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UNIVERSIDAD DE DEUSTO
Curso 2014/2015
1. Introducción página 1
1. Introducción
El artículo 25.2 de la Constitución Española dice: “Las penas privativas de libertad y las
medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán
consistir en trabajos forzados (…). En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a
los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al
desarrollo integral de su personalidad”. Por tanto la ubicación de este artículo entre el artículo
14 y el 29 (Título I sobre Derechos y Deberes fundamentales), implica la máxima rigidez y
protección bajo el recurso de amparo. En consecuencia supone que cualquier vulneración
sobre estos derechos puede ser denunciada ante el Tribunal Constitucional.
Por otro lado, el artículo 42 de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra
la Violencia de Género establece que la Administración Penitenciaria se encargará de velar por
los programas de intervención específica con condenados por delitos relacionados con la
violencia de género. Esto quiere decir que se ha dado un paso muy importante en el
tratamiento carcelario de la violencia de género, pasando de un delito desconocido y privado a
un delito público perseguido de oficio e incluido en las políticas de los poderes penitenciarios.
Soy consciente de la problemática que suscita este tema y de los prejuicios motivados
que existen en cuanto al maltratador se refiere. No pretendo hacer una defensa a ultranza de
una violencia que en ningún caso se justifica, sino argumentar con motivos de peso que la
construcción social del orden de género que produce esta violencia tiene unos aspectos
psicológicos en la figura del maltratador que pueden ser cambiados y que, con programas de
intensidad efectiva y con profesionales de formación en género que sean conscientes de la
dificultad del tratamiento, la reeducación y reinserción social, se pueden conseguir de forma
efectiva.
que como veremos, se hace a veces imposible la intervención, sobre todo cuando tiene que
aceptar los principios básicos del tratamiento a nivel formal y material (Echeburúa, 2004) cosa
que se ha demostrado difícil.
Además, por supuesto tenemos que entender la problemática desde el otro punto de
vista. El de la mujer y sus hijas e hijos. Se deben poner todos los medios necesarios para que la
protección de las víctimas (entendiendo víctimas también a las hijas e hijos) sea acorde con el
artículo 27 del Real Decreto 515/2005 sobre ejecución de las penas con trabajos en beneficio
de la comunidad (en adelante TBC) de localización permanente, de determinadas medidas de
seguridad, así como de la suspensión de la ejecución de las penas privativas de libertad. Esta
disposición establece que “al objeto de garantizar la protección de las víctimas, los servicios
sociales penitenciarios coordinarán sus actuaciones con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, las
Oficinas de Asistencia a las Víctimas y la Delegación Especial del Gobierno contra la Violencia
sobre la Mujer.”.
El objetivo de este paper será intentar desmontar las teorías - que por otro lado
considero totalmente plausibles y comprensibles - que defienden que el maltratador es un
deshecho social que no tiene remedio y que se debe pudrir en la cárcel, argumentando lo
contrario desde la metodología hermenéutica jurídica. También desde el punto de vista
psicológico, que ayuda a comprender la forma de pensar dentro en la dificultad que supone el
tratamiento de este tipo de persona.
No existe por tanto un solo perfil unívoco de hombre maltratador. Aquel socialmente
concebido del que pega a su pareja cuando llega a casa ebrio y luego se sienta en el sofá a ver
el fútbol. Evidentemente sí que lo es, pero son los menos. Hay que centrarse en todos y cada
uno de aquellos viciados sociales que violenta a su pareja o ex pareja de cualquier forma,
especialmente en aquel encubierto que en el ámbito público es un ejemplo a seguir, ya que
quien por omisión/acción, complicidad/indiferencia son parte del problema de la violencia de
género tiene que ser parte activa/pasiva de la solución (Bonino, 2008, p.17).
