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UNIÓN LIBRE
La división de los bienes en el concubinato, unión de hecho o unión libre es
uno de los temas que más interrogantes generan entre los ciudadanos, es un
fenómeno social muy común en nuestra sociedad.
El tema del concubinato, unión de hecho o unión libre, es un tema amplio,
que genera muchas preguntas, por lo que en el día de hoy hablaremos sobre
la división de los bienes en el concubinato y de los derechos adquiridos por
los concubinos a la luz de la legislación vigente en la República Dominicana.
Definición y trascendencia del Concubinato, la Unión de Hecho o Unión
Libre
Para tratar el tema del Concubinato, la Unión de Hecho o Unión Libre,
iniciaremos diciendo que este término, está basado en la convivencia de dos
personas: un hombre y una mujer, los cuales no están unidos por un matrimonio
válido de acuerdo a las leyes del país, pero que una vida juntos de manera
común basada en una relación afectiva, estable y permanente, les permite tener
ciertos derechos.
La Cámara Penal de la Suprema Corte de Justicia Dominicana, en su sentencia
de fecha 17 de Octubre del año 2001, estableció los siguientes elementos
constitutivos:
3) La singularidad, esta tiene como exigencia que la totalidad de los elementos que
constituyen el concubinato debe darse solamente entre los dos sujetos que lo
conforman; y
Ese texto constitucional citado precedentemente está siendo usado por los
Tribunales como fundamento principal para sustentar correctamente que la relación
consensual, monogámica estable, y continua resulta fuente de derecho para
cualesquiera de los cónyuges que se han desenvuelto en una relación de esta
naturaleza y genera derechos y obligaciones, dentro de los cuales se puede
mencionar la exigencia de partir los bienes que se hayan producido en el curso de la
vigencia del concubinato.
Y sobre este aspecto nos continúa relatando que: “La barraganía fue tolerada
por la Iglesia y reconocida como lícita por el Estado español, que la acogió en el
Código de las Siete Partidas. En ese sentido, coexistió legalmente en la España
castellana de los siglos XIII y XVI, junto al “matrimonio de bendición”, hasta principios
del silo XVI, en que fue oficialmente prohibida por el Quito Concilio de Letrán.
Debemos destacar, por tanto, que el concubinato constituía un hábito profundamente
arraigado en el espíritu del conquistador, por lo que no tardó en convertirse en “la
forma usual de unión entre el peninsular y la indígena, dada la promiscuidad inherente
al régimen poligámico que prevalecía en la vida familiar de los tainos”.
Finalmente sobre la evolución del concubinato señala: “En la segunda década
del siglo XV, al encontrarse los taínos en vías de extinción, fueron remplazados con
esclavos africanos, iniciándose la segunda y más importante fase en la implantación
del concubinato en la isla, pues “la misma avidez sexual que condujo al español a
unirse con las indias hizo que éste no tuviese reparo alguno en mezclar su sangre con
la de la mujer negra”. Idéntica situación se produjo, “todavía en mayor medida, entre
los propios negros y mulatos, ya fueran esclavos o libre”. Esas circunstancias
propiciaron una rápida expansión del concubinato, que se convirtió en la principal
modalidad conyugal durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Su predominio con relación al
matrimonio legítimo se acentuó durante la invasión haitiana de 1822, promovido por el
Presidente Boyer, quien siguió la política tolerante de Petión con relación a las uniones
consensuales. Posteriormente, luego de nuestra independencia política, en el año
1844, el concubinato continuó siendo el patrón de nupcialidad más abundante a lo
largo de todo el siglo XIX. Desde entonces, esa situación no ha experimentado
transformaciones significativas”.
… que esta Suprema Corte de Justicia ha reconocido que las relaciones de hecho en
nuestra sociedad actual han tomado un auge cada día más creciente, encontrándose
un gran número de familias integradas en este tipo de relación; que el concubinato o
relación consensual jurídicamente reconocida, conforme al criterio jurisprudencial
sustentado por la Suprema Corte de Justicia, tiene como carácter principal la
concurrencia de cinco requisitos, que consisten en:
e) que esa unión familiar de hecho esté integrada por dos personas de distintos sexos
que vivan como marido y mujer sin estar casados entre sí;
2) La notoriedad, esta unió de hecho debe ser de público conocimiento. No puede ser
oculta frente a los terceros que tengan contacto con los concubinos y frente a la
sociedad misma.
3) La singularidad, esta tiene como exigencia que la totalidad de los elementos que
constituyen el concubinato debe darse solamente entre los dos sujetos que lo
conforman. Cabe indicar que no hay singularidad cuando algunos de los elementos
señalados se da entre uno de los concubinos y otro sujeto diferente al concubinato.
