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La conversación literaria como situación de enseñanza

por Cecilia Bajour

Fotografía de Liliana Gelman.


Texto de la conferencia pronunciada por la autora en el marco de la VII Jornada de
Reflexión sobre Lectura y Escritura, organizada por Asociación Colombiana de Lectura y
Escritura (Asolectura) en la Biblioteca Pública “Virgilio Barco” (Bogotá, Colombia, 17 de
agosto de 2010). (1)
Quiero compartir con ustedes algunas reflexiones acerca de las conversaciones sobre
literatura como corazón, como eje central del encuentro de saberes literarios entre
docentes y alumnos. Son reflexiones que venimos realizando hace varios años junto con
un equipo de profesores en una intensa experiencia de formación que tiene que ver con la
literatura infantil y juvenil y su enseñanza. Les hablo del Postítulo de Literatura Infantil y
Juvenil, una carrera de un año y medio para docentes de distintos niveles, pública y
gratuita, que venimos llevando adelante desde el año 2002 en la Ciudad de Buenos
Aires (2). Una carrera que tiene que ver fundamentalmente con la literatura, la lectura de
imágenes y los lectores considerados en un amplio sentido: como docentes, como
personas que actúan en determinados contextos vitales y sociales, como participantes y
herederos activos de una historia de la lectura que los precede y los involucra, como
escuchadores concientes y formadores de lectores infantiles y juveniles y como
diseñadores y gestores de experiencias de lectura.
Justamente en estos días nos encontramos en un momento sensible y movilizador de la
cursada de la carrera, en el que los alumnos-docentes comienzan a pensar y a imaginar su
trabajo final, una experiencia de lectura a realizarse en el lapso de un mes en las escuelas
donde trabajan o en espacios fuera de ella. Cada vez que llegamos a este momento,
(ahora vamos por la quinta promoción), sentimos al igual que los alumnos un delicioso
vértigo. La sensación surge porque todo lo que hasta el momento del trabajo de campo
venimos proponiendo y discutiendo acerca de la literatura y el arte de la ilustración, la
edición y la lectura como objetos centrales de la carrera pasa de nuestras cabezas y
nuestros debates a la frondosa y compleja realidad, la de la práctica.
Es decir, muchas de las lecturas, búsquedas y hallazgos que fueron madurando en los
docentes a lo largo de casi dos tercios de la carrera se encuentran con la complejidad y
riqueza del escenario elegido y buscado, con la propia biografía práctica, con los modos de
hacer personales y profesionales en torno a la lectura literaria que cada uno fue
construyendo en la profesión y que ahora reclaman una reflexión y una posible
transformación en el hacer de cada uno. No se trata de un encuentro idílico con la
enseñanza de la lectura literaria en la escuela sino un juego de fuerzas entre la tendencia
a la conservación y el cambio, tensión que caracteriza a toda práctica y que la reflexión
teórica combinada con la acción puede contribuir a enriquecer poniéndola de relieve y
discutiendo su naturalización.
Como comentaba recién, es una experiencia que se realiza durante un mes en contextos
escolares o fuera de ellos donde desde el deseo propio como motor de las propuestas los
docentes encaran la gestión de una serie de encuentros entre los textos literarios y los
lectores enmarcados en un proyecto aglutinador. Enfatizo lo del deseo porque es a partir
de anidarlo y hacerlo consciente que una práctica se puede volver realmente propia y no
tan sólo una demanda externa de una instancia de evaluación.
Una vez pensado el proyecto que si se hace en la escuela debe ir más allá del aula donde
se trabaja (es decir, supone algún grado de articulación con otro espacio pedagógico de la
escuela: otro grado, un ciclo, la relación con la biblioteca, con un grupo de padres, con otra
institución, etc.; esta pauta tiene que ver con que alentamos la faz de la gestión como
fuertemente formativa), y resueltas las instancias previas de articulación con los diversos
actores participantes, el núcleo fuerte de la propuesta consiste en la selección de los
textos con los que se va a trabajar y en la preparación de los encuentros con los lectores y
los textos.
Si la propuesta se hace en espacios fuera de la escuela, también hay toda una serie de
aspectos que involucran una gestión previa necesaria para garantizar y darle sentido a las
prácticas.
Durante el mes en que tienen lugar los encuentros con los lectores, los docentes vienen
una vez por semana en pequeños grupos a una tutoría en la que se discute en un clima
de gran horizontalidad entre el profesor tutor y los colegas los registros de dichos
encuentros. En esos registros el eje central es cómo se narran y describen el contexto, los
