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Un acto rápido.
Pensé que eso sería todo lo que haría falta.
Un cuchillo en el estómago.
Un giro firme por si acaso.
Cuando Venda me tragó, cuando las paredes deformes y cientos de caras
curiosas se cerraron al escuchar el ruido de las cadenas y el puente bajando detrás
de mí, separándome del resto del mundo, sabía que mis pasos tenían que ser
seguros.
Sin fallos.
Iba a tomar muchos actos, no solo uno, cada paso renegociado. Tendría que
contar mentiras. Ganar confianzas. Cruzar líneas feas. Todo ello entrelazado
pacientemente, y la paciencia no era mi fuerte.
Pero primero, más que nada, tenía que encontrar una manera de hacer que
mi corazón dejara de golpear en mi pecho. Encontrar mi aliento. Aparentar calma.
El miedo era el olor a sangre para los lobos. Los curiosos se acercaron, mirándome
con la boca entreabierta, revelando dientes podridos. ¿Se divertían o se burlaban?
Estaban entretenidos o despreciativos? Y hubo un tintineo de calaveras. El
traqueteo de huesos secos ondulando a través de la multitud, mientras competían
por ver mejor, cadenas de pequeñas cabezas blanqueadas por el sol, fémures y
dientes ondeando de sus cinturones, mientras presionaban para verme. Y a ver a
Rafe. Sabía que caminaba encadenado en algún lugar detrás de mí, al final de la
caravana, prisioneros los dos, y Venda no tomaba prisioneros. Al menos ellos no lo
habían hecho nunca antes. Éramos más que una curiosidad. Nosotros éramos el
enemigo que ellos nunca habían visto.
Y eso es exactamente lo que eran para mí. Pasamos por interminables
torretas, capas de muros de piedra retorcidos, ennegrecidos por el hollín y la edad,
deslizándose como una bestia viva y sucia, una ciudad construida de ruina y
capricho. El rugido del río se desvaneció detrás de mí. Nos sacaré a los dos de esto.
Rafe tenía que estarse cuestionando su promesa a mí ahora..
Pasamos a través de otro conjunto de puertas masivas e irregulares, barras de
hierro con dientes, abriéndose misteriosamente para nosotros como si anticiparan
nuestra llegada. Nuestra caravana se hizo más pequeña, a medida que grupos de
soldados se desviaban en diferentes direcciones ahora que estaban en casa.
Desaparecieron por caminos serpenteantes a la sombra de altas paredes.
El Chievdar lideró lo que quedaba de nosotros, y los vagones del botín
tintinearon delante de mí cuando entramos en el vientre de la ciudad. ¿Rafe
seguía en algún lugar detrás de mí, o lo habían tirado en uno de esos miserables
callejones?
Kaden se bajó de su caballo y caminó a mi lado.
—Estamos casi allí.
Una ola de náuseas me golpeó. Walther está muerto, me recordé. Mi
hermano
está muerto. No había nada más que pudieran quitarme. Excepto a Rafe.
Tenía
más que a mí en quien pensar ahora. Esto lo cambiaba todo.
—¿Dónde es allí? —traté de preguntar con calma, pero mis palabras salieron
roncas y desiguales.
—Vamos al Santuario. Nuestra versión de la corte. Donde los lideres se
reúnen.
—Y el Komizar.
—Déjame hablar, Lia. Solo esta vez. Por favor, no digas una palabra.
Miré a Kaden. Tenía la mandíbula apretada y las cejas arqueadas, como si le
doliera la cabeza.
¿Estaba nervioso de saludar a su propio líder? ¿Miedo de lo que pudiera
decir?.
¿O de lo qué haría el Komizar? ¿Sería considerado un acto de traición que no
me haya matado, como se le ordenó?
Su cabello rubio colgaba en grasientas, cansadas hebras, ahora más allá de sus
hombros. Su cara estaba manchada de aceite y mugre. Había pasado mucho
tiempo desde que ninguno de nosotros hubiese visto un jabón, pero ese era el
menor de nuestros problemas.
Nos acercamos a otra puerta, esta una alta pared plana de hierro golpeada
con remaches y hendiduras. Ojos nos miraron. Escuché gritos detrás de ella, y el
fuerte sonido de una campana se estremeció a través de mí, cada timbre haciendo
temblar mis dientes.
Zsu viktara. Mantente firme. Forcé mi mentón más alto, casi sintiendo las
yemas de los dedos de Reena levantándolo. Lentamente, el muro se abrió en dos y
las puertas se abrieron, permitiendo nuestra entrada en una enorme área abierta,
tan deforme y sombría como el resto de la ciudad.
Estaba bordeada en todos lados por paredes, torres, y principios de calles
estrechas, que desaparecían en las sombras. Tortuosas pasarelas almenadas se
alzaban sobre nosotros, cada una adelantándose y fundiéndose en la siguiente.
El Chievdar avanzó y los carros se amontonaron detrás de él. Los guardias en
el patio interior gritaron su bienvenida, luego bramaron una feliz aprobación al
alijo de espadas y sillas de montar, y la brillante maraña de saqueo apilado en los
carros, todo lo que quedaba de mi hermano y sus camaradas. Mi garganta se
apretó, porque sabía que pronto uno de ellos estaría usando el cinturón de
Walther, y llevando su espada. Mis dedos se curvaron en mi palma, pero ni
siquiera tenía uñas en las manos, para apuñalar mi propia piel. Todas ellas estaban
destrozadas. Me froté las puntas de los dedos y un dolor feroz sacudió mi pecho.
Me tomó por sorpresa, esta pequeña pérdida de mis uñas en comparación con
la enormidad de todo lo demás. Era casi un susurro burlón de que no tenía nada,
ni siquiera una uña para defenderme a mí misma. Todo lo que tenía era un
nombre secreto, que me parecía tan inútil en este momento, como el título con el
que nací. Hazlo realidad, Lia, me dije. Pero incluso cuando dije las palabras en mi
cabeza, sentí que mi confianza disminuía. Tenía mucho más en juego ahora, que lo
que había tenido hace unas pocas horas. Ahora mis acciones también podían
lastimar a Rafe.
Se dieron órdenes de descargar el tesoro maltratado y llevarlo dentro, y
muchachos más jóvenes que Eben, corrieron con pequeños carros de dos ruedas a
los lados, y ayudaron a los guardias a llenarlos.
El Chievdar y su guardia personal, desmontaron y caminaron a los escalones
que conducían a un largo corredor. Los chicos siguieron detrás, empujando los
carros desbordados por una rampa cercana, sus delgados brazos estirándose bajo
el peso. Algunos de los botines en sus cargas, todavía estaban manchados de
sangre.
—Es el camino a Sanctum Hall —dijo Kaden, señalando a los muchachos.
Sí, nervioso. Podía escucharlo en su tono. Si incluso él, tenía miedo del
Komizar, ¿Qué oportunidad tenía yo? Me detuve y gire, tratando de ver a Rafe, en
algún lugar de vuelta en la línea de soldados todavía entrando por la puerta, pero
todo lo que pude ver fue a Malich liderando su caballo, siguiéndonos de cerca. Él
sonrió, su rostro aún con las marcas de las cortadas de mi ataque.
—Bienvenida a Venda, princesa —se burló. —Te prometo, las cosas serán muy
diferentes ahora.
Kaden me atrajo, manteniéndome a su lado.
—Quédate cerca —me susurró. —Por tu propio bien.
Malich se rió, deleitándose con su amenaza, pero por una vez, supe que lo que
dijo era verdad. Todo era diferente ahora. Más de lo que Malich podía adivinar.
Capítulo 2
Sanctum Hall era poco más que una taberna triste, aunque cavernosa. Cuatro
como la taberna de Berdi, podrían haber encajado dentro de sus paredes. Olía a
cerveza derramada, paja húmeda e indulgencia excesiva. Columnas se alineaban
en los cuatro lados, iluminadas con antorchas y linternas. El alto techo estaba
cubierto de hollín, y una enorme mesa de pesada madera, rugosa y maltratada,
estaba en el centro. Jarras de estaño descansaban sobre la mesa o se balanceaban
de puños carnosos.
Los líderes.
Kaden y yo nos quedamos atrás en la sombra de la pasarela, detrás de las
columnas, pero los líderes saludaron al Chievdar y su guardia personal con gritos
bulliciosos, y palmadas en la espalda. Se ofrecieron y elevaron jarras por el regreso
de los soldados, con llamadas para traer más cerveza. Vi a Eben, más bajo que
algunos de los muchachos de servicio, levantando una copa de peltre a sus labios,
como un soldado que regresa lo mismo que el resto. Kaden me empujó un poco
detrás de él, de manera protectora, pero yo todavía escaneaba la habitación,
tratando de detectar al Komizar, tratando de estar lista, preparada para lo que
estaba por venir.
Varios de los hombres eran enormes, como Griz, algunos incluso más grandes,
y yo me pregunté, qué tipo de criaturas, tanto humanas como bestias, esta extraña
tierra producía. Mantuve mis ojos en uno de ellos. El gruñó cada palabra, y los
niños se escurrían corriendo respetuosamente ampliando la distancia alrededor de
él. Pensé que tenía que ser el Komizar, pero vi los ojos de Kaden recorriendo la
habitación también, y pasaron sobre el corpulento bruto.
—Estos son la Legión de Gobernadores —dijo, como si hubiera leído mi
mente. —Gobiernan las provincias.
¿Venda tenía provincias? ¿Y una jerarquía también, más allá de asesinos,
merodeadores, y un Komizar con puño de hierro? Los Gobernadores se distinguían
de los sirvientes y soldados por charreteras de piel negra sobre sus hombros. El
pelo coronado con cierres de bronce en forma de dientes desnudos de animales.
Haciendo su físico parecer el doble de ancho y formidable. El alboroto se elevó a
un rugido ensordecedor, haciendo eco en los muros de piedra y desnudos pisos.
Solo había un montón de paja en una esquina de la habitación para absorber
cualquier ruido. Los muchachos estacionaron los carros del botín a lo largo de una
fila de pilares, y los Gobernadores examinaron el alijo, levantando espadas,
probando la carga, y frotando antebrazos en petos de cuero, para pulir la sangre
seca. Examinaron los bienes como si estuvieran en un mercado. Vi a uno de ellos
levantar una espada con incrustaciones de jaspe rojo en la empuñadura. La espada
de Walther. Mi pie automáticamente se movió adelante, pero me contuve y lo
forcé a volver a su lugar. Aún no.
—Espera aquí —Kaden susurró, y dio un paso fuera de las sombras.
Me moví más cerca de un pilar, tratando de orientarme. Vi tres pasillos
oscuros conduciendo dentro de Sanctum Hall, además del que habíamos entrado.
¿Adónde iban, y si estaban guardados como el que estaba detrás de mí? Y lo más
importante, ¿A alguno de ellos condujeron a Rafe?
—¿Dónde está el Komizar? —Kaden preguntó en Vendan, hablando con nadie
en particular, su voz apenas cortando el estruendo.
Un Gobernador se volvió, y luego otro. La sala se volvió repentinamente
silenciosa.
—El asesino está aquí —dijo una voz anónima, en algún lugar al otro lado.
Hubo una pausa incómoda, y luego uno de los Gobernadores más bajos, un
hombre corpulento con múltiples trenzas rojas sobre sus hombros, corrió hacia
adelante, y arrojó sus brazos alrededor de Kaden, dándole la bienvenida a casa.
El ruido se reanudo, pero a un nivel notablemente inferior, y me pregunté por
qué el efecto que la presencia del asesino tenía sobre ellos. Me recordó a Malich, y
cómo reaccionó a Kaden en la larga caminata a través del Cam Lanteux.
Tenía sangre en el ojo y estaban igualados, pero aun así, retrocedió cuando
Kaden se mantuvo firme.
—Se ha llamado al Komizar —el Gobernador le dijo a Kaden. —Es decir, si él
viene. Está ocupado con...
—Un visitante —Kaden terminó.
El Gobernador se echó a reír.
—Es una ella. El tipo de visitante que me gustaría tener.
Más Gobernadores se acercaron, y uno con una nariz larga y torcida empujó
una jarra de cerveza en la mano de Kaden. Le dio la bienvenida a casa y lo
reprendió por haberse ido tanto tiempo de vacaciones.
Otro Gobernador lo reprendió, diciendo que estaba lejos de Venda más de lo
que estaba aquí.
—Voy a Donde me envía el Komizar —respondió Kaden.
Uno de los otros Gobernadores, tan grande como un toro y con un pecho más
ancho aún, levantó su bebida en un brindis.
—Como todos nosotros —respondió y echó la cabeza hacia atrás, tomando un
largo trago descuidado. La cerveza salió a los lados de su taza y goteó bajando de
la barba al suelo. Incluso este gigante taurino, saltaba cuando el Komizar
chasqueaba los dedos, y no tenía miedo de admitirlo.
Aunque solo hablaron en Vendan, pude entender casi todo lo que dijeron.
Sabía mucho más que solo algunas las palabras selectas de Venda. Semanas de
inmersión en su idioma a través del Cam Lanteux, habían curado mi ignorancia.
Cuando Kaden respondió sus preguntas sobre su viaje, mi mirada se fijó en otro
Gobernador sacando un cinturón finamente labrado del carro y tratando de
forzarlo alrededor de su generosa tripa. Me sentí mareada, enferma y luego
furiosa, mi sangre burbujeó por mis venas. Cerré los ojos. Aún no. Que no te maten
en los primeros diez minutos. Eso puede venir después.
Respiré hondo y cuando abrí los ojos nuevamente, vi una cara en las sombras.
Alguien al otro lado del pasillo me estaba mirando. No pude mirar a otro lado. Solo
un rayo de luz iluminaba su rostro. Sus ojos oscuros eran inexpresivos, pero al
mismo tiempo convincentes y fijos, como un lobo al acecho de una presa, que no
tiene prisa por saltar, confiado.
Se inclinó casualmente contra un pilar. Un hombre más joven que los
Gobernadores, de cara lisa, excepto por una precisa línea de barba en la barbilla y
un delgado bigote cuidadosamente recortado. Su cabello oscuro estaba
despeinado, viéndose rizado justo por encima de sus hombros. No llevaba las
charreteras peludas de Gobernador sobre sus hombros, ni las vestimentas de
cuero de soldado, solo pantalones marrones simples y una camisa blanca suelta, y
ciertamente no tenía prisa por atender a nadie, así que tampoco era un sirviente.
Sus ojos pasaron junto a mí como aburridos, viendo el resto de la escena, los
Gobernadores manoseando a través de carros y cervezas. Y luego a Kaden. Lo vi
mirando a Kaden. El calor atravesó mi estómago. Él.
Salió del pilar hacia el centro de la habitación, y con sus primeros pasos, lo
supe. Este era el Komizar.
—¡Bienvenidos a casa, Camaradas! —gritó.
La sala quedó instantáneamente en silencio. Todos se volvieron hacia la voz,
incluido Kaden. El Komizar caminó lentamente a través de la extensa sala y
cualquiera en su camino, retrocedió. Salí de las sombras para estar al lado de
Kaden, y un ruido sordo atravesó la habitación. El Komizar se detuvo a unos
metros de nosotros, ignorándome y mirando a Kaden, luego finalmente se
adelantó para abrazarlo con una genuina bienvenida. Cuando soltó a Kaden y dio
un paso atrás, me miró con expresión fría, mirada en blanco. No podía creer que
este fuera el Komizar. Su rostro era suave y sin arrugas, un hombre unos años
mayor que Walther, más como un hermano mayor para Kaden, que como un líder
temible. No era exactamente el formidable Dragón de la Canción de Venda, el que
bebía sangre y robaba sueños. Su estatura era solo promedio, nada desalentador
sobre él, a excepción de su mirada inquebrantable.
—¿Qué es esto? —preguntó en Morrighese, casi tan perfecto como el de
Kaden, asintiendo con la cabeza hacia mí. Un jugador de juegos. Sabía
exactamente quién era yo y quería estar seguro de que entendía cada palabra.
—Princesa Arabella, Primera Hija de la Casa de Morrighan —respondió Kaden.
Otro silencio contenido corrió por la habitación. El Komizar se echó a reír.
—¿Ella? ¿Una princesa? —lentamente me rodeó, viendo mis trapos y suciedad
como si no lo creyera. Se detuvo a mi lado. Donde la tela se rompió en mi hombro
y la kavah quedó expuesta. Él pronunció un hmm tranquilo, como si estuviera
ligeramente divertido, luego corrió la parte posterior de su dedo a lo largo de mi
brazo. Mi piel se erizó, pero levanté la barbilla, como si fuera simplemente una
mosca molesta zumbando por la habitación. Completó su círculo hasta que volvió
a enfrentarme.
Él gruñó.
—No es muy impresionante, ¿verdad? Pero la mayoría de los miembros de la
realeza no lo son. Tan fascinante como el tazón de papilla de una semana.
Hace solo un mes, habría saltado ante el comentario cebado, destrozándolo
con unas pocas palabras calientes, pero ahora quería hacer mucho más que
insultarlo. Le devolví la mirada con una de los mías, haciendo coincidir su
expresión vacía, parpadeo por parpadeo. Frotó el dorso de su mano a lo largo de la
línea de su delgada barba cuidadosamente esculpida, estudiándome.
—Ha sido un largo viaje —explicó Kaden. —Uno difícil para ella.
El Komizar levantó las cejas, fingiendo sorpresa.
—No tenía por qué haberlo sido —él dijo. Levantó la voz para que todo el
salón se asegurara de escuchar, aunque sus palabras aún estaban dirigidas a
Kaden. —Me parece recordar que te ordené cortarle el cuello, no traerla de vuelta
como mascota.
La tensión surgió en el aire. Nadie se llevó una jarra a los labios. Nadie se
movió.
Quizás esperaban a que el Komizar caminara hacia los carros, sacara una
espada, y enviara mi cabeza rodando por el medio de la habitación, que sin duda a
sus ojos era su derecho. Kaden lo había desafiado. Pero había algo entre Kaden y el
Komizar, algo que todavía no entendía.
—Ella tiene el Don —explicó Kaden. —Pensé que ella sería más útil para
Venda viva que muerta —ante la mención de la palabra Don, vi miradas
intercambiadas entre los sirvientes y los Gobernadores, pero aún así, nadie dijo
una palabra.
El Komizar sonrió, a la vez frío y magnético. Mi cuello se erizó. Este era un
hombre que sabía cómo controlar una habitación con el toque más ligero. Estaba
mostrando su mano. Una vez que conociera sus fortalezas, también podría
descubrir sus debilidades. Todos las tenían. Incluso el temido Komizar.
—¡El Don! —él se rió y se volvió hacia todos los demás, esperando que se
rieran de una manera similar. Lo hicieron. Él me miró, la sonrisa desapareció, luego
extendió la mano y tomó mi mano entre las suyas. Examinó mis heridas, su pulgar
rozó suavemente el dorso de mi mano. —¿Ella tiene una lengua?.
Esta vez fue Malich quien se echó a reír, acercándose a la mesa en el centro de
la habitación y golpeando su jarra.
—Como una hiena carcajeante. Y su mordisco es igual de desagradable.
El Chievdar habló, coincidiendo. Murmullos se levantaron de los soldados.
—Y aún así —dijo el Komizar, volviéndose hacia mí, —Ella permanece en
silencio.
—Lia —susurró Kaden, empujándome con su brazo, —puedes hablar.
Miré a Kaden. ¿Pensó que no lo sabía? ¿Realmente lo pensaba?
¿Qué era su advertencia la que me había silenciado? Me habían silenciado
demasiadas veces aquellos que ejercieron poder sobre mí. Aquí no. Mi voz se
escucharía, pero hablaría cuando sirviera a mis propósitos. No traicioné ni palabra
ni expresión.
El Komizar y sus Gobernadores no eran diferentes de las multitudes que había
pasado en mi camino hacia aquí. Tenían curiosidad. Una verdadera princesa de
Morrighan. Estaba en exhibición. El Komizar quería que actuara antes que él y su
Legión de Gobernadores. ¿Esperaban que se derramaran joyas de mi boca? Lo más
probable es que lo que sea que dijera, resultaría ridículo, tal como ya lo había
hecho mi apariencia. O el dorso de su mano. Solo había dos cosas que un hombre
en la posición de Komizar esperaba: Desafío o arrastrarse, y estaba segura que
ninguna de los dos mejoraría mi suerte. Aunque mi pulso se aceleró, no rompí su
mirada. Parpadeé lentamente, como si estuviera aburrida. Sí, Komizar, ya aprendí
tus tics.
—No se preocupen, mis amigos —dijo, agitando la mano en el aire y
descartando mi silencio —hay mucho más de qué hablar. ¡Como de todo esto! —
su mano barrió la habitación de un extremo al otro en la exhibición de carros. Se
rió como si estuviera encantado con el recorrido.
—¿Qué tenemos? —comenzó en un extremo, yendo de carro en carro,
hurgando en el saqueo.
Me di cuenta que, aunque los Gobernadores habían buscado, no parecían
haber tomado nada todavía. Quizás supieron esperar hasta que Komizar eligiera
primero. Levantó un hacha, pasó un dedo por la hoja y asintió como si estuviera
impresionado. Luego pasó al siguiente carro, extrajo un sable y lo balanceó frente
a él. Su aguijón cortó el aire y atrajo comentarios de aprobación. Él sonrió.
—Lo hiciste bien, Chievdar.
¿Bien? ¿Masacrando a toda una compañía de hombres jóvenes? Arrojó la
cuchilla curva al carro y pasó al siguiente.
—¿Y qué es esto? —metió la mano y sacó una larga correa de cuero. El
cinturón de Walther.
No él. Cualquiera menos él. Sentí mis rodillas debilitarse, y un pequeño ruido
escapó de mi garganta. Se giró en mi dirección, sosteniéndola.
—Las herramientas son excepcionales, ¿no te parece? Mira estas viñas —
deslizó lentamente la correa a través de sus dedos. —Y el cuero, tan mantecoso.
Algo apropiado para un príncipe de la corona ¿no?.
Lo levantó sobre su cabeza y lo ajustó sobre su pecho mientras caminaba
hacia mí, deteniéndose a un brazo de distancia.
—¿Qué piensas, Princesa?
Las lágrimas brotaron de mis ojos. Yo también jugué tontamente mi mano.
Todavía estaba demasiado cerca la pérdida de Walther para pensar. Miré hacia
otro lado, pero él me agarró la mandíbula, sus dedos clavándose en mi piel. Me
obligó a mirarlo de nuevo.
—Ves, princesa, este es mi reino, no el tuyo, y tengo maneras de hacerte
hablar, que ni siquiera puedes comenzar a comprender. Cantarás como un canario
cortado, si te lo mando.
—Komizar —la voz de Kaden era baja y seria.
Me soltó y sonrió, acariciando suavemente mi mejilla.
—Creo que la princesa está cansada de su largo viaje. Ulrix, lleva a la princesa
a la sala de espera para que pueda descansar un momento, y que Kaden y yo
podamos hablar, tenemos mucho que discutir.
Miró a Kaden, la primera señal de ira cruzó por sus ojos.
Kaden me miró vacilante, pero no había nada que pudiera hacer.
—Ve —él dijo. —Estará todo bien.
***
Una vez que estuvimos fuera de la vista de Kaden, los guardias casi me
arrastraron por el pasillo, sus muñequeras me apuñalaban en los brazos. Todavía
sentía la presión de los dedos del Komizar contra mi cara. Mi mandíbula palpitaba
donde sus dedos se habían clavado.
En solo unos breves minutos, había percibido algo que me importaba
profundamente, y lo usó para lastimarme y, en última instancia, debilitarme.
Me había preparado para ser golpeada o azotada, pero no para eso. La visión
aún quemaba mis ojos, el cinturón de mi hermano se extendía orgullosamente
sobre el pecho del enemigo en la burla más cruel, esperando que me
desmoronara.
Y me tenía. Ronda uno al Komizar.
Me había alcanzado, no con una rápida condena o fuerza bruta, sino con sigilo
y observación cuidadosa. Tendría que aprender a hacer lo mismo.
Mi indignación aumentó cuando los guardias me empujaron bruscamente por
el oscuro pasillo, pareciendo disfrutar el tener un miembro real a su merced.
Cuando se detuvieron en una puerta, mis brazos estaban entumecidos bajo su
agarre. La abrieron y me arrojaron a una habitación negra.
Me caí, el áspero piso de piedra me cortó las rodillas. Me quedé allí, aturdida y
encorvada en el suelo, respirando el aire rancio y sucio. Solo tres delgados rayos
de luz se filtraban a través de los respiraderos en la pared superior enfrente de mí.
Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, vi una estera llena de paja,
el relleno se derramaba sobre el piso, un taburete de ordeñar corto y un balde. Su
sala de espera tenía todas las comodidades de una celda bárbara.
Entrecerré los ojos, tratando de ver más en la tenue luz, pero luego escuché
un ruido. Un revoltijo en la esquina. No estaba sola. Alguien o algo más estaba en
la habitación conmigo.
Kaden
Pauline
La última etapa del viaje a Civica había sido agotadora. Una lluvia torrencial
nos había alcanzado cerca de Derryvale, y nos vimos obligadas a refugiarnos en un
granero abandonado durante tres días, compartiendo nuestros cuartos con un
búho y un gato salvaje. Entre los dos, al menos no había roedores. Todos los días
que pasaron inactivos hicieron crecer mi ansiedad. Lia seguramente ya estaría en
Venda, si era allí donde Kaden la estaba llevando. Intenté no pensar en la otra
posibilidad: Que ella ya estuviera muerta. Todo había sucedido tan rápido que no
lo había entendido en ese momento. Kaden la tomó. Kaden era uno de ellos.
Kaden, a quien yo había favorecido sobre Rafe. De hecho, cometí el error de
empujarla en su dirección. Me había gustado su comportamiento tranquilo. Le
había dicho que sus ojos eran amables. Todo sobre él me había parecido amable.
¿Cómo pude haber estado tan equivocada? Me sacudí en algún lugar
profundo.
Siempre me había considerado un buen juez de carácter, pero Kaden era todo
lo contrario. Él era un asesino. Eso fue lo que afirmó Gwyneth. Cómo lo sabría, no
estaba segura, pero Gwyneth tenía muchos talentos y obtener información ilícita
de los clientes de la taberna seguramente estaba entre ellos.
Habíamos decidido que era más seguro hospedarse en la posada de una de las
varias aldeas a las afueras de las murallas de la ciudad. Si bien nadie conocería a
Gwyneth, sí me conocerían, y necesitaba mantener mi presencia oculta hasta que
al menos hubiera organizado una reunión con el Lord Viceregente.
Era una figura muy visible de la corte de la Reina, y probablemente enfrentaba
cargos de traición por ayudar a Lia a escapar. De todo el gabinete, el Viceregente
siempre había sido el más amable con Lia, solícito, incluso.
Parecía entender su difícil lugar en la corte. Si yo le explicaba su situación,
seguramente él podría darle la noticia al rey de la manera más ventajosa.
¿Qué padre al menos no intentaría salvar a su hija? ¿Sin importar cómo ella lo
había desafiado?.
Me pegué en las sombras, con la capucha puesta sobre mi cabeza, mientras
Gwyneth nos aseguraba una habitación. La vi conversar con el posadero, aunque
no pude escuchar lo que se dijo. Pareció llevar mucho más tiempo del necesario.
Sentí un temblor en mi vientre. Era un recordatorio constante de cuánto habían
cambiado las cosas, cuánto tiempo había pasado, un recordatorio de la promesa
de Lia, lo superaremos juntas. Un recordatorio que el tiempo se acababa. Besé mis
dedos y los alcé a los dioses. Por favor tráiganla de vuelta. Se pasó un papel entre
Gwyneth y el posadero.
Me miró brevemente, tal vez preguntándose por qué la capucha de mi capa
todavía estaba puesta dentro de la posada, pero no dijo nada y finalmente empujó
una llave en el mostrador hacia Gwyneth.
La habitación estaba al final del pasillo, pequeña, pero con comodidades
mucho mayores que el granero Nove y Dieci estaban en el establo y parecían
apreciar tener sus propios cuartos, y cebada fresca para comer. El dinero no fue
problema. Había cambiado las joyas que Lia me dio, por monedas en Luiseveque.
Incluso Gwyneth estaba impresionada de lo fácil que era tratar con comerciantes
sombríos en cuartos traseros, pero había aprendido todo de Lia.
Cuando cerré la puerta detrás de nosotros, le pregunté a Gwyneth porqué
había tardado tanto. Alquilar una habitación en la posada de Berdi era cuestión de
acordar un precio y señalar al huésped la habitación.
Gwyneth arrojó su bolso sobre la cama.
—Envié una nota al Canciller solicitando una reunión.
Contuve el aliento, incapaz de hablar por un momento.
—¿Tu qué? ¿Contra mis deseos? Ya te lo dije, odia a Lia.
Ella comenzó a desempacar, no se molestó por mi alarma.
—Creo que podría ser más sabio husmear… por canales más discretos, antes
de ir directamente al segundo en el poder. Si el Viceregente no sirve de nada,
estamos en un callejón sin salida.
La miré, un escalofrío me recorrió los hombros. Era la segunda vez que había
sugerido al Canciller, y ahora había seguido adelante y había actuado sin mi
consentimiento. Parecía decidida a meter al canciller dentro de esto.
—¿Conoces al canciller, Gwyneth?
Ella se encogió de hombros.
—Hmm, tal vez un poco. Nuestros caminos se cruzaron hace un tiempo.
—¿Y nunca pensaste decirme antes de ahora?
—Pensé que no te lo tomarías bien, y parece que tenía razón.
Dejé mi bolso en la cama y revolví la pila, buscando mi cepillo. Me cepillé el
pelo enérgicamente, tratando de desenredar mis pensamientos, tratando de
parecer controlada, cuando me sentía cualquier cosa, menos eso. ¿Ella lo conocía
un poco? No me gustaba ni confiaba en el Canciller, más de lo que lo hacía Lia.
Nada de esto me gustaba.
—He decidido. Voy a ir directamente al rey —le dije. —Tu puedes quedarte
quieta.
Ella agarró mi mano, deteniendo mis golpes.
—¿Y cómo lo lograrías? ¿Marchando a través de la ciudadela y golpeando su
puerta con el cepillo? ¿Hasta dónde crees que llegarías?. ¿O enviarías una nota?
Todo pasa por la oficina del Canciller primero, de todos modos. ¿Por qué no ir
directamente a él en primer lugar?.
—Estoy segura de que puedo conseguir una audiencia con el rey de una forma
u otra.
—Por supuesto que puedes. Pero no olvides que fuiste cómplice en el escape
de Lia. Es muy probable que le estés hablando desde una celda en la prisión. Sabía
que tenía razón.
—Si eso es lo que se necesita.
Gwyneth suspiró.
—Noble, pero tratemos de evitar eso. Vamos a curiosear alrededor primero.
—¿Al hablar con el canciller?
Se sentó en la cama y frunció el ceño.
—Lia no te habló de mí, ¿verdad?
Tragué saliva, preparándome para algo que no quería saber, sobre el pasado
de Gwyneth.
—¿Dime qué?
—Solía estar al servicio del reino. Fui una proveedora de noticias.
—¿Qué significa? —pregunté con cautela.
—Yo era una espía.
Cerré mis ojos. Era peor de lo que pensaba.
—Ahora, no te vayas a enredar toda. No es bueno para el bebé. Ser una espía,
una ex espía, no es el fin del mundo. Incluso podría ser útil. Venga esa mano.
¿Ser útil? Abrí los ojos y la vi sonriéndome. Ella me habló de los Ojos del
Reino, espías de Civica dispersos por las ciudades y mansiones en Morrighan, que
transmitían la información de vuelta a la sede del poder. Hubo un momento en
que ella necesitaba dinero, y era buena para extraer información de los clientes en
una posada en Graceport Donde limpiaba las habitaciones.
—¿Entonces espiaste para el rey? —pregunté.
Ella se encogió de hombros.
—Tal vez. Solo traté con el canciller. Él... —su expresión se oscureció. —Era
persuasivo, y yo era joven y estúpida.
Gwyneth todavía era joven. Solo era unos años mayor que yo. ¿Pero estúpida?
Nunca. Era astuta, calculadora e irreverente, cosas que yo no. En mi instinto, sabía
que sus habilidades podrían ser útiles para encontrar un oído comprensivo, pero
aun así dudé. Tenía miedo de ser arrastrada a alguna red de espías, incluso si ella
afirmaba que ya no era parte de eso. ¿Y si ella todavía lo fuese?. Era casi como si
pudiera ver los pensamientos desfilando por mi mente.
—Pauline —dijo con firmeza, —probablemente eres la persona más santa y
leal que he conocido, lo que puede ser admirable, pero a veces también bastante
molesto. Es hora de tronar nudillos. No más jugar a chica linda. ¿Quieres ayudar a
Lia o no?.
La única respuesta a eso fue sí. No importaba lo que tuviera que hacer.
Capítulo 7
Rafe
Kaden
***
Caminamos hacia la Plaza del Ala del Consejo. De nuevo pasamos por un
laberinto de pasillos, patios abiertos y senderos estrechos sin ventanas, con
linternas que apenas iluminaban el camino hacia la siguiente. Kaden me dijo que el
Santuario estaba acribillado con pasillos abandonados y olvidados después de
siglos de ser construidos y reconstruidos, algunos con callejones sin salida y goteos
mortales, así que debían estar cerca de caerse. Muchos de los muros contaban
historias de su ruina. Los escombros apilados a veces ofrecían vistas macabras,
como un brazo esculpido o una cabeza de piedra parcialmente visible, mirando
fijamente desde la pared, como un prisionero sin edad, o un pedazo de bloque de
mármol, grabado con una nota de otro tiempo, las letras goteando como lágrimas.
Pero eran solo piedra, igual que cualquier otra, reutilizada para construir la
ciudad, recursos disponibles, como los llamó Kaden. Aún así, cuando entramos en
otro pasillo oscuro, sentí algo más y me detuve, pretendiendo ajustar el cordón de
mi bota. Presioné mi espalda contra la pared.
Un ritmo. Una advertencia. Un susurro.
¿Estaba simplemente asustada por un pasillo macabro?.