11) El Estado reconoce el trabajo del hogar como actividad económica que crea valor
agregado y produce riqueza y bienestar social, por lo que se incorporará en la
formulación y ejecución de las políticas públicas y sociales.
La Jurisprudencia admite que el concubinato puede ser probado por todos los
medios tales como: pruebas documentales, celebración de medidas de instrucción
celebradas por ante tribunal, como comparecencia personal de las partes, informativo
y contra informativo testimonial.
En este mismo sentido, ello unido al trabajo del hogar como actividad
económica (artículo 55.11 de la Constitución) que crea valor agregado y produce
riqueza y bienestar social, se podría afirmar que no importa tanto demostrar que en un
concubinato se ha aportado determinada cantidad de bienes, sino que se apreciará la
labor que realizan especialmente las amas de casa para sostener la familia y aportar a
la sociedad.
Pero en adición a los aportes realizados por la Jurisprudencia, es necesario
decir que es unánimemente admitido que el concubinato también se encuentra
reconocido por el legislador dominicano en diferentes leyes adjetivas como es la actual
Ley 136-03, que crea el Código para la Protección de los Derechos de Niños, Niñas y
Adolescentes y el Código de Trabajo de la República Dominicana.
Al respecto, Subero Isa señala[6] que la relación entre un hombre y una mujer
unidos no por el vínculo matrimonial comenzó a tener reconocimiento legal en la
República Dominicana con la ley 14-94, que crea el Código para la Protección de
Niños, Niñas y Adolescentes, al disponer en su artículo 19 que: “Se entiende por
familia, además de la basada en el matrimonio, la comunidad formada por un padre y
una madre, o por uno de ellos y sus descendientes nacidos de una unión consensual o
de hecho”.
Artículo 54.- El empleador está obligado a conceder al trabajador cinco días de licencia
con disfrute de salario, con motivo de la celebración del matrimonio de éste, tres días,
en los casos de fallecimiento de cualquiera de sus abuelos, padres e hijos, o de su
compañera, y dos días para el caso de alumbramiento de la esposa o de la compañera
debidamente registrada en la empresa.
Al igual que los demás autores señalados más arriba, refiere que luego, la Ley
Número 136-03, del 7 de agosto del 2003. Denominado “Nuevo Código para la
Protección de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes”, ratificó en su artículo 58
la existencia legal del concubinato en los siguientes términos:
1) Por la ruptura de la unión por mutuo acuerdo, o por iniciativa de uno de los
concubinos.
2) Por la muerte de uno de los convivientes.
3) Por el matrimonio de los concubinos entre sí.
4) Por haberse casado uno de los concubinos con una tercera persona.
El referido autor nos señala que en la actualidad estas son las causas que producen el
fin a la sociedad o relación de hecho que constituye el concubinato. Además, indica
que el Proyecto de Reforma del Código Civil indica que la ruptura de mutuo acuerdo
debe hacerse ante un Abogado Notario Público.
También el Magistrado Moción señala que aunque no indica el abandono del hogar de
uno de los concubinos como una causa de terminación de la relación de hecho, admite
que esta situación se da con mucha frecuencia debido a que es la forma más fácil de
ponerle término a esta sociedad, ello se explica ya que entre los convivientes
concubinos no hay documento alguno firmado como en el matrimonio.
7) La norma del artículo 1399 del Código Civil Dominicano, a cuyo tenor: “La comunidad
sea legal o convencional, empieza desde el día en que el matrimonio se ha contraído
ante el Oficial del Estado Civil: no puede estipularse que comience en otra
época”, solo regula la situación jurídica del matrimonio, no la de las uniones
consensuales.
8) La norma del artículo 815 del Código Civil Dominicano, le reconoce a las partes el
derecho de no permanecer en estado de indivisión.
Conclusión
Para darnos a entender mejor solo debemos citar la interpretación que algunos
autores han hecho de la norma contenida en el ordinal quinto del artículo 55 de
nuestra Constitución, alegando que de su simple lectura se entiende que el
concubinato no produce los mismos derechos que el matrimonio principalmente en lo
que tiene que ver con el patrimonio de los concubinos y la comunidad de bienes, ya
que ese mismo ordinal quinto en su parte final, relega los aspectos de la unión libre o
consensual, a la ley vigente, cuando establece que se interpretará "de conformidad
con la ley".
Sin embargo, al no existir una Ley que regule los aspectos más
trascendentales del concubinato, la interpretación de la Jurisprudencia puede hacer,
como ha pasado, que involucione sobre los criterios ya fijados chocando con la
realidad existente en la República Dominicana y perjudicando a muchos ciudadanos
por la existencia de ese vacío legal.
