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AZTECAS

Los aztecas (o, más apropiadamente, mexicas) fueron el último pueblo mesoamericano que condensó una
rica y compleja tradición civilizatoria, religiosa, política, cosmológica, astronómica, filosófica y artística
aprendida y desarrollada por los pueblos de Mesoamérica a lo largo de muchos siglos. Junto con los mayas
son el grupo más estudiado de la historia mesoamericana dado que de ellos se conservan riquísimas fuentes
documentales y arqueológicas, así como numerosos testimonios registrados mayoritariamente de forma
posterior por sobrevivientes de la Conquista. La numerosa cantidad de estudios sobre los mexicas hechos
por investigadores de todo el mundo hace difícil una síntesis o un panorama general por la especialización de
los estudios y las numerosas polémicas, que han permitido desechar conceptos y términos inadecuados
apoyados en la lingüística, la antropología y la arqueología, los cuales durante muchos años fueron usados
por estudiosos de los mexicas, basados en interpretaciones modernas y en muchos casos eurocentristas.

El marco cronológico en el que se desarrolla la mayor parte de la historia azteca es durante el Postclásico. El
periodo Postclásico o histórico se inicia hacia el año 900/1000 y termina en 1521, cuando los españoles
tomaron la capital del imperio azteca. El fenómeno que caracteriza al Postclásico mesoamericano es la
militarización y la invasión de la región por pueblos seminómadas que provenían del norte, de la vasta
extensión de Aridoamérica. Estos pueblos se asentaron en Mesoamérica, se mezclaron con los antiguos
pobladores y asimilaron muchos elementos de las culturas Clásicas. Con el tiempo crearían una nueva
civilización, comparable a las más avanzadas del continente americano.

ORIGEN

El nombre “Azteca”, aunque posee una base cultural no es realmente indígena. Fue propuesto por primera
vez por un europeo, el explorador naturalista Alexander von Humboldt, y después publicado por William
H. Prescott en una extraordinaria publicación de 1843 “The History of the Conquest of Mexico”. Azteca
es realmente un epónimo derivado de Aztlán, que significa “Lugar de la Garza Blanca“, la tierra legendaria de
siete tribus del desierto, llamados Chichimecas, que surgieron milagrosamente de una cueva localizada en el
corazón de una lejana montaña sagrada al Norte del Valle de México. El término chichimeca (en náhuatl
significa “linaje de perros”) designa a los pueblos extraños a la región de Mesoamérica, los cuales poseían un
nivel de desarrollo material muy escaso en relación a las imponentes civilizaciones que se habían sucedido en
dicho territorio, tales como Teotihuacán, los zapotecas de Monte Albán o los toltecas de Tula. Los
chichimecas disfrutaron una existencia pacífica cazando y pescando hasta que recibieron la inspiración
divina de sus dioses patrones Mixcoatl y Huitzilopochtli para cumplir un destino de conquista.Se dice que
Aztlán estaba situado en una isla de la laguna de Mexcaltitlán en la costa de Nayarit y que el grupo salió de
ahí entre el año 890 y el 1111, atravesaron primero algunas regiones del norte de Jalisco y después, siguiendo
el curso del río Lerma, partes de Guanajuato y Michoacán. La Historia Tolteca-Chichimeca engloba la de
Chicomoztoc, o de las Siete Cuevas de Aztlán, lugar de donde surgieron las primeras tribus Chichimecas
antes de invadir el Altiplano de México para convertirse en Aztecas. Los Chichimecos migraron hasta que
un día vieron que un árbol se partía en dos por una saeta de relámpagos. La séptima y última tribu, más
propiamente llamada Mexica interpretó el evento como una señal de que tenían que dividirse y separarse de
las demás tribus para seguir su propio destino. Los Mexica continuaron vagando por muchos años más,
algunas veces cazando y otras veces estableciéndose para cultivar, pero nunca quedándose en ningún lugar
por mucho tiempo. Según Sahagún, los mexicas eran atlacachichimeca, es decir, "pescadores y cazadores", y
no es posible reconstruir en detalle el itinerario que habían seguido hasta que llegaron a las inmediaciones de
San Juan del Río, desde donde se cuenta con más información hasta su llegada al Valle de México
(numerosos códices y relatos). Tenían por costumbre encender cada 52 años (duración de un ciclo en su
calendario), un Fuego Nuevo (ritual de renovación para conmemorar el xiuhmolpilli –gavilla o atadura de
años-, la coincidencia en el inicio de los calendarios xiuhpohualli y el tonalpohualli). El primer fuego nuevo
celebrado después de iniciada su peregrinación fue el de Coatépec, en la región nororiental del Valle de
México, en el año 2 caña (1163). Al final del ultimo día de cada ciclo, durante la puesta del sol, se creía que
éste desaparecería para siempre y se destruiría el mundo. Para evitarlo, en ese momento se apagaban todos los
fuegos y la preocupada población se reunía al pie de un promontorio donde los sacerdotes escrutaban
cuidadosa-mente los cielos, sacrificaban una víctima arrancándole su corazón mientras encendían el Fuego
Nuevo, así el sol renacía y se salvaba de nuevo el mundo de la destrucción. A raíz de encender el fuego nuevo
de 1163, los mexicas se trasladaron a Tula, y posteriormente se desplazaron a Apazco, donde celebraron el
siguiente fuego nuevo en 1215. Penetraron otra vez al Valle de México y se establecieron temporalmente en
diversos sitios como Zumpango y Xaltocán. Los Mexicas, empobrecidos y sin aliados, se vieron inmersos en
los conflictos y luchas locales por controlar las mejores zonas y recursos del lago. Uno de los grupos más
poderosos de la zona (los Toltecas colhuas) junto con sus aliados, los forzaron a retirarse a una isla cercana a
la orilla occidental, fuera del Lago Texcoco, donde presenciaron una visión milagrosa de la profecía mítica;
en la que un águila, que estaba parada sobre un cactus que crecía de una sólida piedra, se preparaba para
devorar una serpiente. Era la señal para fundar Tenochtitlán y cumplir su destino final. El día oficial de la
fundación de la ciudad fue 1325 d.C.

EL MEDIO

Al tiempo de su fundación, México-Tenochtitlan ofrecía un panorama modesto, rodeada por juncos en una
laguna salobre, que ofrecía un sustento de raíces, peces, serpientes, ranas, ajolotes, acoziles (camarones),
además de aves lacustres, etc.; lo que obligaba a los mexicas a practicar una economía de subsistencia basada
en la caza, pesca y recolección, sin que existiera forma de abastecerse para el vestido y la habitación, ya que se
carecía de piedra, madera y otros materiales como la cal, por lo que debieron establecer un comercio por
trueque con otros pueblos de la laguna. Desde los hechos comentados anteriormente los aztecas
compartieron el espacio geográfico denominado Valle de México con numerosos pueblos de diversas
características culturales. Atrapada entre las montañas del Eje Volcánico Central, la cuenca de México ha
sido, y es todavía, el centro cultural, político, económico y social de la nación mexicana. Es también la sede
del mayor complejo urbano del mundo, uno de los ejemplos más notorios del fenómeno de concentración
urbana en los países del Tercer Mundo. El viejo Tenochtitlan, la capital del Anáhuac, la colonial ciudad de
los palacios que maravilló a Alejandro de Humboldt es hoy el estereotipo del desastre urbano y la
degradación ambiental que representan las megalópolis de los países dependientes. El Valle de México forma
parte fundamental del sistema y funcionamiento hidrológico de la Cuenca de México, que se encuentra en
la región centro del actual territorio mexicano (integrada por el Distrito Federal y parte de los estados de
Hidalgo, México y Tlaxcala). Es una unidad hidrológica cerrada, actualmente drenada de forma artificial,
que se ubica al centro del eje volcánico o falla de Humboldt.
Con un área de unos 9.000 kmts2., la meseta mexicana se extiende aproximadamente 120 kmts. de norte a
sur y 70 de este a oeste. El valle, situado a una altitud cercana a los 2.400 metros sobre el nivel del mar, es el
más alto de la región y se encuentra rodeado por sierras y volcanes que alcanzan elevaciones superiores a los
5.000 metros. La temperatura promedio anual es de 15º C. La mayor parte de los 700 milímetros de agua de
lluvia que caen anualmente en la región se concentra en unas cuantas tormentas intensas, las cuales se
presentan por lo regular de junio a septiembre; durante el resto del año las precipitaciones pluviales suelen
ser escasas o nulas. Antes del surgimiento del Estado azteca, aproximadamente en el año 1000 de nuestra era,
el sistema lacustre del fondo de la cuenca cubría aproximadamente 1.500 kmts2., y estaba formado por
cinco lagos someros encadenados de norte a sur, desde los de agua dulce en el extremo superior (Tzompanco
-Zumpango- y Xaltocán), hasta los salados del extremo más bajo (Texcoco, Xochimilco y Chalco), en los
que se concentraba la sal debido a la evaporación. El 50% del área total del sistema lacustre pertenecía al Lago
de Texcoco, ubicado en la parte más baja de la Cuenca. En este ambiente abundaban los insectos, aves como
el pavo y numerosas especies de reptiles.Algunas especies suponían un aporte proteínico básico en la dieta
azteca y hoy en día siguen siendo considerados “manjares” muy suculentos para los mexicanos. Se estima
que alrededor del 2% de la biodiversidad del planeta se alberga dentro de la Cuenca de México, lo cual se
aproxima a 3.000 especies de plantas y 350 especies de vertebrados terrestres, el 30% de los mamíferos del
país y el 10% de las aves, que conviven con más de 20 millones de habitantes de la Zona Metropolitana del
Valle de México. La cuenca de México ha sido una de las zonas más estudiadas del país en cuanto a fauna. En
las zonas montañosas que rodean la Cuenca de México se encuentran cerca de 325 especies de plantas y
animales exclusivas de esta zona. Entre ellos, el conejo zacatuche, algunas especies de tuzas, lagartijas, el
gorrión serrano. Actualmente se encuentran 59 especies de mamíferos, de esos 16 son voladores y 43
terrestres. Podemos encontrar armadillo, gato montés, venado cola blanca, mapache, etc. Los mamíferos
mayores como el puma, el lince, el tlalcoyote y el coyote, en los límites con el estado de Morelos, representan
parte del patrimonio natural más importante de la población que habita en el Distrito Federal y su zona
metropolitana. En esta región se han encontrado 211 especies de aves. Del total de éstas, 149 son residentes
de la cuenca y pasan la mayor parte del tiempo en la zona, 40 son migratorias de invierno y sólo están en esta
temporada en los bosques del sur, ya sea en su ruta migratoria hacia sitios más sureños o bien a Norteamérica
donde se reproducen. Algunas de estas aves son endémicas, tal es el caso de subespecies del pájaro carpintero
y del corre-caminos. También se encuentran aves rapaces como las águilas, halcones, gavilanes y lechuzas
cuyo papel es fundamental en la regulación de la naturaleza. En la cuenca de México se localizan bosques de
oyamel, que crecen en las cañadas y laderas, bosques de pino, de encino, arbustos de poca altura, matorrales,
nopaleras, pastizales, vegetación de los márgenes de los lagos y plantas acuáticas. A los aztecas les fascinaba el
mundo natural, que desempeñó un papel importante en la evolución de sus creencias religiosas. Las aves y
los animales eran especialmente importantes, según puede verse en los signos del calendario azteca, que
incluían animales como el ciervo, el jaguar y el conejo. El calendario comprende asimismo plantas y fuerzas
naturales como el viento y la lluvia. Muchos animales y plantas estaban también asociados con lo
sobrenatural, y los dioses aztecas tenían características zoomorfas al igual que antropomorfas. Salvo el jaguar,
el venado y el puma no había grandes animales en la zona que se pudieran aprovechar para la alimentación,
el trabajo o el transporte. Esto mismo convirtió a la agricultura en la actividad principal de subsistencia para
los pueblos del valle y, además, obligó a realizar el traslado de mercancías por medio de balsas en los lagos y
sobre las espaldas de los tamemes o cargadores en las rutas comerciales. Tribu de humilde y nebuloso origen
nómada, constituyen el último grupo de habla náhuatl que penetra en el valle de México, se establecen hacia
el año de 1325 d.c. en unos islotes pantanosos del gran lago que aun ocupaba el centro del valle. De ahí
harán surgir en menos de dos siglos la última metrópoli del antiguo México, Tenochtitlán, ciudad lacustre -
única en su género, con sus chinampas (jardines flotantes, como los que subsisten todavía en Xochimilco) y
su ingenioso trazo urbano-. Cortés mismo, el orgulloso conquistador comentaría en una carta a Carlos V, la
magnitud y hermosura de los “apartamentos de Moctezuma, que en España no hay sus semejantes”. Los
aztecas salieron de Aztlán, su mítico lugar de origen, en el año 1 pedernal de la cronología mexica. Iban
conducidos por cuatro sacerdotes, tres hombres y una mujer , que se llamaban teomamas, porque cargaban
en la espalda la imagen de su dios Huitzilopochtli. Eran gobernados en un principio por sacerdotes
guerreros. Estos ordenaron al pueblo en nombre de Huitzilopochtli emigrar hacia el sur, prometiendo
hacerlos dueños de innumerables riquezas y pueblos. El grupo salió de Aztlán en el año 1116 d.c., y
continuó la ruta por espacio de 157 años, la marcha fue lenta, y si podían sembrar maíz permanecían en ese
lugar por algunos años. Fueron bordeando los lagos de lo que hoy son los estados de Jalisco y Michoacán,
después fueron a la ciudad de Tula. En todas partes su dios, por medio de los sacerdotes, les repetía la orden
de proseguir la marcha en busca del lugar prometido, “… donde hallarían un águila posada sobre un nopal
devorando una serpiente’’ . Así pasaron por Mixiuhan, hoy Magdalena Mixiuhca en el año 1325 d.c., y cerca
de ahí, en un pequeño islote de la laguna de Metzliapan (Texcoco), encontraron el símbolo profetizado. Ahí
fundaron su capital definitiva, México-Tenochtitlan. Los sacerdotes edificaron en ese lugar un
templo en honor a su Dios Huitzilopochtli, y a su alrededor se construyeron los primeros jacales (casas,
chozas).
Así tuvo principio la ciudad de Tenochtitlan, lugar del nopal, llamada también México, la cual doscientos
años después maravilló a los europeos, con sus templos y palacios, calzadas y acueductos.
Durante la migración encendieron cuatro fuegos nuevos en los siguientes lugares: Coatepec, Apazco,
Tecpayocan y Chapultepec. En cada una de las ceremonias celebraban el fin de un ciclo de 52 años.