Jezelia, estás aquí…
Me paré abruptamente, casi perdiendo el equilibrio.
—¿Vienes? —preguntó Kaden.
El zumbido desapareció, pero el aire estaba frío a su paso. Miré alrededor.
Solo la evidencia de nuestros movimientos llenó el pasaje. Sí, asustada, eso
fue todo. Kaden avanzó nuevamente por el pasillo y lo seguí. Estaba en su
elemento, eso era seguro, tan cómodo caminando por esta extraña ciudad como
yo estaba desorientada. Qué extraño debe haber sido Terravin para él. Y sin
embargo no fue así.
Había encajado fácilmente. Su Morrighese era perfecto, y se había sentado en
la taberna pidiendo una cerveza, como si fuera su segundo hogar.
¿Era por eso que pensaba que podía entrar en esta vida, como si mi antigua
vida nunca hubiera existido? No era un camaleón como Kaden, que podía
convertirse en una nueva persona, simplemente cruzando una frontera.
Subimos un sinuoso tramo de escaleras y salimos a una plaza similar a la que
habíamos llegado ayer, por supuesto, no era cuadrada, nada en Venda era así. Al
otro lado, pude ver establos con caballos conducidos por soldados. Las gallinas
sueltas se pavoneaban y se rascaban, las plumas se agitaban mientras saltaban
para evitar a los caballos. Dos cerdos manchados enraizados en un corral cerca de
nosotros, y cuervos del doble del tamaño de cualquiera en Morrighan chillaban
desde su percha, en lo alto de una torre con vistas a la plaza. Vi al Komizar en la
distancia, dirigiendo algunos vagones, que atravesaban las puertas, como si fuera
un centinela.
Para ser el líder de un reino, parecía tener sus manos en todo. No vi a Rafe, lo
que me dio un poco de alivio. Al menos no estaba aquí con una soga alrededor del
cuello, pero eso no significaba que estuviera a salvo.
¿Dónde lo habían puesto? Todo lo que sabía era que él estaba en algún lugar
cerca de las habitaciones del Komizar, en una habitación segura. Puede que no
fuera más que una celda bárbara. Cuando nos acercamos, los guardias, los
Gobernadores y Rahtans vieron al Komizar detenerse y volverse hacia nosotros,
ellos se volvieron también. Sentí el peso del escrutinio del Komizar. Sus ojos
giraron sobre mí y mi nuevo atuendo. Cuando nos detuvimos al borde de la
multitud, él se acercó para hacerme una inspección más crítica.
—Tal vez no fui claro anoche. Ciertos lujos, como la ropa y los zapatos, deben
ganarse.
—Se los ganó —dijo Kaden, casi cortando las palabras de Komizar.
Hubo un momento de silencio prolongado, y luego el Komizar echó la cabeza
hacia atrás y se echó a reír. Los otros también lo hicieron, carcajadas bulliciosas, un
Gobernador golpeó a Kaden en el hombro. Me ardieron las mejillas. Quería patear
la otra espinilla de Kaden, pero su explicación mantuvo las botas en mis pies....
Al igual que soldados en una taberna, los Gobernadores disfrutaron de su
grosero entretenimiento.
—Sorprendente —dijo el Komizar en voz baja, lanzándome una mirada
inquisitiva. —Tal vez los miembros de la realeza tienen algún uso, después de
todo.
Calantha se acercó, seguida por cuatro soldados que conducían caballos.
Reconocí a los Ravians Morrigheses. Más botín de la masacre.
—¿Son estos? —preguntó el Komizar.
—Lo peor del lote —respondió Calantha. —Vivos pero heridos. Sus heridas
están supurando.
—Llévalos al señor de los barrios Velte para que los carnicen —ordenó. —
Asegúrate de que distribuya la carne de manera justa, y asegúrense que sepan que
es un regalo del Santuario.
Vi que los caballos estaban heridos, pero las heridas eran cortes que un
cirujano podía limpiar y coser, no heridas mortales. Él la despidió y caminó hacia
los carros, saludando al Consejo para que lo siguiera, pero vi el único ojo pálido de
Calantha, quedarse fijo en él, la vacilación cuando se dio la vuelta. ¿Nostalgia?.
¿Por él?. Miré al Komizar.
Como diría Gwyneth: Era bastante agradable a la vista. Y había algo
indudablemente magnético en su presencia. Exudaba poder. Su actitud era
calculadora y exigía asombro. ¿Pero anhelo?. No. Quizás fue algo más lo que vi en
su mirada.
Los conductores de los carros estaban ocupados aflojando las lonas, y el
Komizar habló con un hombre que llevaba un libro de contabilidad. Era un tipo
delgado y desaliñado, y parecía extrañamente familiar. Habló suavemente con el
Komizar, manteniendo sus susurros lejos de los oídos de los Gobernadores. Me
detuve detrás de los demás, mirando a través de las espaldas de los hermanos del
Santuario, estudiándolo.
—¿Qué es? —susurró Kaden.
—Nada —respondí, y probablemente lo era.
Los conductores arrojaron las lonas hacia atrás y un ruido sordo golpeó mi
pecho. Cajas. Antes de que el Komizar incluso abriera una, sabía lo que había
dentro. Apartó la paja, sacó botellas y se las entregó a los Gobernadores.
Se acercó a Kaden.
—Y no puedo olvidar al Asesino, ¿verdad?. Disfruta, hermano mío.
Se giró para mirarme.
—¿Por qué tan pálida, princesa? ¿No disfrutas la cosecha de tus propios
viñedos? Te puedo asegurar que a los Gobernadores les encanta.
Era el venerado Canjovese de los viñedos Morrigheses. Aparentemente, atacar
caravanas comerciales estaba entre los muchos talentos del Komizar. Así fue como
aseguró su posición. Procurando lujos para su Consejo que solo él parecía capaz de
obtener: Botellas de vino caro para sus Gobernadores, que los reinos menores
pagaban grandes sumas por ellas, regalos de botín de guerra para los sirvientes,
carne fresca donada a los hambrientos. Pero un estómago lleno era un estómago
lleno. ¿Cómo podría discutir con eso?. Y mi propio padre daba regalos a su
gabinete, aunque no atacó caravanas para obtenerlos.
¿Cuántos conductores Morrigheses habían muerto a manos de los asaltantes
para que el Komizar pudiera consentir a sus Gobernadores?. ¿Qué más robaron y a
quiénes mataron para conseguirlo?. La lista de muertos parecía crecer y crecer…
Dio rienda suelta al Consejo para rebuscar en las otras cajas de los vagones
restantes, y lo dividió entre ellos, luego regresó a nosotros.
Lanzó una pequeña bolsa a Kaden que tintineó cuando aterrizó en su palma.
—Llévala al jehendra y tráele ropa adecuada.
Miré al Komizar con suspicacia.
Sus cejas se alzaron inocentemente, y se quitó los largos mechones oscuros de
la cara. Parecía un niño de diecisiete años en lugar de un hombre de casi treinta.
Un dragón de muchas caras. Y bien qué las llevaba.
—No se preocupe, princesa —dijo. —Solo un regalo de mi parte para ti.
Entonces, ¿por qué me creó un hueco que me dejó sin aliento, en el
estómago? ¿Por qué el cambio de un vestido de saco, a un regalo de ropa nueva?.
Siempre parecía estar un paso por delante de mí, sabiendo cómo sacarme de
quicio. Los regalos siempre tienen un precio.
Un soldado le trajo su caballo mientras un escuadrón entero lo esperaba en la
puerta.
Tomó las riendas, se despidió y luego agregó:
—Kaden, eres el guardián de la Fortaleza en mi ausencia. Camina conmigo
hasta la puerta. Tengo algunas cosas que decirte.
Los vi alejarse, con el brazo del Komizar colgando sobre el hombro de Kaden,
sus cabezas asintiendo, conspirando.
Un escalofrío aterrador me atravesó como si estuviera viendo fantasmas.
Podrían ser mis propios hermanos, Regan y Bryn, caminando por los pasillos
de Civica confiándose un secreto. La pequeña cuña que había plantado ya estaba
desapareciendo. Tenían una historia juntos. Lealtad. El Komizar lo llamó hermano,
como si realmente lo fueran. Sabía, incluso minutos antes, cuando llamé a Kaden
aliado, que no lo era, no siempre y cuando Venda viniera primero.
Capítulo 13
Kaden
Vi a Griz sacando un caballo del establo. Con Kaden y el Komizar todavía a mis
espaldas, me apresuré a interceptarlo. Me vio venir y se detuvo, su ceño,
siempre presente retrocedió.
—¿Puedo hablar contigo?. En privado.
Miró a cada lado.
—Estamos tan solos como nunca conseguiremos estar.
No tenía tiempo para la diplomacia.
—¿Eres un espía? —pregunté sin rodeos.
Dio un paso adelante, con la barbilla pegada al pecho.
—No más hablar de eso —se quejó bajo. Sus ojos se dirigieron a los
Gobernadores cercanos que hablaban en grupos de tres o cuatro.
—Te hice un favor, niña. Salvaste mi vida y la de mis camaradas. Pago mis
deudas. Incluso ahora.
—No creo que eso sea todo, Griz. Yo ví tu cara. Te importó.
—No hagas que sea más de lo que era.
—Pero todavía necesito tu ayuda.
—Hemos terminado, princesa. ¿Entiendes eso?
Pero no podíamos terminar. Todavía necesitaba más ayuda.
—Podría revelarles que hablas con fluidez en Morrighese —amenacé. Estaba
desesperada por su ayuda, incluso si tuviera que chantajearlo para conseguirlo.
—Y si hicieras eso, estarías condenando a muerte a toda mi familia. Treinta y
seis de ellos. Hermanos, hermanas, primos, sus hijos. Más que toda esa compañía
de hombres que viste morir. ¿Es eso lo que quieres?
Treinta y seis. Busqué en su cara llena de cicatrices y vi miedo, verdadero y
real.
Sacudí mi cabeza.
—No —susurré. —Eso no es lo que quiero —sentí que mis esperanzas se
desplomaban con otra puerta cerrada. —Tu secreto está a salvo.
—Y el tuyo también.
Al menos tenía la confirmación de que él conocía la verdadera identidad de
Rafe. Estaba agradecida que Griz lo hubiera cubierto, pero necesitábamos mucho
más.
Abrí la boca para pedir una última información, pero él se volvió bruscamente,
su codo deliberadamente me atrapó las costillas. Me doblé, cayendo sobre una
rodilla. Se inclinó, con un gruñido en la cara, pero su voz era baja y uniforme.
—Estamos siendo vigilados —susurró. —Vuelve a atacarme.
—¡Estúpido patán! —grité. —¡Mira hacia dónde vas!
—Así es —susurró. —Un pequeño consejo que puedo darte. Deberías ser
amiga de Aster. El erizo conoce todas las grietas del Santuario como cualquier
ratón —se enderezó y me miró. —¡Entonces mantente fuera de mi camino! —
bramó mientras se alejaba.
Un grupo de Gobernadores cercanos, se echó a reír. Miré por el patio y vi que
era Kaden quien nos estaba mirando. Se acercó y preguntó qué había querido Griz.
—Nada —respondí. —Solo gruñía y babeaba por el transporte de mercancías
como todos los demás.
—Con buena razón —respondió Kaden. —Podría ser el último por mucho
tiempo. Se acerca el invierno.
Lo hizo sonar como una puerta que se cierra de golpe. En Civica nunca hubo
una gran diferencia entre invierno y verano, algunos grados, vientos más fuertes,
mantos más pesado y lluvia. Pero no era suficiente para detener el comercio o el
tráfico.
Y según mis cálculos, el invierno todavía tenía al menos dos meses para llegar.
Recién estábamos entrando en otoño, la última floración del verano. Seguramente
el invierno no podría llegar antes a Venda que a Civica. Pero sentí el frío en el aire,
el cansado destello del sol, ya diferente al de ayer. Se acercaba el invierno. Ya
había suficientes puertas cerradas para mí, no podía dejar que esta también se
cerrara.
***
Seguí a Kaden a través de la plaza hasta una puerta que daba al Santuario. Me
estaba llevando al jehendra para conseguir ropa adecuada, como había ordenado
el Komizar. Me quedé cerca de él, temiendo tanto a las personas fuera de las
puertas como a las que estaban dentro. Fue una bendición mixta que el Komizar se
fuera. Me dio espacio para respirar; poco escapaba a su atención, pero también
significaba que estaba fuera de mi alcance.
Quería preguntarle a Kaden sobre Rafe, dónde estaba y cómo le había ido
toda la noche. Pero sabía que eso, solo lo haría dudar de mi declaración que no
quería tener nada que ver con el Emisario, y si Kaden sospechaba, el Komizar
también lo haría. Recé para que los guardias no le hubieran mostrado más a Rafe,
su disgusto por los cerdos Dalbreck. Tal vez después de la cena de anoche y las
frecuentes atenciones del Komizar hacia él, mostrarían más moderación.
Caminamos uno al lado del otro, pero noté una cojera ocasional en la marcha de
Kaden.
—Lamento lo de la pierna —le dije.
—Como dijiste, no hay reglas cuando se trata de supervivencia. Tus hermanos
te enseñaron bien.
Me tragué el tierno nudo en la garganta.
—Sí, lo hicieron.
—¿Te enseñaron a tirar el cuchillo también?
Casi me había olvidado de Finch y de mi casi blanco en su pecho. Kaden
obviamente no lo había hecho.
—Mis hermanos me enseñaron muchas cosas. Sobre todo solo por estar con
ellos, observando y absorbiendo.
—¿Qué más absorbiste?
—Supongo que tendrás que averiguarlo.
—No estoy seguro de que mis espinillas quieran saber.
Yo sonreí.
—Creo que tus espinillas están a salvo por ahora.
Se aclaró la garganta.
—Me disculpo por mi tono contigo esta mañana. Sé que estaba siendo...
—¿Arrogante?, Condescendiente?, Desdeñoso?
El asintió.
—Pero sabes que no me siento así por ti. Es un lenguaje que se ha convertido
en parte de mí después de tantos años. Especialmente ahora que estoy de vuelta
aquí. Yo…
—¿Por qué? ¿Alguna vez me vas a decir por qué odias tanto a la realeza?
¿Cuándo nunca has conocido a nadie más que a mí?
—He conocido a la nobleza, no a la realeza. No hay mucha diferencia.
—Por supuesto que sí —me burlé. —Un asesino en la corte codeándose con
señores y señoras todos los días. Nombra, nombres. Solo un noble que has
conocido.
—Por aquí —dijo, agarrando mi brazo para guiarme por un callejón, usando
nuestro giro repentino como una forma de evitar mi pregunta. Sospeché que su
respuesta fue que no sabía nada, pero no quería admitirlo. Odiaba a la realeza
porque todos los Vendans lo hacían. Se esperaba que lo hicieran. Especialmente
cierto poderoso Vendan.
—Para que lo sepas, Kaden, tu venerado líder planea matarme. Me lo dijo así.
Kaden sacudió la cabeza y levantó la bolsa de monedas que el Komizar le
había arrojado como si fuera evidencia de lo contrario.
—No te va a matar.
—Quizás solo me quiere bien vestida cuando este colgando del extremo de
una cuerda.
—El Komizar no ahorca a la gente. Él los decapita.
—Oh bien. Eso es un alivio. Gracias por aclarármelo.
—Él no te va a matar, Lia —repitió. —A menos que hagas algo estúpido —se
detuvo y agarró mi brazo. —No vas a hacer algo estúpido, ¿verdad?
Los transeúntes se detuvieron y nos observaron. Me di cuenta de que todos
reconocían al Asesino. Sabían quién era y le daban una distancia respetuosa.
Estudié a Kaden. Estúpido era todo cuestión de perspectiva.
—Solo estoy haciendo lo que me pediste. Seguir tu ejemplo y tratar de
convencer a otros de mi Don.
Se inclinó cerca, bajando la voz.
—Usa tus muestras con moderación, Lia, y nunca lo sostengas sobre la cabeza
del Komizar como hiciste con Griz y Finch. Sentirás la reacción si lo haces. Deja que
use tu Don como lo considere conveniente.
—¿Ayudarlo a perpetrar una farsa, quieres decir?
—Y repetiré tus propias palabras: No hay reglas cuando se trata de
supervivencia.
—¿Qué pasa si no es una farsa?
Su expresión se oscureció. Me di cuenta de que en todo nuestro tiempo a
través de Cam Lanteux. Nunca había admitido que realmente podría tener un Don,
ni siquiera cuando le advertí sobre la estampida de bisontes. Extrañamente, utilizó
el rumor de mi Don como excusa para mantenerme viva, sin admitir ninguna
creencia en el mismo.
—Simplemente haz lo que te pida —dijo Kaden finalmente.
Le ofrecí un asentimiento de mala gana y seguimos caminando. Era casi como
si tuviera un respeto más profundo por el Don, que Griz y Finch.
¿Era el poder potencial que tenía, que ni él, ni el Komizar podían controlar?
Dihara se reiría de la idea de usar el Don como el Komizar lo creyera conveniente.
Ella se había resistido cuando lo sugerí. El Don no puede ser convocado, es solo
eso, un Don, una forma delicada de conocer, una forma tan antigua como el
universo mismo. Un pequeño suspiro cubrió mis labios. Delicado. Oh, cómo
desearía que fuera una maza de púas pesadas que pudiera empuñar en su lugar.
Kaden continuó explicando que las amenazas del Komizar eran solo su forma
de establecer límites y poder conmigo. Un poco de respeto de mi parte podría ser
muy útil.
—¿Y su bolsa de monedas es un soborno? ¿Como el vino robado que les da a
los Gobernadores? ¿Está tratando de comprar mi respeto?
Kaden me miró de reojo.
—El Komizar no tiene necesidad de comprar nada. Ya deberías saber eso.
—La ropa que llevo está bien. Prefiero tu camisa y tus pantalones.
—Como yo, y mi guardarropa no es ilimitado. Además, nada es sobre ti, y si el
Komizar quiere que tengas ropa nueva, tendrás ropa nueva. No quieres insultar su
generosidad. Dijiste que querías entender mi mundo. El jehendra te abrirá los ojos
a más de eso.
¿Generosidad? Traté de no ahogarme. Pero Kaden tenía cierta ceguera cuando
se trataba del Komizar. O tal vez simplemente tenía la misma esperanza poco
realista, que Rafe tenía en su ejército de cuatro: Que juntos, contra viento y
marea, podrían corregir todo lo que estaba mal en su mundo.
Caminé junto a él, tragándome mi escepticismo sobre la generosidad del
Komizar porque entendiendo el mundo de Kaden, que incluía el jehendra, podría
ayudarme a salir de este lugar olvidado de Dios. Investigué sobre otras cosas.
—Dijo que eras la Fortaleza en su ausencia. ¿Qué significa eso?
—No mucho. Si se debe tomar una decisión mientras él no está, me
corresponde a mí.
—Eso suena como un trabajo importante.
—No usualmente. El Komizar mantiene un estricto control sobre los asuntos
que conciernen a Venda. Pero a veces un caudillo no puede resolver una disputa, o
se debe enviar una patrulla.
—¿Puedes dar órdenes para levantar el puente?
—Solo si es necesario. Y no será necesario —la lealtad a Venda era gruesa en
su tono.
Caminamos en silencio, y vi su ciudad, el zumbido llenando mis oídos. Era el
sonido de miles de personas aprisionadas demasiado cerca, un creciente
estruendo de tareas hechas con urgencia. Los ojos nos recorrieron desde las
puertas y las casuchas remendadas. Sentí las miradas en nuestras espaldas, mucho
después de que pasáramos. Estaba segura de que de alguna manera sabían que
era un extraña.
Cuando el callejón se estrechó, los vendans que viajaban en la dirección
opuesta tuvieron que pasar a nuestro lado y los huesos de sus cinturones
golpearon contra las paredes de piedra. La gente parecía abarrotar cada
centímetro de esta ciudad interminable.
Las historias de que se criaban como conejos, no parecían descabelladas. El
callejón finalmente se abrió a una calle más ancha que zumbaba con más gente.
Las altas estructuras circundantes bloqueaban el sol, y las destartaladas cabañas se
balanceaban precariamente sobre sus repisas.
La ciudad estaba tejida con una trama y urdimbre que desafiaba la razón. A
veces, solo una pared de lona que temblando en el viento definía un espacio vital.
La gente vivía donde podía, desbordando calles oscuras y llenas de humo,
cortando un espacio para llamar hogar.
Los niños nos siguieron, ofreciendo tortas de excremento de caballos para
hacer fuegos, amuletos colgados de cuero, o ratones que se retorcían en los
bolsillos. ¿Ratones como mascotas? ¿Alguien pagaría realmente por tal cosa? Pero
cuando un niño pequeño lo describió como gordo y carnoso, me di cuenta de que
no se vendían para mascotas.
Caminamos por al menos una milla antes de llegar a un gran mercado abierto.
Este era el jehendra. Era el espacio abierto más amplio, que había visto en la
ciudad hasta ahora, tan grande como tres campos de torneos. Solo unas pocas
estructuras permanentes lo llenaban. El resto estaban cosidos juntos, como una
colorida colcha. Algunos puestos no eran más que una caja volcada para vender las
baratijas más pequeñas. Las campanas, los tambores y las cuerdas de una zitara
rasgueaban el aire en un ritmo estruendoso, que combinaba con la ciudad.
Pasamos por un puesto con corderos desollados que colgaban de anzuelos, y que
las moscas saboreaban primero. Un poco más abajo, se colocaban en mantas, ollas
de barro poco profundas, llenas de hierbas en polvo, y las mujeres ofrecían un
pellizco gratis para atraernos.
Cruzando el pasillo, las carpas de tres lados mostraban montones de ropa,
algunas de ellas, raídas y rotas. Otros puestos tenían telas recién tejidas que
parecían rivalizar con las traídas en los vagones de Previzi. Las jaulas de palomas
calvas escuálidas, arrullaban a través de caminos sucios, hasta corrales de lechones
rosados frescos. Vi hileras de hileras tras hileras, desde comida hasta cerámica, y
tiendas más oscuras en las estructuras permanentes, que ofrecían placeres
invisibles detrás de las cortinas. En contraste con esta ciudad pintada de hollín y
cansancio, el jehendra estaba lleno de color y vida. Aunque no dijo nada, sentí a
Kaden estudiándome cuando me detuve en los puestos y examiné los productos.
¿Temía que usara la palabra bárbaro con el mismo disgusto que había cruzado
el Cam Lanteux?.
Algunas de las ofrendas eran los esfuerzos más humildes, trapos retorcidos en
muñecas o bolas de grasa retenida atadas con las entrañas de los animales. Estuve
tentada de gastar las monedas del Komizar en todo tipo de cosas, además de la
ropa, y era difícil alejarse cuando las caras serias tenían la esperanza de que
compraría sus productos. Atravesé un puesto de talismanes.
Las piedras azules planas con incrustaciones de estrellas blancas parecían ser
el diseño favorito, a veces con una salpicadura de piedra roja, sangrando desde el
centro, y me preguntaba si volvía a la historia del ángel Aster.
Recordé lo que Kaden había dicho, que lo único que a Venda no le faltaba era
roca y metal. Al menos algunos Vendans tampoco parecían ser cortos de memoria.
Puede que sus historias de la historia, no fueran exactas, pero al menos las tenían,
y algunos, como estos artesanos, las veneraban lo suficiente, como para convertir
las joyas de moda en recuerdos.
Esa era una cosa que no había escuchado esta mañana en Venda, el canto de
recuerdos que siempre saludaban a las mañanas en todo Morrighan. Nunca pensé
que los extrañaría, pero tal vez solo extrañé a quienes los cantaron: Pauline, Berdi,
mis hermanos.
Incluso mi padre nunca se perdía los recuerdos matutinos, cantando las
bravuconadas de Morrighan y la firmeza del Remanente elegido. Pasé el pulgar por
el amuleto, la estrella incrustada era un recuerdo tan cuidadosamente forjado,
como cualquier nota musical.
—Aquí —dijo Kaden, y le lanzó una moneda al comerciante. —Ella tomará ese.
El comerciante me puso el talismán alrededor del cuello.
—Sabía que lo tomarías —me susurró al oído. Dio un paso atrás, su mirada
fija en la mía. Su forma me puso nerviosa, pero tal vez era la manera de ser
familiares de los comerciantes de Venda.
—Úselo con buena salud —dijo.
—Lo haré. Gracias.
Continuamos por el camino, Kaden liderando la ruta, hasta que llegamos a
varias carpas seguidas, con ropa y telas colgando de los postes.
—Uno de esos debería tener algo para ti —dijo. —Voy a esperar aquí.
Se sentó en el extremo de un carro vacío y cruzó los brazos, señalando hacia
las tiendas. Pasé junto a ellas con indiferencia, sin saber a cuál entrar,
especialmente porque no tenía interés en encontrar algo “Adecuado” para usar.
Los examiné a distancia, sin comprometerme a entrar en ninguno de ellos,
pero luego escuché una pequeña voz.
—¡Miz! ¡Miz!
Desde la oscuridad de una tienda una mano se extendió y agarró la mía,
empujándome hacia adentro. Contuve el aliento, pero vi que era Aster. Le
pregunté qué estaba haciendo aquí, y dijo que esta era la tienda de su bapa.
—No es su tienda propiamente dicha, pero a veces trabaja aquí. Levanta cosas
demasiado pesadas para Effiera. Sin embargo, hoy no, porque está enfermo, así
que me envió, pero Effiera no cree que alguien de mi tamaño...
Aster se tapó la boca con la mano.
—Lo siento, Miz. Ahí voy de nuevo. No importa por qué estoy aquí. ¿Por qué
estás aquí?
Debido a que me metieron en tu tienda, quise provocar, pero sabía que Aster
era cohibida y no quería aumentar su inseguridad.
—El Komizar dice que necesito ropa adecuada.
Sus ojos se agrandaron, como si el propio Komizar estuviera parado allí, y en el
mismo instante, una mujer rechoncha se metió en el centro de la tienda desde
detrás de una cortina que se extendía a su espalda.
—Viniste al lugar correcto, entonces. Sé exactamente lo que le gusta. Yo
tengo…
Me enderecé de inmediato. Yo no era una de las “visitantes especiales” del
Komizar. Aster ofreció con entusiasmo más detalles sobre quién era yo.
—¡Ella acaba de llegar!. Es una princesa. Ella vino de una tierra lejana, y se
llama Jezelia, pero...
—¡Silencio, niña! —la mujer me miró, masticando algo metido dentro de su
mejilla, y me preguntaba si me lo iba a escupir, ahora que ella sabía que venía del
otro lado. Me estudió por un largo rato. —Creo que tengo justo lo que necesitas.
Juzgó mis medidas con ojo experto y dijo que regresaría en breve.
Mientras tanto, le ordenó a Aster que me hiciera compañía. Tan pronto como
Effiera se fue, Aster apretó su cabeza a través de una ranura en el costado de la
tienda y dejó escapar un silbido ensordecedor. En segundos, dos niños delgados
como un hueso más pequeños que Aster se deslizaron a través de la aleta. Al igual
que Aster, tenían el pelo corto hasta el cuero cabelludo, y no estaba segura de si
eran niños o niñas, pero sus ojos estaban muy abiertos y hambrientos. Aster
presentó al más pequeño como Yvet, y el otro era un niño, llamado Zekiah.
Noté que le faltaba la punta del dedo índice en su mano izquierda. El muñón
estaba rojo e hinchado, como si la lesión hubiera ocurrido recientemente, y se lo
frotó inconscientemente con la otra mano. Al principio eran demasiado tímidos
para hablar, pero luego Yvet preguntó con voz temblorosa si realmente había
estado en otras tierras, como afirmaba Aster.
Aster me miró con ojos expectantes como si su reputación estuviera en juego.
—Sí, lo que dice Aster es cierto —dije. —¿Te gustaría saber de ellos?
Asintieron ansiosamente, y todos nos sentamos en la alfombra, en el medio
de la tienda. Les conté sobre ciudades olvidadas en medio de la nada, sabanas de
hierba de cobre que se extendían tan anchas como un mar, ruinas relucientes que
brillaban por millas, prados altos en las montañas donde las estrellas estaban tan
cerca, que podrías tocar sus colas brillantes, y una anciana que hacía girar las
estrellas en el hilo de una gran rueca.
Les hablé de animales barbudos con cabezas como yunques que cabalgaban
juntos en grupos más numerosos que los guijarros en un río, y de una misteriosa
ciudad en ruinas, donde manantiales fluían con agua tan dulce como el néctar, las
calles relucían de oro y los Antiguos aún lanzaban su magia.
—¿Es de allí de dónde eres? —preguntó Yvet.
La miré, sin saber cómo responder. De donde era. Curiosamente, no fue Civica
lo que me vino a la mente.
—No —finalmente susurré. Y luego les conté sobre Terravin. —Érase una vez
—dije, convirtiéndolo en una historia tan distante y remota como se sentía ahora,
—Había una princesa que se llamaba Arabella. Tuvo que huir de un terrible dragón
que la perseguía, con la intención de hacerla su desayuno. Corrió a un pueblo que
le ofreció protección —les conté de la bahía tan brillante como zafiros, del pez
plateado que saltó a mis redes, de una mujer que revolvía ollas de estofado sin
fondo y cabañas tejidas con arcoíris y flores, una tierra tan mágica como cualquier
princesa podría soñar. Pero entonces el dragón la encontró de nuevo y ella tuvo
que irse.
—¿Volverá la princesa alguna vez? —preguntó una nueva voz. Miré a mi
izquierda, sorprendida. Cuatro niños más se habían deslizado, y se arrodillaban a la
entrada de la tienda.
—Creo que lo intentará —respondí.
Effiera entró por la espalda, aplaudió y los espantó.
—Aquí vamos —dijo, y me volví para ver a tres mujeres más de pie en la parte
trasera de la tienda, sus brazos apilados con telas.
Entre ellos había cueros suaves de todos los tonos: Bronceados, marrones y
leonados, y algunos teñidos de morados, verdes y rojos. Otra mujer sostenía
accesorios como cinturones, bufandas y vainas en sus brazos.
Mi corazón latía con fuerza y no estaba segura de por qué, pero entonces lo
supe, incluso antes de que los desplegaran. Ropa bárbara. Estos no eran como los
que usaba Calantha, hechos de telas ligeras y delicadas, traídas en caravanas de
Previzi.
Miré a Effiera con incertidumbre. Su expresión era resuelta. Estaba segura de
que no era lo que el Komizar tenía en mente, pero de alguna manera estas telas
parecían correctas. Era la misma sensación extraña que había sentido la primera
vez que doblé la curva, y vi Terravin. Un sentimiento de rectitud. La ropa, por
supuesto, no era lo mismo que un hogar, me recordé.
—Todo lo que necesito es algo simple, pantalones y camisas. Ropa con la que
pueda estar —dije.
—Y eso que tendrás, y un simple cambio de ropa también —respondió Effiera,
y con un rápido movimiento de su mano, las mujeres se movieron, un torbellino de
movimiento, y comenzaron a medir y fijar un atuendo básico para montar.
***
Rafe
Kaden
Me abrí paso entre las tropas, que estaban tranquilas riéndose al final de
Corpse Call, felices de ser relevadas de las tareas del mediodía. Algunos de los
soldados me llamaron y me dieron la bienvenida a casa. A la mayoría de ellos no
los conocía, porque me había ido más, de lo que estaba aquí, pero todos me
conocían. Todos querían saber, o conocer, al Asesino.
—Escuché que trajiste un premio a casa —dijo uno.
La generosidad de la guerra. Recordé haber llamado a Lia el premio del
Komizar, cuando Eben intentó cortarle el cuello. Lo dije sin pensar, porque era
verdad. Toda la recompensa pertenecía al Komizar para distribuir o usar por el
mayor beneficio para Venda. No era mi lugar interrogarlo cuando dijo: Decidiré la
mejor manera de usarla. Sin duda, no era solo yo quien le debía una gran deuda,
sino toda Venda. Nos dio a todos algo, que no habíamos tenido antes de él.
Esperanza. Seguí caminando, asintiendo; Estos eran mis camaradas después de
todo. Teníamos una causa común, una hermandad. Lealtad por encima de todo.
Algunos de los hombres con los que me crucé, habían sufrido mucho de una forma
u otra, algunos incluso más que yo, aunque llevaba la prueba cicatrizada en el
pecho y la espalda. Algunos comentarios groseros de soldados podía ignorarlos.
Mira aquí.
Otra llamada de algún lugar de la multitud.
El asesino. Sin duda débil por luchar con su pequeña paloma por todo el Cam
Lanteux.
Me detuve y contemplé a un grupo de tres soldados, aún con una sonrisa en
sus caras. Los miré hasta que sus pies se movieron, y sus sonrisas se
desvanecieron.
—Tres de sus camaradas están a punto de morir. Ahora no es momento de
reír por los prisioneros.
Se miraron el uno al otro, sus rostros pálidos, luego se fundieron con la
multitud detrás de ellos. Me alejé, mis botas rechinando en el suelo húmedo.
El Corpse Call era una loma al final del barrio de Tomack. Los campos de
entrenamiento se extendían en un valle bajo, más allá, escondidos por la espesura
de los bosques. Hace once años, cuando el Komizar llegó al poder, no había
soldados preparados, ni campos de entrenamiento, ni silos para almacenar los
diezmos de grano, ni armerías para forjar armas, ni establos de cría.
Solo había guerreros que aprendían su oficio de un padre, si tenían uno, y si
no lo tenían, la pasión bruta los guiaba. Solo los herreros del barrio local hacían
espadas y hachas, para las pocas familias que podían pagarlas.
El Komizar había hecho lo que nadie antes había hecho: Obligar a los
Gobernadores a dar diezmos más grandes, quienes a su vez cobraban mayores
diezmos a los señores de los barrios en sus propias provincias.
Si bien Venda era pobre en campos y juegos, era rica en hambre. Golpeó su
poderoso mensaje como un tambor de guerra, calculando los días, meses y años
hasta que Venda fuera más fuerte que el enemigo.
