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Algunas tesis equivocadas sobre la teoría literaria*

Miguel Ángel Huamán Villavicencio**

*
Huamán, M. (2001). Problemas de teoría literaria. Ediciones del signo lotófago, pp. 67-77.
**
Profesor Principal del Departamento Académico de Literatura de la Facultad de Letras y Ciencias
Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.
Profesor de la UNMSM

En nuestro ambiente educativo circulan diversidad de textos y no todos ellos responde a


una sería labor de investigación. A pesar de que gozan de fama e inmerecido éxito,
desnudan muchas falencias. Las mismas que van de la ausencia de referencias
bibliográficas adecuadas al uso esquemático de conceptos o categorías de diversa índole.
Todas estas fallas pasan desapercibidas porque la difusión de dichos libros ha sido
inducida directamente por sus autores cuando, al ejercer la docencia, obligan a sus
estudiantes a adquirir ejemplares.

Estas obras dan en la yema del gusto de los alumnos porque precisamente les simplifican o
ahorran el esfuerzo de leer textos de mayor nivel o el trabajo que implica recurrir a fuentes
de primera mano y especializadas, lamentablemente escasas o nulas en la enseñanza
superior. De ahí que el joven aprendiz de maestro pase por alto la pobreza de las
definiciones, su ambigüedad o talente tautológico, la alusión vaga de autores y obras que
no aparecen en la bibliografía o que simplemente se citan mal. Estas deficientes referencias
bibliográficas imposibilitan la función básica de las mismas, esto es que el lector pueda
recurrir a la fuente originaria (artículo o libro) para profundizar lo desarrollado.

Más allá de la buena o mala voluntad de los involucrados, resulta fundamental la toma de
conciencia del gran daño que esta práctica acarrea a la propia imagen de la labor educativa.
Muchas veces nos quejamos de que no se valore y aprecie como debe ser el maestro de
colegio y en particular a los de la especialidad de lengua y literatura, pero no nos damos
cuenta de que gran parte de la responsabilidad la tienen los propios docentes y estudiantes
universitarios.

Si el entusiasmo y el empeño puesto por el autor en la publicación de un libro, sobre todo


del tipo manual de enseñanza universitaria, fueran suficientes nuestra realidad educativa
seria otra. Lamentablemente no bastan porque muchas veces se reproducen y perennizan
en la misma elaboración del texto prácticas o costumbres intelectuales que precisamente
hay que combatir para poder avanzar. Si el memorismo, la ausencia de hábitos de lectura y
la carencia de perspectiva crítica son los males más graves de nuestra educación, los
instrumentos que usamos para forjar a los futuros maestros no deben caer en dichos
errores.

Hay que cambiar esa mentalidad del estudiante de educación que prefiere manuales,
diccionarios, balances, resúmenes y cualquier lectura que implique menos páginas o que
sea menos voluminosa. Los jóvenes alumnos de pedagogía tienen una fascinación por los
seminarios, simposios, encuentros, mesas redondas, charlas o cualquier actividad de
difusión que además de resultarles más cómoda (solo tienen que sentarse y escuchar)
redunda en su beneficio al otorgarles un certificado que, aunque no hayan aprendido nada,
les “engorda” el curriculum Hay toda una “cultura oral” mal entendida que distorsiona un
hecho esencial y fundamental para la formación en la educación superior: la necesidad de
investigar y leer texto especializados.

Por otro lado, como en la comunicación oral, se alude con ligereza y en términos vagos a
las opiniones o el pensamiento de otros autores, de los que se hace un uso casi literal sin
darse el esfuerzo de elaborar discursivamente en forma autónoma los propios temas que se
están desarrollando. Diferenciar nuestra escritura de lo escrito por otros nos exige la tarea
de ordenar un conjunto de lecturas que requiere manejar mínimamente para abordar con
seriedad cualquier asunto. Esto es, si menciono aludo a determinado autor o libro, el lector
debe tener claro por qué ese y no otro, donde se ubica cronológicamente o
conceptualmente en concordancia con la exposición que se está haciendo.

