos de aquel asalto, una
fuerza que desconocía en ella acudió en su ayuda. Apretó los puños de unas
manos que como extensión de sus brazos rodeaban ya el cuello de Evan
mientras sus labios bebían ansiosos de su boca.
Unos labios que de pronto dejó laxos y fríos mientras el corazón, que
ya galopaba como un potro salvaje dentro de su pecho, aumentaba aún más
su ritmo dejándola sin poder respirar con normalidad. Sintió el mismo
momento en que Evan se percataba de su falta de respuesta y, como si de
otra persona se tratase endureció la mirada tras sus párpados todavía
cerrados porque sabía que su mirada sería lo más difícil de sortear.
Evan se separó levemente de ella y la miró a los ojos. Lo que vio en
ellos antes de que se volvieran también fríos y cortantes la hizo flaquear
hasta un punto en que pensó que se pondría a gritar. Pero aguantó, más de lo
que imaginó posible.
—De acuerdo, Meg. Eres toda una McGregor.
Aquellas palabras destilaban furia, determinación, un tono amargo
cercano al odio.
Meg apretó los dientes para contener las lágrimas que amenazaban
sus ojos. No había vuelta atrás y por supuesto que era toda una McGregor.
Y los McGregor daban la vida por quienes amaban. Que así fuera, porque al
decirle aquellas cosas a Evan parte de su alma, de su corazón y de su vida
habían muerto con ellas.

Evan salió de la habitación dejándola abierta. La furia que corroía en


un primer momento sus entrañas había sido sustituida por un sentimiento
distinto, algo que no podía manejar en ese preciso instante. Esa última
mirada que había cruzado con Meg lo había cambiado todo.
Cuando se encontró a Aili en el pasillo, se interpuso en su camino a
fin de tener unas palabras con ella.
—Laird McAlister, ¿pasa algo? —preguntó Aili algo preocupada al
ver el semblante de Evan.
Evan relajó su postura negando con la cabeza antes de contestar.
—Solo quería saludarte y pedirte si luego podrías concederme unos
minutos para hablar de nuestro inminente enlace.
La expresión de sorpresa de Aili y su posible respuesta, que quedó
atascada en su garganta, la hicieron reaccionar más por inercia que por
voluntad. Asintió con la cabeza, mientras veía cómo Evan se alejaba de allí
con paso firme.
CAPÍTULO XXVI

Aquella misma tarde llegó Logan McGregor a las tierras de los


McAlister. Evan tenía que reconocer que no esperaba que el hermano de
Meg fuera así. Cuando le avisaron de que había entrado en las tierras
McAlister, solo, sin que ningún otro guerrero McGregor lo acompañase,
pensó que o era muy valiente o un suicida. Imaginó que llegaría como lo
hizo su padre, llevado por la rabia, furioso y a la defensiva, sin embargo, el
hombre que tenía frente a él daba muestras de una templanza y una
contención que no esperaba en un McGregor. En el físico se parecía
muchísimo a Aili. Era moreno con ojos azules, sin embargo, su pelo era
ligeramente ondulado, más parecido al de Meg, y su mirada, penetrante y
aguda era la misma que la de la pequeña del clan McGregor. Sabía que, con
solo una ojeada, Logan había captado hasta el más mínimo detalle de
aquella sala.
—Recibí el mensaje de mi padre hace unos días. ¿Cómo está Meg? —
preguntó Logan manteniendo la postura alerta.
Era alto, casi tanto como él, y su complexión atlética y fuerte. El
hecho de que lo primero por lo que preguntase fuese por el estado de su
hermana agradó a Evan más de lo que quería reconocer.
Había oído decir que el hijo de Dune McGregor era un hombre
distinto a su padre. Un gran guerrero, pero también un embajador nato, de
hecho, pasaba cortas temporadas en la corte. Al rey le gustaba rodearse de
hombres con valía no solo con la espada sino también inteligentes y con
don de palabra.
—Logan, ya has llegado.
La voz de Dune McGregor retumbó por todo el salón haciendo que
Evan volviera ligeramente la cabeza al escucharlo entrar. El breve abrazo
que dio Dune a su hijo evidenciaba que entre ellos había una buena
relación.
—Salí en cuanto recibí tu carta. Solo he parado para cambiar de
montura. ¿Cómo está Meg? ¿Puedo verla? —preguntó Logan con gesto
serio.
—Está bien. Ya sabes cómo es tu hermana.
Andrew entró en la habitación en ese preciso instante. Miró al
desconocido y luego a Evan. No había mucho que deducir. Por el parecido
estaba claro que era el hermano de Aili y Meg.
Dune McGregor procedió a las presentaciones. Apenas habían
cruzado las palabras de rigor cuando Logan no pudo contenerse por más
tiempo.
—¿Alguien podría explicarme cómo ha acabado Meg en tierras
McAlister y herida?
Dune McGregor enarcó una ceja cuando miró a su hijo. Evan
procedió escuetamente a relatar lo sucedido con Meg desde su llegada al
clan.
—Incluso para Meg me parece excesivo —dijo Logan con marcada
seriedad. Sin embargo, la media sonrisa que apenas se había dibujado en sus
labios antes de decir esas palabras hacía pensar a Evan que Logan conocía
muy bien a su hermana. A la mujer fuerte, rebelde y decidida que albergaba
en su interior, junto con esa otra mujer cabezota, temeraria y confusa que
personalmente lo volvía loco.
Malcolm y Colin entraron también en el salón. La cara de ambos hizo
que Evan frunciera ligeramente el entrecejo. Habían descubierto algo, de
eso no había duda y lo que fuese no era nada bueno.
—¿Qué pasa? —preguntó Evan en voz baja, dejando que Dune
McGregor siguiera hablando con su hijo, mientras él se separaba un poco
para poder hablar con Malcolm.
Andrew se acercó también.
—¿Te acuerdas que te dije que nadie había visto nada el día en que te
dispararon? —preguntó Malcolm con un tono de voz que Evan conocía
demasiado bien. Malcolm intentaba contener sus emociones, pero la furia
que fluía bajo sus palabras dejaba ver que su hombre de confianza estaba
más cercano a la ira que a otra emoción.
—Sí, me acuerdo. ¿Por qué? —preguntó Evan.
Malcolm cogió la mano de Evan y depositó algo en ella.
La cara de Evan cambió en un instante. Era un pequeño caballo
tallado en madera y sabía quién era su dueño.
—Esto lo encontró Brigitte al día siguiente del ataque, mientras
limpiaba la planta superior. Estaba justo en la zona donde quien fuese que te
disparó se posicionó aquella noche. No había dicho nada porque no le había
parecido importante. Estaba preguntando si alguien sabía de quien era para
devolvérselo, imaginando que lo había perdido y quería recuperarlo. Si no
fuese porque estaba en ese sitio y fue encontrado solo horas después yo
tampoco le habría dado la mayor importancia. Incluso en sí mismo
carecería de importancia si no fuese porque la persona a la que pertenece
esto es la misma que casualmente encontró el cuerpo de Fergus con el trozo
de tela McGregor en sus manos. Es mucha casualidad que esa persona se
encontrase en ambos sitios. Es un guerrero mayor, pero que todavía puede
empuñar una espada. Que fue un gran luchador y que los dos sabemos odia
con toda su alma a los McGregor. Al principio no quería, no podía creerlo,
pero todo encaja Evan.
—Pero…, estar dispuesto a matar a Evan… No puedo creerlo —dijo
Andrew adelantándose a Evan, a quien le costaba pensar en que lo que le
había dicho Malcolm fuese verdad.
Sin embargo, a pesar de todo, sabía que Malcolm tenía razón. Todo
encajaba, y todas las señales conducían hasta él, aunque eso no amortiguara
en forma alguna el dolor de saberse traicionado por uno de los suyos. Las
consecuencias de los actos de ese traidor podían haber sido catastróficas
para su propio clan. Podían haber conducido a una guerra y a la muerte de
muchos de los suyos.
¿Qué hombre hacía algo así? Uno lleno de odio y de rencor. Uno lo
suficientemente amargado y enfadado con la vida como para llevarse por
delante a cualquiera que pusiera en peligro su tan ansiada venganza. Una
represalia que llevaba planificando durante demasiados años.
Dune McGregor junto a Logan se acercaron a donde ellos se
encontraban.
—¿Pasa algo, McAlister? —preguntó el jefe del clan McGregor con
una ceja enarcada y gesto serio.
—Malcolm ha averiguado algo que puede llevarnos hasta el hombre
que intentó matarme y que hirió a Meg.
La expresión de McGregor cambió. Una mirada cargada de furia
contenida se centró en Malcolm, que en ese momento miraba a Dune
McGregor con seriedad.
—No hay nada definitivo que nos confirme que el hombre que intentó
matar a Evan sea la persona a la que nos referimos, pero hay muchas
posibilidades de que así sea.
—¿Y quién es ese hombre? —exigió saber Dune McGregor.
Evan miró a McGregor sabiendo que lo que le iba a decir a
continuación no le iba a hacer ninguna gracia al jefe.
—En cuanto sepamos con seguridad quién es, será el primero en
saberlo, pero hasta que no sea definitivo no puedo decir más. Veo en sus
ojos lo que desea hacerle al hombre que hirió a Meg, y créame que le
entiendo, pero no puedo dejar que lastime a nadie y menos a un miembro de
mi clan sin estar completamente seguro. Si fuese al final este hombre el
culpable, le juro que no quedará sin castigo.
—¡Ese maldito bastardo, sea quien sea, ha estado a punto de matar a
mi hija! ¡No creas que voy a echarme a un lado mientras tú decides qué
castigo será el apropiado!
La especie de rugido que salió de la garganta de McGregor al final de
sus palabras evidenciaba que el jefe del clan McGregor no iba a
conformarse con ver cómo él se hacía cargo del traidor.
—Es un miembro de mi clan. Me corresponde a mí encargarme de
que reciba el castigo adecuado —dijo Evan con un tono de voz igual de
duro que el que había empleado Dune McGregor.
Este dio un paso al frente acercándose más a Evan.
—Y es mi hija la que casi muere por acción de ese hombre. McAlister
o no, tengo derecho a matarlo con mis propias manos.
—Padre —dijo Logan poniéndose a su lado—, creo que antes de
decidir quién tiene derecho a matar a quién, sería importante saber si
realmente es el culpable.
Dune se calmó un poco, lo suficiente para dar un paso atrás. Y en ese
momento se desató el caos. Todo ocurrió demasiado deprisa para poder
reaccionar.
CAPÍTULO XXVII

Evan vio a un hombre atravesando el salón y al reconocerlo todo su


cuerpo se puso alerta. Este levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron.
Fueron solo unos segundos, pero bastó para que el guerrero se diese cuenta
de que lo habían descubierto.
Se paró en seco y antes de que Evan pudiese decir en alto su nombre
y dirigirse hacia él, Aili entró en el salón justo por el lateral que se
encontraba más cerca de la posición de aquel traidor.
El hecho es que antes de que todos se volvieran al ver la expresión de
Evan y la fiereza que adquirió en un instante su mirada, Gawen tenía a Aili
cogida entre sus brazos y con un cuchillo en su garganta. La afilada hoja
brillaba contra la piel de porcelana de la hermana de Meg, que contuvo un
gemido al tomar conciencia de su situación.
Un rugido de ira salió de los labios de Dune McGregor cuando vio a
su hija en manos de un McAlister que, por lo que sabían, había matado ya
antes a uno de los suyos. Si era capaz de matar a un miembro de su propio
clan, qué no haría a Aili, una McGregor a la que odiaba.
—¡Deja en paz a mi hija de inmediato! ¡No te atrevas a hacerla daño
o sufrirás más allá de lo que jamás has creído posible! —sentenció Dune
McGregor con un tono de voz que helaría hasta el propio infierno.
Evan dio un paso al frente cuando vio la sonrisa malévola y la mirada
rayando la locura que despedía los ojos de Gawen.
—Libera a la muchacha, Gawen. No tienes escapatoria y el hacerle
daño no va a solucionar nada — dijo Evan con las manos en alto a la altura
del pecho, parándose en seco cuando vio cómo Gawen apretaba un poco la
punta del cuchillo sobre la piel de Aili y de esta brotaba una pequeña gota
de sangre que un segundo más tarde se deslizaba sobre su cuello, dejando
una huella fina a su paso.
Evan sintió un siseo a su lado y miró por inercia. Jamás había visto en
su hermano una mirada como aquella. Sin duda mataría a Gawen en aquel
preciso instante si pudiese. La ira y el fuego que había en sus ojos
combinado con algo parecido a la agonía hacían que Andrew respirase con
agitación, como si estuviese haciendo un esfuerzo al contenerse, demasiado
importante como para mantenerlo por mucho tiempo.
—Ten por seguro que si no sueltas a mi hermana, bastardo, tu muerte
será lo que menos temas.
La voz fría y templada de Logan resonó en el salón que de repente,
casi de forma espectral, se había silenciado.
Un chillido y el golpe de varios platos al caerse interrumpió dicho
silencio como un trueno desgarra la noche.
Era Helen que, ajena a la situación que se vivía, había entrado en la
estancia para los preparativos de la cena. Brigitte estaba a su lado, blanca
como la leche.
Malcolm y Colin también tenían sus manos sobre la empuñadura de
sus espadas y se mantenían inmóviles a la espera de una señal para acabar
con la amenaza.
—Podéis amenazar y maldecir todo lo que queráis, pero la única
verdad es que tengo entre mis manos la preciosa vida de la hija de Dune
McGregor. —El odio y la furia con la que pronunció el nombre del laird
hicieron que Evan se convenciera de una cosa, y fue que el instinto le decía
que Gawen no soltaría con vida a Aili—. Vosotros los McGregor habéis
derramado tanto sufrimiento sobre las personas de este clan durante
generaciones y siempre habéis salido impunes de tales actos. Matasteis a lo
que más amaba, a mi hijo, así que, aunque ese no era el plan inicial, hay
cierta venganza poética en esta situación. Llevarme la vida de tu hija, Dune
McGregor, no lo compensará, pero ver la agonía en tus ojos y saber que
sufrirás por el resto de tus días sí aliviará en cierta medida mi derrota.
—Tú no quieres hacer esto, Gawen. Si lo haces estarás manchando no
solo la memoria de tu hijo, sino también la de todos los McAlister. Nosotros
no somos unos asesinos, y menos de mujeres y niños indefensos —declaró
Evan con los dientes apretados al saber que se le acababa el tiempo para
salvar a Aili. El fino reguero de sangre que descendía por el cuello de Aili
hasta su busto creció un poco más cuando Gawen ahondó el corte,
acercando peligrosamente a la hija de McGregor hacia una muerte segura.
—¡Maldito bastardo, cógeme a mí! ¡Mátame a mí, y deja a mi hija
tranquila! — espetó Dune McGregor desesperado.
—No —respondió con regocijo Gawen, mientras una sonrisa torcida
y grotesca se adueñaba de sus labios.
—Suelta a mi hermana, bastardo.
La voz de una mujer resonó desde el fondo del salón, dejando a todos
clavados en sus posiciones.
De las sombras emergió Meg, con paso calmado. Entre sus manos
mantenía un arco bien sujeto, en posición de disparo. La flecha colocada en
posición, se mantenía tensa, rozando su mejilla derecha suavemente, como
si estuviese acunándola.
Toda ella estaba en tensión y su caminar, lento y decidido, hicieron
que Evan admirara cada centímetro de ella. Con un camisón largo y blanco
que la hacía parecer más joven e inocente, y el pelo rizado y suelto hasta la
cintura, la imagen que desprendía eran dos diametralmente opuestas, casi
imposibles de conciliar. Por un lado, parecía una niña inocente y dulce, casi
etérea, y por otro una guerrera, con fuego en las entrañas y la fría
determinación de la muerte en sus ojos.
Evan fue a dar un paso hacia ella cuando algo frente a él llamó su
atención, así como la de Andrew.
Dune McGregor, que se había sorprendido igual que el resto al ver a
su hija aparecer allí, les hizo un gesto negativo con la cabeza, mientras daba
un paso atrás, al igual que Logan, haciendo que un pasillo entre Meg y
Gawen se agrandara en el centro de aquella habitación, dejando así libre de
obstáculos el objetivo de Meg.
Aquel hombre estaba loco o desesperado si pensaba por un solo
instante que Meg podría realizar un disparo en aquellas condiciones, y rozar
ni siquiera a Gawen, que con el cuerpo de Aili se protegía en su totalidad.
Solo una porción pequeña de su cabeza era visible.
Evan volvió a mirar a los McGregor. Se habían vuelto locos. Sin
embargo, la pequeña sonrisa de satisfacción que se dibujó en los labios de
Logan le hicieron plantearse qué era lo que se le escapaba de aquella
situación absurda y desesperada.
—No volveré a repetirlo una vez más, Gawen. O sueltas a mi
hermana ya o eres hombre muerto.
Gawen soltó una carcajada ante la amenaza de Meg.
—¿Crees que me vas a asustar con ese arco y esa flecha? La fiebre sin
duda te ha vuelto loca, zorra estúpida. Tu hermana va a morir delante de
todos vosotros. Se va a desangrar cuando le desgarre el cuello y…
—Aili —el nombre salió con determinación de los labios de Meg.
Parecía una clave entre las dos más que un grito desesperado o un susurro
de lamento.
Lo único cierto es que ese nombre dicho por Meg interrumpió a
Gawen que sujetó el cuchillo con más fuerza en lo que parecía la ejecución
final de su venganza.
Al mismo tiempo, Aili, al escuchar a su hermana giró levemente la
cabeza dejando una pequeña porción de rostro de Gawen visible al resto de
los presentes.
Dos segundos después y antes de que ni Gawen ni ninguno de ellos
pudiese hacer nada, una flecha impactaba en el ojo izquierdo de Gawen,
introduciéndose en su cabeza y matándolo en el acto. El jadeo de algunos y
la contención en la respiración de otros pareció romper el halo de
incredulidad que se adueñó de aquel instante. Ese no había sido un disparo
magnífico sino uno prácticamente imposible. Nadie que él conociese
hubiese sido capaz de realizar tal hazaña.
Gawen cayó hacia atrás no sin que antes Andrew, le quitara a Aili de
los brazos. Evan no pudo sino percatarse de que Andrew la sujetaba con
fuerza contra sí, y la miraba con intensidad intentando cerciorarse que
estaba bien.
Evan volvió su mirada a Meg. Ahora entendía el gesto que le hicieron
los McGregor cuando la vieron con el arco en la mano, apuntando a Gawen.
Eso significaba que ellos confiaban ciegamente en la habilidad de Meg, por
lo que Evan dedujo que el disparo de aquel día no había sido producto de la
suerte. Meg era excepcional con el arco. Nunca había visto nada parecido.
Evan frunció el entrecejo cuando vio la palidez en el rostro de Meg,
antes de que se tambaleara un poco.
—Aili, ¿estás bien? —preguntó Meg costándole de repente
mantenerse en pie.
Había tenido que hacer un tremendo esfuerzo al levantarse cuando
escuchó voces en el pasillo. Cuando oyó a una de las muchachas decir con
voz angustiada a uno de los hombres McAlister que Gawen tenía retenida a
Aili en el salón y amenazaba con matarla, casi pensó que no llegaría a
recorrer el pasillo y bajar las escaleras. Al salir pidió a la muchacha que le
trajera con presteza el arco y las flechas de los aposentos de Andrew. La
miró como si se hubiese vuelto loca, e intentó que volviese a la habitación,
pero ante su mirada dura y cargada de fuego, fue a por el arco sin ninguna
reticencia más. No había tenido ningún plan, solo había bajado
concentrándose en llegar hasta donde estaba Aili, y cuando vio la imagen de
su hermana con un cuchillo en su garganta y la sangre deslizándose por su
cuello, sintió que nuevas fuerzas la recorrían, haciendo que tensara el arco y
que su pulso fuera igual de firme que en su mejor momento. Supo por la
mirada de Gawen que iba a matar a su hermana. Después de eso, todo lo
demás fue inevitable. No iba a dejar que nadie hiciera daño a los suyos.
Meg vio como los rostros de los que había presentes se volvían
borrosos de repente. Quizás después de todo, el esfuerzo que había hecho
era demasiado para su cuerpo, y supo a ciencia cierta que iba a desmayarse.
No pudo sentir la respuesta de su hermana a la pregunta que le había hecho,
porque antes de que un pensamiento más pudiese cruzar su mente, la
oscuridad la engulló.
Evan y Logan, corrieron hacia ella cuando vieron que Meg iba a
desmayarse. Su tez blanquecina y el pequeño tambaleo que acompañó a sus
palabras algo erráticas fueron signos inequívocos de ello. Evan llegó
primero, sujetándola a tiempo. Se quedó laxa contra su cuerpo antes de que
Evan la tomara entre sus brazos.
Logan llegó hasta ellos. Su expresión lo decía todo. Tenía la
mandíbula endurecida y sus ojos reflejaban el sufrimiento de los últimos
minutos.
—Está bien. Solo se ha desmayado por el esfuerzo. Ha estado
demasiado enferma para hacer lo que ha hecho. Ha sido excepcional. Jamás
había visto nada igual —dijo Evan mirándole con media sonrisa a fin de
tranquilizarlo. A pesar de la templanza que aparentaba, Evan podía ver su
inquietud.
—Así es mi hermana. Única —dijo Logan mirándole directamente a
los ojos.
Aili, todavía acompañada por Andrew y Dune McGregor que ya
había inspeccionado a su hija y la había abrazado para cerciorarse que
estaba bien, se acercaron hasta donde ellos estaban.
—Meg está a salvo. Solo le hace falta descanso —dijo Logan
asintiendo con la cabeza, mientras Evan ya se encaminaba con ella en
brazos hasta las escaleras. La mirada de incredulidad y admiración de
Malcolm y Colin cuando pasó junto a ellos, así como la de Helen, llenaron
de orgullo a Evan. Aquella pequeña mujer que llevaba entre sus brazos era,
como su hermano le había dicho y sin ningún lugar a dudas, única.
CAPÍTULO XXVIII

Meg no sabía cómo había llegado hasta ese punto. Después de varios
días de permanecer descansando por fin se había levantado y había
empezado a dar pequeños paseos por el castillo e incluso había salido al
exterior. Las miradas, las sonrisas, los gestos de asentimiento que veía a su
paso y el exquisito trato que le dispensaban los McAlister la emocionaron
más allá de las palabras. Su padre y Logan, que seguían allí bajo la
hospitalidad de los McAlister asombrosamente habían empezado a llevarse
bien con Evan y Andrew. En más de una ocasión los había descubierto
hablando distendidamente sobre diversos temas, e incluso alguna carcajada
se había escuchado en dichas conversaciones que ya carecían de la tensión
de antaño.
Meg no sabía cómo asumir todo aquello y su propia situación. Al
parecer, Evan habló con Aili, y la boda se celebraría en dos días, antes de
que su padre y su hermano junto a ella volvieran a casa.
Meg sintió un dolor agudo y lacerante en el pecho de solo pensarlo.
No había vuelto a estar a solas con Evan desde el incidente en el que
mató a Gawen para salvar a su hermana, y aunque eso pudiese parecer que
hacía las cosas más fáciles, la verdad es que la estaba matando de forma
más lenta y eficaz que la flecha que le clavaron en el costado.
Amaba a su hermana al igual que al resto de su familia, más que a
nada en el mundo y por ellos daría la vida sin pensar. Sacrificaría lo que
hiciese falta, incluso su corazón, pero jamás pensó que dolería tanto, y que
la agonía de saber que lo perdería para siempre se clavaba como un puñal
en las entrañas, retorciendo su afilada hoja cada vez que le veía o algo le
recordaba a él.
—Estás muy pálida, mocosa. ¿Todo va bien?
Meg levantó la mirada para ver a su hermano Logan, que tomó
asiento cerca de ella. Estaban próximos a la entrada del castillo, donde unas
escaleras que daban a la parte posterior servían para apoyarse y ver el
maravilloso paisaje que les rodeaba.
—Todo bien —dijo Meg intentando esbozar una pequeña sonrisa.
Logan cogió un mechón de pelo de su hermana que se había escapado
hacia delante y le ocultaba parcialmente el rostro. Con delicadeza, lo dejó
de nuevo sobre su hombro mientras la miraba atentamente.
—Sabes que eso no es verdad. Puedo verlo. Si no quieres confiar en
mí y contarme qué te pasa lo respeto. Siempre has acudido a Aili para
confiarle tus cosas, pero sabes que puedes hablar conmigo cuando quieras.
El hecho de que no le hayas contado nada a Aili me hace pensar que lo que
te ocurre es algo que no puedes confesarle a nuestra hermana. ¿Quizás algo
relacionado con lo que sientes por su futuro marido?
La cara de Meg no pudo ser más expresiva. Su hermano la había
sorprendido de tal manera que no había podido controlar su reacción.
—¿Qué estás diciendo, Logan? Yo no albergo ningún tipo de
sentimiento hacia laird McAlister —contestó Meg intentando salvar una
situación delicada.
Logan esbozó una sonrisa. A Meg le sorprendió ver la sombra de la
tristeza en sus ojos.
—Disimulas muy bien, Meg, pero olvidas que soy tu hermano y que
te conozco. Más de lo que piensas. He visto cómo le miras, y también cómo
te mira él a ti. Ese tipo de mirada no es producto del capricho. La conozco
demasiado bien como para no reconocerla. ¿Por qué, Meg? ¿Por qué te
haces esto?
Meg miró hacia otro lado intentando pensar en qué decirle a su
hermano para que este la dejara tranquila, para poder volver a tener el
control de sus emociones que en ese momento se estaban rebelando y no
atendían a razones ni a lealtades.
Logan no le permitió rehuir la conversación ni la mirada. Le cogió
suavemente la cara con los dedos y la hizo volver el rostro hacia él.
Cuando vio en la mirada de su hermano la comprensión, la absoluta
resolución de no dejarla sola en esos momentos, Meg hizo algo que no
había hecho en mucho tiempo. Se rindió a sus emociones, se lanzó a los
brazos de su hermano y lloró. Un quejido apenas audible salió de sus labios
y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas casi en absoluto silencio
mientras temblaba por los sollozos que intentaba acallar. Logan la abrazó
fuerte y le dio un beso en la cabeza mientras dejaba que ella terminara de
desbordar el río emocional que salía a borbotones de su interior.
—Lo amo, Logan —dijo Meg casi en un susurro.
—Lo sé, pecosa —le dijo Logan separándose un poco de ella, lo
suficiente para que Meg lo mirase—. Ahora lo que quiero saber es qué vas a
hacer al respecto.
—No puedo hacer nada —dijo Meg estremeciéndose al decir esas
palabras—. No puedo dejar que Aili se sacrifique una y otra vez por
nosotros. Se merece ser feliz y Evan es el mejor hombre que conozco.
Además, ¿qué derecho tengo yo? Quizás él no sienta lo mismo por mí.
Accedió demasiado deprisa a casarse con Aili. Quizás prefiera a nuestra
hermana antes que a mí. Sería lo lógico. Aili es la mejor persona que existe
en este mundo. No es un completo desastre como yo, y además es muy
hermosa.
Las últimas palabras estaban dichas con el orgullo y el amor que se
profesa cuando se quiere de verdad, de corazón, a otra persona. No había en
esas palabras ni una pizca de envidia ni de rencor. Por eso Logan quería
tanto a sus hermanas. Eran nobles y generosas y lo daban todo por los que
amaban. Era cierto que él tenía mucha confianza con Aili, y su hermana
también con él. Se lo solían contar todo, mientras que Meg siempre había
acudido a Aili, pero eso no significaba que él no estuviese ahí para ella.
—Siempre se puede hacer algo, Meg. Todavía no están casados. Y
Aili lo entenderá perfectamente. Además, das por hecho que ella quiere
casarse con él. Tú has pensado que Evan es lo mejor para Aili, pero eso
tiene que decidirlo ella.
Meg levantó la mirada y la fijó en su hermano. Su relación con Logan
siempre había sido la de hermano mayor. Protector con ella, siempre se
estaban metiendo el uno con el otro, hasta que normalmente ella lo sacaba
de quicio. Aquella faceta de Logan que le estaba mostrando ahora, cuando
tanto necesitaba consuelo y consejo, no era lo habitual entre ellos, pero
sabía que le tenía cuando le necesitase, cuando las cosas se pusiesen
realmente serias, como en aquel momento.
—Gracias, Logan —dijo Meg con sentimiento.
Logan esbozó una sonrisa que le dio ese aspecto canalla que tanto
deslumbraba a las damas, sobre todo a las de la corte.
—¿Para qué están los hermanos mayores? —dijo soltándola mientras
le borraba con los dedos las huellas de las lágrimas sobre la mejilla—. Para
eso y para que los dejen en ridículo con el arco.
Eso hizo que Meg soltara una pequeña carcajada. Logan era
excepcional en la lucha, y con el arco era muy bueno, sin embargo, siempre
que competían, Meg le ganaba. Logan se metía con ella, llamándola pecosa
y pequeñaja, pero debajo de esas palabras y en sus ojos siempre había visto
un destello de orgullo por lo que era capaz de hacer Meg. Eso había sido un
regalo que siempre había atesorado en el corazón. A diferencia de otras
amigas cuyas habilidades u opiniones apenas contaban, su hermano siempre
la había valorado, siempre la había escuchado.
—¿Podrías ayudarme? —preguntó Meg ahora decidida.
Logan la miró, y guiñándole un ojo le dijo lo que esperaba.
—Siempre, pecosa.
CAPÍTULO XXIX

Estaba todo preparado para la boda. En solo unos instantes entraría la


novia y el padre Lean oficiaría la ceremonia, quedando Evan y Aili
legalmente casados para siempre.
Meg inspiró y expiró el aire de sus pulmones en un intento de
controlar los nervios por lo que iba a hacer. Sabía que en la sala contigua
estaban Evan y el padre Lean con Andrew y algunos miembros del clan
McAlister. Solo faltaba la novia y Logan. Dune McGregor, así como los
hombres de confianza del jefe McGregor que lo acompañaron a este y a Aili
cuando llegaron allí, ya estaban también dentro de la sala contigua.
Logan la miró y un brillo de admiración recorrió el azul de sus ojos.
—Estás preciosa —le dijo guiñándole un ojo.
—Esto es una locura. ¿A quién se le ocurrió? —preguntó Meg en un
momento cercano al pánico.
—A ti —dijo Aili con una deslumbrante sonrisa—. Quiero que sepas
que estoy muy orgullosa.
—¿Por suicidarme en público? ¿Porque el hombre al que amo me
rechace delante de todos los McAlister y algunos McGregor que después no
tendrán reparo en contar la historia cuando vuelvan a casa? ¿Porque la
enemistad que ha separado a estos dos clanes durante años y el odio que
existía entre ambos no será nada comparado al ridículo ejecutado por la hija
de Dune McGregor en el día de hoy y que dará lugar a miles de historias
que conocerán las próximas generaciones de McGregor durante cientos de
años? Seré recordada como Meg «la loca». No Meg «la astuta», ni «la
bondadosa», ni «la generosa», sino Meg la Loca —dijo señalando con un
dedo a su hermana mayor.
Aili le colocó hacia atrás unos rizos dorados que habían sorteado su
hombro y ahora descansaban sobre el busto de su hermana. La miró
apreciativamente. Un vestido de color verde musgo con el escote bordado
con hojas en hilo color dorado ensalzaba la figura de Meg que con el pelo
suelto y una pequeña corona de flores estaba absolutamente preciosa. Las
pecas se le señalaban más ahora que el rubor de sus mejillas se había
extendido.
— ¿Preparada? —le preguntó Aili dando por zanjado el tema y no
haciendo caso al discurso alterado de Meg.
—¿Habéis escuchado algo de lo que he dicho? ¿No deberíais actuar
como buenos hermanos y evitar que haga el ridículo más grande en la
historia de los McGregor? —preguntó Meg mirando a Logan y Aili
repetidamente.
—Después de que la tía Mary se emborrachara por error y se colgara
boca abajo de un árbol con todas las faldas tapando su cabeza y dejando al
descubierto parte de lo que a la naturaleza le pareció bien otorgarle, creo
que ese puesto ya está bien cubierto. Piensa que es bastante difícil superar
eso —dijo Logan sonriendo nuevamente mientras un brillo pícaro
destellaba en sus ojos.
—Tienes razón. Es difícil competir con eso. Preparada —contestó
Meg con entereza. Era imposible razonar con sus hermanos en ese
momento. Su locura se había extendido a ellos y los había seducido. Ya no
había vuelta atrás. Así que tenía que recobrar la compostura y rezar para
que todo acabase lo mejor posible.
Logan se colocó en medio de sus hermanas y cada una de ellas tomó
el brazo que le ofreció.
A Meg empezaron a sudarle las manos, le temblaba todo el cuerpo.
Tras lo que pareció una eternidad, abrieron la puerta que los separaba
del salón y la atravesaron. Meg tragó saliva en cuanto vio a todos los
asistentes. El clan McAlister parecía estar al completo.
Vio a Evan al final del pasillo y algo en su interior pareció
fragmentarse en mil pedazos. La respiración se le aceleró, así como el
corazón que martilleaba contra su pecho de forma agónica.

Evan miró hacia el pasillo y se quedó sin aire. Aquella preciosa


mujer, casi etérea y provocadoramente terrenal, estaba a escasos metros de
él, y sin embargo la lejanía que ella había impuesto entre los dos le estaba
matando.
Logan avanzó junto a sus hermanas y cuando llegaron junto a los
McGregor, Aili se deshizo del brazo de su hermano y ocupó su lugar junto a
los de su clan. Un leve murmullo seguido de un entusiasta clamor retumbó
en la sala. Los McAlister eufóricos no ocultaron la satisfacción de lo que
aquel gesto significaba. Porque la que seguía del brazo de Logan camino al
altar era Meg.
Cuando supieron que Evan se casaría con Aili y no con Meg, se
turnaron para ver a Evan y hacerle saber que estaban profundamente
dolidos y decepcionados. Ellos querían a Meg, decían que ya era una
McAlister de los pies a la cabeza y que no podía dejar que se escapara. Y
hasta los más reacios, después de lo del disparo de Meg, le juraron su más
absoluta lealtad. Meg era ya una leyenda entre los suyos. Un jefe McAlister
no podía tener mejor compañera en la vida que una mujer capaz de realizar
tal hazaña sin alterarse. Era magnífica, según los ancianos del clan.
Sin embargo, aquel no era el plan. Evan miró a Aili en busca de
alguna explicación.
Cuando habló con ella del enlace, le contó cuáles eran sus
sentimientos hacia Meg y la conversación que había tenido con ella. Que no
sabía por qué Meg había cambiado su actitud de forma tan drástica. Quería
saber la verdad. Quería saber si ella realmente sentía lo mismo por él o si
había sido todo un engaño.
Aili le había dicho que había intentado hablar con su hermana pero
que esta se había cerrado a mantener cualquier conversación sobre él, y eso
le dio esperanza. Aili le dijo que Meg solo se encerraba en sí misma cuando
algo le importaba muchísimo. Así que idearon un alocado y arriesgado plan.
Anunciarían la boda entre los dos, con el fin de que Meg reaccionara ante
ello. Sin embargo, aquel era el día de la boda y Meg no había reaccionado.
Evan iba a acabar con aquella farsa cuando el hecho de que Meg se
encaminara hacia al altar del brazo de Logan le golpeó con tal fuerza que
las piernas le temblaron.
Cuando llegaron a su altura, Logan dejó a su hermana junto a él.
Evan vio la mirada nerviosa de Meg y la determinación en sus ojos
¿Qué significaba aquello?
—Padre Lean, si nos disculpa… He de hablar con la que parece ser la
novia definitiva para aclarar algunas cosas —dijo Evan entre dientes
cogiendo delicadamente, pero con firmeza a Meg del brazo y saliendo con
ella por el lateral que daba a un pequeño cuarto contiguo.
—Por supuesto. Tomaos vuestro tiem…
El padre Lean no pudo terminar porque la puerta se cerró de un
portazo.
CAPITULO XXX

—No sé a qué estáis jugando, pero ¿me puedes decir qué demonios
significa esto? Se supone que la flamante novia iba a ser Aili y no tú —dijo
Evan conteniendo el enfado que iba incrementándose por momentos.
Meg miró a los ojos a Evan con gesto serio. La determinación que
sintiera momentos antes se estaba esfumando a pasos agigantados. Sin
embargo, levantó la barbilla y sacó la fuerza y el genio McGregor que
decían que estaba arraigado en ella como la mala hierba y se encaró con
Evan.
—Perdona que no te avisáramos con más antelación, pero la verdad
es que, si te vas a casar con alguna McGregor, esa soy yo. Aili queda
totalmente descartada. Es lo que hay.
Evan apretó la mandíbula ante tal respuesta. Esperaba a una Meg
sosegada y arrepentida que le explicara el porqué de su cambio de opinión.
Pero en cambio tenía a una guerrera McGregor frente a él con las pecas
doradas remarcando el puente de su nariz y sus mejillas, que estaban rojas
por el genio que desbordaba en aquellos instantes. Estaba magnífica.
—No me vale «es lo que hay». Aili se comprometió a ser mi esposa.
Tú me dijiste que no te casarías nunca. Fuiste tajante y no dejaste opción.
¿Y el mismo día de la boda esperas cambiarte por ella y que me parezca
bien? ¿Tan mezquino me consideras? No pienso casarme en estas
circunstancias —dijo Evan haciendo el gesto de dirigirse a la puerta para
salir y poner fin a aquella farsa.
Meg fue más rápida y se interpuso en su camino. Se apoyó sobre la
puerta y puso una mano al frente, sobre su pecho parándole en seco.
—Creí que eras lo mejor para Aili. Mi hermana siempre se ha
sacrificado por todos los demás. Esta vez se merecía lo mejor. Se merecía al
mejor hombre —dijo Meg rehuyendo la mirada de Evan. Le estaba
costando muchísimo pronunciar aquel alegato—. Y además tuve miedo —
continuó Meg. La agonía con la que había dicho las últimas palabras
removió el interior de Evan.
Evan puso una mano sobre la mano que Meg aún mantenía apoyada
sobre su pecho. Estaba seguro que ella ni siquiera se había dado cuenta de
que seguía apoyándose en él, pero Evan era plenamente consciente de ese
hecho. Él y cada pequeña parte de su ser, que la deseaban con
desesperación. Lo que le hacía esa mujer, cómo le hacía perder el control y
su buen juicio, era algo que no había experimentado jamás.
—¿De qué tienes miedo, Meg? —preguntó Evan instando suavemente
con sus dedos a levantar el mentón de la mujer que amaba y poder ver la
expresión de sus ojos.
Jamás pensó que el rostro de Meg pudiese adquirir un tono carmesí
más subido, pero no cabía duda de que lo había conseguido.
—No lo entiendes. No… no puedo —dijo Meg angustiada.
—Inténtalo —insistió Evan con intensidad.
Meg apretó la mano que tenía sobre el pecho de Evan, haciendo que
este tuviese que controlar el deseo abrasador que se apoderó de él.
—Me da miedo lo que siento por ti. Es un sentimiento tan fuerte que
estuve dispuesta a morir por ti. Me aterra.
Meg solo pudo levantar la mirada para ver la expresión de Evan antes
de que este se apoderara de su boca con ansia, con furia, con determinación,
con un deseo abrasador que caló hasta los huesos e hizo que Meg sintiera
las piernas volvérsele mantequilla. Toda ella empezó a temblar ante ese
asalto a sus sentidos con una maestría que la tenía totalmente subyugada.
Evan saqueó la boca de Meg con desesperación, tan abrumado por lo
que había escuchado que su propia reacción le asustó.
Sin saber cómo puso fin a ese beso y apoyó su frente contra la de ella
mientras sus alientos, sus respiraciones agitadas, reclamaban más de ese
intercambio demasiado efímero para saciar sus necesidades.
—¿Y crees que yo no tengo miedo, Meg? Llegaste aquí y lo
cambiaste todo. Con tu inteligencia, tu generosidad, tu orgullo, tu pasión, tu
belleza, tu seguridad… Me volviste loco. Jamás había sentido nada
parecido. Nunca pensé que pudiese enamorarme de esta manera, pero me
falta el aire cuando no estás. Me duelen las manos cuando no te toco y me
duele el alma cuando no me miras de esa forma desafiante y cautivadora
que me encadena a ti de forma inexorable. Te quiero, Meg, más de lo que
puedas imaginar. Te deseo tanto que me duele el mirarte y solo quiero pasar
el resto de mi vida contigo. Así que, sí. Te entiendo, porque ten pon seguro
que daría mi vida por ti, sin pensarlo, sin dudarlo. Me condenaría al infierno
si me lo pidieras.
Meg sintió cómo las lágrimas se desbordaban de sus ojos dando
rienda suelta a toda la emoción y tensión de los últimos días. Evan la
amaba, la quería y la deseaba igual que ella a él. Le parecía mentira, un
precioso sueño del que temía despertar.
—¿Y qué haces para que ese miedo desaparezca? —preguntó Meg
mirándole con tanta pasión que Evan temió perder el juicio, tumbarla allí
mismo y hacerla suya.
—Pensar en ti, pensar en nosotros jurándome una y otra vez que no
dejaré que nada ni nadie me aleje de tu lado.
—¿Ibas a casarte de verdad con Aili? —preguntó Meg con la
confianza adquirida después de las palabras de Evan, pero todavía con la
suficiente fragilidad como para temer que todo se viniese abajo.
—¿Tu qué crees? —contestó con voz ronca Evan—. Hablé con ella y
pensamos en llevar al límite esta farsa, a ver si eso provocaba alguna
reacción en ti, pero, no sé por qué, creo que Aili también ha estado
conspirando a mis espaldas contigo y con Logan. En cierta manera me
siento derrotado por el ingenio de los hermanos McGregor. No se lo digas a
nadie, pero si este es el resultado, por primera vez en mi vida no me importa
saberme vencido —dijo Evan tocando el pelo de Meg casi de manera
reverencial.
—Creo que deberíamos salir y decirles que al final la boda tendrá
lugar —continuó Evan con una sonrisa pícara que a Meg le aceleró el
corazón—. Más que nada porque el padre Lean tiene ya una cierta edad y la
espera puede que lo acerque aún más al Creador. No quiero ser el
responsable de tal acción.
Meg sonrió a su vez mientras Evan la cogía de la mano. Cuando
salieron al salón y los presentes vieron sus manos y la sonrisa que no
podían ocultar ni en sus labios ni en su mirada, los vítores y los clamores
por parte del clan McAlister no se hicieron esperar.
Dune McGregor miró a Meg, y la miró con orgullo. Su pequeña,
rebelde, testaruda hija, había conseguido ella sola algo que siglos de odio y
rencillas entre los dos clanes habían hecho casi imposible de imaginar.
Había unido a los dos clanes y había sanado el corazón de sus miembros.
EPÍLOGO

Meg volvió a la cama de la que llevaban sin salir más de 48 horas.


Debía sentir vergüenza ante lo que pensarían los miembros del clan
McAlister de ellos, pero las preciosas horas pasadas entre los brazos de
Evan y el recién descubierto poder del amor físico la tenían totalmente
seducida, desinhibida de tal forma que ella misma no se reconocía. Evan le
había dicho repetidamente durante las últimas horas que estaba sorprendido
y más que agradecido por esa faceta de ella que lo estaba matando sin
piedad, aunque sí con mucho placer. Meg se ruborizaba más de lo que
hubiese creído posible ante sus palabras, pero no lo suficiente como para no
volver a sus brazos y abandonarse a las sabias manos de Evan con un ansia
desbordada.
Si seguían así tendrían que sacarlos de la habitación para que no
cayeran enfermos. Esa idea hizo que una sonrisa se extendiera por sus
labios.
Menos mal que su padre y sus hermanos habían partido nada más
celebrarse la boda. Habían estado demasiados días fuera como estar más
tiempo allí.
Meg se había levantado a mirar por la ventana cuando creyó que Evan
estaba dormido, y ahora que pensaba en lo afortunada que era, volvía a
sentir el temor de que esa felicidad le fuese arrebatada.
Unas manos fuertes y seductoras tiraron de ella hacia atrás hasta que
Meg cayó sobre las sábanas de la cama, que se enredaron entre sus piernas
al quedar exquisitamente aprisionada debajo del musculoso cuerpo de Evan.
—Te he echado de menos —le dijo Evan mirándola a los ojos con tal
intensidad que Meg sintió la humedad extenderse en el mismo centro de su
femineidad.
Evan le quitó la manta con la que ella se había tapado al levantarse,
dejando al descubierto su cuerpo. Meg no tuvo tiempo de sonrojarse porque
Evan no le dio tregua para ello. Bajó su boca y acogió en sus labios su
pezón derecho, que chupó y succionó como si fuese un manjar exquisito.
Meg sintió que perdía el control de su cuerpo. De forma instintiva se abrió
para él y Evan se encajó entre sus piernas, posicionando su duro miembro a
la entrada de su cuerpo, rozando su sexo de forma agónica, casi como si
fuese una tortura, sin llegar a culminar el anhelo más profundo de Meg que
necesitaba sentirlo dentro, ahora, sin más esperas ni impedimentos.
—Evan, por favor —dijo Meg casi suplicando que él le diese la
liberación que tanto ansiaba.
—No quiero hacerte daño. Tienes que estar dolorida, Meg —dijo
Evan mirándola a los ojos. Ella pudo ver en su mirada la agonía que le
estaba provocando el controlarse en ese instante y eso la hizo sentirse
poderosa.
—No vas hacerme daño, y si no quieres que yo te lo haga a ti, hazme
tuya ahora —le dijo dando énfasis a la amenaza con un tono de voz duro y
algo ronco que hizo que Evan endureciese sus músculos bajo el contacto de
sus manos.
Evan se introdujo en su esposa de forma lenta, provocadora,
produciéndoles a ambos la más dulce de las torturas. Cuando comprobó que
Meg estaba bien, volvió la atención hacia su pecho izquierdo, cuyo pezón
se introdujo en la boca con la misma necesidad que la de un sediento en
mitad del desierto. Meg se arqueó y aquel movimiento hizo que un gemido
de placer, casi un rugido, surgiera de los labios de Evan.
Meg sintió que aquel movimiento también le había producido un
exquisito placer y volvió a repetirlo. Al principio de forma más tímida y
suave, pero a medida que Evan gemía y parecía volverse loco de deseo,
Meg se desató del todo. Las embestidas de Evan que se hicieron más
urgentes, fuertes y certeras, casi hicieron que Meg perdiera el juicio.
Arqueó de nuevo la espalda y movió las caderas como antes había hecho,
haciendo que las embestidas de Evan le provocaran un doloroso placer tan
intenso, tan hondo, que pareció partirla en dos.
Cuando creyó que no podría soportarlo más, Evan la besó en los
labios mientras bebía de ellos los gemidos de Meg que fracturándose en mil
pedazos fue presa de un orgasmo devastador. Momentos después, él se unió
a ella y con un rugido alcanzó el placer más intenso que había
experimentado jamás.
Ella acabaría matándolo si seguían así. Su esposa era una mujer
apasionada e increíblemente generosa e intuitiva en la cama. Si seguía así,
no llegaría hasta su primer aniversario.
La acunó entre sus brazos mientras enredaba sus dedos en aquel
cabello que lo había enamorado desde el primer día que lo vio. El día en
que se le cayó del pelo aquel pañuelo que escondía en su interior un tesoro.
Y pensar que parte de su vida siempre se había sentido con el hielo bajo sus
pies… Un paso en falso y todo se hundiría en las frías aguas.
Ahora, en cambio, sentía que tenía los pies bien plantados en el suelo,
unido a una mujer que le hacía sentirse capaz de volar.
Abrazó un poco más a Meg, cuya respiración le indicó que estaba
profundamente dormida. Dándole un suave beso en los labios, Evan se
entregó también al sueño, sintiendo que, con ella a su lado, todo era posible.
Todo.
CAPÍTULO I

Escocia, 1180

Había oscuridad, una tan inmensa que casi podía masticarla. Rogó
para que esa oscuridad la resguardara, para que no se extinguiese de
repente y el escenario que encontrase ante ella fuese aún más grotesco; sin
embargo, esos ruegos fueron en balde. Lo supo en cuanto una risa, carente
de vida, pero rebosante de la peor de las maldades, surcó la oscuridad, se
filtró a través de ella y resonó en sus oídos con tanta fuerza que apenas
pudo controlarse y no sollozar como una niña pequeña.
Cuando aquella risa no paró, sino que fue cobrando fuerza con la
cercanía, supo lo que vendría a continuación. Intentó moverse, echar a
correr, pero algo la retenía con tanta fuerza que ni siquiera se movió un
ápice de su posición actual. Estaba recostada sobre algo frío que le calaba
hasta los huesos.
Quiso gritar y pedir ayuda cuando sintió el contacto en su carne. El
de unas manos frías, sucias e invasoras, que subían por sus piernas y
querían llegar hasta sus muslos. Le hacían daño. Laceraban su piel con su
fuerza y su maldad a medida que iba adquiriendo una posición de fuerza
ante la que ella nada podía hacer.
Ese era el momento en que rogaba morir. Ella no era una cobarde,
pero en ese caso la muerte sería una compañera de viaje más que deseada.
Escuchó rasgarse una tela y un alarido resonó en sus oídos.
Aili se despertó empapada en sudor y con la respiración agitada. El
corazón le retumbaba en el pecho como si hubiese corrido una gran
distancia y las manos le temblaban en un acto reflejo que no podía evitar. Se
llevó una mano a la boca para acallar el sollozo que salió de ella y que iba
cargado con la más profunda de las agonías, porque aquella pesadilla, que
se repetía con más frecuencia durante las noches de las últimas semanas, la
estaba volviendo loca. Una pesadilla que solo Aili sabía que no era fruto de
su imaginación, sino del acto violento e inesperado de un miembro del clan
McNaill y cuyo recuerdo la acechaba día y noche. Un recuerdo
distorsionado y confuso al que no podía ponerle final y cuya laguna la
estaba martirizando si cabía aún más.
Aili se recostó de nuevo sobre las sábanas e intentó relajar su
respiración, ahora un poco menos errática y más lenta. El corazón parecía
recobrar su ritmo normal, aunque la presión que sentía en el pecho apenas
hubiese disminuido. Respiró hondo e intentó pensar en otra cosa. En algo
alegre. Sus pensamientos fueron inmediatamente a las noticias que habían
recibido hacía solo unas pocas semanas de su hermana Meg. ¡Estaba
embarazada! Era una noticia maravillosa y que puso de inmediato una
sonrisa en los labios de Aili. Un sobrino o una sobrina. Ya se la imaginaba
en sus brazos, correteando por la casa, y a ella mimándola como si le fuese
la vida en ello. Su padre, Dune McGregor, jefe del clan McGregor, había
recibido la noticia con un sabor agridulce. Se alegraba mucho por Meg y
por su marido Evan McAlister, jefe del clan McAlister, pero también se
preocupaba por su hija y su salud. Si bien era cierto que Meg era fuerte, la
madre de ellos murió cuando eran niños a causa de un parto duro y letal.
Ese recuerdo doloroso y amargo que todavía hundía sus garras en el pecho
de Dune McGregor le hacía ser cauto y receloso dentro de una alegría
contenida y sincera.
Logan, en cambio, había sonreído como hacía tiempo que no le veía
hacer. Una pequeña arruga surcó la frente de Aili al pensar en su hermano.
Él había cambiado en los últimos meses. Aunque seguía en apariencia
siendo el mismo hombre encantador, diplomático y templado de siempre,
sabía que había algo que le estaba haciendo sufrir. Lo veía en sus ojos
cuando Logan pensaba que nadie más le miraba. Era entonces cuando podía
ver los vestigios de un dolor que su hermano se afanaba en ocultar. Aili
sabía que tenía que ver con Edine.
Su hermano Logan era muy apuesto, y eso unido a su ingenio y su
posición lo hacían el centro de las miradas y deseo de la mayoría de las
mujeres de la corte. Sabía que Logan había tenido relaciones con más
mujeres de las que ella tenía conocimiento, sin embargo, su hermano
siempre había sido claro y justo en tales encuentros, pero desde que tenía
uso de razón solo había visto a Logan enamorado una sola vez: de Edine.
Una relación que mantenían en secreto pero que clamaba a voces en
la mirada de ambos cuando estaban juntos. Aili jamás había conocido a dos
personas que hubiesen estado más hechas el uno para el otro que Logan y
Edine. Sin embargo, tras una larga ausencia de Logan por motivo de un
encargo del rey Guillermo, esa relación acabó abruptamente, sin
explicaciones, sin motivos aparentes. De repente Edine no estaba y su
hermano solo obtuvo una carta con escasas frases para poder reparar un
corazón hecho jirones. Eso jamás se lo dijo Logan, pero a ella no le hizo
falta. Conocía demasiado bien a su hermano. Él era además su mejor amigo
y su confidente.
Los primeros rayos de luz entraron por la ventana e iluminaron
parcialmente la habitación. Aili se dio cuenta entonces que desde que la
pesadilla la despertara había estado pensando y divagando durante por lo
menos dos horas, hasta que el alba la había atrapado de forma seductora,
sigilosa, creando figuras en su piel según la luz avanzaba más hasta
alcanzar la cama y a ella misma.
Desde que tenía uso de razón siempre se había levantado al alba. Así
que no perdió el tiempo. Se levantó, hizo sus abluciones matinales y
procedió a ponerse un vestido de color azul claro, de corte sencillo y
elegante. Sobre todo, era cómodo y le permitía desempeñar todas sus
funciones, que a lo largo del día se multiplicaban siempre por tres. Los
imprevistos en aquel castillo nunca faltaban.
Unos golpes en la puerta de su habitación hicieron que dejara de
forma prematura el arreglo de su pelo, que ya tenía prácticamente
semirrecogido con un sencillo peinado.
Aili abrió la puerta. Era Anna, miembro del clan que trabajaba en el
castillo desde que ella era niña. Se encargaba del mantener limpias y en
orden todas las habitaciones y era una buena y fiel amiga.
—Un jinete acaba de traer esta carta desde la corte. Quizás sea
vuestro hermano. He pensado que desearías tenerla cuanto antes.
Aili sonrió abiertamente a Anna, que con su sonrisa habitual
siempre le transmitía alegría y tranquilidad.
—Muchas gracias, Anna. En un momento estoy contigo. A pesar de
que hace ya unos meses que se casó, mi hermana todavía no tiene todas sus
cosas con ella. Si tienes un rato esta mañana, me gustaría que las miráramos
juntas y las metiéramos en un baúl para poder enviárselas.
—Claro, cuando quieras. Esos vestidos tan bonitos que tiene no
podrá ponérselos dentro de poco. Es mejor que los utilice ahora —dijo
Anna con una franca sonrisa que hizo que Aili sonriese a su vez. Entre los
McGregor, la noticia del embarazo de Meg había sido motivo de alegría. Ya
era hora de que hubiese una buena noticia en el seno de la familia.
Anna se marchó y Aili entornó de nuevo la puerta de su habitación.
Le parecía raro que Logan le mandara otra carta cuando hacía solo dos días
que había recibido unas líneas suyas contándole que dentro de pocos días
volvería a casa.
La sonrisa se le borró de la cara y el estómago se le contrajo como si
hubiese recibido un golpe cuando al abrir el sello vio la letra con la que
estaban escritas las pocas líneas que había en su interior. Se llevó la mano al
pecho intentando controlar su respiración, que se había vuelto superficial y
trabajosa. Mentalmente se obligó a tranquilizarse, aunque le estaba
resultando prácticamente imposible.

Querida Aili,
Los asuntos que me retenían en la corte pronto llegarán a su fin y
estaré libre para volver a mi hogar durante un tiempo. Creo que no es
necesario que te recuerde que fui más que considerado al darte este tiempo
para que te hicieras a la idea de ser mi esposa y que pensaras en lo
inevitable a mi vuelta, nuestro compromiso y prontas nupcias. Sé que,
aunque los nervios te llevaran a ser reacia al principio, habrás tenido
tiempo para meditar tu respuesta y habrás comprendido que nuestra unión
es lo mejor que puede ocurrirte. No creo que deba volver a decirte lo que
pasaría si intentas negarme el derecho a pedir tu mano y a hacer realidad
mis deseos. No quiero ver tu reputación manchada y a ti repudiada, y a tus
seres queridos envueltos en una guerra que segaría más de una vida
valiosa para ti. Espero gozar de tus favores pronto, pero ya como mi esposa
y posible futura señora del clan McNaill.
Tuyo: Clave McNaill.

Aili sintió ganas de vomitar. ¿Cómo se atrevía ni siquiera a expresar


de aquella forma lo que la estaba obligando a hacer? Cómo deseaba poder
cerrar los ojos, pensar que aquello solo era una pesadilla y despertar
sabiendo que todo había sido un mal sueño. Sin embargo, por más que
intentara olvidar, por más que a cada instante pensara en la forma de salir de
aquella pesadilla sin tener que unirse a ese hombre, no había ni un instante
en que no supiera que su destino estaba más que sellado y que si quería
proteger a sus seres queridos no tenía alternativa alguna.
Con esa convicción, que pesaba en su interior como un enorme
bloque de piedra que la ahogaba y la mataba cada día un poco más por
dentro, recompuso su imagen, puso una sonrisa en la cara y salió de la
habitación. En aquellos meses se había hecho una experta en disimular, más
aún si cabía, sus sentimientos y sus reacciones. Solo tenía que aguantar ese
día, se dijo. Mañana tendría que volver a convencerse de lo mismo, tendría
que repetirse las mismas palabras y tendría que aguantar un día más.
CAPÍTULO II

Andrew McAlister se detuvo a escasos metros del inicio de las


tierras del clan McGregor. Después de realizar la visita al clan Campbell y
de hablar con Alec, amigo y jefe de dicho clan acerca de la próxima
reunión, Andrew dio un pequeño rodeo para ir a ver a los McGregor, pero
sobre todo para convencer a Aili de que fuera a pasar unos días al hogar de
los McAlister.
Con esa determinación siguió el camino junto a varios de sus
hombres, compañeros de armas y amigos como su primo Calum, a quien
por ser varios años más joven que él, todavía le faltaba algo de madurez.
—Hay que tener ganas de volver a ver a los McGregor tan pronto.
La verdad, todavía no comprendo qué hacemos aquí —dijo Calum mirando
a su primo con el entrecejo fruncido, nada contento con el pequeño rodeo
que estaban dando antes de volver a casa.
Andrew le miró antes de contestar, pero sin detener su montura.
—Ya te lo he explicado. Meg está llevando muy mal su embarazo
estas primeras semanas y Evan quería saber si Aili podía pasar unos días
con su hermana a fin de aliviar en cierta medida su malestar. Evan piensa
que la compañía de Aili tranquilizaría a Meg, y yo también lo creo.
Evan McAlister, jefe del clan McAlister y hermano mayor de
Andrew se había casado hacía unos meses con Meg McGregor, después de
una serie de enredos, engaños y malentendidos que hizo que ambos clanes,
enemigos acérrimos desde siglos atrás, quedaran emparentados y unidos
con los lazos del matrimonio. Un matrimonio que había sido concertado en
principio por el Rey Guillermo de Escocia para tal fin. Nadie apostaba por
aquel enlace, sin embargo, después de todo lo que había pasado en los
últimos meses ese matrimonio no solo era verdadero sobre el papel, sino
que también se manifestaba en los sentimientos mutuos de Evan y Meg.
Había que reconocer que Meg era una fuerza de la naturaleza. Tan
pequeña pero tan llena de vitalidad. Se había hecho pasar por otra persona y
se había introducido en el castillo con una identidad falsa para poder
conocer a Evan y saber si todo lo que decían de él era cierto, y de paso
salvar a su hermana mayor Aili de un enlace no deseado. Había envenenado
sin querer a casi la totalidad del clan en su primera noche allí y después de
eso no había parado de armar una detrás de otra. Sin embargo, se ganó el
cariño y respeto de todo el clan, y cuando salió a la luz su verdadera
identidad ya era demasiado tarde: Evan se había enamorado, y el clan al
completo había caído rendido a sus pies.
Calum siguió con el entrecejo fruncido. No sabía por qué tenían que
tomarse tanto esfuerzo. El hecho de que Meg estuviera llevando mal su
estado no significaba que ellos tuvieran que alargar la expedición más
tiempo. Estaba cansado y quería volver a casa de una vez.
Andrew bajó del caballo cuando llegaron a las puertas del castillo
del clan McGregor. Varios hombres y mujeres se les habían quedado
mirando en su paso por las tierras del clan antes de llegar hasta allí. Aunque
la unión entre las dos familias había suavizado la relación entre ambos,
seguía existiendo cierto recelo entre ellos. Tantos años de encarnizada
enemistad no podían borrarse en solo unos pocos meses. De hecho, había
quienes, aunque no lo demostraran abiertamente, seguían odiando a los
miembros del otro clan y no aceptaban en su fuero interno esa unión.
La puerta del castillo se abrió y salió uno de los hombres de
confianza de Dune McGregor. Andrew lo reconoció de la vez que
acompañaron al jefe McGregor cuando estuvieron en tierra de los
McAlister, meses atrás.
—McAlister, estás un poco lejos de tu hogar, ¿no te parece? —dijo
Angus McGregor parándose a escasos metros mientras separaba las piernas
y cruzaba los brazos a la altura del pecho.
—No sabes cómo me gustaría no tener que ver tu fea cara en este
instante, pero el deber me ha hecho tener que venir hasta aquí para ver a tu
señor —contestó Andrew con su eterna sonrisa en los labios.
La tensión del momento se palpó entre todos los presentes hasta que
Angus, soltando una carcajada, relajó su postura.
—De acuerdo, McAlister. Podéis dejar las monturas allí enfrente.
Son los establos. Os espero aquí mientras avisamos al jefe.
—También me gustaría saludar a Aili —dijo Andrew que no pudo
sino observar como la pequeña sonrisa de Angus McGregor se volvía
recelosa ante su petición.
Antes de que este pudiese contestar, Aili apareció por uno de los
laterales del castillo. Llevaba una cesta con varias flores y hierbas. Las
mejillas sonrosadas evidenciaban el ejercicio realizado en su recolección.
Estaba claro que Aili había estado andando un buen rato bajo el sol a fin de
hacerse con la carga que llevaba en la cesta.
La cara de sorpresa cuando los vio allí dio paso a una de alarmante
preocupación.
Aili dejó la cesta en el suelo y corrió hacia donde ellos estaban.
—Andrew, ¿qué hacen aquí? ¿Está todo bien? ¿Meg se encuentra
bien?
Andrew sonrió intentando con ello que Aili se relajara.
—Sí, sí, tranquila, todo está bien. Venimos de estar unos días con el
clan Campbell y decidimos dar un pequeño rodeo para veros a ti y a tu
padre y traeros noticias sobre Meg.
Aili no dejó de mirar a Andrew a los ojos, intentando escudriñar si
lo que le había dicho era del todo cierto o había algo más.
Andrew volvió a sorprenderse de la respuesta de su cuerpo, de todo
su ser, cuando Aili estaba cerca. Había estado con mujeres, las suficientes
para tener una dilatada experiencia, y jamás había sentido nada parecido.
Solo habían coincidido unos pocos días, cuando se conocieron
meses atrás. Todavía podía recordar el golpe sordo que sintió en el
estómago cuando la vio por primera vez. Como si un puñetazo le hubiese
doblado en dos y le hubiese dejado sin aire. Había intentado racionalizar esa
reacción, justificarla e ignorarla durante los días que estuvieron todos juntos
bajo el techo McAlister, y cuando Evan se casó con Meg y por fin se
fueron, el vacío, intenso y cegador, lo había dejado más afectado de lo que
quería reconocerse a sí mismo.
Era una locura, una falacia sin sentido. Todo ello se lo había
repetido antes de aceptar que lo que sentía por Aili era algo irracional, que
no podía justificar ni explicar y que era mejor dejar a un lado. Eso era más
fácil de decir que de hacer ahora que la tenía delante nuevamente y que
volvía a tener la misma reacción ante su presencia.
—Andrew, no me ocultes nada. Si le pasa algo a Meg… —Aili
siguió mirando los ojos de Andrew que con aquella luz se veían más verdes
que nunca. Unas vetas de color castaño, dispersas como gotas de nieve
sobre su iris, le daban una intensidad de la que era difícil escapar. La eterna
sonrisa en los labios de Andrew iluminó su mirada que parecía ahora más
relajada, lo que hizo que Aili soltara el aire por primera vez desde que lo
viera a la entrada del castillo.
—Meg está bien. Te lo prometo —dijo Andrew frunciendo
ligeramente en el ceño cuando se percató de repente de las marcas oscuras
que bordeaban los ojos de Aili. Esas ojeras acentuadas era el síntoma
visible de que algo no iba bien. Falta de sueño, preocupación, alguna
enfermedad.
—¿Tú estás bien? —preguntó Andrew, quemándole los dedos por
no poder tocar la mejilla de Aili. Ese había sido el gesto natural que había
acompañado a sus palabras si hubiese seguido sus instintos.
Aili no esperaba tal pregunta. Vio una ligera preocupación en la
mirada de Andrew antes de que la escudriñara como si esperara encontrar la
respuesta a su pregunta en el rostro y las reacciones de Aili, y eso la asustó.
Nadie en esos últimos meses se había percatado de su infierno, de
sus pesadillas, y se había convencido de que podía seguir ocultándolas con
facilidad. El único que podría haberse dado cuenta de que algo no iba bien
hubiese sido Logan, pero su presencia prolongada en la corte no había
hecho posible su escrutinio.
No quería que nadie supiera lo que le pasaba y el hecho de que
Andrew, que apenas la conocía, se hubiese percatado de su inquietud la dejó
helada.
—Estoy perfectamente —dijo Aili con una tenue sonrisa—. Pero
qué desconsiderada soy. Como anfitriona no tengo perdón. Os tengo aquí
fuera cuando es evidente que habéis hecho un largo camino y estaréis
cansados. Por favor, venid dentro. La conversación tendrá que esperar hasta
la cena. Primero os prepararemos unas habitaciones, un baño caliente y
después una cena regada con el mejor vino.
—Eso no suena nada mal —dijo Calum que sin que se hubiesen
percatado, se había acercado a su primo para escuchar la conversación.
—Encantada de volver a verte, Calum —dijo Aili, arrancando de
Calum una tibia sonrisa al percatarse de que, aunque apenas se conocían,
ella se acordaba de su nombre.
Andrew vio como Aili, daba la vuelta y subía los pocos escalones
que llevaban a la entrada principal. Calum y él la siguieron mientras los
otros tres hombres llevaban las monturas a los establos para reunirse más
tarde con ellos.
A pesar de las palabras de Aili, Andrew no quedó convencido. Si
solo hubiese sido el cansancio, quizás…, pero la tristeza y la preocupación
que había vislumbrado por un instante detrás de la mirada azul cobalto de
Aili le hicieron comprender que ella no le decía toda la verdad, y eso no le
gustó. Se juró a sí mismo que descubriría qué le pasaba.
Con esa promesa siguió a Aili al interior, deseando por un instante
todo lo que ella les había ofrecido: un baño caliente y una buena cena.
CAPÍTULO III

La cena transcurrió de forma tranquila y cumplió todas las


expectativas. La promesa de Aili no fue en vano. Comieron carne guisada,
verduras y pan recién hecho, todo ello regado con un buen vino. De postre
tomaron un pastel de manzanas hecho por la propia Aili que hizo las
delicias de todos los comensales. Cuando sus hombres y los del clan
McGregor se levantaron de la mesa y se retiraron a descansar, quedando
solo el jefe del clan McGregor, Aili y él mismo, Dune McGregor miró
detenidamente a Andrew.
—Bueno, McAlister, ¿vas a decirnos de una vez cuál es la verdadera
razón de esta visita? Creo que he sido lo suficientemente paciente.
Andrew sonrió abiertamente. Cuando esa tarde Dune McGregor los
recibió, Andrew había visto la sorpresa y la preocupación en el rostro del
jefe del clan McGregor. Sin duda lo primero que había pensado al verlos
allí fue lo mismo que Aili, que algo andaba mal con Meg, sin embargo,
cuando Andrew lo tranquilizó en ese aspecto, la preocupación en el rostro
de McGregor había cambiado a una expresión de interrogación.
—Las tierras del clan Campbell no se encuentran precisamente de
paso por aquí, y no es un pequeño rodeo el que habéis dado así que, ¿cuál
es el motivo de vuestra presencia en mis tierras? —volvió a preguntar Dune
McGregor.
Andrew miró a padre e hija antes de contestar.
—Meg no está llevando muy bien estas primeras semanas de
embarazo y…
—Lo sabía, sabía que algo andaba mal con Meg. ¿Por qué me has
dicho que estaba bien? ¿Qué es lo que le ocurre? —preguntó Aili con
evidente angustia.
—¿La salud de mi hija corre peligro? Porque como me enteré de
que ha sido porque ese hermano tuyo no la trata en condiciones voy y lo
despellejo vivo —recalcó Dune McGregor con énfasis apretando los
dientes.
—Parad los dos —dijo Andrew levantando ambas manos—. No os
he mentido. Meg está perfectamente, pero las molestias propias del
embarazo en estas primeras semanas están haciendo que se comporte de
forma inusual en ella, por decirlo de alguna manera.
Dune McGregor relajó su postura mientras una pequeña chispa de
diversión apareció en sus ojos.
—En otras palabras, que mi hija está volviendo loco a tu hermano.
—Yo no lo hubiese resumido tan bien —dijo Andrew asintiendo con
la cabeza.
Aili miró a los dos hombres como si fueran un par de insensibles.
—Los primeros meses de embarazo pueden ser muy duros —dijo
Aili mirando seriamente a los dos—. Mi hermana es muy fuerte pero no es
invencible.
—Creo que Andrew no se está refiriendo a eso, hija —dijo Dune
con una pequeña sonrisa.
Aili miró a Andrew esperando algún tipo de explicación.
—Es verdad que Meg lo está pasando mal. Kate dice que a algunas
embarazadas se les agudizan más los síntomas en las primeras semanas.
Vomita casi todo lo que come, está cansada y se duerme por las esquinas,
pero Meg no se queja en absoluto. Ese no es el problema. El problema es
que está muy sensible, algo nerviosa, y que si antes la llamaban «la
mataclanes» ahora hay quien la llama directamente «la exterminadora».
Dune alzo una ceja en señal de pregunta, mientras Aili tenía una
expresión indignada por los apodos que le habían puesto a su hermana.
—Evan casi declara la guerra a tres clanes diferentes durante las
últimas tres semanas, y en todos los casos Meg estaba metida de por medio.
Como ejemplo, el malentendido con los McDonall y el perro del jefe del
clan. El pobre perro tenía una pata dañada y se lastimó aún más de camino,
cuando el jefe y varios de sus hombres visitaron a Evan para hablar sobre
una serie de robos de ganado de los que están siendo objeto. Cuando llegó a
nuestras tierras, el jefe decidió acabar con la vida del perro. Cuando Meg se
enteró se opuso a que el jefe del clan McDonall hiciese tal cosa. Cuando
McDonall le dijo que era su perro y que haría con él lo que le diese la gana,
Meg lo enfrentó, le clavó el dedo en el pecho, le llamó asno y bruto
ignorante. Le dijo que no hacía falta sacrificarlo porque lo que tenía se
podía curar y que solo un ser egoísta y malvado podría hacerle eso a su
perro. Después se echó a llorar y el jefe del clan dijo que Meg estaba loca.
Cuando Evan se enteró casi mata a McDonall por lo que le había dicho a
Meg.
—¿Que Meg se echó a llorar? Pero si Meg no llora desde que era
una niña —dijo Dune McGregor al que le estaba siendo difícil de ocultar la
sonrisa que se dibujaba en sus labios cuando se olvidaba de disimular.
—Sí, ese es otro de los efectos del embarazo. La otra noche Connor
cantó una canción después de la cena para los que estábamos en el salón, y
Meg se puso a llorar desconsoladamente. Tanto fue así que le entró hasta
hipo. Evan temió que aquello no parara nunca. Ha prohibido cantar delante
de Meg.
Ahora sí que Dune McGregor no pudo aguantar y soltó una
carcajada.
—¿Te hace gracia que Meg este así? —preguntó Aili a su padre con
cara de pocos amigos.
Dune McGregor compuso una expresión más seria cuando miró a su
hija.
—No es eso, hija. Solo que el destino a veces te da alegrías y
McAlister está recibiendo en este momento su merecido.
—Papa, ¿cómo puedes decir eso? —dijo Aili con evidente tono de
reproche.
—Porque yo pasé lo mismo con tu madre. Tu madre era más
tranquila que Meg, pero cuando se quedó embarazada de Logan, temí que
me volviera loco. No se lo deseo a nadie. Bueno, a McAlister quizás sí.
—¡Padre! —exclamó Aili indignada.
Andrew también se rio ante la evidente satisfacción de McGregor
con el infortunio de Evan.
—¿Tú también? ¡Pero si es tu hermano! — exclamó Aili incrédula
con lo que estaba escuchando.
Andrew dejó de reírse, pero la chispa de diversión estaba claramente
reflejada en sus ojos que brillaban con picardía y en la amplia sonrisa que
su boca no podía ni quería ocultar.
—Yo quiero mucho a Evan, pero es divertido verle en esta situación.
—No me lo puedo creer. Meg va a tener razón, pero no solo con
McDonall. Va a ser que hay más de un asno en la familia.
Lejos de insultarles, las palabras de Aili consiguieron el efecto
contrario y tanto Dune McGregor como Andrew prorrumpieron en
carcajadas.
—Esto es intolerable. Voy a ir a la cocina a por algo de beber, a ver
si entretanto se os pasa el ataque de risa.
Las carcajadas aún más fuertes se escuchaban por el pasillo cuando
Aili, maldiciendo por bajo abandonó el salón.
Cuando unos minutos más tarde ambos hombres dejaron de reírse,
Andrew miró a Dune McGregor.
—Evan quería saber si Aili estaría dispuesta a venir con nosotros y
quedarse con Meg unos días. Cree que la tranquilizaría. En honor a la
verdad, a Evan no le inquietan tanto sus síntomas ni sus estallidos de llanto
como el hecho de que la nota muy nerviosa y que no duerme bien. Teme por
su salud si sigue así, y cree que la presencia de Aili le vendría muy bien.
Dune McGregor se puso más serio sin abandonar del todo la sonrisa
de sus labios.
—En cuanto se lo digas a Aili empezará a recoger sus cosas y a
preguntarte que a qué hora salís.
—¿A usted le parece bien? ¿Está de acuerdo? —preguntó Andrew
cogiendo su copa y vaciando el poco vino que quedaba en el fondo. Aili
todavía no había vuelto de la cocina. Esperaba que trajera algo de agua. Si
iban a salir dentro de unas pocas horas prefería mantener la cabeza
despejada.
—Todo lo que sea por el bienestar de mis hijas me parece bien. Voy
a echar de menos a Aili. Ella es el espíritu de esta casa, pero Meg la
necesita ahora más que nosotros.
—¿Nosotros? —preguntó Andrew dejando la copa encima de la
mesa.
—Verás, muchacho, Meg siempre ha sido la rebelde, la que nos traía
de cabeza a todos, pero a la vez la que llenaba de vida y de risas estas
paredes. Aili es la fuerza. La que nos mantiene unidos, no solo a nuestra
familia sino también al clan. No hay día que alguien no recurra a ella por
algún problema, para contarle algo o para pedirle ayuda. Y Aili siempre
está ahí. Siempre.
Andrew asintió, comprendiendo perfectamente lo que Dune
McGregor le estaba diciendo. En el caso de los McAlister, su hermano Kerr,
hasta el día de su muerte, fue exactamente eso para ellos y su clan.
—Cuidaremos bien de ella mientras esté con nosotros —dijo
Andrew con más seriedad de la que estaba acostumbrado a hablar.
—Aunque me cueste reconocerlo, lo sé —dijo Dune McGregor—.
Nunca habría dejado a Meg en manos de tu hermano si no hubiese sabido
que él la protegería con su propia vida.
—Él y todo el clan. Meg se ha ganado el cariño y respeto de todos.
Tendría que haber visto como en estas semanas todos se esfuerzan por
ayudar y hacer más fácil cada minuto del día de Meg. Casi hacen cola para
destrozar a McDonall cuando la llamó loca.
Andrew hablaba en serio cuando había dicho que todo el clan estaba
más que dispuesto a dar su vida por Meg. Él mismo se había encariñado con
su cuñada de una forma que no esperaba posible. Meg tenía un sexto
sentido para percatarse de lo que Andrew ocultaba tras su sonrisa, su
continuo estado de buen humor y sus respuestas irónicas. Y en vez de
preguntar, le había dado su espacio, pero siempre haciéndole saber que
estaba ahí por si la necesitaba. Todavía se acordaba, unos días después de la
boda, cuando en una conversación alguien le preguntó cuántos hermanos
tenía. Ella contestó sin dudar, sin pensar que tenía dos. Logan y Andrew. Y
así había sido desde entonces. Se había mostrado como una hermana en
todo momento. Le dio su confianza a ciegas y Andrew valoraba aquello
mucho más de lo que era capaz de expresar, de lo que jamás podría
reconocer.
Aili llegó en ese momento con una jarra de agua y más tarta de
manzana.
—Veo que ya se os ha pasado el ataque de risa. Por si acaso traigo
agua y algo para comer.
—¿Agua? —preguntó Dune McGregor con evidente disgusto.
—Temí que con tanta risa pudierais atragantaros —dijo Aili entre
dientes mirando a los dos.
—Aili, Andrew tenía una proposición que hacerte.
Andrew pasó a decirle a Aili el propósito de su visita y si estaría
dispuesta a ir con ellos hacia tierras McAlister para pasar unos días con
Meg.
—¿Cuándo partimos? —fue la única pregunta de Aili, que ya se
había puesto en pie, para dirigirse a su habitación y empezar a guardar lo
que se llevaría en el viaje.
Dune McGregor guiñó un ojo a Andrew cuando escuchó la
respuesta de su hija, lo que hizo que Andrew sonriera aún más, asintiendo
en señal de reconocimiento. No cabía duda de que el jefe del clan
McGregor conocía muy bien a sus hijas.
CAPÍTULO IV