Elena Larrauri en su obra “Criminología crítica y Violencia de Género” (2007) afirma que
la respuesta ofrecida a esta problemática es la utilización del derecho penal como primera
alternativa prioritaria, una opción apoyada por algunos y criticada por otros que se
caracterizan por excesiva intervención e incumplimiento de distintas garantías legales como el
principio de igualdad o el de culpabilidad. Para esta autora, la aplicación de esta premisa
impide individualizar cada agresión, y cegar la vista a conocer los factores que impulsan al
agresor a cometer ese acto. Como consecuencia frena la intervención, conforme a las distintas
variables personales y contextuales antes citadas que pueden estar influyendo de forma activa
o pasiva.
Por otro lado, Larrauri defiende que exigir penas mayores sabiendo que éstas no
contribuyen a disminuir las dimensiones del problema es un estilo de populismo punitivo. Para
ella se abusa del derecho penal mayor, pretendiendo solucionar la desigualdad estructural de
las mujeres, la discriminación y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, lo
que para ella es desmesurado. La solución por tanto dice que es la aplicación de protección
adecuada alternativa sobre las mujeres, y solucionar la carencia de programas dirigidos a los
colectivos más vulnerables de mujeres. Así se consigue enfocar los recursos al verdadero
problema que conocemos.
Sin embargo, este es un tema no exento de debate y del que me pronunciaré más
adelante.
Por lo tanto, es tarea prioritaria ahora mismo intentar encontrar un tipo de perfil
psicológico que ayude al tratamiento penitenciario de los condenados por delitos relacionados
con la violencia de género. Prestamos atención ahora a los aspectos no exculpatorios del
agresor, pero consecuentes con la disyuntiva que supone no tratarlos como malos o enfermos
(Echeburúa, 2001, p.22).
Dixon y Browne en 2003 realizaron una nueva revisión de este tipo de hombre y sacaron
como conclusión los distintos comportamientos de a continuación:
Al efecto, Boira Sarto (2011) analiza esta disyuntiva y concluye que si se consideran
variables como la edad, el nivel de instrucción o el estatus socioeconómico, no se encuentran
diferencias radicales que distingan a los maltratadores de los que no lo son, puesto que es
posible encontrar hombres agresivos de todas las edades, con diferente instrucción y con
distinta escala social y económica.
habían sufrido malos tratos en su infancia o habían sido testigos oculares de episodios
violentos entre sus padres. También había que partir de la premisa de que su comportamiento
a la hora de solucionar conflictos era preeminentemente agresivo per se.
Como era de esperar, según Holtzworth-Munroe et al. (1997), encontraron razones para
afirmar que las experiencias de violencias en la infancia eran un factor de riesgo importante, ya
que se es más propenso a la justificación de la violencia. Esta tiene un papel relevante y
probablemente constituye un elemento clave en el desarrollo del comportamiento violento del
agresor. Sin embargo fue imposible catalogar el trasvase intergeneracional de la violencia
como tal, por lo que no se pudo estudiar los posibles patrones de violencia instalados en la
persona del maltratador (Holtzworth-Munroe et. al., 1997, en Boira Sarto, ob. Cit., p.77)
Sobre todo hay que tener en cuenta como afirmaban Pence y Paymar, expertos en este
tipo de estudios y trabajadores del planteamiento feminista referidos al tratamiento de
maltratadores, que pese a que todos los hombres tienen, en mayor o menor medida la
seguridad de ser partícipes de los llamados dividendos patriarcales, ya no solo entendidos
como los socioeconómicos. Esto no significa en consecuencia necesaria que todos los hombres
acaben golpeando a sus hijas e hijos o teniendo comportamientos violentos con su pareja.
que mantener, esta comprensión debe de separarse del rechazo moral y penal que el maltrato
comporta y debe comportar.