Conforme hemos visto el Proyecto de Reforma del Código Civil Dominicano
contempla regular algunos aspectos del concubinato. Es de suma importancia que se
establezca una regulación legal integral para esta realidad social y más imperante es
esta necesidad, luego del vigente reconocimiento constitucional del año 2010 sobre
este tema, para que de esta forma el sistema jurídico pueda tener parámetros
específicos a la hora de evaluar una demanda en partición como consecuencia de la
disolución del concubinato.
“La unión singular y estable entre un hombre y una mujer, libres de impedimento
matrimonial, que forman un hogar de hecho, genera derechos y deberes en sus
relaciones personales y patrimoniales, de conformidad con la ley”. (Art. 55, numeral 5
de la Constitución de la República”
El asunto de saber si una mujer que se encontraba unida a un hombre por una unión
de hecho, denominada en la actualidad unión consensual y antes relación
concubinaria, se beneficiaba de alguna protección de ley se planteó por primera vez
en el ámbito de la responsabilidad civil extracontractual o responsabilidad delictual o
cuasidelictual, y más específicamente, en el ámbito de los accidentes automovilísticos,
al cuestionarse si ella tenía derecho a demandar judicialmente la reparación de los
daños y perjuicios sufridos a consecuencia de la muerte de su compañero sentimental.
Era la época de la denominada familia natural, que solamente generaba derechos y
obligaciones con respecto a los hijos que habían sido reconocidos, ya sea
voluntariamente o a través de la acción en reconocimiento judicial de paternidad, a los
términos de la ley núm. 985, de 1945, sobre Filiación de Hijos Naturales. Dado que el
último tema lo abordamos con anterioridad en http://jasi.margin0auto.com/prescripcion-
de-la-accion-en-reclamacion-de-paternidad/, por lo tanto nos remitimos a lo expresado
en el mismo. Pero en la relación entre hombre y mujer, es decir compañeros o
concubinos, la familia natural carecía del reconocimiento de la ley y en consecuencia
no generaba derechos entre sí.
Para negarle calidad a la mujer para accionar en responsabilidad civil a consecuencia
de la muerte de su concubino la jurisprudencia dominicana recurrió durante muchos
años, de la misma manera que lo había hecho la francesa, a exigir los requisitos para
el ejercicio de la acción judicial de derecho común, entre los que se encontraba la
lesión de un interés jurídicamente protegido y la preexistencia de un vínculo de
derecho entre el demandante y la víctima primaria. Era la época en que al decir del Dr.
Salvador Jorge Blanco la tendencia de nuestra jurisprudencia era la de preservar el
orden familiar legalmente reconocido, rechazando aquellas situaciones que tendían a
introducir un elemento extraño en las instituciones familiares.
La relación entre un hombre y una mujer unidos no por el vínculo matrimonial comenzó
a tener cierto reconocimiento legal en la República Dominicana con la ley 14-94, que
crea el Código para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, al disponer en su
artículo 19 que se entiende por familia, además de la basada en el matrimonio, la
comunidad formada por un padre y una madre, o por uno de ellos y sus descendientes
nacidos de una unión consensual o de hecho. Posteriormente la ley 136-03,
denominada Código para el Sistema de Protección y los Derechos Fundamentales de
Niños, Niñas y Adolescentes, en su artículo 58, literal a), comprende dentro de la
familia el padre y la madre, los hijos(as) biológicos(as), adoptados(as) o de crianza,
frutos de un matrimonio o de una unión consensual.
Las consecuencias de la vigencia de la ley 14-94 y de la 136-03 se hicieron sentir a
nivel jurisprudencial. Es así como la Segunda Cámara (hoy Sala) de la Suprema Corte
de Justicia mediante su sentencia del 17 de octubre de 2001, B.J. 1091, dijo “que las
uniones no matrimoniales, uniones consensuales, libres o de hecho, constituyen en
nuestro tiempo y realidad nacional una manifestación innegable de las posibilidades de
constitución de un grupo familiar, y las mismas reúnen un potencial con trascendencia
jurídica; que si bien el matrimonio y la convivencia extramatrimonial no son a todos los
efectos realidades equivalentes, de ello no se puede deducir que siempre procede la
exclusión de amparo legal de quienes convivan establemente en unión de hecho,
porque esto sería incompatible con la igualdad jurídica y la prohibición de todo
discrimen que la Constitución de la República garantiza”.
