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EDICIÓN - JUNIO 2023

ACERCAMIENTO AL BLOQUE EUROATLÁNTICO

Moldavia agita el
espectro de la amenaza
rusa
Por Glen Johnson*
Mientras Moldavia atraviesa turbulencias económicas
vinculadas con la guerra en Ucrania, su gobierno
acusa a Moscú de desestabilización y acelera su
cooperación militar con el bloque euroatlántico. Busca
garantizar su seguridad, a riesgo de incrementar las
tensiones con la república secesionista de Transnistria.
Manifestación por la integración a la Unión Europea, Chisináu, 21-5-23 (Diego
Herrera Carcedo/Anadolu Agency/AFP)

En los estudios de la primera cadena pública moldava, los editores de


video y los productores dan el toque final a los reportajes, mientras el
noticiero de una cadena rival se ve en una pantalla pegada a la pared. La
presentadora lanza un vistazo al guion del tema central del programa de
actualidad de la tarde. “Principal información del día: Moldavia ya puede
exportar aves y huevos a Europa”, anuncia Elena Bancila.

El noticiero no dirá una sola palabra sobre las declaraciones de las


autoridades de la república secesionista prorrusa de Transnistria, una
región situada en la región oriental del país, entre el Río Dniéster y la
frontera ucraniana. Estas autoridades pretenden haber desbaratado ese día
un complot de los servicios de inteligencia ucranianos (SBU) que
apuntaban a asesinar a dirigentes transnistrios. “No vamos a transmitir
esa información –nos advierte la presentadora antes del programa–.
Creemos que es falsa.” En cambio, el texto de introducción de un video
que un periodista de la redacción prepara para subir en línea indica que
algunos magistrados anticorrupción del país incautaron cerca de 50.000
euros en especias, pertenecientes a una “organización criminal”: la suma
debía servir para financiar manifestaciones callejeras orquestadas por un
partido de la oposición.

Desde el comienzo de la guerra que golpea a su vecino ucraniano,


resuenan en Moldavia rumores de golpes de Estado y de maniobras de
desestabilización. El conflicto en Ucrania opera como un catalizador de
las fracturas y luchas de influencia que libran Rusia y los occidentales
dentro del país. Desde su independencia en agosto de 1991, esta ex
república soviética está amenazada por el espectro de la dislocación. Las
autoridades centrales de Chisináu, la capital, perdieron en 1992 el control
de Transnistria, que se autoproclamó independiente a partir de 1990.
Desde ese momento, tropas rusas permanecen en el lugar protegiendo a
las autoridades locales prorrusas. En el sur del país, la región de
Gagauzia, poblada por una minoría de lengua túrquica, se beneficia de
una amplia autonomía. Esta región confirmó su anclaje prorruso con la
elección, el pasado 14 de mayo, de un gobernador favorable al Kremlin.

Por su parte, el poder central acelera el giro resueltamente pro-europeo


adoptado desde que Maia Sandu fuera elegida a la cabeza de Estado, en
noviembre de 2020, particularmente gracias al voto masivo de la
diáspora (16% del cuerpo electoral) en su favor (1). Con 48 años en ese
momento, Sandu superó en la segunda vuelta (57% de los votos) a su
predecesor prorruso Igor Dodon, jefe del Partido de los Socialistas de la
República de Moldavia, con la promesa de estrechar vínculos con la
Unión Europea (UE) y de luchar contra la corrupción, un problema
endémico en el país. En mayo de 2022, su ex rival fue puesto en prisión
preventiva en el marco de una investigación por “traición de Estado”,
“corrupción pasiva”, “financiamiento de un partido político por parte de
una organización criminal” y “enriquecimiento ilícito”, y luego
confinado en su domicilio, una medida que fue levantada en noviembre
de 2022.

Radicalización de las posiciones

La guerra en Ucrania hizo deslizar al país hacia una profunda crisis


política y económica. El 12 de marzo pasado, varios miles de
manifestantes, llegados en ómnibus de todo el país, se reunían otra vez
en el bulevar Stefan cel Mare para corear, bajo banderas moldavas, “¡Jos
[abajo] Maia Sandu!”, obligando a los policías uniformados de negro a
bloquear el acceso al Parlamento. Detrás de esa protesta, como de las que
se organizan en las calles de la capital desde el otoño de 2022, se erige la
sombra del oligarca fugitivo Ilan Șor. Condenado en contumacia a
quince años de prisión, este hombre de negocios participó del desvío de
mil millones de dólares en detrimento de tres bancos moldavos entre
2012 y 2014. La revelación de ese escándalo provocó en aquel momento
un vasto movimiento de ira (2) y preparó el terreno para la elección de
Sandu.