El objetivo de las posiciones defensoras del derecho penal punitivo como primera arma
de choque contra el maltratador tienen el objetivo de poner a disposición de la Administración
y de la sociedad elementos que puedan contribuir a mejorar los diseños existentes en materia
de violencia de género, proponiendo incluir a los hombres como destinatarios específicos de
estrategias de prevención y promoción de la no violencia de género y la igualdad. Sin embargo,
Luis Bonino defiende (ob. Cit. p.5) que es necesario avanzar en el diseño y desarrollo de
actuaciones destinadas a potenciar el imprescindible cambio de los hombres hacia posiciones
de no violencia/antiviolencia de género, más allá de las necesarias e imprescindibles
intervenciones directas de prevención carcelaria con aquellos que ejercen violencia contra las
mujeres en la pareja.
El carácter crónico de la violencia familiar que se podría sanar con la erradicación desde
el tratamiento de un comportamiento enraizado al estilo de otros muchos que sí son tratados,
sumado a la más que probable prevención de la transmisión intergeneracional del
comportamiento violento o lo que otros llaman aprendizaje social por observación, nos da
argumentos de peso para creer en este tipo de reeducación rehabilitadora de los hombres
maltratadores.
Sin embargo, así dicho parece sencillo. Es recomendable el estudio del tipo y gravedad
de la violencia, la generalidad de la misma, la regulación emocional (apego, empatía, etc.) y la
impulsividad entre otros factores (Loinaz, et. al., ob. Cit., p.252).
El presupuesto habilitante para comenzar este procedimiento solicita que los agresores
domésticos deban cumplir como hemos dicho con unos requisitos previos antes de comenzar
propiamente con la intervención psicológica: reconocer la existencia del maltrato y asumir la
responsabilidad de la violencia ejercida, así como la del daño producido a la mujer, mostrar
una motivación mínima para el cambio y, por último, aceptar los principios básicos del
tratamiento a nivel formal y de contenido.
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En este periodo inicial de la búsqueda del sí del hombre violento, hay que intentar que
realmente se motive, percatándole de que los inconvenientes de seguir maltratando superan a
las ventajas (estrategia de costes y beneficios). Sin embargo, el reproche penal y el estigma
social del maltrato dificultan el reconocimiento del problema existente por parte del agresor,
que tiende a adoptar mecanismos de negación, minimización o justificación (Echeburúa, ob.
cit., p.89). Por supuesto, no se puede olvidar que el componente de protección a la víctima
resulta prioritario, por lo que la peligrosidad que suscita el agresor tiene que ser evaluada
previamente. Imprescindible es también el planteamiento de la empatía con la víctima y la
aplicación de técnicas de expresión de emociones, puesto que la poca asertividad es un
símbolo inequívoco de los hombres agresores.
Por último, actuales métodos de empatizar con la víctima o el tratamiento grupal con
más agresores e incluso con ex agresores, se están convirtiendo en la reinvención vanguardista
del tratamiento terapéutico penitenciario con resultados optimistas. Es momento entonces de
analizar desde el punto de vista penitenciario, las conclusiones a las que llegamos con los
programas de intervención que se han llevado a cabo en diferentes cárceles y que han partido
de estos criterios que hemos mencionado.
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Los primeros programas de tratamiento terapéutico para los internos en cárceles por
razón de violencia de género se aplicaron entre los años 2001 y 2002. Como era de esperar, el
manual utilizado para llevarlos a cabo fue el del profesor Don Enrique Echeburúa. De su
trabajo y a raíz del movimiento legislativo al respecto de 2004, nace el manual “Programa de
Tratamiento en Prisión para Agresores en el Ámbito Familiar” (en adelante el PRIA) material
elegido entre otros para la realización de este paper, y que pese al título del documento, se
refiere íntegramente a internos que han cometido delitos de violencia de género y orienta la
intervención desde una perspectiva clínica.
Con este programa como eje central del tratamiento para internos por violencia de
género y en el contexto de la Ley Orgánica 1/2004 y el consecuente RD 515/2005 de entre otra
legislación, sobre circunstancias de la suspensión de la ejecución de penas privativas de
libertad, donde una parte está relacionada con los delitos de violencia machista.
