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Máster universitario en Intervención en Violencia contra las Mujeres

UNIVERSIDAD DE DEUSTO

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS

Departamento de Trabajo Social y Sociología

Aspectos penitenciarios de la rehabilitación del maltratador

Violencia contra las mujeres por parte de su pareja o ex pareja

Carlos Lara López

Curso 2014/2015

lunes, 12 de enero de 2015


Índice

1. Introducción página 1

2. El eje del problema página 2

3. En busca de un perfil unívoco página 4

4. La necesidad del tratamiento penitenciario página 7

5. El programa de tratamiento para los internos página 10

a. Introducción al PRIA página 10

b. El programa en sí: unidades de intervención página 11

6. Conclusiones generales página 14

7. Referencias bibliográficas página 17


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1. Introducción

El artículo 25.2 de la Constitución Española dice: “Las penas privativas de libertad y las
medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán
consistir en trabajos forzados (…). En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a
los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al
desarrollo integral de su personalidad”. Por tanto la ubicación de este artículo entre el artículo
14 y el 29 (Título I sobre Derechos y Deberes fundamentales), implica la máxima rigidez y
protección bajo el recurso de amparo. En consecuencia supone que cualquier vulneración
sobre estos derechos puede ser denunciada ante el Tribunal Constitucional.

Por otro lado, el artículo 42 de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra
la Violencia de Género establece que la Administración Penitenciaria se encargará de velar por
los programas de intervención específica con condenados por delitos relacionados con la
violencia de género. Esto quiere decir que se ha dado un paso muy importante en el
tratamiento carcelario de la violencia de género, pasando de un delito desconocido y privado a
un delito público perseguido de oficio e incluido en las políticas de los poderes penitenciarios.

Es establecida en consecuencia la necesidad de que para cumplir con el mandato


constitucional de la reeducación social, es requisito imprescindible que los ya condenados
tengan la posible alternativa (no voluntaria) de ser receptores de medidas suspensivas y
sustitutorias de la pena privativa de libertad, que tengan como finalidad la reinserción del
agresor en un entorno que evite la agresión por razón de sexo.

Soy consciente de la problemática que suscita este tema y de los prejuicios motivados
que existen en cuanto al maltratador se refiere. No pretendo hacer una defensa a ultranza de
una violencia que en ningún caso se justifica, sino argumentar con motivos de peso que la
construcción social del orden de género que produce esta violencia tiene unos aspectos
psicológicos en la figura del maltratador que pueden ser cambiados y que, con programas de
intensidad efectiva y con profesionales de formación en género que sean conscientes de la
dificultad del tratamiento, la reeducación y reinserción social, se pueden conseguir de forma
efectiva.

Desde la perspectiva del maltratador machista, la entrada en prisión puede suponer


absurda e inútil, ya que se auto exime de la culpa y atribuye la responsabilidad del maltrato a
su mujer, ex pareja o persona con alguna relación análoga de afectividad. El primer requisito
para ser susceptible de tratamiento es el reconocimiento de la existencia de maltrato, por lo
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que como veremos, se hace a veces imposible la intervención, sobre todo cuando tiene que
aceptar los principios básicos del tratamiento a nivel formal y material (Echeburúa, 2004) cosa
que se ha demostrado difícil.

Además, por supuesto tenemos que entender la problemática desde el otro punto de
vista. El de la mujer y sus hijas e hijos. Se deben poner todos los medios necesarios para que la
protección de las víctimas (entendiendo víctimas también a las hijas e hijos) sea acorde con el
artículo 27 del Real Decreto 515/2005 sobre ejecución de las penas con trabajos en beneficio
de la comunidad (en adelante TBC) de localización permanente, de determinadas medidas de
seguridad, así como de la suspensión de la ejecución de las penas privativas de libertad. Esta
disposición establece que “al objeto de garantizar la protección de las víctimas, los servicios
sociales penitenciarios coordinarán sus actuaciones con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, las
Oficinas de Asistencia a las Víctimas y la Delegación Especial del Gobierno contra la Violencia
sobre la Mujer.”.

El objetivo de este paper será intentar desmontar las teorías - que por otro lado
considero totalmente plausibles y comprensibles - que defienden que el maltratador es un
deshecho social que no tiene remedio y que se debe pudrir en la cárcel, argumentando lo
contrario desde la metodología hermenéutica jurídica. También desde el punto de vista
psicológico, que ayuda a comprender la forma de pensar dentro en la dificultad que supone el
tratamiento de este tipo de persona.

El material a utilizar será la legislación penitenciaria, complementada por los estudios


que se han realizado desde la misma, así como los textos psicológicos sobre informes
realizados en cárceles de nuestro país y las conclusiones a las que han llevado.