Tenochtitlán se fundó oficialmente en 1325 pero pasó más de un siglo antes de que la ciudad se alzara a la
altura de una verdadera capital imperial.300 años antes de la Conquista española, y por razones aún no del
todo conocidas, hubo un retraimiento de la frontera mesoamericana hacia el sur, lo que provocó la vuelta a
los valles centrales de numerosas poblaciones de alta cultura (toltecas) y otras chichimecas. Las tradiciones
históricas de Cholula hablan de una población original Olmeca, a cuyo territorio llegan desde Tula los
tolteca de cultura mesoamericana, quienes se acompañaron posteriormente, como guerreros “mercenarios”,
de pueblos chichimecas.

De estos pueblos inmigrantes, los más importantes fueron:

Colhuas (establecidos en Colhuacán) que representaban la tradición tolteca,


Tolteca-chichimeca, asentados en Cholula
Tepanecas (Azcapotzalco)
Otomíes (Xaltocan)
Acolhuas (Coatlinchán y el este del Valle)
Mexicas
A la llegada de los Mexicas, el centro de México incluía una gran diversidad de pueblos con antecedentes
culturales variados y que no habían logrado su unificación política ni cultural. Ha sido frecuente realzar la
magnitud de la transformación social de los mexicas presentándola como una evolución de tribu a estado
imperial, lo que es falso. Si se considera toda la región del centro o incluso el Valle, el rasgo principal es la
convivencia de grupos étnicos y políticos diferentes, integrando una unidad social con distinciones
culturales y fragmentación política. La ciudad de México no existió como una gran capital de un imperio
hasta el último siglo antes de la Conquista española. Antes habían existido otras ciudades como Colhuacán y
Azcapotzalco (que sin alcanzar la magnitud de México-Tenochtitlán, representaron el mismo tipo de
organización). En el Valle de México los pobladores chichimecas fueron:
Chichimecas de Xolotl (parte central y oriental del Valle)
Totolimpaneca (zona de Chalco)
Chichimecas traídos por los tolteca-chichimeca (región de Puebla, señoríos alrededor de Cholula:
Totomihuacán, Cuauhtinchán, Tlaxcala y Huexotzinco).

Estos chichimecas especializados en la guerra, que acompañaron a los toltecas de la dispersión, pudieron
establecerse como los linajes conquistadores. Las principales unidades políticas establecidas por estas
migraciones dieron lugar a:
Colhuacán (dominaba la parte meridional del Valle)
Azcapotzalco (cabeza de los tepanecas, dominaba el oeste)
Coatlinchán (cerca de Texcoco, capital de los acolhuas en el este).

Como hemos visto, los mexicas, aparte de su reputación como guerreros temibles, en desarrollo cultural
tenían muy poco que ofrecer a los grupos que ya estaban asentados en el entorno. Desplegaron una exitosa
estrategia alternativa, “contratarse” como mercenarios para rivalizar con las facciones Toltecas.
Eventualmente, pudieron afectar el equilibrio de poder en la región a tal grado que se llegaron a consolidar
alianzas con estos grupos mediante matrimonios reales, entroncando así con los linajes más antiguos de la
zona. Los Mexica, ahora los más poderosos de las siete tribus chichimecas originales, incorporaron a sus
anteriores rivales y juntos conquistaron un imperio. Entre 1372 y 1428 los emperadores Mexica llamados
huey tlatoque o "grandes portavoces": Acamapichtli, Huitzilihuitl, y Chimalpopoca fueron convocados
para servir de “vasallos” de un despótico señor tepaneca de Azcapotzalco llamado Tezozomoc.
Compartiendo los despojos de las victorias tepanecas, los mexicas tuvieron éxito extendiendo su propio
dominio al sur y el este del lago. Sin embargo, cuando Tezozomoc murió en 1427, su hijo Maxtla tomó el
poder y ordenó asesinar a Chimalpopoca.

Los Mexicas rápidamente nombraron al tío de Chimalpopoca, un capitán de guerra llamado Itzcóatl, como
huey tlatoani. Itzcóatl se alió con el heredero depuesto al trono de Texcoco, Señor Nezhualcóyotl del reino
Acolhua, extendiendo su influencia a la orilla oriental del lago. Los dos reyes atacaron Azcapotzalco. La
guerra duró más de cien días y sólo concluyó cuando Maxtla abandonó su trono y se retiró al destierro.
Itzcoatl y Nezhualcoyotl premiaron a los señores tepanecas que habían ayudado a derrocar al tirano. Las tres
ciudades de Tenochtitlán, Texcoco, y Tlacopan conformaron la Triple Alianza, la base del futuro Imperio
Azteca.
Itzcoatl murió en 1440 y lo sucedió su sobrino Motecuhzoma Ilhuicamina. Motecuhzoma I, como se le
nombró más tarde, trazó la estrategia del expansionismo Azteca para el resto del siglo XV. A él le sucedió su
hijo Axayacatl en 1468. El príncipe sucesor probó estar muy capacitado como comandante militar, buscó
capitalizar las conquistas de su ilustre padre aislando enteramente el reino de Tlaxcala al este y expandiendo
el control imperial al sur sobre los Mixtecos y Zapotecos de Oaxaca. Axayacatl murió en 1481. Le sucedió
Tizoc, quien –según las crónicas y códices- gobernó ineficazmente un lapso muy breve de tiempo. El trono
pasó a Ahuitzotl, hermano menor de Tizoc en 1486, quien demostró ser un excelente comandante militar.
Ahuitzotl reorganizó el ejército y muy pronto recobró el territorio perdido bajo la administración anterior.
Inició entonces un programa de conquistas de larga distancia realizando una serie de campañas inauditas
hasta entonces. El imperio alcanzó su apogeo bajo Ahuitzotl, controlando aproximadamente a 25 millones
de personas a lo largo de las regiones montañosas mexicanas. En su momento a Ahuitzotl le sucedió en el
trono Motecuhzoma II quien, aunque contribuyó con sus campañas a expandir aún más los territorios
conquistados, sufrió la invasión Española comandada por Hernán Cortés. Dentro del territorio dominado
por los aztecas se mantuvieron algunos enclaves independientes en constante pugna con los mexicas. Es el
caso de los otomíes de Meztitlán y de los tlaxcaltecas que más tarde harían causa común con los españoles.

A la salida de Aztlán, el grupo mexica era una simple tribu gobernada por sus sacerdotes y jefes militares
pero, después de instalado en Tenochtitlán, se produjo en ellos una lenta transformación fruto del proceso
de asimilación de muchos elementos de los grupos asentados ya en la región (entre otros, algunas formas de
organización y estructuras de poder) junto con el surgimiento de diferencias económicas dentro del grupo
que trajeron aparejadas las sociales (una consecuente diferenciación y jerarquización social cada vez más
acentuadas). Para comprender bien este proceso en el ámbito mesoamericano debemos aproximarnos al
concepto de altépetl. El āltepētl (del náhuatl ā-tl 'agua' y tepē-tl 'cerro o montaña') es uno de los conceptos
culturales importantes de Mesoamérica. El término parece referirse a un asentamiento cercano al agua y
sobre una elevación del terreno. Modernamente, se entiende como el territorio de una entidad étnica, el
ámbito territorial en las que se organizaron social y políticamente los pueblos indígenas mesoamericanos en
el Posclásico. Representación gráfica (glifo) del altépetl de "huei-Atotonilco"
La etimología náhuatl de este toponímico lo interpreta como "en las aguas termales" y se deriva de "atl" ~
agua, "totuiqui" ~ caliente y "co" en o dentro. "Huei" procede de "huehuetl", que quiere decir grande o viejo.
El nombre del lugar está representado en los códices por un jeroglífico ideográfico y polisilábico que muestra
el signo "atl" - agua, de cuatro ramales o venas, para diferenciarlo de Atotonilco de Tula, que tiene cinco
ramales. Estos ramales "atl" se encuentran en la boca de una olla, colocada sobre dos piedras que forman el
"tlacuílli" - hogar o fogón. La representación de la olla, con su asiento negro, indica la acción del fuego, por
lo que da la idea de caliente; es decir, "atotonilli" ~ agua caliente o agua termal. La forma āltepētl es un
difrasismo (utilizar dos palabras para significar una tercera cosa) referido a los asentamientos humanos
poseedores de un territorio, tierras y por lo general habitados por una etnia de ancestros y pasados comunes,
incluida la lengua y una misma deidad protectora. Fue la organización civil primordial de Mesoamérica y la
que conocieron los españoles a su arribo en 1519. Gobernado por un tlatoani (máximo gobernante e
integrante de la nobleza dirigente de los mismos). A los gobernantes de varios altépetl -como Motecuhzoma
Xocoyotzin- se les denominó huēy tlatoani. En los estudios históricos contemporáneos es usado como
sinónimo el término señorío. Su uso fue propuesto y defendido por James Lockhart en su obra principal
“Los nahuas después de la Conquista” en 1992. Es el término más aceptado por los historiadores e
investigadores sobre Mesoamérica y su uso es más correcto que los términos occidentales ciudad, villa,
pueblo, e incluso imperio. En el caso de los mexicas, éstos constituyeron el altépetl más poderoso de su
tiempo, que dominó a otros altépetl menores mediante la tributación, el despojo de esclavos y la aceptación
religiosa de Huitzilopochtli como deidad máxima. Una cabeza de COATL, serpiente, que sale de un CALLI
ó CHANTLI, casa, que está sobre un cerro, TEPETL, cuya base se encuentra rodeada de agua ATL,
entonces la lectura sería : COATLICHAN(TLI) ALTEPETL

En el Posclásico, la estructura del altépetl tuvo mayor auge tras la caída de Tula en 1168 y la migración de
grupos provenientes de Aridoamérica, que tomaron tradiciones y costumbres civiles de los toltecas. Estos
iniciaron la formación de altépetl basados en la organización local de los calpullis, entidades más pequeñas
integradas por tlaxilacallis o grupos de familias que integraban un “barrio” en los que se organizaban los
altépetl y que funcionaban bajo las órdenes de jefes locales que conformaban un consejo general que tomaba
decisiones civiles, gobernados todos ellos bajo el mandato único de los tlacatecuhtli (jefes militares) o
tlatoanis. Al igual que con el término altéptl, la palabra calpulli designaba a la vez al grupo conformante y el
“barrio” o territorio que ocupaba. El motor económico de los altépetl era el tributo, aporte económico dado
por los macehuales, grupo social mayoritario y sometido a la explotación de la élite (“nobleza”) (pillis),
acumuladora del tributo (excedente económico). El altépetl se sostenía de los productos recaudados como
tributo y producidos por los macehuales, así como de altépetl más débiles y por lo general sometidos por
medio de la guerra (razón de la belicosidad mexica que les permitía el dominio de un gran territorio). Los
altépetl contaban con espacios de intercambio de productos en escala local (tianguis o mercados) como vía
para la diversificación y la subsistencia, y a larga distancia mediante redes. El tributo se realizaba de forma
periódica y se distribuía entre la élite gobernante, los sacerdotes, la servidumbre de los mismos, como pago a
la burocracia, etc. Este modelo de dominación implicaba conflictos de dominio y sujeción entre altépetl para
la obtención de mayores excedentes y hegemonía territorial, los cuales conformaron alianzas entre los más
poderosos (el caso de la Triple Alianza de Tenochtitlán, Tlacopan y Texcoco) y subordinaron a los más
pequeños. A la llegada de los españoles, los mexicas constituían un huey altépetl que tenía sometido a un
gran número de altépetl que a su vez tenían sometidos a otros de menor tamaño. Los altépetl sometidos por
el pueblo mexica no formaban un sistema político unificado sino, mejor dicho, un sistema de tributación a
Tenochtitlán. Entre los pueblos nahuas, el dirigente más importante era llamado huey tlatoque ('gran jefe'),
también conocido como huey tlatoani ('el que habla'). Después de la formación de la Triple Alianza, el
modelo político mexica se asentó definitivamente como una monarquía electiva. Un consejo se encargaba de
elegir al huey tlatoani, al cual, ya elegido, se le daban facultades absolutas y sin restricción (sin embargo, se
sospecha que un huey tlatoani, Tizoc, fue envenenado por el consejo, por ser considerado inepto y débil). Es
destacable que factores religiosos y cosmogónicos incidan en la formación tripartita de un gobierno como el
de la Triple Alianza (donde México-Tenochtitlán ostentaba el mayor poder y la mayor parte proporcional
de tributos) luego de la derrota del poderío tepaneca y el sometimiento del altépetl de Azcapotzalco, ya que
no fue la primera vez en formarse gobiernos de ese tipo. Códice Mendocino o Matrícula de tributos. Da
cuenta de los tributos que le pagaban diferentes altépetl a los mexica. Aquí se representa el tributo que
debían pagar los pueblos situados entre los actuales estados de Puebla y Veracruz. Encabeza a este grupo
Tlatlauquitepec, después Atenco, Teziutlán, Ayotoxco, Yahonahuac, etc. Matrícula de Tributos, lám. 51.
(Biblioteca del MNAH, México).
Al momento de gobernar Motecuhzoma Xocoyotzin tributaban a Tenochtitlán en señal de sometimiento
otros 38 altépetl (según el Códice Mendocino). Los aspectos centrales de dicho sometimiento eran:
el tributo (de forma prioritaria),
la cesión de tierras donde trabajaban labriegos de paga (mayeques) y el producto obtenido iba directamente
al tlatoani,
la aceptación de la deidad principal mexica,
el suministro de hombres a los contingentes militares,
el avituallamiento de los mismos al paso hacia una campaña de conquista, y
dirimir asuntos políticos y jurídicos en Tenochtitlán.