Pero no bastaba una unión consensual cualquiera para que ella generara derechos,
sino que la misma sentencia estableció los criterios sobre cuya base esa relación
podía generar derechos y obligaciones entre las personas vinculadas, y más allá de
los mismos. Al efecto dicho tribunal dijo: “…siempre y cuando esa unión se encuentre
revestida de las características siguientes: a) una convivencia “more uxorio”, o lo que
es lo mismo, una identificación con el modelo de convivencia desarrollado en los
hogares de las familias fundadas en el matrimonio, lo que se traduce en una relación
pública y notoria, quedando excluidas las basadas en relaciones ocultas y secretas; b)
ausencia de formalidad legal en la unión; c) una comunidad de vida familiar estable y
duradera, con profundos lazos de afectividad; d) que la unión presente condiciones de
singularidad, es decir, que no existan de parte de los dos convivientes iguales lazos de
afectos o nexos formales de matrimonio con otros terceros o en forma simultánea, o
sea, debe hacer una relación monogámica, quedando excluidas de este concepto las
uniones de hecho que en sus orígenes fueron pérfidas, aún cuando haya cesado esa
condición por la disolución posterior del vínculo matrimonial de uno de los integrantes
de la unión consensual con una tercera persona; e) que esa unión familiar de hecho
esté integrada por dos personas de distintos sexos que vivan como marido y mujer sin
estar casados entre sí”.[1]
A esos criterios o requisitos se adhirió posteriormente la Primera Cámara (hoy Sala)
de la S.C.J. Sin embargo, en varias sentencias posteriores, aunque reconociendo los
efectos de esas uniones consensuales y admitiendo la existencia de una sociedad de
hechos entre ellos, se resistía a considerar que esa relación originara la presunción
legal de comunidad de bienes que tiene el matrimonio. Expresó al efecto en el año
2005: “La relación de hecho no disfruta de la presunción legal de comunidad de bienes
que tiene el matrimonio, al no existir regulación legal respecto a los bienes fomentados
por los concubinos, y por no contar con el carácter contractual que caracteriza al
matrimonio, lo que se materializa al momento de que el mismo es celebrado por ante
el oficial del estado civil, puesto que la administración y suerte del patrimonio común el
matrimonio está sujeta a los regímenes matrimoniales, que para ser aplicados a cada
matrimonio en particular, se tomará en cuenta la voluntad expresa o no de ambos
cónyuges de escoger alguno en específico, sea el de separación de bienes o el de la
comunidad legal.”[2]
Durante algunos años en la jurisdicción civil de nuestra Corte de Casación prevalecía
el criterio de que, si durante una unión consensual los concubinos aportan recursos de
índole material o intelectual en la constitución o fomento de un patrimonio común, lo
que en realidad se forma entre ellos es una sociedad de hecho, la cual puede ser
establecida por cualquier medio de prueba, y sujeta a las reglas de partición que
establecen los artículos 823 y siguientes del Código Civil.[3]Ese criterio jurisprudencial
ha variado, como veremos más adelante.
A partir de la precitada sentencia de la Segunda Cámara del 17 de octubre de 2001 el
proceso evolutivo de las relaciones de las uniones establecidas fuera del matrimonio
tiene un saldo favorable a las uniones consensuales, reconociendo la jurisprudencia
no solamente que un concubino pueda derivar derechos tendientes a la reparación de
los daños por la muerte de su compañero, sino que es la propia Constitución de la
República la que consagra que la unión singular entre un hombre y una mujer, libres
de impedimento matrimoniales, que forma un hogar de hecho, genera derechos y
deberes en sus relaciones personales y patrimoniales.
Como un reflejo de la continuación de ese proceso favorable a las uniones
consensuales, y ya dentro del marco establecido por la Constitución de la República
proclamada el 26 de enero de 2010, nos encontramos con la sentencia de la Primera
Sala de la Suprema Corte de Justicia del 3 de julio de 2013, que manteniendo los
requisitos para que la unión consensual pueda generar derechos y obligaciones entre
las personas vinculadas, que había exigido la Cámara Penal de la Suprema Corte de
Justicia en su sentencia de octubre de 2001, varió su criterio anterior el cual se
encontraba asentado en que “La relación de hecho no disfruta de la presunción legal
de comunidad de bienes que tiene el matrimonio.”