2. El eje del problema

La perspectiva de género nos ha ayudado a comprender que la violencia machista es un


problema donde la mujer es la víctima. Esto es, que el hombre es quien tiene el problema al
estar habilitado a ejercer la violencia por un sistema estructural de parámetros patriarcales y
androcéntricos. El cortocircuito de mayor calado social se produce cuando a la hora de tomar
las decisiones relevantes en el paraguas protector contra la violencia de género, como
consecuencia de este orden de género, son hombres los que en puestos de dirección las
toman por estar situados intencionadamente en ellos en pro de prorrogar las ventajas de la
decisión.
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No existe por tanto un solo perfil unívoco de hombre maltratador. Aquel socialmente
concebido del que pega a su pareja cuando llega a casa ebrio y luego se sienta en el sofá a ver
el fútbol. Evidentemente sí que lo es, pero son los menos. Hay que centrarse en todos y cada
uno de aquellos viciados sociales que violenta a su pareja o ex pareja de cualquier forma,
especialmente en aquel encubierto que en el ámbito público es un ejemplo a seguir, ya que
quien por omisión/acción, complicidad/indiferencia son parte del problema de la violencia de
género tiene que ser parte activa/pasiva de la solución (Bonino, 2008, p.17).

Cuando se ha comenzado a definir el perfil del hombre maltratador se ha tratado con


resultado ambiguo separar al hombre violento del que no lo es. Hay que atender a factores
psicológicos y sociodemográficos que no han concluido con resultados inequívocos (Boira
Sarto, 2011, p.56).

Desde que en 1995 se implementaran las medidas de intervención con hombres


agresores en el País Vasco, se difundió por las Comunidades Autónomas españolas los estudios
con ellos para intentar establecer el origen psicológico del problema, prevenir y paliar las
situaciones violentas producidas en el ámbito familiar. Aunque este programa llamado Servicio
Espacio era de carácter voluntario, nos ayuda a entender la problemática sociodemográfica de
estos hombres (Boira Sarto, 2008, p.149).

Se sacó en conclusión que eran personas más ansiosas y depresivas, frías


emocionalmente, dominantes y hostiles, con menor control de la expresión externa de la ira y
de los impulsos que las personas no violentas (Boira Sarto, ob. cit., p.151, en Fernández-
Montalvo, et. al., 2005). Claro está, que esto fue sin tener en cuenta los aspectos sociales y
demográficos de cada uno de ellos, es decir, creando un grupo homogéneo que limitaba
bastante el estudio. Las características que incluían parámetros sociodemográficos eran la
edad, el empleo, los ingresos, la formación, el status social o la raza. Los menores de edad eran
más propensos a la violencia, así como las personas con bajos ingresos, de raza afroamericana
o latina, y pertenecientes a parejas de hecho. Estos estudios primitivos no eran sino indiciarios
de los perfiles psicológicos que veremos a continuación.

No obstante y a pesar de sacar en conclusión algunos razonamientos, las conclusiones a


las que llevaron los estudios no eran de prevalencia sino activadoras de la violencia, por lo que
no constituye un elemento determinante de nuestro análisis. Por si fuera poco, en España no
tenemos constancia de determinadas características sociodemográficas que distingan a priori a
un maltratador en potencia del que no lo es, a partir de los datos disponibles. La dificultad de
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establecer un patrón genérico de maltratador hace que la población afectada y la defensora de


la figura de la víctima caigan en mitos penitenciarios de calado social profundo.

Elena Larrauri en su obra “Criminología crítica y Violencia de Género” (2007) afirma que
la respuesta ofrecida a esta problemática es la utilización del derecho penal como primera
alternativa prioritaria, una opción apoyada por algunos y criticada por otros que se
caracterizan por excesiva intervención e incumplimiento de distintas garantías legales como el
principio de igualdad o el de culpabilidad. Para esta autora, la aplicación de esta premisa
impide individualizar cada agresión, y cegar la vista a conocer los factores que impulsan al
agresor a cometer ese acto. Como consecuencia frena la intervención, conforme a las distintas
variables personales y contextuales antes citadas que pueden estar influyendo de forma activa
o pasiva.

Por otro lado, Larrauri defiende que exigir penas mayores sabiendo que éstas no
contribuyen a disminuir las dimensiones del problema es un estilo de populismo punitivo. Para
ella se abusa del derecho penal mayor, pretendiendo solucionar la desigualdad estructural de
las mujeres, la discriminación y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, lo
que para ella es desmesurado. La solución por tanto dice que es la aplicación de protección
adecuada alternativa sobre las mujeres, y solucionar la carencia de programas dirigidos a los
colectivos más vulnerables de mujeres. Así se consigue enfocar los recursos al verdadero
problema que conocemos.

Sin embargo, este es un tema no exento de debate y del que me pronunciaré más
adelante.

Por lo tanto, es tarea prioritaria ahora mismo intentar encontrar un tipo de perfil
psicológico que ayude al tratamiento penitenciario de los condenados por delitos relacionados
con la violencia de género. Prestamos atención ahora a los aspectos no exculpatorios del
agresor, pero consecuentes con la disyuntiva que supone no tratarlos como malos o enfermos
(Echeburúa, 2001, p.22).

3. En busca de un perfil unívoco

Fue a mediados de los noventa cuando con la investigación de la violencia doméstica


empezaron a darse los estudios de clasificación del hombre violento, por decirlo de alguna
forma. Se llegó a la conclusión de que entre los rasgos de la personalidad estaban la actitud
posesiva, los celos (o celopatía entonces entendida), los déficits relacionales y roles rígidos de
sexualidad.
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Dixon y Browne en 2003 realizaron una nueva revisión de este tipo de hombre y sacaron
como conclusión los distintos comportamientos de a continuación:

 Baja asertividad de los hombres.