Lo suficientemente fuerte como para que cada barriga estuviese llena, y nada,
especialmente tres soldados cobardes, que habían traicionado su juramento, y
huyeron de su deber, se les permitiera socavar por lo que todos los Vendans
habían trabajado, y sacrificado. Recorrí el corto sendero que conducía a la cima de
la colina, de ida y vuelta hasta llegar a los Chievdars que me esperaban. Asintieron
a un centinela, que tocó la bocina de carnero, tres largos balidos que se oyeron en
el aire húmedo.
Las tropas de abajo se callaron. Escuché los sollozos de un prisionero. Los tres
estaban de rodillas en los bloques de madera delante de ellos, sus manos atadas
detrás, capuchas negras cubriendo sus cabezas como si fueran demasiado
repulsivas, para mirarlas por mucho tiempo. Estaban alineados en la cima de la
colina, a la vista de todos los que observaban desde abajo.
Un verdugo estaba de pie cerca de cada uno, y las hachas curvas y pulidas,
apretadas en sus manos, brillaban al sol.
—Quiten sus capuchas —ordené.
El prisionero sollozante, gritó cuando le quitaron la capucha. Los otros dos
parpadearon como si no entendieran por qué estaban allí.
Sus expresiones se torcieron con confusión.
Asegúrate que sufran.
Los miré fijamente. Sus narices no se ajustaban del todo a sus rostros y sus
delgados y temblorosos pechos, aún no se habían ensanchado.
—¿Seguimos? —preguntó el Chievdar más cercano. Era mi trabajo como la
Fortaleza, hacer avanzar la ejecución. Me acerqué y me paré frente a ellos.
Levantaron la barbilla, lo suficientemente sabios como para tener miedo, más
sabios aún, para no pedir piedad.
—Se le acusa de desertar, de abandonar su deber, sus postas, y traicionar su
juramento de proteger a sus camaradas. Los cinco que dejaron atrás murieron. Les
pregunto a cada uno de ustedes, ¿cometieron estos crímenes?
El que había sollozado, estalló en angustiados lamentos. Los otros dos
asintieron, con la boca entreabierta. Ninguno de los tres tenía más de quince años.
—Sí —cada uno dijo obedientemente, incluso a través de su terror.
Me volví hacia los soldados de abajo.
—¿Qué dicen ustedes, camaradas?. ¿Sí o no?.
Un estruendo unánime tan espeso como la noche rodó en el aire. El peso de la
sola palabra presionó mis hombros, pesado y final. Ninguno de estos tres había
visto una navaja en su rostro.
—Sí.
Todos los hombres que esperaban abajo necesitaban creer que sus camaradas
estarían allí para él, que ningún miedo o impulso lo disuadiría de cumplir con su
deber.
Uno de los cinco que murieron pudo haber sido su hermano, su padre, su
amigo. Era en este punto que el Komizar, o la Fortaleza, podría haber cortado una
línea, no demasiado profunda, en la garganta de ellos.
Lo suficiente para ahogarse con su propia sangre, extraer su miseria y hacer
que los otros prisioneros se estremecieran de miedo, lo suficientemente profunda
como para registrarla en la memoria de todos los testigos a continuación. Los
traidores no reciben piedad.
El Chievdar sacó su cuchillo y me lo ofreció. Miré el cuchillo, miré a los
soldados de abajo.
Si no habían visto suficiente miseria hasta ahora, tendrían que encontrarla en
otro lado.
Me volví hacia los soldados condenados.
—Que los dioses les muestren misericordia.
Y con un simple asentimiento, antes de que el Chievdar pudiera protestar por
el final rápido, las cuchillas cayeron y sus sollozos cesaron.
Capítulo 19
Me senté en la pared mirando las delgadas nubes grises, extrañas para mí,
como todo lo demás en esta ciudad oscura. Rayaron los cielos como garras
gigantes dibujadas sobre la carne, y el rosa del crepúsculo sangraba entre ellas.
Los guardias debajo de mí, ya se habían acostumbrado, a donde estaba
sentada en la pared. No había podido volver a la trampilla en el armario de la
cámara, y tuve que arriesgarme a volver a entrar por la ventana ya que la puerta
estaba cerrada.
Casi había llegado a la cornisa cuando los guardias me vieron. Inmediatamente
me senté en la pared, haciendo que pareciera que era mi destino y que acababa de
salir por mi ventana.
Sus gritos no me habían disuadido, y una vez que se aseguraron que escapar
no era parte de mi plan, toleraron mi tambaleante lugar de refugio. En verdad, no
quería volver a entrar. Me dije que necesitaba aire para limpiar el humo y el azufre
de mis fosas nasales.
Parecía aferrarse a cada poro de mi cuerpo, enfermizo y picante. Había algo
en los hombres extraños en las cavernas, que me dejaba mareada y débil.
Recordé a Walther diciendo que yo era la más fuerte de nosotros.
No me sentía fuerte, y si lo era, ya no quería seguir siéndolo. Yo quería irme.
Ya había sido suficiente. Yo quería a Terravin. Quería Pauline y Berdi y estofado de
pescado. Quería cualquier cosa menos esto. Quería recuperar mis sueños. Quería
que Rafe fuera un granjero y que Walther estuviera... Mi pecho dio un salto, y me
atraganté con lo que estaba tratando de soltar. Algo se avecina. Y ahora, con estos
extraños hombres eruditos en la caverna, estaba segura.
Sentí las piezas sueltas flotando fuera de mi alcance: la Canción de Venda. El
Canciller y el Erudito real escondiendo libros, y enviando a un cazarrecompensas a
matarme sin el beneficio de un juicio. Y luego estaba la kavah en mi hombro que
se negaba a desvanecerse.
Algo se había estado agitando, mucho antes que corriera el día de mi boda.
Recordé el viento ese día que me preparé para la boda. Ráfagas frías golpeando
contra la ciudadela, susurrando advertencias en los pasillos con corrientes de aire.
Estaba en el aire incluso entonces. Las verdades del mundo deseaban ser
conocidas. Pero fue mucho más de lo que había creído. El antes y después de mi
vida, se dividieron en dos ese día, en formas que nunca podía haber imaginado.
Me dolía la cabeza con preguntas.
Cerré los ojos, buscando el Don que acababa de recibir. La sensación cuando
crucé el Cam Lanteux. Dihara me había advertido que los Dones que no habían
sido alimentados, se marchitaban y morían, pero era difícil alimentar algo aquí.
Aun así, mantuve los ojos cerrados y busqué ese lugar de conocimiento. Forcé
mis manos a relajarse en mis costados, forcé la tensión de mis hombros, me
concentré en la luz detrás de mis párpados y escuché a Dihara nuevamente. Es el
lenguaje del saber, niña. Confía en la fuerza dentro de ti.
Me sentí a la deriva hacia algo familiar, escuché el roce de la hierba en el
prado, el gorgoteo de un río, percibí el aroma del trébol en una pradera, sentí que
el viento levantaba mi cabello, y luego escuché una canción, tranquila y distante,
tan delicada como una brisa de medianoche. Una voz que necesitaba
desesperadamente escuchar. Pauline. Escuché a Pauline decir los recuerdos.
Levanté mi voz con la de ella y canté las palabras del Texto Sagrado de la niña
Morrighan, mientras cruzaba el desierto.
Presioné dos dedos contra mis labios, los sostuve allí para hacer que el
momento se extendiera tanto como el universo, y los alcé al cielo.
—Y así será —dije suavemente, —Para siempre.
Cuando abrí los ojos, vi un pequeño grupo reunido debajo de mí, escuchando.
Dos de ellas eran chicas solo un poco más jóvenes que yo, y buscaron en el
cielo donde había liberado mis oraciones, sus expresiones serias.
Alcé la vista nuevamente, escaneando los cielos, y me pregunté si mis palabras
ya se habían perdido entre las estrellas.
Capítulo 21
Pauline
Tres días y dos notas después, Gwyneth aún no había recibido una respuesta
del Canciller.
Ella me había convencido de que, aunque no me gustara, ni confiara en el
Canciller, o en el Erudito real, después de su tratamiento para con Lia, eso también
los hacía los perfectos para que Gwyneth los buscara.
Serían los más propensos a tener secretos sobre ella y, lo que era más
importante, estarían interesados en obtener información sobre ella.
Eran los jugadores desconocidos de los que teníamos que preocuparnos, y en
el momento actual, eso incluía a casi todos.
—¿Qué diferencia hace, en quién podemos confiar o no, además del Rey? —
Porque alguien intentó cortarle el cuello a Lia, cuando estaba en Terravin.
Me senté allí incrédula cuando Gwyneth me lo dijo. Lia había explicado la
herida en su garganta como un tropiezo por las escaleras, mientras ella llevaba una
carga de leña. Me entristeció lo mucho que me había protegido Lia, durante esos
días, justo después de la muerte de Mikael. Estaba tan envuelta en mi propia
miseria, que no había estado allí para ella. Esto arrojó una nueva luz. Siempre
traían a los traidores a juicio, y ciertamente la hija del rey, sobre todo, recibiría esa
pequeña cantidad de justicia. Alguien la quería muerta sin el beneficio de una
audiencia judicial. Miré a toda la corte y el gabinete, ahora con nuevos ojos.
La tercera nota de Gwyneth al Canciller, enviada temprano esta mañana, fue
respondida de inmediato, con un acuerdo para reunirse a media tarde. En esta
nota, ella dijo que tenía noticias de la Princesa Arabella.
Me senté en un rincón oscuro del pub donde nadie me notaría, aunque a esta
hora, el pub estaba vacío, excepto por dos clientes al otro lado de la habitación. La
capucha ensombrecía mi rostro, y hasta el último mechón de mi cabello rubio
estaba cuidadosamente escondido. Me senté frente a la puerta y sorbí lentamente
una taza de caldo caliente. Gwyneth se sentó en una mesa bien iluminada en el
centro de la habitación. Solo debía revelarme si ella me daba una señal, y teníamos
que recurrir a nuestro segundo plan: Enfrentarme al Canciller. Estaba segura de
que ella no señalaría. Estaba consternada de que yo hubiera venido, pero no lo
habría hecho de otra manera. Ella me acusó de no confiar en ella, y tal vez la
revelación de que había sido espía alguna vez, me detuvo, pero sobre todo tenía
miedo de dejar pasar un solo momento en que pudiera ayudar a Lia.
Vino solo, sin séquito, ni guardia para escoltarlo. Observé que él se acercó por
la ventana del pub y asintió con la cabeza a Gwyneth. Parecía no estar ni un poco
nerviosa, pero estaba llegando a comprender, que Gwyneth era, en muchos
sentidos como Lia.
Ella ocultaba sus miedos debajo de una chapa de acero practicada, pero sus
miedos estaban allí, tan seguros e inestables, como mis manos temblorosas en mi
regazo.
Cruzó la habitación y se sentó frente a Gwyneth. Su capa era simple, y no
llevaba nada de la joyería habitual en sus dedos. Por una vez, no quería que lo
notaran. Se acomodó en su silla y la miró sin decir una palabra.
Ella hizo lo mismo. Tenía una visión clara de los dos.
El silencio fue largo e incómodo, y contuve el aliento esperando que uno de
ellos hablara, pero ninguno parecía inquieto por el silencio. Finalmente, el
Canciller habló en un tono extrañamente familiar, haciendo que mi piel se erizara.
—Te ves bien —dijo.
—Lo estoy.
—¿Y el niño?
Los labios de Gwyneth se tensaron en línea recta.
—Muerto —respondió ella.
Él asintió y se recostó en su silla, exhalando un largo suspiro, como aliviado.
—Igual de bien.
Su frescura se volvió gélida, y una sola ceja se arqueó hacia arriba.
—Sí. Fue lo mejor.
—Han pasado años —dijo. —¿De repente tienes información de nuevo?
—Necesito fondos.
—Veamos si tu información vale algo.
—La Princesa Arabella ha sido secuestrada.
Él rió.
—Tendrás que hacerlo mejor que eso. Mis fuentes dicen que está muerta. Ella
se encontró con un desafortunado accidente.
La taza se deslizó en mi mano y el caldo se derramó sobre la mesa. Gwyneth
levantó los ojos para ignorarme.
—Entonces tus fuentes están equivocadas —dijo. —Fue tomada prisionera
por un asesino de Venda. Dijo que la llevaría a su reino, con qué propósito, no lo
sé.
—Todos saben que Venda no toma prisioneros. Te estás resbalando, Gwyneth.
Creo que hemos terminado aquí —se apartó de la mesa y se levantó para irse.
—Se esto de primera mano, por su asistente, Pauline —Gwyneth rápidamente
añadío. —Ella fue testigo del secuestro.
El Canciller se detuvo a medio paso.
—¿Pauline? —se sentó de nuevo. —¿Dónde está ella?
Tragué saliva, bajando la cabeza.
—Está escondida —dijo Gwyneth, —en algún lugar del norte del país. Era un
ratoncito asustado, pero me dio hasta su última moneda para que viniera aquí, y
suplicara ayuda para la Princesa Arabella. Ella me dijo que fuera al Viceregente,
pero en vez de eso, acudí a ti, ya que tenemos un historial. Pensé que podría
obtener una recompensa más favorable de ti. Pauline prometió que obtendría una
amplia recompensa por mis dificultades. Estoy segura que el Rey y la Reina quieren
desesperadamente a la princesa de vuelta, independientemente de su
indiscreción.
Él la miró fijamente, la misma expresión severa que lo vi usar deambulando
por la ciudadela, pero ahora se intensificó, como si estuviera calculando la
veracidad de cada palabra que Gwyneth pronunciaba.
Finalmente metió la mano dentro de su capa y arrojó una pequeña bolsa
sobre la mesa.
—Hablaré con el Rey, y la Reina. No se lo menciones a nadie más.
Gwyneth extendió la mano y tomó la bolsa en la mano como si la pesara,
luego sonrió.
—Tienes mi silencio.
—Es bueno trabajar contigo otra vez, Gwyneth. ¿Dónde dijiste que te estabas
quedando?.
—No lo dije.
Se inclinó hacia delante.
—Solo pregunto porque podría ayudarte con comodidades más confortables.
Como antes.
—Muy generoso de tu parte. Déjame saber lo que el rey y la reina tienen que
decir, y luego discutiremos mis comodidades.
Ella sonrió, agitó las pestañas, inclinó la cabeza como yo la había visto hacer
con innumerables clientes de la taberna y luego, cuando él se fue, se recostó y un
brillo ceroso de sudor iluminó su rostro. Levantó la mano y se limpió los mechones
de cabello húmedo de la frente.
Camine hacia ella.
—¿Estás bien?
Ella asintió, pero claramente estaba conmocionada.
Desde el momento en que mencionó al niño, había visto todo acerca de
Gwyneth cada vez más claro.
—¿Tuviste un bebé con el Canciller? —le pregunté.
La furia barrió sus ojos.
—Nació muerto —dijo bruscamente.
—Pero, Gwyneth…
—¡Muerto, dije!. Déjalo, Pauline.
Podía decir y fingir lo que quisiera, pero aún sabía la verdad. Desconfiaba
tanto del Canciller que ni siquiera le contaría sobre su propio hijo.
***
Detrás de mí, Aster, Yvet y Zekiah, presentaron la ropa pieza por pieza. Me
dijeron que no mirara hasta que estuvieran listos. Fue fácil para mí no mirar
porque mi mente todavía estaba ocupada en otra parte. No podía sacudir la
pesadez en el pecho.
Parecía que todos y todo lo que encontré estaba mezclado con engaño, desde
Rafe y Kaden, hasta el Canciller y el Erudito real, incluso mi propia madre, y en el
Santuario había hombres extraños escondidos en las cavernas que claramente no
pertenecían aquí.
¿Era algo lo que parecía ser?. Miré por la ventana, observando los pájaros
volar a sus nidos, para posarse. La armadura de piedra escamosa de un monstruo
se detuvo, y su espalda irregular se recortó contra un horizonte oscuro. La tristeza
de la noche cayó sobre una ya sombría ciudad. Hubo un tirón en mis pantalones, e
Yvet me dijo que fuera a mirar. Me sequé los ojos y me di vuelta. Yvet se alejó
corriendo para ponerse entre Aster y Zekiah, los tres con la espalda recta, como
soldados orgullosos.
—¿Qué pasa, Miz? Tus mejillas son como manchas rojas.
Sus rostros me detuvieron, inocencia y expectativa, manchas y migas de pan,
hambre y esperanza. Al menos había encontrado algo real y verdadero en esta
ciudad.
—¿Miz?
Me pellizqué las mejillas y sonreí.
—Estoy bien, Aster.
Ella levantó las cejas y miró hacia la cama. Mi mirada saltó de la cama, al
barril, al baúl, a la silla. Sacudí mi cabeza.
—Esto no es lo que compré hoy.
—¡Claro que lo es! Mira allí mismo en la silla. Camisas y pantalones para
montar, tal como pediste.
—¿Qué hay de todo lo demás? Es demasiado. Las pocas monedas que di...
Aster y Zekiah me agarraron de las manos y me arrastraron por la habitación
hasta la cama.
—Effiera, Maizel, Ursula y un grupo de las otras, trabajaron todo el día para
tenerlos listos para ti.
Un aleteo atravesó mi pecho, y me agaché para tocar uno de los vestidos. No
eran lujosos, y no estaban hecho de telas finas, sino todo lo contrario.
Estaban cosidos con retazos, trozos de pieles suaves, teñidas en los verdes
apagados, rojos y marrones profundos del bosque, tiras de pelo, bordes irregulares
colgando sueltos, algunos hasta el suelo.
Tragué. Eran decididamente Vendan, pero también eran otra cosa. Aster rio.
—A ella le gustan —dijo a los demás.
Asentí, todavía confundida.
—Sí, Aster —susurré. —Mucho.
Me arrodillé para estar a la altura de Yvet y Zekiah.
—¿Pero.. Por qué?
Los ojos pálidos de Yvet eran amplios y llorosos.
—A Effiera le gustó tu nombre. Dijo que cualquiera con un nombre tan bonito
como ese, merecía ropa bonita.
Aster y Zekiah lanzaron una mirada preocupada sobre la cabeza de Yvet.
Estreché mis ojos, uno, luego el otro.
—¿Y?
—El viejo Elder Haragru tuvo un sueño hace mucho tiempo cuando todavía
tenía un diente aquí —Aster dijo, tirando de su diente frontal. —Y no ha dejado de
mencionarlo desde entonces. No tiene mucha razón en la cabeza, con todos sus
años acumulados, pero Effiera dice que describió a alguien como tú, que vendría
de muy lejos. Alguien que debería llevar puesto...
Zekiah reaccionó, metió la mano detrás de Yvet y apretó a Aster, que echó los
hombros hacia atrás y se contuvo.
—Es solo una historia —dijo.
—Pero al viejo Elder Haragru le gusta contarla una y otra vez. Ya sabes.
Aster meneó su cabeza y puso los ojos en blanco...
Me puse de pie y me mordí el labio inferior.
—No tengo forma de pagarle a Effiera por toda esta ropa. Tendré que
enviarlos de vuelta contigo...
—Oh no. No, no, no. Estos no pueden regresar —dijo Aster, —trabajaron
hasta el cansancio. Effiera dijo que eran un regalo. Eso es todo. No le debes nada
más que un beso al viento. Y ella estaría muy lastimada si no te gustaran. Dolorida.
Todas trabajaron de verdad...
—Aster, detente. No es la ropa. Son hermosos. Pero... —miré sus caras
cayendo en picado de la euforia a la decepción, e imaginé las caras de Effiera y las
otras costureras haciendo lo mismo, si las rechazaba. Levanté mis manos en señal
de rendición. —No te preocupes. La ropa se quedará.
Sus sonrisas volvieron. Miré la exhibición que cubría cada superficie libre en la
habitación. Una por una levanté las prendas, pasé los dedos por la tela y el pelaje,
la cadena y el cinturón, la puntada y el dobladillo. No solo eran hermosas, se
sentían bien, y ni siquiera estaba segura de por qué.
Volví a la primera que había visto, cosida de retazos de cuero. Tenía una
manga larga y el otro hombro y brazo quedaron desnudos.
—Usaré este esta noche —dije.
***
Rafe
—Ponte las botas, Emisario. El Komizar dice que tengo que alimentarte.
Los dos, solos en mi habitación por fin, y mis manos estando libres. Era la
oportunidad con la que había soñado todas las noches mientras cruzaba el Cam
Lanteux. Lo miré sin moverme. Podría estar sobre él, incluso antes de que tuviera
la oportunidad de sacar el arma a su lado.
Kaden sonrió.
—Asumiendo que incluso pudieras desarmarme, ¿valdría la pena?. Piensa
cuidadosamente. Soy todo lo que se interpone entre Lia y Malich, y cien más como
él. No olvides dónde estás.
—Parece que tienes poco respeto por tus compatriotas —me encogí de
hombros. —Pues entonces, yo también.
Se acercó más.
—Malich es un buen soldado, pero tiende a guardar rencor cuando alguien
saca lo peor de él. Especialmente alguien de la mitad de su tamaño. Entonces, si te
importa...
Agarré mis botas y me senté.
—No tengo ningún interés en la chica.
Una bocanada de aire sacudió su pecho.
—Claro que no.
Se acercó a la mesa y recogió la copa de la que Lia había bebido antes. Pasó el
pulgar por el borde manchado, me miró y luego volvió a colocarlo.
—Si no tienes interés, entonces no tenemos un puntaje que liquidar,
¿verdad?. Solo estás aquí ocupándote de los asuntos de tu príncipe.
Tiré de los cordones de cuero de mi bota. Era difícil creer que habíamos
compartido el mismo granero durante la mitad del verano. Entonces no sabía
cómo habíamos logrado no matarnos, porque siempre había habido tensión entre
nosotros, incluso desde nuestro primer apretón de manos en la bomba de agua.
Sigue tu instinto. Sven siempre me decía. Cómo deseaba haberlo hecho. En lugar
de interrumpir un baile, debería haber cortado su...
—Chimentra. Es una palabra que le puede resultar útil —dijo. —No hay nada
igual en los idiomas Morrighese o Dalbretch. Sus idiomas son esencialmente los
mismos, un reino surgió del otro. Nuestro reino tuvo que luchar por todo lo que
tenemos, a veces incluso por nuestras palabras. Proviene de Lady Venda y una
historia que contó de una criatura con dos bocas pero sin orejas. Una boca no
puede escuchar lo que dice la otra, y pronto se estrangula en el rastro de sus
propias mentiras.
—Otra palabra para mentiroso. Puedo ver por qué necesitan una palabra así.
No todos los reinos lo hacen.
Se acercó y miró por la ventana, sin miedo a darme la espalda, pero su mano
nunca estuvo lejos de la daga a su lado. Examinó la estrecha ventana como si
juzgara su ancho, luego se volvió hacia mí.
—Todavía me parece interesante que el mensaje urgente del príncipe para
Venda, vino inmediatamente después de la llegada de Lia aquí. Casi como si nos
estuvieras siguiendo. Interesante también que viniste solo y no con todo un
séquito. ¿No es así como los cortesanos suaves, suelen viajar?.
—No cuando no queremos que toda la corte conozca negocios cautelosos.
El príncipe ya está armando un nuevo gabinete para reemplazar el de su
padre, pero si obtienen de antemano el menor indicio de sus planes, lo anularán.
Incluso, ni los príncipes tienen tanto poder. Al menos hasta que se conviertan
en reyes.
Se encogió de hombros como si no estuviera impresionado con los príncipes o
los reyes. Me puse la otra bota y me paré.
Indicó con el movimiento de su mano que debía salir primero. Mientras
caminábamos por el pasillo, él preguntó:
—¿Encuentras el alojamiento a tu gusto?.
La habitación era básicamente un gabinete amueblado con una cama de gran
tamaño, un colchón de plumas, dosel de malla, alfombras, tapices en las
Paredes, y un armario que contenía gruesas batas suaves. Olía a aceites
perfumados, vino derramado y cosas en las que no quería pensar.
Kaden gruñó ante mi silencio.
—Es una de sus indulgencias, y prefiere no entretener a las visitantes en sus
habitaciones. Supongo que el Komizar pensó, que su chico Emisario con volantes,
se sentiría cómodo en ella. Y parece que sí. Dejó de caminar y me miró. —Mis
propias habitaciones son mucho más simples, pero Lia parece estar contenta allí. Si
sabes a lo que me refiero.
Nos paramos pecho a pecho. Sabía a qué juego estaba jugando.
—¿Crees que puedes incitarme a empujarte, para que puedas cortarme la
garganta?
—No necesito una razón para cortarte la garganta. Pero quiero decirte esto. Si
quieres que Lia viva, aléjate de ella.
—¿Y ahora estás amenazando con matarla?
—Yo no. Pero si el Komizar, o el Consejo tienen el menor indicio de que
ustedes dos están conspirando juntos, ni siquiera yo podré salvar a Lia. Recuerda,
tus mentiras aún podrían ser descubiertas. No la traigas abajo contigo. Y no
olvides, que ella me eligió a mí anoche.
Me lancé, golpeándolo contra la pared de piedra, pero su cuchillo ya estaba en
mi garganta. Él sonrió.
—Esa era la otra cosa que me preguntaba —él dijo. —Aunque perdiste contra
mí en el evento de lucha de troncos, tus movimientos fueron bastante practicados,
más como un soldado entrenado, que una bocanada de dulces de la corte.
—Entonces, tal vez no hayas encontrado suficientes dulces de la corte.
Bajó su cuchillo.
—Aparentemente no.
Caminamos en silencio el resto del camino hasta Sanctum Hall, pero sus
palabras me golpearon en la cabeza. No la traigas abajo contigo... el más leve olor
que ustedes dos están conspirando...
Y Kaden ya tenía el olor.
¿Cómo?. No lo sabía, pero tendría que hacer un mejor trabajo convenciéndolo
a él y al resto de estos salvajes, que no había nada entre nosotros. Odiaba que su
lógica sonara cierta: Si me descubrían, no podría llevarme a Lia conmigo…
Capítulo 24
***
Los siguientes días pasaron como los anteriores, pero cada uno fue más corto
que el anterior.
Aprendí que el tiempo juega trucos cuando quieres más. Con cada día que
pasaba sin signos de los soldados de Rafe, sabía que los jinetes de Venda podrían
estar mucho más cerca, con las noticias que el rey de Dalbreck estaba sano y
cordial, una sentencia de muerte para Rafe. Al menos el Komizar se había ido por
dos semanas más.
Eso nos daría más tiempo para que aparecieran los soldados de Rafe. Traté de
mantener esa esperanza por el bien de Rafe, pero parecía más seguro que
buscáramos un escape solos.
El clima se volvió más frío y otra lluvia helada empapó la ciudad. A pesar del
frío, cada día salía por la ventana y me sentaba en la pared a decir mis recuerdos,
buscándolos como papeles revueltos, tratando de encontrar respuestas,
aferrándome a las que tenían un atisbo de verdad.
Cada día un grupo más grande se reunía para escuchar, una docena, dos
docenas y más.
Muchos eran niños. Un día, Aster estaba entre ellos, y pidió una historia.
Comencé con la historia de Morrighan, la niña conducida por los dioses a una
tierra de abundancia, luego conté la historia del nacimiento de dos de los Reinos
Menores, Gastineux y Cortenai.
Todas las historias y textos que había estudiado durante años, ahora eran
historias que los hipnotizaban. Estaban tan hambrientos de historias como, Eben y
Natiya cuando nos sentábamos alrededor de la fogata: historias de otras personas,
otros lugares, otros tiempos. Estos momentos al menos me dieron algo que
esperar, porque no había oportunidad de hablar con Rafe en privado. Incluso
cuando Kaden me dejaba encerrada sola en su habitación y me escabullía, descubrí
que ahora también había guardias debajo de la ventana de Rafe, casi como si
supieran que no podía salir por las ventanas estrechas, pero alguien más pequeño
podía entrar.
La cena no me dio oportunidades de un momento en privado, y mi frustración
creció.
Aquí en el Santuario, estábamos más separados que por un vasto continente.
Atribuí mis inquietos sueños a mis agravantes. Me había llegado otro de Rafe, y
tenía más detalles que antes. Estaba vestido con un atuendo que nunca había
visto, Rafe, un guerrero de estatura aterradora. Su expresión era ardiente y feroz,
y llevaba espadas a ambos lados.
***
Kaden
La miré pasear.
Era algo sobre sus pasos. Sus brazos cruzados delante de ella. Su momento. La
casualidad deliberada de todo. Los músculos de mi cuello se tensaron. No tenía un
buen presentimiento al respecto.
Entonces ella sonrió, y lo supe.
No hagas eso, Lia.
Aunque realmente no estaba seguro de lo que iba a hacer. Solo sabía que
nada bueno saldría de eso. Sabía el idioma de Lia.
Traté de desconectarme del Gobernador Carzwil, que tenía la intención de
compartir cada desafío de transporte de nabos y bolsas de cal, desde su provincia
hasta Venda.
—Lia —llamé, pero ella me ignoró. Habló el Gobernador más fuerte, decidido
a recuperar mi atención, pero seguí mirando hacia otro lado.
—Ella está bien —dijo el Gobernador. —¡Dale un respiro pequeño, muchacho!
Mira, está sonriendo.
Ese era el problema. Su sonrisa no significaba lo que él pensaba. Yo sabía que
significaba problemas. Me excusé de Carzwil, pero cuando llegué a la mesa, ella ya
había comprometido a dos de los Gobernadores.
A pesar de que eran dos de los que se habían entusiasmado con su presencia,
más que los demás, todavía me cerní, sintiendo algo a punto de saltar.
—Entonces, ¿el punto es obtener seis cartas con números que coincidan? Eso
suena bastante fácil —Lia dijo, su voz ligera e inquisitiva.
Malich escupió en el suelo junto a él, luego sonrió.
—Claro que es fácil.
—Hay más que eso —dijo el Gobernador Faiwell.
—Los símbolos de colores también deben coincidir, si puedes, eso es. Y ciertas
combinaciones son mejores que otras.
—Interesante. Creo que podría entenderlo —dijo Lia.
Ella les repitió lo básico.
Reconocí la inclinación de su cabeza, la cadencia de sus palabras, la presión de
sus labios. Sabía lo que estaba haciendo, tan seguro como todavía yo sentía el
nudo, que hizo en mi espinilla.
—Vete, Lia. Déjalos jugar su juego.
—¡Déjala mirar! Puede sentarse en mi regazo —el Gobernador Umbrose se
echó a reír.
Lia me miró por encima del hombro.
—Sí, Kaden, me gustaría intentarlo —dijo ella, luego se volvió hacia la mesa.
—¿Puedo unirme a ustedes?
—No tienes dinero —se quejó Malich, —Y nadie juega gratis.
Lia entrecerró los ojos y caminó hacia su lado de la mesa.
—Es cierto, no tengo monedas, pero seguramente tengo algo que vale para ti.
¿Tal vez una hora a solas conmigo? —se inclinó hacia adelante sobre la mesa y su
voz se volvió dura. —Estoy segura que te encantaría, ¿no, Malich?.
Los otros jugadores ulularon, diciendo que era una apuesta lo suficientemente
buena para todos ellos, y Malich sonrió.
—Estás dentro, princesa.
—No —dije. —Tu, No. Es suficiente. Márchate…
Lia se dio la vuelta, su boca sonriendo, pero sus ojos se iluminaron con fuego.
—¿Yo ni siquiera tengo la libertad de tomar las decisiones más simples?. ¿Soy
la más humilde de las prisioneras, asesino?.
Era la primera vez que me llamaba así. Nuestras miradas se encontraron.
Todos esperaron. Sacudí mi cabeza; no una orden sino una súplica. No hagas esto.
Ella se dio la vuelta.
—Estoy dentro —dijo, y se sentó en una silla, que fue arrastrada para ella.
Le dieron un montón de fichas de madera y comenzó el juego. Malich
sonriendo.
Lia sonriendo. Todos sonriendo menos yo. Y Rafe.
Dio un paso hacia el perímetro exterior con otros que se habían reunido para
mirar. Me di la vuelta, buscando a Calantha y Ulrix, que se suponía que lo estarían
vigilando, pero también se habían unido a la multitud.
Rafe me lanzó una mirada aguda, acusadora, como si la hubiera dejado entrar
en una guarida de lobos. Lia cometió errores estúpidos en la primera mano. Y en la
siguiente. Ya había perdido un tercio de sus fichas. Sus cejas se arquearon con
concentración.
La siguiente mano perdió menos, pero aún más de lo que podía pagar. Ella
sacudió la cabeza, reorganizando sus cartas una y otra vez, preguntando en voz
alta al Gobernador a su lado cuál era más valiosa: Una garra roja, o un ala negra.
Todos en la mesa sonrieron y apostaron más alto, decididos a ganar una hora
con Lia. Perdió más fichas y su rostro se oscureció. Se mordió la comisura de los
labios. Malich observaba sus expresiones más que sus propias cartas.
Miré a Rafe. Un brillo de sudor iluminaba su frente. Otra mano.
Lia mantuvo sus cartas cerca, cerrando los ojos por un momento como si
estuviera tratando de pensar en ellas, con un orden que no estaba allí.
Los Gobernadores hicieron sus apuestas. Lia colocó la suya. Malich los superó
a todos y reveló dos de sus cartas. Lia volvió a mirar sus cartas y sacudió la cabeza.
Agregó más fichas a la pila y reveló dos de las suyas. Las mismas dos perdedoras,
que había estado revelando toda la noche.
Los Gobernadores aumentaron su apuesta, su oferta final de la mano. Lo
mismo hizo Lia, empujando la última de sus fichas en el centro de la mesa. Malich
sonrió, cumplió con la apuesta, y empujó su pila hacia el centro también. Extendió
sus cartas.
Fortaleza de señores. Los Gobernadores arrojaron sus cartas, incapaces de
vencerlo. Todos esperaron, sin aliento, a que Lia extendiera sus cartas. Ella frunció
el ceño y sacudió la cabeza. Entonces me miró. Parpadeó. Un parpadeo largo como
de miles de millas.
Luego de vuelta a Malich.
Un largo suspiro, contrito.
Ella extendió sus cartas.
Seis alas negras.
Una mano perfecta.
—Creo que esto supera al tuyo, ¿no es así, Malich?