Por ello es impreciso hablar de un imperio, dado que Tenochtitlán no buscaba una extensión geográfica per
se, o una unidad estatal o nacional, sino un mayor allegamiento de recursos y obediencia al huey tlatoani. La
mayoría de los altépetl prefirieron tributar en lugar de recibir una expedición militar que quemara su templo
principal y arrojara su deidad por las escalinatas (símbolo de sometimiento de un altépetl representado
incluso iconográficamente en los códices).

En los altépetl más importantes residía además un calpixque o recaudador que centraba su actividad en la
tributación. A los altépetl que aceptaban de forma expresa el dominio mexica les era permitido mantener sus
formas y organizaciones administrativas y políticas, así como sus deidades -siempre y cuando su culto se
supeditase al de Huitzilopochtli-. Sólo en regiones importantes, de contención a otras etnias o donde había
una rebelión abierta, residían funcionarios mexicas con atribuciones de tlatoanis. Por más de 50 años, y
hasta la tasación hecha por el oidor Valderrama, esta estructura se mantendrá con pocos cambios en los
pueblos indígenas del centro de lo que se conocerá como “Nueva España”. Para la administración del vasto
imperio, los aztecas implementaron un rígido sistema basado en el poder personal de la élite. A la cabeza de
la estructura de mando estaba el soberano o huey tlatoani (gran orador y jefe de los hombres) con amplios
poderes militares, civiles y religiosos. El huey tlatoani presidía el consejo supremo o tlatocán, donde
participaban los jefes o tlatoani de las ciudades más importantes, las máximas autoridades militares y
delegados de algunos calpullis, encabezados todos por el cihuacóatl.

Durante los primeros reinados, los aztecas intentaron ceñirse al ejemplo organizativo tolteca, eligiendo al
soberano a través de una asamblea general de guerreros. Pero al crecer la ciudad y los territorios
conquistados, la cantidad de miembros de este colegio electoral disminuyó, pasando a ser controlado por la
oligarquía militar y sacerdotal. Moctezuma I introdujo una innovación importante, designando a su
hermano Tlacaeleltzin como una especie de vice-emperador, con el título (religioso en su origen) de
cihuacóatl. Con las mismas atribuciones que el tlatoani, el cihuacóatl organizaba expediciones militares,
juzgaba en el tribunal de apelación, reemplazaba al emperador ausente y presidía el gran consejo cuando este
faltaba. Si bien el poder del emperador era considerado divino, igual tenía responsabilidades ineludibles
especialmente en dos aspectos: cumplir sus obligaciones con los dioses y proteger al pueblo azteca. Junto al
tlatoani, el cihuacóatl y otros cuatro grandes dignatarios, el gran consejo, tlatocán, era consultado antes de
tomar cualquier decisión importante. Sin embargo, se había convertido en un órgano restringido, cuyos
miembros eran nombrados por el soberano o reclutados por los propios consejeros.Entre los siglos XIII y
XIV se produjo un cambio en las pautas sociales mexicas, debido a la influencia cultural y política que
recibieron de sus vecinos y de sus conquistas. Así se desarrolló una sociedad azteca con un carácter complejo
y fuertemente jerarquizado. La característica más destacada de las formaciones sociales mexicas en el
posclásico es la marcada diferenciación social.El reflejo más significativo de esta diferenciación es la división
en “castas”: los dos grupos más señalados son el de los notables (pipiltin, pilli o tlaxipilli) y el de la gente del
común (macehualtin o macehuales). En el castigo a quienes se embriagaban (sólo permitido a los ancianos)
se les castigaba, si era macehualtin era apaleado hasta morir, pero si era tlaxopilli lo ahorcaban en secreto. En
las ofrendas a Xiuhtecuhtli (dios del fuego), la gente rica y los mercaderes le hacían ofrendas de papel
cortado, ricas plumas, jades y codornices; pero los macehualtin, los pobres, sólo copalxalli (arena de copal)
echaban en el comal (brasero, fogón). Al morir colocaban una piedra en la boca del difunto; en el caso de los
señores y nobles les ponían un chalchíhuitl (esmeralda o jade), pero si era un macehualtin únicamente
colocaban un texoxoctli (una piedra azul) o de obsidiana. La diferencia se daba por linaje, que podía
perderse si se transgredía alguna obligación como la de la guerra.
La diferencia social la resume López Austin: un pilli podía alcanzar la posición de tributado, un macehualtin
aspiraba a lograr dejar de ser tributario. Ambos tenían obligaciones, unos de mandar y dirigir la guerra, otros
de producir e ir a la guerra Un macehualtin podía ascender en la escala social, por ejemplo mediante una
acción guerrera notable, igualándose a los cuauhtin o nobles guerreros águila, disfrutando de la gloria de los
señores de la guerra; se lograba así acortar la distancia social, pero nunca eliminarla

En la cumbre de la sociedad se encontraban los dignatarios o tecuhtli. Poseían elevadas funciones militares o
civiles. El emperador, los miembros del gran consejo, los gobernantes o jueces, pertenecientes a este grupo,
no pagaban tributo ni efectuaban trabajos agrícolas. Sus palacios se construían y mantenían a expensas del
tesoro público. A cambio, los dignatarios tenían la obligación de consagrar todos sus esfuerzos al servicio
público.

Pese a la gran importancia de la religión en la vida azteca, las funciones religiosas no se confundían con las
gubernativas. Se encargaban del culto, además de guardar los libros sagrados y los manuscritos históricos.
Provistos de tierras en abundancia, de víveres y objetos preciosos de todo tipo, por la devoción de los
soberanos y particulares, los templos disponían de inmensos recursos administrados por el tesorero general,
el tlaquimiloltecuhtli. Haciendo voto de castidad, los sacerdotes no solamente se encargaban del culto, sino
también de la educación de los jóvenes de la aristocracia en los calmecac, los “colegios-monasterios”.
Asimismo, se preocupaban de los pobres y enfermos. Los sacerdotes no pagaban tributos y algunos
combatían en los ejércitos.

Poderosas agrupaciones de negociantes, los pochteca, tenían el monopolio del comercio exterior de lujo.
Con su dios particular -Yiacatecuhtli-, sus rituales, sus propios jefes y tribunales, los pochteca eran una clase
ascendente dentro de la sociedad. Comerciantes avezados, pero también combatientes enérgicos, no
vacilaban en incursionar en las provincias rebeldes, disfrazados al modo de sus habitantes y hablando su
lengua, lo que los convertía en excelentes espías.

MACEHUALES
Los simples ciudadanos, llamados macehualtin, estaban obligados a hacer el servicio militar, a pagar tributo
y a realizar trabajos colectivos (servidumbres), como el mantenimiento de caminos y la construcción de
monumentos. Sus hijos recibían educación gratuita en las escuelas del distrito. Pagaban tributo, pero
percibían a cambio artículos alimentarios, piezas de tejido y prendas de vestir. Todo hombre, por más
humilde que fuera, podía llegar a ocupar los más altos cargos, en particular en el área militar y en el
sacerdocio.

CARGADORES

Dentro del grupo de macehuales destacan los tameme, que suplían la ausencia de bestias de carga,
dedicándose a estas faenas como cargadores, sobre todo para el pueblo que tributaban; entendiéndose esta
acción como tributo que apoyaba las operaciones militares y el tráfico a larga distancia, ambas estrechamente
unidas y relacionadas. En las ciudades existían estos cargadores en los mercados, donde prestaban sus
servicios, compartiendo sus tareas con las agrícolas

MAYEQUES

En los casos en que determinados calpullis poseyeran escasas tierras laborales o, por razón de su desarrollo
demográfico, no pudieran ofrecer trabajo a sectores de sus miembros, había entonces macehualtin que
realizaban tareas agrícolas en lugares que no pertenecían a su propia comunidad. Los que así laboraban se
conocían con el nombre de mayeques, "los que tienen brazos", es decir una especie de braceros que
prestaban servicios a otros. Eran desheredados, es decir que no tienen pertenencia de parentesco a ningún
clan o tribu Mexica. A veces, carecían del derecho a las tierras del calpulli por alguna falta contra la
comunidad que los había desheredado o por pertenecer a otras comunidades de donde habían sido
desarraigados por la violencia. El carácter fundamental del trabajo de mayeques y macehuales es que se
constituyen en unidades de auto reproducción y que reproducen a la clase dominante mediante la
enajenación del plus-producto y del plus-trabajo y este carácter, entre éstos, no se diferencia. Al final de la
escala social se encontraban los tlacohtli a los cuales se refieren algunos como esclavos.Caían en esta categoría
en forma transitoria los macehualtin y mayeques por diversas razones y causas, dentro de las que sobresalía el
contrato, mediante el cual se obligaban en servidumbre, manteniendo sus propiedades y todos los derechos
civiles, salvo que durante el tiempo del contrato eran posesión de otra persona por coacción de sus derechos,
por voluntad propia o familiar, y las causas eran el castigo por robo, deudas, homicidio y el juego.

MAMALTIN

Los mamaltin (también al final de la escala social), eran los cautivos de guerra, sin significado socio-
económico ya que su fin era siempre el sacrificio ritual y su utilidad radicaba en poder agradar a los dioses o
para la obtención de prestigio para los guerreros que los capturaban, que casi siempre pertenecían a los
grupos sociales elevados; si no era así, y el guerrero era un macehualtin, ello significaba el ascenso social para
él.
"Teóricamente había movilidad en la sociedad azteca... Un individuo podía progresar destacando en la
guerra, el sacerdocio o el comercio. La guerra era considerada la actividad por excelencia del azteca y en ella
refrendaban los hijos de los nobles el prestigio que habían heredado. La gente común podía encumbrarse a la
nobleza capturando enemigos en el combate, principalmente guerreros de Huexotzinco, Tlaxcala o Atlixco.
La captura de cuatro de ellos daba rango, pero los hijos de los nobles, con una superior preparación para el
combate y ocupando los puestos claves en el campo de batalla, gozaban de mayores posibilidades.
Los comerciantes labraban su ascenso ofreciendo costosas fiestas en las que intercambiaban riqueza por
prestigio. El ascenso en la escala social les permitía hacer negocios cada vez más pingües...
Los recién llegados a la nobleza o gente común que lograba el ascenso, tenían un lugar de reunión separado
del resto de los nobles. Eran llamados nobles-águila o nobles-tigre y estaban exentos del pago del tributo...
Tenían otras limitaciones, como no poder usar en sus trajes guerreros ciertas plumas e insignias reservadas a
los nobles de cuna, o no poder tener renteros".

Los mexicas estaban organizados en tribus y clanes familiares (calpullis). Tenochtitlán tenía 20 “barrios”
habitados cada uno por un calpulli. La palabra calpulli designaba a la vez a la tribu y el barrio que ocupaba.
Lo dirigía un calpullec el cual repartía tierras, cobraba contribuciones y administraba justicia. Sacerdotes,
funcionarios y calpullecs formaban el tlatocan o gran consejo, presidido por el cihuacóatl. El tlacatecuhtli
era el jefe guerrero y a partir de Acamapichtli se convirtió en “rey”. La monarquía de Texcoco era
hereditaria. La de México electiva, entre los descendientes de los antiguos reyes, primando la línea colateral
(hermanos).