La diferencia más clara entre penados por privación de libertad y los que no (pena
alternativa) es el sometimiento voluntario o no a la participación en los programas. A los
internos, lo normal es que hasta que no se le explica en qué consiste y qué ventajas tiene, no
lo suelen aceptar, aunque luego el ratio de abandono sea lamentablemente amplio. Como
parece necesario, el PRIA es fruto de renovación continua en lo que se refiere a la estrategia y
a los procedimientos de intervención.
Nuestra tarea ahora es desgranar el PRIA para analizar la metodología penitenciaria con
los internos de las cárceles y cómo evoluciona el tratamiento dependiendo de cada uno de
ellos.
a. Introducción al PRIA
Tras introducir los principios programáticos por los que se rige el PRIA en el sentido más
general posible, lo hace en el sentido de diseñar los diferentes itinerarios de cumplimiento de
penas que son responsabilidad de la Institución Penitenciaria. Para ello se servirá de la
sistemática de género con, como hemos dicho, nuevas propuestas terapéuticas y una visión
responsable de las diferentes formas de violencia psicológica. También la inclusión de las hijas
e hijos como víctima se hace de manera individualizada como una unidad especial.
unidades. En definitiva el PRIA nace con la finalidad de ser un instrumento útil para la labor
desarrollada en el ámbito de prevención e intervención en violencia de género, lo cual se dice
pronto.
Antes de iniciarse en el aspecto más técnico del tratamiento, hace hincapié en los
términos fundamentales del género, analizando todos los elementos constituyentes de la
teoría feminista en el estudio de la desigualdad. También motiva la intervención desde un
punto de vista técnico evaluando la eficacia de la intervención desde un punto de vista
estadístico y hace una valoración de riesgo para el aspecto tan importante como es la
reincidencia, con una metodología que desmenuzaremos a continuación, pero que
básicamente trata de evaluar el pretratamiento con las entrevistas incluidas en el manual o
similares y los instrumentos que aconsejen la intervención terapéutica, la evaluación
postratamiento, en la que se aplicarán los mismos instrumentos que en la fase de
pretratamiento y finalmente el seguimiento en el cumplimiento.
resto de personas que acuden a terapia psicológica, los agresores en general no consideran
que tienen un problema y por tanto son reacios en un primer momento a someterse. Las
motivaciones para acudir a un programa de tratamiento suelen ser instrumentales (evitar el
ingreso en prisión, conseguir beneficios penitenciarios, etc.). Aunque puede servir para el
mantenimiento del tratamiento, la falta de motivación es la causa mayoritaria de abandono
del mismo, como parece lógico.
El modelo teórico del cambio de Prochaska y Di Clemente (1992) junto con los ítems de
entrevista que detallan Echeburúa y colaboradores (2009) han dado como resultado un
formulario de seis estadios que se utiliza en el PRIA como determinante del lugar donde se
encuentra el participante:
1. Pre-contemplación. “lo que ella dice es falso”, “ella me provoca”, “la que tiene que
cambiar es ella”, o negación absoluta de culpabilidad. Es de donde parte la mayoría.
El paso a la segunda fase es decisivo, porque con la consciencia de la inadecuación
de la conducta, las demás fases se pueden dar con mayor agilidad.
2. Contemplación. “cada vez me doy cuenta más de que hago daño a mi pareja”, “creo
que sería bueno que alguien me ayudara a controlarme”, o planteamiento de la
existencia de un problema que está fuera de su control.
3. Preparación para la acción. “desde hace dos semanas no he tenido ningún problema
con mi mujer”, “estoy de acuerdo en poner de mi parte para solucionar los
problemas con mi pareja” o emprendimiento de acciones para la resolución.
4. Acción. “ahora por lo menos podemos hablar”, “cuando me pongo nervioso, me voy
a otra habitación”, tomando la iniciativa al solucionar el conflicto.