actores y la situación, los modos de recrear las conversaciones y las reflexiones acerca de
las decisiones tomadas, las intervenciones realizadas y los saberes puestos en juego.
Para quienes tutoriamos esos encuentros y para los propios colegas que participan, se
trata de una oportunidad muy intensa de conocer y aprender sobre la práctica de los
compañeros docentes a partir de sus escrituras. Los registros se vuelven entonces huellas
de lo realizado, no espejos miméticos sino recreaciones de la práctica que combinan la
subjetividad de cada mirada singular con la reflexión que implica el distanciamiento
posterior.
Ya volveremos sobre eso. Ahora nos centraremos en algunas decisiones que tienen que
ver con la preparación del proyecto, donde la selección de los textos se vuelve vital para
definir el qué y el cómo de los encuentros con los lectores. ¿Por qué esta centralidad de la
selección y cuál es su relación con la conversación sobre los libros que se eligen?
En una charla hace unos años con maestros de Bogotá a propósito del rol de la escucha
del mediador en situaciones de lectura literaria planteaba que en la selección de textos “se
inicia la escucha: allí comienza el oído del mediador a afinarse. La elección de textos
potentes, abiertos, desafiantes, que no se queden en la seducción facilista y demagógica,
que provoquen preguntas, silencios, imágenes, gestos, rechazos y atracciones, es la
antesala de la escucha”. (3)
El momento de selección de los textos siempre supone la puesta en escena de manera
más o menos explícita de representaciones, teorías y problemas acerca de la literatura, la
lectura y los lectores.
En el caso de la experiencia que hacemos en el Postítulo, pensamos en la instancia de la
elección como una ocasión formativa y no partimos de “criterios de selección” fijos y
previos para desde allí elegir los textos. Muchas veces la idea de “criterio” se confunde con
la de “receta”, como si hubiera un conjunto cerrado y único de conceptos o razones para
tener en cuenta a la hora de elegir textos literarios.
Diversas experiencias demuestran que la búsqueda de criterios de selección suele obtener
como respuesta un esquema o grilla con variables diversas desde las cuales entrar a
considerar y elegir los textos. Muchas veces esas entradas desestiman la centralidad de lo
estético y se proponen clasificaciones y tipologías que ubican en un segundo plano lo
literario y lo artístico, como son las que tienen que ver con la enseñanza de valores, para
dar un ejemplo muy conocido de demandas extraliterarias. O que si tienen en cuenta lo
literario, rápidamente le encuentran la vuelta para encerrarlo en esquemas que no toleran
la incertidumbre, las zonas híbridas, los límites difusos. Ese posicionamiento ante la
selección, además de ser reduccionista presupone una mirada sobre la lectura en la que la
teoría (más precisamente, unos usos “aplicacionistas” de ella) la precede para
condicionarla. Entonces unos criterios predeterminados operan como punto de partida
para ver si los textos se adaptan o no a esquemas digeridos de antemano. Los textos
literarios, mirados así pierden además su singularidad, su “personalidad propia” que se
disuelve en la aplanadora clasificatoria que tiende a homogeneizar todo.
Vale aclarar que la problematización de este uso de la teoría no implica negar su valor
para el despliegue de lecturas más interesantes y complejas de los textos. Por el contrario,
las teorías son caminos flexibles para entrar en diálogo con la lectura teniendo en cuenta
la libertad de los lectores, a su vez dueños de sus propias teorías e hipótesis en el acto de
leer. Es decir, las teorías no existen para ser aplicadas sino que constituyen visiones de
mundo que vale la pena conocer de modo crítico para encontrar algunas posibles claves
de lectura y construir otras nuevas.
El énfasis en propiciar un posicionamiento crítico en torno a la relación entre selección de
textos y teoría va de la mano con la convicción de que cuanto más conozcamos acerca de
los textos y los modos de leerlos, más autonomía tendremos para no quedar atados a
recetas, esquemas, criterios fijos, etc., a la hora de elegir.
Escuchemos algunas voces de maestros y profesores que narran en el informe final de su
trabajo de campo qué decisiones fueron tomando y cómo reflexionaron en torno a la
selección de los textos que propusieron en sus prácticas.
“Ya había llegado el momento de compartir el tercer encuentro, esta vez no tenía tantas
dudas con respecto a qué libro llevar, porque tenía planificado llevar tres opciones
de libros-álbumes para que en esta oportunidad los niños tuvieran que enfrentar
democráticamente la elección. Así que el problema era qué libro no llevar. Para que el
