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LA NOVIA FUGITIVA

LA SERIE DE BRIDGEWATER

VANESSA VALE
Derechos de Autor © 2018 por Vanessa Vale

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son
producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier
semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o
lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

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información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas
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Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Hot Damn Stock; Fotolia: trahko


ÍNDICE

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9

ACERCA DE LA AUTORA
1

A NN

—T E VAS A CASAR CON ÉL .


—No lo haré —respondí.
Mi padre se puso de pie, cerniéndose sobre mí mientras me
sentaba en una de las sillas cómodas de la sala. Miré al suelo, los
colores oscuros de la alfombra daban vueltas mientras mis ojos se
llenaban de lágrimas. Respirando profundo las alejé. Mi padre
gobernaba mi vida, y exprimía de ella cada cuota de diversión, hasta
que casi no quedaba nada.
—No permitiré que el señor Atherton piense que eres común.
Nosotros no lo somos en lo más mínimo.
Sí, común. Mi padre no se rebajaba a sí mismo para ser como
cualquier persona. Que Dios me perdonara si me paraba a acariciar
a un perro. Un perro de raza en primera clase. Thomas Geary no se
detenía a acariciar un perro. No se detenía a dignificar a nadie con
su miserable presencia, a menos que fuera de valor para él.
Incluyéndome a mí. Yo solo era su hija. No era un hijo, solo una hija
que disfrutaba acariciar a los perros y ayudar a las mujeres mayores
a subir las escaleras para ir a cenar. Una hija que se negaba a
cumplir todos sus deseos.
—Yo no soy común, padre. Tú te has asegurado de eso —
contesté—. Pero el señor Atherton no me llama la atención. Te lo
dije en ese momento y ahora lo digo otra vez.
Caminó hacia mí y tuve que llevar mi barbilla hacia atrás para
mirarlo.
—Me llama la atención a mí y, más importante, tú le llamas la
atención a él. Fusionar su ferrocarril con mis tierras es crucial, Ann,
y no permitiré que arruines nuestros acuerdos.
—¿Entonces casarme con el hombre es parte del acuerdo?
¿Qué hay del amor?
Padre se rio.
—¿Amor? Esto no se trata de amor. Este proyecto de negocios,
incluso este viaje, se trata sobre dinero.
La vergüenza hizo que se calentaran mis mejillas, porque yo
creía en el amor con todas las fuerzas de mi corazón, mientras que
él no lo hacía. Se casó con mi madre por un acuerdo y no hubo
amor entre ellos. No la recordaba a ella, pero no podía imaginarme
a ninguna mujer amando a mi padre. Ella solo era alguien que le
proporcionaría un heredero y ni siquiera lo hizo bien. Ella me
engendró a mí, una mujer, y después falleció dando a luz al
verdadero heredero de padre, pero el pequeño también murió.
Había estado atrapado conmigo desde entonces. Por qué no se
había vuelto a casar y encontrado otra mujer para procrear, no tenía
idea.
Me puse de pie y levanté la barbilla, me encontré con los mismos
ojos azules que los míos. Esperaba que eso fuese lo único que
tuviéramos en común.
—Me niego.
Sus ojos se ensancharon y las líneas de su cuello se levantaron.
—¿Te niegas? —Dio un paso hacia mí, pero no tenía ningún
lugar a donde ir, la silla se presionaba en mis piernas—. Harás
exactamente lo que yo te diga.
Negué con la cabeza, pero mi destello de defensa se estaba
debilitando.
—¿Qué pasa si no lo hago?
Agarró mi muñeca y me haló hacia él. Su agarre era
inquebrantable; su mano, dolorosa. Hice una mueca por la forma en
que presionó contra mis huesos, más y más fuerte, hasta que jadeé.
—Esto va a pasar, Ann.
Haciendo una mueca por el dolor, intenté liberar mi brazo, pero él
no cedió.
—No me desafíes. —Hizo una pausa—. Para asegurar que este
acuerdo este… completo, en vez de esperar la llegada al muelle, la
ceremonia tendrá lugar en este barco, cuando estés mucho más
dócil.
Me dejó ir y me tropecé con él, agarré mi muñeca con la palma
de mi otra mano.
—Esta noche, Ann. El vestido que usarás para la cena será tu
vestido de boda.
Abrió la puerta.
—Padre —dije, ignorando el pálpito en mi muñeca y el
hormigueo de mis dedos.
Se volteó para mirarme.
—¿No deseas encerrarme?
Me miró como si fuera una tonta.
—¿En un barco? ¿A dónde vas a ir?
¿A dónde iba a ir? No había escape. Tenía tres horas, después
iba a ser la señora de Abel Atherton.
2

A NDREW

—N O CREÍ QUE HUBIESE OTROS COMO NOSOTROS — DIJE , MIRANDO A


Robert brevemente, mi amigo más cercano y compañero de viaje,
después a los hombres que estaban jugando póquer con nosotros
—. Tomaré dos. —Tiré mis cartas sin valor y me dieron los
reemplazos, los cuales no eran nada mejores cuando los añadí a mi
mano.
—¿Otros como ustedes? ¿Te refieres a hombres que reclaman
juntos a una mujer? —Whitmore Kane, un señor inglés, con clase,
estaba relajadamente sentado en su silla, con un cigarrillo sujeto
entre sus dedos. Con toda su educación sofisticada, ahora era un
soldado que había abandonado su puesto, junto con los otros tres
hombres que estaban sentados con nosotros a la mesa. Abandonar
el puesto era una acción deshonrosa en el ejército, una que ni
Robert ni yo podíamos tolerar, pero estos hombres tenían razones.
Razones serias y endebles. Kane, junto con Ian, Brody y Mason,
todos se habían destacado como parte de un ejército inglés en
Mohamir, un pequeño país cerca de Egipto.
—Imaginamos que éramos los únicos —murmuró Robert. A
pesar de que había otros hombres en el salón de cartas del barco,
ninguno nos estaba prestando atención. Aunque era usual que más
de un hombre reclamara a una mujer donde habían estado
designados en Mohamir, nosotros éramos americanos. A menos que
una zorra estuviera disponible para un poco de diversión extra, eso
no se hacía.
—Las costumbres británicas quizás son mucho peores —añadió
Kane, sacudiendo las cenizas de su cigarrillo en un cenicero—. Se
suponía que debía casarme con Clara Dunsworth-Day, hija del
tercer conde de Arrandale. Te lo aseguro, ella no hubiese estado
encantada de ver a Ian esperando en la habitación nupcial.
Ian sonrió.
—Sí, esa muchacha era algo frígida y yo no quería acostarme
con ella, mucho menos cuidarla durante toda mi vida. Ella no era
para nosotros. —Ian inclinó su cabeza hacia Kane—. La
encontraremos. Kane y yo lo sabremos de inmediato —dijo Ian,
asintiendo con la cabeza. Aclaró—. Aunque hubieses querido
casarte con esa muchacha británica, frígida o no, aunque a ella le
gustara una buena follada con dos hombres musculosos, fue
despojada de nuestras manos por Evers.
Levanté una ceja por el tono oscuro de Ian, porque ese nombre
era nuevo para mí. Por la mirada en el rostro de Robert, él tampoco
lo había escuchado.
—Evers era nuestro oficial al mando. Él mató una a una familia
inocente mohamirana y tergiversó la culpa hacia Ian. —Kane inclinó
su cabeza en dirección a su amigo.
—Como un escocés no es muy querido en Inglaterra y un juicio
justo es muy poco probable, escogí abandonar el país —añadió Ian.
—La alternativa, ser ahorcado, no era una opción. —Kane lanzó
una moneda.
No podía imaginar cómo me sentiría si Robert fuese acusado de
un crimen atroz. Lo protegería con mi vida. Me iría a otro país y
comenzaría de nuevo, justo como estaban haciendo ellos.
—Supimos que el Oeste tiene mucha tierra y que las montañas
son tan altas que tocan las nubes —añadió Ian.
Robert se encogió de hombros.
—También escuché eso. Soy de Virginia y Andrew es de
Pensilvania. Ninguno de nosotros ha estado demasiado lejos de la
Costa Este.
—El territorio de Montana es donde nos estableceremos —dijo
Kane—. Fundaremos un rancho —un término americano— y lo
llamaremos Bridgewater.
—De vuelta a su comentario, chicos, no, ustedes dos no son los
únicos que reclamarán a una novia juntos. También seguiremos la
costumbre de Mohamiran. —Ian miró a Kane y después Mason
señaló entre Brody y él.
Robert y yo estábamos en el barco con estos hombres, saliendo
de Portugal. Regresábamos a los Estados Unidos después de haber
sido designados por dos años a Egipto, y culminábamos con lo
último de nuestro tiempo en el servicio. Aceptamos nuestras últimas
órdenes y estábamos listos para ser libres del mando.
Encontraríamos ese lugar al que llamaríamos “hogar” y
reclamaríamos a la novia que lo compartiría con nosotros.
—Hemos pasado años en Mohamir, apreciando la costumbre de
más de uno casándose con una mujer, pero ¿cuál es su razón? —
preguntó Kane.
—Andrew y yo nos conocemos desde la guerra entre los estados
de Estados Unidos. Han pasado más de quince años desde que
peleamos juntos. Justo como ustedes, muchachos, hemos visto
morir a hombres buenos, a sus viudas quedarse sin hogar y sin
dinero, a sus hijos suplicando por comida. Esto no es algo a lo que
podamos someter a una mujer, así que decidimos tomar a una novia
juntos.
—Para protegerla —añadió Ian. Miré en dirección a él y todos los
hombres en la mesa asintieron en acuerdo con él.
—Cuidarla —añadió Kane. Pidió una carta e Ian le tendió una.
Las monedas fueron lanzadas en el medio de la mesa. Mason se
dobló. El juego continuó.
—Y, aun así, aquí estamos todos sentados, solteros jugando
póquer. Esta no es la manera de cortejar a una mujer —dijo Kane,
con su acento inglés crujiente y una sonrisa en su rostro.
Robert lanzó una moneda en el medio, después me miró.
—Nosotros la encontramos.
Lo habíamos hecho, simplemente no habíamos hablado mucho
al respecto. Nosotros solo… lo supimos.
—Sí —acordé.
Los otros hombres levantaron las miradas de las cartas para
mirarnos fijamente, sorprendidos. No había demasiadas
oportunidades en el ejército para interactuar con mujeres.
—¿Una chica en este barco? —preguntó Ian.
Asentimos.
—De cabello rubio, una mujer pequeña. En primera clase.
Robert y yo fuimos habíamos sido relegados a segunda clase,
con nuestros boletos comprados por el gobierno de los Estados
Unidos. Con respecto a los otros hombres, muchos de ellos ricos
por derecho propio, escogieron mezclarse con los pasajeros del
barco, en lugar de llamar la atención en el pequeño grupo de
primera clase. Aunque Ian era un hombre buscado y habían sido
cuidadosos para viajar de incógnitos, eran cautelosos en no dejar
una pista para que alguien los pudiese seguir.
—¿Han hablado con ella? —preguntó Ian.
—Todavía no. Hemos estado observándola —respondí.
La primera vez que la vi, me detuve en seco. Ella estaba de
rodillas en el muelle de madera, acariciando a un perro pequeño de
un pasajero. Su vestido combinaba con el color azul de sus ojos y el
viento atrajo un mechón de su cabello rubio a su rostro. Se rio en
voz alta mientras el perro saltaba y lamía su rostro.
Su diversión se evaporó cuando dos hombres se acercaron a
ella. Su sonrisa desapareció mientras era reprendida públicamente
por el mayor. No era una niña; su figura era pequeña y delgada, y
sus curvas de mujer no se podían perder de vista debajo de su
vestido elegante. El hombre tenía que ser su padre, porque tenían el
mismo color de ojos. El otro, no tenía idea. Por la forma en que él la
estaba mirando estaba claro que no estaban relacionados, aunque
el hombre tenía intenciones hacia ella. No estaba claro si eran
honorables o no.
Por el corte en su vestido, el traje del hombre y su lugar en
primera clase, ella no quería dinero. El dinero, sin embargo, no
compraba la felicidad, porque en ese momento, ella definitivamente
no estaba feliz. No tenía que escuchar su voz para saberlo. No tenía
que tocar su cuerpo suave para saber que estaba tensa. No tenía
que escuchar sus pensamientos para saber que no le gustaba el
socio de su padre.
Cuando nos pasaron, sus ojos se encontraron con los míos. Sus
mejillas eran pálidas, sus ojos estaban apagados por un nivel de
abatimiento con el que parecía estar familiarizada. Asumí entonces
que su alegría con el perro fue una eventualidad rara. Permanecí
contra la baranda mientras ella pasaba con los hombres. Cuando
me miró, tropezó, y disminuyó sus pasos; su padre continuó
hablándole en voz baja. Sentí el calor, la vibración de la conexión.
Sus ojos, por muy pálidos que eran, deberían haber sido fríos, pero
todo en ella estaba caliente. Cuando su padre la reprendió por
perder su atención de él, rompió la conexión conmigo y bajó su
cabeza mientras continuaban. Quizás tuviese frío con su padre, pero
tendría calor conmigo. Con ella, en medio de Robert y yo,
seguramente todos arderíamos.
—Cuando Andrew me la señaló, fue imposible mirar a cualquier
otro lado. Es como si me hubiera pisado un camello.
Los hombres rompieron en risa.
—¿Qué? —Robert miró a los otros hombres, después negó con
la cabeza—. Estuvimos en Egipto por dos años. Hay tantos
camellos ahí como en Mohamir. —Sonrió—. Muy bien. Ella es la
cosa más hermosa en el mundo. No hay duda de que nos pertenece
a mí y a Andrew.
—Ninguna —repetí. Fue instantáneo saber que esta mujer nos
pertenecía—. Como dijiste, Ian, lo supimos de inmediato.
—Ella está con un padre muy controlador —añadió Robert; todo
el humor desapareció de su voz—. Un socio de negocios está
viajando con ellos, sin embargo, es duro evitar ver la forma en que
él la mira.
—Competencia —ofreció Ian.
Bajamos nuestras cartas y Mason barrió sus ganancias frente a
él.
—¿Competencia? No. Una molestia, absolutamente —dije.
Pensé en el hombre odioso con bigote y lentes. Conocía la mirada,
todos los hombres lo sabíamos, porque era una mirada de un
hombre que quería follar a una mujer. Dudaba que sus
pensamientos fueran honorables en lo más mínimo. Aunque la
sociedad dictara que él no podía tocarla hasta que se casaran,
dudaba que él siguiera esa regla si ella no estuviera custodiada tan
cerca por su padre. Con respecto a Robert y yo, definitivamente
intentaríamos follarla, pero esperaríamos, porque nuestro honor lo
demandaba—. Al llegar a tierra, conoceremos más sobre ella. La
cortejaremos.
—Ella será nuestra —prometió Robert.
Kane me dio una palmada en el hombro.
—Buena suerte. Suena a que la pueden necesitar.
3