El utilizar palabras de otros autores y mezclarlas con las nuestras en una suerte de
paráfrasis tiende a reforzar en los estudiantes la idea de que existe “una verdad”, casi
siempre dicha en pocas palabras y en forma ambigua o tautológica. No se trata de no citar
o no mencionar las opiniones de otros autores, sino que cuando se hace en realidad se
dialoga con los demás en el seno de una comunidad científica o académica. Todo texto
requiere respaldar su punto de vista con otros autores, diferir de lo aceptado por algunos
escritores, interpretar críticamente algún argumento o simplemente encontrar que la forma
como otra persona esboza una idea que comparte es la más adecuada. Para todo ello uno se
ve en la necesidad de citar. En estos casos, necesariamente se debe diferenciar lo que es
nuestra palabra y ofrecer los elementos textuales suficientes para que el lector siga la
argumentación, pueda confirmar o diferir de nuestro punto de vista, así como simplemente
elaborar sus propias ideas sobre el tema o de los fragmentos citados.
Esta práctica tiene la ventaja de no sólo acostumbrar al estudiante a discernir, comprender
y apreciar que sobre un asunto o tema se pueden dar diversas versiones, con la toma de
conciencia de la importancia de la elaboración lingüística, pues ésta es inseparable del
pensamiento y de la formulación de la verdad. Sino que, al obligar a asumir una actitud
activa y crítica sobre el problema, para lograr su propio punto de vista al respecto, se dé
cuenta que ninguna opinión es verdadera y que sólo alguna es menos falsa que las otras.
Comprender así que el conocimiento no está hecho de verdades absolutas, sino que de
aproximaciones. Una cosa es la verdad y otra muy distinta la validación.

Asimismo, somos enemigos de compendiar o seleccionar profusamente fragmentos de


textos sobre un tema porque además de condicionar a los lectores a la propia interpretación
de que ha compendiado los libros, esto incide en la actitud pasiva del estudiante y los aleja
de la lectura de las fuentes u obras primarias. Esta práctica tan profusa y frecuentemente
utilizada en la formación superior se justifica con la afirmación de que lamentablemente no
hay libros ni bibliotecas suficientes. También produce casos asombrosos de libros de pocas
páginas donde uno encuentra toda la literatura universal, la peruana, o la teoría literaria
desde la antigüedad a la posrmodernidad, títulos generalmente ligados a los cursos o a la
“vasta” especialidad del autor.

Cuando uno tiene una práctica de investigación y de lectura constante se da cuenta de que
nunca hay libros suficientes. Una cosa es que siempre estemos necesitando leer los nuevos
aportes dentro de nuestra comunidad científica y académica, que precisamente por ser algo
dinámico está en permanente producción intelectual, y otra cosa es que los libros que
existen en nuestra biblioteca institucional o personal se lean. La lectura de un libro
especializado por más obsoleto que sea y a pesar de sus limitaciones constituye una
experiencia incanjeable, valiosa e insustituible. Uno dialoga con esa experiencia presentada
en forma estructurada y coherente, aprende no sólo ciertos juicios que jugaron un papel en
determinado momento, sino al mismo tiempo cómo se trata o aborda un tema, la
coherencia expositiva y las referencias bibliográficas.

También así se participa de una tradición de pensamiento, que hace del discurso del
conocimiento un diálogo, una búsqueda, un permanente mecanismo de interrogación y no
la obtención solipsista o individual de una verdad absoluta y dogmática. El camino de la
investigación científica está lleno de preguntas más que de respuestas, supone una
dimensión consensual y el reconocimiento de los demás para la aceptación de nuestras
propuestas como las más útiles o vigentes en un momento dado. Asimismo, leer un libro
especializado permite hallar vacíos en nuestra visión histórica, o proyectar conjeturas sobre
el tema; en pocas palabras, entrar en un proceso vivo de actividad intelectual.

Esta perspectiva convierte en factor esencial de la formación académica, la elaboración de


nuestras propias ideas y el ejercicio de nuestra competencia de lenguaje. Este aspecto
constituye precisamente uno de nuestros objetivos primordiales como docentes de lengua y
literatura. No podemos exigir en los estudiantes algo que no practicamos. Si
acostumbramos a los jóvenes a repetir de manera simplista definiciones o esquemas y no a
construir sus propios discursos críticos, estamos empobreciendo la educación al entenderla
como mera instrucción. Al mismo tiempo reforzamos la dependencia y la actitud pasiva
que fomenta o convalida los diversos autoritarismos de los que renegamos en nuestra vida
cotidiana.