Después de discutir más de media hora, Dune McGregor dejó partir


a Aili con Andrew y el resto de los McAlister sin que los acompañaran
varios hombres McGregor hasta el límite de sus tierras.
Tenían varios días de camino, y tendrían que hacer por lo menos dos
noches en algunos de los lugares posibles, entre las tierras de ambos clanes.
Si hubiesen ido ellos solos hubiesen acampado al aire libre, pero yendo con
Aili, Andrew pensó en pasar, aunque fuera una de las noches en alguna de
las casas o posadas de algún clan vecino y amigo.
Aili resultó ser una experta amazona. Llevaban varias horas de viaje
cuando Andrew puso su montura a la altura de la de ella.
—Se te ve cómoda. He de confesar que me ha sorprendido un poco.
Aili miró a Andrew y sonrió levemente antes de contestar.
—¿Pensabas que no sabría montar?
Andrew sonrió ante la pregunta.
—No me refería a eso. Cuando Meg habla de ti…, bueno, baste
decir que me había imaginado que se te daban bien otras cosas. Cuando nos
conocimos, no tuve tiempo de saber cómo eras realmente.
Ahora fue Aili la que sonrió.
—Desde que mi madre murió cuando yo tenía doce años, sin querer,
sin proponérmelo, tomé las riendas de la casa en su nombre. Meg tenía dos
años menos que yo y Logan ya tenía catorce, pero estaba metido de lleno en
su entrenamiento. Con Logan todo era fácil, pero Meg era muy rebelde.
—¿De verdad? No me había dado cuenta —dijo Andrew
irónicamente, llevándose a cambio una mirada de reproche de Aili, aunque
su sonrisa, más amplia tras el comentario de Andrew, evidenciaba que se
estaba divirtiendo.
Antes de continuar señaló a Andrew con un dedo a modo de
advertencia. Si quería escuchar lo que tenía que decirle iba a tener que
permanecer calladito.
—Meg era muy rebelde y se escapaba. Yo la buscaba hasta debajo
de la cama, hasta que empecé a darme cuenta que siempre iba al mismo
sitio. A entrenar con el arco. Se pasaba las horas y las horas practicando.
Después de eso quiso que Logan le enseñara a luchar con la espada, luego
fue la caza, después ayudar a la curandera del clan, y un sinfín de cosas
más, pero ninguna tenía que ver con las cosas que solía hacer mi madre
cuando estaba viva. Creo que el alejarse de las cosas cotidianas que hacía
mi madre y centrarse en la práctica de esas disciplinas era su forma de
sobrellevar el dolor. Así que yo fui quien se hizo cargo de la gestión de la
casa y todo lo que conlleva. Además, era lo justo. Yo era la mayor. Aprendí
a llevar las cuentas y a estar ahí para cualquiera que tuviese un problema
que había que escuchar. Sin embargo, tenía una cosa que era solo mía, y
aunque no podía hacerlo a menudo, sí lo suficiente como para mantenerme
cuerda durante aquellos meses de duelo.
Andrew la miró fijamente, atento a cada una de sus palabras. No
sabía por qué, pero la forma que tenía Aili de hablar, de narrar un suceso, de
exponer un hecho e incluso de contar una historia, era especial. Su voz
cálida y suave, la forma de expresarse, cómo movía ligeramente la cabeza
cuando hablaba, todo ello le mantenía absorto en su explicación.
—Montar a caballo ¿verdad? —dijo Andrew refiriéndose a esa cosa
que hacía Aili y que era solo suya.
Aili, sonrió abiertamente y Andrew sintió que el aire se volvía más
denso.
—Sí, exacto —contestó Aili con la mirada un poco perdida en los
recuerdos—. Antes de Nocturno —siguió Aili tocando suavemente al
caballo que estaba montando— tuve otro caballo que se llamaba Trueno. Se
lo regaló a mi padre mi tío Angus. Era prácticamente salvaje y muy
hermoso. Y rebelde, muy rebelde. Yo me escapaba por las tardes y visitabas
las cuadras. Allí me sentía en paz. Conecté con Trueno de una manera
inusual. Al poco tiempo la única que podía acercase a él y darle de comer
era yo, hasta que conseguí montarlo y salir a galopar con él. Cuando mi
padre se enteró casi le da un ataque. Me dijo que con Meg ya tenía
suficiente. Que si yo quería rematarlo y mandarlo también al otro mundo.
Andrew soltó una pequeña carcajada al imaginarse a Dune
McGregor haciéndose cargo de la diablilla de Meg y de Aili.
—¿Y te prohibió montar? —preguntó Andrew pensando que el jefe
del clan seguramente había cortado por lo sano.
Aili le miró y con una sonrisa pícara negó con la cabeza.
—No le di oportunidad. Me seguí escapando por las tardes o a
primera hora de la mañana para montar a Trueno. Se dio por vencido
cuando me vio montar y también cuando tomó conciencia de lo cabezota
que era su hija mayor.
—Ya veo —dijo Andrew con una sonrisa de medio lado—. Tendré
en cuenta ese rasgo. Cabezota. No lo hubiese creído.
Aili rio abiertamente y a Andrew le cogió por sorpresa lo que aquel
sonido musical y lleno de diversión provocó en su pecho.
Varias horas más tarde el sol comenzó su peregrinaje deslizándose
hacia el horizonte para desaparecer tímidamente tras él. Andrew hizo
detener la marcha por ese día. Habían parado solo para comer, pero a pesar
de ello no habían podido llegar a tierras seguras donde pernoctar.
—Tenía pensado hacer un alto mañana en casa de Flora y Gordon
McArthur. Son aliados de los McAlister y Flora es prima nuestra. Espero
que no te importe que esta noche tengamos que dormir al aire libre, en
medio del bosque.
Aili, que había sacado ya algunas de sus cosas de las alforjas que
llevaba en su montura, miró a Andrew con una sonrisa.
—No te preocupes tanto por mí. No me voy a romper. He dormido
con mis hermanos en más de una ocasión bajo las estrellas, cuando hemos
tenido que viajar y no había algún refugio cerca. Y, sinceramente, a mí
siempre me ha gustado.
Andrew alzó una ceja mientras una sonrisa algo canalla se instalaba
en sus labios.
—Las piedras del bosque clavándose en el cuerpo mientras
duermes, el aire frío de la noche calándose hasta los huesos, la comida fría
y casi incomible en los estómagos. Sí, ya veo dónde ves la magia —dijo
Andrew guiñándole un ojo.
Aili soltó una carcajada.
—Lo digo en serio, y sé que a ti también te encanta. Todavía no he
conocido a ningún highlander que prefiera dormir con un techo sobre su
cabeza antes que hacerlo bajo el manto de las estrellas.
—De acuerdo. Entonces tendré que aceptar tu palabra de que te
parece bien que pasemos esta noche aquí —dijo Andrew haciendo un gesto
con la mano dando solidez a tal afirmación.
Aili asintió con la cabeza mientras veía cómo el resto de los
hombres McAlister, cuatro en total, empezaban a moverse por el claro,
dejando sus monturas en uno de los extremos y colocando algunas cosas en
el centro.
—Hay un riachuelo a unos metros de aquí. Si necesitas acercarte,
dímelo —dijo Andrew que vio como Aili se ruborizaba un poco.
—La verdad es que me gustaría asearme un poco, y… tener algo de
privacidad.
Andrew sabía a qué se refería. Llevaban todo el día de viaje y solo
habían parado una vez.
—No hay motivo para esperar algún peligro, pero tampoco quiero
que te alejes sola. Si no te importa, te acompañaré. Juro que me mantendré
lo suficientemente alejado para no saber que estás haciendo, pero para
escucharte si hay peligro —se apresuró a aclarar Andrew cuando vio la cara
que puso Aili al decirle que la acompañaría—. Si algo te ocurriera, tu padre,
Logan, Meg e incluso Evan harían cola para despellejarme vivo. Es algo
que no ansío probar. Así que apiádate de mí y evita así mi posible
sufrimiento.
Aili volvió a sonreír. Hacía meses que no se sentía tan tranquila y
tan animada como esa noche. Sin poder evitarlo se sorprendía a sí misma
riendo de algún comentario o gesto de Andrew McAlister. El hecho de que
por unos minutos fuese capaz de olvidar lo que la angustiaba era algo que
no podría agradecerle suficiente.
Andrew frunció el ceño cuando vio apagarse la alegría que
momentos antes había estado presente en las facciones de Aili, quedando
reemplazada por una ligera angustia que esta se esforzaba por ocultar.
—Está bien. Confío en ti —dijo Aili mirándole a los ojos.
Andrew no sabía bien por qué, pero ese gesto, esas simples palabras
dichas por ella agitaron su respiración. Se sintió como si le otorgase un
valioso presente. No sabía porque, pero por la forma en que lo dijo, Andrew
casi podría jurar que Aili no estaba acostumbrada a confiar en nadie aparte
de su familia. Así que aquello le cogió totalmente desprevenido.
—Entonces más me vale no decepcionarte— dijo Andrew viendo
como Aili relajaba su expresión e incluso su postura al escuchar su
respuesta.
Andrew cumplió su promesa y acompañó a Aili quien después de
asearse lo imprescindible volvió al campamento improvisado junto a
Andrew que la esperaba al borde del mismo.
Para cenar, Aili sacó de sus alforjas varias viandas que se había
llevado del castillo para su viaje. Los hombres sonrieron animados cuando
vieron queso, pan, carne fría y un trozo de pastel de manzana. En
comparación con los víveres que llevaban ellos, más imperecederos, pero
menos sabrosos, aquello era un festín.
Aili comió en silencio mientras escuchaba la conversación de los
hombres. Se dio cuenta de que intentaban, aunque a veces sin mucho éxito,
no sacar algunos temas que no se consideraban adecuados para una dama.
Sin embargo, sobre todo Calum, por su corta edad a veces se olvidaba de su
presencia y decía algo que hacía subir el rubor a las mejillas de Aili. Algún
chiste algo escandaloso, o algunas expresiones cargadas de connotaciones
sexuales. Aili no pudo sino sonreír al ver las caras de los demás al darse
cuenta de que ella estaba presente cuando se comentaba algo fuera de lugar
y las dos collejas que se llevó Calum de uno de los hombres de más edad al
hacer varios chistes que no se considerarían apropiados ni en un burdel.
—Perdona a Calum. No está acostumbrado a que viajemos con
damas —dijo Andrew cuando Aili estaba guardando el trozo de queso y
algo de la carne y el pastel que habían sobrado de la cena.
—No te preocupes. Tengo un hermano y primos. No voy a
ruborizarme tan fácilmente.
Andrew miró a Aili. Era tan dulce y tan comprensiva... Lo hacía
todo más fácil y eso era una rara cualidad.
Aili terminó por guardar las cosas bien en sus alforjas para el día
siguiente, y sacó una manta que llevaba para tender en el suelo.
—Si necesitas algo más de abrigo, dímelo. Puedo dejarte un tartán.
Aili inspiró hondo y le miró de forma acusatoria.
—¿Dormir con los colores de los McAlister? Si se enterase mi padre
ardería media Escocia.
Esta fue la ocasión de Andrew para reír abiertamente sobre todo por
la mueca que hizo Aili al final.
—Era broma. Tengo una manta —dijo Andrew divertido.
—Muchas gracias, Andrew, pero creo que no será necesario. No es
una noche demasiado fresca.
Unos minutos más tarde Aili deseo buenas noches a los hombres y,
alejándose solo unos pocos metros para tener algo de privacidad, se acostó
sobre la manta, tapándose con el otro extremo.
Andrew estaba junto a los hombres, pero no podía prestar atención a
la conversación. Toda su atención estaba centrada en la mujer que estaba
tendida a escasos metros de él. La había visto removerse un poco durante
un rato hasta que pareció caer dormida. No sabía por qué, pero en ese
momento le pareció de extrema importancia saber si ella estaba cómoda, si
estaba lo suficientemente abrigada con la manta o si le costaba conciliar el
sueño con las voces de sus hombres que seguían hablando. Esas cuestiones,
que nunca antes le habían parecido tan importantes, no dejaban de ocupar
su mente una y otra vez como un molesto picor imposible de aplacar.
Intentando dejar a un lado esos pensamientos trató de centrarse en los
chistes de Calum que, pensando que Aili estaba dormida, volvió a ellos con
más intensidad, hasta que una hora más tarde el campamento estaba
totalmente en calma y en silencio, con los hombres durmiendo en el centro
y Andrew un poco más alejado, cerca de Aili.
Un sollozo rasgó el silencio de la noche. Al principio era tan tenue
que apenas era audible, pero poco a poco fue cogiendo fuerza hasta que los
sollozos se mezclaron con un grito angustioso capaz de congelar la sangre
en las venas de quien lo escuchara. Andrew se despertó cuando ese grito
resonó en sus oídos. Saltó en un segundo y corrió hacia la persona que
gritaba, que no era otra que Aili.
Se arrodilló a su lado mientras esta se agitaba presa de una pesadilla.
Andrew sintió que su pecho se encogía con un nudo al ver la angustia
reflejada en el rostro de Aili que se movía de forma frenética mientras el
dolor parecía haberse adueñado de ella.
—Aili, despierta —dijo Andrew cogiéndola suavemente de los
brazos.
Aili sollozó y varias lágrimas se deslizaron por su mejilla
produciendo en Andrew un efecto demoledor. Se vio a sí mismo deseando
borrar aquellas lágrimas de su hermoso rostro y desterrar de su mente lo que
fuese que la estaba haciendo sufrir, y lo deseaba con tal ansia que sintió que
le temblaban un poco las manos.
—Aili, por favor, despierta —repitió Andrew, esta vez rozando con
la mano su mejilla. Fue un movimiento lleno de ternura y suavidad, que
pareció sacar a Aili de aquel terrible estado.
Ella abrió los ojos y cuando vio a alguien cerca, cerniéndose sobre
su cuerpo, volvió a gritar, esta vez con el miedo brillando en sus ojos.
—Tranquila, tranquila, soy yo, Andrew —insistió, intentando
tranquilizarla y parando en seco a sus hombres con una orden cuando estos
se acercaban también a ver cuál era el origen de la amenaza.
—Es solo una pesadilla —continuó Andrew, no solo para Aili sino
también para sus hombres, los cuales al comprobar que no había ningún
peligro real volvieron a echarse para seguir durmiendo.
Aili se fue despertando, saliendo de la neblina roja de dolor en la
que había estado inmersa. Como en las últimas semanas, el sueño había
sido tan real, tan vívido, que, aunque sabía que en ese preciso instante
estaba a salvo, no podía quitarse de encima el terror que la embargaba cada
vez que recordaba los hechos de aquel aciago día. Cuando vio a Andrew y
fue consciente de su presencia, el rubor, la vergüenza y el miedo se
adueñaron de ella.
—Lo… lo siento —consiguió decir, con la boca repentinamente
seca.
Andrew frunció el ceño aún más. No solo era la pesadilla sino el
miedo y la angustia que veía reflejadas en la cara de Aili lo que le
preocuparon y le convencieron de que la primera impresión al verla el día
anterior había sido correcta. A Aili le ocurría algo.
—Tranquila. ¿Una pesadilla? —preguntó Andrew sin quitarle los
ojos de encima.
Aili intentó relajar su postura y dejar de temblar antes de contestar.
Era consciente de que Andrew la estaba mirando con preocupación.
Después de lo que le había dicho el día anterior, de lo que había sido capaz
de percibir en ella, en su estado de ánimo, no quería dar pie a que se hiciese
más preguntas.
—Si, así es, pero ya ha pasado. Estoy bien y lamento haberos
despertado a ti y al resto de los hombres —dijo Aili pasando una mano por
la frente y apartándose parte del pelo que se había deslizado hasta su cara.
Aili sintió el roce de la mano de Andrew en su mejilla antes de que
pudiera terminar de apartarse el pelo. Él lo hizo por ella. Aili no esperaba
ese gesto, ni que su tacto la dejara sin respiración. Esa reacción la cogió por
sorpresa y la asustó. Miró a Andrew y este retiró su mano, dejándola con
una sensación de pérdida que sin tener sentido alguno en parte le dolió.
¿Qué demonios había sido eso?
—¿Quieres contarme qué has soñado? A veces ayuda —dijo
Andrew con voz suave.
La presencia de Andrew la reconfortaba, la hacía sentir segura,
como nada en mucho tiempo. Una parte remota de su mente quería confesar
a Andrew su pesadilla, pero la parte racional y juiciosa sabía que aquello
era imposible. Ese era un sueño de terror que tendría que guardar para sí el
resto de su vida. Por el bien de ella y, sobre todo y lo que más miedo le
daba, por el bien de los demás.
Aili negó con la cabeza antes de mirar nuevamente a Andrew, que la
contemplaba atentamente. Su expresión era la misma, pero debajo de esa
casi eterna sonrisa, Aili pudo ver por unos segundos una preocupación
genuina. Eso la reconfortó, haciendo que en ese instante no se sintiese sola.
—De acuerdo. ¿Crees que podrás intentar dormir nuevamente?
Mañana será un día duro y necesitas descansar. —Andrew comprobó dónde
estaban sus hombres antes de volver a posar su mirada sobre Aili—. Voy a
acercar un poco más mis cosas y a tumbarme a dormir junto a ese árbol, ¿de
acuerdo? Estaré lo suficientemente cerca por si me necesitas. Y no temas
nada, estás con un grupo de guerreros McAlister. Lo entendería si fueran
McGregor, que son los peores luchadores de Escocia, pero…
Aquellas palabras le sirvieron a Andrew para que Aili le diera un
pequeño golpe en el pecho en señal de protesta por sus palabras, a la vez
que una tenue sonrisa cuajaba en sus labios.
—Antes o después vamos a tener que hablar sobre tu tendencia a
meterte con los McGregor —dijo Aili comprendiendo lo que Andrew
estaba intentando hacer. Que se olvidara de su pesadilla personal—. Gracias
—le dijo mirándole nuevamente a los ojos.
Andrew le sostuvo la mirada durante unos segundos.
— No sé de qué estás hablando —contestó Andrew con una sonrisa
mientras le guiñaba un ojo.
Aili se recostó nuevamente mientras Andrew acomodaba la manta
encima de ella con sumo cuidado y delicadeza.
El último pensamiento de Aili mientras cerraba los ojos y volvía a
caer en brazos de Morfeo fue para una mirada intensa, del color del brezo.
Para el roce de una mano sobre su mejilla y el deseo de que volviera a
repetirse.
CAPÍTULO V

Aili se despertó al alba. Los hombres ya estaban casi preparados


para partir.
—¿Por qué no me has llamado? Qué vergüenza. No quiero que
tengáis que esperarme.
Andrew sonrió mirando a Aili, a la que se había acercado cuando
vio que ella se levantaba con premura e intentaba recoger sus cosas lo más
rápido posible.
—Estabas cansada después de la pesadilla de ayer y quería dejarte
descansar un poco más. Te encontrabas profundamente dormida hace solo
un momento —dijo Andrew guiñándole un ojo, acompañando ese gesto con
una sonrisa difícil de ignorar.
Aili sintió en ese momento que el estómago se le encogía como si lo
tuviese aprisionado en un puño. Era incapaz de pensar en qué escenario
alguien podía enfadarse con Andrew. Lo conocía desde hacía poco, pero era
la clase de persona que siempre estaba de buen humor. Jamás había
conocido a alguien así. Siempre tenía una sonrisa en los labios y no una de
esas sonrisas falsas que eran forzadas, sino de las genuinas, de las que
llegan a los ojos y hacen que estos tengan un tipo de luz propia. Tampoco le
extrañaba que con las mujeres tuviese éxito. Era muy apuesto, y un
auténtico caballero. Tenía una conversación amena y era divertido. Hacía
gala de esa clase de humor a veces irónico que a Aili le parecía muy
atractivo. Cuando le guiñó el ojo, sabía que era solo una expresión de
amistad, pero ese punto canalla junto con esa sonrisa hizo que Aili por
primera vez lo viera de otra manera y aquello la cogió por sorpresa.
Aili siempre había pensado que Andrew era muy atractivo. Tenía
que estar ciega para no haberse dado cuenta, pero no se había sentido
atraída por él hasta ese momento, donde sintió de repente la boca seca y las
manos algo sudorosas, dejándola temporalmente paralizada. Después de lo
que le había pasado con Ian no quería volver a enamorarse, no quería volver
a sentir nada por ningún otro hombre. Sin embargo, allí estaba, con una
respuesta visceral de su cuerpo y sintiéndose perpleja porque, si era sincera,
después de todos esos años creyéndose enamorada de Ian, nunca había
sentido algo así por él, no de esa magnitud, y eso daba miedo.
Durante el trayecto de ese día, Aili siguió perdida en ese
pensamiento. No podía dejar de darle vueltas y empezó a encontrar posibles
respuestas. Quizás la pesadilla de la noche anterior la había alterado tanto
que esa mañana todavía estaba demasiado vulnerable y por eso había
magnificado lo que había sentido con él. Pero cuando a mitad de camino
Andrew puso su montura a su altura y permaneció durante largo tiempo a su
lado, Aili empezó a pensar que las excusas que podía imaginar para explicar
lo que le había pasado iba a tener que hundirlas en abono, porque
verdaderamente no servían para nada más. Todo el tiempo que Andrew
estuvo a su lado, ella fue excesivamente consciente de su presencia. No,
aquello no era producto de su vulnerabilidad, ni de la confusión del
momento, aquello era otra cosa y Aili no quería ni podía pensar en ese
preciso instante sobre ello.
Estuvo autoconvenciéndose hasta que a media tarde pararon. Iba a
anochecer pronto y querían llegar a casa de Flora y Gordon McArthur, pero
las necesidades físicas son así, y Aili necesitaba hacer un alto, alejarse un
poco y dejar que la naturaleza siguiese su curso. La martirizó más allá de lo
que creía posible el tener que decirle a Andrew que necesitaba que parasen
un momento. El rubor de Aili se extendió por sus mejillas sintiendo cómo
ardían mientras Andrew la miraba con una chispa de diversión en sus ojos
por su azoramiento.
Así que Andrew hizo parar y Aili se internó a paso rápido en el
bosque a fin de alejarse lo suficiente como para poder hacer sus necesidades
sin quedar expuesta a la vista de nadie.
Acababa de encontrar el lugar adecuado cuando unos brazos fuertes
la cogieron por detrás, inmovilizándola contra un pecho que olía tan fuerte a
sudor que Aili sintió ganas de vomitar. Le taparon la boca antes de que
pudiese gritar. El miedo hizo mella en ella, que intentó revolverse hasta que
el hombre que la sujetaba le susurró al oído unas palabras que le hicieron
casi rozar el pánico.
—Deja de forcejear y nadie saldrá herido. McNaill nos pagó para
que te lleváramos con él si intentabas huir o irte de tu hogar, pero no nos
dijo nada sobre las condiciones en que tendrías que estar, así que no dudaré
en usar la fuerza, y eso no creo que te gustase. Deja de moverte, estate
calladita y todo se acabará rápidamente.
Aili hizo todo lo contrario. Se debatió con más bríos y le mordió la
mano a aquel hombre con la suficiente fuerza como para que el guerrero
soltara un gruñido y la zarandeara hasta hacerla prácticamente perder el
sentido. Le dio la vuelta y con la mano extendida le propinó tal golpe que la
tiró al suelo.
Ese fue el momento en el que un grito parecido al aullido de un
animal herido rasgó el silencio. Aili no supo de quién provenía porque la
oscuridad la engulló tragándola hasta que todo lo que había a su alrededor
desapareció.

Andrew siguió a Aili durante un buen rato. Se estaba alejando


demasiado de donde estaban los hombres. Iba hacérselo saber, cuando por
fin esta se detuvo. Andrew se mantuvo lo suficientemente retirado como
para no enturbiar su intimidad, pero lo bastante cerca como para oírla si por
si alguna razón lo necesitaba.
No le gustaba que Aili se hubiese alejado tanto, y todo porque no
podía dejar de sentir que algo no iba bien. Estaba inquieto desde hacía unas
horas en las que la sensación de que les seguían, de ser observados había
arraigado en su mente. Así que una hora atrás, había mandado a uno de los
hombres a rastrear, sin embargo, Aiden volvió junto a ellos sin haberse
percatado de nada sospechoso.
A pesar de eso, Andrew seguía teniendo una extraña sensación.
Algo le decía que estuviese alerta y con los años había aprendido a hacer
caso a su instinto. Este no solía fallarle. Esperaba que esta vez fuese
diferente, pero prefería ser precavido.
Un ruido casi imperceptible, como un quejido, llegó hasta él. No
sabía si era producto de su imaginación, pero no lo pensó. Se encaminó con
paso firme y rápido hacia donde se encontraba Aili, y lo que vio cuando
llegó hasta ella hizo que la angustia y la ira tomaran el control de todo su
ser. Un hombre forcejeaba con Aili y para poder controlarla la golpeó en la
cara hasta que esta cayó al suelo. En ese instante, algo dentro de él se
quebró, y soltando un grito se abalanzó sobre el desconocido con la clara
intención de matarlo por haberla tocado. Nadie se atrevía a hacerle daño a
Aili y pretender seguir respirando.
Andrew derribó al desconocido de un golpe, y sacó su puñal del
cinturón con el que sujetaba su feileadh mor justo cuando su oponente le
hacía frente con su espada. Maldijo por lo bajo por no tener la suya consigo
y enrolló parte de la tela restante de su feileadh mor en el brazo para trabar
el golpe del contrario que dejando al descubierto parte de su costado no
contó con la rapidez de Andrew y maldijo a su vez cuando sintió el puñal
clavarse entre sus costillas. Llegaron tres hombres más que rodearon a
Andrew mientras este se hacía con la espada del desconocido que yacía
muerto a sus pies, y los encaraba, dando vueltas sobre sí mismo, la espada
en una mano y el puñal en la otra. Los ataques sincronizados de los tres
hombres le hicieron esforzarse al máximo. Andrew asestó un golpe al que
tenía enfrente en ese momento, un pelirrojo más alto que él y con más
músculo que cabeza a la vista de su estrategia. Este se dobló en dos por el
dolor cayendo prácticamente de rodillas, cuando Andrew ya estaba
luchando contra los otros dos. Uno de ellos, el más delgado y enjuto,
manejaba bien la espada, pero no era lo suficientemente bueno para él, sin
embargo, la posición del tercero cuyo interés se centró en la figura de Aili
hizo que Andrew rebajara su concentración. Si cogían a Aili y le
amenazaban con hacerle daño no tendría nada que hacer. Llegó hasta este lo
suficientemente rápido como para apartarlo de ella haciéndole un corte en el
brazo que sin duda haría que no pudiese luchar con plenas facultades. Ese
segundo fue suficiente para dejar a Andrew al descubierto, y aunque era
consciente de ello, no podía dejar que Aili cayera en sus manos. De repente
sintió un agudo dolor en su hombro derecho. Miró hacia abajo y vio la
espada del hombre enjuto y de ojos claros clavada en él. Apretó los dientes
ante el dolor, mientras el rugido de guerra del clan McAlister llegaba hasta
ellos. En ese preciso instante, su primo Calum y Aiden llegaron hasta ellos.
El hombre que tenía la espada clavada en el hombro de Andrew le miró con
odio antes de sacarla, coger al pelirrojo del brazo y salir huyendo junto al
tercer hombre con el brazo inutilizado.
Andrew corrió junto a Aili que yacía en el suelo inmóvil. Le dio la
vuelta y cuando vio la tenue sombra del moratón formándose en su mejilla
sintió que la ira se adueñaba de su interior. Él era un controlador nato de sus
emociones, pero con Aili le era imposible.
—¿Qué ha pasado? —dijeron Calum y Aiden a la vez.
El resto de los hombres llegaron detrás de ellos. Andrew les dijo que
estaba todo controlado y que volvieran con los caballos, quedando solo
Calum y Aiden reacios a moverse de allí.
Calum se acercó al hombre que yacía tumbado en el suelo.
—Han intentado llevarse a Aili— dijo Andrew entre dientes.
—No llevan el distintivo de ningún clan. Puede que sean
mercenarios contratados —dijo Calum mientras le echaba un vistazo al
cadáver.
Andrew tocó suavemente la mejilla de Aili. Rozó superficialmente
la cabeza y el cuello, así como sus brazos. Quería saber si había sufrido
cualquier otro daño. Cuando terminó su reconocimiento, solo veía el golpe
en la cara. Con suerte se despertaría en breve y Andrew podría volver a
respirar con normalidad.
—Eso parece —dijo Andrew confirmando las palabras de Calum.
Tomó a Aili en brazos. Su hombro se resintió y apretó los dientes.
—Registradlo, a ver si encontráis algo entre sus ropas. Tenemos que
irnos. Va a anochecer y quiero llegar a casa de Flora y Gordon antes de que
se oculte el sol.
Calum y Aiden asintieron mientras comenzaban a registrar al
desconocido. Andrew volvió con Aili en brazos hasta donde estaban el resto
de los hombres.
Un sonido parecido a un quejido salió de los labios de la joven
cuando Andrew volvió a dejarla en el suelo, colocando bajo su cabeza una
manta para que estuviese más cómoda.
Andrew no se movió de su lado. Las largas pestañas de Aili se
agitaron con suavidad antes de que ella abriera lentamente los ojos. Al
principio le costó enfocar, pero la delicada presión que sintió en la cara
haciendo que la girara hacia la derecha hizo centrar su atención en la figura
que había delante de ella. Parpadeó varias veces hasta que su visión se
aclaró y encontró a Andrew de rodillas junto a ella, mirándola fijamente y
con un gesto de preocupación en el rostro.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Aili intentando levantarse. Un
mareo hizo que perdiera estabilidad y que todo le diera vueltas.
—No te muevas —dijo Andrew instándola suavemente a que se
acomodara otra vez en el suelo—. Has recibido un fuerte golpe en la cara
que te ha dejado sin sentido. Creo que no estás herida en ninguna otra parte,
pero ahora que estás despierta, ¿puedes decirme si te duele en algún sitio
aparte de la mejilla?
Aili estaba intentando asimilar lo que le había dicho Andrew. Había
recibido un fuerte golpe. ¿Con qué se había golpeado? En ese momento
comenzó a recordar. Unos fuertes brazos alrededor de ella, el miedo, el
sudor de ese desconocido, sus palabras dichas en un tono bajo, pero tan
amenazador que volvieron a helarle la sangre. El nombre de McNaill. Aili
sintió arcadas y pensó que vomitaría allí mismo.
Andrew vio la cara de Aili. Se había puesto muy pálida, como si
fuese a desmayarse nuevamente.
—Tranquila, respira despacio. ¿Estás mareada?
Aili intentó recomponerse. Por nada del mundo quería que Andrew
sospechase porqué habían intentado llevársela.
—Estoy bien, estoy bien —dijo obligándose a mirarle directamente
—. Oh, Dios mío. ¡Estas herido! —exclamó Aili llevando sus dedos hasta el
hombro Andrew.
—No es nada. No te preocupes por eso ahora. Es solo un rasguño.
Lo importante es que tú estés bien. No debemos quedarnos aquí por más
tiempo. Tenemos que llegar a casa de Flora y Gordon antes de que
anochezca. ¿Crees que podrás montar? — le preguntó Andrew mirándola
fijamente.
Aili no se encontraba nada bien. Tenía un dolor lacerante en la cara,
la cabeza le daba vueltas y el estómago parecía no querer asentarse y las
ganas de vomitar eran acuciantes, sin embargo, sabía que Andrew tenía
razón y por nada del mundo quería quedarse allí por más tiempo. No es que
pensara que Andrew y el resto de los McAlister no podían hacer frente a
aquellos hombres, pero no sabían si volverían y cuántos serían. —Puedo
montar. No te preocupes. Puedo hacerlo.
Una sonrisa se extendió ligeramente por los labios Andrew. Aili
juraría que vio un atisbo de admiración en la mirada que le dirigió antes de
volver su rostro y dirigirse al resto de los hombres.
—Recoged. Nos vamos. —dijo Andrew mientras se levantaba y se
acercaba a Calum y Aiden que en ese momento volvían de registrar al
desconocido.
—¿Habéis encontrado algo? —preguntó Andrew sabiendo cuál iba a
ser la respuesta de ambos.
—Nada. No llevaba nada encima. Realmente creo que era un
mercenario. No lleva distintivo de ningún clan y no me suena de nada.
¿Crees que alguien puede haberlo contratado para vengarse de McGregor?
Si Aili era su objetivo es la explicación más lógica.
—No lo sé— dijo Andrew negando con la cabeza. Él había pensado
lo mismo. Estaba claro cuál había sido el objetivo de esos hombres. Si había
sido fortuito o fruto de algún encargo era algo que no podían averiguar en
ese instante. — Hablaré con Aili en cuanto lleguemos a casa de Flora.
Ahora debemos irnos. Va a anochecer y todavía nos queda camino.
Calum y Aiden asintieron los dos mientras se encaminaban hacia
sus monturas.
Andrew se acercó a Aili que todavía algo mareada intentaba sin
mucho éxito levantarse.
Andrew la ayudó y cuando Aili se apoyó en él, Andrew contuvo la
respiración. Así no iba a poder montar por mucho que ella lo intentase.
—Calum, coge las riendas de la montura de Aili. Ella irá conmigo
—dijo de manera contundente mientras sentía la mirada penetrante de Aili
sobre su rostro.
Aili pensó que nada podría hacer que su azoramiento fuese más
intenso, pero estaba equivocada. Pensar en ir montada con Andrew hizo que
el leve mareo que la embargaba se multiplicase por dos, sin embargo, no
dijo nada. No podía. Si tenía que ser sincera sabía que no iba a poder
montar ella sola. No en las condiciones en las que todavía se encontraba.
Así que, haciendo un esfuerzo, y tragándose las emociones que se
adueñaron de ella y arraigaron en su mente y en su cuerpo por la cercanía
de Andrew, asintió en muestra de conformidad. Y que Dios la ayudara,
porque le iba a hacer mucha falta.

Andrew acomodó a Aili delante de él. Sonrió cuando la sintió


sentarse rígidamente, intentando estar lo más lejos de él que pudiese.
Aunque eso dolió en su amor propio, la verdad era que en cierta medida lo
agradecía. No creía que fuese capaz de soportar, aunque solo fuera pocas
horas, el contacto de Aili contra su cuerpo. Era a esa distancia, separados
solo por unos centímetros, y Andrew sentía cómo una parte de su anatomía
solicitaba a gritos toda su atención.
En ese momento cogió las riendas y se pusieron en marcha. El dolor
del hombro al hacer ese gesto fue suficiente como para apaciguar su deseo
momentáneamente.
—¿Estas bien? ¿Vas cómoda? —preguntó Andrew que veía que
Aili, experta amazona llevaba una postura un poco rara.
—Muy cómoda —mintió Aili con voz demasiado aguda, mientras
pensaba que no le iba a ser posible seguir así mucho más tiempo. La
cercanía de Andrew la estaba haciendo sufrir algunos síntomas que la
dejaban sin aliento. Además, si seguía en aquella postura no iba a poder
ponerse derecha después. Ya sentía en tensión la espalda y eso que no
habían hecho nada más que empezar.
—Ya —contestó Andrew ensanchando aún más su sonrisa, que
acabó en pequeña carcajada.
Aili giró la cabeza cuando le pareció que Andrew se reía de algo.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó suspicaz.
—Sinceramente, tú —dijo Andrew mirándola con una chispa
divertida en los ojos.
Aili le miró, se miró a sí misma, y sin querer soltó también una
carcajada.
—Perdona, Andrew, pero no estoy acostumbrada a montar con nadie
—dijo sentándose más cómodamente.
Él se inclinó un poco hacia adelante.
—Si estás cansada y quieres apoyarte en mí, nadie pensará que es
indecoroso —dijo apretando los dientes al final, cuando sintió a Aili
moverse entre sus muslos, su trasero cerca de su miembro, avivando su
deseo hasta un punto que maldijo para sí en voz baja.
Aili se fue relajando durante el trayecto. La tensión y el cansancio
del día hicieron que se quedara dormida y al final, sin que ella lo supiera,
acabó recostándose en Andrew.
Él maldijo nuevamente. Sintió relajarse a Aili hasta quedarse
dormida, reposando su cabeza en el hueco de su cuello y la mejilla sobre su
pecho. Ardía de deseo, un deseo que apenas podía controlar. No podía
recordar cuando había sentido algo parecido, tan visceral e indomable. Era
una necesidad vital, como el respirar, lo que le incitaba a tocarla, a
protegerla, a rodearla con sus brazos y reclamarla como suya. Jamás pensó
que sentiría algo igual. Había conocido a muchas mujeres, había tenido
relaciones y según sus amantes era un buen compañero de cama. Siempre
había sido claro en esas relaciones y salvo algún capricho inicial, nunca le
había embargado ese sentimiento que le corroía por dentro y se mantenía
imperturbable por más que quisiese racionalizarlo.
Había visto a su hermano Kerr enamorarse y casarse y que ese amor
le hiciera ser mejor. En cierta manera le había envidiado, porque pensaba
que, por su forma de ser, a él jamás podría pasarle algo parecido. Andrew
sabía que él era demasiado cínico e irónico como para poder sentir una
emoción tan desinteresada, tan poco egoísta como el amor. No era de los
que confiaban en nadie o de los que mostraban sus sentimientos. Ni siquiera
con sus hermanos se había abierto totalmente a lo largo de los años, y eso
que eran los únicos a los que amaba de forma incondicional. Los únicos por
los que lo daría todo. Hasta ahora. Aili, desde que la había visto por primera
vez, lo había dejado sin discurso alguno, sin excusas y sin defensas. Su
autocontrol, como ahora, que sufría lo indecible por acariciar cada
centímetro de su cuerpo y saborear hasta el último rincón de su piel, se
había esfumado con su presencia, quedando expuesto a su voluntad. Y a
pesar de ello, incluso cuando tendría que estar furioso por acabar reducido a
un hombre emocional, que sentía algo tan fuerte como para ser capaz de dar
su vida por ella, jamás se había sentido tan completo ni tan feliz como
ahora.
Andrew pasó un brazo alrededor de la cintura de Aili y la atrajo más
hacia su pecho, para tenerla más segura mientras montaban y para que
estuviese más cómoda. Los dedos rozaron su pelo suave y embriagador.
Enredó su mano en ellos como si de esa forma tocara una parte de ella que
era demasiado íntima. Su olor a flores silvestres le estaba volviendo loco.
Sintió su aliento en el cuello y su piel suave como el terciopelo, y endureció
la mandíbula en un acto reflejo de otra parte de su cuerpo que también
estaba dura y sufría lo indecible por entrar en el dulce cuerpo de Aili y
hacerla suya. Sin duda ese viaje iba a ser su perdición.
CAPÍTULO VI

Flora y Gordon los recibieron con los brazos abiertos. Flora,


maternal y protectora por naturaleza, acogió a Aili bajo su ala como si fuese
una de sus hijas y estuvo pendiente de ella para todo lo que necesitase y
más después de que les contaran lo que había pasado en el camino y que
habían intentado llevarse a Aili. Asimismo, en cuanto vio el hombro de
Andrew hizo un ruido de desaprobación y le obligó a sentarse para que ella
lo pudiese ver y curar la herida.
—¡Dios mío! Me dijiste que era solo un rasguño —exclamó Aili
cuando vio la herida de Andrew en su hombro derecho. Una herida que
todavía sangraba con generosidad a pesar de la prenda que Andrew había
metido debajo de su camisa para intentar contener la hemorragia.
—Voy a limpiarte la herida con agua y después tendré que quemarla
para que deje de sangrar —dijo Flora con una mueca de disgusto cuando
vio la magnitud de su lesión—. No es ninguna tontería, Andrew. No sé
cómo has podido aguantar hasta aquí. Es posible que tengas fiebre los
próximos días.
—Estoy bien. No es nada. Quémala para que pueda seguir. Todavía
tengo muchas cosas que hacer antes de irnos mañana al alba —dijo Andrew
con una sonrisa.
Aili, que estaba ayudando a Flora, desvió la vista por unos instantes.
Su interior era un volcán en ebullición. Se sentía miserable por callar, por
guardar silencio en cuanto al origen del ataque y el porqué. Los había
escuchado durante el camino y unos instantes antes dialogar con Gordon
sobre la posible causa del mismo, y la culpa la estaba corroyendo por
dentro. Ninguno se merecía su silencio y menos Andrew. Pero, ¿cómo
contarlo? Ya no era por su desgracia personal, puesto que sería el fin para
ella, sino por las consecuencias para su familia y seres queridos. Si su padre
y su hermano Logan llegaban a enterarse de lo ocurrido, una guerra sería lo
menos aterrador que podía sobrevenir.
—Aili, si no te encuentras bien, si te da reparo ver tanta sangre,
Flora puede hacerlo sola —le dijo Andrew mientras con una mano le cogía
con suavidad la barbilla para girar su cabeza levemente y que lo mirase a
los ojos.
Flora en ese momento no estaba. Había ido a por agua para limpiar
la herida, cosa que Aili agradeció. Le miró a los ojos sintiendo el calor en
su piel, donde los dedos de Andrew aún la sostenían con delicadeza. Vio
cómo este la miraba a los ojos con mucha atención como si estuviera
intentando averiguar algo.
—No me da miedo ni reparo ver una herida así. De hecho, he visto
heridas peores y he ayudado a curarlas —dijo mientras ponía una mano
sobre la de Andrew y la apartaba gentilmente—. Me ha impresionado ver la
herida en ti —añadió con un tono de voz un poco más bajo y forzado.
Como si le hubiese costado hablar. Aili vio un atisbo de sorpresa y un brillo
que no supo descifrar en la mirada de Andrew, que se volvió más intensa.
Flora escogió ese momento para volver junto a ellos. Procedió a
lavarle la herida con ayuda de Aili, y cuando estuvieron lo suficientemente
seguras de que habían hecho todo lo posible, acercaron la hoja de un puñal
que había estado calentado al fuego a la carne herida de Andrew y la
cubrieron. Aili, por instinto, cogió la mano de Andrew entre las suyas. El
olor a carne quemada y el sonido fue demasiado angustioso para ella que en
su interior sufría por el dolor que tenía que soportar Andrew. Apenas un
quejido, un pequeño gruñido entre dientes, es lo que escuchó de sus labios a
pesar de que Aili sabía que si eso se lo hubiesen hecho a ella los gritos se
hubiesen escuchado hasta en Inglaterra. Vio el sudor perlar la frente de
Andrew y sin soltar su mano con una de las suyas, con la otra cogió un paño
húmedo y limpio y le enjugó la frente intentando calmarle.
Andrew levantó la vista y la miró y Aili sintió la agonía de su dolor,
que él intentaba aislar y desterrar con el amago de una sonrisa. Esa eterna
sonrisa que parecía nunca desaparecer de sus labios. Y en ese momento
sintió una opresión en el pecho. Sintió que le faltaba el aire y que si seguía
con aquel engaño jamás podría perdonárselo a sí misma. Andrew la había
defendido, la había salvado a expensas de exponer su propia vida y como
consecuencia de ello le habían herido y podía haber sido una herida mortal.
De hecho, aunque no lo fuera, Flora tenía razón. Seguramente Andrew
tendría fiebre los días venideros, una fiebre que se había llevado a más de
un fuerte guerrero sin que se pudiese hacer nada.
—Ya está. Intenta no moverte mucho esta noche y descansar —dijo
Flora a su primo mientras terminaba de vendarle el hombro y parte del
pecho.
Ahora que Aili miraba a ambos podía ver cierto parentesco entre los
dos. El color del pelo era distinto. Flora lo tenía más parecido a Evan, el
hermano de Andrew, mientras que este lo tenía pelirrojo. Sin embargo, el
tono de los ojos era el mismo, y algo en las expresiones, en su sonrisa, le
hizo recordar a Aili a ambos hermanos McAlister.
El marido de Flora, Gordon, que ahora estaba hablando con Calum
era un hombre tan grande como el resto de McAlister. Tenía el pelo de color
rubio oscuro, y le clareaba en ciertas partes. Su sonrisa era genuina y al
hablar movía mucho las manos, algo que le pareció curioso y encantador.
Hacían una pareja muy bonita. Aili sintió las lágrimas agolparse detrás de
sus ojos y luchó por mantenerlas en su lugar. Con total seguridad ella estaba
condenada a un matrimonio con un hombre desagradable, violento y
despreciable. Su vida sería un infierno, y ver la felicidad de Flora y Gordon
evidenciaba aún más su triste destino. ¿Cuánto hubiese dado ella por tener
eso? Una existencia feliz y tranquila al lado de alguien que la amase y con
quien compartir la vida.
—No habréis comido nada caliente en horas, así que voy a remover
el guiso que estoy preparando y en un momento nos sentaremos a cenar.
Algo caliente en los estómagos es lo que necesitáis para recuperar fuerzas y
poner un poco de color en las mejillas —dijo Flora mirándola a ella
mientras él le daba un pequeño apretón en el brazo en señal de afecto.
Flora era un cielo, pensó Aili. Era tan agradable y había sido tan
buena y tan gentil desde que habían llegado que cubrió su mano con la suya
y se acercó a ella dándole un pequeño beso en la mejilla. Flora la miró con
una sonrisa en los labios que llegó a sus pequeños y expresivos ojos pardos,
antes de darle unas palmaditas a Andrew en la pierna y alejarse para
terminar la cena.
—Sabes que la has emocionado, ¿verdad? — le preguntó Andrew
mientras Aili miraba aún cómo se iba Flora—. Mi prima está siempre
rodeada de guerreros y las muestras de cariño no son frecuentes. Gracias
por eso —terminó Andrew mirando a Aili con un atisbo de ternura. Ella le
devolvió la mirada con cierto asombro antes de contestar.
—No tienes que agradecerme nada. Soy yo la que tiene que
agradecerle a ella. Desde que he entrado por esa puerta, sin conocerme,
Flora me ha tratado con tanta gentileza y cariño que me he sentido como en
casa. Tu prima es una mujer maravillosa.
—Bueno, eso no tendría que sorprenderte. Toda la familia somos
adorables y encantadores. Eso ya lo sabías.
Aili le miró y cuando vio la sonrisa en sus labios y el brillo travieso
en sus ojos no pudo sino soltar una pequeña carcajada. Andrew sonrió aún
más y ella sintió algo demasiado fuerte, demasiado instantáneo como para
poder ponerle nombre pero que hizo que su estómago se encogiese como si
tuviera mariposas revoloteando dentro de él.
Andrew se levantó con cierto esfuerzo cuando Flora llamó a todos a
cenar. Aili se dio cuenta que la herida debía dolerle como mil demonios
cuando vio las pequeñas expresiones de dolor que se adueñaron de su rostro
por el esfuerzo.
Durante toda la cena, los hombres y Flora estuvieron conversando
de muchos temas, sobre todo hablaron de miembros del clan McAlister que
Flora hacía mucho que no veía y de la que los hombres McAlister le dieron
noticias. También hablaron de Evan y del embarazo de Meg. Cuando Flora
empezó a recoger los restos de la cena y Aili la ayudaba, los hombres
empezaron a comentar nuevamente el ataque de aquel día. Aili estuvo a
punto de tirar varios platos cuando los escuchó discutir cuál podía ser el
motivo del mismo. Decidieron cambiar de ruta al día siguiente y tener más
cuidado por si volvían a intentarlo ya que pensaban cada vez más seguros,
que no había sido algo al azar.
Aili empezó a ahogarse nuevamente. El aire se espesó en su pecho,
que parecía contraerse dolorosamente por intentar seguir respirando. Las
manos le temblaban y sintió cierto mareo. Sabía que si no salía de allí se
pondría en ridículo y las preguntas serían inevitables. Murmuró una
disculpa a Flora diciéndole que necesitaba algo de aire y salió por la puerta
de la casa apoyando su espalda contra la fachada de la misma. No estuvo ni
un minuto a solas. Andrew salió tras ella, dejando la puerta entreabierta.
—¿Aili? ¿Qué haces fuera? No debes salir sola después de lo de
hoy. ¿Por qué no me…? —Andrew dejó de hablar cuando la vio con
claridad, y la preocupación se adueñó de él—. ¿Qué te pasa? Aili, por favor,
¿qué te pasa? Mírame —le dijo mientras se acercaba a ella con paso rápido.
Cuando estuvo a su lado le cogió las manos, unas manos que Aili parecía no
poder dejar de mirar y que le temblaban visiblemente. Andrew se fijó en
que le costaba respirar—. Aili, mírame, ¡mírame! le dijo en un tono más
fuerte mientras la cogía de los brazos.
Aili pareció por fin reaccionar y obedeció.
—Eso es, ahora respira. Respira despacio, así. Así. Eso es —dijo
Andrew sin apartar la vista de Aili hasta que vio que esta empezaba a
respirar con normalidad. El primer sollozo los pilló a ambos desprevenidos.
Sin pensar en nada más que en querer evitarle cualquier tipo de sufrimiento
o dolor, Andrew la atrajo hasta sus brazos y la estrechó. Tal y como había
pensado más de una vez, Aili encajaba perfectamente en ellos. Andrew se
tragó un juramento cuando el hombro, fruto de su movimiento, lanzó un
fuerte calambre a través del mismo y el pecho. Lo que importaba en ese
instante, lo único que quería saber, era que ella estaba bien. Los sollozos
ahora más fuertes se habían adueñado de su cuerpo y sus lágrimas
empezaron a empapar la camisa de Andrew que, lejos de soltarla, la abrazó
con más fuerza intentando que esos temblores cesaran. Tuvieron que pasar
varios minutos para que los sollozos comenzaran a remitir.
—Lo siento —la escuchó decir. Su voz había sonado con tanto dolor
que Andrew sintió que algo dentro de él se despertaba. Un sentimiento de
protección tan fuerte, tan instintivo, que lo descolocó por completo.
—No pasa nada. Hoy ha sido un día muy difícil. Has sido muy
fuerte, Aili. No tienes que disculparte por nada.
Andrew notó como Aili se revolvía un poco entre sus brazos.
—Andrew tengo que… que contarte algo —dijo ella entre pequeños
sollozos.
Andrew se tensó un poco tras sus palabras. La separó lo suficiente
como para verle la cara y mirarla a los ojos. Aili, por primera vez desde que
la conociera, desvió su mirada y Andrew supo que le ocultaba algo.
—Mírame, Aili —le dijo Andrew suavemente. Quería ver de nuevo
esos ojos para ver si el destello de dolor y algo más, parecido a vergüenza o
arrepentimiento, seguía habitando en ellos. Andrew sabía que Aili jamás
podría hacer nada que llevara aparejado esos sentimientos porque no había
conocido jamás a una persona tan noble, generosa y transparente como ella.
Era demasiado bondadosa para hacer nada que pudiese reprocharse.
—No puedo, Andrew. No puedo mirarte.
Aili tragó saliva. Aquello era tan difícil, tan condenadamente difícil
que empezó a sentir de nuevo que le faltaba el aire.
—Mírame, Aili. Nada de lo que me cuentes cambiará nada. ¿Me
oyes? Puedes decirme lo que sea que te está matando por dentro.
Ella quiso creerle, pero sabía que en cuanto escuchara su relato,
Andrew no la volvería a ver de la misma manera.
—Ven —dijo él entrando con ella en la casa. La sentía temblar y allí
fuera hacía frío.
—Flora, ¿podemos entrar en esa habitación para hablar?
Su prima miró a Aili y sus ojos expresaron la alarma que él sentía
por dentro. Se veía que la muchacha no estaba bien y estaba sufriendo.
—Claro. Yo me encargo de que nadie os moleste —dijo Flora
mirando hacia el salón en el que los hombres junto a su marido Gordon
seguían hablando.
—Gracias.
Andrew llevó a Aili hasta una de las dos habitaciones que tenía la
casa. Era un cuarto muy pequeño, con una cama, una pequeña mesa y una
silla. Aili la miró detrás de su confusión.
Andrew dejó la puerta ligeramente entreabierta para no ponerla en
una situación comprometida. Eran sus hombres y su familia y sabía que
ellos no pensarían nada remotamente parecido, pero no quería que Aili
estuviese soliviantada por ese hecho.
Se sentaron en la cama y Andrew le puso encima de los hombros
una pequeña manta que había a los pies de la misma. No sabía lo que ella
iba a decirle, pero jamás hubiese podido preparase para lo que estaba a
punto de descubrir.
CAPÍTULO VII

Andrew dejó que la joven se tranquilizara lo suficiente como para


poder empezar a hablar. Vio que las manos seguían temblándole y sintió
una necesidad vital de tocar esas manos, cogerlas entre las suyas y darles el
calor suficiente como para que ese temblor remitiese.
— Sé que no puedo pedirte esto, pero antes de contarte nada tengo
que saber que lo que te diga quedará entre nosotros. Por favor.
Andrew la miró a los ojos. Estaba empezando a pensar que lo que
fuera que iba a revelarle era demasiado importante como para hacer una
promesa como esa.
—Puedo prometerte que haré lo necesario para protegerte, pero no
sé qué es lo que vas a decirme.
Aili dudó. Si Andrew no le juraba que aquella conversación no
saldría jamás de allí no sería capaz de confesar.
Andrew vio cómo ella se debatía interiormente y supo con claridad
que, si no accedía, Aili nunca le contaría que era lo que la estaba torturando
por dentro.
—Lo prometo —dijo finalmente con voz fuerte maldiciendo
interiormente por el poder que esa mujer tenía sobre él. Si ella alguna vez
llegaba a sospecharlo estaría perdido.
Esas dos palabras retumbaron en el pecho de Aili como un bálsamo.
Ahora venía lo más difícil. ¿Cómo iba a poder relatárselo?
Con un suspiro, reunió las fuerzas necesarias para empezar a hablar.
—Se quién nos ha atacado —dijo de forma apenas audible.
Andrew se tensó y su mandíbula se endureció cuando escuchó esas
palabras.
Aili vio el cambio en su semblante. Seguramente pensaba que los
había traicionado al no contarles eso, y a él al hacerle prometer que no
podría decírselo a nadie.
—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó él intentando
calmar la furia que le había embargado en un instante al escuchar sus
palabras.
—Lo que te he dicho no es del todo cierto, perdona —dijo Aili
intentando aclarar sus ideas—. No sé quién nos atacó, pero sí quién los
envió.
Andrew pensó que eso no mejoraba en nada su afirmación anterior.
—Has estado todo el día escuchándonos debatir sobre quiénes eran
y por qué nos habían atacado y ¿no has dicho nada? ¿Por qué? —preguntó
con un tono duro e inflexible.
Era la primera vez que Aili escuchaba ese tono en los labios de
Andrew y no pudo culparle por ello. Cuando acabase de hablar su mirada
sería mucho peor. Podía ver en sus ojos el recelo y eso que era…
¿decepción? No supo por qué, pero eso le provocó un dolor sordo en el
pecho.
—Porque estaba aturdida, porque sabía que si decía algo tendría que
responder a ciertas preguntas a las que no podía dar respuesta. No podía,
pero según iba pasando el día me sentía peor, hasta el punto de casi
ahogarme cuando vi tu herida y lo que podía haberte pasado a ti y al resto
por mi culpa. Entonces decidí que tenía que contártelo, pero no sé cómo.
No sé cómo poder verbalizar algo que… que es una pesadilla continua y
que me avergüenza tanto que sé que cuando lo diga en alto, cuando te lo
revele, me destrozará aún más por dentro. Y me da tanto miedo, Andrew,
que no sé cómo hacerlo.
Andrew estaba furioso, y aunque intentaba controlar su reacción
para que Aili no se diera cuenta de lo decepcionado que estaba, con ella eso
era muy difícil. Era la única persona en el mundo con la que no podía
ejercer ese autocontrol que había perfeccionado a lo largo de los años.
La vio temblar entera y una parte de él quiso estrecharla entre sus
brazos de nuevo. Sin embargo, se mantuvo distante.
—Empieza por el principio —dijo con un tono demasiado cínico
incluso para él.
Aili cerró los ojos ante las palabras de Andrew. Sabía que iba a ser
así, pero ya no podía echarse atrás. Era lo correcto, costase lo que costase.
—Hace unos meses pasé unos días con mi buena amiga Anna
McPhee. Ella es la hija del jefe del clan McPhee. En esos días, un caballero
en especial reveló un exagerado interés en mí. Nada deseado por mi parte.
Creo que, aunque ese caballero había expresado ese interés con
anterioridad, lo había demostrado de una forma ínfima quizás porque
esperaba, al igual que casi todo el mundo, un enlace entre Ian McPhee, el
hermano de Anna, y yo. Ian y yo nos conocíamos desde niños y yo pensé
que estaba enamorada de él y que él lo estaba de mí. Fue Ian quien hace un
año verbalizó esa idea y me hizo pensar que un enlace entre nosotros estaba
próximo. Sin embargo, en esa visita, él anunció su próximo enlace con otra
persona que no era yo. A raíz de eso, el otro caballero empezó a expresar en
su totalidad ese exagerado interés en mi persona. Hasta tal punto que me
atemorizó en cierto sentido. Decidí acortar mi estancia allí. No solo por eso
sino también por la incomodidad tras el anuncio de Ian. Una noche, después
de cenar, iba hacia mis aposentos… cuando… —Aili sintió que el estómago
se le contraía y que un regusto amargo se alojaba en su boca haciendo que
las ganas de vomitar volvieran de forma instantánea. Intentó contenerse
para seguir con su relato.
Andrew vio la blancura y las facciones demacradas de Aili que en
un segundo parecía enferma de verdad, como si estuviera a punto de
desmayarse. Algo en su interior, en su mente, empezó a formar una idea que
negó en un instante, por descabellada y horrible.
—Alguien me cogió por detrás. Me puso una mano en la boca y me
metió en una habitación. Me debatí, pero aquel hombre era demasiado
fuerte. Me apretó tanto con su brazo debajo del pecho que casi me desmayé.
No podía apenas respirar. Cuando pude enfocar mi vista otra vez, ese
hombre me seguía manteniendo sujeta, y había otro hombre frente a mí. El
caballero del que te he hablado antes. En ese instante estaba aterrada porque
no sabía a qué venía aquello y me aferré a la idea de que quizás fuese una
broma de mal gusto porque no podía… mi mente no podía pensar que
aquella escena respondiera a otro fin. Pero estaba equivocada. Ese hombre
me miró, con esos ojos desprovistos de cualquier sentimiento bondadoso o
de honor, y me dijo que me deseaba y que hacía demasiado tiempo que
estaba esperando ese momento. Que él no tenía la culpa de esos
sentimientos, sino que era yo la que, con mi apariencia y mi forma de andar,
mi belleza, le habían llevado sin remedio a hacer lo que estaba a punto de
hacer. Me dijo que era muy afortunada porque me haría su esposa y que eso
era algo por lo que debía de ofrecerle gratitud y lealtad incondicional. Pero
que, a cambio de eso, de hacerme su esposa, él quería que yo hiciese algo
por él. No podía hacerme su mujer sin haberme probado antes.
A esa altura del relato, la imagen vaga e inimaginable que Andrew
había desterrado de su mente empezó a tomar forma y una ira casi
inhumana empezó a adueñarse de él.
Extendió su mano y tomó la de ella entre las suyas, no sin sentir
como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago cuando Aili se
sobresaltó y se retiró instintivamente ante su contacto. La miró a los ojos y
vio que ella estaba perdida en el recuerdo de aquel día. A pesar de eso tomó
sus manos despacio, de forma suave y pausada entre las suyas, intentando
insuflar algo de calor en ellas. Estaban frías como el hielo.
—Yo luché, luché con todas mis fuerzas, Andrew, lo juro, pero eran
dos y aquel hombre me sujetaba tan fuerte que solo podía ser testigo de algo
que pensé que me volvería loca. No podía gritar. El hombre que me sujetaba
me puso algo en la boca, algo que pensé podría asfixiarme, y cuando sentí
las manos del otro hombre sobre mí, deseé, recé para que eso sucediera y
muriera en aquel instante. Sé que fui una cobarde por desear aquello, pero
prefería la muerte a que ese hombre…
En ese instante se llevó una mano a la boca conteniendo las arcadas
que arrasaban su estómago y la amenazaban con acabar expulsando la poca
cena que había conseguido tragar.
—Tranquila, no tienes que... —empezó a decir Andrew con los
dientes apretados antes de que Aili le interrumpiese.
—No, no, debo contártelo todo o no seré capaz de hacerlo jamás. —
Hizo una pausa, tomando aire entre los labios temblorosos—. Creo que
aquel hombre abusó de mí. No puedo acordarme porque en algún momento,
antes de… me desmayé y doy gracias al cielo todos los días por ello.
Cuando desperté estaba en mi habitación, sobre mi cama. Me dolía todo el
cuerpo y tenía sangre entre mis muslos. Al día siguiente apenas era capaz
de pensar con coherencia, solo quería irme de allí, pero antes de que eso
fuese posible él consiguió acercarse de nuevo a mí para decirme que había
disfrutado mucho conmigo y que desde luego era digna de hacerme su
esposa. Le dije que estaba loco si pensaba que aceptaría tal proposición
después de lo que me había hecho y entonces él… él me amenazó. Me dijo
que si no le aceptaba todos acabarían sabiendo lo que era, una puta que se
acostaba con cualquiera. Que eso no solo arruinaría mi reputación, sino que
sería la responsable de iniciar una guerra entre su clan y el de mi padre. Y
que sería la única responsable de la pérdida de las vidas que ello supusiera.
Supo que había vencido en el mismo instante que pronunció esas palabras
porque una sonrisa malévola apareció en sus labios. Al final me dijo que
había sido un poco desconsiderado y puesto que tenía que hacer cosas en la
corte que le llevarían varios meses, me daría ese tiempo para que me fuese
haciendo a la idea. El mismo día que llegaste a casa a pedirme que fuese a
pasar un tiempo con Meg recibí una carta de él desde la corte diciéndome
que estaba acabando sus asuntos y que en breve volvería a sus tierras. Que
debía prepararme para contraer nupcias con él —dijo Aili con apenas un
hilo de voz.
Andrew intentó sosegarse lo suficiente para poder hablarle sin que
ella se diese cuenta de su estado, porque en ese momento, si hubiese tenido
a ese hijo de puta enfrente lo hubiese matado con sus propias manos, de
forma lenta y creativa para que sus gritos resonaran durante largas horas. La
rabia, la ira, y sobre todo el dolor que sintió por Aili corroyeron su interior
como si fuese veneno. Solo quería venganza por lo que le habían hecho,
aunque sabía que lo que ella necesitaba no era eso.
—¿Me estás diciendo que llevas meses con esto dentro y que no se
lo has contado a nadie? —preguntó Andrew intentando que Aili le mirase a
los ojos.
—Sí —respondió ella esquivando su mirada.
Andrew tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para estar
calmado.
—Aili, mírame —le dijo con un tono de voz que parecía más una
súplica que una petición.
La joven negó con la cabeza mientras las lágrimas que durante su
relato habían estado contenidas en esos maravillosos ojos del color del mar
embravecido, surcaban sus mejillas y se perdían tras su barbilla recorriendo
su cuello y muriendo no mucho más allá.
Andrew cerró los ojos y apretó los dientes antes de volver a hablar.
Quería, necesitaba llegar hasta ella. Era vital para él. No soportaba verla en
ese estado y cada segundo que pasaba su sed de sangre se volvía más
irracional e inevitable.
Tomó la mejilla de Aili en su mano y giró su cabeza suavemente,
pensando que era un milagro que ella no se hubiese apartado de él como
alma que lleva el diablo. Cuando su cabeza estaba alineada con la suya, le
levantó la barbilla, para que alzase la vista y se encontraran al fin sus ojos.
—Aili, por favor, mírame y escucha lo que tengo que decirte. Es
muy importante, y es lo único que te pido —dijo Andrew y ahora sí que fue
un ruego.
Ella reaccionó a sus palabras lo suficiente como para sostener su
mirada por unos segundos.
—Eres la mujer más fuerte que conozco y no puedo ni imaginar por
lo que estás pasando —dijo Andrew esta vez con su mano en la mejilla de
Aili, intentando con su pulgar borrar las silenciosas lágrimas que se
deslizaban por su piel.
—Estoy tan avergonzada, me siento tan humillada y …. No soporto
mirar a nadie, ni siquiera soporto mirarme a mí misma —dijo Aili
interrumpiendo a Andrew.
Esta vez él la cogió de los brazos con suavidad, pero con
contundencia. No iba a dejar que le rehuyera por más tiempo.
—Tú no tienes que sentirte avergonzada por nada. Ellos te hicieron
esto contra tu voluntad, sin que pudieses hacer nada. Esos hijos de puta te
han hecho un daño irreparable pero jamás vuelvas a decir que estás
avergonzada por nada, porque eres una mujer fuerte, extraordinariamente
fuerte, a la que pueden dañar, pero no pueden destruir, ¿me escuchas? Ese
hombre no puede hacerte nada más a no ser que tú se lo consientas, y no lo
vas a hacer porque te conozco lo suficiente como para saber que no
permitirás a nadie quitarte tu orgullo, tu honor, tu esencia, tu bondad, tu
alegría y tu dulzura. Podría estar horas diciéndote un sinfín de cosas más de
las que ese cabrón no tiene ni idea y de las que nunca tendrá, porque él
jamás ha sido nada tuyo ni lo será.
De la garganta de Aili se escapó un pequeño sollozo al escuchar las
últimas palabras de Andrew.
—No lo entiendes. Tengo que casarme con ese monstruo —dijo Aili
mirándolo con la voz rota.
«Por encima de mi cadáver», pensó Andrew. En cuanto supiera el
nombre de ese hombre iba a disfrutar desmembrándole lentamente.
—Pensé que podría escapar de esa pesadilla por un tiempo, mientras
estuviese con vosotros y con Meg —continuó Aili—. Que allí estaría a
salvo, pero cuando ese desconocido me cogió en el bosque y me dijo quién
lo había contratado y que me tenían vigilada por si intentaba escapar de él,
vi claro que nunca se rendiría. No se rendirá, Andrew y yo no voy a
exponer a mi clan o a mis seres queridos a una lucha en la que muchos de
ellos pueden perecer. Él no pelea con honor. ¿Imaginas tan siquiera lo que
haría mi padre si llega a enterarse de lo que me ha hecho? O mi hermano
Logan, ¡Oh, Dios mío, ¡Logan! Si se entera no sé qué podría llegar a hacer
—dijo Aili temblando nuevamente.
Andrew sí podía imaginar a la perfección lo que Dune McGregor o
Logan harían a ese bastardo, porque sabía lo que le haría él en cuanto le
pudiese poner las manos encima. Y aunque Aili no hubiese caído en ese
momento, sabía que Meg no se quedaría atrás.
—Ven aquí —dijo Andrew estrechándola entre sus brazos, no
pudiendo soportar por más tiempo verla en ese estado. Solo quería
abrazarla, que dejara de temblar de forma tan violenta y trasmitirle algo de
calor. Sus manos y su piel estaban frías como el hielo—. No te preocupes,
ahora debes descansar. Apenas dormiste anoche y mañana nos espera un
largo camino.
—Siento no habértelo contado después del ataque. Lo siento,
Andrew.
Andrew sintió que algo dentro del él se desgarraba al escucharla
decir esas palabras. Después de todo lo que había pasado y todavía le pedía
perdón por no haber hablado antes. Había sido muy valiente al haber
confiado en él y haber tenido la entereza y la fuerza de contarle lo que le
había pasado. Aili, siempre pensando en los demás antes que en ella. Ese
rasgo que lo había cautivado ahora lo tenía subyugado sin lugar a dudas,
porque era un rasgo demasiado raro y preciado en una persona como para
ignorarlo, y el hecho de que él supiese que ella era así, le hacía sentir
privilegiado.
—No se lo contaras a nadie, ¿verdad? —preguntó Aili.
No sabía cómo, pero le había confesado a Andrew todo lo que la
había estado atormentando durante estos meses. Ahora se sentía liberada en
cierto sentido, pero estaba rota por dentro. Algo había cambiado en ella y
sabía que jamás volvería a recuperarlo. No sabía cómo reaccionaría
Andrew, pero no iba a cuestionar la forma en que había recibido su historia.
No la había puesto en duda, no la había mirado de forma diferente, con
pena o recelo. No, él la había escuchado y a distancia de reprocharle algo,
estaba reaccionando como alguien a quien le importara. Sabía que eso no
era real pero el esfuerzo de Andrew por hacerla sentir mejor y protegida en
ese instante eran encomiables. Entre sus brazos, unos brazos que al
principio había aceptado de forma reticente, sentía que nada malo podía
pasarle. Era una quimera, una ilusión, pero era lo que sentía en ese instante
y eso le proporcionó la suficiente tranquilidad para que su cuerpo exhausto
se relajara contra él y empezara a sentir el cansancio y el sueño que no
admitía más demora.
—Creo que es mejor que te eches en la cama e intentes dormir un
poco. No se lo voy a contar a nadie, Aili, pero si no quieres que los demás
empiecen hacerse preguntas es mejor que esta noche no vuelvas al salón.
Necesitas descansar. Mañana hablaremos.
Aili asintió dentro de la neblina que conformaba el sueño y el
cansancio, sin embargo, eso no la impidió ver como Andrew se tensaba
antes de hacerle una última pregunta.
—Antes de dejarte solo quiero saber una cosa más.
—¿El qué? —preguntó Aili de forma recelosa.
—¿Quién te hizo esto? ¿Cuál es su nombre?
Aili cogió aire antes de decidir si debía decírselo.
Tenía que hacerlo, ya sabía todo lo demás y Andrew no sentiría la
necesidad de pelear con él o empezar una guerra en su nombre. Sabiendo
que se lo debía, Aili apretó los puños antes de que el nombre de aquel
bastardo saliera de sus labios.
—Su nombre es Clave McNaill.
Andrew se tensó tanto cuando escuchó su nombre que temió que su
espalda se partiera en dos. Intentó que Aili no se diese cuenta. Conocía a
aquel bastardo. No mucho, pero sí lo suficiente para saber que era uno de
los preferidos del Rey. Aquel hijo de puta se había librado de más de una
acusación por su amistad con el soberano, pero su suerte iba a cambiar,
como se llamaba Andrew McAlister.
CAPÍTULO VIII

Andrew miró a Aili que yacía de lado en la pequeña cama que Flora
le había dejado. Sus hombres estaban durmiendo fuera, a la intemperie,
igual que hubiese preferido hacerlo él si no hubiese sabido todo lo que Aili
le contó. Ahora entendía sus pesadillas y esa mirada triste y a veces agónica
que había atisbado en alguna ocasión pero que ella se había afanado por
ocultar. Había permanecido tumbado en el suelo del salón. Lo
suficientemente cerca de ella por si las pesadillas o cualquier otra cosa
perturbaban su sueño y le necesitaba. No pudo dormir, pensando en todo lo
que le había contado y en qué podía hacer, y la respuesta había estado clara
desde el principio. En ese preciso instante, antes de que el sol comenzase a
mostrarse tímidamente por el horizonte, Andrew se acercó a Aili para
despertarla. Necesitaba hablar con ella sin ser molestados, y necesitaba
determinar cuál iba a ser la ruta de ese día antes de que los hombres se
levantasen y preguntasen por el plan para hoy.
—Aili —dijo Andrew en voz baja mientras tocaba su brazo a fin de
que se despertase.
Aili gruñó un poco por lo bajo. Alguien estaba intentando
despertarla y ella solo quería dormir un poco más. Estaba tan cansada y
dolorida por la tensión del día anterior que solo quería que la dejaran en paz
y poder seguir allí echada.
Sin embargo, la persistencia de quien fuese no tenía límites y a pesar
de haberse dado la vuelta para quedar de espaldas, el ignorarle no dio fruto.
Con mucho esfuerzo abrió los ojos, dispuesta a decirle cuatro cosas a quien
fuese que no la dejaba dormir en paz.
—Aili, necesito que te sientes. Tenemos que hablar —le dijo una
voz masculina y tentadora que le llegó desde lejos.
Aili enfocó su visión todavía algo borrosa después de su letargo y
vio a Andrew con una sonrisa en los labios sentado en el lateral de la cama.
Aunque su boca decía una cosa, sus ojos denotaban cierta preocupación que
intentó ocultar en cuanto le miró.
—¿Ya es hora de irnos? —preguntó ella, que pensó que estaba
demasiado oscuro como para que hubiese amanecido. Al mirar hacia el
frente vio que, salvo pequeñas brasas que todavía se quemaban en el hogar,
la casa estaba completamente en penumbra.
—No, no es hora de irnos, pero falta poco para el alba y tengo que
hablar de algo importante contigo antes de que los demás despierten y sea
más difícil.
Aili se sentó en la cama con los pies subidos todavía en ella. Elevó
las piernas cubiertas por su falda hasta el pecho y las rodeó con los brazos.
Claramente Andrew quería seguir con su conversación de la noche anterior,
y Aili pensó que no podría volver a pasar por ello nuevamente.
Algo debió de reflejarse en su rostro porque Andrew se apresuró a
tranquilizarla.
—Tranquila, no quiero que me cuentes nada más sobre aquello —
dijo él, viendo cómo la postura de la joven volvía a relajarse.
—He estado pensando en lo todo lo que me dijiste y quiero
proponerte algo —dijo Andrew. La seriedad en su tono, desprovisto de su
natural jovialidad o ironía, dejaron a Aili nuevamente preocupada.
—Dime.
—Cásate conmigo en secreto —dijo él de forma contundente.
Aili escuchó un sonido que no percibió como suyo hasta que vio la
expresión de Andrew al mirar hacia el salón, vigilante por si ella, con ese
ruido mitad quejido, mitad asombro, había despertado a Flora o Gordon.
Cuando tuvo la certeza de que todos seguían durmiendo dirigió de nuevo su
mirada sobre ella.
—Escúchame. Déjame terminar antes de decir nada, ¿de acuerdo?
—insistió Andrew con un tono más suave, aunque igual de firme.
Aili solo pudo asentir con la cabeza. Ninguna palabra podría salir
ahora de su garganta que parecía haberse quedado sin habla.
—Si te casas conmigo estarás segura y no tendrás que preocuparte
por McNaill. Ya no podrá hacerte nada. Si te propongo que lo hagamos en
secreto es porque si nos casamos frente a todos ahora, suscitaría las mismas
preguntas. Solo nos hemos visto una vez anterior y tanto tu familia como la
mía se preguntarían por qué tan pronto, por qué en el camino y por qué sin
ellos. De esta manera podríamos empezar a cortejarnos cuando lleguemos a
casa. Meg y Evan serán testigos y después de un corto periodo nos casamos
para el resto del mundo y para el padre Lean… y para nosotros será una
confirmación de nuestro matrimonio en secreto. Y si te preguntas por qué
no nos cortejamos primero y nos casamos después, es porque si McNaill
está tan demencial como para haber contratado a unos mercenarios para que
te vigilen, no sabemos qué más puede hacer. Si intenta realizar algún
movimiento o te amenaza para que vuelvas cerca de él, esa será tu
salvaguarda. En cualquier momento podemos decir que nos casamos en
secreto y nadie podrá reclamarte salvo yo.
Aili estaba totalmente paralizada. No sabía qué le iba a decir
Andrew, pero jamás hubiese imaginado que le iba a proponer que se casara
con él.
Un silencio sepulcral se instaló entre los dos.
—Ahora estaría bien que dijeras algo —dijo Andrew esta vez con su
eterna sonrisa no solo en sus labios sino también en sus ojos.
—¿Por qué? —preguntó Aili sintiendo su propia voz extraña. Sin
duda producto de su sorpresa y de su nerviosismo.
—Porque así estarás segura. Si nos casam…
—No, no pregunto eso —dijo Aili interrumpiendo a Andrew con
cierta premura—. Lo que quiero saber es por qué tú harías algo así por mí.
¿Por qué vas a casarte conmigo? ¿No hay nadie especial para ti? Porque si
no lo has encontrado todavía, seguro que aparece en un futuro y yo no
puedo condenarte de esa manera. No puedo arrebatarte la oportunidad de
casarte con la persona que sea capaz de robarte el corazón. Créeme que tu
proposición es lo más hermoso, desinteresado e increíble que nadie ha
hecho por mí, y que estaría más que honrada de decirte que sí, pero no
puedo hacerte eso, no soy tan egoísta como para salvarme yo a costa de tu
felicidad, tu futuro y tu vida. Gracias, Andrew, pero no, esa no es una
opción —dijo Aili mirándole con determinación.
Andrew sonrió más ampliamente y algo en su mirada la dejó
paralizada. Sintió que su cuerpo entraba en calor solo por sus ojos. Andrew
acortó un poco las distancias entre ambos y se sentó más cerca de ella.
—No hay nadie especial en mi vida. Nunca me he enamorado y no
sé si podré enamorarme alguna vez. Creo que tengo una visión de la vida
demasiado cínica como para que un sentimiento tan noble arraigue en mí,
además los matrimonios rara vez se basan en el amor. Es un contrato, y mi
hermano ya me ha mandado alguna que otra indirecta con el tema para
poder formar alguna alianza con otro clan. Créeme cuando te digo que las
candidatas no son muy compatibles conmigo. Así que no me ofrezco en
sacrificio y mi propuesta no es tan desinteresada como piensas. Tú también
me estarías ayudando a mí. Creo que tenemos más de lo que muchos
matrimonios comparten. Nos llevamos bien, la comunicación no es un
problema, te hacen gracias mis ironías y…
—¿Y.…? —preguntó Aili con un tono de voz apenas audible.
Andrew levantó su mano con sumo cuidado y la acercó a la mejilla
de la joven hasta que tocó su piel suave y tibia. Eso le hizo tragar saliva.
Cuando vio que Aili no se retiraba, cuando no vio rechazo en su mirada,
acercó su cara lentamente hacia la suya, sin dejar de mirarla a los ojos. Vio
cierto recelo en ellos y se paró a medio camino, esperando unos segundos,
mostrándole que jamás haría algo que ella no quisiese. Cuando vio que ese
recelo dio paso a la curiosidad, se acercó un poco más. Pudo sentir el
aliento de Aili a escasos centímetros de su boca y volvió a mirarla
nuevamente. Ella tenía los ojos cerrados y eso fue todo lo que Andrew
necesitó. Posó sus labios sobre los de ella, suavemente, dejando que Aili se
acostumbrara a la sensación. La sintió temblar bajo su contacto y abrió
ligeramente los labios para saborearla, solo un poco, lo suficiente para no
volverse loco de deseo, para controlar sus ganas de ella. Cuando Aili imitó
su gesto, Andrew tuvo que sujetar con mano férrea sus instintos. Casi
temblando a su vez, introdujo la lengua en su boca, lentamente, pero de
forma inexorable. Nada en ese instante podría haberle separado de esa boca,
de su sabor que era pura ambrosía, de esa dulzura que con su inocencia lo
estaba desarmando, dejándole tan expuesto que el simple hecho de pensarlo
daba vértigo. Cuando Aili rozó su lengua con la suya, Andrew ahondó el
beso, sintiendo cómo el fuego le abrasaba las entrañas, hasta que sacando
fuerzas de donde no podía, se apartó de ella poco a poco.
— Y luego tenemos esto… —dijo Andrew separándose unos
centímetros, rompiendo ese beso febril, y apoyando su frente sobre la de
ella.
Aili sintió cada parte de su cuerpo rebelarse contra el hecho de que
Andrew se separase de ella. Ese beso… Jamás pensó que un beso pudiese
ser así ni pudiese hacerte sentir como si pudieses flotar. Los pocos besos
robados que le había dado McPhee no se parecían en nada a aquello. Los
otros habían sido rápidos y sin la profundidad ni la pasión de ese único
beso, que ya echaba de menos.
Andrew cogió suavemente la barbilla de Aili y subió ligeramente su
rostro para que le mirara. Pudo ver que su mirada todavía estaba turbada
por lo que habían compartido. No le había sido indiferente y eso era algo a
lo que aferrarse.
—Hay atracción, deseo. Otro punto de apoyo para esta unión.
Cásate conmigo —volvió a preguntar Andrew con toda la convicción que
pudo expresar.
—¿Estás seguro? —insistió ella con gesto preocupado en el rostro.
Andrew pasó suavemente la yema de los dedos sobre unas ligeras
arruguitas que se le habían formado en la frente a Aili al preguntar.
No podía evitar preocuparse por los demás antes que por ella.
—Completamente —dijo sin ningún atisbo de duda, ni en su voz, ni
en su expresión, ni en su mirada.
Aili le miró fijamente con el estómago en un puño y el corazón
latiendo tan deprisa que temió que se le saliera del pecho.
Cuando Andrew pensó que Aili no le contestaría, esta hizo un
pequeño gesto de asentimiento con la cabeza.
—¿Eso es un sí? —preguntó él con esa mirada canalla que tanto
empezaba a gustarle.
Sin poder evitarlo, una pequeña sonrisa se instaló en sus labios antes
de contestar ahora con palabras.
—Sí, Andrew McAlister. Me casaré contigo en secreto, y que Dios
nos ayude —dijo Aili mientras él cogía una de sus manos entre las suyas, y
la besaba en la palma.
Aili pensó que sus piernas temblorosas no la sostendrían si no fuera
porque ya estaba sentada.
Con esa sensación, los primeros rayos de luz se filtraron por las
ventanas y los encontró mirándose a los ojos. Varios sonidos provenientes
de la habitación donde dormían Flora y Gordon rompieron el momento y
Andrew se levantó no sin antes guiñarle un ojo.
Aquel día sin duda iba a ser largo, pero, a pesar de ello, Aili se
permitió la primera sonrisa genuina en mucho tiempo.
CAPÍTULO IX

Andrew habló con los hombres y, como habían acordado el día


anterior, decidieron cambiar de ruta por si los mercenarios volvían a
intentarlo de nuevo. Así que pensaron en dar un pequeño rodeo por las
tierras McPherson. El jefe del clan McPherson, Duncan, había sido muy
amigo de Kerr, el hermano de Evan y Andrew. Harían una pequeña parada y
al atardecer podrían estar ya en tierras McAlister; además, el hecho de
descansar un par de horas en tierras McPherson tenía una doble intención
para Andrew. Lean McPherson había sido el sacerdote que cuidara de las
almas de todos los clanes vecinos durante años hasta que una enfermedad
que afectaba a sus huesos hizo dolorosos sus viajes, así que ahora solo
cuidaba de las almas de los miembros de su clan. Pero era un viejo
conocido y amigo y Andrew no podría confiar en nadie más.
Con esos planes partieron al alba, despidiéndose de Flora y Gordon
cuya hospitalidad era inigualable. Flora había obligado a Andrew a sentarse
para verle la herida antes de partir y cambiarle el vendaje. La mirada que le
había lanzado a Andrew cuando vio el corte, y la seriedad en su rostro no
impidieron a su primo esbozar una de sus sonrisas y coger una de las manos
de ella.
—Estoy bien, Flora —le dijo guiñándole un ojo.
Flora movió la cabeza en señal de negación.
—Eres un zalamero Andrew McAlister, pero que sepas que no me
engañas. Tiene que dolerte como mil demonios y además está en carne viva.
Te he puesto un emplasto de hierbas, pero creo que la fiebre va a ser
inevitable. Debes cuidarte y no forzarte —dijo Flora poniendo a su vez una
mano sobre la de él. —Prométemelo —le dijo de nuevo con semblante
serio.
—Te lo prometo —aseguró Andrew dándole un beso en la mejilla
antes de levantarse e ir junto a sus hombres.
—¡Andrew! —le llamo Flora cuando este estaba prácticamente al
lado de la puerta—. Cuida de ella. Me cae muy bien —añadió cuando él se
giró, guiñándole un ojo a su vez.
Flora pudo escuchar una pequeña carcajada antes de que Andrew
desapareciera tras la puerta.

Llegaron a tierras de los McPherson antes del mediodía. Duncan


salió a recibirlos con una sonrisa en los labios y la pregunta implícita en la
mirada de qué demonios hacían allí.
—¿Mis ojos me engañan o es el pequeño bastardo de los McAlister
el que tengo ante mí? —preguntó Duncan con tono desafiante.
Aili se quedó fría en un instante. Eso no parecía el recibimiento de
alguien que era aliado y amigo de los McAlister, sin embargo, no vio
tensarse a los hombres que tenía a su alrededor así que fue prudente y
esperó a ver qué pasaba a continuación. Duncan McPherson era un hombre
muy corpulento. No tan alto como Andrew, pero con el torso y los brazos
muy desarrollados sin duda por el entrenamiento y el desgaste físico. Se le
veía un adversario a temer. Tenía el pelo oscuro y sus ojos de un color gris
claro parecían destilar inteligencia y perspicacia.
Aili miró a Andrew, que con su eterna sonrisa observaba a su vez a
Duncan como si le aburrieran sus intentos de desafío.
—En persona —dijo Andrew sin bajar de su montura—. Voy
camino de casa y he pensado que quizás el zoquete de Duncan McPherson
tuviera a bien invitarnos a compartir la mesa y su comida antes de continuar
viaje.
Aili se puso más tensa al escuchar a Andrew llamar zoquete al jefe
del clan McPherson. La cara que había puesto este último al oír el insulto
no tenía precio. Dejaría helado al hombre más bragado, y por el rabillo del
ojo vio como varios hombres McPherson se habían acercado con aire
amenazador.
A Aili se le daban bien las cuentas y desde luego no veía cómo iban
a salir de allí, pues se encontraban en franca desventaja si la cosa se ponía
fea. Aili se estaba poniendo muy nerviosa cuando vio una sonrisa aparecer
en los labios de Duncan McPherson.
—Anda y baja tu feo culo de esa montura y dame un abrazo —dijo
Duncan a Andrew poniendo las manos en su cadera ya totalmente relajado.
Andrew bajó de su caballo y se acercó a Duncan que, como si fuera
un oso, le dio un abrazo que él correspondió no sin soltar un pequeño
gruñido ante el achuchón del gigantesco hombre.
—¿Estas bien, mocoso? —preguntó Duncan que se separó de
Andrew cuando escuchó el pequeño quejido. Su cara de preocupación no
pasó desapercibida para Aili.
—Perfectamente, solo un rasguño en el hombro. Tuvimos un
pequeño problema con unos mercenarios ayer —replicó él con un tono de
voz despreocupado.
Duncan enarcó una ceja a modo de interrogación. Sin duda después,
cuando estuviese a solas con Andrew, le preguntaría más a fondo sobre el
tema, pensó Aili mirando a ambos.
—Quiero presentarte a alguien —añadió enseguida este último antes
de alejarse de Duncan para acercarse a Aili.
Cuando estuvo junto a su montura, Andrew le guiñó un ojo desde
abajo mientras la ayudaba a desmontar. La llevó junto a Duncan que, visto
desde cerca, era un hombre más imponente si cabía.
—Duncan McPherson, te presento a Aili McGregor, la hija del jefe
Dune McGregor y hermana de Meg, la esposa de Evan.
Andrew pudo ver una mirada apreciativa en los ojos de Duncan, así
como en los de los hombres McPherson que había cerca. No era ningún
secreto que Aili era muy hermosa, pero ver cómo la devoraban con los ojos
otros hombres acicateó algo dentro de Andrew. Cuando reconoció la
emoción, maldijo entre dientes. Aquello no era otra cosa que celos.
Duncan, que lo conocía, tuvo que intuir algo porque pasó una
mirada de Aili a Andrew y después de ver su semblante, una pequeña
carcajada retumbó en su pecho.
—Es un placer tenerla con nosotros. Espero que no le parezcamos
muy bárbaros y que le guste la comida que, sin duda, será hoy en su honor.
Aili le miró con una ligera sonrisa en los labios
—Muchas gracias, laird McPherson. Para mí será un privilegio el
poder compartir la mesa con usted y los miembros de su clan. Sin duda
habiendo viajado con Andrew McAlister no puede pensar que me asuste el
término bárbaro, ¿verdad? —dijo Aili ensanchando su sonrisa.
McPherson soltó una sonora carcajada ante esas palabras, sobre todo
cuando vio la expresión de Andrew, falsamente dolido por estas. Duncan
veía que a McAlister le había divertido la ocurrencia de Aili. La atracción
entre esos dos era más que evidente.
—Me gusta. Palabras muy acertadas —dijo Duncan McPherson
mientras ofrecía su brazo a la joven para guiarla al interior—. ¿Me permite?
Andrew sintió un cálido sentimiento en su pecho cuando escuchó a
Aili hacer aquella broma. Se la veía cómoda y con la suficiente confianza
con él como para hacer un comentario como aquél.
—¿Y el padre Lean? —preguntó Andrew que iba al otro lado de
Aili, quedando esta escoltada por los dos hombres—. Pensé que lo veríamos
aquí.
—Y no te equivocas. Estará en la comida con nosotros. Ha ido esta
mañana a ver al viejo James, pero no puede tardar en volver. Ya no aguanta
tanto tiempo en pie.
Andrew asintió dejando que Duncan siguiera hablando con Aili
mientras él reflexionaba. Tendría que abordar más tarde al padre Lean y
contarle lo suficiente para que este accediera a casarlos.

Duncan les ofreció unas habitaciones para que pudieran asearse


antes de comer. Andrew se lo agradeció, sobre todo por Aili, que parecía
agotada. Sabía que no era solo por el viaje, sino por toda la carga emocional
que había estado soportando los últimos meses sin poder confiar en nadie.
A Andrew también le hubiese venido bien descansar un rato, ya que
la herida había empezado a darle punzadas de dolor tan intensas que
parecían querer arrancarle el brazo. Sabía que había empezado a tener
fiebre, lo notaba. No la suficiente para que fuese evidente, pero podía sentir
los pequeños escalofríos que se adueñaban de su cuerpo de vez en cuando.
Sin embargo, y a pesar de ello, se vio buscando al herrero del clan
McPherson.
—Dave, cuánto tiempo —dijo Andrew cuando tuvo enfrente a
David McPherson. Todavía no sabía por qué le llamaban Dave (diminutivo
de David) cuando aquel hombre era como un muro de piedra. Andrew, que
era un hombre alto, tenía que mirar ligeramente hacia arriba para poder
hablarle. Además, su brazo podría competir con un tronco de un árbol no
solo en diámetro sino también en dureza y fuerza bruta.
—Había oído que estabas aquí. Me alegra volver a verte. Siempre es
un placer ver a un McAlister por estas tierras —dijo Dave ensombreciendo
su expresión al final de la frase. El recuerdo de Kerr, como siempre que
visitaba a los McPherson, sobrevolaba el ambiente. La mujer de Kerr había
sido McPherson así que su hermano tenía muy buenas relaciones con
miembros del clan y la familia de su esposa. Duncan había sido muy amigo
de Kerr, al igual que Dave, primo hermano de la que había sido su cuñada.
—A mí también me gusta estar aquí, aunque me resulta difícil sin él
—dijo Andrew, dejando entrever por primera vez lo costoso a nivel
personal que era para él estar allí.
Dave le miró, comprendiendo perfectamente lo que quería decir.
—¿Cómo estás? Y lo más importante, ¿cómo está Rose? Veo que
sigue cuidándote a pesar de ser un gruñón insoportable. —Mientras
hablaba, Andrew se apoyó en una mesa que había detrás de él y que
contenía varias herramientas.
Una sonrisa se extendió por los labios de Dave.
—La verdad es que tiene su mérito. Aún no sé cómo sigue a mi
lado, pero qué puedo decirte, soy jodidamente afortunado —dijo con una
pequeña carcajada y un brillo especial en sus ojos al hablar de su esposa—.
¿Cómo está Evan? ¿Qué tal la vida de casado?
—Está hecho un quejica, pero al igual que tú, se siente afortunado.
Meg es un auténtico encanto —respondió con una sonrisa Andrew.
Dave pudo notar en su voz el afecto que tenía por su nueva cuñada.
—Necesito un favor, Dave, y que quede entre nosotros —añadió a
continuación, ya más serio.
—Tú dirás. Si está en mi mano dalo por hecho. Lo que sea por el
hermano pequeño de Kerr.
Andrew contrajo los músculos de la cara en un acto reflejo al
escuchar las palabras de Dave.
—Necesito que me hagas un anillo. Algo sencillo, más o menos de
tamaño como para mi dedo meñique, y lo necesito para esta tarde.
Dave le miró fijamente, intentando escudriñar de qué iba aquello,
pero si algo tenía Dave McPherson era que, además de ser un hombre
excesivamente leal, nunca se metía en los asuntos ajenos, a pesar de que en
este caso pudiese estar más que justificado que preguntara.
—Dalo por hecho.
Andrew apretó el antebrazo de Dave, que respondió de la misma
manera.
—Gracias —dijo Andrew, volviendo sobre sus pasos y dirigiéndose
nuevamente hacia la casa. Quizás con un poco de suerte todavía pudiese
refrescarse un poco y ver el estado del vendaje antes de comer.
CAPÍTULO X

Al padre Lean se le iluminó la cara cuando los vio. Su alegría era


genuina. Dio un abrazo a Andrew y saludó efusivamente a Aili cuando este
la presentó.
Duncan tenía razón en cuanto a la salud del sacerdote. En solo unos
meses su apariencia había cambiado sutilmente. Estaba un poco más
encorvado y el dolor que sentía en sus huesos debía de estar más arraigado
porque los vestigios del mismo se veían reflejados en el rostro del anciano.
La comida fue tranquila y amena. Hablaron con Duncan y el padre
Lean de viejos tiempos y también de la situación actual en cuanto a su
relación con los clanes vecinos y los pequeños problemas de convivencia
que existían entre los mismos. Nada importante por el momento, pero la
única realidad era que varios de esos clanes se estaban poniendo nerviosos
en cuanto a la delimitación de sus tierras y el robo de ganado que en los
últimos tiempos se había multiplicado por tres.
Andrew miraba de vez en cuando a Aili y la vio tranquila y animada
escuchando la conversación, participando de vez en cuando. Sin embargo,
no pudo evitar ver en sus ojos pequeños indicios del nerviosismo y la
incertidumbre fomentada por los acontecimientos de los últimos días.
Cuando terminaron, Duncan habló con Andrew y le convenció para
que no continuaran viaje ese día y que hicieran noche allí. Lo hizo con
buenos argumentos y aunque Andrew hubiese preferido haber seguido y
llegar al anochecer a tierras McAlister, sabía que a Aili le vendría bien una
noche de descanso y sueño reparador. Y eso también le daría más tiempo
para que el padre Lean les casara sin levantar sospechas. Con esa idea,
siguió al padre Lean cuando este se excusó para ir a descansar un rato tras
la comida.
—Padre Lean, necesito hablar un momento con usted —le dijo
poniéndose a su altura cuando este iba andando para dirigirse a su pequeña
casa cerca de la principal.
—Muchacho, ¿no puedes esperar hasta después de la siesta? Este
cuerpo ya no aguanta lo que antaño —dijo el padre Lean con una ceja
levantada, aunque algo en la expresión de Andrew hizo que frunciera el
entrecejo—. Entiendo. Es algo que no puede esperar ¿verdad? Y dado que
te tengo por un hombre tremendamente calmado, inteligente y nada dado a
la exageración, creo que dejaré la siesta para más tarde y escucharé lo que
tengas que decirme. Ven a casa. Prepararé mi infusión de hierbas y tú
podrás decirme qué es eso tan importante.