5. Mantenimiento. “ella también tiene derecho a decidir”, “suelo evitar los conflictos”,
ha logrado una permanencia temporal de las modificaciones producidas y utiliza
estrategias para prevenir las conductas violentas.
6. Finalización. El sujeto considera que su problema está resuelto.
Hay que afirmar, que cuando el sujeto tiene una motivación verdadera al tratamiento, la
tasa de éxito es muy elevada. Dependiendo de la táctica por la que se elija, la metodología
cambia.
ira. En el aspecto de la violencia psicológica por supuesto que tiene algo que ver el
tratamiento. Aunque este aspecto realmente ha tenido un reconocimiento tardío, la existencia
tan arraigada de este tipo de violencia es necesaria tratarla desde la explicación de los tipos de
violencia psicológica que existen dentro de la violencia de género y sus consecuencias. Para
ello hay que hacerles identificar la existencia de este tipo de violencia en su caso particular. Se
consigue con un adecuado examen de estas conductas a través de las emociones y cogniciones
que las originan y mantienen, así como el papel del control y del poder. Por último es muy
importante sustituir las conductas violentas por otras más adaptativas y positivas en la relación
de pareja, que fomenten la expresión de los sentimientos y la negociación a la hora de resolver
conflictos.
6. Conclusiones generales
Escogí el trabajo de la profesora Elena Larrauri, entre otros, para contrastar diferentes
teorías que existen en torno al tratamiento penitenciario y criminológico de los hombres que
han ejercido violencia de género. Si he de ser sincero, creo que nunca imaginé hasta qué punto
podía llegar la honestidad y la forma tan directa de explicar un tema tan sensible.
No obstante, hay que reconocer que leyendo entre líneas, que considerar a la mayoría
de la sociedad partícipe de un populismo punitivo o que la violencia de género es tratada
legalmente como derecho penal de autor cosa que no está permitida en nuestro Código, no es
sino un esfuerzo más por considerar al hombre maltratador un elemento penitenciario
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lado una reacción comprensible – una motivación más propia de la que hemos denominado
de prevención general negativa que otra cosa. O si desean enfocarlo en la figura exclusiva del
sujeto infractor, de prevención especial negativa.
Soy consciente, y con el peso de la vindicación feminista sobre mí (la que comparto y
defiendo desde antes de entrar al Máster), de que nunca seré lo suficientemente empático con
las víctimas de violencia de género por mi “suerte de varón”, pero lo que sí tengo claro que el
defecto profesional me guía y encamina por la senda de considerar que el hombre maltratador
puede y debe ser tratado bajo condiciones penitenciarias favorables y con un entorno
supeditado a su reeducación social, puesto que en la lucha por la búsqueda de la justicia de la
que hablamos así lo ordena. Al menos en esta sociedad occidental democrática en la que
vivimos.
Solo ha bastado leer los trabajos de los profesores Sarto, Echeburúa y compañía,
analizar los datos estadísticos de éxito de los tratamientos y demás para refrendarme en la
teoría de que con un tratamiento psicológico y de trabajo social concienzudo, profesional y
encaminado a que el interno se recupere, es posible; creo que se puede y se debe intentar por
el bien sobre todo también por las generaciones posteriores.
Pero siempre llegamos al mismo punto en este discurso. Otra cuestión es que se quiera.
Una vez más el enfoque que se da a la gestión de los recursos y a la asignación de los fondos
no hace por supuesto sino revalidar la perpetuación del androcentrismo y la dominación
patriarcal. Si seguimos considerando que los hombres agresores no son más que unos
“chalados sin corazón” o unos “deshechos de la sociedad” sin hacer énfasis en la construcción
social del género ni en la violencia estructural por razón de sexo, lo que estamos haciendo es el
clásico un pasito para adelante y dos pasitos para atrás, o como se diga.
Referencias bibliográficas
Remisiones normativas