R OBERT

E L AGUA EN LA TINA DE COBRE ESTABA COMENZANDO A ENFRIARSE . H ABÍA


valido la pena cada centavo que le entregara al portero por cubetas
y cubetas de agua hirviendo, incluso ahora con mis rodillas dobladas
casi hasta mi pecho. Un baño era un lujo que no se ofrecía en el
ejército y estaba ansioso por uno una vez que fuera retirada mi
misión.
Estaba enjuagando el jabón de mis brazos cuando la puerta se
abrió y se cerró repentinamente, como una ráfaga de seda verde
pálido. Mis manos se paralizaron, sosteniendo la toalla mientras mis
ojos se abrían de sorpresa. Era ella. Por un segundo o dos, se
recostó contra la puerta como si alguien fuese a tumbarla, sin
prestarme atención. Vi el momento en el que sus ojos me
encontraron en la tina.
—Oh —jadeó ella, girándose de vuelta y colocando su mano en
la puerta. ¿Había entrado al camarote equivocado? Sabía que era
una pasajera de primera clase, así que su presencia en el nivel más
bajo del barco era inusual. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí?
Supuse que se escaparía una vez que me viera, pero no lo hizo.
Esa fue una señal reveladora. De lo que fuera que se estuviese
escondiendo —y tenía que estar escondiéndose de algo— era peor
que estar sola en un camarote con un hombre desnudo en una tina.
Me puse de pie directamente y ella se puso una mano sobre sus
ojos y jadeó. Me preocupé más por la persona que la estaba
molestando que por su virtud. Abriendo la puerta del camarote, salí
al pasillo. Como estaba chorreando agua, mojado y desnudo, fue
una suerte que no hubiese nadie cerca. El perseguidor peligroso no
había seguido a la mujer; regresé a mi camarote y cerré la puerta.
—¿Alguien te estaba persiguiendo? No hay nadie ahí ahora,
pero ¿has sido amenazada? —pregunté. Ella todavía tenía su mano
cubriendo sus ojos—. ¿Por eso te quedas aquí?
—Me quedé porque estás bloqueando mi camino y no puedo ver
a donde voy con mis ojos cubiertos. No puedo creer que salieras al
pasillo así. ¿Todavía estás desnudo?
Sonreí. Su voz era suave y melódica, y su inocencia
encantadora. Por su acento, era americana. Me tomé un momento
rápido para estudiarla. Su cabello era del color del trigo, recogido en
un nudo elegante en la nuca. Su cuello era largo y delgado; todo su
cuerpo, pequeño. Seguramente mis manos abarcarían su cintura
delgada.
—Sí.
—¿No deseas… vestirte?
Agarré mi toalla de baño y la enrollé alrededor de mi cintura.
—Yo estaba en el baño cuando tú entraste. Tengo que suponer
que, como escogiste mi camarote, estás ansiosa por mis
atenciones. Es una ventaja que ya estoy desvestido.
Bajó su mano —justo como había esperado— sus ojos seguían
anchos de sorpresa e indignación, pero después de que se tomó un
momento para mirar en plenitud, apartó la mirada y sus mejillas se
tornaron rosadas. Bien, tenía curiosidad. Aunque quizás fuese una
doncella, definitivamente no era fría. Andrew y yo no teníamos
ninguna duda de que ella sería caliente en la cama y sus reacciones
hacia mí lo confirmaron.
—Yo… yo no estoy ansiosa —respondió ella. Jadeó cuando se
dio cuenta de que había estado comiendo con los ojos y se volvió a
llevar las manos sobre ellos—. Es solo que yo… quiero decir, oh,
mi…
Aunque el aire en el camarote se sentía frío porque estaba
mojado, eso no hizo nada para disimular mi pene, que se levantó
claramente, incluso debajo de la cobertura de la toalla. No había
ninguna posibilidad de que se bajara. No con ella delante de mí y
mientras podía respirar su aroma suave y femenino.
Andrew entró por la puerta contigua a las habitaciones.
—Listo para otra noche de… —cortó sus palabras cuando vio a
la mujer hermosa, me vio a mí de pie delante de ella con solo mi
toalla puesta. Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa.
—Hola —ofreció él, en vez de terminar lo que fuera que iba a
decirme. Estaba usando su uniforme y listo para cenar. Yo solo
llevaba una toalla, y tenía a la mujer con la que planeábamos
casarnos de pie delante de mí. Andrew fue impasible—. Me llamo
Andrew.
La mujer bajó sus manos, pero mantuvo su mirada dirigida
claramente hacia Andrew.
—¿Robert se presentó? —preguntó.
Ella negó con la cabeza, pero la inclinó un poco más lejos de mí.
—¿No? Usualmente es más cortés, pero tú, supongo,
¿interrumpiste su baño? ¿Quién puedes ser?
—Ann —susurró.
Ann.
A solo unos pocos centímetros de ella, inhalé su aroma floral,
suave y femenino, justo como ella. Anhelaba tocarla, frotar su
cabello y sentir las hebras sedosas debajo de mis dedos. No me
atreví, especialmente al estar prácticamente desnudo.
—Yo no te lastimaré. —Levanté una mano enfrente de mí, la otra
aseguraba la toalla en mi cintura.
—No, no te lastimaremos —repitió Andrew.
Sus ojos se lanzaron a la puerta, después de vuelta a nosotros
dos.
—Es gracioso, ¿no creen? —preguntó ella—. Estoy más segura
en un camarote con dos hombres —uno de ellos completamente
desnudo— que con mi propio padre.
No me gustaron sus palabras ni el tono en que fueron
pronunciadas. Una mujer joven no debería tener miedo de su propio
padre. La inspeccioné. Su vestido era de la última moda, con un
escote alto y recatado, mangas largas con encaje en los bordes, una
falda larga. El color suave exponía su tez pálida y su cabello,
igualmente claro, de manera perfecta. Era encantadora,
impresionante, incluso, y aun así estaba molesta. Mi pene ansioso
podía esperar.
—¿Te estás escondiendo de tu padre? —preguntó Andrew.
Asintió. Cuando alguien tocó la puerta bruscamente, saltó de
esta como si quemara.
—Es… Es él —siseó. Su hermoso rubor se filtró de sus mejillas,
sus ojos se agrandaron con miedo y retrocedió hacia la esquina.
No tuve que decirle nada a Andrew, porque se acercó y tomó su
mano.
—Ven conmigo, cariño —susurró mientras inclinaba su cabeza
más cerca hacia la de ella. Ella se fue con él fácilmente, aunque
más preocupada por la persona en la puerta que por donde fuera
que estaba siendo guiada—. Robert puede lidiar con quien sea que
esté tocando.
Me dio una mirada significativa mientras cerraba la puerta que
conectaba los camarotes. Escuché el sonido de un perno
deslizándose en el lugar, justo antes de que abriera la puerta al
pasillo, sosteniendo la toalla de baño hacia arriba. Quienquiera que
estuviese ahí podía ver todo lo que me importaba.
—¿Sí? —pregunté. En vez del tono suave que le había dado a
Ann, la única palabra que pronuncié estuvo cargada de molestia y
años de mandatos.
Delante de mí estaba el padre de Ann. Las únicas veces que la
había visto habían sido a su lado, pero de cerca, se lo veía como un
imbécil pomposo y ni siquiera había hablado todavía. Era un hombre
bajo; sus rollos amplios y su piel suelta indicaban un estilo de vida
lujoso. El corte de su traje y el anillo en su dedo meñique hablaban
de dinero. El sudor llenaba su frente y el brillo desagradable en sus
ojos indicaba frustración y rabia.
—Estoy buscando a mi hija y el portero me dijo que entró una
mujer a este camarote. —Bajó su mirada por mi cuerpo, después
intentó apartar la mirada de mí.
El hecho de que se atreviera a insinuar una acción tan
deshonrosa a un militar solo mostraba su insensibilidad, al igual que
su nivel de desesperación. Él no solo quería encontrar a Ann, tenía
que hacerlo. No era un padre preocupado. Era un hombre
preocupado. Un hombre que quería a Ann para algo. Algo que
obviamente ella no quería.
Bajé la mirada a mí mismo, el agua todavía se escurría por mi
piel. Abrí la puerta un poco más para que pudiera ver la tina.
—Como usted puede ver, ha interrumpido mi baño, no un amorío
vulgar.
—A ella la vieron entrando en su camarote.
Suspiré y señalé mi chaqueta azul marino colgando de un
gancho en la pared.
—Obviamente no estoy usando mi uniforme, pero ¿usted cree
que un Teniente Coronel del Ejército de los Estados Unidos necesita
responderle? Lárguese de aquí y déjeme en paz. Su hija es su
problema.
El hombre se calmó entonces, dándose cuenta de su error.
—Mis disculpas, señor. Pero el comportamiento de mi hija
últimamente ha sido… cuestionable.
Mi ceja se levantó ante la forma descarada en que juzgó a su
hija como una zorra.
—Le aseguro, no hay nadie adentro. —Cuando no se movió para
marcharse, suspiré—. Busque si lo desea.
Girando hacia un lado, le permití un acceso estrecho a mi
camarote, pero tendría que pasar por encima de mí primero. Como
estaba sosteniendo solo mi toalla de baño sobre mi pene, decidió no
hacerlo y permaneció en el umbral. Inclinó su barbilla hacia la puerta
contigua.
—¿A dónde lleva eso?
Caminé hacia la tina y hacia la puerta en cuestión. Giré la manilla
y la halé, demostrándole que estaba cerrada desde el otro lado.
—Hacia el siguiente camarote. Muchos de ellos tienen
habitaciones contiguas en segunda clase. Algunos pagan por dos
habitaciones para una travesía más espaciosa. Primera clase es
más agradable, ¿no es así?
Enderezando la espalda contestó:
—Lo es.
—¿Planea buscar en cada camarote de este nivel o solo en el
mío? —Comencé a usar la toalla para secarme, dejándolo ver más.
Miró de izquierda a derecha por el pasillo, sin preocuparse por ser
visto hablando con un extraño desnudo. La situación estaba lejos de
ser digna para alguien de su grandiosa talla.
—Estamos en un barco, señor. Yo pensaría que ella va a
aparecer para el momento en que lleguemos a Nueva York. —Llevé
la toalla sobre el hombro, luego por el otro. Hablar con el padre de
Ann había eliminado cualquier necesidad que tuviera por ella y mi
pene yacía abajo por mi muslo—. Mientras que no tengo ningún
interés en dejarles saber a otros que he sido acusado de deshonra,
le aseguro que otros pueden no ser tan… discretos.
Sus mejillas se motearon de color ante mis palabras filosas.
Deseaba ponerme en mi lugar, que él consideraba una clase o dos
por debajo de él; mi tamaño y mis antecedentes debieron haberlo
ayudado a retener su lengua. En vez de disculparse, metió la mano
y agarró la manilla, cerrando la puerta detrás sí. Me senté en la
cama y me puse los pantalones, dejando que los tirantes colgaran a
los lados de mis piernas.
Andrew abrió la puerta que conectaba ambos camarotes y
agarré mi camisa mientras me unía a ellos. Ann se paró entre
nosotros —donde debería estar— retorciéndose las manos.
—No me importa que veas mi pene, Ann, pero como tu padre
también obtuvo una vista, creo que merecemos una explicación, ¿no
crees? —pregunté.
—Sí, ¿cómo podemos ayudarte? —añadió Andrew.
En vez de lágrimas en sus ojos como lo había esperado, cuando
levantó la mirada hacia Andrew vi una pizca de fuego allí. Y rabia,
pero no por nosotros.
—¿Ayudarme? —Se rio, pero sin una pizca de humor—. Tú viste
a mi padre. Es despiadado y obtendrá lo que quiere. Yo solo soy un
peón para él, en sus negocios con el señor Atherton. De la única
manera que pueden ayudarme es encontrándome un esposo en la
próxima media hora.
Las cejas de Andrew se levantaron ante sus palabras, después
sonrió.
—Está bien, cariño. Yo me casaré contigo.
Mientras su boca se cayó en total sorpresa, en todo lo que podía
pensar era en cómo lucirían esos labios enrollados alrededor de mi
pene.
4