FUENTES DE SUBSISTENCIA

La agricultura era la base de la vida económica azteca y el maíz la planta alimenticia por excelencia, cuyo
grano preparaban en diversas formas: tortillas, tamales, atoles, etc. Además del maíz, sembraban también
frijol, calabaza, tomate, chía, huauhtli, etc. Traían grano de otros lugares para completar el abastecimiento
de Tenochtitlán, y de las regiones subtropicales algodón, chile, cacao, vainilla, miel, tabaco y otros
productos. Del maguey o metl se hacía miel, pulque, vino, vinagre; de las pencas y raíces se obtenía una
comida dulce, el mezcal; con el zumo de las hojas se curaban llagas y heridas; utilizaban las espinas de la
planta para hacer autosacrificios; las fibras integran el henequén con el que hacían mantas, vestidos, cuerdas
y otras jarcierías; las hojas servían como tejas, sirviendo también para hacer canales y como leña, y en las
raíces cultivaban unos gusanos que complementaban la dieta y los aportes proteínicos. En lo relativo a la
fauna no se utilizó la fuerza animal, ni existió gran variedad de animales domésticos, salvo los guajolotes y
algunos tipos de perros, criados para alimento. Se usaron las pieles y plumas de múltiples variedades animales
para el vestido en el ritual. Se aprovecharon diversas especies en la caza y pesca. Algunos animales fueron
usados en la magia y la religión, como el colibrí y la tórtola; el primero usado para combatir las bubas y las
segundas para acabar con la tristeza y los celos. Además de los gusanos que cría dicha planta, del maguey
obtenían el pulque, la bebida embriagante de los aztecas y demás pueblos del valle. Recolectaban plantas y
hierbas comestibles, así como diversos frutos, por ejemplo nopales y tunas de diversas clases. El lago de
Texcoco les proporcionaba la sal cómo condimento en sus alimentos. Por ser entonces el Valle de México
una región esencialmente lacustre ofrecía grandes posibilidades para la pesca y caza de aves los mexicas
atrapaban peces diversos y patos con ayuda de anzuelos, tridentes y lanzadardos (atlatl); también recogían
larvas de batracios, huevos de mosquito y algas. De postes clavados en el fondo del lago colgaban redes que
servían de trampa a las aves. Para la caza de venados, liebres, conejos y aves terrestres empleaban el arco y la
flecha, la cerbatana y las redes fijas o manuales. Sin embargo la caza era una actividad ceremonial y un
deporte de nobles entre los aztecas.

La economía azteca se sustentaba en las actividades agrarias y en complejas redes de intercambio que
abarcaban todo el imperio. La agricultura proporcionaba una gran variedad de frutas y hortalizas, como el
tomate, el ají, las calabazas, el frijol y los nopales, necesarios para alimentar a la elevada cantidad de
habitantes del imperio. La economía agraria azteca es considerada una de las más evolucionadas de la
América Indígena, sólo comparable al sistema implementado en el área andina. Una de las mayores
peculiaridades desarrolladas por los aztecas fueron los cultivos en las chinampas, verdaderas “islas flotantes”
en el gran lago mexicano. Como la zona lacuste dejaba poco terreno utilizable para la agricultura, la
necesidad de intensificarla indujo a los mexicas a crear las chinampas, especie de balsas rectangulares
rellenadas con carrizo, ramas de árbol y lodo que anclaban en el fondo del lago (de unos 5 metros de
profundidad como máximo) plantando ahuejotes (sauces) en sus bordes.. Para construir una chinampa,
primero se colocaban hileras de árboles, estacas y arbustos en el agua formando grandes áreas rectangulares.
Estos rectángulos se rellenaban con tierra y material vegetal, sobresaliendo unos 20 ó 30 ctms. sobre el nivel
de las aguas. Allí se plantaban las distintas especies de maíz y otros productos vegetales, lográndose un
rendimiento excepcional de cuatro cosechas anuales… Ello era posible gracias a la permanente reposición del
suelo de la chinampa con limo vegetal sacado del fondo de los canales laterales del lago. Esta técnica permitió
a los aztecas utilizar continuamente estos suelos, sin necesidad de dejarlos en barbecho como ocurría en la
agricultura europea cuyos terrenos debían descansar entre uno y cinco años para evitar la erosión. Hasta el
día de hoy en Xochimilco se sigue cultivando sobre estas fértiles chinampas.

Este sistema se complementaba con el uso de técnicas agrarias complejas similares a las hidropónicas. Las
primeras referencias de algo parecido a hidroponía se vinculan con la necesidad de producir alimentos por
parte de poblaciones que habitaban en regiones sin tierras fértiles para cultivar, pero que contaban con
fuentes de agua suficientes. Usaban los almácigos, sistema que permite la siembra y cultivo de plantas
delicadas durante sus primeros periodos vegetativos y cuando alcanzan suficiente fortaleza para resistir las
adversidades climáticas se sacan para trasplantarlas a las chinampas definitivas, donde cada plántula es
trasvasada con su pan de tierra que incluye suficientes nutrientes para que llegue a la madurez productiva
(los llamados chapines). En tierra firme tenían milpas o sementeras que colocaban en terrenos ganados por
lo general al bosque mediante la roza; por medio de terrazas solían aprovechar también los terrenos en
declive. Hicieron asimismo obras de riego y llegaron incluso a construir presas, como la de Coatepec, por
ejemplo. Sobre los recursos naturales debemos considerar a la tierra como el principal, señalando las fuentes
históricas que existieron tres tipos de suelos: las tierras de aluvión o atoctli (de atl agua y totoca ir de prisa,
“que corrió el agua”), una amarilla-rojiza, blanda, menuda y húmeda, molida, desmenuzada, buena, suave,
que es creadora de cosas; la de mantillo o cuauhtlalli (de cuáhuitl árbol y tlalli tierra, “tierra de árbol”,
“hojarasca”), es arbolada, oscura o quizás amarillo-rojiza, fructífera; por último, la tierra en barbecho o
tlalzolli (“tierra vieja”), que no es buena, nada engendra, no sirve para nada, es tierra envejecida.
En cuanto al instrumental y la técnica, no se usó la fuerza de tracción o de carga de ningún animal, ni se usó
el arado ni la rueda como elemento motor, por lo que su instrumental y técnica se desarrollaron poco en
comparación con el viejo mundo, sobresaliendo en el trabajo manual y la organización social del trabajo. El
instrumental agrícola se basó en el huictli, conocido comúnmente por su nombre caribe de “coa”, que era
un instrumento de madera resistente para múltiples usos, esencialmente como pala y azadón. El sistema de
cultivo fue el de milpa, basado en la roza, quema y preparación del campo, mientras que en las zonas
lacustres se generalizaron las chinampas. El régimen de propiedad de bienes muebles e inmuebles estaba
rígidamente reglamentado, basándose en el estrato social del individuo y las distinciones obtenidas en la
guerra. No bastaba con la situación económica, se requería ganar el derecho a poseer los bienes y hasta la
forma de la apariencia personal; desde la posesión de la tierra hasta el tipo de corte de pelo; los tipos de
vestuario y calidad de los materiales y adornos. En cuanto a las formas de posesión de la tierra y del destino
de sus frutos, debemos aproximarnos al concepto de calpulli, que tenía carácter clánico, especificaba un
territorio, obedecía a patrones de parentesco, siempre sujeto a un cambio y desarrollo históricos, ya que los
existentes durante la migración de los Mexicas no pudieron tener la misma estructura y función que los
encontrados al momento de la conquista; debieron variar entre la fundación de la ciudad de Tenochtitlan y
la época posterior a la caída de Azcapotzalco, y entre este momento y la época de predominio Mexica sobre
todo el Valle de México.

El calpulli suponía:
1º un conjunto de linajes o grupos de familias generalmente patrilineales; cada linaje con tierras de cultivo
aparte de las que tenían carácter comunal;
2º una entidad residencial localizada, con reglas establecidas sobre la propiedad y el usufructo de la tierra;
3º una unidad económica, que como persona jurídica, tenía derechos sobre el suelo y obligaciones
tributarias;
4º una unidad social, con sus propias ceremonias, fiestas y organización política, cohesionando a sus
integrantes;
5º una unidad administrativa con dignatarios propios, dedicados al registro y distribución de la tierra y la
supervisión de obras comunales;
6º una subárea cultural en cuanto a vestido, adornos, costumbres y actividades;
7º como institución política tenía representantes ante el gobierno central y
8º como unidad militar integraba escuadrones con sus jefes y símbolos o banderas.
Conforma la unidad social mesoamericana autosuficiente, en la que se dan todas las condiciones básicas de
la producción, incluidos los excedentes para el tráfico comercial.

El régimen de tenencia territorial Mexica tuvo su origen en el antiguo territorio de los Tecpanecas de
Azcapotzalco, observándose las siguientes formas de posesión y uso de las tierras:
1.- las calputlalli o tierras comunales de cada calpulli, que integraban las tierras cultivadas colectivamente
para el pago de tributos, y las entregadas para su usufructo por cada integrante, quien no podía enajenarla, ni
dejar de labrarla por más de tres años; si se contaba con tierras vacantes, éstas se podían arrendar.
2.- Las tierras administradas por el Estado, atlepetlalli o altepemilli o tierras de la ciudad, que se dividían en
tecpantlalli o tierras de los templos, destinadas a sufragar los gastos del grupo sacerdotal y del mantenimiento
de los templos y del ritual; las tlatocatlalli o tlatocamilli o tierras del señorío, llamadas también Itónal in
Tlácatl, o tierras del destino del señor, que servían para pagar los gastos del palacio, arrendándolas.

Las tecpantlalli, servían para el sostenimiento de los servidores del palacio, los tecpanpouhque o tecpantlaca;
las tierras de los jueces o tecuhtlatoque, para el pago de los servicios de estos dignatarios;
las milchimalli o cacolomilli, que eran tierras para cubrir el avituallamiento del ejército durante las guerras;
por último, las yaotlalli o tierras del enemigo, que integraban las tierras ganadas como botín de guerra.
Algunas tierras se han considerado como de propiedad privada, las pillalli o tierra de los pipiltin o nobles,
quienes podían transmitir su posesión y usufructo a su descendencia integrando las llamadas tecpillalli o
tierras de los individuos de ilustre cepa, descendientes de Acamapichtli, y aquellas que eran entregadas a
guerreros brillantes, aunque no fueran nobles; estas tierras podían enajenarse a libre arbitrio, menos a
macehuales. Cualquier transgresión conducía a pasar a manos del Estado.

Los aztecas utilizaban su propio sistema para medir sus parcelas de tierra a través de puntos, rayas y dibujos
de corazones, manos y flechas que representaban fracciones de unidad lineal, según un estudio realizado por
Barbara Williams y María del Carmen Jorge, dos investigadoras pertenecientes a universidades de EEUU y
México, respectivamente.

El análisis ha sido posible gracias al estudio de 2 manuscritos que documentan las propiedades agrícolas
situadas en Tepetlaoztoc, una ciudad estado del periodo azteca de entre los años 1540 y 1544
aproximadamente, situada cerca de Texcoco, la antigua capital de los aztecas Acolhua.
Estos dos manuscritos son el códice de Santa María Asunción y el códice de Vergara, y entre ambos aportan
más de 2000 dibujos de propiedades agrícolas de 16 comunidades de los aztecas Acolhua. Los códices
contienen además datos, por unidad de vivienda, sobre la edad, el sexo, el parentesco, el estatus socio-
económico y la posesión de tierras de sus ocupantes.

Para el trabajo agrícola se distinguen varios tipos de trabajadores:


1.- calpuleque, macehuales que trabajaban en las calpullalli, para su provecho y el pago de tributos;
2.- el teccalaque o labradores de los tecpantlalli dentro de su propio calpulli, esto es, macehuales que
tributaban a un señor específico;
3.- los renteros que trabajaban tierras ajenas de nobles o de calpullis, y no las de su propio calpulli;
4.- los mayeque, que eran gente de origen étnico distinto que el de los usufructuarios de su trabajo, eran
renteros pero asignados de por vida a la tierra que labraban.

En cuanto al intercambio comercial, en general éste servía para nivelar la subsistencia familiar mediante el
trueque, sin verdaderos intermediarios; cada productor era al mismo tiempo vendedor y al mismo tiempo
consumidor de otro.
Para los tlatoques o gobernantes y los pipiltin o nobles, la fuente del intercambio se localizaba en los
tributos, con los que adquirían artículos y materiales para el vestido y el ritual. Para los Mexica significó una
alternativa para el expansionismo militar y la obtención de nuevos tributarios. Además de intercambiar
artículos diversos, los comerciantes eran a la vez espías, diplomáticos y jefes del ejército
Como vemos, el intercambio comercial llegó a ser importantísimo. Los comerciantes (pochtecas) prestaban
servicios de información a los empleadores y estaban muy protegidos por éstos. Formaban caravanas con los
tamemes y empleados. El trueque era intenso. Se había iniciado la compraventa con dinero. Desempeñaban
el papel de moneda, el polvo de oro, los granos de cacao, las plumas preciosas, etc. En las ciudades había
mercados permanentes y temporales. Los mercados de Tenochtitlán y Tlaltelolco dejaron maravillados a los
españoles.