Desde su exilio en Israel, Sor explota ahora la ira social que crece en el
país. El gobierno lo acusa de beneficiarse de apoyos financieros y
organizacionales en el Kremlin. En febrero, Sandu anunció que los
servicios de inteligencia ucranianos le habían informado acerca de una
conspiración que apuntaba a infiltrar las manifestaciones con agitadores
extranjeros (serbios, montenegrinos, rusos o bielorrusos) a fin de hacer
caer al gobierno (3). Una hipótesis reforzada por signos inquietantes,
particularmente el arresto de un mercenario del grupo ruso Wagner en el
aeropuerto de Chisináu. Las denuncias de los manifestantes anti-Sandu
no dejan sin embargo de ser legítimas. “[El gobierno] pretende que nos
pagan para venir a manifestar, que trabajamos para Rusia. No nos
escuchan, se niegan a comunicarse con nosotros –se queja Alexandru, de
58 años, que pasó una gran parte de su vida trabajando en granjas–. No
tengo trabajo ni salario. Todo cuesta caro. Ni siquiera sé si voy a tener
derecho a una jubilación.”

Moldavia depende de las importaciones,


siendo extremadamente vulnerable a las
perturbaciones de las cadenas de logística y
al alza del precio de los combustibles.
Moldavia depende de las importaciones, siendo extremadamente
vulnerable a las perturbaciones de las cadenas de logística y al alza del
precio de los combustibles. La inflación llegó al 34% el año último,
mientras que el país recibe a decenas de miles de refugiados ucranianos.
Según un sondeo llevado adelante por el International Republican
Institute (IRI) (4) a fines de 2022, 57% de los moldavos consideran el
costo de vida como el problema principal del país. Solamente el 8%
juzga prioritarios los conflictos exteriores, la guerra y la inseguridad. Sin
embargo, el gobierno de Sandu parece determinado a quitar fundamento
a toda crítica. “Asistimos a una radicalización de las posiciones –analiza
la socióloga moldava Vitalie Sprinceana–. Los dirigentes pretenden que
todo opositor es un agente ruso. Se valen de múltiples argumentos para
asimilar los manifestantes a una quinta columna; como si el hecho de
manifestar hiciera de uno un traidor.”

Coqueteos atlantistas

La reacción del gobierno moldavo ante la invasión rusa de Ucrania se


mostró inicialmente prudente. Tras el 24 de febrero, Chisináu llamó al
retiro de las tropas del Kremlin y al respeto de la integridad territorial de
su vecino, al mismo tiempo que reafirmó la neutralidad de Moldavia,
inscripta en la Constitución, buscando limitar el ascenso de las tensiones
con Transnistria, cuyos dirigentes temen también un contagio del
conflicto. Pero con el correr de los meses, el engranaje se puso en
marcha. Mientras que la ciudad ucraniana de Odesa estaba en el visor del
Ejército ruso, el gobierno temía que las tropas rusas buscaran operar una
unión con sus compatriotas estacionados en Transnistria. Por su parte, las
autoridades transnistrias temían una operación ucraniana preventiva.
Aun cuando Moscú parece haber apartado a Odesa de su lista de
objetivos, la cuestión securitaria continúa atormentando a las autoridades
moldavas. En una entrevista para el diario Politico en enero de 2023,
Sandu declaró que “existía una seria discusión sobre [la] capacidad [del
país] para defenderse solo o si debíamos formar parte de una alianza más
amplia”, mientras se cuidaba de no mencionar a la OTAN, que repele
tanto a Moscú como a una parte de la población. El abandono del
estatuto de neutralidad, agregó, debería ser objeto de un “proceso
democrático”. Según un sondeo del IRI, el 60% de los moldavos
consideran aún la neutralidad como su mejor garantía de seguridad.
La guerra en Ucrania ya está levantando un tabú en las esferas
gubernamentales. “Debemos comprender que la neutralidad que figura en
nuestra Constitución no significa necesariamente que tengamos que
permanecer sin defensa. Deberíamos comprometernos a invertir más e
integrar una infraestructura de defensa mayor”, afirmó Dorin Recean, por
entonces consejero presidencial sobre asuntos de seguridad, en ocasión
de un Consejo de Defensa en presencia de los embajadores
estadounidense y alemán, el 15 de noviembre pasado. El Reino Unido
figura entre los países occidentales más favorables a un refuerzo de la
cooperación entre la OTAN y Moldavia, siguiendo el modelo de la
trayectoria ucraniana después de la anexión de Crimea en 2014. “Querría
ver a Moldavia equipada según las normas de la OTAN”, confiaba Liz
Truss, por entonces secretaria de Relaciones Exteriores del Reino Unido
en una entrevista a The Telegraph en mayo de 2022. Después de haber
acordado a Moldavia, al mismo tiempo que a Ucrania, el estatuto de
candidato a la adhesión a la Unión Europea, Bruselas prometió a inicios
de mayo una nueva ayuda militar de 40 millones de euros, que se suman
a un apoyo de monto similar desbloqueado en junio de 2022 en el marco
del Fondo Europeo de Apoyo a la Paz (FEP).