 Baja autoestima.
 Falta de habilidades sociales
 Los comportamientos de uso abusivo de drogas y alcohol.
 Pobre control de los impulsos.
 La presencia de distorsiones cognitivas.
 Funcionamiento psicológico dependiente.
 La procedencia de entornos violentos.
 La existencia de antecedentes de comportamientos violentos.
 Trastornos de la personalidad.

Sin embargo como hemos dicho no se ha logrado identificar ninguna característica


definitiva y generalizable a todos ellos. Al analizar esta dificultad de detección desde el punto
de vista penitenciario, nos remitiremos a los estudios que se han realizado en prisiones con
maltratadores condenados. De esta forma la evaluación de la personalidad y el estudio
tipológico favorecen un conocimiento más profundo de las posibles causas de esta
problemática e indican potenciales direcciones de actuación (Loinaz, et. al., 2011, p.251).

Como consecuencia de la variedad tan heterogénea de los estudios, y de la lógica


diferenciación que supone realizar exámenes tan dispares, se deriva la necesidad de extender
y replicar la clasificación tipológica a varios centros penitenciarios diferentes donde las
realidades poblacionales puedan diferir, para comparar también aspectos socio-demográficos,
aunque sea un tema controvertido (Holtzworth-Munroe, et. al., 1997, en Boira Sarto, 2010,
p.74). Como parece lógico pensar, todos los investigadores no van a estar de acuerdo en incluir
una serie determinada y lista cerrada de factores externos influyentes.

Al efecto, Boira Sarto (2011) analiza esta disyuntiva y concluye que si se consideran
variables como la edad, el nivel de instrucción o el estatus socioeconómico, no se encuentran
diferencias radicales que distingan a los maltratadores de los que no lo son, puesto que es
posible encontrar hombres agresivos de todas las edades, con diferente instrucción y con
distinta escala social y económica.

También se ha planteado la posibilidad de establecer una relación entre la familia de


origen del maltratador y su comportamiento partiendo de la base del estudio en hombres que
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habían sufrido malos tratos en su infancia o habían sido testigos oculares de episodios
violentos entre sus padres. También había que partir de la premisa de que su comportamiento
a la hora de solucionar conflictos era preeminentemente agresivo per se.

Como era de esperar, según Holtzworth-Munroe et al. (1997), encontraron razones para
afirmar que las experiencias de violencias en la infancia eran un factor de riesgo importante, ya
que se es más propenso a la justificación de la violencia. Esta tiene un papel relevante y
probablemente constituye un elemento clave en el desarrollo del comportamiento violento del
agresor. Sin embargo fue imposible catalogar el trasvase intergeneracional de la violencia
como tal, por lo que no se pudo estudiar los posibles patrones de violencia instalados en la
persona del maltratador (Holtzworth-Munroe et. al., 1997, en Boira Sarto, ob. Cit., p.77)

Más polémico resultaba la consideración del comportamiento violento desde un punto


de vista psicopatológico. Considerando el paradigma de género hay que añadir factores
culturales de desigualdad de género, de sociedad patriarcal como responsables del
comportamiento violento, entendiendo que el comportamiento violento desde este prisma
suponga un “transtorno” que consideramos social. No obstante poco tuvieron que ver en los
resultados los factores que las posiciones feministas defendían (desigualdad de género).
Gleason (1997) analizó los resultados de estos estudios y llegó a la conclusión que desde este
punto de vista hay dos grupos de maltratadores: uno menos grave de comportamiento
genéricamente normal pero con dificultades psicológicas en algunos aspectos como la ira, los
celos, intención de control, dependencia y baja autoestima; y otro más preocupante, con
dificultades psiquiátricas de mayor gravedad (trastornos del estado de ánimo, consumo de
sustancias y trastornos de la personalidad límite y antisocial). Lo que nos lleva a abarcar
campos tan diversos como difícilmente aunables para identificar nuestro perfil buscado.

Sobre todo hay que tener en cuenta como afirmaban Pence y Paymar, expertos en este
tipo de estudios y trabajadores del planteamiento feminista referidos al tratamiento de
maltratadores, que pese a que todos los hombres tienen, en mayor o menor medida la
seguridad de ser partícipes de los llamados dividendos patriarcales, ya no solo entendidos
como los socioeconómicos. Esto no significa en consecuencia necesaria que todos los hombres
acaben golpeando a sus hijas e hijos o teniendo comportamientos violentos con su pareja.

En definitiva, si debemos tener en cuenta esta serie de factores para analizar y


comprender científicamente los factores que influyen en este tipo de violencia para dar
prioridad a la finalidad preventiva y de tratamiento. Como decía Larrauri (2007) y como hay
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que mantener, esta comprensión debe de separarse del rechazo moral y penal que el maltrato
comporta y debe comportar.