En el mercado de Tenochtitlán se transaban todo tipo de mercancías, incluyendo productos marinos


provenientes de los océanos Pacífico y Atlántico, ambos a 500 kilómetros de la capital azteca. Para realizar
los intercambios se recurría a monedas de cuenta como la semilla de cacao y las plumas de Quetzal que
cubrían la diferencia que pudiese existir una vez efectuado el trueque. Así por ejemplo, una prenda de vestir
equivalía a un par de sandalias y cinco semillas de cacao.

"Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor,
donde hay cotidianamente arriba de 60.000 ánimas comprando y vendiendo; donde hay todos los géneros
de mercaderías que en todas las tierras se hallan, así de mantenimientos como de vituallas, joyas de oro y de
plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles y de plumas...
Hay calles de caza, donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra... Hay calles de herbolarios,
donde hay todas las raíces y yerbas medicinales que en la tierra se hallan... Hay todas las maneras de verduras
y frutas que se hallan... Cada género de mercadería se vende en su calle, sin que entremetan otra mercadería
ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo lo venden por cuenta y medida, excepto que hasta ahora no se
ha visto vender cosa alguna por peso. Hay en esta gran plaza una muy buena casa como de audiencia, donde
están siempre sentados diez o doce personas, que son jueces y libran todos los casos y cosas que en dicho
mercado acaecen, y mandan castigar a los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas que andan
continuo entre la gente mirando lo que se vende y las medidas con que miden lo que venden, y se ha visto
quebrar alguna que estaba falsa".

Se ha considerado que la población del Valle de México debió rebasar con creces los 2 millones de
habitantes, con 300 mil de ellos concentrados en Tenochtitlán para 1519.

La vida diaria de un azteca, independientemente de su posición social, estaba sujeta a los mandatos de sus
dioses. Lo mágico-religioso y la existencia cotidiana formaban un conjunto inseparable que se manifestaba
en todas las actividades desarrolladas por las personas. El pueblo azteca se caracterizaba por una suerte de
pesimismo vital y una actitud resignada que contemplaba a los hombres como juguetes de los dioses. En
virtud de ello, su vida era muy austera y se basaba en severas normas de convivencia.

El día comenzaba antes de la salida del sol, muy temprano, cerca de las 4 de la mañana, con un baño de vapor
en el temazcal y otro de agua fría. En seguida se empezaban a preparar las comidas, siempre en base al maíz
que requería de un largo proceso de elaboración (molienda, cocimiento, amasijo). Tras tomar un refrigerio,
hombres y mujeres salían al amanecer para cumplir las tareas agrícolas encomendadas por la comunidad. El
trabajo en el campo se extendía durante toda la jornada, de sol a sol. Cerca del atardecer, los aztecas
regresaban a sus hogares a ingerir la comida principal del día, compuesta por frutas, carnes, verduras y las
infaltables tortillas de maíz. Luego quedaba un tiempo para desarrollar las labores domésticas, entre las
cuales se destacaban el tejido, a cargo de la mujer, y la elaboración de diversos artefactos para ser vendidos en
el mercado. La población vivía en chozas y jacales de carrizo o ramajes, sin muebles. Las familias de
macehuales habitaban en casas de adobe y tierras menudas. Las clases superiores residían en palacios de
piedra amueblados. No faltaba en ninguna casa un metate, un comal, jarros para el agua y jícaras para beber.
Los tejidos se hacían de algodón, agave, maguey y pelo de conejo. En la construcción se empleaban ramas,
adobes, piedras, tepetate y cal. La obsidiana se usaba para fabricar cuchillos, puntas de fechas, espejos, etc.
Los oficios eran múltiples, había carpinteros, pintores, tintoreros, armeros, tejedores, zapateros, joyeros,
bordadores, alfareros, escultores y otros artesanos que vendían sus productos directamente o en los
mercados.

Los aztecas se regían por leyes que conservaban como costumbres o en documentos pintados. En cada
calpulli administraba justicia el calpullec. Había un tribunal de tres jueces llamado tlacatecatl. Sus sentencias
se podían reclamar ante el cihuacóatl, y las de éste, ante el tlacatecuhtli. Había leyes para regular los tratos
entre personas, las obligaciones de los comerciantes y las relaciones con otros pueblos. Las más importantes
fueron las leyes penales que eran en extremo rigurosas.

El padre enseñaba a sus hijos la religión, las costumbres y su propio oficio. Los educaba en la obediencia y en
el sufrimiento. A las niñas sus madres les enseñaban las tareas domésticas. A los quince años, los jóvenes
entraban a escuelas que preparaban a guerreros y sacerdotes. Al calmecac sólo entraban los pipiltin; al
telpochcalli los jóvenes macehuales. En ambas los alumnos eran internos, se les inculcaban virtudes y
llevaban una vida muy rigurosa.

La educación comenzaba después del destete, en el tercer año. El propósito era iniciar al niño en las técnicas
y obligaciones de la vida adulta. Al igual que casi cualquier actividad diaria de los mexicas, la educación
estaba regida por los principios religiosos imperantes en la cultura azteca. Los padres vigilaban la educación
de los hijos y las madres daban instrucción a las hijas; sin embargo, eran los sacerdotes los que impartían la
educación en las escuelas. En los primeros años los padres les enseñaban a los hijos el empleo de los utensilios
domésticos y las tareas caseras sencillas. Cuando los menores de ocho años, cometían alguna falta, se
limitaban a aconsejarlos y amonestarlos; pero después de esa edad, cualquier infracción a la disciplina se
corregía por medio de castigos corporales diversos (golpear con palos, clavar espinas de maguey, arañar con
púas, hacer aspirar humo de chile, encerrar en cuartos oscuros, etc.). A los 13 ó 14 años, los varones debían
empezar a trabajar por su cuenta y las niñas ayudar en la cocina, hilar y tejer, hasta el momento de su
matrimonio, entre los 16 y 18 años.

Había dos tipos de escuelas: para los varones, la más importante era el Calmécac (“hilera de casas”), en la cual
se preparaba a los nobles para el sacerdocio o para ocupar altos cargos en la administración. Estudiaban las
artes y las ciencias, pero la enseñanza era fundamentalmente religiosa, aun cuando muchos de los estudiantes
no pretendían ser sacerdotes; algunos se preparaban para ocupar puestos en la milicia o la administración
pública. El Calmécac era parte del Templo Mayor y los estudiantes estaban sujetos a una rigurosa disciplina.
La otra escuela era el Telpochcalli (“casa de los jóvenes”), para la educación corriente; había uno en casi
cualquier barrio de la ciudad. El Tepochcalli enseñaba civismo, empleo de las armas, artes y oficios, historia y
tradiciones, así como la obediencia a las normas religiosas comunes. El objeto principal era el de preparar a
los jóvenes para la guerra, la disciplina era menos severa. Había escuelas para las jóvenes que aspiraban a ser
sacerdotisas, además de aprender a tejer y hacer trabajos en pluma para objetos con carácter religioso. Otras
escuelas especiales existían para enseñar a bailar, cantar y tañer instrumentos musicales; también estas
enseñanzas tenían un fin principalmente religioso. La mujer estaba en una situación de inferioridad con
respecto al hombre, por lo que a derechos toca. A diferencia del varón, se le exigía castidad premarital y
fidelidad conyugal. Sus otras actividades, aparte de las del hogar y de la educación de las hijas, eran las de
solicitante matrimonial, comadrona y curandera y, en ocasiones, participaba también en las comerciales. El
individuo que infringía los cánones morales establecidos por el grupo era severamente castigado por
tribunales especiales o por el propio pueblo. Por ejemplo, el robo era castigado con la esclavitud y con la
muerte por lapidación (sí se cometía en el mercado), la embriaguez era penada, en ocasiones, con la muerte,
tolerándose sólo en los mayores de 70 años.

El folio 57r ilustra una madre que se dirige a su hijo puesto en una cuna. Después de cuatro días marcados
por rosetones coloreados, una partera prepara el bebé para un baño ritual y una ceremonia para darle el
nombre. Los símbolos invocados para un niño consisten en flechas, escudos y herramientas de alfarería. Los
símbolos invocados para una niña son una escoba, un huso o carrete de hilo y una cesta. Tres muchachos
que aparecen a la derecha proclaman el nombre del infante.

El Folio 57v muestra a niños de cinco años de edad sirviendo a sus familias en los quehaceres de la casa. Un
padre ordena a sus 2 hijos llevar cargas de madera o transportar género al lugar del mercado. Una madre le
muestra a su hija cómo sostener el huso, el primer paso en las instrucciones para las tejedoras. La ración para
los niños en esta edad es una tortilla.

CIENCIA

Los aztecas se destacaron por el desarrollo de las ciencias como la astronomía y las matemáticas, en donde
incluso desarrollaron un sistema vigesimal. La astronomía era una de las ciencias de más tradición para los
aztecas. Gracias a sus observaciones determinaron con gran precisión los ciclos del sol, de la luna, de Venus,
y, tal vez, de Marte; agruparon las estrellas en constelaciones (no coincidentes con las nuestras); conocieron
la existencia de los cometas; la frecuencia de los eclipses de sol y de luna; y pudieron crear complejos
calendarios. La medicina también tuvo un gran grado de desarrollo. Con su conocimiento de la naturaleza
distinguieron propiedades curativas en diversos minerales y plantas. Los sacrificios humanos rituales (que
incluían la extracción del corazón y el desmembramiento del cuerpo) favorecieron un buen conocimiento
de anatomía. Uno de los logros culturales más destacados de los aztecas fue la invención de un sistema de
cómputo del tiempo, basado en la combinación de varios calendarios.
Los aztecas conocían el año solar -además del venusino-, y lo representaban en un calendario llamado
Xiuhnelpilli (o xíhuitl), integrado por 18 meses de 20 días cada uno, más 5 días nefastos llamados
nemontemi. El Tonalpohualli era un calendario ceremonial de 260 días, resultado de la combinación de 20
signos con 13 numerales; este calendario era la "cuenta adivinatoria de los días", y permitía saber la suerte de
quienes nacían en ellos, servía también para nombrar los años y fijaba las fechas de las fiestas movibles.
Cada 52 años (ciclo) coincidían ambos calendarios y se celebraba la fiesta del Fuego Nuevo.
El calendario ceremonial o "tonalpohualli”, confundido frecuentemente con el "tonalámatl" (papel de los
días), que era el libro en que se registraba el tonalpohualli, constaba de 260 días, divididos en 20 períodos de
13 (trecenas). Los veinte nombres de los días (ver cuadro) se combinaban con los números del 1 al 13. Al
concluir la serie de los números se repetía ésta al igual que la de los nombres. Así, la serie de los días
empezaba con el número 1 en la primera vuelta, con el 8 en la segunda, con el 2 en la tercera, con el 9 en la
cuarta, etc., hasta que después de la treceava vuelta comenzaba de nuevo otro período semejante al descrito.
Cada uno de los días y de las trecenas era presidido por un dios. Las deidades de las trecenas seguían el
mismo orden que las de los días, pero se quitaba la correspondiente al día 11 y las demás se corrían un lugar
aunque respetando su orden. Al día vacante que quedaba en la última trecena, o sea la vigésima, le
correspondían dos dioses que ejercían juntos su influencia. Por último, 13 de estos dioses influían sobre las
13 horas del día y 9 sobre las horas nocturnas. Conforme al calendario solar o xiuhnelpilli ("atadura de
años") cada año (xíhuitl) tenía 18 meses (metztli) de 20 días (tonalli) y un período de 5 días (nemontemi)
que se consideraban nefastos, en los que sólo se hacían las cosas más indispensables (18 x 20 = 360 + 5 =
365). Los meses tenían nombres que en su gran mayoría se relacionaban con las fiestas celebradas en ellos, y
los días se distinguían por números que corrían del 1 al 13, asociados a cada uno de los 20 nombres. Como el
número 260 (total de los días del tonalpohualli) no es submúltiplo de 365 (número de días del xíuhnelpilli),
las fechas de los principios de cada año se desplazaban 5 unidades y, de ese modo, únicamente 4 de los 20
nombres de los días -pedernal, casa, conejo y caña- coincidían con el del último día de la última veintena
(inmediatamente antes de los nemontemí), que era el que daba nombre al año. Así pues, cada año era
designado con el signo y numeral correspondientes al de su último día. Hasta después de transcurridos 52
(13 x 4 = 52), es decir, un ciclo azteca, el último día del año, que le daba nombre, volvía a tener el mismo
signo y número del ciclo anterior.

