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El sistema de familia peruano no solo contempla el matrimonio como la única forma de unión
entre parejas, sino que también contempla a las uniones no matrimoniales como una forma de
hacer familia.
Las uniones no matrimoniales, a nuestro juicio, no han sido adecuadamente abordadas por
nuestro ordenamiento jurídico. Mientras que el matrimonio ha sido una institución pilar del
Derecho de Familia, las uniones no matrimoniales han tenido una suerte muy distinta y que
podríamos calificar de adversa.
Si hacemos un poco de historia, tenemos que recordar que fue recién con la Constitución de
1979 (art. 9°) que en el Perú se reconocieron las uniones de hecho, también llamadas
concubinato. Tales uniones fueron concebidas, en dicho texto constitucional, como las
conformadas de manera estable por un varón y una mujer, libres de impedimento matrimonial,
y que daban lugar a un hogar de hecho. Tiempo después, la Constitución de 1993 (art. 5°)
repitió la fórmula de la Carta precedente.
TEMA 1
Las uniones no matrimoniales se rigen por lo que dispone el artículo 326 del Código Civil:
La unión de hecho, voluntariamente realizada y mantenida por un varón y una mujer, libres de
impedimento matrimonial, para alcanzar finalidades y cumplir deberes semejantes a los del
matrimonio, origina una sociedad de bienes que se sujeta al régimen de sociedad de
gananciales, en cuanto le fuere aplicable, siempre que dicha unión haya durado por lo menos
dos años contínuos.
Las diferencias principales entre ambas recaen en el hecho que la unión en sentido amplio no
calza en la definición del artículo 326 del Código Civil, mientras que la unión en sentido estricto
cumple con todos los requisitos de esta disposición. Cabe destacar que las uniones de hecho
fueron reconocidas por primera vez con la figura del concubinato desde la instauración de la
constitución de 1979
Permanencia: la unión de hecho debe tener permanencia, por lo menos 2 años unidos
Singularidad: las uniones de hecho deben ser monogámicas, solo una unión de hecho a
la vez
contraer matrimonio
Notoriedad: debe haber una apariencia de estado matrimonial, es decir, ser una relación
pública que tiene y busca las mismas finalidades que la unión matrimonial, sólo que la pareja
no decide contraer matrimonio
A partir de esos elementos, se puede realizar un análisis del artículo 326 que identifican los
requisitos esenciales para las uniones de hecho en sentido estricto:
El derecho de familia no protege a las uniones de hecho en sentido amplio debido a que no se
cumple con alguno de los requisitos del artículo 326 del Código Civil. Este tipo de unión puede
surgir, por ejemplo, cuando una pareja convive, sin embargo, uno de sus miembros todavía no
se ha divorciado formalmente o con las parejas homosexuales.
Debido a ello, no existen derechos personales o patrimoniales protegidos a favor de este tipo
de uniones. Sin embargo, en caso alguno de los miembros de la unión de hecho en sentido
amplio se sienta vulnerado, puede iniciar una acción de enriquecimiento indebido con el
propósito de obtener una indemnización como estipula el artículo 326 del código:
Tratándose de la unión de hecho que no reúna las condiciones señaladas en este artículo, el
interesado tiene expedita, en su caso, la acción de enriquecimiento indebido.
Fuente:
https://perulegal.larepublica.pe/peru/economia-familiar/2022/07/13/lo-que-debes-saber-de-
las-uniones-no-matrimoniales-3256
TERMINOLOGÍA.
Un primer aspecto que llama la atención a quien se acerque al fenómeno de las llamadas
uniones no matrimoniales es la ausencia de una terminología asentada para identificar el
fenómeno de la (también) llamada convivencia more uxorio, prácticamente en todos los
ordenamientos de nuestro ámbito cultural.
No sin cierto gracejo, Malaurie clasifica la terminología empleada en Francia (muy cercana a la
utilizada en España), de la siguiente forma:
de manera aristocrática: unión libre; de manera realista, pero pudorosa: cohabitación; para
hacerla simpática: cohabitación juvenil, aunque hay también una cohabitación senil;
de manera más técnica: cohabitación fuera del matrimonio, o comunidad de vida, o
matrimonio de hecho, o unión no matrimonial, o unión estable;
manera a la vez técnica y moderna: vida marital; o de manera aproximativa: novios, aunque
generalmente no hay promesa de matrimonio.