También habría que analizar los trastornos psicopatológicos que tradicionalmente se


han relacionado con los maltratadores pero que no necesariamente son elementos causales
del comportamiento violento, sino que parecen mantener una dirección paralela con éste.
Estas son las adicciones, los trastornos de la personalidad y la celopatía. Ahora no lo vamos a
analizar profundamente, pero irán saliendo conforme pasan los epígrafes.

4. La necesidad del tratamiento penitenciario

Lo que a raíz de nuestra búsqueda frustrada de un hombre maltratador tipo parece


necesario, es seguir profundizando en la etiología (es decir, de la causalidad) de esta conducta
violenta así como en la metodología más adecuada para prevenirla y tratarla.

El objetivo de las posiciones defensoras del derecho penal punitivo como primera arma
de choque contra el maltratador tienen el objetivo de poner a disposición de la Administración
y de la sociedad elementos que puedan contribuir a mejorar los diseños existentes en materia
de violencia de género, proponiendo incluir a los hombres como destinatarios específicos de
estrategias de prevención y promoción de la no violencia de género y la igualdad. Sin embargo,
Luis Bonino defiende (ob. Cit. p.5) que es necesario avanzar en el diseño y desarrollo de
actuaciones destinadas a potenciar el imprescindible cambio de los hombres hacia posiciones
de no violencia/antiviolencia de género, más allá de las necesarias e imprescindibles
intervenciones directas de prevención carcelaria con aquellos que ejercen violencia contra las
mujeres en la pareja.

Como hemos dicho, considerar al maltratador como malo o enfermo, se cae en la


conclusión errónea de que con el carácter correccional del derecho penal es suficiente.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los hombres violentos son responsables de su
conducta, hay que tener en cuenta que sin embargo éstos en el mayor de los casos presentan
limitaciones psicológicas en el control de los impulsos, por consumo de drogas, por creencias
culturales, en las habilidades de comunicación y como consecuencia de una celopatía
insistente (Echeburúa, ob. Cit., p.22). Es fácil por lo tanto deducir que en ocasiones, pese a no
saber utilizarlas, los maltratadores tienen las herramientas para comportarse objetivamente
de forma ordenada. Por lo tanto, tienen que decir sí al tratamiento psicológico. Así también
estarían ayudando a la protección de la víctima, que es pilar básico de nuestra motivación y de
la de quien niega la efectividad del tratamiento con los agresores.
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Ahora bien, el principal problema con el que se encuentra la metodología psicológica es


contar con que el hombre tenga una mínima motivación para el cambio (Hamberger, et. al.,
2000, en Echeburúa, ob. Cit., p.23). Esta circunstancia no nos debe hacer estigmatizar al
maltrato como la bola que cuelga del pie del reo. No es inmodificable y tampoco es solo como
cree el populismo punitivo de función penal retributiva, ejemplarizante y protectora. El artículo
1 de la Ley Penitenciaria dice: “Las Instituciones penitenciarias reguladas en la presente Ley
tienen como fin primordial la reeducación y la reinserción social de los sentenciados a penas y
medidas penales privativas de libertad, así como la retención y custodia de detenidos, presos y
penados. Igualmente tienen a su cargo una labor asistencial y de ayuda para internos y
liberados.”, en concordancia con el artículo 25 de la Constitución que vimos en la parte
introductoria.

Teniendo en cuenta que además, la eficiencia en el aspecto reeducacional de las penas


privativas de libertad, son en la mayoría de las ocasiones contraproducentes, en el sentido de
que la “corta estancia” en prisión, se ha demostrado científicamente que aumenta el riesgo de
repetición de la conducta (Daly y Pelowski, 2000, en Echeburúa, ob. Cit., p.23); está claro y se
debe coger por la calle del medio y acoger medidas alternativas a la estrictamente retributiva
sobre la sociedad.

El carácter crónico de la violencia familiar que se podría sanar con la erradicación desde
el tratamiento de un comportamiento enraizado al estilo de otros muchos que sí son tratados,
sumado a la más que probable prevención de la transmisión intergeneracional del
comportamiento violento o lo que otros llaman aprendizaje social por observación, nos da
argumentos de peso para creer en este tipo de reeducación rehabilitadora de los hombres
maltratadores.

Sin embargo, así dicho parece sencillo. Es recomendable el estudio del tipo y gravedad
de la violencia, la generalidad de la misma, la regulación emocional (apego, empatía, etc.) y la
impulsividad entre otros factores (Loinaz, et. al., ob. Cit., p.252).

El presupuesto habilitante para comenzar este procedimiento solicita que los agresores
domésticos deban cumplir como hemos dicho con unos requisitos previos antes de comenzar
propiamente con la intervención psicológica: reconocer la existencia del maltrato y asumir la
responsabilidad de la violencia ejercida, así como la del daño producido a la mujer, mostrar
una motivación mínima para el cambio y, por último, aceptar los principios básicos del
tratamiento a nivel formal y de contenido.
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Además de la motivación mínima, es imprescindible no tener un trastorno mental grave


y estar libre de alcohol y drogas durante la participación.