Por otro lado, me pregunto: si todo dependiera de tener los libros más actuales o la
bibliografía última en la ilusión falsa de que se pudiera lograr aquello, puesto que siempre
van a aparecer nuevos libros y propuestas, ¿por qué han surgido en nuestro Perú en zonas
apartadas y en lugares con escaso acceso a la información grandes pensadores o
investigadores? Pensemos en los dos casos de Julio C. Tello, César Vallejo o Antúnez de
Mayolo y en general en todos nuestros maestros en campos disciplinarios diversos, puesto
que nuestro propio país y nuestro continente son también periféricos frente a Occidente.

Desde otro ángulo, ¿cómo es que en los países que gozan de ingentes recursos
bibliográficos y materiales para la educación superior no todos terminan siendo mentes
innovadoras y pensantes? Los libros por sí solos no sirven para nada; sólo la actitud
mental, la disposición a la interrogación permanente, el espíritu crítico y la voluntad de
relacionar ciertas ideas con nuestros problemas genera una dinámica de conocimiento. Ello
implica trabajo sistemático y constante, dedicación y esfuerzo. Uno va a la universidad no
a que le llenen de información como si fuera un tanque vacío, sino a ejercer y desarrollar
su capacidad cognoscitiva, a aprender a aprender y eso supone adecuarnos a una búsqueda
ordenada y programada. Ésa es la idea de un plan de estudios, de una currícula y de un
sílabo, nos disciplinamos para seguir inquiriendo e interrogándonos. El libro aislado o
disperso, la repetición de memoria definiciones o fórmulas, la acumulación de cursos
aprobados, pero no asimilados puede darnos la sensación de que avanzamos, de que
estamos llenos, pero no nos nutre, no logra la meta de interiorizar un método que nos
permita producir nueva información frente a situaciones o problemas cambiantes.

En este contexto, hemos podido constatar la permanencia de ciertas ideas que, como tesis
equivocadas sobre teoría literaria, se reiteran en estos manuales de formación universitaria
en la especialidad de lengua y literatura. Creemos necesario dilucidar su carácter confuso y
errado, que es indispensable confrontar con el estado actual de la investigación teórica en
los estudios literarios para orientar a los interesados de los peligros que conllevan dichas
posiciones.

La primera tesis equivocada tiene que ver con la definición de literatura. La podemos
enunciar así: existe una definición científica y real de lo que es literatura. Para tal efecto se
utiliza en forma indistinta términos como Estética, Teoría, Ciencia, Poética, Arte, Belleza,
Comunicación, etc., para supuestamente precisar lo literario; obviando que cada uno de
estos conceptos tiene tras de sí una larga historia y antecedentes complejos de acuerdo a
los diferentes enfoques epistemológicos. Algunos ejemplos de esta vocación simplificadora
por la definición de la literatura serían los siguientes:

La literatura es una manifestación de la cultura que, utilizando el lenguaje, ya sea en su


forma oral o escrita adquiere autonomía como expresión artística específica y diferenciada
de las otras formas humanas de lograr la belleza. (Rodríguez: 1991, 17)

La literatura busca comunicar mediante imágenes verbales estéticas, aquello que refleja de
la realidad (objetiva y subjetiva). La literatura refleja la vida, la realidad natural, social y el
pensamiento; pero mediante imágenes artísticas verbales (Chamorro: s/f. 19)

La literatura (…) forma orgánicamente parte del sistema completo de conciencia social
vigente en cada periodo históricamente independiente de desarrollo de la humanidad
(Timofeiev, 1979, 7)

Aunque reconocemos que toda definición es provisional y por lo mismo preferimos


propiciar que cada uno elabore su propio concepto sobre el tema, es necesario recordar que
el termino literatura no existió siempre ni tenía antes la acepción que para nosotros tiene.
En lugar de reforzar el memorismo y el dogmatismo, como hacen muchos manuales que
comienzan por definir lo literario, deberían recordar que dicho concepto no existió
siempre, sino que surgió con nuestra cultura moderna. Posee por lo tanto tres acepciones
que no conviene confundir.

El término “literatura” designa, en primer lugar, la práctica de escritura; es decir, la


creación o producción de estructuras verbo-simbólicas orales o escritas. En segundo lugar,
denota la actividad cognoscitiva de los estudios literarios; en otras palabras, también
llamamos literatura a la disciplina humanista que intenta incorporar la práctica escritural o
de producción discursiva al conocimiento. Finalmente, en tercer lugar, literatura se
entiende asimismo como una institución social; dicho de otra manera, se alude con ese
nombre a un conjunto de actividades, normas y valores ligados a la reproducción social o
al sistema educativo.