resultado no fuese ‘catastrófico’ para mí, elegí libros que conocía muy bien por haberlos
trabajado en el Postítulo y también por habérselos leído a otros niños de Nivel Inicial y por
sobre todo haberlos disfrutado en gran manera en cada lectura. Como primer requisito
busqué la presencia en cada libro de una estética particular, porque deseaba presentar
técnicas plásticas variadas, con diferente relación color, luz y sombra, espacios en blanco,
con o sin marco, y además que difieran en su formato, tamaño, distribución del texto en la
página, etc. Luego de una ardua contemplación los tres seleccionados fueron a parar a mi
cartera.” (4)
En el relato de la docente Andrea Abdala aparece con mucha fuerza la importancia de
“conocer muy bien” los textos que se eligen para garantizar autoconfianza a la hora de la
práctica y, podemos agregar, la posibilidad de escucha fina de lo que suceda en la puesta
en escena de la lectura de esos textos, en la conversación. En sus palabras aparece la
relevancia dada a lo estético, en este caso con particular énfasis en los signos plásticos,
ya que se trata de libros-álbum, y a la búsqueda de lo singular en cada libro.
Por otra parte es posible ver en sus palabras un tema que suele preocupar a las
conciencias de quienes eligen: la democracia en la elección. Como plantea Aidan
Chambers en Dime, debido a que “el libro que elijamos contendrá las potencialidades de
nuestra conversación —temas a tratar, ideas, lenguaje e imagen, incitadores de la
memoria, etcétera— su elección es una actividad de mucho valor. Aquellos que eligen
están ejerciendo poder.” (5)
Si ponemos en relación los dichos de Chambers con las preocupaciones de Andrea
Abdala podemos reflexionar acerca de cómo posicionarnos ante el poder implícito en todo
acto de selección sin caer en actitudes tales como el autoritarismo o la demagogia. Es
decir, ni la tendencia de los mediadores o instituciones a arrogarse unilateralmente el
control de lo que se elige ni la posición contraria: la decisión de dejar solos a los niños y
jóvenes en la elección sin intervención alguna por parte del mediador. Ambas posturas
extremas le quitan el cuerpo a la idea de selección como un momento clave en la
transmisión dialógica de saberes.
Una postura flexible basada en la confianza en lo que los niños y jóvenes son capaces de
hacer cuando eligen abre camino para aprender mutuamente sobre las razones que están
detrás de toda elección. Estar bien predispuestos a la inclusión de libros elegidos por ellos
aunque dudemos sobre su valor es una puerta abierta para discutir sobre libros y
ayudarlos a afianzar las argumentaciones sobre sus gustos y saberes.
Otra docente, esta vez una profesora de Educación Media que decidió hacer su proyecto
de lectura con poesía contemporánea en una escuela primaria, cuenta esto sobre su
elección:
“En el presente encuentro se decidió trabajar un corpus de poesías vanguardistas de
Oliverio Girondo. Se leyeron poemas de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. En
parte la decisión giró en torno a una demanda de los alumnos de correrse de la
musicalidad (a algunos no les gustaba ‘el cantito’) y de cierto imaginario de poesía
tradicional que suele ser el dominante, en el cual predominan evocaciones a lo sentimental
y a temas ‘románticos’. Si bien se trabajaron anteriormente poemas de Oche Califa, Para
escuchar a la tortuga que sueña, los cuales apelaban al humor absurdo y a una manera
extrañada de pensar la realidad y el mundo, igual los alumnos notaron cierta especificidad
del canon tradicional. Los alumnos pidieron ‘acción, violencia, muerte, sangre y temas
fuertes’, incluso llegaron a pedir obras del género narrativo. Por esa razón, este proyecto
abierto incluyó para sus dos últimos encuentros poemas vanguardistas y poemas con
historias narradas: romances.” (6)
La apuesta de la docente Fabiana Godoy de leer con chicos de Sexto Grado poesía de
vanguardia —incluso tratándose de un poeta argentino que no escribió para niños—
supone el desafío de salirse del canon poético más transitado en la escuela. “Salirse del
cantito” es buscar otros caminos, en este caso los de verso libre, que marcan una
musicalidad diferente a la tradicional cuya composición estrófica tiene a la rima consonante
y a la uniformidad rítmica como características más clásicas. Lo mismo sucede con la
exploración de “una manera extrañada de mirar la realidad y el mundo”. Proponer a los
alumnos otros temas diferentes que se corran de las representaciones más habituales de
lo que sería “lo infantil” implica abrir el mundo de los lectores infantiles a otras estéticas y
lenguajes.
En cuanto a la demanda de los chicos de “acción, violencia y temas fuertes”, en vez de
ratificar lo que seguro ya traen y conocen (fundamentalmente de su experiencia cultural