Media hora más tarde y dos tazas de infusión de hierbas después,


Andrew le había contado lo suficiente al padre Lean para que el rostro de
este expresara la gravedad de la situación.
—¿Y qué piensas hacer con ese hombre? —El padre Lean miró a
Andrew a sabiendas que McAlister estaba conteniendo toda su ira por lo
que acababa de contarle.
—Algo no muy cristiano, padre —replicó el joven mirando al
sacerdote directamente a los ojos—. Solo quiero proteger a Aili. Lo que ha
pasado ya no puede evitarse, pero sí que ese bastardo vuelva a hacerle daño
y mucho menos obligarla a nada que ella no quiera como un matrimonio
forzoso.
— ¿Estás seguro de esto? El matrimonio es una institución seria. En
ningún caso algo que se pueda tomar a la ligera. Es un sagrado
mandamiento, un juramento que te unirá a ella de por vida y que tendrás
que honrar. Creo que es muy loable y noble lo que quieres hacer, pero no
tienes obligación moral alguna y yo debo velar por el alma de los dos, no
solo por la de Aili. Así que no quiero que vayas a este matrimonio por los
motivos equivocados.
—Estoy completamente seguro —dijo Andrew con una sonrisa en
sus labios y el pleno convencimiento en el tono de su voz.
El padre Lean sonrió a su vez asintiendo con la cabeza.
—Ya veo —siguió el sacerdote—. De acuerdo. Creo que sería mejor
celebrarlo mañana por la mañana un poco antes del alba. Podemos hacerlo
en una pequeña capilla que hay en la parte de atrás de la casa principal.
—Sé cuál es —dijo Andrew asintiendo a su vez.
—Está bien, nos vemos allí a esa hora. Y, Andrew… necesitamos un
testigo.
Andrew asintió, dispuesto a encargarse de ello. Se levantó de la silla
y se acercó a la puerta seguido por el padre Lean.
—¿Le veré esta noche en la cena, padre?
—No me lo perdería por nada del mundo. Ah, Andrew otra cosa.
Me gustaría hablar con Aili antes. Solo quiero saber que ella también
entiende dónde se está metiendo.
Andrew pareció valorar lo que le había dicho el sacerdote.
—Se lo diré —dijo finalmente, abriendo la puerta para irse.
—Andrew —le llamó el padre Lean antes de que cruzara el umbral.
Andrew notó un ligero titubeo, nada común en el hombre al dirigirse
nuevamente a él—. Me alegré mucho cuando vi a Evan la última vez. Se le
veía feliz. Es bueno verlo así después de lo de Kerr, sin embargo, no sé si
puedo decir lo mismo de ti. Aunque parece que nada te afecta creo que tú
estás sufriendo más esa pérdida porque lo haces sin compartir tu carga con
nadie. Estabas muy unido a tu hermano. Si necesitas hablar alguna vez, aquí
me tienes.
Andrew sonrió de medio lado antes de contestar al sacerdote.
—Estoy bien. Se lo agradezco, pero me encuentro perfectamente y
aunque echo de menos a mi hermano, es algo que pasó hace un par de años.
El tiempo ha hecho bien su trabajo.
El padre Lean vio desaparecer a Andrew en la lejanía. Lo había
intentado, pero Andrew McAlister era un hombre hermético, demasiado
para hablar de sus propios sentimientos, demasiado para admitir que seguía
sufriendo.

Aili estaba agotada, se quedó profundamente dormida y tuvieron


que llamarla para la cena. Se puso uno de los pocos vestidos que llevaba
para ocasiones más especiales. Una prenda de color azul cielo con algunas
cuentas bordadas en el taller. Se había visto algo demacrada y con surcos
oscuros bajo los ojos, pero tampoco podía pedir más con los
acontecimientos de esos dos últimos días. Sin embargo, cuando vio la
mirada de Andrew sobre ella al verla en el salón, el color volvió a sus
mejillas y un calor que antes jamás había sentido se extendió por todo su
cuerpo bajo el efecto de esos ojos color del brezo. La cena transcurrió de
forma tranquila, salvo por el hecho que el padre Lean se sentó esa vez a su
lado y la conminó para hablar un poco más tranquilos después de la cena. Y
eso habían hecho, un poco apartados cuando todos estaban más relajados al
terminar de comer las viandas. Fue difícil para Aili saber que el padre Lean
a grandes rasgos conocía lo que le había ocurrido, pero sabía que era
necesario para que el sacerdote los casara, y Andrew estuvo pendiente de
ella en todo momento por si le necesitaba. Le veía dirigir su mirada desde la
mesa hasta donde estaban sentados ella y el sacerdote. Era una locura, pero
Aili, después de llevar todos esos meses sin decírselo a nadie, sin poder
contar con nadie para que la ayudase, ahora se encontraba cada vez con más
asiduidad buscando la mirada de Andrew, solo para saber que estaba ahí. La
hacía sentir segura y tranquila. Esa especie de necesidad de estar a su lado,
de comunicarse con solo con una mirada, con una sonrisa, estaba arraigando
en su interior de tal forma que sabía que en poco tiempo sería tan necesario
para ella como lo era el respirar, y eso daba miedo. Porque ¿y si ese
matrimonio que empezaba como un acuerdo, se convertía en algo más para
ella? ¿Y si se enamoraba de Andrew y él solo sentía una tibia amistad?
Empezaba a sentir que quizás esa fuera otra clase de tortura, una que podría
terminar por romperle el corazón sin remedio.
Al final de la velada el padre Lean pareció convencido con su charla
y se despidió de ella diciéndole que la vería antes del alba para el
casamiento.
Andrew la acompañó hasta su habitación, despidiéndose en la puerta
con un beso en la mejilla que hizo que Aili quisiera tocar con sus dedos esa
porción de piel que él había dejado marcada con su beso, con su deliciosa
presencia. Ese fue el momento en el que, a pesar de ser una mujer educada,
maldijo por lo bajo. Eso se parecía mucho a un sentimiento amoroso. Por
Andrew. Negándose a que aquello fuese más de lo que en realidad era,
intentó despejar su mente y negar cualquier atisbo de emoción.
—Te veo en unas horas. Intenta dormir algo, ¿de acuerdo? —le dijo
Andrew antes de que frunciera su ceño ante la expresión que vio en la cara
de Aili.
—¿Estás bien? —preguntó, tocándole suavemente la mejilla con la
palma de su mano.
Aili tembló al sentir su contacto y Andrew malinterpretó su
respuesta, retirando su mano con presteza.
—Lo siento, no he querido incomodarte —dijo con una mirada llena
de intensidad.
—Y no lo has hecho —replicó Aili sonriendo débilmente—. Solo es
que estoy nerviosa. No sé si estamos haciendo lo correcto y sé que estoy
siendo egoísta permitiéndote hacer esto por mí. Eso no me hace sentir bien
conmigo misma. —En su voz él pudo notar el pesar y la culpa que se
autoinfligía sin razón alguna.
Angustiado, quiso comprobar si lo que le decía era cierto y volvió a
colocar su mano sobre la mejilla de la joven. Esta vez Aili tembló, pero le
miró a los ojos y él pudo ver que no era miedo lo que había tras ellos sino
incertidumbre.
—Nadie me está obligando a hacer esto, Aili. Nadie. Y cualquiera
que me conozca podría decirte que jamás hago algo que no quiera hacer, así
que deja de cuestionar mis motivos porque tú no tienes la culpa de nada,
¿me oyes? De nada. No quiero volver a ver en esos ojos esa pregunta,
porque su respuesta es que deseo hacer esto, y que nada ni nadie me
impediría casarme contigo dentro de unas horas, salvo tú.
Una sonrisa se extendió por los labios de Aili y Andrew no pudo
resistirse. Se acercó y, de forma suave, rozó sus labios con los de ella,
esperando que Aili se acostumbrara a él. Solo iba a ser un beso de buenas
noches, pero cuando Andrew sintió los dedos de Aili enredarse entre su
pelo perdió la batalla y la atrajo hacia él despacio, haciendo que sus cuerpos
se tocaran desde el pecho hasta sus piernas. Sentir el cuerpo de Aili le hizo
soltar un gruñido y ahondar el beso, intentado no perder el control, algo que
le estaba costando la vida misma, porque lo que quería era devorar su boca
y saquear su interior con toda la necesidad y el deseo que le consumían en
ese instante.
Aili pensó que sus piernas temblorosas la harían caer al suelo sin
remedio cuando el beso de Andrew se volvió más exigente. Al principio
había pensado en salir de su abrazo, romper ese beso cuando todo su ser se
puso en alerta. Pensó que el pánico se apoderaría de ella, pero en ese
momento, como si Andrew pudiese leer en su interior sin necesidad de
decirlo en voz alta, ralentizó el gesto, dejando que cogiera prácticamente las
riendas del mismo. Eso produjo en Aili un efecto totalmente opuesto al que
esperaba y la que terminó profundizando en el beso fue ella. Escuchó una
especie de gruñido procedente de la garganta de Andrew y eso la hizo
sentirse poderosa, la hizo ser atrevida. No podía reconocerse a sí misma,
pero quería volver a escuchar ese ruido en los labios de él. Enredó la lengua
con la suya y le devoró con toda el ansia y la inexperiencia que tenía. La
fuerza de su deseo, aunque desconocido para ella, superó con creces su
inocencia y Andrew rompió el beso, apoyando su frente en la de ella.
—¿Y todavía te quedan dudas? —preguntó con la voz entrecortada.
Ambos estaban jadeantes y les parecía faltar el aire.
Aili le miró a los ojos y lo que vio en ellos le dio la seguridad para
ponerse de puntillas, darle un beso en la mejilla y decir unas palabras que
solo unos días atrás pensó que nunca volvería a repetir a nadie ajeno a su
familia.
—Confío en ti.
Andrew sintió una sensación cálida y devastadora que se extendía
por su pecho. Sabía lo importantes que eran esas palabras y lo que debía de
haberle costado pronunciarlas. El hecho de que después de todo lo que le
había pasado confiase en él le llenaba de orgullo. Eso era algo nuevo.
—Solo una cosa más antes de dejarte descansar —añadió él
cogiéndola de la mano—. El padre Lean me dijo que necesitábamos un
testigo. Te prometí que no se lo diría a nadie y por eso necesito tu permiso.
Prometo que solo contaré lo necesario.
Aili arrugó un poco el entrecejo ante sus palabras. Andrew
empezaba a familiarizarse con sus gestos y ese era uno de los que más le
gustaban. Le parecía muy tierno el modo en que esas leves arruguitas
surcaban el pequeño espacio entre sus ojos cuando algo le preocupaba o se
concentraba con intensidad. Quiso posar sus labios justo en esa pequeña
porción de piel y borrar las huellas de su preocupación con besos. La vio
debatirse consigo misma. Vio su nervosismo, la incertidumbre, el miedo.
Todo eso resplandeció en sus ojos en solo unos segundos y no quiso seguir
torturándola por más tiempo. Iba a decirle que no se preocupara, que no iba
a contarle nada a nadie, que ya vería cómo lo podía arreglar, cuando otra
vez esas palabras le dejaron desarmado.
—Confío en ti.
Esta vez Andrew tuvo que contenerse. Aili estaba poniendo su vida
en sus manos, la suya y la de todos los que amaba. Esa calidez que antes
creyó extenderse por su pecho, en ese preciso instante lo abrasó y supo sin
lugar a dudas que por primera vez en su vida estaba enamorado. Lo que
creyó que jamás le pasaría, lo que pensó que no experimentaría por ser
demasiado cínico para ese sentimiento, eso mismo estaba ahora
presionando su pecho como si lo hubiesen cogido en un puño y lo cerraran
dejándolo indefenso, vulnerable y desorientado. Quizás ahora lo
reconociese, pero no era nuevo: le había golpeado desde que la vio por
primera vez.
—De acuerdo —dijo sin poder agregar nada más en ese momento.
Aili miró a Andrew con preocupación. Le parecía que este se había
puesto blanco en un momento. Quizás la herida le estuviese doliendo
demasiado, o quizás la fiebre, la misma que había notado en sus manos y en
los labios cuando la habían tocado, estaba empezando a afectarle. No era
una fiebre alta, pero sabía que tenía y eso producía desasosiego en su
interior.
—¿Te encuentras bien? —El tono de su voz dejaba patente su
preocupación.
Andrew reaccionó en un instante. Una sonrisa se dibujó en sus
labios mientras besaba la mano de Aili, que todavía tenía entre las suyas.
—Perfectamente —le dijo, ahora haciendo exactamente lo que antes
había deseado. Besó su entrecejo levemente y Aili sintió de nuevo el calor
extenderse en su vientre—. Hasta mañana —se despidió, volviéndose y
desapareciendo por el pasillo.
Aili se metió dentro de la habitación y cerró la puerta. Se apoyó en
ella y se llevó las manos a las mejillas. Las tenía hirviendo. Quizás ella
también tuviese fiebre pensó, sin que pudiese evitar que una genuina
sonrisa se instalara en sus labios.

Andrew volvió al salón. Sabía que Duncan le estaba esperando.


Había visto la interrogación en sus ojos todo el día y sabía que quería
alguna respuesta.
—Ya pensé que no volverías y que tendría que ir a buscarte yo
mismo —dijo Duncan mientras servía un poco de vino en dos vasos. Uno se
lo extendió a Andrew mientras él tomaba un sorbo del suyo y esperaba a
que Andrew dijese algo.
—No hay mucho que contar —comentó con esa media sonrisa que
le caracterizaba.
Duncan bajó el vaso y le miró como si estuviese evaluando la
veracidad de esas palabras.
—Y un cuerno —dijo inclinándose hacia delante y apoyado los
antebrazos sobre las piernas, mientras le miraba directamente—. Eres mejor
que tu hermano mintiendo, pero tienes el mismo tic cuando lo haces.
Esas palabras hicieron que la sonrisa de Andrew se tensara un poco.
Siempre que escuchaba hablar de Kerr, algo en su interior se quebraba. No
le prestaba atención y enterraba bien hondo ese sentimiento, sin embargo, le
costaba dominar la impresión inicial, que siempre le cogía por sorpresa.
—¿De qué estás hablando?
—Siempre que Kerr mentía, que debo decir fueron contadas
ocasiones, tendía primero a mirar hacia la izquierda antes de centrar la
mirada directamente en su interlocutor. Tú acabas de hacer lo mismo. Así
que no me digas que no hay nada que contar. Para mí Kerr era como un
hermano y su familia es mi familia. Tanto Evan como tú podéis contar
conmigo para lo que necesitéis, creo que eso no hace falta que te lo diga.
Has pasado más tiempo en este clan que algunos de mis parientes más
cercanos. Te conozco, sé que ocultas algo. Dime que no es de mi
incumbencia y me callaré, pero déjame ayudarte si puedo.
La sonrisa de Andrew se ensanchó y esta vez sí llegó a sus ojos
pardos. Entendía perfectamente por qué Duncan había sido el mejor amigo
de su hermano Kerr. Era un hombre de palabra, de honor, extremadamente
observador e inteligente y que cuando ofrecía su amistad lo hacía para
siempre. Él era el testigo en el que había pensado. No le parecía correcto
casarse en secreto en sus tierras sin que él supiese nada. Además, sabía que
Duncan sospecharía algo. Era demasiado perspicaz para no hacerlo. Y
estaba el hecho de que, si por cualquier razón había algún problema, tendría
de testigo al jefe del clan McPherson. Eso era difícil de refutar, porque el
dudar de su palabra llevaría aparejada una guerra contra quien osara decir o
insinuar lo contrario.
—Lo que voy a contarte no me atañe a mí, no es mi secreto, pero
quiero tu palabra de que lo guardarás como si fuese mío.
—¿Tienes que preguntarlo siquiera, mocoso? —preguntó Duncan
ahora más serio al ver la expresión grave de Andrew—. Está bien —
continuó cuando vio como este enarcaba una ceja—. Tienes mi palabra.
Andrew no necesitaba más. La palabra de Duncan era garantía
suficiente. Antes moriría que desvelar nada de lo que le dijera.
Andrew les contó a grandes rasgos lo que había pasado desde que
partieron desde tierras de los McGregor. El ataque de los mercenarios, la
confesión de Aili y su idea de casarse en secreto con ella.
Cuando acabó, Duncan tenía una expresión difícil de descifrar para
quien no le conociera bien. Andrew sin embargo sabía que Duncan estaba
todavía procesando lo que él le había contado.
Le dio unos minutos hasta que Duncan le miró fijamente y su
mirada fue dura e inflexible.
—Ese hijo de puta de McNaill tiene los días contados —dijo
mirando a Andrew a los ojos.
—De eso no te quepa duda —replicó este con un tono de voz que
sonó a sentencia.
Duncan asintió antes de cambiar de tema.
—¿Estás seguro en lo de la boda? —preguntó Duncan inclinándose
nuevamente hacia atrás en la silla, tomando otro sorbo de vino—. Ya veo —
continuó cuando vio la expresión y la mirada de Andrew. Algo le decía que
su amigo deseaba aquella unión más de lo que expresaba—. Entonces será
un honor para mí ser tu testigo. Solo te daré un consejo —dijo Duncan
mirando a Andrew de forma que le daba a entender que le decía aquello
porque lo apreciaba—. No tardes mucho en contárselo a Evan. Sé que se lo
has prometido a Aili y sé que si tu hermano lo supiera se sentiría obligado a
declarar la guerra a ese clan, pero para Evan sus hermanos son lo más
importante. Se sentirá traicionado si piensa que no confiaste lo
suficientemente en él.
Andrew asintió. Eso era algo que él ya sabía, pero también tenía la
certeza absoluta de que si Evan lo supiera declararía la guerra a los
McNaill. Aili era su cuñada. Y entonces el motivo de la disputa se haría
público y se enterarían los McGregor y todo lo que Aili trataba de evitar y
por lo que estaba luchando sería en balde. Muchas vidas podrían perderse.
Esa no debía ser la lucha entre dos clanes, debería ser entre dos hombres,
pero sabía por la forma que tenía de actuar McNaill hasta ese momento que
aquel hombre era un cobarde. No lucharía con honor, no lucharía con el
hombre que le desafiara. No, alguien como McNaill mandaría a todo un
clan a la guerra para encubrir sus fechorías.
—Debes tener cuidado con ese hombro. No creas que me ha pasado
desapercibido que es una herida considerable. No quiero perder a otro
McAlister, ¿de acuerdo?
—¿Alguna vez te han dicho que pareces una gallina con sus
polluelos? —replicó Andrew haciendo como si eso le diese algo de repelús.
—Eres muy gracioso, McAlister. La próxima vez que te vea te
pegaré tal paliza que no podrás hablar en un mes, y menos decir esa clase
de memeces.
Andrew soltó una pequeña carcajada que hizo que Duncan también
sonriera.
—Mañana cuando os vayáis varios de mis hombres os escoltarán
hasta el inicio de las tierras McAlister. Y no me digas que no hace falta
porque no admito discusión al respecto. ¿Está claro?
—Muy claro —contestó Andrew, que sabía que cuando Duncan se
ponía así de cabezota era imposible razonar con él.
—Lo has dicho demasiado deprisa —dijo Duncan con una ceja
alzada—. La fiebre tiene que estar haciendo su trabajo cuando ni siquiera
discutes. —Habló con una sonrisa, sin embargo, su mirada denotaba
preocupación.
—Con lo cabezota que eres, más que una mula, ni se me ocurriría
llevarte la contraria. No es cuestión de fiebre, es cuestión de minimizar
esfuerzos —dijo Andrew levantándose—. Hasta mañana antes del alba —se
despidió, y abandonó el salón.
CAPÍTULO XI

La boda tuvo lugar una hora antes del amanecer. Aili estaba preciosa
con el vestido de la noche anterior, y su pelo suelto caía sobre sus hombros
y su espalda como si fuese seda. Andrew llevaba una camisa limpia y su
feileadh mor con los colores de su clan. Aili no pudo evitar mirarlo de
forma apreciativa. Estaba tan atractivo que le costó respirar. Estaba muy
nerviosa por la boda, porque aquello era algo muy serio y definitivo, como
bien le había dicho el padre Lean. No debía tomarse a la ligera y, sin
embargo, cuando miraba a Andrew y veía cómo la miraba él a su vez, la
tranquilidad y la calma se adueñaban de ella, y todo le parecía correcto. Las
dudas desaparecían en un instante.
Ya solo quedaba el testigo. El padre Lean le estaba preguntando a
Andrew por él cuando Duncan McPherson apareció. Andrew tuvo que
contenerse por no sonreír más abiertamente cuando la cara de padre Lean y
la de Aili quedaron como paralizadas al reconocer al jefe del clan.
—Ya está aquí. Podemos comenzar —dijo Andrew guiñándole un
ojo a Aili que pareció relajarse algo con ese gesto—. ¿Padre Lean? —
preguntó Andrew al sacerdote cuando vio que seguía mirando fijamente a
Duncan con la boca abierta.
—Empiece, padre Lean —dijo Duncan alzando una ceja al mirar al
sacerdote—. A ver si es posible que estos recién casados tengan un
momento de intimidad antes de partir — continuó Duncan lo que hizo que
Andrew le mirara como si quisiera atravesarlo y Aili sintiera que un rubor
desbordante teñía sus mejillas y su cuello.
El padre Lean cerró la boca y aunque titubeó dos veces antes de
comenzar, una vez iniciado el ritual todo fue como la seda. Andrew y Aili
colocaron sus manos unidas bajo un trozo de tela con los colores McAlister
para, más tarde, símbolo de su unión, Andrew poner en el dedo anular de
Aili el anillo que el día anterior le hizo Dave. Un aro de hierro que lejos de
estar cerrado daba vueltas sobre su eje generando una espiral.
Aili sintió el anillo en su dedo cuando Andrew lo puso en él, y
contrario a lo que pensaba que sentiría, en ningún momento ese trozo de
metal supuso algo extraño en su piel. Era como si ya fuese parte de su
mano.
El padre Lean terminó, formalizando su unión y sellando Andrew el
vínculo con un beso, un suave roce en los labios.
Duncan los felicitó y fue con ellos dentro, conminándoles a un
desayuno un poco más tarde, dejando a los recién casados ese rato de
intimidad.

Aili y Andrew estaban en la habitación de Aili. Esta le había pedido


hablar a solas un momento y ahora que estaban juntos, no sabía cómo
comenzar a decirle lo que la estaba carcomiendo por dentro.
Andrew se había apoyado en la mesa que había cerca de la ventana
y Aili daba vueltas arriba y abajo de la habitación intentando comunicar
algo que a todas luces no sabía cómo verbalizar, porque cuando parecía
reunir valor para encarar a Andrew, solo le salía un leve barboteo y volvía
de nuevo andar arriba y abajo, más deprisa aún, como si esa velocidad fuera
a proporcionarle el valor que necesitaba.
Andrew pensó que, si no la ayudaba, les iba a dar allí el festival de
primavera esperando a que Aili se decidiera.
—Aili, ¿puedes parar un momento? Si sigues así vas a degastar el
suelo —dijo Andrew con su perpetua sonrisa.
Aili se paró en seco y le miró. La forma en que una de sus manos
apretujaba en un puño parte de la falda de su vestido denotaba su
nerviosismo.
—Nos hemos casado —dijo moviendo su otra mano en el aire con
cierta teatralidad que Andrew sabía que era totalmente sincera. Parecía que
a Aili le estaba costando asimilar lo que habían hecho solo un instante
antes.
—Lo sé —dijo Andrew con una suave risa que hizo que su pecho se
moviera ligeramente—. Estaba allí.
Aili le miró seriamente alzando una ceja.
—No tiene gracia, Andrew McAlister —dijo remarcando todas las
sílabas para darle rotundidad a sus palabras.
Él no pudo contenerse al ver la seriedad y su gesto de enfado. La
suave risa se convirtió en una carcajada.
Aili apretó los labios y cogió su falda con ambas manos apretando la
tela entre ellas.
—Está bien —dijo Andrew finalmente cuando vio que Aili estaba a
punto de estallar. Esta faceta suya le volvía loco—. Lo siento, pero creo que
deberías relajarte. Sí, nos hemos casado, pero nadie lo sabe salvo el padre
Lean y Duncan y no se lo van a decir a nadie. No tiene por qué cambiar
nada, Aili. Relájate, todo va a salir bien.
Andrew vio como el pequeño enfado de Aili daba paso a una
expresión de desasosiego.
—No todo va a seguir igual. Yo… nos hemos casado y… para que
sea… para que…
Andrew dejó su postura relajada y se acercó a Aili, tomando sus
manos entre las suyas. Cuando las cogió, estas estaban frías y temblaban
ligeramente. Lo que fuera que quería decirle le estaba costando mucho, y él
no quería que nada la perturbara. Quería que después de esa mañana Aili
pudiese respirar con tranquilidad nuevamente. Que se sintiese segura y
protegida, y que supiera que ahora nada podía tocarla.
—Aili, tranquila. Sé que nos conocemos desde hace poco, pero creo
que después de lo que hemos hablado y de lo que hemos vivido en los
últimos días tenemos la confianza suficiente para que me puedas contar lo
que te está alterando. Solo dilo —dijo Andrew con ganas de estrecharla
entre sus brazos.
Aili bajó la vista. Sabía que no iba a ser capaz de decir las palabras
si le miraba directamente a los ojos.
—Para que sea legal hay que consumar el matrimonio, ¿verdad? —
soltó al fin de un tirón, sintiendo como su estómago se revolvía y el rubor
coloreaba sus mejillas haciendo que un calor insoportable le subiese desde
el pecho hasta el rostro.
Andrew sonrió ampliamente sin que Aili le viese. Esa timidez e
inocencia le llenó de ternura. Después borró de sus labios toda huella de esa
sonrisa antes de levantar el rostro de ella hacia arriba con suavidad para que
le mirase a los ojos. No quería que pensase que sus palabras le parecían
carentes de importancia o le hacían gracia. Nada más lejos de la realidad.
—Aili, nadie sabe lo que está pasando en esta habitación en este
instante. De hecho, estoy seguro que Duncan estaría más que dispuesto a
testificar si hiciese falta que después de la boda los novios estuvieron a
solas en la habitación el tiempo suficiente como para haber cumplido ese
requisito.
Aili le miró por primera vez a los ojos desde que le dijera lo que la
preocupaba.
—Lo sabríamos los dos. A ti no… ¿no te importa? —preguntó Aili.
Andrew vio esperanza en su mirada, esperanza de que él no quisiese
esa intimidad con ella en ese instante y maldijo para sí. Lamentó que le
hubiesen robado todo tipo de ilusión, de espontaneidad, de nerviosismo
positivo, de curiosidad sexual.
Andrew suspiró hondo antes de hablar.
—Cuando salgamos de esta habitación solo habrá una cosa clara
para nosotros y el resto del mundo y es que hemos consumado este
matrimonio independientemente de lo que pase en realidad. Yo te deseo,
Aili, eso no voy a negarlo, pero puedo esperar. Tú marcarás los tiempos en
nuestra relación.
Aili sintió como la presión en el pecho desaparecía. Miró a Andrew
a los ojos y vio sinceridad, y determinación en ellos. El hecho de que él le
hubiese dado el poder para decidir, para tener el control absoluto sobre su
relación, la hicieron perder parte de ese miedo que la atenazaba por dentro.
Y la hicieron ser arriesgada. Le dio el valor suficiente para tomar una
decisión.
—Si… si lo intentáramos, ¿podrías parar cuando te dijese? —
preguntó Aili con un hilo de voz que a Andrew le afectó.
Verla así de indefensa le llevó a apretar la mandíbula en un acto
reflejo. Era muy difícil no querer en aquel instante coger al bastardo de
McNaill y torturarlo lentamente.
—Aili, no tenemos que hacer nada. No tienes que preocuparte por
eso más —dijo Andrew con rotundidad.
Aili negó con la cabeza. Andrew no lo entendía. El hecho de saber
que no tenía por qué consumarlo en ese instante la hizo darse cuenta de
algo. Posponer ese momento era peor, porque entonces solo podría pensar
en cuando ocurriría, y más que otra cosa deseaba estar tranquila. Quizás era
mejor ser fuerte y pasar por ello ahora. Cuanto antes terminara, antes podría
respirar con normalidad. No quería estar días y días con ese nudo en el
estómago que le apretaba de tal forma que a veces estaba segura de que la
asfixiaría sin más.
—¿Podrías? —volvió a preguntar Aili con el corazón en un puño y
toda su ansiedad brotando de cara poro de su piel.
Andrew empezó a entender lo que estaba ocurriendo. Se lo veía en
el rostro y sus ojos confirmaron sus sospechas cuando buscaron los suyos
en busca de una respuesta.
—Podría —dijo Andrew con seriedad. Cuando vio cambiar la
expresión de Aili, soltar el aire que había estado conteniendo y relajar la
tensión de los hombros y de todo su cuerpo al recibir su respuesta, Andrew
sintió una oleada de protección hacia ella como jamás en la vida había
sentido hacia nadie.
—Pero no hay necesidad de ello, Aili —insistió, retirándole con la
mano varios mechones de su sedoso pelo que traviesamente reposaban
sobre el pecho de ella.
La joven se mordió ligeramente el labio como si estuviese pensando
algo, como si el destino del mundo estuviese en sus manos y debatiese
internamente sobre qué decisión tomar.
Con delicadeza, subió su mano y la puso en el pecho de Andrew,
encima de su corazón. Aili pudo sentir el latido fuerte de ese músculo bajo
la palma de su mano. Después la subió, pasando sus dedos por el lateral del
cuello del hombre, casi retirándola de golpe cuando sintió que él apretaba la
mandíbula bajo su tacto. Andrew pareció percatarse de ello porque
rápidamente cogió su mano y la mantuvo sobre su cuello haciéndole saber
que ese era su lugar, y que quería que siguiera con su exploración. Aili
sintió el pulso en una de las venas y juraría que el latido que antes era lento
y regular ahora era más veloz y errático. Siguió su avance; su mano alcanzó
la mejilla de Andrew. Su mandíbula, estaba ligeramente áspera por el vello
sin rasurar de varios días. Creaba en su rostro una sombra que a Aili le
gustaba. Le hacía parecer algo salvaje y muy masculino. Se detuvo sobre
esa sombra y se deleitó con su contacto. Sus dedos, por inercia, se movieron
hasta los labios de Andrew. Plenos y duros, se entreabrieron cuando pasó
sobre ellos, y el recuerdo de su lengua enredada en la suya hizo que por
primera vez desde que empezó su exploración el deseo contrajera su
vientre, tomándola por sorpresa. Tocó su nariz, siguiendo con el dedo índice
su perfecta silueta. Era una nariz recta y proporcionada. Perfecta, pensó.
Cuando se atrevió a mirar la profundidad de sus ojos pardos, esa
descripción se le quedó demasiado escasa. Su iris era de una riqueza
cromática más compleja. Cerca de la pupila, el aro que la rodeaba era de un
intenso verde oscuro con pequeñas hebras de color verde más claro, casi
amarillo. Ese aro, según iba alejándose de su centro, se volvía de color
castaño claro, surcado por motas de ese verde tan intenso que le hacía
querer perderse en su interior. Las pestañas que los enmarcaban eran largas
y de color rojizo casi castaño; conferían a su mirada una profundidad que
cuando no sonreía, como en ese momento, parecían querer atravesarle el
alma.
Aili bajó su mano hasta colocarla de nuevo en su cuello, enredando
los dedos en sus cabellos. Esos mechones rebeldes parecían estar hechos
para que ella los tocara.
—¿Estás segura? —preguntó Andrew con un tono de voz que hizo
que Aili sintiese nuevamente el miedo atenazar su estómago. Era deseo lo
que escuchaba en su voz y lo que veía en sus ojos. Pero él le había
prometido parar si así se lo pedía y Aili confiaba en él. No sabía por qué,
pero sentía en su interior que podía hacerlo. Así que siguió su instinto.
—No, no estoy segura, pero quiero intentarlo. Temo que, si espero
más, este miedo que siento pueda hacerse mayor y entonces el valor que
tengo en este instante se evapore para siempre. La espera me produciría
mayor ansiedad. No quiero seguir viviendo así.
Aili estaba tan absorta en sus miedos que no se había dado cuenta de
cómo sonaron sus palabras hasta que vio un atisbo de decepción en los ojos
de Andrew.
—Lo siento —dijo de repente avergonzada—. No tenía derecho a
decir eso, solo he pensado en mí y no en cómo podían sonar mis palabras.
Parece que es una obligación y que voy camino a mi ejecución. Imagino
que eso es lo que menos espera y desea un hombre de la mujer con la que se
casa y debe compartir su lecho. He sido una egoísta, después de lo que has
hecho…
Andrew acalló la diatriba de Aili con un beso. Llevaba desde que la
vio en la pequeña capilla, antes de casarse, deseando hacer precisamente
eso. Al principio fue despacio, besos tiernos y suaves, pero cuando escuchó
un gemido proveniente de la garganta de Aili, ahondó el beso y saqueó su
boca, sintiendo que muy lejos de saciarse, el sabor adictivo de Aili lo
volvería loco. La atrajo hacia sí, pegando sus cuerpos, notando como ella se
iba relajando según el beso se iba dilatando en el tiempo. Aili se lo estaba
poniendo difícil porque después de un inicio tímido, ahora estaba asaltando
a su vez la boca de Andrew con la misma osadía y deseo que el suyo
propio. Eso le hizo ser un poco más atrevido e intentar dar un paso más allá.
Sin dejar de besarla, colocó las manos sobre sus hombros y bajó lentamente
las mangas de su vestido, que se deslizaron hasta los codos. Aili entonces
rompió el beso.
Andrew dio un paso atrás para mirarla a los ojos. Estuvieron así
varios segundos. Andrew diciéndole sin palabras que no se movería hasta
que ella diera su permiso y ella intentando reunir el valor para seguir.
Cuando Aili movió sus brazos para que el vestido terminara de deslizarse
por sus brazos cayendo por su cintura y después hasta sus pies, quedando
solo vestida con la camisola que llevaba bajo el mismo y que dejaba
entrever las curvas de su cuerpo, Andrew tragó saliva. Cogió la mano de
Aili y la llevó hasta el broche que sostenía su feileadh mor. Sintió sus dedos
temblar bajo los de él cuando lo quitó y la parte de su hombro quedó
desprovista de los colores del clan McAlister. Después, antes de que
Andrew la guiara de nuevo, Aili posó sus manos sobre su camisa, sacando
la parte inferior de su confinamiento. Andrew la miró y alzó una ceja, lo
que hizo que Aili casi esbozara una pequeña sonrisa. Se armó de valor y tiró
de la camisa hacia arriba ayudando a Andrew a quitársela, arrojando la
misma después al suelo, junto a su vestido.
Aili se quedó parada un instante. El pecho de Andrew parecía
esculpido en piedra. Ya lo había visto sin parte de la camisa cuando su
prima Flora le curó la herida, pero ahora lo podía observar al completo.
Salvo por el vendaje de su hombro, que no permitía ver esa porción de piel,
sus músculos estaban tan definidos que sin pensar pasó sus dedos por su
estómago para comprobar que esos pequeños cuadrados que marcaban su
piel no eran producto de la luz. Sintió contraerse esos músculos bajo su
contacto y a Andrew sisear por lo bajo, como si el hecho de que ella le
hubiese rozado le afectase en exceso. Le miró a los ojos y vio la mirada de
Andrew oscurecerse, cargada de promesas que ella no sabía entender; sin
embargo, también vio en ellos determinación y en todo momento su lucha
por la contención fruto del cumplimiento de la promesa que le hiciese. Eso
la tranquilizó lo suficiente como para mirarlo, diciéndole sin articular
sonido alguno las palabras que dictaba su corazón. «Confío en ti». Y para
demostrárselo, tomó su mano entre las suyas y la guio hasta ella, hasta su
mejilla. Le estaba dando permiso para que diera el siguiente paso.
Andrew pensó que si sobrevivía a ese día sería un milagro. Aili no
sabía lo que estaba haciendo, pero sus actos, producto de su curiosidad,
fruto de la inexperiencia, de su inocencia, le estaban matando. Era lo más
erótico y enloquecedor que había visto en toda su vida. Solo cuando miraba
a sus ojos y veía en ellos el eco del pánico y el miedo que estaba
dominando a fuerza de voluntad, era cuando volvía a ser consciente de que
su contención, su autodominio, su delicadeza a la hora de tocarla, de
tratarla, eran cruciales para que aquello saliese bien y Aili pudiese pasar por
ese trance sin que incrementara aún más el trauma que ya sufría.
En ese momento no solo el deseo le dominó. El deseo de protección,
la ternura, y la admiración por aquella mujer, su esposa, se abrieron paso
dentro de él completando unos sentimientos difíciles de contener.
Andrew bajó su mano y la llevó al hombro donde el borde de la
camisola descansaba delicadamente sobre su piel. La miró y no apartó la
vista de sus ojos. Cualquier atisbo de cambio en aquellas profundidades
azules como el mar embravecido y pararía. Lentamente, retiró la fina tela de
su hombro. Se dio cuenta cuando Aili entendió lo que iba a hacer porque
vio un pequeño titubeo en su mirada. La sintió temblar ligeramente antes de
coger con su mano la de él y describir el movimiento necesario para que la
prenda cayera a sus pies junto al vestido.
Andrew tragó saliva. Esta vez casi de forma dolorosa. El cuerpo de
Aili era precioso. Unos pechos plenos, con unos pezones pequeños y
sonrosados se erguían hacia arriba coronando una exquisitez que estaba
ansioso por saborear. Una cintura estrecha y una cadera ligeramente
redondeada que daba paso a su femineidad y a unas piernas esbeltas y
largas con las que a Andrew le gustaría rodearse mientras se hundía
profundamente en ella. Esos pensamientos no favorecieron en medida
alguna el mantener su autocontrol, que ya gritaba por que le dejaran
liberarse de los grilletes con los que se mantenía cautivo.
—Eres preciosa, Aili —le dijo mirándola a los ojos.
La veía nerviosa, el rubor había teñido sus mejillas y el leve temblor
de antes se había convertido en uno difícil de disimular. En sus ojos pudo
ver un atisbo de miedo que se iba adueñando de ellos a pasos agigantados.
—Eres una mujer muy valiente, Aili. No tenemos por qué llegar más
allá. Has forzado demasiado y no tienes por qué, jamás te sientas obligada a
nada y menos conmigo — dijo Andrew agachándose para coger la camisola
de Aili a fin de cubrir nuevamente su cuerpo. Pero no pudo, Aili se
interpuso, y le paró, uniendo su cuerpo al suyo y abrazándole por la cintura.
Andrew reprimió un gemido cuando sintió sus pechos sobre su piel y todo
su cuerpo encajado al suyo.
—No —dijo Aili y Andrew pudo escuchar cómo se le quebraba la
voz al final—. Confío en ti. Por favor —le dijo con el sonido del llanto
contenido.
Andrew la abrazó a su vez, y así la sostuvo durante unos minutos
hasta que escuchó cómo los pequeños sollozos remitían y Aili volvía a
calmarse en sus brazos.
—Está bien —dijo Andrew separando a Aili ligeramente de él, lo
suficiente para que pudiera verle el rostro—. Si tú confías en mí, entonces
yo confiaré en ti. En que me dirás exactamente qué sientes en cada
momento, que me dirás que pare cuando no puedas o no quieras seguir, que
no harás jamás nada que no quieras hacer, jamás. Y menos entre mis brazos.
Prométemelo, porque habrá un momento en el que el deseo se adueñe de la
situación y tendrás que decírmelo.
Aili asintió y Andrew no necesitó más. Se quitó su feileadh mor y,
desnudos completamente los dos, la cogió en brazos y la depositó con
delicadeza encima de la cama, donde las sábanas blancas les dieron la
bienvenida. Andrew se tumbó a su lado y sin dejar que Aili pudiese pensar,
la besó con un beso abiertamente carnal. Ese beso, que hizo estremecer a
ambos, eclipsó cualquier pensamiento, cualquier dolor que pudiese
interponerse en ese instante. Los pequeños gemidos que surgían de la
garganta de Aili hicieron que Andrew bajase lentamente una de sus manos
por su brazo, tocara sus costillas y subiera lentamente hasta alcanzar un
pezón. Aili dio un pequeño respingo, pero Andrew siguió tocándolo
suavemente, cogiéndolo entre dos dedos y acariciándolo hasta que lo tuvo
erguido. Entonces interrumpió el beso, bajó su boca hasta ese pezón y lo
capturó entre sus dientes, succionando lentamente, rozando con su lengua la
cúspide y deleitándose con su sabor y su dureza. Aili se arqueó levemente
haciendo que Andrew se metiera el pezón entero en la boca, chupándolo
hasta que escuchó el pequeño grito de placer de los labios de ella. Luego se
dirigió al otro, otorgándole el mismo tratamiento. Mientras lo lamía, bajó
una mano por el vientre de Aili hasta que sus yemas tocaron el vello que
adornaba el centro de su femineidad. Con cuidado deslizó los dedos hacia
abajo, introduciéndose entre sus pliegues hasta que encontró el pequeño
botón de carne que lo volvía loco. Lo tocó con cuidado, lentamente, para
que Aili se acostumbrara. Se había tensado un poco entre sus brazos y
aunque Andrew estaba enajenado por el deseo, todavía era consciente de las
señales que mandaba el cuerpo de la joven. Cuando esta separó levemente
las piernas, Andrew empezó a crear magia con sus dedos. La tocó con
maestría y cuando la sintió húmeda, deslizó un dedo en su interior. Estaba
extremadamente estrecha. Aili gimió y Andrew aumentó su presión,
introduciendo esta vez dos dedos. Cuando sintió que la respiración de Aili
se hacía más trabajosa, dejó su pezón y la besó muy despacio, sin dejar de
tocarla íntimamente. Bajó después su boca, dejando un rastro de pequeños
besos por todo su cuerpo hasta llegar a su cintura, después retiró los dedos
de su interior y la besó, primero en su monte de Venus y después en el
mismo centro de su femineidad, introduciendo lentamente su lengua en su
interior. Aili lanzó un pequeño grito y levantó la cabeza, tirando del pelo a
Andrew.
Este levantó la cabeza y la miró a los ojos, unos ojos velados por la
pasión.
—Confía en mí —le dijo Andrew con la voz entrecortada—.
¿Quieres que pare? —le preguntó cuándo Aili no articuló palabra alguna.
Pareció dudar, pero al final negó con la cabeza, soltándole, y agarrándose a
las sábanas, las cuales apretó entre sus manos. Andrew bajó la cabeza y
lamió sus pliegues antes de introducir su lengua en su interior. Las manos
de Aili se aferraron aún más a las sábanas mientras Andrew parecía estar
deleitándose con un delicioso manjar. Chupó, lamió y penetró con su boca y
su lengua cada centímetro de su sexo hasta que Aili se arqueó, jadeando
como si le faltase el aire. Andrew cogió las piernas de Aili para que no se
moviese y para tener mejor acceso a ella y aceleró las embestidas de su
boca, hasta que la sintió tensarse y lanzar un grito de agonía. En ese
momento abandonó su sexo, siguió con sus dedos, y la abrazó mientras los
vestigios del orgasmo se iban atenuando poco a poco. Quería ver su cara, su
expresión, mientras temblaba todavía por la pasión.
Andrew vio la incertidumbre, la incredulidad en los ojos de Aili
cuando le miró.
—¿Qué ha sido eso? —le preguntó temblorosa.
—Una promesa —dijo Andrew con esa sonrisa canalla que tanto le
empezaba a gustar—. Te prometo que siempre obtendrás eso entre mis
brazos. ¿Quieres que pare? —le preguntó por última vez Andrew.
—No, no quiero que pares —contestó Aili con voz temblorosa.
Tras su respuesta, se colocó con cuidado sobre ella, entre sus
piernas, y la besó. Besos lentos y tiernos, besos que después fueron
incrementando la pasión hasta que la danza de sus lenguas volvió a arrancar
gemidos y gruñidos de ambos.
Andrew posicionó su sexo en la entrada de Aili y lentamente se
introdujo en ella. Cuando iba por la mitad la sintió tensarse.
—No deberías estar tan estrecha, pero creo que es mejor que lo haga
rápido. Puede que te duela un poco.
Andrew odiaba hacerla daño, pero si seguía así, sería una tortura
para ella y para él, que a duras penas podía dominarse. De una sola
embestida, la penetró totalmente y entonces Aili gimió de dolor y Andrew
se tensó en sus brazos con una maldición en sus labios y la incredulidad
resonando con fuerza en su interior.
Aili era virgen. O por lo menos lo había sido hasta ese instante.
Andrew se tragó su desconcierto y besó a Aili en las mejillas, donde
unas lágrimas habían acabado su recorrido.
Volviendo a maldecir, la miró a los ojos.
—Tranquila, ya no habrá más dolor, lo juro —dijo Andrew con
intensidad, antes de salirse casi plenamente de ella, para después volver a
embestir en su interior con cuidado, una y otra vez.
Aili sintió que el dolor comenzaba a convertirse en placer, y quería,
necesitaba moverse. Las sensaciones que se arremolinaban nuevamente en
su vientre así se lo exigían, así que empezó a hacerlo al compás de las
embestidas de Andrew, y acabando con la poca cordura del McAlister.
—Envuélveme con tus piernas —le dijo él, más como un ruego que
como una petición.
Aili así lo hizo. El ángulo cambió y las penetraciones arrancaron
pequeños gritos de los labios de la joven, que aferrándose a él sintió como
todo su cuerpo se tensaba y se fracturaba de nuevo en mil pedazos. Se
arqueó mientras una fuerza devastadora la recorría entera haciéndola gritar
el nombre de Andrew.
Andrew embistió una, dos, tres veces más, y con un ronco gruñido
se vació dentro de ella, cayendo totalmente exhausto entre sus brazos
después de experimentar el orgasmo más devastador de toda su vida.
CAPÍTULO XII

Andrew tenía a Aili abrazada contra su pecho mientras intentaba


conciliar lo que había descubierto con la historia que le había contado.
Dejando aparte sus pensamientos, se levantó bajo la mirada interrogante de
Aili. Andrew juraría que también vio en ellos sensación de pérdida cuando
deshizo el abrazo y la dejó en la cama. Se acercó a la pequeña mesa que
había bajo la ventana y cogió un paño limpio, mojando parte de él en agua.
Volvió a la cama y apartó suavemente las sábanas que ocultaban las piernas
de Aili. Cuando ella comprendió las intenciones de McAlister ya no podía
detenerle. Andrew estaba limpiando los restos de su encuentro de la piel de
Aili con suma delicadeza. Al instante, la cara de Aili cambió de color. Ella
no esperaba ver restos de sangre entre sus muslos y en las sábanas.
Buscó los ojos de Andrew en busca de respuestas. Estaba
completamente perdida.
—Andrew, yo pensaba… pensaba que solo había sangre la primera
vez. ¿Por qué hay tanta sangre?
Andrew comprendió que Aili estaba desorientada en ese instante. Le
miraba de forma desesperada por comprender algo de lo que estaba
ocurriendo.
—Hasta esta noche eras virgen. Esta ha sido tu primera vez.
Aili negó con la cabeza y miró a Andrew con recelo y una chispa de
furia en los ojos.
—No, no lo es. Ya te conté lo que pasó. Cuando desperté tenía
sangre y McNaill me dijo, él me dijo…
El McAlister apretó los dientes, maldiciendo por lo bajo.
—Ese bastardo te mintió —dijo cogiendo la mano de Aili entre las
suyas.
Ella le soltó con determinación mientras seguía negando con la
cabeza.
—No, no… ¿Por qué haría eso? Eso significaría que todo por lo que
he estado pasando…, que… Dios mío. —Contrajo el gesto y rompió a llorar
—. ¿Entonces no lo hizo? —preguntó con la voz tan cargada de esperanza
que a Andrew no pudo mantenerse alejado de ella sin tocarla. Puso una de
sus manos en la mejilla de Aili, borrando con su pulgar algunas de las
lágrimas que libremente danzaban por su piel creando un sendero húmedo.
—No, Aili, no lo hizo —dijo Andrew intentando que ella tomara
conciencia de la verdad.
La joven se lanzó hacia él, ocultando el rostro en su pecho y
abrazándolo por la cintura. Andrew la abrazó a su vez, reconfortándola,
calmándola con suaves besos esparcidos por su cabello y tocando su
espalda con un relajante movimiento circular. Jamás pensó que el llanto de
alguien pudiera afectarle tanto, pero la única realidad era que escucharla
llorar era peor que tener un hierro ardiente alojado en las entrañas. Dolía
demasiado, sobre todo cuando quería borrar su sufrimiento y sabía que no
podía hacerlo.
Aili empezaba a creer que lo que Andrew le había dicho era verdad.
En realidad, McNaill no abusó de ella. Por primera vez en meses podía
respirar, no de una manera superficial, lo suficiente para seguir viviendo,
sino como un ser humano debe hacerlo, sintiendo entrar el aire de tal
manera que su pecho se hinchara con cada inhalación, sin experimentar un
dolor sordo en el mismo cada vez que lo intentaba. No sintió que tenía que
evadirse de sus pensamientos, intentar bloquearlos para no volverse loca.
La humillación, la vergüenza, pareció menguar aun cuando sabía que
Andrew tenía razón al decirle que ella no tenía culpa de nada y que no debía
dejar que esos sentimientos se adueñaran de su mente.
Al fin, cuando se hubo recuperado un poco, se separó de Andrew lo
suficiente para mirarle.
—No lo entiendo, Andrew. No puedo expresar lo que significa para
mí saber que él no acabó con… con, ya sabes, pero quiero entender
entonces por qué toda esa farsa. ¿Por qué mentirme?
Andrew había estado pensando en ello los últimos minutos.
—No creo que fuera su intención no acabarlo. Sinceramente, pienso
que algo se lo impidió.
La expresión de Aili, sus ojos interrogantes, hicieron que Andrew se
explicara mejor.
—Puede que al quedar tú inconsciente no quisiera concluirlo. Que lo
que le excitara fuese ver el miedo en tus ojos. Desgraciadamente, hay
hombres así.
La cara de repulsión de Aili dejó claro que no podía entender que
algo así existiese.
—También hay hombres que al estar ebrios no pueden llevar al cabo
el acto, o puede que algo le interrumpiese. Fuese como fuere, él quería
obligarte y por ello puso esa sangre en tus muslos y jugó con tu inocencia
en estas lides, para tenerte controlada y que hicieses lo que él quería. Te
desea y quiere tenerte a cualquier precio.
Aili se permitió una pequeña esperanza después de que empezara
asumir todo lo que Andrew le había dicho, sin embargo, ese breve esbozo
de alegría se apagó de repente.
Andrew vio la angustia en el rostro de Aili antes de que esta le
mirara a los ojos con arrepentimiento.
—Andrew, lo… lo siento. No lo sabía, no sabía que… sino yo no…
jamás te hubiese permitido… he arruinado tu vida —dijo volviendo a
temblar.
Andrew la miró, tensando cada músculo de su cuerpo.
—Aili, el hecho de que él no abusara de ti no cambiaba tu situación.
Era su palabra contra la tuya y sabía que en tu inocencia no dudarías de lo
que había pasado, por eso dejó las pruebas en tu cuerpo, para que no te lo
plantearas. Él iba a obligarte hasta el final. Incluso se aseguró de tener un
testigo.
Aili sabía que él tenía razón, pero seguía sintiéndose mal.
—Creo que dejé claro que nada ni nadie me podía obligar a hacer
algo que no quisiera y que este matrimonio no solo te beneficiaba a ti, sino
también a mí. Yo no me arrepiento de nada. ¿Tú sí? —le preguntó Andrew,
que temía que ahora que ella sabía que McNaill no había llevado a cabo su
maldad, se estuviera planteando su unión.
Aili le puso una mano en el pecho a la vez que hablaba con total
convencimiento.
—No, jamás me arrepentiría de casarme contigo.
—¿Y te arrepientes de lo que ha pasado entre estas sábanas? —
preguntó Andrew cogiendo su mano y apretándola aún más contra su
pecho.
Aili sintió la dureza de sus músculos debajo de la palma de su mano,
y vio la intensidad de la mirada de McAlister.
Había tenido mucho miedo al principio, pero era cierto cuando le
dijo que confiaba en él. Esa había sido la única razón por la que lo había
intentado, por la que se había puesto en sus manos con fe ciega en que él
sabría cómo hacer que aquello fuera soportable. Sin embargo, nada la había
preparado para lo que sintió entre sus brazos. Jamás pudo imaginar que lo
que ocurriría entre ellos en el lecho pudiese ser tan extraordinario. Andrew
había sido tan delicado, tan maravilloso en cada momento… La había
hecho sentir protegida, segura, amada, deseada, respetada, adorada y todo
ello sin apenas conocerla, sin amarla de verdad. ¿Cómo iba a arrepentirse
de algo que la había hecho olvidar, soñar, perderse en un placer que jamás
pensó que podría experimentar?
Un rubor intenso coloreó las mejillas de Aili y Andrew soltó el aire
que había estado conteniendo sin saberlo.
—No, no me arrepiento —dijo ella al fin sin mirarle a los ojos. No
podía. Se moría de vergüenza por la conversación que estaban manteniendo.
—Aili, mírame. —Andrew esperó a que ella levantara la vista hasta
sus ojos, tímidamente, antes de seguir—: No debes sentir vergüenza por
nada, no quiero que seas tímida conmigo en este terreno, quiero que me
digas lo que quieras. Es importante para mí saber que gozas de este aspecto
de nuestro matrimonio.
—¿Vas a querer hacer esto conmigo a menudo? —preguntó Aili con
asombro.
Andrew soltó una carcajada.
—Sí, Aili, voy a querer hacerlo, y mucho.
Ella volvió a ruborizarse nuevamente.
—¿Te importaría? —preguntó Andrew ahora más serio.
—No, es solo que… Yo pensé…
—¿Qué pensaste? ¿Que este matrimonio iba a ser solo de nombre?
No es eso lo que hablamos y lo siento si me expresé mal.
—No, no, Andrew, creo que la que se ha expresado mal he sido yo.
Creía que no querrías estar conmigo de forma habitual.
—¿Por qué? —preguntó Andrew, que no alcanzaba a comprender
por qué Aili pensaba así.
—Porque creía que McNaill había abusado de mí y eso me ha
dejado rota. No soy la misma desde que eso pasó. Tengo pesadillas, apenas
puedo mirarme al espejo porque no quiero recordar nada de lo que ocurrió
aquella noche, y eso me ha segado todo sentimiento alegre, reemplazándolo
por algo oscuro y aterrador. Siento miedo, odio, quiero que McNaill sufra y
yo no soy así, y sin embargo no puedo evitarlo. ¿Qué puedo ofrecerte? Te
mereces a alguien… mejor.
Aili vio una furia ciega cruzar los ojos de Andrew. Le vio apretar la
mandíbula antes de hablar.
—Creo que voy a tener que repetir esto muchas veces, pero lo haré
hasta la saciedad si es necesario, hasta que entiendas que me he casado
contigo porque quería y que no me arrepiento de eso ni de nada de lo que ha
ocurrido entre nosotros. Que estoy orgulloso de la esposa que tengo y que lo
único que me molesta es no poder decirles a todos que eres mi mujer
porque me gustaría que supieran la suerte que tengo. Admiro tu fortaleza, tu
entrega y la capacidad que tienes de sacrificarte por los que amas. Y esa
alegría volverá a ti, te lo prometo. Yo la he visto estos días, aunque tú no te
des cuenta. Velaré tus sueños y esas pesadillas acabarán por desaparecer. ¿Y
tú me preguntas qué tienes que ofrecerme? ¿Te parece poco? No hice mis
votos en balde, Aili. No podría haberme casado con nadie mejor. Jamás
vuelvas a decir algo parecido.
Una sonrisa se extendió por los labios de Aili a la vez que algo
cálido se instalaba en su mirada antes de volver a ruborizarse.
—Entonces me parece bien lo de… «de forma habitual».
Andrew arqueó una ceja mientras su mirada llena de promesas se
centraba en el rostro de Aili.
El rubor de Aili se intensificó más.
—No me mires así… —dijo Aili mientras le daba un pequeño
empujón en el pecho.
Andrew soltó una carcajada a la vez que un pequeño gruñido de
dolor salía de su garganta.
—Lo siento, lo siento —dijo Aili mirando el vendaje—. ¿Te duele
mucho?
Andrew negó con la cabeza, aunque la verdad era que dolía como
mil demonios. La fiebre le estaba subiendo, lo sentía, y el brazo estaba algo
entumecido.
—Creo que deberíamos vestirnos y bajar a desayunar con Duncan y
el resto antes de partir, de lo contrario McPherson es capaz de venir en
persona.
Andrew se levantó para coger su ropa cuando un mareo le hizo
detenerse en seco en mitad de la habitación. Cerró los ojos y aguantó unos
segundos hasta que este remitió. Debían irse pronto si quería llegar a casa
antes de que la fiebre lo dejara incapaz de dar un paso.
CAPÍTULO XIII

A media tarde ya estaban en tierras de los McAlister. Esa mañana


habían desayunado con Duncan y después de una breve despedida salieron
de tierras McPherson escoltados por cuatro hombres del clan. Duncan le
había mirado preocupado antes de que partieran. No se le habían escapado
las oscuras ojeras bajo los ojos de Andrew, su sudor frío y su rostro tenso
por un dolor cada vez más agudo. Le había pedido que se quedara más
tiempo allí, por lo menos hasta que se encontrase mejor, pero Andrew había
sido inflexible en ello. Con su eterna sonrisa le dijo que estaba bien y que
debía volver cuanto antes a casa. Duncan tuvo que aceptar su palabra,
aunque no estaba nada convencido.
Apenas quedaban un par de horas de luz solar pero después de
despedirse de los hombres McPherson, ya en tierras McAlister, Andrew
sabía que llegarían antes del anochecer, eso si no se avergonzaba a sí mismo
desmayándose antes de llegar. Sabía que estaba al borde de sus fuerzas,
pero no podía detenerse ahora. Aili tenía el gesto también cansado y las
leves arruguitas que cruzaban su entrecejo le decían que algo la preocupaba.
Justo antes de que el sol desapareciera por el horizonte llegaron al
castillo. Dejaron las monturas que Aiden y el resto de los hombres no
tardaron en llevar a los establos y se dirigieron al interior.
Cuando entraron al salón, un chillido cruzó la estancia. Al
escucharlo, supo que Meg había visto a su hermana; era imposible no darse
cuenta, sobre todo porque después de eso salió corriendo y se lanzó a los
brazos de Aili.
—¡Dios mío! ¿Qué haces aquí? No puedo creérmelo —dijo Meg
contemplando a su hermana como si estuviese viendo algún tipo de
espejismo.
Meg era la hermana menor de los McGregor. No se parecía en nada
físicamente a sus hermanos. Con los ojos color ámbar y el cabello cobrizo y
rizado, era la rebelde de los tres. Con su genio y viveza parecía que podía
con todo. Sus pecas diseminadas a lo largo de sus mejillas le daban un
aspecto encantador y travieso.
Evan McAlister sonrió al ver la alegría de su esposa en sus ojos, en
su rostro. Sabía que había acertado al pedir a su hermano que fuese a por
Aili. El hecho de que Meg estuviese en ese momento más alegre y dinámica
que en las últimas semanas merecía la pena. Haría lo que fuese por Meg.
—Pedí a Andrew que diera un pequeño rodeo y le preguntara a Aili
si quería venir a pasar un tiempo con nosotros. Pensé que te gustaría la
sorpresa.
Meg miró a Evan y en sus ojos se podía ver todo el amor que
profesaba a su esposo y que en ese momento rebosaba a raudales.
Aili no pudo contener una sonrisa. Ver a su hermana tan feliz la
hacía feliz a ella como nada podía hacerlo. Meg y Logan, aparte de su
padre, eran lo más importante en su vida. Sus hermanos lo eran todo.
Meg volvió a mirar a Aili y la abrazó de nuevo como si no creyese
que de verdad estaba allí.
—Estás preciosa —le dijo Aili quitando con una mano los rizos
rebeldes que se habían escapado del peinado de su hermana—. ¿Cómo te
encuentras? ¿Mi sobrino o sobrina te está dando ya mucha guerra? —
preguntó guiñando un ojo a su hermana y mirando su tripa todavía plana.
—He tenido algunas molestias. Nada importante. Pero ahora que
estas aquí… te he echado de menos —dijo Meg un poco emocionada.
—Yo también —respondió Aili sintiendo un nudo en la garganta.
Meg tenía una excusa para estar tan emotiva, pero ella… si seguía
así todo el mundo empezaría a hacer preguntas, la primera Meg, y ella había
ido allí para ayudarla, no para crearle ningún tipo de inquietud.
—Evan, muchas gracias por invitarme —dijo Aili dirigiéndose esta
vez al jefe del clan McAlister.
Evan la miró a ella y alzó una ceja con el mensaje implícito de que
las gracias se las daba él por estar allí y hacer esto por Meg.
—Os esperábamos hace un par de días. Empezaba a inquietarme —
añadió el jefe dirigiendo su mirada hacia el extremo del salón, donde
Andrew terminaba de hablar con su primo Calum. Este último se despidió
de todos con un gesto de cabeza y salió del salón.
Evan cambió su expresión alegre y distendida cuando vio el rostro
de su hermano, que se dirigía hacia ellos. La inquietud y la preocupación se
instalaron en sus facciones.
—Nos quedamos una noche con Flora y Gordon y otra noche con
Duncan. Ese testarudo prácticamente nos obligó a quedarnos, si no hubiera
sido así hubiésemos llegado ayer —dijo Andrew acercándose a Evan. Evitó
mirarle directamente. Sabía que su aspecto no debía de ser el mejor, y a su
hermano difícilmente se le escapaba algo—. Voy a subir a refrescarme un
poco. Luego os veo —se excusó intentando aguantar un poco más para no
caerse redondo allí mismo. Solo esperaba llegar a su habitación y tirarse en
la cama. Con un poco de suerte y descanso, por la mañana sería capaz de
pensar con claridad. En ese momento con la fiebre capando a sus anchas
por su cuerpo, difícilmente podía ser muy coherente. Antes de salir, guiñó
un ojo a Meg y le dijo con complicidad—: Me debes una muy grande.
Su cuñada le miró con cariño y agradecimiento. Sentimientos que se
tornaron en preocupación cuando se percató del aspecto de Andrew. Fue a
darle un beso, pero Andrew se dio media vuelta para salir a toda prisa del
salón. Si Meg le tocaba se desataría el caos y solo quería llegar a su
habitación y que le dejaran morir en paz.
Antes de darse media vuelta había visto la mirada de Aili.
Angustiada. ¿Por él? Maldita sea, él no quería que ella se preocupase o
sufriese por él. Ya puestos, no quería que nadie sufriera por él. Por eso
quería llegar con dignidad a algún sitio donde pudiese descansar y
recuperarse sin que los demás tuviesen que estar pendientes de su estado.
No lo consiguió.
No había dado ni tres pasos cuando Evan lo cogió por el brazo y
detuvo su marcha. Había estado tan cerca de conseguirlo, pensó cuando
levantó la vista y vio a su hermano borroso. Y supo, antes de que la
oscuridad se cerniera sobre él, que no iba a poder evitar derrumbarse allí
mismo.

Evan sujetó a su hermano antes de que este se desmayara y cayera al


suelo. Su preocupación por este hecho se volvió alarma cuando al cogerlo
sintió que Andrew estaba ardiendo.
Malcolm, uno de sus hombres de confianza que entró en ese
momento en el salón y se percató de la situación, le ayudó enseguida a
sostenerlo mientras Evan miraba a Aili, que era la única de los que estaban
presentes que había estado con él los últimos días.
Antes de que pudiese preguntar, Aili y Meg estaban junto a él.
—Es el hombro, Evan. Le hirieron hace dos días. Flora le curó, pero
es una herida considerable. Flora dijo que no sabía cómo podía sostenerse
en pie. Pero Andrew no se quejó y ha estado comportándose como si solo
tuviese un rasguño. No ha parado en estos dos días, apenas si ha
descansado.
Evan endureció sus facciones. Se echó a Andrew al hombro con
ayuda de Malcolm y luego se dirigió a él con voz extremadamente seria.
—Trae a Kate enseguida —dijo a Malcolm con urgencia.
Kate era la curandera del clan y amiga de Evan y Meg. De hecho,
Meg la había ayudado en muchas ocasiones desde que llegara al clan.
Evan cargó a su hermano hasta la habitación de este y, con cuidado,
lo tumbó en la cama. Aili y Meg lo siguieron, pidiendo a Helen que llevase
paños limpios y agua a la habitación.
Helen, la mujer que más tiempo llevaba en aquel castillo cuidando
de los hermanos McAlister, no perdió el tiempo.
Evan le quitó a su hermano la camisa y el vendaje que llevaba al
hombro y un fiero gruñido procedente de su garganta rasgó el silencio.
—¿Cómo demonios se ha hecho algo así? —dijo Evan mirando a
Aili. La herida se veía hinchada y roja. Un corte horizontal, de gran tamaño,
con la piel en carne viva debido a la quemadura que le habían infligido en la
zona para cortar la hemorragia.
Aili miró a Evan y a Meg, compungida, antes de contestar.
—Unos mercenarios nos atacaron hace un par de días, justo después
de dejar las tierras de mi padre. Uno de ellos me sorprendió cuando estaba
alejada del resto de los hombres. Habíamos parado para que yo pudiese
tener algo de intimidad, ya sabes. Llevábamos muchas horas cabalgando.
Solo recuerdo que alguien me cogió por detrás y me tapó la boca. Andrew
me había seguido y se había quedado lo suficientemente cerca por si lo
necesitaba. Debió de percatarse que algo ocurría porque fue él quien me
salvó. No recuerdo eso porque el hombre que me tenía retenida me dio un
golpe y perdí el conocimiento. Solo recuerdo despertar y encontrarme con
Andrew mirándome. Ya no estaban los mercenarios. Por lo que me contaron
después, eran cuatro; Andrew luchó contra ellos hasta que Aiden y Calum
llegaron a donde nos encontrábamos. Uno de ellos fue el que hirió a
Andrew. Sé que Andrew mató a uno, pero los demás consiguieron huir.
Aili vio la cara de angustia de su hermana.
—Estoy bien, Meg. No me hicieron nada —le dijo intentando
tranquilizarla.
Evan observaba a Aili con suspicacia. Algo no le cuadraba en la
explicación que le había dado. ¿Unos mercenarios? ¿Por qué iban a
atacarles? Andrew era uno de sus mejores guerreros, letal con la espada.
Cuatro contra uno. Su hermano había salvado esa desventaja en muchas
ocasiones sin ningún rasguño. ¿Qué había pasado?
Helen llegó con los paños y el agua.
Aili los cogió y ella misma se acercó a Andrew para limpiar la zona.
Nadie discutió que lo hiciese ella. Era raro que Meg no le hubiese dicho
nada, pero una mirada a su hermana, que tragaba saliva con dificultad, le
dijo todo lo que necesitaba saber. Estaba teniendo molestias nuevamente y
ver la herida de Andrew no ayudaba a mitigarlas.
El joven guerrero estaba ardiendo, y seguía inconsciente. Aili
intentó ser todo lo delicada que pudo al limpiar la herida, pero eso no
impidió que al rozar la misma con el paño húmedo, un gruñido saliera de
sus labios.
Ya había prácticamente acabado cuando unas voces en el pasillo
anunciaron la llegada de alguien. Era Kate, que entró en la habitación
llevando su bolsa con las hierbas y otros remedios que ella misma
preparaba.
Aili la había conocido la única vez que había estado en aquellas
tierras, cuando su hermana Meg resultó herida y Kate la cuidó. Le caía bien
aquella mujer. Tenía un carácter vivo y era tremendamente vital. Su hijo
pequeño era un cielo y Aili la admiraba. Quedarse viuda con un bebe y
seguir adelante no tenía que haber sido fácil.
Aili se retiró cuando Kate se acercó. La vio observar la herida y
luego la miró. Aili entendió sin palabras.
—Una herida de espada. Sangraba muchísimo y la hemorragia no
terminaba de cortarse. Cuando llegamos a casa de Flora, su prima limpió la
herida y tuvo que quemarla para que dejara de sangrar. Después le puso un
emplasto con hierbas y lo vendó. Le dijo que tenía que descansar, pero no
ha parado desde que le hirieron, apenas ha descansado. Decía que se
encontraba bien. El vendaje creo que se lo cambió una vez, y la fiebre
apareció a las pocas horas; sin embargo, desde ayer la ha tenido más alta.
Kate asintió sin decir ni una palabra. Tocó a Andrew y después
observó la herida. Concentrada en su trabajo, cogió la bolsa y sacó varias
bolsitas con hierbas dentro.
—Déjame ayudarte —dijo Meg, que aparentemente parecía haberse
recuperado de sus molestias.
Kate asintió, le pasó a Meg las bolsitas y le dio instrucciones que
Meg llevó a cabo con premura. Después de que prepararan un brebaje y un
emplasto de hierbas, vendaron la herida de Andrew con la segunda e
intentaron que se bebiera el primero. Eso fue más difícil dada la
inconsciencia del mismo.
Cuando Kate acabó, miró a Evan de forma elocuente y, recogiendo
sus cosas, salió de la habitación.
Aili deseaba saber qué era lo que Kate le iba decir a Evan, pero dado
que su hermana parecía haber pedido de nuevo el color, y teniendo en
cuenta sus deseos de estar un rato a solas con Andrew, se dirigió a Meg con
paso firme.
—Hermana, ¿por qué no sales un rato? Sé que estás sintiendo
arcadas en este momento. El color mortecino de tu cara es muy revelador
—le dijo intentando esbozar una sonrisa—. No pasa nada, yo me quedo con
él. Es lo menos que puedo hacer. Me salvó la vida y ha cuidado de mí todo
el tiempo.
Meg miró a su hermana y después a Andrew. Asintió y tras darle un
beso en la mejilla, salió de la habitación.
Aili se acercó a la cama en la que estaba tumbado Andrew y se
sentó en la silla que había a la cabecera de la misma, no sin antes llevarse
consigo una palangana con agua fresca. Cogió uno de los paños limpios que
quedaban de entre los que había subido Helen y lo mojó en el agua para
después refrescar la frente de Andrew que, ante su contacto, pareció soltar
un pequeño quejido.
Miró hacia la puerta que estaba cerrada tras la marcha de Meg.
Sabía que en cualquier momento Evan entraría de nuevo, sin embargo,
aquello no le impidió hacer lo que deseaba desde que entró en aquella
habitación. Tocó los mechones húmedos de cabello de Andrew y los apartó
de su cara con ternura y algo más, algo que hizo que su estómago se
contrajera por la preocupación. Era el hombre más generoso, noble,
increíblemente atractivo, delicado, enigmático, inteligente, fuerte y seductor
que había conocido jamás. Y era su marido. Rozó su mejilla con la mano y
sintió el calor de su piel enfebrecida temblar bajo su contacto. No se dio
cuenta de la humedad que impregnaba su mejilla hasta que algo cayó en su
pecho. Una gota de agua, una lágrima. Tocó su propio rostro con confusión.
—No te atrevas a dejarme viuda, Andrew McAlister, o te perseguiré
por toda la eternidad —le dijo Aili a Andrew mientras cogía una de sus
manos entre las suyas—. Hiciste una promesa, ¿recuerdas? Y sé que eres un
hombre que cumple sus promesas así que, una vez más, confío en ti. No me
defraudes y vuelve conmigo —dijo Aili con voz entrecortada mientras
depositada un suave beso en la mano de Andrew.
CAPÍTULO XIV

Evan salió de la habitación tras Kate. Sabía que la herida de Andrew


no era ninguna tontería y verlo así, postrado en aquella cama, ardiendo de
fiebre, lo estaba matando por dentro. Ya había pasado antes por ello. Ver a
un hermano en una cama, delirando durante días, apagándose, contemplar
cómo la vida le abandonaba sin que él pudiese hacer nada.
—Kate —le dijo deteniéndose en mitad del pasillo mientras esta le
miraba con el gesto serio.
—Andrew es fuerte y joven. Está luchando contra el veneno que la
herida le ha producido. Ahora depende de él.
Evan asintió mientras Kate terminaba de colocarse bien al hombro
la bolsa que llevaba siempre consigo en sus curas.
—Vendré a verle más tarde. Lo conseguirá, Evan. Es Andrew.
Evan esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos cuando escuchó las
palabras de Kate. Sí, sabía cómo era su hermano menor. Fuerte, testarudo,
luchador, pero aun así nada le aseguraba que podría con aquello.
Estaba pensando en ello mientras veía a Kate marcharse por el
pasillo cuando una mano en su brazo le hizo volver a la realidad.
Meg le miró y le abrazó sin necesidad de decir palabra alguna.
—Se pondrá bien, Evan. Es demasiado cabezota para lo contrario —
dijo Meg convencida.
Evan miró a su esposa y dio gracias por tenerla a su lado. Daba
gracias todos los días. Sabía que no la merecía, pero ya no cuestionaba su
suerte, simplemente disfrutaba de ser el hombre más afortunado sobre la faz
de la tierra.
—No puedo perder a otro hermano, Meg. No puedo. A él no —dijo
Evan endureciendo la mandíbula al decir aquellas palabras.
Meg sufrió por dentro lo indecible cuando vio a Evan, al guerrero, al
jefe del clan, a su marido y al hombre más fuerte que conocía desnudar su
alma ante ella y confesarle que le daba miedo perder a Andrew.
—No lo harás. No le dejaremos —replicó Meg con tanta convicción
que Evan la atrajo hacia sus brazos enredando los dedos en su cabello.
Inhaló el aroma a flores silvestres de su esposa y eso le tranquilizó. Siempre
lo hacía. La apartó lo suficiente como para mirarla a los ojos.
—Y nadie se atrevería a llevar la contraria a Meg McAlister,
¿verdad? —comentó con una ceja alzada.
—¿Acaso lo dudas? —le preguntó Meg poniendo una mano en la
mejilla de su marido, mirándole a los ojos y diciéndole de este modo, sin
palabras, que estaría siempre a su lado, pasase lo que pasase.
Evan cubrió los escasos centímetros que les separaban y la besó.
Fue un beso exigente, y visceral. Un beso abiertamente carnal, de pura
necesidad que Meg devolvió con fervor.
Cuando se separó de Meg, la preocupación que le contraía las
entrañas pareció diluirse un poco, lo necesario para coger a su esposa de la
mano y volver a entrar en la habitación.

Dos días después, Andrew no presentaba ningún signo de fiebre y


quería levantarse de una cama a la que tres pares de manos se afanaban por
anclarle.
Andrew los miró a los tres y esbozando una sonrisa de medio lado
no pudo contener el comentario que le quemaba entre los labios.
—¿Os han dicho alguna vez que podéis resultar tremendamente
irritantes? Como un grano en el culo. —Disfrutó en silencio con la cara que
pusieron Meg y Aili. Él era un dechado de buena educación, pero en ese
momento, después de horas de tratarlo como si fuese un bebé, su paciencia
y cordura se estaban acercando al límite. Aquellas expresiones contrastaron
con la ronca risa proveniente de su hermano.
—¡No estás recuperado del todo! —dijo Meg con las manos en
jarras sobre sus caderas y expresión de querer estrangularlo.
—Y eso lo sabemos porque … —dijo Andrew dejando la respuesta
en el aire de forma irónica.
—Porque lo decimos nosotras —apoyó Aili, haciendo que tres pares
de ojos sorprendidos se posasen en ella. Había sonado como una orden que
no admitía objeción alguna.
Andrew amplió su sonrisa mientras alzaba una ceja sin dejar de
mirar a Aili, cuyo rubor no tardó en colorear sus mejillas.
—Mi hermana tiene razón —insistió Meg no sin antes volver a
mirar a Aili, preguntando con la mirada qué le había pasado y a que venía
tanto ímpetu.
Evan, por su parte, tenía una sonrisa divertida en los labios. Meg,
que ya le conocía bien, comprendió que estaba disfrutando con la escena y
se mantendría al margen.
—¿Tú no tienes nada que decir? —le preguntó para hacerle
reaccionar.
Evan no pudo evitar sonreír a su vez cuando vio a las dos hermanas
con la misma postura, brazos en jarras y una expresión en los rostros que
haría a cualquier guerrero menos experimentado perder la seguridad en sí
mismo. Miró a su hermano y Andrew hizo un gesto con la cabeza que
provocó que el jefe de los McAlister soltara una carcajada.
—Te entiendo, de verdad que sí, pero me has decepcionado
profundamente —dijo Andrew mirando a Evan, que no podía dejar de
reírse.
Meg señaló con un dedo a Andrew antes de hablar.
—Voy a bajar ahora a ver a Helen para que te traiga algo de comer.
Aili se quedará contigo mientras, por si estas tentado de levantarte —dijo
mientras se daba la vuelta y salía de la habitación, seguida por Evan, que le
guiño un ojo a su hermano antes de ir tras su esposa.
En cuanto la puerta se cerró tras la pareja, Andrew cogió las sábanas
y las apartó a fin de liberarse de su cautiverio.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Aili, corriendo hacia
la cama y tapándole nuevamente.
—Voy a levantarme —dijo Andrew mirando a Aili y después las
manos que esta había puesto sobre su pecho a fin de que se recostara
nuevamente hacia atrás.
Aili se dio cuenta de que le estaba tocando el torso desnudo, no solo
por las sensaciones que su piel estaba produciendo en las palmas de sus
manos si no por la mirada intensa y la sonrisa canalla que Andrew le estaba
ofreciendo en ese preciso instante. Si pensaba que todo el rubor del mundo,
que ya notaba en su rostro y en su pecho, iban a hacerla desistir de su
empresa es que estaba muy equivocado. Después del miedo que había
pasado esos días, de la angustia de saber que podía perderlo, no iba a dejar
que empeorase por no cuidarse.
—De eso nada —dijo Aili mirándole a su vez con determinación.
Andrew sonrió aún más.
—¿Y cómo pretendes obligarme, esposa? —preguntó Andrew
haciendo hincapié de forma sugerente en la última palabra.
—No de la forma en la que estás pensando —replicó ella guiñándole
un ojo al acabar la frase.
Andrew sonrió abiertamente ante la respuesta.
Ella sostuvo el aire en sus pulmones cuando vio la mirada que su
marido le dirigía. No quería hacerse ilusiones, pero juraría que, por unos
instantes, uno segundos, había visto en los ojos de Andrew orgullo, ternura,
deseo.
—No es justo que le quites a un hombre todas sus esperanzas —
protestó él cuando Aili retiró las manos de su torso y se sentó en el borde de
la cama.
—Yo no he dicho que no haya esperanza, solo que hoy está de viaje
—dijo la muchacha alzando una ceja.
Andrew se llevó una mano al pecho en señal de que estaba
profundamente dolido por la respuesta. Esta faceta de Aili no la conocía y
lo estaba fascinando.
—Me has herido —dijo Andrew teatralmente.
—Pues es una pena, porque ahora a la recuperación de tu herida en
el hombro vamos a tener que sumarle la de tu pecho y, claro, eso significa
más días de convalecencia — dijo Aili resueltamente, sin un atisbo de
compasión por Andrew.
—¿Y no podría hacer nada para que cambiaras de opinión? —
insistió él, mirando sus labios y después sus ojos cuyo color azul como el
mar embravecido lo volvían loco.
—No, nada. Imposible. Soy una McGregor. Inquebrantable hasta el
fin. S’rioghal mo dhream! —dijo Aili repitiendo el lema de su familia y
haciendo alusión a su conexión con la realeza celta.
—Puede, pero ya sabes cuál es el lema de los McAlister. «Fortiter»,
que, permíteme recordarte, significa «valientemente». Así que perdona si
me arriesgo, pero es mi naturaleza. —Y sin más, se inclinó levemente hacia
delante, posó una de sus manos en la mejilla de Aili y la atrajo hacia sí,
sellando sus labios con los suyos y saboreando su boca, como un sediento
que camina durante largas horas a fin de encontrar el agua que mitigue su
ansia. El sabor de Aili era un afrodisíaco para los sentidos de Andrew que,
con delicadeza, pero con determinación, saqueó cada rincón de la boca de
su esposa con verdadera dedicación. Su lengua se enredó con la de ella
haciendo que la joven emitiera esos gemidos que tanto le excitaban y que
acababan con todas sus intenciones de ser un buen chico. Aquella mujer
destruía su determinación con la misma rapidez con la que incendiaba su
deseo.
Un sonido al otro lado de la puerta hizo que Aili y Andrew
rompieran el beso de forma abrupta y ella se levantara con premura de la
cama.
Evan entró con una bandeja de comida, y se quedó parado al ver la
expresión nerviosa y el rubor en el rostro de Aili.
Su hermano lo miraba como si quisiera asesinarlo, aunque intentaba
disimular y aquello le hizo analizar la situación que estaba teniendo lugar
ante sus ojos desde una perspectiva en la que no había pensado antes.
—Oh, Evan… ya que estás aquí voy a dejaros a solas un rato y voy
a ver qué hace mi hermana —dijo Aili rápidamente, saliendo de la
habitación y dejando a los dos hermanos totalmente solos.
CAPÍTULO XV

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Evan cuando vio a su hermano


apartar las sábanas y bajar los pies de la cama.
—¿Tú qué crees? —respondió Andrew con una sonrisa y un deje
irónico en sus palabras. — Os estáis pasando y ya no tiene gracia. No me
voy a comer lo que me hayas traído aquí tumbado. Me han herido en el
hombro, no en las piernas —dijo mientras se ponía en pie.
La habitación se tambaleó un poco y unos fuertes brazos lo
sostuvieron hasta que el pequeño mareo remitió.
Evan maldijo por lo bajo, aunque entendía bien la necesidad de su
hermano de no permanecer por más tiempo en la cama. Cuando vio que
Andrew le miraba, asintiendo con la cabeza en señal de que ya estaba bien,
le acompañó hasta la pequeña mesa que había cerca de la ventana y
apartando la silla, le ayudó a sentarse en ella.
—¿Sopa? —preguntó Andrew alzando una ceja cuando vio el plato
que tenía ante sí—. Tú no eres de mí misma sangre. —Evan sonrió
abiertamente antes de sacar de debajo de un paño un plato con algunos
trozos de carne y algo de queso y pan—. Quería decir que nunca he dudado
en que fueras mi querido hermano —se corrigió acto seguido con una
sonrisa pícara en los labios.
El mayor de los McAlister se sentó en la otra silla que había en la
estancia a fin de estar junto a Andrew mientras este comía.
Este no se dejó engañar, conocía demasiado bien a Evan como para
saber qué vendría a continuación. Su hermano le miraba fijamente, a la
expectativa. Cuando ya había terminado prácticamente de comer, decidió no
alargar más el momento.
—Haz la primera pregunta —dijo.
Evan sonrió y le miró con genuino reconocimiento. Le agradaba que
su hermano lo conociera tan bien.
—Esperaba que tú rompieras el hielo y me contaras lo que pasó en
el viaje de vuelta, desde que recogiste a Aili en tierra de los McGregor hasta
que llegaste aquí con una herida en el hombro y medio muerto —dijo Evan
endureciendo su tono en las últimas palabras.
Andrew soltó una risa y acto seguido le relató lo que había pasado,
obviando la conversación con Aili y todo lo que tenía que ver con ella.
Evan lo escuchaba con atención. Su expresión apenas cambió
durante toda la exposición.
—¿Y dices que registrasteis a aquel mercenario pero que no llevaba
nada encima que pudiera orientaros sobre su origen o el porqué del ataque?
—Si —dijo Andrew echándose un poco hacia atrás en la silla y
cruzando los brazos sobre su pecho.
Los ojos de Evan se oscurecieron un poco al oír la respuesta.
—Los hombres me han dicho que intentaron coger a Aili. ¿Por qué
querrían llevársela?
Andrew miró a su hermano antes de contestar.
—No lo sé. Pensamos que pudiera ser alguien que tuviera algo
contra McGregor y quisieran hacerle daño a través de su hija, pero no
podemos saberlo con seguridad.
Evan siguió con su expresión escrutadora cuando hizo la siguiente
pregunta.
—Creo que eran cuatro con los que tuviste que luchar. ¿Tan buenos
eran? Te he visto ejercitarte contra los mejores hombres en esa desventaja y
no acabar con rasguño alguno. ¿Qué pasó?
Andrew sabía que Evan sospechaba que había algo más en toda
aquella historia. Los supo con certeza cuando vio una chispa de furia cruzar
sus ojos ante sus respuestas. Estaba siendo evasivo con él y las palabras de
Duncan resonaron con más fuerza que nunca en su cabeza. «No tardes
mucho en contárselo a Evan. Sé que se lo has prometido a Aili y sé que si tu
hermano lo supiera se sentiría obligado a declarar la guerra a ese clan, pero
para Evan sus hermanos son lo más importante. Se sentirá traicionado si
piensa que no confiaste lo suficientemente en él».
Andrew inspiró lentamente el aire que dejó después escapar de entre
sus labios mientras se inclinaba hacia delante de la silla, con los codos
descansando sobre sus muslos. Estaba más cerca de su hermano y pudo ver
cómo este seguía perforándole con la mirada en busca de una respuesta.
—¿Te acuerdas cuando tenía cuatro años y me encontrasteis
escondido debajo de una mesa?
La expresión de Evan cambió. Se hizo más dura y el dolor de antaño
pareció volver a sus facciones. Jamás podría olvidar el día en que dos
guerreros McGregor, fanáticos del odio entre los clanes se colaron en sus
tierras mientras la mayoría de los hombres estaban fuera y a traición, de la
forma más vil, por la espalda y de sorpresa asesinaron a su tío pensando que
era el padre de ellos y jefe del clan McAlister. Le cortaron el cuello y
después masacraron su cuerpo hasta que los descubrieron y los mataron.
Andrew había sido testigo de aquella barbarie sin que nadie se percatara de
su presencia. Después de aquello se escondió de tal forma que no
conseguían dar con su paradero. No había manera de saber qué había
pasado con él, porque todos sabían que ese día había estado con su tío.
—No podré olvidarlo nunca. Padre, Kerr y yo estuvimos buscándote
después de que encontraran el cuerpo de nuestro tío durante horas.
Estábamos desesperados pensando que habías sufrido el mismo destino.
Andrew asintió.
—Fuiste tú quien me encontró —dijo Andrew sin su habitual
sonrisa en los labios.
Evan lo miró y endureció la mandíbula. Aquella lejana noche,
cuando, tras unas horas de búsqueda no lo encontraban Evan recordaba a su
padre, el guerrero más fuerte que jamás conociera, con una mirada
agonizante en el rostro. La misma agonía que él sentía en el pecho al no
encontrar a su hermano pequeño, ese mismo mocoso que le seguía a todas
partes y que no se separaba de él ni con agua hirviendo, pero al que quería
más que a su vida. Cuando un pequeño ruido le alertó, dirigió su mirada
hasta la mesa y miró debajo de ella. Entonces el inmenso alivio de verle
allí, vivo, a salvo, contrastó con la preocupación de ver a su hermano con la
mirada perdida y temblando. Todavía recordaba gritar el nombre de su
padre mientras que este y Kerr se acercaban rápidamente hasta donde él
estaba. Recordaba ver lágrimas de alivio en los ojos de Kerr y a su padre
coger a Andrew en brazos y apretarlo contra él durante tanto tiempo que
Andrew acabo dormido entre ellos. Al poco de dormirse, los gritos de
Andrew los despertaron a los tres. Esos gritos de puro terror que se calaban
hasta los huesos y te daban una idea del horror vivido. Esa fue la primera de
muchas pesadillas.
—Cuando tenía pesadillas eras tú el que te quedabas conmigo y me
cogías de la mano o me abrazabas hasta que me quedaba dormido
nuevamente —dijo Andrew, pasándose la mano por el pelo antes de
continuar—. Parecía que las pesadillas habían desaparecido cuando un día,
jugando con Calum y el resto, este se cayó y se hizo un buen corte en la
frente. Era menos de lo que parecía, pero empapó toda su cara de sangre, su
ropa y sus manos. Empecé a temblar y las palabras no salían de mi boca. No
podía. Estaba paralizado. Recuerdo que, después de atender a Calum,
cuando se dieron cuenta de mi estado, empezaron a preocuparse y llamaron
a padre. También recuerdo a Kerr y a papá suplicándome que les dijera que
pasaba, pero yo no podía hablar. Entonces llegaste tú, me miraste y
preguntaste qué había ocurrido ese día. Cuando te contaron lo de Calum y
me miraste supiste lo que me había pasado. No necesitaste más. Esa sangre
me había llevado sin querer al día del asesinato de nuestro tío —dijo
Andrew haciendo una pequeña pausa antes de seguir, como si lo que fuera a
decir le resultase difícil—. Tú siempre has sabido leer en mi mejor que
nadie. Por eso no quiero mentirte ahora. Eres mi hermano y confió en ti, por
eso te pido que tú confíes en mí y que no me preguntes nada más por ahora.
Necesito algo más de tiempo —dijo Andrew mirando a su hermano
fijamente.
Evan pareció dudar unos instantes antes de hablar. Conocía bien a
Andrew y sabía que de los tres era al que más le costaba abrirse, hablar de
lo que sentía o lo que le pasaba. Como defensa esgrimía esa eterna sonrisa y
siempre aparentaba estar bien. Era el hombre más fuerte que conocía, pero
sabía que eso también lo estaba desangrando por dentro. Como cuando
murió Kerr. Él no reaccionó bien, enfureciéndose con el mundo e
intentando controlar la ira que tuvo en su interior durante mucho tiempo.
Sin embargo, Andrew ni si quiera reaccionó. Sabía que había sufrido, y
mucho. Lo había visto en sus ojos, dos pozos de pura agonía, y lo notó en
su voz y en su forma de actuar. Y aún lo notaba. No creía que su hermano
hubiese superado totalmente lo de Kerr.
—He pasado miedo cuatro veces en toda mi vida —dijo Evan a su
hermano haciendo que este cambiase su expresión sorprendido por sus
palabras—. Lo sé porque puedo recordarlas con total claridad. La primera,
el día que estabas escondido debajo de la mesa tras el asesinato. La
segunda, cuando Kerr enfermó y vi cómo su vida se apagaba sin que nada
pudiera hacer por él. La tercera cuando creí que iba a perder a Meg. Y la
cuarta hace dos días, cuando te desplomaste entre mis brazos y sentí que
estabas ardiendo de fiebre. Cuando Kate me dijo que no sabía si te pondrías
bien, me vi arrastrado nuevamente al día en que Kerr murió. Pero esta vez
fue peor porque sabía que si volvía a ocurrir no podría soportarlo. No podía
perder a otro hermano. Sé que eres fuerte, y uno de los mejores guerreros
que he conocido, pero si me ocultas algo que pueda llevar a tener que verte
otra vez como el otro día y saber que yo podría haber hecho algo por
evitarlo, entonces piénsatelo dos veces porque no te lo perdonaría.
Andrew asintió antes de contestar con convicción.
—Te lo diría si así fuera.
Evan soltó el aire de forma más audible.
—Está bien. Confío en ti —dijo Evan mirando a Andrew a los ojos
—. Ah, y otra cosa, ¿que hay entre Aili y tú? Jamás he visto a una mujer tan
ruborizada como lo estaba Aili cuando he entrado.
Andrew tragó saliva por la agudeza de su hermano.
—Has dicho que confiabas en mí.
Evan le miró fijamente unos segundos antes de asentir.
—Está bien —continuó el jefe del clan McAlister dando una
palmada en la pierna de su hermano antes de levantarse.
Evan sabía lo que iba a venir cuando la expresión de Andrew
cambió de repente y su eterna sonrisa volvió a los labios.
—No sabía que te gustaba tanto hablar de tus sentimientos —dijo
Andrew con una chispa de diversión en los ojos.
Evan se dirigió hacia la puerta mientras ponía los ojos en blanco.
—Ha sido tan bonito… —dijo Andrew antes de que le diera en
plena cara una almohada que Evan le tiró sin miramiento alguno—. Eh,
Evan —llamo Andrew cuando este ya desaparecía por la puerta.
Evan se volvió con expresión de impaciencia.
—Gracias, hermano —dijo Andrew totalmente serio.
La expresión del jefe de los McAlister se suavizó y asintió con una
sonrisa antes de cerrar la puerta y dejarle solo de nuevo.