La boca de Malich estaba abierta. Y luego un rugido de risa llenó la habitación.
Lia se inclinó hacia delante y recogió las fichas. Los tres Gobernadores
asintieron, impresionados. Malich la miró fijamente, aún sin creer lo que había
hecho. Finalmente miró a su alrededor, asimilando la multitud y la risa. Se puso de
pie, su silla volando detrás de él, su rostro negro de ira, y sacó su daga.
La salida de una docena de dagas desenfundadas, incluida la mía, hizo eco a
cambio.
—Ve a beberlo, Malich. Ella te batió de manera justa —dijo el Gobernador
Faiwell.
El pecho de Malich se agitó y su mirada cayó sobre mí, luego en mi cuchillo. Él
se volvió bruscamente, tropezando con su silla detrás, y salió corriendo del pasillo,
cuatro hermanos Rahtan siguiéndole los talones.
Las dagas se enfundaron. La risa se reanudó.
Rafe extendió la mano y se limpió el sudor del labio superior. Él hizo un rápido
movimiento hacia Lia cuando Malich sacó su cuchillo, como si tuviera la intención
de bloquearlo. Desarmado. No era exactamente el comportamiento de un pastel
desinteresado de la corte. Ulrix tiró de Rafe, recordando al fin sus deberes.
Volví a mirar a Lia. Estaba tranquila, con la barbilla doblada y los ojos quietos,
contemplando el corredor ahora vacío, por donde Malich había salido.
Su mirada era fría y satisfecha.
—Reúne tus ganancias —ordené.
La acompañé fuera del pasillo y de regreso a mi habitación. Cuando cerré la
puerta y la aseguré, me giré hacia ella. Ella ya me estaba enfrentando desafiante,
esperando.
—¿Has perdido la cabeza? —le grité. —¿Tuviste que humillarlo delante de sus
camaradas?. ¿No es suficiente que ya te odie con el fuego de mil soles?.
Su expresión era sombría. Insensible. No tenía prisa por responder, pero
cuando lo hizo, su tono no tenía emoción.
—Malich se rió la noche que me dijo que había matado a Greta. Se deleitaba
con su muerte. Dijo que fue fácil. Su muerte no le costó nada. Lo hará ahora. Cada
día que respire, haré que le cueste algo. Cada vez que vea esa misma sonrisa
engreída en su rostro, le haré pagar por ello.
Arrojó sus ganancias sobre la cama y me miró.
—Entonces la respuesta corta a tu pregunta, Kaden, es, No. No es suficiente.
Nunca será suficiente.
Capítulo 27
Rafe
Ahora entendía por qué Sven prefería ser soldado, al amor. Era más fácil de
entender y mucho menos probable que te mataran.
Estaba perplejo cuando la vi por primera vez caminar hacia la mesa donde
varios de los bárbaros jugaban a las cartas. Entonces vi a Malich en la mesa y un
recuerdo volvió a mí.
Soy mejor a las cartas, que cosiendo, cualquier día. Mis hermanos son astutos,
rozando con los ladrones, cuando se trata de cartas: El mejor tipo de maestros
para tener.
Anoche había hecho todo lo que pude, para estar allí y no retorcerle el cuello
yo mismo, pero aún era más difícil no tener una espada en la mano para
protegerla de Malich.
Sí, Lia, fuiste y sigues siendo un desafío. Pero maldito sea si no hubiera sentido
una oleada de admiración por ella también.
La maldije en silencio. Eso no era lo que yo llamaría estar estrictamente
sentada. ¿Alguna vez escuchó a alguien?.
Tiré mi cinturón sobre el cofre. Esta habitación me estaba poniendo de los
nervios. El olor, los muebles, la alfombra floral. Era adecuada para un tonto
pomposo de la corte. Abrí una persiana para dejar entrar el aire fresco de la noche.
Era nuestro séptimo día aquí, y todavía no había señales de Sven, Tavish, Orrin, o
Jeb. Demasiado tiempo. Estaba empezando a temer lo peor. ¿Y si hubiera llevado a
mis amigos a la muerte?. Le había prometido a Lia que nos sacaría de esto. ¿Y si no
pudiera? No la traigas contigo... Si el Komizar o el Consejo tienen el menor olor...
Había intentado con todo el poder dentro de mí no mirarla. La única vez que
habíamos hablado en días, fueron palabras entrecortadas en Sanctum Hall, con
demasiados oídos escuchando, para decir algo remotamente útil para cualquiera
de nosotros. Sabía que se estaba impacientando con mi persistente desprecio
hacia ella, pero no era solo Kaden quien vigilaba de cerca. El Rahtan también lo
hacía. Sentí que querían atrapar a uno o los dos en una mentira. Su desconfianza
era alta. Y luego estaba Calantha. A menudo la veía parada en las sombras del
pasillo antes de que todos se sentaran a comer, escudriñando a Lia y luego
volviéndose a mirarme. Había pocas mujeres aquí en el Santuario, y ninguna
parecía tener ninguna posición o poder, excepto ella.
No estaba seguro de cuál era el poder o cuánto tenía, porque siempre se
mantenía vigilante a mis preguntas, y nadie más compartiría nada sobre ella, sin
importar cuán informales fueran mis preguntas. Eso no evitó que intentara sacar
información de mí, aunque trató de hacer que parecieran bromas ociosas.
Ella me preguntó la edad del príncipe y luego me preguntó mi edad. El
príncipe tiene diecinueve años, le había dicho, ateniéndome a la verdad en caso de
que ella lo supiera, y luego le dije que tenía veinticinco, así no la invitaría a
reflexionar, sobre nosotros siendo de la misma edad.
En verdad, no tenía Emisarios personales. Era soldado y no necesitaba
mensajeros, ni agentes para negociar por mí, así que todas mis respuestas con
respecto a un Emisario, fueron extraídas desde un fondo de codicia, un motivo que
el Komizar entendería, si Calantha le llevara nuestras conversaciones.
Me lavé la cara con agua y me quité el sudor y la sal de la piel tratando de
borrar la imagen de Lia, caminando con Kaden a su habitación.
Tres días más. Eso es lo que siempre me dijo Sven. Cuando creas que estás al
final de tu cuerda, dale tres días más. Y luego otros tres. A veces encontrarás que la
cuerda es más larga de lo que pensabas.
Sven había estado tratando de enseñarme paciencia en ese entonces. Era un
cadete de primer año y me pasaban por alto para los ejercicios de campo. Ningún
capitán quería arriesgarse a herir al único hijo del Rey. Que tres días se
convirtieron en seis, se convirtieron en nueve.
Finalmente fue Sven quien perdió la paciencia y me llevó a un campamento él
mismo, arrojándome a la puerta de la tienda de un capitán, diciéndole que no
quería volver a verme la cara, hasta que tuviera algunos moretones. Y a veces
encontrarás que la cuerda es más corta de lo que pensabas.
No iban a venir. Desde el principio, supe que sus posibilidades eran escasas,
pero cada vez que miraba la cara de Rafe, reunía nuevas esperanzas por su bien.
Estos no eran solo soldados que venían a ayudar a liberar a un príncipe y una
princesa descarriados. Estos eran sus amigos.
La esperanza es un pez resbaladizo, imposible de aferrar por mucho tiempo,
diría mi tía Cloris cuando lamentaba algo que ella consideraba infantil e imposible.
Entonces tienes que abrazarlo más fuerte, decía mi tía Bernette oponiéndose a su
hermana mayor, antes de alejarme enfadada. Pero algunas cosas se te escapaban,
no importa cuán duro las hayas agarrado. Estábamos solos.
Los amigos de Rafe estaban muertos. No fue un susurro en mi oído o un
pinchazo en el cuello lo que me lo dijo. Eran las reglas de la razón las que
prevalecían, las reglas de todo lo que podía entender y ver. Lo decían claramente.
Esta era una tierra dura sin perdón para los enemigos. Observé a Rafe todas las
noches, robando una mirada, cuando estaba segura que nadie estaba mirando.
Mientras, mis movimientos dentro del Santuario todavía estaban
estrechamente vigilados, los suyos se habían vuelto más libres y tanto Calantha
como Ulrix se habían vuelto menos vigilantes.
Con calculadora paciencia, estaba cultivando sus confianzas. Ulrix, aunque
todavía era una bestia aterradora de hombre, parecía haber renunciado a su puño,
y no sufrió más labios partidos, casi como si hubiera considerado aceptable la
excusa de Rafe, a pesar de ser un cerdo enemigo.
Congratularse con una bestia como Ulrix era realmente un trabajo de
habilidad. Rafe bebió con los Chievdars, se rió con los Gobernadores, habló en voz
baja con los sirvientes.
Las jóvenes doncellas se acercaron, atareadas con sus intentos forzados de
hablar Vendan, ansiosas por volver a llenar su taza, sonriéndole por debajo de las
pestañas. Pero una nueva identidad, no importa cuán bien jugada estuviera, le
haría poco bien una vez que el Komizar descubriera que estaba mintiendo.
Era como si, con el Komizar desaparecido, todos hubieran olvidado la
inminente sentencia de muerte de Rafe, o tal vez simplemente pensaran que
nunca sucedería.
Rafe era convincente. Alguien siempre lo estaba haciendo a un lado, los
chequeadores investigaban sobre el ejército de Dalbreck, o Gobernadores curiosos
acerca de su poderoso reino lejano, porque aunque gobernaban sus propios
feudos pequeños aquí, tenían poco o ningún conocimiento del mundo que se
extendía más allá del gran río.
Solo lo sabían por medio de Rahtans, que traspasaban las fronteras, o por
carros de Previzi que compartían sus tesoros. Los tesoros y su abundancia, eso era
lo que más los intrigaba.
Las pequeñas cargas infrecuentes, traídas de Previzi no eran suficientes para
satisfacer sus apetitos, ni, al parecer, lo fue el botín de las patrullas sacrificadas.
Tenían hambre de más.
Llevaba mi vestido de retazos de cuero esta noche. Cuando entré en el pasillo
noté que Calantha hablaba con una criada, y la niña vino corriendo.
—Le agradaría a Calantha si te trenzases el pelo.
Levantó una pequeña tira de cuero para atarla. Vi a Calantha mirándonos.
Todas las noches, ella insistía en que yo dijera la bendición. Parecía complacer a
algunos, pero molestaba mucho a otros, especialmente a los Rahtan, y me
preguntaba si estaba tratando de matarme. Cuando cuestioné sus motivos, ella
dijo:
—Me divierte oírte decir las palabras en tu extraño acento, y no necesito una
razón mayor. Recuerda, princesa, todavía estás prisionera.
No necesitaba recordarlo.
—Puedes decirle a Calantha que no tengo intención de trenzar mi cabello solo
para complacerla.
Dirigí una sonrisa rígida a Calantha. Cuando volví a mirar a la niña, tenía los
ojos muy abiertos de miedo. Era un mensaje que no quería transmitir, tomé la tira
de cuero de su mano.
—Pero lo haré por ti.
Me puse el pelo en el hombro y comencé a trenzarlo. Cuando terminé, la niña
sonrió.
—Ahora se verá tu bonita pintura —dijo. —Justo como Calantha quería.
¿Calantha quería que mi kavah se mostrara? La niña comenzó a huir, pero la
detuve.
—Dime, ¿Calantha es del clan Meurasi?
La chica negó con la cabeza.
—Oh, eso no puedo contarlo, señora.
Se dio la vuelta y salió corriendo.
No puedo contarlo. Creo que ya lo había hecho.
La comida fue como todas las demás antes. Dije la bendición a las humildes
cabezas inclinadas de unos pocos y el ceño fruncido de muchos.
El hecho que molestara a Malich, hizo que valiera la pena para mí, y siempre
me propuse darle una mirada a él, antes de comenzar.
Pero luego las palabras se hicieron cargo, los huesos, la verdad, el pulso de las
paredes a mi alrededor, la vida que aún habitaba en piedras y pisos, la parte del
Santuario que se estaba haciendo fuerte en mí, y cuando el último Paviamma se
repitió, los ceños fruncidos no me importaron.
Esta noche, la comida era casi la misma que todas las noches, una espesa
papilla de cebada, con sabor a hojas de menta, pan de soda, nabos, cebollas y caza
asada: Jabalí y liebre.
Hubo poca variación, excepto con la caza.
El castor, el pato y el caballo salvaje a veces también se servían, dependiendo
de la pieza que se capturaba, pero en comparación con mi dieta frecuente de
arena, ardilla, y serpiente a través del Cam Lanteux, era una verdadera fiesta, y
estaba agradecida por cada bocado.
Estaba sumergiendo mi pan de soda en la papilla, cuando un ruido repentino y
agudo, surgió por uno de los pasillos que conducían al Santuario.
Todos los hombres se pusieron de pie en un instante, con espadas y cuchillos
desenfundados.
El alboroto se hizo más fuerte. Rafe y yo intercambiamos una mirada furtiva.
¿Podrían ser estos sus hombres? Con refuerzos?. Surgieron dos docenas de
hombres, el Komizar los guiaba. Estaba sucio, salpicado de barro de pies a cabeza,
pero parecía deleitarse con su miseria.
Una rara sonrisa descuidada apareció en su rostro.
—¡Miren con quién nos encontramos en el camino! —dijo, agitando la espada
sobre su cabeza.
—¡El nuevo Gobernador de Balwood! ¡Más sillas! ¡Comida! ¡Tenemos hambre!
La compañía de hombres acudió a la mesa con toda su inmundicia glorificada,
dejando rastros de barro detrás de ellos. Vi al que tenía que ser el nuevo
Gobernador, un hombre joven, descarado y asustado. Sus ojos recorrieron la
habitación rápidamente tratando de evaluar nuevas amenazas. Sus movimientos
eran agudos y su risa densa. Puede que acabara de matar al último Gobernador
para obtener este puesto, pero el Santuario no era su tierra natal. Tendría que
aprender y navegar con nuevas reglas, y tendría que lograr mantenerse con vida
mientras lo hacía.
Su posición no era muy diferente a la mía, excepto que no había matado a
nadie para ganar este dudoso lugar de honor. Y entonces el Komizar me vio. Dejó
caer su equipo al suelo y cruzó la habitación, deteniéndose a un brazo de distancia.
Su piel resplandecía con un día de paseo al sol, y sus ojos oscuros brillaban
mientras trazaban las líneas de mi vestido. Levantó la mano y acarició la trenza
que caía sobre mi hombro.
—Con el pelo peinado, solo pareces la mitad de salvaje —la sala estalló en
risas leales, pero la mirada que deslizó sobre mí, contó una historia diferente, una
que no era chistosa o divertida. —Entonces, mientras el Komizar está fuera, los
prisioneros juegan.
Finalmente se volvió hacia Kaden.
—¿Esto es lo que compró mi moneda?
Recé por que Kaden dijera que sí, que la culpa recayera sobre nosotros. De lo
contrario, los generosos regalos de Effiera podrían pagarse con represalias.
—Sí —respondió Kaden.
El Komizar asintió, estudiándolo.
—Encontré un Gobernador. Ahora es tu turno de encontrar al otro. Te vas por
la mañana.
***
—¿Por qué tú? —pregunté, soltando la correa de mi cintura, estrellándose en
el suelo.
Kaden continuó hurgando en su baúl, arrojando una larga capa forrada y
calcetines de lana.
—¿Por qué no yo? Soy un soldado, Lia. Yo…
Extendí la mano y agarré su brazo, obligándolo a mirarme a los ojos. La
preocupación llenó sus ojos. No quería irse.
—¿Por qué eres tan leal con él, Kaden? —trató de volverse hacia el baúl, pero
agarré su brazo con más fuerza. —No —le dije. —¡No me estés evadiendo de
nuevo! ¡No esta vez!
Me miró, su pecho subía en respiraciones controladas.
—Él me alimentó cuando estaba muriendo de hambre, por una cosa.
—Un acto de caridad no es motivo para vender tu alma a alguien.
—Todo es tan simple para ti, ¿no es así? —la ira cruzó por su rostro. —Es más
complicado que un acto, como lo llamas.
—¿Y qué? ¿Te dio una linda capa? Una habitación en el…
Su mano voló por el aire.
—¡Me cambiaron, Lia.! Tal como tu fuiste.
Miró hacia otro lado como si tratara de recuperar la compostura. Cuando me
miró, la furia ardiente aún estaba en sus ojos, pero su tono era lento y cínico.
—Excepto que en mi caso, no hubo contratos. Después de la muerte de mi
madre, me vendieron a un aro de mendigos que pasaba, por un solo cobre, como
si fuera un pedazo de basura, con una sola advertencia, nunca llevarme de vuelta.
—¿Tu padre te vendió? —le pregunté, tratando de comprender cómo alguien
podía hacer tal cosa.
En segundos, el sudor le brotó de la cara. Este era el recuerdo que importaba,
el que siempre se había negado a compartir.
—Tenía ocho años —dijo. —Le rogué a mi padre que me dejara. Caí sobre sus
pies y envolví mis brazos alrededor de sus piernas. Hasta el día de hoy, nunca he
olvidado el repugnante aroma del jabón de jazmín en sus pantalones.
Cerró la tapa del baúl, y se sentó, con los ojos desenfocados como si reviviera
el recuerdo.
—Se sacudió de mí. Dijo que era mejor así. Lo mejor fueron dos años con
mendigos consumados que me mataron de hambre, para que trajera más dinero
de las esquinas. Si la mendicidad de un día no daba suficiente, me golpeaban, pero
siempre donde no se veía. Tenían cuidado de esa manera. Si todavía no traía lo
suficiente, amenazaban con llevarme de vuelta con mi padre, que me ahogaría en
un balde de agua, como a un gato callejero.
Su mirada se volvió aguda, cortándome.
—Fue el Komizar quien me encontró mendigando en una calle fangosa. Vio la
sangre goteando a través de mi camisa, después de una paliza particularmente
mala. Me subió a su caballo y me llevó de regreso a su campamento, me dio de
comer y me preguntó quién me había azotado. Cuando se lo dije, se fue por unas
horas, prometiendo que nunca volvería a suceder. Cuando regresó, estaba rociado
con sangre. Sabía que era la sangre de ellos. Él fue fiel a su palabra. Y me alegré.
Se puso de pie y tomó su capa del suelo. Sacudí la cabeza, horrorizada.
—Kaden, es una abominación azotar a un niño, e igual de malo vender a uno.
Pero, ¿no es esa una razón más para dejar Venda para siempre? Para venir a
Morrighan y...
—Yo era Morrighese, Lia. Era el hijo bastardo nacido de un señor noble. Ahora
sabes por qué odio a la realeza. De eso me salvó el Komizar.
Lo miré, incapaz de hablar.
No. No era verdad. No podía ser.
Se echó la capa sobre los hombros.
—Ahora sabes quiénes son los verdaderos bárbaros.
Se dio la vuelta y se fue, la puerta se cerró a sus espaldas y aún así permanecí
allí.
Su escolarización en las canciones sagradas.
Su lectura
Su impecable Morrighese.
Cierto.
Las cicatrices en su pecho y espalda.
Cierto.
Pero no fue un Vendan quien le hizo esto, como siempre había supuesto. Fue
un señor noble de Morrighan.
Imposible.
***
Se levantó temprano, antes del sol, antes de las agitaciones, antes de los
caballos, o relinchos, o las primeras aves de la mañana.
Se sentía como si nos acabásemos de dormir. Encendió una vela y rellenó su
alforja. Me estiré en la cama y me puse de pie, tirando la colcha sobre mis
hombros.
—Te dejé algunos suministros en la bolsa junto a la puerta —dijo. —Yo allané
la cocina con la comida que pude, para que puedas salir de la habitación lo menos
posible. Arreglé que Aster, Eben y Griz vinieran a verte todos los días. Con suerte,
nos encontraremos con el Gobernador en el camino y volveremos al anochecer.
—¿Y si no lo vuelves?
—Su provincia está en el extremo sur de Venda. Serán unas pocas semanas.
Tanto podría pasar en unas pocas semanas. En unos días. Pero no lo dije. Pude
ver el mismo pensamiento en sus ojos. Solo asentí y él se giró para irse. Solté una
pregunta que ardía en mí, cuando llegó a la puerta.
—¿Qué señor era, Kaden? ¿Quién te hizo eso?
Su mano se detuvo en el pestillo y luego miró por encima del hombro.
—¿Realmente importa cuál? ¿No todos los señores tienen bastardos?
—Sí, sí importa. No todos los señores son un monstruos depravados como tu
padre. No puedes dejar de creer en los buenos.
—Pero yo sí —dijo. Su voz estaba vacía de emoción, y su resignación me
desgarró. Se volvió hacia la puerta como para irse, pero se quedó allí sin moverse.
—Kaden? —susurré.
Dejó caer su alforja y caminó hacia mí, tomó mi rostro entre sus manos, sus
ojos cálidos y hambrientos, y me besó, sus labios suaves contra los míos, luego
más duro, serio, mi boca se encontró con la suya con ternura. Lentamente se
apartó y me miró a los ojos.
—Un beso de verdad —dijo. —Eso es lo que necesitaba, solo una vez más.
Se dio la vuelta, agarró su alforja y se fue.
Y dos veces en el espacio de unas pocas horas, me quedé sin aliento cuando
salió de la habitación.
Cerré los ojos y me odié. No encontré satisfacción en el hecho de que me
había vuelto tan hábil en el engaño como Kaden.
Todo lo que probó en mis labios fue mi mentira cuidadosamente calculada.
Capítulo 30
La puerta se sacudió con golpes del otro lado. Sabía que no eran Aster o Eben.
Ni siquiera Malich. Kaden había dicho que Malich estaría ocupado con deberes
todo el día. Era de noche que tenía que estar atenta. Otro golpe impaciente.
Todavía no me había vestido adecuadamente ni me había peinado. ¿Qué tonto no
sabía que estaba encerrada y que se requería una llave para abrir la puerta? ¿Griz?
Finalmente escuché el sonido de una llave en la cerradura, y la puerta se abrió.
Era el Komizar.
—La mayoría de las puertas del Santuario no están cerradas. No tengo la
costumbre de llamar a alguien por una llave.
Pasó junto a mí.
—Vístete —ordenó. —¿Tienes algo apropiado para montar? ¿O los Meurasi
solo te vistieron con su vestido de harapos?
No me había movido y él se dio la vuelta para mirarme.
—Tu boca está abierta, princesa.
—Sí —dije, mi mente todavía se tambaleaba. —Algo. Por ahí —caminé hacia el
arcón donde estaban doblados encima y los agarré del montón. —Tengo ropa de
montar.
—Entonces póntelos.
Lo miré fijamente. ¿Esperaba que me vistiera delante de él?
Él sonrió de lado.
—Ah. Modestia. Ustedes, miembros de la realeza —él sacudió la cabeza y se
dio la vuelta. —Date prisa con eso.
Estaba de espaldas a mí, y el cuchillo de Natiya estaba al alcance debajo de mi
colchón.
Todavía no. Una voz tan profunda y enterrada que intenté fingir que no estaba
allí. Era el momento perfecto. Su guardia estaba baja.
No sabía que tenía un arma.
Aún no.
¿Era este el Don, o tenía miedo de incurrir en un blanco por mi propia cuenta?
Yo sería un objetivo fácil. Un cuchillo de tres pulgadas podría cortar una yugular
expuesta, pero no podría enfrentarse a un ejército entero. ¿Qué bien haría a Rafe
si estuviera muerto? Pero luego los pensamientos sobre Walther y Greta hicieron a
un lado la razón. Hazlo. Mis dedos temblaron. Sin errores esta vez, Lia. La venganza
y el escape lucharon dentro de mí.
—¿Y bien? —preguntó con impaciencia.
Aún no. Un susurro tan fuerte como una puerta de hierro que se cierra de
golpe.
—Me estoy apurando.
Me quité la camisa de dormir y me puse ropa interior fresca, rezando para que
no se diera la vuelta. Ser vista desnuda debería haber sido la menor de mis
preocupaciones en ese momento, y nunca había sido particularmente modesta,
pero corrí velozmente como una gacela para ponérmelas, y mi ropa de montar,
temiendo que su paciencia saldría corriendo y ligeramente sorprendida que
mostrara alguna moderación.
—Ahí —dije, metiendo mi camisa en mis pantalones. Se giró y vi como su
mirada resbalaba en mi cinturón, la correa de huesos que se había alargado
considerablemente, y finalmente el chaleco largo y cálido de muchas pieles,
nuevamente el símbolo venerado de los Meurasi.
Se había bañado desde la noche anterior. El barro del camino había
desaparecido, y la corta barba esculpida una vez más, meticulosamente arreglada.
Se acerco.
—Tu cabello —dijo. —Peínalo. Haz algo con eso. No avergüences el chaleco
que llevas.
Supuse que no me llevaría a decapitarme si le importaba cómo se veía mi
cabello, pero parecía extraño que incluso le preocupara cómo me veía en absoluto.
No, no extraño, sospechoso. No se trataba de avergonzar el chaleco. Se recostó en
la silla de Kaden y observó cada movimiento mientras lo cepillaba y trenzaba.
Estudiándome. No de la manera lasciva con que Malich me había comido con los
ojos, innumerables veces, sino de una manera fría y calculadora, que me hizo
proteger aún más mis movimientos. Quería algo y estaba ideando cómo
conseguirlo. Me até la trenza y él se puso de pie, agarrando mi capa de un gancho.
—Necesitarás esto —dijo, y me lo puso alrededor de los hombros, tomándose
su tiempo mientras lo sujetaba a mi cuello.
Me ericé cuando su nudillo rozó mi mandíbula.
—Jezelia —dijo, sacudiendo la cabeza. —Siempre tan sospechosa —levantó mi
barbilla así que tuve que mirarlo a los ojos. —Ven. Déjame mostrarte Venda.
***
Kaden
Decidí que los dioses estaban en mi contra. Tal vez siempre lo habían estado.
No tuve tanta suerte que el Gobernador viniera en mi dirección, medio perdido, y
retrasado, después de cuatro días en el camino, el burdel de la última ciudad no
había tenido el placer de su visita todavía, y esa era una parada que nunca se
perdía.
Todavía estaba en algún lugar del camino de allá para aquí, o no había salido
aún. Maldito Gobernador Tierny.
Le retorcería el cuello cuando lo encontrara. A menos que alguien más ya haya
hecho ese trabajo por mí.
El clima era miserable, vientos fríos de día, lluvia fría de noche.
Los hombres que viajaban conmigo eran hoscos. El invierno llegaba temprano.
Pero no fueron los vientos helados los que me dejaron crudo. Fue mi última noche
con Lia. Nunca le había dicho a nadie, ni siquiera al Komizar, cómo se llamaba mi
madre.
Cataryn.
Era como si la hubiera resucitado de la muerte. La volví a ver, escuché su voz
nuevamente, cuando le conté a Lia sobre ella. Al decir su nombre en voz alta, algo
se rompió dentro de mí, pero no pude dejar de decirle a Lia más, recordando
cuánto me había amado mi madre, la única persona que me había amado. Eso no
era algo que hubiera querido compartir con Lia, pero en la oscuridad, una vez que
dije su nombre, todo se derramó, hasta el color de sus ojos.
Y los ojos de mi padre. Ese recuerdo me detuvo. No le había contado todo.
Lia. Como un susurro en el viento.
Al principio pensé que eso era todo, el viento y las largas horas cabalgando
solo. Cuando Lia me dijo por primera vez su nombre en la taberna, me recordó el
silencio que escuché cruzando la sabana.
Lia. A través de los cañones en el desierto. Lia, en el grito de un lobo lejano.
Lia entró en mi corazón antes de que la viera. Y luego.. Lia, mientras estaba parado
sobre ella en la oscuridad de su habitación, con mi cuchillo en la mano. Fue un
susurro que finalmente no pude ignorar, aunque había logrado sofocarlo de mi
vida, desde el momento en que conocí al Komizar.
El saber solo me había traído dolor. Lo había usado como Lia. Le había dicho a
la señora de la mansión que iba a morir de una muerte lenta y horrible, aunque no
había visto tal cosa. Tenía ocho años y estaba enojado porque era mi propia madre
la que estaba muriendo, y no la mezquina madre de mis medio hermanos, una
mujer que nunca me había mostrado ninguna amabilidad. Fue entonces cuando
llegó mi primera paliza. Fue a manos de mi padre, no de los mendigos. Ellos solo
dejaron cicatrices encima de las que ya me habían puesto profundamente.
¿Quién era, Kaden?. Su nombre era uno que nunca pronunciaría, ni siquiera a
Lia. Pero será mi nombre en sus labios el que diga, mientras yace moribundo. Mi
nombre será el que pronuncié mientras jadee por última vez, sabiendo que ha sido
traicionado por su propio hijo. Era un pensamiento que me había calentado
durante años. Nuestros planes. Ese momento siempre había estado implícito en
ellos.
Doblamos el paso y comenzamos a descender hacia el valle, cuando los vimos
cabalgar hacia nosotros. Detuve nuestra procesión hasta estar seguro de quiénes
eran. Suspiré, e indiqué nuevamente que nos reuniéramos con ellos.
Nunca debemos volvernos perezosos. Pero el Gobernador de Arleston sí. No
habría cuello para retorcer. Él ya estaba muerto. El escuadrón de hombres que se
dirigía hacia nosotros, portaba las banderas de Arleston, y el hombre que los
dirigía tenía que ser el nuevo Gobernador. Un hombre robusto, pero no tan joven
como solían ser los retadores. No me importaba. Se dirigía en la dirección correcta,
conociendo su deber, y eso era todo lo que importaba. Podía volver al Santuario
ahora. Podía volver a casa con Lia.
El último Gobernador perdido había sido encontrado.
Capítulo 32
Rafe
—Esa puerta —gruñó Ulrix, señalando hacia adelante. —Volveré en dos horas.
—No me tomará tanto tiempo bañarme.
—Pero mis deberes me llevarán tanto tiempo. Siéntate bien hasta que vuelva
por ti.
Se marchó, todavía enojado porque anoche había ganado un baño caliente, en
un juego de cartas. Afirmó que me había dejado ganar porque apestaba, lo que
puede haber sido cierto. Por mucho que quisiera un baño real, mi verdadero
propósito era ver más del diseño del Santuario, y sabía que la cámara del baño
estaba más cerca de la torre donde Lia se quedaba con Kaden. Si bien me habían
dado algunas libertades en mis movimientos, viajar solo, a una parte diferente del
Santuario no estaba entre ellas. Memoricé el camino que tomamos, haciendo
preguntas inocuas a Ulrix, tratando de determinar qué pasillos se recorrían con
mayor frecuencia y hacia dónde conducían. Ulrix, incluso con su mal genio,
demostró ser útil.
Abrí la puerta de la cámara del baño, y allí, como me prometieron, había una
bañera llena de agua. Metí mi mano en el interior, tibia en el mejor de los casos,
pero más que Atractiva, después de solo poder lavarme en un recipiente con agua
fría. También había jabón y una toalla. Ulrix debe haberse sentido generoso.
Me quité la ropa y metí la cabeza primero, frotándome la cara y el cuero
cabelludo, luego entré y me empapé, pero el agua se estaba enfriando
rápidamente, así que me bañé, y salí antes de que se enfriara del todo. Me sequé y
solo estaba medio vestido cuando sentí las manos en mi espalda desnuda.
Me di la vuelta, y allí estaba Lia, empujándome contra la pared.
—¿Qué haces aquí? —le dije. —No puedes…
Acercó mi rostro al de ella y me besó, cálido y largo, sus dedos rastrillando mi
cabello mojado. Me alejé.
—Tienes que irte. Alguien podría… —pero entonces mi boca volvió a tocar la
de ella, dura y hambrienta, enviando un mensaje muy diferente al que estaba
tratando de transmitir. Mis manos se deslizaron alrededor de su cintura,
recorrieron su espalda, absorbiéndola, por todo el tiempo perdido y los días que
había querido abrazarla.
—Nadie me vio —dijo entre besos.
—Todavía.
—Escuché a Ulrix decir que se iría por dos horas, y nadie me controlará, al
menos por ese tiempo.
Mi cuerpo se moldeo al de ella. Podía saborear la desesperación en sus besos,
y susurró sobre las distantes colinas de Venda que había visto, colinas
interminables en las que podríamos perdernos.
—Durante unos días si tenemos suerte —le dije. —Eso no es suficiente. Quiero
toda una vida contigo.
Ella vaciló por un momento, regresó a nuestra realidad, luego descansó su
mejilla en mi pecho.
—¿Qué vamos a hacer, Rafe? —preguntó. —Han pasado doce días. Y solo es
cuestión de una docena más, antes de que los jinetes regresen con noticias de la
buena salud del rey.
—Deja de contar los días, Lia —le dije. —Te volverás loca.
—Lo sé —susurró, y dio un paso atrás. Sus ojos rozaron mi pecho desnudo. —
Deberías vestirte antes de resfriarte —dijo.
Con ella tan cerca, tenía todo menos frío, pero agarré la camisa y me la puse.
Ella me ayudó a abotonarla, y cada roce de sus dedos chamuscó mi piel.
—¿Cómo saliste de tu habitación? —le pregunté.
—Hay un pasadizo abandonado. No conduce a muchos pasillos, en su mayoría
ocupados, lo que lo hace inútil la mayor parte del tiempo, pero a veces la
oportunidad se presenta.
Ella no parecía preocupada por cómo volvería a su habitación sin ser
detectada, aunque yo sí. Puso su dedo en mis labios y me dijo que parara, diciendo
que teníamos muy poco tiempo juntos, y que no iba a usarlo preocupándose por
eso también.
—Ya te dije que soy buena para escabullirme —dijo. —Tengo años de
experiencia en eso.
Cerré la puerta y moví baldes vacíos de una cama al piso, para que
pudiéramos sentarnos. Nos actualizamos en lo poco que sabíamos. Se acurrucó en
mis brazos, contándome sobre el viaje por el campo de Venda, y cómo la gente de
allí era igual a cualquier otra persona, gente tratando de sobrevivir. Ella dijo que
eran amables y curiosos y que no se parecían en nada al Consejo. Le conté lo que
había aprendido sobre los caminos de Ulrix, pero me contuve de algunas cosas que
había estado haciendo, particularmente las armas que había logrado ocultar.