Es necesario, pues, precisar cuando utilizamos el término “literatura” a qué nos estamos
refiriendo: a las obras o productos verbales de los escritores y sus actividades creadoras, a
los discursos críticos que forman parte de los estudios literarios en las ciencias humanas o
a los componentes de la labor educativa vinculada a formas sociales de institucionalidad.

La segunda tesis errada la podemos formular así: la literatura como arte forma parte del
campo estético que tiene que ver con la belleza. Puede aparecer de varias formas, como en
los ejemplos siguientes:

La estética es una ciencia que estudia las leyes más generales del desarrollo del hombre en
constante relación con su realidad. El arte es la creación de la belleza por el hombre en sus
diversas formas y grados. La belleza artística creada por el hombre se diferencia de la
belleza natural. (Chamorro: s/f, 17)

La literatura es el arte de expresar belleza a través de la palabra (Sánchez, 1979, 24)

La literatura es una forma artística creada mediante imágenes estéticas verbales.


(Chamorro: s/f, 18)

Afincar lo estético a lo bello o centrar su campo de interés en la belleza corresponde a una


concepción premoderna, antigua o clásica y denota, en el mejor de los casos, un idealismo
trascendental de raigambre hegeliana. No se puede considerar lo bello o la belleza como
una idea o esencia universal de existencia autónoma, ni algo inefable o indescifrable que
intuitivamente captaría el escritor o el artista.

Por el contrario, el término “estética” en la modernidad alude a la percepción y está ligado


al campo de lo cognoscitivo. Precisamente porque lo bello y la belleza son valores
humanos que varían de acuerdo a las propias determinaciones culturales. Una cosa para
una colectividad puede ser bella y para otra algo horrible o feo. Asimismo, el propio arte y
la literatura en su proceso de constitución en la modernidad cuestionan el ideal clásico de
la armonía, la belleza y la unidad para reivindicar una “estética de lo feo” desde Baudelaire
hacia adelante. En él, como en todo el pensamiento contemporáneo, el término estética
alude al conocimiento, a la percepción y al desciframiento de lo real.

Muchos que se reclaman materialistas dialécticos y que terminan siendo materialistas


vulgares, caen sin darse cuenta en la estética de Hegel. En su sistema, como en el filósofo
idealista, la ciencia es sinónimo de verdad y conocimiento que da leyes sobre los diversos
ámbitos de la realidad, incluido el ideológico y el estético. Por eso hablan de la ciencia
estética, dado que para el hegelianismo las imágenes artísticas son formas puramente
particulares del conocimiento sensorial, que quedan en la apariencia fenoménica sin
coronar en lo universal, de ahí que para esa perspectiva la filosofía sea una forma superior
de conocimiento.

Que algunos hayan cambiado el espíritu absoluto por la práctica social de una ciencia
marxista no altera la ubicación degradada de lo literario y el arte en su concepción, más
bien reafirma la pervivencia de la otra forma que en el sistema de Hegel se encuentra
después de la filosofía y antes que lo estético: la religión. En gran medida son también
teólogos, pero no de un dios, sino de una supuesta ciencia suprahumana vista como natural
y objetiva. En su dogmatismo han reemplazado a dios por la ciencia.

La tercera tesis equivocada la podemos formular así: la literatura y el arte son imágenes
estéticas cuyo rasgo esencial es su ficcionalidad. Esta idea precisamente tiene que ver con
la concepción de lo estético como un campo subordinado no regido por la reacionalidad.
Se puede hallar formulada de este modo:
Las obras literarias contienen la fantasía, la imaginación y el poder ficcional de sus
creadores. De allí que la literatura no es real ni verídica. Tampoco está sujeta a
demostraciones ni verificaciones. La literatura no es una ciencia. Su naturaleza ficcional es
de verosimilitud. Aparenta ser la vida, pero no es la vida misma. (Chamorro: s/f, 25)

El escritor plasma su concepción del mundo y su concepción artística en sus obras y


siempre asume una posición consciente o inconsciente. Finalmente, es necesario decir que
la literatura no es ni puede ser calco ni copia de la realidad, tiene algo que define su
naturaleza: es obra de ficción con plasmación estética. (Chamorro: s/f, 19)

No se puede reducir lo literario a la ficción, dicha equivalencia resulta totalmente falsa. En


primer lugar, porque el rasgo ficcional no es privativo ni exclusivo de la literatura. Tiene
que ver con los modos de decir inherentes de la lengua. Está presente en todo lenguaje
verbal que puede usarse no sólo para referir y en situaciones reales, sino que también se
usa en situaciones imaginarias para referirse a sí misma. Un contador de chistes, el relato
de la abuela a su nieto para que duerma o la simple mentira que utilizamos para escapar de
un problema son ejemplos de usos ficcionales propios e inherentes a toda lengua natural.
Ésta no sólo se usa para dar cuenta de las cosas, sino para inventar cosas imaginarias.