Aili estaba con Meg ayudándola a colocar la ropa que había lavado
el día anterior en sus aposentos.
—No quiero traerte malos recuerdos de nuevo, pero quiero saber si
estás bien —dijo Meg aludiendo a lo que le había pasado durante el viaje.
Aili sonrió y se acercó a su hermana.
—Estoy perfectamente, Meg. Soy una McGregor, ¿recuerdas? —
contestó Aili mirando a su hermana, que parecía preocupada.
—El ver a Andrew así estos días, sin saber qué pasaría con él, me ha
hecho pensar y… no sé qué haría si te pasara algo —dijo Meg mostrando en
su voz y en sus facciones la angustia que eso le causaba.
—Pero nada me ha pasado y nada malo me pasará, ¿de acuerdo?
Estoy aquí contigo, con el clan McAlister y bien segura. Con Evan y
Andrew es imposible que algo me ocurra.
Meg la miró con una sonrisa y una mirada algo pícara.
—Andrew ha cuidado de ti, ¿verdad? No creía que os llevaríais tan
bien, pero viendo tu reacción cuando él ha estado enfermo y la camaradería
que existe entre vosotros yo diría que habéis congeniado a la perfección.
Aili disimuló, intentó que nada en la expresión de su cara la
delatase, pero su hermana era muy perspicaz cuando quería.
—Me salvó la vida, Meg. Le estoy muy agradecida —dijo Aili
mientras se daba la vuelta y seguía con la ropa.
—Entonces la preocupación que he visto en tus ojos estos días, el
querer estar siempre con él y la forma en que lo miras, todo eso es solo
fruto del agradecimiento, ¿no? —preguntó Meg con los brazos en jarras y
expresión suspicaz.
—No sé a dónde quieres llegar, hermana, pero creo que te estás
confundiendo —dijo Aili con un tono de voz que no admitía réplica
ninguna.
Meg miró a su hermana, que parecía muy interesada en doblar tres
veces la misma prenda. Una sonrisa se extendió por sus labios mientras
pensaba que por ese día no iba a acicatearla más. Ya habría tiempo para
descubrir qué pasaba entre ellos dos.
CAPÍTULO XVI

Clave McNaill se paseaba de un lado a otro mientras veía a aquel


mercenario mirarle como si él le debiera algo.
—La seguimos como nos dijo y cuando vimos que aquel grupo de
McAlister se la llevaba lejos intentamos secuestrarla, pero todo salió mal.
No sabía que ese guerrero McAlister era tan bueno. Con solo una daga
acabó con uno de mis hombres y puso en jaque a los otros dos.
Clave se paró enfrente de aquel mercenario que había contratado
otras veces para hacer la clase de trabajo que él no podía pedir a los
hombres de su clan. Ya había malestar dentro de sus miembros. Lo habían
elegido a él como laird, pero no por unanimidad. Muchos querían al joven
Liam para dirigir al clan y él había coaccionado y amenazado a las personas
adecuadas para que eso no ocurriese. Pero desde entonces estaba en
entredicho. Malditos imbéciles... En cuanto tuviese como esposa a Aili
McGregor y no tuviera que pasar tanto tiempo en la corte, él mismo se
encargaría de que desaparecieran aquellos que no le apoyaban. De hecho,
todo lo que hacía era por el bien de su clan. Había contratado a aquellos
mercenarios y otros más para que una guerra entre varios clanes se
propiciara, y él poder sacar provecho. Por su apoyo obtendría lo que
deseaba y le habían arrebatado hacía años a su clan: unas tierras que habían
sido suyas y que ahora pertenecían a los McDonall.
—Jamás debisteis intentar interceptarlos. Ahora se harán preguntas
—dijo escupiendo las últimas palabras.
— No pueden relacionarnos con usted. Es imposible.
McNaill estaba furioso. Si esa mocosa se creía que podía rehuirle
estaba muy equivocada. No la había poseído porque no había podido. Su
miembro había estado inerte. Todavía se acordaba de su hombre de
confianza diciendo que podía hacerlo por él mientras una sonrisa burlona
afloraba a sus labios. Eso fue lo último que hizo. Nadie dudaba de su
hombría y seguía con vida. Sin embargo, sabía a ciencia cierta que ella creía
que él la había poseído. Lo supo por el temor que vio en sus ojos al día
siguiente. Intentó disimularlo, pero no pudo. Aili era así: pura, transparente,
sincera y bellísima. Sería su esposa costase lo que costase.
—Averigua qué hace allí. Puede que haya ido solo a visitar a su
hermana. Esta se casó con Evan McAlister hace unos meses. Vigílalos e
infórmame.
El mercenario asintió y se retiró de su presencia, mientras Clave
pensaba en el tiempo que le daría. Él no era un hombre conocido por su
paciencia y ya había sido más que paciente.

Andrew tiró de Aili cuando iba por el pasillo y la metió en la


habitación.
—¡Qué susto me has dado! —dijo Aili poniendo una mano sobre su
corazón.
—No he visto otra manera de hacerlo. Mi hermano y tu hermana me
están sacando de quicio. Es difícil, pero lo están consiguiendo —dijo
Andrew mirando a Aili a los ojos.
Estaba preciosa. La oscuridad bajo sus párpados había desaparecido
en la semana que llevaban allí. Su piel tenía una tonalidad sonrosada en las
mejillas, y sus carnosos labios estaban más rojos que nunca, como si fuera
una fruta madura lista para recoger.
—Sí, lo sé. A mí Meg me está volviendo loca. No me deja sola ni un
instante. Los dos saben que hay algo entre nosotros y quieren demostrarlo a
toda costa.
Andrew sonrió. Sabía que Evan y Meg tenían que haber hablado
entre ellos porque aquella encerrona estaba orquestada entre los dos.
—Bueno, queríamos que pensaran que había algo y que yo te estaba
cortejando así que por esa parte todo está yendo de maravilla. Pero lo que
nunca pensé es que nos iban a tener bajo vigilancia.
Aili miró a Andrew a los ojos. Deseaba besarle. No había podido
tocarle desde que llegaron allí y aunque no lo reconociera en voz alta había
anhelado sus caricias y sus besos más de lo que había creído posible jamás.
Andrew pareció sentir lo mismo porque Aili vio oscurecerse su
mirada antes de acercarse a ella tanto que solo unos escasos centímetros los
separaban. La respiración de Aili era rápida y superficial.
—¿Estás nerviosa? —le preguntó Andrew tocando su mejilla.
Cuando sus dedos bajaron un poco más y rozaron el lateral de su
cuello, Aili sintió que el aire no le entraba en los pulmones.
— Me dijiste que no fuera tímida contigo así que…, sí, estoy
nerviosa, pero porque quiero que me beses y que lo hagas ya —dijo Aili
con la voz entrecortada.
Andrew sonrió abiertamente antes de lanzarse a por sus labios. El
hecho de que ella confiara en él de esa manera, tanto como para decirle lo
que en realidad deseaba, aunque la estuviese matando por dentro de
vergüenza, cosa que evidenciaba su rubor, hizo que algo se quebrara dentro
de él. Aili estaba derribando todas sus defensas.
Ella salió a su encuentro y se unieron, dominados por la pasión
contenida durante todos esos días. La joven gimió cuando Andrew mordió
su labio inferior antes de apoderase del interior de su boca. Sus lenguas
bailaron al unísono, queriendo más, exigiendo más, hasta que les faltó el
aliento. El ronco gruñido de Andrew volvió a Aili más atrevida. Quería
tocarle y levantó lo justo su camisa como para meter las manos debajo y
acariciar los músculos de su espalda y de su vientre, que se contrajeron ante
su contacto.
—Si quieres que pare tendrá que ser ahora porque me estas
volviendo loco —dijo Andrew apoyando su frente en la de Aili mientras
jadeaba por la necesidad de hacerla suya.
Aili respiró profundamente, varias veces, intentando que su corazón
se calmase, pero la verdad era que no quería más calma. Quería todo lo que
Andrew podía darle, quería la pasión, la ternura, el tacto de sus manos sobre
la piel. No había dejado de pensar en la única vez que estuvieron juntos.
Sus noches eran demasiado largas soñando con esa ocasión aislada y quería
sentirse de nuevo así. Deseada, mimada, amada.
—No pares, Andrew —le pidió con las mejillas encendidas. Jamás
pensó que podría decirle a un hombre las cosas que le decía a Andrew, pero
con él todo era sencillo, natural. La hacía sentir que todo estaba permitido
entre ellos, que el expresar su deseo, decirle lo que quería y lo que
necesitaba a cada instante era importante para él. Eso la hacía ser ella
misma y sacar una parte de su interior que desconocía. Esa espontaneidad
que con los años tuvo que sepultar bajo capas de responsabilidad y
madurez, ahora junto a él se liberaba sin más, y era maravilloso.
Andrew la besó en la mejilla y llenó de besos su rostro
descendiendo hacia su cuello donde se deleitó con él, besándolo y
chupándolo hasta que Aili gimió. Andrew siguió su recorrido hasta que
llegó a sus pechos. Liberó uno del escote de su vestido y lo lamió. Al sentir
su aliento después sobre su pezón mojado, Aili tuvo que morderse el labio
para no gritar exigiendo más. Se aferró a los hombros de Andrew mientras
este se introducía su pezón duro y erguido en la boca, succionándolo,
lamiéndolo hasta que Aili no pudo contenerse por más tiempo y gritó.
Andrew volvió entonces a su boca, acallando cualquier ruido que
pudiese volver hacer y tragándose de sus labios los gemidos que no podía
evitar. Mientras la besaba, le levantó el vestido, introduciendo sus dedos
entre sus piernas, siguiendo el contorno del torneado muslo hasta llegar al
centro de su feminidad. Se deslizó entre los suaves pliegues de Aili,
húmedos y listos para él y tocó el botón de carne que hizo que Aili
rompiese el beso y sepultara su cabeza en el cuello de Andrew a fin de
apagar su delirio. Andrew la cogió en brazos y la apoyó contra la pared.
—Rodéame la cintura con tus piernas —dijo él con la voz
enronquecida por la necesidad.
Aili hizo lo que le pidió y Andrew no esperó más. Liberando su
miembro se alineó con la entrada de Aili y la penetró lentamente, mirándola
a los ojos a cada instante. Le había dicho que no podría parar, pero Andrew
sabía que, a cualquier duda, atisbo de miedo o dolor que viese en sus ojos,
él pararía, aunque eso significase su muerte, porque en ese momento en el
que estaba enterrado profundamente en ella y la miraba a los ojos, sabía que
solo pensar en hacerle daño sería el único motivo por el que la dejaría
marchar.
Andrew salió lentamente de su interior para volver a introducirse
esta vez más fuerte. El gemido y el rostro de placer de Aili, su expresión de
sorpresa le hicieron seguir, embistiendo cada vez más rápido y más fuerte.
Aili se mordió los labios intentando contener los gemidos que salían de su
garganta, pero cada vez le resultaba más difícil, sobre todo cuando el placer
se convirtió en una necesidad vital que en espiral empezó a concentrarse en
su vientre. Estaba a punto de tocar el cielo, lo sentía cada vez más cerca.
Enroscó los dedos en el pelo de Andrew y atrajo su boca a la de ella. Fue
saborear sus labios y rozar su lengua con la suya y todo ese placer explotó
haciéndola temblar como si estuviese flotando. Se fracturó en mil pedazos y
el grito que salió de su garganta murió en la boca de Andrew a la vez que el
ronco gruñido de él, parecido al de un animal, se desvanecía en la suya
cuando le sintió vaciarse en su interior.
Andrew la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza. Sentía
recuperarse su aliento agitado mientras mantenía la cabeza en el hueco de
su cuello, posando sus labios en la sensible piel de su clavícula.
—Aili McGregor, vas a matarme —dijo Andrew con un tono de voz
ronco y profundo, lleno de un sentimiento que Aili no pudo identificar, pero
que la hizo estremecer.
—Eso sería lo último que quisiera hacer —dijo Aili bajando los pies
al suelo, pero sin dejar de abrazarse a él.
Un ruido proveniente del pasillo les hizo separarse. Aili miró a
Andrew y este le recolocó el vestido y le alisó el cabello algo revuelto. El
ruido pareció alejarse y ambos se miraron. Una sonrisa se extendió por sus
labios hasta que Andrew le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja
deteniéndose en él más tiempo del necesario. Sus ojos del color del brezo se
oscurecieron cuando deslizó el final de ese mechón entre los dedos.
Aili vio cierta preocupación en su mirada, que estaba fija en ella,
intentando averiguar si ella estaba bien, si todo estaba bien, y no pudo
reprimir el sentimiento cálido que invadió su interior ante la forma en que
Andrew la trataba y que siempre la hacía sentirse única, especial.
Ella alzó su mano y alisó las pequeñas arruguitas que se marcaban al
final de sus ojos, producto de esa preocupación, mientras una sonrisa se
dibujaba en sus labios.
—Voy a adorar ir por los pasillos a partir de ahora, Andrew
McAlister —dijo con una voz cargada de insinuación, que, si bien la hizo
morir de vergüenza, obtuvo el premio deseado.
Una sonrisa canalla y seductora, esa que tanto le gustaba y la dejaba
sin aliento, hizo aparición en el rostro de Andrew antes de que bajara la
cabeza y la besara de nuevo, haciéndola olvidar hasta su nombre.

***

Meg miraba a su hermana Aili sentada en la silla junto al hogar,


bordando una pequeña prenda para su futuro sobrino o sobrina, cuando
Evan y Andrew entraron en el salón acompañados por Malcolm. Habían
estado una hora en la habitación que Evan tenía para organizar las cuentas y
la correspondencia.
Malcolm las saludó con la cabeza antes de despedirse hasta la cena
y Evan se acomodó cerca de su esposa.
—¿Que tal esta tarde? ¿Que habéis hecho? —le preguntó tocando el
pelo rizado y sedoso de su mujer. Le encantaba meter los dedos entre sus
cabellos.
—Hemos estado un rato con Kate. El viejo Baltasair tenía mucha
tos. Kate le ha dado un remedio de hierbas que hemos preparado. Después
hemos dado un largo paseo y luego Aili me ha mostrado algunas cosas que
me ha traído de cuando yo era pequeña, por si las quería tener para el bebé.
Por último, me ha obligado a sentarme aquí a descansar mientras ella
bordaba —dijo Meg frunciendo un poco el ceño.
—Deja esa expresión, Meg. Apuesto a que Evan estará de acuerdo
conmigo —dijo Aili mirando al jefe del clan McAlister, que a su vez miraba
a su esposa con tal ternura en los ojos que Aili sintió que invadía su
intimidad al ser testigo de ella.
Apartó la vista y la desvió hacia Andrew, que la contemplaba como
si quisiese adivinar lo que en ese momento ella estaba pensando.
Ellos no fueron conscientes de la sonrisa cómplice que tanto Meg
como Evan se dirigieron cuando vieron cómo Andrew y Aili se miraban.
Evan a decir algo cuando Aiden entró en ese instante con cierta
premura.
—Laird, acaba de llegar Gail con un hombre que se dirigía hacia
aquí y que interceptó en el límite de las tierras McAlister.
—¿Qué hombre? ¿Venía solo? —preguntó Evan poniéndose en pie a
la vez que Andrew, ya que no esperaba que nadie los visitase.
Antes de que Aiden pudiese contestar, una voz grave desde el fondo
captó la atención de todos.
—Esperaba una mejor bienvenida.
Meg y Aili levantaron la vista al unísono y ambas soltaron un
pequeño grito de alegría antes de salir corriendo.
Aiden se apartó cuando la esposa del laird y su hermana se
abalanzaron sobre Logan McGregor.
La cara de sorpresa de Logan al ver allí a Aili solo duró un par de
segundos, antes de que una alegría nada contenida velara los mismos al ver
a sus dos hermanas.
—¿Por qué no me dijiste que venías? —preguntó Meg después de
darle un sonoro beso a su hermano en la mejilla—. Hubiese preparado algo
especial.
—No sabía si iba a poder acercarme antes de volver a casa. Pero me
entretuve menos de lo que esperaba y deseaba verte, y de paso ver cómo iba
mi futuro sobrino o sobrina. Lo que no me esperaba es encontrar aquí a
nuestra hermana —dijo Logan cogiendo del brazo a Aili para acercarla más
a él y darle un fuerte abrazo.
Aili lo abrazó a su vez, quedándose después con la cabeza sobre el
pecho de su hermano mientras este le daba un beso sobre su cabello.
—Logan —dijo Evan, que junto a su hermano se había levantado y
acercado hasta ellos—. Sí que es una sorpresa —continuó mirando a su
cuñado.
—Siento no haber avisado antes. Sé que ha sido una descortesía por
mi parte, pero quería ver a Meg, y cuando vi que podía dar este pequeño
rodeo y acercarme no lo pensé. Lamento abusar de tu hospitalidad —dijo
Logan con total sinceridad.
Evan no podía evitar, aunque no lo reconociera ni en mil años, que
su cuñado le caía bien. Solo por la forma, el cariño y el halo de protección
con el que miraba a sus hermanas hubiese sido suficiente para él, pero
además lo respetaba. No solo por lo que le había contado Meg, o por lo que
otras fuentes fiables le decían acerca del joven sino por la idea que se formó
de su cuñado la vez en que se conocieron. Aunque fueron solo pocos días,
fueron suficientes para forjarse una opinión de cómo era el futuro laird
McGregor. Muy inteligente, observador, educado y sincero. Un hombre
capaz de mirarte a los ojos con esa trasparencia era un hombre que dormía
tranquilo por la noche, y eso era más de lo que podía decir de muchos otros.
No es que Logan no tuviera sus propios demonios, que los tendría, pero no
eran de los que destruyen a un hombre por dentro sin posibilidad de
redención.
Evan sonrió y empezó a hablar antes de ver la cara de Meg, con el
ceño fruncido y expresión de decirle «como no le des la bienvenida a mi
hermano ahora mismo te pateo el culo».
—Esta es tu casa, Logan. Siempre serás bien recibido en ella. No
hace falta que avises —dijo Evan acercándose a él y estrechando su
antebrazo con el suyo.
La sonrisa de Meg y Aili no se hizo esperar y Evan soltó una
pequeña carcajada. Su pequeña esposa no le defraudaba nunca.
—Logan, bienvenido —dijo Andrew con su eterna sonrisa antes de
acercarse y saludarlo también.
Logan estaba cansado después de los últimos días. La misión que le
había encargado el rey después de que él le expusiera sus sospechas le había
llevado más tiempo del que creía. Esfuerzo que en los últimos días había
visto recompensado. Mirando a sus hermanas, se alegró de haber ido a ver a
Meg. Su hermana estaba radiante.
Al mirar a Aili no pudo evitar observar cómo esta lanzaba una
mirada furtiva a Andrew. Quizás para otro lo que vio en los ojos de su
hermana hubiese pasado inadvertido, pero él la conocía demasiado bien
como para no saber que Aili sentía algo fuerte por Andrew McAlister y que
lo estaba ocultando.
CAPÍTULO XVII

Logan agradeció la habitación que le habían dado y, después de


asearse, bajó a cenar.
Varios de los miembros del clan, así como sus hermanas ya estaban
sentados a la mesa. Se excusó por tardar y Aili le señaló el sitio junto a ella
para que se sentara. Así se encontró situado entre Evan McAlister y su
hermana. La cena transcurrió hablando de banalidades, como los últimos
acontecimientos en la corte de los que Logan estaba al corriente, o la
reunión entre los jefes de los clanes que tendría lugar unos días después y a
las que acudirían los hermanos McAlister, así como Logan McGregor junto
a su padre.
—¿Sabéis quiénes asistirán? —preguntó Logan mirando a ambos
hermanos.
Evan retiró el plato sobre el que solo quedaban los restos de su cena
y miró a Logan que estaba terminando de comer.
—Andrew estuvo la semana pasada con Campbell, que es amigo y
aliado de los McAlister, y le dijo que habían confirmado casi todos los
clanes de la zona.
Logan miró a Andrew que le miraba a su vez con curiosidad, como
si intentara averiguar a dónde quería llegar con esa pregunta. Sabía que los
hermanos McAlister eran muy perspicaces.
—¿Tienes interés en saber si alguno en particular asistirá a dicha
reunión? —preguntó Andrew.
Logan apartó también el plato antes de mirar a ambos hermanos.
—La verdad es que sí. Me gustaría saber si estarán los jefes de los
clanes McDonall y McNaill.
Al escuchar el nombre del último, Aili escupió el agua que estaba
bebiendo.
—¿Estás bien? —preguntó Logan a su hermana cuando esta dejó de
toser.
—Sí, solo me he atragantado un poco.
Logan observó a su hermana. Algo en el tono de su voz llamó su
atención. Se fijó más en ella y vio como le temblaban ligeramente las
manos al acercarse de nuevo el vaso a la boca para beber otro sorbo de
agua. Cuando bajó el vaso, Logan se fijó en sus ojos, esos que siempre le
decían la verdad, aunque ella quisiese ocultárselo. Desde pequeños había
sabido leer en Aili como en un libro abierto. Cuando ella le devolvió la
mirada, lo que Logan vio en sus ojos hizo que frunciera el entrecejo. Aili no
estaba bien. Algo le pasaba, y él iba a descubrirlo.
Evan escrutó a Logan con aire interrogatorio, sacando a este de sus
propios pensamientos.
—Por lo que hablé con Alec, sé que asistirán. ¿Alguna razón en
especial? —preguntó Andrew.
—Sé que últimamente algunos clanes han sufrido el robo de ganado
—dijo Logan volviendo nuevamente su mirada hacia los hermanos
McAlister—. Sobre todo, los McDonall y los Campbell, incluso estos han
estado a punto de iniciar una guerra por ese motivo, pero parece que en los
últimos tiempos los McNaill también han padecido ese tipo de villanía. El
rey está interesado en saber más del tema.
—¿Y te ha pedido que hables con ellos? —preguntó Evan con
cautela. Sabía que Logan era cercano al rey.
Una sonrisa asomó a los labios de McGregor.
—Algo así —contestó.
Evan asintió. No estaba satisfecho con la respuesta. Sabía que había
mucho más aparte de ese efímero interés. Logan no le estaba ocultando ese
hecho, pero estaba siendo muy precavido en sus palabras. Esperaría a otro
momento en que estuviesen a solas para ahondar más en el tema.
Evan miró a su hermano a fin de redirigir la conversación a otros
temas más ligeros, pero el brillo peligroso que vio en los ojos de este le hizo
cambiar de opinión, sembrando dentro de él la certeza de que algo de lo que
había dicho Logan estaba relacionado con la terquedad de su hermano, que
todavía no le había contado todo lo que había acontecido durante su viaje
con Aili desde tierras McGregor.
Llevaba varios días decidido a hablar con él. Pensaba que ya le
había dado a Andrew tiempo suficiente para que confiara en él y le contara
qué era lo que le ocultaba. Sabía que no era algo relacionado directamente
con su hermano. Andrew le contaría algo que solo le afectase a su persona,
pero, aun así, lo cierto era que no le gustaban en absoluto algunos de los
detalles que había alcanzado a observar en la cena esa noche.

***

Aili había visto la mirada de su hermano al observarla cuando


mencionó a McNaill. Sabía que se había percatado de que algo le pasaba.
Aili llevaba meses así, pero la última vez que vio a su hermano fue en esa
misma casa, cuando hirieron a su hermana Meg y estuvieron a punto de
perderla. En aquellas circunstancias nadie hubiese podido pensar lo que le
pasaba a Aili. Los acontecimientos que los reunieron, así como la
preocupación extrema y la agonía de pensar que a Meg pudiese ocurrirle
algo hizo que todos estuviesen raros y destrozados por aquel entonces. Y
Logan había achacado el nerviosismo y las extremas ojeras de Aili a la
situación por la que estaban pasando. Ella no le había sacado de esa
convicción. En realidad, el pensar que pudiese perder a su hermana hizo
que por esos días Aili intentara con todas sus fuerzas dejar a un lado los
hechos que la acosaban cada noche en pesadillas. Sin embargo, ahora sabía
que no había nada que pudiese enmascarar sus sentimientos. No sabía cómo
había sido capaz de ocultar lo que le pasaba durante los últimos meses, pero
lo había hecho. Sin embargo, Logan, con solo una mirada, había sabido que
le pasaba algo, estaba segura. Desde pequeños, Logan había sido capaz de
leer en ella como en un libro abierto. Aunque si tenía que ser sincera ella
también era capaz de ver las sombras de su hermano mejor que el resto. No
solo eran hermanos. Logan también era su mejor amigo y su confidente.
Únicamente otra persona hasta ese momento había sido capaz de
leer de esa forma en ella y era Andrew. Cuando al principio se dio cuenta de
ello, eso la aterró, sin embargo, ahora, la hacía sentirse segura, protegida,
mimada…, más unida a él.
Aili hizo una pequeña mueca al pensar en Andrew como en su
marido. Esa palabra en su boca se le antojaba extraña, irreal y a la vez un
regalo, un anhelo y una esperanza. Estaba sintiendo muchas cosas por
Andrew y todas tenían una profundidad que jamás pensó que
experimentaría. Esos sentimientos que mantenía a buen recaudo la hacían
sentirse vulnerable, expuesta, y a la vez más dichosa de lo que había sido
jamás en su vida.
Cerró los ojos y volvió a pensar en Logan. Sabía que su hermano
había visto que algo le pasaba y lo conocía lo suficientemente bien como
para saber que no pararía hasta saber qué le ocurría. Había sido una ingenua
al pensar que todo aquello iba a quedar en un secreto, en algo que el tiempo
borraría sin que ninguno de sus seres queridos lo supiera. Aili inspiró el aire
que parecía no querer llenar sus pulmones. Conocía a Logan. Era muy
templado y racional, y para los que no lo conocían como lo hacía su familia,
podía parecer extremadamente tranquilo. Sin embargo, ella sabía que Logan
controlaba sus emociones y su carácter con mano férrea hasta que alguien
intentaba hacer daño a sus seres queridos. Entonces podía ser un hombre
implacable y muy peligroso. Aili confió en que las cosas no llegaran al
extremo que ella temía y que había intentado evitar a toda costa.
Por otro lado, Andrew no le había vuelto a mencionar nada, pero
sabía que Evan le estaba presionando para que le diera respuestas sobre el
ataque que sufrieron a manos de los mercenarios durante su viaje de vuelta
a casa. El cerco se estaba estrechando y ella no quería que todo estallara sin
remedio.
Sabía lo que tenía que hacer y aunque iba a ser lo más difícil que
hiciera en su vida, era consciente de que podía contar con Andrew a su
lado. Quizás no estuviese de acuerdo con ella, o en la forma de hacerlo,
pero sabía que él no la abandonaría. Con ese pensamiento, acompañó a su
hermana arriba después de cenar. Parecía que Meg estaba un poco
indispuesta. Estuvo con ella hasta que vomitó lo poco que cenó y casi la
obligó a acostarse para que descansara. Cuando se cercioró que se había
quedado profundamente dormida, apretó los puños y se dio la fuerza
necesaria para hacer lo que debía.

***

Aili se dirigió al salón donde escuchaba la voz de su hermano y de


los hermanos McAlister. Se asomó y los vio a los tres solos. Los demás
habían desaparecido, y ellos parecían hablar de lo que pasaría en la reunión
de los clanes. Por lo que pudo oír estaban convencidos de que esta reunión
no iba ser un camino de rosas y que debían tener cuidado. Muchos de los
clanes que se reunirían allí estaban deseando iniciar una guerra contra otros
de los presentes y el ambiente iba a ser, como poco, tenso y peligroso.
Aili lamentaba interrumpir, pero era ahora o nunca.
Con paso decidido se dirigió a donde ellos estaban.
El primero en darse cuenta de su presencia fue Andrew, que al
principio amplió su sonrisa al verla, pero en cuanto se percató de la mirada
y la tensión que acompañaba a Aili se levantó y se dirigió hacia ella.
—¿Qué pasa? —preguntó Andrew cuando estuvo a su lado, tan bajo
que sabía que los demás no podrían escucharle.
—No voy a poder mentirle a Logan. Me conoce demasiado bien y
ya se ha percatado de que algo sucede. Y Evan tampoco va a tardar en
querer respuestas. Lo he estado pensando y creo que lo mejor es que se lo
diga a ambos —dijo con resolución, levantando la barbilla con
determinación.
Andrew no había pensado en hacerlo de aquella manera, pero al
verla tan decidida, tan valiente, no pudo sino apoyarla.
Aili vio un brillo en los ojos de Andrew antes de hablarle. Juraría
que por un instante había visto cierta admiración en ellos y eso le dio el
coraje y el último empujón que necesitaba.
—¿Estás segura? —preguntó mirándola fijamente a los ojos.
Aili esbozó una pequeña sonrisa a fin convencer a Andrew de que
todo estaba bien, aunque estuviese temblando por dentro.
—Si tú estás conmigo, sí, estoy segura —le dijo dejando ver en sus
ojos la vulnerabilidad que aún seguía latente en ellos.
Andrew rozó una de sus manos y enlazó sus dedos con los de ella.
—Nada me lo impediría —dijo Andrew con rotundidad.
Aili vio la determinación de Andrew y asintió con la cabeza cuando
la voz de Evan llegó hasta ellos.
—¿Va todo bien? ¿Es Meg?
Aili soltó la mano de Andrew antes de rodear a este y ponerse a su
lado para ver a Evan de frente.
—Todo va bien, tranquilo. Meg está perfectamente. Se ha quedado
dormida, y por eso he bajado, porque quería hablar algo con mi hermano y
contigo. Algo importante —dijo Aili andando hasta donde se encontraban
ambos, sintiendo a Andrew detrás de ella.
Logan la miró con aire interrogante y la preocupación marcada en
sus facciones.
—¿Qué pasa, Aili? —le preguntó Logan mirándola fijamente y
evitando con la mano en su mejilla, que su hermana rehuyera sus ojos.
Lo que vio en ellos hizo que Logan apretara la mandíbula. A pesar
de que su hermana intentaba disimular, el destello de profunda agonía, de
vergüenza, de sufrimiento que veló por unos instantes su iris y su expresión
le dijo que lo que fuera que Aili iba a decirles le había producido y seguía
produciéndole un profundo dolor.
—Debéis prometerme, los dos —dijo Aili mirando también a Evan
— que no me interrumpiréis, aunque lo deseéis, hasta que acabe, porque si
lo hacéis no sé si podré terminar después.
Aili también vio preocupación en los ojos de Evan, que por un
momento se dirigieron hacia su hermano.
—No has dicho nada de Andrew. ¿Debo asumir que lo que vas a
contar él ya lo sabe? —le preguntó Logan cogiendo la mano de su hermana,
que estaba fría y algo temblorosa.
Aili miró a Logan y a Evan para después asentir antes de hablar.
—Tuve que contárselo después de que pasaran determinadas cosas
en el camino hasta aquí, y le hice jurar que no se lo diría a nadie —dijo Aili
mirando a Andrew que a su vez la miraba a ella dándole calor con sus ojos,
ofreciéndole el empuje que necesitaba.
Evan miró a su hermano. Así que ese había sido el motivo de que le
pidiera más tiempo. Cuando le dijo que no podía contarle nada por el
momento, jamás pensó que su secreto tuviese que ver con Aili. Ahora las
cosas empezaban a encajar. En ese preciso instante Andrew le miró y Evan
pudo ver en su expresión que lo que Aili iba a contar iba a ser duro.
La joven se sentó en una silla y Logan se sentó junto a ella. No le
permitió que retirara su mano de la de él. Fuese lo que fuese lo que había
ocultado, quería que ella supiese que él estaba a su lado. Nada que pudiera
contarle podría provocar el destello de vergüenza que había visto en sus
facciones.
Andrew se sentó al otro lado de Aili, y Evan enfrente. Estaba
rodeada de los hombres más importantes de su vida a falta solo de su padre.
Tomando aliento, comenzó con su relato desde el principio, desde
que fue de visita a tierras del clan McPhee.
Lo relató todo intentando verlo desde fuera como si hubiese sido un
espectador y no la víctima. Sintió teñir sus mejillas del rubor más intenso
cuando tuvo que relatar el intento de abuso de McNaill, así como su total
certeza en aquel entonces de que ese abuso había sido llevado a término. No
miró a ninguno al hacerlo. Sabía que si lo hacía se vendría abajo. Intentó
aislarse e imaginar que estaba sola, y solo un incremento en la fuerza con la
que su hermano le sujetaba la mano entre la suya hizo que se percatara de
seguían allí escuchándola.
Les relató la llegada de Andrew a casa de su padre y cómo cuando
emprendieron viaje, solo un día después, fueron atacados por unos
mercenarios. Cómo hirieron a Andrew y cómo ella siguió guardando
silencio sobre lo que sabía por miedo a lo que podía pasar si se descubría.
Le relató la llegada a casa de Flora y Gordon y su incapacidad de seguir
mintiendo al escuchar las preguntas que se hacían los hombres y lo cerca
que había podido estar Andrew de haber sido herido de gravedad. Les dijo
cómo le contó a Andrew todo y cómo le hizo jurar que no se lo contaría a
nadie y por qué. La razón de sus miedos si era descubierto, sobre todo por
las amenazas que McNaill le había hecho si ella se negaba a casarse con él.
Les contó la proposición de Andrew y cómo ella aceptó y por último su
parada en casa de Duncan McPherson y de cómo los caso en secreto el
padre Lean. Por último, y volviendo a ruborizarse hasta la raíz del pelo, les
contó que ambos descubrieron en su noche de bodas que el hombre que
había dicho abusar de ella no lo había conseguido tal y como le había hecho
creer, porque hasta esa noche era virgen. Todo ello lo hizo sin revelar en
ningún momento el nombre del hombre que había intentado abusar de ella.
Cuando terminó, un silencio sepulcral se hizo en el salón. Al no
escuchar nada, ni siquiera un leve movimiento levantó la vista para mirarlos
y lo que vio la dejó petrificada.
CAPÍTULO XVIII

Aili retuvo el aire cuando vio los semblantes de Logan y Evan.


Su cuñado tenía los puños apretados junto a su cuerpo y en sus ojos
de podía ver una furia tal que pensó que si la desataba podría derribar aquel
castillo con su grito de guerra. Sin embargo, lo que hizo que un nudo
atenazara su pecho, y las lágrimas contenidas casi desbordaran sus ojos, fue
el rostro y la mirada de Logan. Ella no quería hacerle daño a su hermano.
Bien sabía que él ya había sufrido suficiente, sin embargo, por unos
segundos, no pudo evitar leer en su rostro el dolor lacerante y profundo que
sus palabras le habían infligido. Contempló la rabia y la fría determinación
que se adueñaron de sus ojos. La sed de venganza y la absoluta certeza de
que el hombre que había osado a dañar a su hermana moriría no sin antes
haber sufrido mil infiernos.
Andrew estaba orgulloso de Aili. Había expuesto los hechos y
relatado todo lo que había acontecido con serenidad y entereza. El rubor se
había cebado con su rostro más de una vez, pero su voz en ningún momento
había titubeado o dado muestras de ese azoramiento. Había callado y se
había tomado su tiempo cuando algún pasaje era más doloroso, pero había
tomado aire y había seguido con decisión. Ahora la sintió aguantar la
mirada de su hermano y de Evan que la estaban afectando más que su
propio relato. Un sentimiento de protección descontrolado y visceral
recorrió su cuerpo y sin poder evitarlo, como si con ello quisiera dejar claro
alguna postura, rodeó la cintura de Aili con su brazo y la apretó contra él,
de tal manera que ella tuviese que apoyarse sobre su torso.
Miró a Evan y a Logan después, dejando claro que tuvieran cuidado
con lo que iban a decir. No iba a tolerar que bajo ningún concepto nadie
alterase a Aili después de todo lo que había pasado. Evan lo miró
endureciendo la mandíbula, con la promesa en sus ojos de una conversación
que no iba a ser agradable para ninguno de los dos. Y Logan…
McGregor tenía una mirada fría y letal. Pocas veces había visto esa
mirada en su vida, pero sabía lo que significaba, y llevaba aparejada muerte,
sangre y destrucción. No de una manera descontrolada llevada de la mano
de la furia ciega sino desde la racionalidad, desde la calma tras la tormenta
donde, después de asentar el golpe, la mente pensaba cómo devolverlo
incrementado y con mucho más dolor. La postura, el rostro y la mirada de
Logan eran dignas de verse en aquel momento. Parecía un felino de gran
envergadura, esperando su momento para atacar a su oponente y destrozarlo
sin piedad.
La voz de Evan retumbó en el silencio.
—¿Cuál es el nombre de ese hijo de puta? —dijo el jefe del clan
McAlister apretando los dientes al final de la pregunta.
Aili miró a Andrew antes de contestar.
—No quiero una guerra entre los clanes. Eso es lo que me hizo
guardar silencio. No soportaría que por mi culpa algo os pasara a vosotros o
a los miembros del clan. Y después de todo, ese hombre no llegó a abusar
de mí realmente.
—Te persiguió, aunque tú no quisieras sus avances, te retuvo contra
tu voluntad —dijo Logan cuya voz sonaba extremadamente calmada—, te
tocó, te mintió, te amenazó, intentó secuestrarte y te inculcó un miedo
visceral para que hicieras su voluntad con la idea de comenzar una guerra si
decías algo o te resistías, incluyendo la amenaza de lastimar a tus seres
queridos. No abusaría de tu cuerpo, pero abusó de ti en todos los demás
sentidos. Dinos su nombre. Te prometo que no habrá una guerra entre
clanes. No hará falta.
Aili miró a su hermano y dos lágrimas cayeron por su rostro.
—Ese hombre no tiene honor alguno. No irá de frente. Sé que eres
el mejor guerrero que conozco… —Aili paró en su alegato cuando otros
dos pares de ojos la miraron como si le hubiesen salido cuernos en la
cabeza. Se dio cuenta de su error e intentó enmendarlo—. Bueno, eres uno
de los mejores guerreros que conozco— y miró a Evan y a Andrew por si
así les parecía mejor. Para ella, que había visto a Logan luchar, a veces
hasta contra seis de los mejores guerreros McGregor y manejar la espada
como un demonio, derrotando a los seis sin ni si quiera un rasguño, su
hermano era el mejor guerrero. Es verdad que no había visto luchar a Evan
ni a Andrew, pero dudaba que pudieran superar a Logan. Cuando vio que
los otros dos hombres asentían, siguió con lo que estaba diciendo—. No
dudo de tu capacidad, pero él no va a luchar con honor. Mandará a su clan o
a sus mercenarios y estos últimos intentarán matarte a traición. No puedo
tener eso bajo mi conciencia.
—¿Andrew lo sabe? —preguntó Logan intentando por otro medio
que su hermana dijese el nombre que deseaba saber.
Lo que vio en los ojos de Aili le convencieron de que era así.
—¿Y qué crees que hará Andrew con ese hombre, Aili? —preguntó
Logan mirándola fijamente a los ojos.
Logan supo en el momento exacto en el que Aili comprendió lo que
quería decirle. Los ojos de su hermana se abrieron más, haciéndolos más
expresivos si es que eso era posible y se giró rápidamente para mirar a
Andrew buscando la confirmación de que su hermano se equivocaba.
—Tú no… no, ¿verdad? —dijo Aili con un hilo de voz.
Andrew miró a Logan. Sabía lo que quería conseguir con aquello y
no le culpaba. Él hubiese hecho lo mismo. Desvió la mirada a Aili antes de
hablar intentando que viera lo suficiente en él como para que lo entendiese.
—Te prometí que no contaría nada. He respetado y respetaré todos
los juramentos que te he hecho con mi vida, pero nunca te prometí no
vengarme de ese malnacido.
Aili jadeo, mientras sentía cómo un nudo en el pecho amenazaba
con asfixiarla.
—Pues prométemelo ahora —dijo Aili con un tono de voz duro,
rehecha del latigazo que sintió al entender que tenía razón. Él no le había
hecho ninguna promesa en ese sentido.
—Lo siento, no puedo. Eres mi esposa y aunque lo lamento por
Logan y Evan, el primero en la lista para exigir el corazón de ese cabrón en
pedazos soy yo.
—Su nombre, Aili. Ya no tiene sentido que nos lo ocultes —dijo
Logan.
Aili desvió su mirada de Andrew; las palabras de este último la
habían hecho enmudecer. Un miedo irracional le había calado hasta los
huesos.
Miró a Logan y a Evan, sabiendo que, como había dicho Logan, ya
no tenía sentido guardar silencio y soltó el aire que había estado
conteniendo antes de decir lo que tanto ansiaban.
—Clave McNaill.
Evan maldijo por lo bajo, Andrew endureció la mandíbula, y
Logan... La expresión de Logan no tenía precio. Una expresión que no pasó
desapercibida a ninguno de los hermanos McAlister. Una expresión que
dominó antes de mirar a Aili, tragar saliva con cierto esfuerzo y apretar más
la mano de su hermana, haciendo que esta le mirase a su vez mientras decía
unas palabras que terminaron con todo el autocontrol de Aili.
—Ven aquí —pidió tirando de ella y abriendo sus brazos.
Aili se arrojó a esos brazos que conocía tan bien. Su hermano
siempre había estado ahí desde que tenía uso de razón para cuidarla,
escucharla, consolarla. Siempre. No había conflicto pequeño, herida nimia o
preocupación vana para Logan. Fuese lo que fuese que a ella le preocupase,
Logan siempre la escuchaba y la ayudaba.
Andrew vio cómo Aili rompía a llorar en brazos de su hermano y un
nudo de impotencia atenazó sus entrañas. Le dolían los brazos por no ser él
quien la estuviese acunando en ese momento, quien la consolara o borrara
sus lágrimas, y una punzada de celos irracionales se apoderó de él. Sin
embargo, lo desechó en cuanto vio los pozos de dolor que eran los ojos de
Logan McGregor. Era su hermano y, por las conversaciones que había
tenido con Aili, sabía que los tres estaban muy unidos y que ella tenía una
conexión especial con Logan. Siempre se lo contaban todo. Así que asintió
cuando Logan le miró a los ojos y le pidió que los dejara solos, sobre todo
cuando una última palabra salió de sus labios y sonó más a súplica que a un
mero formalismo.
—Por favor.
Andrew miró a Logan para hacerle entender que no estaría lejos.
Después salió del salón con Evan pisándole los talones.

***

Los sollozos de Aili le estaban destrozando el corazón. Maldito hijo


de perra de McNaill… Iba a destrozarlo por aquello.
Aunque Clave McNaill había perdido hacía tiempo la confianza del
rey, había seguido teniendo cierta inmunidad por su vieja amistad, hasta que
las sospechas del rey Guillermo le llevaron a hablar con Logan sobre un
posible complot por parte de Clave, además de los rumores de su maltrato y
abuso hacia mujeres de distintos clanes, que habían culminado con la
muerte de una de las hijas del difunto jefe del clan Cameron. Logan había
compartido con Guillermo las mismas sospechas. Hacía un año que los
robos de ganado habían aumentado de forma significativa, además de los
asesinatos sin un autor confirmado. Y siempre entre clanes rivales. Era raro
que las mismas pautas se repitieran entre distintos clanes enemigos entre sí
por diferentes puntos de las Highlands. Todo indicaba un denominador
común. Y cuando uno de los clanes apresó a un hombre que, dado por
muerto por los suyos había quedado malherido, Logan fue hasta allí para
interrogarlo. Lo que aquel hombre contó no tenía desperdicio. Era un
mercenario contratado por Clave McNaill. Inmediatamente, Logan lo llevó
en secreto ante el rey que le perdonó la vida si le daba todos los detalles.
Entonces aquel hombre les habló de los ataques que McNaill había dirigido
para poder enmascarar su verdadero objetivo: las tierras colindantes a las
suyas y pertenecientes al clan McDonall. Con el enfrentamiento entre los
clanes quería por un lado diezmar al clan McDonall con una guerra contra
los Campbell para después, cuando ese clan estuviese prácticamente
deshecho, atacar con garantías y quedarse con las tierras que reclamaba en
su locura como suyas, y por otro generar el caos y la inestabilidad para
ganarse de nuevo la confianza del rey al ofrecerse como mediador para
acabar con esas luchas internas. Siendo él el que orquestaba esos ataques,
hacer que dejaran de ocurrir sería fácil. En definitiva, el plan de un
demente. Con las pruebas que después les otorgó, como pagos y próximos
ataques que Logan verificó, el destino de McNaill estaba más que sellado.
En cuanto al abuso de las mujeres, Logan también había intentado hablar
con alguna de sus víctimas, pero o estaban muy asustadas o simplemente ya
no estaban, sin que nadie pudiese dar cuenta de su paradero. Si la
desaparición de aquellas mujeres significaba lo que él pensaba nada le daría
más placer que arrancar el negro corazón de aquel bastardo. Que ese hijo de
puta hubiese hecho aquello durante largo tiempo de forma impune le hacía
hervir la sangre en las venas. Ahora que tenía todas aquellas pruebas y sabía
por miembros del propio clan McNaill la tiranía impuesta dentro de su
propio clan, le tenía cogido por las pelotas. El mismo rey Guillermo,
después de la evidencia de las numerosas pruebas, le había dado carta
blanca para hacer lo que hiciera falta con Clave McNaill. En primer lugar,
destituirlo como jefe del clan. Para ello ya había hablado con Liam McNaill
y lo harían público en la reunión de clanes. En segundo lugar, dejar su
futuro en manos los clanes a los que había perjudicado gravemente.
McNaill había orquestado robos y había asesinado a hombres de numerosos
clanes de las tierras altas con tal de conseguir sus propósitos. El rey había
escuchado suficiente, tenía las pruebas suficientes y había dictado
sentencia. Para Guillermo un hombre así era igual que un traidor.
Logan sintió cómo los sollozos de Aili remitían. Relajó su abrazo
para mirar a su hermana.
—¿Por qué no acudiste a mí? —preguntó con cierto dolor.
—Tenía miedo de lo que pudiera pasaros. A papá, a ti, al clan.
McNaill me amenazó y lo que vi en sus ojos al hacerlo me convenció de
que, si iba a por vosotros, no iba a ser una lucha justa. Sería por la espalda y
por sorpresa. Es un cobarde que jamás se mediría a alguien como tú de una
forma limpia. No conoce el honor.
—Contéstame a una pregunta. Si Andrew no se hubiese casado
contigo, ¿habrías cedido a las demandas de McNaill, sin decirnos una sola
palabra?
Logan ya conocía la respuesta antes de que Aili respondiera.
—Sí. Jamás hubiese permitido que sufrierais algún daño —contestó
Aili sintiendo cómo el estómago se le revolvía nada más que de pensar en
esa posibilidad.
—Eres demasiado buena para este mundo —dijo Logan abrazando
nuevamente a su hermana.
Logan quería a sus hermanas con locura. Los tres siempre habían
estado muy unidos, pero desde la muerte de su madre a una edad temprana
esa unión se había reforzado aún más. Quería a Meg, a su hermana
pequeña, su mocosa pecosa, por su rebeldía, su carácter fuerte, su alegría,
su impulsividad y su generoso corazón. Y Aili…, ella era su mejor amiga,
su confidente. Ambos se habían sostenido mutuamente en el duelo de su
madre y habían hecho frente común para ayudar a Meg durante el mismo.
Hicieron un juramento cuando vieron cómo sufría la pequeña del hogar de
no demostrar ante ella todo su dolor, solo se derrumbarían el uno frente al
otro. Tenían que ser fuertes por Meg. Y así lo hicieron. Quería a Aili por
eso, porque era la fuerza, la nobleza, la entrega hacia los demás desprovista
de cualquier atisbo de egoísmo. Tenía un alma tan pura y un afán de
protección hacia sus seres queridos tan desarrollado que Logan sabía que
siempre se sacrificaría por sus seres queridos, costase lo que le costase.
Deshizo el abrazo antes de mirar de nuevo a su hermana.
—¿Te trata bien Andrew? —le preguntó con una sonrisa en los
labios, al ver como su hermana se ruborizaba.
—Me ha salvado la vida dos veces. Es la persona más generosa y
noble que conozco. Cuando me propuso casarse conmigo, me negué. No
quería que echara su vida a perder por lo que me había pasado a mí. No
quería que se condenase a una vida sin conocer a su amor verdadero.
—Tan noble como siempre, sigues pensando que existe la persona
adecuada para cada uno —dijo Logan ensanchando aún más su sonrisa.
—Sí, quizás sea una ingenua, pero no era justo para él. Sin embargo,
habló conmigo, me dio buenos argumentos y, por Dios, Logan, te juro que
es peor que tú. Cuando habla es capaz de darle la vuelta a las cosas y
convencerte de que ha sido idea tuya.
Ambos hermanos rieron ante las últimas palabras de Aili.
—Pero no me arrepiento de nada. Solo rezo para que él no lo haga
— dijo Aili con cierta añoranza en sus ojos.
—No sé por qué a mí me parece que no va a arrepentirse —dijo
Logan acordándose de cómo había mirado Andrew a su hermana. De la
posesividad que había exhibido durante su charla al rodearla con su brazo y
la protección que le proporcionó aun siendo innecesaria por la posibilidad
de que tanto él como Evan dijeran algo que la incomodara. Su hermana
quizás no era consciente de esos detalles, pero para alguien que sabía lo que
era amar a otra persona más que a su propia vida, esos gestos no pasaban
desapercibidos.
Aili vio cruzar una sombra por los ojos de su hermano.
—¿Y tú, cómo estás? ¿Has sabido algo de Edine? —preguntó
suavemente aún a sabiendas que ese nombre estaba vedado en sus
conversaciones. Solo ella se atrevía a pronunciarlo y eran en escasas
ocasiones.
Vio a su hermano endurecer la mandíbula. Su mirada era dura e
inflexible.
—Me preocupo por ti, y no creas que no me he dado cuenta de que
algo ha pasado. Lo noto en tu mirada, aunque intentes disimularlo y casi lo
consigas, pero estás hablando conmigo —insistió ella ante el silencio de
Logan.
—Me conoces mejor que nadie así que no es que tengas mucho
mérito —replicó él cambiando su expresión, suavizando su mirada y
esbozando una pequeña sonrisa.
—Lo que deseo es que seas feliz, y que alguien te quiera como
mereces —dijo Aili con convicción.
—No eres objetiva, hermanita —dijo Logan guiñándole un ojo.
Aili sonrió. Le encantaría que Logan pudiese verse como Meg y ella
le veían. Tenían amigas cuyos hermanos empezaban su formación como
guerreros y se alejaban de todo lo demás. Que apenas reparaban en sus
hermanas, que no consideraban sus ideas y menos aún las apoyaban. Logan
había sido diferente. Desde el principio, a pesar de su formación, del tiempo
que le llevaba y el esfuerzo que le requería, siempre tenía un momento para
estar con ellas, para escucharlas y apoyarlas. Para Logan no había herida
insignificante, pesar absurdo o idea descabellada si provenía de ellas. Era
paciente y cariñoso. Había visto muchas veces su mirada llena de orgullo
por Meg o por ella. Siempre daba la cara por las dos, pero sobre todo por
Meg, ante su padre; en especial en su época más rebelde, tras la muerte de
su madre.
—Prométeme que no habrá guerra y que no os sucederá nada —dijo
Aili ahora más seria.
—Te lo prometo —le dijo Logan con un tono de voz que trasmitía
una seguridad aplastante.
Había sido fácil hacer esa promesa. Era cuestión de días que Logan
apresara a McNaill y que dejara de ser el jefe del clan, por lo que
difícilmente podía generar una guerra. Y en cuanto a hacerles algo, más
bien era, al contrario. Logan sabía que Clave no iba a salir con vida del
encuentro entre clanes. La lista para acabar con el bastardo era de tres.
Andrew, Evan y él mismo. Ahora solo cabía dilucidar en qué orden.
—Gracias —dijo Aili, sintiendo por primera vez aquella noche que
podía respirar con cierta normalidad.
CAPÍTULO XIX

Evan cruzó los brazos a la altura del pecho y miró a su hermano


esperando una explicación.
—¿Tu pose significa que vas a ponerte sentimental conmigo? —
preguntó Andrew con una sonrisa.
—¡Te has casado con Aili! ¡En secreto! —exclamó Evan subiendo
una octava en la última palabra e ignorando la pregunta llena de sarcasmo.
Andrew se apoyó en la mesa que había detrás de él y cruzó los pies
a la altura de los tobillos.
—¿De verdad? ¿Por ahí es por donde quieres empezar? —preguntó
Andrew alzando una ceja.
Evan descruzó sus brazos mientras endurecía su mirada.
—¿Has pensado en lo que va a hacer Dune McGregor cuando sepa
que te has casado con su hija? A mí se me ocurren algunas cosas y todas
tienen que ver con tus pelotas. Y lo has hecho en secreto.
Andrew pensó que su hermano parecía tener algún problema con ese
detalle en particular.
—Bueno, ya no es un secreto —respondió Andrew con una sonrisa
de medio lado que hizo que Evan quisiera estrangularlo.
—El otro día cuando hablamos creí que por fin ibas a dejar de ser
tan hermético y que te abrirías más a mí. Que tendrías confianza y que por
una vez en la vida te apoyarías en alguien. Joder, Andrew, ¡no estás solo!
Dijiste que yo era quien leía mejor en ti, pues he debido quedarme ciego de
repente porque ahora no leo una puñetera mierda. Así que o me explicas las
cosas y confías en mí o sigues con tu absurda tozudez.
Andrew no cambió su expresión cuando su hermano terminó de
recriminar su falta de dialogo.
—No hay mucho más que contar. Aili lo ha explicado todo con total
claridad.
Evan suspiró para no cometer un asesinato.
—Así que te pidió que guardaras el secreto y tú dijiste que sí —
recapituló Evan como si estuviese intentando entender algo—. ¿Por ahora
voy bien? —preguntó haciendo un gesto con la mano solicitando de
Andrew una respuesta.
—Perfecto —dijo Andrew sin inmutarse.
—Bien, y luego pensaste: «La forma de que este a salvo es que le
proponga matrimonio». Tú, que siempre has dicho que no podías
enamorarte, que no te casarías y que el matrimonio no iba contigo, decides
atarla a un matrimonio sin amor cuando, habiendo pensado en otra solución
quizás pudiese haber salido ilesa y con posibilidad de casarse más adelante
con alguien que la ame de verdad. Porque habías pensado en eso, ¿verdad?
La expresión de Andrew seguía sin cambiar, pero los nudillos
blancos de su mano izquierda, que cogía con fuerza el borde de la mesa
sobre la que estaba apoyado le decía a Evan que por fin estaba llegando a
algún lado. Odiaba hacer aquello, pero quería que Andrew hablase con él.
Su hermano guardaba demasiadas cosas en su interior.
—No sigas por ahí, Evan. —Su tono de voz parecía algo cansado al
pronunciar las palabras.
—Ah, porque si sigo por ahí, ¿qué va a pasar, Andrew? ¿Qué tengo
que perder? ¿Vas a cerrarte aún más, a callar y a irte? No será ninguna
novedad, es lo que haces siempre —dijo Evan con voz cortante.
—¡¿Y qué quieres que te diga?! ¡¿Qué?! —estalló Andrew elevando
la voz y con la respiración algo agitada—. ¡¿Que la entendía?! ¡¿Que
entendía su deseo de no decírselo a nadie porque sabía perfectamente que
sus miedos sobre una guerra entre los clanes podrían realizarse, o porque
sabía que ese hijo de puta, capaz de hacer eso con una mujer de la calidad
humana de Aili y que contrata mercenarios, no iría de frente con sus seres
queridos? ¿Y qué parte de esos seres queridos son también los míos? ¡¿Que
prefiero enfrentarme solo a los demonios y morir cien veces que perder a
alguien más?!
—Andrew —dijo Evan tragando saliva sin saber qué decir. El
estallido de su hermano le había dejado descolocado.
—¡No! —dijo Andrew con una mirada lacerante y temblando
visiblemente—. Tú has empezado esto y ahora vas a escucharme. Nuestra
madre murió por mi culpa, dándome a luz; después vi morir a nuestro tío de
una forma inhumana y no pude hacer una maldita cosa por él. Y después
tuve que sentarme a la cabecera de mi hermano Kerr, un hombre bueno y
noble, con familia, planes y esperanzas, y ver en sus ojos no solo el dolor de
perder a su otra mitad y a su hijo nonato sino también ver cómo horas más
tarde se apagaba y moría. Y tú quieres que abra mi corazón y comente
contigo mi dolor. Pues ¡no puedo! Porque si abro esa puerta es posible que
no quede nada de mí después. Ese dolor es un puñetero compañero de viaje
que me asfixia y a veces se adueña tanto de mí que me duele hasta el alma.
¡¿Eso querías escuchar?! ¡Maldita sea Evan! —dijo Andrew pasándose la
mano por los cabellos, para después dejarla caer a un costado—. No podía
dejar que a ella le pasase algo. ¡Vale! Sé que dije que no era capaz de
enamorarme, y lo pensaba en serio, pero fui un necio… y aunque no lo supe
al principio, la amé desde el primer momento en que la vi. Cuando me
enteré de lo que ese malnacido le había hecho solo pensé en protegerla, en
cuidar de ella y amarla con toda mi alma, confiando en ser suficiente para
ella y que algún día dejara atrás lo que había sufrido, que no se arrepintiese
nunca de haber unido su vida a la mía. Por eso le propuse que nos
casáramos en secreto. Quería protegerla de cualquier acción que ese cabrón
pudiese realizar antes de que me diese tiempo a arrancarle la piel a tiras. Si
le daba mi apellido estaría protegida, aun en el caso de que a mí me pasase
algo. Y ¿por qué no dije nada aún a sabiendas que esto explotaría en algún
momento? Pues porque no quería involucrarte a ti. Sé que te sentirías
obligado a un enfrentamiento, a una guerra. Y sabes que confío en tus
capacidades más que nadie, pero con ese bastardo nunca se sabe y,
francamente, yo tampoco podría perder a otro hermano. Simplemente, no
podría —dijo Andrew con los ojos ligeramente humedecidos.
Evan dio un paso hacia él y, aunque sabía que Andrew odiaría ese
gesto, a él le daba igual. Le abrazó fuerte, no permitiendo que se alejara de
él pese a sus forcejeos. No dejaría que Andrew volviera a llevar todo ese
peso solo nunca más.
—Nuestra madre no murió por tu culpa. Tu no tuviste culpa de nada
¿me escuchas? Fue su salud debilitada la que la sentenció. Nuestro tío
murió delante de ti y no sabes cuántas veces deseé ser yo el que estuviese
en tu lugar aquel día y que no pasaras por aquello, pero tenías cuatro años,
Andrew. Nadie hubiese podido hacer nada por él. Solo doy gracias al cielo
de que a ti no te pasara nada. Y en cuanto a Kerr… También era mi
hermano. Y odié esta vida por arrebatárnoslo. A él, a su mujer y a su futuro
hijo. Y cuando los enterramos solo podía pensar que esa fiebre que se llevó
a tantos también podía haberse llevado a mi otro hermano —dijo Evan
mientras deshacía el abrazo y le miraba a los ojos—. Y ahora solo puedo
pensar en Meg y que está esperando a nuestro hijo, y cuando pienso que
algo pudiera pasarles, me…
—No va a pasarles nada —dijo Andrew poniendo una mano sobre el
hombro de su hermano—. Meg es la exterminadora de clanes ¿recuerdas?
Ese mote no se lo ponen a cualquiera. Hay que ser muy dura para llevarlo
con elegancia —dijo Andrew con una sonrisa, aunque sus ojos aún no
habían adquirido su brillo pícaro habitual.
Evan rio por lo bajo al recordar cómo había llamaban a Meg. Al
principio había sido «la mataclanes» cuando, sin querer, casi envenenó a
todo el clan. Después de quedarse embarazada y tras su disputa con el jefe
del clan McDonall, la llamaban «la exterminadora de clanes».
—¿Qué tienes pensado hacer con respecto a McNaill? —preguntó
Evan tras unos segundos de silencio en los que las emociones volvieron a
sosegarse.
—Acabar con él, pero primero quiero hablar con Logan.
—Sí, yo también —dijo Evan, que sabía que Logan guardaba algún
tipo de información. Luego observó a su hermano con cierta socarronería
—. Bueno, ¿qué? ¿ha sido tan difícil?
Andrew entendió que se refería a cuánto le había costado expresar
parte de lo que sentía y dibujó una media sonrisa algo amarga.
—Peor que tragarse brasas ardiendo.
—¿Sabe que la amas? —Andrew guardó silencio—. Un consejo. No
tardes mucho en decírselo.
Andrew asintió antes de hacer intención de dirigirse hacia el salón.
—Iré a por Logan.
—¿Andrew? —llamó Evan antes de que su hermano diese un paso.
—¿Ahora qué? No me digas que ya quieres tener otra reunión
sentimental entre hermanos, porque voy a vomitar.
Evan rio con ganas ante la cara de su hermano.
—No, solo quería que supieras que estoy muy orgulloso de ti.
Andrew sonrió a medias antes de volverse y desaparecer.
***

Logan, Evan y Andrew se reunieron de nuevo en el salón. Aili


decidió subir a dormir cuando Andrew llegó y, después de despedirse
durante unos segundos de este, le dio un beso a su hermano y desapareció
por el pasillo central.
Ahora que estaban solo los tres, parecía que ninguno fuera a tomar
la iniciativa primero.
Así que Logan lo hizo.
—Queréis saber qué es lo que no cuento, ¿verdad? —preguntó
directamente viendo la cara de sorpresa de Evan y la sonrisa de medio lado
de Andrew—. No ha sido difícil llegar a esa conclusión. Vi cómo me
miraste cuando pregunté por McNaill y McDonall. —dijo Logan mirando a
Evan.
Andrew miró a su hermano, a quien no le había hecho mucha gracia
la capacidad observadora de su cuñado.
—Te he dicho un montón de veces que tienes que practicar lo de la
imperturbabilidad. —dijo Andrew dándole un pequeño codazo, incapaz de
aguantar una sonrisa más amplia al ver el ceño fruncido de Evan.
Logan estuvo callado unos instantes, mirándolos como si estuviese
evaluando que decir y que no, hasta que los miró fijamente y sonrió a su
vez.
—Ahora somos familia, así que voy a confiar en vosotros. Lo que os
voy a contar debe permanecer en absoluto secreto hasta que sea el momento
oportuno. ¿Estáis de acuerdo?
Evan y Andrew asintieron a la vez.
—Está bien —dijo antes de comenzar—. En el último año, los robos
de ganado y los asesinatos de miembros de los clanes en dichos robos se
han incrementado sustancialmente. Hasta tal punto es así que se han
convertido en un verdadero problema y amenazan la estabilidad de los
clanes. El rey se interesó por el tema. Debido a diversos rumores
provenientes de gente cercana al clan McNaill, el rey empezó a tener
sospechas sobre él. Su propio clan había estado al borde de un
enfrentamiento entre ellos cuando Clave fue escogido jefe, aun siendo el
joven Liam quien tenía más apoyos. Sin embargo, parece que el chantaje y
las amenazas hicieron el trabajo oportuno y Clave fue elegido finalmente.
Clave gozaba de la amistad del rey, llevaba muchos años con presencia en
la corte, pero después de esos rumores y de algunos detalles que
confirmaban que los rumores contenían algo de verdad, Guillermo habló
conmigo y, en la más absoluta confidencialidad, me hizo partícipe de sus
dudas. Si me preguntáis por qué yo, aún no lo sé. Pienso que puede ser
porque no soy de su círculo más íntimo y que siempre he sido
absolutamente sincero en mis intervenciones en la corte. Así que, siendo yo
el primero en sorprenderme por ello, me encargó que lo investigase.
Cuando, unos meses más tarde, en uno de esos robos, uno de los
mercenarios fue capturado dándole todo el mundo por muerto, lo interrogué
y después lo llevé ante el rey para que repitiera lo que tenía que decir a
cambio del perdón de su vida. Nos dio detalles de todo y después de
comprobarlo quedó claro que Clave McNaill es un hijo de puta de primera y
un demente. Ha orquestado estos ataques a través de los mercenarios que
contrata para quedarse con unas tierras que son de los McDonall desde hace
más de un siglo y desencadenar una guerra, crear inestabilidad y así poder
ganar poder e influencia al presentarse posteriormente como el mediador
entre los clanes y salvador de la situación inestable en Escocia. Quiere a
toda costa ser la mano derecha de Guillermo.
Evan y Andrew se miraban sin poder dar crédito a lo que
escuchaban.
—Y eso no es todo. También estaba el tema de los abusos cometidos
contra varias mujeres de diversos clanes. Investigué también eso, pero las
mujeres afectadas no querían hablar por miedo a sus represalias, por no
mencionar que a muchas de ellas ni siquiera las encontré. Habían
desaparecido misteriosamente.
Logan pudo ver el brillo peligroso en los ojos de ambos hermanos.
—Desgraciadamente, nada de esto se hubiese investigado si una de
las hijas de un difunto jefe de clan no hubiese engrosado esa lista. Lo que
nunca me hubiese imaginado ni en un millón de años es que ese maniaco,
ese cabrón, lo hubiese intentado con Aili.
Evan maldijo por lo bajo y Andrew miró a Logan.
—Aili es diferente. Se ha obsesionado con ella. Lo que quiere a toda
costa es hacerla su esposa.
—Cosa que no podrá hacer, porque Aili ya se ha casado en secreto
—dijo Logan haciendo hincapié en la última palabra.
—Parece ser que todo el mundo tiene un problema con este secreto
en particular, a pesar de que aquí todos tenemos una buena ración de ellos
—dijo Andrew enarcando una ceja.
Logan sonrió ante el comentario.
—Gracias por salvarle la vida a mi hermana. Si esos mercenarios se
la hubiesen llevado, no quiero ni imaginar… —Meneó la cabeza
negativamente—. Casarte con ella fue la decisión correcta. La protegías de
esa forma, aunque… ¿cuándo vas a decirle que la amas? —preguntó Logan
a bocajarro dejando a Andrew atónito.
Evan sonrió de medio lado. Había que reconocer que Logan era
tremendamente perspicaz.
—Creo que es la primera vez que alguien deja a mi hermano sin
palabras. ¿Dónde está tu imperturbabilidad ahora? —le preguntó Evan a
Andrew mientras este lo fulminaba con la mirada.
—No tardes mucho —dijo Logan viendo como Evan sonreía aún
más ante esas palabras.
—Bueno, entonces… volviendo al tema que nos interesa, ¿qué va a
pasar con McNaill? ¿Que se supone que debes hacer? —desvió Andrew el
tema, en parte porque empezaba a estar un poco cansado de que se metieran
en su vida, pero también porque aquel asunto era realmente importante—.
Me importa una mierda si tienes que llevarlo ante el rey. Pero después de
que lo haya cortado a pedacitos.
Logan miró a Andrew y alzó una ceja.
—La realidad es que iba a destapar todo esto en la reunión de los
clanes. En esa misma reunión va a dejar de ser jefe del clan a favor de
Liam, quien debió de serlo desde el principio. El rey me ha dado carta
blanca para que haga lo que considere oportuno antes de dejarlo en manos
de los jefes de los clanes a los que ha estado jodiendo durante más de un
año. No creo que estos sean muy compasivos con McNaill, aunque después
de lo que vamos hacerle no va a quedar mucho de él.
Andrew asintió conforme con las palabras de Logan.
—Creo que sería buena idea que vinierais conmigo a recoger a mi
padre antes de ir a la reunión. Sería bueno que habláramos con él, y de paso
decirle que te has casado con su preciosa hija… en secreto —dijo Logan
con un brillo divertido en los ojos.
Andrew maldijo por lo bajo mientras Logan y Evan soltaban al fin
una sonora carcajada.
CAPÍTULO XX

Lo más difícil al día siguiente para Aili fue contárselo a Meg. No


quería perturbarla, pero sabía que tenía derecho a saberlo. No era justo que
todos, menos ella, supiesen la verdad.
—¡Voy a matar a ese malnacido con mis propias manos! ¡Le voy a
clavar todas las flechas que tiene mi carcaj hasta que tenga tantos agujeros
que pueda ver a través de ellos! No, no, espera, mejor voy a cortarle sus…
Evan cogió a su mujer y la abrazó, acariciándole la espalda e
intentando que se tranquilizase.
—Está bien, fierecilla, ya hemos pensado en eso.
Meg se deshizo de su abrazo lo suficiente como para mirarle a la
cara.
—Seguro que lo habéis pensado, pero no con tanto dolor como el
que yo pienso infligirle en cuanto lo tenga a mano. ¿Por qué no me lo dijiste
en cuanto llegaste, Aili? —preguntó con expresión dolida.
—Ya te lo he dicho. No quería involucraros. Sabía que si te lo
contaba se lo dirías a Evan y entonces él se podría sentir obligado a
enfrentarse o declarar la guerra a McNaill y eso era lo último que deseaba.
Además, estás delicada, Meg.
—Estoy embarazada, no enferma, por favor. Estoy harta de que todo
el mundo me trate como si tuviese algún tipo de enfermedad —dijo Meg
con el ceño fruncido.
Aili se levantó y fue hacia su hermana.
—Perdona, Meg, pero pensé que era lo mejor.
Meg abrazó a su hermana.
—¿Mejor para quién, Aili? Siempre piensas en los demás antes que
en ti.
Meg había quedado impactada por toda la historia y el casamiento
de Aili. Ahora sentía una rabia descontrolada por Clave McNaill. Solo
quería que aquel canalla pagase por lo que había hecho.
Andrew entró en ese momento a la habitación buscando a Evan.
Partirían en unas horas con Logan y quería hablar unas palabras con su
hermano.
—Y tú, Andrew McAlister —dijo Meg señalándole con un dedo en
cuanto le vio entrar—. ¡Te has casado con mi hermana en secreto!
Andrew miró a Evan y vio que este ponía los ojos en blanco. Sin
poder evitarlo, Evan rio por lo bajo hasta que le dolieron las costillas.

***

Clave McNaill miró al mercenario intentando controlar su furia.


—¿Y eso es todo?
—Es todo lo que he podido observar desde mi posición. Acercarme
más hubiese sido arriesgado. McAlister tiene hombres constantemente
recorriendo las tierras del clan, y aunque sabía su dinámica diaria no era
aconsejable dejarme apresar, ¿no cree?
Clave soltó un gruñido.
—Por lo que os pago, bien podría exigiros que os cortéis el cuello.
Está bien, retírate y prepara a los hombres, quizás ataquemos una vez más
antes de la reunión de pasado mañana.
Clave vio salir por la puerta al mercenario. Lo que le había contado
era lo que ya había sospechado. Aili no había salido de las tierras McAlister
y Logan había llegado unos días después. Estaba claro que era una reunión
familiar.
Solo esperaba que eso fuese así y Aili no estuviese tramando algo,
porque si lo intentaba no iba a poder ser magnánimo con ella. Debería
castigarla y, a su pesar, ese castigo sería ejemplar para que no volviera a
cometer la estupidez de subestimarle. Debía aprender que con él no se
jugaba y que debía complacerle y dejarse llevar por su guía.
Su miembro se endureció solo con pensar en cuál sería ese castigo.
Con una sonrisa en sus labios, se fue a ver a su hombre de
confianza. En la reunión de los clanes, Clave pensaba hablar con Dune
McGregor y decirle que su hija le había dado su palabra de que ambos se
casarían. Aili no podría negarlo. Dune McGregor debía aceptar dicho
compromiso por el bien de la reputación de su amada hija.

***

A Andrew le hubiese gustado estar a solas con Aili antes de irse.


Después de lo de la noche anterior no había querido molestarla. Cuando
terminaron de hablar con Logan ya era muy tarde y Aili se había retirado a
su habitación. Esa mañana lo había intentado, pero Aili se había encerrado
con Meg a fin de contárselo todo a su hermana, y eso había hecho,
quedándose después largo rato con Meg hasta que esta se tranquilizó, tras
entrar en cólera al enterarse de lo acontecido.
Ahora que ya lo tenían todo preparado para partir, Meg y Aili se
encontraban junto a ellos en el salón para despedirse. Malcolm se quedaría
allí para cuidar que todo fuese bien y que no hubiese ningún problema.
Tanto Evan como Andrew temían que Clave intentase algo en su ausencia,
sin embargo, Logan dijo que no pensaba que McNaill fuera tan estúpido
como para hacer ese movimiento.
Aili sentía un nudo en el pecho. No le hacía falta hablar con Andrew
o Logan para saber que no solo iban a la reunión de los clanes. Sabía que
iban a enfrentarse a McNaill y aunque confiaba en que tanto uno como otro
eran muy superiores a Clave, no podía dejar de pensar en lo que McNaill
podría tramar en el momento en que se diese cuenta de que ellos ya lo
sabían todo. Aili cruzó su mirada con Andrew y el peso que sentía en el
pecho se acrecentó, haciéndole difícil respirar.
Andrew tomó del brazo a Aili y la apartó un poco para poder
despedirse de ella. No dejó que dijera la primera palabra cuando escuchó su
tono de enfado y sus ojos prendidos por la aprensión y el miedo.
—Me casé contigo para evitar exactamente esto. No quiero que os
enfrentéis —dijo Aili en voz baja.
—No es muy conmovedora la confianza que tienes en nosotros —
replicó Andrew mirándola fijamente.
—No es eso. No hay nadie en quien confíe más.
—Entonces… —dijo Andrew tocando su mejilla con los dedos.
—Prométeme que hablaréis calmadamente con mi padre.
Andrew esbozó una sonrisa.
—Prometido, ¿y?
Aili le miró fijamente. Andrew la conocía demasiado bien para el
poco tiempo que llevaban juntos y aquello era algo que la estremecía por
dentro.
—Y prométeme que ninguno se volverá loco en la reunión con
respecto a McNaill.
—Prometido, ¿y?
Aili vio la sonrisa canalla de Andrew y el brillo en sus ojos y
empezó a impacientarse. Era verdad que quería decirle algo, pero no sabía
cómo.
—Prométeme que volveréis todos bien.
Andrew hizo el gesto de pensárselo a la vez que daba un paso más
hacia ella.
—Prometido, ¿y?
Aili se enfureció. No tenía nada más que decir, y que él la presionara
para que le dijera no sabía bien qué no iba a hacerla cambiar de opinión.
—¿Y qué? —le dijo ella a su vez con el ceño fruncido y las manos
en jarra sobre sus caderas.
Andrew sonrió más abiertamente antes de inclinarse hacia ella de tal
forma que Aili pudo sentir su aliento en su oído. Todas las terminaciones
nerviosas de Aili cobraron vida cuando le sintió tan cerca. Podía oler su
aroma, que la volvía loca, y podía percibir el calor de su cuerpo, tan cerca
del suyo que era casi como si la estuviese tocando. Tuvo que recurrir a toda
su fuerza de voluntad para no echarse en sus brazos y decirle que si algo le
pasara no podría seguir viviendo.
Aili se quedó muy quieta cuando tomó conciencia de lo que había
pensado. ¿De dónde había salido eso?
—Yyyy… yo también te voy a echar mucho de menos —le dijo
Andrew al oído, sin poder evitar que sus labios rozaran su mejilla. Sintió a
Aili estremecerse y cuando esta se giró para mirarle, la besó. Fue un beso
sin prisas, sin la desesperación del deseo insatisfecho. Era mucho más que
eso. Andrew se tomó su tiempo, saboreando a Aili como si quisiese grabar
en su mente cada rincón de su boca, de sus labios, de su sabor. Fue un beso
profundo y demoledor que dejó a ambos hambrientos, anhelantes. Cuando
se separaron, Andrew apoyó su frente sobre la de Aili. No podían moverse,
no hasta que recuperaran el aliento.
Andrew se separó a base de fuerza de voluntad antes de dar media
vuelta y reunirse con Logan y Evan, que se estaban despidiendo de Meg.
Aili esperó un momento antes de reunirse con ellos también. Le dio
un beso a su hermano y se despidió de Evan dentro de una nebulosa. Se
sentía mal, nerviosa, y un miedo cercano al terror le estaba agarrotando la
garganta. Era un nudo doloroso que la atormentaba. ¿Por qué no le había
dicho lo que deseaba?
Cuando los tres hombres salían por la puerta, Aili corrió unos pasos
y llamó a Andrew. Este se volvió y esperó con la ceja alzada a que Aili le
hablara.
—Y ni se te ocurra no volver a mí, Andrew McAlister. Hiciste un
juramento. No te atrevas a dejarme viuda —dijo Aili con la voz
entrecortada. No era lo que quería decir, pero se acercaba al sentimiento que
la paralizaba. No podría soportar perderle. El porqué de ese miedo era algo
que analizaría en otro momento.
Vio la sonrisa de Andrew ensancharse, antes de acercarse
nuevamente a ella y abrazarla.
—Y… yo también te quiero —dijo mientras besaba a Aili en sus
cabellos—. Te amo más que a mi vida —le dijo con voz cargada de
sentimiento, antes de romper el abrazo y alejarse.
Aili no pudo moverse ni articular palabra alguna. Sintió el eco de la
confesión de Andrew en sus oídos, en su cuerpo, en sus sentidos, en su
alma, en su corazón… y entonces sí, entonces se permitió soltar un gemido.
Las lágrimas brotaron solas como si ella no tuviese ningún dominio sobre
ello. Era la primera vez en mucho tiempo que lloraba de alegría, de
esperanza, de una ilusión con la que no se había permitido soñar, a la vez
que sentía que el nudo en el pecho se estrechaba más, porque ahora más que
nunca tenía miedo. Miedo de no poder volver a ver a Andrew, de tocarle y
besarle, de sentir su mirada sobre ella y perderse en su sonrisa, esa que la
volvía loca y la hacía estremecerse sin control. Tenía miedo de no poder
sentir de nuevo su contacto y su calor. Miedo de no poder decirle que ella
también lo amaba más que a su vida.

