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Una frase hecha sobre Brasil reza que “es el país del futuro… y siempre lo será”. La
globalización es víctima de una máxima igual de fatalista, solo que en la dirección
contraria. Los anuncios de su muerte han sido tantos y tan recurrentes que, a día de
hoy, parece extravagante concebir que pueda seguir viva. Para muestra, un sinfín de
botones: la invasión rusa de Ucrania (2022), la pandemia del COVID-19 (2020), el Brexit
y la presidencia de Donald Trump (2016), la marginación de la Organización Mundial
del Comercio (OMC) en los tratados regionales firmados durante la década de 2010 y
la crisis financiera de 2008 se presentaron, en algún momento de los últimos 15 años,
como fenómenos que liquidarían la globalización de una vez por todas.
¿Es posible que esto cambie en el futuro? Sin pretender enunciar la enésima teoría
prematura sobre desglobalización o postglobalización, este texto argumentará que nos
adentramos en una etapa diferente, en gran medida debido a la transformación del
papel que desempeña EEUU en el escenario internacional. En un contexto donde las
tensiones geopolíticas marcan la partitura de la economía, será necesario reconsiderar
en profundidad no solo las relaciones comerciales internacionales, sino el propio papel
de España y la UE en el mundo.
A todo lo anterior se añade que, como ha señalado en repetidas ocasiones Robert Wade,
el comercio genera y profundiza desigualdades extensas entre el norte y sur globales.
Pero incluso en las economías prósperas del Atlántico norte, dos años de pandemia y
uno de guerra en Ucrania han servido para constatar que, en muchas ocasiones, no es
solo el grado de integración económica lo que resulta determinante, sino la capacidad de
los socios comerciales para proveer insumos críticos y difíciles de sustituir de la noche
a la mañana (el caso de las tierras raras, los fertilizantes en el sector agrícola y los
semiconductores y microchips).
Aunque el Partido Demócrata ha logrado conservar el control del Senado tras las
elecciones legislativas de noviembre de 2022, las primeras actuaciones de la nueva
mayoría republicana en la Cámara de Representantes muestran que la derecha
estadounidense no va a cambiar de dirección a corto plazo. Si la actual Administración
presidencial continúa su trayectoria frágil ante la opinión pública –con una vicepresidenta
Kamala Harris, potencial reemplazo de Biden, que es profundamente impopular–,
tampoco es difícil augurar el retorno de un Trump 2.0 a la Casa Blanca en 2025 o un
escenario de crisis constitucional y confrontación civil como el que ya tuvo lugar en
enero de 2021.
Todo ello supone un problema de carácter existencial no solo para la globalización tal
y como la conocemos, sino para quien hasta la fecha ha sido uno de sus principales
valedores: una UE que, tras la invasión rusa de Ucrania y la Cumbre de la OTAN celebrada
en Madrid, consideraba haber encontrado en EEUU un socio con el que retornar algo
similar a una agenda multilateral y basada en reglas. Tal vez sea hora de asumir que