Los mecanismos de autoengaño (como que la violencia no se va a volver a repetir) son


muy frecuentes en muchos de los maltratadores. Esta actitud es reflejo de la resistencia al
cambio, si bien el temor a la pérdida de la pareja y de los hijas e hijos y la perspectiva de un
futuro en soledad, así como el miedo a las repercusiones legales y a una pérdida de poder
adquisitivo, pueden actuar como un revulsivo, y aun así en estos casos no hay una motivación
apropiada y el compromiso con el cambio de conducta es escaso e indeterminado (Echeburúa
y Corral, 1998, en Echeburúa, 2013, p.89).

En este periodo inicial de la búsqueda del sí del hombre violento, hay que intentar que
realmente se motive, percatándole de que los inconvenientes de seguir maltratando superan a
las ventajas (estrategia de costes y beneficios). Sin embargo, el reproche penal y el estigma
social del maltrato dificultan el reconocimiento del problema existente por parte del agresor,
que tiende a adoptar mecanismos de negación, minimización o justificación (Echeburúa, ob.
cit., p.89). Por supuesto, no se puede olvidar que el componente de protección a la víctima
resulta prioritario, por lo que la peligrosidad que suscita el agresor tiene que ser evaluada
previamente. Imprescindible es también el planteamiento de la empatía con la víctima y la
aplicación de técnicas de expresión de emociones, puesto que la poca asertividad es un
símbolo inequívoco de los hombres agresores.

Como en la mayoría de los casos de terapia psicológica, se trata de en la segunda etapa


de mantenimiento en el tratamiento, establecer una relación con el hombre de confianza,
confidencialidad e incondicionalidad de la ayuda del terapeuta. Persuadiendo al sujeto de las
ventajas que tiene el tratamiento y de su necesidad en un programa terapéutico breve y bien
estructurado, con objetivos terapéuticos concretos y con un formato flexible, adecuado a las
necesidades determinadas de cada individuo, ayuda a la implicación del sujeto.

Por último, actuales métodos de empatizar con la víctima o el tratamiento grupal con
más agresores e incluso con ex agresores, se están convirtiendo en la reinvención vanguardista
del tratamiento terapéutico penitenciario con resultados optimistas. Es momento entonces de
analizar desde el punto de vista penitenciario, las conclusiones a las que llegamos con los
programas de intervención que se han llevado a cabo en diferentes cárceles y que han partido
de estos criterios que hemos mencionado.
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5. El programa de tratamiento para internos

Los primeros programas de tratamiento terapéutico para los internos en cárceles por
razón de violencia de género se aplicaron entre los años 2001 y 2002. Como era de esperar, el
manual utilizado para llevarlos a cabo fue el del profesor Don Enrique Echeburúa. De su
trabajo y a raíz del movimiento legislativo al respecto de 2004, nace el manual “Programa de
Tratamiento en Prisión para Agresores en el Ámbito Familiar” (en adelante el PRIA) material
elegido entre otros para la realización de este paper, y que pese al título del documento, se
refiere íntegramente a internos que han cometido delitos de violencia de género y orienta la
intervención desde una perspectiva clínica.

Con este programa como eje central del tratamiento para internos por violencia de
género y en el contexto de la Ley Orgánica 1/2004 y el consecuente RD 515/2005 de entre otra
legislación, sobre circunstancias de la suspensión de la ejecución de penas privativas de
libertad, donde una parte está relacionada con los delitos de violencia machista.

La diferencia más clara entre penados por privación de libertad y los que no (pena
alternativa) es el sometimiento voluntario o no a la participación en los programas. A los
internos, lo normal es que hasta que no se le explica en qué consiste y qué ventajas tiene, no
lo suelen aceptar, aunque luego el ratio de abandono sea lamentablemente amplio. Como
parece necesario, el PRIA es fruto de renovación continua en lo que se refiere a la estrategia y
a los procedimientos de intervención.

Nuestra tarea ahora es desgranar el PRIA para analizar la metodología penitenciaria con
los internos de las cárceles y cómo evoluciona el tratamiento dependiendo de cada uno de
ellos.

a. Introducción al PRIA

Tras introducir los principios programáticos por los que se rige el PRIA en el sentido más
general posible, lo hace en el sentido de diseñar los diferentes itinerarios de cumplimiento de
penas que son responsabilidad de la Institución Penitenciaria. Para ello se servirá de la
sistemática de género con, como hemos dicho, nuevas propuestas terapéuticas y una visión
responsable de las diferentes formas de violencia psicológica. También la inclusión de las hijas
e hijos como víctima se hace de manera individualizada como una unidad especial.

Además es muy importante la reformulación de los conceptos de educación sexual,


adaptada al tratamiento, y los celos como un tratamiento también independiente del resto de
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unidades. En definitiva el PRIA nace con la finalidad de ser un instrumento útil para la labor
desarrollada en el ámbito de prevención e intervención en violencia de género, lo cual se dice
pronto.