A NN

—¿D ISCULPA ? — REPETÍ . ¿H ABÍA ESCUCHADO BIEN A A NDREW ?


—Dije que me casaré contigo.
Estaba en un camarote con dos hombres de los que no sabía
nada, solo los reconocía tras haberlos visto en la plataforma. Ahora
Robert se había cubierto, al menos, parcialmente. Su… su pene, así
era como él lo llamó, ¡era gigante!
Fue difícil no mirarlo, porque era el espécimen más increíble de
hombre. Alto, de hombros anchos y… grande. En todas partes.
Ahora, apreciaba el pecho bien definido, el rocío de vello oscuro que
se estrechaba hacia su ombligo que formaba una línea que iba a la
parte superior de sus pantalones. Su piel estaba bronceada en
comparación con la camisa blanca que se estaba colocando. Solo lo
había visto impecablemente vestido antes, con su uniforme oscuro,
y ahora se sentía íntimo ser capaz de ver al hombre alborotado que
había debajo.
Observé a ambos por primera vez el tercer día en el barco,
sentados juntos, afuera en el aire fresco. Primero noté sus tamaños;
eran bastante grandes, mucho más grandes que mi padre, y hacían
que el señor Atherton se viera débil y flaco. Mientras que el hombre
de negocios dirigía un imperio ferroviario, no trabajaba como estos
hombres. Sus pechos y brazos bien formados y los músculos
abultados de sus muslos indicaban una vida muy dura. No debería
haberme dado cuenta de esas cosas en hombres extraños, y mucho
menos en dos de ellos, pero era imposible ignorarlos. A primera
vista, me sentí caliente por todas partes mientras les echaba un
vistazo a hurtadillas. Uno era rubio, el otro moreno y con barba.
Ambos llevaban uniformes impecables y siempre lucían tranquilos y
corteses. Formales.
En esa ocasión, se encontraron con mi mirada curiosa y la
sostuvieron, la devolvieron, incluso, cuando empecé a considerarlos.
¿Cómo sería que cualquiera de esos hombres fuera el que me
quisiera a mí en vez del señor Atherton? ¿Cómo sería si uno de
ellos me mirara a mí, más allá de una simple mirada a través de la
proa de un barco? Ese pensamiento me mantenía despierta por la
noche, dando vueltas en mi camarote privado. ¿Cómo podría elegir?
Aunque parecían tan diferentes, me atraían por igual. Los imaginé
de la misma manera. Me toqué y llegué al clímax con visiones de
ojos pálidos y oscuros, de cabello de color arenoso entre los dedos
y la barba oscura suave contra mi piel tierna.

—¿L O HARÁS ? — CHILLÉ . “¿S E CASARÍA CONMIGO ?”. E L DE CABELLO


rubio, Andrew, me sonrió, como si él solo me hubiese pedido que
cenara con él, no pasar el resto de mi vida a su lado.
—Lo haré —repitió.
—Y yo también lo haré —añadió Robert mientras terminaba con
el último botón de su camisa. Aunque estaba completamente
cubierto ahora, lo que había debajo no se iría de mi mente.
—Tú… quiero decir, no creo… bueno… —No pude hacer nada,
excepto balbucear, lo cual era horriblemente poco femenino, sin
embargo, me dejaron sin palabras. Respiré profundo como me
enseñaron en la Escuela de Señoritas de la señora Carver y sonreí
serenamente, completamente en desacuerdo con lo que sentía por
dentro—. No puedo casarme con ninguno de ustedes. Estaba
bromeando.
Andrew negó con la cabeza.
—No estabas bromeando. Hablaste muy en serio.
Robert se acercó un poco más y el pequeño camarote pareció,
incluso, más lleno.
—Tu padre parece muy ansioso por encontrarte.
Apreté los labios.
—¿Por qué es eso? Mencionaste el acuerdo de un negocio —
añadió Robert.
Miré los botones de bronce en el frente de la chaqueta militar de
Andrew.
—Preferiría no decirlo.
—Cariño, Robert va a ir a buscar al capitán del barco para que
nos case. Creo que nos puedes decir qué te tiene escondiéndote en
un camarote al azar.
—Con un hombre desnudo —añadió Robert.
Aunque fue vergonzoso y bochornoso haber admitido ser usada
como el peón de mi padre, no fue tan difícil compartirlo con estos
hombres. Me habían educado para guardar mis pensamientos y
sentimientos para mí, para comportarme como la esposa dócil y
obediente en la que algún día me convertiría, pero con Andrew y
Robert, se sentía... diferente.
—Mi padre me está obligando a casarme con el señor Atherton
para expandir el imperio de su negocio. El señor Atherton es un
hombre muy millonario, pero yo no deseo la unión.
—¿Por qué no? —Robert me apretujó, pero mantuve la barbilla
en alto.
—Porque él es repugnante, su tacto es como una serpiente en
mi piel.
Andrew se acercó más y, por primera vez, me tocó. Fue solo su
dedo debajo de mi barbilla, pero jadeé ante el calor de este y
levanté la mirada hacia él.
—Ah, ahí estás —dijo él, con su voz amable. Estaba casi
derretida por su mirada pálida. Se formaron pequeñas arrugas en
las esquinas de sus ojos y me sentí… a salvo.
—¿Te escapaste para evitar el matrimonio?
Asentí.
—Lo rechacé. La respuesta de mi padre fue decirme que él iba a
hacer que el capitán nos casara después de la cena, así que decidí
esconderme. Sé que fue tonto, pero realmente no me quiero casar
con él.
—¿Y escogiste mi camarote? —Robert susurró la palabra en mi
oído, la sensación causó escalofríos a lo largo de mi columna
vertebral—. ¿Por qué este camarote?
Andrew no liberó mi barbilla, en vez de eso frotó mi mejilla con
su pulgar.
—No sabía que era tuyo. Permanecer en el nivel de primera
clase parecía insensato, así que bajé hasta acá. Nadie allá
entendería mi necesidad de escapar. Claramente, estoy bien
cuidada al tener que casarme con un hombre de riqueza y posición.
Todos se preguntarían qué estaba mal conmigo para desear más,
porque tengo todo, ¿no es así? —Los miré a ellos, pero
permanecieron callados—. Vi a un portero acercarse, así que me
metí en el primer camarote abierto.
—¡Qué afortunados somos! —dijo Robert—. En vez de casarte
con este señor Atherton, te casarás con nosotros.
Parpadeé una vez, dos veces.
—Um, ¿dijiste con los dos?
Robert se movió para ponerse de pie hombro a hombro con
Andrew y tuve que inclinar mi cabeza hacia atrás incluso más.
—Sí. Andrew y yo siempre hemos deseado compartir una novia.
Como necesitas un novio, y este señor Atherton no lo será, nos
proponemos para tomar su lugar. Puedo ver que todavía estás
confundida. Andrew se casará contigo legalmente, pero no dudes
que seré tu esposo con la misma facilidad. Si estás casada con
Andrew, también estás casada conmigo.
No podía entender sus palabras.
—Eso no se ha hecho —contesté.
—Se ha hecho, pero no en América. Es por la protección de la
novia, tener a dos hombres que la atiendan, que la cuiden, la
protejan, la quieran.
—¡Las personas lo sabrán! Eso es inapropiado. —Negué con la
cabeza, en negación mientras hablaba.
Andrew fue hacia la puerta del camarote y puso su mano en la
manilla.
—Todo está bien, Ann. Aunque fuimos genuinos en nuestra
oferta, no te obligaremos a hacerlo. A diferencia de tu padre, y
quizás del señor Atherton, somos honorables. No tomaremos lo que
no se da libremente.
Abrió la puerta y el pasillo vacío quedó a la vista. Podía salir por
la puerta y encontrar otro lugar para esconderme, pero dudaba que
otros pasajeros fueran tan complacientes, o podría regresar a mi
camarote y convertirme en la señora Atherton. Miré a los hombres
una vez más. A pesar de que eran imponentes, no sentí ninguna
amenaza peligrosa por parte de ninguno de los dos. Me toqué la
muñeca donde mi padre me había agarrado, sentí los moretones. Si
él había hecho eso solo por una negativa verbal, no podía ni
siquiera adivinar lo que me haría cuando regresara. Estaría furioso
porque me había escapado. Suponía que el señor Atherton se
encontaría en una posición similar.
—Me echarán a la calle. Si están detrás de mi dinero, no habrá
ninguno.
Cuando ninguno de los hombres respondió, los miré. Sus
expresiones fueron duras y di un paso atrás.
—No queremos tu dinero —dijo Robert.
—El dinero no es una preocupación para nosotros —añadió
Andrew, mientras cerraba la puerta—. Aunque somos meros
militares solteros, te aseguro que podemos abastecer cada
necesidad. Te queremos a ti.
—¿Por qué?
—¿Crees que tu único valor es tu cuenta bancaria? —preguntó
Robert.
—El señor Atherton lo piensa así. Mi padre también.
—Has conocido a los hombres equivocados, entonces.
—Ni siquiera sé de dónde son, dónde viviríamos. —¡Todo esto
era tan absurdo! No sabía nada de estos hombres. ¡Hombres! Aun
así, estaba considerando su oferta seriamente—. Nueva York no es
una opción, porque mi padre tiene demasiadas conexiones.
—Nos estableceremos lejos de tu padre, te lo aseguro. Estamos
regresando de Egipto, donde estuvimos asignados. Nuestra última
misión en el ejército. Tras nuestro regreso, nos vamos a retirar. La
ganadería en el Oeste parecer ser nuestro futuro.
¿En el Oeste? Señor, a pesar de que había estado en Europa,
nunca había estado más lejos del oeste que Pittsburgh. Como mi
padre consideraba que cualquier cosa más allá de Albany o
Baltimore era tierra de paganos e indios, dudaba que alguna vez
fuera a buscarme.
Ellos tenían una respuesta para cada argumento, pero todavía
había una crucial. La más importante, porque no me importaba ser
la esposa de un ganadero o ser pobre mientras que no estuviera
casada con un hombre que era cruel.
—¿Ustedes… no me golpearán? —pregunté.
Andrew levantó mi barbilla hacia arriba. Sus ojos oscuros se
fijaron en los míos. Miré su boca, me pregunté cómo sería besarlo.
El simple tacto de sus dedos debajo de mi barbilla fue suave.
¿Besaría suave también o me arrebataría con abandono salvaje?
—¿Alguien te golpeó?
Robert tiró de sus tirantes.
—¿Quién demonios te lastimó?
Intuí que irían detrás de mi padre —o quienquiera que me hiciera
daño— en este mismo momento. Yo había ido a una estricta
escuela católica, con monjas severas y sin nada de mimos. Mi padre
me había dejado con una niñera y estaba completamente
sorprendida por la preocupación y la ira que veía en las caras de
estos dos hombres. Esta era la primera vez que me valoraban como
persona, no como una cuenta bancaria, no como un activo para ser
criado y preparado para un matrimonio arreglado. De hecho,
escucharon mis preocupaciones y entendieron. Estos extraños se
preocupaban por mí.
—Nadie —respondí, preocupada de que confrontaran a mi
padre.
No parecían creerme, pero lo dejé pasar.
—Nunca te lastimaremos —dijo Andrew.
—Nunca —prometió Robert—. Te aseguro que tu padre va a
lamentar sus acciones.
Él había comprendido todo a través de mi respuesta vaga y
sabía la verdad. Mi padre acababa de golpear la puerta de Robert
en una búsqueda desesperada. No era difícil hacer la conexión.
—Ann, el trabajo de un esposo es amar, cuidar, proteger a la
esposa.
—Poseerla —añadió Robert, su tono profundo—. Reclamarla.
—No te queremos como parte de la transacción de un negocio.
Te queremos porque te queremos a ti.
Lo último que dijo hizo que me dieran escalofríos en los brazos,
incluso debajo de las limitaciones de mis mangas largas.
Cerré los ojos por un momento, luchando con el ritmo que había
tomado mi vida. Un viaje agradable a Europa se había convertido en
una pesadilla. Estos hombres estaban dispuestos a salvarme —
ambos— y a darme una vida que ni siquiera comprendía. No sabía
nada de ellos, salvo que eran militares. No sabía dónde estarían
asignados, si yo sería asignada con ellos, si tenían hermanas,
hermanos, si no les gustaban las judías verdes. Nada. Sabía que
Robert estaba... ansioso por mí. Sabía que yo era muy receptiva a
él. Mis pezones se habían endurecido al verlo desnudo. Mi
feminidad se había vuelto húmeda y mis bragas se adhirieron a mi
carne excitada. ¿Estar casada con él sería tan difícil si lo deseaba
tan fácilmente? Y con Andrew, aunque no lo había visto desnudo,
mis sentimientos por él eran los mismos.
Cuando el señor Atherton se topó conmigo por primera vez y
rozó su mano sobre mi pecho, pensé que había sido un simple
tropezón. Cuando me tocó el trasero al pasar, en otra oportunidad,
me di cuenta de que me estaba tocando a tientas
intencionadamente. La sensación de su mano, la mirada en sus
ojos, me dieron náuseas. Casarse con Andrew —y con Robert— era
mejor que casarse con el señor Atherton. El hecho de que Andrew y
Robert fueran honorables, que fueran tan bien intencionados, los
hacía más atractivos aún. ¡Seguramente había algo malo en mí si
estaba deseando a dos hombres! Aun así, iba a casarme con los
dos.
5