relacionada con los medios) la docente toma posición por una transmisión de saberes
literarios que suponga una ampliación y no una repetición de lo dado. Ante el pedido de la
narración, en vez de salirse de lo poético, negocia un salto que implica un cruce de lo
narrativo y lo poético y propone el romance, en este caso uno no tan frecuente en la
escuela primaria: una traducción de un poema de Alexandr Pushkin.
Fotografía de Liliana Gelman.
Como decíamos antes y vemos en estas narraciones de la práctica, mientras ocurre el
proceso de selección en las cabezas de los docentes comienza a gestarse el imaginario
sobre las posibles lecturas y conversaciones sobre los libros elegidos. Los primeros
bocetos de los mapas de ruta empiezan a dibujarse: mapas abiertos, nunca definitivos, en
los que más allá de su carácter conjetural se manifiesta una manera de pensar la literatura,
la lectura y los lectores.
Pensar con antelación en los textos es imaginar preguntas, modos de presentar y entrar a
los textos, tácticas de lectura y también de escritura ficcional, puentes posibles entre ese
texto y otros, etc. Es hacerse una representación provisoria de la escena con unos lectores
que aunque sean conocidos nunca se conoce del todo, que más allá de nuestras
previsiones seguramente nos sorprenderán ya que nadie puede predecir con certeza el
rumbo de las construcciones de sentidos de los textos. La predisposición a la sorpresa por
parte del mediador es de por sí una postura metodológica e ideológica en toda
conversación sobre libros ya que supone partir de la base de que las significaciones o los
modos de entrar a los textos no están dados de antemano o que hay alguien, en este caso
el docente, que tiene la llave de la verdad.
Habilitar la apertura a lo inesperado en el guión imaginario de la futura práctica de lectura
literaria con otros, no significa que basta con dar lugar a las voces de los lectores para que
sean escuchadas sin otra intervención del docente más que organizar la manifestación
más o menos ordenada de esas voces. Es decir, no se trata únicamente de una
celebración acrítica de la escucha.
Cuando en el Postítulo comenzamos con las primeras prácticas de registros de lectura
literaria suele predominar la tendencia a poner en juego la lectura interrrumpida de los
textos elegidos (práctica que estimulamos) para dar lugar a lo que dicen los chicos como si
se tratara de una orquesta de improvisación en la que el rol del director es marcar las
entradas de los músicos según la melodía que se va creando en el momento. Algo de eso
hay, como decíamos, de lo contrario no habría sorpresa. Pero si sólo se redujera a la
apertura absoluta de sonidos espontáneos no habría música y podría caerse en un ruido o
rumor sin consecuencias para la construcción de saberes.
De todos modos, consideramos estas primeras aproximaciones como un comienzo muy
alentador ya que la lectura interrumpida por comentarios tanto de los alumnos como del
docente acerca de los textos pone en juego la valoración de la construcción social de los
significados en una comunidad de lectores. Para muchos docentes esto es algo nuevo y
confiesan a sentirse admirados por la inmensa plasticidad de sus alumnos para decir
cosas interesantes sobre los textos. Esta sorpresa pone de relieve que las prácticas más
usuales de la lectura literaria en la escuela siguen siendo bastante monológicas, en las
que los alumnos esperan que el docente dé su lectura y el grado de participación de los
lectores está reducido a una escucha muchas veces pasiva o excesivamente pautada por
sentidos previstos de antemano.
También ocurre que en nombre de ideas algo difusas sobre el placer de la lectura la
discusión o las intervenciones del maestro acerca de aspectos constructivos de los textos
sea considerada una intrusión al aura placentera y que en todo caso la charla se limite a
comentarios impresionistas y superficiales sobre los textos (gustar o no gustar). O también
puede ser que esto suceda debido a que no se sabe qué decir sobre cómo están
construidos más allá de lo temático o argumental. Aquí volvemos a la idea de que el
conocimiento profundo de los textos elegidos es una premisa central para que la charla no
quede sólo a la deriva de la ocurrencia espontánea. O mejor dicho, que la afluencia libre
de ideas pueda tomar algunos rumbos marcados ya sea por unas ideas que se arman en
la previsión imaginaria del encuentro por parte del docente, ya sea porque lo que ocurre en
el transcurso de la discusión es levantado por él como algo interesante en relación con la
construcción de significados de ese texto aunque no estuviera previsto en su plan, que
cuando es flexible y abierto se abre a la riqueza de lo nuevo e inesperado.