***

Los ojos de Dune McGregor parecían dos brasas ardientes. Las


puertas del infierno podían verse al final de la mirada ambarina del jefe del
clan McGregor.
Logan, Evan y Andrew le habían relatado todo lo que había ocurrido
con McNaill. Tuvieron que parar un par de veces. La primera cuando se
enteró que el bastardo había intentado abusar de Aili. Tuvieron que
sostenerlo para que no cogiera la espada y saliera a por venganza en ese
mismo instante. Y la segunda cuando Andrew le dijo que se había casado
con Aili. Tuvieron que agarrarlo para que, según sus propias palabras, no le
cortara las pelotas a Andrew. Y ahora que por fin habían terminado, un
profundo silencio se hizo en la estancia en la que solo estaban los cuatro.
—La reunión es dentro de dos días. Deberíamos salir cuanto antes
—dijo Dune McGregor con un tono de voz que haría temblar las puertas del
averno.
Andrew miró al jefe del clan McGregor fijamente antes de hablar.
—Antes de irnos quería aclarar un punto. McNaill es mío —dijo sin
que la mirada que le dirigió Dune, capaz de derretir el hielo de los polos, le
afectara en lo más mínimo.
Un rugido salió de la garganta de McGregor padre.
—Tienes pelotas, pero no te van a durar mucho si vuelves a decir
algo así.
Andrew sonrió y Dune apretó los dientes.
—Pues no voy a poder complacerle, de verdad. McNaill es mío.
Logan se interpuso en el camino de su padre cuando este ya se
disponía a ir contra Andrew.
—Pensé que ya habíamos superado este punto cuando quisiste
estrangularlo hace un rato. Así que, ¿por qué no dejamos de atacarnos y
utilizamos el sentido común? —dijo Logan con un tono de voz que no
admitía réplica—. Padre, el que Andrew se haya casado con Aili es un
hecho, como lo es también que le salvara la vida y le diera su apellido para
protegerla. En la situación en la que estaban, hizo lo correcto.
Dune McGregor desvió su mirada de Andrew a Logan.
—Yo también quiero arrancarles la piel a tiras a ese cabrón de
McNaill y voy a tener que conformarme con humillarlo y despojarle de
todo lo que valora antes de que Andrew lo descuartice —continuó con un
brillo peligroso en sus ojos y una sonrisa en los labios—. Pero él tiene
razón. Ahora es el esposo de Aili. Tiene derecho.
Siguió mirando fijamente a su padre que pareció reaccionar ante sus
palabras.
—Creo que Aili no podría haber elegido mejor, aunque sea otro
maldito McAlister — terminó Logan mirando a Andrew.
Andrew se sorprendió por las palabras y el apoyo de Logan. No se
conocían lo suficiente así que ese voto de confianza lo cogió por sorpresa.
—Quiero hablar a solas con él —rugió Dune McGregor—. Prometo
no dejarle sin sus preciadas joyas —aclaró refiriéndose a los atributos
masculinos de Andrew.
Logan asintió, miró a Evan y ambos salieron de la habitación. Había
mucho que preparar antes de partir.
—Tienes valor, eso tengo que admitirlo —dijo Dune McGregor una
vez que estuvieron solos—. Y salvaste la vida de mi hija. Eso no podré
pagártelo jamás, será una deuda que tendré contigo siempre. Y hasta llego a
entender por qué te casaste con ella, pero quiero que comprendas una cosa.
Conozco a Aili mejor que nadie. Soy su padre y sé lo que hay en su
corazón. Sé lo que sintió cuando ese mentecato de Ian McPhee rompió
todas sus ilusiones. Aili siempre albergó en su corazón el deseo de
encontrar a alguien que la amara y a alguien a quien amar. Y después de lo
que había pasado con lo de su madre, de tener que ponerse al frente de esta
casa con solo doce años, yo quería otorgarle ese deseo. Por eso Aili no se
había casado todavía. Jamás osaría presionarla para que tomara esposo, ni
por una alianza que fuera ventajosa para el clan, ni por todo el oro del
mundo. Y ahora me dices que se casó contigo, en un momento de
vulnerabilidad, cuando McNaill la estaba amenazando, cuando se sentía
indefensa y estaba traumatizada. Sé que lo hiciese para protegerla, pero
entiéndeme. No quiero verla sumida en un matrimonio sin amor. No podría
soportar verla marchitarse en vida.
—Estoy enamorado de ella —dijo Andrew sin ningún atisbo de
duda. Lo hizo mirando fijamente los ojos de Dune McGregor—. No puedo
hablar por ella, pero puedo jurarle que dedicaré cada día de mi vida a
hacerla feliz.
Dune McGregor lo miró fijamente como si estuviese intentando
encontrar algo dentro de él. Andrew casi podía sentir esa mirada calar hasta
sus huesos.
McGregor parpadeó un par de veces y se acercó a Andrew con paso
firme. Este se enderezó preparado para cualquier cosa, menos para lo que
hizo Dune McGregor.
—Entonces bienvenido a la familia, muchacho —dijo Dune
McGregor dándole un abrazo tan fuerte que Andrew pensó que le rompería
todos los huesos.
—Una cosa más —añadió el jefe tras soltarle—. Lo que no podré
perdonarte jamás es haberme perdido la boda de mi hija. Casarse en
secreto… ¿de verdad? ¿En qué demonios pensabas?
Andrew cerró los ojos y contó hasta diez. Aquel iba a ser un día
muy largo.
CAPÍTULO XXI

Habían acudido casi todos los clanes convocados. La sala era un


hervidero de voces y entre todas ellas se encontraban los hermanos
McAlister junto a Dune McGregor. Logan había desaparecido hacía más de
media hora.
—Está tardando demasiado —dijo Evan en un tono de voz tan bajo
que solo su hermano y el jefe del clan McGregor pudieron oír.
Nada más llegar habían hablado con el anfitrión, Alec Campbell.
Alec era amigo y aliado de Evan McAlister. Le habían contado lo que
pasaría con McNaill, de qué se le acusaba y las órdenes del rey, obviando
todo lo que tenía que ver con Aili. Ese era un asunto privado que solo les
concernía a ellos y a McNaill. Alec casi había rugido de rabia. Él era uno de
los grandes perjudicados en los planes de McNaill. Sus enfrentamientos con
los McDonall por el robo del ganado casi los habían llevado a la guerra, y
ahora sabía que todo había sido obra de la mente perturbada de aquel
hombre.
—Allí está —dijo Andrew viendo aparecer a Logan por el extremo
del salón.
Logan se paró con varios miembros de diversos clanes a los que
conocía y que le saludaron, impidiendo que llegara con premura hasta
donde ellos estaban. Evan y Andrew pudieron comprobar de primera mano
que Logan era un diplomático nato. McGregor se manejaba en las reuniones
como pez en el agua. Se veía que era apreciado por muchos y respetado por
otros. Siempre estaba rodeado de gente y sus palabras eran escuchadas con
atención. Para solo tener veinticuatro años, era todo un logro.
Cuando por fin consiguió llegar hasta donde ellos se encontraban,
solo faltaban dos clanes para iniciar la reunión.
—Has tardado mucho —dijo Evan con una ceja alzada.
—He estado esperando la llegada de un invitado muy especial. Ha
tardado un poco más de lo esperado, pero ya está aquí —dijo Logan y una
sonrisa peligrosa asomó a sus labios.
Evan y Andrew se volvieron hacia él, interrogándole con la mirada.
—La prueba. Por si McNaill se pone difícil —dijo Logan restándole
importancia al asunto.
En ese momento, un hombre cogió a Andrew por la espalda casi
levantándolo del suelo.
—Parece que ya estás bien de ese feo rasguño —gruñó Duncan
McPherson dejando a Andrew en el suelo.
Evan sonrió abiertamente, así como Andrew antes de estrechar
ambos sus manos.
Duncan miró a Dune McGregor y a Logan. No eran aliados
naturales, y la enemistad había existido entre ambos clanes. Siempre habían
apoyado a los McAlister, pero ahora que tanto McAlister como McGregor
eran familia, las cosas habían cambiado.
—Duncan McPherson, te presunto a Dune McGregor y a su hijo
Logan.
—Nos conocemos —dijo Dune McGregor saludando con un gesto
de su cabeza— aunque la última vez que te vi no levantabas un palmo del
suelo y tu padre te tenía cogido por la camisa mientras tú intentabas no
ahogarte con el barro de las porquerizas. Habías intentado montar al cerdo
preferido del jefe del clan McDonall y la cosa no había salido bien.
McDonall entró en cólera y exigió a tu padre un castigo ejemplar. Aquel
cerdo no volvió a ser el mismo nunca más. No éramos aliados, pero entendí
a tu padre en aquel momento. Con tres hijos, era imposible no ponerse en su
lugar.
Duncan sonrió al recordar aquellos tiempos. Había sido en una
reunión de clanes. La primera vez que su padre lo llevaba con él y casi
provocó una guerra.
—Sí, me acuerdo. Aquello hizo que me diese cuenta de que no me
gustaban mucho los cerdos.
Los ojos de Logan y Andrew se desviaron en aquel momento hacia
la entrada. Clave McNaill, vestido con los colores de su clan, apareció en el
salón seguido de algunos de sus hombres.
El ambiente se tensó tanto con su aparición que podía cortarse con
un cuchillo.
Logan controló primero sus impulsos y luego se acercó a Andrew.
—Mantén la cabeza fría.
—Solo por un rato —le contestó Andrew con su eterna sonrisa y un
brillo letal en su mirada.
Finalmente, con todos los convocados ya presentes, la reunión dio
comienzo. Se expusieron varios problemas hasta que llegaron al que tenía
preocupados a la inmensa mayoría de ellos: el robo de ganado y el asesinato
de hombres.
Evan y Andrew observaron cómo Logan hizo un ligero gesto a un
hombre que estaba en el extremo opuesto del salón. De inmediato, ese
hombre salió de la sala.
Alec había expuesto la gravedad de la situación y la necesidad de
firmar un tratado en el que todos se comprometieran a dejar las hostilidades,
porque si seguían con aquellos robos y crímenes sería imposible evitar una
guerra entre clanes, y eso sería perjudicial para todos.
Clave McNaill se adelantó tomando la palabra.
—Mi clan ha sufrido últimamente más que otros este tipo de
villanía, y es algo que me enfurece. Todo mi clan quiere venganza. En el
último mes hemos perdido a tres hombres a manos de los McDonall. Unos
gritos de ofensa procedentes de los McDonall resonaron en la sala. McNaill
hizo un gesto con sus manos intentando tranquilizarlos—. Sin embargo, por
el bien común me ofrezco como intermediario para intentar acabar con esta
barbarie, no solo entre nuestros clanes sino también entre otros que se
encuentren en nuestra situación y ayudar a que este tratado sea justo y
favorable para todos los involucrados.
Algunos gritos de reconocimiento se sumaron a las palabras de
McNaill. Andrew vio cómo el bastardo estaba disfrutando de su momento.
—No creo que eso vaya a ser posible, McNaill —dijo Logan
desplazándose al centro del salón y tomando la palabra.
—McGregor —dijo Clave algo descolocado. Sin embargo, se
recompuso con rapidez cuando se dio cuenta que todo el mundo estaba
pendiente de las palabras de Logan—. No creo que tú tengas la potestad
para decidir eso. Habrá que someterlo a votación — dijo McNaill con una
sonrisa forzada.
La sonrisa de Logan era como un cuchillo.
—Da la casualidad de que sí que tengo la potestad. El rey Guillermo
me la ha otorgado para esta situación especial —dijo sacando de debajo de
sus prendas un rollo de papel con una Orden Real.
Clave arrugó el entrecejo y miró alrededor como si buscase algo que
le diera alguna pista sobre lo que estaba pasando.
—¿Una Orden Real para qué, exactamente? No creerás que porque
ahora goces de la amistad del rey puedes hacer lo que se te antoje, ¿verdad?
En estas tierras, los jefes de los clanes solucionan sus conflictos entre ellos.
Clave esperaba escuchar voces de apoyo, pero un silencio sepulcral
parecía haberse adueñado de la sala. Sabía que McGregor gozaba del
respeto de muchos de los presentes. Siempre había sido un grano en el culo,
y lo odiaba. Nunca había hecho nada para ganarse la amistad y el afecto del
rey como él y, sin embargo, el rey lo tenía en alta estima. De hecho,
confiaba en él tanto como para encargarle aquel cometido que ni si quiera
sabía cuál era, pero que de momento estaba interfiriendo en sus planes.
Logan hizo una mueca reflexiva, como si estuviese pensando en las
palabras de McNaill.
—¿Sabes?, en eso tienes razón. En estas tierras, los jefes de los
clanes siempre han solucionado sus problemas. Hasta el rey está de acuerdo
contigo en este caso.
—¿Qué caso? —preguntó McNaill apretando los dientes. Logan
McGregor le estaba sacando de sus casillas con sus malditos acertijos.
—Tu caso, Clave —dijo Logan mirándolo directamente a los ojos.
Y entonces McNaill sintió un escalofrío por la espalda que le dejó helado.
Se dio cuenta que McGregor lo sabía todo. No sabía cómo, pero aquel hijo
de puta lo sabía todo.
Miró alrededor buscando una vía de escape y entonces le vio,
observándole, preparado para contar todo lo que sabía. Jules, uno de los
cabecillas pertenecientes al grupo de los mercenarios que había contratado
tiempo atrás, y a quien habían dado por muerto. La única razón para que lo
mantuvieran con vida era que ese maldito había hablado y había aportado
los detalles necesarios para ponerlo contra la pared.
Se volvió y miró a Logan con tal odio, con tal ira, que nubló su
razón. Sacó un puñal que llevaba escondido en su manga y, cuando Logan
le dio la espalda se abalanzó sobre él. Los gritos de los presentes alertaron a
Logan, pero era demasiado tarde. Este se apartó lo suficiente para que el
puñal no se clavara en su corazón, pero nada impidió que se hundiera en su
hombro. Cuando McNaill saco rápidamente el cuchillo para asestar otro
golpe, una espada se lo impidió.
Andrew había estado esperando la señal de Logan, pero cuando le
dio la espalda a McNaill y este le atacó con un puñal no lo pensó.
—¡Denle una espada a este desgraciado! —gritó Andrew a los
presentes.
Varias voces discreparon, un hombre que atacaba por la espalda a su
oponente no tenía honor. No era un highlander. No merecía la cortesía de
defenderse, sin embargo, una espada cayó a escaso medio metro de
McNaill.
Este la cogió y la blandió, poniéndose en posición de ataque.
Andrew miró a Logan. Quería saber si estaba bien. Cuando vio su
mirada de triunfo no lo pudo creer. ¿Esa era la señal? Habían estado a punto
de matarlo, aunque pensándolo bien, Logan se había movido muy rápido en
el último momento, lo justo para que el golpe no fuese mortal, pero lo
suficiente para que corriera sangre por el ataque cobarde de Clave McNaill.
Había que reconocer que había sido un movimiento magistral. De esa
manera, había quedado desacreditado delante de todos los clanes aún antes
de saber qué era lo que había hecho. Había evitado que McNaill, cegado por
su propia ira, dijese algo acerca de Aili y le había proporcionado a él la
excusa perfecta para enfrentarse a aquel bastardo.
Estaba impresionado. No volvería a subestimar a Logan nunca más.
Aquel era un hombre a temer en todos los sentidos. Ahora más que nunca se
alegraba de que fueran familia.
Esperó a que McNaill hiciese el primer movimiento. Uno llevado
por el miedo y la ira. Levantó su espada y la dirigió con precisión sobre el
cuerpo de Andrew, que paró el golpe con su acero, repeliendo el ataque e
iniciando él un movimiento que hizo retroceder a McNaill unos pasos. Se
miraron fijamente, andando en círculos con sus armas a media altura.
McNaill volvió al ataque. Andrew giró sobre sí mismo evitando el golpe e
hiriendo con la suya a McNaill en el brazo cuando este, por la inercia, cayó
hacia delante unos pasos. La sangre manchaba profusamente la camisa de
Clave, que apretó la herida en un acto reflejo. Después de eso miró a
Andrew, que esperaba pacientemente su siguiente movimiento. No se hizo
esperar. Con un grito desesperado se abalanzó sobre Andrew, derribándolo
al suelo. Cuando lo tuvo allí, levantó su espada para atravesarlo. Andrew,
desde su posición de inferioridad asestó un golpe a la rodilla de McNaill y
cuando este chilló se levantó, hiriendo a Clave en la pierna. Un tajo
profundo y doloroso.
—¡Hijo de puta, voy a matarte! —gritó McNaill lanzándose sobre
Andrew con toda su fuerza. El grito quedó apagado en su garganta cuando
la espada de Andrew se clavó en su pecho, atravesándolo, de tal forma que
Andrew pudo inclinarse hacia él para que las palabras que dijera a
continuación solo pudieran escucharlas los dos.
—Esto es por Aili, maldito bastardo… por mi esposa —dijo Andrew
saboreando el desconcierto y el horror que vio en los ojos de McNaill. Estos
se abrieron sobrecogidos por el hecho de que estaba herido de muerte y por
las palabras de Andrew.
Nada salió de la boca de McNaill, solo un gruñido, cuando Andrew
desenterró su espada de su pecho y este cayó fulminado al suelo, con la
mirada vidriosa, carente de vida.
CAPÍTULO XXII

Después de que McNaill fuera vencido, los murmullos empezaron a


convertirse en voces más claras hasta que Logan, junto a Campbell, se
hicieron cargo de la situación. Logan hizo partícipe al resto de los clanes de
lo que había hecho Clave y, como prueba, el mercenario contratado por
McNaill les dio detalles que solo podían saberse si, efectivamente, habían
estado al frente de los robos y los asesinatos.
Liam McNaill hizo entonces acto de presencia y contó, junto a
varios de los ancianos del clan, cómo Clave había amedrentado y
amenazado a parte del consejo de ancianos para que fuese él el elegido
como jefe, y el liderazgo dictatorial y despótico que había regentado,
provocando una revuelta entre sus propios hombres.
Después de ello, Logan enseñó la Orden Real con la sentencia de
Guillermo.
Tras todo eso, los clanes hablaron entre sí. Muchos de los
enfrentamientos y disputas quedaron relegadas a un segundo plano, al ser
conscientes de que los ataques entre dichos clanes no eran ejecutados por el
otro, sino por mercenarios contratados por McNaill. Eso acabó con muchas
enemistades y con la inestabilidad entre los clanes, aunque más de uno
lamentara que McNaill estuviese muerto, porque hubiesen deseado haberlo
matado con sus propias manos. Muchas vidas se habían perdido por ese
bastardo.
Logan miró a Evan y a Andrew cuando se acercaron a verle
mientras terminaban de vendarle la herida. Cuando estuvieron solos, Dune
McGregor se les unió.
— ¿Esa era la señal? ¿De verdad? O estás loco o eres un verdadero
genio —dijo Andrew enarcando una ceja.
Logan hizo un gesto con su hombro bueno mientras sonreía
abiertamente.
—Hijo, ¿estás bien? —preguntó Dune McGregor con el gesto
preocupado—. Ese movimiento ha sido muy arriesgado.
Evan los miraba a los dos como si hubiesen perdido el juicio.
—Espera, ¿estáis diciendo que el hecho de que te hirieran formaba
parte del plan? ¿Pero estás loco? —preguntó Evan claramente enojado.
—Estaba controlado y todo ha salido bien, así que nada de seguir
hablando de esto.
Evan miró a Dune McGregor y a Andrew y resopló, dando por
imposible el tema.
—Lo único, hijo —dijo Dune McGregor, apoyando una mano en el
hombro de Andrew— es que pensaba que le harías sufrir más. Ha sido un
poco decepcionante. Se nota que eres un McAlister. Tenéis un tierno
corazón. —Andrew y Evan le miraban con el entrecejo fruncido.
—¡Qué! Es la verdad —se defendió el jefe McGregor—. Menos mal
que os habéis casado con mis hijas. McGregor de corazón. Ellas cuidarán
de vosotros.
Andrew y Evan sonrieron cuando el enorme guerrero les guiñó un
ojo.

***

Aili iba a volverse loca. Un día más y no dudaba que tendrían que
encerrarla en algún sitio. Intentaba controlarse por el bien de Meg. Su
hermana también estaba nerviosa, aunque no lo decía, obviamente para
tampoco preocuparla a ella, pero se hizo evidente que Meg estaba alterada
cuando le dio un remedio para la tos a Malcolm que portaba una herida en
su brazo izquierdo del entrenamiento, y le vendó el brazo sano al viejo
Edam cuya tos le oprimía el pecho cada vez que tenía un acceso.
Aili intentó por todos los medios tener ocupado el día y aliviar la
tensión de su hermana, pero las noches eran interminables. La
incertidumbre de no saber qué estaba pasando la carcomía por dentro. Solo
quería que Andrew estuviese bien y volviese a su lado.
Las palabras que le dijera antes de partir se le clavaron en el corazón
nuevamente. ¿Era verdad que la amaba, o esas palabras habían sido dichas
por la desesperación del momento? Andrew nunca la había mentido, pero le
costaba creer que él la amase de esa manera.
Aili estaba recogiendo la tela del bordado que estaba realizando
cuando un ruido en el exterior la dejó clavada en el sitio. Miró a su
hermana, que a su vez la miró a ella con un brillo en los ojos que le iluminó
la cara. Evan y Andrew entraron en el salón.
Meg dio un chillido y corrió, lanzándose a los brazos de Evan, que
no dudó en levantar a su esposa del suelo y besarla con avidez.
Aili hubiese deseado hacer lo mismo que su hermana, pero algo la
mantenía sujeta al suelo. Una incertidumbre, miedo a que lo que le dijo
Andrew antes de irse no fuese real, a…
Aili apretó los dientes y mandó todo su autocontrol, todos sus
temores, toda su indecisión al rincón más recóndito de su ser. Y su impoluta
educación también cuando por lo bajo, para sí misma, exclamó «a la
mierda» y se lanzó a los brazos de su esposo, que ya se dirigía hacia ella.
Sin esperar, le besó con la necesidad y el anhelo de su contacto, de su sabor,
de su aroma y de sus manos que la volvían loca.
Andrew respondió a su beso hasta dejarla sin aliento, hasta que las
piernas le temblaron y temió que no fuera capaz de sostenerse.
—¿Me has echado de menos? —preguntó Andrew mirándola con
adoración.
Aili esbozó una sonrisa que hizo que Andrew se deshiciera por
dentro. Esa mujer lo era todo para él.
—Mucho más que eso —le dijo Aili bajando la voz e indicándole
con un dedo que se acercara a fin de decirle algo en el oído.
Andrew sintió el aliento de Aili en su cuello y tuvo que apretar los
dientes para no cogerla en brazos, llevársela a la habitación y hacerla suya
una y otra vez hasta que no pudieran moverse, hasta que se aprendiera de
memoria cada palmo de su cuerpo. Lo quería todo de ella, sus miradas, sus
sonrisas, su ceño fruncido, su forma de tocarse el pelo, el suave movimiento
de sus dedos cuando estaba nerviosa, sus lágrimas, sus risas y sobre todo su
amor. Un sueño que rogaba con que un día se hiciese realidad.
—¿Sí? —dijo Andrew intentando controlar sus instintos.
—Lo quiero todo de ti, Andrew McAlister, porque yo también te
amo más que mi vida —dijo Aili con todo el corazón puesto en esas pocas
palabras.
Aili sintió a Andrew tensarse debajo de sus manos y luego temblar
antes de apartarla de él lo suficiente como para mirarla a los ojos. Aili se
puso seria. No había atisbo de la sonrisa que tanto amaba en el rostro de
Andrew, y su mirada penetrante parecía querer llegar a su alma.
—Repite eso, por favor —dijo Andrew con voz ronca.
Aili subió su mano lo suficiente como para desplazar un mechón de
pelo de la frente de Andrew. Lo hizo con delicadeza y suavidad y su
contacto provocó que Andrew cerrara por unos segundos los ojos, para
abrirlos más tarde, centrados nuevamente en ella, con un fuego en las
pupilas que parecía querer arrasar con todo.
—Te amo más que a mi vi…
Aili no pudo acabar. Andrew tomó su boca y la besó con toda su
alma, con todo su ser, dándole a Aili la respuesta a todos esos miedos que
ya no existirían más en su corazón. Había encontrado a la otra mitad de su
alma, a alguien a quien no había podido evitar amar.
CAPÍTULO I

Escocia 1180

Nerys MacLeod miró a su marido y jefe del clan, Thane MacLeod.


Sabía por experiencia que cuando estaba en silencio durante tanto tiempo,
con la mirada perdida, la respiración cada vez más agitada y los labios
duramente apretados, era que algo le preocupaba tanto como lo enfurecía. Y
en este momento no podía negar que Thane parecía a punto de estallar.
Intentó esperar pacientemente a que le contase qué era lo que ocurría,
pero llegado a ese punto, la espera la estaba matando y no estaba
precisamente en su mejor momento.
—Thane, cariño, ¿puedes decirme qué es lo que ocurre? Me estás
asustando.
Nerys sabía que con esas palabras sacaría a su marido del letargo que
lo consumía. Sabía que por nada del mundo quería alterarla, así que, aunque
no estaba orgullosa de sus palabras, una ayudita no vendría mal. Y la
verdad es que la espera ya estaba empezando a afectarla.
Thane miró a su esposa. Estaba tan hermosa como cuando la conoció
y se casó con ella, hacía ya dieciocho años. Su pelo rubio hasta la cintura,
como el oro reluciente, recogido a su espalda, le hizo desear enredar sus
dedos en ellos y acariciar la suavidad de los mismos igual que cuando
hacían el amor y su calor los envolvía a ambos. Sus expresivos ojos azules
lo miraban de forma inquisitiva y también preocupada. Por nada del mundo
quería que se alterase. Después de que naciera su hija Isobel, pensaron que
ya no podrían tener más hijos tras varios abortos espontáneos que llevaron a
su esposa a perder toda esperanza. Sin embargo, ahora estaba embarazada y
de cinco meses. Habían pasado la temida barrera de los primeros meses,
cuando los anteriores embarazos se habían interrumpido abruptamente. Sin
embargo, el miedo a que esa nueva vida se perdiera los hacía ser demasiado
cautos y temerosos. Thane no podía evitar sentirse feliz por la posibilidad
de tener otro hijo, y si fuese un niño no podía ocultar que lo haría
inmensamente feliz, pero lo que hacía que deseara que aquel embarazo
llegase a término con mayor intensidad, era la felicidad de Nerys, a la que
amaba más que a su propia vida. Temía por la salud de su mujer y aquella
noticia, aquel pergamino con el sello del rey Guillermo, seguro que la
alteraría como lo había hecho con él.
—No es nada Nerys, solo que me ha sorprendido el mensaje del Rey
Guillermo.
Nerys no se dejó engañar. Conocía demasiado bien a su marido como
para saber que aquella furia que sujetaba con mano férrea, no era ninguna
nimiedad. Así que se acercó a Thane hasta estar a su lado y le tocó la
mejilla con suavidad. Su marido, y jefe del clan MacLeod, la miró con una
media sonrisa de pesar.
—¿No puedo engañarte verdad?
Nerys sonrió ampliamente viendo como aquel guerrero, fuerte y
maravilloso, intentaba protegerla, intentaba en vano ocultarle sus
preocupaciones.
—No —contestó Nerys con voz suave y casi susurrada. Se acercó a
los labios de su marido y le dio un beso suave y tentador que Thane no dejó
vacío de respuesta. Acomodó a su esposa encima de sus piernas, sentada
sobre su regazo, la envolvió con sus brazos y la besó a conciencia, como
deseaba desde que el suave roce de sus labios alimentó y avivó su hambre,
como siempre hacía que su mujer le tocaba. Con un leve gemido Nerys,
interrumpió el beso cuando este estaba tomando un cariz demasiado íntimo.
—¿Y ahora vas a decirme de una vez qué es lo que pasa? Sé que estás
furioso y que es algo que te preocupa profundamente. Lo puedo ver en tus
ojos —dijo Nerys tocando con la yema de sus dedos el entrecejo de Thane.
Este estaba ligeramente fruncido debido a la tensión de sus músculos que se
adueñó de ellos desde el preciso instante en que el pergamino de Guillermo
volvió a ser el centro de sus pensamientos.
—Sí, pero debes prometerme que no te alterarás y que no te
preocuparás. No soportaría que nada te pasase. Júramelo.
La fuerza que imprimió a sus últimas palabras hizo que el corazón de
Nerys latiese más deprisa. El calor que inundó su pecho por la preocupación
y la intensidad de los sentimientos de Thane, solo comparables a los suyos,
la hizo temblar. Aunque habían pasado casi dos décadas juntos, Thane
seguía amándola como el primer día.
—No puedo prometerte eso, mi amor, pero haré todo lo posible. Y
ahora dime qué dice el dichoso pergamino antes de que lo destroces con la
fuerza de tu mano —dijo Nerys alzando una ceja.
Thane miró la mano en la que todavía tenía el trozo de pergamino. De
él apenas quedaba algún borde intacto. Era un amasijo arrugado y roto en
determinadas partes.
—No importa, puedo hacerte un resumen, y créeme que será lo mejor.
Al rey parece que le ha dado por crear lazos entre los clanes. Después de lo
que ha pasado en los últimos meses sobre el robo de ganado con violencia,
con muerte de miembros involucrados, teme que, aunque todo se ha
resuelto y la paz parece haber vuelto a los clanes, ciertos odios alimentados
durante este tiempo no se extingan y vuelva a haber revueltas y
descontentos. Así que ha pensado que la mejor manera de asentar una paz
duradera es que se creen alianzas entre los distintos clanes, y más después
de que la unión entre los McAlister y los McGregor le saliera bien.
Por todos era conocido el odio encarnizado que había enfrentado a
esos dos clanes durante más de un siglo. El rey, harto de los continuos
ataques entre ambos, había decretado el matrimonio del jefe del clan
McAlister con una de las hijas del clan McGregor y ahora parecía que
ambos clanes, fruto de esa unión, habían salvado gran parte de sus disputas,
más después de que solo un mes atrás se hubiesen unido en matrimonio el
hermano de McAlister con otras de las hermanas McGregor.
—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? Este clan no ha tenido
problemas en cuanto a robos ni han atacado a ningún miembro. Estamos
demasiado al norte.
—Eso lo sabemos los dos y el rey también, pero le ha dado la fiebre
por las uniones entre clanes.
Nerys comprendió de golpe a lo que se estaba refiriendo.
—¿Isobel? —preguntó con un nudo en el pecho.
Su preciosa hija tenía diecisiete años y estaba en edad casadera.
Thane miró a los ojos a su esposa antes de contestar, aunque Nerys
vio la respuesta en la mirada de su marido.
—Sí, aunque no es un decreto real, no es una orden para que se case
con nadie determinado, pero sí una cortés invitación para que Isobel pase
unas semanas en territorio del clan MacLaren. El jefe de dicho clan, Grant
MacLaren, va a ser el anfitrión de varios miembros de otros clanes por unos
días, con el fin de que determinadas mujeres conozcan a miembros de otros
clanes y puedan pensar en la viabilidad de realizar enlaces matrimoniales
entre ellos. Una de ellas es Isobel.
Nerys sabía que ese día llegaría, pero el temor la inundó de repente.
Quería lo mejor para su hija. Era una mujer con un genio vivaz y un tierno
corazón. Ella se había jurado que no obligarían a Isobel a contraer
matrimonio en contra de su voluntad, y por lo más sagrado que no rompería
esa promesa. Ella sabía lo que era que la obligaran a casarse con alguien a
quien no conocía y en contra de sus deseos. Y, aunque en su caso había sido
lo mejor que le había pasado en la vida, sabía que normalmente esos
enlaces conducían a una vida llena de amargura y pesar.
—Sabes que no voy permitir que nadie obligue a Isobel a hacer algo
que no quiera —dijo Nerys con un tono de voz duro.
Thane esbozó una sonrisa. Ahí estaba su rebelde esposa. Todavía
recordaba cuando la conoció. Se había quedado sin habla cuando la vio
aparecer en el salón de aquella misma casa. Tan hermosa, tan desafiante.
Con la barbilla levantada, la mirada fuerte y segura y una fuerza interior
que haría temblar hasta al hombre más bragado.
—Lo sé, y yo tampoco lo permitiría, pero no podemos dejar de acatar
esta invitación. Es como si fuese una orden real. Dejaremos que vaya, y si
no encuentra a alguien de su agrado, nada ni nadie la obligará a tratar a un
pretendiente para un posible enlace. Volverá de vuelta a su hogar. Y
conociendo a tu hija, eso será seguramente lo que pasará.
Nerys por primera vez se permitió una pequeña sonrisa. Isobel era
muy exigente consigo misma pero también con los demás, y había jurado
más de una vez que nunca se casaría con ningún ignorante cabeza dura de
los que abundaban entre los Highlander. Nerys sabía que eso no era cierto,
pero a la edad de Isobel poco se podía hacer hasta que ella no tuviera sus
propias experiencias.
Thane volvió a ponerse serio de nuevo. Nerys lo miró con atención
antes de preguntar.
—¿Hay más verdad?
Thane asintió con la cabeza antes de responder. Su pelo largo hasta
los hombros de color castaño rojizo se movió por el ímpetu de su gesto.
—En el pergamino se menciona a alguien más. Sutilmente dice que,
tras lo que ha sido un periodo de luto más que adecuado, tu sobrina debería
también asistir a dicha reunión. Es un miembro importante de nuestra
familia y además una McEwen de nacimiento y que sería interesante un
posible futuro enlace también para ella.
—¿No ha sufrido ya lo suficiente? ¿Por qué no la dejan tranquila? —
preguntó con enojo Nerys apretando los puños por lo injusta que era a veces
la vida.
—¿Cómo crees que se lo tomará? —preguntó Thane mirando a su
esposa, que parecía demasiado alterada. Eso no le gustaba en absoluto.
—Ella va a todos lados con Isobel, y también irá con ella a esta
reunión, aunque sepa lo que conlleva. Nadie podría impedírselo. La quiere
y la protege como si fuese su hermana mayor. Pero ten por descontado que
no lo aceptará de buen grado.
Nerys pensó en su sobrina. Hacía cuatro años que había llegado allí
apenas con un aliento de vida entre sus labios. No quería pensar en todo por
lo que había pasado porque las ganas de matar a su hermano por lo que le
había hecho a su sobrina volvían con fuerzas. Edine había pasado un
auténtico calvario. Al principio habían temido por su vida, pero la fuerza
interior de Edine era titánica. La había visto levantarse poco a poco, y
convertirse en la mujer extraordinaria que ahora era. Su amistad, su
paciencia, su empatía y su amor incondicional hacia Isobel, como si fuese
su propia hermana, siempre la habían emocionado. Nadie mejor para
acompañar a Isobel, porque, aunque Edine era solo cinco años mayor que
su hija, su experiencia vital la había marcado y la había hecho madurar
demasiado para ser tan joven.
—De todas formas, irá con Isobel. En tu estado tú no puedes hacer un
viaje tan largo —dijo Thane.
—Lo sé, pero no me gustaría ser tú y tener que decirle que esta vez no
solo hará de acompañante de Isobel, sino que también será una posible
candidata a casarse.
—¿Yo? —dijo Thane alzando una ceja en señal de sorpresa —
Francamente, esperaba que se lo dijeras tú. Creo sinceramente que asumirá
mejor la noticia si la escucha de tus labios.
Nerys esbozó esa sonrisa triunfal que tanto le gustaba como odiaba,
porque significaba que le iba a dar el golpe de gracia y a ganarle con todas
las de la ley.
—Sin duda es una broma, porque ambos sabemos que una noticia de
ese calibre debe comunicarla el jefe del clan y, por cierto, cuñado de mi
sobrina. No olvides que estuvo casada con tu hermano Brian.
Un halo de tristeza cruzó la mirada de Thane. Nerys sabía que a pesar
de haber transcurrido tres años desde su muerte, su marido seguía llorando
la pérdida de su hermano como el primer día. Brian había sido un hombre
excepcional. Ella lo había querido como a un hermano, y un hombre como
aquel, culto, sabio y generoso, no se había merecido aquella larga
enfermedad ni tampoco su final. Se había casado con Edine ya muy
enfermo. Cuando Edine llegó allí, Brian ya llevaba meses sin poder
levantarse de la cama, con sus libros como única compañía. Había quedado
fascinado y prendado de su sobrina y, aunque no podía ser un marido en
toda la extensión de la palabra, al saber de su historia y de su situación, le
pidió que se casara con él. Quería darle la protección de su apellido para
que su familia no se atreviera a reclamarla jamás. Estaba segura de que
aquello le dio a Brian un motivo para vivir un poco más, y un fin después
de la muerte.
—Entonces nos olvidamos de que se lo digas tú, ¿verdad? —preguntó
Thane dubitativo.
—Si no fuera porque eres el guerrero más temible que haya conocido
jamás, podría pensar que le tienes miedo.
Thane endureció su mirada como si aquellas palabras hubiesen sido el
peor de los insultos.
—¿Cómo puedes insinuar algo parecido? Yo solo intento velar por
sus tiernos sentimientos y siempre es mejor recibir una noticia desagradable
de alguien más cercano y tú eres su tía. ¿Que yo le tengo miedo? Pero ¡qué
…! Ni siquiera voy a decir en alto lo que estoy pensando. Creo que no
piensas con claridad, mujer, para decir algo así.
Nerys lo miró todo el tiempo y Thane sintió el peso de esa mirada
inquisitiva e intuitiva, conocedora de su interior más que él mismo.
—¡Maldita sea! De acuerdo, no quiero decírselo yo, pero no porque le
tenga miedo, simplemente es que tu sobrina tiene un genio de mil demonios
cuando se enfada. Todas las McEwen sois de armas tomar. El otro día Lane
le hizo un comentario de mal gusto y el muchacho todavía no se ha
recuperado del susto. Tu sobrina lo acorraló y, sin subir ni si quiera la voz,
le dijo algo que le hizo salir como alma que lleva el diablo. Creo que el
pobre infeliz todavía está corriendo. Estoy pensando seriamente pedirle a
Edine que tome parte en el entrenamiento de los más jóvenes, para
enseñarles tácticas de intimidación.
Nerys soltó una pequeña carcajada.
—¿Qué te parece si lo hacemos juntos? —dijo Nerys todavía con la
sonrisa en la boca.
Thane sabía que esa era la mejor oferta que iba a recibir.
—Está bien, preciosa. Así se hará. ¿Sabes? Tú estás preocupada por
nuestra hija y por Edine, y yo solo puedo sentir lástima por los posibles
pretendientes. Juntas serán como una plaga.
Nerys volvió a soltar una carcajada al escuchar las palabras de su
marido. Ahora sentía que estaba más relajada y que en cierta forma el peso
que se había instalado en su pecho desde que Thane le había dado la noticia
se había desvanecido. Sabía que su esposo era un exagerado, pero había
cierta verdad en sus palabras. Tanto Isobel como Edine, cada una de forma
distinta, eran dos mujeres de armas tomar y más les valía a los futuros
pretendientes elegir bien sus palabras y sus acciones, si no acabarían mal
parados. Eso definitivamente la dejó más tranquila. Sin duda serían unas
semanas interesantes y ella lamentaba no poder estar junto a su hija durante
ese tiempo, aunque también, por qué no decirlo, lamentaba no ser testigo de
la tenacidad y la fuerza de las MacLeod.
CAPÍTULO II

Edine levantó la vista al escuchar pasos apresurados. No le hacía falta


mirar para saber quién era. Una sonrisa se instaló en sus labios antes de que
apareciera.
—Buenos días. ¿Pensabas salir a montar hoy sin mí? —preguntó
Isobel con una ficticia cara de enfado.
Edine la conocía lo suficiente como para saber que esa expresión era
pura fachada. El brillo travieso en sus ojos y la tenue sonrisa que trataba de
ocultar lo indicaban.
—¡Vaya! —exclamó con expresión seria—. Sinceramente pensaba
que hoy lo lograría. Siempre que voy contigo me retrasas y esta mañana
tenía ganas de dejar atrás al viento.
Su prima prorrumpió en una carcajada, y Edine rio con ella.
«Dejar atrás al viento», eso era motivo de broma entre ellas. Cuatro
años atrás, cuando llegó allí, Isobel tenía trece años y la primera vez que
fueron a montar juntas, cuando vio lo buena amazona que era su prima
Edine y lo veloz que era capaz de cabalgar, le dijo con expresión asustada
que era capaz de dejar atrás al viento. A Edine le hizo mucha gracia y desde
entonces, cuando le apetecía volar a lomos de Travieso, recordaba las
palabras de Isobel.
—Pero no te preocupes, yo seguiré tu estela y masticaré el polvo que
vayas levantando —dijo Isobel con una mueca.
Edine volvió a reír.
En ese instante, Radge, travieso en celta, le dio un suave empujón con
su hocico en el hombro. Sabía que estaban hablando de él y quería que le
prestaran atención.
— ¿Qué, precioso? ¿Volamos un poco hoy y hacemos que Isobel y
Manchas solo vean tu trasero? —preguntó Edine tocando suavemente a
Radge, que buscaba constantemente el contacto de la mano de Edine.
—¡Ehhh…! Que tampoco hay que exagerar. Manchas no es tan lento
y yo me estoy convirtiendo en una gran amazona.
—Y modesta también —le dijo Edine guiñándole un ojo.
—Eres terrible —dijo Isobel sacándole la lengua.
Edine rio con ganas antes de hablar.
—Muy madura.
—Así soy yo. Un dechado de virtudes a cuál más noble.
Y Edine tuvo que admitir que su prima se acercaba a esa definición.
La quería como a una hermana, como a esa hermana que, aunque tuvo,
perdió por la envidia y los celos. Isobel había sido para ella lo que Lesi
nunca fue. Recordarlo fue hundir un poco más el puñal que tenía clavado en
el pecho desde hacía años, desde que la traición de su hermana fue casi
igual de dolorosa que la de su padre y la de su clan.
Iain entró en las caballerizas sacándola de sus pensamientos.
—Hola Iain, ¿estos pequeños te dan muchos quebraderos de cabeza?
—preguntó Edine señalando a Radge y Manchas.
—Buenos días. —Saludó Isobel con su alegría habitual.
Iain era el encargado de cuidar los caballos y las caballerizas. Un
hombre ya entrado en años, pero con una vitalidad envidiable. La cicatriz
que partía su labio superior hasta la mejilla y la falta de dos dedos en su
mano izquierda hablaban por sí solas de su pasado como guerrero.
—Lamento interrumpirlas —contestó con una sonrisa—. No tengo
queja alguna de mis huéspedes.
Edine sonrió mientras le prestaba más atención a Travieso
acariciándolo.
—He venido a avisarlas de que quieren verlas a las dos en el salón lo
antes posible.
—¿Mi padre? Esta vez no he hecho nada que recuerde —dijo Isobel
intentando hacer memoria.
—Su padre con seguridad, aunque cuando me lo dijeron estaba
también presente su madre.
—Entonces es grave —dijo Isobel haciendo un verdadero esfuerzo
por recordar algo que pudiese haber provocado aquello. Una idea iluminó
su cara—. ¡Espera! A lo mejor no he sido yo, a lo mejor es por ti —dijo con
cara de pilla mirando a su prima.
Edine no pudo más que volver a sonreír.
—Buena defensa, pero floja, muy floja. Sabes que, si yo hiciese algo,
jamás me pillarían. En cambio, tú todavía eres joven, inexperta,
descuidada…
—Vale, vale, lo entiendo. He sido yo, sin remedio. Pero me gustaría
saber por lo menos qué es lo que he hecho, más que nada para ir preparando
algún tipo de argumento.
Edine enlazó uno de sus brazos en el de su prima.
—No te preocupes. Yo te ayudaré.
—¿Harías eso por mí? —preguntó Isobel con una ceja alzada y el
tono de voz reticente.
—La verdad… no. Pero la intención es lo que cuenta.
Isobel rio con ganas cuando vio la cara de su prima. Sabía que la
ayudaría en lo que fuera. Desde que llegó allí, siempre había estado a su
lado, incluso cuando Edine había estado tan débil como para no poder
abandonar la cama.

***
Thane MacLeod miró a las dos mujeres que tenía frente a sí. Tan
distintas y a la vez tan iguales.
Isobel tenía el pelo largo y lacio de su madre. Una extensa melena
rubia que llegaba hasta sus caderas. Sus ojos azules y su mirada limpia y
cristalina le hacían parecer una delicada flor. Su estatura, un poco por
debajo de la media y su constitución delgada creaban una imagen de ella
fría y angelical. Nada más lejos de la realidad.
Edine, sin embargo, tenía el pelo del color del fuego, rojo y ondulado
hasta la cintura. Sus ojos verdes, con motas de color pardo, eran grandes y
expresivos y su mirada era desafiante e inteligente. Alta y esbelta, pero con
curvas, tenía un genio vivo y una personalidad de mil demonios que había
aprendido a sujetar con mano férrea, lo que le daba una apariencia tranquila
y de carácter afable. Pero Thane sabía que dentro de aquella mujer había
una guerrera que podía hacer temblar la tierra que pisaba cuando la llevaban
al límite.
— Padre, ¿por qué nos has mandado llamar?
Thane estaba intentando encontrar las palabras adecuadas para iniciar
una conversación que sabía a ciencia cierta que no iba a ser nada fácil y que
iba a traer tempestades.
—Estaría bien saberlo antes de que finalice el día.
Thane miró a Edine con cara de pocos amigos. La sonrisa que curvó
los labios de su cuñada al decir esas palabras restó cualquier tono mordaz o
cínico con el que se podía haber interpretado las mismas.
—Eso no ayuda —dijo Thane alzando una ceja.
Edine le guiñó un ojo, lo que hizo que Thane sonriera también a su
pesar, al igual que Nerys, que miró a su sobrina con cariño.
—Pero ya que estáis impacientes por saberlo, os diré que os he
mandado llamar para hablar con vosotras sobre un mensaje que he recibido
procedente del rey Guillermo.
Edine se tensó nada más escuchar esas palabras de boca de Thane.
Miró a su tía rápidamente y la preocupación y nerviosismo que vio en sus
ojos le dijeron el resto. Fuese lo que fuera que les iba a comunicar Thane,
no era nada bueno.
Isobel la miró con cierta picardía en sus ojos, haciéndole saber con
ello que se había librado del sermón. Sin embargo, cuando vio el semblante
serio de Edine empezó a sospechar que quizá lo que le fuera a decir su
padre fuese peor que la reprimenda que esperaba.
—Veréis, lo mejor es que lo diga sin tapujos. Habéis sido invitadas a
pasar unas semanas en el castillo de laird MacLaren. El rey quiere que se
fomente la unión entre los clanes a través del casamiento entre sus
miembros.
—Padre, ¿qué es lo que queréis decir? —preguntó Isobel como si no
entendiese bien a donde quería llegar Thane MacLeod.
—Lo que tu padre quiere decir es que se nos invita a ese castillo
como moneda de cambio. El rey teme que vuelva la enemistad entre
diversos clanes y las guerras entre sus miembros. Eso perturba la paz y
puede ocasionar deslealtades o revueltas, y piensa que la forma de evitarlo
es fomentando la unión entre esos clanes. Es decir, vas a ir como candidata
a casarte con alguno de los jefes, o hijo de jefe, de los distintos clanes que
acudan a esa reunión. ¿No es verdad?
Thane apretó los labios ante el resumen que Edine había dibujado,
asintiendo con la cabeza. Su cuñada era muy inteligente.
—¡Padre! —exclamó Isobel antes de mirar a su madre con el ceño
fruncido y cara de sorpresa.
Nerys se acercó a su hija con paso apresurado y la tomó de las manos.
—No tienes que hacer nada que no quieras hacer. Nadie te obligará a
tomar por esposo a ninguno de esos hombres. Es una invitación, no una
orden real.
—¿Y qué diferencia hay? — preguntó Edine con cara de pocos
amigos—. Una sugerencia, una bienintencionada invitación, es lo mismo
que una orden y un empujón hacia el altar, sacrificando a quien sea por un
bien que el rey o sus consejeros consideran necesario. ¿A quién le importan
los sentimientos, la vida de los involucrados? Está claro que a nadie.
—Edine, por favor —dijo Nerys mirándola con una súplica en sus
ojos—. Lo que he dicho es totalmente en serio. Nadie va a obligaros a
casaros en contra de vuestra voluntad.
Thane y Nerys supieron el momento exacto en el que las palabras de
Nerys hicieron eco en los oídos de Edine. Sus ojos se tornaron fríos como el
hielo y en su mirada podían verse las hordas del infierno.
—¿Casarnos? —preguntó Edine con un tono de voz tranquilo y
lacerante.
Nerys sabía que era imposible, si no, hubiese jurado que su esposo
había dado un pequeño respingo al escuchar la pregunta. Decidió tomar ella
las riendas del asunto. No quería que corriera sangre aquel día.
—Thane, dame el pergamino, por favor —le pidió Nerys a su esposo.
Cuando se lo tendió, Nerys se acercó a Edine y se lo dio.
—Creo que es mejor que la leas —dijo mirando a su sobrina con todo
el amor que le tenía.
Sabía que tenía que ser muy difícil para ella. Después de todo por lo
que había pasado, de su matrimonio con Brian para que bajo la seguridad de
su apellido y como viuda suya no tuviese que doblegarse a las voluntades
de otros, ahora, con la llegada de ese pergamino, esa seguridad se esfumaba
de un plumazo. Nerys sabía que Edine no quería volver a casarse jamás. De
hecho, tuvieron que convencerla la primera vez, y solo cuando Brian, con
su infinita voluntad y paciencia, la hizo cambiar de opinión.
Nerys no podía leer nada en la expresión de su sobrina mientras leía
las líneas en aquella piel de animal, arrugada y prácticamente destrozada, al
que había reducido el pergamino su esposo. Pero cuando Edine levantó la
vista y la miró y los miró a todos, Nerys no estaba preparada para la sonrisa
que esgrimió. Había que conocerla bien para saber que esa sonrisa escondía
muchas cosas y su mirada, que expresaba una mente incansable con
multitud de variables, la hicieron sentir por primera vez que todo iba a salir
bien, y que nada tenía que temer.
—Si el rey Guillermo ha sido tan considerado al invitarnos, sin duda
no podemos defraudarle. Tendrá a sus dos candidatas para la unión entre
clanes en territorio MacLaren, y haremos gala de nuestros exquisitos
modales MacLeod. Que Dios los ayude.
A Thane le dieron ganas de pedir por el alma de los integrantes de
aquella reunión y también por las suyas propias. Mandaba a su hija y a su
cuñada a garantizar una paz que el rey quería a toda costa, y lo que no sabía
Guillermo es que quizá, con aquellas líneas rubricadas con el sello real,
había encendido la llama de una cruenta guerra.
CAPÍTULO III

Logan escuchó la risa de su hermana Aili, y eso hizo que saliera de


sus propios pensamientos, centrándose nuevamente en la conversación.
Miró con atención a los que había sentados junto a él en la mesa. La
cena había terminado hacía un buen rato y todos los comensales se habían
retirado poco a poco hasta quedar solo ellos seis. Sus hermanas, Meg y Aili,
junto a sus esposos, Evan y Andrew McAlister, y el primo de estos últimos,
Calum McAlister, que en ese instante se levantaba despidiéndose de ellos
hasta el día siguiente.
—Espero volver a verte pronto —dijo Calum a Logan dándole un
suave toque con la mano en el hombro al pasar junto a él.
—De eso puedes estar seguro —dijo Evan, jefe del clan McAlister,
con cara de pocos amigos—. Desde que somos familia no nos lo quitamos
de encima. Extraño aquellos días en los que los McAlister y los McGregor
no podían ni verse.
El ceño fruncido de su esposa Meg y de su cuñada Aili hicieron que
todos se echasen a reír.
Calum también rio antes de alejarse.
—Sé que en el fondo me aprecias, McAlister —dijo Logan mirando
fijamente al marido de su hermana menor, el cual se atragantó con el vino
que quedaba en su copa y que estaba apurando.
Hacía solo unos meses, aquella escena hubiese sido inaudita. Les
hubiesen tildado de locos con solo pensar que tal reunión se llevase a cabo,
pues esos dos clanes, los McAlister y los McGregor, se habían odiado a
muerte durante varios siglos. Hasta que el rey Guillermo, cansado de sus
disputas, había decretado el casamiento del jefe del clan McAlister con una
de las hijas del jefe del clan McGregor. Al final se había casado su hermana
pequeña, Meg, con el mayor de los hermanos McAlister. Lo que nadie había
previsto era que solo unos meses después contrajeran matrimonio en secreto
el hermano menor de Evan con la otra hermana McGregor, Aili. Y ahora,
unas semanas después de ese hecho, Logan se encontraba en compañía de
sus dos hermanas con sus respectivos maridos en territorio McAlister. Su
relación con ellos era buena, aunque aún estuvieran conociéndose.
—¿Seguro que tienes que irte mañana? —preguntó Meg mirándole
con aquellos adorables y enormes ojos color ámbar que parecían alumbrar
la estancia.
Meg estaba embarazada de su primer hijo y su estado estaba haciendo
estragos en sus emociones. La más pequeña, la rebelde, la inconformista, la
luchadora, y una de sus dos debilidades. Prácticamente no la había visto
llorar desde que era una niña, pero últimamente parecía a punto de ello con
frecuencia, lo que estaba volviendo loco a Evan que, a pesar de ser un
McAlister, la quería con locura. A Logan no le hacía falta ver cómo la
miraba para saber que ese hombre estaba totalmente enamorado de su
hermana, al igual que lo estaba el otro hermano McAlister de Aili.
Su hermana Aili era su mejor amiga y su confidente. Solo se llevaban
dos años y cuando su madre murió unieron fuerzas por Meg, por su padre y
por el clan. Aili y él eran muy parecidos físicamente. Morenos y con los
ojos azules, que contrastaban con Meg que tenía el pelo del color del bronce
y los ojos de un castaño claro, que a veces parecía dorado.
—Seguro —dijo Logan riendo por lo bajo cuando Meg hizo temblar
un poco su labio inferior como cuando era pequeña y quería conseguir algo
—. Si dependiera solo de mí, me quedaría unos días más —continuó Logan,
a la vez que sonreía al oír el gruñido de los hermanos McAlister ante tal
declaración—. Pero no es un viaje de placer. El rey Guillermo quiere que
esté presente en la reunión que va a tener lugar en tierras MacLaren.
—¿Qué clase de reunión? —preguntó Andrew con una ceja alzada.
Logan no pudo evitar mirar con cierto reconocimiento al pequeño de
los McAlister. Andrew, con su eterna sonrisa y con sus respuestas algo
irónicas, era muy perspicaz.
Logan no quería decir nada porque sabía el interrogatorio al que sus
hermanas lo someterían, pero el hecho de que se enteraran antes o después
era inevitable, y era mejor que lo supieran por él.
—Parece ser que el rey Guillermo se ha emocionado con el buen
resultado de vuestra unión y ha decidido que, si ha funcionado dos veces,
¿por qué no podría funcionar unas cuantas más?
—El rey Guillermo solo decretó la unión de Evan, ¿qué tiene que ver
eso con la nuestra? —preguntó Aili alzando una ceja.
—Porque si no hubiese sido por su orden, vosotros no os hubieseis
conocido y no habría habido tal unión ¿verdad? El rey deduce que la
vuestra es gracias a su orden y por tanto la cuenta como éxito personal —
dijo Evan mirando directamente a los ojos de Logan.
—Exacto —contestó Logan sin querer ir más lejos.
—¿Yy…? —preguntó Meg con interés.
Logan tomó aire antes de soltar la noticia.
—Guillermo quiere reunir a jefes o hijos de jefes de distintos clanes
con hijas o familiares directas de los jefes de otros clanes para fomentar
matrimonios y así forjar alianzas y limar las posibles enemistades que
existan.
Dos pares de ojos se centraron en él con sorpresa y preocupación y
otros dos con regocijo.
—Al rey le preocupa que la reunión bajo el mismo techo de alguno de
esos clanes provoque tensiones, sobre todo porque alguno de ellos está bajo
sospecha de que pudieran haber prestado su ayuda a McNaill.
Clave McNaill, jefe de ese clan mediante métodos dudosos, había
conspirado meses atrás llevándole a contratar mercenarios para el robo de
ganado de diversos clanes y asesinatos de miembros de los mismos,
haciendo parecer culpables de dichas acciones a clanes vecinos,
enfrentándoles entre sí y generando una ola de inestabilidad, rencillas y
luchas que podían haber llevado, de no haberse descubierto, a muchos de
esos clanes a la guerra. Logan había odiado a ese hombre con toda su alma,
no solo por ese hecho, sino principalmente por haber intentado violar a su
hermana Aili, amenazándola con hacer daño a todos sus seres queridos
hasta casi quebrarla.
—Me ha pedido que acuda y ayude a MacLaren a mantener la paz en
sus tierras mientras dura esta reunión.
—Entonces, tú no vas como posible pretendiente ¿no? —preguntó
Meg mirándole nuevamente con preocupación.
Logan miró a su hermana Megan sintiendo como Aili no le quitaba
tampoco la vista de encima.
—En principio, no —dijo Logan sin que nada pudiese leerse en su
expresión.
Logan era un gran guerrero, pero también un excelente diplomático.
Nadie podía atisbar ninguna emoción en su rostro cuando se lo proponía.
Era excelente ocultando cualquier tipo de reacción o sentimiento, salvo para
una persona allí presente, que lo seguía mirando, evaluando si lo que había
dicho era verdad o mentira. Su hermana Aili bajó la vista, pero él sabía que
lo interrogaría más tarde.
—Y yo que pensaba que íbamos a divertirnos por una buena
temporada —dijo Evan mirando a su hermano Andrew. Éste último sonrió y
miró a Logan—. De todas formas, unos días o semanas allí, bajo el mismo
techo que un montón de posibles parejitas puede hacer que también te
animes ¿no, Logan?
Logan esbozó una tenue sonrisa antes de contestar.
—Hay apuestas que cuando se pierden te dejan solo con lo puesto sin
que puedas recuperarte jamás. El amor no es para mí.
Aili miró a su hermano. Sabía el significado de esas palabras. Él lo
había apostado todo por el amor de una mujer. Su corazón y hasta su alma.
Y lo había perdido de la peor manera. Edine McEwen se lo había quitado
todo de un día para otro. Lo había dejado a través de unas líneas escritas
después de que Logan y ella estuviesen comprometidos en secreto, ya que
ambos clanes no eran precisamente aliados. En unas escuetas líneas
abandonaba a Logan para hacer lo mejor para su clan, y eso era partir de su
hogar para casarse con otro, con un hombre de los clanes del norte, sin dar
nombre alguno ni futuro paradero. Cuando Logan volvió de la corte, una de
las primeras veces que fue requerido por el rey durante varios meses, se
encontró con que Edine había desaparecido dejándole esas líneas como
única respuesta a sus preguntas. Logan casi enloqueció. Buscó respuestas y
las que halló, después de hablar con la hermana de Edine, hizo que volviera
a casa con el corazón hecho jirones. Aili jamás había vuelto a ver a Logan
de la manera que lo vio ese día. La férrea determinación que lo
caracterizaba, su templanza, su entereza, todo eso se tambaleó por un
instante y el Logan que conocía casi se quebró, aunque intentara ocultárselo
a todos e incluso a sí mismo. El dolor profundo y la herida que ese
abandono produjo en su hermano no había cicatrizado aún y, francamente,
Aili dudaba de que algún día lo hiciera.
Desde entonces su hermano no había vuelto a ser el mismo. Eran
pequeñas diferencias, pero que podía verlas en su sonrisa, que no se
extendía a sus ojos como lo hacía antaño, antes de que se fuera Edine, o su
forma de exteriorizar lo que sentía o lo que le preocupaba. Ahora era como
un muro de piedra casi imposible de atravesar y Aili prácticamente tenía
que aporrear ese muro para que Logan le contase algo.
—Eso mismo pensábamos nosotros y mira dónde estamos —dijo
Andrew ganándose una carcajada de Evan y la mirada hosca de las esposas
de ambos.
Logan sonrió ligeramente, pero Aili sabía que la experiencia de
Logan era muy distinta a la de ellos. Tanto Evan como Andrew no habían
perdido al amor de su vida de forma abrupta, ni se habían sentido
engañados y traicionados por ella.
—¿Vendrás después de que termines tu cometido allí? —preguntó
Meg con una voz demasiado dulce para la pequeña rebelde de la familia.
Logan vio cierta vulnerabilidad y preocupación en la mirada de su
hermana.
—Por supuesto, preciosa —respondió Logan guiñándole un ojo.
El alivio que vio en los ojos de Meg lo enterneció como siempre
lograban aquellos expresivos ojos grandes que desbordaban el corazón y el
alma de su hermana pequeña.
—Qué tortura —escuchó decir por lo bajo a Evan.
Andrew rio mientras Meg le daba un pequeño toque en la pierna a su
marido, y jefe del clan McAlister, antes de levantarse. Logan comprobó que
a su hermana el hecho de moverse le supuso un esfuerzo. Con su avanzado
estado y después de un largo día, el cansancio provocaba que su energía
menguara drásticamente.
—Me voy a la cama —dijo Meg con los ojos algo soñolientos—. Me
has prometido que vendrías, así que te espero en unas semanas —continuó
Meg mientras le daba un beso a Logan en la mejilla y un abrazo de oso que
su hermano correspondió con todo su cariño.
Evan estrechó su brazo con Logan mientras miraba a su esposa, que
tenía una ceja alzada y punteaba con su pie en el suelo en señal de
impaciencia.
—Si no hay más remedio… —exclamó Evan con exagerado pesar.
Meg lo miró abriendo de repente aún más sus ojos.
—Evan McAlister, ¿cómo se te ocurre decirle eso a mí herm…?
Meg no pudo terminar la frase porque los labios de Evan se lo
impidieron. Fue solo un roce, pero lo suficiente para que Megan suspirara
cuando el beso terminó.
—Me encanta cuando te pones mandona —le dijo en el oído Evan a
su esposa mientras volvía a mirar a Logan.
—Estaremos encantados de que vengas cuando quieras. Esta es
también tu casa —dijo su cuñado y jefe del clan McAlister con una sonrisa.
Logan no lo esperaba, pero vio la sinceridad de sus palabras en los
ojos de Evan, y sonrió a su vez.
—¿Estás seguro de lo que has dicho McAlister? Porque puedo ser
muy pesado cuando…
Evan puso los ojos en blanco mientras cogía a su mujer y salían del
salón sin esperar a escuchar lo que su cuñado iba a decir.
Andrew y Logan se miraron y ambos soltaron una carcajada.
—Es fácil picarle —dijo Andrew estrechando también el brazo de su
cuñado.
Logan les había dicho que prefería despedirse esa noche ya que
deseaba salir al amanecer.
—Esperamos verte pronto y suerte en la reunión —continuó Andrew
antes de mirar a su esposa con una promesa en los ojos. Una que solo los
dos comprendían.
—Te espero arriba.
Aili sonrió a su marido. Era incapaz de describir todo lo que sentía
por él. Estaba total y locamente enamorada de él y lo más especial y
maravilloso de todo es que él lo estaba también de ella. Ahora lo sabía.
Andrew se lo había demostrado con sus palabras, con los hechos, con su
boca, sus manos y todo su cuerpo. Lo sentía en cada palmo de su piel y el
hecho de que él la conociese tan bien en tan solo unas semanas, solo
evidenciaba ese amor que Aili sabía que era precioso y difícil de encontrar.
Aili agradeció a Andrew en silencio el hecho de que supiera que quería
despedirse a solas de Logan y hablar un poco más con él.
Su hermano la miró antes sentarse nuevamente y Aili sonrió mientras
tomaba asiento frente a él.
—Suéltalo —dijo Logan con una sonrisa de medio lado.
Logan la conocía demasiado bien.
—No has contado todo antes ¿verdad? —preguntó Aili escrutando los
ojos de su hermano, que en ningún momento evadieron su mirada.
—Veo el dolor en tus ojos Logan, no me mientas. Puedes engañar a
todo el mundo, pero no a mí. Cuéntamelo, por favor —siguió Aili con la
voz teñida de preocupación.
Logan tomó entre las suyas la mano de su hermana.
—No hay quien te engañe, ¿eh, pequeñaja?
Aili sonrió.
—La pequeñaja es Megan —contestó su hermana poniendo una
mueca.
—Yo soy el mayor, así que tú también eres pequeñaja —dijo Logan
guiñándole un ojo—. Y una muy lista y que me conoce demasiado bien —
continuó mirándola con orgullo.
Aili soltó el aire que había estado conteniendo.
—¿Qué pasa, Logan? ¿Qué es? Solo he visto esa mirada cuando es
algo relacionado con Edine.
Las últimas palabras fueron dichas de forma más lenta y con un tono
de voz más bajo.
—¡Dios mío, Logan! ¿Es sobre Edine? —preguntó cuando vio el
pequeño cambio en la expresión de su hermano. Para otro hubiese pasado
desapercibido, pero no para Aili—. ¿Sabes algo de ella? —preguntó
impaciente.
—Siempre he sabido de ella, Aili.
La voz de Logan se había endurecido al pronunciar esas pocas
palabras.
—Pero… ¿La has visto? ¿O has tenido contacto con ella?
Logan negó con la cabeza antes de contestar.
—No, pero hace tiempo que sé dónde está. Sé que se casó con el
hermano del jefe del clan MacLeod y que se quedó viuda a los pocos meses.
Aili le miró directamente a los ojos preguntándole sin palabras.
—Y si lo sabes hace tiempo, ¿qué te perturba ahora?
Logan miró a su hermana antes de contestar.
—La reunión a la que voy es en tierra MacLaren.
—¿Sí? —preguntó Aili cuando vio que su hermano alargaba
demasiado el silencio tras esas pocas palabras.
—Sé quiénes asistirán, me lo comunicó el rey para que controlara a
los invitados y evitara tensiones entre los clanes enemistados, y la hija del
jefe del clan MacLeod está entre ellos.
Aili empezaba a tomar conciencia de lo que le estaba diciendo su
hermano.
—¿Y tú crees que Edine acudirá con ella? —preguntó, temiendo en
parte la respuesta de Logan.
—De hecho, sé que irá. Su nombre como posible candidata está
también incluido. Como viuda y cuñada del jefe del clan MacLeod e hija
del jefe del clan McEwen, es perfecta para los planes del rey.
—¡Dios mío, Logan! —dijo Aili apretando más fuerte la mano de su
hermano.
Logan esbozó una sonrisa.
—No te he dicho nada porque sabía exactamente cuál iba a ser tu
reacción, y no tienes que preocuparte. Edine salió de mi vida hace años.
Aili realizó un gesto con la cara y con sus ojos que hizo que Logan
riera aun sin querer.
—Me da lo mismo lo que me digas. Sé que eres el hombre más fuerte
que he conocido, pero eso no significa que esto no te afecte o te haga daño.
Eres humano, Logan, y ella era el amor de tu vida —dijo Aili preocupada.
La mirada de Logan se enfrió hasta congelar la estancia.
—Las personas maduran y toman perspectiva de las cosas. Edine fue
la primera mujer de la que me enamoré, pero más allá de eso no significa
nada para mí. Si algún día albergué sentimientos hacia ella, están muertos y
enterrados.
Aili apretó los dientes en su afán de callar las palabras que estaba
quemando en su boca por salir.
Edine era la primera y única mujer de la que se había enamorado su
hermano y, aunque Logan quisiese hacerle ver lo contrario, sabía que había
sido el amor de su vida y que todavía parte de ese amor estaba dentro de su
corazón, retorciéndose como un puñal que lo haría sangrar de nuevo en
cuanto la viese. De eso estaba segura.
Lo malo es que también conocía la constancia y la determinación de
su hermano y, si él había desterrado a Edine de su vida, sin lugar a dudas no
había vuelta atrás. Logan podía ser muy duro con aquellos que le
decepcionaban, ni que decir con la única mujer que lo hizo caer de rodillas
por amor.
—De acuerdo —dijo Aili mientras miraba los ojos azul oscuro de su
hermano. Eran muy parecidos a los suyos, pero a la vez muy diferentes. Los
de Aili eran grandes y dulces, mientras que en Logan eran más rasgados y
su mirada tenía un brillo peligroso y enigmático que te paralizaba
atrayéndote irremediablemente hacia él—. Prométeme que tendrás cuidado.
Logan la miró con una ceja alzada y cara de interrogación.
—¿De qué se supone que tengo que protegerme?
Aili le correspondió con un gesto que indicaba que él sabía
perfectamente a lo que se estaba refiriendo, pero como Logan parecía
decidido a ignorarla habló con total franqueza.
—Vas a una reunión donde se supone que van hombres y mujeres de
diferentes clanes a fin de crear enlaces entre los mismos a través del
matrimonio y tú me dices que Edine va a estar allí, y encima como
candidata. Eso significa que no solo vas a tener que volver a ver a la mujer
a la que amabas y que te rompió el corazón, y no me digas que no Logan —
dijo Aili cuando vio que su hermano iba a replicarle—, sino que también
vas a tener que ver cómo coquetea o se interesa por alguno de los hombres
que acudan, o peor, cómo alguno de esos hombres va detrás de ella, y tú me
quieres hacer creer que eso no te va a afectar. Perdona, pero siempre pensé
que respetabas mi inteligencia.
Era difícil ver a Aili enfadada por algo, pero en ese momento estaba
muy cerca de ello.
Logan sonrió abiertamente.
—Respeto mucho la inteligencia de mis dos hermanas. Nunca caería
en el error de no hacerlo. No solo la respeto, sino que también la admiro. En
ese sentido espero que respetes también la mía. Sabes que estaré bien.
Aili sabía que su hermano era muy inteligente, eso no hacía falta ni
que decirlo, pero la inteligencia y el amor pocas veces son buenos
compañeros de viaje.
—Está bien —dijo Aili mientras intentaba esbozar una sonrisa.
—Jamás he visto una sonrisa más falsa, y eso que te estás esforzando
al máximo —dijo Logan con un brillo pícaro en sus ojos.
Aili rio abiertamente.
—Eso está mejor —continuó Logan mirando todavía la expresión
preocupada de su hermana—. Te prometo que no tienes que preocuparte por
nada, ¿de acuerdo?
Aili asintió más convencida, mientras Logan calló una parte
importante de la información.
Aquella reunión no solo era para él una misión encomendada por el
rey. Guillermo también le había sugerido que a la vez que ayudaba a
mantener la paz en dicha reunión, debía considerar seriamente el casarse de
una vez por todas.
Logan abrazó a su hermana y le dio un beso en la mejilla para
despedirse de ella. Era mejor que la conversación quedara allí porque no
quería que Aili descubriera lo que le había ocultado durante toda la noche,
porque, aunque sabía que Edine estaba fuera de su vida por siempre, una
parte de él la seguía amando y odiando a partes iguales.
CAPÍTULO IV

Edine entró en calor al llegar al castillo del clan MacLaren. Era casi
una fortaleza. Altos muros y un torreón que parecía directamente desafiar a
los elementos. Si aquel lugar era sinónimo de sus gentes, entonces estas
eran fuertes, seguras y cerradas.
La lluvia que los había acompañado en los últimos días de viaje había
calado en sus huesos como pequeños cuchillos haciendo que todo su cuerpo
gimiera en silencio. Había estornudado varias veces y a pesar de no querer
pensar en ello, por lo inoportuno de la situación, estaba bastante segura de
haberse enfriado.
Edine dirigió sus ojos hacia su prima Isobel, que a su vez miraba
atentamente a todo lo que había a su alrededor, como si su curiosidad nunca
pudiese saciarse. Sabía que tampoco estaba de humor. Su cara de evidente
incomodidad no dejaba lugar a dudas.
Una mujer bajita y de aspecto agradable las acompañó hasta un gran
salón. Edine pensó que aquel debía ser el principal al ver un tapiz sobre una
chimenea con el escudo y el emblema de los MacLaren.
La estancia era de grandes proporciones y con una forma cuadrada,
aunque un poco más alargada en los extremos. Los tres hombres del clan
MacLeod que las habían acompañado entraron tras ellas después de haber
dejado a los caballos a buen recaudo en las cuadras del clan MacLaren. El
más alto y corpulento, y hombre de confianza de su cuñado Thane, se
posicionó a su derecha, cuando un hombre entró en el salón y se dirigió
hacia ellos. Los colores indicaban que pertenecía al clan MacLaren y el
broche en su hombro, prendido en su feileadh mor con el escudo del clan,
significaba que era el jefe del clan y anfitrión en esa reunión. Edine lo miró
con mayor interés. Era un hombre joven e imponente. Alto, ancho de
hombros, musculoso y con una mirada aguda. Sus facciones eran varoniles
y atractivas. Con el pelo color miel y los ojos de azul grisáceo, cuando
sonrió, Edine tuvo que admitir que el jefe del clan MacLaren iba ser uno de
los hombres más deseados por las posibles candidatas. Miró a su prima y
tuvo que reprimir una sonrisa.
—Cierra la boca —le susurró para que nadie más las escuchara.
Isobel tenía la mirada fija en aquel hombre y Edine tuvo que darle un
pequeño golpe con el codo para que reaccionara.
Grant MacLaren se paró en seco cuando vio a las dos mujeres que lo
esperaban. Durante los días previos habían ido llegando varios de los
invitados esperados. Algunas de las damas que ya se encontraban entre
aquellas paredes eran, en verdad, atractivas y hermosas, pero el golpe que
sintió en el pecho cuando vio a aquella chiquilla de ojos grandes y pelo
dorado como el sol, lo dejó momentáneamente bloqueado. No estaba
acostumbrado a esa reacción de su cuerpo, de hecho, nunca le había pasado,
y lo achacó sin duda a la mala noche que había pasado. El cansancio de los
días previos y la responsabilidad de aquella reunión impuesta en su
territorio y en su casa le estaban pasando factura.
Grant se acercó a las dos mujeres, ahora prestando atención también a
la otra dama. Era sumamente hermosa. Más terrenal que el ángel que tenía
al lado y con una mirada que podría congelar los infiernos o alimentar las
llamas del mismo. Algo en su postura y en sus ojos lo convencieron de ello.
—Bienvenidas. Soy Grant MacLaren, jefe del clan MacLaren y
anfitrión en esta reunión.
Edine sonrió mientras tomaba la palabra.
—Yo soy Edine MacLeod, cuñada del jefe del clan MacLeod. Y ella
es mi prima Isobel, hija del laird MacLeod. Y Thorne MacLeod, hombre de
confianza de nuestro laird —siguió Edine, señalando al hombre que tenía a
su derecha.
Grant miró al guerrero MacLeod que le había señalado Edine. Ese
hombre era como una torre de alto. Las cicatrices que surcaban sus brazos y
el lado derecho de su cara le daban un aspecto fiero y nada desdeñable para
la lucha. La tenue sonrisa que se dibujó en los labios de Thorne MacLeod
cuando Edine habló, y el destello parecido al orgullo que había cruzado por
sus ojos, por el tono de la dama, seguro y directo, le reafirmaron en sus
sospechas. Edine MacLeod era de armas tomar. Grant hizo un pequeño
gesto con la cabeza que el guerrero secundó. Los otros dos hombres que
estaban detrás de las damas se mantuvieron en silencio aún después de que
Edine dijera sus nombres.
—Le agradecemos por anticipado su hospitalidad —continuó Edine
con total sinceridad.
Grant sonrió abiertamente ante esas palabras.
—Solo espero que puedan disfrutar del tiempo que pasen en estas
tierras. Si necesitan algo, estoy a su entera disposición —dijo Grant
mirando a ambas.
Un bufido nada femenino salió de los labios de Isobel, lo que hizo
que Grant elevara una ceja.
—Partiendo de la finalidad de esta reunión, solo un hombre podía
hacer un comentario de esa índole. No estoy aquí por voluntad propia, así
que no creo que vaya a disfrutar mi tiempo y menos en compañía de unos
palurdos ignorantes…
—¡Isobel! —exclamó Edine con un tono de voz que evidenciaba su
enojo por la falta de delicadeza y buena educación de su prima.
Sabía que Isobel, a pesar de su vivo genio, no era así. Era joven e
intensa en todos los sentidos, pero siempre dueña de unos modales
exquisitos. Sí, expresaba su opinión tal y como acudía a su pensamiento. A
Edine le gustaba ese rasgo de ella y todos habían fomentado su libertad por
expresar lo que sentía a cada instante, pero aquello era algo que no
esperaba. Era verdad que durante los días que habían transcurrido en el
viaje, la había visto retraerse y perderse en sus pensamientos, cosa que no
era normal en Isobel. Edine lo achacó a que estaba tomando conciencia de
lo que aquel viaje representaba, constándole asimilar ese hecho. Pero nunca
hubiese esperado esa explosión. En cuanto se retiraran y se hallasen las dos
solas, hablaría con ella. Aquello había sido desproporcionado y sus palabras
habían ido acompañadas por un afilado sentimiento cercano a la ira o el
odio. Ambos sentimientos no eran comunes en su prima.
—Le pido disculpas, laird MacLaren. He sido una maleducada. No
tengo excusa —se apresuró a decir Isobel que, aunque parecía
completamente arrepentida de sus palabras, sus ojos decían algo totalmente
distinto.
Grant tardó unos segundos en contestar. Isobel tragó saliva ante la
forma intensa en la que el jefe del clan MacLaren la estaba mirando.
Durante todos los días que duró su viaje, había estado dándole vueltas a lo
que aquella reunión significaba y lo poco que valía su propia felicidad en
manos de los demás. Por primera vez en su vida se dio de cara con la
realidad, y tuvo conciencia de que por mucho que sus padres o su propio
clan la hubiese protegido, dándole las alas que a pocos se les permitían, un
simple pergamino podía hacer que toda su voluntad, sus deseos y su propia
necesidad quedaran reducidas a cenizas. Eso la había llevado al borde del
precipicio. Un sentimiento cercano a la ira se había adueñado de ella por lo
injusto y la impotencia que le creaba aquella situación. Y nada más ver a
aquel hombre, su anfitrión, todo ese resentimiento había salido sin más por
su boca. Lo sentía, él no era el culpable, pero estaba allí también como parte
del engranaje de aquella gran falacia.
Lo que más le había dolido era la mirada de Edine, como si estuviese
decepcionada con ella, y lo entendía. Ella también lo estaba consigo misma.
Se había dejado llevar, sin medir sus palabras o sus consecuencias. En ese
sentido admiraba a su prima, siempre lo había hecho. Edine había sufrido
más de lo que ella podría soportar, suficiente para más de una vida, y allí
estaba, a su lado, con una sonrisa y sujetando con mano férrea sus
sentimientos. Debía aprender de ella.
Grant miró a la joven que en un principio pensó que era un ángel. En
apariencia lo era, pero era abrir la boca y por ella salían todas las iras del
infierno. Palurdos ignorantes, esas palabras aún escocían, aunque en el
fondo le hicieran forzar sus facciones para que una genuina sonrisa no se
adueñara de su boca. Aquella mujer tenía agallas y las ideas muy claras,
aunque Grant sintiese su orgullo un poco herido por ellas.
—No se preocupe. Conozco el impulso de la excesiva juventud, y con
una educación exquisita como parece ser la suya, todos los acompañantes
posibles le parecerán por debajo de su estatus. Así que apelo a toda su
paciencia y consideración para con todos nosotros, los palurdos ignorantes
y excuse nuestra escasa inteligencia y sabiduría. Yo por mi parte haré todo
lo posible para que no tenga que sufrir mi ignorancia en demasía. Ahora
Anne las acompañará a su habitación. También hemos pensado en el
alojamiento de sus hombres. Y nuevamente, espero que su estancia sea lo
más llevadera posible. Señoras, si me disculpan… —dijo Grant mientras
hacía un movimiento con su cabeza en señal de respeto y salía de la
estancia, dejando a Isobel con los puños bien apretados a ambos lados.
Había merecido cada una de las palabras dichas, pero lo que no había
esperado es que le doliera recibirlas.