A NDREW

S ABÍA QUE NOS CASARÍAMOS CON A NN . N O HABÍA DUDA DE QUE ERA


nuestra desde la primera vez que la vimos. Esperaba cortejarla,
convencerla de que no solo se casara conmigo, sino también con
Robert. El destino era impredecible, sin embargo, y por primera vez,
estaba a nuestro favor. Especialmente desde que Ann encontró a
Robert durante su baño. Él había hecho un trabajo excepcional al
probar el interés de ella. Incluso mi vistazo breve antes de que su
padre golpeara la puerta me había mostrado lo interesada que
estaba. Pude ver sus pezones duros atravesando la tela de su
vestido. Sus mejillas habían brillado con color. Sus ojos se habían
abierto de par en par, no por miedo, sino por un deseo
sorprendente. Sus labios se habían separado y estuvo jadeando
silenciosamente, y sus cortas respiraciones hacían que sus pechos
se elevaran y cayeran bajo su vestido recatado.
Apostaría mi comisión militar a que su vagina estaba mojada.
—¿Disfrutaste ver a Robert desnudo, no es así? —pregunté a
Ann.
Robert se había terminado de vestir y se había ido a buscar al
capitán. Quizás haya estado esperando el matrimonio de Ann esta
noche, pero sería conmigo, no con el señor Atherton. No teníamos
ninguna intención de dejar que Ann fuera a ningún lugar hasta que
se dijeran los votos y el matrimonio se consumara. Solo entonces
estaría a salvo de su padre y del señor Atherton.
Ann se negaba a mirarme y no la forzaría. Debía ser difícil para
una mujer con su educación admitir los deseos que se suponía que
tenía que reprimir. Dudaba que el señor Atherton quisiera a una
mujer caliente y salvaje en la cama con él. Él esperaría ese tipo de
pasión solamente de su amante. Robert y yo se lo sacaríamos a
Ann con cada tacto, cada beso, cada follada, y le mostraríamos que
eso era exactamente lo que queríamos de nuestra novia.
—Como nuestra novia, no esconderás nada. Veremos todo de ti.
Respóndeme, cariño, ¿te gustó mirar a Robert?
Después de una pausa corta, respondió con un susurro:
—Sí.
—Buena chica.
Cerró sus ojos y una única lágrima se deslizó por su mejilla.
—No soy buena. No puedo ser buena si a mí… si me gusta eso.
Usando mi pulgar, sequé la lágrima.
—Las chicas buenas pueden tener pensamientos muy traviesos.
Lo que sea que te hayan dicho sobre la manera en que se supone
que se tiene que comportar una mujer, para sentir y amar, debería
ser olvidado. Solo tienes que preocuparte por Robert y por mí. ¿Está
bien?
Abrió sus ojos y los ojos azules brillaron mientras vi esperanza
ahí. Esperanza de que lo que había dicho fuese verdad.
—¿Y qué hay del amor? —preguntó ella. Tragó saliva entonces,
dándose cuenta de que había cometido un error.
—Yo esperaba amor.
Levanté sus manos, besé sus nudillos uno por uno. Su boca se
abrió en consecuencia y vi la línea de sus dientes derechos y
blancos.
—No lo espero de ti después de solo quince minutos. Sin
embargo, tienes que admitir, que hay una conexión, una atracción
que es innegable. Yo la siento. Tú viste el pene de Robert y lo duro
que estaba por ti. Él lo siente. ¿Tú lo sientes?
Sus ojos pálidos se encontraron con los míos, recorrieron mi
rostro como estudiándome, pensando en su respuesta. Sabía lo que
iba a ser. Había visto su interés desde el comienzo.
—Sí —respondió ella, con su voz suave y sus ojos
descendiendo.
—Ann —dije, y esperé a que me mirara de nuevo.
—No hay nada malo en compartir tus sentimientos conmigo. Con
Robert. Dentro de poco seremos tus esposos y no habrá nada entre
nosotros.
Se formó un pequeño ceño en su frente suave.
—¿Qué quieren de mí?
—Todo —respondí—. ¿Sabes lo que eso significa?
Era encantador ver la forma en que sus mejillas se tornaban de
rosado.
—Ustedes quieren… encuentros sexuales conmigo.
Fue difícil evitar reírme por ese término, pero sabía que no me
ayudaría si lo hacía.
—Nosotros lo llamamos follar, cariño. Robert y yo te vamos a
desnudar y a mostrarte todo el placer que puede haber entre
nosotros.
No podía mirarme mientras el rosado se ponía aún más oscuro y
descendía por su cuello y debajo de su vestido.
—El sentimiento que tenías cuando viste desnudo a Robert es
atracción. Deseo. Necesidad.
Sacudió la cabeza como si la hubiera despejado una niebla llena
de lujuria y cambió el tema.
—¿Y si… y si mi padre fue a buscar al capitán primero? Si
Robert trae al capitán aquí, me va a forzar a regresar hacia mi
padre. Quizás, incluso, me casará directamente con el señor
Atherton.
Había una posibilidad, pero sabiendo lo que sabía del hombre
por escuchar la conversación con Robert, su orgullo se metería en el
camino.
—Tu padre no le dirá al capitán ni a nadie que te escapaste.
Como Robert dijo, estamos en un barco y no puedes ir a ninguna
parte. Tu padre tiene que cuidar su reputación. Probablemente le
está diciendo al señor Atherton que tienes dolor de cabeza o
cualquier cosa sin sentido hasta que te ubique.
Robert tocó la puerta una vez, después entró, el capitán del
barco llegó con él, distrayendo a Ann de los pensamientos de su
padre. El uniforme del capitán era de un blanco seco en
comparación con los nuestros de azul marino.
—Gracias por venir —dije mientras sacudía su mano.
—Las bodas siempre son una rara sorpresa para mí. —Miró a
Ann, después a mí. Obviamente no sabía nada del padre de Ann y
su plan para que ella se casara con el señor Atherton. Me moví para
estar a la derecha de Ann, mientras el capitán abría su Biblia.
—¿Comenzamos? —preguntó él.
Bajé la mirada hacia mi nerviosa novia, mientras tomaba su
mano pequeña en la mía. La sentí temblar y le di un apretón suave
de consuelo. Ella se hubiese convertido en nuestra esposa de
cualquier manera; la situación solo aceleró las cosas.
Sus ojos revelaban sus dudas, había mucho nerviosismo, pero vi
la pizca de atracción que también había visto antes.
Le di una sonrisa, algo que dudaba que su padre o el señor
Atherton le ofrecieran. Ella no sabía nada de nosotros, pero tenía
que confiar en que la atracción, la conexión que compartíamos, era
suficiente para que dijera las palabras, para que se comprometiera
conmigo ante Dios y el capitán, y también con Robert. Cuando llegó
el momento de besar a la novia y bajé mi boca hacia la suya, se
quedó tiesa por un breve momento antes de ceder ante el beso. Fue
entonces cuando levanté la cabeza, sonriendo. Se había rendido tan
dulcemente al beso. Cuando el capitán nos dejó en paz, estaba
ansioso por ver cómo se entregaría a nosotros.
—Viste el pene de Robert. Ahora es momento de que veas el
mío.
6