Esta pluralidad de formas de designar la situación aludida deriva del deseo de evitar la
utilización de la única palabra que denomina tradicional y específicamente dicha situación, por
entender que tiene connotaciones sociales peyorativas: concubinato. Se cambia, así, el
nombre, y es sustituido por expresiones más atractivas, para de esta forma hacer socialmente
más aceptable la realidad designada; ello, aunque tales expresiones no sean del todo
satisfactorias, por eufemísticas y equívocas.
El empleo del término «concubinato» presenta, en efecto, ventajas innegables: «no consiente
confusiones, ni impone precisiones pedantes. El concubinato, en el léxico jurídico tradicional,
es, por un lado, algo absolutamente específico (tener una regular y completa relación de vida
cotidiana con una persona del otro sexo, incluido esencialmente el comercio sexual), y por otro
algo absolutamente distinto, en su principio, de la relación matrimonial.
Imposible para el jurista, en suma, confundir ambos fenómenos. En la misma línea, Rubellin-
Devichi afirma tajantemente que «es la palabra concubinato la que mejor conviene,
incontestablemente, para designar el modo de vida de una pareja fuera del matrimonio».
Antes de seguir, una advertencia. Por las mismas razones que han justificado la sustitución del
término concubinato por otras expresiones carentes de las connotaciones sociales peyorativas
a que me vengo refiriendo, emplearé en adelante con preferencia las locuciones unión no
matrimonial o unión paramatrimonial. En ocasiones, sin embargo, utilizaré la voz concubinato
(naturalmente, sin darle ese contenido peyorativo) o -más habitualmente- otras derivadas de
ella, por razones de claridad expositiva (por ejemplo, para referirme a la voluntad concubinaria,
por contraposición a la matrimonial, como la característica de quienes forman una unión no
matrimonial).
En este planteamiento, por lo demás bien habitual, los rasgos peculiares de tales uniones
serían, siguiendo fundamentalmente a Malaurie:
El caso más habitual es aquél en el que uno o ambos conviventes están casados con terceras
personas, y el matrimonio todavía no ha sido disuelto.
De todas formas, como advierte Glendon, la cada vez más fácil disponibilidad del divorcio hace
que difícilmente la cohabitación se deba al hecho de no poder ser admitido uno u otro de los
concubinos al matrimonio legal; ello, unido a la exigencia cada vez de menos requisitos para
contraer matrimonio y a la facilitación del divorcio, hace que tales situaciones, relativamente
abundantes en otras épocas, sean menores en número, y más breves en el tiempo. Por otro
lado se encuentran las uniones no matrimoniales queridas en sí mismas, aunque por motivos
muy variados que cabría ordenar de la siguiente forma:
Aunque inicialmente pueda parecer una tautología, cabe afirmar que la diferencia entre la
unión no matrimonial y el matrimonio se sitúa, precisamente, en la ausencia de
matrimonio. Tal afirmación puede ser entendida, inicialmente, en un sentido puramente
formal; algo así como que la única diferencia es que en un caso se celebra una ceremonia
determinada, un concreto trámite burocrático, y en otro no.
DIFERENCIA PLANTEADAS
La diferencia entre estas uniones y el matrimonio no es meramente accidental, sino que afecta
directísimamente a las funciones que están llamados a desempeñar en relación con la
sociedad, y que son las que justifican la existencia de una regulación específica, y protectora
(más allá de los puros deseos psicológicos de los cónyuges o de los conviventes).
Lo primero que hay que advertir es que, dada la caracterización heterosexual tanto del
matrimonio corno del concubinato, estas uniones homosexuales no encajarían en ninguno de
ambos conceptos, por muy difuso y ambiguo que pueda parecer el segundo. Ello no obsta, sin
embargo, a que se oigan ya voces, también en el terreno doctrinal, pidiendo su reconocimiento
corno matrimonio, o bien corno una unión no matrimonial más (equiparada ésta en buena
parte de sus efectos, por lo demás, al matrimonio), bien, por fin, como una peculiar relación
paramatrirnonial, dotada de un reconocimiento jurídico y de una regulación normativa
específicos
Se trataría, en tal planteamiento, de una forma alternativa más de organizar los particulares sus
relaciones afectivas y sexuales, tan legítima y digna de protección como cualquier otra, y que
podría dar lugar, en su caso, a la formación de un modelo alternativo de familia.