***

Edine habló con los hombres del clan que las acompañaban. Se
quedarían hasta el día siguiente, en el que partirían todos salvo uno,
quedándose para acompañarlas en los días que permanecieran allí.
Cuando Edine se despidió de ellos, siguieron a Anne hasta la
habitación que les habían asignado. La mujer hablaba con alegría y
vitalidad, diciéndoles que la cena estaría preparada en un par de horas y que
la inmensa mayoría de los invitados ya se encontraban allí.
Después de subir por una escalera y andar por un pasillo con varias
ventanas que daban al exterior, llegaron a su habitación.
Era una habitación sencilla, pero que tenía todo lo necesario: dos
camas, una mesa y dos sillas.
Sus baúles ya estaban dispuestos en ella, a los pies de ambas camas.
Isobel ni siquiera se había dado cuenta de cuando los habían llevado hasta
allí. Seguramente había sido cuando habían estado hablando con Grant
MacLaren.
El hecho de acordarse de ese hombre hizo que su estómago se
apretara en un puño.
Cuando se cerró la puerta de la habitación dejando a las dos solas
Isobel miró a su prima que a la vez la miraba a ella. Pensó que vería el
enojo en sus ojos, pero fuera de eso lo que destilaba su mirada era genuina
preocupación.
—¿Qué ha pasado?
Edine vio como Isobel la miraba con ojos de arrepentimiento. Un
pequeño suspiro salió de los labios de su prima antes de hablar.
—Lo que he dicho… Sé que ha sido algo inexcusable. No sé qué me
ha pasado. Lo último que quiero es decepcionarte —dijo Isobel, y Edine
pudo escuchar el dolor impregnando cada una de esas palabras.
Edine acortó el espacio entre ambas y abrazó a su prima.
—Sé que esto es difícil. No esperabas tener que hacer algo así, pero te
prometo que todo irá bien. No dejaré que nada ni nadie te obligue a hacer
nada. Es solo una reunión, no tienes la obligación de salir con un acuerdo
matrimonial de ella. Y a pesar de que lo que has hecho, en verdad es
inexcusable, esto asentará las bases para que todo el mundo piense que tu
aspecto angelical es solo la fachada que oculta a una verdadera malcriada.
Isobel se separó de su prima mirándola con el entrecejo fruncido y el
enojo bailando en sus ojos.
—No soy una malcriada y lo sabes —dijo Isobel con un mohín antes
de pensar dos segundos, suspirar y volver a hablar esta vez con algo de
pesar—. Bueno, quizá un poco sí.
El tono de resignación implícito en sus últimas palabras hizo que se
encogiera el corazón de Edine, que la miró con cariño.
—Puede que tengas uno o dos defectos —respondió Edine haciendo
un gesto con dos de sus dedos, indicando que si estos existían eran muy
pequeños—, pero no eres de ningún modo una malcriada.
—Laird MacLaren no se merecía lo que le he dicho —dijo Isobel, y
su voz destilaba un arrepentimiento sincero.
Edine la miró con un brillo extraño en los ojos.
—La verdad es que no. Es muy apuesto, ¿verdad? —preguntó la
pelirroja ante la cara de asombro que puso Isobel.
—La verdad es que no me he fijado. Y si así fuera, no sé qué tiene
eso de relevante —exclamó intentando, sin conseguirlo, parecer indiferente.
Edine soltó una pequeña carcajada.
—Estás hablando conmigo, no con una desconocida. Se te desencajó
la mandíbula cuando lo viste entrar. Si no te hubiese dado un codazo
disimuladamente, lo mismo todavía estábamos allí, babeando por ese
Hihglander palurdo e ignorante que, por cierto, mirabas como si fuera un
exquisito manjar. Aunque por la respuesta que te dio, creo que has dado con
la excepción de la regla, ¿no te parece? —preguntó Edine divertida. Sabía
que su prima se había dado cuenta de que sus ideas no eran del todo
correctas. Grant MacLaren había resultado no ser el palurdo ignorante que
ella había pensado que serían la mayoría de los allí presentes.
Isabel se quedó en las palabras babear y exquisito manjar. Sintió que
se ruborizaba hasta las pestañas.
—¡Edine! —exclamó, bajito, como si allí hubiese alguien más que
pudiese enterarse.
—¿Queeé? —respondió Edine más bajito todavía y con cara de pilla,
lo que hizo que Isobel tuviese que morderse el labio para no soltar una
carcajada.
Isobel movió la cabeza en señal de derrota. Edine era así y la quería
más por ello. Divertida, clara, franca y sin tapujos. Siempre natural ante
todos los aspectos de la vida, incluso los íntimos. Su prima siempre había
contestado a todas sus preguntas con una sinceridad y una franqueza que
agradecía en el alma.
Edine se sintió algo culpable cuando vio las sonrosadas mejillas de
Isobel, pero tenía que comprobar si realmente lo que había intuido en aquel
salón cuando su prima vio a Grant MacLaren era verdad o no. Y la reacción
de Isobel no le dejaba lugar a dudas.
—Está bien, no diré nada más —dijo Edine poniéndose más seria
antes de continuar—. Entiendo que lo que ha pasado en el salón… que tú no
eres así. No estoy decepcionada, pero no me lo esperaba. Tenía que haberlo
visto venir, porque sé cómo te sientes. Lo he vivido antes, y ahora estoy
aquí de nuevo sintiendo que los demás pueden decidir sobre mi vida, mi
futuro y mi felicidad sin que tenga ni voz ni voto. Y ¿sabes qué? Estoy muy
enfadada, furiosa en verdad, pero aprendí por las malas que ese sentimiento
lo único que hace es nublar la mente. Debes escoger las guerras que tienes
que luchar, y esa no era la adecuada, Isobel.
—Lo sé —respondió esta con pesar.
Edine sonrió de nuevo antes de guiñarle un ojo.
—Eres mucho más inteligente. No dejes que tus emociones enturbien
tu buen juicio. Tus padres y yo estamos muy orgullosos de ti, pequeña arpía
—dijo Edine guiñándole un ojo y quitándole hierro al asunto mientras reía
al ver como su prima hacía intención de ir contra ella y cogerla para darle
su merecido por llamarla arpía. Sí, las cosquillas serían un justo castigo.
CAPÍTULO V

Logan estrechó el antebrazo de Grant MacLaren en señal de saludo


cuando entró en la estancia. El salón principal era magnífico. Varias mesas
de madera de gran tamaño estaban colocadas a lo largo del mismo. La
decoración de las mismas era un indicio de lo cercana que estaba la hora de
la cena.
—Ya pensé que no vendrías —dijo Grant mirando con una franca
sonrisa a su amigo.
Ambos se habían conocido en la corte, demasiado jóvenes, nerviosos
y expectantes. Se habían hecho amigos en poco tiempo. Ambos tenían un
carácter fuerte, y Grant, a pesar de su desconfianza inicial, había
congeniado con su positivismo y nobleza, con la lógica, la templanza y el
cinismo de Logan.
La inteligencia de ambos había sido otro punto de unión. Ambos eran
cultos, con ingenio y una aguda verborrea y, aunque Logan sin duda llegaba
un paso más allá en cuanto a perspicacia y estrategia, nada hacía
desmerecer a uno frente al otro.
La vida los había llevado por distintos caminos. Mientras Logan
continuó con las visitas a la corte con cierta regularidad, demandado por el
respeto y la confianza que depositaba en él el rey, Grant tuvo que hacerse
cargo del clan cuando su padre murió solo un año después de que ambos se
conociesen.
—No había escapatoria posible —dijo Logan con una expresión de
resignación que Grant conocía demasiado bien.
—Míralo por este lado. Yo estoy peor que tú. Soy el anfitrión en esta
reunión que no sé ni cómo llamarla. ¿Cómo se le ocurrió a Guillermo algo
así? ¿Y cómo demonios no le dijiste que era un disparate? —preguntó
Grant con una ceja alzada.
Logan sonrió ante la pregunta de Grant.
—Lo dices como si tuviese alguna influencia sobre las decisiones del
rey. Y no es así. Ya tiene a sus consejeros y a su mano derecha para tal
cometido. A mí me ha pedido que te ayude y que vigile posibles rencillas
aún vigentes.
Grant miró más detenidamente a Logan.
—¿Se lo dijiste verdad? El que esta reunión era un disparate. El
Logan que yo conozco no se hubiese callado.
Logan lo miró. Grant siempre había sido malditamente bueno
analizando a las personas.
—¿Y qué te respondió? —preguntó Grant, dando por hecho que la
respuesta de Logan era positiva.
Logan negó con la cabeza, aunque sabía que Grant no se daría por
vencido.
—Venga, suéltalo —continuó, dándole un pequeño empujón en el
hombro.
Logan lo miró antes de hablar. Sabía lo que iba a pasar y que Grant se
divertiría a su costa, pero maldita sea ¡qué más daba! Eso era algo que
nunca le había importado cuando se trataba de sus amigos o de su familia.
—Que, ya que estaba aquí, podría buscarme también una esposa.
La carcajada de Grant hizo que Logan también riera.
—Disfruta de mi desgracia. No te reprimas —dijo Logan con una
sonrisa mientras Grant seguía riéndose de él.
—Recuerda que yo estoy en la misma situación —dijo Grant cuando
pudo por fin parar de reírse y hablar con normalidad.
—¿Y no es eso poético y maravilloso? —preguntó Logan, con su
expresión de nuevo seria, viendo como alguno de los invitados de los
MacLaren empezaban a distribuirse por el salón.
Grant volvió a reírse más fuerte.
—Ríete, pero no tiene gracia —dijo Logan con una sonrisa.
Grant intentó mantenerse serio, pero sin mucho éxito. Había echado
de menos a Logan.
Era sin duda el mejor hombre y el guerrero más peligroso que había
conocido jamás. Todavía recordaba cuando lo conoció.
—MacLaren, ¿verdad?
Grant miró a aquel hombre que lo miraba a su vez como si tuviese el
poder de ver lo nervioso que estaba.
Guillermo lo había llamado a la Corte, y su padre no había tenido
más remedio que acceder. Gordon MacLaren no era un hombre sencillo, y
menos aún pacifico, que le gustara que le dijeran lo que tenía que hacer y
menos que dispusieran de la vida de su hijo. Desde que había llegado allí
había visto la mirada de los demás cuando sabían que su apellido era
MacLaren. Así que se preparó para tener que escuchar alguna afrenta más.
—¿Es un problema? —preguntó con un tono de voz duro e inflexible.
Grant estaba preparado para muchas cosas, pero no para la tenue
sonrisa de aquel desconocido.
—No, si para ti no es un problema que yo sea un McGregor —le
contestó sin inmutarse, imperturbable y con una mirada que reflejaba el
carácter, la personalidad y el poder que emanaba de aquel hombre.
Grant sonrió a su vez mientras aceptaba el brazo de aquel guerrero
McGregor como señal de saludo.
—¿Nuevo en la corte? —preguntó Logan poniéndose al lado de
MacLaren y mirando la sala del castillo llena de miembros de diferentes
clanes y dignatarios de otros países que ese día tenían audiencia con el
Rey.
Grant asintió.
—Logan McGregor. Y también es mi primera visita en la corte —se
presentó continuando ante el silencio de Grant—. No sé tú, pero a pesar del
poco tiempo que llevo aquí ya me estoy cansado de tanto juez y verdugo.
Un amigo no estaría nada mal.
Grant miró el perfil de aquel hombre. Era más alto que él por pocos
centímetros y debía de tener más o menos su edad, sin embargo, su
apostura, su seguridad, le hacían parecer tener unos años más.
—Me cuesta hacer amigos y, desde luego, la postura hacia mí desde
mi llegada no ha sido nada amistosa. No te ofendas, pero no te conozco —
dijo Grant seco y cortante.
Grant era generalmente extrovertido y mucho más amistoso, pero
después del recibimiento en la corte y haber tenido que escuchar palabras
como el hijo del loco, el demente o el bastardo del tarado, sin que pudiese
hacer nada, su cuota de buena educación y buena voluntad era nula. Había
deseado haberse enfrentado a cualquiera de ellos, pero sabía que no debía.
En la corte, sin el beneplácito del rey y con un puñado de testigos, todos
afines a los agraviantes y no a él, eso era sinónimo de suicidio para su
clan.
—Si te pones a la defensiva a la mínima no me extraña que no tengas
amigos. Pero verás, tengo un problema y es que no me rindo fácilmente, a
pesar de esa parrafada tuya de yo soy el guerrero que la tengo más larga.
No sé por qué, pero me caes bien. Así que si necesitas a alguien que te
guarde las espaldas no seré de los que se evaden.
Y con una mirada de las que podrían congelar el infierno, Logan lo
miró antes de alejarse. En ese momento tuvo conciencia de que aquel
hombre era, además de adivino, un peligroso oponente.
No pasó demasiado tiempo antes de que esa ayuda le hiciese falta.
—¿Me estás escuchando? No te ofendas, pero no tienes buena cara.
Logan miró a su amigo, que parecía volver a prestarle atención.
—Esta reunión es un caos, y organizarla me está dando dolor de
cabeza. Pero salvo eso, estoy bien. Quizá podríamos comprobar tu destreza
con la espada un rato mañana. El darte una paliza me vendría muy bien.
Grant sabía que se le veía algo exhausto. Eran muchos invitados y
muchas cosas que podían ir mal, como las posibles rencillas aún patentes
entre diversos clanes que estaban allí presentes. Esas cosas no desaparecían
de un día para otro porque ese fuese el deseo real.
—Sigue soñando, Grant. Nunca me has vencido, pero si quieres que
me deje ganar para hacerte sentir mejor, me lo pensaré —Logan hizo el
gesto como si estuviese pensando durante dos segundos antes de continuar
—. Va a ser que no, amigo, que no tienes suerte. Tendrás que sudar para
luego volver a tragarte el polvo que levantes cuando caigas al suelo.
Grant gruñó por lo bajo y Logan rio abiertamente.
—Había olvidado lo jodidamente arrogante que eres. Y sí que te he
vencido.
Logan lo miró nuevamente alzando una ceja.
—Estaba borracho.
—No recuerdo eso —dijo Grant con una gran sonrisa.
Logan también sonrió antes de preguntar temas más serios.
—¿Ha habido algún problema o has visto algo raro?
Grant se movió y Logan lo siguió hasta el otro extremo del salón. Allí
no había ninguna salida y nadie podría escucharlos sin ser visto
previamente.
—La verdad es que nada que sea preocupante. Tuve que separar a
varios McDonall de unos Campbell, pero el jefe del clan, Alec Campbell,
zanjó el tema antes de que sus hombres hicieran algo por lo que luego
tuviesen que rendir cuentas, y los McDonall… Bueno, ya sabes, Ian no es
de los que dan su brazo a torcer. Habrá que vigilar a ambos clanes. También
los Comyn y los Daroch. Hay algo que no me gusta en el jefe de ese último
clan.
Logan asintió anotando mentalmente todo lo que le fue diciendo
Grant. Sabía que MacLaren tenía buen olfato para detectar las mentiras y
los comportamientos falsos.
—Y, por último, esta mañana una chiquilla que parecía un ángel nos
llamó palurdos ignorantes y, ¡auggghhh!, eso hirió mi orgullo.
Logan, que había escuchado atentamente las posibles amenazas que
podrían presentarse en esos días, no esperaba que Grant terminara con
aquella frase, lo que le hizo girarse y mirar a su amigo.
—¿Palurdos ignorantes? Vaya, sutil no es la muchacha. Y por lo de
ángel, parece que te causó impresión, así que estoy deseando conocer a ese
dechado de virtudes.
—No te lo recomiendo. Entre su lengua afilada y el carácter que tiene
que tener su prima, serían capaces de cortarte las pelotas.
—¿Eran dos? —preguntó Logan con curiosidad.
—Sí, la que parecía un ángel con unos hermosos ojos azules y unas
agallas de admirar y la prima, un poco mayor que ella. Esa dama tenía una
belleza más terrenal y un genio vivo. No dijo mucho, solo se presentó, a
ella, a su prima y a los guerreros que las acompañaban. Y no fueron sus
palabras, sino cómo las dijo. Esa mujer, a pesar de su templanza, debe de
ser de armas tomar. Sus ojos parecían traspasarte. Isobel y Edine MacLeod.
Esos son sus nombres.
Logan sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago.
Sabía que iba a ir, sabía que iba a estar allí y que tendría que verla. Sabía
todo eso y pensó que estaría preparado, pero quizás se había sobreestimado,
porque el sabor amargo que sintió en sus labios le indicó que quizá, solo
quizá, su hermana tuviese razón y el tiempo, después de todo, no hubiese
hecho bien su trabajo.
CAPÍTULO VI

Edine se cambió para la cena. Se quitó su vestido de lana, más grueso


y de color oscuro, por uno más liviano de color verde, con una abertura en
la falda que dejaba entrever una tela de color verde más claro. Su prima
Isobel había elegido uno azul cielo que acentuaba sus preciosos ojos del
mismo color y que caía acariciando las pequeñas curvas de su cuerpo.
Edine se peinó el pelo suelto que caía sobre su espalda, ondulado. Un
estornudo, seguido de varios más, la hizo detenerse.
Isobel la miró con el ceño fruncido.
—¿Estás bien? No es la primera vez que estornudas y tienes los ojos
un poco brillantes.
Edine maldijo interiormente. Sabía que había cogido frío cuando dos
días atrás cabalgaron bajo la lluvia. Le había dejado su capa más gruesa a
Isobel cuando la de esta se empapó deprisa y la dejó tiritando. Edine se
quitó la suya y se la dio a su prima hasta que llegaron a un refugio en donde
permanecieron el tiempo necesario para que la lluvia amainara lo suficiente
para poder seguir camino antes del anochecer.
—Estoy bien —contestó Edine intentando que su voz sonara clara.
Hacía rato que le había empezado a molestar.
— ¿Seguro? Porque a mí no me lo parece. Puede que tengas algo de
fiebre.
Edine le sonrió de medio lado.
—No te preocupes. Estoy bien y no tengo fiebre. Es solo un pequeño
enfriamiento. En cuanto duerma esta noche, mañana estaré perfectamente.
Isobel la miró detenidamente como si quisiese cerciorarse de que lo
que Edine le estaba diciendo era verdad. Al rato pareció convencerse y
quedarse tranquila, ya que desvió su vista para terminar de vestirse.
—No llevamos aquí ni un día y ya estoy deseando volver —dijo
Isobel con la voz rozando el enfado.
—¿Dónde está la aventurera que quería salir de las tierras de su clan y
ver otras cosas? —preguntó Edine, ayudando a Isobel con el pelo.
—Quería ver otras tierras, no salir de un clan para meterme en otro y
no para lo que hemos venido a hacer aquí —dijo tozudamente.
Edine dejó un momento de cepillarle el pelo para volverla por los
hombros y que la mirara.
—Debes aprovechar lo que tengas a mano. Esto es lo que hay. No te
gusta por qué estamos aquí, vale, lo acepto, a mí tampoco, pero mira más
allá. Estas tierras son totalmente distintas a las de nuestro clan. Nunca has
salido de ellas. Y las tierras del norte no son igual que estas. Tendremos
tiempo de salir a cabalgar y verlas. Tendrás también la oportunidad de
conocer a otras gentes y a otros clanes, e incluso puede que ganes alguna
amiga. Puedes aprender mucho estos días, así que coge todo ese mal humor
y toda esa tozudez y lánzalos bien lejos. Aprovecha estos días para
enriquecer tu mente, no para envenenarte. Y ahora déjame ver esa preciosa
sonrisa…
La mueca forzada y deformada de Isobel hizo que Edine riera.
—Si sonríes así en la cena, no te preocupes porque alguien intente
acercarse a ti. Directamente lo espantarás. A mí me estás dando miedo.
Isobel sonrió ahora de forma natural.
—Así me gusta. Mucho mejor.
Unos minutos después, Edine e Isobel salieron de la habitación con
mucha hambre y pocas ganas de compañía.
El salón principal estaba lleno de invitados. Se veían los colores de
muchos clanes. Algunos ni siquiera le sonaban a Edine. Avanzó con Isobel
y Thorne. El guerrero las había esperado a los pies de las escaleras hasta
que ellas aparecieron. Su cara seria y en tensión evidenciaba que tampoco le
hacía ninguna gracia encontrarse allí.
Algunas de las personas ya estaban sentadas en las mesas, mientras
otras seguían hablando entre ellas, en pequeños grupos, mientras esperaban
a que las viandas comenzaran a llegar a la estancia. Edine vio al anfitrión en
una esquina del salón. Un escalofrío recorrió su espalda cuando sus ojos se
posaron en la figura del hombre que lo acompañaba y con el que estaba
conversando de forma amigable. Aquella silueta… Desde allí no podía
verle la cara, no en la posición en la que se encontraba, así que se vio a sí
misma con la boca seca, las manos sudorosas y frías intentando atisbar solo
una pequeña porción de la piel de aquel extraño para poder negarse aquello
que su cuerpo reconocía a pesar de la distancia y del tiempo. Las voces
parecieron alejarse de repente y el aire se hizo demasiado denso en sus
pulmones. El hecho de que le costase respirar y de que su corazón hubiese
emprendido una carrera peligrosa en su pecho, no la hicieron detener el
ruego interno que suplicaba que aquel hombre al que no podía verle el
rostro, no fuese y fuese al mismo tiempo él. Sintió que temblaba e intentó
tomar el control de un cuerpo que la desobedecía con voluntad propia, con
un anhelo, un odio y un deseo que creyó más que enterrado.
—¿Estás bien? —Edine escuchó el eco de esas palabras en sus oídos
y eso la hizo reaccionar. Miró primero el gesto preocupado de su prima y
después la expresión alerta de Thorne.
—¿Qué? —atinó solo a preguntar mientras tragaba con fuerza la
ausencia de saliva que la hizo apretar fuerte los dientes en un esfuerzo
titánico por sobreponerse.
Isobel miró detenidamente a su prima antes de hablar.
—No teníamos que haber bajado. Es evidente que no estás bien.
Tenías que haberte quedado descansando.
Thorne frunció en el entrecejo. Conocía a Edine desde hacía cuatro
años y nunca la había visto quejarse. Era la mujer más fuerte que había
conocido jamás. Y, aunque a veces era como una patada en las pelotas,
siempre se sentía orgulloso de que fuera una MacLeod. No le temblaba el
pulso a la hora de hablar y decir las cosas claras y siempre lo hacía con una
elegancia que admiraba profundamente.
A Edine esos segundos extras la hicieron reaccionar. Aquello se le
estaba yendo de las manos y no podía permitírselo. Cerró los puños y
empezó a recobrar la serenidad y la frialdad que la habían acompañado
desde que toda su vida se hizo añicos y decidió seguir adelante.
Simplemente había sido la sorpresa, nada más.
—Estoy perfectamente. Solo es un pequeño dolor de cabeza, pero sé
que en cuanto coma algo me sentiré mucho mejor.
Edine lo dijo con tanta convicción que vio cómo las preguntas y las
dudas morían en los labios de Isobel y en la mirada de Thorne, aunque este
último la siguiese mirando con cierto recelo.
—Buenas noches.
La voz de Grant MacLaren retumbó en los oídos de Isobel.
Edine no los había visto llegar, centrada en convencer a su prima y a
Thorne de que estaba perfectamente.
Edine tomó aire y con una resolución que no sentía miró a los ojos del
otro hombre. No dudó, no pestañeó y ni siquiera tembló. Simplemente se
mantuvo allí de pie mirando a Logan McGregor después de que pensara que
jamás volvería a verlo y se tragó la intensidad de su mirada como si hubiese
estado sedienta de ella, devolviéndole una igual, como si una lucha de
titanes estuviese teniendo lugar en aquella sala ajeno a todo y a todos.
—Buenas noches —respondió Isobel dándole una entonación de
fastidio a la última palabra.
Grant sonrió abiertamente. Parece que aquella pequeña arpía no había
cambiado su actitud en demasía.
—Ya que la finalidad de estas semanas es conocernos, me gustaría
presentarle a alguien. Señora y señorita MacLeod, este es Logan McGregor,
un buen amigo y un hermano.
—Ya nos conocíamos —dijo Edine manteniendo la mirada de Logan.
Grant miró con cierta sorpresa a su amigo, que seguía mirando a
Edine,
—No lo sabía —dijo Grant curioso, atento a Logan. Este tenía una
sonrisa de las que él denominaba peligrosas, en el rostro.
—La señorita McEwen, señora MacLeod ahora, y yo nos conocimos
hace años, en la celebración de una boda. Nuestros clanes limitan
territorialmente, aunque no siempre han sido bien avenidos. No sabía si me
recordaría —dijo Logan, como si el asunto no tuviera la mínima
importancia.
A Edine aquellas palabras le escocieron como si le hubiesen echado
sal en una herida abierta. A eso podían jugar los dos, pensó antes de hablar.
—Un vago recuerdo. Sabía que lo conocía, pero no sabía exactamente
de dónde. Perdóneme. Tiendo a olvidar los detalles y soy muy mala para
recordar las caras.
Logan tuvo que echar mano de todo su autocontrol para no maldecir
en aquel preciso instante.
Cuando la había visto, allí en el salón, como una visión del pasado,
sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago. Y un
sentimiento que creía extinto le dio una patada en el pecho retorciéndolo y
despertando a un gigante que llevaba mucho tiempo dormido. Estaba aún
más hermosa de lo que la recordaba, con ese aire elegante y esa mirada
desafiante que tanto lo subyugó la primera vez que la vio.
—Lo… lo siento
Logan miró a la joven que acababa de caer en sus brazos. Tenía unos
enormes y preciosos ojos verdes que parecían acariciarle el alma.
—¿Sueles caerte en brazos de desconocidos cada vez que bailas? —
preguntó alzando una ceja.
La joven pareció salir de su azoramiento levantándose como si le
hubiesen pinchado en el trasero.
Su mirada, antes dulce y avergonzada, ahora era intensa y retadora.
Logan se miró el pecho porque salvo, por la ausencia de sangre, hubiese
jurado que aquella dama le había atravesado con esa mirada echa de
fuego.
—¿Y tú sueles ser tan sumamente arrogante y maleducado con todo
el que te pide disculpas? —preguntó Edine con falta de aire debido al
frenético ritmo del baile. Su primo Harold le había dado una vuelta con
demasiado brío para después soltarla. Edine pensó que caería al suelo sin
remedio cuando aterrizó en el regazo de aquel hombre. Las palabras que
nunca le habían faltado se le atascaron en la garganta por su azoramiento
dada la situación y porque había ido a parar a los brazos del hombre del
que no había podido apartar la vista desde su llegada a la boda de Liz.
Alto, moreno y de ojos azules como el mar en un día de tormenta,
tenía la mirada más intensa que había visto jamás. Era un hombre que no
solo posaba sus ojos a su alrededor por inercia, sino que miraba como si
toda su atención y su concentración estuviese en ese momento contenida en
ella, siendo capaz de memorizar cada línea, curva y movimiento de su
entorno.
La risa natural, espontánea y sin cinismo alguno que surgió de aquel
hombre hizo que su enfado se esfumase, y la mirada que le prodigó, entre
admirativa y curiosa, le produjo una sensación extraña en el estómago.
—Espero que me perdones. No lo he dicho con mala intención. Soy
Logan McGregor —dijo el hombre que le hacía sentir que el aire en aquella
habitación empezaba a escasear.
—Acepto sus disculpas —dijo Edine mirándole a los ojos. Podía estar
confusa en cuanto a lo que su cuerpo experimentaba, pero le habían
enseñado a mirar siempre a los ojos, a no rehuir nunca una mirada y a
hacer frente siempre a tus temores.
Logan asintió con la cabeza en señal de gratitud, aunque la sonrisa
que se extendió por sus labios dejó en Edine la certeza de que aquella no
sería la última vez que la viera.
—Creo que su compañero de baile está un poco indispuesto —dijo
Logan con una suave carcajada señalando el otro extremo de la estancia.
Edine miró en aquella dirección y vio a su primo Harold en el suelo,
más borracho que una cuba.
—Eso me temo —rio Edine, y el sonido de su risa hizo que Logan se
tensara como si su mero sonido pudiese afectarle.
Edine vio a su hermana y a su amiga Helen llamándola por señales
desde el lateral del salón. Volvió la vista y se dio cuenta que Logan también
se había percatado de ello.
—Tengo que irme —dijo Edine haciendo la intención de alejarse—.
Mi nombre es Edine McEwen —dijo un segundo antes de volverse.
Edine… Logan pronunció ese nombre para sí mismo con una extraña
añoranza.
Creía que podía decir que era un vago recuerdo, como si el que
hubiesen estado prometidos en secreto, como si el hecho de haberse
entregado el uno al otro no hubiese existido.
Desde luego que aquello ya no significaba nada, pero no iba a dejar
que jugara con él. Ya no era el muchacho que confió en ella, que creyó en
ella y que juró amarla toda su vida. Si quería jugar, maldita sea, él iba a
hacer que nunca lo olvidara.
CAPÍTULO VII

A Edine se le atragantó la cena. A quien se le ocurrió sentarla al lado


de Logan McGregor tenían que haberlo torturado lentamente, porque
aquella cena se le estaba haciendo eterna, aunque a su prima tampoco
pareciese estar yéndole de maravilla al lado de Grant MacLaren.
El anfitrión las invitó a su mesa aquella noche y no pudieron negarse.
Edine, por primera vez en su vida, pensó en simular un desmayo. Otro tema
que le dio ganas de pegarse contra una pared fue la disposición de los
asientos. Thorne se sentó al lado de Isobel y de Logan, quedando Edine
entre McGregor y Lachan Daroch. Este último tenía algo que la inquietaba,
y no ayudaba mucho el hecho de que gruñera las respuestas más que
pronunciar alguna sílaba coherente. Sin embargo, si lo observaba bien,
podía ver en sus ojos una mirada aguda e inteligente, más de lo que quería
aparentar, y el hecho de que quisiese ocultarlo era algo que estimulaba su
curiosidad.
La cena era abundante y estaba deliciosa. Carnes, pescados y verduras
varias adornaban las mesas sin que los comensales pudiesen quedar
indiferentes a su aroma y sabor.
Para mortificación de Edine, sus tripas hicieron un ruido espantoso y
sus traidoras mejillas se tiñeron de rojo. La verdad era que apenas había
podido comer a lo largo del día debido a la irritación de garganta y esa
noche, a pesar de ella, su estómago demandaba el alimento negado durante
demasiadas horas.
Lachan Daroch, que hasta ese momento había abierto la boca solo
para decir agg y umm, eligió aquel entrañable momento para pronunciar sus
primeras palabras, y su voz potente y ronca se escuchó sobre el murmullo
general.
—Hay hambre, ¿ehhh? Esas tripas no mienten, umm…
Edine quiso morir en ese preciso instante, porque el ahogar al
guerrero con sus propias manos podía calificarse de poco apropiado.
—Eso parece —contestó Edine con un proyecto de sonrisa que
fracasó por completo por el sonrojo de sus mejillas, que ya se estaba
extendiendo a su cuello. Si hubiese podido fulminarlo con la mirada, aquel
hombre hacía rato que habría expirado. Y sin remordimiento alguno.
No quiso mirar hacia el otro lado. No podía ver la cara de Logan en
ese preciso instante. Ahora no, y la pequeña carcajada que escuchó
proveniente de él no ayudó en absoluto. Edine tuvo que controlarse
contando hasta diez.
—¿Quieres que te acerque un muslo de pollo?
Edine sabía que desear que Logan la ignorase durante la cena era
demasiado pedir, así que cuando escuchó su pregunta y el tono en el que la
hizo, le dieron ganas de meterle a McGregor la cabeza en el trasero del
pollo.
Era costumbre que los hombres pusieran comida en los platos a las
damas, pero ella no deseaba que ninguno de los dos le acercara una maldita
cosa. Tenía dos manos para alcanzarlas.
—No, gracias. Eres muy amable, pero no es necesario.
Los ojos de Logan, centrados en ella, brillaron con cierta malicia.
—A tenor del sonido que he escuchado antes, creo que necesario no
es la palabra. Yo diría más bien que es de vital importancia que comas. No
queremos que el pollo se enfríe mientras decides y el pobre acabe en el
plato de algún otro.
Edine miró a los ojos a Logan. Se estaba divirtiendo a su costa y
estaba disfrutando de lo lindo, el pedazo de zopenco. Ella también podía
hacerlo, así que con esfuerzo esbozó una sonrisa antes de responderle, como
si Logan fuese su persona favorita en aquella estancia.
—Creo que deberíamos dejar al pobre pollo tranquilo. Y si te hace tan
feliz acercarme algo de comida no seré yo la que arruine tu ilusión. ¿Puedes
pasarme unas pocas verduras, por favor?
Logan, a pesar de lo que sintió al verla, de no olvidar su traición y
conocer de primera mano la volubilidad de aquella mujer, se sorprendió a sí
mismo disfrutando de aquel intercambió de palabras y de la expresión de
Edine. Con las mejillas sonrosadas, el pelo ondulado y largo, que le caía
como un manto sobre su espalda, del color del fuego y esos ojos verdes
enmarcados por las pestañas más largas que hubiese visto jamás, Logan
pensó que seguía siendo la mujer más hermosa que había conocido en toda
su vida. Y su mirada, fuerte, directa y llena de matices, fija en él, en ese
preciso instante, retándole sin más, le hicieron admitir, en contra de su
voluntad, que aquella mujer seguía siendo única.
—Faltaría más. No vaya a ser que dentro de unos segundos pase a ser
un vago recuerdo y te quedes sin cenar. Lamentaría mucho que enfermaras
por inanición.
Edine no podía creer que Logan hubiese dicho todo aquello en solo
dos frases. Matarlo lentamente se le estaba quedando en poca cosa. Quizá
torturarlo antes sería lo adecuado. Esbozó su mejor sonrisa, mientras por
dentro maldecía a toda su familia.
—Es muy amable por tu parte. Lo tendré en cuenta —dijo Edine
mientras cogía un muslo de pollo que había frente a ella y lo ponía en su
plato sin mucha ceremonia.
—¡Qué temperamento, mujer! Aggg —dijo Lachan Daroch mientras
escupía un trozo de algún tipo de masa roja y tierna por los huecos de su
dentadura incompleta.
Una imagen innecesaria que terminó por quitarle la poca hambre que
poseía a esa altura de la cena.
Cuando volvió a mirar su plato, después de revolvérsele el estómago
con el aggg de Daroch, vio una montaña de verduras al lado del pollo.
Aquel pollo se estaba ahogando entre las piezas de verdura y, si ya no
estuviese muerto, sin duda estaría experimentando una agónica asfixia. El
hecho de que ese pollo le diera más pena que cualquier comensal de la mesa
dejaba claro el estado al que la estaban abocando los dos elementos que
tenía sentados a cada lado.
Intentó comer algo de las judías y zanahorias para llegar por fin a la
carne, pero aquello era una misión imposible.
—¿Está todo a tu gusto? —preguntó Logan alzando una ceja.
Había visto la expresión de Edine. Sabía que se moría por tirarle la
montaña de comida por encima de la cabeza. Su expresión, cuando volvió
la cara y vio el plato, no había tenido precio. Los ojos se le abrieron y por
un segundo Logan pensó que su boca sonrosada soltaría un exabrupto poco
femenino, pero no fue así. La vio prácticamente morderse la lengua para
contenerse. Su curiosidad y su sorpresa aumentaron cuando una Edine
enojada y sorprendida dibujó una sonrisa templada y neutral, cambiando en
un segundo, con un autocontrol y dominio en sí misma que Logan
desconocía en ella.
Entonces también fue consciente de que Edine había cambiado en
esos años. Cuando pensó que ya no contestaría a su pregunta, sus palabras
llegaron hasta él en un tono de voz bajo, pero claro.
—Sí... si esto fuese el averno —contestó Edine en un susurro.
Logan soltó una carcajada, espontánea y sin filtros.
Edine lo miró con un movimiento rápido e instintivo de sus ojos. El
sonido de su risa… Fue el primer momento de la noche en la que el dolor
hizo acto de presencia y fue real. Dios mío, cómo había echado de menos
ese sonido que siempre la había hecho sentir especial y que había calentado
su pecho tantas veces que no se podía cuantificar. Tragó saliva y se dijo a sí
misma que lo podía manejar, que podía trabajar con ese dolor y desterrarlo
definitivamente. Habían pasado cuatro años desde que él había sido su
mundo entero, y en ese tiempo ella había cambiado, había madurado y
comprendido muchas cosas que al principio no sabía y que la hicieron
desear abandonarse a los brazos de una muerte que la rondó durante
muchos días.
Y allí estaba, cuatro años después. Parecía que habían pasado siglos y,
sin embargo, una sola risa, su risa, se había colado en su interior, entre las
cicatrices retorcidas y nervudas que protegían su maltrecho corazón
haciendo que este latiese más deprisa durante unos instantes, revolcándose
en una lenta agonía porque, maldita sea, ella lo había desterrado lejos para
poder respirar, para poder moverse de nuevo, para poder vivir sin que el
hecho de comenzar un nuevo día doliese demasiado.
Logan miró a Edine, que parecía ahora absorta en mover la comida de
un lado a otro. Había olvidado que ella lo hacía reír y no de una manera
superflua o estudiada, sino espontánea y cálida. En su día hubiese dado un
brazo por saber por qué, después de todo lo que compartieron, después de
las promesas dichas, ella se había marchado. Vio cómo el rostro de Edine se
contraía de dolor, como si algo le hubiese hecho daño. Fue solo un segundo,
pero a Logan aquel gesto no le pasó desapercibido.
Sabía que debía odiarla, pero ahora ya ni siquiera albergaba ese
sentimiento. El odio había sido el eje central de sus sentimientos el primer
año después de su abandono. Después, la certeza de que aquello tenía que
ser un error, un malentendido. Luego, el vacío y el amargo sabor de todos
aquellos sentimientos que creyó verdaderos y que en realidad eran tan
falsos como su apariencia, sus besos, caricias y palabras. Y, por último, la
indiferencia, o eso creía.
Desde el mismo momento que la había visto, había deseado
exasperarla, mortificarla, desenmascararla y ver en su rostro la expresión de
dolor que por un segundo se adueñó de sus facciones en la mesa, sentada a
su lado. Y, sin embargo, cuando ello ocurrió, para su sorpresa, no le gustó,
no saboreó ese triunfo. Nada más lejos de la realidad. Y en contraposición,
se sorprendió disfrutando con su verborrea, con ese intercambio de
palabras, con su ingenio, su control, su carácter y de su sentido del humor
que, sin proponérselo, le había hecho reír de verdad.
Logan tuvo que sostener una nueva sonrisa cuando vio a Edine soltar
el muslo del pobre pollo y dar un respingo cuando la voz de Lachan sonó
fuerte cerca de su oído. Estaba claro que ella no se había percatado de su
cercanía.
Edine miró a Daroch con el entrecejo fruncido.
—No eres muy simpática, ¿umm? Bueno, solo quería preguntarte por
tu caballo. Es un ejemplar único. Me gusta muchísimo.
Edine siguió mirándole, aunque intentó suavizar su expresión.
—¿Y cómo sabe cuál es mi caballo? —preguntó algo recelosa.
Lachan soltó una carcajada que hizo que parte de su comida saliera
despedida de su boca. Edine tuvo que moverse rápido para sortear un trozo
de carne que iba directa a su cara. Aquella cena se estaba volviendo más
peligrosa por momentos. ¿Quién decía que iba a aburrirse? Lo que hubiese
dado por ello en ese preciso instante.
—No sea tan desconfiada. Me fijé en él en las caballerizas, cuando
dejé al mío. Le pregunté al encargado de las caballerizas. Él me dio su
nombre. No pensaba que iba a sentarme esta noche a su lado. Una
afortunada coincidencia, ¿eh, ummm?
—Yo no lo describiría así —dijo Edine mirándole fijamente.
Lachan pensó que aquella mujer era mucho más interesante de lo que
pensaba. Era muy hermosa, de eso no cabía duda, pero le gustaba mucho
más ese carácter combativo. Dios, sería muy gratificante domarla, a ella y a
su caballo. Bajo su dominio se le quitarían las ganas de mirarle
directamente. Él podía enseñarle quién era el que mandaba en realidad,
darle una lección que no olvidara jamás.
—Llámelo como quiera, pero quería saber si el dueño de ese caballo
estaría dispuesto a vendérmelo. Lo quiero.
Edine pensó que no había conocido a nadie que le cayese peor en tan
corto espacio de tiempo. Este hombre era peligroso. Lo vio en el brillo de
sus ojos cuando la miró, como si estuviese esperando el momento para
poder castigarla por la impertinencia de haberse atrevido a contestarle. Ese
tipo de hombres, Edine los conocía bien. Su padre era uno de ellos.
—La dueña de ese caballo soy yo y no está en venta —le contestó
volviendo a su comida e intentando zanjar aquella conversación que no
quería seguir manteniendo. Cuanto menos contacto tuviese con él, mejor.
—Una mujer dueña de un caballo. No diga sandeces… umm —
exclamó Lachan entre dientes, como si lo que había dicho Edine hubiese
sido una ofensa personal.
Edine había intentado no llegar a aquello, pero Lachan Daroch no le
había dejado otra alternativa. Se volvió lentamente y miró a aquel hombre a
los ojos, de forma directa, tajante, y dejó que su carácter tomara las riendas.
—No sé con qué clase de mujeres está usted acostumbrado a tratar,
pero créame que tienen todo mi respeto y les doy el pésame por tan ardua
tarea. En cuanto a si digo sandeces, no acostumbro a hacerlo porque tengo
algo que se llama inteligencia y que me ayuda a no decirlas. Créame,
debería probarlo alguna vez. Y en lo referente a si soy la dueña de ese
caballo, la respuesta sigue siendo que sí, porque en su clan no sé cómo
serán las cosas, pero en el mío, el de Thane MacLeod, una mujer es dueña
de su caballo, y el mío no está en venta ni ahora ni nunca.
Edine sintió la mano de Logan rozar la suya por debajo de la mesa.
No se había dado cuenta de que la tenía cerrada en un puño haciendo que
los nudillos prácticamente adquirieran una tonalidad blanquecina hasta que
Logan los había rozado. Algo dentro de ella despertó y salió de la bruma a
la que las palabras de Daroch la habían arrojado.
Seguía mirándole fijamente, y se dio cuenta de que Lachan estaba
haciendo un verdadero ejercicio de contención por no decir algo que
pudiera acabar en una guerra entre sus dos clanes. Sabía que ella no era una
mujer cualquiera, era la cuñada de Thane MacLeod, uno de los clanes más
fuertes de las Highlands. Cuando la cara de Daroch adquirió un tono
escarlata, Edine empezó a preguntarse si era posible que la cabeza de aquel
hombre saltara en mil pedazos. El temblor que acompañaba a su mirada
asesina clavada en ella no decía nada bueno.
Edine estaba pensando en cómo explicar a su cuñado que los había
abocado a una guerra el primer día de su estancia allí cuando vio la mirada
de Daroch clavarse por encima de su hombro, y suavizarse como por arte de
magia. Observó cómo Lachan se contuvo y se volvía a centrar en su plato
mientras por lo bajo susurraba.
—Eso ya lo veremos.
Edine volvió su atención nuevamente sobre su propia comida, aunque
el apetito acababa de perderlo, solo de verla le entraban nauseas. El dolor de
garganta seguía ahí, latente y molesto. El dolor de cabeza llegando a cotas
más altas y unos pequeños escalofríos recorrían su cuerpo como hormigas
que surcaban su piel por azar. Decididamente, habría sido mejor haberse
quedado descansando.
La mano de Logan, que momentos antes había rozado la suya, ya no
estaba, y la razón por la que la echó de menos era que aquella ausencia
dolía demasiado. Sabía que había escuchado su conversación con Lachan, y
lo sabía por ese roce en su piel, en su mano. Logan siempre lo había hecho
de forma inconsciente cuando quería tranquilizarla o reconfortarla. Era su
manera de decirle que estaba con ella. Y ese pequeño gesto, después de
tanto tiempo, después de tantas heridas, hizo que casi se fracturara en mil
pedazos. Porque sabía que él tenía motivos para odiarla, para que ese gesto
nunca hubiese vuelto a existir entre ellos y sin embargo lo había hecho.
¿Por qué? Ella no quería sentir, no quería volver atrás, porque también tenía
sus motivos para odiarlo, y sin embargo… Miró a Logan, necesitaba saber
el porqué de esa pequeña muestra de compasión y Edine contuvo una
pequeña exclamación. Los ojos de Logan estaban llenos de furia, de una
controlada a duras penas. Esa mirada sería capaz de helar el infierno. Había
una promesa en ella y era de las que acababa con sangre entre las manos.
Edine supo el preciso instante en que Logan se percató de que ella lo estaba
observando porque esa mirada, esa sentencia andante se desvaneció y tornó
a sus ojos una expresión mucho más tolerante, templada y distante.
Logan miró a Daroch desde el mismo instante en que escuchó a Edine
ponerlo en su sitio y prever la reacción de aquel necio. Maldita sea si iba a
permitir que Daroch mirase a Edine de aquella manera, con aquella
amenaza implícita en sus ojos. El tocar su mano fue instintivo, y cuando lo
hizo no la retiró porque esa Edine, la que había hecho que Lachan Daroch
estuviese al borde de un ataque de cólera, era la Edine que él conocía, la
que mantenía la mirada pasase lo que pasase, la que se revolvía y gritaba
cuando algo era injusto, la que no se dejaba intimidar ni avasallar.
Logan mandó el mensaje adecuado cuando Daroch vio su mirada por
encima del hombro de Edine y entendió que Logan no iba a permitirle
comportamientos de aquel tipo. Ni con Edine ni con nadie. Eso fue lo que
se dijo así mismo cuando de madrugada aún pensaba por qué tuvo que rozar
su maldita mano.
CAPÍTULO VIII

Isobel sintió la mirada de Grant MacLaren clavada en su espalda.


Cuando se volvió para saber qué deseaba aquel hombre, la sonrisa divertida
del mismo la molestó como nada lo había hecho aquella noche, y eso que la
cena estaba siendo interminable, frustrante y aburrida.
—Estoy preocupado por usted —dijo Grant mirando a Isobel, que a
su vez abrió los ojos como platos, como si aquellas pocas palabras la
hubiesen dejado estupefacta.
—¿Perdone? ¿Puede saberse por qué? —preguntó Isobel, intentando
averiguar con qué majadería le saldría ahora el jefe del clan MacLaren.
Grant acercó un poco la cabeza hacia ella, y la miró, esperando a que
ella hiciese lo mismo, como si lo que tuviese que contarle fuese algo
delicado, secreto, que necesitara de una cierta discreción. Cuando Isobel, de
forma reticente, lo hizo, acortando el espacio entre los dos, hasta que sus
cabezas quedaron solo a escasos centímetros, el aroma a cuero, a lluvia y a
otra cosa que no podía identificar la atrajo hacia aquel hombre como si
fuese un olor embriagador que podría nublar su mente.
—Estoy preocupado porque pudiera hacerse un daño permanente en
el cuello. El hecho de tenerlo inclinado durante toda la cena en una postura
tan poco natural a fin de poder enterarse de conversaciones ajenas puede ser
desastroso para su salud —dijo Grant con una sonrisa mirando a los ojos a
aquella preciosa mujer cuyos enormes lagos azules se tornaron más oscuros,
más intensos, al hacerse eco de sus palabras.
Isabel no podía creer que aquel mentecato fuese tan irrespetuoso.
¿Quién se creía que era para llamarle la atención sobre su conducta? ¿Y qué
le importaba a él que ella quisiese saber qué era lo que hablaba su prima
con McGregor? Edine podía disimular mejor que nadie, pero ella la conocía
bien y había visto su reacción cuando vio a ese hombre, Logan McGregor.
Y aunque se había recuperado con vertiginosa velocidad, la única realidad
es que jamás había visto a Edine reaccionar de esa manera. Ese hombre
perturbaba a su prima y aunque a ojos vistas nadie podría decirlo, Isobel
sabía que había una historia entre los dos. Habían dicho que se conocían,
pero algo le decía que aquella no era la única realidad. Y por eso, al ver que
McGregor se sentaba junto a su prima, había estado intentando parte de la
cena oír, por encima de Thorne y de sus miradas también de reproche, la
conversación entre ambos. No había tenido éxito, pero a Grant nadie le
había dado vela en aquel entierro. Él no entendía sus motivos, ni falta que le
hacían.
Intentó parecerse a Edine y respiró profundamente antes de hablar,
porque en aquel instante, si algo salía de sus labios, lo de ignorantes
palurdos le iba a quedar escaso. Sentía la furia bullir por sus venas y no
podía montar una escena allí. Maldito Grant y malditos esos ojos de color
gris que desviaban su atención de lo verdaderamente importante, y es que
aquel hombre la había insultado al insinuar que quería enterarse de
conversaciones ajenas. Que era verdad, en efecto. Que él tenía que
decírselo, jamás. Era así de sencillo, y él había roto esa regla, y con ello
había desatado su bestia interior. Aunque ahora, después de varias
respiraciones, esa intensa mirada y ese aroma a lluvia y a tierra, la bestia se
había quedado en solo un cachorro. Maldita sea, nada iba a interponerse en
decirle cuatro cosas a aquel hombre, por muy atractivo que fuese y por muy
embaucador que resultase.
—MacLaren, yo de usted tendría más cuidado de no salir lastimado
en una guerra que no puede ganar que de estar pendiente de lo que yo haga
—dijo Isobel mirándole a los ojos fijamente, con toda su furia contenida y
todo su orgullo en sus pupilas.
Grant tragó saliva con fuerza. No podía creerlo, pero aquella chiquilla
acababa de derribarlo con solo unas pocas palabras. Lo que había empezado
como una broma, una forma de ponerla en su sitio después de cómo lo
había tratado aquella mañana, se había tornado en todo un desafío, porque
en ese preciso instante, en el que lo miraba con lo que parecía toda la fuerza
de los elementos, se quedó paralizado, hipnotizado por esos ojos que
desbordaban su fuerza, su determinación, y él, maldita sea, deseó todo
aquello con una intensidad que lo dejó con las manos temblando.
— ¿A una guerra contra ti, Isobel? —preguntó Grant con la voz baja
y grave, y el desafío en cada sílaba.
Grant no pudo sino admirar a aquella mujer que ni siquiera pestañeó
ante sus palabras, y eso que su tono había sido de todo menos amigable.
—¿Es acaso una amenaza? Porque ese sería un grave error por tu
parte —continuó Grant mirándola mientras exudaba de cada poro de su piel
la autoridad y la fuerza propias de un jefe de clan.
Eso hubiese sido suficiente para haber hecho llorar a cualquier dama
y para haber frenado a cualquier hombre que hubiese insinuado siquiera una
leve amenaza contra él, pero Grant no contaba con un factor impredecible,
con una mujer que podía ser una temeraria, porque las palabras que salieron
de su boca, esa misma que lo estaba volviendo loco, lo dejaron de nuevo
desarmado.
—Pues si piensa que eso es un error, se va a llevar una sorpresa
Grant. Porque no es una amenaza es una promesa, y yo nunca rompo mis
promesas —dijo Isobel mientras sonreía como si fuese un gato que se
relame frente a un tazón de leche.
¡Maldita sea la mocosa!, exclamó Grant para sí mismo.
—Y yo nunca pierdo una guerra. Espero que esté dispuesta a sufrir las
consecuencias cuando haya sido vencida —dijo Grant con una mirada
intensa y desafiante.
Isobel abrió un poco los ojos, pero se recuperó rápido.
—Caerá de rodillas, Grant MacLaren —sentenció Isobel en un
gruñido.
Y entonces Grant soltó una carcajada, se tocó el estómago y siguió
riendo un buen rato, tanto, que Isobel pensaba que aquel hombre se había
vuelto loco.

***

Edine e Isobel por fin se habían retirado a su habitación. Ambas iban


pensando en la desastrosa cena. Ambas tenían un semblante serio y su
mente bullendo de intensas variables. Edine fue la primera en reaccionar
cuando después de haberse desvestido y quedarse con su camisola, se
metieron bajo las mantas.
—¿Vas a contarme qué es lo que te tiene así? —preguntó Edine
mirando a su prima mientras acomodaba las mantas bajo sus brazos.
Isobel la miró sin saber de qué le estaba hablando.
—¿A qué te refieres? —preguntó con el entrecejo fruncido.
Edine tomó aire antes de sentarse en la cama, de lado, para poder ver
a Isobel con mayor comodidad.
—Siempre estás parloteando y, ya sabes, lo normal es que después de
la cena no hubieses parado de contarme tus impresiones en cuanto a los
invitados que has conocido, la comida e incluso el tiempo. Pero desde que
dejamos el salón has estado perdida en tus pensamientos, retraída y con una
cara demasiado seria para ti. Así que llámame loca, pero he pensado que
quizás ese cambio se debiera a que algo te había perturbado esta noche, y
que podía tener que ver con Grant MacLaren.
Fue decir ese nombre e Isobel pegó un salto en la cama que hizo que
Edine entrecerrara los ojos.
—Vaya, parece que no voy desencaminada —dijo con una sonrisa.
Isobel la miró, y lo que destilaban sus ojos eran de todo menos
compasión. Aunque algo de arrepentimiento sí había.
—Le he declarado la guerra a ese… ese…
—¿Palurdo ignorante? —preguntó Edine con ironía.
Isobel dio un resoplido poco femenino.
—Eso fue esta mañana, cuando aún ni siquiera lo conocía. Ahora esos
calificativos son un juego de niños comparado con lo que lo llamaría.
Edine parecía divertida al ver la forma en que su prima hablaba de
MacLaren, como si ella supiese algo que a Isobel se le escapaba.
—¿Y qué te ha dicho MacLaren para que le declararas la guerra y te
pusiera en tal estado?
Isobel la miró fijamente.
—¿De qué estado hablas?
Edine tuvo que morderse los labios para no soltar una carcajada.
—¿Estado de alteración? —preguntó Edine irónicamente.
—¡Oh, por favor, yo no estoy alterada! —exclamó con voz chillona
Isobel mientras se pasaba la mano por el pelo de tal forma que, el cabello
lacio y hermoso de su prima, estaba adquiriendo la forma de nido de pájaro.
—Ya lo veo, sin embargo, me encantaría saber qué es lo que te ha
dicho.
Edine vio que su prima era reacia a decírselo, sin embargo, con Isobel
solo había que contar hasta cinco y… Uno, dos, tres, cuatro…
—Está bien, con esa mirada que tienes de «yo lo sé todo y no puedes
esconderme nada», es imposible, así que te lo diré. Ese... ese hombre me
dijo claramente que me inmiscuía en conversaciones ajenas. Eso es. Ahí lo
tienes.
Edine estaba algo aturdida.
—¿Y eso es todo? Vaya… Sí que es malo. Jamás escuché hablar de
un crimen tan atroz.
Isobel la miró echando fuego por los ojos cuando Edine sonrió
abiertamente.
—No fue lo que dijo, sino cómo lo dijo y fue a por mí. Me tiene
manía y ya está.
Edine rio más fuerte.
—No creo que sea manía lo que te tiene precisamente, pero bueno,
vamos a dejar esa parte por ahora. ¿Qué más te dijo?
Isobel cerró la boca y miró al frente.
—Venga, vamos, que puedo imaginarme lo que le dijiste tú, pero no
lo que te contestó él —afirmó Edine mirándola fijamente.
—¿Para qué vuelvas a reírte?
—Prometo que no me reiré —contestó Edine recuperando a duras
penas la seriedad en su rostro—. Y, además, ¿en qué conversación querías
inmiscuirte tú?
Edine vio como Isobel se ruborizaba hasta las cejas y entonces cayó
en la cuenta.
—¿Por qué querías escuchar lo que yo hablaba, Isobel?
Isobel volvió a mirarla y esta vez lo que vio en su mirada era una
mezcla de velado dolor y curiosidad.
—¿Vas a contarme tú primero quién es Logan McGregor y por qué te
alteró así su presencia? Y no me digas que no te alteró porque eres muy
buena disimulando tus sentimientos y tus reacciones, pero olvidas que te
conozco, y por unos segundos pude ver tu expresión cuando lo miraste y
créeme que jamás había visto en tu rostro las emociones que vi cuando te
fijaste en él. Así que, por favor, sé sincera. Ya no soy una niña y te quiero, y
me preocupo por ti, y tú… Tú siempre coges las preocupaciones de todos
los que te rodean y las colocas sobre tus hombros, y nos ayudas, nos
escuchas y nos consuelas, pero sin permitirte nunca hacer lo mismo. Lo
respeto, Edine, pero alguna vez tienes que confiar en alguien y me duele
que no lo hagas en mí.
Edine tragó saliva antes de contestar. Se había olvidado por un
momento de que Isobel era una mujer, porque ya no era aquella chiquilla de
trece años que la había mirado con los ojos muy abiertos cuando estaba
enferma en aquella cama y pensaba que no viviría un día más y le había
dado la mano. La había sostenido largas horas y le había contado historias
que la habían hecho sentir paz dentro de la bruma y el delirio que la fiebre
había tejido durante demasiados días.
—Isobel..., no… no creo que pueda hablar de eso ahora. No puedo —
dijo Edine con la voz algo quebrada.
Isobel salió de la cama rápidamente y se sentó en el borde de la cama
de su prima. Tomó la mano de Edine entre las suyas, igual que había hecho
aquella vez, y la miró, con la preocupación desbordándose por esos grandes
ojos azul cobalto.
—Solo puedo decirte que lo conozco, que hubo un tiempo en que lo
significó todo para mí y que ahora me odia, y eso me duele, aunque lo
comprenda en cierta forma, porque él tiene razones para sentir de esa
manera, aunque no sean acertadas. Esta noche le hubiese matado, pero a la
vez he recordado cómo era estar a su lado, cómo era sentir su mirada en la
piel, le he escuchado reír por algo que he dicho… y eso me ha puesto un
nudo en la garganta. Estaba preparada para su odio, pero no para eso, no
para su consideración, no para que le importase aún algo.
Edine vio los ojos de Isobel brillantes y húmedos antes de que se
lanzara a darle un gran abrazo. Cuando se retiró una sonrisa se dibujaba en
sus labios, aunque la preocupación seguía imperturbable en el fondo de su
mirada.
—¿Me contarás el resto cuando sientas que puedes hacerlo? —
preguntó Isobel cogiendo de nuevo su mano.
—No podría pensar en nadie mejor para hacerlo —contestó Edine con
cierta sorpresa al comprobar que, después de contarle a su prima retazos de
su pasado, se sentía un poco más ligera.
—Gracias —dijo Isobel con una gran sonrisa antes de intentar
levantarse.
Pero no pudo porque la mano que consolaba la de Edine, esa mano
quedó atrapada por la de su prima haciendo que volviera a sentarse.
—No vas a escaparte tan fácilmente, así que ahora mismo cuéntame
qué fue lo que él te dijo.
Isobel soltó aire, resignada.
—Me dijo que nunca perdía una guerra y que tenía que estar
dispuesta a pagar las consecuencias.
—¿Y tú que le dijiste?
Isobel sonrió abiertamente y el brillo que adquirieron sus ojos, de
amor propio y orgullo MacLeod, la hicieron peligrosa.
—Le dije que caería de rodillas.
La carcajada de Edine resonó de madrugada sobre las gastadas
piedras de aquel castillo.
CAPÍTULO IX

Logan tenía intención de hablar con Alec. El jefe del clan Campbell
había resultado ser toda una sorpresa. Solo había coincidido con él una vez
con anterioridad a que sus hermanas se casaran con los hermanos
McAlister. Alec era muy amigo de Evan, jefe de dicho clan y marido de su
hermana pequeña. A raíz de ese matrimonio, y de que Logan visitara más a
menudo al clan de su cuñado, pudo coincidir con él y conocerlo mejor, ya
que era asiduo en las reuniones de los McAlister. Al principio su seriedad,
su parquedad en palabras y su naturaleza desconfiada, le hicieron recelar de
su trasparencia, sin embargo, después de tratarlo más, se dio cuenta de que
su seriedad era fruto de una temprana madurez, la parquedad en palabras
solo prudencia y la desconfianza un rasgo de su naturaleza forjado por
causas ajenas. Su historia no la conocía, pero intuía que no había sido fácil.
Antes de llegar hasta el fondo el salón, donde Alec se encontraba, no
pudo sino mirar al otro extremo, donde había varias damas reunidas. Habían
pasado un par de días desde aquella desconcertante cena donde había estado
sentado al lado de Edine. En esos días, ni ella ni su prima hicieron acto de
presencia en el salón, ni habían bajado a ninguna de las comidas. Logan se
enteró de que el motivo de su ausencia parecía ser una pequeña
indisposición por parte de Edine. Le había preguntado a Grant, que se había
preocupado por la salud de su invitada y, por lo que parecía, solo era un
pequeño enfriamiento. Ni siquiera habían solicitado la presencia de la
curandera del clan en su habitación. Logan había encontrado a Grant
pensativo por dicha ausencia, y él, francamente, no había sabido qué pensar.
Nunca había considerado a Edine de las que evitaban las confrontaciones,
pero ya se había equivocado con ella antes en el pasado y se había quemado
hasta la saciedad.
Logan sabía que aquella reunión no iba a prolongarse durante mucho
tiempo. Quizás un par de semanas. No en vano, alguno de los invitados eran
jefes de sus clanes y requerían su presencia en sus hogares. Así que el
hecho de escabullirse unos días de sociabilizar con el resto, podía ser un
buen motivo para la espontánea indisposición de Edine. Otra posibilidad
podía ser la de evitar a alguien en concreto, como Daroch o quizás él
mismo, aunque eso lo decepcionaría. Siempre había pensado que era una
mujer que no se escondía de nada ni de nadie. El hecho de que Edine de
verdad estuviese enferma era la opción que menos barajaba, hasta que la
vio.
Estaba sentada al lado de Helen Cameron, una dama con unos
preciosos ojos color miel y pelo negro azabache, que, con su carácter
alegre, de mirada vivaz y lengua mordaz había captado el interés de más de
uno de los Highlanders allí presentes. Por su conversación animada, parecía
haber hecho buenas migas con Isobel MacLeod.
Sin embargo, no había sido Helen Cameron quien había ralentizado el
paso de Logan ni tampoco cambiado la expresión de su rostro por una más
seria. Fue ver el aspecto de Edine el que lo hizo parar prácticamente de
golpe. Ella siempre había rebosado vitalidad, una fuerza que se hacía
patente en cada uno de sus gestos, y, sin embargo, en ese preciso instante,
esa vitalidad parecía adormilada. Su rostro estaba demasiado pálido, sus
mejillas carentes de su rubor habitual y lo que más llamaba su atención eran
los pequeños surcos oscuros debajo de sus ojos, como si no hubiese podido
dormir y su agotamiento fuera extremo.
De manera inconsciente, apretó los dientes y maldijo entre ellos.
Siguió su paso, pero en vez de acercarse a Alec, como en principio era su
intención, interceptó a Grant, que en ese instante entraba en el salón junto a
McDonall. Este último no pudo fingir, y el hecho de que la presencia de
Alec Campbell le disgustaba en demasía quedó más que patente en su
mirada y en su gesto. La enemistad entre ambos clanes era más que
evidente, y eso se tradujo en la retirada de McDonall cuando vio a Alec
cerca de ellos, y dejó a Grant con la palabra en la boca y solo para cuando
Logan llegó a su lado.
—Esto es increíble, ese hombre es un maldito tozudo —dijo Grant
mirando la puerta de entrada por donde había desaparecido el jefe del clan
McDonall.
—Necesitamos que la curandera del clan se acerque a ver a Edine
MacLeod —dijo Logan, quedando el comentario de Grant suspendido en el
aire sin respuesta alguna.
Grant cerró la boca antes de seguir hablando y miró a Logan con una
ceja alzada.
—¿Me lo vas a contar o te lo tengo que sacar a golpes? He pensado
en realizar un entrenamiento conjunto hoy.
Logan esbozó una sonrisa antes de mirar a Grant.
—No hay nada que contar, pero creo que sería bueno que ninguno de
tus huéspedes muriese estando bajo tu techo. La he visto hace un momento
y su rostro refleja que aún sigue enferma. Imagino que no será nada
importante, pero creo que debería verla alguien que tuviera más idea que
nosotros sobre lo que le pasa.
Grant miró fijamente a Logan.
—Y ahora insultas mi inteligencia. Bueenooo, esto es más serio de lo
que pensaba. El hecho de que la conocieras y no dijeras nada ya me hizo
pensar, pero tu expresión en la cena la otra noche y la que has puesto ahora
al decirme que está enferma son muy esclarecedoras.
Logan estaba perdiendo su paciencia, esa que decían que era una de
sus mayores virtudes.
—Voy esclarecerte las ideas de un espadazo como no dejes de decir
sandeces. ¿Y qué es eso de un entrenamiento?
Grant rio por lo bajo antes de contestar.
—Ha habido varios enfrentamientos esta mañana entre miembros de
diversos clanes.
Logan asintió con la cabeza. Había visto uno cuando volvía temprano
de darse un baño en el lago.
—Daroch no está haciendo precisamente amigos —apuntilló Logan,
que había visto al jefe de este clan discutir con el hijo del jefe del clan
McBain.
—Es una joya, Lachan Daroch. Y McDonall no se queda atrás.
Hablando de este último, Campbell hace lo que puede con él, aunque lo
acompaño en el sentimiento. Tratar con McDonall requiere paciencia y
sufrir una profunda sordera, porque te juro que ese hombre es capaz de
insultar a alguien solo con decirle buenos días.
Logan rio a su pesar. Era verdad que ese hombre había llevado al
límite más de una vez toda su diplomacia.
—Y esta mañana parece que McBain tropezó con Daroch sin querer y
este saltó como si le hubiese escupido en la cara. Así que he pensado que
quizás un entrenamiento conjunto sea lo mejor. Creo que la inactividad y el
hecho de que estén todos juntos bajo el mismo techo están haciendo que se
pongan nerviosos. El entrenamiento, además de hacer que desfoguen un
poco toda esa mala leche reprimida, puede ser bueno. Mejor que luchen
entre ellos en un sitio controlado y resuelvan sus asuntos con las espadas a
que haya alguna desgracia en tierras MacLaren entre dos clanes ajenos.
Suficiente es con que tengamos que hacer esto aquí. Dios, me están
quitando años de encima.
Logan le miró divertido, mientras Grant se pasaba una mano por la
cara en señal de cansancio.
—Nunca me había dado cuenta de lo quejica que eres —dijo
pensativo mientras MacLaren lo miraba, jurándosela en silencio.
—La curandera, ¿puedes llamarla? —preguntó Logan nuevamente.
No le gustaba la palidez de Edine ni esos surcos oscuros bajo sus ojos. No
sería bueno que alguien cayera gravemente enfermo.
—Llamaré a Elisa, pero esta conversación no ha acabado.
—No sé por qué somos amigos. Eres peor que un grano en el culo,
Grant MacLaren —dijo Logan entre dientes.
—Yo también te aprecio amigo —escuchó Logan de los labios de
Grant cuando este ya se iba.

***

Elisa MacLaren terminó de mirar el brazo a Erwin, un niño de diez


años que era el quebradero de cabeza de su madre, Nes, y del resto del clan.
No había día que Erwin no hiciera una travesura de las suyas, y ese día
había tocado subirse al tejado de la pequeña cabaña que compartía con sus
padres y sus dos hermanos pequeños, y solo por el hecho de que le pareció
una buena idea hacerlo. La realidad era que no fue tan buena idea cuando se
escurrió de la superficie del tejado aterrizando sobre su brazo. Si hubiese
sido sobre su cabeza, el resultado hubiese sido mucho peor.
—No sé lo que voy a hacer con él. Te lo juro, Elisa, este niño solo me
da disgustos —exclamó Nes con enfado y con evidente frustración.
Elisa la miró y vio los rasgos cansados en su rostro y la mirada
brillante por unas lágrimas que anunciaban el desahogo por el miedo que
había pasado.
Elisa se acercó a ella, que no hacía nada más que andar de un lado a
otro de las cuatro paredes de su pequeña casa, sencilla y acogedora. La
cogió del brazo para que la mirara.
—Es solo un niño, y hace travesuras propias de su edad. Todos las
hemos hecho.
Nes la miró como si quisiera creer un segundo en sus palabras,
cuando cerró los ojos y apretó los dientes antes de hablar.
—La semana pasada estuvo a punto de matar al pobre Cameron
cuando tiró una piedra desde lo alto de la torre del castillo. No era una
piedrecita normal, Elisa, era un pedazo de pedrusco que, si hubiese
alcanzado a Cameron, hubiésemos tenido que enterrarlo a trocitos. Y la
explicación que dio fue que quería saber lo rápido que llegaría la piedra al
suelo. Cameron está todavía recuperándose del susto. La piedra le pasó a un
palmo.
Elisa sonrió para sí. Cierto era que no estaba bien lo que Erwin había
hecho, pero ella había empezado a pensar que detrás de todo lo que hacía el
muchacho no había maldad o travesura propia de la edad, sino un interés
por obtener respuestas. Una mente inquieta. Y eso le gustaba.
—Lo importante es que está bien y solo tiene un poco lastimado el
brazo, ni siquiera se lo ha roto. Vendré a verle mañana y, por favor,
tranquilízate un poco. Ya verás cómo todo se soluciona en cuanto vaya
madurando.
—Eso si llego, Elisa. A este paso me va a matar un día de un susto.
Elisa rio más abiertamente.
—Tengo que dejarte ya. Mi primo me buscaba hace un rato. Tengo
que ir a ver a una de las damas invitadas del clan.
La mueca que hizo Nes antes de hablar fue suficiente para saber que
lo que iba a decir sería algo delicado.
—La verdad es que está todo el mundo un poco alborotado con los
invitados. La gente no está muy contenta. Algunos de esos invitados no son
muy cordiales. Esta tarde voy al castillo a ayudar. Faltan manos para las
comidas y el mantenimiento de todas las habitaciones, pero no me apetece
ir. Sabes que no es por el trabajo, no me importa ayudar en lo que haga
falta. Haría lo que fuese por el clan y por Grant, pero no me gusta cómo
alguna de esas damas nos mira.
Elisa sabía que a muchos de los miembros del clan no les hacía gracia
tener a tantos extraños en tierras MacLaren, pero no sabía que el desagrado
llegaba a tal extremo.
—Grant os agradece a todos el esfuerzo. En el fondo es un honor que
hayan elegido a nuestro clan para esta reunión. Y no te preocupes por esas
miradas. Tú eres una MacLaren y una mujer maravillosa. Que piensen lo
que quieran. En unos días se habrán ido.
Elisa sabía que era mejor mantener los ánimos calmados en los
miembros del clan, y lo que le había dicho a Nes era la pura verdad.
Algunos guerreros y las gentes que estaban ayudando en el desempeño de
las funciones más básicas para atender a los invitados no se habían quejado
abiertamente, pero era más que patente que no estaban felices con ser los
anfitriones de dicha reunión. Grant ya tenía suficientes preocupaciones
como para también tener que lidiar con las tensiones que aquellas visitas
provocaban en el seno de su propio clan.
Recogió sus hierbas y las metió en la bolsa que solía llevar cuando
hacía sus curas y se marchó con paso enérgico. El brazo de Erwin le había
llevado más tiempo del que pensaba y los últimos metros hasta la entrada
del castillo tenía que hacerlos a la carrera.
Iba deprisa, distraída y no lo vio. Corriendo, mirando que nada se
cayera de su bolsa, chocó contra algo, tirándolo al suelo. Cuando pudo
recobrar el equilibrio que había estado a punto de perder con el golpe, se
encontró con que ese algo era un hombre que la miraba con cara de pocos
amigos y que se encontraba con el trasero bien profundo en el barro.
Los colores del feileadh mor del desconocido, azul, verde, rojo y
amarillo, hizo que centrara su mirada en unas piernas fuertes y musculosas
que se entreveían por debajo de su ropa, que con la caída se había subido
por encima de sus rodillas. Elisa sintió el rubor en sus mejillas antes de que
alguna palabra saliera de sus labios. Sus ojos siguieron el camino de un
pecho fuerte y un rostro muy masculino y atractivo. El gris verdoso de los
ojos del desconocido clavados en ella la hizo estremecerse por dentro. Un
cabello que se enroscaba en las puntas onduladas y de un color como la
tierra mojada bajo un día de lluvia, completaba la fisionomía de uno de los
hombres más atractivos que había visto jamás.
—Per... Perdón —dijo Elisa, ofreciendo su mano para ayudar a aquel
hombre a levantarse.
El desconocido la miró fijamente y por unos segundos juró que había
visto una sonrisa en esos labios que captaban ahora toda la atención de
Elisa. En cuanto se dio cuenta de que los estaba mirando fijamente, desvió
su atención a su propia mano tendida hacia ese hombre que parecía
divertido con su proceder. Sabía que no necesitaba que lo ayudasen. Solo
había que verle. Era un hombre joven, aunque mayor que su primo Grant, y
su cuerpo era todo fibra y músculo, sin un ápice de grasa. Sin embargo, el
hecho de haberlo tirado en su prisa por llegar pronto al castillo la hizo
actuar de aquella manera.
El desconocido aceptó su mano y Elisa contuvo la respiración. La
mano con durezas y de dedos largos alrededor de la suya hizo que su
estómago se contrajera. No sabía qué le estaba pasando, pero estaba segura
de que aquellas reacciones eran desproporcionadas.
Elisa miró al hombre a los ojos y la intensidad que vio en ellos,
dejando de lado cualquier signo de diversión que hubiese visto con
anterioridad, la hizo tragar saliva.
Se sintió desnuda en un instante, y a pesar del pudor que debiera
haber sentido, todo lo que pudo pensar era en cómo sería tener el cuerpo de
aquel hombre desnudo encima del suyo.
Retirando la mano en un gesto demasiado apresurado, sintió sus
mejillas arder. Esos pensamientos no los había tenido con anterioridad, no
con esa claridad y esa intensidad. El hecho de que los tuviera en aquel
preciso instante y ante ese hombre al que no conocía de nada, presionaron
su interior con un atisbo de pánico que amenazaba con convertirse en uno
de grandes proporciones. No había experimentado nunca esa sensación y el
calor que sintió en su cuerpo parecía controlar su capacidad de hablar de
forma coherente.
—¿Así dan la bienvenida a todos los invitados del clan MacLaren? —
preguntó el desconocido después de que Elisa pareciera ver cierta
desilusión en sus ojos cuando ella retiró su mano.
—Solo en los casos especiales. Es la bienvenida de honor —espetó
Elisa.
La risa del hombre sonora y varonil la hicieron desear arrancarle otra
nueva carcajada.
—Entonces no me quejo. Soy, después de todo, un privilegiado. Mi
nombre es Duncan McPherson —dijo mirándola como si intentase
descubrir algo, lo que hizo que Elisa se pusiese nerviosa.
—Elisa MacLaren —contestó a su vez—. Lamento haberle tirado en
mis prisas por entrar. Me están esperando y ya llego tarde. Iba distraída y ni
siquiera lo vi. Espero no haberle causado ningún perjuicio.
El hombre negó con la cabeza y la sonrisa que esgrimió hizo que
Elisa reprimiese un gemido. Pero ¿qué demonios le estaba pasando?
—El orgullo un poco magullado, pero nada más. Mis hombres se
estarán riendo durante varios días después de que hayan visto como he
acabado bañado en barro. Ninguno de ellos consigue derribarme en la lucha
y una dama lo hace sin proponérselo. Pero no me quejo. Ha sido un placer
inesperado —dijo Duncan antes de hacerse a un lado para que Elisa pudiese
seguir su camino—. Me ha dicho que la esperaban, así que no la entretengo
más, aunque me cueste verla marchar.
Duncan, jefe del clan McPherson, tuvo que recurrir a toda su
disciplina para dejarla pasar. Había tenido que retrasar su llegada un par de
días debido a un problema en el extremo norte de las tierras del clan. Una
pequeña parte del ganado había desaparecido. Su primera reacción cuando
recibió la misiva real fue que aquello era una broma, pero el rey Guillermo
no era muy conocido por su sentido del humor, así que, a pesar de no ser el
momento oportuno, dejó al mando a Henderson y partió hacia tierras
MacLaren. No conocía personalmente al jefe del clan, pero por lo que había
oído, se hablaba de un hombre con honor, inteligente y con una reputación
digna de tener en cuenta. Lo que no esperaba al llegar allí después de varios
días de viaje, con la lluvia lamiendo sus rostros gran parte del camino, fue
encontrarse en medio del barro por el empujón de una dama que, más que
darle un empujón, le había arrollado. Su primera reacción había sido
maldecir y retorcerle el cuello a quien hubiese osado tirarlo, pero cuando
levantó la vista y vio a aquella joven de pelo castaño, largo y ondulado y
aquellos ojos pardos con espesas y largas pestañas, primero se sintió
aturdido y después bloqueado por su mirada, que pedía disculpas a raudales,
y aquellas pecas diseminadas sobre el puente de una nariz pequeña y
respingona, que lo hicieron desear extender una mano y tocarlas. Cuando la
vio ofrecerle su mano para ayudarlo a levantarse, no pudo evitar reírse por
lo bajo. No había magullado suficiente el orgullo del guerrero al tirarlo, sino
que además tenía que insultarlo, insinuando que necesitaba su ayuda
simplemente para levantarse. Tenía veintinueve años, maldita sea, no era un
anciano en su lecho de muerte, y sin embargo se vio tentado a tomar esa
mano y tirar de ella para que cayera sobre su cuerpo y pudiese sentir lo vivo
que estaba.
Elisa..., ese era su nombre y lo saboreó en su boca sin llegar a
pronunciarlo. Parecía demasiado joven, pero su mirada directa, segura, le
hablaba de una madurez pronunciada.
De repente estar allí no le parecía una broma de mal gusto y una
pérdida de tiempo inútil. Una mirada y unas pecas tenían la culpa.
CAPÍTULO X

Edine se dio cuenta que Isobel la miraba con el entrecejo fruncido y


con cierta preocupación y esgrimió su mejor sonrisa. No quería que
estuviese pendiente de ella como lo había estado los dos días anteriores,
cuando el dolor de garganta, la cabeza y una fiebre tozuda la habían dejado
encadenada a la cama. Había intentado levantarse el día después de la cena,
pero apenas había sido capaz de sentarse. Isobel había querido hablar con
Grant MacLaren y hablar con la curandera del clan y con quien hiciese falta
dada su preocupación, pero Edine le había rogado que no lo hiciera. Así
fingió estar mejor de lo que se encontraba y prometió guardar el reposo que
su prima le demandaba.
Habían pasado dos días y se encontraba mejor, aunque todavía seguía
teniendo algo de fiebre y se sentía agotada. Disimuló ambos síntomas por
Isobel y la sacó casi a rastras de la habitación para que estuviera con el resto
de los invitados. Edine no quería que la atención se centrara en ella por
estar enferma. Desde que había estado sepultada en una cama a punto de
morir y aguantando una recuperación que le pareció eterna, no soportaba
encontrarse enferma y menos que se hiciera un mundo de ello. Así que
mintió a Isobel diciéndole que estaba mucho mejor y bajaron al salón con
otras damas invitadas. Su prima, a pesar de su desconfianza inicial, dejó de
prestarle tanta atención y entabló conversación con Helen Cameron. La
vivacidad Helen y su lengua mordaz hicieron buenas migas con el
desparpajo y la vena traviesa de Isobel, y Edine se sorprendió a sí misma en
más de una ocasión riendo, a pesar de su malestar general, por los
comentarios de ambas que parecían haberse hecho amigas en el escaso
tiempo que llevaban sentadas juntas.
No le habían pasado desapercibidas las miradas de varios de los
Highlanders hacia las dos jóvenes y, al igual que Isobel estaba totalmente
centrada en la conversación, ajena a tal hecho, la mirada de Helen se
desviaba a menudo, y estaba segura que de manera inconsciente, al jefe del
clan Campbell. En el tiempo que llevaba allí, Alec Campbell también había
lanzado miradas furtivas en aquella dirección. Sin embargo, en contra de lo
que debería haber sido una mirada de anhelo, lo que destilaban los ojos de
Campbell cuando miraba a Helen era disgusto y claro rechazo. Edine sintió
curiosidad por saber de dónde procedía esa reacción.
Quizá fuese el calor que hacía en el salón o los escalofríos que en
contraposición ella sentía interiormente, pero su estómago se rebeló y supo
que debía ir a su habitación si no quería quedar en ridículo delante de todos
los que se encontraban allí. Sabía que iba a vomitar todo lo que había
tomado. No tenía hambre y la poca comida que había conseguido tragar los
días anteriores había sido escasa, así que esa mañana, para que Isobel no se
preocupara y creyera que estaba casi recuperada, había comido más de lo
que debía. Ahora su cuerpo se lo echaba en cara. Se levantó despacio y se
excusó, diciéndole con la mirada a su prima que estaba todo bien al ver su
intención de seguirla.
—Ahora vengo. Solo voy un momento a la habitación. He olvidado
bajarme algo por si hacía frío.
Isobel la miró algo recelosa, interrumpiendo su conversación con
Helen.
—¿Seguro? —preguntó su prima.
Edine miró a Isobel y a Helen, que también estaba pendiente de ella
en ese instante.
—Segurísimo. No quiero interrumpir vuestras críticas, pero a ser
posible intentar dejar a alguien ileso.
Ambas rieron negando con la cabeza como si eso fuera una misión
imposible.
Edine se dio la vuelta con esfuerzo. Había consumido parte de su
energía en aparentar que todo estaba bien. Salió lentamente del salón, con
paso elegante y firme, hasta que llegó al pasillo y entonces apresuró el paso
todo lo que pudo para llegar a su habitación a tiempo de echar fuera todo el
desayuno.

***

—¿Veo que McDonall no te lo pone nada fácil? —dijo Logan cuando


se acercó donde se encontraba Alec.
—¿En qué lo has notado? —preguntó este, cogiendo el antebrazo de
Logan y dando una palmada en su espalda en forma de saludo—. Me alegro
de verte.
Logan asintió. El sentimiento era mutuo.
— McDonall está acabando con la paciencia de más de uno estos
días.
Alec hizo una pequeña mueca ante sus palabras.
—Sé cómo se sienten —dijo entre dientes.
Logan miró al otro lado del salón. Edine seguía sentada allí, al lado de
Helen Cameron y su prima. Su palidez se había agudizado y Logan maldijo
interiormente por la tardanza de la curandera. Grant le había dicho que ya la
había mandado llamar. Con reticencia, volvió a centrarse en su
conversación con Campbell.
—No te vi la última vez que estuve con McAlister. Me dijo algo de un
compromiso que quieres eludir y que tu tío quiere propiciar como sea.
Alec lo miró serio y con el entrecejo fruncido.
—Creía que la diplomacia era lo tuyo. Es increíble cómo has soltado
todo eso a bocajarro. Y no me puedo creer que Evan te lo contara, voy a
matarle cuando lo vea.
Evan era el cuñado de Logan y jefe del clan McAlister y por ende uno
de los mejores amigos de Alec.
Alec miró a Logan evaluándolo mejor.
—Maldito cabrón. Evan no te lo dijo, ¿verdad?
Logan rio.
—No, fue el padre de la muchacha en cuestión. Parece que le está
costando aceptar el hecho de que tu tío se tomara unas atribuciones en tu
nombre a las que no tenía derecho. Es una pena, hubiese sido divertido ver
cómo pateabas el trasero de tu mejor amigo por eso.
Alec rio fuerte por ello.
—También es tu cuñado.
—Por eso mismo —le dijo Logan con una sonrisa que decía a las
claras que valoraba y apreciaba a aquel Highlander.
Alec iba a preguntar a Logan por su hermana Megan cuando este
último se excusó de forma abrupta y abandonó el salón.

***

Logan la había visto levantarse y abandonar la estancia sintiendo que


algo andaba mal, y antes de perderla de vista, la siguió. Se dijo a sí mismo
que era solo curiosidad, que no le importaba y no era de su incumbencia la
salud de Edine MacLeod, sin embargo, un impulso irracional y sin sentido
le impelió a volverse atrás sin cerciorarse antes de que ella estaba bien.
Cuando enfiló el pasillo no la vio y eso le hizo acelerar el paso. Maldita sea,
era imposible que hubiese podido desaparecer.
Siguió hacia delante y, antes de llegar a las escaleras que daban
acceso a la planta superior, vio una puerta entreabierta al fondo. Esa puerta
daba a un pequeño patio que albergaba algunos útiles del castillo y que
conectaba con un cuarto en el que se almacenaban telas sin tratar y lana. Al
acercarse, el ruido que escuchó desde el interior, un quejido bajo y
profundo, lo alarmó. Abrió más la puerta para encontrar a Edine doblada
sobre sí misma con la cabeza metida en un cubo que había cerca de la
esquina.
Logan no lo pensó. Un caballero le habría dejado la intimidad que
necesitaba, pero le preocupaba la estabilidad de Edine y su salud, así que su
parte que nunca había sido racional con ella tomó el control. Se acercó lo
suficiente como para rodear sus cabellos en una mano y con la otra sujetarla
por la cintura y estrecharla contra su cuerpo, para que Edine pudiese
apoyarse en él. La sintió ponerse tensa y empujarle para que se apartara
hasta que comprendió que no iba a dejarla y la tensión desapareció de
pronto, producto sin duda del esfuerzo y del cansancio.
Edine sintió su presencia demasiado tarde. Había sabido que no
lograría llegar a su habitación desde que salió del salón y su estómago la
amenazó seriamente de camino a las escaleras. Así que, cuando vio aquella
puerta abierta, el pequeño patio y el cubo, no lo dudó. El aire frío la despejó
lo suficiente como para alejar el mareo que la había acompañado desde que
se había puesto en pie.
Después de vaciar su estómago, los espasmos siguieron, obligándola a
apoyar una mano contra la pared, miedosa a caer de rodillas al suelo cuando
las piernas temblorosas perdieran la batalla contra su voluntad. Y ese fue el
instante en el que lo sintió. Se dio cuenta de que sus cabellos eran retirados
de su rostro, y de que un brazo fuerte la estrechaba de manera férrea contra
el cuerpo del último hombre que quería que la viera en ese estado. Porque el
pánico de sentir al hombre contra ella solo duró dos segundos, el tiempo
suficiente para comprender que esa mano, la que tocaba en ese instante
intentando que la soltara, el brazo que la sujetaba de forma firme y el
cuerpo que se pegaba a ella y que la rodeaba como si quisiese protegerla,
eran los de Logan McGregor. Dejó de luchar. Estaba demasiado cansada y
su cuerpo demasiado exhausto para rehusar su ayuda. Por unos instantes
cerró los ojos y se apoyó en Logan. En su seguridad, en su fuerza, en su
vena protectora que siempre había amado.
Estuvieron así lo que a Edine le pareció una eternidad y, cuando
parecía que los espasmos le habían dado una tregua, Logan la ayudó a
enderezarse para luego mirarla con una expresión que parecía indiferente e
incluso fría. Edine quiso deshacerse de la cercanía de Logan. Lo intentó con
las pocas fuerzas que le quedaban, apoyando una mano contra su pecho y
ejerciendo la suficiente presión como para que McGregor supiese que
quería que la soltara. Pero él no la soltó. En vez de eso, Logan le pasó un
extremo de su feileadh mor por la frente perlada de sudor intentando
reconfortarla, provocando en ella un quejido que murió en su garganta antes
de salir. Se obligó a ello. No había esperado sentir de nuevo la ternura de
Logan, esa faceta que McGregor se esforzaba en ocultar al resto del mundo
y que a ella le había mostrado cuando lo eran todo el uno para el otro.
Logan parecía siempre tan controlado, tan racional, tan templado, incluso
frío, que cuando la trataba con extrema delicadeza, cuando dejaba entrever
su dulzura y ese sentimiento de protección que nacía de manera natural en
su interior, avivaba sus recuerdos y eso dolía con la misma intensidad con la
que lo anhelaba.
Edine bajó la mirada porque aquella situación no podía ser más
mortificante, y más cuando Logan puso su mano en la mejilla y la obligó a
mirarlo.
—Tranquila. Te llevaré a la habitación. Ya he mandado llamar a la
curandera del clan. Es prima de Grant y será discreta, pero, maldita sea,
Edine, ¿por qué no dijiste que te encontrabas tan mal? —preguntó
claramente enojado.
Edine concentró todas sus fuerzas en mirarlo. Solo por unos segundos
creyó leer una sincera preocupación en ellos, pero sabía que lo había
imaginado cuando la frialdad retornó a los ojos al centrarse en ella.
—No me estoy muriendo. No te hagas ilusiones —dijo Edine
mirándolo con cara de fastidio.
Logan sonrió muy a su pesar.
—Y no te rías, esto ya es suficientemente humillante —continuó
Edine antes de agarrarse más a Logan—. Y, por favor, no te muevas tanto o
vomitaré otra vez y lo haré encima tuya.
Logan la tomó en brazos a pesar de las protestas de Edine.
—Esa no es una idea que me emocione, así que intenta controlarte.
Logan intentó moverla lo menos posible. Le preocupaba su extrema
palidez y los pequeños temblores que sentía recorrer su cuerpo.
Edine apoyó la cabeza en el pecho de McGregor, bajo su barbilla, y
Logan recordó lo que era tenerla entre sus brazos.
—Creo que puedes bajarme. Puedo andar. Ya estoy mejor —dijo
Edine, que empezó a inquietarse cuando Logan ni siquiera contestó a sus
palabras—. Logan, bájame, esto es embarazoso e indecoroso si alguien nos
ve —continuó con un tono de voz más firme.
Nada. Logan se hacía el sordo y Edine supo que tenía que hacer algo
si quería llamar su atención. Sabía que aquello era una chiquillada, pero con
toda premeditación intentó retorcer la piel del brazo de Logan en un
pellizco. Los músculos bien definidos de sus brazos lo impidieron. Eso la
sacó de sus casillas, así que probó en su clavícula, cerca de su cuello.
—¡Ay, maldita sea! ¿Qué haces? —preguntó Logan, parando cuando
terminó de subir las escaleras y antes de enfilar el pasillo que conducía a las
habitaciones—. ¿Eso ha sido un pellizco? ¿De veras, Edine? —preguntó
divertido.
—No me estabas haciendo caso y lo vi oportuno. Bájame, puedo
andar. No soy ninguna desvalida.
Logan la miró alzando una ceja.
—Hace un momento no podías ni mantenerte en pie. Estás enferma y
tienes algo de fiebre y la tez más pálida que he visto en mi vida. Y créeme,
he visto cadáveres con mejor cara que tú en este instante.
—¡Ahh! Dios, eso ha sido ruin hasta para ti.
Logan retomó el paso con ella en brazos.
—Años de práctica. ¿Cuál es tu habitación?
—La del fondo.
Edine dejó de intentar que Logan entrara en razón. Al final la llevaría
hasta allí.
Cuando se acercaron, la puerta estaba abierta.
Logan la dejó en el suelo antes de entrar. Grant y Elisa, que estaban
dentro esperando encontrar a Edine, los miraron. MacLaren lo hizo con un
interrogante en el rostro que fue bastante evidente para Logan. El tenso
silencio se rompió cuando Elisa se acercó a Edine y la ayudó a llegar hasta
la cama.
—Creo que nosotros esperaremos fuera, Elisa.
Su prima asintió antes de volverse nuevamente a Edine.
—¿Logan? —preguntó Grant cuando vio que su amigo miraba
fijamente a Edine sin hacer el gesto de salir con él. Vio los ojos de Edine
sobre Logan antes de desviarlos a Elisa, y ya no había nada que lo
convenciese de lo contrario. Había algo entre ellos.
Volvió a mirar a McGregor, que apretó la mandíbula antes de desviar
sus ojos de aquella mujer y salir de la habitación.
CAPÍTULO XI

Elisa les dijo una hora después que había dejado a Edine
descansando. Que le había dado una infusión de hierbas para asentar su
estómago y que lo demás no era grave. Solo un enfriamiento debido a su
viaje bajo la lluvia. Les contó lo que Edine le había dicho. Que hizo el
tramo final de su trayecto hasta allí con la ropa mojada y sin una capa
adecuada, ya que la suya se la había dado a Isobel para que estuviese bien
abrigada.
Logan maldijo en silencio ante tal negligencia con su propia salud.
Elisa también les informó de que Edine apenas tenía fiebre, pero que
necesitaba más descanso. Había salido demasiado pronto de la cama y eso
había dificultado su pronta recuperación. Terminó prometiendo que pasaría
a verla más tarde.
Elisa dejó para sí el hecho de que aquella mujer la había sorprendido
gratamente. Aun habiendo conversado brevemente con ella fue suficiente
para entrever parte de la personalidad de Edine MacLeod, una mujer fuerte
y sumamente amable.
Cuando Elisa se retiró prometiendo volver aquella misma noche,
Grant se volvió hacia Logan, que parecía estar controlando su mal humor.
—No voy a pedirte que me cuentes nada porque me ha quedado más
que claro que lo que sea que te haya sucedido con Edine MacLeod es
importante y te afecta, pero no me mientas y me digas que no hay nada
entre vosotros. En todos estos años siempre has sido letal amigo. Racional,
frío, disciplinado y un verdadero cabrón dominando tus sentimientos, hay
incluso quien piensa que careces de ellos. Jamás te he visto ni siquiera
pestañear, aunque algo te estuviese matando por dentro —continuó
MacLaren mirando fijamente a su amigo—. Y para mi total asombro, en
dos días he visto como todo eso se iba a la mierda. ¿Y sabes qué? En todas
esas situaciones estabas con ella o estaban relacionadas con ella.
Logan se apoyó en el borde de la mesa que había junto a la ventana.
Habían ido a una de las habitaciones de la planta baja que Grant utilizaba
para los documentos y la llevanza de las cuentas. Era normal que se tuviese
una persona instruida para tal trabajo, pero en el caso de Grant, lo hacía él
mismo.
—No es algo de lo que me apetezca hablar, Grant. Pasó hace tiempo.
MacLaren, que tenía los brazos cruzados sobre su pecho, se deshizo
de esa postura para tocar con dos dedos el puente de su nariz antes de
hablar.
—A lo mejor el problema es ese. Que no hablas del tema y en su
lugar maldices en bajo y cometes descuidos.
Logan miró a Grant, que a su vez esperaba una explicación suya. Una
que jamás había dado con anterioridad. Sí, quizá desde que vio a Edine
había estado más distraído, pero jamás hasta el extremo de cometer
descuidos y menos cuando parte de su misión era ayudar a Grant y velar
porque dicha reunión se desarrollara con seguridad.
—Estábamos comprometidos en secreto cuando tuve que ir por
primera vez a la corte y cuando volví, me encontré que en mi ausencia
había aceptado desposarse con otra persona. Solo me dejó unas líneas
diciendo que era lo mejor para su clan. Ni una despedida, ni una
explicación. Al parecer teníamos diferentes opiniones sobre lo fuerte que
era nuestra promesa y lo que significábamos el uno para el otro.
Grant se quedó sin palabras en ese instante. Jamás había visto a
Logan con esa expresión de dolor en los ojos y ese duro tono de voz.
—Pero eso ya ha quedado atrás. Ten por seguro que no cometo
descuidos. Lo sabes —sentenció Logan, dando por terminada la
explicación, haciendo saber a Grant que no pensaba abrir más esa caja de
Pandora.
MacLaren se fijó en la expresión de su amigo. Él no estaba tan seguro
de que hubiese dejado esa historia en el pasado, ni Logan ni Edine
MacLeod. No después de las miradas que ambos se habían profesado.
Había furia, preocupación, rabia, deseo… Todo eso no podía calificarse de
nada.
—Lo siento. Si hay algo que yo pueda hacer, solo tienes que decirlo.
Mientras tanto —continuó Grant cambiando de tema— creo que estaría
bien ese entrenamiento que te comenté. La lucha siempre ha sido una buena
forma de despejar problemas y así podré machacar a McDonall. Ese
hombre es peor que un dolor de muelas.
Logan sonrió antes de asentir y seguir a Grant al exterior. Quizá lo
que necesitase fuese exactamente eso.