A NN

L AS PAREDES DEL PEQUEÑO CAMAROTE PARECIERON CERRARSE CUANDO


comenzaron a desabrocharse las chaquetas de sus uniformes. El
compartimento era más pequeño que el del piso de primera clase,
pero incluso hasta esa habitación habría parecido pequeña con dos
hombres grandes como ellos, quienes estarían desnudos pronto.
Aunque no tenían la intención de presionarme, difícilmente pudieran
hacer otra cosa.
—Mientras estabas buscando al capitán, le dije a Ann que
tendríamos todo de ella —dijo Andrew, sacándose la chaqueta de
sus hombros.
Robert se llevó una mano sobre su barba y me pregunté si era
suave como una seda o espinosa.
—¿Sabes lo que significa todo? —preguntó él, mirándome. Sus
ojos oscuros tenían tanto calor, el mismo calor de cuando me
observó mientras se tocaba a sí mismo.
Miré a Andrew mientras me mordía el labio.
—No me vas a hacer decirlo, ¿cierto?
—Sí, Ann. Lo haré. —Robert cruzó los brazos sobre su pecho,
todavía con su uniforme puesto. El blanco claro de la camisa de
Andrew no escondía su físico musculoso ni un poco. A ninguno de
los hombres le importaba esperar por mis palabras y, en ese
momento, odiaba su capacidad para ser tan pacientes.
Suspiré.
—Muy bien. Andrew lo llamó… follar —susurré lo último, pero lo
había hecho.
—Buena chica —dijo Robert. De alguna manera, esas palabras,
las mismas palabras que había dicho Andrew más temprano, me
hicieron sentir bien. Lo había complacido, y por la mirada en el
rostro de Andrew, también a él.
—¿Tenemos que hacer este… esto ahora mismo? Esto está, oh,
está pasando tan rápido. —Agarré mi vestido, la tela se sentía
sedosa debajo de mis dedos.
En vez de responder mi pregunta, Robert hizo la suya propia.
—¿Te gustó verme desnudo?
Me ardían las mejillas y levanté la mirada hacia Andrew como a
través de mis pestañas.
—Dile lo que me dijiste a mí, cariño, o recibirás un azote.
—¿Un azote? —dije, con mi voz bastante alta ahora—. ¡No soy
una niña!
Los dos hombres me miraron de una manera que me hizo sentir
como una niña.
—Tengo la fuerte sospecha de que te gustará muchísimo. No
sería para nada un castigo —dijo Andrew. Comenzó a desabrochar
los botones de su camisa mientras Robert se sacaba un zapato,
luego el otro.
—Muy bien, sí. Disfruté mirarte.
Robert sonrió mientras colgaba su chaqueta en un gancho sobre
la pared.
—Estás mojada entonces.
—¿Mojada? —pregunté, después apreté mis labios. Supe a lo
que se refería un segundo después de que hablé. Oh, Dios, ¿había
un término para eso cuando mi feminidad se ponía húmeda?
Los hombres no esperaron más. Estaban desnudos en cuestión
de segundos. Ambos se pararon delante de mí, descaradamente
desnudos. No pude hacer nada más, excepto mirar sus cuerpos
fijamente, las diferencias entre ellos, y no parecía importarles en lo
absoluto. Quizás sus comportamientos pacientes valieron la pena,
después de todo.
Donde Robert era oscuro, Andrew era claro. Aunque era
musculoso, era más delgado que Robert y solo un poquito más bajo.
No tenía demasiado vello en su pecho, pero la línea desde el
ombligo para abajo era del color del trigo y la parte que rodeaba
su… pene era del mismo color. Fueron sus penes, sin embargo, los
que me comí con la mirada. Aunque el de Robert era el primero que
había visto, me pregunté si era indecentemente grande. Al ver el
suyo, al lado del de Andrew, supe que ambos eran indecentemente
grandes.
Apreté mis paredes internas ante la posibilidad de ellos
introduciéndose dentro de mí. Seguramente no me cabrían. No
había manera.
—Has tenido tu turno para mirar a tu gusto. Ahora es nuestro
turno. Quítate tu vestido. —La voz de Robert, aunque baja, fue muy
autoritaria.
—No puedo… no puedo simplemente desnudarme —contesté—.
¡Apenas los conozco!
—Yo soy tu esposo —respondió Andrew—. Sabes más de
nosotros en este momento que la mayoría, cariño. Estamos de pie
delante de ti sin esconder nada. Somos tuyos.
—Yo soy tu esposo —añadió Robert—. Todo lo que tenemos es
tuyo.
—No creo que todo me vaya a caber...
Mis palabras hicieron que ambos se rieran y me sonrojé
ardientemente con vergüenza. Robert se acercó para ponerse de
pie detrás de mí y colocó sus manos sobre mis caderas
suavemente. Bajando su cabeza, besó el lado de mi cuello, después
más y más alto hasta que estaba murmurando en mi oído.
—Todo va a caber. Para tranquilizarte, no te follaremos hasta
que supliques.
Me quedé paralizada pensando en eso.
—Está… está bien.
—Bien, creo que ahora me gustaría besar a mi novia. —Mientras
hablaba, volteó mi cabeza para que sus labios se encontraran con
los míos. Fue un beso suave y ligero, un mero roce de labios. Pero
eso duró solo un momento mientras presionaba más firmemente,
conociendo la sensación y la forma de mi boca. Jadeé con dulce
sorpresa ante la sensación que me produjo cuando deslizó su
lengua dentro de mi boca. Al mismo tiempo, me haló hacia atrás y
sentí cada centímetro largo y duro de él contra mi espalda.
Estaba perdida en el beso. Mientras que Andrew me había dado
un beso simple y casto delante del capitán, esto no era nada
parecido. Me sumergí en él, como si el barco estuviese llenándose
de agua debajo de mí. Mi cuerpo se volvió débil con la misma
sensibilidad, la misma necesidad que sentí cuando lo miré y lo vi
con el agua escurriéndose por cada centímetro duro de su cuerpo,
cuando se levantó de la tina. Mi piel se calentó, mi feminidad se
hinchó y me dolió, mis pezones se endurecieron.
No me di cuenta de que Andrew había caído de rodillas ante mí
hasta que sentí el aire fresco en mis piernas y sus manos en mis
rodillas haciéndome estar un paso más abierta. Rompí el beso con
Robert cuando sentí que Andrew me presionaba la cara interna del
muslo. Miré hacia abajo y Robert tenía el dobladillo de mi vestido
amontonado en sus manos en mis caderas. Andrew me miró. Dos
dedos tiraron de la cinta de mi ropa interior de lino.
—Esto, cariño, no está permitido.
Fruncí el ceño.
—¿Mi ropa interior?
Asintió. Robert estaba mordisqueando el lado de mi cuello otra
vez y no pude evitar inclinar mi cabeza para él. Estaba abrumada
por la sensación y no podía encontrarle sentido a nada. El barco no
se había balanceado o mecido durante todo el tiempo que
llevábamos en el mar, pero ahora, no podía mantener el equilibrio.
—Son encantadores. —La cinta se aflojó y la prenda se deslizó
por mis piernas hasta llegar a mis pies. Moví mis manos para
cubrirme, pero Andrew me bloqueó—. Esto, sin embargo —dijo
mientras me besó justo sobre mi vello suave, ahí—. Esto es mucho
más encantador.
Jadeé ante la sensación de sus labios ahí.
—Andrew, qué… ¿qué estás haciendo?
Me miró, sus ojos pálidos estaban oscuros, nublados.
—He estado pensando en enterrar mi cara en esta vagina dulce
durante toda la semana.
La conversación se había terminado, porque puso su boca sobre
mí. No tenía idea de que un hombre haría eso. Él no había
terminado porque su mano se deslizó hacia arriba por el interior
sensible de mi muslo y me tocó, justo en mi lugar secreto. Estaba
ligera como una pluma, un simple movimiento de la punta de su
dedo y me sobresalté, después me derretí en los brazos de Robert.
—Eso es, cariño. Solo siente —susurró Robert, después lamió el
lóbulo de mi oreja—. Déjanos conocer tu cuerpo, lo que te gusta, lo
que te calienta, lo que hace que te mojes. Apuesto que sabes tan
bien…
—Mmm. —El sonido de Andrew vibró por toda mi carne fresca—.
Como melocotones maduros, dulces.
Robert gruñó contra mi oreja.
—Te vendrás para nosotros.
Con un dedo en mi barbilla, giró mi cabeza y me besó como lo
hizo Andrew mucho más abajo. Sus labios eran firmes y, sin
embargo, suaves, insistentes y aun así pacientes. Yo era la
frenética, mis manos encontraron la cabeza de Andrew y se
enredaron en su cabello, atrayéndolo más cerca. Al tocarme tarde,
por las noches, sabía lo que se sentía venirme, como Robert lo
llamaba, pero nunca había sido así. Esto era caluroso y agotador,
impresionante y aterrador, y estimulante. Mi cuerpo no era mío. No
tenía ningún control. El movimiento insistente de la lengua de
Andrew, y luego algún tipo de remolino o movimiento curvado, me
hizo jadear en el beso de Robert. Un único dedo se deslizó dentro
de mí, pero se enroscó tan bien que me hizo gritar. Robert
retrocedió y mis gritos de placer llenaron la habitación. Sus manos
apretaron mis caderas, manteniéndome derecha. Me apreté sobre el
único dedo de Andrew, ansiosa por que se introdujera en lo más
profundo.
Necesitaba más. Quería más.
—Por favor —supliqué, mientras intentaba recuperar el aliento.
¿Qué me estaban haciendo? Apenas los conocía —no, realmente
no los conocía en lo absoluto— pero, ciertamente, ellos me
conocían a mí. Sabían dónde tocar, qué decir, cómo hacerme revivir.
No debería sentirme así con dos extraños. ¡Dos! Pero lo hice, y no
había ninguna posibilidad de que me dejaran pensar lo contrario.
Habían sido honorables, Andrew solo me había tocado la mano
antes de casarnos legalmente. Ahora, ahora que le pertenecía,
esperaba que me arrojara en la cama, me levantara las faldas y se
metiera dentro de mí. Eso era lo que hacían los esposos, ¿no?
Supuse que un esposo tomaría lo que quisiera y me dejaría en paz.
Solo entonces podría encontrar mi propio placer con mi propia
mano.
Andrew y Robert no seguían esta filosofía en lo absoluto, porque
sentí sus penes duros rozando contra mí, presionándome, y no
estaban haciendo nada para saciar sus propias necesidades. Se
estaban ocupando de mí.
Justo como habían dicho, me estaban apreciando y sin duda
poseyéndome.
Andrew se puso de pie y observé mientras se secaba la boca
con el dorso de su mano, me di cuenta de que la humedad brillante
venía de mí. Desabrochando los botones por el frente de mi vestido,
preguntó:
—¿Por favor, qué?
Meneé mis caderas hacia atrás, hacia Robert, quien solo
presionó su longitud dura en mi espalda, después hacia adelante. Mi
cuerpo quería la boca de Andrew sobre mí otra vez, o algo más.
—Necesito… necesito más.
Robert separó la tela floja y la deslizó por mis brazos, después
levantó el vestido sobre mis caderas para que se uniera con mis
bragas en el suelo. Hicieron un trabajo rápido con lo que quedaba
de mi ropa hasta que estuve desnuda como estaban ellos. Con
Robert presionado contra mi espalda sentía de todo, menos frío.
Andrew se paralizó.
—¿Qué es esto? Levantó mi mano hacia arriba para que Robert
pudiera ver.
Eran mis moretones.
—¿Quién te hizo esto? —preguntó Andrew.
Me mordí el labio cuando vi su mirada nublada. Se veía listo para
matar.
—¿Quién, Ann? —preguntó Robert.
—Ustedes dijeron que no me golpearían —susurré, con mi voz
ronca y con lágrimas sin derramar.
Los ojos de Andrew se abrieron de golpe, después él suspiró.
—Cariño, nosotros no te lastimaremos. Jamás. Lamento haberte
asustado, pero quiero darle una dosis de su propia medicina,
digamos, a quien sea que te hizo esto.
—Mi padre —admití.
Andrew levantó mi muñeca amoratada a su boca, besó la parte
interior donde latía mi pulso.
—Él nunca volverá a ponerte una mano encima.
Con eso sonrió.
—Por ahora creo que acabo de lamer tu vagina y estabas
suplicando por más.
7