Para variar su criterio, dicha Sala expuso, en uno de sus considerandos más
significativos, lo siguiente:
“Considerando, que para un mayor abundamiento vale destacar que, el criterio jurídico
expuesto por la corte a-qua es compartido por esta Sala Civil y Comercial de la
Suprema Corte de Justicia, en razón de que, si bien es cierto que el Código Civil
Dominicano no reglamenta las relaciones que surgen del concubinato, no menos
verdadero es que interpretar que las parejas unidas por este tipo de relación no tienen
derechos, sería contrario a los principios constitucionales vigentes relativos a la
igualdad, la dignidad humana y la familia, consagrados en los artículos 38, 39, y 55 de
la Constitución y, especialmente, el numeral 5) del artículo 55, que establece que, “la
unión singular y estable entre un hombre y una mujer, libres de impedimento
matrimonial, que forman un hogar de hecho, genera derechos y deberes en sus
relaciones personales y patrimoniales, de conformidad con la ley”; que, además, al
reconocer como derechos fundamentales los derechos de la familia en el numeral 11
del artículo antes mencionado, nuestra Carta Magna reconoce el trabajo del hogar
como “actividad económica que crea valor agregado y produce riqueza y bienestar
social”; que, en efecto, mantener una visión contraria a tales conceptos
constitucionales, estimularía y profundizaría la desigualdad e injusticia en las
relaciones sociales y vulneraría derechos fundamentales de la persona humana, toda
vez que al reconocer que la unión singular y estable, como la instituida en la especie,
genera derechos patrimoniales y que el trabajo doméstico constituye una actividad
económica que genera riqueza y derechos, además, es innegable, desde esta
concepción, que los bienes materiales no son los únicos elementos con valor relevante
a considerar en la constitución de un patrimonio común entre parejas consensuales;
que, en consecuencia, al comprobar la corte a-qua una relación de concubinato “more
uxorio” existe una presunción irrefragable de comunidad entre los concubinos, no
siendo necesario exigírsele a la hoy recurrida, la prueba de la medida en que los
bienes fomentados han sido el producto del aporte común, sin tomar en cuenta que
dichos aportes no necesariamente deben ser materiales para la constitución del
patrimonio común;”.[4]
La jurisprudencia dominicana había enarbolado el principio de que el simple hecho de
la existencia de la unión consensual o de concubinato no implicaba por sí sola una
sociedad, salvo que la concubina no demostrara su participación en esa sociedad de
hecho fomentada con su ex conviviente, la proporción en que ella contribuyó al
incremento y producción de esa sociedad y cuáles fueron sus aportes a la misma.
Sin embargo, continuando su proceso en beneficio de las uniones consensuales, en la
actualidadla jurisprudencia dominicana a partir de la existencia de una relación de
concubinato “more uxorio” deriva las consecuencias siguientes:
Existe una presunción irrefragable de comunidad según la cual no se exige de la
prueba previa de una sociedad de hecho;
Para la partición de los bienes no se requiere de la prueba de aportes materiales o
intelectuales de los concubinos, bastando la prueba del concubinato existente entre las
partes;
Que los aportes de los concubinos no necesariamente deben ser materiales para la
constitución del patrimonio común; también son aportes cuando se trabaja en las
labores propias del hogar, tarea que es común en nuestro entorno familiar como propia
de la mujer;
Que el concubinato produce efectos asimilables al matrimonio;
Que la primera etapa, el tribunal apoderado debe limitarse a ordenar o rechazar la
partición y, si la demanda es acogida, le sigue una segunda etapa que consistirá en
las operaciones propias de la partición, a cargo de los peritos, que se encargan de
tasar los inmuebles e indicar si son o no de cómoda división;
Que la partición de la comunidad creada por las uniones consensuales se rigen por el
artículo 823 y siguientes del Código Civil, y por lo tanto todo lo concerniente a la
acción en partición y las contestaciones relacionadas con esta, incluidas las relativas a
los bienes que conforman la masa a partir, incumben al juez comisionado para
conocer de la partición;
Que el artículo 1399 del Código Civil, a cuyo tenor “La comunidad sea legal o
convencional, empieza desde el día en que el matrimonio se ha contraído ante el
Oficial del Estado Civil: no puede estipularse que comience en otra época”, solo regula
la situación jurídica del matrimonio, no la de las uniones consensuales.
El artículo 815 del Código Civil dominicano, le reconoce a las partes el derecho de no
permanecer en estado de indivisión.
No tenemos dudas de que la evolución de la jurisprudencia dominicana seguirá
acercando cada día más los efectos de las uniones consensuales a las derivadas del
matrimonio, no solamente por un mandato constitucional, sino también por una
realidad social de nuestro país. Debemos apoyar ese proceso evolutivo.
Bibliografía
[1] Castellanos Pizano, Victor Joaquín, Instituciones de Derecho Civil, Ediciones Trajano
Potentini, Santo Domingo, 2007, p. 50-55.