Fotografía de Liliana Gelman.


Entonces la preparación del encuentro de lectura implica en principio imaginar unos modos
particulares de entrar, de presentar los textos, de afinar el oído y la mirada de los lectores
hacia una lectura aguda y alerta. Por tal razón no existe una fórmula única para entrar a
los textos. No siempre es necesaria la propuesta de hacer previsiones acerca de lo que
sugiere la tapa de un libro, por ejemplo. Si se lo hace mecánicamente para todos los
textos, puede convertirse en una consigna vacía, sobre todo en los casos en los que sin el
conocimiento de lo que ocurre en el libro las hipótesis ruedan en el aire sin sentidos
posibles donde anclar, entonces se habilita el “vale todo”. En algunos casos, por ejemplo
en aquellos donde la historia contada desborda el interior del libro y hay huellas
significativas de la materia narrativa en la tapa o en las guardas (7), las preguntas
anticipatorias tienen su razón de ser. Pero esto no es necesariamente válido para todos los
libros.
Los modos particulares de entrar a los textos pueden partir de lo que sugieren algunas
claves de cada libro o de algún aspecto que se quiere destacar o en el que se quiere
intervenir para la construcción de saberes literarios.
Si un libro muestra como clave central o principio constructivo el uso de la ironía o el
contrapunto entre la imagen y el texto, las previsiones sobre la charla acerca de ese libro y
luego la charla propiamente dicha pueden buscar “seguirle el juego” a ese “truco” del texto.
Eso intentó hacer una maestra que hizo una práctica de registro de lectura con chicos de
primer grado luego de trabajar con Mi gatito es el más bestia de Gilles Bachelet (8).