A NN

S US EMOCIONES ERAN COMO EL MERCURIO . S OLO PODÍA MOVER LA


cabeza. No era tan cautelosa ahora, pero no podía admitir la verdad.
—¿Quieres más, cariño?
No podía responder. Si decía que sí, pensarían que yo era
traviesa. Si decía que no, seguramente se detendrían.
—Sí, sí quieres, y tus esposos te lo van a dar —afirmó Andrew
—. ¿Más de mi boca? ¿Mis dedos deslizándose dentro de tu
vagina? ¿Nuestros penes?
Gemí tras el pensamiento de ser llenada, porque su único dedo
no había sido suficiente. Quería sentir sus penes dentro de mí.
¿Quién me tomaría primero?
—Dinos —gruñó Robert.
—Sus… sus penes. —Las palabras se escaparon de mi boca.
Antes de que pudiera sentirme avergonzada, la habitación
pareció girar, y me colocaron en la cama pequeña. Andrew se
recostó contra el armazón de la cama de bronce y me atrajo hacia
él. Me acomodé entre sus piernas con mi espalda contra su frente.
Estaba muy cómoda, pero cuando enganchó sus pies alrededor de
mis tobillos y los abrió de par en par, no pude cerrar las piernas.
Sabía que podían ver todo de mí, especialmente Robert, que estaba
cernido sobre mí, grande y viril y, por la mirada en sus ojos oscuros,
tan necesitado como yo.
Se asentó entre mis muslos separados, con sus dedos
acariciando mis pliegues resbaladizos, tal como lo había hecho
Andrew. Sus dedos contundentes no fueron tan suaves, pero me
gustó.
—Afeitaremos esto, Ann, para que puedas sentirlo todo.
Fruncí el ceño.
—¿Afeitar?
Bajando su cuerpo, sentí su barba suave sobre mi piel tierna
antes de que pusiera la boca sobre mí. Insistentemente y muy
decidido. Mientras que Andrew solo puso un dedo dentro de mí,
Robert usó dos, porque la forma en que me abrió fue mucho más
intensa. Jadeé al sentirlo, al sentir la forma en que los introducía
adentro y afuera, un poco más profundo cada vez. Mientras lo hacía,
recorrió ese punto dulce con su lengua.
—No te vengas, cariño —dijo Andrew, con su voz suave cerca de
mi oreja.
Presioné mi cabeza hacia atrás en su hombro.
—¿Qué? ¿Por qué? —jadeé.
—Tu placer nos pertenece a nosotros. Tu cuerpo nos pertenece
a nosotros. Sabemos lo que necesitas. Nuestro trabajo es dártelo.
Robert levantó su cabeza, vi lo húmeda que estaba su barba y
supe que era por mí.
—Quiero que te vengas por todo mi pene. Vas a exprimir mi
semen y tomarlo profundamente.
—Oh, Dios —gemí.
Sentí más que escuchar la risa de Andrew.
—Robert, parece que tenemos una esposa muy traviesa. Le
gusta cuando le dices esas cosas sucias.
Observé mientras Robert se cambió de posición, tomó su pene y
lo alineó con mi entrada virgen. Desde mi posición reclinada, pude
ver cómo desapareció dentro de mi cuerpo, centímetro a centímetro.
La cabeza ancha me estrechó, empujándose insistentemente. Más y
más. Contuve la respiración e intenté mover mis caderas ante su
invasión —¡se sentía tan grande!—, pero me mantuvo abajo.
—Me tomarás, tomarás todo de mí y lo amarás.
Sí, lo haría. Cuando perforó mi himen y empujó hasta el fondo,
se me abrieron los ojos y me puse tensa.
—¡Robert! —grité, intentando escapar. Empujé sus hombros, su
torso resbaladizo, pero era demasiado grande para ceder. Estaba
tan profundo, era tan grueso, tan... deseoso.
—Shhh —canturreó Andrew—. Debes contener tu placer para
que nadie más en el barco lo oiga. Mira hacia abajo, cariño. Mira la
forma en que tu vagina está llena con el pene de Robert. Lo tomaste
todo. Una chica tan buena. Apuesto a que te sientes tan llena con
este pene que no puedes soportarlo. No más dolor. Solo placer.
La cara de Robert era una máscara dura por la concentración, la
paciencia, la necesidad contenida. Me observó de cerca y esperó a
ver una señal de que yo estaba bien. Asentí una vez con la cabeza y
eso fue todo lo que necesitaba, porque retrocedió despacio y volvió
a empujar profundamente. Jadeé. Robert gimió.
—Está tan ajustada. Tan jodidamente ajustada que me está
estrangulando el pene.
—No puedo esperar mi turno —añadió Andrew.
Agarré la parte superior de los muslos de Andrew, y el vello allí
contra las palmas de mis manos cuando Robert comenzó a follarme
con deseo. Sus movimientos eran parejos, el ritmo lento, y me
miraba para ver si había señales de lo que podía gustarme. Cuando
se deslizó sobre un punto muy sensible y mis ojos se ensancharon,
se calmó, y luego lo intentó de nuevo.
La comisura de su boca se levantó.
—¿Te gusta eso? —Lo hizo otra vez y arqueé mis caderas en la
cama.
—Veamos qué más te gusta.
Las manos de Andrew me cubrieron los senos y mis pezones se
apretaron cuando los recorrió con sus pulgares hacia adelante y
atrás. Fue cuando los pellizcó, primero suavemente y luego con más
fuerza en sus dedos, cuando el dolor me hizo jadear. Negué con la
cabeza y me estremecí ante su agudeza, pero él no cedió. Tomó
unos segundos, pero se transformó el calor en un placer intenso.
Robert no se detuvo y me vine, brillante y ardientemente, y los
colores bailaron detrás de mis párpados. Cuando finalmente me
desplomé contra Andrew, estaba sudada y repleta, y me di cuenta
de que la mano de Andrew me cubría la boca.
—Shh, cariño, no podemos tener…
Un golpe rápido en la puerta antes de que se abriera hizo que
me endureciera, mis ojos se abrieron cuando un hombre entró en el
camarote de Andrew.
Era tan grande y ancho como Andrew y Robert, pero más oscuro
y tenía una mirada intensa en él. Se veía listo para matar; cuando
nos vio, sonrió y empujó la puerta detrás de él rápidamente.
—Lo siento, caballeros, pero vine a ver si nos iban a acompañar
a cenar y escuché gritar a una mujer.
—Lo ves, cariño, no puedes ser tan ruidosa cuando te vienes. Al
menos, no aquí en el barco.
Gemí entonces, pero no de deseo. Aparté la mirada de esta
visita, porque Robert seguía cernido sobre mí, con su pene
enterrado profundamente en mi interior, y Andrew manteniendo mis
piernas separadas. Sus manos se movieron de mis senos para
lanzar el borde de una sábana sobre mi cuerpo en un intento simple
por cubrirme.
—Kane, esta es nuestra novia, Ann. Parece que le gusta un poco
de dolor con su follada—.
Jadeé por las palabras de Andrew.
—No me puedo contener más —dijo Robert—. Saca una silla y
observa o lárgate de aquí.
Una ceja oscura se levantó y el hombre sonrió.
—Sí, si mi pene estuviese enterrado en esa vagina preciosa, yo
tampoco podría mantener una conversación.
Mis mejillas se incendiaron ardientemente.
—Les diré a los otros que no los veremos esta noche.
Felicitaciones. —Ofreció un descenso breve de su cabeza y se
marchó.
Robert comenzó a follarme, con su pene aún más insistente,
pero sus embestidas menos controladas.
—¿Te gustó ser observada, Ann? —preguntó Andrew—. ¿Viste
la forma en que su mirada apreció tus curvas suaves, la forma en
que admiró cómo estabas complaciendo a tus hombres?
Negué con la cabeza contra el hombro de Andrew.
—¿Lo hubieses dejado observar? —pregunté.
—Te gustó. Puede que tu mente te esté diciendo otra cosa, pero
yo estoy profundo dentro de ti y puedo sentir lo húmeda que te
pusiste cuando supiste que un hombre te estaba observando ser
follada. Cuando supiste que él podía ver tus pequeños pezones
apretados, los labios de tu vagina separados alrededor de mi pene.
Andrew pudo haber querido protegerte, pero no puedes esconderte.
Me mordí el labio para intentar permanecer quieta, porque lo que
estaba diciendo Robert me hacía querer venirme, otra vez.
—Está apretando mi pene —respondió Robert, su respiración
entrecortada.
—Sí que te gusta —dijo Andrew, el placer llenando sus palabras.
—No. No me gustó.
—Como dijo Robert, tu cuerpo no miente, cariño. ¿Quieres
venirte otra vez?
—Sí —jadeé.
La mano de Andrew se deslizó por mi cuerpo y sus dedos
comenzaron a jugar con ese pequeño montón de nervios.
—Mierda, no me puedo contener cuando ella me agarra así.
Hazlo otra vez, Ann, y te llenaré por completo.
Andrew presionó sobre ese lugar y me vine. Intensamente, pero
presioné mis labios mientras arqueaba mi espalda y me dejaba ir.
Escuché el gruñido de Robert, aunque mis ojos estaban cerrados
mientras saboreaba cada trozo de placer. Amaba la sensación de su
pene dentro de mí; venirme era completamente diferente cuando un
hombre —o dos— estaban involucrados.
Sentí el pulso del pene de Robert dentro de mí mientras se
mantenía profundo. Seguía y seguía, llenándome con calidez.
—Maldición, eso fue increíble. —Robert se salió de mí y sentí
que un torrente lo siguió en su paso.
Su pene estaba desgastado, pero no estaba nada más pequeño
que antes, y ahora brillaba con el esplendor de su semen y mi
excitación.
Lo miré y vi lo complacido que estaba, lo saciado que lucía. Sus
ojos oscuros se encontraron con los míos y vi que lo había
complacido. La mano de Andrew se deslizó más abajo y se movió
sobre mi vagina. Fue amable, pero mis pliegues estaban hinchados
y sensibles.
—Amo ver tu vagina llena del semen de Robert. Es mi turno,
cariño. Mi turno de llenarte y hacerte mía.
Robert tomó mi mano y me levantó. Los hombres intercambiaron
lugares y Andrew estaba delante de mí de rodillas, Robert detrás.
Sentándose sobre sus talones, Andrew me tiró hacia abajo para que
me sentara sobre sus muslos.
—Móntame, cariño.
Miré a Andrew, su mirada pálida estaba llena de necesidad.
—¿Cómo? —pregunté, insegura de qué hacer. Su pene, situado
entre nosotros, estaba rojo y furioso, con un fluido raro
derramándose de la punta.
Con sus manos en mis caderas, me levantó y me bajó de modo
que la cabeza ancha de su pene se deslizó hacia adentro. El semen
resbaladizo de Robert hizo que fuera fácil deslizarme sobre el pene
de Andrew, de modo que me senté directamente sobre sus muslos.
Mis ojos se ensancharon en esta nueva posición, porque su pene
era muy grande, muy grueso. Parecía estar dentro de mí, incluso
más profundamente de lo que Robert lo había estado.
—Levántate y bájate. Usa mi pene para tu placer. Quiero ver qué
es lo que te calienta.
Empujando hacia arriba con las rodillas, me levanté de Andrew,
así que solo la punta de él me abrió y luego me dejé caer de nuevo.
Grité y Andrew gimió.
Las manos de Robert se acercaron a mi cintura mientras
mordisqueaba mi hombro.
—Ella es increíble, ¿no es así? —preguntó él.
—Es como si estuviese hecha para nosotros.
—Mmm —respondió Robert—. Veamos.
Comencé a moverme entonces, dejando que mi cuerpo se
hiciera cargo, haciendo círculos y levantándome y bajándome a mí
misma para encontrar el mayor de los placeres. Las manos de
Robert me frotaron a los lados, agarraron mis caderas mientras
Andrew se levantaba para cubrir y jugar con mis senos.
Estaba tan cerca, tan cerca de venirme, pero cabalgué por el
borde. Cuando el dedo de Robert se deslizó sobre mi trasero y me
tocó en el más oscuro de los lugares, me quedé inmóvil y grité su
nombre.
—Vamos a follarte aquí también. —Con la presión más ligera,
hizo círculos y círculos, y chispas de calor hicieron que me apretara
sobre el pene de Andrew.
—Le gusta eso, Robert. No pares.
Robert se rio de las palabras de Andrew.
—No voy a parar hasta que ella se venga, y eso solo pasará
cuando mi dedo esté profundo en su trasero.
Gemí mientras su dedo se deslizaba más allá para recoger parte
del semen y la excitación que cubría mi vagina y lo llevó a mi
trasero.
—Esto no está bien —susurré, pero no pude evitar comenzar a
moverme otra vez. Necesitaba tener el pene de Andrew
penetrándome por todos los lugares sensibles y profundos dentro de
mí. También me gustaban las sensaciones calientes y oscuras del
dedo de Robert presionando hacia adentro.
—Eso es, te gusta cuando tienes algo en tu trasero. No te
preocupes, nos haremos cargo de esa necesidad. Deja entrar mi
dedo, Ann.
No pude rechazarlo. Mi cuerpo no me dejaría, porque quería que
ese dedo me abriera el trasero y se hundiera adentro. ¿Por qué? No
tenía idea por qué era oscuro y carnal y sucio y travieso, pero me
gustaba.
—Esto es… oh, Robert. Oh —jadeé mientras atravesaba el anillo
ajustado de músculo y se introdujo. Comenzó a follar mi trasero con
solo la punta de su dedo en un ritmo que combinaba con la forma en
que estaba follando el pene de Andrew—. Oh, esto me gusta. Por
favor, necesito…
Colocando mis manos sobre los hombros de Andrew, lo miré a
los ojos mientras lo usaba, empleando su pene para mi propio
placer.
—Buena chica —canturreó—. Deja que Robert te folle el trasero
con su dedo. Vente tantas veces como quieras.
Haló mis pezones mientras que Robert se introdujo más
profundo, incluso dentro de mi entrada trasera. Fue amable al
hacerlo, pero estaba desesperada por venirme.
Entre el tirón rústico en mis pezones, el pene grueso en mi
vagina y las sensaciones afiladas que traía el dedo de Robert, me
vine. No lo pude contener. Nada lo iba a detener.
La mano de Robert se acercó y se apretó sobre mi boca y
respiré profundamente por mi nariz, retorciéndome entre ellos.
Estaba doblemente colmada y no me podía escapar, aunque
quisiera.
Cuando me vine, Robert quitó su mano.
—Imagina cómo será cuando ese sea mi pene, no mi dedo. Otra
vez.
Su palabra fue una orden, oscura y rústica y yo hice lo que me
pidió, montando a los dos hombres otra vez. Andrew agarró mis
caderas y comenzó a moverme para encontrar su propio placer,
mientras Robert continuaba su saqueo en mi retaguardia.
—Qué bueno es, cariño. Eres tan traviesa y perfecta. Nuestra
esposa. Vamos a enseñarte cada cosa oscura y sucia que
queremos que hagas, y te va a encantar.
—Sí —respondí, porque las palabras de Andrew fueron ciertas.
Me encantó. Me encantaba cada cosa traviesa.
Cerrando los ojos, se vino con un gruñido áspero. Ahora sabía
que los chorros de calor que sentía era su semen brotando de sus
penes, llenándome. Robert empujó profundo al mismo tiempo,
nunca antes había estado tan llena. El orgasmo no podía ser
negado y me vine una última vez, empapada en la sensación, el
aroma y la visión de estar rodeada de dos hombres.
Entonces me desplomé y ambos se ocuparon de mí. Manos
gentiles me levantaron y me colocaron en las sábanas frías. Una
mano me quitó el cabello de la cara, no tenía idea de cuándo se
cayó de las pinzas. Otra mano separó mis muslos para limpiar mi
carne tierna y empapada con un paño húmedo. Un cuerpo se
deslizó detrás de mí y me empujó contra su cálida espalda. El otro
se acomodó frente a mí; un beso suave se asentó en mi frente. Todo
sucedió cuando tenía los ojos cerrados; confiaba en los dos
hombres que habían prometido hacer tantas cosas por mí. Solo
tenía que esperar que dijeran la verdad, que pudieran hacer frente a
mi padre y a su ira, que sabía que estaba por venir.
8