***

Casi todos los guerreros, en total unos diez, incluidos Grant y Logan,
estuvieron más que ansiosos por participar en ese entrenamiento.
Logan temió que aquella idea de Grant, que en principio le había
parecido una forma de aliviar las tensiones entre los distintos clanes de
forma segura, acabara siendo un baño de sangre, sobre todo cuando
McDonall intentó arrancarle la cabeza a Campbell con la espada en un
movimiento agresivo, inesperado y desproporcionado, que Alec logró
esquivar bloqueando el ataque con su espada y contraatacando lo suficiente
como para partirle la ceja a McDonall que, con un gruñido salido del
infierno, volvió a la carga.
Al final de la tarde, McDonall tenía además de la ceja herida, dos
dedos hinchados y la nariz sangrando. La nariz y los dedos fueron un regalo
de Grant que, en su enfrentamiento con él, dejó claro que no iba a permitir
más trasgresiones dentro de sus tierras. Campbell acabó con varios cortes
leves, y un ojo morado. Daroch, que tuvo la fortuna de probar la espada con
Logan, acabó con el costado lleno de moratones y el labio partido y
McPherson, que había llegado esa misma mañana y al que Logan se alegró
de volver a ver, terminó con un buen corte en el brazo cuando intentó
mediar entre McDonall y Campbell por un movimiento sucio del primero.
Ese fue el detonante que hizo que Grant desafiara a McDonall y lo
rematara, dejándole para el arrastre.
Tras terminar, si bien era cierto que los recelos y los enfrentamientos
seguían siendo los mismos, las ganas de pelea habían mermado y el trabajo
para Elisa aumentado.
Logan dio un largo paseo y se dio un baño en las gélidas aguas del río
que cruzaba las tierras MacLaren y que estaba más alejado que el lago al
que había acudido desde que estaba allí. Necesitaba despejarse y enfriar
partes de su cuerpo que habían estado más que activas desde que vio a
Edine el primer día. Su anatomía parecía ser ajena a todo lo que había
sucedido entre ellos y seguía reaccionando a su mirada, a su cuerpo y a sus
ojos y a ese hermoso cabello rojo que lo encendía como el fuego.
Hacía demasiado tiempo que había tocado su piel, la había besado y
adorado con cada centímetro de su cuerpo y, sin embargo, en su memoria,
era ayer cuando saboreaba el dulce aroma a flores de su cuello y el sabor
dulce de sus labios. Hacía solo un instante, cuando se había olvidado de
todo enterrándose en su carne, amándola con todo su ser y dándole hasta la
última gota de su alma.
Tan seguros de su amor y de sus promesas habían estado que se
habían entregado el uno al otro solo a falta de proclamar públicamente el
compromiso. Ambos sabían que el enlace no iba a ser fácil. Ambos clanes
no eran aliados, pero tampoco enemigos acérrimos. Tenían distintos
intereses y distintas lealtades hacia otros clanes. Eso era lo que los separaba
y creaba una cierta enemistad entre ellos, pero Logan había confiado en
convencer al padre de Edine, y más con el apoyo de su propio padre. Y así
habría sido si él no hubiese tenido que ir a la corte y a su regreso se hubiese
encontrado con las manos vacías. ¡Qué idiota había sido!
Logan intentó alejar esos recuerdos. Estaban vívidos y no le servían
de nada. Solo para alimentar un sentimiento que era de todo menos
efectivo. La furia nublaba su capacidad para permanecer impasible, su
poder de observación, su templanza y su frialdad. Cualidades necesarias
para poder actuar acertadamente, tanto en la vida cotidiana como en cada
una de las misiones que el Rey le había encomendado últimamente.
Vio el castillo a lo lejos y, más relajado, observó la escasa luz que se
escapaba por el horizonte y marcaba la hora de la cena. Cuando entró, se
acercó a ver a Grant e interesarse por si Elisa había vuelto a ver a Edine
para saber cómo se encontraba. Sintió que podía estrangularla cuando Grant
le dijo que Elisa la había visto mucho más recuperada y que le había
aconsejado seguir en cama hasta el día siguiente, cosa que Edine no
pensaba hacer, según sus propias palabras, puesto que decía haber
desatendido su deber como acompañante de Isobel.
—Como si la chiquilla fuese tímida o le hiciese falta ayuda para
defenderse —dijo Grant, molesto, refiriéndose a Isobel.
A Logan no le pasó desapercibida la mueca que hizo MacLaren al
hablar de ella. No le había dicho nada a su amigo, pero sabía que la prima
de Edine no le era indiferente y que parte del enojo de Grant era debido a
que le gustaba demasiado la joven MacLeod.
—Tu preocúpate por no caer de rodillas ante ella. Soy tu amigo y
confío en tu palabra, pero yo no lo tendría tan claro —dijo Logan
refiriéndose a la frase que Isobel le dirigió a Grant cuando discutieron y que
MacLaren le había relatado con posterioridad, divertido por la osadía de la
joven.
Grant cambió de color cuando con esas palabras Logan insinuó que al
final su amigo caería preso de un sentimiento distinto a los que tan
profusamente expresaba en cuanto a Isobel. Uno que haría que se arrastrase
por conseguir su afecto.
—Está claro que el baño que te has dado no te ha sentado nada bien.
Te ha afectado la inteligencia y te ha dejado idiota.
La sonrisa de Logan y su mirada, esa que decía «yo sé algo que tú no
y también puedo ver cómo va a terminar esto», y que Grant le había visto
utilizar demasiadas veces como para dudar de su fiabilidad y acierto, le hizo
tragar saliva.
—Déjate de sandeces, Logan. No sabes una mierda.
—Si tú lo dices… —respondió McGregor mientras salía de la
habitación con la idea de cerciorarse de que cierta dama no saliera de la
cama hasta que Elisa lo dijera.
—No tiene gracia, Logan. Retíralo. Vamos, Logan... sabes que no
tienes razón. ¿Logan?
Grant maldijo cuando Logan desapareció sin contestarle y con una
sonrisa aún más amplia en los labios.
***

Edine no esperó obtener resistencia tan pronto. Acababa de salir de la


habitación cuando su prima se acercó por el pasillo en dirección a ella.
—¿Qué estás haciendo levantada y fuera de la cama? ¿Es que no oíste
lo que dijo Elisa? Debes descansar hasta mañana.
Edine la escuchó pacientemente mientras Isobel fruncía el entrecejo y
movía las manos al compás de su diatriba.
—Estoy bien. Lo juro —contestó Edine con una sonrisa.
Isobel hizo una mueca de frustración.
—No tiene gracia. Podías empeorar nuevamente y entonces ¿qué?
—Pues que podrías estrenar tu vestido verde para mi funeral —dijo
Edine sabiendo que se había pasado cuando su prima se llevó una mano al
pecho y sus labios formaron una o perfecta.
—De acuerdo, lo siento, pero es que no es para tanto. No tengo fiebre,
no siento nauseas. No estoy mareada y, por Dios, que como pase más
tiempo en esa cama me voy a volver loca. Y, además, tú estás sola.
Isobel soltó un gruñido antes de hablar. Estaba muy graciosa con la
cara de profunda indignación. Sus mejillas se habían coloreado hasta tal
punto que parecían más rojas que el pelo de Edine.
—No te atrevas a utilizarme de excusa. Y si te aburres, te aguantas. Y
no estoy sola. Este castillo está lleno de gente. Algún indeseable, pero llena,
y Helen Cameron está siendo muy considerada y amable. Me ha presentado
a las damas que me faltaban por conocer y hay algunas que parecen
adorables.
—Adorables son los gatitos, Isobel.
Edine vio la cara de sorpresa de su prima.
—Lo estás haciendo adrede, ¿verdad? Porque esta conversación no
tiene ni pies ni cabeza. Y no intentes liarme.
Edine ya veía que podría convencer a su prima cuando vio a Logan
acercarse hasta ellas, y su expresión era de todo menos bondadosa.
—¡Maldita sea! ¿Qué haces fuera de la cama?
Logan la miraba con furia contenida y Edine apretó los dientes para
no soltar aquello que se le vino a la cabeza en primer lugar, y que tenía que
ver con mandarlo a un sitio que se supone que una dama no debe nunca
nombrar.
—Eh, no hable así a mi prima —dijo Isobel dándose la vuelta,
enfrentándose a un Logan que evidentemente no estaba contento con la
actitud de Edine.
Logan la ignoró sin proponérselo. Tanto Edine como él mismo solo
parecían verse el uno al otro, dejando de lado todo lo demás.
—Estoy mucho mejor, lo suficiente como para bajar a cenar. Además,
esto no es de tu incumbencia, Logan.
Isobel se volvió hacia su prima levantando una ceja.
—Eh, Edine, que McGregor te ayudó antes, cuando estabas mareada,
y solo se preocupa por tu bienestar, ¿verdad? —preguntó esto último
mirando nuevamente a Logan.
Seguían ignorando a Isobel, que resopló de forma poco femenina ante
tal afrenta, cuando Logan respondió a Edine sin ni siquiera mirarla a ella.
—Quizá no sea de mi incumbencia, pero no voy a permitir que
vuelvas a poner en peligro tu salud. No sería bueno para esta reunión que
Grant tuviese que explicar por qué enfermaste gravemente bajo su
responsabilidad. Así que o te metes en la cama ya o te meto yo. Tú decides.
Isobel miró de nuevo con el cejo fruncido a Logan antes de hablar.
Esto era el colmo.
—Eh, que no le hable así a mi prima ¿o es que está sordo? —exclamó
más fuerte.
Edine miró a Logan perdiendo la paciencia antes de hablarle.
—Conmigo no funcionan las amenazas, ni siquiera las que dicen
esgrimirse por mi propio bien. Así que deja de ser un bruto cabezota y
déjame pasar.
Isobel estaba a punto de tirarse de los pelos, cuando se volvió de
nuevo hacia su prima al escuchar sus últimas palabras.
—Vamos a ver Edine, que será un bruto y un… un cabezota, pero
tiene razón. Debes irte a la cama. ¡Y dejad de ignorarme los dos, que estoy
aquí! —exclamó Isobel claramente enfadada y con un grito lo
suficientemente alto como para que la escucharan desde Inglaterra.
Ambos la miraron a la vez para después volver a mirarse entre ellos
retándose mutuamente para ver quién se salía con la suya.
Isobel estaba mordiéndose la lengua para no estallar nuevamente
cuando supo que así no conseguirían nada con Edine. Solo había una forma.
¿Por qué no se le había ocurrido antes?
—Hazlo por mí, por favor —le pidió Isobel mirándola preocupada y
con el labio temblando.
Cuando vio un pequeño titubeo en su mirada, supo que lo había
conseguido. El labio y la mirada de pena nunca fallaban.
—Está bien. Lo haré por ti —dijo Edine dirigiéndose a Isobel
mientras miraba a Logan, antes de darse la vuelta y volver a la habitación.
Isobel la siguió, no sin antes mirar a McGregor. Lo que observó en su
mirada solo un instante antes de que esta adquiriera la frialdad de un bloque
de hielo, la dejó sin palabras. Había, bajo toda esa furia, una agónica
preocupación. Logan todavía sentía algo por Edine.
CAPÍTULO XII

Si Edine pensaba que las cosas después de aquello iban a ser más
sencillas, se equivocó totalmente, sobre todo cuando al día siguiente, al
bajar con Isobel, vio a una nueva invitada. Hacía cuatro años que no la veía,
cuatro años en los que había tenido tiempo de pensar en el porqué de su
traición, en por qué su propia sangre la odiaba hasta tal extremo de partirle
la vida en dos.
Su hermana Lesi McEwen hablaba con familiaridad con Esther
Davidson. Estaba claro que se conocían de antes, y aquello no hacía sino
incrementar su agonía. Esther Davidson era una mujer muy bella y casi
todos los Highlanders allí reunidos habían mostrado algún tipo de interés.
Sin embargo, Edine desconfiaba de ella. La había visto lanzar algún que
otro comentario velado e hiriente a otras de las invitadas más tímidas o
menos agraciadas y se había ganado su antipatía. Si Edine había algo que
no soportaba era a las personas que pensaban que podían dañar a otras por
el simple placer de poder hacerlo, las que se sentían superiores y querían
demostrarlo a base de avasallar y dañar a otros. La injusticia hacía sacar lo
peor de Edine y Esther Davidson estaba haciendo méritos para que ella
estallara. Eso, unido al constante interés de Esther en Logan, hacía que
quisiera estrangular a la dama en cuestión. Aunque eso lo tenía superado, se
dijo interiormente. Lo que no tenía superado era ver a Lesi después de todo
lo que había pasado.
Su expresión tuvo que cambiar porque Isobel la tomó por el brazo
parándola de golpe.
—Quizás no haya sido buena idea que bajaras, te has puesto blanca de
nuevo. ¿Estás mareada? ¿Voy a buscar a Elisa? —le preguntó su prima con
cara de preocupación.
Edine la miró con tranquilidad y esbozó una pequeña sonrisa.
—No es por lo que crees. Acabo de ver a una nueva invitada y es
Lesi.
Isobel la miraba con cara de no entender nada.
—¿Lesi? ¿Qué Lesi? —Entonces los ojos de su prima se abrieron
como platos—. ¿Tu hermana Lesi? ¿La que no me has contado qué te hizo
exactamente, pero que te traicionó de la peor de las maneras y a la que
odiamos por ello? ¿A la que pienso estrangular en cuanto le ponga las
manos encima? ¿Esa Lesi?
Edine no pudo menos que volver a sonreír cuando Isobel hizo su
fervoroso discurso.
—Esa misma, pero tendrás que ponerte a la cola. Primero la
estrangulo yo. Y encima está hablando con Esther Davidson. Creo que se
conocen.
Isobel hizo un bufido poco femenino.
—No me extraña, las alimañas se reconocen entre ellas.
Edine hizo una mueca e Isobel soltó una risilla.
—Vale, ahora vamos a cruzarnos con ellas. En algún momento hay
que hacerlo y no vamos a postergarlo. Lo que quiero es que pongas tu mejor
sonrisa y seas toda amabilidad.
Isobel negó con la cabeza antes de hablar.
—Todavía tienes fiebre si crees que soy capaz de hacer eso.
Isobel la miró alzando las cejas cuando Edine la miró reprendiendo
esa actitud.
—¡Qué! Esas dos juntas son peor que las siete plagas de Egipto —
Isobel supo que tenía que explicarse cuando vio la expresión de Edine—. El
padre Ezequiel es muy estricto en cuanto al conocimiento de las sagradas
escrituras.
—Te lo voy a decir de otra manera. Si vas ahí y ven tu malestar,
Esther disfrutará y mi hermana sabrá que todavía tiene poder sobre mí para
hacerme daño, así que, si yo puedo, tú puedes.
Isobel la miró con admiración y reconoció a su pesar que tenía que
hacerlo. Negarle a su prima lo que le pedía, no beneficiaría a Edine y sería
egoísta.
—Sabes que te quiero mucho ¿verdad? Estoy orgullosa de que seas
mi hermana mayor, porque esa bruja perdió su derecho y ahora lo tengo yo.
Así que haré lo que me pides, no puedo negarme. Si hace falta me morderé
la lengua y pondré mi mejor sonrisa.
Edine la miró con todo el cariño que le profesaba. Ella pensaba lo
mismo y sentía igual, que Isobel era su hermana, esa hermana que creyó
tener una vez, pero que resultó ser una mentira.
Edine e Isobel se dirigieron hacia la entrada. Antes de llegar a su
altura, la voz de su hermana, apenas audible en un susurro de sorpresa,
estrangulado y casi irreconocible, hizo que ambas miraran en su dirección.
—¿Edine? —preguntó Lesi sorprendida y conmocionada de verla allí.
—¿Os conocéis? —preguntó también sorprendida Esther.
Edine se acercó con Isobel a su lado, y cuando llegó junto a su
hermana inclinó la cabeza en señal de saludo. Sintió a Lesi tensarse cuando
estuvo a escasos metros de ella, como si el mero hecho de que estuviera
cerca le diese asco. Sí, era posible que sintiese eso por ella, porque su odio
quedó claro en el pergamino que le mandó hacía más de tres años. No le
bastó traicionarla, sino que después tuvo que contarle la magnitud de su
traición y de lo mucho que lo había disfrutado, como si su venganza no
fuese completa hasta que ella lo supiera y fuera consciente de su éxito. Y
así había sido. Edine no hubiese sabido nunca cómo era en realidad su
hermana, todo lo que había hecho para dañarla si no hubiese sido por
aquellas líneas escritas.
—Hace mucho tiempo, Lesi —dijo Edine con frialdad.
Esa frialdad, esa falta de reacción le dolía a pesar de todo lo que había
pasado porque una pequeña parte de ella quería reconocer en aquella mujer
que tenía delante a su hermana, a la niña que había crecido con ella y a la
que había querido y protegido. Lesi era dos años menor que ella y, aunque
la diferencia era poca, Edine siempre la defendió del mal humor de su
padre, de su violencia y de la indiferencia de la madre de ambas. Intentando
siempre protegerla de todo aquello, que dolía y mucho, y que siempre
disimuló y disfrazó por Lesi.
Sin embargo, no podía perdonarla. Lo había intentado, pero después
de lo que hizo, después de provocar casi su muerte y la de lo más preciado
para ella, después de conseguir que Logan desapareciera de su vida, de
ponerla a merced de la furia y la violencia de su padre, del destierro, del
dolor…No, no podía olvidarlo. Ella mató muchas cosas en la vida de Edine.
Entre ellas, el amor por su familia y su hermana.
—Somos hermanas —dijo Edine mirando a Esther.
Vio la confusión de esta a la vez que miraba a Lesi y a ella
alternativamente, como si todavía no lo creyera. Sabía que las diferencias
entre ambas eran grandes. No se parecían en nada. Edine era pelirroja, con
los ojos verdes, alta y esbelta. Lesi tenía el pelo castaño claro y sus ojos
eran de color marrón. Mucho más baja que Edine y con más curvas.
—No sabía que ibas a venir —dijo por fin Lesi, que hasta ese
momento parecía incapaz de articular una palabra, recelosa por la reacción
de Edine al verla. Vio el miedo en sus ojos al observarla como si estuviese
esperando el estallido por parte de su hermana, la condena por todo lo que
le había hecho.
—Ni yo tampoco que ibas a venir tú —contestó Edine.
Y entonces Isobel no pudo morderse la lengua.
—A veces vivir en la ignorancia es una bendición.
La cara de Lesi y Esther era todo un poema.
Edine miró a Isobel, y esta, cuando vio la reprimenda en su mirada,
esbozó rápidamente la sonrisa más forzada que jamás se hubiese visto.
Edine se quedó mirándola fijamente, con claro gesto de «¿en serio?»
antes de continuar con la pequeña farsa.
—Lesi, te presento a nuestra prima Isobel, hija de nuestra tía Nerys.
Isobel enarcó una ceja en dirección a Edine cuando escuchó su
presentación diciendo claramente «¿en serio tú también?».
—Encantada de conocerte —dijo Lesi, a lo que Isobel respondió con
un gesto con la cabeza y el gruñido de un perro rabioso con afonía.
Ni muerta le decía a esa que también se alegraba de conocerla, se dijo
Isobel, que no dejó la sonrisa en ningún momento. Estaba haciendo un gran
esfuerzo. Edine no podía exigirle nada más, ¿verdad? Suficiente que no le
había arrancado la cabeza a esa sanguijuela de Lesi McEwen.
Edine vio la mirada especulativa de Esther evaluando y sacando la
acertada conclusión de que entre las hermanas no había una buena relación.
El silencio se hizo tenso hasta que pareció quebrarse y volverse incómodo.
—Nos veremos más tarde, sin duda. Isobel y yo vamos a dar un
paseo. Si nos disculpan —dijo Edine despidiéndose de ellas y
encaminándose con Isobel hacia la puerta principal del castillo.
—¿Vamos a dar un paseo? Creía que íbamos a sentarnos un rato.
Todavía no estás bien.
Edine aceleró el paso.
—Créeme, estoy bien y necesito salir, necesito sentir el aire fresco.
Aquí no puedo respirar.
—Está bien, está bien, vamos fuera —se apresuró a contestar Isobel
cuando vio la cara de su prima—, pero espérame un momento. Subiré por
algo para abrigarnos. Hace un poco de frío.
—Te esperaré en los establos —contestó Edine, que no quería seguir
allí dentro ni un momento más—. Hace dos días que no veo a Radge.
Isobel la miró viendo en los ojos de Edine cierta preocupación.
—Radge está bien. Sabes que Thorne no dejaría que le pasase nada.
Thorne, uno de los hombres de confianza de su cuñado Thane, se
había quedado con ellas, y aunque había respetado la intimidad de ambas
para que pudieran integrarse bien entre todos los asistentes a la reunión,
siempre estaba pendiente. Sino encontrándose en la misma sala,
merodeando por los alrededores, hasta que Edine habló con él. No había
ningún peligro allí y el hecho de que estuviese tan cerca de ellas mandaba el
mensaje de que no confiaban en Grant McPherson para la salvaguarda de
sus invitados.
—Efectivamente, no confío. No lo conozco de nada —le había dicho
Thorne a Edine con cara de no admitir réplica alguna.
—Thorne, no queremos iniciar una guerra, más bien, salir ilesos de
estos días y volver a casa así que, por favor, yo prometo no ir a ningún lado
sin decírtelo y tú prometes alejarte un poco para que podamos respirar,
¿vale?
Thorne había asentido porque sabía que Edine no le ofrecería nada
mejor, y aquella mujer era de armas tomar, así que, aunque estaba cerca,
cuando ellas no salían del castillo iba a ayudar a los hombres del pueblo con
la reconstrucción de algunas casas que habían sufrido daños por las lluvias
semanas atrás. Se había ofrecido cuando vio en uno de sus paseos los
estragos hechos por las tormentas recientes y, aunque reticentes, los
hombres aceptaron su ayuda cuando vieron un par de brazos fuertes. Era
más que evidente que las gentes del clan MacLaren, a pesar de su buena
disposición, no estaban felices de tener a todos aquellos foráneos allí. No
todos eran iguales, pero algunos de los Highlanders, incluso de las damas
no habían tratado con la consideración adecuada a los MacLaren. Grant
había dejado claro que no iba a permitir ninguna trasgresión, ninguna falta
de respeto hacia su gente, hacia su clan, pero había formas veladas para
quebrantar la buena educación sin llegar a ser insultante y unos cuantos de
los que estaban allí eran verdaderos artistas en ello.
Edine dejó de pensar en Thorne y en lo que le había dicho Isobel en
cuanto entró en el establo después de cruzar el patio. El día estaba nublado
y unas nubes hacían presagiar lluvia, sin embargo, el ambiente no era tan
frío como había imaginado, y el sentir el aire limpio después de dos días de
encierro había inundado sus sentidos con apabullante necesidad.
Miró al fondo, donde estaba Radge. Parecía algo nervioso. Cuando
estuvo lo suficientemente cerca, este se movió rápido, inclinando el cuello y
buscando el contacto de su mano.
—Hola, corazón, ¿Cómo estás? Nervioso, ¿eh? No te preocupes,
mañana tú y yo saldremos a dar un paseo.
Radge parecía entender a Edine, que al decir las últimas palabras
recibió en compensación un cariñoso achuchón extra del mismo.
—Yo también te quiero, grandullón.
—Es un caballo precioso.
Edine se volvió rápido cuando la voz suave y aniñada resonó a sus
espaldas. Había creído estar sola, pero cuando se volvió, un par de ojos
enormes la miraban tímidamente.
—Sí que lo es, pero yo no soy objetiva. No puedo, me tiene ganado el
corazón.
El dueño de esos ojos, un niño que no alcanzaría los diez años, esbozó
una verdadera sonrisa.
—No me extraña, señora. Es uno de los caballos más bonitos que he
visto nunca.
Radge lanzó un relincho.
—Radge te da las gracias.
El pequeño soltó una carcajada.
—Pero no nos han presentado. ¿A quién tengo el honor de conocer?
—preguntó Edine.
El niño se ruborizó de pronto, evidenciando su timidez. Edine decidió
presentarse ella primero para hacer que el pequeño dejara de sentirse tan
cohibido.
—Edine MacLeod —continuó, esperando que el niño se animara a
decirle su nombre.
Las mejillas del pequeño se colorearon aún más, mientras sus pies
parecían no poder permanecer quietos.
—Ed Daroch.
Edine sonrió.
—Encantada, Ed Daroch. Imagino que te gustan los caballos por lo
que acabas de decirme y que sabes mucho de ellos —continuó Edine.
—No, señora. No sé mucho, pero sí que me gustan y soy el que me
encargo de limpiarlos y estar pendiente de ellos. El laird Daroch me ha
traído para eso.
Edine pensó en el jefe del clan Daroch. Ese hombre no le gustaba. Su
furia incontrolable y su falta de respeto eran sus cualidades más
destacables, por lo menos las que ella había podido observar desde su
llegada.
—Bueno Ed, ese es un trabajo de responsabilidad. Está claro que
confían mucho en ti.
Edine vio cómo el chico volvía a ponerse rojo y se le hinchaba el
pecho de orgullo por las palabras que había escuchado de labios de ella.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó convencida de que era muy
joven.
—Siete, señora.
Ahí estaba, tenía razón, pero para sus siete años el chico era muy
espabilado y un cielo.
—¿Le echarás un vistazo a Radge de mi parte cuando no pueda estar
con él?
—Por supuesto, señora. Será un honor.
—Muchas gracias, Ed. Es muy amable por tu parte.
El chico asintió antes de volverse y marcharse a toda prisa. Edine no
pudo evitar sonreír. Le caía muy bien Ed.
Cuando se giró para salir, otro caballo le dio un suave golpe en el
hombro con la quijada.
Edine se volvió y una triste sonrisa acudió a sus labios.
—Hola, Bribón —saludó mientras le tocaba entre las orejas y le
acariciaba lentamente—. Pensé que ya no te acordarías de mí, hace mucho
tiempo —continuó Edine mientras le miraba a los ojos. El pelaje negro con
una mancha blanca entre ellos le hacía inconfundible—. Te he echado de
menos.
—Él también. Siempre tuvo debilidad por ti.
Edine dio un salto cuando la voz de Logan resonó fuerte detrás de
ella.
CAPÍTULO XIII

Deberían dejar de hacerle eso si no querían que muriese de un susto.


La mirada de Logan se clavó en ella con tal intensidad que la hizo
sentir vulnerable, algo que solo le provocaba él y que hacía que sus mejillas
se ruborizaran de una forma poco discreta.
—Deberías estar descansando. No debes hacer excesos —continuó
Logan con el entrecejo fruncido.
Edine volvió la vista a Bribón, que seguía requiriendo su atención.
—Estoy bien, te lo aseguro. Y tenía que salir de esa casa. Me iba a
volver loca —Edine tragó saliva antes de decir las siguientes palabras—.
No pude agradecerte lo que hiciste por mí. Así que gracias.
Logan esbozó una sonrisa, que esta vez sí llegó a sus ojos.
—Te ha costado decirlo, ¿verdad? —le dijo, más afirmando que
preguntando.
Edine le miró y sonrió también.
—No sabes cuánto. Ha dolido.
La carcajada de Logan resonó en sus oídos. Ese sonido… Se le quedó
mirando fijamente antes de intentar tragar el nudo que se había formado en
su garganta. Aquella escena se parecía tanto a las que habían compartido
mucho tiempo atrás, que por unos instantes pensó que todo lo que había
pasado entre ellos había sido un mal sueño.
Edine tosió un poco antes de romper el incómodo silencio que se
había instalado entre los dos después de su risa. Logan la seguía mirando
con esa intensidad tan propia de él, como si estuviese intentado leer en ella.
Y era tan condenadamente bueno haciendo eso que pocos podían
resistírsele antes de soltar la lengua sin entender después siquiera cómo
había ocurrido.
—Elisa me ha estado contando que ayer tuvo mucho trabajo con el
entrenamiento que hicisteis. Parece ser que más que rebajar tensiones las
llevó a límites insospechados —dijo Edine cambiando de tema. Quería
hablar de lo que fuera, pero que no tuviese que ver con ella. Necesitaba
alejar el interés de su persona.
Logan se relajó apoyándose en una de las vigas de madera que
sostenían la estructura del establo.
Los ojos le brillaron con cierta diversión. Sabía que no le había
engañado, pero Logan le siguió la corriente y le concedió unos momentos
de tregua.
—Si, algunos salieron bastante perjudicados. Tengo que admitir que,
en cierto sentido, fue satisfactorio.
Edine sonrió con picardía.
—Imagino que esa gratificación se traduce en ciertos daños
personales a determinados Highlanders cuyas personalidades no parecen
ser muy apreciadas por aquí.
A Logan siempre le había gustado la perspicacia de Edine y su
inteligencia. El hecho de que pareciera conocerle mejor que nadie era algo
que todavía le sorprendía.
—Digamos que McDonall y Daroch fueron los más perjudicados.
Daroch ha estado esta mañana más callado de lo normal, cosa que todos
hemos agradecido.
—¿Entonces no ha dicho: ¿ehhh, ummmm? —preguntó Edine
intentando imitar la cara de enojo de Daroch.
Logan volvió a reírse con ganas, y Edine se sorprendió uniéndose a
él.
Cuando ambos volvieron a caer en el silencio, Edine se sintió más
perturbada que cuando empezaron a hablar. La presencia de Logan
conseguía debilitar sus defensas como nada más lo hacía.
—Anoche vi llegar a Lesi. No sabía que iba a venir —soltó Logan de
repente, queriendo a todas luces observar su reacción. No iba a decirle a
Edine que él sabía con antelación quiénes iban a ser todos los asistentes,
aunque a esas alturas ya dudaba de que Lesi acudiese.
—¿Hablaste con ella? —preguntó Edine intentado sonar lo más
calmada posible. Había sido una pregunta estúpida, pero no había podido
evitar hacerla. Lo que Lesi había creído sentir por Logan en secreto había
sido uno de los motivos que la llevaron a traicionarla.
Los ojos de Logan adquirieron una dureza que minutos antes no
tenían.
—No, sabes que nunca fue una de mis personas favoritas. ¿Sabías que
iba a venir? —le preguntó a su vez escrutando sus gestos como si quisiese
determinar algo en base a su respuesta.
Edine tomó aire antes de hablar. El tema de Lesi era algo que no
quería tocar con Logan.
—No. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella.
Edine obvió decir cuánto tiempo. Exactamente tres años y siete
meses. Y maldita sea, por ella podía haberse ahorrado la última
comunicación, aquellas palabras escritas que le habían causado tanto dolor.
Su padre había sido siempre un hombre violento y egoísta, pero había
querido que sus hijas, las dos, aprendieran a leer y escribir. Algo inaudito en
aquella época donde solo unos pocos sabían de ambos. Ni qué decir de una
mujer. Pero su padre siempre había sido un calculador nato y esa era un
arma que quería utilizar en su beneficio a través de sus hijas. Eso fue lo que
esgrimió Lesi para convencer a Logan de que el supuesto pergamino que
había escrito ella era en realidad de Edine. Ella y Lesi tenían prácticamente
la misma letra. Habían sido educadas en ese sentido por el mismo
sacerdote.
—Pensaba que estabais unidas. De hecho, le confiaste a ella cosas
importantes, ¿no es verdad?
Logan miró a Edine y vio cómo ésta palidecía. No había planeado
sacar este tema, y menos en aquel instante, pero ese era tan buen momento
como otro cualquiera, y allí estaban solos. Se había dicho una y otra vez
que ya no tenía razón de ser el desear una explicación por parte de ella. Que
lo que había sido una necesidad en su día, ahora era simple curiosidad, una
forma de terminar con aquello de una vez y enterrarlo por fin, del todo.
—Logan..., no creo que hablar de esto nos haga bien a ninguno de los
dos —dijo Edine con un tono de voz que rogaba porque pareciese calmado
y distante.
Logan frunció el entrecejo y una chispa de ironía pasó por su mirada
como la llama antes de convertirse en una hoguera.
—Habla por ti, a mí me gustaría aclarar esto, ya que en su día saliste
corriendo antes de poder darme alguna explicación.
Edine sintió que su estómago se contraía. Una cosa era que el tiempo
hubiese cubierto las heridas, que ya no doliese tanto y otra que tuviese que
volver a abrirlas delante de él, para hurgar dentro de ellas.
—No tuve elección —dijo Edine mirándolo fijamente, intentando que
en entre esas palabras, en sus ojos, viese la veracidad de las mismas.
Logan endureció su mirada, que adquirió la frialdad del hielo.
—Vamos, Edine..., tú puedes hacerlo mejor. Había esperado algún
tipo de explicación rebuscada y absurda que te exculpara o que fueses
sincera por una vez y me dijeras que hiciste lo que quisiste sin importarte lo
que dejabas atrás. ¿Que no tuviste elección? Venga, Edine. Siempre hay
elección —dijo Logan soltando las últimas palabras con la fuerza de un
martillo.
—Es absurdo. No vas a creer nada de lo que te diga —le contestó
Edine con intención de irse.
Logan se movió más rápido y colocándose delante de ella le impidió
el paso.
—Inténtalo —exclamó con un destello de ira en los ojos.
Edine lo miró, desesperada por alejarse de allí.
—¿Para qué, Logan? ¿Cambiaría algo? ¿El hecho de que me odies
quizá?
Una sonrisa peligrosa asomó a los labios de Logan mientras su mirada
dura e inexorable seguía fija en ella.
—El odio es una emoción demasiado fuerte para poder sentirla contra
ti. Hay que amar mucho para poder odiar. Yo solo quiero una explicación.
No me gusta que insulten mi inteligencia.
Edine intentó disimular el dolor que le habían provocado las palabras
de Logan. «Hay que amar para poder odiar». Quizá la que había estado
engañada todos estos años había sido ella y todo el dolor y el sufrimiento
habían sido en balde. Se tragó el nudo que había en su garganta y el
desgarro que se iniciaba en su pecho y terminaba en su estómago.
—Creo que lo mejor es dejar las cosas tranquilas. Es el pasado, y
nada de lo que digamos ahora puede hacer sentirnos mejor —contestó
Edine con toda la rabia que iba creciendo en su interior.
—¿El pasado? ¿Hacerte sentir mejor? No lo intentes, ni siquiera
pretendas hacerte la ofendida. Te entregaste a mí. ¿O no recuerdas eso,
Edine? Hiciste promesas que rompiste en cuanto estuve fuera. Dijiste antes
que te odio. ¿Lo crees en serio? ¿Tan poco me conoces? —dijo Logan con
una expresión cínica y calculadora. Sus palabras eran afiladas como la hoja
de un puñal y a Edine la estaban destrozando por dentro—. Incluso puede
que te agradezca el que te marcharas, pero en aquel instante me humillaste,
jugaste con las promesas dichas, no solo con la palabra, sino también las
selladas con tu cuerpo.
Edine tragó saliva. En todos estos años había aprendido que la mejor
forma de defensa era el ataque y en aquel instante, si Logan seguía así, se
derrumbaría, así que, con la poca fuerza que le quedaba, atacó.
—¿Y tú crees que a mí me importa? Eh, Logan —exclamó alzando la
voz—, Antes sí. Hace cuatro años hubiese dado mi vida porque me
siguieras, porque te dieses cuenta de que jamás te hubiese dejado por
voluntad propia. Hubiese muerto por ti, Logan. Y tú quizás no me odiases,
pero yo sí lo hice, y con todo mi corazón, porque yo sí te amé, más que a
nada en este mundo. Pero de aquella mujer ya no queda nada, ni las ruinas
de mi amor, ni las de mi odio, porque todas mis fuerzas se centraron en una
sola cosa. En sobrevivir. ¿Y sabes qué? Lo hice por aquellos que sí me
amaron de verdad. ¿Quieres una explicación? Imagínatela, invéntatela
porque yo no voy a darte nada más —terminó con toda la rabia que llevaba
dentro después de escuchar sus palabras.
Edine vio la sombra de la duda cruzar los ojos de Logan, y se maldijo
por haber hablado demasiado.
No quería seguir allí, no podía. Intentó pasar, pero Logan volvió a
cerrarle el paso y cuando vio lo que destilaba su mirada, ya era demasiado
tarde. No tuvo tiempo de reaccionar antes de que él la tomara por los brazos
y la aprisionara contra la viga de madera pegando su cuerpo al suyo,
apoderándose de su boca con fuerza.
Edine esperó un beso brusco, violento, conducido por la rabia que
había visto en los ojos de Logan, pero cuando sus labios tocaron los suyos,
a pesar de su firmeza, de su dominación, fue tierno, casi dolorosamente
paciente. Lo sintió deleitarse con cada centímetro de ellos, de forma lenta,
inexorable, como si le fuese la vida en ello y a la vez tan controlado, tan
medido, que Edine pensó que era alguna forma de castigo, de venganza
para volverla loca de deseo. Con un gemido involuntario, un quejido
doloroso, Edine reclamó más, y Logan tomó sin medida. Se deslizó entre
sus labios y saqueó el interior de su boca a voluntad sintiendo las manos de
Edine aferrarse a sus brazos, mientras él acariciaba una de sus mejillas
instándola a unir sus lenguas en una danza tan antigua como la vida misma.
Logan la sujetó firmemente contra su cuerpo, pegando cada
centímetro del mismo al de la única mujer que era capaz de hacerle perder
el control con solo una mirada. Que Dios se apiadara de él, porque si Edine
era consciente del poder que ejercía sobre él, estaría perdido. Cuando la
tomó por los brazos y la besó, no fue el deseo y la emoción que lo
empujaron a ello, sino la fría ira que atenazó sus entrañas cuando la escuchó
decir que lo había amado más que a nadie y que hubiese muerto por él.
Cuando le dijo que no lo había abandonado por voluntad propia algo nubló
su razón. ¿Cómo se atrevía a decir aquello después de todo lo que había
pasado? Y, sin embargo, un solo roce de esos labios había arrinconado toda
esa furia y la había remplazado por el deseo visceral y primitivo de hacerla
suya.
La quería en sus brazos, la quería en su cama y la quería en su vida y,
maldita sea, no iba a analizar en ese preciso instante aquel pensamiento,
aquella debilidad, cuando su miembro, duro como una roca, quería tomar el
control de la situación y mandar toda la racionalidad a la mierda.
Así que no hubo ningún pensamiento racional mientras saboreaba los
labios carnosos y excitantes de Edine, ni cuando escuchó el gemido
procedente de ella y dejó su boca para deleitarse con la curva de su cuello y
la suave y nívea piel de su hombro. Ni cuando bajó la tela de su vestido,
poseído por una necesidad incapaz de saciar, y con un gruñido casi animal,
que brotó de sus labios, tomó el pezón del pecho apenas descubierto y
expuesto ante él y succionó, chupó y lamió hasta que lo sintió duro dentro
de su boca. Y su respuesta inmediata, sincera y entregada, lo excitó aún
más, al igual que los pequeños gemidos que salían de la garganta de Edine y
que lo obligaron a sostenerla con más firmeza cuando ella se dejó caer en él
como si no le quedaran fuerzas, sabiendo que estaba tan perdida en el deseo
como él mismo. Ese hecho se filtró en sus pensamientos y lo devolvió a la
realidad, al del lugar en el que se encontraban, y eso le hizo dominarse lo
suficiente como para volver a cubrir la piel de Edine, pero sin que fuese
suficiente como para obligarse a alejar sus manos de ella. Era superior a sus
fuerzas, y no podía negárselo, así que apoyó su frente en la de ella,
intentando recuperar algo de control. La respiración de ambos era errática y
superficial y solo duró unos segundos antes de que el sabor de Edine, que
todavía podía saborear en su propia boca, lo reclamase de nuevo. Así que
Logan dejó a regañadientes la mejilla de Edine, esa que estaba rozando con
su pulgar, y el tacto de su piel suave como el terciopelo y enredó los dedos
en su pelo. Ejerció la presión suficiente para ladear su cabeza lo necesario y
volvió a devorar su boca uniendo sus lenguas en un beso duro y
abiertamente carnal que nada tenía que ver con el delicado roce del inicio.
Sintió los dedos de Edine en su cara, en su cuello, enredados en su pelo y
un pensamiento lo atravesó, tan grave como inaudito, porque se dio cuenta
de que solo con esa entrega, Edine ya lo tenía. Era suyo.
—¡Edine! ¿Estás ahí?
La voz de Isobel retumbó entre aquellas cuatro paredes y fue lo que
hizo que Edine recobrara el buen juicio.
Se había entregado a Logan y a ese beso con una pasión que creía
más que extinta, pero que consumió cada centímetro de su cuerpo en cuanto
él la tocó. ¡Y esos gemidos habían salido de su propia garganta! No sabía
cómo iba a poder perdonarse a sí misma, cómo iba a poder fingir que todo
entre ellos había muerto hacía tiempo.
Edine sabía por qué Logan la había besado y su triunfo había sido
completo.
Maldiciéndose mentalmente por ello, se apartó de él, que no trató de
impedírselo, y sin mirarle, se escabulló por su lado y salió al encuentro de
su prima que seguía llamándola desde la entrada.
Logan maldijo entre dientes cuando la vio irse. No pudo detenerla y el
hecho de que ella ni siquiera lo mirase le hizo gruñir como un animal
herido. Golpeó la viga con el puño y los nudillos se dañaron, dejando la piel
lacerada cubierta de sangre. El dolor apenas fue suficiente. ¿Qué demonios
estaba haciendo? Se había dicho mil veces que ya no sentía nada por Edine,
se lo había asegurado a su hermana Aili solo unos días antes y a Grant y, sin
embargo, ahora empezaba a pensar que la mayor mentira se la había
contado a sí mismo. Estaba temblando y el cúmulo de emociones que
llevaba sujetando con mano férrea todos esos años se fue revelando ante sí
con total claridad. Dolor, rabia, ira, pero también amor y anhelo, de ese que
se te clava en pecho, se mete bajo tu piel y te corroe las entrañas hasta que
dejas de respirar porque solo el hecho de perecer puede hacer que deje de
correr por tus venas. Eso era Edine para él. Algo salvaje, algo tierno, algo
tremendamente sensual, algo esencial de lo que no podía renegar por mucho
que quisiese. Podía odiarla, podía evitarla e incluso alejarla de su vida y
construir otra, pero la única verdad es que siempre formaría parte de él.
El entenderlo fue como sentir un puñetazo en el estómago. Aceptarlo
y seguir adelante iba a ser más difícil, pero no había más opción. Él tenía
una vida y quería vivirla todo lo más plenamente posible y eso no incluía a
Edine.
CAPÍTULO XIV

Unos días después, Edine casi inició una guerra. Había sido todo sin
ninguna intención, pero las injusticias, así como el abuso y el maltrato,
sacaban de ella su lado más irracional y salvaje.
Estaba con Isobel y habían ido a los establos a por Radge y Manchas.
Edine llevaba confinada demasiado tiempo entre aquellas paredes, y
después de lo ocurrido la última vez que había estado a solas con Logan,
solo quería alejarse del castillo, de los que moraban en ese instante allí, de
los problemas y sobre todo de sus propios pensamientos. Había estado
evitando a Logan y no estaba orgullosa de ello. Por primera vez en su vida
huía y se sintió una cobarde, pero necesitaba alejarse de él, necesitaba poner
distancia y en aquel castillo eso era prácticamente imposible. Lo veía
durante el día y acosaba sus sueños por la noche. Además, los caballos
estaban nerviosos por el poco ejercicio realizado desde que llegaron, y esa
fue la excusa perfecta para no sentir que en realidad volvía a huir. Así que
dieron esquinazo a Thorne y se fueron con idea de no ir demasiado lejos.
Una cosa era ser rebelde y otra estúpida. Si iban solas no podían alejarse.
No conocían aquellas tierras ni lo que podían encontrar en ellas.
Cuando dejaron el castillo a su espalda y empezaron a alejarse de las
casas diseminadas cercanas a él, Edine tiró de las riendas, obligando a parar
a Radge. Un gemido ahogado por un trueno salió de sus labios cuando fue
testigo de la escena que se desarrollaba a solo unos metros de ellas. La
misma que le hizo apretar los dientes, saltar de Radge al suelo sin pensar y
dirigirse con paso firme contra Lachan Daroch.
El laird Daroch estaba pegando a Ed mientras le gritaba. El niño se
encogía temblando mientras aquel bastardo no paraba de darle con la palma
abierta en la cabeza haciendo que Ed se tambalease y gruñera de dolor. Ese
hombre doblaba con creces el tamaño del pequeño y tenía una fuerza
descomunal.
Edine escuchó a Isobel llamarla, pero no paró. Estaba cegada por la
rabia que la consumía, por lo que ese hombre le estaba haciendo al
pequeño.
Llegó hasta donde estaban corriendo y cogió al muchacho
apartándolo de Daroch y poniéndolo a su espalda. La última bofetada de
Daroch impactó en Edine, en su hombro cuando Lachan no tuvo tiempo de
reaccionar y pararla.
Edine no se dio cuenta de la cercanía de dos mujeres del clan, que,
viendo aquella escena, se apresuraron a correr hacia el castillo.
—¿Qué coño se cree que está haciendo? Esto no es de su puñetera
incumbencia —exclamó Daroch dando un paso al frente, acortando la
distancia con Edine, que sentía como el hombro izquierdo le ardía del golpe
recibido.
Edine ni siquiera lo pensó. No pensó en el tamaño de Daroch, ni que
era un jefe de un clan, ni que era mucho más alto que ella e infinitamente
más fuerte. Nada de eso pasó por su cabeza. Sentía tanta furia que dio un
paso al frente y acortó también la distancia con Daroch. Tenía ganas de
sacarle los ojos a aquel malnacido.
—No va a volver a pegar al niño, y hasta que no escuche esa promesa
de sus labios, nada de lo que diga o haga va hacer que me aparte de su
camino. ¿Me ha entendido con suficiente claridad?
—¿Quién coño se ha creído que es, zorra? —escupió Daroch con la
cara retorcida por la furia.
Edine sonrió mientras miraba fijamente al Highlander.
—La zorra que no va a dejar que maltrate a un niño, maldita sea —
dijo entre dientes.
Un gesto de incredulidad se instaló en el rostro de Daroch, cuya
paciencia estaba llegando al límite. Edine fue consciente de ello a la vez
que escuchó a su prima llamarla de nuevo. Esta vez oyó la ansiedad en la
voz de Isobel. Edine lamentaba que su prima tuviese que ser testigo de
aquel enfrentamiento y una parte de ella temía por Ed y por Isobel. Sabía
que no podía confiar en que Daroch se comportase como un hombre de
honor.
—Vuelve al castillo, Isobel —ordenó a su prima sin mirarla. No
quería dejar de tener contacto visual con Lachan porque temía que cualquier
descuido llevara de nuevo a Ed entre sus garras.
—Apártese o la apartaré yo —concluyó Daroch, cuyas intenciones
eran claras.
Edine sabía que aquel hombre no atendería a razones y, aunque le
había dicho a Isobel que volviera al castillo, aún la veía cerca, incapaz de
dejarla sola. Si no pensaba en algo, aquello se pondría muy feo y
sinceramente, sin que nadie supiese donde estaban y qué estaba pasando, no
creía que fuesen en su ayuda.
—Tengo una proposición que hacerle —dijo Edine de repente,
cuando una idea descabellada cruzó su mente, rezando para que esa idea
fuera lo suficientemente tentadora como para que el laird Daroch diese su
palabra de no maltratar al chico.
—No sé a qué está jugando, pero no me interesa, así que apártese.
Edine dio un paso atrás, protegiendo aún con su cuerpo a Ed, al que
sentía temblar a sus espaldas, cuando Daroch se irguió casi encima de ella.
Edine levantó la vista para poder mirarle a los ojos. No en vano
Daroch le sacaba más de una cabeza.
—Pensaba que le interesaba Radge, mi caballo —le dijo sin titubear.
Daroch frunció su entrecejo. Edine pudo ver que sus palabras calaron
entre la furia del hombre.
—Sé que es un hombre de palabra —continuó Edine. Odió tener que
mentir de aquella manera, pero esperó que eso aplacase a Daroch, porque
de otra forma no la escucharía. Un hombre que pegaba de esa manera a un
niño era un cobarde. Su palabra no valía nada—, así que le ofrezco la
posibilidad de quedarse con Radge. Haremos una carrera. Su caballo contra
el mío. Aquí y ahora. Si yo gano me da su palabra de que no volverá a tocar
al chico. Si usted gana se queda con Radge. ¿Qué me dice?
Edine podía ver en el semblante de Daroch su lucha interna. Lo había
tentado con algo que deseaba muchísimo, y era un hombre que estaba
acostumbrado a obtener lo que quería.
—¿Una carrera contra una mujer? ¿Está de broma?
Edine vio como una asquerosa sonrisa se formaba en la boca de
Daroch. Esas encías con pocos dientes, y algunos podridos, le revolvieron
el estómago.
—Si cree que será tan fácil, ¿cuál es el problema? Solo soy una
mujer, ¿verdad? Es algo seguro. ¿O tiene miedo?
Edine mantuvo la expresión imperturbable cuando un rugido salió de
los labios de Daroch.
—Perderás el caballo, ese chico recibirá la paliza que merece y
créeme que jamás volverás a insinuar que soy un cobarde. Por menos de eso
he matado a hombres, así que una perra menos no se notará. Y todo por un
huérfano de mierda. Su madre era una puta que se juntó con uno de mis
hombres cuando ya estaba embarazada. Nadie sabe quién era su padre. Y
ese crio bastardo mató a su madre al nacer. Demasiado he hecho por él para
que no lo eché del clan de una patada. Me importa una mierda lo que le
pase, es solo un estorbo, así que subamos aún más la apuesta. Si yo gano
me quedo el caballo, le doy una paliza al chico y me pides perdón de
rodillas, puta. Si tú ganas te quedas con el chico.
Edine tragó saliva cuando escuchó las palabras de Daroch. Jamás
pensó que ese hombre podría darle más asco de lo que ya lo hacía.
—Decidido entonces —dijo Edine—. Pero antes quiero su palabra.
—Ummm —dijo Daroch, revelando nuevamente sus escasos dientes.
—¿Eso es un sí?
Edine esperó una confirmación. No quería que después hubiese
ningún tipo de malentendido.
Daroch escupió en el suelo a la vez que la miraba de reojo.
—Es un sí.
Edine asintió con la cabeza. Se dio la vuelta y se alejó con el niño
unos metros antes de agacharse para estar a la misma altura de los ojos de
Ed. El chico aún seguía temblando. Le levantó la barbilla para vérsela bien.
Cuando comprobó los moratones que se le estaban formando en la mejilla,
su ira se inflamó nuevamente.
—¿Estás bien, Ed? No pasa nada. Nadie te va hacer daño otra vez,
¿de acuerdo?
El chico la miró con unos ojos acuosos. Edine vio tanto dolor, tanta
vulnerabilidad y tanto anhelo en esa mirada que se le rompió el corazón.
—Va a ir todo bien.
Miró a Isobel, que en ese instante se acercaba a ellos con premura.
—Quédate con él, ¿de acuerdo? —le dijo cuándo su prima estuvo
junto a ellos—. Y si algo sale mal, no mires atrás. Coge al chico y corre al
castillo. ¿Me oyes? —preguntó Edine abrazando al niño antes de dejarlo
con su prima.
—Edine, no creo que esto sea buena idea. Ese hombre no es de fiar.
¿Qué estás haciendo?
La voz y la mirada temerosa de Isobel la hicieron centrarse en su
prima.
—Es demasiado orgulloso y prepotente y está seguro de que va a
ganar. Esa va a ser su perdición —dijo con una sonrisa en los labios.
—Edine… —suplicó Isobel, pero al ver la resolución en los ojos de
su prima no pudo sino apretar su mano y asentir—. Vuela como el viento y
deja atrás a Daroch. Haz que se trague sus asquerosas palabras.
La sonrisa de Edine y el brillo en sus ojos les dijo a Isobel y a Ed
Daroch que eso era lo que pensaba hacer.

***

—¡Logan! ¡Logan!
Logan escuchó a Grant antes de verle. Estaba observando el
entrenamiento de los hombres de McPherson antes de ir a hablar con
Campbell. Los altercados con McDonall en los últimos días ya habían
llegado demasiado lejos. Guillermo le había dado carta blanca para que
intercediera entre los clanes en su nombre si la paz se enturbiaba durante los
días en que durara la reunión. Lo que menos quería el rey era que aquella
idea que había tenido, tendente a unir lazos entre clanes, se volviera en su
contra y diera como resultado lo opuesto. Logan quería hablar con
McDonall y Campbell a la vez e intentar aunar posturas. Era difícil, pero si
tenían que seguir así durante una semana más podrían acabar con alguno de
ellos muerto a manos del otro.
Estaba sonriendo por la premura de Grant cuando vio su expresión.
Se puso serio al instante, y acortó la distancia que les separaba.
—¿Qué pasa?
—Tenemos que irnos —dijo Grant con una urgencia en la voz que
hizo que Logan se tensara.
—¿Qué diablos pasa, Grant? —volvió a preguntar exigente cuando al
llegar frente a los establos, tanto su caballo como el de Grant estaban
preparados.
—Te lo explico por el camino, pero tiene que ver con Daroch y Edine.
Un gruñido salió de los labios de Logan antes de que salieran al
galope sin mirar atrás.
CAPÍTULO XV

Cuando vio a Isobel junto a un niño mirando al horizonte y no vio


signos de Edine ni de Daroch, sintió cómo el pecho se le contraía, apenas
sin aire, temeroso de lo que iba a encontrar, pero cuando siguió la dirección
en la que ambos miraban y vio a Edine cabalgando como si quisiese
desafiar al mismo viento, dejó de respirar. El hecho de que Daroch fuese
pegado a sus talones, galopando con una agresividad rayando la locura, hizo
nacer en él un nuevo sentimiento: El de estrangular a Edine y matar a
Daroch.
Cuando pudo reaccionar, siguió a Grant hasta donde estaba Isobel,
bajándose del caballo en el acto. La cara de angustia y a la vez de
agradecimiento de esta al verlos resumió que lo que fuese que hubiese
pasado era grave. Si era verdad lo que las mujeres le habían contado a
Grant, que Daroch había estado pegando al chico y que Edine se metió por
medio, insultada por ello, Lachan tenía los días contados. Sin embargo, el
hecho de que ambos estuviesen cabalgando como si la muerte les siguiera
los talones no tenía explicación.
—Gracias a Dios que han venido —dijo Isobel temblándole
levemente la voz.
La ira de Grant, esa que era difícil de inflamar, hizo aparición en su
interior cuando contempló a Isobel en ese estado. Vio el temor en sus
preciosos ojos azules y sintió la imperiosa necesidad de atraerla hasta sus
brazos y acunarla entre ellos, mientras le aseguraba que todo estaría bien.
No quería verla asustada, sino con el orgullo y la seguridad con la que la
había conocido. Quería que le desafiara y que desbordara toda su furia con
él, solo con él, porque la otra opción, esa que estaba viendo en ese instante
despertaba en él las ganas de matar al que había osado asustarla,
despertando un sentimiento de protección tan absoluto hacia ella, que si
nada lo evitaba tendría que darle la razón a Logan, porque éste tenía razón,
maldita sea, la quería para él, quería hacerla suya y lo deseaba con tal
necesidad que le dolían las manos por no tocarla.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Grant intentando calmarse, alejando
los últimos pensamientos lo suficiente como para mantenerse frío y
controlado en ese instante.
—Van a matarse. Malditos inconscientes —dijo Logan entre dientes
con furia contenida cuando vio que daban la vuelta al llegar a la falda de
una pequeña montaña, donde unos árboles diseminados se erguían
orgullosos. Detenerlos no era una opción. A la velocidad que cabalgaban
cualquier intento podría provocar precisamente lo que intentaban evitar.
Isobel miró a Logan un instante antes de contestar con una seguridad
absoluta.
—No le pasará nada —dijo Isobel con premura —Mi prima vencerá.
No hay nadie como ella. Hará desear a Daroch no haber apostado en su
vida.
Logan siguió mirando a Edine, y aún con todo su autocontrol y toda
su racionalidad, no pudo evitar que el miedo se filtrara entre ellos y e
intentara adueñarse de él. Ese sentimiento en desuso, del que no recordaba
haber tenido como compañero por mucho tiempo, le hizo apretar los puños
en un acto reflejo, regodeándose de su impotencia en aquel momento en el
que lo único que podía hacer era mirar. El instinto primitivo que había en él
y que se descontrolaba cuando estaba Edine, reclamó el control y exigió que
en cuanto la tuviera cerca, no la dejara alejarse de él nunca más. El
sentimiento de protección que crecía como un monstruo cada vez que la
tocaba, cada vez que la miraba, gruñó en aprobación por llegar a esa
conclusión.
Con ese pensamiento adhiriéndose a cada palmo de su ser, su mirada
no se apartó de ella como si de esa forma pudiese evitar que algo le
ocurriese. Cabalgando a horcajadas, inclinada hacia delante, casi
mimetizada con su caballo, Edine estaba sacando ventaja a Daroch. Este
azuzaba el suyo de forma violenta, intentando alcanzarla. La maestría con la
que Edine dominaba y dirigía a Radge era algo digno de admirar. Cuando
creyó apreciar un gesto por parte de Daroch para tomar del cabello a Edine
en un intento desesperado por frenarla, Logan apretó la mandíbula y cogió
las riendas de Bribón luchando con la necesidad de ir hasta allí y alejarla de
ese malnacido. Si ese bastardo la tomaba por los pelos, a esa velocidad y la
tiraba, podía matarla. Esa reacción impropia de cualquiera Highlander le
repugnó y prendió la ira que le corroía las entrañas.
—Es magnífica, va a ganar a Daroch. Jamás vi a nadie cabalgar de
esa manera —dijo Grant con asombro y admiración a la vez.
Logan tragó saliva mientras cada vez se acercaban más.
—Has hablado de una apuesta. ¿Qué han apostado? —preguntó
Logan entre dientes, queriendo saber de qué iba todo aquello, rogando por
distraerse lo suficiente como para no volverse loco cien veces antes de que
Edine llegara hasta ellos. No entendía cómo la escena que le había relatado
Grant encajaba con una apuesta.
Reacio a apartar su vista de Edine, la desvió solo un segundo para
observar a Isobel y al niño. Este último tenía su cara girada mirándole y
cuando Logan vio los moratones que se le estaban formando en el rostro, un
gruñido lleno de furia brotó de su pecho haciendo que el pequeño temblara
visiblemente. No quería asustarle, pero no había podido evitarlo. Por Dios,
era solo un niño.
—Isobel —dijo Grant con urgencia, conminándola a contestar.
—Daroch le estaba pegando a Ed —dijo Isobel mirando al niño—.
Edine lo vio y se puso delante. Daroch la amenazó. Por un momento… sentí
miedo —siguió Isobel, visiblemente afectada— y entonces a Edine se le
ocurrió desafiar a Daroch a una carrera. Sabe que él está encaprichado con
Radge. Si gana Daroch, Radge es suyo y Edine tiene que pedirle disculpas
de rodillas. Si gana Edine, Daroch dijo que podía quedarse con Ed.
Logan miró de nuevo a Edine. Como había dicho Grant, era
asombrosa. Sintió su estómago contraerse por la velocidad a la que
cabalgaba, su postura, su elegancia, su osadía y valentía. Esa era la Edine
que conocía, pero mucho más fuerte, con una tenacidad y una voluntad que
no había visto antes.
Se había puesto delante de aquel niño y se había enfrentado ella sola a
Daroch para protegerlo. El niño no podía defenderse de aquel hombre, un
Highlander que hacía estremecer con solo su presencia a muchos de los
guerreros más curtidos. El orgullo y la admiración por Edine se
acrecentaron y todo lo que ella le dijo la última vez que estuvieron a solas
volvió con inusitada rapidez, golpeándole, incitándole a pensar que quizás
sus palabras fueran sinceras.
Todos esos pensamientos fueron relegados al olvido cuando Edine y
Daroch se divisaron con total claridad. Estaban tan cerca que era cuestión
de unos pocos segundos tenerla allí, junto a él, a salvo.
Edine llegó primero y los pasó velozmente, seguido a unos metros por
Daroch que, en cuanto los superó, saltó de su propio caballo y se dirigió con
paso veloz hasta donde ella estaba.
—Tú, puta, me has engaña…
Lachan Daroch no pudo continuar porque el puño de Logan
McGregor impactó sobre su mandíbula mandándolo directo al suelo.
—¿Qué coño te crees que estás haciendo, McGregor? ¿Te has vuelto
loco o...? —intentó decir Daroch cuando pudo reaccionar, sin embargo,
tampoco pudo terminar esa frase porque otro puñetazo lo lanzó contra la
hierba antes de que llegara a ponerse en pie.
—Por tu propio bien no te levantes —dijo Logan entre dientes con los
puños apretados.
—Logan no, por favor —suplicó Edine mientras bajaba de Radge y
llegaba hasta su lado—. He ganado la apuesta. Ed se queda conmigo si así
lo desea. Estamos en paz —continuó, esta vez mirando a Lachan.
Daroch se pasó la mano con furia por el labio inferior y se limpió la
sangre que manaba del mismo, resultado de los golpes certeros de Logan.
Después de eso se puso de pie lentamente, sin apartar la vista de McGregor
antes de desviarla hasta Edine, cargada de ira.
—Esto no quedará así. Has hecho trampa, zorra, sino nunca hubieses
gan…
Esta vez Lachan lo vio venir, y asestó un golpe a Logan en la mejilla,
que no llegó ni a moverlo. Logan, al contrario, dio de pleno en la nariz de
su contrincante, sintiendo crujir el hueso de la misma bajo su puño cuando
este impactó en el rostro de Daroch. La nariz de Daroch sangraba
profusamente, mientras caía de nuevo al suelo por la inercia del golpe y el
dolor, mientras Logan lo miraba fijamente dejándole claro que, si le daba
una sola razón más para atacarle directamente, le mataría.
—Si fueras inteligente no volverías a intentar levantarte, Daroch. Has
pegado a un niño, has insultado a una dama y tu comportamiento
avergüenza a todos los Highlanders. Si vuelves a levantarle la mano a
alguien o la violentas de algún modo…, si miras ni siquiera en dirección de
Edine MacLeod, será lo último que hagas. ¿Me estás escuchando? ¿Me has
entendido? —preguntó Logan.
—Me ha humillado, ¡maldita sea! —exclamó Daroch desde el suelo,
escupiendo sangre por la nariz y la boca.
—Nadie te obligó a aceptar la apuesta. Te has humillado tú solo. No
haberla subestimado, Daroch —dijo Logan con un deje de orgullo en la voz
que no pasó desapercibido a nadie, menos a Lachan, que lo miraba como si
quisiese matarle.
—A partir de ahora deberás cuidar tus espaldas, McGregor —soltó
Daroch poniendo una rodilla en el suelo para erguirse lentamente.
—No te conviene amenazarme —contestó Logan con una sonrisa que
era más peligrosa que la hoja de su espada.
Grant, que hasta entonces se había mantenido al margen, se colocó al
lado de Logan antes de dirigirse a Daroch con una mirada dura y una voz
que no admitía réplica.
—Esta tierra es del clan MacLaren. He abierto mis puertas a los jefes
y miembros de otros clanes para cumplir una orden real, pero maldita sea si
en el cumplimiento de ello permito que se lastime a un niño o se insulte a
una dama, y menos por un Highlander, jefe de un clan que es mi invitado y
que con ello ha abusado de mi hospitalidad, de mi confianza y ha
avergonzado con su comportamiento todo lo que debe ser sagrado para un
Highlander —la cara de Grant parecía esculpida en granito cuando sus
últimas palabras rasgaron la suave brisa que arremolinó su cabello—. Nada
de lo que ha pasado aquí se divulgará, así que tu humillación o de lo que te
creas víctima, quedará entre nosotros. Tu orgullo estará intacto, pero el
resultado de la apuesta se mantiene. Ed se quedará con Edine e Isobel
MacLeod si lo desea y mañana, con la excusa que te dé la gana dejarás las
tierras de mi clan. Ya no eres bienvenido aquí.
—No puedes hacer eso —exclamó Daroch poniéndose en pie, y
mirando a Grant con cara de asombro—. ¡Es una orden real!
—Como si es una bula papal. Te quiero fuera de mis tierras mañana.
Daroch endureció sus facciones encogiendo los labios y con un
gruñido dio un paso hacia Grant.
—El rey sabrá de esta afrenta. Prepárate para lo que has iniciado,
MacLaren.
Logan dio un paso al frente acortando la distancia con Daroch. Quería
que sus siguientes palabras calaran lo suficiente como para alejar cualquier
intento por parte de Daroch de iniciar una enemistad con Grant.
—Yo no te lo aconsejaría. Guillermo me dio plenos poderes para
interceder en esta reunión, y créeme que no estará nada contento cuando
conozca los hechos por mis propios labios. Te dejaría en una posición
mucho más vulnerable de la que te encuentras ahora. Prácticamente no
tienes aliados naturales. Así que, si no quieres que el rey, de repente,
encuentre de suma importancia todos tus asuntos y empiece a preguntarse
por qué el clan Daroch intenta iniciar una guerra con los McDougall por la
tierra legítima de estos últimos, te recomiendo que mañana te vayas y dejes
las cosas como están.
Lachan Daroch sintió ganas de matar a Logan y de escupir a Grant en
la cara. ¿Quiénes coño se creían que eran para amenazarlo y echarlo de
aquellas tierras? Y sin lugar a dudas quería darle su merecido a aquella
zorra de Edine MacLeod. La quería de rodillas y después a cuatro patas
para que supiera cuál era su lugar.
Daroch escupió en el suelo antes de mirarlos a todos con detenimiento
y alejarse para montar en su caballo.
Logan lo siguió con la mirada antes de posarla en Edine.
La sujetó de la parte superior del brazo, cerca de su hombro para que
se apartara. No la quería cerca de Lachan. La escuchó sisear y encogerse
como si algo le doliese. Él no había ejercido presión alguna.
—¿Te duele el hombro? —preguntó Logan cogiéndola de la barbilla
con los dedos para que lo mirara a los ojos cuando negó con la cabeza, pero
sin mirarlo.
Isobel contestó por ella.
—Cuando se puso delante de Ed, recibió el golpe que Daroch
pretendía darle al niño.
Un gruñido rasgó el silencio procedente de la garganta de Logan,
perdiendo cualquier posibilidad de ser coherente. Iba a matar a ese hijo de
puta por ponerle una mano encima.
Edine intentó impedírselo y Grant tuvo que sostenerlo con perjuicio
de su propia integridad cuando vio la intención de Logan escrita en su
rostro.
—¡Daroch, lárgate ahora mismo, maldita sea! A no ser que quieras
morir hoy —exclamó Grant mientras Logan se lo quitaba de encima para ir
a por Lachan y hacerle pedazos.
Cuando Daroch vio la expresión de Logan, su rostro adquirió un tono
ceniciento antes de espolear a su caballo y salir de allí rápidamente.
CAPÍTULO XVI

Edine sabía que no iba poder eludir aquella conversación por más
tiempo. Habían vuelto al castillo en un total silencio y con Ed subido a
lomos de Radge delante de ella.
El niño lo único que había dicho es que deseaba quedarse con ella y
que, por favor, no lo mandasen de nuevo con Lachan Daroch. Después de
que Edine lo tranquilizara en ese aspecto, Ed no había vuelto a hablar. El
semblante de todos era serio y el ambiente demasiado tenso. Estaba cansada
después de la tensión que había soportado, y lo último que quería era hablar
de ello.
Pero Logan tenía otra opinión y no le ofreció un resquicio por el que
evadirse. En cuanto llegaron la tomó con delicadeza, pero con firmeza del
brazo antes de que pudiese desaparecer.
McGregor solo informó a Isobel y Grant de que se llevaba Edine para
tener unas palabras con ella, y mientras Grant asintió, con la certeza de que
nada de lo que dijera retrasaría eso, Isobel intentó quejarse por ello. La cara
de Edine y un no silencioso dibujado con sus labios, hicieron que su prima
se retuviese, quedándose con MacLaren y con Ed.
El negarse era algo infructuoso. Conocía a Logan lo suficientemente
bien como para saber que esa conversación tendría lugar, así que mejor
ahora que más tarde. Prefería dejar lo sucedido atrás y poder centrarse en el
estado de Ed que, aunque parecía mayor en ciertos aspectos, solo era un
niño de siete años, asustado y dolorido. No podía quitarse de la cabeza el
hecho de preguntarse cuántas veces antes había ocurrido aquello o algo
peor. ¿Cuántas veces le habría pegado sin que nadie hiciese nada?
Estuvieron andando por varios pasillos, sin que Logan hiciese caso a
lo que acontecía a su alrededor. La gente que se cruzaba con ellos, algunos
miembros del clan, otros invitados, los miraban curiosos, especulando
algunos en silencio por la confianza que destilaba la mano de Logan sobre
su brazo, cogiéndola con firmeza y guiándola con cara de pocos amigos,
por el entramado de la planta baja. Edine, por su lado, intentaba minimizar
daños, esbozando una sonrisa y saludando a todos los que se cruzaban con
efusividad, a fin de que, cuando acabara aquel paseo por el interior del
castillo, todavía hubiese alguien que no estuviese sacando conclusiones
sobre ellos dos. Sin lugar a dudas la excursión iba a traer cola.
Cuando llegaron a una pequeña habitación que Logan cerró tras ellos,
Edine dedujo que tenía que ser de uso personal del jefe del clan MacLaren,
a tenor de los objetos que le eran familiares, y que estaban diseminados por
la mesa, junto con varios pergaminos. El puñal con tres marcas en el mango
o el broche con el escudo del clan cerca del puñal e inclinado hacia uno de
los lados eran alguna de las cosas en los que pudo reparar antes de que
Logan captara toda su atención aun sin emitir una sola palabra. No le hizo
falta, porque la mirada que le estaba dedicando en ese instante era lo
suficientemente ilustradora como para no tener dudas de que Logan tenía un
cabreo de grandes proporciones.
Edine ni si quiera intentó dilucidar cuál había sido la causa principal
de tal estado. Solo sabía que Logan se estaba conteniendo. Podía verlo por
la forma en que apretaba la mandíbula o por cómo su expresión,
normalmente neutral, controlada y fría, estaba distorsionada por una mirada
gélida, una postura tensa y una respiración acelerada.
—Dilo de una vez para que podamos irnos los dos y yo pueda ver
cómo está Ed —dijo Edine, resignada a que Logan soltara lo que
evidentemente le estaba carcomiendo por dentro. Estaba claro que sería de
todo menos agradable.
Logan siguió sin decir ni una sola palabra. Se apoyó en la mesa y
siguió mirándola como si estuviese evaluando cómo poder hacerla pedazos
con la mayor rapidez y menos sangre.
—Si no hablas tú lo haré yo, ¿vale? Sé lo que estás pensando —dijo
Edine cansada. Supo que Logan la estaba escuchando a pesar de su
mutismo porque alzó una ceja ante sus últimas palabras—, pero ¿qué
querías que hiciera? Estábamos solas y Daroch no dejaba de pegar al niño.
Le estaba maltratando y cuando lo vi no lo pensé. Si hubiese vuelto por
ayuda, en ese tiempo, Lachan podía haberle infringido un daño aún mayor.
Solo sé que cuando le vi temblando y aguantando los golpes de ese hombre
que le dobla en tamaño y que era capaz de matarlo, no dudé. Y sé que no
tenía que haberlo desafiado, pero fue lo único que se me ocurrió para que lo
dejara en paz. Daroch se estaba poniendo difícil y agresivo de nuevo y
pensé que era la única forma de tentarle y distraerle de la espiral de furia en
la que se estaba enredando. No fue lo más inteligente, lo reconozco, pero
fue suficiente para frenarlo hasta que llegasteis. Y al final no hubo que
lamentar nada. No creo que haya que darle más vueltas. Y estaba segura de
que ganaría, no estaba apostando nada que estuviera en peligro de perder.
La expresión de Logan ante la contundencia de esas palabras fue todo
un poema y Edine se vio en la obligación de explicarse.
—Soy buena amazona, y le he visto montar. Sabía de lo que era capaz
su caballo y sé cómo monta Daroch, lo he observado. Se cree que es bueno,
pero no pasa de ser mediocre. Así que siento si mi impulsividad os ha
creado problemas, pero no lamento haberme puesto delante de Ed ni nada
de lo que hice por procurar su seguridad.
—¿Has terminado? —preguntó Logan con un tono de voz tan
calmado que Edine puso los ojos en blanco. Ese tono de voz significaba que
todavía quedaba mucho por decir y que no iba a ser divertido.
—¿Has pensado en lo que podía haber pasado si no hubiésemos
llegado? ¿Has pensado quizá que Daroch podría reaccionar mal al hecho de
perder? ¿Cómo pensabas resolver eso cuando se revolviera contra ti, como
así ha resultado ser, al verse derrotado? Y aún es peor. Si te hubiese hecho
algo, o a Isobel, que estaba también allí, habrías comenzado una guerra.
¡Maldita sea! Daroch ha demostrado no tener límite alguno.
Edine cogió aire antes de contestar.
—Tienes razón, pero lo hecho ya no se puede deshacer. Es una
tontería pensar en lo que podía haber provocado cuando afortunadamente
no hay nada que lamentar. Estamos todos bien y no se ha iniciado ninguna
guerra —contestó con una sonrisa. El gesto que hizo con las manos
señalando la puerta hizo que Logan gruñera por lo bajo. Su mirada, su
rostro y su postura adquirieron una tensión que hizo que Edine pusiera las
manos en jarra sobre sus caderas.
—¿Y ahora qué? —preguntó, harta de que Logan pensara que tenía
algún derecho para reprocharle nada.
—¿Lo estás haciendo intencionadamente? Porque si es así, te está
saliendo de maravilla.
—¿El qué? —preguntó Edine, ahora perdida.
—Sacarme de quicio —contestó Logan entre dientes.
—Nooo, pero me alegra saber qué no haber perdido el toque —dijo
Edine, tan seria que si no fuera por la chispa divertida que Logan vio en sus
ojos pensaría que lo estaba haciendo con alevosía.
—En este momento te estrangularía.
Edine hizo un ruido con la lengua que decía claramente que sabía que
eso era solo palabrería.
—No sé por qué te importa tanto. Y si es por la dichosa posibilidad de
iniciar una guerra entre clanes, tengo que decirte que eso lo hacéis vosotros
muy bien solos, sin mi ayuda —contestó Edine, recordando el
entrenamiento conjunto que hicieron días atrás y que acabó con más heridos
que en un combate de verdad.
Logan se acercó a ella con la agilidad de un gato. Edine quiso dar un
paso atrás para mantener la distancia, pero su orgullo se lo prohibió,
quedándose allí quieta y mirando a Logan como si ese gesto no la hubiese
perturbado de ninguna manera.
—No tiene gracia —gruñó Logan cuando vio la sonrisa de suficiencia
en los labios de Edine.
—Eso es lo que tú crees. Tendrías que verte la cara. Parece que te va a
estallar la vena del cuello. Esa de ahí —comentó Edine como de pasada,
señalando la parte izquierda del cuello de Logan. No intentaba quitarle
importancia a todo lo que había pasado. Al contrario, después del miedo
que había sentido de no poder proteger a Ed y que pudiese pasarle algo a
Isobel por su culpa, solo intentaba olvidarlo todo. Los temblores que se
habían adueñado de ella y el cansancio eran evidencia suficiente de que no
estaba tan entera como quería aparentar.
Logan cerró los ojos, antes de contar hasta diez. Aquel
enfrentamiento no había entrado en sus planes cuando la llevó hasta allí. Lo
único que pretendía es que Edine entendiera el peligro al que se había
expuesto y lo que podía haber pasado si Grant y él no hubiesen aparecido
en el momento en el que lo hicieron. Lo que había hecho por Ed era
increíble, valeroso y estúpido, tan temerario que estaba secretamente
orgulloso de ella, de ese comportamiento loco y absolutamente generoso
que admiraba. Pero las cosas no eran tan sencillas, y no estaría tranquilo
hasta que Daroch abandonara aquellas tierras. No estaba seguro de que el
orgullo maltrecho de Lachan y la humillación de la que él se consideraba
víctima no fraguara algún tipo de venganza contra Edine y eso era algo que
no podía permitir.
Sabía que no podría confiar en ella, lo suyo había quedado atrás. Sin
embargo, eso no evitaba que quisiese que estuviese bien, segura. Ese era un
sentimiento más fuerte que su determinación.
Edine contuvo el aliento cuando la mano de Logan tomó uno de sus
mechones y lo dejó detrás de su hombro con total delicadeza antes de
acariciar su mejilla con los dedos y la palma llena de durezas del hombre
que atormentaba su mente desde que lo vio por primera vez.
—Prométeme que hasta que Daroch deje estas tierras te mantendrás
cerca de mí.
Edine lo miró con el entrecejo fruncido.
—¿Crees que intentará algo?
Logan acarició la suave piel de Edine, esa que le estaba volviendo
loco con el dedo pulgar, levemente, sin alcanzar sus labios, los mismos que
deseaba probar con un hambre voraz.
—Prométemelo.
Edine escrutó sus ojos buscando respuestas. No quería, ni siquiera
deseaba plantearse que la preocupación que veía en ellos fuese genuina.
Una no nacida de su honor, de su deber o de la misión que ejerciera allí,
sino de algún sentimiento que involucrara tener en cuenta su seguridad. Esa
posibilidad era demasiado dolorosa como para planteársela, para pensar en
ella, pero cuando le vio bajar sus labios hacia los suyos, cuando lo vio
mirarla con la preocupación enredada en sus ojos, se perdió. Redujo el
espacio entre ellos, se puso de puntillas y rodeó el cuello de Logan con los
brazos rozando sus labios, porque lo necesitaba. Llevaba cuatro años siendo
fuerte, frente a todo y frente a todos, y solo por un instante deseaba sentirse
amada, protegida, sin que tuviese que disimular o fingir un dominio de sí
misma que la agotaba y la consumía. Necesitaba a Logan con toda su alma.
Solo por un instante, se dijo a sí misma. Después podría volver a su vida,
volver a alzar sus defensas y seguir adelante.
Logan sintió los labios de Edine sobre los suyos, como una caricia.
Oyó el tembloroso suspiro de su boca y su cuerpo contra el suyo. Los dedos
de ella enredados en su pelo, con suma delicadeza, y su aroma embotando
todos sus sentidos. Separó los labios de ese agónico roce para mirarla a los
ojos, y lo que vio en ellos le convenció de que en ese instante no mentía. Su
deseo era genuino y le nublaba la mirada. No se negó lo que ambos
deseaban, y aproximó de nuevo sus labios en una lenta peregrinación hasta
esa boca que le estaba esperando y que Logan llevaba deseando desde que
la besó días atrás. En ese instante le pareció que había pasado una eternidad.
Edine tenía ese efecto en él, y cuanto más tomaba de ella, más deseaba.
La tomó con firmeza y ahondó el beso que los estaba volviendo locos
a ambos y que era demasiado casto para su deseo. Deslizó su lengua entre
los labios de Edine para entrar en su boca y devorar cada rincón de ella, con
plenitud absoluta, porque eso era lo que deseaba de una forma salvaje y
primitiva. Quería marcarla y reclamarla como suya. Quería perderse en el
roce de esa piel que lo estaba volviendo loco, en la mirada fuerte y llena de
intenciones que Edine destilaba, en esos labios y en el interior de esa boca
que le hacía perder la poca cordura que le quedaba cada vez que probaba su
sabor, y se embriagaba con ello. Todo ello, unido al olor de su pelo, a
lavanda, mezclado con el de su piel, actuaba como un afrodisíaco sobre sus
sentidos. Quería enterrarse en ella una y otra vez hasta que gritara su
nombre, saciada y borracha de placer, y que libremente se entregara a él en
cuerpo y alma reconociendo que era tan suya como él era suyo. Y lo
deseaba con tal fuerza que era una auténtica tortura dejar que la realidad se
abriera paso entre la bruma de su deseo.
Edine se entregó a ese beso con todo su ser. Se apoyó más en Logan
casi sin aliento cuando sintió su mano por debajo del vestido, deslizándose
por su muslo hacia el mismo centro de su femineidad. Quiso tomar aire,
pensar en que no debían ir tan lejos, pero Logan no se lo permitió. Siguió
besándola con voracidad, con urgencia, mientras se tragaba los gemidos de
Edine cuando entre los muslos sus dedos encontraron lo que buscaba,
separando sus labios y tocando el botón de carne que culminaba su centro
de placer. Edine se retorció entre sus brazos gimiendo descontroladamente.
Logan acalló esos gemidos enredando su lengua con la de ella, penetrando
en su boca como sus dedos penetraban su sexo y la tocaba sin clemencia.
Edine pensó que moriría si Logan la soltaba en aquel instante. No
podía pensar, ni siquiera podía sostenerse. Logan la tenía protegida, unida a
su cuerpo en un arco perfecto creado alrededor de ella con su brazo
izquierdo, mientras la tocaba íntimamente haciéndola perder la razón. Lo
sentía por todas partes, exigiendo que se rindiese a su posesión, tragándose
sus gemidos, los que no podía dejar de emitir, aunque su vida dependiera de
ello. Hasta que el placer se adueñó de cada centímetro de su cuerpo,
haciéndola estallar en miles de fragmentos, haciéndola gritar su nombre,
temblando.
Logan estaba a punto de explotar en sus pantalones. Todavía con su
cuerpo pegado al de Edine, la observó. Tenía los ojos cerrados y las mejillas
sonrojadas y los labios hinchados y rojos, más hermosa que nunca después
de haberse entregado al placer. La visión de su rostro, saciado, lo excitó
más de lo que pensaba posible. No había pretendido llegar tan lejos, pero
cuando la sintió temblar entre sus brazos y escuchó sus gemidos lo único
que quiso fue que se abandonara en sus brazos, entre sus manos.
Un ruido procedente del pasillo le hizo volver a la realidad.
Se separó un poco de Edine como si le doliese.
—Promételo.
Edine salió de la nebulosa de placer a la que Logan la había llevado
para mortificarse por haber permitido que aquello sucediese. Sus mejillas
debían estar rojas al igual que su cuello y todo su cuerpo. No podía mirarle,
no después de la intimidad que acababan de compartir, sabiendo que
aquello no cambiaba nada de lo que él sentía por ella. Se recordó que él no
la había perdonado, que la odiaba, y a pesar de ello la había hecho sentir
amada, de una forma que le robaba el aliento.
Logan la hizo levantar la cabeza, posando los dedos debajo de su
barbilla.
—Edine, mírame —le dijo con voz ronca cuando vio su azoramiento.
Edine sabía que Logan no había culminado su deseo. Lo sentía duro
allí, donde su miembro oculto por su feileadh mor rozaba su cintura.
—No lo lamento. Los dos lo deseábamos. Pero si eso te preocupa, no
volverá a pasar —continuó Logan, cuando vio los ojos de Edine. ¿Era
arrepentimiento lo que veía en ellos?
Edine le miró sin poder, sin querer evitar sus ojos por más tiempo.
Sabía que Logan había interpretado su silencio, su miedo a que ese
momento desapareciese, como vergüenza o arrepentimiento, y eso era lo
mejor. Sabía que él no la amaba. Esperar algo más era una quimera.
—Lo siento Logan —dijo Edine con el corazón en un puño—. Siento
mucho todo el daño que pude causarte. No fue mi intención.
La expresión de Logan se endureció y su mirada intensa se enfrió lo
suficiente para que Edine diese un paso atrás. La caricia sobre su mejilla la
sorprendió. Solo fueron unos segundos, los suficientes para que a Edine le
supiera a despedida. Logan jamás podría perdonarla.
CAPÍTULO XVII

Isobel esperó fuera de la habitación junto a Grant mientras Elisa


revisaba a Ed. Mientras Logan y su prima permanecían desaparecidos, ella
se había quedado allí con el pequeño y con MacLaren.
—¿Estás más tranquila?
Isobel dejó de pasearse pasillo arriba y abajo para mirar a Grant, que
se había apoyado en la pared de piedra y la miraba sin su habitual sonrisa.
Su mirada también estaba desprovista del sutil cinismo que la embargaba al
mirarla.
Hubiese querido responderle de otra forma, que esa pregunta hubiese
sido hecha con su habitual sarcasmo para poder haberse desahogado con él.
Los nervios aún atenazaban sus extremidades. Las manos le temblaban y las
piernas parecían no poder responder con su habitual rapidez. No quería
llorar. Lo que había pasado no era para que ella perdiera la compostura
ahora y menos delante justamente del último hombre que quería que la
viera vulnerable. Pero al mirarle y ver la preocupación impregnada en cada
uno de sus rasgos, la dejó desarmada, vulnerable, ante él y ante sus propios
temores.
—Todavía me tiemblan las manos —dijo Isobel en voz baja
mostrándoselas—. No consigo que se detenga.
A Grant le partió el corazón verla así de vulnerable.
—Ven aquí —le dijo MacLaren tomando las manos de Isobel entre las
suyas. Las tenía heladas y un ligero temblor las mantenía inquietas.
Isobel sintió el calor de las manos de Grant manar hacia las suyas. El
consuelo y la seguridad que encontró en ellas fue tan intenso e inesperado
que las lágrimas que había controlado hasta ese momento asomaron a sus
enormes ojos azules como si no atendieran a razones. Sabía que se iba a
derrumbar allí mismo, ante ese hombre, si permanecía por más tiempo a su
lado, y no podía permitírselo. No ante él, que la exasperaba y espoleaba su
mal genio haciendo que no pudiera contenerlo, que la desafiaba y la ponía
nerviosa y la hacía sentir vulnerable como nadie jamás antes lo había
logrado. Así que cuando ya pensaba librarse de sus manos y salir corriendo
para que no fuera testigo de su debilidad, se sorprendió a sí misma
arrojándose a los brazos de Grant llorando desconsoladamente y
empapando la camisa de MacLaren como si no hubiese un mañana.
Grant no supo cómo reaccionar cuando Isobel se arrojó a sus brazos.
No se lo esperaba. Francamente, cuando ella había levantado la vista y él
había visto sus ojos anegados en lágrimas pensó que saldría de allí como
alma que lleva el diablo, pero en vez de eso se refugió contra su pecho.
Grant la abrazó acunándola contra sí, con la cabeza de Isobel bajo su
barbilla y protegiéndola con su cuerpo. Quería que se sintiera segura, quería
que dejara de llorar porque ese sonido le estaba partiendo el alma. Se
descubrió a sí mismo siendo consciente de que podía aguantar cualquier
tipo de dolor, cualquier revés del destino, pero no podía soportar el llanto de
Isobel.
—Tranquila, estoy aquí. No llores, por favor… Me estás matando —
dijo Grant con voz suave y baja—. Haré lo que quieras, incluso caeré de
rodillas ante ti, pero no llores más —agregó separándose un poco, lo
suficiente para que Isobel levantara la cabeza y lo mirara a los ojos.
Isobel dejó de llorar, sorbiendo un poco por la nariz, un gesto aniñado
que a Grant le pareció irresistible.
Grant no pudo evitarlo. Esos ojos grandes y llenos de tristeza que lo
miraban como si buscaran refugio en una tormenta, perdidos y
esperanzados. Sus labios rojos, temblorosos y tentadores como la vida
misma, y esa piel tersa y demasiado hermosa para no adorarla con su tacto.
Bajó su cabeza buscando los labios de Isobel, hambriento, cuando un golpe
en su mejilla lo sacó de la nube de excitación en la que se había visto
envuelto.
—Lo... lo siento —dijo Isobel con la cara roja como la grana y los
ojos abiertos como platos—. No quería darte una bofetada, de verdad, pero
es que ¡ibas a besarme! —exclamó con un gesto teatral en las manos que
preguntaban a las claras por qué desearía él hacer eso.
Grant dio un paso atrás cruzando los brazos sobre su pecho.
—Podías haber dicho que no. Estaba intentando consolarte. No ha
sido nada calculado. También ha sido inesperado para mí —contestó con el
ceño fruncido.
—¡Pero es que has intentado besarme! —exclamó Isobel, como si
todavía no hubiese quedado claro. En ese momento tenía las piernas
ligeramente abiertas y los brazos en jarras sobre sus caderas.
Una sonrisa se extendió sobre los labios de Grant. Todavía lamentaba
haber perdido ese beso, pero prefería mil veces verla así que abatida entre
sus brazos. Con esto podía lidiar, no con su llanto o su dolor. Y maldita sea
si ella era consciente de eso, porque entonces lo tendría en la palma de su
mano. Y en cuanto ese pensamiento cruzó su mente se dio cuenta que no le
importaba si ella lo comprendía, porque se había enamorado de Isobel
MacLeod. De esa pequeña rebelde, sorprendente, exasperante y endiabla
cabezota.
—Parece que estás teniendo un problema con eso —dijo Grant algo
divertido.
El rostro de Isobel, ya desprovisto de lágrimas, se endureció al
escuchar esas palabras.
—Pero tú no puedes pretender hacer eso conmigo. Tú no quieres
besarme —agregó Isobel como si esa fuese una verdad universal y Grant
estuviese loco por querer insinuar otra cosa.
—¡Ohh, sí que quiero! Mucho.
El rostro de Isobel no podía ponerse más rojo. Su piel, demasiado
pálida, mostraba todo el rubor que era capaz de soportar.
Isobel balbuceó unas cuantas cosas incomprensibles hasta que pareció
centrarse nuevamente y mirarlo con los ojos entrecerrados.
—Esta es alguna de tus tretas para reírte de mí, ¿verdad? Es juego
sucio.
Grant hizo un gesto con los hombros como dando a entender que le
daba igual lo que ella pensase, que le era indiferente. Isobel gruñó por lo
bajo ante su clara intención de no contestar a su pregunta.
—Estoy pensando en algo sucio, pero no es precisamente un juego.
¿O sí? Eso depende de ti —dijo con una voz sugerente y un brillo divertido
en los ojos.
Isobel estaba totalmente escandalizada y un «ohhh» quedó atrapado
en su garganta sin poder emitir sonido alguno.
Grant no pudo aguantarlo más y soltó una carcajada.
—Eres adorable, ¿lo sabías? — preguntó dando un paso hacia ella.
Isobel tenía que haber dado también uno para atrás, a fin de mantener
la distancia con él, pero no lo hizo. En vez de eso soltó una tontería que
hizo que Grant volviese a reír.
—Edine siempre dice que adorables son los gatos.
Cuando Grant dejó de carcajearse, volvió a dar un paso más hacia
ella.
—No sigas acercándote —dijo Isobel con una voz carente de
convicción.
—¿A qué tienes miedo? —preguntó Grant mirándola con intensidad.
—Yo no... no tengo miedo a na... nada.
Ese tartamudeo nervioso hizo que Grant sintiera una cálida sensación
en su interior, y cuando volvió a pensar que era adorable, se acordó de su
comentario sobre los gatos y no pudo evitar volver a reírse.
—¿Tienes un segundo nombre? —preguntó Isobel, como si con esa
pregunta pudiese distraerlo y frenar su avance.
Grant se extrañó por la pregunta, pero respondió igual.
—Kendrick.
Isobel asintió antes de hablar.
—Grant Kendrick MacLaren, detente y deja de hacer tonterías o te
meterás en un buen lío.
Grant se rio a carcajadas. No había sido su intención, pero el
reproche, hecho con una seriedad absoluta como si fuese su abuela había
sido muy divertido.
—Eso no le funcionaba ni a mi madre, Isobel Seelie MacLeod.
La sorpresa que reflejaron las facciones de Isobel le dijo a Grant que
ella nunca se hubiese imaginado que él sabía que también tenía un segundo
nombre y menos que conocía cuál era.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó algo desarmada.
Había sentido algo extraño al escuchar de sus labios su nombre
completo. Sin querer su mirada se detuvo en ellos y con un estremecimiento
de asombro supo que deseaba probarlos.
—Porque es hora que comprendas que me interesa todo de ti. Esto no
es un juego, ni una venganza, ni un pasatiempo. Es una necesidad. Voy a
besarte y si no quieres que lo haga es tu oportunidad para salir de aquí. Solo
tienes que dar media vuelta e irte, pero si me dejas acercarme a ti y
atraparte entre mis brazos, entonces tendrás que atenerte a las
consecuencias.
Isobel quería dar media vuelta y salir corriendo. Sabía que eso era lo
que tenía que hacer. Antes le había dado una bofetada por lo mismo que
quería intentar ahora, salvo que en ese instante todo le parecía diferente. Él
le había dicho que besarla era una necesidad. Esas palabras se habían
clavado en su pecho, haciendo eco una y otra vez en su interior, calentando
una parte de su corazón que le era desconocida.
—¿Qué consecuencias? —preguntó Isobel levantando su cabeza para
así poder mirarle a los ojos. Grant ya estaba a su lado y le era imposible
mantener el contacto visual si no era de esa forma.
—Bueno —continuó Grant posando sus manos en la cintura de Isobel
y acercándola a él hasta que la tuvo entre sus brazos—. Ahora ya es
demasiado tarde para decírtelo, pero permíteme que te lo muestre.
A Isobel no le dio tiempo a decir nada antes de que Grant se
apoderara de sus labios, y con su boca, su lengua y su pasión la hicieran
olvidar todo.