Imagen de la tapa del libro Mi gatito es el más bestia.


“—¿Saben cómo se llama este libro?
—Noooo.
—Siiii, ‘La historia del elefante’.
—’El elefante y su canastita’.
Entre otros… Algunos preguntaron ‘cómo’.
Y yo, no sé por qué, en tono conspirativo les digo el título. Mientras digerían el nombre
del libro les comento que ese es un libro muuuuy particular porque además de escuchar el
cuento teníamos que leer las imágenes.
—¿Qué será leer las imágenes? (Ahora que lo pienso creo que los sobrecargué con
información, pero más que nada con interrogantes; no podían reflexionar sobre el gatito
que prometía el título y el enorme elefante de la tapa además de intentar responder a mi
pregunta). Pero los niños siempre nos sorprenden y siempre —¡ay!— quieren darle el
gusto al maestro.
—¿Las imágenes son de colores?
—Significa leer las letras —dice Bautista. (Claro, las letras también pueden ser imágenes,
pero cómo les explico que no me refería a eso).
—¡¡El gatito es un bestia porque comió muuuucho!! —dice de repente
Maitena, refiriéndose al tamaño del elefante y buscando alguna explicación a la
contradicción que presenta el libro y descartando mi pregunta. Me sorprende de qué
manera se le grabó el título cuando sólo lo dije una vez.
Los chicos se ríen.
—Me parece que Maite está leyendo la imagen de la tapa! ¿Se puede hacer eso? —
pregunto.
—Ya sé —dice Paz—, significa mirar, mirar bien.
—Muy bien! —digo yo—. Vamos a mirar muy bien nosotros también para ver qué nos
cuentan.

Ilustración interior de Mi gatito es el más bestia.


Comienzo a leer: «Mi gato es muy grande, muy bueno y muy pero muy bestia». Los chicos
miran la imagen atentos (¡¡a ver qué les dice!!!, ja ja).
—No entra —es el escueto comentario de Zoe al ver al elefante sobre la canasta.
—«Cuando mi gato no come, duerme. Cuando no duerme, come. Cuando no come,
duerme.» Muestro la imagen y los chicos comienzan a hacer trabalenguas: ‘—Cuando
come duerme y cuando no come no duerme, cuando come come y cuando duerme
duerme, cuando duerme no come,’… etc.
Fragmento de una ilustración interior de Mi gatito es el más bestia.
—¿Qué está haciendo con esa bola? —pregunta Mateo.
—Está acomodando su almohada —responde Martín.
Es interesante cómo los chicos no le ponen sujeto a sus frases, como si no se
animaran a aceptar o a rechazar la propuesta del libro.” (9)
En la estrategia de lectura de la docente Gabriela Fernández se nota un especial cuidado
por valorizar el contrapunto irónico que predomina en la propuesta de Gilles Bachelet. En
sus comentarios a algunas intervenciones se advierte cómo está alerta a las huellas sutiles
que marcan las maneras diversas en las que los chicos pactan con lo que propone el libro.
Que “el gatito es un bestia porque comió muuuucho” es una señal de que esa niña lectora
juega a copiar el gesto irónico peculiar de este texto. No ponerle sujeto a las frases, según
sugiere Gabriela, sería una manifestación indirecta de que le están dando crédito al juego
de que lo que se dice no es lo que se ve.
De todos modos, las interpretaciones que por distintas razones no entran en el planteo
irónico también tienen cabida en el diálogo, no son desestimadas. No todos los lectores
llegan a los mismos caminos ni de la misma manera. Las lecturas que escapan a la clave
que sigue un maestro también pueden ser interesantes y es importante darles valor: todos
los lectores crecemos con las lecturas de los otros y eso también se transmite. En la
conversación literaria una clave se enriquece con otras claves. O también sucede que la
discusión lleve al cambio de la clave propia y adoptar otra u otras nuevas, ¿por qué no?
Pero, enfatizando lo que decía antes, tener en cuenta la polisemia de los textos no implica
que basta con poner en escena indistintamente todas las interpretaciones sin seguir
algunas líneas, que pueden ser las previstas por el maestro u otras propuestas por los
alumnos. Por otra parte la línea imaginada por el maestro, cuando es presentada con
permeabilidad a las ideas que van surgiendo en la conversación, se vuelve dialógica y
tiende a la construcción colectiva de sentidos.
Uno de los caminos fundamentales para que los lectores aprendan a discutir sobre
literatura es la confianza en que sus intervenciones van a ser tenidas en cuenta y que el
maestro que coordina la charla no es el depositario de ninguna verdad ni saber absoluto
sobre los textos elegidos. Cuando el maestro apela al texto para que sea él el que
responda o que en todo caso deje abiertas nuevas preguntas, les está marcando el camino
para que consoliden su argumentación a partir de la materialidad de lo que dicen o callan
las palabras y las ilustraciones.
En un registro realizado luego de la lectura del libro Una caperucita roja de Marjolaine
Leray (10) con chicos de Tercer Grado, la maestra Cecilia Chiapetta pone en juego estas y
otras decisiones tal como se ve en este fragmento en el que tras una riquísima discusión
sobre el texto una alumna se pregunta por el lugar donde sucede la acción, que en esta
propuesta tan condensada en cuando a información lingüística y visual está elidido.