R OBERT

—S ABÍA QUE HABÍA UNA ... CONEXIÓN ENTRE NOSOTROS , PERO NO


esperaba que fuera así —le dije a Andrew mientras ponía mi maleta
junto a la puerta, ya lista para el portero. Ann estaba vistiéndose en
la habitación contigua. Fue la primera vez que le permitimos usar
ropa desde que nos casamos hacía dos días. Aunque le dijimos que
no la dejaríamos salir de debajo de nosotros hasta que el barco
llegara, tampoco la queríamos fuera de la habitación donde su padre
la vería. Iba a ocurrir una confrontación, pero no sería a bordo.
Uno de nosotros había salido a buscar comida, aunque más a
menudo había sido yo, ya que el padre de Ann creía que era mi
habitación donde se escondía. Andrew usó su tiempo a solas con
ella sabiamente, en una ocasión enseñándole a chupar penes. Fue
una ávida alumna y demostró lo mucho que había aprendido.
Aunque la mayor parte de mi semen entraba a su vientre, no me
importaba cuando se lamía los labios para tomar todo lo que había
quedado.
—Ella es increíble. Es perfecta para nosotros y no veo la hora de
salir de este maldito barco y llevarla a casa.
—Dondequiera que eso sea —respondí.
Andrew me miró, después se recostó contra la pared.
—No puede ser Washington. Podríamos tomar la oferta de los
británicos.
—¿El territorio de Montana?
Se encogió de hombros.
—Tenemos dinero para comprar una tierra. Ann estará a salvo
de aquellos que no son tan abiertos de mente. Kane, Ian y los otros
lo entienden. Ellos tendrán sus propias esposas dentro de poco.
Quizás sería lo más seguro.
—Quizás —respondí, inseguro—. No hemos estado en América
por dos años. Hay tiempo para decidirlo.
Ann llegó a la puerta contigua, toda puritana y ordenada con el
vestido verde pálido que había usado cuando entró por mi puerta e
interrumpió mi baño. No tenía otra ropa, pues no teníamos la
intención de pedirle a su padre su baúl cuando desembarcáramos.
Era nuestro trabajo cuidar de ella ahora, y nos encargaríamos de su
vestuario y de cualquier otra cosa que pudiera necesitar. Su cabello
estaba peinado hacia arriba y recogido en una trenza ordenada,
pequeños rizos enmarcaban su rostro. El color era mucho más claro
que el de Andrew, parecía de oro. Su piel brillaba, olía como a
melocotones y crema, no tenía ni siquiera una peca en la nariz.
Mientras sus ojos estaban cautelosos por lo que vendría, tenía la
mirada perdida y calmada de una mujer bien follada.
—Estoy lista —respondió ella, ofreciendo una sonrisa falsa. Poco
sabía ella que no tenía nada de qué preocuparse. Con nosotros
para protegerla, nada le haría daño, ni siquiera su padre.
—No del todo —dijo Andrew. A pesar de que teníamos un padre
colérico que superar, Ann estaba primero.
Cuando miró entre los dos con un ligero ceño fruncido, asentí.
—Tenemos algo para ti.
Cuando Andrew levantó el pequeño tapón de madera, su ceño
se profundizó.
—Conocimos a algunos soldados británicos en el barco y nos
volvimos amigos. Conociste a Kane el otro día.
Su ceño continuó fruncido hasta que se dio cuenta de que
Andrew se refería al hombre que había entrado en el camarote,
cuando pensó que ella estaba siendo lastimada, no follada tan duro
que sus gritos de placer se escuchaban por todo el pasillo. Sus
mejillas se sonrojaron de escarlata y apartó la mirada.
Nada disminuiría sus inhibiciones sobre follar, excepto el tiempo.
Si nos establecíamos en Montana con los británicos, no tenía
ninguna duda de que ellos adoptarían la postura sobre follar como
se hacía en Mohamir. Las necesidades de una mujer eran lo
primero, cuando y donde fuera. Si Ann necesitara que la
atendiéramos, ya sea para castigarla o por placer, se lo
proporcionaríamos sin importar quién fuera testigo. El hecho de que
Kane irrumpiera fue quizás fortuito, ya que fue la primera vez que
supo cómo nos comportábamos.
—Ellos pasaron tres años en Mohamir y, como Andrew y yo,
comulgan con la idea de más de un hombre para reclamar a una
novia —expliqué.
—Ciertamente. —Andrew levantó el tapón y ella lo tomó,
mirándolo fijamente y tratando de averiguar qué era. Se parecía a
una mecha de calcetín, aunque este era más pequeño y tenía una
base que lo mantenía seguro en su sitio, una vez que estuviera
dentro de ella—. Como las mujeres de Mohamir toman más de un
esposo a la vez, sus traseros deben ser entrenados, estirados para
un pene.
Ann tomó aire.
—Parece que trajeron algunos tapones con ellos, quizás
guardándolos para sus novias futuras. El que tienes fue un regalo.
Un obsequio de boda.
Dudaba que alguna vez se imaginara un regalo así o que tuviera
uno en su bolso.
—Te gustó que Robert jugara con tu trasero —dijo Andrew. Eso
no fue una pregunta, sino un hecho. Se había venido muy duro
cuando usé mi dedo para follar esa entrada virgen.
Jadeó ante eso, porque a pesar de que quizás le hubiera
gustado, todavía tenía que sentirse cómoda discutiéndolo.
—Una follada con el dedo es disfrutable, pero dentro de poco
nuestros penes te llenarán ahí.
La cabeza de Ann se levantó; ella se quedó mirándonos, con su
boca abierta, incrédula.
—Con sus…
Andrew y yo asentimos al mismo tiempo.
—Con nuestros penes. Uno en tu vagina y uno en tu trasero. Veo
el pánico en tu rostro. Basado en la forma en que te comportaste
antes, te va a encantar.
—Eso —señalé al tapón que ella sostenía— entrenará tu trasero
para tomarnos a los dos. Todavía no, pero pronto.
Movió su mano hacia detrás de su espalda.
—No querrán poner eso… ahí.
—Lo queremos.
—¿Ahora?
—Sí.
—¿Por qué?
—Por muchas razones. Primero porque queremos. Aprenderás
que tu cuerpo nos pertenece y haremos lo que sea mejor para ti.
—¿Al poner esa… cosa en mi trasero?
—Sí.
—Otra vez, ¿por qué?
—Porque te va a encantar.
Negó con la cabeza y dio un paso atrás. La dejamos, porque no
había a donde ir.
—No lo creo.
—Te ha encantado todo lo que te hemos hecho hasta ahora —
comenté.
—Otra razón por la que vamos a poner ese tapón de
entrenamiento en tu trasero es porque necesitamos que estés
preparada, antes de que te podamos follar juntos. Nunca te
lastimaríamos. Estamos haciendo esto por ti.
Ella no lo creía así y eso se reflejaba en su rostro.
—Estás preocupada por tu padre —dije—. No tienes necesidad
de estarlo. Nos haremos cargo de ti. Solo has estado con nosotros
en estos camarotes, pero sabrás rápidamente que no dejaremos
que nada te pase.
—Sí, pero…
—Pero ¿qué tiene que ver eso con un tapón en tu trasero? —
pregunté.
—Por todo lo que tienes que preocuparte es por complacernos a
nosotros. Tener un tapón llenándote nos complacerá, porque
sabremos que estás estirando ese trasero virgen para nosotros.
Cuando confrontemos a tu padre, y sabes que lo haremos, tendrás
algo que te distraerá. La pelea contra él no es tuya. Al casarte con
nosotros, nos hicimos cargo de tus batallas. Puedes saber que el
tapón está ahí, para sentir que te abre para nosotros, como un
recordatorio de que tú nos perteneces y nosotros te pertenecemos a
ti.
Estaba tranquila mientras pensaba en eso.
—Las manos en la cama, por favor —le dijo Andrew. Había
hecho su voz profunda y clara, con su tono de mando. Ann estaba
comenzando a reconocerlo como un momento en que tenía que
obedecer.
Sin embargo, vaciló.
—Puedes doblarte sobre la cama y podemos darte un azote en
el trasero, después introducir el tapón, o puedes doblarte sobre la
cama y podemos introducir el tapón y hacerte venir por ser una
buena chica. ¿Cuál de estas será?
Con los dos sin ofrecerle clemencia, tragó saliva y se volteó
hacia la cama, poniendo sus manos sobre la sábana. La posición
tenía su trasero en alto, pero no lo suficiente.
—Bájate sobre tus antebrazos. Bien. Sí, eso está mucho mejor.
Su trasero fue empujado hacia afuera y hacia arriba, listo para lo
que sea que deseáramos hacer. A pesar de que quería follarla otra
vez, teníamos poco tiempo. Andrew se acercó a ella y levantó su
vestido hasta que se amontonó en su espalda. Sus muslos
cremosos y su trasero perfecto quedaron expuestos. Le habíamos
quitado las bragas, así que estaba desnuda. Aún su piel no había
cambiado de color por el choque de nuestras palmas. Aunque
ansiaba hacerlo, debíamos esperar.
—Buena chica, cariño —dijo Andrew—. Dame el tapón.
Dándose cuenta de que aún lo tenía en la mano, lo miró antes de
retroceder. Andrew se lo quitó, mientras yo recuperaba el frasco de
pomada que Kane nos había dado junto con el tapón.
Andrew cubrió el tapón generosamente y luego usó la sustancia
pegajosa, que aún tenía en sus dedos, para cubrir su entrada
trasera. Ella se sobresaltó ante el tacto, pero se acomodó mientras
yo me sentaba a su lado y le acariciaba la espalda. Todavía podía
ver todo lo que estaba haciendo Andrew, aun así, quería hacerlo
más fácil para ella la primera vez que tomara el tapón.
—Shhh, Andrew te está poniendo bien pegajosa. Eso es,
relájate. Sí, ese es el tapón. Es pequeño, Ann. Mucho más pequeño
que cualquiera de nuestros penes. Tomaste mi dedo tan
maravillosamente, solo respira y toma el tapón. Bien, respira de
nuevo, ya casi está adentro.
Ver el tapón entrando en su trasero me puso duro, ansioso por
sentir lo húmeda que estaba, para deslizar mi pene dentro de esa
dulce vagina. Mientras que ella pasaría las siguientes horas con un
tapón en el trasero, Andrew y yo tendríamos penes doloridos,
ansiosos por llevarla a nuestro hotel y tomarla de nuevo.
—Qué buena chica, cariño. Robert, mira qué perfecta es. Ahora
vamos a darle una recompensa.
Me paré y vi cómo Ann meneaba las caderas, tratando de
adaptarse a la sensación del tapón que la llenaba. La pieza redonda
que permanecía fuera de ella era un recordatorio perfecto de
nuestra posesión y tuve que acomodarme el pene en mis
pantalones. Andrew bajó los dedos y rozó su clítoris. Ella se puso
rígida por un instante, y luego movió las caderas de nuevo mientras
él continuaba con sus atenciones. La trajo al clímax mientras le
susurraba palabras carnales al oído, diciéndole lo hermosa que era,
lo mucho que le gustaba ver el tapón en su trasero. Rápidamente
gritó su placer… Nunca me cansaría de su aspecto cuando se lo
dábamos. Nunca.
Andrew se limpió las manos con una toalla y luego ayudó a Ann
a ponerse de pie. Su vestido se cayó al suelo y trató de no
retorcerse. Bajando la cabeza, Andrew la besó. Profundamente.
Cuando él levantó la cabeza, los ojos de Ann estaban nublados por
el deseo. Repleta del orgasmo que le acababa de dar.
—Es la hora.
Mientras la neblina lujuriosa disminuía, supe que con cada paso
que dábamos por el pasillo con uno de nosotros a cada lado de ella,
estaba sintiendo nuestra posesión, por dentro y por fuera.
9