Los argumentos que se esgrimen en favor de esta posibilidad son ya conocidos. La idea clave
que se desarrolla en pasos sucesivos es, en primer lugar, que son los individuos quienes deben
decidir, según sus propias preferencias, intereses o sentimientos, el contenido que dan a su
afectividad y a sus relaciones sexuales la orientación de su sexualidad, en terminología cada vez
más empleada doctrinal o legalmente
Me parece evidente, en este sentido, el carácter de este tipo de uniones, que contradicen
objetivamente el sentido natural de la diferenciación y complementariedad sexual:
masculinidad y feminidad encuentran su sentido biológico en su respectiva
complementariedad, y la procreación de nuevos seres humanos que sigue de su unión. Las
prácticas homosexuales contradicen objetivamente, por su misma naturaleza, esa realidad
biológica. De aquí derivan un buen número de consecuencias, que ni la sociedad ni el Derecho
están en condiciones de obviar.
La primera de tales consecuencias es que las uniones homosexuales no son capaces de cumplir
la función que tienen asignada el matrimonio y la familia, en orden a la subsistencia de la
sociedad. Desde el punto de vista más biológico, porque son uniones estériles, incapaces
estructuralmente (todas ellas, no algunas) de reproducirse como consecuencia directa y
exclusiva del ejercicio de la sexualidad. Naturalmente, pueden llegar a tener descendencia
«ortopédicamente», bien recurriendo a la adopción, bien a la utilización de las técnicas de
reproducción asistida-únicamente si se trata de una pareja formada por mujeres; pero
entonces el problema es, entre otros, la inidoneidad de estas uniones para proporcionar al
niño adoptado o procreado de acuerdo con esas técnicas un ambiente de humanización y
socialización adecuado
Es muy significativa la opinión manifestada por varios especialistas (Segovia de Arana, Grisolía,
López-Ibor, Mora y Portera), en torno a la posibilidad de dar niños en adopción a parejas
homosexuales; entre otros argumentos en contra, dicen: «un niño "paternizado" por una
pareja homosexual, entrará necesariamente en conflicto en sus relaciones con otros niños. Se
conformará psicológicamente un niño en lucha constante con su entorno y con los demás.
Creará frustración y agresividad
Son instituciones jurídicas que se mueven en otra órbita. El modelo matrimonial de Occidente
no pretende la protección de simples relaciones asistenciales, amicales o sexuales; lo que
pretende es, además, un estilo de vida que asegura la estabilidad social y el recambio y
educación de las generaciones. De ahí que, si dos homosexuales desean cautelarse en sus
relaciones, no sea camino correcto el equipararlas al matrimonio, sino recurrir a otras vías»
RECOMENDACIONES:
Tomando como base los argumentos planteados, sostenemos que debe reformularse el
tratamiento de las uniones no matrimoniales en aras de que a los miembros de éstas les
alcance la protección que el Estado debe garantizar a la familia, así como la titularidad de los
derechos fundamentales que a cada uno le corresponde en el seno de su familia. Los cambios
que proponemos son los siguientes:
1) El concubinato no debe ser definido exclusivamente como heterosexual. Así, entonces, las
uniones entre dos mujeres o dos hombres que se unen para llevar a cabo un proyecto de
vida en común deben también ser comprendidas dentro del concepto de concubinato.
2) Se debe atribuir a las uniones no matrimoniales los mismos efectos personales que se le
reconocen al matrimonio. Es particularmente urgente que se contemple para el
concubinato obligaciones alimentarias, así como derechos sucesorios.
3) En cuanto a los efectos patrimoniales, se debe reconocer a los concubinas, al igual que lo
que ocurre con los casados, el derecho a optar entre un régimen de sociedad de
gananciales y de separación de patrimonios.
4) Es apremiante el establecimiento de un registro público de uniones de hecho que permita
-como sucede, por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires12 o en la Comunidad Autónoma
de Madrid13- dotar a quienes conforman estas uniones de una mayor garantía para el
ejercicio de sus derechos.
5) Se debe derogar toda norma que tenga como propósito limitar, por razón de estado civil,
el uso de técnicas de reproducción asistida, de tal modo que no se vulnere el ejercicio de
los derechos sexuales y reproductivos de personas que no tienen pareja pero que desean
tener un hijo o de parejas del mismo sexo que quieren tener un hijo a través de estas
técnicas.