Había visto el fuego en sus ojos cuando habló de escabullirse desde uno de los
túmulos del Santuario. Ella había sido testigo de la brutal muerte de su hermano, y
no podía culparla por querer venganza, pero no quería que recuperara un cuchillo
o espada antes de que fuera el momento adecuado.
Empujó sobre mis hombros para hacerme recostar, y la tiré conmigo, mi
precaución se desmoronó. La quería más que a la vida misma. Ella me miró y pasó
su dedo por mi mandíbula.
—Príncipe Rafferty —dijo con curiosidad, como si todavía tratara de
comprender quién era realmente.
—Jaxon es como me llaman en Dalbreck.
—Pero siempre te llamaré Rafe.
—¿Estás decepcionada que no sea un granjero?
Ella sonrió.
—Puedes aprender a cultivar melones todavía.
—O tal vez cultivaremos otras cosas —le dije, acercándola, y nos besamos una
y otra vez. —Lia —finalmente susurré, tratando de volver a nuestros sentidos. —
Tenemos que tener cuidado.
Presionó su frente contra la mía, en silencio, luego se recostó contra mi
hombro, y hablamos, casi como lo hicimos en nuestra última noche juntos en
Terravin, pero esta vez le dije la verdad. Mis padres no estaban muertos. Le conté
cómo eran, y un poco sobre Dalbreck.
—¿Estaban enojados cuando huí de la boda?
—Mi padre estaba furioso. Mi madre estaba desconsolada tanto por mí, como
por ella. Estaba ansiosa por tener una hija.
Ella sacudió la cabeza.
—Rafe, soy tan …
—Shh, no lo digas. No le debes una disculpa a nadie.
Y luego le dije el resto, que nunca me lo propusieron como un matrimonio real
y que mi padre incluso me sugirió que tomara una amante después de la boda si la
novia no se adaptaba a mis gustos.
—¿Una amante?. Bueno, ¿no es tan romántico? —ella se inclinó sobre un
brazo para mirarme.
—¿Qué hay de ti, Rafe? —dijo ella más suavemente. —¿Qué pensaste cuando
no me presenté?.
Pensé en esa mañana, esperando en el claustro de la abadía junto con todo el
gabinete de Dalbreck, tirando de mi abrigo. Habíamos tenido que viajar toda la
noche, retrasados debido al clima, y solo quería terminar de una vez.
—Cuando llegó la noticia de que te habías ido, me sorprendió —le dije. —Esa
fue mi primera reacción. No podía entender cómo pudo suceder. Los gabinetes de
dos reinos habían resuelto cada detalle. En mi opinión, bien podrían haber sido
cincelado en piedra. No podía entender cómo una chica podía deshacer los planes
de los hombres más poderosos del continente. Entonces, cuando finalmente
superé mi sorpresa, tuve curiosidad. Acerca de ti.
—¿Y no estabas enojado?
Yo sonreí.
—Sí, lo estaba —admití. —No lo admitiría en ese momento, pero también
estaba furioso.
Ella puso los ojos en blanco.
—¡Ah! Como si no lo supiera.
—Supongo que era evidente cuando llegué a Terravin.
—En el momento en que entraste en esa taberna, supe que eras un problema,
Príncipe Rafferty.
Pasé mis dedos por su cabello y la atraje más cerca.
—Como tú misma, Princesa Arabella.
Sus labios se presionaron contra los míos, y me pregunté si alguna vez habría
un día en que no tuviéramos que acortar nuestro tiempo juntos, pero me estaba
preocupando por Ulrix. Supuse que se había ido casi una hora, y no quería
arriesgarme en caso de que volviera temprano. Cuando la aparté, ella prometió
irse en cinco minutos más. Cinco minutos es apenas tiempo suficiente para tomar
una cerveza, pero los llenamos de recuerdos de nuestro tiempo juntos en Terravin.
Finalmente le dije que tenía que irse.
Primero miró por la puerta para asegurarse que el pasillo estuviera despejado.
Me tocó la mejilla antes de irse y dijo:
—Algún día volveremos a Terravin, ¿verdad, Rafe?.
—Lo haremos —susurré, porque eso era lo que necesitaba escuchar, pero
cuando la puerta se cerró detrás de ella, sabía que si alguna vez salíamos de aquí,
nunca la llevaría de regreso a ningún lugar de Morrighan, incluido Terravin.
Capítulo 33
Traté de dejar de contar los días como Rafe me había dicho, pero cada día que
el Komizar me llevaba a un barrio diferente, sabía que teníamos uno menos.
Nuestras salidas eran breves, el tiempo suficiente para presumir ante este anciano,
o aquel señor de los barrios, y los que se reunieran, plantando su versión de
esperanza entre los supersticiosos. Para un hombre que tenía poca paciencia con
la mentira, él sembró el mito de mi llegada libremente, como semillas arrojadas
por puñados al viento. Los dioses estaban bendiciendo a Venda.
Curiosamente, un equilibrio se estableció entre nosotros. Era como bailar con
un extraño hostil. Con cada uno de nuestros pasos, obtuvo lo que quería, la
devoción adicional de los clanes y la gente de la colina, y también obtuve algo que
quería, aunque no pude ponerle un nombre.
Era un tirón extraño, en formas y tiempos inesperados: El destello del sol, una
sombra, el cocinero persiguiendo a un pollo suelto por el pasillo, el humo en el aire,
una taza endulzada de Thannis, el frío fresco de la mañana, una sonrisa sin dientes,
la resonancia del Paviamma devolviendome el canto, las franjas oscuras del cielo
mientras cantaba los recuerdos. Todos eran momentos desconectados que no
sumaban nada, y aun así me agarraban, como dedos que se entrelazaban con los
míos y me empujaban hacia adelante.
La ventaja que Kaden se fuera, fue que me dejaban sola por la noche.
En su apuro por hacer los arreglos antes de irse, Kaden solo le había dicho a
Aster que viniera, y me escoltara a la cámara del baño si lo solicitaba, y me
ayudara con mis necesidades personales, pero no había definido cuáles podían ser
esas necesidades. Le aseguré que mi pedido nocturno era una de esas necesidades.
Resultó que estaba feliz de conspirar conmigo. El Santuario era mucho más cálido
que la choza que compartía con su bapa y sus primos. Le pregunté si sabía cómo
llegar a las catacumbas sin pasar por el pasillo principal.
Sus ojos se agrandaron.
—¿Quieres ir a las cuevas del Ghoul?.
Aparentemente, Eben y Finch no eran los únicos que lo llamaban así. Griz
tenía razón. El pequeño erizo conocía cada túnel de ratón en el Santuario, y había
muchos.
En uno de ellos, tuve que ponerme de rodillas para gatear. Mientras
caminábamos por otro, escuché un rugido lejano.
—¿Qué es eso? —susurré.
—No queremos ir por ese camino —dijo. —Ese túnel conduce al fondo de los
acantilados. No hay nada más que el río, mucha roca húmeda y engranajes del
puente.
Ella me condujo por un camino opuesto, pero tomé nota del otro camino. Un
camino que conducía al puente, aunque fuera imposible de subir, era algo que
quería explorar. Finalmente salimos a un túnel más ancho, como una cueva, y el
familiar olor dulce del aceite, y el aire polvoriento nos dio la bienvenida. Pensé que
a esta hora estaría vacío, pero escuchamos pasos. Nos escondimos en las sombras,
y cuando los hombres con túnica oscura pasaron arrastrando los pies, los seguimos
a una distancia segura. Ahora entendí por qué le llamaban cuevas de Ghoul. Las
paredes no estaban hechas de ruinas rotas. Huesos y cráneos humanos se
alineaban en el camino, miles de Antiguos que sostenían el Santuario, a punto de
susurrar sus secretos, algo que Aster no quería escuchar.
Cuando los vio, y jadeó, puse mi mano sobre su boca, y asentí tranquilizadora.
—No pueden lastimarte —dije, aunque no estaba tan segura de mí misma.
Sus miradas vacías siguieron nuestros pasos. El camino estrecho conducía
desde una pendiente empinada hacia una enorme habitación, una que tenía el
arte y la arquitectura de otra época, y supuse que podría remontarse a los
Antiguos. En lo profundo de la tierra, y tal vez sellada durante siglos, se
encontraba en muy buenas condiciones, y también su contenido. No era una
habitación cualquiera, sino una habitación llena de libros que pondrían pálido al
Erudito real; empequeñecería todas sus bibliotecas juntas. Al final, vi a los
hombres con túnica que clasificaban libros en montones y de vez en cuando
tiraban alguno en una montaña de descartados. Montañas similares se
dispersaban por todo la habitación. Parcialmente oculta a la vista, había una
amplia abertura curva, a otra habitación más allá de esta. La luz brotaba de ella,
brillante y dorada. Pude ver al menos una figura dentro, encorvada sobre una
mesa escribiendo en libros de contabilidad. Este era un gran esfuerzo organizado.
Las sombras que pasaban parpadeaban por el suelo.
Había otros en esa habitación también. Los que clasificaban los libros en la
habitación exterior, ocasionalmente tomaban uno para ellos. Quería
desesperadamente ver qué estaban haciendo y qué eran los libros que estudiaban.
—¿Quieres uno?— Susurró Aster.
—No —dije. —Podrían vernos.
—A mí no —respondió ella, mostrando lo bajo que era capaz de agacharse. —
Y no es realmente robar, porque queman esas pilas en los hornos de la cocina.
¿Los quemaban?. Pensé en los dos libros que le había robado al Erudito, sus
dos cubiertas de cuero, quemadas por el fuego. Antes de que pudiera detenerla,
Aster salió corriendo, silenciosa como una sombra, y tomó un pequeño libro de los
descartes. Cuando regresó corriendo, su pequeño pecho se agitaba de emoción, y
con orgullo me entregó su premio. Estaba encuadernado de manera diferente a
cualquier libro que hubiera visto, como navaja recta y apretada, y no reconocí el
lenguaje. Si era alguna forma de Vendan, era incluso más antigua que la Canción
de Venda, que había traducido. Fue entonces cuando supe lo que estaban
haciendo. Traducían lenguas antiguas, lo que explicaba por qué se necesitaban los
servicios de académicos expertos. Conocía otros tres reinos además de Morrighan
que tenían grupos de eruditos con conocimientos inmensurables: Gastineux, la
patria de mi madre; Turquoi Tra, hogar de monjes místicos; y Dalbreck.
Como habían descartado este libro, sabía que no era importante para ellos,
pero al menos ahora sabía cuál era su propósito aquí: Descifrar una tumba de
libros guardada, los libros perdidos de los Antiguos. Para una sociedad donde
pocas personas leen, esta era una actividad académica extraña. Mi curiosidad
ardía, pero luché contra el impulso de confrontarlos y cuestionarlos, porque
revelaría mis andanzas nocturnas, y también pondría a Aster en riesgo. Me puse el
libro debajo del brazo, la empujé hacia el camino de los cráneos, y nos
apresuramos a regresar a mi habitación. Cuando cerramos la puerta detrás de
nosotras, ella se rió nerviosamente de nuestra aventura juntas. Ella me preguntó si
podía leerle el libro y le dije que no, estaba en una lengua que no entendía.
—¿Qué pasa con esos?
Miré hacia donde señalaba. Acostados, uno al lado del otro en mi cama,
estaban los libros que le había robado al Erudito real. No los había colocado allí.
Me di la vuelta, buscando un intruso alrededor de la habitación. No había ninguno.
¿Quién entraría a mi habitación y los colocaría así?
—Aster —le dije severamente, —¿estás jugando conmigo? ¿Los pusiste allí
antes de que nos fuéramos?
Pero con una mirada a su expresión ansiosa, supe que no fue ella. Sacudí la
cabeza para que no se preocupara.
—No importa. Olvidé que los dejé allí. Vamos —dije. mientras recogía los
libros y los colocaba en el arcón. —Preparémonos para la cama.
No había traído nada más que la ropa que llevaba puesta, así que busqué otra
de las cálidas camisas de Kaden. Cayó hasta sus tobillos, y ella abrazó la suave tela
contra su piel. Cuando me cepillé el pelo, la vi frotar su peinado corto
soñadoramente, como si lo imaginara por mucho tiempo.
—Todo ese cabello debe mantener el cuello y los hombros agradables y
cálidos —dijo.
—Supongo que sí, pero tengo algo mucho más bonito que podría mantenerte
caliente. ¿Te gustaría verlo?
Ella asintió con entusiasmo y saqué de mi alforja la bufanda azul que Reena
me había dado. Sacudí los pliegues, y las cuentas de plata tintinearon. Lo puse
sobre su cabeza y envolví los extremos alrededor de su cuello.
—Aquí —dije, —una bella princesa vagabunda. Es tuya, Aster.
—¿Mía? —levantó la mano y sintió la tela, tocando las cuentas, su boca
abierta de asombro, y sentí la puñalada, que un gesto tan pequeño, significara
mucho para ella.
Se merecía mucho más de lo que podía darle.
Nos acurrucamos en mi cama y le conté historias encontradas en el Texto
Sagrado de Morrighan, cuentos de cómo los Reinos menores crecieron del elegido,
cuentos de amor y sacrificio, honor y verdad, todas las historias que me hacían
añorar mi hogar. La vela se consumío, y cuando escuché los suaves ronquidos de
Aster, susurré la oración de Reena.
—Que los dioses te concedan un corazón quieto, ojos pesados y ángeles que
vigilen tu puerta.
Y Harik, verdadero y fiel,
Trajo a Aldrid a Morrighan,
Un marido digno a la vista de los dioses,
Y el Remanente se regocijó.
—Morrighan Libro de Texto Sagrado, vol. III.
Capítulo 34
Ya era bastante tarde, pero mientras Aster dormía con su pañuelo en la mano,
me senté en la alfombra de pieles en el centro de la habitación y miré los libros
que habían aparecido en mi cama. De alguna manera, los habían puestos a la vista
para que yo los encontrara, como si los hubiera olvidado escondidos debajo de mi
colchón. En verdad, estaba tan consumida con el negocio de seguir con vida que
casi los había olvidado. Había traducido toda la Canción de Venda en mi camino a
través del Cam Lanteux, pero tuve tiempo de traducir solo un breve pasaje de: Ve
Feray Daclara au Gaudrel. Saqué el pequeño libro de su manga y pasé los dedos
por el cuero repujado, tocando la esquina quemada. Había sobrevivido los siglos,
un viaje desgarrador por el continente y el intento de alguien de destruirlo.
Gaudrel. Me preguntaba quién era ella, además de la narradora de un grupo de
vagabundos.
El primer pasaje parecía una historia fantástica contada a una niña para
distraerla del hambre, pero cuando lo traduje, supe que tenía que ser más.
El Erudito lo había escondido e incluso envió un cazarrecompensas para
recuperarlo. Tomé la cartilla de los vagabundos de mi alforja, para ayudarme a
traducir, luego me instalé, descifrándolo palabra por palabra, línea por línea,
comenzando con el primer pasaje nuevamente.
Había una vez, hija mía, una princesa no más grande que tú. Era la historia de
un viaje, una esperanza, y una niña que comandaba el sol, la luna y las estrellas.
Cuando pasé al siguiente pasaje, nuevamente era una niña pidiendo una historia,
pero esta vez sobre una gran tormenta. Era extrañamente, una reminiscencia del
texto sagrado de Morrighan.
¿Era solo una historia, o Gaudrel era realmente una de los antiguos
sobrevivientes?. ¿Una simple niña, cuando Aster arrojó una estrella a la tierra?.
Eso explicaría por qué su historia tenía errores. El texto sagrado había sido
transcrito generación tras generación por los mejores eruditos de Morrighan, y
estaba claro que solo una estrella provocó la devastación, no siete. Pero una o
siete, apenas importaba, para ella, era una tormenta que no terminaba. Una
tormenta que dejó sin sentido los viejos caminos. Ella hablaba de cuchillos afilados
y voluntad de hierro, pero me detuve cuando llegué a la parte de los carroñeros.
Gaudrel y esta niña siempre huían de bestias que tenían tanta hambre como ellas.
¿Eran los míticos pachegos de Infernater,r que los Vendans temían?.
Cada página era un vistazo de otro momento, y juntas eran una crónica de los
acontecimientos de hace mucho tiempo. La historia de Gaudrel. Algunos pasajes
parecían estar redactados cuidadosamente para los oídos de una niña, pero otros
eran brutalmente crudos.
Aster se agitó mientras dormía, y rápidamente salté varias páginas. Nunca lo
traduciría todo en una noche. El siguiente pasaje era una historia sobre el padre de
Gaudrel.
Me recosté mirando la página. Estaba demasiado cerca del texto sagrado que
decía:
Se creían a sí mismos un paso más abajo que los dioses.
Dos historias se arremolinaban ante mis ojos, mezclándose como sangre y
agua. ¿Qué historia vino primero?. ¿El texto sagrado de Morrighan o el que tenía
en mis manos?. Aster se dio la vuelta, estirándose, murmurando medio dormida y
preguntándome si volvería a la cama.
—Pronto —susurré. Me apresuré a avanzar de nuevo por las páginas,
buscando más respuestas.
¿Hermanas?
Traduje el último pasaje nuevamente, segura que había cometido un error,
pero era cierto. Gaudrel y Venda eran hermanas. Venda también era una
vagabunda.
Y luego leí más.
Que se sepa,
La robaron
Mi pequeña.
Ella me buscaba, gritando: Ama.
Es una mujer joven ahora.
Y esta anciana no pudo detenerlos.
Que sea conocido por los dioses y las generaciones.
Robaron del remanente.
Harik, el ladrón, robó a mi Morrighan.
Luego la vendió por un saco de grano,
A Aldrid el carroñero.
Cerré el libro, mis palmas húmedas. Miraba mi regazo, tratando de entender.
Tratando de explicarlo. Tratando de no creerlo.
Gaudrel no contó esta historia a cualquier niño. Fue a Morrighan.
Era una niña, no elegida por los dioses, sino robada por un ladrón, y vendida a
un carroñero. Harik no era su padre, como decía el Texto Sagrado. Él era su
secuestrador y vendedor. Aldrid, el venerado padre fundador de un reino, fue
poco más que un carroñero, que compró una novia.
Al menos según esta historia. No estaba segura qué creer.
Solo una cosa se sentía segura en mi corazón. Tres mujeres fueron
destrozadas. Tres mujeres que una vez fueron familia.
Capítulo 35
Rafe
Calantha y Ulrix me arrastraron a los establos. Tenía que dar otro paseo por su
miserable ciudad, la única ventaja era que podía buscar otra salida, aunque
seguramente no había más ninguna.
Los jinetes Vendans eran rápidos, y los días perdidos ardieron en mi cabeza.
Revisé todas las estrategias militares que Sven había incrustado en mí, pero
ninguna de esas estrategias había incluido a Lia y el riesgo para ella.
Estos pensamientos me estaban consumiendo, así que no lo reconocí al
principio. Arrojó tortas de estiércol secas, en un contenedor cerca de los establos.
Su ropa estaba sucia y rasgada. Cuando seguí a Calantha y Ulrix al establo, mis ojos
lo pasaron por alto. Enfocándome en mi propio caballo en primer lugar. Uno de los
Chievdars lo había reclamado como suyo. Estaba bien cuidado y arreglado, pero
me incomodaba que ahora sirviera a Venda. Calantha y Ulrix me estaban llevando
por órden del Komizar. Lo vi irse con Lia cuando llegamos al patio del establo.
Temía por ella en la compañía del Komizar.
—Ella estará bien —dijo Calantha.
Aparté la mirada y dije que solo sentía curiosidad por el propósito de estos
paseos por la ciudad.
—Una especie de campaña —me dijo vagamente. —El Komizar desea
compartir nuestra nobleza recién llegada con otros.
—Solo soy un humilde Emisario. No un noble.
—No —dijo ella. —Serás lo que el Komizar desea que seas. Y hoy eres el gran
Lord Emisario del Príncipe de Dalbreck.
—Para una nación que desprecia la realeza, parece ansioso por hacer alarde
de ella.
—Hay muchas formas de alimentar a las personas.
Mientras sacamos a nuestros caballos del establo, un chico con badajo,
arrastró una carga de estiércol delante de la puerta, tropezando y derramándolo a
su lado. Ulrix lo maldijo por bloquear nuestro camino. ¡Fikatande idaro! ¡Bogeve
enar johz vi daka!.
El tonto se revolvió en el suelo, tratando de devolver la carga lo más rápido
posible al carro. Se detuvo y miró hacia arriba, encogido, derramándo disculpas en
Vendan. Entrecerré los ojos cuando lo vi, pensando que tenía que estar
equivocado. Era Jeb. Estaba sucio, con el pelo enmarañado, y apestaba. Jeb un
chico con badajo. Tomó toda mi fuerza de voluntad no alcanzarlo y abrazarlo.
Lo habían logrado, al menos Jeb. Miré alrededor del patio del establo,
esperando ver a los demás. Jeb sacudió vigorosamente la cabeza mientras se
disculpaba por su torpeza. Brevemente dirigió su mirada hacia mí, sacudiendo su
cabeza nuevamente. Los otros no estaban aquí. Todavía. ¿O quiso decir que no
vendrían en absoluto?.
—Trae algunas de esas a mi habitación cuando hayas terminado. La torre
norte del Santuario —dije.
Calantha intercambió algunas palabras rápidas con Jeb.
—¿Mi ena urat seh lienda?.
Jeb sacudió la cabeza e hizo un gesto con los dedos.
—Nay. Mias e tayn.
—El tonto no entiende tu lengua —gruñó Ulrix. —Y tu cuarto se calienta
último, Emisario. Cuando el Consejo sea agradable y cálido, entonces tal vez
consigas algo.
Jeb asintió, arrojando la última carga al carrito. Torre norte. El tonto entendió
perfectamente, y ahora sabía dónde encontrarme. Giró el carro fuera del camino,
y Ulrix nos empujó, su paciencia agotada.
—Nos vemos allí.
—¿Dónde vamos? —le pregunté a Calantha.
Ella suspiró como si estuviera aburrida. Para alguien tan joven, estaba hastiada
más allá de sus años. Por mucho que había tratado de obtener información sobre
su posición en el Santuario, era una pared helada cuando se trataba de detalles
sobre ella.
—Vamos al barrio de Stonegate con una parada rápida en Corpse Call —dijo.
—El Komizar pensó que podría ser entretenido.
***
Había sido soldado en el campo durante casi cuatro años. Había visto mucho.
Hombres apuñalados, mutilados, con los cráneos bien abiertos. Incluso había visto
hombres destrozados por animales salvajes, medio comidos. En el Cam Lanteux, y
en el campo de batalla, no había delicadas consideraciones sobre cómo muere un
hombre. Había aprendido a esperar cualquier cosa.
Pero la bilis se elevó en mi garganta cuando superamos la cresta de Corpse
Call, y reprimí el cierre de mi pecho, cuando comencé a mirar hacia otro lado. Ulrix
empujó mi hombro.
—Mejor mira bien. El Komizar te preguntará qué piensas de eso.
Me volví. Parecía firme y duro. Tres cabezas en estacas. Las moscas zumbaban
en las lenguas hinchadas. Gusanos enrollados en las cuencas de los ojos. Un cuervo
tiró tercamente de algo sinuoso de una mejilla, como si fuera un gusano. Pero
incluso a través de la descomposición, me di cuenta de que eran niños. Fueron una
vez niños.
—El Asesino se hizo cargo de estos tres. Eran traidores —Ulrix se encogió de
hombros y volvió a bajar por la colina.
Me volví hacia Calantha.
—¿Kaden hizo esto?
—Supervisar las ejecuciones es su deber como Fortaleza. El aderezo de arriba
en las estacas es hecho por soldados. Se quedarán allí hasta que la última carne se
caiga del hueso —ella respondió. —Esas son las órdenes del Komizar.
La miré, su único ojo pálido brillaba, una debilidad en sus hombros que
generalmente estaban rígidos con cinismo.
—No lo apruebas —le dije.
Ella se encogió de hombros.
—Lo que pienso no importa.
Extendí la mano y toqué su brazo antes de que pudiera darse la vuelta. Se
encogió como si pensara que iba a golpearla, y retrocedí.
—¿Quién eres, Calantha? —pregunté.
Ella sacudió la cabeza, su actitud aburrida volvió.
—No he sido nadie por mucho tiempo.
Capítulo 36
Era una rara mañana despejada de cielo azul claro. El aire fresco se calentó
con la fragancia del Thannis, porque aunque su sabor era agrio, su aroma era dulce.
El brillo del día ayudó a ahuyentar mi agotamiento. Como si no tuviera
suficiente en qué pensar, no podía sacar el libro de Gaudrel de mi cabeza.
A altas horas de la noche, me despertaba una y otra vez, con el mismo
pensamiento: Eran familia. Morrighan fue robada y vendida a un carroñero.
Aunque fuera cierto que ella tenía el Don y condujo al pueblo a una nueva tierra,
aquellos que ella dirigió no eran un Remanente noble elegido por los dioses, sino
carroñeros que se aprovechaban de otros. Se habían aprovechado de Morrighan.
—¿Dormiste bien? —gritó el Komizar sobre su hombro.
Hice clic en mis riendas para alcanzarlo. Mi farsa continuaría hoy en el barrio
del Canal, en los lavaderos frente al jehendra.
—Tu atención me reconforta —le dije. —No te importa nada cómo dormí.
—Excepto por las ojeras bajo tus ojos. Te hace menos atractiva para la gente.
Pellizca tus mejillas. Tal vez eso ayude.
Me reí.
—Justo cuando creo que no puedo odiarte más, me demuestras que estoy
equivocada.
—Vamos, Jezelia, ¿después de que te he mostrado toda mi amabilidad?. La
mayoría de los prisioneros ya estarían muertos.
Si bien no lo llamaría amabilidad, sus comentarios para mí se habían vuelto
menos mordaces, y no pude evitar notar que hacía algo que mi padre nunca había
hecho en su propio reino. Caminaba entre los que gobernaba, tanto cerca como
lejos. No gobernaba desde la distancia, sino de manera íntima y completa. El
conocía a su gente. Hasta el punto que ayer me había preguntado cuál era el
diseño de la garra y la vid en mi hombro. No mencioné la Canción de Venda, y
esperaba que nadie más lo hiciera, pero estaba segura que al menos algunos de
los que la habían mirado, la estaban desenterrando de recuerdos polvorientos, de
historias olvidadas hace mucho tiempo.
—Un error —le había dicho simplemente. —Una kavah de boda que no fue
aplicada correctamente.
—Parece haber capturado la fantasía de muchos.
Me había encogido de hombros.
—Estoy segura que es una curiosidad para ellos, como yo, algo exótico de un
reino lejano.
—Eso eres. Usa uno de tus vestidos mañana que lo muestre correctamente —
había ordenado. —Esa camisa triste, es tediosa.
Y también cálida. Solo que eso era de poca preocupación para él, sin
mencionar que los vestidos no eran particularmente adecuados para montar, de
nuevo, sin importancia a la luz de sus grandes planes. Había asentido,
reconociendo su demanda, pero hoy me puse la camisa y los pantalones. No
pareció darse cuenta.
Cuando no estaba escudriñando cada uno de mis movimientos y palabras,
disfrutaba mis interacciones con la gente. Me proporcionaban un tipo diferente de
calidez, que probablemente necesitaba más. Esa parte no era una farsa. La
bienvenida de los Meurasi se había extendido a muchos clanes. Los momentos de
compartir Thannis, o historias, o algunas palabras sinceras, me dieron equilibrio, y
unas pocas horas de alivio del Santuario. Mi Don rara vez entraba en juego. Unas
pocas veces me invadió la sensación de que algo grande y oscuro descendía.
Contenía el aliento y miraba hacia arriba, realmente esperando ver una cosa con
garras negras cayendo sobre mí, pero no había nada allí. Solo un sentimiento que
sacudía rápidamente cuando veía al Komizar sonriendo. Nunca perdía la
oportunidad de cambiarlo en algo corrupto y vergonzoso. Me hacía querer sofocar
el Don, en lugar de escucharlo. Parecía imposible nutrir algo en su presencia.
Llegamos a un camino estrecho y desmontamos, entregando las riendas a los
guardias que nos seguían.
—¿Es esto? —preguntó, tirando del cinturón de Walther con el pulgar. —
¿Esto es lo que te sigue haciendo tan irritable?.
Miré la correa de cuero sobre su pecho, que había logrado bloquear de mi
visión con un poco de magia de voluntad. ¿Irritable?. Por los dioses, lo habían
robado del cadáver de mi hermano después de haber masacrado a todo su
compañía. ¿Irritable? Miré desde el cinturón a sus fríos ojos negros. Una sonrisa
los recorrió como si viera cada pensamiento ardiente en mi mente.
Sacudió la cabeza, satisfecho con mi respuesta silenciosa.
—Necesitas aprender a soltar las cosas, Lia. Todas las cosas. Sin embargo... —
Quitó su daga de él, luego levantó el cinturón sobre su cabeza y lo colocó sobre la
mía. Sus manos se demoraron en mi espalda mientras lo ajustaba. —Tuyo. Como
recompensa. Has demostrado ser útil estos últimos días.
Respiré con alivio cuando finalmente terminó de ajustar el cinturón, y retiró
las manos de mi espalda.
—Tu gente ya se inclina ante tu comando. —dije. —¿Para qué me necesitas?
Levantó la mano y la deslizó suavemente sobre mi mejilla.
—Fervor, Lia. Los suministros de alimentos son más cortos que nunca.
Necesitarán fervor para ayudarlos a olvidar su hambre, su frío, su miedo durante
este último largo invierno. Eso no es mucho pedir, ¿verdad?
Lo miré con incertidumbre. Fervor era una extraña elección de palabras.
Implicaba algo más febril que la esperanza o la determinación.
—No tengo palabras para provocar fervor, Komizar.
—Por ahora solo haz lo que has estado haciendo todo el tiempo. Sonríe, agita
tus pestañas como si los espíritus te susurraran. Más tarde te diré las palabras a
decir.
Su mano se deslizó hasta mi hombro, acariciándolo, luego sentí la tela de mi
camisa pellizcarme mientras la recogía en su puño. Tiró bruscamente, de repente,
y yo hice una mueca, cuando la tela se desprendió de mi hombro.
—Y ahora —dijo. —Tu tediosa camisa está descuidada. Sus dedos rozaron mi
hombro donde la kavah yacía expuesta, y se inclinó para que sus labios estuvieran
calientes contra mi oreja. —La próxima vez que te diga qué hacer, haz lo que digo.
***
Nos dirigimos hacia los terrenos de lavado sin decir una palabra más. Obtuve
miradas tanto para mi kavah, como para mi camisa rota. Fervor. Eso no es mucho
pedir, ¿verdad?. Me estaba haciendo un espectáculo de una forma u otra. Estaba
segura que, en su opinión, la kavah era solo algo peculiar y exótico, o incluso al
revés. No le importaba el significado, solo que podía ayudar a avivar este llamado
fervor. Una distracción adicional, eso es todo lo que él quería, y nada de eso
parecía correcto.
Cuando llegamos a los terrenos de lavado, vi tres cuencas largas, la presión del
río hábilmente las atravesaba. Las mujeres se alineaban en los bordes, arrodilladas
para restregar la ropa en las piedras, con los nudillos partidos y rojos por las aguas
heladas. De una de las muchas tiendas cercanas que rodeaban los terrenos,
flotaba humo dulce y enfermizo, y el Komizar dijo que entraría un momento.
—Habla con los trabajadores, pero no vayas más allá de las cuencas —dijo con
severidad. Recordándome que debía hacer exactamente lo que él decía.
—Saldré enseguida.
Vi a las mujeres encorvadas y trabajando, tirando sus ropas en cestas, pero
luego vi a Aster, Zekiah e Yvet al otro lado del camino, acurrucados en las sombras
de un muro de piedra y mirando algo que Yvet sostenía. Parecían inusualmente
apagados y tranquilos, lo que ciertamente no era típico de Aster. Crucé la plaza,
gritando sus nombres, y cuando se volvieron hacia mí, vi la tela ensangrentada
envuelta alrededor de la mano de Yvet.
Jadeé y corrí hacia ella.
—Yvet, ¿qué pasó? —tomé su mano, pero ella la agarró ferozmente contra su
vientre para escondérmela.
—Dime, Yvet —dije más suavemente, pensando que la había sorprendido. —
¿Cómo te lastimaste?
—Ella no te lo dirá —dijo Aster. —Está avergonzada. El señor de los barrios la
cortó.
Me volví hacia Aster, mi cara erizada por el calor.
—¿Qué quieres decir? ¿La cortó?
—La punta de un dedo por robar. Toda una mano si vuelve a suceder.
—Fue mi culpa —agregó Zekiah, mirando a sus pies. —Ella sabía que había
estado ansioso por probar ese queso marmolado.
Recordé el furioso muñón hinchado del dedo índice de Zekiah la primera vez
que lo ví.
¿Por robar queso?.
La rabia descendió, tan total y completa que cada parte de mí tembló: Mis
manos, mis labios, mis piernas. Mi cuerpo ya no era mío.
—¿Dónde? —exigí. —¿Dónde está este señor de barrios?
Aster me dijo que él era el orfebre en la entrada del jehendra, luego se tapó la
boca con la mano. Ella tiró de mi cinturón, tratando de detenerme mientras me
alejaba, rogándome que no fuera. Me sacudí de un tirón..
—Quédate aquí! —grité. —¡Todos ustedes! ¡Quédense aquí! —sabía
exactamente dónde estaba la tienda.
Al verme volar de rabia, varias de las mujeres del lavadero me siguieron,
haciéndose eco de las palabras de Aster. No vayas.
Lo encontré parado en el centro de su puesto, puliendo una jarra.
—¡Tú! —dije, señalando con el dedo en su cara, obligándolo a mirarme. —Si
vuelves a tocar un niño otra vez, personalmente cortaré cada miembro de tu
cuerpo inútil y rodaré tu feo muñón por el medio de la calle. ¿Lo entiendes?
Me miró incrédulo y se echó a reír.
—Soy el señor del barrio.