***

Elisa estaba agotada. Esos días estaban siendo infinitos. Aparte de los
miembros del clan a los que ya visitaba, como Beth, cuyo parto había
asistido la noche anterior, o Erwin, cuyo brazo estaba sanando
correctamente, se sumaban los continuos requerimientos por parte de los
invitados. Aparte de Edine MacLeod, había tenido que curar los múltiples
golpes y cortes que había causado un entrenamiento entre los diversos jefes
de los clanes allí reunidos. Grant le dijo que había sido para aliviar
tensiones, pero después de ver cejas y labios partidos, golpes en lugares
poco recomendables, alguna que otra nariz destrozada para siempre,
cabezas casi fracturadas y cortes profundos, no sabía si más que aliviar
tensiones habían iniciado guerras.
Una de esas curas era la que tenía su mente alterada a todas horas. Un
corte profundo en el brazo de Duncan McPherson. Todavía recordaba cómo
le habían temblado las manos, normalmente firmes y templadas, cuando
tuvo que tocarle para curar su herida. La mirada intensa y fija en ella de ese
hombre tampoco ayudó en nada a tranquilizarla. Después de varios días, no
había llegado a ninguna conclusión sobre su confuso comportamiento.
Porque no podía negarse lo que era evidente, y es que Duncan McPherson
la turbaba como jamás nadie lo había conseguido.
Como si el hecho de pensar en él hubiese tenido el poder de
convocarlo, el objeto de sus pensamientos apareció de entre las sombras
cuando Elisa salió del castillo para dirigirse a su pequeña casa. Tres años
atrás, Grant quiso que ella se quedara a vivir en él cuando su madre se fue.
A su primo no le gustaba que viviese sola en una de las casas más apartadas
del clan, sin embargo, a Elisa le agradaba esa soledad. Demasiados años en
un ambiente caótico y violento. La independencia que le otorgaba su
pequeña casa era algo que la hacía sentir bien.
—Demasiado tarde para ir sola, ¿no cree?
Elisa lo miró aún sobresaltada por su presencia. No lo había visto
hasta que casi estuvo encima. Esa noche la luna llena iluminaba suficiente
como para ver sus facciones.
—Estoy en tierras MacLaren. Este es mi clan y son mi gente. No se
preocupe, estoy a salvo.
Duncan McPherson esbozó una sonrisa, aunque el ceño algo fruncido
mostraba cierta preocupación.
—No dudo de su palabra, pero en estos días hay gente que no
pertenece a su clan en tierras MacLaren y yo me sentiría mucho más
tranquilo si me permitiera acompañarla o llamar a alguien de su clan, si lo
prefiere, para que lo haga.
Elisa no sabía si sentirse halagada por su preocupación o sentirse
agraviada por la poca confianza depositada en ella.
—Ni una ni otra. No quiero molestarle y tampoco veo necesario que
nadie me acompañe. Soy la curandera del clan. Créame que he salido a
horas más intempestivas que esta y, como puede ver, estoy bien.
Duncan asintió lentamente. Pero algo dentro de Elisa le dijo que esa
conversación no había terminado.
—¿Ni siquiera se queda a cenar? —preguntó McPherson con voz
grave y calmada.
Elisa se arrebujó en el paño que cubría sus hombros cuando el viento
frío la alcanzó, moviendo levemente la falda de su vestido.
—No tengo hambre —le contestó cansada.
La voz de McPherson, cálida y varonil, había llegado hasta ella
abrigándola más que la lana que sobre su cuerpo intentaba darle abrigo.
Elisa no pudo detener la sensación que se extendió por su pecho cuando vio
la mirada cálida y preocupada de Duncan fija en ella.
—Se la ve exhausta. No debería descuidar su salud. Necesita dormir y
también tiene que comer, sino terminará enfermando.
Elisa sonrió para que Duncan pudiese comprobar que no estaba tan
mal como él imaginaba. El anhelo la golpeó, ese que le hacía preguntarse
cómo sería tener a alguien a quien le importases lo suficiente como para
cuidar de ti, para preocuparse hasta el extremo de fijarse en esos detalles. El
hecho de que Duncan se hubiese percatado de que no había comido, de que
necesitaba dormir, era algo que la había emocionado. Era una tontería, lo
sabía, pero no podía evitarlo.
Ella nunca había tenido eso, ni siquiera por parte de sus padres. Su
primo Grant era lo más cercano que tenía a esa familia deseada. Se
preocupaba por ella y siempre estaba ahí para escucharla, pero era el jefe
del clan y tenía muchas obligaciones, así que Elisa intentaba no darle más
motivos de preocupación, callándose todo lo que podía. Odiaba ser una
carga para los que amaba.
Una mano en su mejilla la sacó de sus pensamientos, deleitándose por
unos segundos en el calor que emanaba de esos dedos que, a pesar de ser
fuertes y endurecidos con callosidades, la tocaron con una delicadeza que la
conmovió y envió escalofríos por todo su cuerpo. El roce duró segundos.
—De acuerdo. No la detendré, pero entonces tendré que seguirla para
cerciorarme de que llega sana y salva —continuó Duncan con la voz ronca,
como si algo le hubiese afectado.
—Está de broma, ¿verdad? —preguntó Elisa antes de percatarse de la
firmeza en la mirada de McPherson.
—Con la seguridad de una dama nunca bromeo —respondió Duncan
más serio de lo que lo había visto desde que llegó.
Algo le dijo a Elisa que no le haría cambiar de opinión.
—¿Y quién me dice que no debo cuidarme precisamente de usted?
Apenas nos conocemos —preguntó Elisa, más por curiosidad, que porque
pensara que Duncan podría hacerle algo. Se conocían solo de unos días,
pero algo le decía que McPherson jamás le haría daño, en realidad se sentía
con él más segura de lo que se había sentido en mucho tiempo.
—Me tiró el primer día al suelo y acabé con barro en partes en las que
jamás imaginé. Cuando me vendaba el brazo, después de curarlo con gran
maestría, he de decir, dejó cerca de mí unas hierbas que todavía no sé
nombrar, pero que me produjeron una reacción que me provocó un
salpullido durante dos días. Y estoy seguro de que su ingenio y su tenacidad
podrían hacerme pedazos si así lo deseara. Así que yo me pregunto quién es
el que está en verdad en peligro.
Elisa sonrió abiertamente ante esas palabras.
—¿Alguien le ha dicho alguna vez que es buen orador? Me ha
convencido. Si lo expone así, no puedo negarme, pero solo si me deja
echarle otro vistazo a ese brazo. No lo he vuelto a revisar desde que curé su
herida.
Elisa vio un brillo en los ojos de Duncan ante sus palabras que creyó
haber imaginado cuando este desapareció al instante.
—Está perfectamente. No se preocupe.
Elisa se cruzó de brazos delante de McPherson, lo que hizo que este
soltara una pequeña carcajada.
—Está bien. Me parece justo.
Elisa esbozó una sonrisa antes de comenzar a andar, uno al lado del
otro.
CAPÍTULO XVIII

Logan había esperado algún tipo de represalia por parte de Daroch,


por eso había hecho guardia entre las sombras cerca de la puerta de la
habitación que ocupaban Edine e Isobel.
Ambas habían subido tras la cena. De eso hacía un buen rato, pero
todavía quedaban comensales en el salón. Logan pudo escuchar durante las
siguientes horas los pasos de los invitados cada vez que uno consideraba
retirarse para acabar pronto entre los brazos de Morfeo. Allí permaneció
hasta que los primeros rayos de sol se insinuaron sobre un horizonte tímido.
La densa niebla era visible ahora que podían adivinarse los relieves en el
terreno del exterior.
Más convencido de que Daroch se marcharía sin crear más
problemas, abandonó el pequeño espacio que había ocupado durante toda la
noche y se dirigió a su habitación. Las piernas y el cuello le dolían por
haber permanecido durante horas en esa precaria postura. Eso, unido a la
falta de sueño, fue la única explicación que consiguió darse para descuidar
su espalda cuando entró en el cuarto cerrando la puerta tras él.
Sintió el filo del puñal hiriendo su brazo y parte del pecho un segundo
ante de reaccionar. Fue tarde para evitar el ataque, pero lo suficientemente
rápido para evitar una muerte segura. Ese puñal iba directo a su corazón. El
resto fue instintivo. Se agachó volviéndose sobre sí cuando su atacante
volvía a la carga para intentar rematar el trabajo. Falló por poco, pero a
Logan le dio el margen que necesitaba para agarrarlo de la muñeca evitando
que pudiese empuñar de nuevo el arma en su dirección. Se levantó rápido y
de un golpe con su cabeza le rompió la nariz. El desconocido se dobló sobre
sí mismo por el dolor y aflojó el agarre del puñal, cosa que Logan
aprovechó para desarmarlo.
Cuando iba a rematar el golpe para inmovilizarlo, el desconocido lo
alcanzó en el pecho y brazo herido, haciendo que Logan apretara los dientes
por la punzada lacerante que sintió en su pecho. Ese hombre era un guerrero
avezado. Aprovechando la debilidad de su contrario, intentó golpear
nuevamente a Logan en su brazo herido. No lo consiguió, pero en el camino
desestabilizó a Logan tirándolo al suelo. Su gran tamaño, superior al de
Logan, y su gran musculatura vencieron a la agilidad de Logan que debajo
de él intentó quitárselo de encima sin éxito. Con su brazo casi inutilizado,
poco pudo hacer cuando ese hombre lo cogió del cuello, apretando con la
clara intención de asfixiarlo.
La sonrisa de suficiencia del individuo sacó de quicio a Logan, cuya
situación era del todo menos favorable. Sabía que si no hacía algo sería su
última lucha. La falta de aire le estaba haciendo perder fuerzas. Con la
mano tanteó el suelo. Rezó para que el puñal del que había desarmado a su
oponente antes estuviese cerca. Con la punta de los dedos tocó el mango.
No lo pensó, y cuando el guerrero dirigió su mirada hacia la mano de Logan
ya fue demasiado tarde. La hoja se incrustó en su cuello haciendo manar a
borbotones la sangre de la incisión certera. La mirada llena de incredulidad
fija en Logan fue lo último que el guerrero hizo antes de caer muerto a su
lado.

***

Elisa estaba distraída esa mañana. No había podido dormir después de


que Duncan la acompañase hasta su casa. Lo había intentado. Había estado
tan cansada que hubiese sido lo natural, pero en vez de eso se vio a sí
misma dando vueltas y pensando en los ojos de aquel hombre y en la
intensidad de su mirada. Así que, al alba, harta de seguir pegándose con las
sábanas, se levantó, hizo sus abluciones matinales y se dirigió al castillo.
Quería ir a volver a ver los golpes del pequeño Ed, por si estaban sanando
como debían y de paso ver a Anne. El estómago le dolía últimamente y
quería asegurarse de que no era algo más serio. Ya llevaba un preparado con
diversas hierbas para aliviarle el malestar.
Cuando llegó y atravesó sus puertas no había esperado encontrarse
con Grant listo para ir a por ella. Su cara extremadamente seria le confirmó
que algo grave había ocurrido.
Cuando le pidió que lo acompañase por los pasillos hasta llegar al
dormitorio de uno de sus invitados, no esperó encontrarse con un cadáver
en el suelo y a Logan McGregor sangrando profusamente por su brazo y
pecho.
—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?
—Un ejercicio de entrenamiento que ha salido mal —dijo Grant
mirándola con un brillo irónico en los ojos. Elisa sabía que estaba siendo
sarcástico. Grant tendía a hacerlo en circunstancias tensas como aquella—.
¿Tú qué piensas que ha pasado? Lo han atacado con intención de matarle y
Logan no ha tenido más opción que acabar con él —continuó Grant,
pasándose los dedos por el pelo y señalando al cadáver que yacía inmóvil.
Cuando había ido a ver a Logan esa mañana para decirle que Lachan
Daroch ya había abandonado el castillo, lo que menos imaginó fue
encontrarse a su amigo herido y a un muerto en el suelo de su habitación.
Logan le dijo que estaba bien, pero por la palidez de su rostro y la sangre
que manchaba sus ropas, necesitaba a Elisa con urgencia. El haberla
encontrado entrando en el castillo justo cuando salía a por ella fue una
suerte.
Un grito sofocado hizo que los tres miraran hacia la puerta de la
habitación.
—¡Qué demonios...! —exclamó Grant cuando vio a Edine MacLeod,
pálida, cruzar rápidamente la estancia para llegar hasta donde se
encontraban Logan y Elisa.
—¿Qué ha pasado? —preguntó sin dejar de mirar a Logan.
Logan vio la preocupación en los ojos de Edine y eso hizo que la
última de sus defensas cayese vergonzosamente sin luchar.
—Se mareó bailando —contestó Grant con el ceño fruncido.
Cuando Edine, Elisa y el mismo Logan lo miraron con cara de pocos
amigos, soltó un gruñido antes de continuar.
—¿Por qué todo el mundo pregunta lo evidente? Hay un hombre
muerto y tú estás herido, no creo que haya que hacer un mapa para deducir
qué es lo que ha ocurrido.
Edine alzó una ceja antes de contestar.
—No creo que ese tono de «yo lo sé todo» y el sarcasmo te vayan a
hacer ningún bien —dijo con voz tan dura que el mismo Grant sonrió en su
interior. Empezaba a entender qué era lo que a Logan le fascinaba de Edine,
aparte de lo hermosa que era. Lo mismo que lo había llevado a él a perder la
cabeza por Isobel: su lengua mordaz, su genio y su fuerza.
—Déjame ver la herida —pidió Elisa que ya estaba abriendo su bolsa
de cuero para sacar las cosas que iba a necesitar.
—Estoy bien. Puedo esperar a más tarde. He recordado quién es —
dijo Logan señalando al hombre que yacía en el suelo—. Al principio no lo
reconocí, aunque me era familiar. Es uno de los hombres de Daroch, de los
que a su llegada Lachan mandó a tierras de los Lamont. Dijo que le estaba
pagando una deuda, dejándole varios hombres por unos días. Imagino que
este volvió ayer, porque durante todo este tiempo no lo volví a ver.
—Si ha sido Daroch, pagará por ello, pero eso puede esperar y tu
herida no. Así que no seas cabezota y deja que te lo vea Elisa —dijo Grant
serio. Conocía a Logan lo suficiente para saber que, cuando se le metía algo
en la cabeza, era inútil discutir con él. Incluso cuando su salud estaba en
juego.
—No alcanzaré a Daroch si pierdo más tiempo —continuó Logan
levantándose con intención de irse.
Edine se puso delante impidiéndole avanzar.
—Puedes hacerle pagar lo que te ha hecho en otro momento, pero
ahora necesitas que te curen esa herida, por favor. Haz caso a Grant y a
Elisa. Por favor…
Logan supo que no podría cazar a Daroch. Al ponerse en pie, el
mareo por la pérdida de sangre se hizo más que evidente. Sin embargo, eso
no fue lo que le hizo desistir de su empeño, sino la mirada desesperada de
Edine y ese «por favor» salido de sus labios que se clavó en su conciencia.
La sensación cálida que se extendió por su pecho al comprobar que
verdaderamente Edine estaba preocupada por él, lo hizo claudicar. Él le
importaba.
Y eso no debería cambiar nada, pero de hecho lo hizo.
—Está bien— dijo Logan volviendo a sentarse y dejando que Elisa
tomara su camisa para cortarla y empezar a curar su herida.
Edine no se marchó. Ayudó a Elisa en cada momento y cogió la mano
de Logan cuando Elisa tuyo que quemar la herida que no dejaba de sangrar.
Logan sabía que ella ni se dio cuenta de ese gesto, pero él sí, maldita sea, y
aunque dolió como mil demonios, lo único que sintió al final fue el tacto de
unos suaves dedos enredados a los suyos, sintiéndose acariciado por la otra
mano de Edine que, intentando reconfortarlo, dejaba bajar sus dedos por su
antebrazo, llenándolo de paz y de un deseo como no había sentido en
mucho tiempo.
Odió el momento en que ella, reacia, los dejó, acompañando a Elisa.
Y supo que no había sido cauto en sus sentimientos cuando, después de que
se fueran, Grant lo miró con una gran sonrisa y una ceja enarcada. Aquello
iba a ser más difícil de lo que pensaba.

***

Edine salió junto a Elisa y cuando enfiló el pasillo empezó a temblar.


—¿Estás bien? —preguntó Elisa parándose y haciendo que Edine
también detuviera el paso.
—Perfectamente… —Edine no pudo seguir fingiendo cuando vio la
expresión de Elisa. La curandera del clan la miraba con una expresión que
dejaba a las claras que sabía perfectamente lo que le pasaba. A pesar de su
juventud, Elisa MacLaren era una mujer sabia, observadora, fuerte e
intuitiva. A Edine le había caído bien desde el primer momento que la
conoció.
—No puedo mentirte, ¿verdad? —preguntó, sabiendo lo obvio.
La negativa de Elisa junto a su sonrisa lo dejó claro.
—Estoy temblando. He pasado un miedo terrible cuando he visto…
—Lo sé —dijo Elisa mirándola a los ojos. En ellos había
comprensión y dolor. Ese sentimiento tan arraigado en sus ojos sorprendió a
Edine y le hizo preguntarse qué era lo que había pasado Elisa para que esa
emoción ahogara sus pupilas.
Edine tembló de nuevo. Había pasado tanto miedo, que solo el
recordarlo podía con ella. Esa mañana, al alba, había acudido a la
habitación de Logan con la intención de hablar con él antes de que todo el
castillo bullera de actividad y le fuera imposible decirle lo que quería sin
que nadie les molestase. Después de lo que había pasado la noche anterior y
de cómo se despidieron, no había podido conciliar el sueño. La certeza y la
magnitud de sus sentimientos la corroían por dentro porque nunca había
dejado de amar a Logan. Había aceptado que nunca estarían juntos, había
aceptado que él la odiara y había aceptado que él viviese su vida lejos de
ella, pero eso había sido antes de llegar a este castillo y de haberle visto de
nuevo, antes de saber que todo lo que había aceptado eran una sarta de
mentiras y que solo había estado aletargada, viviendo una vida a medias
hasta que lo vio, y le sintió. Y entonces despertó de nuevo, sintiéndose más
viva de lo que lo había hecho en mucho tiempo.
A pesar de ello sabía que no podían estar juntos. Llegar a esa
conclusión, durante la larga noche en la que había luchado contra sus
sentimientos y contra su sentido común, la estaba destrozando por dentro.
Habían pasado cuatro años y muchas cosas habían cambiado en ese tiempo.
Ellos no eran los mismos que se juraron amor eterno, aunque sintiese que
ese juramento seguía tan vivo en su interior como el día en el que lo
pronunció. Pero después de sufrir ambos en el camino, después de
recomponer sus vidas ¿Qué sentido tenía volver atrás? No podían. Amaba a
Logan y sabía que Logan sentía aún deseo por ella. No era tan ilusa como
para pensar que también era amor. El Logan que estaba enamorado de ella
murió el día en que ella lo abandonó. Este Logan no era el hombre que ella
recordaba, y a pesar de ello, aun cuando sabía lo que pensaba, el hombre del
que se enamoró había estado visible para ella en momentos, que atesoraría
cuando se fuera de allí. Porque Edine no se engañaba pensando que, a pesar
de esa debilidad, él la perdonaría y volvería a confiar en ella. Lo había
sentido en cada una de sus caricias. Eran reales, pero sabían a despedida.
Eran las caricias de un amante que deseaba pero que sabía que aquello no
tendría un final feliz. Sabía que Logan era el hombre más fuerte que
conocía y sabía que sería feliz. Él ya había superado lo que pasó entre ellos.
Contarle lo que en realidad aconteció, relatarle su infierno, no aportaría
nada a su presente, solo dolor, un dolor que no tenían por qué soportar los
dos. Ella lo llevaría sola.
Logan había zarandeado su bien organizado mundo, sus medidas y
estudiadas reacciones, como si removiera un avispero, y ella había
reaccionado. Ahora le tocaba sofocar esos sentimientos y mantenerlos para
ella. Los atesoraría, recordando cada segundo cuando la soledad o la tristeza
acudieran en su busca. Eso se llevaría de allí. Quería quedar en paz con
Logan, quizás recuperar su amistad. Quería poder despedirse de él sin
resentimientos. No quería que el pasado quedase inconcluso por más tiempo
entre ambos ¿Era demasiado pedir?
—Estaré bien —dijo Edine con una sonrisa viendo la preocupación en
los ojos de Elisa por el tiempo en que había pasado sin decir nada, perdida
en sus pensamientos.
—Si necesitas hablar, escuchar se me da muy bien —ofreció Elisa
guiñándole un ojo.
Edine sonrió más abiertamente. Definitivamente, Elisa MacLaren le
caía muy bien.
CAPÍTULO XIX

Los dos días siguientes fueron un auténtico calvario para Edine. A


pesar del estado de Logan, este salió junto a Grant y un grupo reducido de
hombres, entre ellos Duncan McPherson y Alec Campbell, para alcanzar a
Daroch, ajustar cuentas y devolverle el cuerpo sin vida del guerrero que
había intentado matar a Logan. Aunque McGregor no podía culpar
directamente a Daroch del intento de su asesinato, el hecho de que su
asesino fuese un miembro de su clan ponía a Lachan en una situación
comprometida. Daroch era el responsable y él lo sabía, pero sin pruebas,
este podía aducir que el guerrero a sus órdenes actuó sin su consentimiento.
Y, aunque nadie pudiese creer tal mentira, esa duda era suficiente para que
Logan no pudiese despellejarlo vivo. Así que cuando lo alcanzaron, le
devolvieron el cuerpo y McGregor lo desafió. Fue lo que Logan exigió. A
pesar de su brazo izquierdo herido, Logan no tuvo piedad y Daroch acabó
con la cabeza en el barro, varias costillas rotas, la nariz fracturada y la
espada en el cuello. Le dejó bien claro que, si alguna vez alguien de su clan
volvía a atentar contra su vida, lo mataría. El asentimiento ante sus palabras
de los hombres que le acompañaban, todos jefes de clanes y los mejores
Highlanders que existían, Daroch tuvo que aceptar que, si alguna vez osaba
ni siquiera respirar en la misma dirección que McGregor, era hombre
muerto.
Cuando volvieron al castillo y Edine vio a Logan, pudo volver a
respirar con normalidad. Nadie podría sospechar que estaba herido si no
fuera por los signos externos que lo evidenciaban. Un labio partido y una
postura más rígida de lo normal. Sus ojos seguían siendo esos pozos
insondables que atraían a todo el mundo por igual.
Edine quería hablar más tarde con él. No había podido hacerlo cuando
fue a su habitación y se encontró con la escena que había estado presente en
sus pesadillas las últimas dos noches, salvo que en esos sueños era el
cuerpo de Logan el que veía tirado en el suelo sin vida.
Con ese pensamiento salió del salón y se dirigió a la pequeña estancia
que las damas habían acondicionado para bordar y charlar tranquilamente
cuando Lesi la interceptó.
Sabía que su hermana quería hablar con ella. Lo había intentado
varias veces desde su llegada y hasta ese momento Edine la había
esquivado. Sin embargo, en ese instante iba a ser muy difícil poder evitarla.
—Edine, por favor, ¿podemos hablar? No creas que no me he dado
cuenta de que, cada vez que me acerco, te vas.
—¿Y por qué podría ser eso, Lesi?
Edine comprobó cómo el rubor cubrió las mejillas de su hermana.
Parecía que por lo menos tenía la decencia de sonrojarse por todo lo que
había hecho.
—Tienes razón y por eso necesito hablar contigo. No… no te pediré
nada después de eso.
Edine estuvo tentada de negarse, pero después de echar un vistazo y
ver que la habitación estaba vacía, asintió con la cabeza y entró en él, con
Lesi siguiéndola de cerca. Sabía que las demás damas habían salido a dar
un paseo, entre ellas Isobel con Helen Cameron; y Thorne iba siguiéndolas
de cerca.
Edine se excusó aduciendo un fuerte dolor de cabeza. Isobel la había
mirado interrogativamente, pero después de dos días sin apenas dormir, y de
los que su prima había sido testigo, Isobel pareció aceptar su excusa. La
única realidad es que Edine quería estar allí por si Logan volvía. Necesitaba
saber que estaba bien.
—Tú dirás —dijo sin tomar asiento. Quería que aquello fuese breve.
Edine vio por primera vez a su hermana nerviosa. Rehuía su mirada y
se retorcía las manos entre sí.
—Quería pedirte perdón —dijo Lesi mirándola con ojos suplicantes.
Edine vio en ellos dolor, y sin embargo no se sintió turbada por ello.
Esas tres palabras no podían cambiar el pasado. Se volvió de espaldas y
anduvo por la habitación antes de enfrentar de nuevo a su hermana.
—Te agradezco esas palabras, pero no es tan fácil. No puedes
pretender que te perdone. No después de lo que hiciste.
Edine vio la cara descompuesta de Lesi.
—Lo sé, pero yo no sabía que papá iba a hacer lo que hizo —dijo,
defendiéndose con fervor.
Edine se acercó con la rabia quemando en sus labios.
—¿Y cómo pensaste que iba a reaccionar sabiendo que su hija estaba
embarazada de un hombre sin estar casada? ¿Qué pensaste que iba ocurrir,
Lesi? —le preguntó con furia.
El arrepentimiento fue visible en su rostro antes de hablar.
—No sabía que era esa clase de hombre, ahora lo sé. Y también sé
que tú me defendiste de él durante toda mi vida. Ahora lo comprendo.
—Demasiado tarde, Lesi —dijo Edine conteniendo un sollozo.
Lesi intentó acercarse con una súplica en su mirada.
—No sabía que te pegaría aquella paliza. Te lo juro. No sabía que
perderías al bebé.
—¡Y quizás no lo hubiese perdido si después de pegarme hasta
dejarme sin sentido no me hubiese subido a una carreta y me hubiese
mandado, en pleno invierno y sangrando durante días, a casa de la tía
Nerys! Perdí al bebe en el camino, entre baches y dolores inhumanos,
porque él dio la orden de no parar, aunque su hija estuviese agonizando. Y
créeme que ese dolor no era nada comparado con el hecho de saber que
había perdido a mi hijo. Cuando llegué a tierras MacLeod todos pensaban
que era un milagro que siguiera con vida. La tía Nerys, cuando vio mi
estado y tras las palabras de la curandera, después de que esta me
examinara, tuvo que llamar al padre Len para que me diese la
extremaunción. ¡La extremaunción, Lesi! Y créeme que en ese instante lo
único que quería era morir, alejarme de todo ese dolor y morir. ¿Y sabes lo
único que me hizo luchar? ¿Lo sabes? —preguntó Edine sin poder contener
la furia que le hervía por dentro —, pensar que Logan vendría a por mí. Que
el amor de mi vida, el padre de mi hijo, vendría a por mí, pero eso nunca
pasó. ¿Por qué no pasó, Lesi? —preguntó Edine mirando a su hermana, que
lloraba profusamente—. ¡Dilo! —exclamó, haciendo que Lesi diese un salto
por la ira que contenía esa única palabra.
—Porque le dije que habías decidido casarte con otro y le entregué un
pergamino en el que tú se lo explicabas todo y le decías que era por el bien
de tu clan.
Edine asintió, mordiéndose el labio interior para intentar sosegarse.
—Y no contenta con destrozar todo mi mundo, tuviste que hacérmelo
saber. Como si no hubiese sido suficiente, tuviste que vanagloriarte de tus
actos. Querías que supiera que Logan me odiaba, que jamás volvería a
verle. ¿Por qué? ¿Por qué, Lesi? Yo te quería. Eras mi hermana pequeña.
Intenté siempre protegerte —dijo Edine con desesperación.
Lesi no había parado de llorar desde que le había pedido perdón.
—Tenía envidia. Tú siempre eras la primera. Para papá, para nuestras
amigas. Si mamá miraba alguna vez a alguien, era a ti. Y luego conociste a
Logan y era el hombre más impresionante que había visto y, por supuesto,
te prefirió a ti. Me corroían los celos y cuando me contaste en secreto que
estabas embarazada, lo supe. Supe que aquella era mi oportunidad. De que
papa supiese que no eras la hija perfecta que él imaginaba. Pensé que te
mandaría lejos, solo eso… Yo no pensé…
Edine temblaba sin poder controlarlo, quería que Lesi se fuese, no
quería seguir con aquella conversación. Dolía demasiado.
—¡No pensaste! ¡Maldita sea, Lesi! ¡Maldita sea! —dijo Edine
cruzando sus brazos sobre su cintura como si pudiese protegerse de esa
manera de todos los recuerdos, de todo el dolor que en su día guardó en lo
más profundo de su ser a fin de poder sobrevivir, y que en ese instante salía
a borbotones por cada poro de su piel.
Edine suprimió un sollozo y dejó de respirar cuando la puerta
entreabierta se movió hacia el interior y Logan apareció en el umbral. Su
expresión en aquel instante le dijo todo lo que tenía que saber. Él las había
escuchado. Edine cerró los ojos unos segundos esperando que al abrirlos
todo fuese un mal sueño. Pero cuando se fijó en su mirada cargada de un
dolor agónico, de ira y frustración, la frágil estabilidad que la sostenía en
ese momento se rompió. Un quejido salió de sus labios antes de que Logan
llegara hasta ella y la sostuviera entre sus brazos, abrazándola fuerte contra
él. Y entonces todo lo que había estado contenido durante esos cuatro años
se rebeló, tomó el control y dejó a Edine a su merced. Sin poder evitarlo,
los sollozos ahora incontrolables salieron de su garganta como si quisieran
arrancarle la piel y las lágrimas en torrente asolaron su rostro sin piedad. Le
faltaba el aire como si se le fuese la vida misma, y solo conseguía agarrarse
a Logan con todas sus fuerzas.
—Jamás le hecho daño a una mujer, va en contra de todas mis
convicciones, pero te juro que, si no sales de aquí, quebrantaré todos mis
principios y te mataré. ¡Vete! —gritó Logan a Lesi cuando esta no salió
rápido después de sus palabras.
Los ojos de Lesi se agrandaron con horror antes de volverse y salir
corriendo.
Logan sostenía a Edine contra su cuerpo mientras esos sollozos
desesperados le partían el alma.
Acababa de llegar después de dos días interminables, cansado y
dolorido, cuando la vio en el salón mirándolo. Vio el alivio en sus ojos al
verle, como si le hubiese preocupado lo que pudiese pasarle en su ausencia,
y entonces la pregunta que había estado asaltando su mente las últimas
horas regresó con fuerza e insistencia. ¿Por qué fue ella a su habitación el
día que intentaron asesinarlo? ¿De verdad le importaba o era otro de sus
engaños? Con esa pregunta en los labios, la siguió cuando la vio
desaparecer. La perdió durante unos segundos, pero cuando pasó por
delante del pequeño salón habilitado para las damas durante esos días y
escuchó su voz y la de Lesi, se paró en seco. El tono de Edine era raro,
como si toda su contención se estuviese haciendo añicos. Podía notar el
esfuerzo que hacía para que su voz no temblara. Eso le hizo acercarse más a
la puerta y prestar atención a la conversación. Lo que fuera que estaba
alterando de esa forma a Edine lo intrigaba. Y entonces escuchó esas
palabras. Unas que le hicieron apretar los puños y cerrar los ojos con fuerza,
y le obligaron a apoyarse en la pared de piedra a fin de que sus piernas
fueran capaces de seguir sosteniéndole. ¿Edine había estado embarazada?
¿De él? El significado de las mismas fue demoledor. El escuchar cómo lo
había perdido por culpa de la paliza que le infligió su padre, y el inhumano
trato al que fue expuesta por su propio progenitor hasta llevarla casi a la
muerte, el dolor en su voz, eso lo destrozó como si le hubiesen clavado un
cuchillo en el corazón y luego lo removieran a fin de verlo agonizar sin
piedad. Una furia como no había conocido jamás le atravesó y se adueñó de
él. Le habían arrebatado a su hijo, a Edine, una vida juntos, y todo, ¿por
qué? Las palabras de Lesi intentando explicarse avivaron su ira y el grito
desesperado de Edine lo hizo reaccionar. Abrió totalmente la puerta y entró.
Cuando vio el tormento y el dolor en los ojos de Edine, ahogándose en
ellos, quiso matar a todos los que la habían hecho sufrir, y se juró que no
descansaría hasta que les hiciera pagar por ello. Acortó la distancia que
había entre ambos y la estrechó entre sus brazos, sintiendo cómo temblaba.
El escucharla sollozar de aquella manera le desgarraba el alma. Y entonces
reparó en ella, en Lesi, que los miraba con los ojos abiertos y una expresión
que Logan ni se molestó en analizar. En ese momento Edine le necesitaba y
no iba a fallarle. Nunca más. Le dijo a Lesi que se fuera. Y si era
inteligente, se iría de esas tierras y se mantendría alejada antes de que
Logan se cuestionara sus principios y no le importara tener su sangre en las
manos.
Edine lloró con todas sus fuerzas durante lo que parecieron horas.
Durante ese tiempo, Logan, de lo único que fue consciente, aparte de ellos
dos, fue de que cerraban la puerta del salón otorgándoles la privacidad que
necesitaban.
CAPÍTULO XX

Logan separó un poco a Edine cuando el llanto se había convertido en


un débil gimoteo. Necesitaba ver que estaba bien.
Los ojos de Edine eran dos pozos de dolor, incapaces de seguir
ocultando nada. En ese momento estaban cargados de incertidumbre, duda,
temor. ¿Por qué?
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Logan suavemente, rozando
la mejilla de Edine en un intento de borrar todas las lágrimas que habían
dejado un camino visible desde su rostro hasta su cuello.
Edine cerró los ojos con fuerza antes de volver abrirlos y enfrentarse
a Logan. No había querido que él se enterase de aquello. Era el pasado, uno
que no tenía solución. El volver a él solo le producía dolor y angustia por lo
que había perdido y no podía recuperar. El conocer el pasado solo le
produciría también dolor a Logan, y ella no quería ser quien infligiera tal
emoción en él.
—No supe que estaba embarazada hasta que ya estabas en la corte.
Estaba muy asustada, aunque también ilusionada. Esperaba ansiosa,
desesperada, el día de tu vuelta para poder contártelo. Confiaba que la
noticia te haría feliz. Siempre habías dicho que te gustaban los niños y te
había visto con ellos. Así que solo me quedaba esperarte. Y entonces
cometí un error. Mary, que ayudaba a mi madre y también a nosotras, se dio
cuenta de que no había utilizado los paños durante el sangrado mensual y
empezó a sospechar. Me hacía preguntas y, cuando supe que lo intuía, se lo
conté a Lesi para que me ayudase. Al día siguiente mi padre lo sabía y el
resto ya lo has escuchado.
Logan apretó la mandíbula en un acto reflejo. Sí, había oído el resto,
y él se encargaría de que ese maldito hijo de puta pagara por lo que había
hecho.
—No puedo ni llegar a imaginar por lo que tuviste que pasar, y solo
puedo culparme por no haber estado a tu lado. Perdóname, por favor.
Logan tuvo que luchar para no perder el control. Solo imaginar por lo
que tuvo que pasar lo ponía enfermo. Tenía sed de venganza y él se sentía
responsable. Debería haberlos protegido, debería haberlo sabido. Pero ya
tendría tiempo de torturarse, ahora lo más importante era Edine.
Edine se puso seria en un instante. Había visto el dolor en los ojos de
Logan al decir aquellas palabras, y la frialdad de las mismas al dirigirlas
sobre sí mismo.
—Tú no lo sabías —dijo con tono duro y exigente. Quería que Logan
entendiera que no habían tenido la culpa.
—Nunca debí dejarte sola.
—No tuviste opción —dijo Edine intentando que sus palabras calaran
en Logan—. El rey demandó tu presencia en la corte. No podías
desobedecer esa orden y nosotros no sabíamos lo que iba a pasar. Se
suponía que volverías en pocos meses y que nos casaríamos. Estábamos
prometidos en secreto. No había nada que nos hiciera suponer que todo se
complicaría.
—Nuestro hijo… —dijo Logan mirándola fijamente. Edine vio la
turbación, el agónico ruego que había en sus palabras.
—No fui capaz de protegerlo —dijo Edine, como si estuviese de
repente muy cansada. Sintió su voz extraña, como si no fuese la suya—. Si
alguien debe sentirse culpable soy yo.
Esas palabras se le hicieron lejanas de repente. Escuchó a Logan
repetir su nombre una y otra vez. Oyó la extrema preocupación en su voz, y
sintió cómo la tomaban casi en brazos para terminar sentada en una de las
sillas de la estancia, con él a su lado, tocándole la mejilla, con la cara
descompuesta. Se dio cuenta de que había estado a punto de perder el
conocimiento.
—Estoy bien. Ya ha pasado —dijo Edine moviendo la cabeza un
poco, como si así pudiese despejarse.
Ahora que le había hablado y que sabía que estaba bien, Logan
frunció entrecejo y su voz fue dura y contundente.
—No, no lo estás. Maldita sea, Edine, acabas prácticamente de
desmayarte. No volverás a salir de la cama hasta que te lo diga.
Edine esbozó una tenue sonrisa.
—Siempre has sido un mandón —le contestó, y el recuerdo de lo que
habían estado hablando antes de que ese mareo la dejara exhausta hizo que
su rostro se tensara. Logan soltó una de sus manos y cogió la barbilla de
Edine para que lo mirara. No iba a permitir que rehuyese sus ojos, y menos
antes de decirle lo que pensaba.
—Jamás vuelvas a decir que no pudiste protegerlo. ¿Me oyes, Edine?
Dímelo, di que lo entiendes, porque no voy a permitir que te hagas esto a ti
misma, cuando la única que lo protegió de todo y de todos fuiste tú. Hiciste
todo por él y estuviste a punto de morir. —La voz de Logan tembló al decir
las últimas palabras. Edine lo miró con asombro. Logan jamás perdía el
control o la compostura—. Si te hubiese perdido también…
La intensidad en las palabras de Logan, unida a su mirada, atravesó a
Edine hasta dejarla sin respiración. La vergüenza por haber deseado su
propia muerte la golpeó como antaño.
—Hubo momentos en que deseé morir.
Edine lo miró, derrotada. Lo había dicho, había confesado su
debilidad.
—Sentía tanto dolor que, cuando comprendí lo que el padre Len
estaba haciendo junto a mi cama, di gracias y rogué para que fuese rápido.
Y entonces pensé en ti, y la angustia se apoderó de los pequeños momentos
de consciencia. No quería dejarte.
Edine vio el brillo en los ojos de Logan.
—Cuando comprendí que sobreviviría, cada noche me dormía
rogando que le susurraras mi nombre al viento. Y a veces creí escuchar mi
nombre en él, hasta que me di cuenta de que eso no ocurriría jamás.
Perdóname, Logan, pero te odié por ello. Y entonces recibí noticias de Lesi,
unas líneas diciéndome lo que había hecho, y todo quedó claro para mí. Eso
no hizo que doliera menos, pero ya no podía odiarte y eso me destrozó,
porque ya no tenía una excusa para olvidarme de ti. Ya no podía echarte la
culpa. Estuve enfadada contigo, con todos, hasta que Brian me hizo ver que
estaba equivocada.
Logan endureció su mirada. Brian era el hombre con el que había
estado casada. El hecho de saber que ese hombre era el que la había
consolado, protegido y tocado en vez de él, le hicieron apretar los dientes
llevado por la ceguera de los celos.
—¿Te hizo feliz? —preguntó con toda la calma que encontró a pesar
de su furia interna. Parte de ella tuvo que desprenderse en el tono de su voz,
porque Edine le miró con el entrecejo fruncido.
—Era un buen hombre y me dio mucho más de lo que yo pude darle a
él.
Logan se sentó en la silla que había frente a ella, incapaz de soltarle
las manos.
—Cualquiera que te conozca sabe que eso es imposible.
Edine sonrió con desgana. Logan vio los surcos oscuros bajo sus ojos,
ahora que estaban menos hinchados después del llanto. La palidez y el
cansancio parecían haberse cebado con ella. Quiso en ese instante llevarla a
la habitación y obligarla a descansar entre sus brazos hasta que estuviese
completamente convencido de que estaba bien.
—Conocí a Brian cuando estaba recuperándome y empecé a dar
pequeños paseos. Él sabía de mí por Nerys y por su hermano, Thane, y
conocía mis circunstancias. Pidió verme. No entendía por qué, supongo que
fue curiosidad. Él estaba muy enfermo y no podía levantarse de la cama.
Era un hombre con inquietudes y muy inteligente. Creo que se aburría hasta
la saciedad. En cierto sentido me recordaba a ti.
La expresión de Logan al escucharla denotó que ese hecho lo había
sorprendido.
—Al principio fue un poco raro, pero después de esa primera charla
me pidió que lo visitase. Al poco tiempo las visitas se convirtieron en algo
cotidiano. Me sentaba junto a su cama y hablábamos de todo. Era un
hombre mucho mayor que yo y supo darme muy buenos consejos. Yo lo
visitaba solo un rato. Se cansaba con facilidad y le faltaba el aire. Cuando
recibí noticias de mi padre ordenándome que volviera, mi mundo se
derrumbó de nuevo. No quería, no podía volver. Pensé incluso en huir. No
quería poner a mi tía Nerys en la tesitura de tener que decidir, y entonces
Brian me pidió que me casara con él. Al principio le dije que no, me negué
porque no lo amaba. Era un buen amigo, pero le dije que no podía ofrecerle
nada. En ese sentido estaba vacía y todavía te amaba. Él me dijo que
tampoco me podía ofrecer ser un marido en el pleno sentido de la palabra,
por su enfermedad, pero que si accedía me daría la protección de su
apellido y no tendría que volver con mi padre. El clan MacLeod sería mi
nueva familia.
Logan seguía sintiendo el látigo de los celos en sus entrañas, pero
después de escuchar a Edine, una parte de él agradeció el hecho de que
Brian MacLeod la hubiese protegido cuando él no pudo.
—¿Por qué no viniste a por mí? ¿Por qué creíste en las palabras de
Lesi? —preguntó Edine, y vio que aquellas preguntas habían hecho mella
en Logan. Lo vio encogerse un poco, como si sus palabras le hubiesen
hecho daño.
Logan tragó saliva antes de contestar. Aquella respuesta, después de
lo que sabía ahora, no era fácil. No sabía cómo podía haber sido tan cauto.
Se vanagloriaba de su inteligencia y de su poder de observación. Y en aquel
caso había estado completamente ciego.
—Vi la letra en ese pergamino y creí que era la tuya. Era la misma.
No lo dudé, y después de escuchar a Lesi, no hubo resquicio para nada más.
Sabía cosas que era imposible que supiera si no era por ti y eso me hizo
pensar que era de tu total confianza. Era tu hermana y sabía cuánto la
querías y lo unida que estabas a ella. Jamás pensé que fuera un engaño. No
me dijo adónde habías ido. Pero en una cosa te equivocas. Sí que te busqué,
y cuando descubrí donde estabas, el rey volvió a reclamarme en la corte.
Tuve que esperar unos meses hasta que pude cerciorarme de mi
información y cuando quise ir a verte, tú ya te habías casado. Entonces
entendí que, si había habido algún tipo de esperanza, con tu matrimonio
quedaba enterrada. Aquel casamiento confirmaba todo lo que Lesi me había
contado. ¿Cómo has permitido que todo este tiempo albergara ese
resentimiento hacia ti? Y todos estos días, ¿por qué has dejado que siguiera
ciego ante todo esto? Tenía derecho a saberlo —dijo Logan entre dientes—.
También era mi hijo, tú eras la mujer a la que amaba, habría dado lo que
fuera por saber la verdad. ¿Por qué?
—Estaba vacía, Logan. Durante mucho tiempo estuve entumecida, y
yo también recibía información sobre ti. Conservaba algunas amistades que
durante estos años saciaban mi curiosidad. Sabía que estabas en la corte
frecuentemente y que había muchas damas que reclamaban tu atención. Me
dijeron que parecías feliz. Así que, después de que todo pasara, ¿qué
derecho tenía de provocarte un dolor innecesario?
Logan endureció la mandíbula y una mirada que Edine no pudo
descifrar se instaló en su rostro. Solo sabía que había contenido el aliento
ante la misma. Entonces Logan soltó sus manos y se levantó, poniendo
distancia entre ellos como si necesitase ese espacio para poder decir lo que
pensaba.
—Tenías todo el derecho del mundo. No lo comprendes, ¿verdad?
Ese dolor no era solo tuyo, era de los dos. Yo te amaba, maldita sea, más
que a mi propia vida, y aún sigo haciéndolo.
Edine levantó la mirada como si le hubiesen sacado todo el aire del
pecho de golpe. ¿Había dicho que aún la amaba? Sintió que los ojos se le
humedecían. Había escuchado mal, estaba segura, pero su corazón
martilleaba en su pecho ante la idea de que eso fuese verdad.
—¿Qué has dicho? —preguntó titubeante mientras se ponía de pie.
Logan se acercó a ella y enmarcó su cara con ambas manos mirándola
fijamente a los ojos.
—He dicho que te amo. Nunca dejé de hacerlo.
La intensidad de sus palabras se hicieron eco en el interior de Edine.
Una lágrima solitaria cayó por su mejilla y Logan la capturó con el dedo,
quitando su rastro. Edine sintió arder la piel donde este había trazado el
camino de esa lágrima.
—No hay nadie más que tú. Nunca la ha habido y nunca la habrá. Soy
todo tuyo, Edine MacLeod, hasta mi último aliento. En cuerpo y alma.
Edine esbozó una sonrisa cuando esas palabras se colaron en su
interior. Pensó que el corazón le iba a estallar.
—Yo también te amo, Logan McGregor, y nunca he dejado de ser
tuya.
Un gruñido salió de los labios de Logan antes de capturar su boca y
devorar cada centímetro de ella con un ansia desmedida, por los años
perdidos, por el dolor vivido, y por un amor que nunca entendió de nada
más que de la fuerza de lo que sentían el uno por el otro.
CAPÍTULO XXI

—Lo siento, señoras, pero no pueden pasar. Ha habido un problema y


esta habitación no podrá estar disponible por un rato. Si quieren puedo pedir
que les lleven lo que necesitan al salón principal hasta que puedan volver a
ella.
Las caras de todas las damas iban desde la incredulidad a la
aceptación. Grant había tenido que improvisar. Cuando iba hacia las cocinas
y se había cruzado con una sollozante Lesi McEwen, se dirigió al salón en
el que las damas solían reunirse para bordar, y al mirar encontró a Edine
MacLeod llorando como si fuera a desbordar los mares y a Logan abrazarla
como si fuesen a quitársela. El ruido procedente de uno de los laterales, le
hizo reaccionar. Cerró la puerta, dándoles la intimidad que necesitaban y
había hecho guardia allí. No quería que nadie perturbara aquella
conversación o lo que estuviesen haciendo. Era una situación comprometida
y deseaba que Logan pudiese aclarar lo que necesitara con Edine sin la
preocupación de ser interrumpidos.
Vio a todas las damas aceptar sus disculpas menos a una. Isobel lo
miró con una ceja alzada y cara de circunstancias. No sabía por qué había
pensado que podía ser diferente esta vez. Aquella mujer lo volvía loco.
Cuando todas se retiraban hacia el salón, vio a Isobel disculparse con
ellas y volver sobre sus pasos. La sonrisa que se instaló en sus labios fue
suficiente para que Isobel le mirara desafiante, dando pequeños toques con
el pie en el suelo en señal de impaciencia.
—Acabas de mentir, Grant Kendric MacLaren, y no veo que te
arrepientas de ello.
—Ni pizca —dijo Grant con un brillo pícaro en los ojos que hizo que
Isobel contuviese el aliento.
—Debería darte vergüenza, pero no vas a distraerme con eso —dijo
Isobel señalando a sus ojos con el dedo— así que dime qué es lo que pasa.
No encuentro a Edine y si lo que ocurre en esa habitación tiene que ver con
ella y no me lo dices, tendrás que atenerte a las consecuencias.
Grant asintió como si estuviese considerando seriamente su amenaza.
—¿Vas a torturarme hasta que suplique? ¿Qué será? ¿El látigo o un
montón de brasas ardiendo? —preguntó con cara de preocupación.
Isobel estaba enfadada, y más después del tono irónico de Grant, pero
no pudo menos que reírse, y entonces vio el cambio en la expresión de
MacLaren. Vio el deseo en sus ojos y la intensidad en su mirada como si
ella fuese lo más preciado que había en este mundo y se sintió perdida en
ellos. No podía negar más la realidad. Estaba enamorada de Grant
MacLaren.
—Quedan pocos días para que esta reunión acabe. De hecho, ya
conozco varias uniones que se formalizaran en breve. Algunos partirán en
las próximas horas y no pensaba que esto me pasaría a mí, sin embargo, no
puedo dejar que te vayas, a pesar de que sé que no soy lo que deseas, sin
pedirte algo. Dios, esto no se me da nada bien —exclamó Grant totalmente
serio.
—Sí —dijo Isobel con todo el arrojo del que fue capaz.
—Sí, ¿qué? —preguntó Grant, imaginando que Isobel no tenía ni idea
de adonde se dirigían sus palabras.
—Que no se te da nada bien —dijo con una gran sonrisa.
Grant se removió inquieto, aunque una mueca se instaló en sus labios
cuando entendió que Isobel estaba divirtiéndose a su costa.
—¿Por qué no lo dices, Grant? Sé que es duro, pero no podrás vivir
contigo mismo si no lo reconoces de una vez. Di «Isobel, has ganado la
apuesta y he caído de rodillas ante ti, porque te amo tanto como tú me amas
a mí».
Isobel no sabía de dónde había sacado las agallas para decir aquello.
Y si se había equivocado no podría volver a salir de tierras MacLeod en su
vida, la vergüenza la mataría. Pero la rebeldía, su lengua incapaz de
controlar lo que debía decir, y que tantas veces le habían reportado el enojo
de todos los que la amaban, volvían a traicionarla. La cara de asombro de
Grant mereció la pena, aunque después quisiese huir al lugar más recóndito
y enterrar la cabeza en un agujero. Era la primera vez que veía a ese hombre
quedarse sin palabras a medio balbucear.
—No puedes hacer nada convencional, ¿verdad? —preguntó Grant
cuando pudo encontrar su voz después de lo que le había dicho Isobel.
Isobel se encogió de hombros. Su cara expresaba tensión y
nerviosismo, y Grant supo que amaría a esta mujer hasta el final de sus días
y que Dios lo ayudara.
—Isobel, has ganado la apuesta y he caído rendido, de rodillas ante ti,
porque te amo tanto como tú me amas a mí y por eso solo puedo
preguntarte ¿Te casarás conmigo?
Una sonrisa como el sol en verano iluminó aquella estancia cuando
Isobel curvó sus labios antes de sellar sus destinos con un sí que Grant
rubricó con un beso lento que los dejó a ambos sin aliento.

***

Edine miró a su prima y no podía saber quién de las dos estaba más
asombrada.
—¿Qué has dicho? —preguntó nuevamente cuando vio a Isobel con
una sonrisa de oreja a oreja.
—Grant me ha pedido que me case con él y le he dicho que sí.
Edine la miró como si estuviese esperando que le saliera una segunda
cabeza.
—¿Y dónde quedó eso de patán ignorante, presuntuoso, orgulloso
maleducado…?
—Vale, vale, lo he entendido —dijo Isobel sin evitar que la felicidad
se viese reflejada en su rostro. Es verdad que le había costado aceptarlo,
pero ahora que lo había hecho no podía dejar de sonreír—. Sin embargo,
toda persona tiene derecho a equivocarse, que no es mi caso, porque Grant
es todo eso, pero es mío.
Edine no pudo sino sonreír ante la ola de posesión que había
impregnado las palabras de Isobel.
—¿Estás segura? —preguntó más seria.
—Tanto que duele pensar que podría haberlo dejado escapar.
Edine se acercó y se abrazó a ella. Le gustaba Grant, sabía que era un
buen hombre y que haría todo lo posible para hacer a Isobel feliz. Aunque a
ellos les hubiese costado aceptarlo, Edine había visto que ambos se atraían
desde el momento en que posaron sus ojos el uno en el otro.
—Y ahora que hemos aclarado mi situación, ¿qué hacías encerrada en
el pequeño salón con Logan McGregor? —le preguntó Isobel a la vez que la
miraba entrecerrando los ojos.
Edine miró a su prima y tomó una decisión.
—Creo que deberías sentarte. Hay algo que quiero contarte.
Isobel se puso seria de inmediato. El tono de voz de Edine la había
puesto en alerta.
Isobel se sentó junto a ella y escuchó todo lo que su prima tenía que
decirle. La oyó relatar su historia con Logan y cómo llegó a tierras
MacLeod, por qué y en qué circunstancias. La traición de Lesi, y todo lo
que había venido después hasta llegar a lo que había pasado esa misma
tarde. Edine vio a Isobel pasar por toda una paleta de emociones. Si algo
tenía su prima es que no sabía reprimir sus emociones ni sabía cómo
disimularlas. La vio sufrir, enfurecerse y emocionarse.
Ahora que hacía más de cinco minutos que había acabado de hablar,
Isobel permanecía callada y eso la estaba poniendo nerviosa.
—¡Voy a matar a esa bruja!
—¡Isobel! —exclamó Edine después escuchar el insulto y las ira que
había tras ellas.
—Pero es que es verdad. Si llego a saber esto cuando la vi, le hubiese
arrancado la cabeza a esa arpía malnacida.
—Dios mío, Isobel, menos mal que tu madre no puede escucharte.
Eres peor que un grupo de marineros en medio de una borrachera.
Isobel tomó las manos de Edine antes de mirarla nuevamente. Esta
vez su ira parecía haberse apaciguado y una sospechosa humedad rondaba
sus ojos.
—¿Estás bien? No sabía que habías pasado por ese infierno, pero
sabes que te quiero, y mucho. Para mí no eres mi prima, sino mi hermana, y
siempre lo serás.
—Lo sé —dijo Edine abrazando a Isobel nuevamente mientras se
limpiaban ambas las lágrimas disimuladamente.
—¿Y qué le has dicho a Logan?
Edine sonrió cuando supo a qué se refería su prima. Logan le había
dicho que se casarían antes de salir de tierras MacLaren. Que no pensaba
pasar separado de ella ni un día más. Grant ya había hablado con el
sacerdote que velaba por las almas de aquellas tierras para que el
matrimonio fuese lo antes posible.
—Que la paciencia tampoco es mi principal virtud.
Las carcajadas pudieron escucharse durante un buen rato.

***

Grant miró hacia la puerta cuando Elisa esbozó una sonrisa.


—¿Cuándo ibas a contármelo? —preguntó a su primo mientras este
salía detrás de la mesa en la que había estado revisando las cuentas durante
la última hora.
—Cuando te viera. ¿Te he dicho que voy a casarme?
Elisa rio ante la pregunta de su primo.
—Es tarde, ya me he enterado por Helen Cameron. Se ha torcido esta
tarde el tobillo y cuando estaba examinándola me ha dicho que estaba muy
feliz de que su amiga Isobel MacLeod hubiese aceptado tu proposición. Es
cuando le he preguntado si el golpe se lo había dado en el pie o en la
cabeza. Creo que eso no le ha hecho mucha gracia.
Ahora fue Grant quien soltó una carcajada. Su prima Elisa era su
única familia, y más que su prima era como una hermana. Siempre había
sido más madura de la edad que tenía. Ni siquiera quería pensar en la razón
de ese hecho. Su tío había sido un hombre violento y borracho, y su esposa,
la madre de Elisa, una mujer que nunca había demostrado ni cariño ni
preocupación por la salud de su hija. Cuando el padre de Grant se había
dado cuenta de ello, había sido demasiando tarde para evitar muchas cosas.
Por eso Elisa había empezado a acompañar a la curandera del clan, la vieja
Besy, cuando solo tenía doce años, para estar fuera de su casa el mayor
tiempo posible. Y él se reprochaba no haberse dado cuenta de ello.
—Bueno, no creo que te guarde rencor. Es imposible hacerlo cuando
se te conoce.
Elisa sonrió con cariño antes de quedarse seria.
Grant vio la expresión de su prima y supo que algo ocurría.
—¿Qué pasa, Elisa? —preguntó acercándose a ella y obligándola a
mirarlo a los ojos.
—He recibido noticias de mi madre.
Grant endureció su mandíbula ante las palabras de Elisa.
—¿Qué quiere ahora?
—Dice que necesita que vaya a verla. Dice que es importante.
Grant maldijo por lo bajo.
—Y tú no la creerás, ¿verdad? No irás.
Elisa tomó una de las manos de su primo entre las suyas.
—Es mi madre, Grant.
—Una madre que no hizo nada nunca por ti, ni siquiera protegerte, y
que luego te abandonó a tu suerte para irse de aquí sin tan siquiera mirar
atrás.
Elisa sabía todo eso, lo sabía muy bien, y lo había meditado durante
las últimas dos horas.
—No le debes nada, Elisa.
—Lo sé, pero si le doy la espalda, entonces estoy siendo igual que
ella. Eso no es lo que aprendí de ti.
Grant la miró con orgullo. Su prima era una de las mujeres más
fuertes, generosas, nobles y cariñosas que había conocido. Y él se prometió
hacía mucho tiempo que cuidaría de que nadie volviese a hacerle daño
nuevamente. Sus grandes ojos la miraban ahora, solicitando comprensión.
—No irás sola, ¿me escuchas?
Elisa asintió. La tensión había abandonado sus facciones.
—Irán varios hombres contigo. O van contigo o no te mueves de aquí
—continuó Grant cuando la vio que iba a protestar—, pero deberás esperar
hasta que esta reunión acabe. Ahora no puedo desprenderme de ninguno de
los hombres.
—Pero me necesita ahora, Grant.
La expresión de su primo la hizo darse cuenta que no iba a ceder. Era
muy cabezota a veces.
—Hay varios días hasta tierras MacKintosh. No voy a arriesgarme
con tu seguridad.
Un ruido en el vano de la puerta hizo que Grant y Elisa volviesen sus
miradas. Duncan McPherson estaba allí, y Elisa sintió que sus mejillas se
sonrojaban ante su sola presencia.
—Lamento interrumpir. Venía a decirte que tendré que irme pasado
mañana y sin pretenderlo he oído la última parte de vuestra conversación. Si
la señorita Elisa quiere ir, mis hombres y yo podríamos acompañarla hasta
allí. Las tierras del clan MacKintosh limitan con las de mi clan. No sería
ninguna molestia, ya que nos pilla de camino.
Elisa miró a Grant suplicando que aceptara la oferta de Duncan
McPherson.
Cuando Grant asintió, Elisa miró a Duncan con una gran sonrisa.
CAPÍTULO XXII

La boda fue al día siguiente. Logan McGregor no permitió que nada


se interpusiera esta vez en su camino. Amaba a Edine como jamás había
amado a nadie y el hecho de pensar en poder perderla de nuevo le hicieron
desesperar en el deseo de tenerla atada a él de todas las formas posibles. Así
que él mismo arrastró al padre David hasta las tierras de MacLaren y
delante de la mujer más hermosa y maravillosa del mundo se comprometió
en cuerpo y alma a protegerla y amarla hasta la saciedad. Eso no lo dijo,
pero era más que evidente por la forma en que la miraba, hambriento de
tocar cada centímetro de ella.
Edine se puso un vestido dorado con una cenefa de color verde,
bordado en uno de sus hombros con pequeñas flores en un tono de verde
más claro que el resto de la cenefa. Su pelo suelto caía ondulado sobre su
espalda.
Estuvieron presentes Grant e Isobel, Elisa, Duncan McPherson, Helen
Cameron y Alec Campbell y el pequeño Ed Daroch, que estaba contento de
saber que se iría con ellos y que tendría un nuevo hogar. Isobel no pudo
contener las lágrimas durante la ceremonia. Sabía por lo que había pasado
su prima y verla tan feliz en ese momento hizo que se emocionara. No
podía dejar de hipar con pequeños sollozos hasta tal punto que, en un
momento de la ceremonia, el padre David, Logan y Edine, se giraron para
cerciorarse de que estaba bien.
Isobel casi se murió de la vergüenza.
—Ya me callo —dijo, mientras con una mano hacía el gesto de que
siguieran.
La carcajada de Grant solo empeoró su azoramiento.
Después de que el padre David uniera sus manos y las atara mientras
decía las palabras que los convertirían en marido y mujer, ambos recibieron
las felicitaciones de todos los presentes. Grant había preparado una cena
especial para todos esa noche, no solo los que habían acudido como testigos
al enlace.
Hubo comida, baile y muchas risas, sobre todo cuando Logan y Edine
se retiraron. Los comentarios, algunos subidos de tono, hicieron ruborizarse
a Edine.
—¿Eres feliz? —preguntó Logan cuando estaban ya en la habitación
que le había proporcionado Grant para esa noche, más grande que la que
habían tenido ambos durante su estancia.
Edine esbozó una gran sonrisa mientras Logan la atraía hacia sí,
pasando los brazos por detrás de su cintura.
—Mucho, pero… —dijo Edine poniendo un dedo sobre los labios de
Logan, que ya trazaban el camino hacia los suyos—. Sé que puedes
hacerme todavía más feliz. Espero que trabajes en ello y te esmeres por
conseguirlo durante los próximos… ¿cuarenta o cincuenta años?
Logan esbozó una sonrisa traviesa mientras sus ojos desprendían todo
el amor y la pasión que sentía en ese instante.
—Trabajaré duro. Lo prometo.
Edine se rio sin poder evitarlo.
Esta vez no detuvo el avance de Logan, que apresó sus labios
despacio, dolorosamente lento, mordisqueando su labio inferior,
consiguiendo de Edine un gemido de protesta, exigiendo más. Logan la
atrajo contra su cuerpo, no quedando entre ellos un solo resquicio, hasta que
Edine lo dejó entrar en esa boca que lo volvía loco y que se apresuró a
tomar. Enlazó su lengua con la suya y, como si tuviesen todo el tiempo del
mundo, se perdieron en su sabor, en su textura, en su deseo que se encendía
cada vez más hasta que tuvieron que separarse para poder respirar.
Edine apoyó su cabeza en la barbilla de Logan mientras ambos
intentaban recuperar el aliento.
—Tenía toda la intención de ser delicado e ir despacio, pero si
seguimos así te tomaré aquí mismo sin llegar ni siquiera a la cama.
Edine sonrió, aunque sus mejillas estaban rojas como la grana. Ese
deseo mutuo que los quemaba y enloquecía a los dos, esa necesidad
primitiva que tenían de estar uno en brazos del otro, piel contra piel, era tan
visceral que apenas si lo podían controlar. Entendía a Logan.
—Ha pasado mucho tiempo desde que yo… Tú has sido el único
hombre con el que me he acostado, pero no soy una novia virgen. Puedes
omitir lo de delicado y despacio, pero te agradecería lo de la cama.
Logan soltó una carcajada que retumbó en el pecho de Edine,
haciéndose eco de su propia felicidad.
—Creo que eso sí podré cumplirlo —dijo Logan antes de acunar su
cara entre sus manos y mirarla con adoración.
—Te amo tanto…
Edine cerró los ojos y se embriagó no solo de esas palabras, sino
también de la intensidad, la profundidad y la emoción con las que habían
sido dichas.
Logan la tomó en brazos, acortó la distancia hasta la cama que había
detrás de ellos, y que era la pieza central en aquella habitación, y depositó a
Edine sobre sus blancas sábanas.
Se desvistieron mutuamente entre risas y una pasión por momentos
agónica que los guio hasta que estuvieron completamente desnudos uno al
lado del otro, y el deseo era lo único que imperaba entre ambos.
Logan dejó la boca de Edine para descender sobre su cuerpo y besar
cada centímetro de su piel. Le estaba costando la vida misma mantener el
control, pero no quería precipitarse, quería volver loca de deseo a Edine
antes de hacerla suya por completo.
Cuando llegó a su pecho rodeó con su lengua la areola sonrosada de
su pezón izquierdo, provocando que la piel de Edine se erizara. Un pequeño
gemido proveniente de sus labios hizo que siguiera con aquella tortura.
Sopló sobre el pezón ya endurecido y cuando Edine arqueó su espalda
pidiendo más, Logan no se hizo de rogar y lo metió en su boca,
succionando, lamiendo su cúspide hasta que la oyó sollozar. Reticente, lo
abandonó, dedicándole al otro la misma atención. Edine sujetó las sábanas
con los puños cuando, después de que Logan siguiera con su tortura
descendiendo aún más, sintió su aliento en el mismo centro de su
feminidad. Cuando notó sus dedos tocando el botón de carne que culminaba
su placer y separó sus labios, creyó morir. Sin embargo, fue cuando sintió
su lengua penetrando en su interior cuando soltó un grito que resonó con
fuerza entre las paredes de aquella habitación. No creía que pudiese
aguantar tanto placer y supo que, si aquella tortura se prolongaba, moriría
entre sus brazos, hasta que sintió cómo se fracturaba en mil pedazos, no
pudiendo contener los gritos que emergieron de su garganta cuando aquella
agonía de puro placer se adueñó de todo su ser.
Logan no pudo controlarse más. La deseaba con tal intensidad que
explotaría si no la hacía suya en aquel preciso instante. Los gritos y los
gemidos de Edine le habían llevado al extremo.
—Mírame, Edine —le dijo cuándo su cuerpo cubría completamente el
de su esposa, posicionado entre sus muslos.
Logan vio los vestigios de la liberación de Edine en sus ojos que se
enfocaron en él antes de introducirse en su interior de una sola estocada.
Tuvo que apretar la mandíbula y mantenerse quieto durante unos
instantes. Edine se movió debajo de él de forma instintiva y eso fue lo que
le hizo perder el poco control que le quedaba. Salió casi totalmente del
interior de su esposa para introducirse de nuevo en ella. Sus embates no
fueron delicados ni lentos, sino duros y con un ritmo endiablado. Edine
rodeó con sus piernas a Logan y siguió sus movimientos saliendo a su
encuentro, mientras con sus manos se agarraba a la espalda de Logan con
tanta fuerza que este sabía que le dejarían marca. Edine volvió a gritar
cuando el segundo orgasmo de la noche se apoderó de ella con más fuerza e
intensidad que el primero. Logan embistió varias veces más antes de lanzar
un gruñido salvaje y caer entre los brazos de Edine.
Cuando pudo moverse, se colocó al lado de su mujer atrayéndola
entre sus brazos. Ambos respiraban como si no hubiese aire suficiente para
calmar su pecho.
—Dios, Edine, otra noche así y te quedarás viuda antes de tiempo.
Edine sonrió, apoyando los labios contra la piel de Logan. Parecía
imposible que después de quedar saciados como habían terminado solo
unos minutos antes, sintiese de nuevo temblar el cuerpo de Logan ante su
contacto. Se sintió poderosa y sin poder resistir la tentación, sus labios
volvieron a besar la piel de su marido hasta lamer el pezón que la estaba
perturbando.
El gruñido gutural que salió de la garganta de Logan la hizo desear
más, y siguió bajando con sus besos hasta que se vio volteada en la cama y
con Logan encima de su cuerpo.
—Maldita sea, Edine, vas a matarme.
—No te mueras y recupera el tiempo perdido —contestó Edine con el
entrecejo fruncido y la voz firme como si fuese una orden. El brillo
divertido de sus ojos hizo sonreír a Logan, antes de perderse en el cuerpo de
su esposa una vez más.
EPÍLOGO

—Es precioso, Meg —dijo Edine con el pequeño entre sus brazos,
que eligió ese momento para soltar un ruidito y esbozar lo que parecía una
pequeña sonrisa. El poco cabello rubio y los ojos grandes color miel hacían
que todos vieran el gran parecido con su madre.
—Yo no puedo decir lo contrario, soy su madre— dijo Meg con una
sonrisa.
Hacía solo unas semanas que había dado a luz, pero se la veía tan
llena de energía como siempre.
—Yo creo que es precioso también.
Meg se quedó mirando a Aili con una ceja alzada.
—Tu parecer tampoco cuenta, eres su tía, y además estás embarazada.
Cuando yo lo estaba todo me parecía precioso.
Edine sonrió a la vez que Meg, mientras Aili fruncía el ceño.
Habían pasado tres meses desde que se habían casado. En ese tiempo
habían estado junto a Grant e Isobel en tierras MacLeod con motivo del
posible enlace entre ambos. Thane y Nerys habían aceptado a Grant
después de conocerle y ver qué clase de hombre era. Nerys había dicho a
Isobel que la forma en que la miraba Grant era la misma en la que su padre
la había mirado antes de casarse. Después los acompañaron de nuevo a
tierras MacLaren y estuvieron presentes en su boda. Edine se había
despedido días después de Isobel con el corazón dividido y la promesa de
Logan de que los visitarían en primavera.
Unas voces procedentes de la entrada sacaron a Edine de sus
pensamientos. En cuanto vio entrar a Logan junto a Evan y Andrew
McAlister, su corazón latió rápido, dejándola sin aliento. No sabía si alguna
vez esa sensación se asentaría para calmarse un poco, pero ahora le era
imposible permanecer impasible ante él. Y tampoco lo deseaba, porque,
aunque pareciera imposible, cada día que pasaba lo amaba aún más. La
profundidad de sus sentimientos podía dar miedo si no supiera que Logan la
amaba con la misma intensidad. La risa de Logan y Evan atrajo su atención.
Parecía que se estaban divirtiendo a costa de Evan, por su reciente
paternidad, aunque por su expresión no parecía muy molesto. Habían
escuchado a Andrew decir que desde que su hermano se había convertido
en padre, no era tan divertido meterse con él.
—Evan McAlister, no hagas ruido. Mat se está durmiendo —dijo
Meg, con el entrecejo fruncido pero una sonrisa en sus labios.
La cara de disculpa de Evan, un Highlander temido en toda Escocia,
no tenía precio. Se acercó a Edine para tocar la cabecita de su hijo y
depositar un beso en su frente antes de acercarse a su mujer y cogerla por la
cintura apretándola contra sí.
—Tendrás que hacer algo para que me mantenga callado.
El sonrojo de Meg fue instantáneo, antes de que un brillo pícaro
asomara a sus ojos.
—Está bien, puedo coserte la boca más tarde.
Evan rio por lo bajo antes de besar a su esposa.
Edine alzó su mirada después de colocar bien el paño con el que el
pequeño Mat estaba abrigado para mirar de nuevo a Logan. Había sentido
su mirada sobre ella desde que entró y ahora que enlazaba la suya con la de
él, el brillo y la promesa en sus ojos la hicieron ruborizarse también.
Andrew se acercó para ver a su sobrino después de besar a su mujer, y
colocar una mano en su vientre mientras le susurraba algo que hizo que Aili
lo mirase con adoración.
Logan se acercó a Edine, después de observar a su familia. Sus
hermanas, Aili y Meg, eran felices y sus matrimonios con los hermanos
McAlister, contra todo lo imaginado un año atrás, eran uniones selladas con
el profundo amor que se profesaban. Edine le sonrió cuando estaba cerca de
ella y sintió que su corazón se estremecía. Estaba más hermosa que nunca
en ese instante, con su sobrino entre los brazos. No quería que nada
enturbiara la felicidad de su esposa y por eso no le había contado la visita
que había hecho a su suegro dos semanas atrás. McEwen había echado
espumarajos por la boca después de que Logan le hiciese ponerse de
rodillas y pedir perdón por todo lo que había hecho. Había estado a punto
de matarlo con sus propias manos, pero sabía que eso no se lo perdonaría
jamás Edine. Al fin y al cabo, era su padre. Sin embargo, después de su
visita sabía que McEwen jamás volvería a ser el mismo hombre, y la
humillación delante de sus hombres fue completa. Lesi tuvo el buen juicio
no hacer acto de presencia.
—¿Quieres cogerlo? —preguntó Edine cuando Logan tocó la manita
de Mat.
—Creo que protestaría si lo alejara de tus brazos. Yo lo haría —dijo
Logan viendo cómo su sobrino apretaba su dedo con fuerza.
—¿No crees que deberías practicar? —preguntó Edine con voz baja.
Logan desvió su vista hasta Aili antes de contestar.
—Recuerda que le llevo cinco años a Meg. La cogía cuando era niña,
y estos días con Mat puedo practicar para cuando mi nuevo sobrino llegue.
La mirada de Edine cuando Logan terminó de hablar hizo que Logan
se quedara sin aire. Él creía que su esposa se había referido a su futuro
sobrino, pero… No podía ser… ¿verdad? No le estaba insinuando que…
Edine empezó a preocuparse cuando vio que Logan la miraba con
intensidad, pero no decía nada. Cuando notó el brillo acuoso en sus ojos,
Edine asintió.
—¿Estás…?
—Sí —dijo Edine con nerviosismo.
Lo había sospechado el mes anterior, pero no lo había confirmado
hasta que la curandera del clan McGregor se lo había dicho unos días antes.
Había sido difícil ocultar alguno de los síntomas, sobre todo durante el viaje
de varios días hasta tierras McAlister, donde las hermanas de Logan vivían
con sus esposos.
—Meg, ¿puedes coger a tu hijo, por favor? —preguntó Logan con
voz ronca y temblorosa.
Meg y Aili dejaron de prestar atención a todo lo demás para centrarse
en su hermano. Ese tono de Logan no era normal. Era el tono de que algo
muy gordo pasaba.
Meg miró a su hermana antes de acercarse a Edine y tomar a Mat
entre sus brazos.
Cuando su hermano tomó a Edine por la cintura y la besó como si le
fuese la vida en ello, ambas se miraron. Y cuando las lágrimas de felicidad
de Edine se unieron a las manos de Logan sobre su vientre aún plano, la
emoción embargó a Meg y a Aili. Después de lo que había sufrido Logan y
del infierno vivido por Edine, merecían ser felices.
Con lágrimas en los ojos, Meg y Aili esperaron hasta que Logan soltó
a su mujer, y dejando a Mat en brazos de su padre, ambas se acercaron hasta
Logan y Edine para abrazarlos.
—¿Qué nos hemos perdido? —preguntaron los hermanos McAlister a
la vez.
La risa de los hermanos McGregor resonó en la estancia mientras se
secaban las lágrimas de felicidad. El amor impregnaba cada rincón de
aquella habitación y a quienes estaban en ella.
¿Quién dice que los sueños no pueden hacerse realidad?
AGRADECIMIENTOS

A mis lectoras, por hacer realidad mi sueño, por sus constantes mensajes y
muestras de cariño. Por ayudarme siempre con sus opiniones a mejorar y
por seguir alimentando con ellas, mi deseo de crear historias nuevas.

A mi familia por apoyarme y estar siempre a mi lado

Y a mi amiga y confidente Lorraine Cocó. Te debo mucho preciosa. Tu


calidad humana es infinita. Gracias por ser como eres. Te quiero.
BIOGRAFÍA

Josephine Lys se licenció en Derecho, sin embargo, la lectura fue


siempre su pasión junto con los viajes y la pintura. Finalmente, el
entusiasmo por los libros la llevó por el camino de la escritura y comenzó a
imaginar y relatar sus propias historias. Enamorada de la Inglaterra del siglo
XIX, del Renacimiento italiano y de Escocia, escribe sus novelas
ambientadas en dichos escenarios históricos, aunque siempre está abierta a
experimentar con otros géneros y otras épocas.

Un disfraz para una dama (2007) fue su primera novela publicada,


hoy en día, ya un clásico. Su segunda novela, Atentamente tuyo (2008)
siguió los pasos de la primera. Con su tercer trabajo, El guante y la espada
(2012), y varias reediciones de sus primeras obras, se consolidó
definitivamente como una de las nuevas voces de la novela romántica
histórica. Su novela Corazones de plata ha resultado finalista en el VI
Premio Internacional HQÑ (2017), publicándose en mayo de 2018 de la
mano de Harper Collins Ibérica. Teniendo siempre un proyecto en mente
actualmente se dedica por completo a su pasión teniendo hasta la fecha
doce novelas publicadas.
OTROS TÍTULOS DE LA AUTORA

Regencia:
Un disfraz para una dama
Atentamente tuyo
El guante y la espada
Corazones de plata
Lágrimas en la lluvia

Trilogía de Los Hermanos McGregor:


El hielo bajo tus pies
No puedo evitar amarte
Susúrrale mi nombre al viento

Serie Tierras Altas:


Dibuja tu nombre en mi piel
Como el color del brezo
Invierno
Donde expiran los silencios

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