Delimita el concepto de género para después considerar con datos estadísticos y


corroborar que sigue siendo un problema de primera magnitud que precisa de diferentes
enfoques teóricos como son el sistémico familiar, el enfoque cognitivo-conductual o el de
género. En esta parte introductoria también intenta clasificar a los maltratadores por tipos,
aunque siendo consciente de la dificultad de encontrar un perfil unívoco, por la posibilidad de
predecir los episodios de mayor violencia, así como por la adecuación de los programas de
tratamiento a las distintas tipologías de maltratador.

Para ello se sirve de la tradición internacional de los programas de tratamiento para


maltratadores que es distinta en otros países del mundo occidental. También con el objeto de
facilitar la exposición, agrupa las experiencias en programas desarrollados dentro de prisión y
programas desarrollados fuera de prisión, lo que en realidad sería objeto de otro paper por
separado. Lo que sí está claro es que el incremento de penados por violencia de género propio
de la última década en España es una nueva situación, que incluye la necesidad de
intervención psicológica con diferentes perfiles de agresores, que además tienen situaciones
penitenciarias diversas y justifica la aparición de un nuevo programa de intervención para
hombres condenados por un delito de violencia de género.

Antes de iniciarse en el aspecto más técnico del tratamiento, hace hincapié en los
términos fundamentales del género, analizando todos los elementos constituyentes de la
teoría feminista en el estudio de la desigualdad. También motiva la intervención desde un
punto de vista técnico evaluando la eficacia de la intervención desde un punto de vista
estadístico y hace una valoración de riesgo para el aspecto tan importante como es la
reincidencia, con una metodología que desmenuzaremos a continuación, pero que
básicamente trata de evaluar el pretratamiento con las entrevistas incluidas en el manual o
similares y los instrumentos que aconsejen la intervención terapéutica, la evaluación
postratamiento, en la que se aplicarán los mismos instrumentos que en la fase de
pretratamiento y finalmente el seguimiento en el cumplimiento.

b. El programa en sí: Unidades de intervención

En un primer momento da las directrices más programáticas del tratamiento y la


metodología psicológica que se va a utilizar con el maltratador. Como dijimos y a diferencia del
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resto de personas que acuden a terapia psicológica, los agresores en general no consideran
que tienen un problema y por tanto son reacios en un primer momento a someterse. Las
motivaciones para acudir a un programa de tratamiento suelen ser instrumentales (evitar el
ingreso en prisión, conseguir beneficios penitenciarios, etc.). Aunque puede servir para el
mantenimiento del tratamiento, la falta de motivación es la causa mayoritaria de abandono
del mismo, como parece lógico.

El modelo teórico del cambio de Prochaska y Di Clemente (1992) junto con los ítems de
entrevista que detallan Echeburúa y colaboradores (2009) han dado como resultado un
formulario de seis estadios que se utiliza en el PRIA como determinante del lugar donde se
encuentra el participante:

1. Pre-contemplación. “lo que ella dice es falso”, “ella me provoca”, “la que tiene que
cambiar es ella”, o negación absoluta de culpabilidad. Es de donde parte la mayoría.
El paso a la segunda fase es decisivo, porque con la consciencia de la inadecuación
de la conducta, las demás fases se pueden dar con mayor agilidad.
2. Contemplación. “cada vez me doy cuenta más de que hago daño a mi pareja”, “creo
que sería bueno que alguien me ayudara a controlarme”, o planteamiento de la
existencia de un problema que está fuera de su control.
3. Preparación para la acción. “desde hace dos semanas no he tenido ningún problema
con mi mujer”, “estoy de acuerdo en poner de mi parte para solucionar los
problemas con mi pareja” o emprendimiento de acciones para la resolución.
4. Acción. “ahora por lo menos podemos hablar”, “cuando me pongo nervioso, me voy
a otra habitación”, tomando la iniciativa al solucionar el conflicto.
5. Mantenimiento. “ella también tiene derecho a decidir”, “suelo evitar los conflictos”,
ha logrado una permanencia temporal de las modificaciones producidas y utiliza
estrategias para prevenir las conductas violentas.
6. Finalización. El sujeto considera que su problema está resuelto.

Hay que afirmar, que cuando el sujeto tiene una motivación verdadera al tratamiento, la
tasa de éxito es muy elevada. Dependiendo de la táctica por la que se elija, la metodología
cambia.

Así, por ejemplo la exposición psicoeducativa, desarrolla tácticas que permiten


gestionar la ira, la agresividad y malos tratos de cualquier tipo dirigidos hacia mujeres con las
que mantienen o mantendrán un vínculo afectivo. Muy importante aquí es fomentar la
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capacidad de comunicarse y de trabajo en equipo. Cambiar la motivación de perseguir


beneficios penitenciarios por la autorreflexión es un elemento decisivo en esta fase.

Encontramos también las dinámicas, ya sean de presentación y conocimiento con otros


internos, de comunicación o aquellas llamadas de intervención, la exclamación y la
interrupción como tres elementos fundamentales en la comunicación - también realizadas en
grupo -, de cohesión grupal y pertenencia a un grupo, etc. Está por último, la técnica de
motivación que hace variar su aplicación dependiendo de la fase en la que se encuentra el
participante. Sobre todo van encaminadas al autoconocimiento y a la gestión de la
personalidad.