Los aztecas tuvieron un sistema de numeración vigesimal con múltiplos y submúltiplos. Empleaban puntos
o dedos para representar los números del 1 al 19, una bandera (pantlí) para el 20 y sus múltiples inferiores a
400; esta cifra, o sea el cuadrado de 20, por medio de una especie de pluma de ave (tzontlí), el cubo de 20 (=
8000) por una bolsa o costal (xiquipillí). Estos signos les servían para hacer toda clase de combinaciones.
Después de la conquista idearon otras señales para representar fracciones en las que se observa una
indudable influencia europea. En el ejercicio de la medicina, las creencias de índole mágico-religiosa se
entrelazaban con las ideas que podríamos considerar propiamente científicas, pues se admitía que las
prácticas supersticiosas o la intervención de un dios podían sanar a los enfermos. Los aztecas atribuían a las
enfermedades un origen mágico o religioso, por ejemplo, la introducción de un cuerpo extraño o la
influencia perniciosa de alguna divinidad o persona. El reino vegetal constituyó el fundamento de su ciencia
médica, aunque también, y aquí parece entrar ya la superstición, atribuían propiedades curativas a algunas
piedras y animales.

Con aceites y resinas hacían los curanderos ungüentos y emplastos; y con hierbas, raíces, hojas y cortezas
elaboraban cataplasmas, infusiones, pócimas, purgantes, polvos, etc. Utilizaban también el zumo de las
plantas para preparar gotas. Las plantas medicinales empleadas por los aztecas fueron bastante numerosas,
como lo muestra, por ejemplo, la obra del Dr. Francisco Hernández, médico enviado por Felipe II, hacía
fines del siglo XVI, con objeto de estudiar la flora medicinal de la Nueva España. En su obra, Historia de las
Plantas de Nueva España, consignó Hernández unas 1500 plantas, descritas botánica y farmacológicamente,
e incluyó asimismo notas sobre las propiedades terapéuticas de ellas. Ejercían el curanderismo tanto hombres
como mujeres y el acervo de conocimientos adquiridos solía ser transmitido de padres a hijos. El que trataba
de ejercerlo sin haber pasado por el obligado aprendizaje, era considerado como charlatán. Entre los males
atendidos y las prácticas curativas más frecuentes estaban: la reducción de fracturas y luxaciones por medio
de emplastos e inmovilización de la parte afectada; las sangrías con navajas de obsidiana o con púas de
puerco espín o de maguey; la aplicación de diversos tipos de emplastos o cataplasmas, según el caso, en las
quemaduras y en las mordeduras o picaduras de animales ponzoñosos. Además, los curanderos suturaban
heridas, combatían hemorragias, curaban enfermedades de la piel, úlceras, inflamaciones, padecimientos del
oído y de los ojos, trataban las caries dentales, atendían partos y llegaban incluso a practicar la embriotomía.

LENGUA

Los Mexicas hablaban lengua náhuatl, de sonido suave y melodioso.


La escritura azteca se encontraba, a la llegada de los españoles, en una etapa de transición del estado
pictográfico al ideográfico, en la que se apuntaba ya un fonetismo incipiente. Esto quiere decir que en unas
ocasiones se representaba la idea mediante dibujos (pictogramas), en otras se recurría a ciertos símbolos
convencionales (ideogramas) y, por último, en otras se intentaba relacionar el signo con sonidos del idioma
(fonemas). Utilizaban los aztecas su escritura para consignar en manuscritos pictográficos, denominados
códices, conocimientos diversos, calendarios sagrados, hechos históricos, etc. El principal códice azteca
precolombino que se conoce es el Códice Borbónico, que consigna los calendarios ritual y solar. Entre los
post-cortesianos destacan el Códice Mendoza, llamado Mendocino y la Matrícula de Tributos. Aquél trata
de la historia mexica desde la fundación de Tenochtitlán hasta la llegada de los españoles, de los tributos que
pagaban a los reyes aztecas las provincias sujetas a ellos y de las costumbres del pueblo tenochca.

El material sobre el que escribían era, por lo general, de origen vegetal, aunque también utilizaban pieles de
venado. Los aztecas empleaban la corteza del amatl (amate) recubierto con una capa de engrudo y la fibra del
maguey que entrecruzaban y alisaban a mazazos. Pegaban los trozos de "papel" así preparado para formar
tiras de varios metros de longitud que después doblaban a manera de biombos protegiendo sus extremos con
cubiertas de madera. Una vez listo el libro pasaba a manos del tlacuilo, que era la persona encargada de trazar
los dibujos con vivos colores. Los códices generalmente eran pintados con colores minerales y/o vegetales,
aglutinados con diversas resinas, como la baba de nopal, sobre una base de preparación hecha con cal y agua.
Existen abundantes textos recogidos en el siglo XVI que forman versos, cantos y otros géneros literarios que
los maestros de la palabra o temachtiani enseñaban a todos los habitantes.

JUEGOS

Los rituales tenían inmensa importancia en las sociedades mesoamericanas y los juegos formaban parte de
esos rituales. Los Mexica jugaban mucho y dos juegos atraían particularmente su atención: el patolli, que era
un juego de dados y el tlachtli que era un juego de pelota. El tlachtli era un juego ritual y al final del partido
se sacrificaba al capitán del equipo perdedor por decapitación ritual. Jugaban mucho, hasta la gente
minusválida, y a veces acababan perdiendo sus bienes y su condición social en las apuestas y luego se vendían
como esclavos.

Los jugadores utilizaban como dados frijoles marcados de un cierto nombre de puntos; conforme a los
números conseguidos a cada jugada de dados, podían desplazar sobre el cuadro, de casilla en casilla,
pequeñas piedras coloradas. El que llegue primero a su casilla de partida habrá ganado y se llevará las
apuestas.

La música, a juzgar por los instrumentos, era de ritmo fuerte, pero carecía de tono; por ejemplo, las diversas
clases de flautas (tlapizalli) no tenían escala fija, el tambor de lengüetas (teponaztlí) sólo poseía dos sonidos
diferentes y el caracol marino (atecocolli) tenía una gama musical muy reducida. Otros instrumentos
musicales de los aztecas eran el tambor de cuero (huéhuetl), los silbatos, las sonajas (ayacahtli), los
raspadores, etc. Ningún pueblo de la América precolombina llegó a conocer los instrumentos de cuerda.
Casi toda la música indígena desapareció o sufrió fuertes modificaciones por influencia europea. A pesar de
la importancia que tuvo la danza también ésta experimentó el influjo extranjero y únicamente en los sitios
más apartados se ha podido conservar algo de ella. Sabemos, por las crónicas, que las danzas aztecas eran
ejecutadas por grandes conjuntos y acompañadas con cantos; de éstos, sólo algunas letras han sobrevivido.
La música y la danza estaban íntimamente relacionadas con la religión. Era una de las actividades principales
para el mexica. La hacían constantemente y en parte vivían de ella. Si no había enemigos declarados recurrían
a la “guerra florida”. La salida del ejército era solemne y la precedían sacrificios a Huitzilopochtli. Frente al
enemigo los guerreros prorrumpían en gritos, silbidos y toda clase de ruidos. Eran defendidos especialmente
el estandarte y el general, pues la pérdida del primero o la muerte del segundo significaban la derrota. Para el
mexica, nada era más honorable a sus ojos que una muerte viril en combate, o como cautivo ofrecido a los
dioses sobre la piedra sacrificial. Sus poetas cantaban ese tipo de muerte. Uno de ellos escribió: “No hay nada
como la muerte en la guerra, nada como el florecer de la muerte, tan preciosa al que da la vida. Ya la veo ¡Mi
corazón la ansía!”.

Veían incluso el nacimiento como un campo de batalla, lleno de dolor y sangre. Cuando un bebé nacía, la
comadrona lo alzaba sobre su cabeza y lanzaba gritos de guerra. Luego exhortaba al niño a atender sus
palabras: “Tu hogar no está aquí, porque eres un águila o un jaguar, esto es sólo un lugar donde anidar, la
guerra es tu tarea. Debes darle bebida, alimento, comida al dios [sangre]. Quizá merezcas la muerte por el
cuchillo de obsidiana [en sacrificio], que tu corazón no vacile, que desee, que ansíe el florecer de la muerte
por el cuchillo de obsidiana. Que saboree el aroma, la frescura, la dulzura de la oscuridad”. Los niños
pequeños destinados a ser guerreros eran presentados con escudos y flechas en miniatura que simbolizaban
la meta de su futura existencia. Sus cordones umbilicales y las armas que se les entregaban eran confinados a
guerreros veteranos para ser enterrados ceremonialmente en un campo de batalla. La misma configuración
del territorio del valle de México fue caldo de cultivo para un estado continuo de guerra: la multitud de
altépetl, la riqueza agrícola de la región por el uso de las chinampas, la abundante población… El que podía
sembrar el terror en los corazones de todos los demás era el que dominaba y gobernaba, y podía extraer el
mayor tributo. Una estimación moderna sugiere que una familia podía sostenerse todo el año de los frutos
obtenidos en sólo unas siete semanas de trabajo en las chinampas. Parte del excedente de la cosecha iba a
alimentar las ciudades en forma de tributo, pero quedaba un excedente de trabajo que dejaba a los hombres
libres para dedicarse a las actividades militares. Un efecto de ello fue producir una estructura social
jerárquica, en la cual emergían diferentes grupos de gente, entre los que destacaban los guerreros y los
sacerdotes. Tras el énfasis bélico azteca había una lógica compulsiva. Curiosamente, los aztecas hacían pocos
intentos por subyugar a los pueblos a los que conquistaban. Ninguna cadena de fortalezas (como poseían los
incas), mantenía a las naciones derrotadas bajo el sometimiento; incluso las guarniciones militares parece que
fueron raras. En vez de ello, los conquistadores aztecas dependían de la intimidación para la sumisión
continuada de los demás altépetl de la región: el miedo a las represalias era lo que mantenía fluyendo los
tributos. Cualquier indicio de que los ejércitos aztecas ya no eran invencibles podía suscitar el desafío y la
insurrección, un hecho que los conquistadores españoles iban a capitalizar cuando grupos de indios hostiles,
especialmente tlaxcaltecas, se aliaron a ellos para ayudar a derribar a los aztecas. Todas las energías del Estado
estaban dirigidas a alentar la maquinaria de guerra mexica. Desde la edad de 20 años, cada hombre
corporalmente apto podía ser reclutado para las campañas que formaban una parte regular del año azteca,
normalmente a finales de otoño, una vez completada la recolección y terminadas las lluvias de verano.
Además, existía también una clase militar profesional, exenta del trabajo manual, extraída tanto de la
nobleza como de los plebeyos que habían demostrado su valor en la guerra. Estos guerreros a tiempo
completo no tenían otro compromiso que la guerra, ya que eran mantenidos por el Estado gracias a los
tributos en armas y comida proporcionados por las ciudades conquistadas. Todos los muchachos recibían
algún entrenamiento militar. A la edad de 10 años aproximadamente, su pelo era rapado excepto un mechón
en la nuca, como iniciación preliminar a los sagrados rangos del guerrero. Cuando alcanzaban los 15 años
recibían entrenamiento en armas, y se reunían cada tarde con veteranos que les ofrecían relatos de guerra y
les enseñaban las danzas y los cantos requeridos. También se les proporcionaban tareas destinadas a
fortalecerles, como cargar troncos desde distantes bosques hasta los templos, donde alimentaban los fuegos
eternos que se mantenían en ellos. Cada muchacho debía retener su revelador mechón de pelo hasta
participar en la captura de un prisionero. Su primera experiencia en el campo de batalla se limitaba a cargar
con el escudo de un guerrero y observar la acción, pero la segunda requería ya que participara, junto con
hasta cinco de sus compañeros novicios, en capturar vivo a un enemigo. El cautivo era llevado entonces a los
hombres a cargo del sacrificio, que lo mataban extrayéndole el corazón palpitante. Entonces el cuerpo era
arrojado por las escalinatas del templo y el corazón latente a los fuegos sagrados. El cuerpo era dividido entre
los muchachos participantes para su consumo ritual: El muslo derecho y el torso correspondían al joven que
se había comportado más heroicamente; el muslo izquierdo iba al segundo joven más valiente; el brazo
derecho al tercero, y así sucesivamente hasta que no quedaba ninguna porción. La carne humana era
cocinada y preparada antes de ser comida por los familiares del joven. No eran extrañas estas escenas de
canibalismo ritual entre los aztecas, ante la numerosa cantidad de carne que representaban los sacrificados y
la falta de proteínas en la dieta mesoamericana. Tras haberse probado a sí mismo, el nuevo guerrero hacía
cortar su mechón y dejaba que le creciera el pelo para cubrir su oreja derecha. Pero ahora sólo contaría
consigo mismo en batalla, ya no contaría con sus compañeros ni podría ofrecerles su ayuda en otras capturas
de prisioneros. Aunque un compañero se encontrara en apuros, debía contenerse, ya que si acudía en su
ayuda podía ser acusado de tratar de robarle su cautivo potencial, he ahí una de las mayores debilidades del
sistema militar azteca. También tenía estrictamente prohibido apiadarse de un amigo que hubiera fracasado
en capturar a un prisionero durante la batalla; entregarle uno de los suyos era un engaño castigado con la
muerte.
TIPOS DE GUERRA