Imagen de la tapa del libro Una caperucita roja.


“—¿Dónde están, seño? —pregunta Rocío.
Devuelvo la pregunta al grupo: —La verdad, ni me había preguntado, chicos, lo que dice
Rocío. ¿Dónde les parece que están?
—¡En la casa del lobo!, grita Pablo.
El resto no parece estar seguro, entonces les propongo volver al principio del cuento.
Recorremos las páginas en silencio hasta que el lobo dice «Mejor vienes conmigo».
Ilustración interior de Una caperucita roja.
Gonzalo explica: —Al principio estaban en el bosque, pero él la va a llevar a su casa.
—¿Igual a las otras Caperucitas que leímos antes?, les pregunto.
—¡Noooo!, contestan todos, casi automáticamente.
—No van a la casa de la abuelita dice Rodrigo Mendieta. Van a la casa del lobo.
Sigo pasando las páginas. Me detienen al grito de ‘¡Esa es su mesa! ¡La mesa del
lobo!’” (11)

Ilustración interior de Una caperucita roja.


La docente Cecilia hace explícito su “no saber” sobre ese aspecto del libro y no sólo
decide compartir la búsqueda con los chicos que la llevaron a focalizar en algo que ella no
había tenido en cuenta sino que también usa la táctica de que sea el propio texto el que
ayude a encontrar una respuesta posible. Por otra parte, retoma el comentario de un
alumno que ante la ausencia de datos del contexto recurre al conocimiento de
otras Caperucitas leídas antes con este grupo y estimula el diálogo intertextual que ayuda
a pensar en similitudes y diferencias entre esta versión paródica y otras versiones. Cuando
los chicos hipotetizan que los personajes no van a la casa de la abuelita sino a la del lobo
decide nuevamente callar para que sea el libro el que hable y pasa las páginas hasta que
los alumnos encuentran una confirmación de su hipótesis: “¡Esa es su mesa! ¡La mesa del
lobo!”.
Es por las escrituras de las docentes Andrea, Fabiana, Gabriela, Cecilia y tantos otros
maestros y profesores puestos a escribir y a pensar sobre sus prácticas que se vuelven
tangibles y comunicables para otros colegas las conversaciones sobre libros y las voces
de los lectores. Dejan de ser palabras y gestos que corren el riesgo de lo efímero
característico de tantos instantes potentes en la escuela y pasan a ser materia prima para
la conceptualización sobre el hacer de ellos mismos y otros maestros.

Fotografía de Liliana Gelman.