Esto en cuanto a la unidad de presentación y motivación al cambio. En las siguientes


unidades de intervención se intenta que el participante que ya ha dado su consentimiento,
detecte de qué forma es capaz de expresar sus emociones de manera extrovertida, siendo
conscientes de qué sienten y porqué lo sienten. Cuando esto sea posible, tarea no siempre
fácil, hay que analizar las distorsiones cognitivas y creencias irracionales para intentar alcanzar
que se dé la eliminación y sustitución de los esquemas disfuncionales causantes de malestar
propio y ajeno. El arraigo tan rígido que va a tener estas creencias vienen construidas por el
propio auto concepto y la propia realidad. En la reflexión, los elementos emotivos y la acción
directa es donde podemos encontrar las herramientas necesarias para el cambio.

A continuación llega el momento de hacer ver al participante la culpabilidad que tiene


en todo esto, y que no debe negar la gravedad de los hechos - ya que tiende a quitarle hierro al
asunto-. Cuando se le haga consciente de que con la asunción de responsabilidad el cambio
llegará, la madurez y el control de su vida será posible y sobre todo este sentimiento va unido
a la posibilidad real de hacerle ver que ha ejercido violencia de género, eliminando excusas y
justificaciones. Hay que aprovechar ese momento en el que se da cuenta de la notoriedad de
los hechos para desenvolver, aumentar y optimar la empatía de los sujetos con las víctimas de
su delito, a través del discernimiento de las consecuencias de los abusos ejercidos tanto hacia
la pareja como hacia las hijas e hijos.

Los siguientes mecanismos de intervención van en mayor medida encaminados a


cambiar la forma que utiliza el participante para solucionar los conflictos de pareja. Muy
importante será explicarle que la violencia física tiene un ciclo que se repite y del que es muy
difícil salir, y más que eso, identificar las señales de conducta, emocionales y cognitivas de baja
intensidad por las que se percibe del inicio de la escalada de la violencia. Sobre todo en lo que
se resume es en el entrenamiento de los participantes en técnicas básicas para el control de la
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ira. En el aspecto de la violencia psicológica por supuesto que tiene algo que ver el
tratamiento. Aunque este aspecto realmente ha tenido un reconocimiento tardío, la existencia
tan arraigada de este tipo de violencia es necesaria tratarla desde la explicación de los tipos de
violencia psicológica que existen dentro de la violencia de género y sus consecuencias. Para
ello hay que hacerles identificar la existencia de este tipo de violencia en su caso particular. Se
consigue con un adecuado examen de estas conductas a través de las emociones y cogniciones
que las originan y mantienen, así como el papel del control y del poder. Por último es muy
importante sustituir las conductas violentas por otras más adaptativas y positivas en la relación
de pareja, que fomenten la expresión de los sentimientos y la negociación a la hora de resolver
conflictos.

El trabajo es casi perfecto hasta aquí. Se puede redondear ahondando en el


conocimiento de la perspectiva de género y sus implicaciones. Si se explica con detenimiento
la realidad acerca de la discriminación de la mujer así como abordar sobre la misma en el
entorno y relaciones de los participantes se es capaz de adquirir una capacidad crítica ante las
discriminaciones y desigualdades a la vez que se puede promover y mantener relaciones más
igualitarias en el futuro. Por otro lado identificar las situaciones de privilegio mantenidas en la
relación de pareja y las consecuencias negativas sobre su pareja ayuda a prevenir la
reincidencia.

Este será el último objetivo. La prevención de la reiteración de la conducta, trata de


educar a los participantes en el proceso de adaptación de este proceso general de recaída a
cada caso, identificando decisiones supuestamente irrelevantes, situaciones de riesgo y formas
adaptativas y desadaptativas de afrontamiento - lo que se puede hacer mediante un
enterramiento específico con diferentes participantes-.

6. Conclusiones generales

Escogí el trabajo de la profesora Elena Larrauri, entre otros, para contrastar diferentes
teorías que existen en torno al tratamiento penitenciario y criminológico de los hombres que
han ejercido violencia de género. Si he de ser sincero, creo que nunca imaginé hasta qué punto
podía llegar la honestidad y la forma tan directa de explicar un tema tan sensible.

No obstante, hay que reconocer que leyendo entre líneas, que considerar a la mayoría
de la sociedad partícipe de un populismo punitivo o que la violencia de género es tratada
legalmente como derecho penal de autor cosa que no está permitida en nuestro Código, no es
sino un esfuerzo más por considerar al hombre maltratador un elemento penitenciario
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encaminado al objetivo constitucional fundamental de la reeducación y reinserción social,


aunque con métodos desde mi punto de vista muy poco ortodoxos, y es lo que choca al lector.