Existían dos tipos de guerra: una destinada a la conquista, que generalmente concluía con la quema o
destrucción del templo principal de la ciudad enemiga y la captura del botín. Por medio de estas luchas fue
como creció el estado azteca hasta formar un altépetl “imperial”. Pero las continuas victorias forzaron a los
aztecas a guerrear cada vez más lejos, lo que suponía un gran problema para una civilización que no contaba
con animales de carga. Por ello los pueblos sometidos estaban obligados a suministrar alimentos a los
ejércitos aztecas en marcha, principalmente tortillas de maíz, y también cederles un porteador o tameme por
cada dos guerreros, para que cargase con los víveres y la impedimenta. Estos hombres eran capaces de
marchar 24 km diarios llevando sobre sus espaldas hasta 34 kg de peso. Aún así existían graves problemas de
logística, lo que impedía las contiendas de larga duración. Por eso mismo tampoco había la posibilidad de
mantener un largo asedio si no se dominaba el entorno, lo que convertía a ciudades como Tenochtitlán en
inexpugnables, también debido a su especial orografía, rodeada de un lago y comunicada por unas pocas y
largas calzadas. Por ello fue habitual el empleo de la guerra psicológica, la crueldad y la siembra del terror. El
otro tipo de guerra estaba destinada a la captura de prisioneros para el sacrificio. Tal vez sea ésta una de las
instituciones aztecas menos comprensibles para la concepción moderna, las denominadas “Guerras
Floridas”, establecidas entre Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan por un lado, y los altépetl rivales de Tlaxcala
y Huexotzinco, del otro. No fue aquel un pacto de paz, sino de hostilidades permanentes, destinado a
proporcionar un material inagotable de guerreros cautivos para el sacrificio ritual. “Flores”, en la imaginaría
poética de los aztecas, era una metáfora para designar la sangre humana, mientras que el campo de batalla lo
concebían como un jardín de flores. En este tipo de lucha no estaba bien visto el morir en batalla sino que, si
no había otra opción, lo honroso era dejarse atrapar vivo para tener una muerte digna bajo el cuchillo de
obsidiana de los sacerdotes. Pero a ningún dios se sacrificaron tantos hombres como al siempre sediento
Huitzilopochtli de Tenochtitlán, dios solar y guerrero, protector de los tenochcas, en su gran pirámide o
teocalli que compartía con Tláloc, dios de las aguas. Debieron ser tantos los sacrificados que los españoles se
encontraron con miles y miles de calaveras que se exhibían como trofeo cerca de la gran pirámide, en el
tzompantli. Por ejemplo, en la 2ª inauguración de Tenochtitlán, los expertos calculan que durante 4 días, en
14 altares, se sacrificaron unas 11.000 personas, imaginemos pues el número total durante casi 200 años. Se
dio incluso el caso de un noble príncipe tlaxcalteca, Thalhuicate, quien, cautivo de los aztecas, rechazó la
libertad ofrecida por el tlatoani, pues se consideraba con derecho a morir sacrificado, al haber sido hecho
prisionero tras luchar bravamente.

La finalidad de este conflicto "floral" era enfrentar a un enemigo cuyo status fuera igual o superior al del
guerrero y dominarlo sin infringirle demasiadas heridas. Los prisioneros mutilados no eran válidos para el
sacrificio. Por cada hombre que capturaba con vida, el aspirante a guerrero recibía mantos especiales,
tocados o estandartes, y así su record militar era visible para todo el mundo en cualquier momento. Los
jóvenes que fracasaban a la hora de distinguirse en el campo de batalla capturando enemigos corrían el riesgo
de verse sometidos al ridículo y reducidos a vivir una vida humilde.

El principio de recompensa pública se extendía más aún una vez el guerrero tenía 4 o más cautivos unidos a
su nombre. Entonces se convertía en un honorable soldado con derecho a su parte del tributo de los altépetl
vasallos, e incluso podía cualificarse para un escaño en el consejo de guerra, que aconsejaba al monarca sobre
temas militares. Además, el guerrero era elegible para hacerse cargo de responsabilidades importantes en la
vida civil, como administrar las escuelas donde eran entrenados los hijos de los plebeyos. Elaboradas leyes
decretaban el atuendo y adornos exactos a los que les daban derecho sus hazañas militares. De hecho, bajo el
consejo de Tlacaelel, un general que sirvió como una especie de gran visir a 3 monarcas del siglo XV, un
héroe de este tipo se convertía en el receptor de las joyas más finas y las mejores capas y escudos. Para
mantener la exclusividad de tales recompensas, nadie podía adquirirlas en el mercado. En el "Códice
Mendoza" figuran los títulos en insignias que se recibían por las sucesivas capturas, aunque es complejo
clasificarlos. Cuando un soldado cogía a su primer cautivo, pasaba a ser un iyac, soldado de primer grado, y
recibía una capa decorada con un dibujo de un escorpión o una flor, además de otras prendas; con 2
prisioneros, pasaba a ser un cuextecatl, soldado de segundo grado, recibiendo un manto orlado en rojo, y
vistiendo en adelante en combate una especie de caperuza como tocado; con 3 se le concedía una espléndida
capa llamada ehehcailacatzcozcatl o “joya retorcida por el viento”. Con 4 cautivos avanzaban al escalafón
superior de guerreros, y se le permitía el privilegio de llevar el pelo a su estilo propio. También recibía
nuevas armas, insignias especiales, atuendos adicionales y vestimenta ceremonial. A partir de los 4 cautivos,
cuando pasaba a ser reconocido como tequihuah, o guerrero veterano. A partir de 5 podía engrosar los
cuerpos de otomitl, y de 6 en adelante los de cuachic o cuauhchichimecatl, pero era muy raro llegar a tanto.

A partir de los tequiuah, los guerreros, por su valor o años de servicio, podían ser admitidos en una de las
órdenes militares de élite aztecas: la de Guerreros Águila y la de Guerreros Jaguar, y llevar sus distintivos
uniformes y armaduras de algodón. Estas dos órdenes afamadas admitían tanto a nobles como a plebeyos,
sin embargo los nobles, cuyos títulos eran hereditarios, superaban con mucho a los otros, porque poseían
mayores oportunidades de distinguirse en batalla. Tras su iniciación en el cuerpo, los Águilas y los Jaguares
gozaban de muchos privilegios. Como en el caso de otros guerreros de alto status estaban exentos del pago
de tributos. Además podían tener concubinas, comer carne humana habitualmente, beber octli (una bebida
alcohólica) en público, y cenar en el Palacio Real. Los pocos guerreros que alcanzaban este status desde sus
humildes orígenes recibían también tierras; y sus hijos podían heredar la condición de nobles. Cada orden
tenía su propia casa en el palacio real de Tenochtitlán: los cuauhcalli. Allí, Águilas y Jaguares celebraban
consejos de guerra con el monarca y sus oficiales. Se reunían también para adorar a Tonatiuh, el dios Sol que
los consagraba, y para ocuparse de los asuntos de su propia orden, además de para el placer en forma de
festines caníbales y orgías. Los títulos que portaban estos guerreros, representaban a los depredadores
naturales del mundo mesoamericano, de tierra y de aire. Los aztecas consideraban al águila como un ave sin
miedo, valiente, osada, aleteante y chillona, que podía mirar de frente al sol, cualidades que debían emular su
guerreros. Veían al jaguar como cauteloso, sabio, orgulloso, un poderoso animal que desviaba las flechas del
cazador antes de revolverse, tenderse, y luego saltar sobre su atacante. El llamado Salón de los caballeros
Águila, fue descubierto en las excavaciones del Templo Mayor, cercano al palacio, con impresionantes
relieves y decoraciones, los investigadores han supuesto que debía de usarse para algunas ceremonias de la
orden.

Tras ellos, los soldados comunes estaban organizados en bandas de 20 miembros, agrupadas a su vez en
grandes compañías de 200, 400 y 800 hombres de los los calpulli. Cada distrito urbano de Tenochtitlán
proporcionaba un cierto número de estas compañías de “leva”, cada una mandada por un oficial elegido de
entre los rangos de aquellos del calpulli que habían tomado 4 o más cautivos. Las compañías estaban
dispuestas en regimientos unidos a los cuatro distritos de la capital, dirigidos por familiares del emperador
con títulos tan brillantes como tlacatecatl (Jefe de Hombres), que en batalla lucía un enorme estandarte a la
espalda, o el tlacochcalcatl (Jefe de la Casa de jabalinas). Cuando se reunía todo el ejército lo mandaba el
tlatoani (emperador) en persona o, a veces, el cihuacoatl (sumo sacerdote de dicha divinidad femenina del
inframundo, y brazo derecho del emperador), que se ataviaba con una armadura de algodón y un yelmo
monstruoso del mismo material representando a la "diosa serpiente". En otras ocasiones se nombraba un jefe
de guerra para mandarlo sólo durante la campaña, el tlacatecutli. Las fuerzas de Tenochtitlán eran reforzadas
por tropas adicionales proporcionadas por las otras dos ciudades de la Triple Alianza, Texcoco y Tlacopán,
con un sistema similar. Por último, se empleaban algunos mercenarios, como los numerosos arqueros de las
tribus otomíes, que actuaban en defensa del Estado azteca.

Mucho se ha discutido sobre el volumen de los ejércitos aztecas, pero hoy se sabe que las fuentes españolas
tienden a la exageración. Los historiadores más rigurosos hablan de cifras de 20.000 guerreros para México-
Tenochtitlán, y otros tantos entre las otras dos ciudades de la Triple Alianza, más por parte de los acolhuas
de Texcoco que de los tecpanecas de Tlacopan. A esto se sumarían los contingentes de los pueblos
tributarios, que en las campañas en regiones alejadas serían más numerosos que las fuerzas aztecas, más las
interminables filas de porteadores. Pero éstos serían los números totales, y sería improbable que se
movilizaran todos para una campaña.

El primero es que se trataba de civilizaciones que no conocían el hierro o el bronce, por lo que el material de
las armas se limitaba a la madera y a la piedra. En especial, para las armas ofensivas, utilizaban la obsidiana,
una piedra volcánica de color negro brillante con la que, a pesar de que parezca primitivo, realizaban
cuchillas muy afiladas y de gran calidad.

El segundo aspecto característico del armamento mexica es que no estaba fundamentalmente diseñado para
matar, sino para herir y facilitar la captura de prisioneros, lo que no excluye que pudieran matar, ya que lo
hacían, y bien. Estas armas eran muy adecuadas para las “Guerras Floridas”, pero supusieron un problema a
la hora de enfrentarse a los españoles. Las armas fundamentales de los mexicas eran la macana de madera con
ángulos filosos de obsidiana (macuahuitl), el dardo que lanzaban por medio del atlatl, el arco y la flecha, la
honda y la lanza. Para la defensa corporal tenían escudos cubiertos de pieles y telas pintadas y decorados con
plumas (chimalli), armaduras hechas de algodón acolchado que les cubrían buena parte del cuerpo; algunos
utilizaban yelmos o cascos de madera que tallaban con las insignias de las órdenes militares a que
pertenecían. Como todo el mundo mesoamericano, la guerra tenía también un complicado ritual,
indispensable para conseguir la victoria. En primer lugar era preciso que los sacerdotes encontraran una
fecha propicia en los calendarios. Normalmente la temporada de guerras empezaba con las lluvias de
invierno, en septiembre. Después se mandaban heraldos que llevaban al enemigo mantas y armas como
símbolo de la ruptura de hostilidades. No era extraño que hubiese un lugar prefijado para combatir, sobre
todo en las “guerras floridas”. Antes de iniciar la batalla los sacerdotes quemaban copal (una especie de
incienso) y el comienzo del ataque se marcaba haciendo sonar caracolas y tambores de madera (huehuetl),
además de los gritos de guerra de los combatientes.
La táctica más habitual de los ejércitos mexicas era el ataque frontal con abrumadoras masas de guerreros
precedido de una lluvia de proyectiles. A continuación seguía la carga de los guerreros especializados en el
combate cuerpo a cuerpo, a los que seguían ayudantes u esclavos con cuerdas para atar los pies y manos del
enemigo que su amo pudiera capturar. El principal defecto de este tipo de formación era que no se sacaba
todo el partido posible de una gran cantidad de combatientes, pues solamente luchaban los hombres de las
primeras filas. Para evitar esto, los mexicas tendían a formar un frente lo más largo posible, por lo que la
fuerza más numerosa podía desbordar al enemigo por uno o los dos flancos, o forzarle a desplazar sus tropas
hacia las alas de la formación, lo que volvía peligrosamente frágil su centro. Los oficiales, con sus
característicos estandartes a la espalda, se movían por la parte trasera de sus unidades, atentos a cualquier
fractura o debilidad que se apreciasen en las propias filas o las del enemigo. La información era rápidamente
transmitida mediante tambores o silbidos, para que a ese punto acudieran tropas de refresco que taponaran
las brechas propias o profundizaran las ajenas hasta dar el golpe de gracia al ejército rival. Para conseguir una
mayor fuerza en el choque, los combatientes mejor preparados por su equipo y experiencia luchaban en las
primeras posiciones. Cuando a lo largo de la batalla la fatiga iba restando ímpetu a estos primeros guerreros,
otros les sustituían desde atrás. Gracias a éste sistema se podía mantener la presión sobre el enemigo por
largos periodos de tiempo, lo que hacía que los combates pudiesen llegar a durar varias horas. El tipo de
lucha donde predominaban las armas contundentes, exigía frecuentemente el uso de formaciones abiertas,
donde hubiese el espacio suficiente para usarlas. También era frecuente que la batalla derivase hacia una serie
de combates individuales, especialmente entre los luchadores de alto rango.