El dorso de su mano carnosa se disparó, y aunque lo desvié con mi brazo, la
fuerza de su golpe todavía me hizo retroceder. Me caí contra una mesa, volteando
los contenidos al suelo. El dolor explotó en mi cabeza donde me golpeó la mesa,
pero mi sangre se aceleró tanto que me puse de pie en segundos, esta vez con el
cuchillo de Natiya en la mano.
Hubo un silencio, y la multitud que se había reunido dio un paso atrás. En un
instante, la pelea que esperaban ver, se transformó en algo mortal. El cuchillo de
Natiya era demasiado liviano y pequeño para lanzar, pero ciertamente podía
cortar y mutilar.
—¿Te llamas a ti mismo señor? —me burlé. —No eres más que un repulsivo
cobarde! ¡Adelante! ¡Golpéame de nuevo! Pero en el mismo momento, cortaré la
nariz de tu miserable excusa de cara.
Miró el cuchillo, temeroso de moverse, pero luego vi que sus ojos se movían
nerviosamente a un lado. Entre sus productos, en una mesa equidistante entre
nosotros, había una espada corta. Los dos nos abalanzamos sobre ella, pero la
alcancé primero, girando mientras la agarraba, y el aire sonó en su filo agudo. Dio
un paso atrás, con los ojos muy abiertos.
—¿Qué mano primero, señor del barrio? —pregunté. —¿Izquierda o derecha?
Dio otro paso atrás pero quedó atrapado en una mesa. Balanceé la espada
cerca de su vientre.
—Ya no es tan gracioso, ¿verdad?
Hubo un murmullo de la multitud, y los ojos del señor se movieron a algo
detrás de mí. Me di vuelta, pero ya era demasiado tarde. Una mano me sujetó la
muñeca y me retorció el otro brazo detrás de la espalda. Era el Komizar. Me
arrancó la espada de la mano, la arrojó hacia el señor de los cuartos y me quitó
dolorosamente el cuchillo de mi agarre. Cayó al suelo a nuestro lado. Lo vi notando
el mango tallado, que era claramente vagabundo.
—¿Quién te dio esto? —
Comprendí el miedo de Dihara ahora. Vi la furia en los ojos del Komizar, no
solo hacia mí sino hacia quien me lo había dado. No podía decirle que Natiya lo
había escondido en mi capa.
—Lo robé —le dije. —¿Qué te importa a ti? ¿Me cortarás los dedos ahora?
Sus fosas nasales se dilataron, y me empujó a los brazos de los guardia.
—Llévenla a los caballos y espérenme.
Lo escuché gritarle a la multitud que volvieran a sus asuntos, mientras los
guardias me arrastraban. Se nos unió solo unos minutos después. Su ira
extrañamente templada, lo que me hizo desconfiar.
—¿Dónde aprendiste a usar una espada? —preguntó.
—Apenas la usé. La agité un par de veces, y tu señor del barrio se mojó. Es un
cobarde torpe, que solo es lo suficientemente valiente para cortar los dedos de los
niños. Me fulminó con la mirada, todavía esperando una respuesta.
—Mis hermanos —le dije.
—Se buscará en tus cuartos cuando regresemos, para ver si hay algo más que
hayas robado.
—Solo el cuchillo.
—Por tu propio bien, espero que estés diciendo la verdad.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir?.
—Perdonaré tu amenaza a mi señor, esta vez. Le dije que ignoras nuestros
modos.
—¿Yo, ignorante?. ¡El corte de dedos en los niños es bárbaro!.
Se acercó, presionándome contra mi caballo.
—Morir de hambre es bárbaro, Princesa. Robar de la boca de otro es bárbaro.
Las infinitas formas en que tu reino nos ha mantenido a este lado del río, son
bárbaras. La yema del dedo es un pequeño precio a pagar, pero un recordatorio de
por vida. Notarás que tenemos muy pocas personas con una sola mano en Venda.
—Pero Yvet y Zekiah son niños.
—No tenemos niños en Venda.
***
Rafe
No había señales de Jeb cuando regresamos, pero saber que él estaba aquí,
viéndose y sonando más Vendan que nunca, ayudó a tranquilizar mi mente.
Algo. Había visto hoy cuál podría ser su destino si lo descubrían.
¿Cuáles podrían ser todos nuestros destinos.?
—No tienes que hacer eso —dijo Calantha.
—Hábito —le dije.
—¿Emisarios en un reino tan grande como Dalbreck, cepillan a sus propios
caballos?.
No. Pero los soldados sí. Incluso los soldados que son príncipes.
—Mi padre cría caballos —le dije como explicación. —Es la forma en que crecí.
Dice que los caballos devuelven dos veces a un jinete el buen trato. Siempre he
encontrado que es verdad.
—Todavía te molesta lo que viste.
Las tres cabezas empaladas se agitaron en mis pensamientos. Detuve el
cepillado.
—No.
—Tus movimientos son largos y rápidos. Tus ojos brillan como el frío acero
cuando estás enojado. Estoy conociendo bien tu rostro, Emisario.
—Fue salvaje —admití, —pero lo que hagas con tus traidores no me preocupa.
—¿No ejecutan traidores en tu reino?.
Froté el hocico del caballo.
—Hecho, muchacho —dije y cerré el puesto. —No contaminamos los cuerpos.
Tu Asesino parece elevarlo a un arte.
Comencé a devolver el cepillo al gancho pero me detuve a medio paso.
Calantha se volvió para ver lo que estaba mirando. Era Lia. El hombro de su camisa
estaba desgarrado y su rostro pálido. Con Calantha allí, tuve que fingir que no me
importaba. Lia evitó mi mirada y solo habló con Calantha, diciéndole que el
Komizar estaba esperando afuera, y que ella había venido a buscar su capa, que
había dejado esta mañana. ¿La había visto Calantha?. Calantha me lanzó una
mirada puntiaguda, luego dirigió a Lia hacia la pared trasera del establo y a una
hilera de ganchos.
—Estaré afuera esperando también —dijo.
—No tienes que irte —le dije, pero ella ya se iba.
Lia caminó cuidadosamente junto a mí, desvió la mirada y levantó la capa del
gancho.
—Estamos solos —susurré. —Tu hombro. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dijo. —Era solo una diferencia de opinión sobre las opciones de
ropa.
Y luego noté un hematoma en la sien. Alcé la mano y aparté su cabello.
—Que te hizo…
—Me tropecé con una mesa —dijo ella apresuradamente, quitando mi mano.
—Ignóralo —mantuvo su voz baja, su atención fija en la capa en sus manos. —
Tenemos que encontrar una manera de salir de aquí. Cuando Kaden regrese, si yo...
La llevé al puesto.
—No le digas nada.
—No es como el resto de ellos, Rafe. Él podría escuchar si...
La tiré más cerca.
—Escúchame —siseé. —Es tan salvaje como cualquiera de ellos. Vi su obra
hoy. No digas...
Se soltó y su capa cayó al suelo.
—¡Deja de decirme qué hacer o decir!. ¡Estoy cansada que todos intenten
controlar cada palabra de mi boca!.
Sus ojos brillaban, con miedo o rabia.
No estaba seguro de cuál. ¿Qué había pasado hoy?.
—Lia —dije, hablando en voz más baja, —Esta mañana vi uno de...
—¿El Emisario te está deteniendo? —el Komizar estaba en la entrada del
establo. Ambos retrocedimos un paso incómodo.
—Solo estaba recuperando su capa. Ella la dejó caer.
—Torpe, ¿no, princesa?. Pero has tenido un día largo y agotador —se acercó
más. —¿Qué hay de tí? ¿Disfrutaste tu gira hoy, Emisario?.
Trabajé para mantener mi voz uniforme y sin impresionar.
—El barrio de Stonegate tenía algunas vías interesantes, supongo —y luego,
en beneficio de Lia. —También vi la obra de tu Asesino. Las cabezas empaladas de
los muchachos que ejecutó, han madurado bastante en el sol.
—Ese es el punto. El hedor de la traición, tiene su propio aroma único, uno
que no se olvida fácilmente.
Extendió la mano y tomó el brazo de Lia, con una familiaridad que no había
visto antes y se la llevó. No podía controlar la quemadura en mi pecho, pero me
volví hacia el caballo como si no me importara, cepillando su pelo nuevamente,
con largos y rápidos golpes.
Esto era algo para lo que nunca había sido entrenado. No hubo estrategias
militares ni simulacros que pudieran prepararme, para el tormento diario de no
matar a alguien.
Capítulo 38
No eran solo una o dos docenas, sino cientos llenando el cuadrado. Sentí que
los ojos del Komizar me miraron desde algún lugar lejos, esperando corromper mis
pensamientos.
Comencé con dudas, tratando de encontrar ese lugar de confianza que él no
podía controlar.
Las palabras salieron torpes y cohibidas, una oración básica de la infancia.
Lo intenté de nuevo, cerrando los ojos, alcanzando, respirando lenta y
profundamente, esperando y esperando, la desesperación se arrastró, y luego
escuché algo. El lejano y débil toque de una zitara. Las zitaras de mis tías. Y
entonces el zumbido de mi madre se elevó sobre ellas, con su inquietante eco que
flotaba por la ciudadela. La música hacía que, incluso mi ocupado padre, se
detuviera en sus deberes. Gire mi cabeza, escuchando, dejando que me rasgueara
como si fuera la primera vez, y las palabras de memoria desaparecieron. Mis
recuerdos comenzaron como expresiones, una melodía sin palabras que seguía la
música de las zitaras, cada nota tocando los ritmos de la creación, girando en mi
vientre, una canción que no pertenecía a ningún reino u hombre, solo a mí y a los
cielos. Y luego llegaron las palabras, un reconocimiento de los sacrificios y el largo
viaje de una niña, y besé dos dedos, levantándolos al cielo, uno para los perdidos y
otro para los que están por venir.
La música distante todavía parecía resonar en los altos muros de piedra que
me rodeaban, con la gente abajo. Recordar. Tiempo para irse a casa, pero se
quedaron. Gritó una voz.
—Cuéntanos una historia, princesa de Morrighan.
Cuéntales una historia, Jezelia.
Allí estaba ella, a solo un brazo de mí, una aparición sentada en la pared, pero
al mismo tiempo sólida. Inquebrantable. Su largo cabello se arrastraba a lo largo
de las piedras, todo el camino hasta otro milenio. Cuéntales una historia.
Y así lo hice. Les conté la historia de dos hermanas.
***
Kaden
Pauline
Bryn se inclinó hacia delante y miró su sidra. Era el más joven de los hermanos
mayores de Lia, siempre el alegre y de boca fresca, que se metió en tantas
travesuras como Lia. Los últimos meses lo habían tranquilizado. No había ahora
sonrisas en su rostro, no había bromas en su lengua.
—Regan y yo aplaudimos en secreto cuando ella salió corriendo. Nunca
pensamos que se llegaría a esto.
—¿Walther también?
El asintió.
—Quizás lo más importante de todo. Él fué quien dejó pistas falsas hacia el
norte, para los rastreadores.
Regan se reclinó en su silla y suspiró.
—Todos habíamos expresado nuestra oposición a enviarla a una tierra lejana y
extraña. Sabíamos que sería miserable, y había otras formas de crear una alianza,
con una pequeña diplomacia persistente...
—Aparentemente, mi madre no se enteró —interrumpió Bryn, el primer
indicio de amargura en su tono.
¿La reina?
—¿Estás seguro?
—Ella y el Erudito fueron los primeros en sugerir que aceptaran la propuesta
de Dalbreck.
Eso era imposible. Yo conocía a la reina. Amaba a Lia, estaba segura de eso.
—¿Cómo sabes esto?
Regan explicó que después que Lia desapareció, hubo una gran disputa entre
su madre y su padre. Estaban tan indignados que no se habían retirado a sus
cámaras privadas para desahogar la ira.
—Padre la acusó de socavarlo y hacerlo parecer un tonto. Dijo que ella nunca
debería haber empujado el asunto, si ella no podía controlar a su propia hija. Se
dispararon los sórdidos detalles como si fueran flechas venenosas.
—Tiene que haber una explicación para todo esto —dije. —Tu madre ama a
Lia.
Regan se encogió de hombros.
—Ella se niega a discutir el asunto con ninguno de nosotros, incluido el rey.
Incluso Walther no pudo entrometerse en nada, y siempre es capaz de sacarle
cosas. Bryn dijo que la mayor parte del tiempo se quedaba en su habitación,
incluso para las comidas, y que solo la veía caminando por los pasillos cuando
estaba en camino para ver al Erudito.
—Pero el Erudito odia a Lia —le dije.
Regan asintió con la cabeza. La animosidad entre Lia y el Erudito no era un
secreto.
—Suponemos que está buscando consuelo y asesoramiento en el Texto
Sagrado. Él es el experto en tales cosas.
¿Consuelo?. Posiblemente. Pero podía escuchar la duda en la voz de Regan.
Bryn se bebió el resto de su sidra.
—¿Estás segura que fue secuestrada? —preguntó de nuevo.
Su tono estaba lleno de desesperación. Sabía cuánto amaba a su hermana, y el
pensamiento de ella en manos de los bárbaros le traía una tristeza desgarradora.
—Sí —susurré.
—Nos enfrentaremos a madre y padre —dijo Regan. —Los haremos escuchar.
La recuperaremos.
Se fueron y mi ánimo se levantó. La resolución de Regan me dio un poco de
esperanza por fin. Me recordaba mucho a su hermano. Si tan solo Walther
estuviera aquí para estar con ellos también. Besé mis dedos y recé por la rapidez
del regreso de Walther. Me levanté de la mesa para volver a nuestra habitación.
Pude ver el cansancio también, en la cara de Gwyneth cuando se levantó. Había
sido un largo día de espera y anticipación.
—Bueno, ahí están! —Gwyneth y yo nos dimos la vuelta.
Berdi estaba parada en la puerta, con las manos en las caderas.
—¡Ardientes bolas, he estado en la mitad de las posadas desde aquí hasta las
tierras bajas en busca de ustedes dos! No pensé que estarían cómodas en el medio
de la ciudad.
La miré, sin creer lo que estaba viendo.
Gwyneth encontró su lengua antes que yo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—No podía sazonar una olla de estofado, ni para salvar mi vida,
preocupándome por ustedes dos, y por lo que le pasó a Lia. Pensé que sería más
útil aquí.
—Pero, ¿quién está mirando la taberna? —chillé.
Berdi sacudió la cabeza.
—No quieres saberlo —se limpió las manos en el vestido como si llevara un
delantal y olisqueó el aire. —No hay mucho en la forma de cocinar aquí, ya veo.
Puede que tenga que meter la cabeza en la cocina —nos miró y levantó las cejas.
—¿No recibo ningún tipo de bienvenida?
Gwyneth y yo nos precipitamos en sus brazos abiertos, y Berdi se llenó de
lágrimas, de las que culpó al viaje polvoriento.
Lo único que faltaba en ese momento era Lia.
La detengo.
Quédate quieta, niña.
Deja que la tomen.
Ella tiembla a mi lado,
Feroz de rabia.
Vemos a los carroñeros tomar las canastas de comida que hemos reunido.
Si compasión. Sin piedad.
Esta noche pasaremos hambre.
Veo a Harik, su líder, entre ellos.
Él mira a Morrighan, y la empujo detrás de mí.
Cuchillos de plata brillan a su lado,
Y estaré agradecida cuando se vayan.
Qué no haya tomado más.
—Los últimos testamentos de Gaudrel.
Capítulo 42
***
Cuando salí de la cámara del baño, Calantha había dejado a dos esbeltos
guardias de mejillas suaves como mis acompañantes en su lugar. Aparentemente
ella había tenido suficiente de mí por un día. También tuve suficiente de ella.
Comencé a girar en una dirección, y ambos guardias dieron un paso adelante para
bloquearme.
—No necesito su escolta —les dije. —Voy a..
—Nos dijeron que la regresáramos a su habitación —dijo uno de ellos. Su voz
era desigual, y cambió de un pie a otro.
Los dos intercambiaron una mirada cautelosa, y vi un nudo de cuero en el
cuello del más bajo, que se asomaba debajo de su chaleco. Llevaba un amuleto
para protegerse. Sin duda el otro guardia tenía uno también. Asentí lentamente,
notando sus expresiones cautelosas, y comenzamos a caminar en la dirección que
indicaban, uno a cada lado de mí. Cuando llegamos a la parte más oscura del
pasillo, me detuve en seco. Cerré los ojos, mis manos extendidas sobre los muslos.
—¿Qué le pasa? —susurró uno.
—Un paso atrás —dijo el otro.
Hice una mueca. Los escuché a ambos alejarse.
Aleteé mis párpados abiertos hasta que mis ojos se abrieron y parecían
enloquecidos.
Ambos guardias estaban pegados a la pared. Lentamente abrí la boca, más y
más, hasta que estuve segura de que parecía un bacalao boquiabierto.
Y luego solté un grito espeluznante.
Ambos corrieron por el pasillo, desapareciendo tan rápidamente en las
sombras que me impresionó su agilidad.
Me volví, satisfecha que no volverían a venir por este camino, y me fui en la
dirección opuesta. Era la primera vez que torcía el Don en una farsa desde que lo
tenía, pero si no me iban a entregar mis libertades recién ganadas, parecía que
tendría que aprovecharlo como pudiera. Había secretos a pocos pasos de distancia
que tenía derecho a saber.
***
***
Aster había estado en lo cierto. Este túnel conducía solo a rocas y engranajes
mojados, el funcionamiento oculto del puente. El río rugió a solo unos pasos de mí,
ya estaba cubierto por la niebla. Su poder era asombroso y aterrador, y me
preguntaba cuántas vidas se habían perdido, al intentar construir un camino a
través de él.
Mi espíritu se hundió cuando examiné los engranajes. Formaban parte de un
elaborado sistema de poleas con ruedas tan macizas como la que había visto más
arriba del acantilado, a la entrada de Venda.
—No hay manera —me dije. Y todavía …
No me podía obligar a alejarme. La marcha más baja se aseguraba en la roca
circundante. Fue un ascenso resbaladizo, y el río agitado, a continuación me hizo
verificar, y volver a verificar cada punto de apoyo, pero mi corta subida no reveló
nada de ayuda. En todo caso, solo confirmó que no nos iríamos por el puente.
Capítulo 43
Kaden
***
Rafe
Había estado aquí tan poco tiempo, pero ya parecía una vida. Cada hora
estaba llena de miedo, y tenía que contenerme de lo que quería hacer más que
cualquier otra cosa. La tarea parecía legítimamente mía, tanto como el amor, que
me había parecido encontrar todos esos meses atrás, cuando huí de Civica. Mi
destino ahora parecía tan claro como las palabras en papel.
Hasta que llegue uno que sea más poderoso. Unas pocas palabras con tantas
promesas. O tal vez solo unas pocas palabras de locura.
Tomé otra cinta de la canasta y la até a una barra transversal, en el candelabro
del techo. Lo había bajado con la cuerda para que estuviera a mi alcance, con la
esperanza de ocupar mi mente con algo más por unos minutos bendecidos.
Algo que me llevara a un mundo fuera del Santuario. Pero mis pensamientos
seguían volviendo a una cosa.
Es más difícil matar a un hombre que a un caballo.
¿Era que?. No lo sabia.
Pero había cientos de maneras, y todas ardieron dentro de mí. Una pesada
olla metida en el cráneo. Un cuchillo de tres pulgadas hundido en la tráquea. Un
empujón desde un muro alto. Cada vez que pasaba una oportunidad, el fuego
ardía más caliente, pero el deseo ardía lado a lado con una necesidad abrasadora
diferente, salvar a alguien que amaba cuando había decepcionado a otro tan
miserablemente.
Si matara al Komizar, habría un baño de sangre. No tenía nada que ofrecer a
los Gobernadores, Rahtan o Chievdars; sin alianzas, ni siquiera por un barril de vino,
valdría la pena mantenerme con vida. Mi único aliado seguro en el Consejo era
Kaden, y él solo no podía borrar el objetivo que heredaría en mi espalda. Por ahora,
no solo quería seguir con vida para Rafe, necesitaba seguir con vida por él.
Es posible que este matrimonio no lo liberara, pero al menos no acortaría su
vida. Siempre tendría eso para aferrarme al Komizar; el fervor se acabaría si
lastimaba a Rafe, un matrimonio nos daría a los dos más tiempo. Eso era todo. No
había garantías más allá de eso.
Recordé mi conversación con Berdi después de que Greta fue asesinada, sin
preocuparme por las garantías, y pensando que me casaría con el mismo diablo si
ofreciera la más mínima oportunidad de salvar a Greta y al bebé. Ahora parecía
que era justo con quien me casaría. Me apoyé en el alféizar de la ventana, mirando
al cielo. Los dioses tenían un sentido del humor perverso.
Até la última cinta y tiré de la cuerda para volver a levantar el candelabro. Un
arcoíris de color revoloteó sobre mi cabeza, y me pregunté qué pensaría Kaden
cuando lo viera. La culpa me apuñaló por engañarlo. Ya había estado agraviado tan
completamente por la nobleza como yo. La lealtad lo era todo para él. Lo entendía
ahora. ¿Qué más se puede esperar de un niño que fue arrojado por su propio
padre, como un pedazo de basura?. Suspiré y sacudí la cabeza. Un señor
Morrighese. Ahora, al igual que su padre, yo también había traicionado a Kaden.
En muchos niveles sabía lo que sentía por mí, y curiosamente, me preocupaba por
él, incluso cuando estaba enojada por su lealtad al Komizar. Había una conexión
entre nosotros que no entendía del todo. No era el mismo sentimiento que tenía
por Rafe, pero sabía que con nuestro último beso, había llevado a Kaden a creer
que había más.
No hay reglas cuando se trata de supervivencia, me recordé. Pero deseé que
las hubiera. Las traiciones parecían no terminar nunca. Pronto el Komizar me
pediría que traicionara a los que me habían recibido, que pusiera los ojos en
blanco y los llenara de la esperanza que había conjurado, y estaba segura de que le
serviría más que a la gente.
Te callarás y hablarás las palabras que te dé.
Me senté en la cama y cerré los ojos, bloqueando el silbido y el estampido de
los caballos muy por debajo de mi ventana, el ruido de las puertas cerrándose, los
gritos del cocinero persiguiendo a otro pollo suelto, que deseaba mantener la
cabeza. En cambio, estaba en un prado con brisas que soplaban de los árboles, las
montañas encima de mí, teñidas de púrpura, el aceite de rosas frotandose en mi
espalda, respirando el dulce aroma a mil millas de aquí.
Este mundo, te inspira... te comparte.
Por favor compártelo conmigo Rafe. Hago esto por ti. Solo por ti…
Hubo un repentino golpe seco en mi puerta. Kaden se había ido con tanta
repugnancia pintada en su rostro, que sabía que no volvería tan pronto, si es que
volvía alguna vez.
¿Era Ulrix con otra orden del Komizar? ¿Qué sería esta noche?.
¡Ponte el verde! ¡El cafe! Lo que sea que yo mande!
Un destello feo de la corte Morrighese me atravesó. Un entorno diferente,
pero años de los mismos pedidos.
Ponte eso. Silencio. Firma aquí. Ve a tu cámara. Aguanta la lengua. Por el
amor de los dioses, Princesa Arabella, su opinión no es necesaria. No queremos
volver a escuchar su voz sobre este asunto.
Agarré el frasco en el arcón y lo arrojé al otro lado de la habitación. Llovieron
pedazos de cerámica en el piso, y yo temblé con la verdad: Un reino no era muy
diferente de otro.
Otro golpe, este suave e incierto.
Me limpié los ojos y fui a la puerta.
Los ojos de Aster estaban muy abiertos.
—¿Estás bien aquí, Miz? Porque puedo irme con este porteador, y volver en
otro momento, pero Calantha me dijo que lo trajera a él y a su carrito aquí, y está
muy cargado, pero eso no significa que tengas que dejarlo entrar en tu habitación
ahora mismo, porque estás muy caliente, con las mejillas sonrojadas y...
—Aster, ¿de quién estás hablando?.
Ella se hizo a un lado, y un joven apareció tímidamente a la vista. Se quitó el
sombrero de la cabeza y se lo apretó contra el estómago.
—Estoy aquí para dejar combustible para el hogar.
Miré por encima del hombro al contenedor cerca de la chimenea.
—Todavía tengo combustible, y carbón. No necesito...
—El clima se está volviendo más frío, y recibí mis órdenes —dijo. —El Komizar
dice que necesitarás más.
¿El Komizar preocupado por mi calidez?. No era probable. Lo miré: Un badajo
arrugado, porteador de estiércol. Pero algo sobre él no parecía del todo correcto.
El color marrón pálido de sus ojos era demasiado agudo. Una energía
desenfrenada hervía a fuego lento en ellos, y aunque su ropa estaba sucia y su
rostro sin afeitar, sus dientes eran blancos y parejos.
—Calantha me dijo que volviera, Miz —dijo Aster.—¿Puedo dejar a este
badajo aquí contigo?
—Sí, está bien, Aster. Vete.
Ella salió corriendo y yo me hice a un lado, señalando al joven la papelera
junto al hogar.
Entró su carrito en la habitación, pero se detuvo en el medio y se giró para
mirarme. Me miró con curiosidad, luego se inclinó profundamente.
—Su Alteza.
Yo fruncí el ceño.
—¿Te estás burlando de mí?.
Sacudió la cabeza.
—Tal vez quiera cerrar la puerta.
Mi boca se abrió. Habló estas últimas palabras en Morrighese y había
cambiado de lengua sin perder el ritmo.
La mayoría de los vendans fuera del Santuario no hablaban el idioma, y los
que estaban dentro, el Consejo y algunos de los sirvientes y guardias, lo hablaban
con la lengua quebrada si lo hablaban.
—Hablas Morrighese —dije.
—Lo llamamos Dalbretch de donde soy, pero sí, los idiomas de nuestros reinos
son casi idénticos. ¿La puerta?.
Contuve el aliento conmocionada, cerré rápidamente la puerta y me volví
hacia él. Las lágrimas brotaron de mis ojos. Los amigos de Rafe no estaban
muertos.
Se dejó caer sobre una rodilla y tomó mi mano, besándola.
—Su Alteza —dijo de nuevo, esta vez con mayor énfasis. —Estamos aquí para
llevarte a casa.
***
Nos sentamos en mi cama y hablamos mientras nos atrevimos. Se llamaba Jeb.
Me dijo que el viaje a Venda había sido complicado, pero que llevaban unos
días en la ciudad. Estaban haciendo preparativos. Me hizo preguntas sobre el ala
del Consejo y el diseño del Santuario. Le conté de todos los pasillos y caminos que
conocía, especialmente los menos transitados, y los túneles en las cavernas de
abajo. Le dije quiénes eran los Vendans más sedientos de sangre del Consejo, y
sobre aquellos que podrían ser útiles, como Aster, pero que no podíamos hacer
nada que pudiera ponerla en riesgo. También mencioné a Griz y cómo había
cubierto a Rafe, pero sospechaba que era solo un pago por salvarle la vida.
—¿Le salvaste la vida?
—Le advertí sobre una estampida de bisontes.
Vi la pregunta en sus ojos.
—No puedo controlarlo ni convocarlo, Jeb. Es un Don, algo transmitido a
través de los Antiguos sobrevivientes, eso es todo. A veces ni siquiera confío yo
misma, pero estoy aprendiendo a hacerlo.
El asintió.
—Voy a husmear y ver si puedo descubrir algo sobre este tipo Griz.
—Los demás —le pregunté, —¿dónde están?
Él dudó.
—Ocultos en la ciudad. No los verás hasta que sea hora. Rafe o yo te
avisaremos.
—¿Y hay cuatro de ustedes?.
Hice todo lo posible para sonar optimista, pero el número que decía en voz
alta tenía su propia gravedad y hablaba por sí mismo.
—Sí —dijo simplemente, y siguió adelante como si las probabilidades fueran
un abismo que de alguna manera navegarían.
No estaba seguro exactamente cuándo estarían listos para moverse, pero
esperaban que los detalles se resolvieran pronto. Todavía estaban investigando la
mejor manera de lograr su tarea, y había algunos suministros que tenían
dificultades para adquirir.
—El jehendra, en el barrio de Capswam, tiene casi todos los tipos de tiendas
que existen —dije.
—Lo sé, pero no tenemos dinero de Venda, y está demasiado ocupado allí,
para robar algo.
Me incliné y busqué la bolsa de cuero debajo de mi cama. Tintineó cuando la
puse en las manos de Jeb.
—Ganancias de un juego de cartas —le expliqué. —Debería comprar casi
cualquier cosa que deseen. Si necesitas más, puedo conseguirlo.
Nada podría haberme dado una mayor satisfacción, que saber que Malich
podría desempeñar un papel en nuestra fuga.
Jeb sintió el peso de la bolsa y me aseguró que sería más que suficiente. Dijo
que recordaría nunca jugar conmigo a las cartas. A partir de ahí, habló en positivos
suaves como lo haría un soldado bien entrenado, diciendo que actuarían lo más
rápido posible. Un soldado llamado Tavish era el coordinador de todos los detalles,
y daría la señal cuando todo estuviera listo. Jeb restó importancia a los peligros,
pero las palabras que evitó se reflejaron por debajo de la superficie: El riesgo, y la
posibilidad de que no todos saliéramos. Era joven, solo la edad de Rafe, un soldado
no muy diferente a cualquiera de mis hermanos.
Debajo de la ropa irregular y la suciedad, vi dulzura. De hecho, me recordó a
Bryn, una sonrisa siempre tirando de la esquina de su boca. Tal vez una hermana
esperaba en casa a que él regresara.
Parpadeé para contener las lágrimas.
—Lo siento —dije. —Lo siento muchísimo.
Su ceño se arrugó con alarma.
—No tienes nada por lo que lamentarte, alteza.
—No estarías aquí si no fuera por mí.
Puso sus dos manos suavemente sobre mis hombros.
—Fuiste secuestrada por una nación hostil, y mi príncipe me llamó al deber.
No es un hombre propenso a la locura. Haría cualquier cosa que él pidiera, y veo
que su juicio era cierto. Eres todo lo que dijo que eras —su expresión se volvió
solemne. —Nunca lo había visto tan motivado como cuando cruzamos el Cam
Lanteux. Debes saber, princesa, que no quiso engañarte. Lo desgarraba.
Fueron esas palabras las que me deshicieron, frente a Jeb de todas las
personas, un perfecto desconocido, y finalmente me quebré. Caí en su hombro,
olvidando que debía estar avergonzado, y empecé a sollozar. Me abrazó, me
palmeó la espalda y me susurró:
—Está bien.
Finalmente me aparté y me limpié los ojos. Lo miré, esperando ver su propia
vergüenza, pero en cambio solo vi preocupación en sus ojos.
—Tienes una hermana, ¿no? —le pregunté.
—Tres —respondió.
—Podría decir. Tal vez por eso yo... —negué con la cabeza. —No quiero que
pienses que hago esto mucho.
—¿Llorar? ¿O ser secuestrada?
Sonreí.
—Ambos —extendí la mano y apreté la suya. —Tienes que prometerme algo.
Cuando llegue el momento, mira la espalda de Rafe antes que la mía. Asegúrate de
que él salga, y tus compañeros soldados. Porque no podría soportarlo si...
Se llevó el dedo a los labios.
—Shh. Todos nos cuidaremos los unos a los otros. Todos saldremos —se puso
de pie. —Si me ves de nuevo, finge no conocerme. Los badajos del estiércol, no
son memorables.
Recogió su carrito, arrojó algunas tortas en la caja de la chimenea, y me lanzó
una sonrisa traviesa por encima del hombro cuando se fue, simple y arrogante,
haciendo caso omiso de los peligros. Muy parecido a Bryn. Este badajo del
estiércol, era uno que yo nunca lo olvidaría.
Una terrible grandeza
Rodando por la tierra,
Una tempestad de polvo, fuego y cálculo,
Absoluta en su poder,
Devorando hombres y bestias,
Campos y flores,
Todo lo que se atreve a estar en su camino.
Y los gritos de los atrapados,
Llenaron los cielos de lágrimas.
—Morrighan. Libro de Texto Sagrado, vol. II.
Capítulo 47
Sanctum Hall estaba decididamente más tranquilo esta noche. Podía sentirlo
incluso desde la distancia mientras caminábamos por el pasillo. La juerga
generalmente cruzaba el piso de piedra para recibirnos. No esta noche.
Quería indagar, y ver si Calantha tenía alguna sospecha de a quién había
enviado a mi habitación, pero ella no dijo nada, así que yo tampoco. No quería
plantear preguntas y desconfianzas donde no había ninguna.
Cuando nos acercamos al pasillo, el silencio era palpable.
—Pelearon, ¿no? —pregunté.
—Esa es la palabra —respondió Calantha.
—Vi un corte en la mano de Kaden.
—Y todos esperan ver cómo le fue al Komizar —dijo.
Eché un vistazo de reojo hacia ella. Se mordía el labio inferior.
—¿Por qué el Komizar no lo mata por eso? —pregunté. —Parece que no
tolera ninguna rebelión y tiene amenaza de muerte sobre todos los demás.
—Los asesinos son peligrosos. Está a su favor mantener vivo a Kaden. Nadie lo
sabe mejor que él.
—Pero si Kaden es peligroso...
—Podría ser reemplazado por alguien más peligroso. Alguien no tan leal.
También hay un fuerte vínculo entre ellos. Tienen una larga historia juntos.
—Al igual que tú y el Komizar —dije, cavando y esperando más.
Ella solo respondió con un brusco:
—Correcto, princesa. Como nosotros.
El silencio era incómodo cuando entré en Sanctum Hall. Sin el estruendo
habitual, toda la habitación parecía más vacía, o tal vez eso era solo porque esta
noche los clanes, los señores de los barrios y otros invitados especiales no estaban
llenando todos las esquinas disponibles. Solo eran el Consejo y los sirvientes. Rafe
estaba parado en el otro extremo de la mesa, en el centro de la habitación,
hablando con Eben. Era evidente que ni el Komizar ni Kaden habían entrado
todavía.
Y entonces vi a Venda.