En segundo lugar, la literatura puede (y de hecho lo hace) utilizar en su registro textos o


discursos no ficcionales como cartas, noticias, resoluciones e incluso afirmaciones del
mundo real. Lo que diferencia a la literatura de otros discursos no es su carácter ficcional,
sino el uso que hace de dicha función. La ciencia también hace uso de la fantasía y la
imaginación, construye también dispositivos de lenguaje, pero con otros objetivos, con otra
utilidad: manipular los fenómenos que nos rodean. Sin embargo, la ciencia como discurso
tampoco está exenta de “ficciones”; muchos enunciados que ahora son vistos como
ilusiones fueron en su momento asumidos como científicos. Ejemplo: la concepción del
flojisto como el elemento que producía la combustión y la teoría de la generación
espontánea que pretendía explicar el origen de la vida.

La cuarta tesis equivocada la podemos precisar así: la literatura refleja la realidad


objetiva y subjetiva. El mundo material se refleja artísticamente en la literatura. Podemos
encontrar esta tesis expresada así:

La forma específica del reflejo en el arte es la imagen artística. Proposición que es


extensivo (sic.) a la literatura. En las ideas y en el contenido mismo de la obra literaria
refleja lo intrínseco, lo esencial, lo general. Las imágenes artísticas de las auténticas obras
literarias, no reflejan el aspecto circunstancial o externo de la realidad sino su real
contenido, su esencia; pero lo expresan y traducen en forma concreta sensual,
particularizada. La obra literaria será artística y tendrá calidad estética, si los hechos reales
son reflejados de manera particularizada, individualizada en compatibilidad con la ley
objetiva del arte (literatura). Particularizar entraña tipificar. (Chamorro: s/f, 36)

Las causas del surgimiento y desarrollo de las formas artísticas fueron los múltiples
procesos y fenómenos del mundo real. También los diferentes modos y tareas del reflejo y
transformación estética de la realidad. (Chamorro: s/f, 18)

La literatura no sólo refleja y representa la vida en imágenes verbales, también refleja su


concepción del mundo, su ideología y su ideal artístico-literario de cada escritor. (…) La
literatura busca sensibilizar al hombre, desarrollar sus capacidades de imaginación y
fantasía, ampliar sus conocimientos mostrándole el espectáculo de los grandes
acontecimientos sociales e históricos, en la constante búsqueda de la transformación social
y el embellecimiento de la vida. (Chamorro: s/f, 20)

Esta categoría medular de la concepción mecánica y vulgar de literatura no sólo atañe al


terreno estético sino al científico. Para la teoría del reflejo nuestras representaciones de la
realidad son verdaderas y objetivas. Tanto la ciencia como el arte representan la realidad:
la ciencia a través de imágenes reales, que dan cuenta de la esencia general de los
fenómenos y que ofrecen un conocimiento racional objetivo infalible. El arte a través de
imágenes artísticas que sólo captan lo particular que el conocimiento sensorial ofrece en la
forma.

Esta es una concepción prelingüística del conocimiento. Asume que las palabras expresan
y reflejan la realidad en forma inmediata y cabal. Entre la cosa y el signo hay una relación
de motivación, necesidad e identidad. Las palabras son más que simples etiquetas
variables, sin las cosas mismas, dicen lo que los contenidos son. Por supuesto que la sola
existencia de términos distintos en lenguas diferentes para designar los mismos objetos
pone en evidencia lo errado de tal concepción.

Ningún lenguaje, signo, palabra o discurso, verbal o en imagen, refleja lo real tal como es,
son simples construcciones que nos permiten manipular su fenomenología, pero que van
cambiando y modificándose en su alcance y sentido. El gran cambio en la idea del
conocimiento que se da gracias a la lingüística moderna y el estructuralismo nos dice que,
a diferencia del realismo ingenuo del positivismo y el mecanismo del siglo XX, entre el
sujeto que conoce y la cosa conocida existe la intermediación de los signos.