El objetivo de los ataques de flanqueo y de las maniobras de falsa retirada era conseguir rodear a las fuerzas
del enemigo en una posición que les fuera desfavorable. Pero los astutos estrategas precolombinos nunca
cerraban completamente el cerco, pues no hay combatientes más fieros que los que luchan sin esperanza. En
unas guerras donde la captura significaba la muerte segura en las piedra de sacrificio, aquellos que se veían
sin posibilidad de escapatoria peleaban con tal bravura que más de una vez habían dado la vuelta al resultado
de la batalla, haciendo de la derrota una victoria (lo que demuestra que los aztecas no deseaban tanto el
morir en la piedra de sacrificio, como algunos de sus poetas señalaban tanto, siendo probablemente la
verdadera causa de éstas canciones la de insuflarles valor a su guerreros). Por eso, para evitar éste vuelco del
resultado, los aztecas acostumbraban a dejar, una vez rodeado el enemigo, un pasillo de salida, una puerta de
escape que les hiciera volver la cabeza y pensar en la salvación más que en la lucha. Si el número de guerreros
era amplio y el hueco por donde retirarse pequeño, podía aparecer el pánico, que fácilmente llevaba a la
desbandada general. Ese era, justamente, el momento en que los combatientes derrotados eran más
vulnerables. Los mismos guerreros que de haberse visto totalmente perdidos habrían luchado como fieras,
eran capturados con facilidad para que regaran con su sangre las gradas del templo de Huitzilopochtli. A
pesar de estas tácticas, las batallas precolombinas no producían un gran número de bajas, aunque, como ya
se ha dicho, los prisioneros después eran sacrificados. Como en todas las guerras, los combatientes peor
equipados y con menos habilidad eran los que más fácilmente caían en las trampas del enemigo. Este sería el
caso de los jóvenes guerreros novatos. Su corta edad y su falta de experiencia, haría de ellos unas presas
fáciles. Su deseo de emular a los veteranos y, sobre todo, el de conseguir capturar un primer prisionero que
les diera el ansiado reconocimiento social como combatientes y como adultos, les llevaría frecuentemente a
exponerse más de los necesario, con nefastas consecuencias.
TENOCHTITLAN

“Otro día llegamos a la calzada ancha... y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua y en
tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha por nivel como iba a México, nos
quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas y encantamiento que cuentan en el libro de
Amadís, y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquéllo que veían sí era entre sueños.’’

“Después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la
multitud de gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el zumbido de las
voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua. Entre nosotros hubo soldados que habían
estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan
bien compasada y con tanto concierto y tamaño y llena de tanta gente, no la habían visto’’.
Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España’.

Los aztecas conocían y apreciaban el arte y la arquitectura de sus antecesores. Tomaron y adaptaron estilos
artísticos anteriores, e incorporaron dioses y símbolos existentes a sus propias prácticas religiosas. Los aztecas
valoraban mucho la obra de los olmecas y se apropiaron de la cultura de los ilustres Toltecas, en particular,
su capital, Tula. Sin embargo, se les conoce especialmente por haberse asociado con los esplendores y la
magnificencia de la ciudad de Teotihuacan. El arte oficial mexica se inclinó claramente por la escultura en
piedra realizada en bulto redondo como medio de comunicación, de manera que los artistas de Tenochtitlan
retomaron y llevaron a sus últimas consecuencias una antigua tradición iniciada por la civilización olmeca.
En este sentido, la escultura pública mexica constituye una síntesis, aportando soluciones nuevas, pero
también manteniendo técnicas, formas y temas ya experimentados con éxito en varios niveles claramente
diferenciados. El grupo más importante es el de las esculturas colosales confeccionadas para decorar los
templos. Por lo general, manifiestan un carácter religioso, y por medio de ellas se narran cualidades o
acciones de carácter mítico, y escenas de dioses o de reyes contenidas en grandes bloques de piedra; por
ejemplo, la impresionante estatua de Coatlicue; la Piedra del Sol; la Coyolxauhqui, etc. Otras, colocadas en
edificios de función política y administrativa, documentan acontecimientos de tipo histórico; es el caso de la
denominada Piedra de Tízoc, que está tallada en estilo códice de naturaleza mixteca o del Monumento de la
Guerra Sagrada. Ambos grupos se consideran representativos del arte imperial mexica. Junto a ellas, resultan
numerosísimas las tallas de tamaño más reducido que se corresponden con imágenes de dioses que
personifican espíritus, objetos y conceptos sagrados de gran aceptación en la sociedad mexica. Por ejemplo,
las imágenes de Xipe Totec, Huehueteotl, Xiuhtecuhtli, Teteoinan y otras divinidades, se acompañan de
figuras de animales como saltamontes, serpientes, coyotes, conchas y plantas de carácter sagrado llenas de
realismo y donde los artistas aztecas alcanzan una gran perfección técnica. A este grupo de esculturas,
realizadas por lo general en bulto redondo con gran maestría, pertenecen multitud de tallas que representan
al individuo humano en diferentes facetas vitales. La característica fundamental de este conjunto es el
realismo, que contrasta con la abstracción necesitada para comunicar los complejos mensajes simbólicos
emitidos por el arte imperial. Algunos de estos trabajos en piedra ponen claramente de relieve la adscripción
tolteca de la cultura mexica, y revitalizan atlantes, portaestandartes, caballeros de órdenes militares y, sobre
todo, Chac mool.. Gran parte de estas esculturas fueron decoradas con pintura de naturaleza simbólica: el
azul con líneas amarillas hizo referencia a Huitzilopochtli; el negro con líneas horizontales a Tezcatlipoca;
líneas verticales sobre los ojos a Xipe Totec y a Ehecatl; el azul y verde claro a Tlaloc. La variedad temática, la
fuerza plástica, la economía de formas y la abstracción en el conjunto escultórico que contrasta con el gran
realismo obtenido en los detalles, hacen del arte escultórico mexica uno de los más evolucionados de la
Mesoamérica prehispánica. Completan el panorama del arte escultórico monumental mexica las grandes
esculturas en arcilla, muchas de ellas confeccionadas siguiendo patrones veracruzanos. Imágenes de
caballeros águila, quizás haciendo referencia al dios del sol, efigies de Xipe Totec y otros elementos que
recibieron gran culto en regiones de la Costa del Golfo, se integraron en el arte mexica, poniendo de
manifiesto el eclecticismo alcanzado por una sociedad que recurrió a los artistas procedentes de muy alejados
y diversos territorios del Imperio.

El color en pintura se trata de un color plano, sin matices ni sombras y, posiblemente con connotaciones
simbólicas. La pintura aparece ligada a la arquitectura, decorando los edificios. Gracias a sus conocimientos
de física los orfebres pudieron emplear varias técnicas en su trabajo (como la de la cera perdida), fundir oro
con la plata, etc. Elaboraban todo tipo de figuras y adornos pulseras, collares, pectorales, pendientes, etc.
Frecuentemente el metal se combinaba con piedras preciosas (turquesa, amatista, jade, cristal de roca) o con
conchas. Los adornos hechos con plumas tuvieron gran importancia en América Central. Las plumas más
apreciadas eran las del quetzal (verdes) las del tlauquecholli (rojas) y las del xiuhtótotl (azul turquesa). Con
ellas hacían tapices y adornaban mantas, máscaras rituales, escudos o trajes de guerreros.

COSMOVISIÓN

Porque la mas alta y sencilla base de la vida es estar en armonía con la naturaleza, la religión azteca trataba,
por sus fines y por su práctica, de atraer aquellas fuerzas naturales favorables a la existencia humana y de
rechazar las que le eran perjudiciales. La religión azteca no tenía un Salvador ni un cielo o un infierno para
recompensar o castigar las consecuencias de la conducta humana. El rito azteca consistía en el ofrecimiento
de regalos, oraciones y actos penitenciales para inducir el favor de los poderes divinos, quienes
personificaban a la naturaleza. Descubrir el ritmo inexorable de los acontecimientos naturales era la forma de
asegurar la supervivencia de la comunidad. Así, este ritmo llega a ser parte esencial del culto y la religión,
manifestándose en la estratificación de divinidades y una especialización en sus funciones. Lo anterior llevó a
la integración de un complejo y rico culto politeísta. Los aztecas desarrollaron un concepto de relación entre
las fuerzas sobrenaturales y el Universo, éste último concebido con un sentido más religioso que geográfico,
dividido en zonas religiosas (verticales y horizontales): el Universo Horizontal estaba constituido por los 4
puntos cardinales, además del centro; mientras el Universo Vertical estaba dividido en mundos superiores e
inferiores (cielos e infiernos sin significado moral). Los muertos podían ir a uno de estos mundos, pero la
conducta de su vida no designaba su última morada después de la muerte. Más bien, ésta era definida por el
tipo de muerte que le acontecía. El régimen azteca era teocrático, es decir, que gran parte de su vida y cultura
estaba determinada por sus creencias religiosas. Su religión era politeísta, aunque predominaban unas pocas
divinidades principales. Tenían supersticiones terroríficas, crueles y sanguinarias. Había muchos sacerdotes
y hechiceros. A los grandes hechiceros los deificaban cuando morían. Los dioses aztecas más importantes
estaban relacionados con el ciclo solar y agrícola. Tezcatlipoca, dios de la noche y de los guerreros,
Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, era el creador del hombre y protector de la vida y la fertilidad,
Huitzilopochtli, el dios del sol y la guerra, al cual se le solía ofrecer sacrificios, Tláloc, era el dios de la lluvia y
del rayo. Era el hacedor de todas las cosas, el dios del sol en su aspecto de dominio y poder en las tinieblas. Se
le hace intervenir como rival de Quetzalcóatl y causante de la caída del reino del este. Una bola de plumas en
Coatepec “la montaña de la Serpiente" fecundó el vientre de la luna y los "Cuatrocientos guerreros del sur”,
que representan a las estrellas, creyendo deshonrada a su madre decidieron matarla. En ese momento,
blandiendo la serpiente de fuego nació Huitzilopochtli, quien destruyo a sus hermanos y se convirtió en el
sol, señor de la guerra, quien para vivir necesita ser alentado con sangre. El creador de las cinco edades
cósmicas, de los hombres, dador de vida a costa de su sangre, del maíz, el que junto con Tlaloc (dios de la
lluvia) arrebató a las hormigas para que los hombres se alimentaran.

Uno de los aspectos más polémicos relacionado con los aztecas han sido los sangrientos sacrificios humanos
que impresionaron sobremanera a los españoles que arribaron a México en el siglo XVI. Según el soldado-
cronista Bernal Díaz del Castillo, al aproximarse al Templo Mayor y observar el altar de Huitzilopochtli;
"...este tenía en las paredes tantas costras de sangre y el suelo todo bañado de ello, como en los mataderos de
Castilla no había tanto hedor. Y allí le tenían presentado (al dios tutelar) cinco corazones de aquel día
sacrificados...". El sacrificio de seres humanos fue una de las principales manifestaciones religiosas de los
aztecas. Los dioses se habían sacrificado para dar vida al sol; y a fin de que éste brillara siempre, y no se
adueñaran las tinieblas del mundo, había que alimentarlo con el líquido preciado de la vida: la sangre.
Creían los aztecas que el derramamiento de sangre era la única forma de evitar las catástrofes que
constantemente les amenazaban. El sacrificio ritual se llevaba a cabo de muy diversas maneras. La más
común era la de extender a la víctima boca arriba sobre la piedra llamada de los sacrificios, y mientras cuatro
sacerdotes sujetaban por las extremidades al cautivo, otro le abría el pecho con un cuchillo de pedernal y le
sacaba el corazón. También existía lo que denominaron los españoles el sacrificio gladiatorio, que consistía
en atar a la víctima a un disco de piedra, de modo que tuviera cierta libertad de movimiento para que, con
armas de madera, sostuviera una lucha desigual contra guerreros bien armados, hasta sucumbir a sus golpes.
Otras formas de sacrificio eran: arrojar a un brasero a las víctimas atadas y anestesiadas con yáuhtll; asaetear a
las víctimas para después desollarlas y cubrirse los sacerdotes con su piel; decapitar a mujeres; ahogar a niños
como ofrenda a Tláloc, etc.

Había también rituales consagrados al sacrificio de niños que llevaban a las cumbres de los Montes. Sus
sacrificadores los acompañaban tocando instrumentos musicales, cantando y bailando. La Ceremonia de
inmolación tenía como objetivo el pedir lluvias, y si los niños lloraban era de buen augurio. Los aztecas se
comían partes del cuerpo del sacrificado; esta antropofagia ritual tenía como objeto la adquisición de las
cualidades más notables de la víctima por parte de los comensales y significaba una verdadera comunión con
los dioses. Los mexicas propiciaban también a los dioses mortificándose a sí mismos con duras penitencias y
torturas, como la de mutilarse y atravesarse partes del cuerpo con instrumentos agudos, punzantes o
cortantes.

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