Se movía por la habitación, sólida como cualquiera de nosotros, su mano
recorría la mesa como si estuviera limpiando migajas, como si siglos y un empujón
por la pared, fueran intrascendentes para su propósito. Nadie más pareció notar
su presencia, y me pregunté si la confundieron con una sirviente. Me acerqué,
incapaz de apartar los ojos, temiendo que se desvaneciera si parpadeaba.
Ella sonrió cuando me detuve en el lado opuesto de la mesa.
—Jezelia —dijo, como si hubiera dicho mi nombre cien veces, como si me
hubiera conocido desde que era un bebé y los sacerdotes me elevaron a los dioses.
Me picaron los ojos.
—¿Me llamaste?
Ella sacudió su cabeza.
—El universo me cantó tu nombre. Simplemente lo canté de vuelta —caminó
alrededor de la mesa hasta que estuvo a un brazo de mí. —Cada nota me golpeó
aquí —dijo, y se llevó el puño al esternón. —¿Cantaste el nombre a mi madre?
Ella asintió.
—Se lo cantaste a la persona equivocada. No soy…
—Es un modo de confianza, Jezelia. ¿Confías en la voz dentro de ti?.
Era como si ella pudiera leer mis pensamientos. ¿Por qué yo?.
Ella sonrió.
—Tenía que ser alguien. ¿Porque no tú?.
—Por cien buenas razones. Mil.
—Las reglas de la razón construyen torres que llegan más allá de las copas de
los árboles. Las reglas de la confianza construyen torres que llegan más allá de las
estrellas.
Miré a mi alrededor, preguntándome si alguien más estaba escuchando.
Todos los ojos en el Santuario estaban clavados en mí, vidriosos con un temor que
bordeaba el miedo, incluso los ojos de Rafe. Me volví hacia Venda, pero ella se
había ido.
Yo y una locura aterradora. Eso fue todo lo que presenciaron, y cuestioné mi
propia cordura. Vi a varios soldados sacar amuletos de debajo sus camisas y
frotarlos. Tenía que ser alguien. Me recosté contra la mesa en busca de apoyo, y
Rafe dio un paso hacia mí, olvidándose de sí mismo. Rápidamente me recompuse,
rígida.
Una criada arrastró los pies tímidamente.
—¿Qué viste, princesa?
Tres Chievdars se pararon justo detrás de ella, mirando a la chica para conocer
cualquier poder que tuviera, que ellos no tenían. Sin los clanes aquí, no
necesitaban fingir. Formulé mis palabras cuidadosamente, por temor a que la niña
sufriera por su seria pregunta.
—Solo vi las estrellas del universo, y brillaban sobre todos ustedes.
Mi vaga respuesta pareció calmar a los detractores y creyentes, y volvieron a
sus conversaciones tranquilas, todavía esperando la aparición del Komizar.
Los ojos de Rafe permanecieron en mí, y vi la preocupación en ellos. Mira
hacia otro lado, recé, porque no podía liberar mi propia mirada, pero luego miré
sus manos, las que me habían acunado la cara suavemente.
Sería desafortunado si comenzara a perder los dedos prematuramente.
Convéncelos.
Con todos mirando, tuve una gran audiencia para convencer. Aparté la vista
justo cuando el Komizar entraba al pasillo.
—¿Dónde está mi prometida? —llamó, aunque yo estaba claramente a la vista.
Un sirviente se apresuró a llenar su mano con una taza, y tanto los Rahtan
como los Gobernadores se hicieron a un lado mientras caminaba hacia mí.
—Ahí está —dijo, como si sus ojos acabaran de aterrizar en mí.
Vi el pequeño corte en su cuello, y sin duda todos los demás también lo
hicieron.
—No te preocupes, mi amor —dijo. —Solo una muesca por el afeitado. Tal vez
fui demasiado serio en mi deseo de estar presentable para ti. Sus ojos bailaron con
advertencia incluso mientras me sonreía.
Di algo, fue la orden que vi en ellos. Di lo correcto.
—No hay necesidad de arriesgar tu carne. Siempre estas presentable para mí,
Sher Komizar.
—Mi dulce pajarito —dijo y extendió la mano, colocándola detrás de mi
cabeza, atrayéndome hacia él. Susurró contra mis labios. —Haz esto bueno.
¿A quién estaba tratando de engañar? El Consejo ya sabía que el matrimonio
era una farsa y yo solo era una herramienta para su beneficio, pero luego me di
cuenta de que era para otro propósito.
Quería demostrar que no fue tirado por el ataque del Asesino, y que todavía
tenía un control firme sobre el poder.
Besarlo cuando me sirvió fue una cosa, pero cuando le sirvió, fue otra muy
distinta. Me preparé cuando sus labios se encontraron con los míos, sorprendida
que fuera gentil, tierno incluso, pero superficial en todos los niveles. Fue una
actuación lograda, pero luego, en el último momento, su mano se curvó en mi
cabello y sus labios se presionaron con más fuerza, apasionadamente. Escuché la
risa ruda a nuestro alrededor y sentí el color elevarse en mis sienes. Finalmente
me soltó, y en lugar de frío cálculo, vi un deseo inestable chispear en sus ojos. Era
lo último que quería ver allí. Quería ver el color de mi cara.
Se dio la vuelta, como emocionado y bramó:
—¿Dónde está la comida!
Los sirvientes se apresuraron, y nos sentamos, pero la notoria ausencia del
Asesino, colgaba en la habitación como una nube venenosa y mantuvo las
normales bromas bajo control.
Dije la bendición, pero antes de pasar el plato de huesos, tomé uno para
mantener mis manos y ojos ocupados, a pesar de que mi correa ya se sacudía con
su peso. Era un hueso pequeño, blanqueado y secado al sol como todos, después
que los cocineros los enterraran en un barril de comida con escarabajos, para que
se comieran cada trozo de carne y médula. Las larvas de los escarabajos se usaban
para pescar en la entrada del río, lo que a su vez producía más huesos. Era un
interminable ciclo de sacrificio tras sacrificio. Jugueteé con el hueso, deseando
poder limpiar el sabor del Komizar de mis labios. Tenía miedo de mirar hacia arriba
y encontrar la mirada de Rafe, porque sabía lo que vería, la tensión se extendía
como una mancha febril en su rostro.
Si tuviera que verlo día tras día besando a una criada, o ser abrazado,
realmente me volvería loca.
—No estás comiendo, princesa —dijo el Komizar.
Extendí la mano y tomé un trozo de nabo y lo mordisqueé para apaciguarlo.
—Come —insistió. —Tenemos un gran día por delante mañana. No quisiera
que te desmayaras.
Cada día era un gran día para el Komizar. Sin duda para mí significaba más
desfilar por la ciudad o el campo. Curiosamente, solo había un barrio al que no me
había llevado: El barrio de Tomack en la parte más al sur de la ciudad.
El repentino pisoteo de pasos, resonó por el pasillo y, para consternación del
Komizar, la comida se detuvo; nadie quería perderse la entrada del Asesino y todos
estaban ansiosos por ver si llevaba evidencias de una pelea.
Todos los presentes rápidamente notaron que había múltiples pasos viniendo
hacia nosotros. Sus manos fueron de los platos a las armas enfundadas a los
costados. Protegidos por el infranqueable gran río, seguramente no temían al
enemigo externo, pero siempre debían estar preparados para el enemigo interno.
Baños de sangre, como los llamó Kaden.
Kaden entró por el pasillo del este. Todos vieron lo que querían ver, la
evidencia de una pelea, o un desafío. Un moretón azul oscurecía su mandíbula, y la
mano estaba envuelta en un vendaje, pero no tenía arma desenvainada, y se
relajaron en sus asientos. Al parecer, al Komizar le había ido mejor que a su
Asesino. El odioso nuevo Gobernador y su guardia personal caminaban junto a
Kaden.
Hubo una risa ahogada desde el final de la mesa donde Malich estaba sentado
con su presumido círculo de Rahtans. Kaden caminó determinado, directamente
hasta el Komizar.
—El nuevo Gobernador de Arleston, como usted solicitó —dijo, como si
depositara una caja de carga, a los pies del Komizar.
Se volvió rápidamente hacia el Gobernador.
—Gobernador Obraun, este es tu soberano. Dobla la rodilla y jura lealtad
ahora.
El Gobernador hizo lo que le dijeron, y antes de que el Komizar pudiera
responder, Kaden se interpuso entre nosotros y se apoyó con un brazo contra la
mesa. Sentí su furia, y aunque susurró, seguía siendo lo suficientemente fuerte
como para que los que estaban sentados cerca de nosotros pudieran oírlo.
—Y tú, realeza, dormirás en mis habitaciones esta noche —siseó. —El Komizar
dijo que no hay razón para que no sirvas a los dos, y después de mi largo viaje,
deseo que me sirvan. ¿Lo entiendes?
No dije nada, pero el fuego corrió por mis mejillas. No lo había visto tan
enojado desde la noche en que me arrojó al carvachi por atacar a Malich. No, esta
noche estaba mucho más furioso. Lo había traicionado personalmente. Representé
a todos los nobles de Morrighan cumpliendo todas sus bajas expectativas, pero
ahora, con unas pocas palabras, también había cumplido las mías. No tomo ese
tipo de órdenes de nadie.
Miré al Komizar y él asintió, indicando que aprobó este acuerdo compartido.
Sus ojos ardieron de satisfacción, complacidos cuando la ira de su asesino se
dirigió a mí. Kaden se apartó de la mesa y encontró un asiento vacío en el medio,
frente a Rafe. La tensión que siempre se encendía entre ellos aumentaba, sus
miradas calientes se fijaban entre sí durante demasiado tiempo. Rafe no pudo
haber escuchado lo que Kaden me dijo, pero tal vez mi cara sonrojada era todo lo
que necesitaba ver. Las sillas se deslizaron a un lado para que el nuevo
Gobernador y su guardia pudieran sentarse cerca de su soberano.
El Komizar y el Gobernador parecieron conectar de inmediato, pero para mí su
conversación se convirtió en un borrón de sonido, palabras desconectadas, risas y
el tintineo de las tazas.
Vi moverse los labios del Gobernador, pero las palabras de Kaden fueron lo
que escuché.
Y tú, realeza, dormirás en mis habitaciones esta noche.
—¿Y ahora te casarás con los cerdos enemigos? —mi mirada se dirigió a los
arrogantes ojos del Gobernador.
Me puse de pie y agarré un puñado de su chaqueta, acercando su rostro al
mío.
—Si dices “cerdos enemigos” una vez más, te arrancaré la carne de la cara con
mis propias manos y se las daré de comer a los cerdos en el patio del establo! ¿Me
comprende, Gobernador?.
El Komizar me agarró del brazo y me arrastró de vuelta a mi asiento.
Tanto el Gobernador como su guardia, con los ojos muy abiertos me miraron
sorprendidos.
—Disculpa, princesa —ordenó el Komizar. —El Gobernador es un nuevo
miembro leal del Consejo y ha tenido poco tiempo para adaptarse a la idea del
enemigo caminando en suelo de Venda.
Lo fulminé con la mirada.
Si mis supuestas libertades recién descubiertas fueran de alguna utilidad para
mí, tendría que escabullirme y arrebatarles una pequeña pieza a la vez.
—¡Él llama cerda a tu prometida! —argumente.
—Es una frase común que usamos para el enemigo. Discúlpate —sus dedos se
clavaron en mi muslo por debajo de la mesa.
Volví a mirar al Gobernador.
—Te ruego que me perdones, su eminencia. Yo realmente no alimentaría a los
cerdos con tu cara. Podría enfermarlos.
Hubo una respiración audible, y el tiempo pareció detenerse, como si estos
fueran mis últimos segundos en la tierra, como si por fin hubiera llegado
demasiado lejos. El silencio se hizo más tenso y tenso, pero luego, a mitad de la
mesa, Griz resopló. Su risa bulliciosa atravesó el silencio conmocionado, luego
Eben y el Gobernador Faiwell también se unieron a la risa, y pronto la fatalidad
prevaleciente del momento, fue lavada. Al menos la mitad de los que estaban en la
mesa se unieron a mi “broma”.
El Gobernador Obraun, como si sintiera que estaba atrapado en medio de una
ráfaga rápida e inesperada, también se rió, asumiendo que el insulto era una
broma. Sonreí para calmar al Komizar, aunque por dentro todavía estaba furiosa.
Durante el resto de la comida, el Gobernador hizo un punto exagerado al
llamarme prometida del Komizar, lo que provocó más risas.
Su guardia permaneció callado, y supe que estaba mudo, una elección extraña
para un guardia que podría necesitar hacer sonar una alarma. Pero quizás también
era sordo y era el único, capaz de soportar el parloteo incesante del Gobernador.
Mis dedos se apretaron y se abrieron dentro de mis botas, y los fuegos en
cada extremo del pasillo parecían arder demasiado. Todo dentro de mí picaba. Tal
vez era saber que en algún lugar de esta ciudad Jeb y sus compañeros soldados
estaban trabajando para encontrar una salida para todos nosotros. Cuatro. Era un
número del que me había burlado, pero ahora parecía la preciosa oportunidad de
una fracción de segundo que había aprovechado frente a una manada de bisontes.
Arriesgado, pero valía la pena.
Pensé que la noche no podía empeorar, pero estaba equivocada.
Cuando ellos comenzaron a aclarar los platos, y esperaba irme, un desfile de
corredores de carretillas comenzó a empujar carros dentro de la habitación.
—Aquí por fin —dijo el Komizar como si supiera que vendrían.
Yo vi a Aster entre los corredores, luchando con un carro cargado de
armaduras, armas, y otro botín. Se me cayó el estómago. Otra patrulla había sido
masacrada.
—Su pérdida, nuestra ganancia —dijo alegremente el Komizar.
El pequeño trozo de nabo que había tragado parecía atascado en mi pecho.
Me tomó un momento concentrarme realmente en el contenido, pero cuando
lo hice, vi los colores azul y negro de Dalbreck estampados en escudos y pancartas,
y el León, cuya garra llevaba en la espalda. El recorrido fue casi tan grande como el
de la compañía de mi hermano, y aunque estos no eran mis compatriotas, sentí
dolor de nuevo. A mi alrededor, la codicia brillaba en los rostros de los Chievdars y
Gobernadores. Incluso esta acción del Komizar no se trataba solo de botín, era
nuevamente sobre fervor. Otro tipo. Como el olor a sangre que se le da a una
jauría de perros.
Cuando los últimos corredores dejaron sus mercancías, la silla de Rafe se echó
hacia atrás y se desplomó detrás de él mientras se paraba. El repentino choque
volvió cada cabeza hacia él. Se acercó a un carro, con el pecho agitado, mirando el
contenido. Sacó una espada larga de una pila, y el sonido del acero resonó en el
aire.
El Komizar se levantó lentamente.
—¿Tienes algo que quieras decir, Emisario?
Los ojos de Rafe ardieron, su hielo azul atravesó al Komizar.
—Estos son mis compatriotas que has matado —dijo, su tono tan frío como su
mirada. —Tienes un acuerdo con el príncipe.
—Por el contrario, Emisario. Puedo o no tener un acuerdo con tu príncipe. Su
reclamo aún no ha demostrado ser cierto. Por otro lado, definitivamente no tengo
un acuerdo con tu rey. Él sigue siendo mi enemigo y él es el que envía patrullas
para atacar a mis soldados. Por el momento, todo sigue siendo un statu quo entre
nosotros, incluida tu muy tenue posición.
Extendió una mano hacia un guardia, y el guardia le lanzó una espada al
Komizar. Volvió a mirar a Rafe, probando casualmente la espada que sostenía.
—Pero ¿quizás solo deseas un poco de deporte?. Ha pasado mucho tiempo
desde que hemos tenido algún entretenimiento dentro de estas paredes —dio un
paso hacia Rafe. —Me pregunto qué tan buen espadachín podría ser un Emisario
de la corte —risa disimulada rodó por la habitación.
Oh, por los dioses, no. Baja la espada, Rafe. Déjalo ahora.
—No muy bueno —respondió Rafe, pero no bajó la espada. En cambio, probó
el agarre en su mano con tanta amenaza como el Komizar.
—En ese caso, te pasaré a mi Asesino. Parece ansioso por deporte también, y
no es tan logrado como yo, con esta arma en particular.
Lanzó la espada a Kaden, y con reflejos de relámpago, Kaden se levantó y la
atrapó. Estaba más que cumplido.
—Primera sangre —dijo el Komizar.
Me encontré fuera de mi asiento, avanzando hacia ellos, pero fui atrapada en
las garras de hierro del Gobernador Obraun.
—Siéntate, niña —siseó, y me empujó de vuelta a mi asiento.
Kaden dio un paso hacia Rafe, y todos los jóvenes corredores de las carretillas
se apresuraron hacia el exterior del pasillo.
Rafe me miró y supe que vio la súplica en mis ojos, bájala, pero envolvió
ambas manos con seguridad, rodeó la empuñadura y dio un paso adelante de
todos modos, encontrando a Kaden en el medio de la habitación.
La animosidad reprimida durante mucho tiempo entre ellos era espesa en el
aire. Se me secó la boca. Kaden levantó su espada con ambas manos, un momento
de pausa mientras cada uno evaluaba al otro, y luego la pelea comenzó.
El feroz sonido metálico de acero sobre acero reverberó por el pasillo, golpe
tras golpe. No se parecía en nada un encuentro destinado a extraer sólo una gota
de sangre.
Las estocadas de Rafe eran poderosas, mortales, más como un ariete
implacable. Kaden recibió los golpes, pero después de algunos comenzó a perder
terreno. El hábilmente esquivó, giró y giró, casi cortando a Rafe en las costillas,
pero Rafe bloqueó expertamente la espada con una velocidad asombrosa y lanzó a
Kaden hacia atrás. Podía sentir la furia volando de Rafe, como chispas de fuego. Se
balanceó, y la punta de su espada atrapó la camisa de Kaden, abriéndola por un
lado, pero sin sangre.
Kaden avanzó de nuevo, rápido y furioso, y sus golpes retumbaron entre
dientes. Los espectadores ya no estaban callados. El rugido sordo de sus
comentarios acompañó cada asalto, pero el Gobernador gritó de repente sobre
todos ellos:
—¡Cuidado con tu paso, Emisario porcino! —y luego se echó a reír.
—¡Cállate! —grité, temiendo que distrajera a Rafe, y luego pareció vacilar, sus
golpes no llegaron tan rápido o tan fuerte, hasta que Kaden por fin, lo apoyó
contra una pared y, tras una serie de golpes, Rafe perdió el agarre de su espada.
Y cayó al suelo. Kaden presionó la punta de su espada justo debajo de la
barbilla de Rafe. Sus pechos se agitaban con esfuerzo, y sus miradas estaban
bloqueadas. Tenía miedo de decir algo, por miedo a que mi voz sola, hiciera que
Kaden hundiera la espada en la garganta de Rafe.
—A primera sangre. Granjero —dijo Kaden, y deslizó su espada hacia abajo,
golpeando el hombro de Rafe. Una mancha roja brillante se extendió por la camisa
de Rafe, y Kaden se alejó.
Hubo gritos de victoria entre los camaradas de Kaden, y el Komizar los felicitó
a ambos por un partido entretenido.
—Buen comienzo, Emisario. Acabado débil. Pero no te sientas tan mal. Es lo
que esperaría de un bombo de la corte. La mayoría de sus preocupaciones y
batallas son momentáneas y no requieren la resistencia de Venda.
Me recosté contra mi silla. Tenía la frente húmeda y me dolían los hombros. Vi
al Gobernador y su guardia estudiándome, sin duda pensando que había estado
apoyando a los porcinos. Los miré a los dos. El Komizar le dijo a Calantha que
cuidara el corte en el hombro de Rafe, no queriendo que su Emisario muriera de
envenenamiento de la sangre, por el momento. Y le levantó una taza a Kaden. Vi
que una petulante mirada de complicidad pasó entre ellos. Cualquier disputa que
haya pasado recientemente, ahora estaba reparada. Les serviría a los dos.
En el infierno lo haría.
Una espada de práctica podría golpear su cráneo tan fácilmente como una de
acero. Esta vez no estaría apuntando a su espinilla. Me puse de pie y me fui, mis
acompañantes asignados, pisándome los talones.
Capítulo 48
Kaden
Rafe
El gran día que el Komizar me prometió comenzó con el ajuste para un vestido
de novia. Me paré en un bloque de madera en una galería larga y estéril, no lejos
de sus habitaciones. Un fuego rugía en la chimenea al final de la habitación,
ahuyentando parte del frío. Los días se habían vuelto más fríos, y un charco de
agua en la repisa de la ventana, de la lluvia de la noche anterior, se había
convertido en hielo.
Vi las llamas lamer el aire, hipnotizada. Casi le había dicho a Kaden anoche.
Estuve cerca, pero cuando dijo que era un juego que no ganaría, temí que tuviera
razón. Todo lo que tomó fue un paso en falso. Una confesión estaba en la punta de
mi lengua, pero luego el petulante intercambio entre Kaden y el Komizar al final de
la noche había pasado por mi mente.
Hay un fuerte vínculo entre ellos. Tienen una larga historia juntos.
Casi podía admirar al Komizar por su brillantez.
¿Quién mejor para tener como su Asesino que a Kaden, tan intensamente leal,
tan leal que nunca desafiaría al Komizar?. Tan leal que dejaría a un lado un cuchillo
incluso en un ataque de ira. Kaden estaría siempre en deuda con él, un asesino
que no podía olvidar la traición de su propio padre, y que nunca repetiría su
traición, incluso si le costaba la vida.
—Gira —instruyó Effiera. —Ahí, eso es suficiente.
El ejército de modistas fue una distracción bienvenida. Aunque un vestido
especial no era habitual en las bodas de Venda, el Komizar había ordenado uno, y
deseaba supervisar la adaptación a medida que progresaba. Emitiría su aprobación
antes de comenzar el trabajo final. Debía ser un vestido de muchas manos para
honrar al clan Meurasi, pero había especificado que el color fuera rojo. Deseo que
Effiera y las otras costureras, habían criticado toda la mañana, tratando de
encontrar la combinación correcta de telas, y aparentemente no estaban
satisfechas con ninguna. Ellas juntaron trozos de terciopelo, brocados y piel de
ante teñida.
Empujaron y pincharon con sus piezas, y finalmente se formó un vestido sobre
mí mientras lo sujetaban y lo desabrochaban, con un nerviosismo laborioso en su
trabajo.
Estaban acostumbradas a confeccionar vestidos desde sus tiendas de
campaña en el jehendra, y no bajo la supervisión del Komizar.
Cada vez que decía:
—Hmm —y sacudía la cabeza, una de las modistas soltaba sus alfileres.
Pero sus comentarios no fueron duros ni enojados: en realidad parecía
preocupado por otra cosa. Era un lado de él que no había visto.
Todas estábamos agradecidas cuando Ulrix lo llamó para atender un asunto,
pero prometió regresar pronto. Trabajaron rápidamente mientras él se fue, para
terminar las mangas largas y ceñidas, esta vez al menos tenía dos, pero mi hombro
todavía estaba cuidadosamente desnudo para mostrar la kavah.
—¿Qué saben de la garra y la vid? —les pregunté.
Todas las mujeres se callaron.
—Solo lo que nos dijeron nuestras madres —dijo finalmente Effiera en voz
baja. —Nos dijeron que cuando la viéramos, sería la promesa de un nuevo día para
Venda: La garra, rápida y feroz; la vid, lenta y constante; ambas igualmente fuertes.
—¿Qué pasa con la Canción de Venda?
—¿Cuál? —preguntó Úrsula.
Dijeron que había cientos de canciones de Venda, tal como Kaden me había
dicho.
Las canciones escritas fueron destruidas hacía mucho tiempo, pero eso no
impidió que sus palabras vivieran en la memoria y la historia, aunque ahora eran
pocos los que las recordaban. Al menos sabían de la garra y la vid, y los clanes que
había conocido en los pantanos y las tierras altas, también conocían el nombre
Jezelia. Una anticipación me recorrió. Las piezas de las canciones de Venda
estaban vivas, en el aire, y arraigadas, en alguna parte profunda de su
comprensión. Ellos sabían.
Todas las canciones escritas destruidas. Excepto por la que poseía. Y alguien
también había tratado de destruirla.
La puerta se abrió y todos se sobresaltaron, esperando ver al Komizar, pero
era Calantha.
—El Komizar se ha retrasado. Puede ser un rato largo. Desea que las modistas
esperen en la cámara contigua hasta que esté listo para ellas nuevamente.
Las mujeres no perdieron el tiempo en seguir las instrucciones y salieron
corriendo con puñados de tela a la habitación contigua.
—¿Qué hay de mí? ¿Se supone que debo esperar, atrapada en un vestido
lleno de alfileres, hasta que él decida regresar?.
—Sí.
Gruñi un aliento ardiente.
Calantha sonrió.
—Tanta hostilidad. ¿No vale la pena una espera incómoda por tu amado?.
La miré, cansada de su sarcasmo, y formé una respuesta mordaz, pero de
repente se detuvo en mis labios cuando la miré. Ella siempre había tratado de
odiarme. Mis propias palabras volvieron en círculo hacia mí.
Creo que estás incursionando con un poco de poder. Un poder que tenía miedo
de ejercer.
Ella era como un gato montés dando vueltas a un agujero, tratando de
encontrar una manera de atrapar el cebo sin caer en la trampa.
Se giró bruscamente, como si supiera que había vislumbrado su secreto.
—Espera —dije, saltando desde el bloque.
Agarré su muñeca, y ella miró mi mano como si mi toque la quemara. Me di
cuenta que, aparte de un fuerte golpe en la espalda, nunca la había visto tocar a
nadie.
—¿Por qué ayudaste al Komizar a matar a tu propio padre? —le pregunté.
Tan pálida como Calantha ya era, palideció.
—Eso no es para que lo pidas.
—Quiero entender, y sé que quieres decirme.
Se soltó la muñeca.
—Es una historia fea, princesa. Demasiado fea para tus delicados oídos.
—¿Es porque lo amas?
—¿Al Komizar?.
Una pequeña risa escapó de sus labios. Ella sacudió la cabeza y casi podía ver
algo grande y entumecido que se soltaba dentro de ella.
—Por favor —dije. —Sé que me has ayudado y obstaculizado. Estás luchando
contra algo. No te traicionaré, Calantha. Lo prometo.
El aire estaba tenso. Contuve el aliento, temiendo que el más mínimo
movimiento la alejara de mí otra vez.
—Sí, lo amo —admitió, —pero no en la forma en que piensas.
Cruzó la habitación y miró por la ventana durante mucho tiempo, luego
finalmente se volvió y me lo dijo. Su voz era indiferente, vacía, como si hablara de
alguien más. Ella era la hija de Carmedes, un miembro del Rahtan. Su madre había
sido cocinera en el Santuario y murió cuando ella era pequeña. Cuando tenía doce
años, Carmedes tomó el poder y se convirtió en el 698ª Komizar de Venda. Era un
hombre sospechoso con una mano pesada y mal genio, pero ella se las arregló
para evitarlo.
—Tenía quince años cuando me enamoré de un chico del clan Meurasi. Me
contó historias de clanes, de otros tiempos y otros lugares que me hicieron olvidar
mi propia vida miserable. Tuvimos cuidado de mantener nuestra relación en
secreto y logramos esa hazaña durante casi un año.
Su pecho se levantó en varias respiraciones lentas antes de continuar.
—Pero un día, mi padre nos atrapó en el establo de los sirvientes juntos. No
tenía motivos para enojarse. Se preocupaba poco por mí, pero se enfureció.
Se sentó en uno de los taburetes de corte y confección y me dijo que en aquel
entonces nuestro Komizar actual era el Asesino. Era un joven de dieciocho años, y
los había encontrado a ambos sangrando en la paja.
El chico estaba muerto y ella estaba medio muerta. El Asesino la levantó y
llamó a un sanador.
—Los moretones se desvanecieron, los huesos se repararon, los mechones de
cabello rasgados volvieron a crecer, pero algunas cosas desaparecieron para
siempre. El chico y....
—Tu ojo.
—Mi padre vino a verme una vez durante las semanas que estuve en cama.
Me miró y dijo que si alguna vez volvía a hacer algo así, me sacaría el otro ojo y
también los dientes. No quería más bastardos corriendo por el Santuario. Cuando
pude volver a caminar, fui al Asesino, abrí la palma de su mano, le coloqué la llave
de la cámara de reunión privada de mi padre, y le prometí mi lealtad. Siempre. A la
mañana siguiente, mi padre estaba muerto.
Se puso de pie, tirando de sus hombros hacia atrás, luciendo agotada.
—Entonces, si me ves alguna vez molesta, princesa, es porque algunos días
veo al hombre en el que se ha convertido el Komizar, y algunos días recuerdo al
hombre él era.
Se volvió y caminó hacia la puerta, pero la llamé justo cuando la abría.
—Para siempre es mucho tiempo, dije. ¿Cuándo recordarás quién eres,
Calantha?.
Se detuvo brevemente sin responder, luego cerró la puerta detrás de ella.
***
Había estado esperando tanto tiempo que apenas noté que la puerta se abría.
Era el Komizar. Su mirada aterrizó en el vestido primero, luego se levantó hacia mi
cara. Él cerró la puerta y echó otro vistazo largo.
—Ya era hora —dije.
Él ignoró mi comentario, tomándose su tiempo mientras se acercaba. Sus ojos
se deslizaron sobre mí, tocándome de una manera que hizo que mis mejillas se
calentaran.
—Creo que elegí bien —dijo. —El rojo te queda bien.
Hice mi mejor esfuerzo para calmarme.
—¿Por qué, Komizar, en realidad estás tratando de ser amable?
—Puedo ser amable, Lia, si me dejas serlo —dio un paso más cerca, con los
ojos fundidos.
—¿Debo volver a llamar a las modistas? —pregunté.
—Todavía no —dijo, caminando más cerca.
—No es fácil moverse con un vestido unido con alfileres.
—No quiero que te muevas.
Se detuvo frente a mí y pasó un suave dedo por mi manga. Su pecho se alzó
en una respiración profunda y controlada.
—Has recorrido un largo camino, desde el vestido de arpillera que llevabas a
tu llegada.
—Ese no era un vestido. Era un saco.
Él sonrió.
—Así era —levantó la mano y sacó un alfiler del vestido.
La tela del hombro se soltó.
—¿Eso está mejor?
Me ericé.
—Guarda tus encantadoras seducciones para nuestra noche de bodas.
—¿Estaba siendo encantador? ¿Debo sacar otro alfiler?.
Di un paso atrás, algo que no quería hacer, por temor a que eso lo alentara.
Traté de cambiar de tema y me di cuenta de que se había puesto la ropa de
montar.
—¿No hay algo que deberías estar haciendo ahora? ¿En algún lugar donde
necesites estar?.
—No.
Dio un paso adelante, buscando otro alfiler, pero aparté su mano.
—¿Estás tratando de seducirme o forzarme? Dado que hemos acordado ser
honestos el uno con el otro, me gustaría saber por adelantado, para poder decidir
cómo proceder.
Me agarró por los brazos y yo me estremecí al pinchazo de los alfileres en mi
carne. Me acercó, y presionó sus labios contra mi oído.
—¿Por qué bañas al Asesino con tus afectos, y no a tu prometido?
—Porque Kaden no ha exigido mis afectos. Se los ha ganado.
—¿No he sido amable contigo, Jezelia?
—Una vez fuiste amable —susurré en su mejilla. —Sé que lo eras. Y tenías un
nombre. Reginaus.
Se apartó como si le hubiera arrojado agua fría.
—Un nombre real —continué, sintiendo una rara ventaja. —Un nombre que
te dio tu madre.
Dio un paso hacia la chimenea, su ardor desaparecido.
—No tengo madre —espetó.
Era evidente que había abierto una de las pocas venas de sangre tibia en su
cuerpo.
—Sería bastante fácil para mí creer que eso es cierto —dije. —Parece más
probable que hayas sido engendrado por un demonio, en el primer agujero
disponible. Excepto que hablé con la mujer que te sostuvo cuando tu madre te
echó en esta tierra. Dijo que tu madre te nombró con su último aliento.
—No hay nada especial en eso, princesa. No soy el primer Vendan cuya madre
murió en el parto.
—Pero es un nombre. Algo que ella te dio. ¿Por qué te niegas a que te llame
con la última palabra que salió de los labios de tu madre?.
—¡Porque era un nombre que no significaba nada! —arremetió. —¡No me dio
nada! Sólo era otro mocoso asqueroso en las calles. No era nada hasta que me
convertí en el Asesino. Ese nombre significaba algo. Solo había un nombre mejor.
Komizar. ¿Por qué conformarse con Reginaus, tan común como la tierra, e igual de
útil, cuando hay un nombre, que solo uno puede soportar?.
—¿Es por eso que mataste al último Komizar?. ¿Solo por un nombre?. ¿O para
vengar la cruel paliza de Calantha?.
Su furia disminuyó y me miró con cautela.
—¿Ella te lo dijo?
—Sí.
Sacudió la cabeza.
—Eso no suena como Calantha. Ella nunca habla de ese día.
Arrojó otra torta al fuego y miró las llamas.
—Solo tenía dieciocho años. Demasiado joven para convertirme en el próximo
Komizar. Todavía no había construido suficientes alianzas. Pero lo ansiaba. Todos
los días. Yo lo imaginaba. Komizar —se volvió y se sentó en el hogar elevado. —Y
luego sucedió lo de Calantha. La mayor parte del Consejo la apreciaba bastante.
Era una pequeña flor bonita entonces, pero no se atrevían a acercarse a ella por
miedo al Komizar. Fue mutilada por los golpes, marcada por dentro y por fuera,
pero muchos miembros del Consejo me favorecieron después de eso, por salvarle
la vida. Cuando Calantha prometió su lealtad hacia mí, muchos del Consejo
también lo hicieron. Los que no lo hicieron, los eliminé. Entonces supe que las
alianzas no solo se ofrecen, sino que deben diseñarse cuidadosamente.
Se puso de pie y se acercó a mí.
—Para responder a tu pregunta, un propósito simplemente sirvió a otro.
Vengar su paliza también me trajo el nombre que deseaba.
Le dio una mirada fría al vestido.
—Diles a los modistas que lo hagan así —dijo, ofreciendo su aprobación final.
