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La escultura griega

Todos los ideales del arte aparecen de forma estelar en la escultura. Sus creaciones
señalan una de las cimas de toda la historia del arte. La mayoría de las esculturas desaparecieron
con el tiempo, aunque en época romana se copiaron y reprodujeron muchos modelos griegos
que hoy conservamos. La escultura se integra con la arquitectura, porque no es sólo ornamental,
sino que da consistencia a la construcción. Se empleaba en la decoración de los templos (frisos,
acróteras), para conmemoraciones, en monumentos funerarios, etc.
El tema fundamental era la representación del cuerpo humano, para el que emplearon el
canon cuyo modulo era la cabeza. El cuerpo humano, tanto en representaciones de dioses como
humanos, fue el motivo del arte griego, asociado a los mitos, la literatura y la vida cotidiana.
Sus rasgos más significativos son la belleza como medida, proporción y armonía en la
anatomía, e idealización del cuerpo humano. Los objetivos que preocupaban al escultor son la
expresión y la representación de movimiento.
El artista griego reproducirá la realidad, aunque de forma idealizada. Además del estudio
del cuerpo, las medidas, las relaciones entre las partes y el escorzo, también se interesaron por el
interior del retratado. El mármol y el bronce fueron los materiales más empleados. Las
figuras aparecían policromadas con suaves colores, hoy desaparecidos. La técnica más
apreciada era la criselefantina, reservada a la divinidad y los templos. En ella se empleaban
gruesas láminas de oro y planchas de marfil.
El principio griego de considerar al hombre como medida de todas las cosas tuvo en la
escultura una aplicación mucho más explícita que en la arquitectura por dos razones: el motivo
predilecto fue la representación de la figura humana y el hecho de representarlo mediante un
correcto sistema de proporciones. En cuanto a su evolución, la escultura griega pasó del estilo
rígido y poco natural del periodo arcaico, al naturalismo y la perfección anatómica del clásico,
en un proceso de investigación constante.
La escultura arcaica (siglos VIII – VI a.C.) estuvo muy influenciada en sus inicios por la
egipcia (frontalidad, rigidez y geometrización), aunque añadió rasgos originales, como la
sonrisa eginética o arcaica. Las primeras esculturas eran las xoana, representaciones muy
simplificadas del cuerpo humano, de carácter votivo, realizadas en madera. No obstante, pronto
fueron sustituyéndose por figuras talladas en mármol, bronce, terracota o piedra, véanse La
dama de Auxerre o Cleobis y Bitón. El paso siguiente fueron los kuroi, como el kuros de Creso
y las korai, como la koré de Samos, que podían representar tanto a seres humanos como a
dioses, muestra de la antropomorfización de estos y de la elevación al rango semidivino o
heroico de aquellos.
Además de la escultura exenta, tienen especial interés los relieves de aquellas zonas de
los templos que ofrecían visibilidad y superficies adecuadas: frontones, metopas y frisos. En
este sentido, los frontones de los templos de Zeus, con la serie de los trabajos de Hércules, y
Afaya, con los dioses en un combate ante Troya, realizados en mármol de Paros, marcan el
camino hacia el clasicismo. Lejos de encontrar esa geometría arcaica y esa marcada frontalidad,
se percibe sentimiento a la vez que serenidad. Es precisamente esa expresión contenida la que
da nombre a este período: estilo severo (490 a. C. – 450 a.C.). En la misma órbita se encuentran
el Efebo de Kitrios, el Auriga de Delfos, Los tiranicidas, donde se introduce por, primera vez, el
contrapposto, y el Dios del cabo Artemisio.
La escultura, a partir del 450 a.C., alcanzó cotas de perfección que lo convirtieron en
modelo a imitar, primero, por el arte romano y, posteriormente, por el arte renacentista y
neoclásico. Mirón y su preocupación por el movimiento (Discóbolo; Atenea y Marsias), a
Policleto y su interés por el canon (Doríforo; Diadumenos) y a Fidias y su atención al detalle
realista y su maestría en los drapeados (relieves del Partenón y estatuas crisoelefantinas de
Atenea y Zeus) como los responsables de reformular definitivamente el canon de las

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La escultura griega

proporciones arcaicas y fundar el clasicismo escultórico (450-400 a.C.), retratando el cuerpo de


una manera más naturalista, y buscando en él una reflexión colectiva de los valores morales. No
obstante, esta característica serenidad clásica va a ser abandonada en aras de un sentimentalismo
acusado, un cambio artístico que, una vez más, tiene su respuesta en el contexto histórico.
Hablamos de la crisis social e intelectual que sufrió Grecia a finales del s. IV a.C.,
consecuencia de la guerra del Peloponeso (431-04 a.C.). Se inició, así, una nueva vía de
investigación escultórica, donde el sentimiento contenido dejó paso a una exploración de las
emociones. Por ello, las esculturas tienden al sentimentalismo: los dioses se humanizan, las
formas se ablandan y hasta los rostros comienzan a reflejar el pathos. Asimismo, los artistas
prefieren las suavidades de la escultura en mármol, relegando la escultura en bronce. Scopas de
Paros fue el que mejor expresó este sentimiento, con esculturas como Meleagro y Ménade
danzante, donde exalta la expresión trágica. Praxíteles se caracterizó por la sensualidad, la
denominada “gracia ática” y la curva praxiteliana, apreciables en Hermes con Dionisio. En
cuanto a Lisipo, fue el reformador del canon ideal de Policleto (7 cabezas), estableciendo uno
más naturalista (Hermes con la sandalia, 7 cabezas y media). Ellos son los tres grandes
escultores del postclasicismo (400-323 a.C.), una fase de transición entre la etapa clásica y el
helenismo.
Aunque en el período helenístico (siglos IV – I a.C.) existieron varias escuelas artísticas
(Pérgamo, Rodas, Alejandría, Éfeso), lo cierto es que todas ellas apuntaban a un mismo fin: la
expresión pasional y trágica, heredada de Scopas, y la riqueza de puntos de vista, deudora de
Lisipo. Como consecuencia, todas las escuelas acusaron un aumento de la expresión y del
realismo. Nada quedaba de esa serenidad anterior, ahora remplazada por una animación teatral y
una expresión de las emociones. En cuanto al nuevo tratamiento de los temas, los escultores se
interesan por el retrato (Demóstenes, Púgil en reposo), de gran trascendencia para la escultura
romana; por el mundo infantil (Espinario); por el desnudo femenino (Venus de Milo); la vejez
(Vieja ebria) o el sueño (Fauno Barberini); por las estatuas dinámicas (Atlas Farnese, Torso de
Belvedere, Victoria de Samotracia); y por los grupos y composiciones complejas (Laocoonte y
sus hijos, Toro Farnesio).
De todo lo expuesto hasta aquí podemos concluir destacando la originalidad del arte
clásico. En la antigua Grecia se inició un nuevo camino en el arte, más humano, más racional,
más bello, según los principios de la naturaleza. Ello se manifestó, sobre todo, en la realización
de numerosas esculturas, proporcionadas y humanas embellecidas con altas dosis de policromía.

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