En el comienzo de esta charla hablamos sobre los registros de situaciones de lectura
como espejos no miméticos de lo ocurrido. Es decir, no una copia de la realidad (tarea
imposible, por otro lado) sino un reflejo de una práctica social de lectura atravesado por la
propia mirada. Los registros son un género dentro de las narrativas docentes en que los
maestros a través de la palabra escrita se vuelven protagonistas activos de su reflexión
gracias a la combinación de cercanía y distanciamiento que permite el escribir sobre ella a
poco tiempo de haber realizado la práctica. Lejos de formatos estandarizados y formales
de dar cuenta de la realidad, son escrituras en primera persona que relatan la vitalidad y
complejidad de lo hecho, visto y escuchado en el tono singular de cada autor. Siempre son
fragmentos o recortes de la realidad ya que la totalidad no puede ser aprehendida. Y
fundamentalmente se trata de escrituras que hacen dialogar la voz propia con lo coral de
otras voces ya que estamos hablando de la lectura como una construcción social. Voces
que no se pierden o diluyen en la masa de la generalización (“todos dijeron”, “algunos
contestaron”) sino que asoman en las escrituras valorizadas por su singularidad: son voces
con nombre, voces tenidas en cuenta como marcas significativas de lectores, tal como
veíamos en los fragmentos comentados anteriormente.
Durante la realización de los proyectos de lectura, los registros se convierten en la huella
sensible de cómo lo imaginado y lo planeado se encuentran con la realidad que siempre
expande y enriquece toda hipótesis o conjetura previa. También, gracias a la posibilidad de
reflexionar sobre lo hecho, central en la filosofía de registros que alentamos, registrar se
convierte en una detención en el camino, a veces para barajar y dar de nuevo, otras para
consolidar lo que se hizo o para imaginar nuevas tácticas.
En las tutorías, en la intimidad de los pequeños grupos que se reúnen con colegas que
están haciendo experiencias similares, propiciamos entre todos algo que acudiendo a un
neologismo didáctico podríamos llamar “metaescucha”, ya que gracias a la lectura oral de
los registros que los maestros traen cada sábado nos convertimos en escuchadores
atentos de unos textos que narran y reflexionan sobre la escucha de las voces de los
lectores. Escuchamos cómo otros escuchan.
Circulan en esos encuentros de manera concentrada y potente las vacilaciones o certezas
sobre los textos literarios elegidos, las preocupaciones por las censuras o autocensuras,
los temores sobre los modos de intervenir, las dudas sobre cuándo y cómo preguntar o
cuándo y cómo callar en una discusión literaria, los entusiasmos y fascinaciones por los
hallazgos de los lectores, las decisiones sobre los textos teóricos que respaldan algunas
de las reflexiones derivadas de los dichos o gestos de los alumnos o de las propias
intervenciones. Cada tutoría es una usina siempre sorprendente de afectividades y
pensamientos mediatizados por la escritura.
Para quienes coordinamos esas tutorías y para los otros maestros las escenas de lectura
leídas en voz alta entran por nuestros oídos y se dibujan en el aire: no necesitamos estar
ahí para ver. Los docentes aprenden a escribir registros que ayuden a los otros a mirar la
trastienda de sus encuentros con lectores: por eso la fuerza de lo narrativo para activar la
escucha sensible y para reconstruir la lectura no como un hecho abstracto sino como una
construcción anclada en el tiempo y en el espacio. La idea es que puedan hacer relatos
que vayan más allá de lo anecdótico, de lo descriptivo y ahonden en los saberes teóricos
acerca de la literatura y de la lectura.
Aunque lo relatado tiene que ver con la experiencia concreta del trabajo de campo del
Postítulo, la potencia de las narrativas docentes para la conceptualización sobre las
prácticas de lectura literaria en contextos de enseñanza trasciende los marcos de una
instancia de formación. Es deseable que las propias instituciones educativas habiliten
tiempos y espacios para que las escrituras y experiencias de los maestros circulen, sean
discutidas y se difundan.
Hablar con los alumnos y con los colegas sobre textos literarios en la escuela y pensar
sobre cómo se hace en cada caso es para los maestros una vía privilegiada para la
invención de la enseñanza artística en la escuela. La construcción de lo posible y lo
imposible puede ser una tarea cotidiana: en eso trabajamos.

Fotografía de Liliana Gelman

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