Las lenguas naturales no son simples etiquetas, son formas que configuran el mundo, de
ahí que se hable de visiones cognoscitivas diferentes entre las culturas distintas. Ni el
discurso de la ciencia ni el arte reflejan lo real objetivo. Más que reflejar los lenguajes
humanos constituyen realidad, organizan y estructuran la experiencia humana y lo real.
Otorgan a lo continuo de la fenomenología de lo existente un rasgo de discontinuidad y de
sentido para poder manipularlo. Pero siempre son falibles y más ´pobres que la
complejidad de lo real.

Quinta tesis equivocada: existe la verdad, la belleza y lo bello es una verdad. Podemos
encontrar esta tesis expresada de la siguiente manera:

La teoría constituye un reflejo, una representación mental de la realidad objetiva.


(Chamorro: s/f, 25)

1. La ciencia parte de los hechos y crea modelos para transformar en la realidad. 2. La


objetividad de la ciencia se comprueba en la práctica social (Alvarado: 1996, 16)

La literatura es una forma de conciencia social. (Chamorro: s/f, 327)

El reflejo es relación dialéctica entre la realidad y el individuo, ocasionando una respuesta


frente al estímulo: surge la literatura en esta interacción. (Chamorro: s/f, 31)

Teoría Literaria: Los signos como componentes de una estructura pensamental. (algunas la
llaman “Crítica Literaria” en cuanto describe cómo se examina una obra literaria).
(Varillas-Rojas: 1997, 15-16)

El arte es la búsqueda de la forma de expresar la verdad. La verdad artística en la literatura


consiste en reflejar lo típico. (Chamorro: s/f, 30)

Esta manera de enfrentar lo real y el conocimiento preñada de realismo mecanicista y


materialismo vulgar, es conocida como representacionismo ingenuo. La idea es la
siguiente: dado que las palabras reflejan lo real, podemos conocer y llegar a la verdad.
Cada forma de lenguaje nos ofrece una parte de la verdad, siendo la más confiable, más
objetiva y más real la verdad de las representaciones de la ciencia. De ahí que se trate de
enunciar las leyes o la teoría científica que permita conocer el proceso de evolución y
desarrollo del conocimiento de sus formas más simples a las más complejas, así como nos
permite establecer el método más adecuado para el conocimiento. Esa verdad, esa ciencia y
ese método ya está descubierto y se trata sólo de aplicarlo: el marxismo o materialismo
dialéctico.

Hay que tener más respeto por la filosofía de Marx y no confundirla con esta versión
vulgar, totalmente equivocada. Si eso fuera así, si existiera una verdad y la ciencia la
hubiera descubierto, dejaría de ser precisamente ciencia, abandonaría su permanente
búsqueda e investigación. La verdad no es una cosa, ni algo que se descubre sino un
discurso que se construye y siempre limitado. Lo científico es interrogarse
permanentemente, dudar e intentar superar los problemas y paradojas de nuestra
experiencia. Como ha demostrado Tomas Kuhn, el camino de la ciencia no es acumulativo,
sino que las revoluciones científicas se dan por cambios y conjeturas innovadoras. ¿Si
existiera la verdad absoluta para qué investigar o estudiar? Bastaría con repetir como un
dogma dicha verdad. Eso es lo que lamentablemente muchos hacen.

Podríamos hablar de otras tesis que están ligadas a las enumeradas, como la que supone
como ley de la contradicción de la teoría literaria la existencia de una literatura proletaria y
una burguesa, dando a la primera un rasgo revolucionario y otro decadente a la segunda, o
aquella otra tesis implícita que cree extender la idea de evolución del campo de la
naturaleza al de la cultura para santificar aquellas formas u obras que coinciden con su
posición ideológica, pero que no puede explicar por qué sobreviven textos literarios
antiguos como la Ilíada o El Cid que niegan dicho mecanismo extremo. También aquella
otra tesis que habla de una crítica revolucionaria y de la función al servicio de las causas
populares que debe tener el arte, interpretado bajo los criterios de un partido supuestamente
al servicio del cambio social. El problema es cómo diferenciar quién tiene la razón o no,
dado que muchos se dicen ser representantes de los sectores más populares o más
simplemente por qué negar a los propios explotados su voz propia; lamentablemente el
tiempo nos resulta corto, así que dejaremos estos temas para otra ocasión.

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