Para dar explicación a lo que entenderíamos como mi teoría del tratamiento


penitenciario con internos de esta categoría voy a hacer hincapié en la teoría más básica de la
función de la pena, que se explica Derecho Penal en 2º de Licenciatura. Me parece que es una
teoría con mucha riqueza pedagógica. Ésta determina la funcionalidad que posee la sanción
penal desde cuatro puntos de vista (agrupados en dos y dos), a saber:

 Teoría preventiva general. Apunta a la generalidad de los individuos de la


sociedad. Dependerá por tanto si se ve desde un punto de vista u otro:
o Negativa. Dice que el conjunto de normas jurídicas está respaldado por
la coerción o amenaza de sanción que conlleva el incumplimiento de
tales normas. Su fin es la disuasión de los individuos que ejecuten el
comportamiento legalmente prohibido. Vinculada al concepto de
venganza.
o Positiva. Por el contrario, trata de afirmar las expectativas de
cumplimiento de las normas jurídicas que cualquier persona tiene, y que
se ven quebrantadas cuando otra persona comete un delito. Vinculada
al concepto de confianza.
 Teoría preventiva especial. Destaca en mayor medida el papel social que van a
tener más aquellos que vulneran el ordenamiento, y no la generalidad de los
individuos.
o Negativa. Para esta, la pena evita que el sujeto cometa actos ilícitos, de
manera que se busca evitar el peligro que para la sociedad supone el
criminal. Se aplica para alejar al sujeto de la sociedad para que no vuelva
a delinquir. Tiene que ver con el concepto de peligrosidad criminal.
o Positiva. Trata de relativizar el condicionamiento interno del sujeto que
ha infringido la norma para que no vuelva a realizar tales infracciones.
Está íntimamente ligada a las figura de la reincidencia y tiene que ver
con el concepto de reeducación y reinserción social.

La finalidad de haber explicado esta teoría es ahondar en la consciencia que tiene la


sociedad del hombre maltratador y de este modo intentar desmontar la suposición que
defiende que estos no tienen solución y quien no quiere no puede reinsertarse. Creo
firmemente que quién escuda ese argumento a capa y espada su motivación tiene – por otro
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lado una reacción comprensible – una motivación más propia de la que hemos denominado
de prevención general negativa que otra cosa. O si desean enfocarlo en la figura exclusiva del
sujeto infractor, de prevención especial negativa.

Soy consciente, y con el peso de la vindicación feminista sobre mí (la que comparto y
defiendo desde antes de entrar al Máster), de que nunca seré lo suficientemente empático con
las víctimas de violencia de género por mi “suerte de varón”, pero lo que sí tengo claro que el
defecto profesional me guía y encamina por la senda de considerar que el hombre maltratador
puede y debe ser tratado bajo condiciones penitenciarias favorables y con un entorno
supeditado a su reeducación social, puesto que en la lucha por la búsqueda de la justicia de la
que hablamos así lo ordena. Al menos en esta sociedad occidental democrática en la que
vivimos.

Por tanto mi tarea ahora es argumentar el porqué de mi elección de la prevención


especial positiva.

Cuando vimos en clase aquel corto sobre el tratamiento ficticio de hombres


maltratadores en centros de rehabilitación, magistralmente protagonizado (una vez más) por
Luis Tosar, me hizo decantarme para el paper por este tema tan polémico. Quería darle mi
toque y argumentar con motivos de peso el que, si esos centros fueran reales y si con esa
eficacia se tratan a los internos por violencia de género, está claro y es evidente que el cambio
en la enfermedad social es posible.

Solo ha bastado leer los trabajos de los profesores Sarto, Echeburúa y compañía,
analizar los datos estadísticos de éxito de los tratamientos y demás para refrendarme en la
teoría de que con un tratamiento psicológico y de trabajo social concienzudo, profesional y
encaminado a que el interno se recupere, es posible; creo que se puede y se debe intentar por
el bien sobre todo también por las generaciones posteriores.

Pero siempre llegamos al mismo punto en este discurso. Otra cuestión es que se quiera.
Una vez más el enfoque que se da a la gestión de los recursos y a la asignación de los fondos
no hace por supuesto sino revalidar la perpetuación del androcentrismo y la dominación
patriarcal. Si seguimos considerando que los hombres agresores no son más que unos
“chalados sin corazón” o unos “deshechos de la sociedad” sin hacer énfasis en la construcción
social del género ni en la violencia estructural por razón de sexo, lo que estamos haciendo es el
clásico un pasito para adelante y dos pasitos para atrás, o como se diga.
Referencias bibliográficas

Libros, revistas y páginas web

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abandonos en programas para hombres violentos con la pareja: resultados en un
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 BOIRA SARTO, Santiago (2010) Hombres maltratadores. Historias de violencia
machista, Universidad de Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
 BOIRA SARTO, Santiago (2011) “Víctima y Agresores: un análisis comparado”, Revista
jurídica de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, 28, pp.52-59.
 BOIRA SARTO, Santiago, LÓPEZ DEL HOYO, Yolanda y TOMÁS ARAGONÉS, Lucía (2010)
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 ECHEBURÚA, Enrique, DE CORRAL, Paz, FERNÁNDEZ-MONTALVO, Javier y AMOR,
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Remisiones normativas

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Estado, 7 de mayo de 2005, número 109.
 España. Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria. Boletín
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 España. Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral
contra la Violencia de Género. Boletín Oficial del Estado, 29 de diciembre de 2004,
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 España. Constitución Española. Boletín Oficial del Estado, 29 de diciembre de 1978,
número 313.

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