A NN

C UANDO ME ESCAPÉ DE MI PADRE EL OTRO DÍA , HABÍA SIDO EN UN


intento de evitar casarme con el señor Atherton. Fue mi último acto
de desafío antes de que me obligaran a casarme sin amor. Poco
sabía yo que en cuestión de dos horas estaría completamente
casada. Casada con los dos hombres que habían despertado mi
interés en la cubierta. La atracción era una cosa, pero el matrimonio
inmediato era otra. Desde entonces, había estado bien y
completamente follada. Me enseñaron esa palabra, en primer lugar,
y se me había quedado pegada, porque no sonaba titubeante
debajo las sábanas en la oscuridad. De hecho, no me habían
permitido esconder mi cuerpo en la oscuridad ni una sola vez, a
menos que fuera para dormir después de haberme llenado con el
semen de ambos. Entonces, yo estaba desnuda y entre ellos.
Estaba casada con dos hombres. No me habían dejado sola ni
una vez. Uno de ellos siempre había estado conmigo, atendiendo
mis necesidades, fuese hambre o deseo o un baño o dormir. Tal
como me habían dicho, me sentía muy querida y, aunque todavía no
los amaba, sabía —en lo más profundo de mi ser— que nunca me
harían daño. Realmente era el centro de su mundo.
Desafortunadamente, nuestro mundo solo había sido las cuatro
paredes del camarote de Andrew. Caminar por el pasillo, por
primera vez en dos días, me hizo pensar que mi padre me estaba
esperando, pero esta vez tenía a Andrew y Robert flanqueándome.
Estaba nerviosa, pero sabía que me protegerían.
La cubierta estaba llena de pasajeros que desembarcaban y
maleteros que llevaban el equipaje. Con una mano en mi codo,
Andrew me guio hacia la rampa empinada que conducía a tierra
firme, en Nueva York. Por un breve momento, pensé que podríamos
irnos sin llamar la atención de mi padre. Eso no iba a ser así.
—Ann.
No fue mi nombre lo que me hizo encogerme, porque Robert y
Andrew lo habían dicho con suficiente frecuencia durante sus
gruñidos rugientes de placer. Fue el tono agudo.
Mis pies dejaron de funcionar y la mano de Andrew en mi brazo
me tiró hacia adelante, un paso antes de que él también se
detuviera. Robert estaba a unos pocos centímetros de distancia.
Mientras me volvía, me metí un rizo detrás de la oreja que se había
soltado con la brisa del mar.
Mi padre se veía tan malvado y miserable como siempre, pero
con la prórroga de dos días, ahora veía que no solo era protector
como yo solía creer, sino egoísta. Había estado esperando conmigo
hasta que pudiera cumplir un propósito para él. Eso era casarme
con el señor Atherton y le fallé.
—Hola, padre.
Andrew me empujó detrás de él y tuve que mirar alrededor de su
hombro para ver a mi padre.
Apenas miró a Andrew. No se fijó en Robert, en absoluto.
Parecía frustrado porque se le impidiera el acceso a mí.
—El carruaje está esperando.
Mi corazón latía tan fuerte en mi pecho que asumí que él podía
verlo.
—No me voy a ir contigo.
—Ya oíste a Ann. Ella no va a ir contigo —repitió Andrew.
Miró a Andrew entonces con un odio flagrante.
—Hablaremos de tu comportamiento cuando lleguemos a casa.
Tuviste dos días para hacer lo que quisiste. Le di un giro para que el
señor Atherton esté más ansioso que nunca por tenerte.
—¿Hiciste girar qué, padre? —Tenía una idea, pero quería que la
dijera en voz alta.
—Que tu verdadera naturaleza salió a la luz antes del
matrimonio y que no necesita tratarte como... con amabilidad, como
antes.
Sentí que la mano de Andrew se apretó sobre mi codo mientras
me empujaba más hacia atrás. Amplió su postura; yo observaba
cómo Robert apretaba los puños a sus lados.
—¿Qué está insinuando, señor?
Con su uniforme de gala, Andrew se veía tan serio y misterioso,
especialmente cuando un hombre hablaba deshonrosamente de mí.
Mi padre dio dos pasos hacia nosotros para que no escucharan
nuestra conversación. Robert se acercó, impidiendo cualquier
oportunidad de que mi padre me tocara. Esta era la primera vez que
alguien me protegía. Su ferocidad era obvia para los que estaban
alrededor de nosotros y que iban a desembarcar. Justo como me lo
habían prometido, me sentí protegida y apreciada.
—Que tuvo dos días para follarse a unos soldados cachondos.
Robert dio un paso hacia mi padre, la ira irradiaba de su cuerpo.
Ahora sabía lo feroz que se vería en la batalla. Mi padre se asustó y
dio un paso atrás.
Tiré del brazo de Andrew, tratando de ponerme al lado de él,
para enfrentarme a mi padre. Sus palabras fueron... crueles e
insinuaron que Andrew no era honorable. Él tenía más honor del
que tenía mi padre en su dedo meñique.
Preocupada, miré a Andrew. Estaba sonriendo.
—Eso es cierto —contestó él.
La cara de mi padre se puso de color rojo. Su interés en el
acuerdo de negocios con el señor Atherton debía ser mayor que su
interés de autopreservación, porque que se acercó a mí.
—Te bajarás de este barco e irás a la carroza. Ahora —siseó.
Andrew levantó su brazo para bloquearlo, aunque no había
posibilidad alguna de que me alcanzara, y Robert agarró a mi padre
por las solapas de su abrigo y lo llevó hasta la barandilla.
—Puedes bajar la rampa tú solo o puedo ayudarte a bajar del
barco de una manera mucho más rápida —dijo Robert, empujando
sus hombros hacia atrás, de modo que mi padre estaba ligeramente
inclinado hacia un lado.
—Yo soy su padre —exclamó él—. Ella no tiene otra opción que
obedecerme.
—Yo soy su esposo y ella tiene que obedecerme a mí —
respondió Andrew.
Nunca había visto a mi padre tan sorprendido en mi vida. Él
siempre tenía el control, siempre era el que tenía el poder. En ese
momento, no tenía ninguno. Sus planes para mí habían
desaparecido. Yo me había ido. Apreté el tapón dentro de mi
trasero. Aunque era incómodo y un poco ridículo, era un
recordatorio de que pertenecía a Andrew y Robert. Me recordó que
ellos lo habían puesto allí, que se preocupaban por mí, que me
querían y me protegerían de este hombre.
—¿Te casaste con él? —Las palabras de mi padre salieron
sopladas de sus labios cerrados. Robert lo dejó ir y se apoyó contra
la barandilla, esta vez para apoyarse. Quizás su derrota se estaba
haciendo evidente, finalmente.
Asentí con la cabeza.
—El capitán en el barco llevó a cabo la ceremonia hace dos días.
—¿Está todo bien aquí? —El hombre que había entrado en el
camarote mientras los hombres estaban... oh, Dios. Estaba aquí, de
pie, con atención militar y mirando a mi padre como si fuera el
enemigo que necesitaba atravesar con una bayoneta. Al lado de él,
había otros tres hombres, igualmente grandes, de aspecto
igualmente peligroso. Ninguno llevaba uniforme, pero por su porte
sabía que habían servido en el ejército.
Robert se quedó directamente al lado de mi padre, listo para
tirarlo por el precipicio si respiraba de la forma equivocada. No solo
tenía a Andrew y a Robert, sino a otros cuatro hombres que
luchaban esta batalla por mí.
—Este es el padre de Ann —dijo Andrew—. El hombre que le
dejó moretones a mi novia.
La fila de hombres se hizo aún más larga, aún más imponente.
Uno de ellos apretó los puños, otro dio un paso hacia mi padre y él
se deslizó de lado por la barandilla, con sus ojos muy abiertos de
miedo.
—Él estaba ofreciendo sus mejores deseos por mi matrimonio y
diciéndome “adiós” —dije, con la barbilla en alto. Estaba
entusiasmada de poder enfrentarme al hombre que había controlado
mi vida. No me acobardaría más, así que salí de detrás de Andrew,
quien colocó su gran mano sobre mi hombro. Sabía que era un
gesto casual, pero si había algún tipo de peligro, me pondría detrás
de él antes de que pudiera parpadear.
Sabía que él y Robert deseaban hacerle daño corporal a mi
padre por haberme lastimado, pero no lo harían aquí, llevando el
uniforme y donde podían llamar la atención.
—¿Tú la lastimaste? —preguntó Robert, con su voz fría. Él había
visto los moretones, así que sabía la respuesta, pero eso no
significaba que no lo provocaría y pondría el temor de Dios en mi
padre—. ¿Deberíamos matarlo aquí o llevarlo a otro lugar para
hacerlo?
—Hay demasiados testigos aquí, chicos. —Kane cruzó los
brazos sobre su pecho—. Busquemos otro lugar. Más tranquilo.
—Sí, más tranquilo —acordó Robert.
La papada de mi padre se tambaleó y en una última bravata,
señaló a Robert y luego a Andrew.
—Esto no ha terminado.
—Se acabó —repitió Andrew—. Ella es mía ahora. Vete. No la
querías de todos modos.
—La quería para Atherton. —La desesperación inundó sus
palabras. Me preguntaba si su acuerdo de negocios fracasaría sin
mí.
—Y yo solo la quiero a ella —dijo Andrew; sus palabras
eliminaron toda mi ira, todos los años de decepción por no haber
sido suficiente para mi padre.
Con una última mirada, mi padre se volvió sobre sus talones y se
marchó; la multitud se lo tragó rápidamente. Sabía que no volvería a
verlo nunca más.
Me marchité, y Andrew puso su brazo a mi alrededor. Robert
vino a ponerse de pie a nuestro lado y me acarició la mejilla con un
nudillo.
—¿Estás bien? —preguntó él con voz suave.
Asintiendo, los miré a los dos.
—¿Quieres que lo matemos, muchacha? —El hombre pelirrojo
me miró con un alegre anhelo. No pude evitar sonreír.
—No. Con todos ustedes aquí, dudo que me vuelva a molestar.
Andrew y Robert se miraron el uno al otro, luego asintieron.
—Bridgewater.
Fruncí el ceño ante la única palabra de Robert.
—¿Se unirán a nosotros entonces? —preguntó Kane.
—Lo haremos. Ann tiene razón. En Bridgewater, todos podemos
protegerla.
—¿Bridgewater? —pregunté.
—Vamos a ir al territorio de Montana a comprar tierras y
empezar a trabajar un rancho. Un gran rancho donde podamos vivir
en paz —Kane miró al hombre pelirrojo—. Como Andrew y Robert,
Ian y yo esperamos encontrar a nuestra novia.
¡Kane y el pelirrojo planeaban compartir una novia!
—Nosotros también compartiremos una novia. En su debido
momento. —Uno de los otros, moreno y con barba, señaló al último
hombre, el cual asintió.
La mano de Andrew se deslizó por mi espalda, en un gesto
tranquilizador, luego bajó aún más para darme una palmada en el
trasero, donde estaba alojado el tapón.
—Dentro de poco, cariño, Robert y yo te tomaremos juntos —me
susurró al oído—. Completamente.
Robert me miró a los ojos, profundamente, e hizo la única
pregunta que importaba.
—Te dijimos que nos mudaríamos al Oeste para tener un rancho.
Queremos unirnos a estos hombres en el territorio de Montana. ¿Te
gustaría una vida tranquila con dos rancheros?
¿Quería una nueva vida? ¿Quería ir al territorio de Montana con
dos esposos y un grupo de hombres buscando novias? ¿Novias que
estuvieran dispuestas a aceptar sus costumbres poco
convencionales?
¿Quería a Andrew y a Robert para siempre?
Sí. Sí, los quería. Quería todo lo que me estaban ofreciendo.
Quería la dominancia desvergonzada de Robert. Quería sus manos
poderosas en mi cuerpo, su fuerza, su intensidad. Quería el
comportamiento tranquilo de Andrew. Quería sus atenciones
concentradas. Quería su entusiasmo y desesperación. Por mí.
Quería todo lo que ellos eran.
—Sí.
Con esa única palabra, me despojé de mi antigua vida y,
mientras bajábamos del barco, era el comienzo de nuestro viaje a
Bridgewater.
ACERCA DE LA AUTORA

Vanessa Vale es la autora más cotizada de USA Today, con más de


50 libros y novelas románticas sensuales, incluyendo su popular
serie romántica “Bridgewater” y otros romances que involucran
chicos malos sin remordimientos, que no solo se enamoran, sino
que lo hacen profundamente. Cuando no escribe, Vanessa saborea
las locuras de criar dos niños y averiguando cuántos almuerzos se
pueden preparar en una olla a presión. A pesar de no ser muy
buena con las redes sociales como lo es con sus hijos, adora
interactuar con sus lectores.

Se encuentra en Facebook y Twitter.


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