FUENTE:
https://www.boe.es/biblioteca_juridica/anuarios_derecho/abrir_pdf.php?id=ANU-E-1996-
10031300359
https://helvia.uco.es/bitstream/handle/10396/7408/dyo7_11.pdf?sequence=1&is
TEMA 3
Aunque, casi que de forma intuitiva, se conceptúe la familia como una relación interpersonal
entre un hombre y una mujer teniendo como base el afecto, es necesario reconocer que hay
relaciones que, aun sin la diversidad de sexos, son marcadas también por un lazo de
afectividad.
Prejuicios de orden moral o ético no pueden llevar a la omisión del Estado. Tampoco la
ausencia de leyes o el miedo del juzgador sirven de justificación para negar derechos a los
vínculos afectivos que no presenten la diferencia de sexo como presupuesto.
Reconocer como jurídicamente imposibles acciones que tengan como fundamento uniones
homosexuales es condenar situaciones existentes a la invisibilidad, es proporcionar la
consagración de injusticias y el enriquecimiento sin causa.
Nada justifica, por ejemplo, deferir una herencia a parientes distantes en perjuicio de aquel
que dedicó su vida a otro, participando de la formación del acervo patrimonial. No cabe al juez
juzgar las opciones de vida de las partes, pues debe restringirse a las cuestiones que se le
presentan, centrándose exclusivamente en la averiguación de los hechos para encontrar una
solución que no se distancie de un resultado justo.
En vista del silencio del constituyente y de la omisión del legislador, debe el juez cumplir el
mandato legal y atender a la determinación constante del art. 4º de la Ley de Introducción al
Código Civil.
En la laguna de la ley, o sea en la falta de normas, hay que valerse de la analogía, costumbres y
principios generales de Derecho. Nada diferencia las uniones hetero y homosexuales a modo
de impedir que ambas sean definidas como familia. Mientras no haya un reglamento legal
específico, es imperativa la aplicación analógica de las reglas jurídicas que regulan las
relaciones que tienen el afecto como causa, o sea el matrimonio y las uniones estables.
La homoafectividad y la justicia
Garantizar la justicia es el deber mayor del Estado, con el compromiso de asegurar el respeto a
la dignidad de la persona humana, dogma que se asienta en los principios de libertad y de
igualdad.
El hecho de que no haya previsión legal para la situación específica no significa inexistencia de
derecho a la tutela jurídica. Ausencia de ley no quiere decir ausencia de derecho, tampoco
impide que se extraigan efectos jurídicos de determinada situación relativa al hecho. La falta de
previsión específica en los reglamentos legislativos no puede servir de justificación para negar
la prestación jurisdiccional o de motivo para dejar de reconocer la existencia de derecho
merecedor de la tutela jurídica. El silencio del legislador debe ser suplido por el juez, que crea
la ley para el caso que se presenta a juzgamiento. Clara la determinación del art. 4º de la Ley de
Introducción al Código Civil. En caso de omisión legal, debe el juez socorrerse de la analogía,
costumbres y principios generales del Derecho.
El legislador se intimida a la hora de asegurar derechos a las minorías que sufren la exclusión
social. La omisión de la ley dificulta el reconocimiento de derechos, sobre todo frente a
situaciones que se alejan de determinados patrones convencionales, lo que hace crecer la
responsabilidad del juez. Sin embargo, prejuicios y posiciones personales no deben hacer de la
sentencia medio de punir comportamientos que se alejan de los patrones aceptados como
normales.
Igualmente no puede ser invocado el silencio de la ley para negar derechos a aquel que eligió
vivir fuera del patrón impuesto por la moral conservadora, pero sin agredir el orden social, y
merece la tutela jurídica. Las uniones de personas con la misma identidad sexual, aunque sin
ley, fueron a los tribunales para reivindicar derechos. Una vez más la Justicia fue llamada a
ejercer la función creadora del derecho.
El camino que les fue impuesto ya es conocido. Las uniones homosexuales tuvieron que
transitar el mismo iter impuesto a las uniones extramatrimoniales. En vista de la resistencia en
ver la afectividad en las relaciones homosexuales, fueron relegadas a campo obligatorio, y
rotuladas de sociedades de hecho, dando oportunidad a mera partición de los bienes
ahorrados durante el período de convivencia, mediante prueba de la efectiva participación en
su adquisición16.
http://dspace.uces.edu.ar:8180/xmlui/bitstream/handle/123456789/55/
La_familia_homoafectiva.pdf?sequence=1