Mientras se precisa el anclaje de Moldavia a las estructuras


euroatlánticas, se intensifica la lucha contra las injerencias del Kremlin.
En junio de 2022, Sandu promulgó una ley de seguridad de la
información que prohíbe la difusión de los noticieros y los programas
rusos. Esta ley estipula además que 50% de los contenidos deben
provenir de la Unión Europea, de Estados Unidos o de otros Estados que
hayan ratificado el Convenio Europeo sobre Televisión Transfronteriza,
iniciada por el Consejo de Europa. Entre 2017 y 2021, el Departamento
de Estado estadounidense destinó cerca de 100 millones de dólares a
“organizaciones de la sociedad civil […] y medios de comunicación”,
haciendo de Moldavia el primer país receptor del Fondo de Lucha Contra
la Influencia Rusa (Countering Russian influence Fund) (5). El Kremlin
practica un soft power más oficioso mediante el financiamiento de
partidos políticos. Imbuido de nostalgia soviética y de nacionalismo ruso,
está perdiendo velocidad.

Leña al fuego
La nominación de Recean al cargo de Primer Ministro, el 18 de febrero,
marcó un nuevo endurecimiento de la política de seguridad. Al asumir
sus funciones, declaró al aire de una radio pública querer adquirir un
sistema de defensa antiaérea. “Iremos a ver a todos nuestros amigos para
obtenerlo […] pero, mientras tanto, tenemos que ocuparnos de otras
amenazas: la desestabilización, el desorden público, los ataques contra
las instituciones, la guerra híbrida, la desinformación, el aumento de la
inquietud en la sociedad y el odio interétnico.”

Sobre este último punto, el etnonacionalismo del gobierno –que asimila


la identidad moldava a la “rumanidad” (6)– más bien echó leña al fuego.
El 16 de marzo de 2023, el Parlamento adoptó una enmienda a la
Constitución que reemplazaba la expresión “lengua moldava” por
“lengua rumana” para designar la lengua oficial del país. Otro motivo de
preocupación, relevado por la Comisión de Venecia (un órgano
consultivo que responde al Consejo de Europa, compuesto de expertos
independientes en derecho constitucional): Sandu extendió las
prerrogativas de los servicios de inteligencia (SIS) a fin de sumarles
escuchas telefónicas y vigilancia, difuminando las distinciones entre las
investigaciones criminales y las de inteligencia, lo que subordina
potencialmente el SIS al gabinete presidencial (7).

Mientras tanto, varios responsables estadounidenses en cuestiones de


seguridad estuvieron en Moldavia, como el general William J. Hartman,
comandante de la Cyber National Mission Force. Una delegación que
integraba Laura Cooper, subsecretaria adjunta de Defensa para Rusia,
Ucrania y Eurasia, llegó a Chisináu el 15 de marzo pasado en el marco
del Diálogo Estratégico entre Estados Unidos y Moldavia, relanzado en
2022 por el secretario de Estado estadounidense Antony Blinken. En esta
ocasión, un grupo de jazz de la Fuerza Aérea de Estados Unidos ofreció
un concierto para todo el país. En los años 1950, músicos de jazz como
Louis Amstrong o Duke Ellington ejercieron el rol de embajadores de la
propaganda cultural estadounidense a lo largo y ancho del mundo.
¿Podrían músicos de menor talento seducir a los moldavos?
1. Andrew Wilson, “Separate ways: Contrasting elections in Georgia and
Moldova”, European Council on Foreign Relations, 19-11-20,
www.ecfr.eu
2. Julia Beurq, “Un milliard disparaît de Moldavie”, Le Monde
diplomatique, París, octubre de 2016.
3. “Russia’s security service works to subvert Moldova’s pro-Western
government”, Washington Post, 28-10-22.
4. Public Opinion Survey: Residents of Moldova | October-November
2022, IRI, Washington, 9-11-22.
5. “Information Report: Countering Russian Influence”, Oficina del
Inspector General, Departamento de Estado de Estados Unidos,
diciembre de 2022.
6. Sobre las particularidades del nacionalismo en Moldavia, véase Loïc
Ramirez, “Transnistria, vestigio de un conflicto congelado”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, enero de 2022.
7. “On the draft on the intelligence and security service, as well as on the
draft law on counterintelligence and intelligence activity”, Informe de la
Comisión de Venecia, Estrasburgo, 13-3-23.

* Periodista neozelandés.

Traducción: Merlina Massip

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