—Y, princesa, para que lo sepas, si vuelves a mencionar el nombre Reginaus,
tendré que visitar a la partera con la lengua floja. ¿Lo entiendes?.
Bajé la cabeza en un solo asentimiento.
—No conozco a nadie con ese nombre.
Él sonrió y se fue.
Y dije la verdad. Estaba claro que el chico llamado Reginaus había muerto
hacía mucho tiempo.
Capítulo 51
***
Avanzamos a más campos, pero ahora apenas los veía, tratando de imaginar,
Cómo, cualquier ejército podría resistir lo que ya había visto. Finalmente nos
paramos en la base de cinco imponentes graneros con paredes de acero pulido
que cegaban al sol. Estos eran enormes almacenes de comida, al borde de una
ciudad necesitada.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Grandes ejércitos marchan con estómagos llenos. Los hombres y los
caballos deben ser alimentados. Aquí hay casi suficiente para marchar cien mil
soldados.
—¿Marchan dónde? —pregunté, esperando que por la gracia de los dioses,
pudiera estar equivocada.
—¿Dónde piensas, princesa? —preguntó. —Pronto los Vendans ya no estarán
a merced de Morrighan.
—La mitad de estos soldados son niños.
—Jóvenes, pero no niños. Solo los Morrigheses tienen el lujo de mimar a los
bebés de mejillas frescas. Aquí están musculosos y sudan como todos los demás,
haciendo su parte para ayudar a alimentar un futuro para todos nosotros.
—Pero la pérdida. Todavía perderás gente —dije. —Especialmente los jóvenes.
—Probablemente la mitad de ellos. Pero lo único que no le falta a Venda son
personas. Cuando mueran, se alegrarán por la causa, y siempre hay más para
reemplazarlos.
Me quedé allí, aturdida, asimilando la enormidad de sus planes. Supuse que
estaban planeando algo. Un ataque a un puesto avanzado. Alguna cosa. Pero no
esto.
Busqué algo que decir, pero sabía que mi súplica era inútil antes de que saliera
de mi lengua. Aún así, las palabras se derramaron, débiles y ya vencidas.
—Podría ser capaz de suplicarle a mi padre y a los otros reinos. He visto cómo
lucha Venda. Podría convencerlos. Hay tierra fértil en Cam Lanteux. Sé que podría
encontrar una manera de hacer que te permitan resolverlo. Hay buenas tierras
para cultivar. Suficiente para que todos ustedes...
—¿Tú, suplicar a alguien? Ahora eres una enemiga odiada de dos reinos, e
incluso si pudieras convencerlos, tengo muchas más aspiraciones que ser
arrastrado por un yugo y un arnés. ¿Qué es un Komizar sin un reino para
gobernar? O muchos reinos? No, no pedirás nada.
Agarré sus brazos, obligándolo a mirarme.
—No tiene por qué ser así entre los reinos.
Una leve sonrisa iluminó su rostro.
—Sí, mi princesa, lo es. Es como siempre ha sido y siempre será, solo que
ahora seremos nosotros ejerciendo poder sobre ellos.
Se apartó de mi agarre, y su mirada regresó a su ciudad, su pecho hinchado, su
estatura creciendo ante mis ojos.
—Ahora es mi turno de sentarme en el trono dorado de Morrighan, y cenar
uvas dulces en invierno. Y si algún miembro de la realeza sobrevive a nuestra
conquista, será un placer para mí encerrarlos en este lado del infierno, para luchar
por las cucarachas y las ratas para llenar sus barrigas.
Observé el poder consumidor que brillaba en sus ojos. Bombeaba por sus
venas en lugar de sangre, y latía en su pecho en lugar de un corazón. Mi petición
de compromiso fue balbucear en sus oídos, un lenguaje borrado por mucho
tiempo de su memoria.
—¿Y bien? —preguntó.
Una terrible grandeza rodó por la tierra.
Una nueva grandeza terrible.
Dije lo único que podía decir. Lo que sabía que él quería escuchar.
—Has pensado en todo, Sher Komizar. Estoy impresionada.
Y de una manera oscura y aterradora, lo estaba.
Capítulo 52
Rafe
Sucedió cuando me quité las botas. El pesado sonido de los tacones golpeando
el suelo. Los zapatos. El susurro. La memoria. El escalofrío que se había asentado
sobre mis hombros la primera vez que escuché sus pasos. Reverencia y
moderación.
Me golpeó repentina y violentamente, y pensé que me iba a enfermar. Me
incliné sobre el orinal, con un sudor húmedo en la frente.
Habían cambiado todo menos sus zapatos.
Me tragué el sabor salado de mi lengua y avivé mi ira. Se encendió de rabia y
me impulsó hacia adelante. Pasé por alto a los guardias y usé el pasaje oculto.
Adonde iba, no podía tener una escolta.
***
Esta vez, cuando atravesé las catacumbas y luego bajé a la caverna, donde las
pilas de libros esperaban ser quemados, no me importó nada la sonoridad de mis
pasos. Cuando llegué allí, no había nadie en la habitación exterior clasificando
libros, pero la habitación del fondo estaba tenuemente iluminada. Vi al menos una
figura vestida de túnica dentro, encorvada sobre una mesa.
La habitación interior era casi tan grande como la primera, con varias pilas
propias esperando ser transportadas y quemadas. Había ocho figuras con túnicas
dentro. Me quedé en la entrada observándolos, pero estaban tan concentrados
con sus tareas que no me notaron. Sus capuchas dibujadas, como era su práctica,
supuestamente un símbolo de humildad y devoción, pero sabía que el propósito
era bloquear a otros, para que pudieran concentrarse en su difícil trabajo. Su
trabajo mortal.
El sacerdote con el que me había encontrado en Terravin había sentido que
algo andaba mal, incluso si no hubiera sabido exactamente qué era.
No hablaría con los otros sacerdotes de este asunto. Puede que no todos
estuvieran de acuerdo en dónde residen las lealtades.
Ahora me di cuenta de que había tratado de advertirme, pero si el Komizar
había convencido a estos hombres aquí, con promesas de riquezas, podía influir en
sus codiciosos corazones con mayores tesoros.
Miré sus zapatos, casi ocultos por sus túnicas marrones. Parecían fuera de
lugar aquí, en vez de estar detrás de escritorios pulidos.
Había tomado un gran volumen de una de las pilas de descartes, mientras
entraba, y lo tiré al suelo. El fuerte golpe resonó por la habitación, y los eruditos
sentados y de pie se volvieron para verme. No mostraron alarma, ni siquiera
sorpresa, pero los eruditos sentados dejaron sus sillas para pararse con los demás.
Me detuve frente a ellos, sus rostros aún ocultos en las sombras de sus
capuchas.
—Esperaría al menos una reverencia superficial de los sujetos de Morrighan,
cuando su princesa se dirige a ellos.
El más alto en el medio habló por todos ellos.
—Me preguntaba cuánto tiempo te llevaría encontrarnos aquí abajo. Que bien
recuerdo tu vagar por Civica —su voz era vagamente familiar.
—Muestren sus caras traidoras —ordené. —Como soberano solitario en este
miserable reino, lo mando.
El alto dio un paso adelante.
—No has cambiado ni un poco, ¿verdad?.
—Pero ciertamente tú lo has hecho. Tu nuevo atuendo es decididamente más
sencillo.
Él suspiró.
—Sí, extraño nuestras batas de seda bordadas, pero tuvimos que dejarlas
atrás. Estos son mucho más prácticos aquí.
Echó hacia atrás su capucha y mi estómago se revolvió con náuseas. Era mi
tutor de décimo año, Argyris. Uno por uno, los otros empujaron sus capuchas
también. Estos no eran solo académicos de regiones remotas. Estos eran el círculo
íntimo de élite, entrenado por el mismo Erudito real. El segundo asistente del
Erudito, el iluminador principal, mis tutores de quinto y octavo año, el archivero de
la biblioteca, dos de los tutores de mis hermanos, todos los eruditos que habían
dejado sus puestos, presumiblemente para otro trabajo en Sacristías de todo
Morrighan.
Ahora sabía a dónde se habían ido realmente, y quizás peor, sabía desde el
principio que no eran confiables. En Civica, sentía agitación en su presencia. Estos
eran los eruditos que siempre había odiado, los que me llenaban de miedo, los que
luchaban con el Texto Sagrado en nuestras cabezas, con toda la gracia de un toro,
y sin la ternura o sinceridad que escuché en la voz de Pauline mientras cantaba los
recuerdos. Estos ante mí trituraban el texto, en pedazos rotos de la historia.
—¿Qué prometió el Komizar para que valga la pena darle la espalda a tus
compatriotas?
Argyris sonrió con la misma arrogancia que recordaba, de los días en que miró
por encima de mi hombro, reprendiéndome por el espaciado de mi guión.
—No somos exactamente traidores, Arabella. Simplemente estamos
prestados a Komizar por orden del Reino de Morrighan.
—Mentiroso —me burlé. —Mi padre nunca enviaría a este reino nada, y
mucho menos estudiosos de la corte, a...
Miré las pilas de libros que nos rodeaban.
—¿En qué nueva amenaza están trabajando ahora?.
—Somos simplemente eruditos, princesa, haciendo lo que hacemos —
respondió Argyris.
Él y los otros eruditos intercambiaron sonrisas petulantes.
—Lo que otros hacen con nuestros hallazgos no es asunto nuestro.
Simplemente descubrimos los mundos que contienen estos libros.
—No todos los mundos. Quemas pila tras pila en los hornos del Santuario.
Él se encogió de hombros.
—Algunos textos no son tan útiles como otros. No podemos traducirlos todos.
La forma en que pronunció sus palabras y distanció a los eruditos de su
traición, me hizo doler por las ganas de arrancarle la lengua, pero me contuve.
Todavía necesitaba respuestas.
—No fue mi padre quien te prestó a Venda. ¿Quién lo hizo? —demandé.
Solo me miraron como si todavía fuera su impetuosa carga y sonrieron. Pasé
junto a ellos, apartándolos del camino, ignorando su indignación, y fui a la mesa
donde habían estado trabajando. Rebusqué entre libros y papeles, tratando de
encontrar alguna evidencia de quién los había enviado.
Abrí uno de los libros de contabilidad, y un brazo ásperamente ataviado pasó
a mi lado y cerró la tapa.
—Creo que no, Su Alteza —dijo, su aliento caliente en mi oído.
Se presionó tan cerca que apenas podía girar para ver quién era. Me
inmovilizó contra la mesa y sonrió, esperando que el reconocimiento me cubriera
la cara.
Lo hizo.
No pude respirar.
Levantó la mano y me tocó el cuello, frotando la pequeña marca blanca donde
el cazarrecompensas me había cortado.
—¿Solo una mella? —frunció el ceño. —Sabía que debería haber enviado a
alguien más. Tu sensible nariz real probablemente lo olió viniendo, a una milla de
distancia.
Era el conductor del patio del establo. Ahora estaba segura, el invitado de la
taberna que Pauline me había mencionado. ¿No lo viste? Entró en la derecha
después de los otros dos. Un tipo delgado y desaliñado. Te disparó muchas miradas
de reojo. Y también el desaliñado joven que había visto una noche con el canciller.
—Garvin, a tu servicio —dijo, con un gesto burlón y gentil. —Es encantador
ver las ruedas girar en tu cabeza.
No había nada en él que se destacara. De constitución media, cabello
despeinado ceniciento. Podía mezclarse con cualquier multitud. No fue su
apariencia lo que me dejó una impresión. Era la expresión de sorpresa del Canciller
cuando me topé con él y dos eruditos en un rincón oscuro del pórtico oriental. La
culpa había inundado sus rostros, pero no la había registrado entonces. Fué en
mitad de la noche, y acababa de colarme de un juego de cartas, y estaba tan
preocupada por mi propia detección, que no había cuestionado su extraño
comportamiento.
Lo fulminé con la mirada.
—Debe haber sido una decepción para el Canciller saber que no estoy muerta.
Él sonrió.
—No lo he visto en meses. Que yo sepa, él piensa que estás muerta. Nuestro
cazador nunca nos había fallado antes, y el Canciller se enteró de que el Asesino
también estaba tras tu camino. Había poca duda que uno de ellos te acabaría.
Espero que descubra la verdad —se rio entre dientes. —Pero el giro de tu mayor
traición a Morrighan, al casarte con el Komizar puede servir aún mejor para sus
propósitos. Bien hecho, alteza.
¿Sus propósitos? Pensé en todas las piedras preciosas que adornaban los
nudillos del canciller. Regalos, los había llamado. ¿Qué más estaba entrando?.
Regalos por entregar carros de vino, y los servicios de los estudiosos al
Komizar? Unos pocos adornos brillantes para sus dedos difícilmente podrían valer
el costo de la traición. ¿Era una estratagema para obtener más poder?. ¿Qué más
le había prometido el Komizar?.
—Le diría al Canciller que no gaste sus riquezas antes que estén en su
codiciosa palma. Te lo recordaré, todavía no estoy muerta.
Garvin se echó a reír y su rostro se acercó al mío.
—¿Aquí? —susurró. —Sí, aquí estás tan bien como si estuvieras muerta.
Nunca más te irás, al menos no con vida.
Traté de empujarlo, pero él me apretó más la mesa. No era un hombre grande,
pero era fuerte y duro. Escuché las risitas de los eruditos, pero solo podía ver el
rastrojo en la barbilla de Garvin y sentir sus muslos presionándose en los míos.
—También te recordaré, que aunque puedo ser prisionera del Komizar,
también soy su prometida, y a menos que quieras ver tu delgada y agria piel,
servida en una bandeja, te sugiero que muevas tus brazos ahora.
Su sonrisa desapareció y se hizo a un lado.
—Sigue tu camino, y te aconsejo que no vuelvas por aquí. Estas catacumbas
tienen muchos pasajes olvidados y peligrosos. Uno podría perderse fácilmente
para siempre...
Pasé junto a él y a los eruditos, saboreando la amargura de su traición, pero
cuando estaba a unos metros de distancia, me detuve y los examiné lentamente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Argyris.
—Memorizar cada una de sus caras, y ver cómo te ves en este momento, e
imaginar cómo te verás dentro de un año, cuando te enfrentes a la muerte.
Porque como todos saben, tengo el Don, y los he visto a todos muertos.
Me di vuelta y me fui, y no escuché ni un susurro, ni un suspiro a mi paso. Era
la segunda vez en menos de una hora que había cometido una farsa. Tal vez.
Porque en un breve segundo frío, los vi a todos colgando de una soga.
Capítulo 54
***
Kaden
Caminé con el Komizar a lo largo del camino de la torre Jagmor. Malich, Griz y
dos hermanos, Jorik y Theron, nos siguieron. Ahora que todo el Consejo estaba
presente, nuestra primera sesión oficial se reuniría mañana, pero las sesiones no
oficiales ya habían comenzado. El Komizar había reunido al Rahtan en privado,
para asegurarse que mañana nos sentáramos junto a los Gobernadores que
probablemente se resistirían. El Rahtan era su círculo íntimo, los diez que nunca
fallabamos en nuestro deber, o vacilabamos en nuestra lealtad, entre nosotros y
Venda. No era solo un deber; era una forma de vida que todos abrazamos, una
pertenencia que nunca tuvo que ser puesta en duda. Nuestros pasos, nuestros
pensamientos, todo sobre nosotros presentaba una fuerza unificada, que hacía
que incluso los Chievdars midieran sus palabras.
Aún así, el vasto ejército estaba haciendo estragos en las provincias. Un
invierno más, dijo el Komizar, solo uno más para asegurar los planes, los
suministros, y las armas que las armerías estaban diseñando y almacenando. El
Komizar y los Chievdars habían calculado exactamente lo que se necesitaba. Sin
embargo, la pérdida de dos Gobernadores en una temporada hablaba de
descontento, y varios de los otros Gobernadores murmuraban entre ellos. El
Rahtan debía separarlos, calmar sus temores, recordarles las recompensas por
venir, y si eso no los influía, recordarles las consecuencias. Pero la pieza decisiva
del juego, era Lia.
Era una nueva estrategia, una que les llamó la atención, un camino para
alentar a la misma población, a la que los Gobernadores tenían que exprimir
sangre, para dar un poco más. Si los clanes estaban calmados, también lo estarían
los Gobernadores, y verían los objetivos en sus propias espaldas, encogiéndose.
El Komizar me estaba trayendo de vuelta al redil, y las segundas
oportunidades no eran lo suyo. Mi loco ataque contra él ya había disminuido, por
mi fácil victoria sobre el Emisario, prueba de que era Rahtan hasta la médula y
seguía sus órdenes por reflejo. Nadie mencionó mi ataque verbal a Lia, pero sabía,
que era tanto responsabilidad, como rechazo, por la desestimación de mi
transgresión, no solo por el Komizar, sino también por mis hermanos. Cuando
surgieron problemas, el Asesino finalmente supo dónde estaban sus lealtades.
El sonido de nuestros pasos combinados en el camino de piedra fue un
estruendo reconfortante, decidido y fuerte, y últimamente había tenido muy poco
consuelo. Cuando nos acercamos a la Torre del Santuario, el Komizar vio a Lia
sentada en la pared de la galería.
Él sonrió.
—Ahí está mi Siarrah, tal como se lo ordené. Y mira cómo han crecido las
multitudes en la plaza.
Ya había notado el tamaño.
—Los números son dos veces los de ayer —dijo Malich con cautela.
—El aire muerde, y aún así vienen —agregó Griz.
La cara del Komizar se llenó de satisfacción.
—Sin duda debido a la visión de esta noche.
—¿Una visión? —pregunté.
—¿Crees que la dejaría decir sus tonterías para siempre?. ¿Recordando
personas muertas y tormentas olvidadas?. No cuando tenemos nuestra propia
magnífica tormenta fermentándose. Esta noche les cuenta una visión de un campo
de batalla, donde Venda sale victoriosa. Ella les contará de toda una vida de
primavera, y lo mucho que los dioses regalarán a los valientes Vendans, haciendo
que todos sus sacrificios valgan la pena. Eso debería aliviar las preocupaciones de
los Gobernadores y los Clanes.
Levantó su mano a la multitud y les gritó como si se tomara el crédito por este
giro de la fortuna, pero ninguno se volvió hacia él.
—Están demasiado lejos para escucharte —dijo Jorik. —Y un murmullo está
creciendo entre ellos.
La expresión del Komizar se oscureció, y sus ojos examinaron la masa de
personas, por primera vez evaluando la gran cantidad.
—Sí —dijo. Sus ojos se entrecerrándose. —Eso debe ser.
Jorik trató de calmar aún más el ego del Komizar, al agregar que tampoco
podía escuchar las palabras de Lia, debido a la distancia.
Pero podía escucharla claramente, su voz transmitida en el aire, y no estaba
hablando de victorias.
Capítulo 57
***
***
Kaden
Pauline
Los guardias me estaban escoltando por el pasillo hasta Sanctum Hall cuando
escuchamos pasos que se nos acercaban. Pasos apresurados. Kaden dobló la
esquina hacia nuestro pasillo y se detuvo.
—Espérenla en las escaleras —dijo, despidiendo a los guardias. —Necesito
hablar con la princesa.
Hicieron lo que se les ordenó, y él me llevó a un estrecho y oscuro pasaje. Sus
ojos rozaron mi mejilla.
—Fue solo una caída torpe, Kaden. No lo hagas más de lo que es.
Levantó la mano y pasó suavemente el pulgar por debajo de mi pómulo. Su
mandíbula se apretó.
—¿Cuánto tiempo vamos a seguir así, Lia?. ¿Cuándo vas a ser honesta
conmigo?.
Vi la seriedad en sus ojos, y me sorprendió que me doliera el pecho, con ganas
de contarle todo, pero Rafe y yo estábamos demasiado cerca de la libertad ahora,
para darme el lujo de la honestidad. Todavía no sabía lo que Kaden podría hacer.
Su devoción hacia mí era obvia, pero su lealtad a Venda y al Komizar quedó
demostrada.
—No te estoy ocultando nada.
—¿Y el Emisario?. ¿Quién es él?
Fue más una acusación que una pregunta. Levanté el labio con repulsión.
—Un mentiroso y un manipulador. Eso es todo lo que sé de él. Lo prometo.
—Me das tu palabra.
Asentí.
Él estaba apaciguado. Lo vi en sus ojos, y por el aliento aliviado que se elevaba
en su pecho. Él creía por ahora que no estaba conspirando con el Emisario. Pero su
confianza en mí fue fugaz. Pasó a otras sospechas.
—Sé que no amas al Komizar.
—Ya te lo admití. ¿Vamos a pasar por esto otra vez?.
—Si crees que casarte con él te dará poder, te equivocas. No lo compartirá
contigo.
—Ya veremos.
—¡Maldita sea, Lia! Estás mintiendo. Sé que lo haces. Me dijiste que lo harías y
te creo. ¿Qué piensas hacer?.
Me quedé callada.
Él suspiró.
—No lo hagas. No saldrá bien. Créeme. Te vas a quedar aquí.
Traté de no mostrar respuesta, pero la forma en que lo dijo, hizo que la sangre
se detuviera en mi pecho. No había ira en su tono, o burla. Solo un hecho.
Se apartó, se pasó los dedos por el pelo y luego se recostó contra la pared
opuesta. Sus ojos ardían de necesidad.
—Escuché tu nombre —dijo explicando. —Flotaba en el viento, susurrándome
antes de llegar a Terravin. Y luego, ese día en el porche de la taberna cuando me
vendaron el hombro, nos vi, Lia. Juntos. Aquí.
Se me secó la boca. No necesitaba decir más. Con esas pocas palabras, resultó:
Nuestro tiempo a través del Cam Lanteux, cuando parecía sentir las cosas antes de
que sucedieran. Las propias palabras de mi madre volvieron a mí cuando le
pregunté acerca de los hijos que tenían el Don. Ha sucedido, pero no es de esperar.
Kaden tenía el Don. Al menos un pequeño grado de él.
—¿Siempre supiste que lo tenías?
—Es parte de la razón por la cual mi padre me regaló. Lo usé contra su esposa
con ira. He negado el Don desde entonces, pero hay momentos en que... —negó
con la cabeza. —Cuando venía por ti. Sabía que era el Don, incluso si no quería
admitirlo. Y luego nos vi. Aquí.
Mi corazón dio un vuelco cuando pensé en mis propios sueños que Rafe me
dejaba atrás. Parecían confirmar lo que Kaden creía haber visto. Teníamos que
estar equivocados. No fue lo que sentí en mi corazón.
—Y estamos aquí —dije sin aliento. —Por ahora. Vernos aquí juntos no es una
gran revelación.
—Ahora no. Nos vi mucho tiempo a partir de ahora. Tenía un bebé en mis
brazos.
—Y anoche tuve un sueño en el que podía volar. No significa que me vayan a
crecer alas.
—Los sueños, y el conocimiento, son dos cosas diferentes.
—Pero a veces es difícil notar la diferencia. Especialmente cuando no has
nutrido el Don. Eres tan inexperto en esto como yo, Kaden.
—Cierto —dijo, y se acercó. —Pero sé esto con certeza. Te amo Lia. Siempre
te querré. Recuerda eso mañana cuando unas tu vida para siempre al Komizar... Te
amo y sé que te preocupas por mí.
Se giró y se fue, y cerré los ojos. Mi cabeza golpeaba con mis engaños y
mentiras, porque los dioses me ayudaran, sabía que no debía hacerlo, pero
también me preocupaba Kaden, solo que no de la forma en que él tan
desesperadamente quería que lo hiciera.
Nada, ni siquiera el tiempo o un Don, podrían cambiar eso.
Nos vi, Lia. Juntos.
Tal vez solo quería vernos, y conjuró una imagen en su propia mente, de la
misma forma que había soñado con un chico u otro, incontables veces en Civica.
Abrí los ojos y miré la pared opuesta. Deseaba que el amor pudiera ser simple, que
siempre fuera dado y devuelto en la misma medida, igualmente y al mismo tiempo,
que todos los planetas se alinearon de manera perfecta para disipar todas las
dudas, que fuera fácil de entender y nunca doloroso.
Pensé en todos los chicos que había perseguido en la aldea, anhelando algún
indicio de afecto de ellos, los besos robados, los chicos de los que estaba segura
que estaba enamorada, de Charles, que me guió, pero que finalmente no sintió
nada por mí. Y entonces apareció Rafe.
El cambió todo. Me consumió de una manera diferente, la forma que sus ojos
hicieron que todo saltara dentro de mí cuando los miré, su risa, su temperamento,
la forma en que a veces luchaba con las palabras, la forma en que su mandíbula
temblaba cuando estaba enojado, la forma reflexiva en que me escuchaba, su
increíble moderación y resolución frente a las abrumadoras probabilidades.
Cuando lo miraba, veía al granjero tolerante que pudo haber sido, pero también
veía al soldado y al príncipe que era.
Hemos tenido un comienzo terrible, no significa que no podamos tener un
mejor final.
La forma en que me llenaba de esperanza.
Pero tampoco podía ignorar el camino rocoso del amor. Pensé en mis padres,
en Pauline, en Walther y Greta, incluso en Calantha, y me preguntaba si el amor
alguna vez terminaba bien.
Solo sabía una cosa con certeza: No podía terminar como Kaden esperaba que
lo hiciera.
Capítulo 62
***
Y así lo dije, verso tras verso, sin retener nada. Hablé del Dragón
alimentándose de la sangre de los jóvenes, bebiendo las lágrimas de sus madres,
su lengua astuta y su apretón mortal. Les conté sobre hambres de otro tipo, que
nunca fueron saciadas o apagadas.
Vi cabezas asintiendo en comprensión, y desconcertados guardias mirándose,
tratando de darle sentido. Recordé las palabras de Dihara,
Este mundo te respira... te comparte… Pero hay algunos que están más
abiertos a compartir que otros.
Para los guardias y muchos de los que estaban debajo, mis palabras eran solo
balbuceos, tal como lo había sido las de Venda hace mucho tiempo.
Mientras hablaba, una brisa daba vueltas. Podía sentirlo dentro de mí,
estirándome, alcanzándome, luego avanzando de nuevo, viajando sobre la
multitud, a través de la plaza, y calle abajo, a través de los valles más allá y a través
de las colinas.
Rafe
Había caminado a la orilla del río por millas, buscando por todas partes. No
aceptaría que ella se había ido. Estaba entumecido por el frío y no sabía cuánto
tiempo había pasado. Nunca volví a ver la balsa y me pregunté si los otros lo
habían logrado. Con cada paso, volvía sobre los acontecimientos, tratando de
entender cómo todo había salido mal. Vi a la niña, Aster, otra vez, su cuerpo
tendido en la nieve y el cuchillo en la mano de Lia. También vi al Komizar,
desplomado contra la pared y sangrando. No había tenido tiempo de juntar las
piezas entonces, y todavía no había podido. Mis pensamientos seguían volviendo a
Lia. La tuve. La tuve en mis brazos y luego estábamos cayendo en las cataratas y
ella se escapó de mis manos.
La tuve y el río me la arrancó.
La corriente fue rápida e implacable. No estaba seguro de cómo había llegado
a la orilla. Cuando lo hice, estaba río abajo y tenía las extremidades congeladas. De
alguna manera me había arrastrado hasta la orilla y forzado a mover mis piernas,
rezando para que ella hubiera hecho lo mismo. No podía aceptar nada más.
Me resbalé en una roca helada y caí de rodillas, sintiendo que mi fuerza se
desvanecía. Fue entonces cuando vi su cabeza, boca abajo en la orilla, asentándose
en la tierra, como si ya fuera parte de ella, sus dedos sin vida en el barro y la nieve.
La sangre le manchaba la espalda donde había entrado la flecha. Solo quedaba
un trozo roto. Corrí y caí a su lado, girándola suavemente y tirando de ella hacia
mis brazos. Sus labios estaban azules, pero un suave gemido se les escapó.
—Lia —susurré. Le quité la nieve de las pestañas.
Sus párpados se abrieron. Le llevó un momento ver quién era yo.
—¿En qué lado del río estamos? —preguntó ella, con voz tan débil que apenas
podía escucharla.
—Nuestro lado.
Una leve sonrisa arrugó sus ojos.
—Entonces lo logramos.
Miré hacia arriba, inspeccionando los alrededores. Estábamos a millas de
cualquier parte, sin caballos, comida o calor, y ella gravemente herida, y sangrando
en mis brazos, su cara del color de la muerte.
—Sí, Lia, lo logramos.
Mi pecho se sacudió, me incliné y besé su frente.
—Entonces, ¿por qué lloras?.
—No estoy. Es solo que... —la abracé, tratando de compartir el poco calor que
yo tenía. —Deberíamos habernos quedado. Nosotros debíamos tener..
—Me habría matado con el tiempo. Tú lo sabes. Ya estaba cansado del poco
poder que compartía conmigo. Y si no el Komizar, su Consejo habría hecho el
trabajo.
Con cada palabra, su voz se volvía más débil.
—No me dejes, Lia. Promete que no me dejarás.
Levantó la mano y limpió las lágrimas de mi cara.
—Rafe —susurró, —Llegamos hasta aquí. ¿Qué son otras mil millas más, o
dos?.
Sus ojos se cerraron, y su cabeza cayó a un lado. Puse mis labios en los de ella,
buscando desesperadamente su respiración. Estaba baja y débil, pero aún allí.
Llegamos hasta aquí. Ni siquiera sabía dónde estábamos. Estábamos perdidos
en la orilla de un río, con kilómetros de bosque oscuro rodeándonos, pero le puse
un brazo debajo de las rodillas y el otro cuidadosamente detrás de la espalda y me
puse de pie. La besé una vez más, mis labios descansaban suavemente sobre los de
ella, tratando de recuperar su calor.
Y comencé a caminar. Mil millas, o dos, la llevaría hasta Dalbreck si tuviera que
hacerlo. Nadie la volvería a quitar de mis brazos.
Ya teníamos tres pasos detrás de nosotros.
—Espera, Lia —susurré.
Aférrate a mí…
Agradecimientos
Guau. Otro libro está hecho? Mi cabeza sigue girando por la publicación del
primer libro. Más que nunca sé que el nacimiento de este libro es por algunos
milagro y la ayuda y el apoyo de tantos.
Primero, bloggers, tweeters, booktubers. Oh mi. ARC para el beso de El
engaño salió bastante temprano y tú saltaste sobre él. Blogueaste, tuiteaste, chilló,
corrió la voz y me animó enormemente. Y molestado por el siguiente. Ese tipo de
rocas molestas. Tu creencia en la historia de Lia fortaleció mi propio. Me
mantuviste en marcha.
Bibliotecarios y docentes. Gritaste y comenzaste de inmediato haciéndolo a
sus clientes y estudiantes. Un bibliotecario incluso contempló obteniendo una
garra y vid kavah en su hombro. Tal vez ella tiene! Todo tu. El entusiasmo me
ayudó a llegar a la meta.
Me siento muy afortunado de ser parte del rey y el reino de Macmillan. Cada
una persona soltera en el personal merece una corona, y eso es alrededor de cinco
mil coronas No se necesita solo un pueblo para hacer un libro, sino un conjunto
dedicado ciudad. Un agradecimiento especial a Jean Feiwel, Laura Godwin, Angus
Killick, Elizabeth Fithian, Katie Fee, Caitlin Sweeny, Allison Verost, Ksenia Winnicki,
Claire Taylor, Lucy Del Priore, Katie Halata, Ana Deboo y Rachel Murray por tu
tremendo apoyo. ¡Levanto una taza de thannis para todos ustedes!
Endulzado, por supuesto.
La magia de Rich Deas y Anna Booth continúa entrando en mí, desde
magníficas portadas para títulos de gráficos para fuentes que la fuente geek en mí
puede desmayar terminado. Su talento es asombroso. Además, gracias a Keith
Thompson, quien hizo el mundo de las crónicas remanentes cobra vida en un
mapa que también es hermoso para las palabras.
Ya la mencioné en la dedicación, pero ella merece elogios y más aquí también:
mi editora, Kate Farrell. Hemos estado al otro lado del Cam Lanteux y de regreso.
Nunca lo habría logrado sin ella. Ella me guía cuando puedo ya no ve el camino, y
lo hace con paciencia, sabiduría y una sonrisa.
Ella es realmente un regalo raro.
Por su apoyo en innumerables formas, estoy agradecido con los escritores de
YA, Marlene Pérez, Melissa Wyatt, Alyson Noel, Robin LaFevers y Cinda Williams
Chima.
Si me estaba ayudando a encontrar una palabra que escapó de mis garras, una
lucha libre coincidir con ideas, consejos sabios, risas muy necesarias o ayudar a
difundir la palabra, te lo agradezco profundamente. Karen Beiswenger y Jessica
Butler sufrieron a través de borradores iniciales que a veces tenían más espacios
en blanco que palabras, y Siempre pedí más. Audaz. Les debo a los dos.
Siempre estoy agradecido con mi amigo, sabio consejero, defensor y agente,
Rosemary Stimola. Ella nunca para de sorprenderme. Ella es equilibrio, gracia y Un
poco de león personificado. (Está bien, a veces mucho león).
Mi familia es la mejor, mi roca y mi base, Jess, Dan, Karen, Ben, y Ava y Emily.
Me animan y centran en todos los momentos correctos. Soy la mamá y ama más
afortunada del mundo.
Durante los largos días de escribir este libro, mi esposo, Dennis, alimentó.
Literal y figurativamente. Era mi príncipe y asesino, todo en uno, protegiéndome y
salvándome de los estragos del hambre, la fatiga y a veces perros babosos que
exigen cenar. Levantó la holgura y ofreció abrazos y masajes en la espalda.
Continuó ayudando con los besos logística también. Creo que quiere que esta serie
nunca termine. Enade ra beto.
La fuerza y la determinación de Lia no salieron de la nada. Además de todo las
mujeres fuertes con las que trabajo, y aquellas que he admirado desde lejos, soy
bendecido con tantos en mi vida personal que me asombran y me inspiran. Kathy
Susan, Donna, Jana, Nina, Roberta, Jan y muchos otros, enganchando brazos
contigo Hermanas en sangre y espíritu, ustedes son mi ejército.